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Antonio Millán-Enmanuel Mounier
Antonio Millán-Enmanuel Mounier
Índice
1. Apunte biográfico
2. Maestro de pensamiento riguroso
4. Lo divino y lo humano
6. Realismo
9. Bibliografía
1. Apunte biográfico
Antonio Millán-Puelles nació en Alcalá de los Gazules (Cádiz, España) el
11 de febrero de 1921, y falleció en Madrid el 22 de marzo de 2005. Ha sido
Catedrático de Metafísica en la Universidad Complutense de Madrid y
Académico de número de la Real de Ciencias Morales y Políticas.
La Filosofía, como el alma, solía decir, está en todo y en cada una de sus
partes. De ahí que no viera con buenos ojos el «especialismo» como actitud
intelectual, y menos en la investigación filosófica. Ciertamente, todo el que
se acerca a sus obras comprueba la pulcritud y rigor analítico
extraordinarios de su trabajo filosófico, pero en ningún caso la atención que
prestaba a un asunto concreto –a menudo detallada hasta el escrúpulo– le
hacía olvidar el conjunto.
4. Lo divino y lo humano
Como puede apreciarse, Millán-Puelles ha tenido un horizonte de
intereses filosóficos amplio. Muy variadas realidades ocuparon su atención,
pero a lo que en todas ellas atendía, en último término, era a
su dimensión de realidad. Esto igualmente hace bueno el título de otro
volumen encomiástico, en este caso con motivo de la jubilación de su
cátedra complutense: Realidad e irrealidad. Estudios en homenaje al
Profesor Millán-Puelles [Ibáñez-Martín 2001].
Sin salir del discurso meramente filosófico, y como una exigencia interior
de su propia radicalidad, Millán-Puelles conjuga, por decirlo así, lo divino y
lo humano.
De acuerdo con el doble sentido, y uso gramatical, del verbo ser, como
expresivo de la existencia extramental o como cópula en el juicio
predicativo, también cabe decir que de lo irreal, aunque no sea –no exista–,
hay mucho que decir. (El tonelaje del libro de Millán-Puelles es buen indicio
de ello: casi 900 páginas dedicadas a establecer la índole y los modos de lo
irreal).
Esto es válido tanto para las entidades reales –los entes en sentido
propio– como para las pseudo-entidades a las que se refiere la voz ens
rationis (un círculo cuadrado, un hierro de madera, etc.), e incluso como
para aquellas peculiares entidades reales, las efectivas representaciones de
una subjetividad consciente en acto que objetivan lo irreal.
En sentido propio, a lo irreal hay que negarle, además del acto de ser
(actus essendi), cualquier modo real de ser. Lo irreal carece de esencia real
alguna. Por no tener existencia ni consistencia real, a lo irreal tampoco se le
puede designar con las nociones trascendentales de res ni de aliquid, tan
sólo atribuibles al ente. Mas de nuevo aquí es preciso aclarar que esa
inconsistencia ontológica no implica en modo alguno inconsistencia objetual.
En la mejor tradición aristotélica se ha dicho que el orden y la relación de las
cosas (ordo ac connexio rerum) no es el mismo que el orden y conexión de
las ideas, para subrayar la ilegitimidad de confundir el orden lógico con el
ontológico, o de suplantar éste por aquél. Pero ello no obsta el hecho de
que hay proposiciones matemáticas que son consistentes, y verdaderas.
Por ejemplo, la representación del número pi (3,1416...) expresa una
consistencia objetual absoluta, aún refiriéndose, como todas las
representaciones matemáticas, a puros entes de razón, ie, objetos
imposibles, cuya única índole consiste precisamente, no sólo en el dejarse
pensar (cosa que también afecta, y necesariamente, al ente real), sino en
tan sólo ser posibles como meramente ser-pensados (obici, repraesentari).
6. Realismo
En toda su obra, pero en especial en la Teoría del objeto puro, y
valiéndose precisamente del contraste entre la ontología y la teoría de lo
irreal que ahí se expone, Millán-Puelles ha llevado a cabo una rehabilitación
del realismo metafísico cuya consistencia y seriedad para nada tiene que
envidiar la proverbial apariencia de la filosofía teórica kantiana. En discusión
con ésta y con lo más serio de la moderna teoría del conocimiento, Millán-
Puelles ha puesto de relieve, con toda pulcritud, las principales dificultades
teóricas de la gnoseología inmanentista (Véase también las voces «Ente (y
propiedades del ente)» y «Verdad del conocimiento» [Millán-Puelles 1984:
237-247 y 583-593 (2ª ed)]).
En todo caso, lo que ahora importa subrayar es la firme defensa que hace
Millán-Puelles del valor de la razón como capacidad de verdad. Sin caer en
los excesos del racionalismo, llegó a convertirse en uno de los principales
valedores de la razón en un tiempo en que pocos filósofos continúan
«creyendo» en ella.
9. Bibliografía
9.1. Obras de Antonio Millán-Puelles
El problema del ente ideal. Un examen a través de Husserl y Hartmann,
C.S.I.C., Madrid 1947.
Índice
1. Esbozo biográfico
1.2. París
2. El personalismo comunitario
3. Estructuras de la persona
6. Bibliografía
1. Esbozo biográfico
Emmanuel Mounier nace en Grenoble el 1 de abril de 1905, en una
familia de la pequeña burguesía y de origen campesino. Sus padres eran
creyentes. El padre, farmacéutico, era muy estimado por su laboriosidad y
su dedicación familiar; la madre, igualmente entregada a la familia y al
hogar. Tuvieron dos hijos: Madeleine y Emmanuel; Madeleine estaba
interna en un colegio cuando Emmanuel era pequeño, y Emmanuel,
acostumbrado a hallarse entre gente mayor, desarrollaría una actitud
reflexiva bastante precoz. Cuentan sus biógrafos que de pequeño solía
preguntar cosas de este tenor: «y a Dios, ¿quién lo ha hecho?». El año que
nació Emmanuel Mounier se proclamaron en Francia las leyes de laicidad
que hacían efectiva la separación entre Iglesia y Estado.
1.2. París
Simplemente soy incapaz de ponerme ante mi destino, como
alguno de esos jóvenes que he visto a mi alrededor, que
organizan sus asuntos como se traza un boceto. Tengo una
idea muy nítida, sí, del sentido de mi vida. Entiéndelo como un
impulso y una luz, más que como una dirección trazada. Por lo
demás… He estado a punto de caer en la «mentalidad» de la
máquina universitaria. La prueba me ha salvado, y ahora siento
escalofríos como por un peligro evitado. Quiero recibir y dar,
eso es todo (incapaz de saber incluso si acabaré en el mundo
de las cátedras y decidido a no cerrar nada por adelantado).
Pero en París encontró grandes amigos. Jean Guitton fue uno de ellos;
trabajaba entonces en su tesis sobre el tiempo y la eternidad en Plotino y
san Agustín, y estudiaba el desarrollo del dogma en el pensamiento del
cardenal Newman. A un Mounier que dudaba de sus propias posibilidades,
Guitton le reveló que muchos le seguirían, pues captaba la fuerza de su
personalidad y la hondura de su pensamiento. Cuando Mounier presentó a
Guitton el proyecto de fundación de Esprit, Guitton vio en ello un «signo de
los tiempos».
Marzo de 1933
2. El personalismo comunitario
El hombre de su tiempo sufría, según Mounier, una doble alienación: la
alienación idealista, que «se manifiesta, en el plano de la reflexión, por una
suerte de primado decadente de la idea desencarnada sobre el
pensamiento comprometido y la experiencia decisiva; y a través del
desarrollo canceroso de la rumia intelectual, de las dialécticas sin
fundamento, de los pensamientos gratuitos y de los ideales ineficaces»
[Qu’est-ce que le personnalisme?, Mounier 1962: 211]; es decir, un
idealismo sin arraigo en el que la vida personal equivale al egoísta repliegue
en uno mismo. Y la alienación del activismo, que lanza a la persona al reino
de las cosas (la producción, la manipulación, la conversación banal…) y a
una actividad desenfrenada que despersonaliza al hombre, dispersándolo
entre la palabrería y el automatismo e impidiéndole encontrarse a sí mismo
en su interioridad. Esta alienación no es sólo propia del colectivismo
comunista, sino que también va ligada al progreso tecnológico y al abuso de
las tecnologías. Para superar esta doble alienación hacía falta una
revolución que restituyese al hombre «aquella virtud interior que da
autoridad, independencia y libertad respecto a las cosas» [Qu’est-ce que le
personnalisme?, Mounier 1962: 213]. Esa sería la “revolución” personalista
y comunitaria promovida por Mounier.
Convencido de que esas dos ramas no habían hecho más que separarse,
Mounier comprende que la tarea encomendada a los hombres y mujeres del
siglo XX no es otra que la de superar tal divergencia y volver, no tanto a
reunirlas donde ya no pueden reencontrarse, sino a «remontarse más allá
de su divergencia, hacia la unidad que ellas han desterrado» [Le
personnalisme, Mounier 1962: 436]. De ahí su insistencia en recuperar la
noción de persona como verdadera misión para rehacer una civilización que
se resquebrajaba. Pero veía que el personalismo, representado entonces
por el movimiento Esprit, sufría dos fuertes presiones: la que, por una parte,
ejercía la propia renovación existencialista, que revivía problemas
esencialmente personalistas como la libertad, la interioridad, la
comunicación o el sentido de la vida y de la historia; y la provocada por la
renovación marxista, que instaba a liberarse de las mistificaciones
idealistas, a afirmarse en la condición común de los seres humanos, y a
vincular la filosofía con los problemas reales de la ciudad humana. Como
resultado de este doble forcejeo, Mounier detecta tres tendencias en el
personalismo francés del momento: la tangente existencialista del
personalismo, a la que se acercan Berdiaev, Landsberg, Ricoeur y
Nédoncelle; la tangente marxista, rival de la anterior en muchos casos; y la
tangente más clásica, dentro de la tradición reflexiva francesa, representada
por Lachièze-Rey, Nabert, Le Senne, Madinier y Lacroix [Le
personnalisme, Mounier 1962: 438].
3. Estructuras de la persona
Aunque afirma que una persona es indefinible, ante todo porque es un
ser abierto, Mounier definirá globalmente a la persona haciendo hincapié en
la importancia del valor. Es conocida esta definición que da en el Manifiesto
al servicio del personalismo:
4. Al no ser pura naturaleza, y por vivir en relación con los demás, el ser
humano se caracteriza por su estructura dinámica, que consiste
fundamentalmente en que la persona, más que ser, se hace. Y se hace
desde el interior, pero saliendo también al exterior: «Hay que salir de la
interioridad para mantener la interioridad» [Le personnalisme, Mounier 1962:
469]. «La persona es un dentro que necesita el fuera» [Le
personnalisme, Mounier 1962: 469].
Con esto aporta Mounier una clave también en filosofía política y moral: la
dimensión del espíritu y su presencia en la vida social y política, incluso a
nivel de la nación, la república o el Estado. E introduce también la noción
de comunidad espiritual, pues sólo en la comunidad se realiza y expande la
persona, y llega a ser ella misma. Explica que la comunidad de personas
nunca será una fusión que acabe negando a unos u otros, sino que es
importante la distancia, que es la que hace posible la unidad. Reservará la
palabra comunidad para designar la única comunidad válida: la comunidad
personalista, a la que definirá en varias ocasiones como «comunidad de
personas» e incluso «persona de personas» [Révolution personnaliste et
communautaire, Mounier 1961a: 202, etc.].
6. Bibliografía
6.1. Obras de Mounier
6.1.1. En orden cronológico de publicación original