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UNIVERSIDAD DE CONCEPCION

Centro de Ciencias Ambientales


EULA-Chile

CONFLICTOS TERRITORIALES POR EL CONTROL DE RECURSOS NATURALES EN


COMUNIDADES MAPUCHES DE CHILE CENTRAL; EL CASO DE LOS PEHUENCHES DE
ALTO BIOBÍO1

Gerardo Azócar G.
Rodrigo Sanhueza
Mauricio Aguayo
María Dolores Muñoz
Hugo Romero

1
Los antecedentes que se entregan en este trabajo forman parte de los resultados del “Estudio Legal de la Propiedad, Sector Alto
Biobío”, realizado por la Unidad de Planificación Territorial del Centro EULA-Chile, entre los años 1999 y 2000, para la
Secretaría Regional Ministerial de Bienes Nacionales de la Región del Biobío y el Gobierno Regional.

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1) INTRODUCCION

Los mapuches constituyen el grupo étnico más numeroso de Chile. En la actualidad su población alcanza
cifras cercanas a las 700 mil personas, valor que representa aproximadamente el 7% de la población del
país. Según el Censo de Población del año 1992, los indígenas en Chile sumaban 998.385 personas de las
cuales 928.060 correspondían a la identidad Mapuche (93%), 48.477 a la identidad Aymara (5%) y 21.848
a la identidad Rapanui o Pascuense (2%). El grupo de los mapuches se concentra en la zona Centro Sur de
Chile, entre las regiones Metropolitana y la décima. Uno de cada 10 chilenos es mapuche y un 44% vive
en la región Metropolitana, principalmente en el Gran Santiago (Pérez, 2000). Sólo 250.000 mapuches
viven en comunidades en las regiones del Biobio y la Araucanía,a unos 500 km al sur de Santiago (INE,
1997).

Al comenzar el siglo XXI el Estado chileno mantiene una deuda histórica con la sociedad mapuche. Ha
sido el Estado el principal actor y responsable de las políticas que se han desarrollado en torno a la
sociedad mapuche y que explican, en gran medida, su actual condición de pobreza, discriminación y
marginación. La colonización y reparto de las tierras indígenas, a fines del siglo XIX, es una de las
razones que explican la situación actual de los mapuches en materia social, económica y territorial. Es,
precisamente, en ese período que comienza la enajenación de sus tierras ancestrales.

Históricamente, el espacio territorial mapuche se extendía desde el río Itata por el norte hasta el río Toltén
por el sur. En este vasto territorio se concentraba gran parte de la población, sin embargo este pueblo
originario incluía otras agrupaciones o subgrupos (parcialidades) que ocupaban tierras más al sur, como
los Huilliches en la isla Grande de Chiloé y los pehuenches y puelches, cuya influencia territorial se
extendía incluso al este de Los Andes, en la República Argentina (Figura 1). Hasta mediados del siglo
XIX los mapuches mantendrían su autonomía territorial, gracias a la férrea defensa de sus tierras. Como
señala Lara, el Estado chileno “carecía de continuidad territorial entre los ríos Itata y Toltén, espacio que
se consideraba como un Estado dentro de otro Estado” (Neculman et al., 1994).

Durante siglos mantuvieron la posesión de sus tierras bajo un sistema de propiedad colectivo que
reconocía la autoridad de un cacique en una jurisdicción o zona de ocupación. Para Bengoa, “no había un
solo espacio vacio. Todo estaba poblado con personas con nombre y apellido. La idea de una tierra vacia
se había construido e imaginado en Santiago. El sur sin gente y sin propiedades era solamente una realidad
virtual” (Bengoa, 1999).

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Figura 1. Las agrupaciones mapuches entre los ríos Itata y Toltén, Chile Central (Fuente. Elaboración de los
autores en base a Bengoa 1989)

A mediados del siglo XIX el Estado comenzaría la ocupación militar entre los ríos Itata y Toltén. La
unificación territorial de la República, la incorporación de tierras al auge cerealero del país y la protección
a colonos chilenos e inmigrantes, ya asentados en territorio mapuche, serían algunas de las razones
esgrimidas por el Estado para ocupar militarmente la zona, sin dejar de lado la eterna disputa entre
civilización y barbarie o entre progreso y atraso (Marimán, 2000; Bengoa, 1985).

Como parte de este proceso, que se prolongó hasta 1929, los territorios efectivamente ocupados por los
mapuches no serían reconocidos por el Estado chileno. Bajo la figura de “terrenos no ocupados
efectivamente” o bien “tierras rescatadas a la barbarie” y más aún “tierras desocupadas” se adjudicaron
enormes extensiones de tierras a colonos chilenos, inmigrantes y especuladores (Neculman, 1994). La
radicación, reducción y entrega de Títulos de Merced, es decir el asentamiento definitivo de la población
mapuche, ocurrió entre los años 1884 y 1929; período de 50 años en el cual se entregaron 3.078 títulos de
merced, con una superficie aproximada de 500 mil hectáreas (Bengoa, 1985). En la práctica la ocupación
militar y el posterior asentamiento de la población indígena, significó la fragmentación de sus antiguos
espacios de ocupación, perdiendo los mapuches autonomía y continuidad territorial (Figura 2).

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Sus dominios se reducen, la mayoría de las veces, sólo a las tierras de labranza que se encontraban
alrededor de las casas, perdiendo los indígenas su derecho historico a ocupar bosques, aguas, suelos y
demás componentes territoriales. A través de este mecanismo usurpatorio, se desconocería el concepto
mapuche de territorio como un colectivo que incluye suelo, vegetación, fauna, aguas, riberas y,
especialmente, la transhumancia que practicaban algunos subgrupos como los pehuenches. De este modo,
entre 1884 y 1929, los mapuches pasarían de controlar un territorio cercano a las 10 millones de hectáreas
a tierras que en conjunto no superaron las 500 mil hectáreas (CEDM Liwen, 1990).

El Estado chileno reconocería la ocupación mapuche sobre 500 mil hectáreas, ubicadas en las regiones de
la Araucanía y del Biobío, radicando a cerca de 80 mil personas, con un promedio de 6,1 hectáreas
percapita. Sin embargo, parte de estas tierras serían nuevamente enajenadas y, ya en la década de 1960,
quedaban en manos mapuches sólo 350 mil hectáreas (Tordera, 1982). En 50 años habían perdido, por
razones aún dificiles de precisar, 150 mil hectáreas de las tierras que el Estado les había reconocido a
principios del siglo XX, territorios que constituyen la base de las actuales demandas de los grupos
mapuches en Chile2.

Una posible respuesta a la continua disminución de sus tierras la podemos encontrar en la dictación y
aplicación de una serie de leyes y decretos, inaugurada con una secuencia legislativa en 1927, que
permitieron: la subdivisión de los Títulos de Merced entregados por el Estado y la abolición de la
propiedad colectiva indígena para transformarla en propiedad privada transable en el mercado.
Adicionalmente, los procesos usurpatorios de latifundistas, que absorvieron comunidades y expulsaron a
su población, junto a la conformación de grandes espacios económicos en las zonas mapuches,
contribuyeron aún más a la fragmentación y atomización de sus territorios y estimularon el surgimiento de
graves conflictos por el acceso y uso de los recursos naturales (Calbucura, 2000).

La subdivisión de las comunidades y su conversión en pequeños predios privados, también facilitaría la


transferencia de las tierras y su creciente atomización. Ya en la década de 1960, la Coporación de
Reforma Agraria (CORA) calculaba que una familia campesina en Cautín, zona eminentemente mapuche
ubicada cerca de la ciudad de Temuco, necesitaba como mínimo de 50 hectáreas para contar con un
ingreso digno. Sin embargo, en esa época una familia disponía de aproximadamente 9,2 hectáreas.
Estudios posteriores entregan resultados similares: la mayoría de las familias mapuches tienen entre 5 y
20 hectáreas de mala tierra y sus cosechas, generalmente, están muy por debajo de la cantidad necesaria
para pagar los gastos, alimentar la familia y renovar el ciclo productivo (Haugney y Marimán, 1993).

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No sólo vieron disminuir las tierras entregadas por el Estado, sino que también en ese mismo período desaparecen 168
comunidades.

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Figura 2. Situación de las tierras mapuches entre los ríos Biobío y Toltén
(1860-1920). Fuente. Elaboración de los autores.

Enfrentados los mapuches a una situación de pobreza creciente, el proceso de Reforma Agraria en Chile,
iniciado hacia 1960, generó enormes expectativas entre la población indígena. Las comunidades y
familias presionaron por la recuperación de sus tierras ancestrales, ante la incapacidad de reproducir su
cultura en parcelas cada vez más subdivididas. En las regiones del Biobío y de la Araucanía la Reforma
Agraria sería muy intensa por concentrarse alli grandes latifundios acusados de mantener tierras
improductivas. En estas regiones serían expropiados 584 predios, con una superficie total de 710.816
hectáreas, tierras que serían entregadas, principalmente, a campesinos chilenos que trabajaban como
inquilinos en dichas propiedades. En la región del Biobío, de las 88.950 hectáreas expropiadas, 53.326
hectáreas fueron asignadas a campesinos no indígenas (60%) y 35.623 hectáreas a campesinos mapuches
(40%). La situación fue más desigual en la región de la Araucanía donde, aproximadamente, 200.600
hectáreas serían entregadas a campesinos no mapuches (91%) y sólo 19.328 hectáreas a campesinos
mapuches (9%; Centro EULA, 2001).

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Como se deprende de las cifras antes señaladas, a través de la Reforma Agraria se resolvieron sólo
parcialmente las demandas mapuches, pese a participar las comunidades y población indígena
activamente en el proceso (Molina, 2000). Lo anterior tiene su explicación en el carácter eminentemente
campesinista de la Reforma; es decir, se trataba de asegurar el acceso a tierras y capital a los trabajadores
agrícolas de los fundos expropiados, prescindiendo de la condición étnica de la persona que recibía la
tierra. Posteriormente, en 1973, la dictación del D.L N° 701 de Fomento Forestal permitió transferir a
gandes empresas las tierras que el Estado, bajo la denominación de Reservas Forestales, había expropiado
y no había asignado durante los 20 años en que ocurrió el proceso de Reforma. Se trataba de,
aproximadamente, 450 mil hectáreas; muchas de las cuales habían sido forestadas, en antiguas zonas de
ocupación mapuche, con la activa participación de las comunidades indígenas.

La breve reseña historica de las tierras mapuches nos indica que, durante los últimos 150 años, este pueblo
disminuyó considerablemente sus espacios de ocupación y, paulatinamente, fue empujado por la sociedad
dominante hacia territorios considerados pobres y marginales. Hoy, muchas de esas tierras revelan la
existencia de importantes recursos naturales, claves parta el desarrollo de grandes proyectos regionales de
inversión: recursos hídricos para proyectos energéticos e industriales, bosques naturales y recursos
mineros, son demandados por el actual modelo de desarrollo y los patrones de consumo de la sociedad
chilena actual.

La apertura económica y la liberalización de los regímenes de inversión, como resultado de la


globalización, están generando en Chile profundas transformaciones socioeconómicas y procesos de
reordenamiento territorial en los ámbitos regionales y locales (Echavarria, 2001). Nuevos desarrollos
energéticos, industriales, agroindustriales y vías de comunicación están impactando fuertemente los
territorios indígenas, muchos de ellos ecosistemas frágiles y únicos, áreas naturales protegidas ricas en
recursos estratégicos aún no conocidos y evaluados plenamente, como la biodiversidad natural y cultural.

2) LOS TERRITORIOS PEHUENCHES DEL ALTO BIOBIO3

El subgrupo mapuche de los pehuenche habita en la vertiente occidental y oriental de cordillera de Los
Andes, en la comunas de Santa Bárbara y Lonquimay en la República de Chile y en la provincia de
Neuquén, en la República Argentina. En Chile, la población pehuenche alcanza a las 4.639 personas
agrupadas en 11 comunidades en los valles de los ríos Queuco y Biobío (Tabla 1). En la actualidad, los
pehuenches ocupan en Alto Biobío, aproximadamente, 86.530,3 hectáreas, cifra que representa un 4,1%
del territorio regional y un 6,3% de la cuenca hidrográfica del río Biobío (Figura 3). Las tierras de las
comunidades forman parte del Area de Desarrollo Indígena del Alto Biobío (ADI)4, espacio territorial de
227.107 hectáreas en que los organismos de la administración del Estado, especialmente la Corporación
Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI), deben focalizar su acción en beneficio del desarrollo
armónico de los indígenas y sus comunidades (Ley N° 19.253, 1993).

La mayor parte de la población pehuenche vive en condiciones de extrema pobreza y práctican una
economía de subsistencia, basada en el uso complementario de espacios ecológicos, conocidos como
invernadas y veranadas.

3
El pehuen es el fruto de la araucaria y che significa gente. Gente del piñon.
4
D.S N° 93 Ministerio de Planificación (MIDEPLAN), año 1997.

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Figura 3. Zona de ocupación pehuenche en Alto Biobío (Area de Desarrollo Indígena del Alto Biobío,
ADI)

Tabla 1. Comunidades pehuenches del Alto Biobío.

Nombre comunidad Familias Personas Superficie Promedio


estimadas (ha) (hab/ha)
TrapaTrapa 160 900 14.204,42 15,8
MallaMalla 65 400 4.361,71 10,9
Cauñicu 106 700 9.380,9 13,4
Pitril Andrés Gallina 80 400 2384,73 15,5
Callaqui 80 500 1.424,42 2,92
El Avellano 15 59 164,19 2,78
Quepuca Ralco 90 400 11.501,61 29,3
Ralco Lepoy 125 800 18.522,47 23,2
Guayalí 100 500 18.969,33 40,9
Los Guindos (1) 36 180 n/c n/c
Total 817 4639 86.530,3 18,7

(1)
Esta comunidad no posee tierras y las familias viven en terrenos de un Fundo particular.
Fuente. Plan y Gestión Desarrollo Turístico de Santa Bárbara, UBB, 1997.
Centro EULA-Chile, 2001. Estudio Legal de la Propiedad Sector Alto Biobío.
CONADI-Cañete, 2000.
Instituto Nacional de Estadística (I.N.E). XVI Censo de Población y V de Vivienda 1992.

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a) Las actividades productivas

La agricultura de los pehuenche es de subsistencia y los cultivos tienen como objetivo principal satisfacer
las necesidades de consumo familiar, meta que, generalmente, no es alcanzada por los productores
indígenas. Las siembras se realizan en las invernadas, donde se utilizan los sectores más planos ubicados
en las terrazas fluviales (Figura 4). Todos los estudios indican las limitaciones de la agricultura en Alto
Biobío, principalmente restricciones físicas y socioeconómicas, como también la tendencia a una continua
disminución de las superficies cultivadas (Azócar, 1992; Vargas, 1993; ENDESA, 1997; Aguayo, 1998;
Carrasco y Figueroa, 2003).

Es común la siembra de cereales (trigo y avena), cultivos de chacarería (papas y porotos), hortalizas al
aire libre y en invernadero y empastadas (treból y alfalfa). En general, la producción es muy rústica, con
bajos rendimientos y producciones por debajo de los promedios regionales y nacionales, uso de semillas
autoproducidas y abonos naturales de origen animal5. Los procesos de erosión hídrica y compactación de
suelos, la existencia de suelos delgados y pobres en nutrientes, junto a la rigurosidad climática y las
fuertes pendientes, limitan aún más la agricultura. Es importante destacar la gran diversidad de las
actividades productivas de los pehuenche y la dependencia de la economía familiar respecto a los ingresos
monetarios generados fuera de las comunidades (Figura 5). A modo de ejemplo, durante el año agrícola
1992-1993, en la comunidad de Callaqui se ocupaba un 40% de la mano de obra disponible en actividades
productivas realizadas a cambio de un salario, un 43,2% en actividades consideradas no productivas y
ligadas al ámbito doméstico y un 16,8% en actividades agropecuarias (Azócar, 1993).

Figura 4. Actividades agrícolas en comunidades pehuenches del Alto Biobío

5
La producción promedio de trigo en algunas comunidades pehuenches en el año agrícola 1995-1996, fue de 12 qq/ha, valor
significativamente más bajo que el promedio nacional en ese mismo periódo, que fue de 35 qq/ha. Fuente: ENDESA, 1997.
Estudio de Impacto Ambiental Central Hidroeléctrica Ralco.

8
El sistema de crianza se caracteriza por ser estacional y trashumante, extensivo y con baja ganancias de
peso de los animales, en especial en períodos críticos de invierno y verano. La población se traslada junto
con el ganado desde los sectores bajos o invernadas hacia los sectores de altura o veranadas, que
proporcionan los pastos apropiados para la crianza de ovinos, caprinos, bovinos y equinos. La crianza de
ganado caprino es la más importante, debido a que esta especie presenta, comparativamente, una mejor
adaptación a la rigurosidad climática y a las condiciones topográficas de la zona, constituyéndose en la
principal fuente de proteínas de origen animal en la dieta de los pehuenches. La utilización de especies
exóticas y el desarrollo de la ganadería fueron adoptadas de los españoles.

Entre abril y noviembre, el ganado se mantiene en las invernadas alimentándose del forraje disponible en
las praderas naturales aledañas a las casas de los pehuenches y, en otros casos, con treból y alfalfa
almacenada en época de verano. Entre noviembre y abril, los animales junto a las familias se trasladan
hacia los sectores de altura o veranadas, espacios ecológicos que proporcionan los pastos apropiados para
la crianza durante los meses de estiaje. La baja capacidad de carga de las invernadas, producto del
sobrepastoreo y de su escasa superficie, obliga a muchas familias a mantener sus animales durante todo el
año en las veranadas, generando una presión adicional sobre estas tierras. La ganadería es la principal
actividad económica llevada a cabo por las comunidades pehuenches y constituye una fuente histórica de
importantes ingresos para los grupos familiares. Los animales son comercializados en las comunidades y
en los centros poblados de la provincia del Biobío (ENDESA, 1997; Centro EULA, 2001). Sin embargo,
esta actividad se realiza en precarias condiciones zoosanitarias y con una fuerte presión de mapuches y
colonos por el uso de las veranadas de mejor calidad, situación que se traduce en permanentes conflictos
por el uso de estos recursos (Carrasco y Figueroa, 2003; Centro EULA, 2001).

La actividad forestal, junto con la ganadería, ha sido una de las actividades más importantes para los
peuenches. Sin embargo, no se ha traducido en un beneficio directo para las comunidades y, por el
contrario, la explotación, muchas veces indiscriminada de los recursos forestales, ha causado graves daños
a los bosques y recursos naturales asociados a estos ecosistemas. La necesidad de las comunidades locales
de habilitar áreas de cultivo y zonas de pastoreo, ha significado una progresiva disminución de la
cobertura vegetal, como también las quemas no controladas y la tala de bosque, prácticas habituales de
colonos e indígenas. Adicionalmente, la explotación maderera a gran escala, realizada por la empresa
Ralco S.A. entre los años 1940 y 1970, junto con la fuerte demanda de astillas para la industria de la
celulosa, contribuyó fuertemente a la disminución de la cobertura vegetal, con una pérdida de la capacidad
productiva y de regeneración del bosque nativo (Azócar, 1992; Aguayo, 1998).

A esto se suma la extracción de madera para leña, carbón y material de construcción, especialmente
cercos, en sectores adyacente a las invernadas. La intervención del bosque no está sujeta a planes de
manejo y, por lo tanto, a métodos silvícolas que garanticen un uso adecuado del recurso. Por el contrario,
el floreo del bosque, o selección de los mejores individuos sin consideraciones silviculturales, es la técnica
que comúnmente se emplea para explotar la madera, afectando seriamente su capacidad de regeneración.
También, es posible observar importantes extensiones de bosque quemado, producto de incendios
forestales y quemas no controladas (Figura 5).

Pese a las dificultades antes mencionadas, el bosque nativo en Alto Biobío todavía posee un gran potencial
productivo6. Será necesario diseñar un plan de ordenamiento de estos recursos que defina, claramente,
zonas con potencial económico-productivo y áreas de protección, como también capacitar a indígenas y
colonos en técnicas silviculturales de manejo y recuperación del bosque y promover usos no maderables,
como la recreación, recolección y producción de agua, esto último a través de la protección de cauces y
quebradas. Las plantaciones forestales no son importantes en las comunidades. Sólo en algunas grandes
propiedades privadas constituye una actividad comercial de envergadura. Debido a las condiciones
climáticas imperantes en la zona, las plantaciones se localizan en sectores bajo los 900 metros de altura y

6
Más del 50% de la superficie total del Area de Desarrollo del Alto Biobío está cubierta por bosque nativo,
aproximadamente 110 mil hectáreas.

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las especies utilizadas son, principalmente, pino, Pinus radiata, pino oregón, Pseudotsuga menziesii y
eucalipto, Eucalyptus sp.

Figura 5. Bosques de araucaria quemados y erosión de suelos

La recolección del piñón o nguillio es una actividad tradicional en las comunidades, siendo uno de los
productos básicos en la dieta familiar. Además del piñón, también recolectan plantas medicinales, hongos,
frutas, cortezas y ramas de araucaria. Estos productos son habituales en la dieta indígena y su consumo
parece aumentar en ceremonias religiosas, como el nguillatun. El recurso natural asociado a esta actividad
es la vegetación, especialmente los bosques de araucaria, Araucaria araucana, roble, Nothofagus oblicua,
coihue, Nothofagus dombeyi y raulí, Nothofagus alpina. Algunos estudios indican que los productos
recolectados aún constituyen una parte importante del consumo familiar, además de ser un complemento
para la alimentación de animales y un aporte en ingresos monetarios (Azócar, 1992)7.

b) Los espacios de ocupación

Los factores ambientales en Alto Biobío son determinantes en la forma de vida y actividades que
desarrollan las comunidades pehuenches. Las formas de uso de estos territorios y las características
culturales de los grupos que allí habitan, permiten distinguir diferentes espacios de ocupación, los cuales
forman parte de un ciclo productivo que sostiene un sistema de vida tradicional, compartido tanto por
comunidades pehuenches como por colonos. Estos espacios, incluyen veranadas, invernadas, pinalerías y
bosque nativo (Molina y Correa, 1998; Molina, R. 1998). Para los pehuenches gran parte del territorio
tiene un uso común y se utiliza en función de un ciclo anual de actividades y de la disponibilidad de
recursos naturales.

Las invernadas y las veranadas están asociadas al régimen climático anual y dependen de la existencia o
ausencia de nieve, siendo la primera el hábitat donde se encuentra la vivienda, corrales, cultivos y parte
del bosque nativo. Una vez que, en primavera, comienza el derretimiento de la nieve los pehuenches
inician el ascenso a las veranadas, llevando consigo sus animales a los pastos nuevos e iniciando la
cosecha del piñón. Existe una continuidad territorial entre éstos ambientes ecológicos, es decir un libre
desplazamiento de personas y de recursos, aspecto fundamental para el desarrollo económico y cultural de
este pueblo, como también para el manejo de recursos naturales. Esta forma de relación con la tierra,
7
Azócar, 1992. En la comunidad de Callaqui el año 1992 una familia pehuenche recolectaba, en promedio, 74 kilos de piñones,
de los cuales el 87% se destinaba al consumo familiar. Sistemas de Producción Pehuenches.

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basada fundamentalmente en la ganadería trashumante, es común en toda el ADI del Alto Biobío y en toda
el área cordillerana de la región del Biobío.

• Las veranadas

Las veranadas son tierras altas dedicadas, principalmente, al pastoreo del ganado vacuno, caballar, caprino
y ovino (Figura 6). Entre mayo a septiembre permanecen cubiertas de nieve y, a partir de octubre, los
deshielos cordilleranos despejan estas áreas, permitiendo el desarrollo y crecimiento de los nuevos pastos.
Los pastizales de Alto Biobío Biobío, aquellos de dominio estepario-frio o veranadas, están constituidos
por formaciones vegetales ubicadas a más de 600 m.s.n.m., como matorral espinoso andino, bosque
abierto andino sin coníferas, matorral preandino de hojas lauriformes y bosque abierto de araucarias
(SAG, 1986)8. La cubierta herbácea o pradera es rica y abundante en primavera, y está delimitada por la
pendiente, altitud, vegetación dominante y condiciones hídrico-edáficas. Las veranadas comprenden una
superficie estimada en 81.775,52 hectáreas, valor que representa un 36% del ADI del Alto Biobío. En la
estrata herbácea se encuentran los géneros Stipa, Poa y Bromus, con un potencial productivo de 0,3 ton/ha
de materia seca. Estas especies son de alto valor ecológico, pratense y de buena palatabilidad. Las
gramíneas amacolladas o coironales, pertenecen a las especies Stipa chrysophylla, Stipa pogonanthera,
hordeus chilensis, Festura sp. Las praderas de dominio templado o seco estival, se caracterizan por
formaciones vegetales de matorral de transición y de Nothofagus oblicua y Laurelia sempervirens. Estos
pastizales presentan rendimientos estacionales marcados por bajas temperaturas invernales y restricciones
hídricas en verano, con una producción en primavera-verano que alcanza a 2,4 ton/ha de materia seca.

Figura 6. Veranadas y puestos pehuenches en comunidades de TrapaTrapa y Ralco Lepoy,


valles del río Queuco y Biobío (sobre 800 m.s.n.m)

8
Servicio Agrícola y Ganadero (SAG, 1986). Estudio Preliminar de Ordenación de Veranadas.

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• Las tierras de abrigo o invernadas

Las invernadas son espacios de abrigo, destinados al refugio de los animales durante la época invernal y al
establecimiento de las familias durante gran parte del año. Se caracterizan por tener una superficie
reducida, en comparación con las veranadas y estar ubicadas, preferentemente, en las terrazas fluviales de
los cursos de agua más importantes de la zona (Figura 7). En estos lugares se practica una agricultura de
subsistencia, principalmente, de cereales, avena y trigo, y chacarería. Además, se cultiva alfalfa para la
alimentación del ganado y, en los últimos años, se han introducido plantaciones forestales, Eucalyptus sp.,
para conservación de suelos y abastecimiento de leña.

Las condiciones climáticas son menos rigurosas que en las veranadas y la topografía es plana a ondulada,
con pendientes moderadas menores a 15%. Se trata de pequeños valles o terrazas de ríos, ubicadas a
menos de 1.000 m.s.n.m, con suelos aptos para algunos cultivos agrícolas y condiciones más apropiadas
para el asentamiento de población. Son tierras escasaz y con una fuerte presión de uso. La vegetación en
las invernadas esta constituida por matorrales abiertos y semidensos, bosque nativo abierto y algunas
plantaciones forestales. Se trata de renovales pertenecientes al tipo forestal roble-rauli-coihue, utilizados
en la extracción de leña, elaboración de carbón y como material de construcción en viviendas. La
superficie de invernadas en Alto Biobío es de 16.658,2 hectáreas, valor que representa un 7,6% de la
superficie total del ADI.

Figura 7. Invernadas y viviendas pehuenches en comunidades de Quepuca Ralco y


Callaqui, valle del río Biobío (entre 600 y 800 m.s.n.m)

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• Los bosques de araucarias o pinalerías

Las pinalerías se ubican entre los 900 y 1.400 m.s.n.m y en estos ambientes se encuentran los bosques de
araucaria, utilizados por los pehuenches para la recolección del piñon o ngüillio. En invierno estas zonas
permanecen cubiertas de nieve, alcanzando en algunas áreas de la cordillera hasta 2 o más metros de
profundidad. Los bosques de araucaria están formados por árboles longevos, de regeneración lenta y baja
dispersión de semillas, que dan forma, en algunos sectores, a bosques puros y, en otros, están asociados a
lengas y ñirres (Figura 8).

La Araucaría araucana se distribuye formando un dosel abierto sobre un estrato inferior compuesto, en
las partes altas, por lenga, Nothofagus pumilio. A menor altitud, se asocia con coihue, Nothofagus
dombeyi y, ocacionalmemte, con roble, Nothofagus oblicua. También es posible observar, en el límite
altitudinal de la vegetación árborea, individuos achaparrados, asociados a ñirre, Nothofagus antarctica
(Rodríguez et. al., 1983; Veblen and Delmastro, 1976). La madurez reproductiva de la araucaria puede ser
alcanzada a la edad de 22 años y se trata de una especie dioica, con ejemplares de sexo femenino y
masculino (Rodríguez et al., 1983). Sus semillas carecen de alas y pesan entre 3 y 4 gramos. Por esta
razón, la mayoría de las semillas de los árboles caen dentro de un radio de 7 a 8 metros, respecto del árbol
materno, lugar donde son almacenadas, dispersadas o consumidas por una variedad amplia de animales,
aves y roedores. Los bosques de araucaria en el ADI abarcan un área de 8.606,9 hectáreas, cifra que
representa un 15,6% de todo el bosque nativo del Alto Biobío y un 8,2% del área de estudio.

Los bosques de araucaria y, especialmente, los piñones han sido una importante fuente de recursos para
las comunidades del ADI. Algunos trabajos han identificado la importancia que este recurso tiene para los
pehuenche, identificando las formas de uso del piñon, métodos de recolección, representación simbólica y
formas de utlización de la madera (Aldunate y Villagran, 1992; Valenzuela, 1981, 1984; Hilger, 1957;
Angli, 1918; Quarto, 1990; Aagesen, 1993; Bragg, 1980, 1981; Nielsen, 1963; Azócar, 1992; Bengoa,
1985).

Figura 8. Bosques de araucaria comunidades de Callaqui y TrapaTrapa, valle del río Queuco
(sobre 1.200 m.s.n.m)

• El bosque

Es un espacio ecológico constituido por todas aquellas comunidades vegetales boscosas, excepto las
pinalerías, que ocupan una posición intermedia entre las invernadas y las veranadas. En estas zonas son
dominantes los tipos forestales roble-raulí-coihue, lenga y ciprés de la cordillera (Donoso, 1993). El clima
no es tan riguroso como en las pinalerías y veranadas, razón por la cual constituye una zona de refugio
para animales durante el invierno. El bosque se utiliza para extraer leña, maderas para construir cercos y
viviendas, recolección de plantas medicinales y frutos silvestres, como avellanas, digüeñes y hongos.

13
Además, existe una gran variedad de flora y fauna nativa asociada a este hábitat, ideal para especies como
zorros, pumas y aves.

Grandes extensiones de bosque en Alto Biobío han sido alterados por la acción humana, principalmente
por el floreo o corta selectiva de árboles, la explotación a tala rasa, las quemas e incendios forestales, la
producción de metros rumas y el sobrepastoreo de ganado caprino. El bosque nativo es el principal
recurso natural en el ADI del Alto Biobío y, considerando todas las categorías, comprende una superficie
de 117.866 hectáreas. En la figura 9 se presenta un esquema con la zonificación de los espacios de
ocupación de las comunidades pehuenches.

Figura 9. Espacios de ocupación en comunidades pehuenches del Alto Biobío


(en base a Molina y Correa, 1998)

c) La pérdida de los espacios de ocupación: ¿orígenes de un conflicto?

El territorio ocupado por los pehuenches, desde la llegada de los españoles hasta el siglo XIX, abarcaba
una zona preandina comprendida entre los paralelos 34° y 40° de Latitud sur (Figura 10). Todas las
fuentes hitoriográficas y arqueológicas prueban que los pehuenches tuvieron presencia en la zona del Alto
Biobío desde tiempos inmemoriales (Vicente Carballo y Goyeneche; De La Cruz, 1910; Latcham;
Casamiquela, 1965; Villalobos, 1989, 1995). La transumancia o nomadismo que los pehuenches
practicaron en siglos anteriores no implicó el abandono de sus tierras con ánimo de desprendimiento, sino
por el contrario, es posible afirmar que los indígenas reconocían dominio sobre territorios que
estacionalmente debían ocupar para sobrevivir. En los valles cordilleranos ejercieron actos posesorios
como lo dice Diego de Rosales (1877): “Cada uno tiene su pedazo de cordillera señalado y heredado de
sus antepasados, y que tiene por suyos los pinos de aquel distrito para hacer su cosecha de piñones para
el sustento del año”. Lo mismo atestiguarían, posteriormente, otros cronistas como de la Cruz y Poeppig
(De La Cruz, 1910; Poeppig, 1960).

14
Figura 10. Territorios pehuenches en los Siglos XVIII y XX (Azócar et al., 2003)

Las grandes propiedades particulares en Alto Biobío se formaron, a partir del año 1870, por cesiones de
derechos de indígenas a particulares. Los grandes fundos estaban ocupados por inquilinos, medieros y
administradores que ocupaban estas tierras como meros tenedores pero que, en la práctica, se convirtieron
en colonos de los valles cordilleranos e imitaron la forma de vida de los pehuenches. “Así el uso de
veranadas e invernadas, la economía pastoril, de recolección del piñón y de pequeños cultivos, fue
consolidando la ocupación territorial dentro de los predios particulares y demarcando la frontera con los
pehuenches, a los que se les comenzó a negar el acceso a los tradicionales lugares de utilización
económica, ahora ocupados por estos colonos” (Molina, R. 1998; Molina y Correa, 1998) .

El procedimiento usado por los particulares para despojar a los pehuenches de sus tierras consistía en la
ocupación por terceros de valles cordilleranos, con el fin de llevar animales a las veranadas. Luego, se
posesionaban del sector y establecían con los indígenas relaciones comerciales y de amistad, sacando
ventajas mutuas de los diversos medios de subsistencia que se daban en la zona, como el habitual tráfico
de animales desde el otro lado de la Cordillera Andina, usando los pasos controlados por los indígenas.
Dentro de este ambiente se produce la persecución militar argentina, que vino muy bien a las pretensiones
de los especuladores ya que los pehuenches debieron huir o fueron forzosamente reubicados en el valle
central de Chile. Sin embargo, éstos volvieron a sus antiguos dominios y encontraron que otros habían
enajenado sus tierras. Del mismo modo, aquellos que se quedaron en el Alto Biobío, fueron presa del
engaño y entregaron el dominio de miles de hectáreas a particulares (EULA, 2001).

Las leyes especiales destinadas a evitar los abusos contra los indígenas que se habían promulgado a la
época de las primeras enajenaciones, no surtieron su efecto por cuanto sencillamente no se aplicaban o
bien se interpretaban antojadizamente. Molina y Correa señalan que “la pérdida de tierras pehuenches se

15
produce en un contexto de conflicto y persecución, el que facilita la acción de los especuladores de
tierras, quienes mediante la compra de acciones y derechos a indígenas, se apoderan de grandes
extensiones de terrenos, cuyos deslindes son redactados a voluntad o corresponden a las jurisdicciones de
determinados caciques. Lo obtenido de los indígenas mediante transacciones engañosas es legalizado en
Notarías, y los títulos de propiedad inscritos el Conservador de Bienes Raíces” (Molina y Correa, 1998).

En este sentido, ninguna de las compras hechas a indígenas cumplió con la normativa legal vigente a la
época de celebración de dichos contratos (EULA, 2001). La mayoría de estas compras sólo se
materializaron en el papel, es decir, en los títulos. En ellos no existen antecedentes que permitan
determinar que el cesionario, además, adquiría la posesión material de los terrenos en que recaían los
derechos que adquiría. Otro mecanismo de constitución de la propiedad fueron los remates de tierras
indígenas que el fisco, a partir del año 1902, realizó en la zona por no pago de contribuciones. Todas estas
situaciones generaron conflictos permanentes durante todo el siglo recién pasado y también en la
actualidad, entre propietarios particulares, colonos, el Estado y los pehuenches, especialmente por la
ocupación de las invernadas y veranadas.

Ya a fines del siglo XIX y principios del siglo XX está consumada la enajenación de miles de hectáreas de
las que se posesionan personas naturales o jurídicas ajenas a las comunidades pehuenches. Comienza allí
el drama del desarraigo, de vivir en lo propio, pero reconocido como ajeno por el huinca porque el sistema
legal que ampara la propiedad no reconocería la ocupación histórica de los pehuenches. Las leyes
promulgadas por el Estado de Chile, tendientes proteger a los indígenas y a evitar los daños causados por
el engaño de que eran objeto por los especuladores, tuvieron escasa aplicación (EULA, 2001).

Las precarias condiciones en que quedaron los pehuenches obligó a las autoridades a una preocupación
más proteccionista a principios del siglo XIX y comienza a efectuar las radicaciones que las leyes
especiales consideraban para tal efecto. Pese a enormes dificultades administrativas y a la tenaz oposición
de los particulares, la Comisión Radicadora de Indígenas efectúa la radicación en 1919 y 1920 de las
comunidades de Cauñicú, Malla Malla y Trapa Trapa, en el valle del Queuco, otorgando los respectivos
títulos de merced. Sin embargo estos títulos estarían lejos de satisfacer las demandas de los pehuenches
que ven como parte de las veranadas y bosques de arucaria quedaban fuera de sus dominios.

Los pehuenches declararon formalmente en 1890 tener dominio ancestral de sus tierras y solicitaron en
aquella época al Estado chileno el goce tranquilo de sus propiedades en un área que abarcaba,
prácticamente, toda la zona sur del ADI del Alto Biobío, con una superficie, aproximada, de 113.122,21
hectáreas . De estas tierras, en la actualidad, sólo 53.835,72 hectáreas son de indígenas (47,59%). En el
valle del río Queuco las tierras ancestrales de las agrupaciones indígenas de Antonio Canio, José Anselmo
Pavián, Antonio Marihuán y Andrés Gallina comprendían una superficie de 119.232,89 hectáreas de las
cuales el Estado reconocería a los pehuenches sólo 38.441,89 hectáreas (EULA, 2001; Figura 11).

Respecto a la situación jurídica de las grandes propiedades que se formaron, existieron en los modos de
adquirir y en la definición de sus deslindes ambiguedades e inexactitudes que han generado conflictos por
la posesión y tenencia de la tierra. La posesión material de grandes extensiones de terreno la ejercen, hasta
la fecha, indígenas pehuenches, con o sin títulos, amparándose en su ocupación ancestral. En la actualidad,
los indígenas desconocen las ventas que habrían hecho sus antepasados por cuanto, en la práctica, ellos
nunca han dejado de vivir y poseer la tierra. A través de la entrega de títulos de Merced se reconoce la
ocupación histórica y ancestral de los pehuenches de sólo una pequeña parte de los territorios que estas
comunidades ocupaban en esta zona de la Cordillera de Los Andes.

16
Figura 11. Tierras ancestrales pehuenches en Alto Biobío y Títulos de Merced (Siglo XIX)

d) Situación actual de la propiedad

En la actualidad los territorios ocupados por los pehuenches alcanzan a las 86.530,3 hectáreas, valor que
representa un 38,1% de las 227.107,6 hectáreas que ocupaban a mediados del Siglo XIX. En estas tierras,
actualmente, se distribuyen once comunidades pehuenches con un promedio de 18,65 hectáreas por
persona. El Estado de Chile, a principios del Siglo XX, reconocería la ocupación pehuenche en los valles
cordilleranos de los ríos Queuco y Biobío; posteriormente, en la década de 1960, con la Reforma Agraria,
serían adjudicadas nuevas tierras a comunidades indígenas del valle del río Biobío y, en la década de 1990
ENDESA-España S.A, permutaría a pehuenches de las comunidades de Quepuca Ralco y Ralco Lepoy sus
tierras por otras de igual valor, situadas en la misma zona cordillerana9.

Las tierras ancestrales en el valle del río Biobío comprendían una superficie estimada de 113.122,21
hectáreas y, a través de la Reforma Agraria, son devueltas a sus antiguos dueños sólo 19.231,1 hectáreas;
es decir, un 17% de lo que antiguamente ocupaban. Una parte importante de las tierras expropiadas en el
valle del río Biobío, cerca de 12 mil hectáreas, son declaradas fiscales y transferidas para su
administración a la Corporación Nacional Forestal (CONAF). La reforma agraria permitió restituir o
devolver a los pehuenches sólo una parte de sus antiguos territorios, principalmente en el valle del río
Biobío y del río Pangue.

9
La permuta de las tierras pehuenches se realizó para la construcción del embalse de la Central Hidroléctrica Ralco,
uno de los seis proyectos energéticos que ENDESA-España S.A. pretende desarrollar en la cuenca hidrográfica del
río Biobío. La permuta de tierras es la figura legal que permitió a la empresa enajenar terrenos indígenas protegidos
por la Ley N° 19.253 y que son fundamentales para la materialización de ese mega-proyecto energético.

17
En el ADI del Alto Biobío se observa una concentración de la tierra en propiedades grandes y medianas,
como también una atomización de explotaciones de subsistencia, donde se concentran las tierras de los
pehuenches (Figura 12; Tabla 2). La propiedad pehuenche corresponde, principalmente, a hijuelas
particulares originadas en la subdivisión de los fundos expropiados en la década de 1960 y luego
asignados a familias indígenas el año 1985. Un 18% de las tierras del ADI se encuentran en situación de
conflicto entre propietarios particulares y comunidades pehuenches, siendo los primeros quienes detentan
los títulos de dominio y los indígenas la ocupación material de territorios demandados como áreas de
ocupación ancestral.

Figura 12. Situación actual de las tierras pehuenches en Alto Biobío (Azócar et al., 2003)

Tabla 2. Situación actual de las tierras pehuenches en Alto Biobío (*).

Tipo de propiedad Superficie Porcentaje Número Porcentaje


(ha) (%) Propiedades (%)
Propiedad fiscal inscrita 16.482 7,3 19 1,5
Propiedad particular 83.072 36,6 558 45,4
Mercedes indígenas 27.947,3 12,3 3 0,4
Tierras indígenas hijueladas 41.451 18,3 493 40,1
Tierras indígenas permutadas 17.132 7,5 125 10,2
Propiedades en conflicto 41.002,3 18 13 1
Propiedades del Estado 21 ... 18 1,4
Total 227.107,6 100 1.229 100
(*)
Los valores indicados en la tabla corresponden a las superficies indicadas en los títulos de dominio de cada
propiedad.
Fuente. EULA-Chile, 2001. Estudio Legal de la Propiedad Sector Alto Biobío.

18
e) Hacia una interpretación de los conflictos territoriales

En 1920 ya se había constituido la propiedad particular en el Alto Biobío y reducido a los pehuenches a
las escasas tierras que hoy ocupan. Se consumaba, de esta manera, una de las mayores intervenciones del
Estado sobre sus territorios, avalada por un ordenamiento jurídico que consagró un régimen de propiedad
basado en la legalidad de la inscripción de los títulos de dominio en los Registros Conservatorios de
Tierras y que desconoció los derechos históricos de los pehuenches al uso y goce de sus antiguos
territorios.

Los pehuenches pierden sus tierras y se transforman en campesinos pobres, ejerciendo cada vez menos
control sobre sus territorios y recursos naturales. A través de nuestro sistema jurídico se produce lo que
algunos autores denominan la fragmentación legal de los componentes de la tierra; en otras palabras, se
enajenan y desvinculan los componentes del territorio, suelos, agua, riberas, subsuelo, bosques, en
distintos regímenes de propiedad y concesión a particulares, produciéndose una contraposición con el
concepto indígena de territorio que engloba y vincula todos los recursos (Llancaqueo, 1996)10.

De este modo, se produce una disminución de las áreas de pastoreo y recolección, especialmente
veranadas y pinalerías, avance de inscripciones de aguas a manos de no indígenas y la constitución de
concesiones mineras en las comunidades pehuenches. Para desgracia de los pehuenches, en nuestro
sistema jurídico la propiedad de la tierra no otorga derechos sobre el subsuelo, tampoco sobre las aguas,
las riberas y las especies que en ella existen.

Citemos algunos ejmplos. Gran parte de las aguas utilizadas actualmente por las comunidades pehuenches
no se encuentran inscritas en los registros de propiedades, como tampoco los recursos hídricos de otros
aprovechamientos menores, que captan agua de esteros y quebradas. Sin embargo, las empresas Pangue
S.A (292,5 m3/seg), ENDESA-España S.A. (255 m3/seg) y algunos particulares, tienen constituidos
derechos consuntivos y no consuntivos en las margenes de los ríos Biobío y Queuco, otorgados por el
Estado chileno para la generación de energía eléctrica (Figura 13).

La construción de las centrales hiroeléctricas Pangue y Ralco, especialmente la última, en territorios


indígenas constituye un avance en la pérdida de autonomía de las comunidades pehuenches del valle del
río Biobío. En la práctica, la inundación de 639 hectáreas de tierras de invernadas de las comunidades de
Quepuca Ralco y Ralco Lepoy, con la relocalización de aproximadamente 400 personas, implicará: la
reducción ostensible de los territorios de invernada de ambas comunidades; separación física de familias,
con la consiguiente pérdida del idioma vernacular y alteración de lazos de cooperación y de solidaridad;
pérdida de patrimonio cultural por inundación de cementerios, sitios arqueológicos y ceremoniales y la
desarticulación territorial de las comunidades por la relocalización de familias indígenas fuera del área de
ocupación ancestral (ENDESA, 1997).

Además de la gran intervención y alteración territorial que supone la construcción y operación de los
complejos hidroeléctricos, ambas empresas y otros propietarios particulares de la zona han obtenido, en la
práctica a perpetuidad, todos los derechos de aprovechamiento de los ríos Biobío y Queuco, limitando el
futuro acceso de los pehuenches a los recursos hídricos de la zona, especialmente para proyectos de riego
y actividades turísticas. En la actualidad, existen conflictos entre particulares y comunidades pehuenches
por el aprovechamiento de fuentes termales, inscritas por particulares (derechos de aprovechamiento y
propiedad del suelo) en zonas ocupadas por población indígena (EULA, 2001).

10
Victor Toledo Llancaqueo, 1996. Todas las aguas, el subsuelo, las riberas, las tierras. Notas acerca de la (des)
protección de los derechos indígenas sobre sus recursos naturales y contribución a una política pública de defensa.
http/www.xs4all.nl/-rehue/art/aguas1.html.

19
Figura 13. Construcción embalse Pangue y área de inundación central
hidroeléctrica Ralco, valle del río Biobío.

El desarrollo minero del área tampoco escapa a esta lógica. En Alto Biobío han sido otorgadas a privados,
en zonas de ocupación indígenas, concesiones mineras de sílice, oro, plata, cobre, molibdeno, zinc, plomo
y hierro, como también concesiones sin identificar. Se trata de concesiones de exploración que abarcan
una superficie aproximada de 13.701 hectáreas, equivalentes a un 6% del área de estudio (227.541,4
hectáreas). Se localizan, principalmente, a lo largo del río Biobío, entre las confluencias de los ríos
Queuco y Lomín, y en sectores de las comunidades pehuenches de MallaMalla y Trapatrapa. A futuro, la
explotación de estos recursos podría constituir un potencial foco de conflictos entre las comunidades y los
propietarios de dichas concesiones.

Los resultados de nuestras investigaciones nos muestran una clara tendencia a la desprotección de los
derechos de los indígenas sobre sus territorios y recursos naturales, como ocurre en el ADI del Alto
Biobío; espacio territorial en que los organismos del Estado debieran focalizar su acción en beneficio del
desarrollo armónico de los indígenas y sus comunidades (Art.26 Ley N° 19253). Sin embargo, las
tendencias son otras, con una creciente pérdida de autonomía y de control de los pehuenches sobre sus
antiguos espacios de ocupación.

Pasemos a revisar algunas cifras. De las 81.775,52 hectáreas de veranadas del ADI del Alto Biobío,
36.626,13 hectáreas se encuentran, actualmente, en manos de indígenas, 22.921,7 hectáreas en manos de
particulares y 18.556 hectáreas en propiedades particulares demandadas por los pehuenches como zonas
de ocupación ancestral. En el caso de las invernadas la situación es más compleja por cuanto estas tierras
alcanzan sólo a las 16.658,2 hectáreas; es decir, un 7,3% de toda el ADI del Alto Biobío. De esta cifra,
9.793 hectáreas se encuentran en tierras pehuenches, 4.013,5 hectáreas en propiedades particulares y
2.851,8 hectáreas en zonas de conflicto (EULA, 2001). En el caso de los bosques de araucarias o
pinalerías, estos cubren una superficie de 18.607 hectáreas, cifra que representa un 16,6% de todo el
bosque nativo del ADI. De este valor, 9.346,4 hectáreas se encuentran en tierras indígenas, 4.557
hectáreas en propiedades particulares, 3.599,5 en propiedades fiscales y 1.104,2 hectáreas en zonas de
conflicto (EULA, 2001).

20
3) CONCLUSIONES

Los conflictos territoriales en Alto Biobío tienen un origen histórico y están directamente relacionados con
la constitución de la propiedad privada, a mediados del siglo XIX, la ocupación militar de la Cordillera de
Los Andes, tanto en la vertiente oriental como occidental, la drástica reducción de los espacios de
ocupación de los mapuches y los procesos de colonización que se dieron en el área. Las prácticas
tradicionales de los mapuches fueron alteradas, especialmente su libre desplazamiento entre las pampas
Argentinas y los valles cordilleranos Chilenos, las actividades comerciales de venta de sal, ponchos y
otros productos, la ganadería y utilización de zonas de pastoreo y recolección de frutos silvestres,
debiendo compartir las comunidades, en espacios reducidos, los mismos recursos naturales con colonos y
propietarios particulares.

La intervención del Estado sobre los territorios pehuenches, especialmente la radicación en reducciones,
ocurrida a principios del siglo XX, la división de las tierras comunales en 1980 y el desarrollo de grandes
proyectos privados de inversión en la década del 90, ha generado impactos socioeconómicos y territoriales
sobre las zonas de ocupación pehuenches del Alto Biobío. Una de las tendencias más importantes que
afecta a las comunidades y población pehuenche es la emigración de población, temporal o permanente,
desde el campo hacia los principales centros urbanos de la región, especialmente de población joven hacia
Santa Bárbara, Los Angeles y Concepción. Este no es un fenómeno reciente y desde hace décadas operan
factores que explican las altas tasas de emigración, como la falta de tierra en las comunidades y los
procesos de reconversión en las economías regionales (Bengoa, 1996).

En la mayor parte de las comunidades pehuenches del ADI se observa un continuo salir y entrar de
población. Se trata de espacios territoriales de estacionamiento de la fuerza de trabajo inactiva; es decir,
de personas de edad y niños. Los que migran, usualmente en forma temporal, son parte de la población
activa y trabajan en la actividad forestal, en la agricultura y en servicios en centros urbanos (Azócar, 1992;
Vargas, 1993). Las comunidades pehuenches se han transformado progresivamente en áreas de refugio
cultural frente a los procesos de modernización de la sociedad nacional, produciéndose una brecha
cultural entre la sociedad pehuenche rural y la sociedad regional (Bengoa, 1996).

Ha surgido, de este modo, un tipo de comunidad denominada comunidad residencial que estaría
caracterizada por ser lugar de habitación de personas indígenas que salen a trabajar diariamente o en
ciertos períodos del año fuera del predio y que utilizan las tierras de la comunidad como un espacio de
vivienda, de residencia, de estacionamiento. Los datos de producción agrícola muestran que la residencia
se combina con una agricultura básica de subsistencia, que permite resolver sólo algunas necesidades
básicas de alimentación (Azócar 1992; Vargas, 1993).

En este contexto, la escasez de tierras en las comunidades (invernadas y veranadas), las necesidades de
mejoramiento económico, productivo y desarrollo social (acceso a créditos agrícolas, capacitación,
concursos de riego, vivienda rural, equipamiento e infraestructura), junto al reconocimiento y desarrollo
de la diversidad cultural (lenguaje, memoria y creencias religiosas) y de la autonomía territorial
(construcción de la nación mapuche) son las principales demandas de las comunidades pehuenches del
Alto Biobío.

El fortalecimiento de la cultura pehuenche, parte, indudablemente, por avanzar en el reconocimiento de la


complejidad y diversidad de sus demandas, especialmente las demandas territoriales, por cuanto la tierra
constituye para el pehuenche su sustento de vida y el pilar de su cosmovisión. Para ello será necesario, en
conjunto con el mundo indígena, adoptar un modelo o patrón de desarrollo endógeno que sea compatible
con el desarrollo más global de la nación y que respete la diversidad cultural de nuestras minorías etnicas.
Una estrategia integral de desarrollo, con identidad y pertenencia cultural, involucra el crecimiento
económico de las comunidades, con alternativas a las actividades agropecuaria de subsistencia y grados,
cada vez más crecientes, de autodeterminación en sus territorios.

21
Un segundo elemento, apunta a establecer un diálogo permanente y la colaboración sinérgica entre las
instituciones del Estado, las empresas que tienen intereses en el área y las comunidades indígenas, con un
fuerte componente participativo, que recoja las distintas necesidades y demandas y las integre en el
conjunto de proyectos destinados al área. Esto último, requiere la superación de las desconfianzas mutuas,
el reconocimiento, respeto y protección de su especificidad cultural y la apertura a nuevos diálogos y
puntos de encuentro.

Otro elemento de vital importancia es el resguardo del medio ambiente y el aprovechamiento racional de
los recursos naturales. Como se ha señalado, los recursos del área son frágiles por las condiciones físicas y
climáticas, y existe un uso tradicional de éstos que surge de la especial cosmovisión indígena de unidad
entre los distintos componentes de la tierra y la continuidad de los espacios ecológicos de ocupación. Para
la sociedad chilena, inmersa en la modenidad, esta relación no siempre es comprensible y se expresado en
la fragmentación y especialización de los espacios naturales y su integración subordinada al mercado,
incluso, en desmedro de las conectividades ecológicas que tiene el territorio. Para los pehuenches, las
conectividades entre los distintos componentes del territorio son consustanciales a su identidad cultural y
obedecen a la integración histórica que este pueblo ha desarrollado con su entorno natural. En este sentido,
algunos autores señalan que los grupos indígenas han desarrollado exitosas estrategias de manejo
ecológico de recursos naturales, cuando ellos viven de acuerdo con sus premisas socioculturales (Gray,
1991; Bernhardson, 1986).

De este modo no resulta extraño que su demandas se relacionen, fundamentalmente, con el acceso y
posesión de veranadas, invernadas, pinalerías y bosques, ya que estos recursos constituyen la base para la
reproducción material y espiritual de su cultura. Por lo mismo, la interrupción de la continuidad territorial
limita sus oportunidades de desarrollo y es fuente de permanentes conflictos. El conocimiento y
comprensión de estas relaciones ecológico-culturales se considera un aspecto fundamental para la
sostenibilidad socioambiental de cualquier propuesta de desarrollo que se quiera implementar en el Alto
Biobío.

Finalmente, la comprensión de las demandas territoriales pehuenches, plantea también el tema de la


continuidad cultural de los pueblos o minorías étnicas en nuestro actual modelo de desarrollo. Sus
especificidades culturales y sus particulares relaciones con el territorio, se estima, no implican una
amenaza, sino por el contrario, una confirmación de que en el estado actual de postmodernización y
globalización, cabe un reconocimiento de lo único, de lo irrepetible, que muchos ven en la diversidad
biológica y también debieran ver en la diversidad cultural.

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