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Carta de Aristeo a su hijo


[Extraída de la "Biblioteca de los filósofos Herméticos". Manuscrito de
la Biblioteca de Grenoble número 819. Siglo XVIII. Páginas 183-192.
(Transcrito por José Luis Rodríguez Guerrero).]

Hijo mío:

Después de haberte transmitido el conocimiento de todas las cosas


y de haberte enseñado cómo debes vivir y regular tu conducta de
acuerdo con las máximas de una filosofía excelente, después de
haberte instruido sobre todo lo que atañe al orden y al conocimiento
de la monarquía del universo, sólo me resta por darte las llaves de la
naturaleza, conservadas por mí con gran esmero.
De entre todas estas llaves, la que abre el lugar cerrado ocupa
sin dificultad el más alto rango; es la fuente misma de todas las cosas
y no cabe duda de que Dios le ha dado una propiedad del todo divina.
Para quien está en posesión de esta llave, las riquezas se tornan
despreciables, ningún tesoro se le puede comparar. ¿De qué sirven
las riquezas a aquellos que están sujetos a las desgracias que infligen
las enfermedades humanas? ¿Qué valen los tesoros cuando se es
derribado por la muerte? No hay riquezas que sean conservadas
cuando la muerte nos atrapa. Pero, si poseo la llave, alejaré tanto
como sea posible mi deceso y, además, estaré seguro de haber
adquirido un gran secreto que espanta toda suerte de padecimientos.
Las riquezas están en mi mano, no me faltan los tesoros, huye la
languidez; la muerte tarda cuando tengo la llave de oro.
Ahora, hijo mío, te la voy a ceder como herencia, mas te
conjuro por el nombre de Dios y por su Santo Trono para que la
guardes encerrada en el cofre de tu corazón y sometida al sello del
silencio. Si te sirves de ella te colmará de bienes y, cuando seas viejo
o empieces a ver declinar tu cuerpo, ella te aliviará, te renovará, te
curará. Pues sucede que, por una virtud que le es propia, remedia
todas las enfermedades, ennoblece los metales y hace felices a sus
poseedores. Nuestros padres nos pidieron bajo juramento aprender
a conocerla y no dejar de utilizarla para hacer el bien al indigente, al
huérfano y al necesitado, haciendo de este comportamiento nuestra
marca y nuestro genuino carácter.
Todas las cosas que están bajo el cielo, divididas en especies
diferentes, tienen como origen un mismo principio, y este es el aire
del que todo fluye. El alimento de cada cosa muestra cuál es su
origen, puesto que lo que sostiene la vida es también lo que sostiene
el ser. El pez emplea el agua, el niño mama de su madre, por su vida
conocemos el principio de estas cosas. La vida de las cosas es el aire,
éste es pues el principio de las cosas. Además, el aire corrompe el
cuerpo de todas las cosas.
Lo que trae la vida como un don puede también interrumpir
la vida. La madera, el hierro, las piedras, son disueltos por el fuego,
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y por él todas las cosas vuelven a su estado primero. Aquí está la


causa de la generación, que también los es por diferentes métodos
de la corrupción. Y si sucede que ciertas criaturas sufren, sea por
efecto del tiempo, sea por un caso fortuito, el aire viene ciertamente
en su auxilio para curarlas de su imperfección y de su enfermedad.
La tierra, el árbol, la hierba, si languidecen a veces por exceso de
calor, el rocío del aire repara en todos ellos este defecto. Así ninguna
criatura puede ser restablecida salvo por algo que esté en su propia
naturaleza. Y sucede que el aire es el principio fundamental de todas
estas cosas, por lo que puede concluirse que es la única medicina
universal. Sabemos que en él mismo se encuentra la simiente, la
vida, la muerte, la enfermedad, el remedio por excelencia. En él ha
encerrado la naturaleza todos sus tesoros y los ha comprimido como
en un depósito propio y particular. No obstante, tener la llave de oro
es saber liberar esta cámara estanca para extraer el aire del aire. Pero
si se ignora como atrapar ese aire, entonces es imposible adquirir
aquello que cura las enfermedades particulares y generales,
llamando a los metales a la vida. Si deseas expulsar todas las
enfermedades es necesario que busques el remedio dentro de la
fuente común.
La naturaleza produce al semejante sacándolo del semejante
y reúne especie con especie. Aprende pues, hijo mío, a capturar el
aire, aprende a conservar la llave de oro de la naturaleza. Todas las
criaturas pueden atrapar perfectamente el aire si conocen la llave de
la naturaleza, sólo si conocen esta llave. El saber extraer el aire del
arcano celeste es verdaderamente un secreto que supera la capacidad
del espíritu humano, un gran secreto que contiene la virtud que la
naturaleza ha atribuido a todas las cosas. Pues las especies se
prenden por medio de sus especies semejantes. A un pez se le coge
con un pez; a un pájaro con otro pájaro, y al aire se lo atrapa con
otro aire que lo seduce.
La nieve y el hielo son un aire que el frío ha congelado, la
naturaleza les ha dado una disposición que les permite poder
capturar el aire. Coloca una de estas dos cosas en un vaso cerrado.
Hazte con el aire que se congela alrededor, recogiendo lo que se
destila en forma de humedad cálida en un vaso pequeño y profundo,
cerrado, grueso, fuerte y limpio, de manera que puedas hacer cuánto
te plazca, bien los rayos del sol, bien los de la luna. Cuando el vaso
esté lleno, cierra bien su boca para que esta chispa celeste que está
ahí concentrada no se disipe en el aire. Llena tantos vasos como
quieras de este líquido, atiende a continuación a lo que debes hacer
y guarda silencio.
Construye un pequeño horno, adáptale un vaso lleno hasta la
mitad de aquel aire capturado. Séllalo. Dispón seguidamente el
fuego de manera que suba sólo la porción más ligera del humo, sin
violencia, como hace la naturaleza en el centro de la tierra, donde el
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fuego calienta sin cesar produciendo una circulación continua de los


vapores del aire. Que este fuego sea moderado, húmedo, suave,
parecido al de un pájaro incubando sus huevos. Una vez conseguida
esta disposición debes continuar de manera que el fruto aéreo cueza
sin consumirse; agitándolo durante largo tiempo, hasta que quede
enteramente cocido en el fondo del vaso. Añade nuevo aire a este
aire, no en gran cantidad, sino en la proporción que haga falta. Haz
de manera que se licúen ligeramente, que se pudra, que se
ennegrezca, que se coagule, y que una vez fijado, enrojezca.
Después toma la parte pura separada de la parte impura por medio
del fuego y de un artificio divino. Toma al fin la parte pura de un
aire crudo a la que unirás de nuevo la parte pura endurecida. Haz de
manera que se disuelvan, que se unan, que se ennegrezcan
ligeramente, que se tornen blancos, que se endurezcan y que, por
último, se enrojezcan.
Aquí termina la obra. Has hecho el elixir que produce todas
las maravillas que has visto. Tienes la llave de oro, el oro potable, la
medicina de todas las cosas, un tesoro inagotable.

Así sea
Amen

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