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Las elites frente a Europa: ideal

cosmopolita y provincianismo'

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
1. Prólogo al libro de Frédéric Martínez, El nacionalismo cos-
mopolita: la referencia a Europa en la construcción nacional en
Colombia, I845-I900, Bogotá, 2001.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
EN DICIEMBRE de 1992, en un seminario de historia colom-
biana realizado en el Instituto de Estudios Latinoamericanos
de la Universidad de Londres, Frédéric Martínez leyó una po-
nencia que hoy podemos ver como anticipo del cuarto capítulo
de El nacionalismo cosmopolita: la referencia a Europa en la
construcción nacional en Colombia, I845-I900, libro basado
en la tesis doctoral que realizó bajo la dirección de Fran\=ois
Xavier Guerra y defendió en 1997 En estos años he tenido 2

unas cuantas oportunidades de conversar largo y tendido con


el autor y de familiarizarme con sus temas y rutas, de suerte que
acepté gustoso su gentil invitación a presentar el texto a los lec-
tores colombianos. Una presentación que, advierto, no es tanto
una reseña como un breve hilado de especulaciones asidas al
texto y suscitadas por éste.
Creo que ninguno de los asistentes al seminario organizado
por Eduardo Posada-Carbó en 1992 pudo vislumbrar el alcan-
ce d~ la "referencia e Europa" en el siglo XIX, vista entonces,
al menos en el círculo de historiadores profesionales, como un
conjunto de "influencias" inglesas, francesas o alemanas, que los
criollos colombianos habrían manejado con eclecticismo. Aho-
ra tenemos ante nosotros un espléndido trabajo monográfico
que, con dominio de la historiografía del período y siguiendo
una línea argumental clara y precisa, enlaza con pericia y per-
tinencia cinco planos, en sí mismos complejos, y consigue pro-
poner una original lectura de la segunda mitad del siglo XIX
colombiano y, como tal, deja abiertas nuevas líneas de investi-
gación.

En palabras de Martínez, he aquí los cinco planos:


¿Es una historia del nacionalismo? Sin duda, pero no tanto
en su aspecto teórico o "sentimental" como en su aspecto fun-
cional, instrumental: antes que un sentimiento, el nacionalismo
es, en efecto, un instrumento; un instrumento útil para la con-
quista y la legitimación del poder. ¿Es una historia de los mi-

2. F. Martínez, Le nationalisme cosmopolite. La référence a


l'Europe dans la construction nationale en Colombie (I845-1900),
Université de Paris I-Sorbonne, 1997.

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tos políticos? Sí, y más particularmente de los mitos perennes


que el régimen de la Regeneración logró dejar como legado al
siglo xx. ¿Una historia de las elites? Sí; lo cual no significa que
yo crea que los grupos dirigentes son los únicos forjadores de
una nueva nación -en el caso de Colombia, la parte que esca-
pa al proyecto de los grupos dirigentes es de tal magnitud que
sería aberrante creer a priori en el éxito de su proyecto. Pero
comenzar, y ése es mi propósito, por el estudio de los proyectos
de los grupos dirigentes, de aquellos que reivindican a concien-
cia y logran imponerse en el papel de constructores de la nación,
me parece, en efecto, necesario. ¿Es la historia de una genera-
ción política? Sin duda alguna, este trabajo estudia la segun-
da generación política del país, aquélla que en el medio siglo
reemplaza en el poder a la generación de la Independencia y
desaparece alrededor de I900: la misma generación que ex-
perimentará el radicalismo liberal antes de hacer un viraje
hacia el neotradicionalismo de finales de siglo. ¿Es la historia,
en fin, de la construcción del Estado? También, y más parti-
cularmente de las dificultades de la construcción estatal en el
siglo XIX, las cuales pueden aclarar aquéllas que hoy en día
conoce el Estado colombiano en su papel de regulador de la
sociedad.

La generación política que buscó forjar Estado y Nación ha-


cía parte de la elite criolla polivalente, bien delimitada por la
historiografía. Propietarios rurales y comerciantes; políticos y
clérigos; pero, ante todo, publicistas. Por tanto, ser rico en la
Colombia decimonónica no era condición necesaria para per-
tenecer a la elite y nunca fue condición suficiente. Para estar y
permanecer arriba había que demostrar capacidad de opinar
y crear y agitar la opinión pública. Capacidad definida a partir
de las redes de sociabilidad moderna, erigidas desde la Ilustra-
ción, que permitían materializar la elaboración y divulgación
discursivas. Político por excelencia a partir de I 8 IO, el discurso
adquiría significados en un entramado táctico y faccioso. Por
eso cuando esta elite pareció alcanzar la cima durante la Rege-
neración, Martínez no duda en calificar la empresa de Núñez
y Caro "ante todo corno una formidable empresa retórica".

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El período de esa generación herida por el cosmopolitismo


europeo, que el autor de este libro no define con el canon de
Ortega y Gasset, puede entenderse mejor analizando dos tem-
poralidades entrecruzadas: "el tiempo corto de la Independen-
cia", fuente primigenia del mito y del discurso, y "el tiempo
largo de la nacionalización de la identidad", que abarca todo
el siglo XIX. La continuidad de la retórica de la identidad a
través de sucesivas elaboraciones y reelaboraciones del ideal
cosmopolita choca con la discontinuidad de los proyectos de
construcción estatal. El autor dictamina que los tres intentos
de construir Estado fueron un fracaso: el neo borbónico de
Mosquera, I845-I849; el de los radicales en su fase de madu-
rez, I867-I875, y el de la Regeneración, concentrado entre
I888 y I900.
Mosquera pretendió modernizar el Estado manteniendo el
viejo orden social. Su revés espoleó una nueva clase de hombres
que, a diferencia de Mosquera mismo, no provenían de fami-
lias acostumbradas a mandar. Destruyeron el orden al bambo-
lear sin mesura sus tres pilares: el Estado central, la Iglesia y el
Ejército. Eso fue lo más que pudo hacer la revolución de me-
dio siglo, I849-I 8 54, que se frenó ante la amenaza popular de
I854, magnificada por el golpe del general José María Mela.
Del sueño liberal sólo queda después de I 8 54 una fórmula
insustancial: "Vanguardia republicana sin revolución social".
Sobrepuestos de sus ilusiones juveniles, los patricios liberales
tuvieron una segunda oportunidad a partir del golpe que dieron
a Mosquera en I867. Escépticos ahora de la pureza ideológica,
se limitaron a buscar modelos institucionales realizables, de los
cuales el sistema escolar alemán inspiró la reforma educativa
de I870, que desató otra guerra civil y dividió al liberalismo
pero, ante todo, estimuló el reagrupamiento católico primero
yel resurgimiento conservador después. Allí se ubica el origen
del cambio de régimen en I880 y de la nueva propuesta de re-
construir un Estado moderno a fines de esa década. Esta vez,
empero, el fracaso conservador llevó a una de las más prolon-
gadas guerras civiles del siglo.
La cronología que ofrece el libro de Martínez rompe el mol-
de establecido en la historiografía vieja y nueva. El autor de

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estas líneas tiende a coincidir, particularmente en lo concernien-


te al último cuarto del siglo. Martínez cierra en I900 con el fin
de la Regeneración, desechando la convención que presenta la
"hegemonía conservadora (I886-I930)" como un bloque com-
pacto. De ahí que el libro formule preguntas alternativas, más
complejas y menos imbuidas de legitimismo bipartidista 3 • Por
ejemplo:
El postulado de una Regeneración exitosa en su tarea de
imponer la autoridad estatal les convino en realidad tanto a
los representantes de la historiografía conservadora como a los
de la historiografía liberal: mientras que los primeros encon-
traban allí los fundamentos de un discurso hagiográfico sobre
las grandes realizaciones del régimen, los otros se complacían
en denunciar su autoritarismo liberticida. Juntos invitaban a
subestimar los fracasos de la Regeneración en su búsqueda de
una consolidación de la autoridad estatal.

No estoy, sin embargo, del todo seguro con las fechas pro-
puestas por Martínez para terminar la revolución de Indepen-
dencia alrededor de I840. El colapso de la república bolivariana
obligó al liderazgo neogranadino a poner fin a la época revolu-
cionaria y dar curso a la construcción estatal. De allí la exten-
dida influencia histórica de Santander y sus amigos. Y en este
punto, valga lamentar que aún no se haya publicado otra tesis
doctoral parisina que puede leerse en muchos de los registros
del trabajo de Martínez: la del historiador Renán Silva sobre
los ilustrados neogranadinos 4 • A pesar de la insistencia de Sil-
va en confinar su trabajo a la época de la Ilustración, separán-
dola de la Independencia, creo que hay argumentos para avalar

3. Puesto que el punto aún no está resuelto, remito al lector a


mis propios trabajos: Entre la legitimidad y la violencia, Colom-
bia, I875-I994, Bogotá, 1995, y a la segunda parte (1875 hasta el
presente) del texto escrito con Frank Safford, Colombia, país frag-
mentado, sociedad dividida. Su historia, de próxima aparición.
4. Renán Silva, Les Éclairés de Nouvelle-Grenade, I760-I808.
Généalogie d'une communauté d'interprétation, 2 vols, Université
de Paris I-Sorbonne, 1996.

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la continuidad cultural e intelectual. Por ejemplo en el afrance-


samiento -real o imaginario- de las elites desde fines del siglo
XVIII. Por eso creo que estos textos de Silva y Martínez son
complementarios.

El exilio de Santander fue para las elites colombianas del


siglo XIX el modelo del viaje a Europa. Conclusión a la que sólo
llego despué~ de leer a Martínez. En los viajes de Santander a
Europa y a los Estados Unidos se hallan los elementos constitu-
tivos del imaginario europeo. El neogranadino se beneficia de
sus títulos de libertador sudamericano, republicano y liberal. Con
orgullo consigna en su Diario los encuentros amistosos que
sostuvo con Lafayette, Destutt de Tracy o Sismondi, en París;
Bentham, en Londres; Humboldt, en Berlín. Registra el delei-
te (¿también ideológico, de masón?) que le producen las repre-
sentaciones de óperas de Mozart, Cimarosa, Donizetti y Bellini,
así como haber escuchado a Paganini. Sin poseer la sensibilidad
de un Stendhal se detiene en descripciones gozosas del arte
renacentista conservado en "la Galería" de Florencia. El 6 de
noviembre de 1830 escribe: "Yo por mí sé decir que en estos
viajes en que he recorrido la Francia, la Inglaterra, parte de la
Alemania y de Italia, he aprendido más que en todo tiempo
pasado"5. Es el viaje como pedagogía, un aspecto que El na-
cionalismo cosmopolita explora detenidamente estableciendo
el contrapunto de la pedagogía liberal del progreso y la peda-
gogía conservadora del catolicismo.
Aparte de este aprendizaje directo en el mundo europeo del
arte y la conversación política, Francisco de Paula Santander
visita fábricas, astilleros, "casas de refugio", prisiones, "asilos
de locos": el muestrario institucional de la modernidad foucoul-
tiana. Del periplo europeo concluye que "Inglaterra es la nación
más adelantada de Europa y como la instrucción pública es tan
difundida, como la imprenta goza de la más completa libertad
y todo el mundo tiene derecho a reunirse a discutir los negocios

5. Diario del General Francisco de Paula Santander en Europa


y los Estados Unidos, I829-I832. Trascripción y notas de Rafael
Martínez Briceño, Bogotá, 1963, p. 259.

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de la nación, el condado, la comunidad, etc., puede decirse que


Inglaterra es el primer país del Viejo Mundo" 6.
Allí, creo, también hay un modelo y acaso un anticipo de lo
que Martínez describe como el "relato de viaje". El autor conta-
biliza 38 en el período 1845-19°0, e invita a investigar su im-
pacto en la creación de una Europa textual, es decir, de la Europa
imaginada o virtual, como diríamos hoy, no sólo fijándonos en
aquellos que hicieron efectivamente el viaje y se guiaron por
los relatos, sino en la abrumadora mayoría de lectores que no
tuvieron la oportunidad "de cruzar el charco". Sin embargo,
Martínez encuentra en los "cuadros de costumbres" una res-
puesta criolla tradicional al relato cosmopolita; respuesta que,
muchas veces, traía consigo una crítica mordaz al viajero co-
lombiano por las europas. Una reacción bien conocida en otras
sociedades, como por ejemplo la India o la China de la misma
época.
Aprovechemos este punto para anticipar que De sobreme-
sa, la novela de José Asunción Silva, publicada por primera vez
en 1925, casi 30 años después de escrita, alcanza probablemen-
te el punto más alto de elaboración intelectual y estilística de
aquella Europa textual. El mapa que a este respecto propone
Martínez nos permite entonces apreciar la inmensa distancia
de la obra novelística de Silva con María, la famosa obra de Jorge
Isaacs publicada en 1867. Si De sobremesa también es un diario
de viaje europeo en la época de "la decadencia parisina", el
viaje a Londres de Efraín, a mediados del siglo, es un mero ele-
mento de la trama, así revele que para los miembros de la clase
alta (valle)caucana el viaje era obligatorio en el curriculum
vitae.

La cronología de los tres intentos de construcción de Estado


analizados en el libro corresponde a grandes acontecimientos
del Viejo Mundo: el librecambismo inglés, las revoluciones del
48, las luchas de la unificación italiana y alemana y la conso-
lidación del nuevo "imperialismo liberal" a fines del siglo, dife-

6. Londres, 1 de agosto de 1831, en Ibíd., p. 353.

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rente del viejo imperialismo que dejó episodios como la expedi-


ción militar española a la Isla de Santo Domingo, a fines de los
años cincuenta, o el Imperio de Maximiliano en México, epi-
sodios que hubieron de jugar en la divisoria liberal-conserva-
dora colombiana.
El librecambio produjo el liberalismo machesteriano o Man-
chesterthum, así bautizado por los alemanes con una pizca de
ironía. Y desde la primera administración Mosquera hasta
I886, Machesterthum fue el alimento exclusivo de las elites de
ambos partidos colombianos en materia económica, algo que
Martínez da por supuesto. Pero aparte del contenido económi-
co de las relaciones internacionales, el autor de este libro tiene
razón en subrayar la importancia de los símbolos ideológicos.
Por ejemplo, aparece un vocablo nuevo, destinado a durar: Amé-
rica Latina o Latinoamérica, que provino de los círculos hispa-
noamericanos de París, aupados primero por el gobierno del
Segundo Imperio y después por la III República. En esos círcu-
los sobresalió "el conservador José María Torres Caicedo quien
representaba a la Colombia liberal". El nombre América Latina
proponía la idea de una Europa formada por muchas razas,
para promover en últimas la "raza latina", de la cual derivaba
directamente la "raza hispánica", depositaria de más virtudes
civilizatorias que las anglosajonas, según dijera Emilio Castelar,
el gran liberal del siglo XIX español.
Aunque Colombia fuese un país marginal en aquella Lati-
noamérica de la segunda mitad del siglo XIX, El nacionalismo
cosmopolita se dedica a describir y analizar las situaciones en
que:
Tramposa y movediza, la referencia a Europa se inscribe
en los complejos juegos de la búsqueda del poder, del discurso
político y de los conflictos en torno a la creación de un Estado
nacional y, a partir de allí, de una nación. Ella es, en ese sentido,
un objeto eminentemente histórico.

Movediza: el "prusianismo" de los liberales que encuentran


en la nueva Alemania ("protestante") el paradigma de un siste-
ma escolar público y laico, enfrentados a los conservadores, quie-

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nes encuentran oportunamente en la Francia, perdedora de la


guerra en 1870, el paradigma de un catolicismo social re-
novado.

Europa era el centro de la civilización universal, y pese a que


Inglaterra fue la gran potencia económica y colonial de la épo-
ca, París adquirió el rango de capital del siglo XIX, como dijera
Walter Benjamin. El europeísmo cosmopolita fue axiomático
para las elites hispanoamericanas, subraya Martínez. Centro del
mundo civilizado, Europa yel hombre europeo son superiores
por definición. Pero el choque de civilizaciones no habría de dar-
se con las elites latinoamericanas, a diferencia de lo que ocurrió
en Asia y el Medio Oriente. Así, por ejemplo, en los estudios
históricos de Asia y el Medio Oriente se habla de la occiden-
talización y sus respuestas en el continuo tradición-moder-
nización, tan diferente en China y Japón, Vietnam o la actual
Indonesia. Por el contrario, las elites latinoamericanas, inclui-
das las mexicanas, estuvieron prestas a meterse dentro de las
nuevas coordenadas civilizatorias de Occidente 7 • De allí el tono
despreocupado de Santander ante la conquista militar de Arge-
lia. El28 de junio de 1830 escribe a Francisco Soto: "Entre las
cuestiones que ocupan a Europa [... ] la expedición francesa
contra Argel[ ... ] se reduce a saber si Francia se apodera de aquel
territorio, si se conserva para la Turquía o qué se hace"8.
Ofuscadas por un republicanismo a ultranza que, en la plu-
ma de un Manuel Murillo Toro o de un Benito Juárez, conde-
naba la Monarquía de Orleans y años más tarde saludó a
Garibaldi, Mazzini y Cavour, las elites latinoamericanas opta-
ron por mostrarse insensibles frente a la negación cultural "pro-
funda" que entrañó el expansionismo europeo. La alusión
mexicana viene al caso porque ayuda a subrayar, como lo hace
Martínez, la marginalidad colombiana en América Latina,

7. Véase, por ejemplo, Guillermo Bonfil, México profundo; una


civilización negada, México, D. F., 1987.
8. Cartas y Mensajes de Francisco de Paula Santander (Com-
pilación de Roberto Cortázar), Vol. VIII, 1829-1833, Bogotá,
1955,P·59·
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originada, en parte, en la baja densidad de nuestras socieda-


des y culturas indígenas y en la escasa importancia geopolítica
del país en el siglo XIX, hasta I 879, cuando Fernando de Lesseps
anunció la creación de una empresa para construir un canal inte-
roceánico en Panamá.
En cuanto a los indígenas de México, habrá que esperar la
Revolución para ver el intento de integración nacional. En
cuanto a las intervenciones extranjeras, no sólo queda un mu-
seo en la ciudad de México, sino un precipitado en la concien-
cia nacional mexicana del siglo xx.
Por añadidura Martínez devela en este punto la intensidad
del miedo racial y señala los meandros del ideal de blanquea-
miento de la sociedad a fines del siglo XIX colombiano. Miedo
a los chinos (los coolies), traídos por Lesseps a las obras del canal
de Panamá. Miedo al potencial subversivo de una posible ola
de inmigrantes italianos, anarquistas y comunistas, como les
demostraba la experiencia en Argentina. A comienzos del nue-
vo siglo, que ya no será europeo sino norteamericano, los co-
lombianos habrían de experimentar en Panamá lo que es la
desventaja geopolítica, síndrome que México había padecido
desde la Independencia.
La otredad del indio y de lo indígena no fue factor decisivo
en el proceso de formación de la identidad nacional colombia-
na. Al indio y a lo indígena se los hizo pertenecer más a la geo-
grafía, y eventualmente a una especie de historia natural de la
patria, que a la polis colombiana. Tampoco fue la pérdida de
territorio y soberanía a manos de las potencias factor de identi-
dad. Ésta hubo de fraguarse, paradójicamente, en el descubri-
miento que hicieron nuestros viajeros en Europa de la inferioridad
con la cual, en últimas y pese a todas las cortesías, fueron perci-
bidos quizás no tanto como individuos, sino en tanto y en cuan-
to que representantes de un país salvaje:
Después de haber sido tanto tiempo un freno al sentimiento
nacional -nos dice Martínez- la defensa del esta tus social se
convierte, frente a Europa, en un acelerador de la nacionali-
zación de las elites. La expansión del viaje entraña así, para-
dójicamente, la renovación del interés por una legitimidad
"arraigada". La necesidad de identidad, la pesadilla de una

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sociedad anónima, las tareas de promoción nacional y la crí-


tica del viaje, todo, en el fondo, vuelve a reorientar a los viajeros
hacia su país, sugiriendo el declive de la legitimación por e! cos-
mopolitismo. Pero e! ejercicio de la promoción nacional en las
capitales europeas, así como induce a una especie de retorno
a la patria, demuestra también la vanidad de! discurso del pa-
triotismo republicano, tal como ha existido hasta entonces en
un país donde el poco Estado que hahía, desmantelado, to-
davía espera ser reconstruido. La ficción democrática ya no
es suficiente; es hora de dedicarse de nuevo a la tarea de la cons-
trucción estatal, y sólo Europa ofrece los modelos. El auge de
la importación institucional, ese fruto de la observación civi-
lizadora, coexistirá por lo tanto con un discurso de legitima-
ción cada vez menos cosmopolita.

Saltemos, por un momento, del concepto de elites al de cla-


ses. Nuestra historia decimonónica es la de un mosaico de re-
giones y pequeñas ciudades ruralizadas, aisladas unas de otras.
La Colombia decimonónica padece fragmentación geográfica,
social y política de las clases dominantes, que a mediados del
siglo son conscientes del atraso abrumador de la economía y
de la distancia prácticamente infinita con las naciones paradig-
máticas. Las clases dominantes no pudieron formar el capital
humano, ni obtener los recursos materiales y financieros con
los cuales hubiesen podido emprender el anhelado desarrollo
capitalista. Tampoco dispusieron de los recursos de poder para
disciplinar a las clases dominadas y subalternas. No sólo debie-
ron reconocer un enorme déficit de orden político, sino un déficit
de orden social y de ahí que abundaran las consideraciones so-
bre la nefasta relación entre los dos.
Colombia no estaba dominada por clases feudales en plan
de modernizarse. De allí la inseguridad social y los remilgos;
los miedos e inhibiciones de las elites de todos los pelambres
políticos. De allí también la exacerbación en la lucha de sím-
bolos y la precocidad de las guerras de representaciones que
encauzaban y daban sentido a las pugnas y guerras reales. Mie-
dos e inhibiciones que, al igual que sus "referencias" europeas,
debieron filtrarse hacia abajo en la estructura social. Estamos

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hablando entonces de la cosmópolis como ideal en un medio


de urbanización exigua.
La conciencia de las penurias materiales del país no sólo pro-
vino de las vivencias de los viajeros. También estuvo presente
en el tema de las exposiciones universales. Si "las exposiciones
universales fueron lugares de peregrinaje al fetiche de la mer-
cancía"9, los colombianos avisados sabían de sobra que las
mercancías nacionales no entraban en la categoría de los feti-
ches exóticos, ni pertenecían al género de los verdaderamente
industriales. Las páginas que dedica Martínez a explorar este
problema son ricas y pioneras:
Mientras que el universo de la retórica (periódicos, libros,
discursos, banquetes) permite a los patriotas colombianos, a
falta de realizaciones concretas, exaltar cuando menos las in-
tenciones, las promesas y las leyes, las exposiciones universales
en cambio, por su exigencia de productos materiales y visibles,
plantean un serio problema: ¿Qué mostrar?

La inmaterialidad de la civilización se suplió con el discurso


sobre los peligros sociales que entrañaba la nueva civilización
industrial. Epítome de ese peligro fue la Comuna de París (I87I),
que todos, liberales y conservadores, repudiaron con la misma
pasión aunque por razones diferentes. Algo similar hubo de
ocurrir en la España de la época. Pero el contraste (aun con la
España atrasada en Europa) vuelve a subrayar la inmaterialidad
del capitalismo moderno en Colombia. Aquí "las clases peligro-
sas" eran fundamentalmente los artesanos urbanos y no una
clase obrera militante que pudiera hacer de la Comuna su mito
revol ucionario r o .
Más de diez años después de la Comuna, con un París en
plena renovación urbanística anti-proletaria, el poeta José
Asunción Silva, hijo de un rico comerciante de la capital colom-

9. Walter Benjamin, París, capital del siglo XIX, México, D. F.,


I97 I , P·29·
10. José Álvarez Junco, La Comuna en España, Madrid, I971.

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biana, emprende el periplo europeo, o mejor, acomete el saqueo


de París Llegó a la capital francesa en diciembre de I884,
II

como él mismo dice, al "centro de la civilización". De esta con-


vicción civilizadora está armado José Fernández y Andrade, el
personaje principal de su novela De sobremesa. Cuando Fer-
nández piensa en Colombia como en una tierra abierta a la
inmigración, no vacila en afirmar que será para los inmigrantes
"una patria nueva, para no sentir en las espaldas el látigo inglés
que los flagela" .
En el saqueo de París Silva emplea el método de la esponja.
Absorbe todo y parece realizar su sueño de llegar al corazón
de la vanguardia cuando se ve forzado a regresar a Colombia,
en noviembre de I 8 8 5. Silva vive de cerca en París el apogeo
de esa nueva época que Roberto Calasso distingue por " la apa-
rición de los nervios como sujeto histórico" y que había comen-
zado antes, en la generación de Baudelaire I
2. .

En esos años comienza en Colombia el ascenso de la Regene-


ración, a la cual un Silva arruinado tuvo que arrimarse. Pero,
a diferencia del poeta bogotano, los regeneradores se inspiraban
en la Restauración española yen la monarquía constitucional
británica que había sido tan admirada por Bolívar y Santander
y que recientemente han reivindicado como modelo político
renombrados autores como Lipset y Juan Linz.
Los regeneradores consideraron entonces que Francia era
la patria de la subversión proletaria, de la neurastenia babiló-
nica y del suicidio. Valga afirmar en este punto que quizás -y
sin que esto tenga que ver con su suicidio- muy pocos colom-
bianos tuvieron como Silva tantas pieles para percibir diversas
formas de enajenación social y cultural: unas frente a la civili-
zación europea, otras frente a su propia sociedad inacabada.

II. Ricardo Cano Gaviria, "El periplo europeo de José Asun-


ción Silva (Marco histórico y proyección cultural y literaria)", en:
José Asunción Silva, Obra Completa, Edición crítica, Héctor H.
Orjuela, coordinador, Madrid, 1990, P.457.
12. Roberto Calasso, La ruina de Kasch, Barcelona, 1989,
P· 28 5·

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y provincianismo

La legitimación de las elites colombianas continuó siendo


un juego por el exterior y contra el exterior. Por la puerta de atrás
la Regeneración importó el modelo de "orden público" de la
Tercera República Francesa: la policía y el ejército. Al cerrarse
el círculo de manipulación retórica, sólo queda la guerra civil
y la de los Mil Días arrasa el último intento decimonónico de
construcción estatal, cuyas fallas se advierten en la breve histo-
ria de erigir una policía moderna en el Bogotá de fines de siglo.

Quisiera proponer una última especulación derivada de este


libro feraz: más que Núñez es Caro quien vuelve por los fueros
de la autoridad. La autoridad del pasado que quiere imponerse
al presente y al futuro. Es como si el pasado encerrara el univer-
salismo de los valores (la religión, la familia, la lengua), negado
por el particularismo del panfleto cosmopolita, los cuadros de
costumbres y el romanticismo literario. En un medio preindus-
trial, la utopía autoritaria de Caro no podía ser más que una
construcción artificial del pasado, un provincianismo tradicio-
nal, un anacronismo, cuando más; nunca el nacionalismo
moderno que, en cualquiera de sus variaciones, no sólo acepta
sino que empuja las clases móviles.
Estas últimas especulaciones podrían, quizás, formularse
como el título de un proyecto de investigación: la enajenación
cultural de las elites frente a Europa y frente al pueblo colom-
biano. Para ser elites en la cultura y en la sociedad debían mo-
nopolizar la intermediación con Europa y Estados Unidos. En
consecuencia, la legitimidad del poder habría de resultar tan
precaria e incierta como el hallazgo de la identidad nacional.
De allí, quizás, la fuerza gravitatoria del mito de la Regenera-
ción en el siglo xx, a la postre trágica, tal y como señala Martí-
nez. Tragedia que se origina en la secular debilidad estatal:
Colombia es un país cuya historia política en el siglo XIX
ofrece características que la diferencian del conjunto latinoa-
mericano. Por un lado, la precariedad inicial de las institucio-
nes implantadas a nivel nacional como la Iglesia, pero también,
y sobre todo, el Estado: una debilidad heredada de la dificultad
para recaudar impuestos en la época colonial y de una descon-

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fianza persistente hacia el poder que perdurará a lo largo de


los siglos XIX y xx, hasta el punto de hacer hoy de Colombia
uno de los países, o el país del mundo occidental, en donde el
Estado tiene menos control sobre la sociedad.

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La Regeneración ante el espejo liberal

y su importancia en el siglo XX'

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lo Trabajo leído el 9 de octubre de 2001 en el Seminario sobre

"El Pensamiento de Miguel Antonio Caro", organizado por el De-


partamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.

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L o s PRO F E S O R E S Ru bén Sierra y Lisímaco Parra, promo-
tores de este seminario sobre el pensamiento de Miguel Anto-
nio Caro, me pidieron hablar del contexto, es decir, de la
Regeneración. Aunque es sabido el déficit investigativo sobre
ese período, creo que puede trazarse un balance razonable. No
sobraría recordar que Rafael Núñez, el protagonista principal,
destruyó muchos documentos de interés público que él creyó
que eran de su propiedad exclusiva.
En esta exposición buscaré poner orden a puntos de vista,
en diálogo con una creciente bibliografía que he vertido en libros
y artículos en los últimos veinte y pico de años, con el propósito
de ofrecer respuestas de tanteo a cuestiones que desde hace
algún tiempo rondan a algunos intelectuales colombianos, entre
los cuales me cuento. Verbigracia, ¿cómo se contraponen la
Regeneración y el período radical que le precedió? ¿Porqué el
sectarismo de los últimos cuatro decenios del siglo XIX resultó
tan decisivo para fijar el cuadro de lealtades políticas por lo
menos hasta 1960? ¿Porqué la Regeneración, dirigida por hom-
bres radicalmente católico-conservadores como Miguel Anto-
nio Caro, fue considerada en el siglo xx como un potente
modelo de modernización? Proponer preguntas de esta índole
y tratar de dar respuestas sobrias podría contribuir a una me-
jor comprensión del pensamiento de Miguel Antonio Caro.
Para comenzar trazaré un esbozo del siglo XIX, haciendo re-
saltar las continuidades del soporte social y cultural de la po-
lítica.
Contiendas civiles enconadas, inestabilidad y sordidez defi-
nen a cabalidad la política colombiana de 1810 a 1902. Sin re-
lacionar las contiendas fratricidas de la Independencia, las
rebeliones de la Colombia bolivariana ni incontables peloteras
locales, podemos contabilizar a lo largo de ese siglo nueve gue-
rras civiles nacionales: 1831, 1840-1842, 1851, 1854, 1859-
1862, 1876-1877, 1885, 1895 Y 1899-1902.
El desorden consistente fue causa y efecto del proceso de
construcción del Estado nacional. Varias veces cambió el nom-
bre oficial del país y por lo general a cada denominación corres-
pondió un flamante documento constitucional. Para usar un
término de moda, digamos que el siglo XIX brinda un sober-

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bio ejemplo de ingobernabilidad. Ninguna ciudad o región, cla-


se social, grupo político o caudillo consiguió gobernar el país,
mucho menos hacerlo a su imagen y semejanza o a la medida
de sus sueños o intereses. Sin embargo, con muy pocas excep-
ciones, el calendario electoral se cumplió y casi todos los presi-
dentes y legisladores cumplieron sus funciones con el respaldo
de un mandato legal y constitucional.
Llevando a cuestas el fiasco de los experimentos fabriles en
la región bogotana en la década de 1840, las clases altas no
tuvieron más remedio que considerar las exportaciones de pro-
ductos tropicales como una salida a la postración de la econo-
mía postcolonial. Sin embargo, para integrarse a las corrientes
del comercio internacional tuvieron que familiarizarse primero
con diversos modelos estatales, empresariales y culturales que
ofrecían Europa y los Estados Unidos y, lo que fue más compli-
cado, adaptarlos después a las condiciones de un país azaroso.
Esa lucha por modernizarse, que está en la raíz de la nación
desde el movimiento Ilustrado, se libraba en un entorno desfa-
vorable. La geografía, la estructura social, las redes políticas y
las. pautas culturales circunscribían tanto las tramas como los
argumentos, estos últimos casi siempre copiados de "las nacio-
nes civilizadas". La acción social pareció orientarse por la cre-
ciente adhesión de las elites socio-económicas a los principios
de un individualismo capitalista de tipo anglosajón, aunque a
este respecto se observa menos consenso en las elites religiosas,
culturales y políticas, algunos de cuyos representantes siguieron
lo que Frank Safford ha llamado el camino neoborbón 2..
Ahora bien, si consideramos el atraso tecnológico, el bajo

------------- ---------
2. La tesis de Frank Safford es ampliamente conocida entre los
historiadores que trabajan el siglo XIX. Fue formulada inicialmente
en su tesis doctoral, "Commerce and Enterprise in Central Colom-
bia, 1821-187°", Columbia University, 1965, capítulo II. Este
trabajo fundamental de la historiografía colombiana desafortunda-
mente no ha conocido la imprenta. El mismo autor desarrolla su
tesis en The Ideal of the Practical: Colombia's Struggle to Form a
Technical Elite, Austin Texas, 1976 (Edición colombiana, Bogotá,
19 89).

[13 6]

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nivel del producto por habitante y la fuerte concentración de


la riqueza, las barreras geográficas resultaron mucho más nega-
tivas que positivas. La carestía del transporte afianzó economías
locales autosuficientes, desconectadas entre sí, y se convirtió
en un problema tanto más apremiante cuanto mayor fue la ne-
cesidad de competir en el mercado mundial y de crear un mer-
cado interno. Por eso el entusiasmo de Bolívar y Santander por
la navegación a vapor en el Magdalena y la pasión ferroviaria
cuarenta años después forman un continuo.
Pues bien, si alguien consigue empalmar las épocas radical
y regeneradora es Francisco Javier Cisneros, el ingeniero cuba-
no y empresario de ferrocarriles y vapores respetado en todas
partes por los principales políticos de ambos regímenes. Cisne-
ros se convirtió en el abanderado del amplio frente de "faná-
ticos del progreso", para quienes todo habría de supeditarse a
carrileras, puentes metálicos y locomotoras. La crónica de la
secularización de los ceremoniales de la vida pública, que movía
los resortes más íntimos del sentimiento provincial y municipal,
abunda en cabalgatas y romerías que acompañaban la puesta
de la primera traviesa, la inauguración de cada tramo termi-
nado, la apertura de cada estación.
La historiografía económica y empresarial nos habla, empe-
ro, de limitaciones y descalabros. La longitud de las I3 rutas
existentes en I9IO apenas sobrepasaba los 900 kilómetros. Esto
quiere decir que ni los gobiernos radicales ni los de la Regenera-
ción pudieron encarrilar el desarrollo ferroviario en función de
unas prioridades nacionales. Celo particularista y desorden civil
hacen de la historia de casi todas las empresas ferroviarias un
rosario de contratos revisados, suspendidos, anulados, rescin-
didos, incumplidos y, no faltaba más, incoados ante diversos
tribunales y legislaturas. Los ferrocarriles desvelaron más a los
abogados y picapleitos que a los ingenieros colombianos.
Las barreras geográficas también ayudaron a solidificar el
regionalismo. Una amplia literatura nos permite estudiar la
trayectoria de los estereotipos culturales. Ha quedado bien
establecido en el trabajo de Efraín Sánchez que el primer mapa
moderno del país, síntesis de las expediciones de la Comisión
Corográfica (I 850- I 8 59) dirigida por Agustín Codazzi, fue

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posible por el esfuerzo gubernamental con apoyo bipartidista


sin el cual hubiera sido irrealizable el programa científico del
geógrafo italian0 3 • Después de los trabajos de la Comisión el
conocimiento geográfico pasó a ser básico en la socialización
de los colombianos educados. Ofrecía una noción más precisa
de los recursos, de la magnitud de su bloqueo y de la urgencia
de crear una infraestructura vial.
No cabe duda de la enorme influencia de la Comisión en
las obras de Felipe Pérez, Manuel Ancízar o Francisco José Ver-
gara y Velasco. Sin embargo, al mencionar el vocablo ciencia
geográfica, en este caso deberíamos estudiar también cómo se
fueron formando "los tipos regionales" que explícita o implí-
citamente habitan en las obras de aquellos polígrafos colom-
bianos. La influencia que muestran de Charles Darwin (The
Deseent of Man, 1871) sobre la diferencia básica de compor-
tamiento y actitudes de los negros e indios suramericanos, ¿les
vino de primera, o de segunda mano? Como se sabe, los este-
reotipos darwinianos concuerdan con las representaciones es-
pañolas de los siglos XVII y XVIII que describían negros alegres,
perezosos e insolentes, e indios tristes, sumisos, maliciosos y
fatalistas. ¿Cuántos viajes hizo este estereotipo de una a otra
orilla del Atlántico?
De todas maneras en la mentalidad de los dirigentes liberales
o conservadores permaneció la bifurcación indio-negro que fue
coloreándose conforme se tenía conciencia de las pautas geo-
gráficas del mestizaje. A este respecto quisiera hacer dos suge-
renCias.
Primera que no debiera sorprender que los dos polos de
referencia regional del liberalismo y el conservatismo a fines
del siglo XIX fuesen las regiones" blancas" de Santander y An-
tioquia, en donde tuvo gran peso la colonización del siglo que
se inicia cerca de 1740. Todavía a comienzos del siglo xx los
"montañeros" de Antioquia o los labriegos "blancos" de San-
tander compartían atributos: "trabajadores infatigables", "in-

3. E. Sánchez, Gobierno y geografía. Agustín Codazzi y la Co-


misión Corográfica de la Nueva Granada, Bogotá, 1999.

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dependientes", "patriarcales" y "aficionados al tabaco, al al-


cohol, al juego y a las riñas sangrientas".
""'S egunda, en la medida en que el conservatismo y la Iglesia
estuvieron tan estrechamente asociados por tanto tiempo, po-
demos trazar una especie de mapa que muestra los efectos elec-
torales de la dedicación de la Iglesia a las poblaciones mestizas
e indígenas de los altiplanos en desmedro de las negras y mu-
latas del Caribe y las hoyas de los ríos Magdalena y Cauca.
De allí el rezago histórico del conservatismo en el mapa elec-
toral del siglo xx, pues esas regiones negras y mulatas fueron
entre I920 y I960 uno de los ejes de la economía colombiana.¡
Allí estaban situados los campos petroleros, las plantaciones
bananeras, la navegación fluvial y los ferrocarriles que anima-
ban la vida de ciudades y pueblos ribereños, desde Neiva,
Girardot y Honda hasta Magangué y Barranquilla. Como con-
trapartida, los baluartes conservadores de la región antioqueña
ayudan a explicar por qué de 34 obispos que tenía la Iglesia
colombiana en I960, I4 eran oriundos de los departamentos
de Antioquia y Caldas.
En resumen, es posible argumentar que las coordenadas de
las regiones culturales del país se levantaron sobre principios
clasificatorios étnicos pese a sus evidentes efectos políticos. En
el plano político la fragmentación geográfica fortaleció las redes
clientelares de partido. Caciquismo y regionalismo paralizaron
los propósitos de fortalecer un Estado central capaz de tramitar
ordenadamente las exigencias de largo plazo del crecimiento
económico y las demandas generadas por la incorporación
colombiana al Atlántico Norte.

Es menester en este punto tratar el asunto de la desigualdad


social y su relación enmarañada con las actitudes y conductas
políticas. Podemos concebir la desigualdad como la forma esta-
dística que asume la distribución de la riqueza y el ingreso en
un momento dado, o considerarla más bien como manifesta-
ción del sistema social con su carga histórica de normas y valo-
res que buscan reproducirlo, explicarlo y aun justificarlo. En
cualquier caso la desigualdad reinaba. Pero el mosaico regional
y municipal del país y un conjunto de gradaciones sutiles en la

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estratificación, con sus mecanismos corrientes de movilidad,


llevan a descartar la pertinencia de un modelo político de
"clientelas adscripticias" que, como en la mecánica de Newton,
gravitarían alrededor del núcleo integrador llamado modelo
hacendario y propuesto por Fernando Guillén Martínez4 •
Me parece que, por el contrario, la investigación histórica
permite concluir que las relaciones de propiedad no determina-
ron las formas de acción de las clientelas. Aparte de la influencia
de la Iglesia, acentuada después de 1887, las elecciones y la
prensa generaron una dinámica propia, e inclusive abrieron la
posibilidad de que el oficio político fuese un refugio contra la
posibilidad de que la gran propiedad se convirtiera en soberano
unilateral. Así parecieron entenderlo los orejones sabaneros y
sus pares en el resto del país. La competencia incivil por los
cargos locales con sus connotaciones de jerarquía, privilegio y
pequeña dictadura (que por lo general no pusieron en cuestión
la gran propiedad) se confinó a las clases intermedias e interme-
diarias, sin las cuales resulta imposible armar el rompecabezas
de lealtades binarias a lo largo y ancho del país. De hecho esas
clases fueron el vivero del gamonal. Acentuaron el carácter
bipartidista de las clientelas y fortalecieron la naturaleza multi-
clasista de los dos partidos históricos. En este sentido el caci-
quismo enmascaró y atenuó los efectos de la desigualdad social.
Aun aSÍ, la desigualdad social produjo efectos con relación
al tamaño y a las condiciones de funcionamiento de los merca-
dos y sin duda retrasó la formación del mercado nacional. Apa-
reció el consabido círculo vicioso de la pobreza hasta el punto
de ser social y políticamente conflictivo en la medida en que la
economía se modernizaba sobre líneas capitalistas, y en algu-
nos momentos históricos y en algunas regiones sobre un mo-
delo de "capitalismo salvaje".
Varios historiadores han señalado que algunos dirigentes de
la segunda mitad del siglo XIX advirtieron relaciones más o me-
nos sistemáticas entre las coyunturas críticas de las exporta-
ciones, la caída de los ingIesos fiscales y las guerras civiles. Esto

4. F. Guillén Martínez, El poder político en Colombia, Bogotá,


1979·

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se hizo manifiesto después de la profunda depresión económica


post-independiente (I820-I8 50). El éxito parcial de un grupo ,
de negociantes dedicados a exportar en medio de vicisitudes
permitió una modesta reanimación económica acompañada de
sacudones de todo orden, originados en la caída de los precios
de los productos de exportación. Las tres guerras civiles de
consecuencias bajo los regímenes radical y regenerador, las de
¡876-I877; I885 y I899-I902, se presentaron en coyunturas
de recesión y crisis del sector externo. Por el contrario, la gue-
rra civil de I895 fue un mero ensayo; apenas duró tres meses
quizás porque el páís 'atravesaba una bonanza cafetera. "
El historiador Charles Bergquist, entre otros, ha sostenido
por cierto que entre el' librecambismo de la era liberal y el su-
puesto proteccionismo económico y nacionalismo político-cul:-
tural de la época de la Regeneración existen hondas diferencias
que trascienden las ideologías y afirmarían' intereses contra-
puestos entre fracCiones bien definidas de las clases dominantes
y de sus grupos subalternos. Mientras que el régimen liberal
habría sido expresión de la hegemonía de los grupos agro ex- ,
portadores, la Regeneración representaría los intereses de las
clases agrarias cerradas al comercio internacional y de las capas
medias de una burocracia estatista y reaccionariaS. Afirmacio.:.
nes en demérito de los alcances del discurso 'internacionalista
de Núñez y Caro y de sus postulados sobre la necesidad de de-
sarrollar una vigorosa economía exportádora. Además no ex-
plican por qué las elites de Medellín, pese a sus divergencias
con el régimen, en particular con el gobierno de Caro, estuvie-
ron del lado conservador.
Liberales dellaissez-faire, laissez-passer y regeneracionistas
respaldaron el modelo exportador con acentos diversos y la
misma fe' inquebrantable en el progreso capitalista. Las disco'r- '
dias versaron sobre cómo definir en el plano político las rela-
ciones con las clases populares. Los liberales, pensando quizás
en sus clientelas de artesanos urbanos, concluyeron que el libre
mercado al estimular la iniciativa individual promovería la

5. C. Bergquist, Coffee and Conflict in Colombia, Durham,


I978 (edición colombiana, Medellín, 1981).

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democracia política y la movilidad social. Los conservadores


y regeneracionistas, pensando quizás en sus clientelas de peque-
ños campesinos independientes, plantearon que dejadas las
fuerzas del mercado al libre juego debilitarían el principio de
autoridad y la tradición cultural y religiosa sin las cuales era
imposible erigir el Estado fuerte que demandaba la nación.
A medida que avanzaba la década de 1890 y daba frutos el
modelo económico basado en las exportaciones de oro y café,
parecían más pertinentes los argumentos regeneracionistas e
instituciones como el Banco Nacional. Para Caro la adhesión
categórica a la tabla de valores del viejo orden hispánico, des-
contando, claro está, la monarquía, debía ser condición nece-
saria y suficiente para ordenar el país y procurar el progreso
material. Si pensamos que se trataba de una peculiar visión de
modernidad habremos de añadir que pasó los filtros del catoli-
cismo a lo León XIII. Según la expresión de Caro, se quería una
democracia domesticada o "antirrevolucionaria y autoritaria" 6
en la que, conforme a la encíclica Inmortale Dei, el "pueblo
tiene mayor o menor parte en el régimen de la cosa pública" 7.
Al mismo tiempo que en el período radical se agudizó el con-
flicto ideológico (y el combativo Caro de la década de El Tradi-
cionista es uno de sus mejores ejemplos) se fortalecieron, según
Malcolm Deas, las organizaciones partidistas conformadas
entre 1827 y 18458. De hecho las redes políticas locales per-
mitieron mucha movilidad social y dieron a la política una au-
tonomía paradójicamente incrementada en la medida en que
las orientaciones ideológicas correspondieran a ciertos conte-
nidos sociales.

6. Discursos, alocuciones, mensajes, cartas y telegramas del se-


ñor don Miguel Antonio Caro, J. M. Franco (ed.), Manizales,
19 0o ,págs.257- 28 9·
7. Citado por Caro en su artículo" Los partidos políticos", en:
Miguel Antonio Caro. Escritos políticos. Cuarta Serie, Bogotá,
1993, pág. 353·
8. M. Deas, "Algunas notas sobre la historia del caciquismo en
Colombia", Revista de Occidente, Madrid, Vol. XLIII, N° 1 2 7,
1973, págs. 1678-1680.

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Trazado este esbozo del lugar de la política en el siglo XIX,


pasemos al asunto de cómo se contraponen el liberalismo radi-
cal y la Regeneración.
La historia construida desde las elites, en un país con una
cultura política refractaria al cambio como el nuestro, es uno
de los medios más eficaces de ratificar y reforzar la legitimidad
del orden existente. Aquí, en esta Colombia que ya ni siquiera
es del Sagrado Corazón, es fácil comprobar el oficialismo de
las convenciones historiográficas desde Juan de Castellanos y
Pedro Simón hasta José Manuel Restrepo, José Manuel Groot,
Henao & Arrubla y Germán Arciniegas. El oficialismo de la
historiografía postcolonial se reduce a establecer períodos en
función de la obra de uno u otro partido político o, dado el
faccionalismo, para mayor gloria de uno u otro mandatario o
héroe banderizo. Al proscribir la continuidad subyacente en los
procesos políticos termina explicando el cambio por el movi-
miento de rotación en el poder de los regímenes liberal y conser-
vador. Aunque este procedimiento para determinar períodos
puede ser justificable en una narrativa interesada en asegurar
los símbolos del status quo, una historia política moderna a
secas tiene la obligación de ofrecer perspectivas más amplias
de periodización.
La Regeneración debe enfocarse como un movimiento com-
plejo que empobreceríamos de reducirlo a un estereotipo con-
servador, como quisiera la historiografía liberal y conservadora.
Designamos como la Regeneración el lapso comprendido entre
I878 Y I9 00 . El nombre se origina en una frase lapidaria de
Núñez pronunciada en I878: los excesos del régimen radical
habían puesto a los colombianos ante la alternativa de "rege-
neración administrativa fundamental o catástrofe" .
En otras palabras, la Regeneración se monta sobre la crisis
del régimen radical. Desde un punto de vista cronológico apare-
ce primero una liga de liberales desafectos del Olimpo Radical
(I867-I878): mosqueristas caucanos, independientes santande-
reanos y nuñistas costeños. Este singular conjunto de grupos
regionales terminaría formando la facción de los liberales inde-
pendientes, capitaneada por Núñez. En I878 llevó a la Presi-
dencia al héroe de la guerra de I876-I877, el mosquerista

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caucano Julián Trujillo. La declinación del Olimpo, agravada


por la muerte de Manuel Murillo Toro en r880, les despejó el
camino, de suerte que en aquel momento la Regeneración se
presentaba como un proyecto liberal. No obstante, paulatina-
mente fue conservatizándose hasta que debió dar un viraje de
r80 grados durante la guerra civil de r88 5, desencadenada por
el ala radical contra el gobierno liberal de Núñez.
Es decir, que la Regeneración fue primero un proyecto libe-
ral, r878-r88 5; evolucionó hacia una alianza de conservadores
y liberales independientes, r88 5-r887, que trató de formar un
partido nacional, yen la metamorfosis final quedó convertida
en un proyecto del ala nacionalista mayoritaria en el partido
conservador, a la que una volátil coalición de liberales y conser-
vadores disidentes o históricos trató de hacer oposición a partir
de la campaña electoral de r89I. Los nacionalistas se radica-
lizarían después de la muerte de Núñez en :i894. El movimiento
regenerador terminó con el golpe de Estado de julio de r900,
en plena Guerra de los Mil Días, dirigido por los históricos. El
golpe no fue concluyente en el sentido de unificar el partido
conservador. Por el contrario, hasta r930 la dinámica faccional
de históricos y nacionalistas dio sentido a la vida en la casa azul.
El Olimpo Radical y la Regeneración pueden verse como un
juego de espejos contrapuestos: si el proyecto radical suscribió
con optimismo la modernidad política sin reparar demasiado
en los costos sociales y culturales, el proyecto regenerador infló
con pesimismo los costos, al punto de esterilizar los atributos
políticos de la modernidad. Pero ambos regímenes se fijaron
como meta modernizar la economía del país sin cuestionar en
lo más mínimo el nexo con la economía del Atlántico Norte.
Radicales y regeneradores compartieron los valores centrales
de lo que solemos llamar la civilización occidental, que en ese
momento irradiaba de la cuenca noratlántica.
Los regeneradores restablecieron el principio bolivariano de
la República unitaria, resucitando principios añejos de identi-
dad. La religión católica y la lengua de Castilla aparecieron en-
tonces como si fueran intrínsecas a la tradición y a la cultura
nacionales. Caro, el autor principal del texto constitucional de
r 886, insistió en el enfoque culturalista: en la religión y la len-

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gua debía reconocerse el principio ontológico de la formación


colombiana; de allí sólo había un paso a la Colombia eterna,
católica, hispánica y bolivariana que, en el verbo de un Laurea-
no Gómez, copiaría las arengas de la España falangista.
Pese a las intenciones razonadas de los constituyentes de
I 886 contaba más la displicencia que les impidió entender que
la unidad nacional estaba por hacerse, que pertenecía al futuro
como al pasado y que resultaría de una síntesis de múltiples
formaciones culturales, folclores y tradiciones populares de
base regional y étnica.
Embelesados como estamos hoy por el artículo de la Consti-
tución de I99I del "pluralismo cultural", es demasiado sencillo
subrayar esa obsesión regeneradora por imponer patrones uni-
formes a la cultura y al sistema educativo. Pero el universalismo
de los liberales, compendiado en el Código Civil y convertido
en ley federal en I873, durante la segunda administración de
Murillo Toro, también mostraba la displicencia radical por los
derechos de los pueblos indígenas. Es una ironía que algunos
de estos derechos hayan sido reconocidos en una ley regenera-
dora de I 890 encaminada a proteger los resguardos del Cauca.
En el plano de los símbolos, la Regeneración rescató a Bolí-
var, el padre de la patria, entendiendo el vocablo patria como
el conjunto de Estado constitucional y nación. Loado como el
inspirador de la Constitución del 86, Bolívar habría descendido
al sepulcro dejando como testamento el desencanto con el opti-
mismo liberal. Los pueblos americanos requerían gobiernos
fuertes y elites virtuosas y paternales, al estilo de la aristocracia
de la Roma clásica.
Empero la fórmula de la República unitaria contrapuesta
al localismo de la República federal estuvo lejos de consumarse.
No tuvo los recursos fiscales, políticos, militares ni burocráticos
para hacer mella a los centros del poder informal que campeaba
en la forma de republicanismo de campanario. En suma, el
centralismo de la Regeneración se quedó en el papel.
Quizás sea prudente en este punto regresar a las similitudes
entre los antagonistas de nuestra exposición. Creo que los per-
sonajes, los soportes intelectuales y algunos medios sociales de
los regímenes radical y regeneracionista son extraordinariamen-

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te similares. El reconocimiento de tal similitud debe estar en la


raíz de cualquier esfuerzo desmitificador de la historiografía bi-
partidista.
En la segunda mitad del siglo XIX el discurso político colom-
biano adquiría pleno sentido en un cambiante contexto cultural
propio, aunque también dentro del ámbito de las transforma-
ciones internacionales. Ya mencionamos cómo los incontrola-
bles ciclos de precios del tabaco y las quinas están en el trasfondo
del auge y la caída del dogma librecambista y de los radicales,
sus defensores a ultranza, del mismo modo que el auge y la cri-
sis del café hubieron de conducir el régimen regeneracionista
del cenit de 1885-1896 al despeñadero de la Guerra de los Mil
Días. Aunque Colombia fuese un país occidental de las perife-
rias, los avatares del comercio internacional incidían en la mar-
cha de los negocios y podían decretar la suerte de los gobiernos.
Bajo esta perspectiva, los dirigentes de la Regeneración, así se
llamasen nacionalistas, eran tan internacionalistas como su
contraparte radical.

Por otra parte, el eclipse liberal fue un fenómeno mundial


después de 1880, de suerte que la conservatización colombia-
na no fue tan estrafalaria como algunos suponen. En el último
cuarto del siglo XIX, tanto en Europa como en los Estados Uni-
dos se hizo manifiesto el declive de los partidos liberales y el
ascenso de los conservadores. Se fortalecieron los poderes del
ejecutivo, apoyados en burocracias expansivas y modernas. En
1885 los liberales caen en el Reino Unido y empieza una era
conservadora de 20 años. En Estados Unidos suben los republi-
canos y en Francia los republicanos oportunistas dominan entre
1880 y 1898.
El trasfondo era más ominoso: las rivalidades nacionalistas
de los Estados europeos, el "destino manifiesto" de los Estados
Unidos y el nacionalismo del gran capital acudían a la forma-
ción del imperialismo.
El punto de inflexión de estos sucesos, en el que muchos
historiadores han querido ver el comienzo de la marcha ineluc-
table hacia la Primera Guerra Mundial, fue "el reparto de Áfri-
ca" en la reunión del Congreso Internacional de Berlín en 1 8 8 5.

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Asia ya había sido repartida. La nueva concepción de los im-


perios coloniales se montaba sobre el desvanecimiento de la bur-
guesía cosmopolita de la cuenca noratlántica y sobre los
escombros de la Comuna de París, aplastada trágicamente en
18 7!.
El cosmopolitismo burgués de grandes comerciantes instala-
dos en los puntos nodales del comercio mundial y relacionados
por matrimonios había erigido entre 1760 y 1860 un paradigma
cultural que después de 1860 sería impugnado bien por las nue-
vas clases trabajadoras de la llamada segunda revolución indus-
trial, o por las nuevas burocracias nacionalistas. Los elementos
del paradigma, analizados por historiadores como Charles A.
Jones, son bien conocidos: individualismo, progreso lineal afín
a los valores de la revolución tecnológica, libertades civiles,
gobierno limitado y representativo, anti-mercantilism09 •
El funcionamiento de los principios del liberalismo económi-
co al estilo inglés (el librecambio, el patrón oro y el equilibrio
de las cuentas de la hacienda pública) estimuló la corriente in-
ternacionalista mediante el comercio y las inversiones de capital
transnacional. El mundo experimentó un crecimiento económi-
co sin precedentes, acelerado por los enormes avances técnicos.
Pero, subraya Gabriel Tortella, simultáneamente se fortalecie-
ron los Estados nacionales y en el camino aceptaron otros prin-
cipios antiliberales, colonialistas y militaristas, aunque después
de la Primera Guerra también habrían de ser socialdemócratas l0.

Estas trasformaciones europeas fueron seguidas con avidez


por las elites colombianas. Por eso resulta difícil explicar la
Regeneración y su legado sin considerar este trasfondo. De allí
la complejidad de la fórmula regeneradora, sorprendente en
América Latina, puesto que amarró principios de liberalismo
económico, intervencionismo borbónico, antimodernismo ca-
tólico y un nacionalismo cultural de corte hispanista.
Pueden darse dos ejemplos del internacionalismo liberal de

9. C. A. Jones, International Business in the Nineteenth


Century: The Rise and Fall of a Cosmopolitan Bourgeoisie, Nueva
York, 1987.
10. G. Tortella, La Revolución del siglo xx, Madrid, 2000.

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la Regeneración: primero, la apertura a las inversiones inglesas,


francesas y norteamericanas en minería, ferrocarriles, vapores
fluviales, banano, azúcar y maderas preciosas. Segundo, el arre-
glo meticuloso de la deuda externa mediante el protocolo de I894
con el Consejo de Tenedores de Bonos en Londres. El neobor-
bonismo tuvo sus manifestaciones en el intento de ampliar la
capacidad fiscal extractiva, en la modernización del ejército y
en la creación de un banco oficial que adquirió un propósito
sectario. Como dijera Caro en I898, sin que pudiera anticipar
las emisiones hiperinflacionarias de la Guerra de los Mil Días:
"La revolución (de I 8 8 5) hizo nacer el papel moneda de cur-
so forzoso y el papel moneda mató la revolución (de I895)".
También se manifestó en el proteccionismo clientelista a los
artesanos y en la redistribución de los bienes baldíos para el
fomento de la agricultura exportadora y la gran propiedad
territorial.

Los dirigentes radicales y regeneracionistas compartieron un


talante de hombres públicos civiles y civilistas. A este respecto
recordemos que en un artículo de su madurez Caro no dudó
en calificar a Murillo Toro de "hombre civil y declarado adver-
sario del usurpador Mosquera"TI .
En la guerra como en la paz, la palabra fue su arma y la pe-
dagogía, su método. Unos y otros se justipreciaron de publi-
cistas y creyeron que, en la marcha de la construcción nacional,
su deber patriótico radicaba en enseñar. Manuel Murillo Toro,
Santiago Pérez y Aquileo Parra son en todo equiparables a
Rafael Núñez y Miguel A. Caro, salvo quizás en sus orígenes
sociales. Mientras que los dos últimos descendían de familias
acreditadas en Cartagena y Bogotá, los centros más importan-
tes de la vida política virreinal, los jefes radicales procedían de
vecindarios subalternos.
Los medios discursivos de radicales y regeneradores también
fueron compartidos. El discurso de unos y otros fluyó por tres
vertientes propias de un patriciado republicano: la legalista, o

II. Ver su artículo "Las dictaduras", en: Miguel Antonio Caro.


Escritos políticos, loe. cit., págs. 242-260.

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sea, el imperio de la ley corno ideal legitimador de la polis; la


filológica y literaria, es decir, el dominio de la lengua materna
como prueba de civilización y acabada expresión de la identi-
dad cultural, y los estudios sobre el territorio geográfico, en una
vena utilitaria de reconocimiento de los paisajes apropiados y
transformados por el hombre colombiano con su potencial para
el progreso material.
En realidad las clases dirigentes de uno y otro partido hicie-
ron del derecho, la gramática y la geografía una trinidad que,
cognoscitiva o emocionalmente, podía invocarse para desentra-
ñar el pasado, el presente y el futuro del país y sus habitantes.
Una trinidad que, pese a los matices constitucionales (de fe-
deralismo de papel versus centralismo de papel), todos ellos
quisieron ver entronizada en Bogotá, la capital nacional. Es otra
de esas ironías de la historia que la capital colombiana conocie-
ra uno de sus momentos estelares, el despegue hacia una ciudad
moderna, precisamente durante la Regeneración. El régimen
de la Constitución de I886 cosechaba la liberación de la pro-
piedad raíz de los decretos de desamortización del general
Mosquera, uno de los grandes "usurpadores" de la historia co-
lombiana según Miguel A. Caro, la Iglesia y los padres jesuitas.
Quisiera sugerir que sin los ritmos de la actividad comercial
bogotana después de I 885 Y la modesta infraestructura bogo-
tana de bibliotecas, librerías, sociedades de artes, música y cien-
cias, de profesionalización de campos corno la ingeniería, la
medicina y el periodismo, que se aceleró por las mismas fechas,
es imposible pensar en la viabilidad de una nación como pro-
yecto cultural, cualquiera que fuese su signo ideológico.

La diferencia entre radicales y regeneradores quedó estable-


cida en la derrota liberal en la Guerra de los Mil Días, la última
contienda civil de nuestra historia en que participaron las elites
políticas. Al tiempo que en 1902 los jefes políticos rechazaron
la guerra corno recurso válido de gobierno u oposición, la vida
pública se conservatizó de suerte que las reformas liberales de
las décadas de 1930 y I940 ganaron en relieve y dramatismo
más allá de lo que en realidad les correspondía.
¿Porqué la terminación de la Guerra de los Mil Días no mar-

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có la posibilidad de hacer un corte de cuentas con el pasado y,


por el contrario, el Olimpo Radical y la Regeneración se consti-
tuyeron en polos de referencia de la divisoria política del siglo
xx? La alianza implícita de conservadores históricos y los anti-
guos guerreristas liberales reciclados en el quinquenio de Rafael
Reyes fue demasiado táctica para alcanzar la coherencia del le-
gado regenerador. Mucho menos pudo superar a los regenera-
dores como gestores de una empresa retórica más resistente que
la radical, como sostiene convincentemente el historiador fran-
cés Frédéric Martínez U • Yen el principio fue el verbo.
Pasando a los predicados, no es paradójico decir que el éxito
del "modelo" que imperó en los primeros 30 años del siglo xx
impidió enterrar el pasado. El complemento de liberalismo eco-
nómico y conservadurismo social, ideológico y político, en el
cuadro de la creciente incorporación al mercado mundial con
base en el café, creó un entramado de intereses sociales que, con
una urbanización sostenida aunque incipiente, desbordó las
pretensiones ideológicas ya fuesen ultra individualistas o ultra-
montanas. Las instituciones regeneradoras, corregidas y mejo-
radas en I9IO, funcionaron para un desarrollo capitalista
dentro de un modelo constitucional liberal.
Dos ingredientes regeneradores tendrían fuerte gravitación
hasta la década de I960: la posibilidad de conciliar el mundo
de fábricas, plantaciones, vías, bancos y telégrafos con un anti-
modernismo orientado por las encíclicas papales y un naciona-
lismo cultural hispanófilo. En ese contexto debe entenderse la
violencia verbal de activistas incesantes como los sacerdotes
Ezequiel Moreno, Luis Jáuregui (influyente maestro de Laurea-
no Gómez) o Félix Restrepo, quienes emplearon la elocuencia
para demonizar los valores seculares encarnados en elliberalis-
mo de Miguel Samper o Rafael Uribe Uribe, o en la segunda
República Española y lo que se veía como su proyección sinies-
tra en Colombia a la sombra del régimen liberal de I930-I946.
En la búsqueda de un hilo conductor es posible toparse con el

I2. F. Martínez, El nacionalismo cosmopolita. La referencia eu-


ropea en la construcción nacional de Colombia, I845-I90o, Bogo-
tá,2001.

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Miguel Antonio Caro de la década de 1870, con el polemista


del Partido Católico quien, sin abandonar las coordenadas
esenciales, tuvo que atemperar su pensamiento para ejercer el
poder y la influencia en las décadas siguientes.
En épocas recientes personajes de la política liberal como
Alfonso López Michelsen o Indalecio Liévano Aguirre defen-
dieron la obra regeneradora de Núñez, colocándola dentro de
parámetros tales como el intervencionismo moderno o la mo-
dernización política. Personajes que, como bien se sabe, com-
batieron algunas instituciones básicas del Frente Nacional, en
particular la alternación. Por el contrario, un sociólogo de la
política como Fernando Guillén propuso que la Regeneración
habría sido" el primer frente nacional" 13.
Desde la perspectiva de fines del siglo xx podría decirse que
el capitalismo colombiano acentuó los moldes individualistas,
al estilo de los liberales radicales del siglo XIX. Pero también
podría objetarse que durante un largo trecho del siglo xx los
espíritus animales del individualismo capitalista fueron aman-
sados por prácticas católicas, como hubiesen querido los rege-
neradores de la década de 1890.
Propongo ver el tinte católico en un conjunto de institucio-
nes públicas y privadas que están desapareciendo. Aparte del
Hospital San Juan de Dios y, claro, del Partido Conservador,
hay que recordar las grandes fábricas de textiles de Medellín
en el período 19°4-197°, las redes municipales de la Federación
de Cafeteros después del censo de 1932 hasta la fecha, la legis-
lación laboral y de seguridad social en particular desde 1949
hasta 1990. Instituciones que en su momento se legitimaron
mediante discursos éticos de solidaridad social que, en un tono
secular, desarrollaron los regímenes liberales entre 1930 y 1946.
Habrá que estudiar con más detenimiento esto que no dudo
en llamar "capitalismo católico". Ése fue un legado de la Rege-
neración y si tiene adeptos en los dos partidos es porque allí,
así no sea explícita, puede radicar una de las razones de la debi-
lidad histórica de la izquierda colombiana.

13. F. Guillén Martínez, La Regeneración. Primer Frente Na-


cional, Bogotá, 1986.

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El desorden del siglo XIX fue el fantasma que acechó la con-


ciencia política del siglo xx colombiano; incluso a hombres
como Núñez y Caro, protagonistas del último trayecto de aque-
lla centuria de pasión política. Las cuidadosas compilaciones
de los escritos de Caro hechas por Carlos Valderrama Andrade
muestran esa obsesión por restituir la legitimidad perdida a raíz
de la Independencia, un tema subrayado por Eduardo Posada-
Carbó I4 •
En una entrevista que concedió Lord Skidelsky a The Econo-
mist (9 de diciembre de 2000) a raíz de la aparición del tercero
y último volumen de su biografía de John Maynard Keynes,
sostuvo que, pese al poderío de la prosa y la lógica del gran
economista, la pertinencia de su pensamiento provino del desor-
den mundial que reinaba al comenzar la década de 1940. El
biógrafo recordó cómo en 1940 Keynes había escrito en tono
pesimista que, por primera vez desde la Ilustración: "Hobbes
nos dice más que Locke". Guardadas todas la distancias y
advirtiendo que ninguno de estos dos grandes clásicos ingleses
del pensamiento político moderno fue realmente conocido por
Caro o Núñez, la fascinación que la Regeneración ejerció so-
bre muchos espíritus del siglo xx colombiano pareció estribar,
precisamente, en ese mensaje premonitorio: en tiempos turbu-
lentos un pensamiento como el de Hobbes nos dice más que el
de Locke. Y no creo que las actuales circunstancias colombia-
nas, cuando estamos recogiendo las siembras del último me-

14. La autoridad de Valderrama sobre los escrito de Miguel


Antonio Caro se ha establecido a lo largo de muchos años de pa-
ciente y riguroso estudio en una copiosa producción realizada den-
tro del Instituto Caro y Cuervo. Baste citar las siguientes ediciones
anotadas y comentadas del pensamiento político de M. A. Caro:
Miguel Antonio Caro y la Regeneración. Apuntes y documentos
para la comprensión de una época, Bogotá, 1997; Miguel Antonio
Caro, Escritos Políticos, 4 vals., Bogotá, 1990-I993; Estudios
constitucionales y jurídicos, 2 vals., Bogotá, 1986; Discursos y
otras intervenciones en el Senado de la República 19°3-19°4, Bo-
gotá, 1979. El comentario de E. Posada-Carbó a la publicación de
los primeros 3 tomos de los Escritos Políticos se encuentra en el
Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, N° 30, vol. XXIX, I992.

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y su importancia en el siglo XX

dio siglo, estén para la lógica del sujeto político libre de Locke,
que ya da por supuesto el Estado. Parecen inclinarnos más ha-
cia la lógica de Hobbes de armar primero el Estado, para que
enseguida pueda erguirse y ascender el sujeto político libre.

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La clase más ruidosa. A propósito de los

reportes británicos sobre el siglo XX

colombiano'

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l. Publicado inicialmente en ECO, Revista de la Cultura de Oc-
cidente, Bogotá, tomo XLlIh, diciembre, 1982.

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Los Reportes y los diplomáticos
lo Una relectura de los reportes sobre Colombia en la prime-
ra mitad del siglo xx conservados en el Public Record Office
(PRO) de Londres sugiere el nudo temático de estas notas. E
reencuentro con tales fuentes en I982 -diez años después d
una incursión al fondo que las contiene- trastocó nuestras
primeras impresiones; el campo factual se nos presentaba ahora
más menguado y de la retórica de los informes parecían esca-
parse muchas resonancias arrogantes y paternalistas 2 •
En este ensayo no emplearnos la riqueza documental del
fondo "Colombia" del PRO para elucidar y comprender mejor
los episodios e incidentes de la vida política colombiana. Nos
servirnos apenas de referencias significativas para sugerir al-
gunas interpretaciones provisionales en torno a la idiosincra- .
sia y los estilos políticos en Colombia. El estudio explora la veta
de episodios e incidentes de este archivo para ofrecer una in-
terpretación cultural del proceso político colombiano de la
primera mitad del siglo xx.

2. El PRO se encuentra ahora en unas modernísimas y cómodas


instalaciones cerca de Kew Gardens, en Ruskin Avenue, Kew,
Richmond, Surrey, que crean una atmósfera menos pintoresca y
dickensiana que la de los vetustos edificios de Chancery Lane y
Portugal Street, donde el autor encontró estos materiales por pri-
mera vez en 1972, por indicaciones de Malcolm Deas.
El fondo" Colombia" del período 1 906-1 9 52 comprende
aproximadamente 200 volúmenes, pero la información posterior a
1940 es muy pobre comparada con la que se ofrece para los años
veinte y treinta. El PRO abre documentos al público 30 años des-
pués de su emisión. La misma regla se aplica a los Archivos Nacio-
nales de Washington, pero los del Quay D'Orsay tienen una
protección de medio siglo.
El fondo "Colombia" corresponde a la sección del Foreign
Office (FO); su número de serie después de 1906 es 371. Aquí
damos una de estas dos referencias: FO 371/ seguido del número
del volumen correspondiente o el número del documento citado.
En ambos casos indicamos entre paréntesis el año a que corres-
ponde. Comprende la correspondencia dirigida por el Ministro o
Embajador al FO. No consideramos necesario citar sus nombres ni
la fecha exacta de emisión de los documentos.

[I57]

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Este archivo es una de las fuentes más promisorias para des-


cribir y delatar la trayectoria de los intereses británicos en
Colombia, y de pasada los norteamericanos y franceses, como
acaba de probarlo S. J. Randall en un excelente estudio que pasó
desapercibido en Colombia 3 • Empero, las notas que siguen se
apartan de semejante línea; queremos simplemente ofrecer una
interpretación alternativa de algunas idiosincrasias sociopolí-
ticas colombianas, empleando los informes diplomáticos como
puntos de referencia incidentales.
I Enfocamos algunos tópicos recurrentes en estos informes,
I como la moralidad media y las ambiciones, estilos y preferen-

: cias de los grupos elitistas que hacían política en Bogotá 4 • Bajo


¡ estos supuestos, el valor de estos documentos queda reducido
I a una condición de prueba testimonial, de un testigo de parte,
poco o nada neutral, pero distante. Es preciso recordar, además,
que la capital colombiana era una modesta ciudad andina, ale-
jada de los mares, apacible y, con todo y su Sabana, enclavada
en los trópicos húmedos.
Los reportes discurren en varios planos confluentes hacia
una visión empiricista de la sociedad y la política de Colombia:
descripciones e interpretaciones de incidentes y formalizaciones

3. S. J. Randall, The Diplomacy of Modernization: Colom-


bian-American Relations I920-I940, Toronto, I977. Del mismo
autor ver también "The International Corporation and American
Foreign Policy: The United States and Colombia n Petroleum,
I920-I940", Canadian ¡ournal of History, vol. IX, N° 2, agosto,
I974, págs. I79-I96.
4. "En cambio todos los que hacen política y los que ven en pe-
ligro sus destinos, o temen una rebaja de sueldos o creen que se les
aleja la esperanza de colocarse, o bien temen que vacila el contrato
de que disfrutan, o que se hace difícil el que proyectan o que se les
ha de pedir cuentas por el que ya tuvieron, y sus amigos, parientes
y simpatizadores, y los que medran con el contrabando o hacen
prosperar sus intereses políticos dando pábulo al descontento por
injustificado que sea; todos ellos con cucarda de patriotas buscan y
encuentran oportunidades de mover escándalo [... ] en muchos ca-
sos con caracteres de chantage". T. O. Eastman, Informe de Ha-
cienda al Consejo de Ministros, Bogotá, I9II, pág. 4.
[I5 8]

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británicos sobre el siglo xx colombiano

mediante un sistema de juicios que acomoda un espíritu etno-


céntrico que, para estar en paz consigo mismo, elige entre muti-
lar los hechos o despojar a los agentes históricos nativos de su
intencionalidad para adjudicarles otra, completamente arbitra-
ria. Sugieren, por ejemplo, que no todos los países dan la talla
de la civilización. En naciones tropicales como Colombia el cul-
tivo de aquellas cualidades que posibilitan la vida civilizada se
vería entorpecido por un conjunto de factores. El primero, "el
carácter del pueblo":
¿Por qué, podríamos preguntar, un país que a primera vis-
ta parece ser verdadera tierra de promisión se convierte, para
aquellos que viven suficientemente en él, en tierra de prome-
sas incumplidas? La respuesta debe buscarse en el carácter del
puebloS.

El "carácter del pueblo" se desdobla en pliegues viciosos.


Por eso unos años después otro informe comenta el posible im-
pacto de las reformas legales y financieras del primer paquete
Kemmerer (I923) y concluye:
Cualquiera que sea la excelencia de las nuevas leyes e inde-
pendientemente de los recursos naturales del país, los habi-
tantes son y serán una raza Latina-Berberisca-Indígena, cuya
capacidad para el autogobierno no ha impresionado a los ob-
servadores extranjeros por su brillo después de un siglo de in-
dependencia 6 .

JI. Los autores de estos documentos desempeñaban cargos


importantes en la Legación Británica en Bogotá pero, con toda
seguridad, Bogotá debió considerarse un lugar muy modesto
en la escala de prestigios del Foreign Office7 • Compartían los
antecedentes arquetípicos de la clase media británica: educados
en public schools, recibieron en Oxbridge algún grado en clási-
cos griegos, literatura inglesa o historia y, más temprano que

5. FO 371/IIOO; Reporte I9 II , pág. 7·


6. FO 371/A2322h322lr1 (1923), pág. 2.
7. Sólo hasta junio de 1944 los gobiernos acordaron elevar sus
representaciones diplomáticas al rango de Embajada.

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tarde, se incorporaron al servicio diplomático. Aquellas excep-


ciones provenientes de la clase media-media y media-baja de-
bieron pasar por las grammar schools, establecidas en el Balfour
Act de 1902. Su carrera profesional los llevó a países inespe-
rados que clasificaron-instintivamente según la fortaleza de sus
vínculos con el Imperio.
La retórica de los informes denota una tirantez constante
entre el esnobismo y la posesión de genuinas virtudes victoria-
nas. El medio bogotano en el que se familiarizaron les colmó
un vicio advertido en su clase y condición: envanecerse de una
excentricidad de anticuariat0 8 • Eran hombres del siglo xx pro-
1/ rrogando actitudes decimonónicas.
El lapso que cubren los documentos aquí empleados coinci-
de con todo un ciclo de la historia británica. A la muerte de la
reina Victoria (1901), Gran Bretaña detentaba el imperio más
vasto y poderoso del planeta. En 1946 inició en la India su re-
pliegue imperial para caer inexorablemente al rango de poten-
cia segundona, subalterna de los Estados Unidos. En este medio
siglo la vida espiritual de los británicos continuó alimentándose
en la seguridad y confianza adquiridas en la época anterior. La
idea fija en el progreso racional parecía confirmada por una
práctica científica y tecnológica que colocaba a la nación entre
las vanguardias del mundo. Con todo, después de 1915la socie-
dad empezó a secretar un miedo colectivo a la guerra.
La desigualdad social, la persistencia de cinturones de mise-
ria proletaria y la contracción del ciclo económico produjeron
miedos sociales y en la clase obrera, un verdadero pánico al
desempleo. El temor a la revolución se acrecentó en algunos
sectores después del triunfo de los soviets en Rusia y tomó fuerza
en los años veinte, con su gran pico en la Huelga General de
mayo de 1926.
Ahora eran Freud y Marx quienes obtenían la preeminen-
cia que habían disfrutado Smith y Ricardo, Darwin y Spencer.
La ilusión de la época victoriana de una paz universal garanti-
zada por la hegemonía de la civilización británica se extinguió

8. W. J. Reader, Life in Victorian England, Londres, 1944,


pág. 178.

[160]

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británicos sobre el siglo xx colombiano

paulatinamente ante el fortalecimiento del militarismo indus-


trial japonés en Asia, y en Europa, el ascenso alemán y la con-
solidación de la Unión Soviética. La "cuestión irlandesa"
también debió aportar su cuota en la percepción del ocaso im-
perial.
El bipartidismo aristocrático-burgués británico no atinaba
a comprender la mentalidad y las demandas de la clase obrera.
El auge inicial del laborismo (I900-I92I) desconcertó: grupos
de las clases alta y media alta, liberal o conservadora, lo perci-
bían como un movimiento insólito y desarticulado. En el siglo
~IX Gran Bretaña había sido el paradigma de un sistema capi-
t~lista de libre empresa. En el siglo xx la inequidad social y la
militancia sindical promovieron salidas gradualistas que cul-
minaron en el primer modelo de un "Estado de Bienestar".
Una vez que el laborismo ganó las primeras elecciones parla-
mentarias, el gobierno de Attlee (I94S-I9 SI), impulsó una for-
midable legislación social intentando abolir un pasado que
todavía en la época de los Beatles pesaba demasiado en la sen-
sibilidad y los hábitos británicos.

lB. Sería aconsejable tener una actitud dubitativa ante las


reacciones que estas transformaciones suscitaron en la comu-
nidad diplomática. Es seguro que ésta se dejó guiar por las
orientaciones emanadas de su burocracia. Del archivo no puede
sacarse ninguna conclusión sólida al respecto debido, entre
otras razones, al papel insignificante que pareció tener Co-
lombia en el Foreign Of{ice. Es cierto que en los años veinte los
informes expresan recelos ante la rápida penetración norteame-
ricana en Colombia; pero todavía se trataba a los yankees con
sorna: "Se comportan como niños nuevos ricos" 9.
Habrá que esperar hasta la década de I930 para advertir
un esfuerzo sigiloso para inducir a los medios de comunicación
mundial -prensa y radio- a utilizar material periodístico que

9. Ver por ejemplo: FO 37I/A2322h3221II (I923), págs. 7-8;


FO 37I/AIo221Io221II (I924), pág. 8; FO MA3I9213I921II
(I928) págs. 9-IL

[I6I]

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presentara una imagen positiva de Gran Bretaña y desprestigia-


ra a los totalitarismos de Alemania y]apón IO •
Es impensable que estos diplomáticos consiguieran desco-
nectarse a su antojo de los cambios que ocurrían bajo sus pies.
Sus actitudes condensaban una concepción más global, incu-
bada en ese mundillo de mandarines (Whitehall y El Banco de
Inglaterra) que quizás por rutina y pereza mental ignoró la vita-
lidad de las corrientes históricas que trabajaban por el derrum-
be del Imperio y por el ascenso de lo que en la segunda posguerra
se conocería como el Tercer Mundo.
Quizás a esto obedezca al anacronismo con que se trasvasan
muchos de los juicios sobre Colombia y sobre América Latina.
Corresponden por su fondo y forma a una era penetrada por
la mentalidad imperialista liberal del último tercio del siglo
pasado y comienzos del presente 11.

IV. En la mira de los intereses británicos estatales y privados


Colombia representaba un punto apenas perceptible para los
entendidos. El trabajo político de la Legación Británica en Bo-
gotá no debió desvelar a ninguno de sus Ministros. Las eco-
nomías presupuesta les dan indicios. Pueden citarse incidentes
como éste: un Ministro legatario concebía algún esquema para
mejorar e incrementar las relaciones entre los dos países. Una
vez comunicada la iniciativa, recibía respuestas vagas que se
tornaban hoscas si insistía. Un mensaje de Londres cancelaba
el episodio: "El costo de los próximos telegramas que envíe so-
bre este asunto le serán cargados a su cuenta personal" .
La monotonía de la vida del servicio incitó a muchos diplo-
máticos a matar el tiempo estrechando relaciones sociales. El
ocio y la curiosidad los obligó a aguzar inteligencia y sentidos
para bucear en los valores centrales, las normas de conducta y
los estilos de vida de sus interlocutores y amigos. Se adentraron
en el ambiente elitista de un país pobre y ensimismado, donde
el Concordato de 1887 había conseguido fraguar un modelo

10. FO 371/AI086/313/I1 (1937).


I I . El tema del Imperialismo victoriano sigue debatiéndose. Un

buen resumen se encuentra en D. K. Fieldhouse, Economía e


Imperio. La expansión de Europa (I830-I9I4), México, 1978.

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británicos sobre el siglo xx colombiano

cultural provinciano y superficial que, sobre el neotomismo ofi-


cial, estampó un mito pagano al que podían endilgársele refe-
rencias inesperadas:
En efecto, Bogotá se describe con frecuencia como la Atenas
Suramericana; pero el único punto de semejanza con su pro-
totipo griego sería que, de hecho, en ambas ciudades se prefiere
jugar el contract bridge en lugar del royal auction bridge' .

L~s visiones etnocéntricas de la sociedad colombiana


v. La edad madura del modelo agroexportador latinoameri-
cano, el período que va de 1910 a 1930, con la notable excep-
ción del México revolucionario, se caracterizó, por paradójico
que parezca, por el ímpetu de las corrientes intelectuales que
subrayaron el malestar general de la condición latinoamericana.
La nota pesimista, barnizada o profundamente corroída de
etnocentrismo, predominaba en los diagnósticos más lúcidos
y más exóticos.
Latinoamericanos y extranjeros, algunos muy eminentes como
Ortega y Gasset, apuntaban hacia una crítica global y sustan-
tiva de la "personalidad latinoamericana "I3 . Señalaban los
males del mestizaje, el infantilismo patriotero y la exacerba-
ción nacionalista. Para comprobarlo estaba ese gran manchón
de dictaduras mili~ares del más diverso signo, de abigarrada com-
plexión, estilos desconcertantes y matices sutiles, infinitamente

12. FO 371/A18861I886/II (1926), pág. 17. La ironía es mejor


comprendida por quienes conocen el juego del brigde al que se
atribuye origen griego. Los que no lo conocemos debemos apren-
der las diferencias entre el contract y el auction brigde en las ex-
tensas entradas que les dedican las sucesivas ediciones de la
Enciclopedia Británica.
13. Las referencias más significativas de esta época se hallan co-
mentadas por Alcides Arguedas en su ensayo La danza de las som-
bras, reeditado en sus Obras completas, México, 1959, vol. 1. José
Ortega y Gasset en su Meditación de un pueblo joven y otros ensa-
yos sobre América, Madrid, 1981, emprendió un breve y lúcido
análisis de la sociedad y de la sicología social del argentino. De ac-
tualidad es su estudio "Intimidades", págs. 105-146, escrito en
septiembre de 1929.

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mejor comprendidas en su complejidad por la novela que por la


sociología latinoamericana. Ese manchón cubría Centroamé-
rica y el Caribe (con las excepciones de Costa Rica y Panamá)
y los países suramericanos donde las fuerzas civilistas refulgían
con avara intermitencia. En América del Sur, Colombia y Uru-
guay eran las excepciones.
En un contexto continental deben apreciarse las observa-
ciones de S.l2encer Dickson, uno de los diplomáticos británicos
más duchos en asuntos colombianos. Había estado en Bogotá
entre I886 Y I894; I900 Y I906 Y regresó en I930. A él debe-
mos los Reportes Consulares más completos sobre la economia
colombiana de fines del siglo XIX y principios del xx, entre éstos
su muy citado informe de I903 sobre la situación cafetera I 4 •
En un informe fechado en I930 dividió a la población colom-
biana en tres grandes segmentos etnosociales, cada uno con una
función política activa (gobernar) o pasiva (obedecer):
La elite de la población se encuentra en las principales
ciudades y en sus haciendas dispersas por el país; representa
escasamente el 5 % del total. Refinada y bien educada se en-
orgullece justamente de su ancestro español puro. El orgullo
familiar es muy acusado y se traspasa de una generación a otra.
En el extremo opuesto de la escala está la clase 'nativa', 'in-
dia' o 'de peones', que constituye cerca del 80% de la pobla-
ción total. Su tipo varía según los distritos del país. Los rasgos
principales de los indios son docilidad, lealtad a sus amos, y
aunque indolentes, tienen una capacidad infinita para el tra-
bajo cuando se los dirige correctamente. El restante 15 % está
formado por los mestizos, algunas veces inteligentes pero ge-
neralmente viciosos, crueles o inescrupulosos. Generalmente
actúan de intermediarios, sirviendo a los españoles y domi-
nando a los indios. Aunque útiles, son peligrosos puesto que
los más inteligentes de entre ellos obtienen frecuentemente po-
der y riqueza; este elemento intermediario de la población
constituye el principal obstáculo para progresar sobre las líneas

14. Report for the Year 1901, Parlamentary Papers (PP), vol.
CVI, Londres, 1902, págs. 347-64, y Report for the Year 1903, PP,
vol. XCVIII, 1904, págs. 593-628.

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de una administración más honesta por la cual luchan muchos


de los mejores elementos de Colombia '5 •

VI. Este diagnóstico formula el principio de coexistencia de


las dos Colombias, la de los indios, quienes, según otro reporte,
"apenas están por encima de la creación bruta" I6, y la de la
ínfima minoría blanca. Las dos Colombias se unían por un sis-
tema de pasadizos visibles únicamente desde arriba. Los inter-
mediarios de este comercio económico, espiritual y político
formaban una tercera clase, los "mestizos". Las condiciones
de vida material de la vasta mayoría "india" seguían siendo ate-
rradoras:
Las clases trabajadoras están en una situación que sería
desfavorable de comparársela con la de las razas africanas (sic)
con las desventajas adicionales que trae la semicivilización.
Viven al día y cualquier suceso anormal puede llevarlas a la
inanición'? .

Considerando los elementos integradores de la vida espiri-


tual del pueblo colombiano, algunos informes excavan más
hondo en el mismo terreno:
Los indios se han vuelto estólidos y estoicos; han perdido
la iniciativa; son esclavos del hábito y su religiosidad pierde
carácter cristiano para convertirse en asunto rutinario tocado
de supersticiones '8 •

Por lo general los autores de estos documentos sumergen el


pueblo en un submundo homogéneo; sus notas: servilismo y
resignación, indolencia e ignorancia. Al referirse a su partici-
pación en política lo asemejan al "buen salvaje" del siglo XVIII,
con una diferencia: este pueblo es sujeto formal de derechos
que prefiere desconocer. Así, por ejemplo, un informe de 1912

15· FO 371Ah853h853/II (1931), pág. 3.


16. FO 371/AI022110221I1 (1925), pág. 12; FO 3711I350,
Reporte 19II, pág. 16.
17. FO 3711I350; Reporte 1911, pág. 16.
18. FO 3711I630; Reporte 1912, págs. 9-10.

[ 16 5]

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otorga validez y actualidad a observaciones que Cochrane hi-


ciera en 1823:
Por lo que he visto, considero que los rangos inferiores, o
sea la gran masa de la población se adapta mejor a una Mo-
narquía que a una República. Es tranquila, tratable, gusta de
los espectáculos y la diversión; no tiene fuertes sentimientos
de libertad e igualdad y prefiere un superior que le aconseje y
que sea más competente para juzgar qué conviene a sus inte-
reses'9.

Sería sencillo suponer que este texto es un antecedente res-


petable y directo del principio del "buen dictador" que circula
por el pensamiento político colombiano desde la Independen-
cia, tal y como lo planteó con desdichada lucidez la famosísima
Carta de Jamaica. En el año de 1932 los diplomáticos de Su
Majestad abordaron el tema, quizás por última vez. Su con-
clusión reitera:
Bajo una perspectiva adecuada, Colombia es un pueblo de
campesinos muy humildes y primitivos, en su mayoría mesti-
zos, sometidos a la opresión política y social; viven casi gratis
de una tierra ubérrima pero bajo un clima malsano y en pési-
mas condiciones de salubridad 2o •

La escasa o casi nula conciencia social convierte a esta nu-


merosa "clase de peones" en un conglomerado pasivo hasta el
grado de total insolidaridad consigo mismo:
Por una curiosa paradoja, debida a la ignorancia y falta de
solidaridad de la clase trabajadora, la escasez de fuerza de tra-
bajo no implica incrementos apreciables en los salarios que son
excepcionalmente bajos, en particular en las zonas cafeteras
donde el sistema de trabajo escasamente se distingue de la servi-
dumbre'.

I9. Ibíd., págs. IO-II.


20. FO 3711I6S70; Reporte I932, pág. 32.
2I. FO 37I/AI8861I886/II, pág. I8.

[166]

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Estudios como los de Absalón Machado y Mariano Arango,


Gonzalo Sánchez y Pierre Gilhodes no avalan esta apreciación
simplista u .
La masa india recibe otro elogio: es honrada en contraste
con los blancos y mestizos. Hay complacencia en esta consta-
tación: los robos y asaltos en descampado son menos frecuen-
tes en Colombia que en muchas naciones europeas:
Realmente no hay calle en Bogotá y no existe una parte del
país, excepto en los casi inaccesibles distritos todavía poblados
por indios salvajes, donde un extranjero o un nativo no puedan
transitar con perfecta seguridad a cualquier hora del día o de
la noche J •

Una verificación adicional del diagnóstico de Cochrane: "La


clase baja es calmada; pueblo inofensivo de voz apacible y
maneras singularmente corteses". Es cierto que "no es muy in-
teligente" puesto que la chicha lo embrutece, salvedad hecha
de los "judíos antioqueños" 24 •

VII. La nota etnocéntrica no era exclusividad de europeos y


el veredicto de Dickson no era planta exótica en Colombia. El
joven Laureano Gómez, desencantado con la oligarquía polí-
tica de su partido, apoltronada y marrullera, difunde sin inhi-
biciones una concepción pesimista de la sociedad colombiana.
Al optimismo característico del liberalismo colombiano, que
anuncia la posibilidad efectiva de realizar los ideales de la de-
mocracia política y social, Gómez contrapone un pesimismo

22. Ver los elaborados estudios de M. Arango, Café e


Industria, I850-I930, Bogotá, 1977; P. Gilhodes, Las luchas agra-
rias en Colombia, Medellín, 1972; A. Machado El café: De la c.,
aparcería al capitalismo, Bogotá, 1977, y G. Sánchez, Las ligas
campesinas de Colombia, Bogotá, 1977. Igualmente, M. Palacios,
El café en Colombia, I850-I970 Una historia económica social y
política, Bogotá, 1979.
23. FO 3711234; Reporte I906, pág. 5.
24. FO 371/AI022II022/1I (1925), pág. 11.

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radical de estirpe racista y denuncia de paso las desarmonías


ideológicas y las constantes ambigüedades de la praxis política
del liberalismo.
Laureano aprueba el dictum antropológico según el cual
"Dios hizo al hombre blanco; Dios hizo también al hombre
negro; pero al mulato lo hizo el Diablo". El mestizaje primario
de la sociedad colombiana contenía la fuerza misma de la nega-
tividad sociopolítica. Un país predominantemente mestizo está
derrotado de antemano; su población:
No constituye un elemento utilizable para la unidad políti-
ca y económica de América; conserva demasiado los defectos
indígenas; es falso, servil, abandonado y repugna todo esfuerzo
y trabajo. Sólo en cruces sucesivos de estos mestizos primarios
con europeos se manifiesta la fuerza de caracteres adquirida
por el blanc0 25 •

Gómez hila este criterio a una lógica que sería negada por
acontecimientos posteriores:
En las naciones de América donde preponderan los negros
reina también el desorden. Haití es el ejemplo clásico de la
democracia turbulenta e irremediable. En los países donde el
negro ha desaparecido, como en la Argentina, Chile y Uruguay,
se ha podido establecer una organización económica y políti-
ca con sólidas bases de estabilidad 26 •

Basta fechar la proposición: junio de 1928. Sobra decir que


estas observaciones no se originaban en InVestlgacIOnes clentí-
ficas sino en sugestiones sociológicas, lecturas de geografía,
viajeros y conversaciones de sobremesa. La evidencia parecía
tan abrumadora como para molestarse en hacer el ejercicio
trivial de demostrarla .

25. L. Gómez, Interrogantes sobre el progreso de Colombia


(Conferencias dictadas en el Teatro Municipal de Bogotá en junio
de I928), Bogotá, I970, págs. 46-8.
26. Ibídem.

[168]

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británicos sobre el siglo xx colombiano

Los horizontes de la burguesía bogotana


VIII. No acontece igual con los retratos de la vida íntima,
social y política de la clase blanca y con la descripción de algu-
nas facetas políticas de los mestizos. Los británicos de la Lega-
ción fueron por lo general buenos retratistas aunque quizás no
enmarcaron adecuadamente sus obras. Sus mejores retratos
probaron que venían de una tradición empírica asentada. Son,
por supuesto, los de la clase social que los rodeó: la gente bien
instalada en Bogotá.
A principios del siglo xx registraron su desconexión de las
provincias y aun de su entorno más inmediato, su riqueza de
veras moderada y el ideal cosmopolita: "Ir a París por lo menos
una vez en la vida" 27. Enumeraban diferencias y semejanzas en
asuntos mundanos entre Bogotá y alguna ciudad provinciana
europea; verbigracia, el ambiente de una fiesta social era seme-
jante en las dos latitudes, pero en Bogotá el mobiliario era más
ordinario y más elegante la moda, masculina y femenina: "Los
trajes vienen de París, aun cuando en muchos casos uno no sa-
bría decir cómo se pagan" 28.
Estos bogotanos, "superficialmente leídos" pero "realmente
muy cultivados para su medio", no titubeaban debatiendo en
torno a tesis de Spencer o Darwin y en "algunos casos sobre los
últimos escritores franceses e ingleses". Muchas familias perte-
necientes a esta clase social ponían pequeños almacenes en el
centro de la ciudad, pero "son tan numerosos que a pesar de
las exorbitantes ganancias obtenidas en cada artículo, no al-
canzan a ser significativas como fuente de ingreso" 29 •
José María Cordovez Moure anotó el fenómeno apuntan-
do hacia otro blanco. Para Cordovez el almacén era consus-
tancial a una tradición cultural quizás más santafereña que
bogotana. En Bogotá, el almacén era un centro de comunica-
c:ión social, fuente ubicua de rumores políticos y comadreos fa-
miliares, antecesor directo del café abierto, en contraste con el
club:

27. FO 3711234; Reporte I906, pág. 5.


28. Ibíd., págs. 4-5.
29. Ibíd., pág. 5.

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La clase más ruidosa y otros ensayos

La preferente ocupación de los bogotanos se reduce a de-


sempeñar un destino público, o a permanecer doce horas del
día detrás de un mostrador, esperando a quien no ha querido
venir JO •

Como el tendero de veredas, el almacenista bogotano tasaba


bien el prestigio y la función social de su profesión. Hasta un
Aristides Fernández, ex ministro de Guerra, terror de los revo-
lucionarios liberales en la Guerra de los Mil Días, "vende ahora
(1906) muñecas y ropita de bebé detrás del mostrador de un
pequeño almacén"JI. En el reporte de 19II advertirnos una des-
cripción con evocaciones zodiacales que ahonda en la sicología
del "bogotano educado", oponiéndola a la urbanidad que le
sirve de máscara:
En su apariencia la clase alta bogotana es cortés, refinada,
puntillosa en los modales, hospitalaria y bien leída [pero] es
indolente por naturaleza, propensa a la adulación, insaciable
en la búsqueda de elogios; se enoja con rapidez y olvida con
lentitud. Ingeniosa e inteligente en la crítica, es celosa y sospe-
cha del éxito. Adaptable y lista a imitar, no muestra capacidad
organizativa ni de aplicación práctica J ' .

Por último, padece achaques de patrioterismo yengreimien-


to por "la civilización" que ha forjado en el entorno de la Sa-
bana de Bogotá. Los estudios de Luis Ospina Vásquez o Frank
Safford, entre otros, desvirtuaron la presunción del bogotano
decimonónico carente de iniciativas empresariales H •

30.]. M. Cordovez Mame, Reminiscencias de Santa Fe y Bo-


gotá, Madrid, 1957, pág. 33 5.
31. FO 37IIh853h853/II (1931), pág. 5. Sobre estos episo-
dios de la vida de Fernández, ver Luis MartÍnez Delgado, A propó-
sito del Dr. Carlos Martínez Silva, 2 a ed., Bogotá, 1930, págs.
394-6, y Charles W. Bergquist, Coffee and Conflict in Colombia,
1886-1910, Durham. N. c., 1978, págs. 166-67; 176-92. La fama
de Fernández y su contraparte liberal, el "Negro" Marín, llegó
hasta los años treinta.
32. FO 371h350; Reporte 19II, pág. 18.
33. L. Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia,

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británicos sobre el siglo xx colombiano

IX. Esta contraimagen británica altera el campo visual desde


el que la clase alta bogotana acostumbra autoproyectarse en
público. Habría, con todo, que dar crédito a las pocas produc-
ciones que ilustran la hipocresía moral de esta clase. Aquí sobre-
salen algunas novelas que hacen aflorar condenas despiadadas
y transparentes. A más de medio siglo de distancia del ideal
romántico y señorial de María, no excluyen a los negros del
sentimiento trágico del que sólo serían dignos los grandes pro-
pietarios blancos. Al contrario, imputan los más negros senti-
mientos a la burguesía de Bogotá, expuesta a las contingencias
de una cotidianidad insulsa. Son, entre otros, los ejemplos que
brindan un Ignacio Gómez Dávila en El cuarto sello (México,
1951), o un Alfonso López Michelsen en Los elegidos (Méxi-
co, 1953).
Subrayar este carácter de autocrítica implica revelar el sín-
drome de subordinación mental, ideológica y de sensibilidad
que tradicionalmente ha padecido la clase media. Desprovista
de signos propios para fijar una identidad social, no precisaba
construir un discurso literario para compensar la inferioridad
que advertía en la escala socioeconómica, con una supuesta
superioridad moral de sus propios héroes: el cachaco había
conseguido colonizar a las clases medias a lo largo del "proceso
civilizador" 34.

I8IO-I930, Medellín, 1955, y F. Safford. "Commerce and Enter-


prise in Central Colombia, 1821-1870", Disertación doctoral iné-
dita, Columbia University, 1965.
34. El tema fue sugerido con su hondura característica por Jai-
me Jaramillo Uribe en El pensamiento colombiano en el siglo XIX,
Bogotá, 1964. Aquí empleamos el término en la acepción socioló-
gica elaborada por Norbert Elias, The civilizing process, Oxford,
1978 (Iaed. alemana, Basilea, 1939) y del mismo autor What is
Sociology?, Londres, 1978, págs. 134-74. No deja de tener mucho
interés esta consideración de Rufino José Cuervo (París, 25 de ene-
ro de 1897), uno de nuestros máximos exponentes del hispanismo:
"¿Será posible la regeneración de España y de sus hijos? ¿Corres-
ponden sus cualidades de raza a lo que llamamos civilización mo-
derna? Es un punto que no sé resolver. Las glorias españolas
pertenecen al género de aventuras que hoy no pegan". Epistolario

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la clase más ruidosa y otros ensayos

Con excepciones que siempre se dan por descontadas, cuan-


do la nueva clase media bogotana intenta dibujar su autorre-
trato emplea una lente rosada de conmiseración y humor muy
bogotano, por supuesto. Como el celebrado Simeón Torrente,
creación extemporánea de un personaje que pasó por la época
que aquí nos concierne, la clase media bogotana rebosa de en-
vidias hacia arriba y temores hacia abajo35.
Julio Florez dio la justa medida de su personalidad social:
una lírica sentimental y melcochuda aunque tristona, afín al
bambuco de salón republicano, antesala de aquellos boleros
que el novelista López Michelsen analizara sutilmente 36 • Si-
guiendo una observación de Roger Bastide, podemos decir que
la poética aparece aquí como un medio de clasificación y ascenso
social. La poesía de Flórez encarna los ideales de la pequeña
burguesía provinciana. Su ascenso a un Parnaso presidido por
dos "hidalgos", Guillermo Valencia y José Asunción Silva, se
convierte en inmejorable fuente de estatus social.

x. Para reflexionar sobre estos temas de identidad cultural


y social tendríamos que apreciar mejor las sugerencias y conclu-
siones de trabajos como los de Jaime Jaramillo Uribe sobre la
personalidad histórica de los colombianos y los ensayos de
sicología social de José Gutiérrez o Alvaro Villar Gaviria. Esto
significa que debemos dar más importancia histórica a la coti-
dianidad de la acción del sujeto social, para poder explorar ra-
cionalmente los fundamentos simbólicos e irracionales de la
inter-subjetividad; quedaría entonces abierto un campo de inda-
gación: ¿Cuáles son los nexos que median entre lo cotidiano
de la acción social y la mentalidad subyacente?

de Angel y Rufino José Cuervo con Rafael Pamba (Mario Germán


Romero ed.), Bogotá, 1974, págs. 218-19.
35. Absalom Barrera, Don Simeón Torrente ha dejado de de-
ber, Bogotá, 1970. Menos exitosa, más pesimista, quizás de la mis-
ma calidad literaria pero de gran penetración sociológica es el
conjunto que ofrece J. Perea, Relatos de clase media, Bogotá,
1973·
36. A. López Michelsen, Los Elegidos, México, 1953, capítulo
VIII.

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británicos sobre el siglo xx colombiano

La sensibilidad demostrada por Alfonso López Pumarejo


para captar la riqueza peculiar de interacciones de esta índole
y anticipar con base en ésta los acontecimientos fue, en nuestra
opinión, uno de sus grandes atributos personales. Así, el prime-
ro de enero de 1926 López publica un artículo de prensa repleto
de ironías sobre las actitudes y posiciones de la juventud socia-
lista, capitaneada, entre otros, por Felipe Lleras Camargo. Les
achaca "un criterio esencialmente literario, casi musical" en su
acción política y los desnuda sin contemplaciones; contrasta
sus biografías con sus principios doctrinarios y con su vida coti-
diana para demostrar que el suyo era un caso de avidez por
poseer verdades universales, que los restituyera de una semig-
norancia peligrosa acerca de las realidades nacionales; socia-
listas de café, pelmazos políticos 37 .
En esta querella López explora una veta promisoria para
comprender algunas tensiones centrales de la historia colombia-
na del siglo xx: "Los hábitos mentales -afirma- perduran lar-
go tiempo después de que han desaparecido las condiciones
económicas que les dieron vida" 38 •
Percatarse de este desfase sería crucial para comprender y
explicar algunos aspectos de los estilos y la cultura política co-
lombiana. Desbroza el camino a esta pregunta: ¿Cuál es el papel
de la mentalidad como soporte de la continuidad histórica de
la nación y de la vida privada de los ciudadanos?
Lo que nos puede parecer surrealista de Colombia en el pa-
norama político latinoamericano de la primera mitad de nues-
tro siglo (1903 -1948), y muy especialmente en el período de
la República Conservadora, es la fácil desenvoltura de los prin-
cipios democráticos y civilistas; la vigencia más o menos tran-
quila de los principios antimilitaristas en un país marcado por
la resistencia al cambio y por hondas desigualdades sociales,
regionales y económicas.
Entre el orden conservador y católico y el progreso material,
digamos entre la consagración oficial al Sagrado Corazón de
Jesús y la inversión internacional de la United Fruit Ca., no

37. A. López Pumarejo, Obras selectas (Jorge Mario Eastman,


Ed.), Bogotá, 1979, págs. 49-53·
38. Ibíd., pág. 52.

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mediaba pleito hasta que afloró en su magnitud el drama de la


masacre de la zona bananera. Independientemente de las cifras
reales de muertos y heridos, la masacre señalaba, según la atala-
ya sociopolítica desde la que se mirase, límites y peligros; apun-
taba hacia nuevas direcciones y posibilidades, alimentaba
esperanzas y temores. Pero el hecho concreto era éste: el desa-
rrollo económico no desquiciaba el sistema bipartidista. De la
°
transición pacífica de 193 el régimen político salía firme y re-
novado. El viraje era epidérmico y engañoso: las mentalidades
y hábitos, los estilos y gustos, las preferencias y creencias públi-
cas y privadas permanecían inmunes al cambio político y ajenos
a las transformaciones inducidas por el rápido crecimiento eco-
nómico de 1910-1930.
Para los liberales no se trataba de promover la revolución
social sino de ajustar las instituciones a las exigencias, desen-
cuentros y alteraciones que traía la modernidad. Desde otra es-
quina, la batahola de Leticia abría en la conciencia pública la
inquietud acerca de los requisitos materiales de la nacionalidad.

El cachaco conquistador
XI. ¿Cuáles son las modalidades específicamente colombia-
nas de este llamado proceso civilizador? En una sociedad
ambivalente que mantiene el ideal democrático-burgués, pero
contiene el paradigma de la desigualdad social polarizada y de
una participación política limitada, la educación formal y el
desempeño de tareas en el taller político son caminos trazados
de antemano a los jóvenes ambiciosos, independientemente de
su origen social y que buscan posiciones de prestigio y autori-
dad. La universidad se convierte desde el quinto decenio del
siglo xx en fuente de reclutamiento del personal político de ni-
vel nacional y agente de re-socialización.
La conciencia de estatus de los universitarios junto con sus
respectivas predisposiciones sociales encarna en tres estilos:
cachifos, patanes y cachacos 39 , que disputan a mediados del
siglo el escenario de una sociedad no constituida, atrasada

39. José María Samper, Historia de un alma, Medellín, 1971,


. págs. 126-134.

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materialmente y desubicada frente a los principios de legitimi-


dad política. Subrayemos: tipos universitarios antes que milita-
res o eclesiásticos. Un triunfo del proyecto secular de Francisco
de Paula Santander, que pretendió ocluir el programa confesio-
nal de la Regeneración.
A mediados de siglo hay una lucha social soterrada. Venan-
cio Ortiz en un polo y Ramón Mercado en el opuesto intentan
explicarla 40. Comprueban el mismo hecho: la caída incompleta
de una vieja clase, el arribo incompleto de una nueva.

XII.Sobre el filo de esta línea quebradiza, lustros más tarde,


el filólogo Rufino José Cuervo infiere: "El buen hablar es una
de las más claras señales de la gente culta y bien nacida"4I. El
predicado no es textual sino contextual. Como sus pares, Cuer-
vo es ejemplar de movilidad. La de su familia un poco hacia
arriba; la de su entrañable amigo Rafael Pamba, un poco hacia
abajo. Las circunstancias y las afinidades electivas los hermanan
en la confluencia de una nueva clase y una nueva generación
que no es "culta y bien nacida" por la nomenclatura del abo-
lengo, sino porque se civilizó ganando el autocontrol personal
que regula la convivencia de una pequeña ciudad de tradiciones
político-burocráticas y que se ve a sí misma espiritualmente
muy por encima de su contorno campesino. Más aún: que se
proclama el centro político y cultural de una nación moderna
(y remota), llamada República de Colombia.
En 1831 desaparece la amenaza del militar tipo venezolano.
De ahí en adelante la parábola histórica del cachaco es limpia
y precisa. Primero se acomodan los lanudos de la estirpe san-
tanderista, o de la más abigarrada, que tendrá por figuras a
hombres como Pedro Alcántara Herrán, Tomás Cipriano de
Mosquera, José Ignacio Márquez y Mariano Ospina Rodrí-

40. V. Ortiz, Historia de la revolución del I7 de abril de I854,


2 • ed., Bogotá, 1972, y R. Mercado, Memorias sobre los aconteci-
3

mientos del sur, especialmente en la Provincia de Buenaventura


durante la administración del 7 de marzo de I849, Bogotá, 1853.
410 R. J. Cuervo, Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogo-
tano, 7 ed., Bogotá, 1939, págs. 1; IV-IX.

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guez: civilistas y legalistas, ilustrados y formalistas. En la épo-


ca turbulenta que nace con el medio siglo los cachacos acata-
rán su legado. Adecuarán sus normas, estilos y principios de
acción a la regla de oro del civilismo, puesta en entredicho por
José María Melo en r8 54. Desde entonces la política será con-
cebida como un arte del compromiso, en la guerra como en la
paz.
El embate de las "grandes pasiones" ya no será impedimento
sino tonificante. Arte supremo en el que hay que desplegar hi-
dalguía, caballerosidad, sentido del honor. Para comprobarlo
bastaría repasar algunos incidentes significativos en momentos
críticos; leer, por ejemplo, las correspondencias de Mosquera
y Espina en r860-r86r; la de Luis Lleras con los Cuervo en
r885; o considerar la auténtica consternación que produjo en
los círculos conservadores de Bogotá el método draconiano em-
pleado por Aristides Fernández para aplastar las guerrillas li-
berales en r901.

XIII. Visto desde el presente, podríamos describir el proceso


paralelo de formación y consolidación de una oligarquía políti-
ca y social, en un país pobre y aislado de las grandes corrientes
del capitalismo internacional; oligarquía forzada a eliminar de
tajo la incertidumbre y el riesgo de la arbitrariedad.
Desde este punto de vista la preeminencia adquirida por el
cachaco anuncia un doble logro: de tendencias hacia la cohe-
sión de las clases dominantes y de dinamismo histórico. La ley,
antes que la espada, adquiere la pátina legitimadora. Pero el
imperio de la ley no puede más que desenvolverse en una at-
mósfera civilizada.
Se acepta generalmente que la cultura, en tanto que atributo
de los hombres cultivados que lo adquieren del patrimonio his-
tórico de la colectividad, es una expresión pasiva; una especie
de vaso que, aunque sacralizado, recibe sus contenidos de la
sociedad, de la lucha social entre las clases antagónicas. Desa-
rrollando esta proposición de la cultura como pasividad, ten-
dríamos por ejemplo que la cultura bogotana expresaría de
l1l..odo multifacético el aislamiento geográfico, cultural, comer-
sial y político de Bogotá. El tono menor de esta pasividad sería,

[r7 6]

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por ejemplo, el sentimiento nostálgico de fines del siglo XIX por


el pasado colonial, por un Bogotá, "con cachet de verdadera
población española"4 2 • En tono grave podría acusarse a su eli-
te, y con buen fundamento, tal como lo hace Rafael Gutiérrez
Girardot, de construir una cultura de viñeta sobre la desmesura
provinciana 43.
En cuanto la "cultura culta" difunde imperceptiblemente
una mentalidad peculiar, el estereotipo nacional conformado
por ideas, aspiraciones, hábitos y modos de ser empieza en ese
instante a representar un principio activo que, en última ins-
tancia, encubre la colonización de una clase social sobre las de-
más 44 • No se trata de la mera imposición de la dictadura de
clase, ideológica o jurídico-política, sino de la aparición de sím-
bolos de cohesión e identificación profundos y duraderos que
se ajustan a la centralización del poder político. Su mejor ex-
presión es la mentalidad compartida y el estilo que define una
formación nacional.
42. Epistolario, loco cit., págs. 78-83.
43. Manual de Historia de Colombia (Jaime Jaramillo Uribe,
Director), 3 vols., Bogotá, 1978-1980, vol 3, págs. 447-536.
44. N. Elias, The civilizing, loco cit., págs. 5-6. Elias elabora va-
rias distinciones entre los conceptos de civilization (inglés y fran-
cés) y Kultur, Kulturell, Kutiviert, y afirma: "Hasta cierto punto el
concepto de civilización resta importancia a las diferencias nacio-
nales entre los pueblos; enfatiza lo que es común a todos los seres
humanos. Expresa la confianza de aquellos pueblos cuyas fronte-
ras nacionales e identidad nacional se establecieron completamente
hace muchos siglos, de modo que no son tema de discusión algu-
na. En contraste, el concepto Kultur hace hincapié en las diferen-
cias nacionales y la identidad peculiar de grupos". A pesar de estas
diferencias, dentro de cada sociedad la "cultura" o "civilización"
refleja y es instrumento social y político de una clase específica: la
burguesía que ya se siente capaz de "colonizar" otras clases y aún
pueblos, págs. 47- 50. Bajo estas condiciones parecería existir en
los casos nacionales latinoamericanos una mayor afinidad con el
concepto "cultura"; pero el tema rebasa totalmente nuestra inten-
ción de señalar el valor instrumental de la "cultura" o de la "civili-
zación" en la construcción del dominio social y nacional de una
clase.

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XIV. Esta cultura denota la aparente victoria del cachaco


sobre las demás clases y modos de ser provincianos. Una ve,z
que el proceso político queda inmerso en una arraigada sociali-
zación bipartidista adquiere vitalidad una sociedad de modales
deferentes. Los cachacos consiguen el control de las reglas del
buen hablar, al que siguen otros en cadena: la suave imposición
de gustos, modas, sensibilidades (la "estética de la dominación" )
y la ulterior definición de los principios del autocontrol indivi-
dual: la hipocresía como manifestación del progreso social,
para usar la expresión de Kolakowski.
Estamos ante la horquilla de un doble convencionalismo:
la gramática de Caro y Cuervo que acota las vías del lenguaje
literario, "el más universal", y el Manual de Urbanidad de
Manuel Antonio Carreño, que codifica comportamientos cuya
vigencia también debería ser universal. Su requisito previo es
la aceptación de la gramática jurídica, la prioridad que debe
guardar la Constitución con mayúsculas: el "librito rojo" de
los colombianos rojos o azules. Las buenas maneras, el buen
hablar y el apego a la legalidad formal separa a los hombres
del reino salvaje.

XV. Si a la receta se añade dinero, el lujo y la elegancia se


convierten en las formas más acabadas de distinción y decen-
cia. El edificio corre entonces el riesgo de venirse abajo. La his-
toria social bogotana, desde los quineros hasta los marimberos,
da buena cuenta de cómo este sistema de movilidad lleva el
principio de su destrucción / renovación.
El cuarto de siglo que corre después de I890 es decisivo para
entender los compromisos que hubieron de hacer los cachacos
para triunfar. Los historiadores pueden identificar este triunfo
estudiando el bien delimitado período oligárquico, de los ele-
gidos, los nacidos para mandar, que cierra la funesta tarde del
9 de abril de I948.
SU punto débil: la incongruencia entre una cortesía o una
elegancia apabullantes y la solidez de una moralidad interio-
rizada; la contraposición kantiana entre la virtud, atributo inte-
rior, y la cortesía, atributo extern0 45 •
45. Elias, loe. cit., pág. 10.

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británicos sobre el siglo xx colombiano

Esta incongruencia ha sido finamente diseccionada por


aquellos intelectuales dispuestos a diagnosticar la fuerza y di-
rección que llevan los vientos; en la segunda mitad del siglo
pasado lo diagnosticaron los tradicionalistas que se veían ame-
nazados por las oportunidades que abría la nueva riqueza; en
la segunda mitad del siglo xx son los inconformes o revolucio-
narios, quienes buscan comprobar la ilegitimidad nacional y
social de los que mandan. Hace un siglo, Cordovez Moure o
Rafael Pombo; hoy, Fals Borda, José Gutiérrez, Jorge Child o
Mario Arrubla, para sólo mencionar cuatro personalidades re-
presentativas de la actual crítica social. Todos concluyen que
llegó el reinado de la inautenticidad, de la superficialidad de
espíritu, de las variaciones de conductas candorosamente
seudo-aristocráticas; de lo que, en fin, en el período del roman-
ticismo europeo fue considerado el dominio de lo superfluo
sobre lo profund0 4 6 , subrayando así el anacronismo social
cachaco.
Entre 1890 y 1910 hacen eclosión en Bogotá grupos pode-
rosos que venían desarrollándose desde 1850. Cubren su despe-
gue clasista minando el campo que dejaban atrás. La acumulación
de riqueza es el instrumento para imponer nuevos puntos de
clasificación social inalcanzables para muchos, por virtuosos
que fuesen: arquitectura, decoración interior, modas, viajes.
Hasta 1930 vivirían la mejor de las vidas: en confort y seguri-
dad política y social.

XVI. Su inseguridad sicológica es la contrapartida. No en


vano Alberto Lleras Camargo, en su discurso en los funerales
de Alfonso López Pumarejo, hizo alusión a los grupos que en
1930, al correr de una generación, padecen la presencia de las
masas populares (decimos nosotros) o sufren los efectos refor-
mistas y progresistas de la República Liberal de la cual López
fue, según Lleras Camargo, el gran capitán. Lleras ubica el talón
de Aquiles de estas clases dominantes:
En un país de aluvión que apenas va conformando sus es-
tratos sociales, hay mucha gente insegura, vacilante sobre su

46. Ibíd., pág. 27-40.

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estabilidad, dispuesta a defenderse agresivamente de peligros


imaginarios47 •

De ser así, Alberto Lleras estaría reividicando el papel histó-


rico fundamental desempeñado por su propia "clase", es decir,
la clase política. Por muchas razones habría que congratularse
de que aquella otra clase insegura, que imagina peligros socia-
les, no manejara directamente los negocios propios del poder
político y que, como observó Dickson, éstos, al menos parcial-
mente, quedasen a cargo de "mestizos" intermediarios y subal-
ternos.

Hacer política, ¿para qué?


XVII. Desde la fundación de la república se ha concebido la
política como un medio idóneo de acceso individual al privile-
gio que se dispensa en las alturas sociales del país de aluvión.
El análisis de esta circunstancia, más o menos universal en los
regímenes constitucionalistas, reitera las dificultades del aná-
lisis político atrapado entre la descripción positiva y la norma ti-
vidad. Estudios penetrantes del poder político en Colombia,
como los emprendidos por Orlando Fals Borda o Fernando
Guillén Martínez48 , ejemplifican el problema; desbordan la des-
cripción del sistema político tal y como se ha manifestado en
su regularidad histórica, en aras del sistema político ideal: qui-
zás en aras del etéreo bien supremo de Aristóteles.
Piensan que la política colombiana gana en valor instrumen-
tallo que pierde en contenido ético: Lon el tiempo deviene en
una forma más de corrupción pública. Comprobando la pre-
sencia sin aparente fundamento racional del bipartidismo en
todas las clases y lugares, el sicoanalista José Gutiérrez elabora
proposiciones que adscriben a los políticos una valoración esen-

47. En López, Obras, loe. cit., pág. 23.


48. O. Fals Borda, La subversión en Colombia. El cambio so-
cial en la historia, Bogotá, 1967; J. L. Payne, Patterns of Conflict
in Colombia, New Haven y Londres, 1968, esp. págs. 25-95; F.
Guillén Martínez, El poder político en Colombia, Bogotá, 1979.

[180]

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británicos sobre el siglo xx colombiano

cialmente negativa 4 9 • Fals Borda en sus estudios más recientes


se queda en la misma orilla: la política bipartidista es estéril
como ejercicio intelectual y moral y socialmente es un oficio
pernicioso 5°.
Fals, Guillén, hasta cierto punto el po litólogo norteameri-
cano James L. Payne y los reportes británicos, todos desem-
bocan desde distintos afluentes a este tronco. Fals, en uno de
sus primeros trabajos de sociología política, dio altura interpre-
tativa al fenómeno colocándolo en la órbita de la dialéctica con-
formismo/subversión, mediante un detallado análisis histórico
de la "cooptación de las contraelites" 51. Guillén lo explicó recu-
rriendo a un tipo hacendario que habría nacido con la enco-
mienda y habría de penetrar toda la historia social posterior 52 •
Payne, en un fascinante ejercicio de politología norteamericana
-fieramente atacado por Albert Hirschman- sofoca los funda-
mentos de la acción política colombiana aCconcluir triviali-
d~des, aunque, justo es reconocerlo, en el recorrido destaca a
contrapelo los mecanismos recurrentes de la praxis política con-
vencional, de forma mucho menos amena y perspicaz que
Mario Latorre Rueda 53 • Desde el otro ángulo ideológico, Al-
varo Gómez Hurtado o Mario Laserna nos recuerdan la perti-
nacia del principio del buen dictador: lo que anda mal en la
política colombiana no son los políticos o los mecanismos de
corrupción, cacicazgo y patronazgo electoral del Estado. Son
los fundamentos filosóficos liberales de todo el sistema del
pacto social, del Estado concebido como creación voluntaria

49. José Gutiérrez ofrece una síntesis de sus trabajos anteriores


en Idiosincrasia colombiana y nacionalidad, Bogotá, 1966.
50. Ver su bosquejo de contraposición biográfica J.]. Nieto/A.
Mier en el Mompox de la primera mitad del siglo XIX, presentado
al simposio de Fundación Antioqueña de Estudios Sociales (FAES),
Medellín, diciembre de 1981, "La politización inicial del mundo
costeño en el siglo XIX".
51. O. Fals Borda, La subversión, loe. cit., págs. 97-201.
52. F. Guillén Martínez, El poder, loe. cit., pág. 93-1°3.
53. M. Latorre, Elecciones y partidos políticos en Colombia,
Bogotá, 1974.

[r8r]

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de los individuos que componen la sociedad. Lo que anda mal


con las instituciones políticas sería, precisamente, su presunta
estirpe calvinista 54.

XVIII. Esta discusión académica es trasunto oblicuo del deba-


te político real. Según algunos estudios politológicos recientes,
los límites de la legitimidad del sistema político colombiano es-
tarían siendo rebasados constantemente por la acción-reacción
dejada por ciertas secuelas de la modernidad. Del lado de la
sociedad civil, la violencia endémica de muchas zonas rurales
(los frentes de la frontera agraria, creemos nosotros); la persis-
tencia de focos guerrilleros, organizados ahora bajo nuevas
modalidades (el M - 1 9) Y la insurgencia y malestar de la nueva
clase media urbana, que se manifiesta por ejemplo en el sindi-
calismo militante de empleados estatales y bancarios, maestros
y médicos, y también en el fenómeno electoral que Mario
Latorre denomina la avalancha de votos impredecibles 55 •
Del lado del Estado se advierte la militarización de la justi-
cia; la corrupción, cada vez más generalizada hacia abajo; el
abuso del estado de siti0 56 • Síntomas todos muy inquietantes
para la supervivencia de la democracia liberal. El diagnóstico
que la hace naufragar es tan viejo como la misma República,
aunque una razonable participación electoral disipa momen-
táneamente cualquier duda.

XIX. Si nos fijamos en la cadena de episodios críticos en-


frentados por el sistema político entre 1903 y 1946 podemos
comprobar la vitalidad del despliegue del repertorio civilista
colombiano y su límite final: el 9 de abril de 1948. A este res-
pecto el defecto de los reportes es que no llegan a la hondura

54. M. Laserna, Estado fuerte o caudillo (El dilema co-


lombiano), Bogotá, I961. En la misma vertiente, Á. Gómez Hurta-
do, La revolución en América, Barcelona, 1958.
55. M. Latorre, Política y elecciones, Bogotá, I980, págs.
249- 2 5°.
56. Gustavo Gallón Giraldo, Quince años de estado de sitio en
Colombia: 1958-1978, Bogotá, I979.

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británicos sobre el siglo xx colombiano

suficiente para apreciar aquellos aspectos que no recibieron en


el centro político la atención que merecían, como la violencia
generada en muchos municipios boyacences y santandereanos
después de 1930.
Entre estos incidentes, narrados con gran acopio de datos
y detalles en los documentos británicos, bastaría recordar el
atentado a Rafael Reyes, su caída y la confusión que campea
en la sucesión presidencial de 19°9-191°; el descrédito del Re-
publicanismo; la renuncia de Marco Fidel Suárez en medio del
escándalo político; la pugnacidad de la campaña electoral de
1922 que enfrentó a Pedro Nel Ospina contra Benjamín Herre-
ra; la masacre de las bananeras; la agitación social y la confu-
sión política de la elección de 1930 que, en cierta forma, expresó
la vieja división conservadora entre históricos y nacionalistas
de la época de la Regeneración y que culminó en el cambio pací-
fico y "ejemplar" del régimen; el caldeado enfrentamiento del
liberalismo en el gobierno con ciertos sectores de la jerarquía
eclesiástica en 1935-1936; la elección de 1942; el teatral golpe
de Pasto en 1944; la renuncia de Alfonso López al año siguien-
te, en un tenso ambiente de feroces acusaciones y escándalos
orquestados por Laureano Gómez; la división liberal de 1944-
1946; el empuje gaitanista de 1944 en adelante. Después del 9
de abril de 1948 se enardece la política y llega al poder la de-
recha más doctrinaria que haya conocido la historia política
colombiana; se desencadena la guerra civil irregular de 1949-
1954, que después de 1958 deja secuelas de bandolerismo,
guerrillas y anomia. En este horizonte más amplio puede pre-
guntarse: Qué desborda la legitimidad del sistema ¿la pugnaci-
dad intra e interpartidista, la presencia de masas, o una conjunción
de las tres? Si consideramos que bajo esta perspectiva el Frente
Nacional fue un intento sistemático para contrarrestar tales
fuerzas desestabilizadoras, ¿podríamos decir que lo consiguió?
Suponiendo que el problema de las pugnas interpartidistas
(que presidentes como Rafael Reyes, Carlos E. Restrepo, Enri-
que Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras
Camargo y Mariano Ospina Pérez consideraron como un peli-
gro de primera magnitud) haya sido superado, podría pensarse
que la amenaza al sistema proviene de la posibilidad de una

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movilización política de las masas formadas desde la postgue-


rra. Pero la experiencia ana pista demostró que esta moviliza-
ción padece graves limitaciones y que, a fin de cuentas, no
puede competir con el paternalismo estatal 57 •

xx. Si algunas modalidades de la actividad partidaria y


faccionalista no pueden revivirse fácilmente, la continuidad
subyacente de sus principios de acción es incuestionable. La
más obvia es la naturaleza bipartidista de la cultura política
dominante. Leamos nuevamente a Dickson:
Cuando llega el momento de intentar una definición de las
diferencias sustantivas (entre los dos partidos), se vuelve muy
difícil para un extranjero, inclusive para alguien como yo que
he conocido a intervalos este país en los últimos cuarenta y
cinco años. Están las tradiciones y los clanes políticos. Algunos
apellidos bien conocidos están asociados a uno u otro partido
y generalmente entre las familias dirigentes cuenta primero la
familia y después la política. Cuando se desciende un poco en
la escala so-cial, la adhesión a un partido depende en alto grado
del interés personal y de una variedad de circunstancias fortui-
tas, mientras que más abajo de la escala, el factor dominante
es la fidelidad personal o el miedo al patrón o al jefe. Al hacer
estas generalizaciones no quiero dar la impresión de que las
masas carezcan absolutamente de conciencia cívica. La semilla
está echada y sólo falta dejarla crecer; prueba de esto es la re-
ciente elección en la que cierta proporción del voto emitido
por el Dr. Olaya Herrera fue, sin duda, resultado de un juicio
y pensamiento independientes58 .

57. Ver, entre otros trabajos relativamente recientes, A. Berry,


R. G. Hellman y M. Solaún, Politics of Compromise, Coalition
Government in Colombia, New Brunswick, N. J., 1980; El Estado
y el desarrollo (CEDE ed.), Bogotá, 1981; R. H. Dix, "The
developmental significance of the rise of populism in Colombia",
Austin, Texas, 1975, 22 págs.; A. Wilde, "Conversations among
gentlemen: Oligarchical democracy in Colombia", en J. Linz y A.
Stepan (eds.), The Breakdown of Democratic Regimes, 3 vols.,
Baltimore y Londres, 1978, vol. 3, págs. 28-81.
58. FO 371/A2853h853/II (1931), pág. 3.

[ 18 4]

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británicos sobre el siglo xx colombiano

Estudios electorales emprendidos por el Departamento de


Ciencia Política de la Universidad de los Andes demuestran que
la semilla no germinó hasta bien entrado el Frente Nacional.
Las estadísticas registran altos índices de polarización electoral
en los municipios colombianos. Más importante aún, éstos no
parecen variar en el tiempo. Pero a raíz del fenómeno anapista
cambian, especialmente en las ciudades grandes e intermedias 59 •

XXI. El ideario político era el barniz que recubría aspiracio-


nes aViesas:
Los colombianos en general están muy lejos del estadio de
patriotismo en que los intereses nacionales se colocan por enci-
ma de las ventajas personales y se cree en general que, dadas
circunstancias similares, una repetición de los sucesos de Méxi-
co no es posible sino apenas probabléo.

Esto señala un Reporte al comentar las amenazas a las em-


presas petroleras durante las luchas de la Revolución Mexica-
na, y su posible repercusión en Colombia.

Años después se confirma que:


El patriotismo de los colombianos es, o bien sentimental,
o bien escudo para proteger ambiciones personales[ ... ] La mo-
ral mercantil, generalmente mala, está empeorando. No existe
empresa extranjera que no tenga buenas razones para quejarse
de la miopía y política obstruccionista del gobierno y en mu-
chos casos de su mala fe [en castellano en el original]. Fre-
cuentemente es imposible señalar un acto particular y afirmar
que fuese ilegal o injusto. Pero cuando se estudia el conjunto
de una historia empresarial y sus tratos con el gobierno, enton-
ces aparecen los entuertos. Si, como medida de última instan-
cia, una compañía solicita ayuda de su Legación el resultado
será generalmente insatisfactorio. El Ministro o Embajador se
involucra en una masa de sutilezas legales y frecuentemente

59. DANE, Colombia política. Estadísticas I935-I970, Bogotá,


I97 2 .
60. FO 37IAh897h897/II (I922), pág. I4.

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se ve obligado a sugerir una salida en los juzgados, aunque sabe


de antemano que el remedio es ilusori0 61 •

XXII. El enjambre de instituciones que conforman el Estado


de Derecho, arduamente construido en el siglo XIX, se convierte
en vivero de prácticas corruptas; además de "la proverbial len-
titud con que se mueven las ruedas de la justicia colombiana",
los jueces son maestros en el arte del carameleo 62 • Quizás un
poco más que carameleo:
Sería injusto decir que todos los jueces son corruptos sin
excepción, pero no hay ninguna razón para creer que están
menos dispuestos a la "persuasión" que la mayoría de sus com-
patriotas, o que correrían el riesgo de la crítica, la pérdida del
cargo o inclusive la violencia del populacho si dan un veredicto
impopular, especialmente si resulta favorable a una empresa
extranjera 63 •

Admitiendo que dentro de lo previsible todo esto fuera ente-


ramente cierto, ¿en dónde quedan los fundamentos doctrinarios
partidistas?
Casi todo colombiano con alguna educación sigue esta pro-
fesión fácil (sic) de la política y su fe política puede enunciarse
brevemente así: cómo tumbar el gobierno de turno.

¿Por qué? El punto de vista de esta consideración es que el


gobierno es botín:
Los cargos públicos se buscan por motivos de interés per-
sonal y aunque deben quedar unos cuantos incautos que no
aprendieron la lección de lo que significa agitar una revolución

6I. PRO FO 37I/IIOO, Reporte 1910, págs. 6-7.


62. FO 371 h350, Reporte 19II, pág. 17.
63. En el Reporte de 1908 se alude a que los jueces de la Corte
Suprema "son generalmente pobres y como no tienen derecho a
pensión, quedan necesariamente en una posición muy dependiente
del Ejecutivo".

[186]

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británicos sobre el siglo xx colombiano

(la Guerra de los Mil Días) hay siempre muchos que están lis-
tos a pescar en aguas que otros han revuelt0 64 •

Botín sin fondo aparente:


En realidad una gran proporción de los bogotanos educa-
dos vive de lo que pueden sacar al gobierno o de reclamacio-
nes al Estado y sus almacenes y haciendas son mera reserva
en caso de fracasar en sus empeños más lucrativos65 •

Investigaciones recientes sobre el siglo XIX y principios del


xx nos llaman a descartar sugerencias de esta índole, por su
crudeza e irrealismo: ¿De qué vivía el pobre Tesoro Nacional
hasta la Reforma Tributaria de I93S?

La clase más ruidosa


XXIII. Cuadro asaz sombrío que invita a enfocar algunas
esquinas borrosas y todavía más oscuras: ¿Quiénes son los polí-
ticos? ¿De dónde provienen? Por una honda e inadvertida afini-
dad con la clase alta, los británicos están prestos a descubrir
una especie de "clase política funcional". Afirman, por ejemplo,
que el oficio político estaba desacreditado en muchos sectores
de la alta burguesía. Algo que parece enteramente cierto en todo
el período que siguió a la Guerra de los Mil Días y culminó
con el anticlimático régimen republicano de Carlos E. Restrepo:
Hay unas pocas familias que forman a sus hijos en una tra-
dición de educación europea; pero estas gentes no regresan a
Bogotá para emplear sus luces en bien del país, sino que se
encierran en una atmósfera de consciente superioridad sobre
sus compatriotas menos afortunados ... Reconociendo que la
política no es muy limpia en Colombia, no hacen ningún es-
fuerzo para asegurar un mejor estado de cosas; simplemente
se quedan aislados.

64. FO 371/r350, Reporte 19II, pág. 19.


65· FO 3711236, Reporte 1906, pág. 5.

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Esta actitud negativa y arrogante abre espacios libres a los


impreparados: "El político amateur es la verdadera maldición
del país" 66 •

XXIV. Va bordándose una visión deprimente: aparece una


clase de políticos depositaria de todos los vicios nacionales. Su
fuente principal: la clase media tradicional. El Reporte de I906
especula sobre sus condiciones socioeconómicas; destaca, en
contrapunteo, la situación de la postguerra en Bogotá y las pro-
vincias. En tanto que éstas salieron mal paradas, la capital
prospera, pero:
La guerra, el estancamiento comercial y la devaluación del
peso en el curso de unos pocos años, digamos de dos chelines
a cerca de medio penique, han puesto a muchas familias al
borde de la mendicidad y no conozco ningún otro lugar don-
de la "pobreza de alcurnia" sea más obvia que en Bogotá 67 •

Miguel Samper no habría requerido de un incidente como


la guerra civil para comprobar un fenómeno social que mani-
festaba gran persistencia en la segunda mitad del siglo XIX bo-
gotano:
El mayor número de los pobres de la ciudad que conoce-
mos como vergonzantes oculta su miseria, se encierra con sus
hijos en habitaciones desmanteladas y sufren en ellas los ho-
rrores del hambre y la desnudez 6 8 •

XXV. Es curioso que no se aprecie bien la recurrencia con


que aparecen las capas medias en la literatura yen la vida social
del siglo XIX colombiano, incluido el fenómeno poco estudiado
de la prostitución de mujeres jóvenes de clase media. El trata-
miento sociológico contemporáneo las olvida porque presta
exclusiva atención a la aparición rápida y masiva de las nue-
vas clases medias ligadas a la urbanización e industrialización

66. FO 3711r350, Reporte 1911, págs. 19-20.


67· FO 3711236, Reporte 1906, pág. 5.
68. Miguel Samper, La miseria en Bogotá y otros escritos, 2a.
ed., Bogotá, 1969, págs. 8-9.
[188]

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en el siglo xx. Aunque muy exagerado y manido, el tema de la


empleomanía debería reivindicarse para estudiar algunas mo-
dalidades históricas de la existencia de esta clase precaria. Tam-
bién debería tener eco el llamado de Jaramillo Uribe sobre la
necesidad de investigar a fondo las condiciones del artesanado,
sus estratos, tipos, jerarquías y las direcciones de su movilidad
social en el siglo que arranca hacia I840.
El informe de I9II saca el tema a colación; afirma que, si
bien las clases populares pueden hallarse en cualquier momento
al borde de la inanición, como aconteció durante el terrible
verano de I9II-I9I2:
Las clases medias están escasamente mejor. Viven en un
sórdido estado de insatisfacción, casi inconcebible para un eu-
ropeo; siempre ofrecen candidatos de los que "nunca fallan"
en la constante competencia por los puestos públicos peor
remunerados 69 •

Más explícito es un reporte anterior que define a la "clase


política" como:
Una gran masa de políticos, esto es, gente que depende del
gobierno para vivir y que busca estar bien con el partido (o fac-
ción, M. P.) del gobierno, cualquiera que éste sea?o.

Otro documento concluye que la clase alta deriva su rique-


za y poder de la gran propiedad territorial, especialmente en
las zonas cafeteras, y que el comercio:
Está en manos de los mestizos que también contribuyen a
dotar el personal político o clase política, que es la más rui-
dosamente articulada de este país?!.

XXVI. Alcides Arguedas escribió, a nuestro juicio, una cró-


nica política completa y sugerente del movido año I929. SUS
observaciones no destacan la corrupción política prevalecien-

69. FO 37I!I350, Reporte 1911, págs. II, 18-19.


70. FO 371/643, Reporte 1908, pág. 1.
71. FO 37I/A 1886!I886/II (1926), pág. 18.

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te sino su ausencia. Llegan más lejos. Comentando con su hote-


lera inglesa la irreverencia con que la prensa de Barranquilla
trata al presidente Miguel Abadía, inusitada en un país latino-
americano, Arguedas aprende que
... Nadie tiene interés en hacer revoluciones en Colombia
porque los conservadores, la gente burócrata y pobre del país,
están en el gobierno, y los liberales, que son los ricos, no que-
rrían ver amenazado el orden sin comprometer las finanzas
públicas, a las que van ligadas las de los particulares 72 •

Este principio de tejer los intereses estatales y privados me-


diante la deuda pública interna bien organizada fue, sin duda,
uno de los más fructíferos descubrimientos de Rafael Nuñez,
medio siglo antes de que el keynesianismo lo volviera moneda
corriente.
Arguedas cree que la estabilidad política colombiana tiene
un secreto:
... Es el equilibrio cabal y casi perfecto entre los pobres con
autoridad y con gobierno y los ricos con poder [lo quel man-
tiene el orden en Colombia 73 •

XXVII. ¿Qué les pasa a los pobres con autoridad y con gobier-
no cuando los pierden? Christopher Abel subrayó el desclasa-
miento generalizado que sufrió a comienzos de la República
Liberal la clase política conservadora en todos los niveles yen
casi todas las ciudades y poblaciones importantes 74 • Sostuvo
que éste fue un ingrediente clave de polarización y pugnacidad
políticas.
La depresión económica de principios de los treinta operó
en la misma dirección. Por ejemplo, los archivos del Anglo South
American Bank contienen una correspondencia voluminosa de

72. Alcides Arguedas, Obras Completas, 2 vols., loe. cit., vol. I,


págs. 73I-2.
73. Ibídem.
74. C. Abel, "Conservative Party in Colombia, I930-I954",
Tesis doctoral inédita, U. de Oxford, I974.

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británicos sobre el siglo xx colombiano

la sucursal de Bogotá con solicitudes de empleo y cartas de reco-


mendación, en las que puede percibirse la angustia de vivir al
borde del abismo del desclasamiento social 7 5 •

XXVIII. Una de las muchas virtudes del Archivo Británico


es que entre la maraña de juicios chocantes y etnocéntricos
esconde descripciones agudas e inteligentes de personajes pri-
vados de su humanidad por la iconografía bipartidista de hoy
y porque, justo es convenir, en su época recibieron ataques po-
líticos que hoy nos desconcertarían por su crueldad. Se despren-
de de éstos la fuerza de la singularidad, de la individualidad.
Como todos los mortales, los políticos portan la viscosidad
de la especie. Peritos o mediocres en su oficio, temperamentales
o fríos con sangre de pez, honrados o pícaros, muchos exhiben
inclinaciones aux tavernes et aux filles o a la vanidad de una
erudición inalcanzable, y otros decididamente sienten una irre-
frenable pasión por la riqueza. Según los informes, paradigma
de la primera variedad fue Guillermo Valencia, de la segunda,
Luis López de Mesa y de la tercera, Esteban Jaramillo.
Estas secciones del Archivo deben leerse con una mirada más
de simpatía que de reproche. Sin tomarlas al pie de la letra, re-
concilian el modelo teórico de la política con el nervio y la
osatura de sus agentes. Como en cualquier actividad competi-
tiva, éstos tienen que emplear a fondo el repertorio de recur-
sos con que fueron dotados.

Los político de carne y hueso


XXIX. El patrón biográfico de los políticos colombianos que
se obtiene de las fichas periódicamente levantadas por los fun-
cionarios de la Legación Británica ("personalidades dirigentes
del país"), destaca las cuatro características conocidas: (a) casi
siempre un origen provinciano; muchos son de origen "humil-
de", "modesto" o "desconocido"; (b) educación formal de ni-
vel universitario; (c) socialización en las maneras y costumbres

75. Esta correspondencia se conserva en el University College


de Londres: "Letterbooks of the Anglo South American Bank,
I93 I - I 933"·

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cachacas y (d) matrimonio conveniente. Las excepciones son


pocas, en particular las del principio que asimila la clase polí-
tica de nivel nacional con la 'clase educada':
El Ministro de Gobierno Sr. Marcelino Vargas, es conside-
rado un hombre sin grandes principios ni capacidades. Tiene
cierta influencia y jugó un papel importante en asegurar la elec-
ción del Gral. Reyes a la presidencia. Está muy bien conectado
socialmente a través de su esposa, hija del exvicepresidente
Marroquín, pero él mismo es un self made man y además, lo
que es raro en este país, es un típico rastaquouére en compor-
tamiento yapariencia 76 •

Veinticinco años después hay un caso más pintoresco:


Dr. Sotero Peñuela, Ministro de Obras Públicas. Edad apro-
ximada, 60 años. Proviene de Boyacá, donde es el gran cacique
conservador. Ingeniero de profesión [egresado en 1894 de la
escuela de Minas de Medellín, MP]. Terrateniente. Mal educa-
do; un semi-indio muy rústico. Sin experiencia, carece total-
mente de talento natural. Obstinado y vengativo. El brontosaurio
de la política colombiana. Hace el ridículo en el Gabinete y
orienta totalmente su política en beneficio de su Departamen-
to nativo. Conservador y católico fanático; apoya a Vásquez
Cobo. Ha representado en muchas ocasiones a Boyacá en el
Congreso. Personalmente es honesto pero su estupidez como
Ministro lo convierte en instrumento de hombres inescru-
pulosos. Casi no habla y cuando lo hace es en español 77 •

xxx. Estas excepciones podrían considerarse honrosas pues-


tas alIado de la sordidez y corrupción, sinuosidad y ambición
personal desbocada que adornan por lo menos a la mitad de
los hombres que con el tiempo ocuparían las primeras filas de
la política nacional, algunos por medio siglo. Traigamos unos
ejemplos:

76. FO 371/437, Reporte I908, pág. 4.


77. FO 371A 1876/r876/r1 (1930), pág. 6.

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La clase más ruidosa. A propósito de los reportes
británicos sobre el siglo xx colombiano

El mismo Presidente Reyes amasó una gran fortuna por


medios bien conocidos, pero que difícilmente pueden evitarse,
inclusive aquí; se compara así mismo con e! General (Porfirio)
Díaz pero en sus virtudes y defectos está mucho más cerca de
Guzmán Blanco. Su Secretario (Torres Elicechea) que tiene e!
rango de Ministro es ostensiblemente venal; escasamente hay
un contrato que se firme sin pagar soborno. Casi lo mismo
puede decirse de por lo menos dos Ministros y de muchos de
sus subordinados; aunque la moral en este campo es universal-
mente laxa, mucha gente de! país rehusa participar directamen-
te en la política 78 •

A veces a la corrupción había que añadir la incapacidad ad-


ministra ti va:
El Gobierno de Reyes ha sido en algunas ocasiones vícti-
ma inocente de aventureros extranjeros que han fallado en
cumplir sus compromisos; se ha gastado mucho dinero sin re-
cibir la retribución correspondiente79 •

De los prohombres de la República Conservadora, Nemesio


Camacho "adora el dinero"8o; Jorge Holguín, "inteligente
[pero] su conexión con el gobierno del Gral. Reyes y las supues-
tas especulaciones que se le atribuyen cuando negoció la deuda
externa (Convenio Holguín-Averbury) son ofensas inolvidables
para un sector considerable de sus compatriotas" 81. Felipe An-
gulo es considerado "un político extremadamente hábil y sin
escrúpulos" 81 . Baldomero Sanín Cano, "un funcionario muy
concienzudo y capaz. Estudioso de la literatura en muchas len-
guas, no ha viajado nunca (1908) y para un hombre de su ta-
lento, tiene concepciones sobre ciertos asuntos bastante
estrechas y 10cales"83 . El Dr. Antonio Gómez Restrepo es "una

78. FO 3711236, Reporte 1906, pág. 3.


79. FO 371/347, Reporte 1907, pág. 2.
80. FO 371/643, Reporte 1908, pág. 4.
81. FO 371/875, Reporte 1909, pág. 11.
82. Ibídem.
83. FO 371/643, Reporte 1908, pág. 4.

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La clase más ruidosa y otros ensayos

mediocridad"84. Benjamín Herrera, "un hombre de honor"85.


Valencia, el "Demóstenes de la Nueva Granada", "poeta distin-
guido y orador del tipo colombiano más florido", "caballero y
aristócrata. Hombre de gustos refinados y vida bohemia; se dice
que es adicto a la morfina. Extremadamente patriota y escrupu-
losamente honesto. De seguro no es pro-norteamericano. Ha-
bla francés y algo de inglés" 86.
Pedro Nel Ospina, "encantador él y su familia", "como sus
predecesores el Gral. Ospina ha sido acusado de abusar de su
posición en provecho personal y de sus protegidos, pero sería
un error dar mucha importancia a estos cargos"8 7 • En I925 se
decía que Laureano Gómez era un "hombre capaz y ambicioso
[ ... ] que debe llegar muy lejos en la vida pública de su Nación
y la Presidencia, que indudablemente tiene como su objetivo
final, quizás caiga algún día en sus manos, a pesar de los enemi-
gos que ya se ha echado"88. José Vicente Concha era "honesto
pero beodo"89. Esteban Jaramillo jamás contó con la simpatía
de los británicos: "Inescrupuloso, subrepticio, falso y pernicio-
so, pero cauteloso; un chacal"9 Tampoco les cayó bien Vázquez
0

Cobo: "Ha vivido de hacer política, intrigas y especulaciones


[... ] Su candidatura a la Presidencia fue respaldada por la jerar-
quía católica pero no por las bases del Partido Conservador.
Inspira desconfianza y temor; tiene la fama de querer hacerse
dictador. Si no resulta elegido, regresará probablemente a París
como Ministro; es la clase de hombre que un gobierno prefiere
tener fuera"9 El Dr. Silvio Villegas, "25 años, soltero, da la
I

--------
84. FO 371/7210 Reporte I92I, pág. 7.
85. Ibídem.
86. FO 3711I0616, Reporte I924, pág. 2; FO 371/11132, Re-
porte I925, pág. 2, Y FO 371/A 5749/1190/11 (1929), pág. 1.
87. FO 3711I0616, Reporte I924, pág. 2; FO 3711I1I32, Re-
porte I925, pág. 1.
88. FO 371/11132, Reporte I925, pág. 2.
89. FO 371/A 5749/1190/11 (1929), pág. 1.
90. FO 37 1/ A 15911I591/11 (19 2 9), pág. 5; FO 371/A 1876/
1876/11 (1930), pág. 6; FO 3711I5835 (1931), pág. 25.
91. Ibíd., págs. 4-5; FO 371/A 1429/726/11 (1930), págs 1-2;
FO 3711I953/761/11 (1930), págs. 1-2.

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británicos sobre el siglo xx colombiano

impresión de ser muy insincero; es un patriota profesional"92..


El Dr. Jesús M. Marulanda era descrito como "miembro de la
clique 'El Leviatán', de los hígados de Esteban Jaramillo, amasó
una fortuna considerable por medios incuestionables, perro
hambriento [en castellano en el original]. Desafortunadamen-
te será Ministro de Hacienda si Valencia sale elegido"93. De
Mariano Ospina Pérez se dice que es talentoso; llegará muy
lejos; su defecto principal es "su esposa que habla mucho"94.

XXXI. Los liberales no salen mejor librados. Alberto Lleras


Camargo, después de ser tachado de comunista y clasificado
en un rango jerárquico inferior al de su hermano Felipe, em-
pieza a ascender hasta que lo saca del comunismo "el matrimo-
nio con la hija del Ministro chileno, celebrado en la capilla
privada de la Catedral de Bogotá"95. Los comentarios sobre
Enrique Olaya Herrera, "autócrata sutil", son elogiosos: "ta-
lento político, moderación, honestidad, visión"9 6 • También van
elogios para Eduardo Santos 97. Los juicios sobre Alfonso López
Pumarejo se dividen cronológicamente. Antes de 1935 era con-
siderado un "demagogo", "arribista social", "hombre que vive
por encima de sus ingresos"; la familia Samper lo ayudó a su
regreso de la Legación en Londres asegurándole ingresos por
una figuración estrictamente nominal en un cargo directivo en
una empresa de cementos. La tónica de estos chismes cambia
con su primera Presidencia, elogiada por su moderación y cau-
tela. Pero de la segunda se dice que perdió el élan reformista y
que combina dotes de estadista y manipulador polític0 98 . Fi-

9 2 . Ibíd., pág. 7.
93· Ibíd., pág. 9.
94. Ibíd., pág. 8.
95. Ibíd., pág. 7; FO 37I1I5835; Leading personalities, I93I,
pág. 3.
9 6 . Ibíd., pág. 5; FO 37I1I6572; FO 37III9776 (I936);
Leading personalities, I 9 32, pág. I.
97. Ibíd., pág. 5; FO 37I1I6572; Leading personalities, I932,
pág. 6.
98. Ibíd., pág. 7; FO 37I1I6572; Leading personalities, I932,

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nalmente, Jorge Eliécer Gaitán es descrito desde principios de


los treinta como "la mayor ambición que existe en este país",
"político de inclinaciones fascistas" 99, acusación ésta lanzada
desde los más diversos cuarteles y que lo perseguirá hasta el
último día de su vida y aun después de muerto. En los años
cuarenta van desapareciendo estas cápsulas biográficas. Igual
que los informes políticos, se fragmentan y resumen.

Los pilares del orden: ¿Políticos? ¿Curas? ¿Militares?


XXXII. El previsible desprestigio social que por largos perío-
dos ha padecido la clase política desde mediados del siglo XIX
llega como actitud general hasta el presente; hace poco el poli-
tólogo Mario Latorre ha advertido con inquietud sus posibles
implicaciones lOO.

Rufino José Cuervo expresó una crítica que, con todo y su


aristocratismo, ha sido compartida ampliamente por muchos
sectores sociales a lo largo de nuestra historia:
Una sola vez he votado, en mi vida, siendo Gobernador de
Cundinamarca Aldana: díjose que en la urna donde yo había
depositado mi boleta había mayoría conservadora; vino Garay,
alcalde, con cuatro alguaciles, y antes de comenzar el escruti-
nio, tomó la urna y llevándola a la esquina noroeste del Capito-
lio, la vació en el caño. No volví a votar, pero en mi oscuridad,
dentro de mi conciencia y en el círculo de mis amigos, voto y
votaré mientras tenga vida contra la violencia y el insulto del
que mande, cualquiera que sea el título con que ejerza el po-
der l ol

Volviendo a la referencia de la clase política "ruidosamente


articulada", comprobamos el cruce social desinhibido que la

págs. 4-5; FO 371/33800 (1943); FO 371/44949 (1945); Political


situation I945.
99· FO 37 1 /17514; Leading personalities, 1933, pág. 3.
100. M. Latorre Rueda, Política y elecciones, Bogotá, 1980, es-
pecialmente págs. 263-283.
101. Epistolario de Angel y Rufino José Cuervo, loe. cit.,

pág. 297.
[19 6]

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británicos sobre el siglo xx colombiano

fundamenta. Basta pensar en los momentos de crisis o de cam-


paña electoral. Malcolm Deas traza un cuadro pintoresco que
se reproduce con frecuencia: Francisco de Paula Borda, cachaco
raizal, se engancha al carro de la guerra que conduce el apuesto
Gaitán Obeso, típico representante de las "clases peligrosas"
de Ambalema r02 .
Articulaciones de esta naturaleza o, quizás, la fidelidad por
miedo a que aludía Dickson no bastan para explicar la relativa
estabilidad del régimen democrático y oligárquico entre 1903
y 194 8 .

XXXIII. En estos decenios Colombia tuvo uno de los ejércitos


más pequeños y peor equipados de toda la América Latina,
aunque Reyes, prosiguiendo el esfuerzo de Núñez, intentó mo-
dernizarlo; vendrán después instructores chilenos, suizos, ale-
manes, franceses y británicos, para construir además una fuerza
naval y aérea merecedoras del nombre. Sólo en el incidente con
Perú y en el período de la postguerra volverá a tomar impulso
esta tendencia lO} •
Explicando el fracaso de la Misión Militar Suiza, un Reporte
se pregunta: ¿Cómo puede llamarse ejército a un grupo de seis
mil hombres mal armados? ¿Qué podían hacer los suizos con
un regimiento de caballería compuesto por 300 hombres, 150
caballos y 60 galápagos?
Además:
Mientras que las autoridades militares se quejan de que el
Estado Mayor tIene un personal muy limitado, debido a re-
cortes presupuestales, los suizos declaran que sobran oficiales
en el staff y que muchos de éstos tienen muy poco conocimien-

1"02. M. Deas, "Pobreza, guerra civil y política: Ricardo Gaitán


Obeso y su campaña en el Río Magdalena en Colombia, 1885",
Coyuntura Económica, Bogotá, 1981.
103. Hay que recordar que los sucesos del 9 de abril también
fueron un antecedente para reequipar, ampliar y modernizar las
fuerzas armadas colombianas. En este punto la modernización mi-
litar -ideología, armamento y organización- se inspiró sin reservas
en el modelo norteamericano.

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to de sus deberes y poco celo para cumplirlos. El oficial suizo


encargado dice que el Estado Mayor no tiene la más mínima
idea de qué es una movilización y que una concentración del
ejército en cualquiera de las fronteras, Venezuela o al sur, no
podría llevarse a cabo en menos de dos meses yeso siendo muy
optimistas 4. 10

La paga en el ejército era muy baja, lo que ayuda a explicar


por qué la carrera militar no atraía demasiado a los jóvenes
de la clase alta. La otra razón era su menguado prestigio social.
En 1928 la situación no se había remediado. El ejército tenía
armas de la preguerra europea. El armamento pesado consis-
tía en 24 cañones Krupp de 70 mm (modelo 19 12) y 4 ametra-
lladoras por compañía de infantería o escuadrón de caballería.
No había armamento de reserva; las botas y driles se importa-
ban. La única noticia buena era que se habían traído 700 ca-
ballos de Chile. Los oficiales se reclutaban de la clase media
hacia arriba; no se reclutaban negros, mulatos, ni hijos de fami-
lias liberales. La capacidad de combate era "especialmente in-
ferior". El 75% de los soldados eran analfabetos; estatura
promedio, 1,60 mts.; moral y disciplina "satisfactorias". El ejér-
cito tenía 419 oficiales, 1800 suboficiales y 7576 soldados re-
clutados entre campesinos 5. 10

104. Ver FO 371/A 57491r190/1I (1929), pág. 21; FO 3711


15087 (1930), Reporte 1930, págs. 3-4, Y FO 37 l/AS 3650 /r13/ 1I
(1948). La mentalidad anticomunista del ejército colombiano ante-
cede la implantación de una "hegemonía norteamericana" en el
hemisferio. Se aprecia, por ejemplo, en las Memorias de los minis-
tros de Guerra de fines de los años veinte. Un ejemplo: " ... Es cosa
evidente y por tanto no necesita demostración que el peligro co-
munista no solamente existe, sino que es inminente en Colombia".
Memoria del Ministerio de Guerra, 1927, Bogotá, s. f., pág. XIII.
Para asuntos de dotación de armamento del ejército colombiano
ver National Archives of the United States, Washington, D. c., de
820.24/3-4 a 82I.OOIr2; la caja C-462 está enteramente dedicada
al asunto.
105. FO 371/A 3192/3192/1I (1929), págs. 22-24·

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británicos sobre el siglo xx colombiano

Aunque esta situación cambia sustancialmente en los años


de la República Liberal, Dickson insiste, y creemos que con ra-
zón, en la persistencia de un sentimiento antimilitarista entre
las diversas capas sociales; sentimiento más acentuado en regio-
nes del Caribe colombiano y de Antioquia. A este respecto baste
pensar en el fallido golpe de Pasto de I944.

XXXIV. ¿Cómo explicar la paz conservadora? ¿Cómo dar


cuenta de que la miseria de las mayorías no arrojara crecientes
Índices de criminalidad, o que no produjera entre los grupos
burgueses algún estado de zozobra e inseguridad? ¿Quién in-
culcaba la disciplina social? Si el ejército no era pilar del orden
público, quedaba la Iglesia:
Es evidente que no ha llegado la hora para que los Minis-
tros colombianos de tendencias progresistas esgriman espadas
contra el poder de la Iglesia (freno al temperamento latino).
El liberalismo en su variedad colombiana, no siendo más que
un disfraz de la cultura moderna más espuria, podría presen-
tarse fácilmente como sustituto de la Iglesia, pero los resulta-
dos serían desastrosos para un país que aún no aprende a
gobernarse a sí mismo 1 06

Esto era así porque:


En Colombia la Iglesia Católica Romana se ha establecido
más firmemente que nunca antes y a pesar de cualquier cosa
que pueda achacársele como poder reaccionario, no cabe duda
que ofrece, especialmente a los rangos inferiores de la socie-
dad, una fuerza disciplinaria carente en la educación secular
del país. Se dice que en los distritos campesinos el cura párro-
co ejerce mucha más influencia que las autoridades civiles 7 . 10

La afirmación remata así: "El liberalismo y anticlericalismo


están confinados a las clases cultas".

106. FO 37I/A 232212322/II (19 2 4), pág. 5.


107. FO 371!I350, Reporte 19II, pág. 16; FO 371!I886/ 1886/
11 (1926), pág. 19.

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La Iglesia surge como fundamento de la autoridad y de la


legitimidad política, cemento ideológico y organización integra-
dora en un doble plano: de las relaciones entre blancos e indios
y de la unificación nacional. Desempeña esta doble función or-
ganizacional e ideológica sustituyendo o complementando a un
Estado incapaz de dispensar ideología y educación básica. La
ejecuta en medio de fuertes conflictos internos entre un núcleo
ilustrado (los Nuncios papales y la jerarquía) y una base cural
propensa a las influencias ultramontanas de sacerdotes carlis-
tas expulsados de España que, desde la Regeneración, recorren
los municipios o se establecen en parroquias, atizando las pasio-
nes políticas de la feligresía. Este papel preeminente de la Igle-
sia empieza a debilitarse paulatinamente con la modernización
de la década de I920. Resurge para librar su penúltimo comba-
te en la siguiente década cuando, con su Partido Conservador,
queda reducida a una oposición política inclinada a la desleal-
tad.

xxxv. Bajo estas consideraciones podríamos sugerir que el


papel de la República Liberal consistió en acelerar el proceso
de secularización política y de centralización estatal, sin aban-
donar la zona de la Constitución de I886, como pretendieron
ingenua y aventureramente los "generales" liberales de los años
veinte.
Los alcances de la República Liberal se explicarían no tanto
por la profundidad de su reforma social sino por su capacidad
de ofrecer paliativos: (a) poner en marcha importantes reformas
institucionales; (b) crear una ficción verbal revoluciona ria (" la
revolución en marcha") cuyos ecos alcanzan a percibirse actual-
mente; (c) rejuvenecer a la clase política ("los muchachos" de
López). De este modo la República Liberal generó una nueva
mentalidad en algunos sectores de las clases dominantes y llenó
con las masas populares y con las clases medias el vacío dejado
por una Iglesia que perdía terreno y se dividía profundamente.
Pese a su incubación conservadora, el ejército tuvo que ce-
ñirse al principio civilista. El experimento quedó inconcluso.
El interludio de I948 a I9 5 8 puede interpretarse como su fra-
caso. El Frente Nacional, "un puente" según el veredicto opti-

[200]

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mista de todos los dirigentes nacionales del Partido Liberal,


retoma algunos principios de la República Liberal (entre éstos
el énfasis en la educación), pero despolitiza al máximo la vida
pública.

Haciéndole quites a la democratización


XXXVI. La colonización civilizadora del cachaco sobre los
demás grupos, clases y estereotipos provincianos, de los cuales
los más resistentes siguen siendo los costeños, como nos recuer-
dan la literatura de García Márquez y las tácticas electorales
de López Michelsen, definió un estilo de vida y una constelación
de actitudes envueltas por la politica: Bogotá es a fin de cuentas
la capital nacional. El esfuerzo cachaco por definir una nación
llamada Colombia, redoblado después del trauma panameño
de I903, es correlato de su colonización civilizadora. Esta
empresa se inscribió en contextos abigarrados por la multipli-
cidad y frecuente entrecruce de fuerzas regionales centrífugas
y signos ideológicos equívocos, que daban cuenta de las barre-
ras económicas y mentales que se levantaban contra una hege-
monía burguesa a secas.
La historia política está llamada a descorrer el velo que es-
conde este desfase: en el quinquenio de I904-I909 cuajó el con-
senso oligárquico modernizador, cuando el país no era más que
un agregado de fragmentos rurales y provincianos comandados
por Obispos y Soteros Peñuelas, cuando no por generales y co-
roneles nostálgicos, unos y otros abrumados por el peso del
pasado.

XXXVII. En cuanto penetra la modernidad aparecen nuevos


actores populares. Con la mirada en el futuro, cuestionan de
modo confuso y espontáneo los cimientos del orden dominante.
Medio siglo de luchas comunistas, de las más diversas formas
y variedades, no parece ofrecer la respuesta esperada. Tampoco
la ofrecen las eclosiones populistas de la posguerra. Entre I928
y I948 el discurso populista desplegó, hasta los límites mismos
de la legalidad republicana, la pasión de un moralismo antioli-
garca. Jorge Eliécer Gaitán y Laureano Gómez, desde dos ver-
tientes ideológicas contradictorias, confluirían en I945-I948

[20I]

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en el ataque más frontal y punzante jamás recibido por el pre-


dominio cachaco, cristalizado en la obscenidad de las relaciones
mantenidas entre la alta burguesía y el poder central. Malcolm
Deas apunta el ancestro estilístico de ese populismo en tanto y
cuanto que oratoria desaforada: José María Vargas Vila, "el
populista peripatético" 108.
Bajo la punta del iceberg, pensamos nosotros, se ocultaba
un pesimismo fundamental sobre la naturaleza misma de una
sociedad que se había dejado adormecer por la sordina cachaca.
Juan Gustavo Cobo Borda sugiere que una de las más vigoro-
sas expresiones literarias anti-cachacas se encuentra en la obra
de Osocio Lizarazo, novelista de ese Bogotá popular que perdió
en "el día del odio" la oportunidad del siglo t09 •

XXXVIII. Aquí conviene observar que en los documentos di-


plomáticos el vocablo liberal causa más problemas definitorios
que el término conservador. El reporte de 1947 presenta un ejer-
cicio corriente de aclaración semántica:
Debe aclararse que los usos del término liberal en la política
colombiana son un tanto engañosos. El empleo que le da el
Partido Liberal ortodoxo y tradicional, que se aproxima bas-
tante al Whig Party de la historia británica, es comprensible
para una mente anglosajona. Es cierto también que el ala de
la Izquierda Liberal, los seguidores del Dr. Gaitán, trae reminis-
cencias de nuestros Radicales en tanto es el primer Partido
colombiano que predica efectivamente una doctrina igualitaria.
Pero las restantes características del liberalismo colombiano
no guardan semejanza con el significado británico de la locu-
ción. Manifiestan una aceptación autoritaria del principio del
Caudillo expresada en las demostraciones populares, en los
desfiles, en las arengas radiadas y en los carteles. Corolario de
esto es el acusado espíritu nacionalista al que se pueden adscri-

108. M. Deas, "Vargas Vila: The Peripatetic Populist", Times


Literary Supplement, Londres, junio 26 de 1976.
109. J. G. Cobo Borda, "Notas sobre la literatura colom-
biana", en: M. Arrubla et. al., Colombia hoy, Bogotá, 1978, págs.
3 80 -394.
[202]

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británicos sobre el siglo xx colombiano

bir su actitud proteccionista en aSlmtos económicos y su postu-


lación de la expropiación de las empresas extranjeras. El Dr.
Gaitán podría, de hecho, pasar como un tipo de líder Nacio-
nal Socialista si no mediara una reciente ternura suya hacia
los comunistas. Fue sin duda la figura más significativa de la
escena colombiana de 1947, y parece que lo será en 1948, aun-
que sus motivaciones y alianzas fueron tan vacilantes durante
el año que hacen impredecible su destino eventual lIo •

Líder y masas; partido e ideología, sobrepuestos mediante


fronteras borrosas y corredizas, incompatibles con las deman-
das de los tiempos modernos.

XXXIX. Los reportes británicos, espejos etnocéntricos que


reflejan intimidades colombianas de las que hemos servido un
aperitivo, han sido el pretexto de los descoyuntados "a pro-
pósito de" que componen este ensayo.

El Reporte de 1910 puntualizaba:


La historia de este país muestra una constante alternación
entre la autocracia y la impotencia y no hay razón para pen-
sar que su futuro diferirá de su pasado lIl

Ante pesimismo tan enconado o ante el cinismo público con-


comitante al desenvolvimiento del clientelismo como sistema
de distribución del poder político, habría que levantar vigoro-
samente la democracia en tanto principio de esperanza, bien
alcanzable, necesidad cívica de la vida moderna.
Probablemente la sociedad colombiana llegó a la mayoría
de edad en el último trecho del siglo xx. Deberíamos repensar
las condiciones de la vida democrática, una de las cuales es,
sin duda, la existencia de partidos modernos. El contexto social
de la democracia fue presentado por otro británico, eminente
socialista que no fue victoriano ni escribió Informes Diplomá-

IIO. FO 371/AS I 3001r 3 OO/II; Reporte 1947, págs. 1-2.


111. FO 371/1100; Reporte 1910, pág. 7.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
La clase más ruidosa y otros ensayos

ticos. Aneurin Bevan, formidable figura de la historia del par-


tido laborista, apuntó en I944:
O bien la pobreza utiliza la democracia para destruir el
poder de la propiedad, o la propiedad, temerosa de la pobre-
za, destruirá la democracia lr2

Habría, quizás, dos objeciones históricas a esta idea: prime-


ro, nos harían recordar el sustrato lockeano, incompatible con
las variedades hispánicas del liberalismo "corporativizado";
segundo, nos señalarían que ahora los países latinoamericanos
parecen encaminarse hacia un nacionalismo exacerbado, mili-
tarista y volátil. Si esto es así, entonces tendríamos que ver el
talante civilista de los colombianos como prerrogativa, pero
el aislamiento internacional como una carga cuyo precio po-
dría ser demasiado alto a estas alturas.

II2. A. Bevan, Why not trust the Tories, Londres, 1944.

[2°4]

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

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