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Como es bien sabido, el cuerpo es el primer campo de disputa a través del cual pasan todos los
mandatos y maneras de organización social en que son socializados (valga la redundancia). Todos
estos atraviesan nuestros cuerpos, lo moldean y con ello también moldean en muchos casos para
hombres y mujeres las posibilidades de habitar los espacios, lugares sociales y materiales. Diría
que en especial para las mujeres se presentan las limitaciones de participación en espacios
sociales, ya que siempre se ha concebido el cuerpo de la mujer como un centro de discusión, por
esta razón considero que es correcto afirmar que poseemos cuerpos que han sido formados por
las distintas normas de cómo deben ser y lo que se espera que estos sean, en cualquier situación
en que no se cumpla con las condiciones estipuladas por la sociedad, cuando nos alejamos de ese
objetivo propuesto, somos rechazados, excluidos y retribuidos con actos de violencia.
Estas imposiciones permean fuertemente el ámbito deportivo en donde se dan una serie de
aspectos que constantemente debemos superar para poder armonizar tanto la concepción de
nuestros cuerpos como los espacios en que estos habitan y se desenvuelven. Algunos de estos
aspectos corresponden a como el cuerpo de la mujer es excluido de ciertos espacios y prácticas
deportivas ya que no cumplen con la supuesta normatividad de lo que es femenino y masculino,
paradójicamente el cuerpo femenino constantemente es presionado para cumplir condiciones en
que se desea moldear el cuerpo para hacerlo deseable y acercarse a lo que es el imaginario de lo
que es una mujer bella, en estas condiciones no es excluido en absoluto, es más admirado y
aplaudida la participación en prácticas deportivas que vayan acorde a ello. Es decir, el discurso de
la salud alrededor del ejercicio no corresponde realmente a un cuidado del cuerpo ligado a la
salud sino interés por moldearlo para que se vea deseable, por lo que se refuerzan mecanismos
que vinculan sistemas de valores que nos sitúan en un lugar social entre lo que es femenino y
masculino, lo deseable y lo que debemos ser. Otro aspecto gira en torno a cómo los espacios del
deporte han sido en un gran porcentajes a la masculinidad y en general a los hombres; en sí, como
nos explicó Luisa Aguilar, el deporte es la historia de la virilidad, además de ser este un espacio de
validación masculina y de superioridad física del hombre sobre la mujer, además, la socialización
deportiva enseña desde un principio a niños y hombres a desvalorizar a la mujer y la feminidad
misma (espectro que implica a los hombres gay o queer).