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I. ¿CABE LA MENTE EN UNA COMPUTADORA?

INTRODUCCIÓN

DURANTE LAS ÚLTIMAS DÉCADAS, la tecnología de las computadoras


electrónicas ha hecho enormes progresos. Y estoy seguro de que en las próximas
décadas tendrán lugar nuevos progresos en velocidad, capacidad y diseño lógico.
Nuestras computadoras actuales nos parecerán tan lentas y primitivas como hoy
nos lo parecen las calculadoras mecánicas de antaño. Hay algo casi estremecedor
en el ritmo del progreso. Las computadoras ya pueden realizar con mucha más
velocidad y precisión tareas que hasta ahora habían estado reservadas
exclusivamente al pensamiento humano. Desde hace tiempo estamos
acostumbrados a que las máquinas nos superen ampliamente en las tareas físicas.
Esto no nos causa el menor desasosiego.

Antes bien, nos gusta tener aparatos que nos lleven por tierra a grandes velocidades
—más de cinco veces la velocidad del más veloz atleta humano— o que puedan
cavar hoyos o demoler estructuras que nos estorban con una rapidez que dejaría
en ridículo a equipos compuestos por docenas de hombres. Estamos aún más
encantados de tener máquinas que nos permitan hacer físicamente cosas que
nunca antes habíamos podido hacer, como llevarnos por los cielos y depositarnos
al otro lado del océano en cuestión de horas. El que las máquinas obtengan tales
logros no hiere nuestro orgullo.

Pero el poder pensar, eso sí ha sido siempre una prerrogativa humana. Después de
todo, ha sido esa capacidad la que, al traducirse en términos físicos, nos ha
permitido superar nuestras limitaciones físicas y la que parecería ponernos por
encima de otras criaturas. Si las máquinas pudieran llegar a superarnos algún día
en esa cualidad en la que nos habíamos creído superiores, ¿no tendríamos
entonces que ceder esa superioridad a nuestras propias creaciones? La pregunta
de si se puede afirmar o no que un artefacto mecánico piensa —quizás incluso que
experimenta sentimientos, o que posee una mente—, es antigua.1 Sin embargo, ha
recibido un nuevo ímpetu con la llegada de la moderna tecnología de las
computadoras.
Es una pregunta que implica profundos temas de filosofía. ¿Qué significa pensar o
sentir? ¿Qué es la mente? ¿Existe realmente la mente? Suponiendo que sí existe,
¿en qué medida depende de las estructuras físicas a las que está asociada?
¿Podría existir la mente al margen de tales estructuras? ¿O es simplemente el modo
de funcionar de ciertos tipos de estructuras físicas? En cualquier caso, ¿es
imprescindible que las estructuras importantes sean de naturaleza biológica
(cerebros) o podrían también estar asociadas a componentes electrónicos? ¿Está
la mente sujeta a las leyes de la física? ¿Qué son, de hecho, las leyes de la física?
Éstas son algunas de las cuestiones que intentaré tratar en este libro.

Pedir respuestas definitivas a preguntas tan fundamentales estaría fuera de lugar.


Yo no puedo proporcionar tales respuestas; nadie puede, aunque hay quien trata
de impresionarnos con sus conjeturas. Mis propias conjeturas jugarán un papel
importante en lo que sigue, pero trataré de distinguir claramente tales
especulaciones de los hechos científicos brutos, y trataré también de dejar claras
las razones en las que se fundamentan mis especulaciones. No obstante, mi
principal propósito aquí no es hacer conjeturas, sino plantear algunos temas
aparentemente nuevos, concernientes a la relación entre la estructura de las leyes
físicas, la naturaleza de las matemáticas y el pensamiento consciente, y presentar
un punto de vista que no he visto expresado hasta ahora.

Es un punto de vista que no puedo describir adecuadamente en pocas palabras, y


ésta es una de las razones por las que he tenido que realizar un libro de este
tamaño. Pero, en resumen, y quizá de manera algo equívoca, 1 Véase, por ejemplo,
Gardner (1958), Gregory (1981) y las referencias que allí figuran puedo al menos
afirmar que mi punto de vista sugiere que es nuestra actual incomprensión de las
leyes fundamentales de la física la que nos impide aprehender el concepto de
"mente" en términos físicos o lógicos. No quiero decir con esto que las leyes no sean
nunca conocidas del todo. Por el contrario, parte del objetivo de esta obra es intentar
estimular la investigación en este campo en direcciones que parecen prometedoras
y hacer algunas sugerencias bastante concretas, aparentemente nuevas, sobre el
lugar que realmente podría ocupar la mente en el desarrollo de la física que
conocemos. Debería dejar claro que mi punto de vista es poco convencional, al
menos entre los físicos y, por consiguiente, resulta poco probable que sea adoptado,
actualmente, por los científicos de computadoras o por los fisiólogos. La mayoría de
los físicos alegará que las leyes fundamentales que operan a escala del cerebro
humano son ya perfectamente conocidas.

No se negará, por supuesto, que existen aún muchas lagunas en nuestro


conocimiento de la física en general. Por ejemplo, no conocemos las leyes básicas
que determinan los valores de la masa de las partículas subatómicas ni la intensidad
de sus interacciones. No sabemos cómo hacer del todo compatible la teoría cuántica
con la teoría de la relatividad especial de Einstein, ni mucho menos cómo construir
la teoría de la "gravitación cuántica" que haga compatible la teoría cuántica con su
teoría de la relatividad general. Como consecuencia de esto último, no
comprendemos la naturaleza del espacio a la escala absurdamente minúscula de
1/100.000.000.000.000.000.000 del tamaño de las partículas elementales
conocidas, aunque para dimensiones mayores nuestro conocimiento se presuma
adecuado.

No sabemos si el Universo como un todo tiene extensión finita o infinita —tanto en


el espacio como en el tiempo— aunque pueda parecer que tales incertidumbres no
tengan ninguna importancia en la escala humana. No comprendemos la física que
actúa en el corazón de los agujeros negros ni en el big bang, origen del propio
Universo. Pero todas estas cosas parecen no tener nada que ver con lo que
imaginamos en la escala "cotidiana" (o incluso una más pequeña) del
funcionamiento del cerebro humano.

Y ciertamente así es, aunque argumentaré precisamente que en este nivel existe —
frente (o, mejor dicho, detrás) de nuestras propias narices— otra gran incógnita en
nuestra comprensión de la física y que podría ser fundamental para el
funcionamiento del pensamiento humano y de la conciencia. Es una incógnita que
no ha sido siquiera reconocida por la mayoría de los físicos, como trataré de
demostrar. Argumentaré, además, que curiosamente, los agujeros negros y el big
bang realmente tienen una gran relación con estos asuntos. En seguida intentaré
persuadir al lector de la fuerza de la evidencia que sustenta el punto de vista que
trato de exponer. Para comprenderlo, tenemos un buen trabajo por delante.
Necesitaremos viajar por territorios muy extraños —algunos de importancia
aparentemente dudosa— y por campos de esfuerzo muy distintos. Necesitaremos
examinar la estructura, fundamentos y enigmas de la teoría cuántica; los rasgos
básicos de las teorías de la relatividad especial y general, de los agujeros negros,
del big bang, y de la segunda ley de la termodinámica, de la teoría de Maxwell de
los fenómenos electromagnéticos y de las bases de la mecánica newtoniana.

Además, tendremos que vérnoslas con algunas cuestiones de filosofía y psicología


cuando intentemos comprender la naturaleza y la función de la conciencia. Por
supuesto, tendremos que tener una visión general de la neurofisiología del cerebro,
además de los modelos de computadora propuestos. Necesitaremos tener alguna
noción del status de la inteligencia artificial, así como saber qué es una máquina de
Turing, y comprender el significado de la computabilidad, del teorema de Gödel y
de la teoría de la complejidad. Nos adentraremos también en los fundamentos de la
matemática, e incluso deberemos plantearnos la cuestión de la propia naturaleza
de la realidad física. Si, al final de todo ello, los argumentos menos convencionales
que trato de exponer no han persuadido al lector, confío al menos que habrá sacado
algo de este tortuoso y, espero, fascinante viaje.

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