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INTRODUCCIÓN
Antes bien, nos gusta tener aparatos que nos lleven por tierra a grandes velocidades
—más de cinco veces la velocidad del más veloz atleta humano— o que puedan
cavar hoyos o demoler estructuras que nos estorban con una rapidez que dejaría
en ridículo a equipos compuestos por docenas de hombres. Estamos aún más
encantados de tener máquinas que nos permitan hacer físicamente cosas que
nunca antes habíamos podido hacer, como llevarnos por los cielos y depositarnos
al otro lado del océano en cuestión de horas. El que las máquinas obtengan tales
logros no hiere nuestro orgullo.
Pero el poder pensar, eso sí ha sido siempre una prerrogativa humana. Después de
todo, ha sido esa capacidad la que, al traducirse en términos físicos, nos ha
permitido superar nuestras limitaciones físicas y la que parecería ponernos por
encima de otras criaturas. Si las máquinas pudieran llegar a superarnos algún día
en esa cualidad en la que nos habíamos creído superiores, ¿no tendríamos
entonces que ceder esa superioridad a nuestras propias creaciones? La pregunta
de si se puede afirmar o no que un artefacto mecánico piensa —quizás incluso que
experimenta sentimientos, o que posee una mente—, es antigua.1 Sin embargo, ha
recibido un nuevo ímpetu con la llegada de la moderna tecnología de las
computadoras.
Es una pregunta que implica profundos temas de filosofía. ¿Qué significa pensar o
sentir? ¿Qué es la mente? ¿Existe realmente la mente? Suponiendo que sí existe,
¿en qué medida depende de las estructuras físicas a las que está asociada?
¿Podría existir la mente al margen de tales estructuras? ¿O es simplemente el modo
de funcionar de ciertos tipos de estructuras físicas? En cualquier caso, ¿es
imprescindible que las estructuras importantes sean de naturaleza biológica
(cerebros) o podrían también estar asociadas a componentes electrónicos? ¿Está
la mente sujeta a las leyes de la física? ¿Qué son, de hecho, las leyes de la física?
Éstas son algunas de las cuestiones que intentaré tratar en este libro.
Y ciertamente así es, aunque argumentaré precisamente que en este nivel existe —
frente (o, mejor dicho, detrás) de nuestras propias narices— otra gran incógnita en
nuestra comprensión de la física y que podría ser fundamental para el
funcionamiento del pensamiento humano y de la conciencia. Es una incógnita que
no ha sido siquiera reconocida por la mayoría de los físicos, como trataré de
demostrar. Argumentaré, además, que curiosamente, los agujeros negros y el big
bang realmente tienen una gran relación con estos asuntos. En seguida intentaré
persuadir al lector de la fuerza de la evidencia que sustenta el punto de vista que
trato de exponer. Para comprenderlo, tenemos un buen trabajo por delante.
Necesitaremos viajar por territorios muy extraños —algunos de importancia
aparentemente dudosa— y por campos de esfuerzo muy distintos. Necesitaremos
examinar la estructura, fundamentos y enigmas de la teoría cuántica; los rasgos
básicos de las teorías de la relatividad especial y general, de los agujeros negros,
del big bang, y de la segunda ley de la termodinámica, de la teoría de Maxwell de
los fenómenos electromagnéticos y de las bases de la mecánica newtoniana.