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Había escapado, seguía escapando.

Días, semanas, meses, incluso años, que estaba en


constante movimiento; sus pies eran tan duros como rocas, rocas que erosionaban el suelo
sobre el que caminaba. Las imágenes de todo se habían erosionado también; su familia, si
es que tenía alguna, amigos, hogar, mascota, cama, zapatos, porque le vendrían muy bien
un par de zapatos, todo había pasado a formar parte de un imaginario inconsistente y a estas
alturas irrelevante. Un día simplemente tuvo que empezar a correr, las circunstancias de un
antes son irrelevantes, porque es esta misma oscuridad del olvido de lo que está corriendo;
pero, el olvido en forma física. No es el concepto pero un ente cambia formas que por algún
motivo empezó a asediar y perseguir, así que solo puede correr, correr y esperar tener
tiempo para tomar un respiro un sorbo de agua o lo que haya y seguir corriendo.

Claro que no corría, literalmente, todo el tiempo; a veces trotaba. Durante la desconocida
cantidad de tiempo que se encontraba en movimiento, siempre encontraba rostros
sorprendidos, furiosos, con miedo, con ira, con indiferencia, rostros que no lograba registrar
más que un vago recuerdo del sentimiento que se leía en las expresiones. Claro que no le
servía grabarse una cara en la memoria, toda imagen mental iría, eventualmente, a parar al
olvido y ser una carga inconsistente en la región de las memorias. Sin embargo, las
emociones que traían esos rostros, esos lograban imprimirse en una diferente parte de su
cerebro, una parte que nunca pasaba a segundo plano, le servían de compañía generando un
debate interno, reflexión, peleas, risas, pero por sobre todo distracción; porque le resultaba
vital olvidarse, por unos momentos aun que sea, del olvido. Extrañamente, todas las caras
que veía, en todos los diferentes lugares en los que pasaba corriendo (o trotando), todas las
miradas, todas las expresiones le decían lo mismo, “sigue corriendo”.

Desde el día uno enfrentó dificultades y hasta el día, quien sabe cual, encuentra manera
para adaptarse y seguir en movimiento. Aprender a tomar líquidos mientras corría fue de
los más importantes y peligrosos que aprendió, al sentir que o se ahogaba atragantado con
agua o se detenía y dejaba cubrirse por la capa de olvido que nunca estaba muy lejos, se
quedará como el mayor de sus logros. La voluntad, o miedo, que lo movía era el motor de
movimiento perpetuo que la termodinámica se retorcía en agonía por encontrar; la entropía
nunca hubiera sido tan feliz. Cuando sentía un músculo contraerse más de lo normal, había
aprendido a dar pequeños, pero agiles, saltos en un pie mientras se masajeaba dicho
músculo. Así, corriendo sobre arena o verdes prados, con macurca o una astilla en el dedo
gordo del pie izquierdo, no dejó de correr, nunca hasta ahora. Su pasado había tomado la
forma de una albóndiga de memorias gigantesca, en la que podían verse partes de diferentes
memorias por la parte superior, por la parte inferior y por los lados; ni aun que logre aislar
partes de la albóndiga, lograría entender ni una sola de sus partes. Ante la descomunal
albóndiga empezó a sentir el peso de todo, del tiempo, de los recuerdos, del cansancio, de la
duda y de la gigantesca albóndiga que ahora actuaba como ancla. “Podría parar, sentarme y
esperar. ¿No es suficiente?” se cuestionó mientras sus pasos iban desacelerando casi
imperceptiblemente. En un momento decisivo, milésimas de segundo, todo el peso de su
cuerpo se concentró en el pie derecho, el izquierdo buscó el equilibrio y levantado en el aire
el cuerpo se detuvo. Nada ocurrió por el siguiente par de segundos; hasta que con la fuerza
de su pierna derecha dio un salto tan largo que recuperó la distancia que había perdido y
siguió corriendo, con albóndiga y todo.

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