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Spitz primer año de vida resumen

Psicología del Desarrollo I (Universidad Argentina John F. Kennedy)

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Tomado del Libro: Spitz, R. A. (1965). “El primer año de vida del niño”. México,
D.F.: Fondo de cultura económica (1998).

En el presente libro, el autor hace una descripción cuidadosa y detallada del


intercambio emocional y vivencial entre madre e hijo. Ofrece al lector los hallazgos
obtenidos por medio de experimentos observacionales, videograbados y a través
de tests sobre las relaciones de objeto: su comienzo, desarrollo, etapas y ciertas
anomalías. También reflexiona acerca de la forma en que esta relación, desde sus
inicios, garantiza la supervivencia del infante y el desarrollo somático y psíquico de
su personalidad.

La principal cuestión planteada en el libro, es el desarrollo de esta relación


tan fundamental para el ser humano. El niño, durante el primer ano de vida se
esfuerza en sobrevivir y en elaborar formas de adaptación al medio. Todo aquello
de lo que carece de pequeño, lo proporciona la madre quien atiende de manera
complementaria todas sus necesidades, y el resultado de este cuidado y esta
relación es una diada, principal herramienta para la supervivencia y la adaptación
al medio.

Dada la importancia de dicha relación, el autor enfatiza la necesidad de


determinar y definir aquello por lo cual la relación se hace posible. Estamos
hablando en este caso del objeto libidinal, al que Freud se refirió como “El objeto
de un instinto, es aquello en relación a lo cual o a través de lo cuál el instinto es
capaz de lograr su finalidad...” (1915, citado en Spitz, pág. 24).

El objeto libidinal no permanece en las mismas coordenadas de tiempo y


espacio, sino que es cambiante, no es nunca constante ni idéntico a sí mismo. La
característica principal que lo hace ser tan importante consiste en que puede ser
descrito en términos de estructura y dirección de los impulsos instintivos que van
hacia él. Las relaciones de objeto son entre sujeto y objeto. En el caso particular
del libro, el autor hablará de un sujeto neonato, quien se haya (durante los
primeros meses de vida) en un estado de indiferenciación por lo que no existe en
él el funcionamiento psíquico esperado en todo ser humano. Esta idea desemboca
en que el neonato es incapaz de definir al objeto y mucho menos establecer una
relación de objeto con el mismo. Ambas cosas lograrán un desarrollo progresivo,
en el transcurso del primer ano de vida. Es por esto que SPITZ, distingue tres
etapas para este desarrollo:

I) Él menciona, como primera etapa de desarrollo de esta vital relación, la


etapa sin objeto (etapa preobjetal o anobjetal), que coincide con la etapa del
narcisismo primario del infante. Se refiere a ella como una etapa de no
diferenciación, ya que la percepción, las actividades y las funciones del recién
nacido no están del todo organizadas en unidades, salvo aquellas actividades y
zonas relacionadas con la tarea de nutrición, la circulación, la función respiratoria y
otras funciones vitales.

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La base para el entendimiento de esta fase es el hecho de que el infante es


incapaz de distinguir una cosa de otra, ni de distinguir los aspectos externos de su
propio cuerpo y no vivencia el mundo que lo rodea como algo que se encuentra
separado de él. Incluso el recién nacido en sí no se encuentra diferenciado ni
organizado.

Durante los primeros días de nacido, incluso el primer mes, no existe para el
infante el mundo exterior, es como si su aparato perceptor se protegiera con una
barrera sumamente fuerte que le impidiera todo contacto con la realidad
circundante. Durante este periodo, las experiencias infantiles se determinan por
medio del sistema interoceptivo o propioceptivo, las respuestas que logra
demostrar se refieren únicamente a la satisfacción de sus necesidades. En este
punto quisiera hacer mención de la discrepancia que refiere el autor acerca de las
teorías que pretenden una idea de percepción del bebé in útero, al igual que
durante el parto. Para Spitz no existe tal cosa del “trauma del parto” ya que al
nacer el bebé no tiene conciencia por lo que el momento del nacer no tiene en el
infante un contenido psíquico.

Quisiera hacer un paréntesis en esta parte del trabajo, para afirmar que, a
pesar del esfuerzo evidente del autor por comprobar la inexistencia de la
percepción como tal en etapas muy tempranas del desarrollo (incluso desde que el
cuerpo está in útero), personalmente soy de la idea que si bien el niño no tiene
conciencia de la información que le llega como tal, ésta si tiene cierta influencia en
etapas posteriores del desarrollo en el niño (incluso años después de nacido).
Pienso en el poder que estas experiencias, aunque sean antes de nacer, tienen
sobre la memoria del infante, dejando indudablemente huellas mnémicas que si
bien no son detectadas como pertenecientes a esta etapa, si pueden determinar o
conformar ciertos rasgos de carácter en el niño. De allí la importancia, como
psicólogos que somos, de saber si un niño fue planeado y deseado por sus
padres, por ejemplo, ya que una actitud de no deseo por parte de los progenitores
(y en especial de la madre), pudieran influenciar en la conducta y actitudes de este
niño en etapas posteriores.

El autor enfatiza el hecho de que un estado de displacer que puede llegar a


observarse en el niño al nacer dura prácticamente segundos; si se le deja en paz,
todo esto desaparece solo, sin ayuda. La excitación negativa del recién nacido,
debe considerarse únicamente a modo de descarga, este proceso es fisiológico y
se rige por el principio de Nirvana según el cual la excitación corporal se mantiene
en un nivel constante, cualquier estímulo que exceda esta excitación buscará la
descarga sin demora. Sin embargo no se hablará en esta etapa de una función
psicológica que permita al infante la conciencia de lo que está pasando. Esta
función psicológica se desarrollará a su debido tiempo y se regirá por la ley del
principio del placer y displacer, que será, a su vez, sustituido (aunque nunca por
completo) por el principio de realidad.

Hasta este momento el autor plantea una pregunta referente al modo en que
el neonato percibe los estímulos del exterior que se requieren para que capte algo.

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Es importante aclarar que el neonato no tiene imagen alguna del mundo exterior,
ni estímulos de ninguna modalidad sensorial que le permitan reconocer señales,
por lo tanto, se afirma que los estímulos que llegan a “chocar” con el aparato
sensorial del infante son totalmente ajenos en todas las modalidades de
sensación, cada estímulo para ser percibido como tal, debe ser transformado
primeramente en una experiencia significativa, y solo entonces se podrán convertir
en una señal que creará a futuro el mundo externo para el bebé.

Qué condiciones capacitan al infante para lograr esta señal? Hay una gran
diversidad de condiciones que el autor refiere de la siguiente manera:

1) Barrera contra los estímulos que lo protegerá de todos aquellos a los que
estamos expuestos a diario. Esta barrera, por una parte hace referencia a que las
funciones receptoras del infante no están desarrolladas al nacer, y por otra parte el
estado de vigilia del recién nacido se encuentra totalmente reducido a los
momentos en que este se despierta en demanda de su alimento únicamente (La
mayor parte del tiempo lo pasa durmiendo o adormilado). Para que comience a
detectar todos los estímulos que le llegan, deberá pasar por un desarrollo de esta
función.

2) El proceso de dar significado a los estímulos también es resultado de un


desarrollo.

3) También hay que tomar en cuenta la protección de la madre contra el exceso


de estímulos de cualquier clase (la cama protegida por los lados, la tibieza que
procura al ambiente del niño, etc.).

4) Por otro lado es importante mencionar la tarea de la madre que también ayuda
al niño a tratar con los estímulos internos, proporcionándole las herramientas
necesarias para aliviar la tensión que estos le provocan, satisfaciendo sus
necesidades en el momento en que estas se presentan.

5) Como otro punto, de gran importancia para el autor, menciona la relación de


reciprocidad establecida entre madre e hijo, que se basa en un “diálogo” de
secuencia acción-reacción-acción. Esta relación tan especial que logra
establecerse es el fundamento para que el bebé logre transformar los estímulos
que llegan del exterior en señales significativas.

El neonato no puede percibir los estímulos de su entorno, sin embargo esto


no quiere decir que no guarde huellas mnémicas de sus primeros contactos con lo
externo. Esto a través de un desarrollo lleva al neonato a formar el tan esperado
vínculo con lo externo y las deseadas señales que lo lleven a conocer su entorno.

Ahora bien, desde los primeros días de vida el bebé muestra acciones y
reacciones bastante complejas, una de estas es la acción de mamar que efectúa
el bebé y que implica varios movimientos organizados y estructurados que llevan a
tal respuesta. Pero, cómo percibe el pequeño, el estímulo que ha de mostrarle que

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debe realizar tal acción de mamar? Spitz habla de ciertos estímulos


pertenecientes a un sistema de “captación” (que es distinto al sistema de
percepción que aparece únicamente en edades posteriores). Este sistema está a
su vez conformado por un sistema de “Organización cenestésica” que
básicamente es visceral y se manifiesta a través de emociones, perteneciendo,
así, al sistema nervioso autónomo. Las percepciones dadas en este sistema son
distintas a las que alcanza en etapas posteriores, por lo que el autor llama a este
tipo de percepción “recepción”. Posteriormente el sistema presentado es el de la
“Organización diacrítica”, donde la percepción pertenece a órganos periféricos
localizados, y las manifestaciones aquí se deben a procesos cognitivos más
elaborados, como los procesos conscientes del pensamiento. De esta manera
menciona que tal acción de mamar pertenece al primer tipo de organización, es
únicamente visceral y responde a emociones principalmente, está alejada de la
conciencia y por lo tanto no puede pertenecer al sistema de organización
diacrítica.

Cabe mencionar que no son solo las percepciones las que se encuentran
indiferenciadas en el neonato, sino también los afectos, ya que, como se ha dicho
hasta el momento la organización diacrítica no se encuentra presente todavía y
mucho menos la capacidad de distinguir entre una cosa y otra y de singularizar el
objeto libidinal, por lo que responde únicamente a estímulos internos.

Una vez explicado lo anterior el autor procede a mencionar cómo se da


entonces la modificación en la conducta del infante, haciendo referencia específica
a la experiencia y aprendizaje que son los principales puentes para su relación con
el mundo. Una de las acciones primeramente sugeridas a través de la experiencia
como una conducta dirigida hacia un fin es el acto de mamar del pecho materno, a
lo que refiere que si un bebé, que ha sido amamantado desde su nacimiento, es
sacado de su cuna alrededor del octavo día y se le coloca en postura de mamar,
el infante volverá su cabeza hacia el pecho de la persona que lo alza ya sea
hombre o mujer.

En un principio, el infante solo reconoce las gestiones del alimento solo


cuando tiene hambre, en realidad no identifica la leche como tal, ni el biberón, ni
siquiera el pecho materno, es solo que responde a este estímulo como a cualquier
otro.

Es importante hacer referencia de las dos secuencias que menciona el autor


que ayudan a explicar lo anterior: una hace referencia al estímulo externo de la
presencia del pezón que insita al niño a succionar, el otro es su necesidad de
satisfacer el hambre. El hecho de que se presente el pezón, no es condición
suficiente para que se lleve a cabo la succión, solo se percibirá el pezón en la
boca si se cumplen las siguientes condiciones:

1) que la tensión interna o el aparato propioceptivo del niño (el hambre) no esté
nulificado por alguna tensión externa desagradable.

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2) Otra cuestión de vital importancia es que el infante tenga hambre, de otra


manera no succionará el pezón.

Esta es una cuestión nueva que plantea el autor, a diferencia de otros


autores, en la que enfatiza el hecho de que si el infante se encuentra molesto o
tenso, su única manera de eliminar esto es descargándolo, de otra manera no se
podrá percibir el estímulo externo. Para percibir deberá de cesar el displacer y la
descarga, solo cuando esto ocurre podrá reanudarse la percepción del estímulo
externo satisfactor de la necesidad.

Ahora bien, para pasar a la siguiente etapa ocurre un nuevo progreso en el


niño, la percepción el rostro humano. Durante las primeras seis semanas de vida,
las huellas mnémicas del rostro humano quedan fijadas en la memoria infantil,
como la primera señal de la presencia del satisfactor de la necesidad, y se
observa en el infante la acción de seguir con la vista todos los movimientos de
esta primera señal.

II)La segunda etapa a la que Spitz llama El precursor del objeto, enfatiza el
hecho de que el rostro humano se convierte en un estímulo visual privilegiado y
distinguido de todos los demás estímulos circundantes. En el transcurso del tercer
mes, la madurez física y psicológica del infante le permitirán realizar su primera
respuesta psicológica ante el estímulo externo: la sonrisa ante el rostro humano.

A esta edad, no hay ninguna otra cosa, ni siquiera el alimento del niño, que
provoque tal respuesta. Sin embargo cabe mencionar que esta sonrisa es
indiferenciada, así el niño responderá a cualquier rostro que se presente frente a
él, sin embargo es hasta los seis meses de edad que comienza a reservar tal
respuesta únicamente al rostro de mamá, amigos y personas conocidas, es decir,
la respuesta se torna hacia los objetos de amor.

Es importante aclarar que la reacción sonriente de los primeros tres meses


de vida no indica, de ninguna forma una verdadera relación de objeto. En realidad
el infante no sonríe a una persona en especial, ni a un objeto libidinal,
simplemente sonríe a un signo. Este signo es proporcionado por “partes” del rostro
humano, como son los ojos, nariz y frente, todo esto en movimiento (esto
constituye lo que el autor denomina una Gestalt privilegiada).

Cabe mencionar aquí, que si el rostro es presentado de perfil ante el infante,


la reacción de sonrisa no se presentará. Si referimos esta Gestalt signo a la teoría
psicoanalítica, es evidente que no corresponde a un objeto de verdad, es por esto
que el autor la denomina un preobjeto. Lo que el niño logra reconocer de este
signo Gestalt es solo los atributos secundarios, externos y no esenciales. No es de
ninguna manera, las cualidades esenciales del objeto libidinal, ni los atributos del
objeto que satisface sus necesidades y que lo protege.

El reconocimiento de esto pertenece a un desarrollo posterior, se necesitan


otros 4 o 6 meses para que el bebé distinga un rostro entre muchos, y sea capaz

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de dotar este rostro con las características del objeto. Este es el indicador visual
externo del proceso intrapsíquico de la formación de objeto.

Lo que distingue el objeto de las demás “cosas” es que las cualidades


esenciales del objeto son constantes, sus atributos externos no son esenciales y
por lo tanto pueden modificarse sin correr el riesgo de no ser reconocido por el
infante, por el contrario, en las “cosas” las cualidades externas son las únicas que
pueden ser percibidas, por lo que cualquier modificación de los atributos externos
hará difícil o casi imposible su reconocimiento.

Al exponer lo anterior surge en el propio autor la disyuntiva acerca de si lo


que se necesita para establecer esta primera señal del rostro humano es la
percepción de la nariz, ojos y frente en movimiento, será posible presentar a una
muñeca mecánica ante el infante y observar la misma respuesta de sonrisa? Esto
no será posible porque un aspecto importante es el establecimiento de una
relación recíproca entre el bebé y otro ser humano. Con una muñeca, la relación
sería solo unilateral. La retroalimentación recíproca dentro de la díada madre hijo,
es un flujo continuo y es de vital importancia, aunque ésta no sea del todo
simétrica.

Es de vital importancia para el autor que esta relación con la madre este
basada en el afecto. La madre deberá crear un “clima emocional” favorable en
todos los aspectos de desarrollo del niño. El afecto que la madre logre transmitir al
pequeño servirá de orientación a los afectos del infante y conferirá a su
experiencia una buena calidad de vida. La respuestas de la madre pueden ser
variantes, de día a día, entre horas o entre minutos y estos patrones cambiantes
son absorbidos por el niño como un proceso de circuito que influye en su conducta
y en sus actitudes. Es evidente que los conflictos de la madre también repercutirán
en el infante llevando en varias ocasiones a un conflicto creciente.

En la relación madre- hijo lo dado por la madre representa lo dado del medio,
es más, ella es la que representa al medio; por parte del niño, lo dado comprende
su equipo congénito que le permitirá madurar.

Las relaciones de objeto llevan desde el surgimiento del preobjeto hasta


dotar a la madre de las cualidades del objeto libidinal. Ahora bien, cual es la
consecuencia y la significación del establecimiento de este preobjeto?

1) Es en esta etapa en que ocurre la transición entre la recepción y la percepción


propiamente dicha.

2) Transición del principio del placer - displacer, que exige su atención del
estímulo que viene de adentro, ahora se puede demorar esta demanda de manera
que comienza a funcionar el principio de realidad.

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3) El hecho de que el niño pueda reconocer el rostro humano y sonreír ante él,
demuestra que hay rastros de recuerdos, lo que implica que en el aparato psíquico
ha habido una división (consciente, preconciente e inconsciente).

4) También demuestra que el niño es capaz de desplazar cargas catéxicas de una


función psicológica a otra, y de un rastro mnémico hacia otro.

5) Esto también representa una estructuración en la somatopsique, el ello y el yo


se separan el uno del otro y una vez establecido el yo rudimentario, comienza a
funcionar observándose en los actos dirigidos e intencionados que el niño
empieza a realizar. Este yo estará siempre al principio del dominio y la defensa.

Desarrolla lo que llama Spitz una función “integradora” que lleva a la transición de
lo somático y lo psicológico.

6) La función protectora de la barrera contra los estímulos ahora es consecuencia


y responsabilidad directa de este nuevo yo que surge.

7) También se va a observar un cambio en el infante de la pasividad hacia una


actividad dirigida en la etapa en que aparece la respuesta de sonrisa.

8) Por último establece que esta respuesta sonriente es la base y premisa para
todas las relaciones sociales que se establecerán posteriormente.

Como se ha podido observar hasta este momento, Spitz enfatiza la


importancia de las experiencias del niño en su primer ano de vida y la capacidad
plástica que tiene la psique del mismo durante este mismo periodo de desarrollo.
El niño busca adaptarse de manera firme y rápida a su medio. Mediante esta
adaptación el infante es capaz de transformar las presiones ejercidas por los
impulsos agresivos y libidinales a conductas dirigidas y esto es gracias a la
plasticidad antes mencionada. Una de las principales razones de la existencia de
dicha plasticidad es que durante el primer ano de vida hay una falta de estructura
psíquica bien establecida y diferenciada. El recién nacido no tiene yo, este es
producto de la adaptación y desarrollo a lo largo de las primeras etapas, sin
embargo ante esta adaptación el yo del infante cumple con su papel en tres
situaciones características:

1)A la edad de tres meses el yo del niño solo responde a la gestalt signo del
exterior . Esta respuesta es una sonrisa que se da de manera indiscriminada, aún
siendo amigo o extraño. Es un yo característicamente rudimentario que a pesar de
contar con muchas limitaciones es capaz de actuar adecuadamente, por que
cuenta con el yo auxiliar que la madre le proporciona.

2) A los siete meses y medio el yo deja de ser rudimentario y comienza a ser


capaz de lograr una percepción con algunos rastros mnémicos y de responder con

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expresiones de afecto positivo. Las estructuras del yo comienzan a responder de


una manera central y comienza a controlar los accesos de la movilidad

3) Se hacen evidentes los procesos mentales que se esfuerzan en ser cumplidos.

Antes de adentrarnos en la tercera etapa propuesta por Spitz para el


establecimiento del objeto libidinal, quisiera enfatizar la importancia que
representa la relación madre- hijo ,sobre todo en este primer ano de vida.

El autor hace mención de que la existencia de la madre, incluso su propia


presencia, actúa como un estímulo para las respuestas del infante. Las acciones
intencionales del mismo son las que ejercen mayor influencia sobre el desarrollo
de su personalidad.

La madre es la que proporciona las facilidades y controles de esta conducta


dirigida, de esta manera el niño tenderá a repetir las conductas reforzadas,
evitando, por el contrario toda acción que haya representado un fracaso en la
aceptación de la madre. A pesar de esto, tanto los controles como las facilidades
son indispensables para el desarrollo aunque la proporción en la que ambas se
aplican son determinantes para la vida posterior.

Otra situación importante es la comunicación que se establece con la madre.


El bebe está acostumbrado a expresarse por medio de descargas afectivas que
surgen en resultado de los estímulos originados en su interior, que el niño percibe
como displacenteros o desagradables. La madre deberá desarrollar la capacidad
para la empatía con su bebé para poder así percibir y atender sus necesidades
cuando estas aparezcan en forma de llanto o alguna otra descarga emocional.
Para Spitz las señales afectivas generadas por el ánimo maternal se convierten,
por su parte, en una forma de comunicación con su bebé. Estos intercambios
afectivos entre madre e hijo se dan de manera ininterrumpida sin que
necesariamente la madre se percate de su existencia.

Las experiencias investidas de afectividad por las que pasa el infante


facilitan el almacenamiento de rastros mnémicos de las situaciones externas
dadas, y esto está muy de acuerdo con lo propuesto por el autor acerca de los dos
tipos de percepciones que caracterizan al infante: la organización cenestésica y
diacrítica. Donde si la primera se da de manera afectiva, será el único puente que
tenga el recién nacido para avanzar hacia la percepción diacrítica intensiva y
lograrla.

No obstante el papel del afecto en el desarrollo de la personalidad, el autor


enfatiza la importancia de las frustraciones reiterativas e insistentes que se
presentan en este desarrollo y que obligarán al infante a volverse más activo y
responsivo ante su medio. Las frustraciones van implícitas en el desarrollo, sin
embargo en la actualidad, se tratan de evitar estas frustraciones al niño por parte
de los padres, educadores y psicólogos. En realidad lo que les preocupa no es
tanto la conducta del pequeño sino su deseo de evitar sentimientos de culpabilidad

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conscientes o inconscientes. Para lograr el bienestar del infante son necesarias


las frustraciones ya que tienen el papel de comprobar la realidad al infante y esta
comprobación es vital importancia para el desarrollo satisfactorio de su yo.

III) La tercera y última etapa es la llamada “el establecimiento del objeto


libidinal”:

Para comenzar a hablar de esta etapa Spitz introduce la idea fundamental de la


angustia del octavo mes que caracteriza un cambio decisivo en la respuesta del
infante hacia los otros. Ahora el infante distingue claramente entre el amigo y el
extraño y se produce en él una negativa de entrar en contacto con el desconocido;
negativa que el autor califica como un matiz más o menos pronunciado de
angustia: “La angustia del octavo mes” que es considerada como la primera
manifestación de angustia propiamente dicha.

Ante esto el autor se ve en la necesidad de distinguir en el primer ano de vida tres


etapas de la angustia como tal:

1) La primera entra dentro de la reacción del infante ante el proceso del


parto. Freud habla de esta reacción como un prototipo psicológico de toda
angustia que se desarrolle posteriormente. Una semana después de nacido el
pequeño muestra manifestaciones de desagrado, sin embargo estas no son
catalogadas como angustia, ya que, aunque tengan las características de los
estados de tensión psicológica, carecen de significado psicológico.

Alrededor de la octava semana de nacido las manifestaciones de desagrado se


hacen cada vez más estructuradas e inteligibles y comienzan a aparecer los
primeros matices de angustia.

A medida que las manifestaciones del niño se hacen más inteligibles, las
respuestas del medio se hacen más adaptadas a las necesidades que este
expresa, y así, en el tercer mes de vida, las huellas mnémicas de ciertas señales
dirigidas por el niño hacia el medio queda de una forma codificadas en su aparato
psíquico.

2) Estos rastros mnémicos estarán cada vez más relacionados con matices
de afecto agradables y a veces desagradables. Los afectos desagradables, están
estructurados de tal manera que su reactivación se enfoca en una conducta
específica que podría ser de retraimiento que son representados como “miedo” en
relación a una respuesta desagradable por parte del medio. Este es el segundo
paso para el establecimiento de la angustia propiamente dicha. Esta reacción de
temor es provocada por la asociación del niño con una experiencia desagradable
previa. Cuando el niño vuelve a presenciar la situación que le provoca dichos
sentimientos de desagrado, responde con la huida.

3) La angustia del octavo mes, descripta con anterioridad es enteramente


diferente a esta actitud de miedo y huida que caracterizan la segunda fase para el

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establecimiento de la angustia propiamente dicha. En la reacción ante el


desconocido, el niño responde a algo con lo que nunca tuvo antes una experiencia
desagradable. Entonces, porqué tal reacción? Spitz asegura que el niño realmente
esta respondiendo a la ausencia de la madre. Si reacciona ante un desconocido
es porque realmente este no es su madre: su madre “lo ha dejado”. Esta
respuesta se da porque el rostro del desconocido no coincide con las huellas
mnémicas del rostro de la madre. El infante descubre que este nuevo rostro es
diferente y por lo tanto lo rechaza. Este desplazamiento de la catexia a las huellas
mnémicas que el niño ha logrado hasta el octavo mes de vida refleja con
seguridad el hecho de que ha logrado establecer una relación de objeto
verdadera y que la madre se ha convertido en el “objeto libidinal”, en su objeto
amoroso.

Al mismo tiempo se observa en el niño un cambio al tratar a su medio, ya


utiliza defensas no tan arcaicas y adquiere la capacidad de enjuiciamiento y de
decisión. Esto representa un desarrollo del yo en un nivel intelectual superior.

Esta angustia del octavo mes, como la ha llegado a denominar el autor,


representa también el hecho de que uno de los periodos críticos ha quedado
situado en esta etapa. Ahora la forma de reconocimiento y percepción de
estímulos negativos externos, y el desagrado mostrado ante estos se vuelve más
específico. Esta cristalización de los afectos, junto con la integración del yo y la
consolidación de las relaciones objetales son tres procesos que se desarrollan
paralelamente y son partes interdependientes para el desarrollo total de la
personalidad en el individuo.

Quisiera hacer otro paréntesis ante esta afirmación del autor, ya que en un
principio, surgió en mi la pregunta de por qué el autor únicamente se enfocaba en
el primer ano de vida del niño, habiendo experiencias tan significativas y
determinantes para la personalidad en los años subsiguientes? Solo hasta este
momento esta duda ha quedado resuelta, ya que puedo percibir cómo el autor, sin
minimizar ni subestimar la importancia de las siguientes etapas del desarrollo
expone los logros que se esperan que una persona alcance en el primer ano de
vida; logros, que si son manifestados por el infante, serán el puente directo para la
obtención del éxito en la etapas posteriores del desarrollo. Incluso marcarán al
individuo durante el resto de su vida ya que abarcan esferas de funcionamiento
vitales para la estabilidad psicológica y la adaptación del individuo al medio; estas
esferas son, como ya las mencionamos, las reacciones afectivas ante el medio (la
capacidad de cristalizar los afectos), la integración de las funciones yoicas y el
adecuado establecimiento de las relaciones de objeto.

La angustia manifestada como tal ante un desconocido indica el hecho de


que el niño diferencia el semblante materno y le adjudica un lugar único entre
todos los demás rostros humanos. Desde entonces y unos meses más adelante,
el niño preferirá el rostro de su madre y rechazará todos los otros que difieran de
él. Esto es, para el autor, lo que indica el establecimiento del objeto libidinal
propiamente dicho. Una vez que el objeto queda establecido, el niño ya no

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confunde nada con él. Esta exclusividad permite al niño crear vínculos estrechos
que otorgan al objeto propiedades únicas e individuales. La angustia del octavo
mes es la prueba de que el niño ha encontrado “la pareja con la cual puede formar
relaciones de objeto en el verdadero sentido de la palabra” (pág.126).

Por otro lado, en esta misma etapa se encuentra una mayor maduración y
desarrollo en la organización psíquica de la persona. De este modo se observa un
enriquecimiento del yo en diversas fuentes, se establecerán los límites entre el yo
y el ello, y el yo y el mundo exterior. En esta integración y estructuración del yo se
observará la diferenciación progresiva de la agresión y la libido para luego
fusionarse en el mismo objeto.

Cabe mencionar en este punto que el establecimiento del objeto libidinal y la


resultante relación de entre sujeto y objeto, estarán también determinadas por el
medio cultural y social que rodean a la díada. Las instituciones culturales
desempeñan un papel significativo en la formación de la personalidad. Una de las
principales instituciones culturales, la familia, garantiza al infante el
establecimiento de una relación entre él y “una sola persona maternante” durante
el primer ano de vida. Situaciones culturales diferentes tendrán influencias
significativas en la edad, fuerza y forma en que se establece el objeto y las
relaciones con el mismo.

Por otro lado el desarrollo y evolución de los impulsos instintuales (libidinal y


agresivo), participan también en la formación de relaciones de objeto. Al nacer y
durante la etapa de narcisismo primario, dichos impulsos no están diferenciados,
esto se logrará a través de un proceso gradual.

Logran diferenciarse a lo largo de los tres primeros meses de vida como


resultado del intercambio entre madre e hijo. Al principio estas experiencias e
intercambios se producen en el sector específico de cada uno de los impulsos, no
se funden o conectan unos con otros. Esto resulta en la etapa de preobjeto. A
medida que estas etapas avanzan de la fase sin objeto al establecimiento del
objeto libidinal el desarrollo avanza y los impulsos se detienen en la satisfacción
de las necesidades orales del infante. Como la madre es la que satisface estos
deseos del infante, se convierte en el “blanco” de los impulsos agresivos y
libidinales, sin embargo, este blanco no es percibido como una persona unificada y
permanente, o como “objeto libidinal”.

En esta etapa de no diferenciación el infante tiene dos objetos: el objeto


“bueno” hacia el cual se vuelve la libido y el objeto “malo” contra el cual se vuelca
la agresión. Abraham denomina este periodo como la etapa preambivalente. Al
principio de esta etapa surge un yo rudimentario que actúa centralmente y que
permite descargar el impulso en forma de una acción dirigida que producirá
posteriormente la diferenciación entre los impulsos. El niño comienza a diferenciar
entre el objeto malo (que no satisface sus necesidades) y el objeto bueno (que si
satisface sus necesidades).

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Alrededor de los 6 meses de edad se produce una síntesis, la influencia del


yo y sus tendencias integrativas se sienten en la integración de la huellas
mnémicas de experiencias repetidas y por los intercambios del hijo con la madre.
Finalmente surge una sola madre (que integra a la madre mala y buena), surge el
objeto libidinal propiamente dicho. Llega un momento en que la madre deja de ser
percibida como un elemento bueno o malo de acuerdo a la situación específica en
que es experimentada y de esta manera atraerá hacia sí los impulsos agresivos
del infante y los impulsos libidinales. Es importante aclarar, sin embargo que los
aspectos buenos de la madre sobrepasan el peso de los aspectos “malos”, del
mismo modo el impulso libidinal del niño, sobrepasa el impulso agresivo. Es así
como Spitz percibe el papel que juegan los impulsos en el establecimiento del
objeto libidinal y la relación con el mismo.

Finalmente el autor menciona el acto de la alimentación como un factor de


importancia en la relación establecida entre madre e hijo. El se basa en los
horarios de alimentación, que representan para el niño las facilidades o
limitaciones que le otorga la madre. La madre al otorgar más facilidades, favorece
el desarrollo del objeto “bueno”, por el contrario, al limitar en demasía al niño, está
favoreciendo el desarrollo del objeto “malo”.

A lo largo de todo el desarrollo el niño debe estar familiarizado con ambos


tipos de relación con su exterior: la relación que facilita (que se vive como
recompensa del objeto bueno) y la relación que limita y reprime (que es
experienciada como las fechorías del objeto malo). El hecho de que el infante se
enfrente a las limitaciones es inevitable, sin embargo, la compensaciones que da
el objeto bueno capacitan al infante a resistir las frustraciones mayores. Esta
capacidad de tolerar dichas frustraciones es el origen del principio de realidad y
esto es un paso importante para la humanización del individuo, para poder aplazar
la satisfacción del impulso y esperar resultados más benéficos debido a este
aplazamiento y a esta espera.

A modo personal quisiera enfatizar el gran aprendizaje que deja este autor
en mí. Creo específicamente que la principal aportación de Spitz al mundo de la
psicología del desarrollo es el estudio y los resultados logrados por la “observación
directa” de los cambios y procesos por los que pasa el infante durante el primer
año de vida. Su gran aportación de la video grabación de las diferentes etapas por
las que pasa el infante y sobretodo sobre las conductas manifestadas a lo largo
de cada etapa, (conductas que las caracterizan como tales y que las hacen
diferenciarse unas de otras), no puede más que enfatizarse en cualquier persona
que lea las ideas y resultados expuestos en este libro.

No quisiera subestimar el impacto de esta obra sobre mi persona,


simplemente me gustaría comentar que al finalizar la lectura, personalmente
quedo con muchas dudas e ideas que me hubiera gustado que el autor desarrolle.
Siento que las expectativas personales acerca del autor y sobretodo de su obra,
no fueron satisfechas del todo. No estoy de acuerdo, como ya lo mencioné con
anterioridad, con su afirmación acerca de que la vida in útero no deja ningún

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impacto sobre la vida del infante (ya que no cuentan con la conciencia de ser
vivenciadas) ¿Cuántas experiencias a lo largo de nuestras vidas se realizan a
modo alejado de nuestra conciencia y sin embargo determinan sobremanera la
conducta futura del individuo?, ¿Será verdad que la vida in útero no deje ninguna
repercusión en las etapas posteriores del desarrollo?. Estas son cuestiones poco
fáciles de demostrar, y aunque el autor proporciona al lector su propio punto de
vista sobre las mismas, no quedo del todo convencida con su planteamiento.

Por otro lado, si el infante es incapaz de diferenciar a la madre de las demás


personas que lo rodean en las primeras etapas de desarrollo ¿Cómo es que al
presentarse ella o tan solo acercarse, puede lograr que su bebé se calme, si
estuvo irritable en su ausencia o que su bebé perciba su presencia si en verdad no
la reconoce?. Personalmente pienso que este vínculo entre madre e hijo se
establece incluso antes de que ocurra el nacimiento del mismo. No creo que el
bebé deba estar capacitado para la percepción específica del “rostro” de la madre
para establecer el objeto libidinal y mucho menos la relación con éste. No creo que
este proceso tan vital y tan importante se logre establecer únicamente al octavo
mes ¿Dónde quedan las experiencias anteriores?, ¿Será verdad que el niño se
relacione con la madre, que es la que satisface sus necesidades más tempranas
sin identificarla tal cual como el primer objeto de amor?. Posiblemente estas
interrogantes surgen en mí debido a una mala comprensión de las ideas del autor,
sin embargo me quedo con ellas al finalizar mi lectura, espero tener una
oportunidad futura para el esclarecimiento de las mismas.

No quisiera finalizar sin antes aclarar que estoy consciente de la gran


aportación que da este autor para la comprensión contemporánea de las teorías
de autores pasados. Es muy interesante el método que emplea Spitz para la
obtención de sus resultados, también es interesante el entender su esfuerzo por
comprobar mediante conductas y manifestaciones observables, las teorías
psicoanalíticas que tantas críticas han provocado debido precisamente a esto: el
no poder demostrase científicamente.

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