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El arquitecto ya no es un héroe, es una

marca
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arquitectura, javier boned purkiss, diseño y arquitectura
Por JAVIER BONED PURKISS* (SOITU.ES)
Actualizado 07-11-2008 11:08 CET

El discurso final de Gary Cooper en 'El Manantial', en el papel del arquitecto Howard Roark, supuso
siempre un verdadero canto a la individualidad creativa y al derecho que todo arquitecto-creador
debería tener en las sociedades modernas a que su trabajo sea respetado por los agentes que
intervienen en la producción de la arquitectura. Este discurso ha ido perdiendo poco a poco su
vigencia, hasta parecernos casi pueril. Era éste un discurso propositivo, innovador, que siempre
estuvo en el recuerdo de todo arquitecto que estimase su trabajo como actividad intelectual y
artística, y suponía una fantástica reivindicación de una serie de valores humanísticos que se
presuponía sintetizaban los pilares de la sociedad moderna avanzada.

El arquitecto se convertía así en una especie de referencia cultural de primer orden, un héroe social
cuyas obras iban a constituirse en valores fundamentales y testigos duraderos de esa misma
capacidad sintética y de esa misma cultura. Los años sesenta, con el edificio de la Ópera de Sidney
de Jörn Utzoncomo principal exponente de esta heroicidad, supusieron un muestrario inacabable
de estas actitudes.

Umberto Eco, allá por 1968, y en su trabajo 'La Estructura Ausente', sentaba con claridad las bases
de la futura condición de arquitecto. Decía textualmente: "…el arquitecto se verá obligado
continuamente a ser algo distinto para construir. Habrá de convertirse en sociólogo, político,
psicólogo, antropólogo, semiótico… y la situación no cambiará si lo hace trabajando en equipo, es
decir, haciendo trabajar con él a todos los profesionales anteriores. Obligado a descubrir formas
que constituyan sistemas de exigencia sobre los cuales no tiene poder; obligado a articular un
lenguaje, la arquitectura, que siempre ha de decir algo distinto de sí mismo (lo que no sucede en la
lengua verbal, que a nivel estético puede hablar de sus propias formas; ni en la pintura, que puede
pintar sus propias leyes; y menos aún en la música que solamente organiza relaciones sintácticas
internas a su propio sistema), el arquitecto está condenado, por la misma naturaleza de su trabajo,
a ser con toda seguridad la única y última figura humanística de la sociedad contemporánea;
obligado a pensar la totalidad precisamente en la medida en que es un técnico sectorial,
especializado, dedicado a operaciones específicas y no a hacer declaraciones metafísicas".

Este párrafo anunciaba con dramática precisión las condiciones en las que iba a convertirse una
actividad que siempre había estado sustentada por el principio de la creatividad, aunque sus
manifestaciones debieran cumplir las exigencias sociales y culturales que la arquitectura siempre
conlleva. Cuarenta años más tarde del texto del semiólogo italiano, las condiciones de trabajo y de
producción de la arquitectura en las modernas sociedades post-industriales y tecnológicas parecen
darle milimétricamente la razón.

La realidad compleja y la cantidad de agentes que intervienen en el proceso de producción de la


arquitectura, y sobre todo, la indiscriminada y masiva banalización de los códigos arquitectónicos
para su incorporación a la economía de mercado, han obligado a la mayoría de los arquitectos a
prescindir de su endogámica capacidad creativa, para convertirse en piezas mecánicamente
estereotipadas del engranaje productivo. Justamente contra lo que se dirigía el discurso del bueno
de Howard Roark. Y es que desde luego corren otros tiempos para la arquitectura y los arquitectos.

El edificio de la ópera de Sidney.


Pero llegados a este punto podemos a la vez constatar que en nuestra sociedad de la información
existen una minoría de arquitectos que, utilizando una serie de recursos que podríamos llamar
"estratégicos", que la misma sociedad les proporciona, han sabido, o han podido, mantener una
serie de privilegios culturales y económicos, y desarrollar la actividad arquitectónica de una forma
muy cercana a la que comentábamos anteriormente como perteneciente a la época heroica. Me
estoy refiriendo a algunos de los denominados "arquitectos-estrella" (no a todos), que justamente
debido a su carácter de marca han conseguido trascender esta condición anunciada y constatada
de pérdida de poder por parte del arquitecto, introduciéndose en el mercado justamente a través
del manejo de códigos, iconografías y sistemas cercanos a las técnicas publicitarias y
perfectamente insertados en los modos de producción de la sociedad del espectáculo. Esta
estructura de "marca" les ha permitido, les permite, de hecho, seguir desarrollando su imaginación
y poseyendo el control intelectual de una arquitectura cada vez más compleja y que está obligada a
dar respuesta a un número ingente de parámetros. Su condición de "marca" les permite investigar,
inventar (no todos), mantenerse, en definitiva, en el paisaje creativo de la arquitectura que llega a
hacerse realidad construida.

Esto es así, nos guste o no. La gran mayoría de los arquitectos del mundo podrán denostar esta
actitud mal denominada "narcisista", "espectacular" o "formalista", pero no cabe duda que pone de
manifiesto una cierta resistencia heroica de la actividad arquitectónica a verse engullida en la
anonimato estadístico de lo sostenible, amén de dejar patente día tras día la dramática situación
creativa de una enorme mayoría silenciosa de profesionales que tienen que conformarse con
moverse en los terrenos de la mera supervivencia.

Y también conviene constatar que puede estar alumbrándose (quizás nunca dejó de existir del
todo), otro tipo de héroe, un anti-héroe de carácter negativo y piranesiano, que desde la realidad
virtual, desde la marginación que supondría la no-construcción, podría erigirse en profeta visual y
sensitivo de nuestra época. Desde esa producción utópica y creadora de imágenes y espacios
podría tener una importante repercusión en nuestras vidas y en una realidad construida de la
arquitectura que todavía no somos ni capaces de imaginar. Pero de esta anti-heroicidad
hablaremos otro día.

* Javier Boned Purkiss es doctor arquitecto y uno de los miembros de la incipiente escuela de
Málaga.

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