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Peruindigenayvirreinal b2
Peruindigenayvirreinal b2
INDÍGENA Y VIRREINAL
BARCELONA
MUSEU NACIONAL D’ART DE CATALUNYA (MNAC)
MADRID
BIBLIOTECA NACIONAL
WASHINGTON D . C . ( EE . UU .)
NATIONAL GEOGRAPHIC MUSEUM AT EXPLORERS HALL
O R G A N I Z A N Y P R O D U C E N C O N L A C O L A B O R A C I Ó N D E
C O L A B O R A N
La realidad de ese conjunto de pueblos que llamamos Latinoamérica no puede entenderse sin profundizar en
su historia. Ésta, como todas, se presenta conflictiva y llena de contradicciones pero, también, de grandes
logros y promesas. Por ello, indagar en el pasado es también una forma de comprendernos a nosotros mismos
para asentar sobre bases más sólidas un futuro que intentamos seguir construyendo, más allá de los tópicos y
los desconocimientos, entre todos los integrantes de una de las principales comunidades de naciones en nues-
tro mundo actual. De ahí el valor de analizar y difundir las ideas, los gustos, las sensibilidades que a lo largo de
los siglos han ido dando forma a cada una de nuestras naciones, condicionando el devenir de los pueblos y su
manera de afrontar los retos de la modernidad. Ese legado, patrimonio compartido más allá de las fronteras
políticas por cuantos hablamos y pensamos en la misma lengua como resultado de una larga e intensa historia
común, exige desentrañar sus raíces, indagar en las huellas que desde épocas en apariencia remotas siguen
marcando las sendas presentes, del mismo modo que los antiguos monumentos indígenas sustentaron en muchas
ocasiones los nuevos símbolos del poder virreinal en las Américas desde el principio de la Edad Moderna. Perú
es uno de los países que acumulan mayor riqueza y variedad de ese legado remoto pero lleno aún de vida en la
sociedad actual. Su historia, su cultura, su arte, destacan entre las más dinámicas realidades pasadas y presen-
tes de la gran comunidad iberoamericana. De ahí la oportunidad de centrar nuestra mirada, con la atención y el
detenimiento que merecen, en esas claves vitales —sociales, ideológicas y también, estéticas— que permiten
entender los factores que nos unen o nos diferencian.
Esta exposición, organizada por la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior, intenta que se com-
prenda mejor la historia de un gran país americano, sin la que los españoles no podríamos entendernos a noso-
tros mismos. Por eso, es también un estímulo para seguir avanzando en una colaboración a la que nos senti-
mos llamados por un interés más profundo y exigente que la mera coyuntura, por una necesidad de nuestra propia
cultura y, en suma, de nuestra identidad como nación abierta y plural, capaz de integrar todas las dimensiones
que la han ido constituyendo durante siglos en íntimo contacto con los demás pueblos de Europa y América.
Carmen Calvo
Ministra de Cultura
El Perú es un país con historia, evidentemente. Hace poco inauguramos diversas muestras relacionadas con
nuestra historia: una del Museo de Arqueología, Antropología e Historia, en Vitoria; otra de valiosas piezas per-
tenecientes al museo «Oro del Perú», en Bilbao, y otra de la réplica de la Tumba del Señor de Sipán, en Madrid.
Es por eso que nos enorgullece tanto la presente exhibición denominada Perú Indígena y Virreinal que, organi-
zada con admirable esfuerzo y dedicación por la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior de España
(SEACEX), reúne más de 300 piezas históricas de incalculable valor, seleccionadas exhaustivamente en nume-
rosas ciudades y pueblos del Perú, incluyendo museos, colecciones privadas, conventos e iglesias.
Perú Indígena y Virreinal es una demostración clara y precisa de la cultura peruana y de su mestizaje,
que involucra hondamente la presencia de España en el Perú. Está integrada por piezas de gran valor, muchas
de las cuales salen por primera vez al extranjero, cuya creación revela la fusión de nuestras culturas, que supie-
ron crear obras singulares, hoy patrimonio de nuestra nación.
Para la Embajada del Perú en España es motivo de singular satisfacción haber promovido esta gran mues-
tra, que constituye un enorme esfuerzo de sus organizadores y que sin duda contribuirá a un mayor conocimiento
no sólo de la cultura peruana, sino también del aporte de España a la creación de estas piezas invalorables.
Esta exposición quiere mostrar los aspectos más sobresalientes de las cul- Si, por un lado, la cerámica continúa su proceso formativo optando por
turas que se han desarrollado en el solar histórico del actual Perú. Para ello formas escultóricas o pictóricas, según las distintas zonas culturales; en
contamos con más de trescientas piezas que destacan tanto por su valor paralelo, se consiguen cumbres estéticas tanto en la orfebrería basada en
histórico como artístico. Además, el compromiso de la Iglesia Católica, de metales preciosos, como en el arte textil, con intercambios iconográficos
instituciones culturales públicas y privadas y del gobierno peruano con al margen del soporte artístico.
esta muestra permite exhibir, por primera vez fuera de sus fronteras, un LAS ÉPOCAS LEGENDARIAS (500-1450 D . C .). Son siglos donde se man-
elevado número de obras de gran excepcionalidad facilitando una visión tienen las consecuciones anteriores y se avanza en metalurgia y arte plu-
amplia, inusual y de extraordinaria calidad estética. mario. En paralelo, las piezas cerámicas aúnan en los mismos objetos las
Las altas cotas artísticas alcanzadas antes de la llegada de los españo- posibilidades cromáticas y pictóricas, con las propiamente escultóricas.
les y a lo largo del período virreinal en el Perú son valoradas universal- Aquí integramos culturas como la wari, chimú, chancay y lambayeque.
mente de forma unánime como demuestran los reconocimientos interna- LOS INCAS (1450-1533). Es el momento en que se consigue la máxima
cionales. De hecho, diez enclaves del territorio peruano están catalogados unidad y extensión territorial, así como la creación de un Estado centrali-
como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. zado que permite una organización productiva sincrética de las culturas
En la exposición partimos de una propuesta conceptual novedosa. anteriores pero, a la vez, creativa y codificadora de las posibilidades artís-
Vamos a recorrer los episodios más importantes de la cultura concibién- ticas. Ejemplos visibles serían las numerosas cerámicas plasmadas en
dolos no como compartimentos estancos, sino en diálogo continuado, tipologías como los aríbalos o las escudillas. Se trata, en definitiva, de la
valorando la integración de las diversas fases artísticas, la evolución técni- culminación de la estética prehispánica y punto de encuentro con España.
ca y estética y las especificidades regionales que convierten el arte del Perú Este recorrido histórico-cronológico se cierra con dos apartados de
en uno de los más originales de Hispanoamérica. carácter antropológico intentando profundizar en aspectos referidos a la
El proyecto expositivo se canaliza a través de una serie de apartados o vida cotidiana de estas culturas, así como en su percepción del universo y
secciones que didácticamente permiten al espectador comprender las dis- comprensión de la religiosidad. Estas secciones se denominan: EL CICLO
tintas fases de la propuesta museográfica. Comenzamos por una visión del VITAL: PRODUCCIÓN Y RECREACIÓN y RELIGIÓN Y COSMOLOGÍA.
territorio, la naturaleza y las gentes del Perú, captando el interés del espec- La segunda parte de la exposición se centra en los desarrollos cultura-
tador que queda integrado por medio de un audiovisual en el paisaje cul- les que se produjeron entre los siglos XVI y XVIII correspondientes al deno-
tural que desarrollaremos en las secciones que continúan. Esta ruptura minado virreinato del Perú. Durante estos casi trescientos años hubo cam-
con el medio circundante del visitante y su preparación para la aprehen- bios de carácter religioso, administrativo y técnico; pero también integra-
sión de los contenidos expositivos es fundamental para los objetivos cog- ción con las culturas autóctonas lo que hizo que el arte durante el virrei-
nitivos marcados en la muestra. nato generara una interesante mezcla de aportaciones diversas que dieron
Inmediatamente, pasamos al análisis de las grandes culturas prehispá- originalidad y esplendor a las realizaciones.
nicas, divididas en cuatro grandes bloques: Las secciones en que se divide esta parte se corresponden con los
LA ÉPOCA DE CHAVÍN (1500-500 A . C .). Bajo este título genérico inclui- siguientes epígrafes:
mos las artes chavín, cupisnique y virú como las más representativas, per- SINCRETISMO CULTURAL . Visión genérica de la integración de las artes y
cibiendo a través de la cerámica la definición de un léxico geométrico y la de los temas, tanto a nivel técnico como iconográfico. Muestra de ello pue-
apropiación simbólica de la naturaleza del entorno presente en los distin- den ser la Genealogía de los Incas, incluyendo a los monarcas hispanos, los
tos objetos. enlaces matrimoniales o los primeros manuscritos que intentan dar una
LAS ARTES CLÁSICAS (500 A . C .-500 D . C .). Este período, que abarca un imagen literaria y gráfica del nuevo Perú. A lo que se une la introducción
milenio, se corresponde con la constitución de un arte peruano propio, de técnicas novedosas como la cerámica vidriada de origen islámico o los
comprendiendo las culturas mochica, nasca, paracas, tiwanaku y vicús. enconchados de raíz asiática.
Í N D I C E
ENSAYOS
EL PERÚ PREHISPÁNICO
Luis Guillermo Lumbreras ______________________________________________________________________________________________________________ 19
EL CICLO VITAL
Alicia Alonso _____________________________________________________________________________________________________________________________ 178
RELIGIÓN Y COSMOLOGÍA
Alicia Alonso _____________________________________________________________________________________________________________________________ 188
SINCRETISMO CULTURAL
Víctor Mínguez __________________________________________________________________________________________________________________________ 196
ICONOGRAFÍA Y RELIGIOSIDAD
Víctor Mínguez __________________________________________________________________________________________________________________________ 218
EL ESPLENDOR DE LA ORFEBRERÍA
Cristina Esteras Martín __________________________________________________________________________________________________________________ 234
LA VIDA COTIDIANA
Gloria Espinosa Spínola _________________________________________________________________________________________________________________ 240
NUMISMÁTICA
Albert Estrada ____________________________________________________________________________________________________________________________ 252
EL VIRREY AMAT
María Margarita Cuyàs __________________________________________________________________________________________________________________ 266
Este catálogo de la exposición Perú indígena y virreinal, muestra una selecta colección de obras de arte peruano
antiguo. Los visitantes tendrán oportunidad de apreciar la belleza y los matices de un extenso recorrido por la
historia del arte peruano. Creemos, entonces, que es oportuno presentar el contexto histórico dentro del cual
se fraguaron estas artes, más bien que intentar inducir al visitante por las reflexiones que nacen de las obras
mismas.
En 1532, cuando los españoles llegaron al Perú, éste era un país de más de 5.000 km de longitud, lla-
mado Tawantinsuyo, que ocupaba casi dos tercios del borde occidental de la América del Sur. Estaba goberna-
do por los incas, naturales del Cusco, que a lo largo de siglo XV habían desarrollado un proyecto político expan-
sivo, que puso bajo su dominio viejos estados, señoríos y pueblos de disímil desarrollo.
El alto grado de prosperidad alcanzado por este país llamó mucho la atención de los europeos, quienes
desde la época misma del descubrimiento pugnaron por conocer los términos de sustento de esta civilización,
de su auge material y las características del Estado que lo conducía, con ciudades densamente pobladas y una
Fig. 1 Panorama de la ciudadela
producción agrícola y ganadera eficiente, que permitía el mantenimiento de una excelente manufactura y el
sagrada de Machu Picchu, período
incaico, siglos XIV-XV desarrollo de una vistosa y sólida arquitectura de elite.
Se organizó entonces un virreinato colonial español, que ocupó gran parte de su
territorio, rebautizando el país con el nombre de «Perú» o «Pirú», usado —con referen-
cia al puerto «Virú»— por los navegantes que llegaban a estas tierras. De este modo, el
nombre Tawantinsuyo («país de las cuatro regiones») fue abandonado, y las condiciones
políticas y económicas de su existencia ingresaron a la historia como parte del proyecto
de expansión española, que instaló virreinatos, gobernaciones y capitanías a lo largo del
inmenso territorio que ahora conocemos como Hispano o Latinoamérica.
La imagen del Perú anterior a 1532 quedó fijada por el «Imperio de los Incas»,
limitada a las noticias y especulaciones que se podían elaborar a partir de las descripcio-
nes e historias transmitidas por los cronistas que vieron u oyeron hablar de los incas. En
verdad, había una muy larga historia detrás de todo este exitoso y complejo panorama
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que se inició hace más de doce o tal vez quince mil años y continuó en los períodos que han registrado los
arqueólogos.
EL PERÍODO LÍTICO
Los arqueólogos han descubierto que el ser humano llegó al Perú hace más de doce mil años, en los últimos
milenios de la «edad de los hielos». El que llegara antes o después es poco importante frente a la constatación
del Estado de desarrollo en el que se hallaba. Venía del Viejo Mundo, antes de que se hubiera descubierto la
agricultura o el pastoreo y se limitaba a la apropiación de los recursos naturales enteramente formados, sin par-
ticipar en su producción. Su vida se sustentaba en la caza y la recolección, lo que permite presumir una orga-
nización social basada en grupos numéricamente reducidos —del tipo conocido como «banda»— que habita-
ban en aquellos lugares protegidos que la naturaleza podía brindar, tales como cuevas, abrigos rocosos,
ensenadas o en campamentos habilitados artificialmente según las condiciones del clima. Fig. 2 Palacio de Inka Roca, Cusco,
siglo XV
Muchos de estos primitivos habitantes debieron recurrir a un sistema de vida trashumante, seminóma-
da, cambiando de campamentos en las estaciones mayores de invierno o verano, aunque las condiciones del
clima no son tan rigurosamente diferenciadas como para exigir el nomadismo como condición de vida.
Se están encontrando muchos restos de estos primitivos habitantes, de forma que es posible recons-
truir cada vez mejor su vida y costumbres. Los cambios en la subsistencia, debidos a alteraciones en el clima
o a descubrimientos de nuevos recursos tecnológicos, se aprecian físicamente en cambios en el tipo de ins-
trumentos que poseían, pasando por diferentes fases que nos hablan también de cambios de población,
migraciones y otros eventos propios de la época, hasta etapas de especialización que se expresan en elabora-
dos instrumentos de piedra y hueso, como puntas de proyectil, raspadores, cuchillos y otros productos de
mayor especificidad. A base de ellos se ha establecido una secuencia que abarca desde los casi hipotéticos
doce mil años hasta el séptimo o sexto milenio antes de nuestra era, época en que la experiencia acumulada
en los Andes peruanos permitió descubrir progresivamente nuevos mecanismos de apropiación de los recur-
sos mediante la domesticación de plantas y animales y la tecnología de la pesca y la recolecta de mariscos.
LA ÉPOCA ARCAICA
Todavía no están bien definidos todos los pasos que permitieron el tránsito de una economía de caza y reco-
lección a otra basada en la producción de alimentos animales y vegetales. Pero hacia los años 6000 y 5000 a. C.,
casi todos los habitantes de los Andes tenían ya alguna forma de agricultura y muchos disponían de ganado
doméstico a su servicio. No eran, por cierto, los mismos cultivos o animales domésticos. De la meseta de Junín
hasta la del Titicaca era el dominio de un pastoreo de camélidos que luego se extendería por todo el territorio,
mientras que al norte eran los patos y los cuy (roedores comestibles) que se criaban cerca de las viviendas. Este
proceso fue el resultado del dominio obtenido sobre las condiciones ambientales.
Los efectos inmediatos de la domesticación de plantas y animales fueron sobrios: en primer lugar, una
tendencia definida al establecimiento de núcleos permanentes de población en todos los hábitats, con una ape-
nas perceptible reorganización del modo de vida; un incremento creciente de la población concentrada y una
opción mayor en el manejo de los recursos de vida. Los mayores logros tuvieron su expresión física en la pre-
sencia de caseríos y aldeas cuya medida de ascenso está en su proliferación y magnitud; pequeñas y aisladas
primero, se hicieron más grandes y numerosas después.
EL PERÚ PREHISPÁNICO [ 21 ]
L A É P O C A F O R M AT I VA
En estas circunstancias, de apogeo agrícola y urbano, llegó al Perú la cerámica, hacia 1800 a. C. Se trata de un pro-
ceso de difusión de esta tecnología desde la región ecuatoriana y la selva amazónica, donde apareció en el milenio
anterior y tal vez antes. A esta etapa, que se define con la aparición de la cerámica, se identifica como «Formativa».
La cerámica se insertó en el proceso, aunque se debe reconocer que aun desde antes de su inserción, tanto en la
costa como en la sierra, ya se estaba experimentando con la plasticidad de las arcillas —sin cocerlas— con objeto
de modelar figuras humanas o reproducir formas de frutos que servían para guardar o consumir alimentos. Hay
ejemplos muy vistosos de ellos en Caral, Aspero, Ancón y Kotosh-Mito, en la costa de Lima y la sierra de Ancash.
La comunidad agrícola plenamente constituida alcanzó en el Perú niveles prominentes, lo que permitió
un rápido ascenso de la población, generando excedentes que posibilitaron la manutención, en número cre-
ciente, de una parte de la población dedicada a actividades diferentes a las específicamente agrícolas. Esto se
advierte claramente en la primera mitad del segundo milenio a. C., cuando emerge la civilización Chavín, luego
de un período de un denso proceso de desarrollo, conocido en la jerga arqueológica como «período cerámico
inicial» o también «Formativo inferior», cuando se fueron aglutinando todos los logros locales y regionales dife-
renciados, consolidando un proyecto urbano-teocrático que culminó con la formal instalación de los templos
de Chavín, en la sierra de Ancash.
Por lo que sabemos hasta hoy, Chavín representó la culminación de un proceso de intensa integración
entre los varios sistemas de la costa, la sierra y la amazonia, lo que repercutió en cada región de modo cierta-
mente revolucionario, no sólo por el intercambio de experiencias agrícolas y la adaptación de recursos agrope-
cuarios de diverso origen en todas partes, sino también porque existen indicaciones de un explosivo crecimiento
y enriquecimiento poblacional, de un ascenso notable de las técnicas artesanales y productivas en general, que
se da asociado a cambios en la organización social debido a la consolidación de los «centros ceremoniales»
que al concentrar transitoria o permanentemente a un sector «no agrícola» de la población, permiten definir el
carácter urbano del crecimiento en los Andes.
Con el nombre de Chavín se conoce, en el antiguo Perú, no solamente al sitio de ese nombre en Ancash,
sino a una suerte de ola que se expandió por casi todo el territorio peruano. Se designa así un estilo artístico muy
peculiar que, al margen de sus connotaciones estéticas, revela la existencia de un sistema religioso muy com-
plejo y poderoso, cuya función estuvo evidentemente ligada al montaje de un gran aparato represivo, que segu-
ramente servía para sustentar y legitimar el dominio del grupo de personas residentes en los centros ceremo-
niales. Las imágenes que aparecen en los grabados de estilo Chavín son draconianas, feroces, con atributos
terribles: los colmillos exageradamente prominentes del cocodrilo, el felino o la serpiente; las garras igualmente
exageradas del halcón y los felinos; las fauces siempre hambrientas de una serie de monstruos cuyos cabellos
son serpientes, con alas y garras nunca vistas. Todo esto, acompañado de imponentes edificios, celosos guar-
dianes y un evidente aparato de «dominio» sobre las fuerzas naturales (mediante la astronomía, la hidráulica o
la magia), debe quizá entenderse como el punto de partida de una superestructura política mayor: el Estado, y
una obvia diferencia entre los agricultores comunes y los especialistas. Esta es la época y este el marco dentro
del cual la sociedad puramente agraria y aldeana dejó de ser tal para transformarse en una sociedad urbana.
En la megalomanía de los templos chavinenses, esparcidos por todo el Perú, desde Cajamarca y Lambayeque
hasta Ayacucho e Ica, y detrás de los fantasmas grabados en las piedras o el barro se esconde seguramente el tránsi-
to de los curacas o «señores étnicos locales» a la condición de reyes o jefes territoriales que se conocen en el siglo XVI.
En este estadio del desarrollo histórico, el problema principal a ser resuelto se encontraba en el carácter uni-
forme del desarrollo tecnológico y las condiciones de diversidad que impone el medio ambiente. Con el descu-
brimiento de la tecnología hidráulica, el desarrollo progresivamente especializado del registro del clima y la
ascendente capacidad de regular y adaptar cultígenos de distinta procedencia a cualquier hábitat, la sociedad
andina estaba preparada para afrontar esta situación con cierta ventaja. Por eso, la declinación o descomposi-
ción de Chavín, o del estadio conocido como «Formativo», no viene a ser otra cosa que la confrontación entre
este nivel del desarrollo tecnológico y poblacional y las particulares condiciones de cada región del país. El resul-
tado fue una «regionalización» de los procesos; que adquirieron una suerte de identidad regional o local como
consecuencia de su pleno dominio sobre cada región en particular y la correspondiente utilización de los recur-
sos propios de cada una de ellas. Donde los recursos constructivos dominantes eran el barro o la piedra, los
edificios se hacían de barro o piedra, donde había pigmentos minerales policromos, la cerámica era policroma;
donde había lana, las telas se hacían de lana y donde había algodón, de algodón.
Pero la diversificación post-Chavín, la regionalización, es sólo la expresión externa de un proceso de cre-
cimiento generalizado, que era común a toda el área, pese a que los arqueólogos distingan estilos y formas dife-
renciadas de hacer las viviendas, la cerámica o los tejidos. La unidad del proceso estaba dada por el cumpli-
miento de metas comunes en la lucha por el dominio del medio. Es general, por ejemplo, el desarrollo de la
metalurgia, que implica no sólo un avance en el conocimiento de las posibilidades transformadoras de la acción
humana, sino la utilización de un recurso que muy pronto se convirtió en símbolo del poder.
La descomposición de Chavín se inició hacia el siglo V antes de nuestra era, y los desarrollos regionales
—luego de un tránsito conocido como «período experimental» o «Formativo Superior»— ingresaron a su plena
vigencia entre los siglos III a. C. y I de nuestra era. Los logros regionales más conocidos son los de los valles de la
costa norte (Moche o Mochica ), de la costa central (Lima) y de la costa sur (Nasca) y los de los valles interandi-
nos de Cajamarca, Callejón de Huaylas (Recuay), Ayacucho (Huarpa) y el altiplano del Titicaca (Tiwanaku). Hay
varios más, muchas variedades locales y pequeños logros intrarregionales.
Fue general también, y esto es muy importante, un proceso de crecimiento urbano. Desde los centros
ceremoniales con muy poca concentración poblacional, se avanzó hacia una formación compleja de los poblados.
Si bien la vida de la mayor parte de la gente siguió siendo aldeana y rural, los grupos teocráticos formaron núcle-
os de servicio público (centros ceremoniales) con centros residenciales mayores, formando la base de las ciuda-
des andinas. El centro urbano andino, la ciudad antigua peruana, no viene a ser otra cosa que una zona de resi-
dencia de los «señores» y sus asociados permanentes o temporales, todos ligados a la tarea productiva estatal.
Pero en el centro urbano hay algo más que templos y casas; está en él el factor fundamental de su exis-
tencia y sustento: el almacén de las reservas de alimentos y manufacturas. La riqueza del centro urbano está en
los depósitos; constituyen éstos su sistema de seguridad para fines de consumo y distribución; son la base de
sustento del Estado.
EL PERÚ PREHISPÁNICO [ 23 ]
Los centros urbanos así organizados competían en la tarea de producir mejores y más sofisticadas telas,
más y más bellos adornos o una vajilla selecta. Disponían de recursos suficientes para mantener extensas cua-
drillas de hábiles orfebres, tejedores o alfareros, que pudieran producir costosas telas como las de Paracas (en
los comienzos de Nasca), que de acuerdo a cálculos modernos debían demandar varios meses de hábiles
manos para la confección de cada pieza. Ni qué decir del esfuerzo y magnitud de la mano de obra necesaria
para la erección de los inmensos edificios que servían para el culto o la vivienda en lugares como Moche (Hua-
ca del Sol y de la Luna), Pacatnamú o Pañamarca en la costa norte, Pachacamac o Maranga en Lima, Kawachi
en Nasca y tantos otros dispersos en el Perú de aquel tiempo.
Comentario aparte merece el desarrollo del Titicaca. Esta región no tuvo el impacto de Chavín como las
otras, y sus fases formativas tuvieron otras fuentes, como aquella de Qaluyu y Marcavalle que abarcaba desde
el Cusco hasta el Desaguadero, desembocando en una fase que ahora se conoce con el nombre de Pucara, don-
de se instalaron enormes centros ceremoniales, tan importantes y complejos como los de Moche o Nasca.
Varios arqueólogos sugieren que tal proceso fue sustentado por un intenso tráfico de manufacturas altiplánicas,
en conexión con la costa. En realidad, esto sólo es parte de un notable dominio sobre el altiplano, tanto en el
campo agrícola como ganadero. La riqueza agropecuaria y lacustre de la zona —que aun hoy es una de las más
pobladas del Perú y Bolivia— y la especial riqueza de materias primas para la metalurgia, el tejido y la produc-
ción de objetos para el culto o el adorno (piedras semipreciosas especialmente), estuvo acompañada de un alto
nivel tecnológico ligado al riego, con múltiples estrategias productivas y la creación de una infraestructura agra-
ria muy variada, que incluye el uso de andenes, «camellones» y «cochas», aparte de diversos sistemas de rie-
go. Los camellones son una forma de riego por inundación y las «cochas» formas de protección de las heladas
de la altura. De allí surgió una potencia económica y social que se conoce con el nombre de Tiwanaku.
Ciertamente, las manifestaciones regionales tienen su expresión más definida en los estilos artísticos
que se expresan en todos los materiales. Se crearon obras de arte muy diferenciadas, que tuvieron su expresión
más conocida en la cerámica y los tejidos, con una iconografía propia aun cuando se aprecian temas comunes.
La cerámica moche es esencialmente escultórica aunque el diseño plano destaca por su sobriedad y naturalis-
mo; la de Nasca es pictórica y se favorece con el uso de muchos colores y una evolución que pasa del estilo
naturalista hacia uno explícitamente simbólico. Los estilos de Recuay y Lima tienen una condición intermedia,
aun cuando son claramente distinguibles por la preferencia del primero en el uso de la pintura «negativa» y el
otro policroma. Tiwanaku, de fuertes rasgos geometrizantes, es también policroma.
Todo indica que los centros urbanos, dominados por los templos y sus sacerdotes, establecieron for-
malmente Estados locales de diverso grado de extensión y poder. Progresivamente la tecnología de la guerra fue
desplazando a la parafernalia cultista en el trato y sustento del poder. Hacia los siglos III o IV de nuestra era había
Estados en pugna, unos centros urbanos contra otros y en la base los campesinos como botín de conquista.
EL IMPERIO WARI
Así las cosas, el siglo VI de nuestra era presentaba un cuadro bélico generalizado, en una suerte de pugna por la
adquisición de prestigio y poder por los centros urbanos. El desarrollo tecnológico había elevado la producción a
niveles jamás imaginados: los valles estaban cruzados por complejas redes de irrigación; las zonas que antes
eran desérticas fueron asimiladas a la agricultura mediante la utilización del riego artificial; se construyeron cana-
les que unían unos valles con otros, entre otros dominios. Se había, pues, sometido al duro territorio peruano a
EL PERÚ PREHISPÁNICO [ 25 ]
varios elementos de origen ayacuchano, que duraron casi hasta el siglo XVI. Sin duda, muchas de las institucio-
nes, mitos y creencias incaicas nacieron en tiempos de Wari.
La presencia del arte wari, que tomó procesos y formas de Moche, Cajamarca, Nasca, Tiwanaku y otros,
replanteó los códigos del arte hasta entonces vigente en la mayor parte de las regiones. Sin uniformar los esti-
los locales o regionales, agregó procedimientos y cruzó experiencias. En los tiempos de Wari, se impuso el uso
de colores en la cerámica, en lugares como la costa norte, donde el arte moche no los usaba y se intensificó su
manejo en lugares como Lima, alterando los usos policromos de los nasquenses y creando nuevos estilos,
como el santa, basado en el estilo recuay, el huaura en la costa al norte de Lima y los muchos «epigonales» que
aparecieron en todos los lugares. El arte de tejer, convertido en industria, sufrió significativas alteraciones.
La declinación y caída del Estado imperial wari fue producto de sus propias fortalezas. Wari, en su con-
quista, estimuló el desarrollo urbano de sus colonias, algunas de ellas, como Pachacamac en Lima, crecieron
tan poderosas como la propia capital del imperio en Ayacucho. Pachacamac, en algún momento, se convirtió
en una gran potencia en la costa, con un peso religioso tan importante como el que mantuvo hasta la época
incaica. Tenía su propio rubro de manufacturas, con estilo particular y prestigio ascendente.
El crecimiento de las ciudades no es tanto un rasgo físico cuanto económico y social; requiere disponer de
excedentes alimentarios y acceso a fuerza de trabajo para mantener la producción urbana y los mecanismos de cir-
culación que le dan sustento. En el curso de los siglos VI al X muchas regiones se hicieron poderosas y pugnaron
por establecer su propio señorío; parece que la conquista demoró pocos años en más de una región y tampoco
todo el territorio estuvo sujeto de manera continua. Sin duda hubo una «pax Wari» que hizo posible la habilitación
de la red caminera y el tránsito de caravanas en trayectos de larga distancia.
En Ayacucho, de otro lado, había ocurrido un fenómeno de acromegalia urbana, con una fuerte concen-
tración de la gente en la producción de objetos y materias primas y una suerte de abandono de las tareas agrí-
colas. Durante el período huarpa se había trabajado severamente Ayacucho, pero todos los campos habilitados
muy trabajosamente por los huarpas fueron abandonados por los waris, que obviamente tenían un fácil acceso
a productos de origen colonial. Cuando cayó Wari, la zona quedó convertida virtualmente en un desierto; por
eso algunos arqueólogos piensan que la insurgencia y declinación de Wari se debió a cambios en el clima, que
nadie duda que pudo ser un detonante.
L O S E S TA D O S R E G I O N A L E S Y L O S C U R A C A Z G O S O B E H E T R Í A S
Desde la caída de Wari, hacia el siglo XI, se formaron pequeños reinos y señoríos a lo largo y ancho del Perú,
comprendidos en una especie de remedo formal del viejo imperio. Los estilos artísticos y los patrones de vivien-
da revelan un carácter epigonal, es decir copiado, inauténtico y declinante de las artes imperiales. Esto duró uno
o dos siglos, según el lugar, pues un retorno a la independencia regional permitió la revaloración de los domi-
nios previos a la conquista wari y originó un retorno a las nacionalidades regionales, aunque es indispensable
reconocer que en el ámbito popular, en ningún momento dichas nacionalidades dejaron de existir y no hay indi-
cios de una presión estatal en ese ámbito de los comportamientos. Al igual que con los incas, los wari sólo pre-
sionaron cambios en los sectores de poder.
Los nuevos Estados y curacazgos (behetrías les llamaban los españoles) crecieron de acuerdo a sus posi-
bilidades económicas. Pronto se hicieron más poderosos aquellos que disponían de recursos para el sustento de
ciudades y ejércitos más grandes. Por cierto, los grandes valles costeños y serranos fueron favorables para tal
EL PERÚ PREHISPÁNICO [ 27 ]
allá por los siglos X a XI, como una forma de sustento del poder. En Conchopata (Ayacucho) se ha hallado hace poco,
los testimonios pictóricos de personajes similares a los que se describen en relación con los héroes legendarios
de los incas, que tienen, además, la particularidad de estar asociados a los «caballitos de totora», que son típicas
embarcaciones del lago Titicaca. Este lago estuvo muy ligado a los cuentos de origen de los incas.
Por supuesto no todos eran reinos poderosos, pues mientras unos tenían el control de varios valles,
otros eran apenas algo más que pequeños curacazgos, con el control de la población de un valle o parte de él.
Esto permitió la formación de fuertes desequilibrios en las relaciones entre Estados y la pugna permanente entre
regiones. Estas situaciones de lucha han confundido a muchos historiadores haciendo pensar que se trataba de
guerras interétnicas, cuando en realidad parece que ese no era el caso; las guerras las coordinaban, decidían y
definían los grupos de poder mediante alianzas, acuerdos, negociaciones o enfrentamiento armado. Los gue-
rreros se limitaban a participar en este juego en función de su rol específico dentro de la estructura vigente. En
la medida en que cada persona se debía a su comunidad o ayllu, una parte de sus obligaciones era la guerra.
No lo hacían los campesinos de buen grado, mucho menos si no había identidad étnica con el opresor; existen
muy buenas referencias acerca del rechazo de los trabajadores del campo para integrar tal servicio, lo que se
expresaba en huidas colectivas de la leva y otros sistemas de asimilación de recursos humanos para la guerra.
Entre los siglos XIII y XV, los Estados regionales estaban plenamente constituidos, con algunos suma-
mente extensos, como el de Chimú, que había conquistado o asimilado bajo su dominio a los pueblos com-
prendidos entre Zarumilla, al norte de Tumbes, y el Chillón, al norte de la actual ciudad de Lima.
Hubo logros importantes en la producción artesanal. Los arqueólogos en general advierten un fuerte
decaimiento en la singularidad y el detalle de las obras de arte. Sin duda, las cerámicas de la época moche eran
mejor elaboradas que las chimús, y los wakos nasca tenían una perfección no lograda en la fase ica o chincha.
Los tejidos paracas, con su virtuosismo, jamás fueron igualados. Estos cambios se debieron más que a un dete-
rioro de la voluntad artística, al desarrollo de técnicas en la producción artesanal que hacían posible la produc-
ción en serie de la alfarería, mediante el uso de moldes para todo tipo de cerámicas, o de los tejidos con el uso
extensivo de la pintura o de técnicas, como el tapiz, que logran bellos lienzos decorados dentro de un régimen
iconográfico modular. Este fenómeno se asocia al crecimiento de la población urbana y la extensión de la elite,
con la incorporación de grupos distintos al exclusivo estamento de los sacerdotes.
La metalurgia entró en su fase de pleno apogeo, tanto en la técnica como en la función. Ya desde antes
de la expansión wari se conocían todas las técnicas de trabajo en metal, pero en esta época se generalizaron y
perfeccionaron. De metal se hacían no solamente adornos y armas, sino también instrumentos de producción
tales como azadones para la agricultura, cuchillos (tumis), hachas, cinceles y punzones.
Eso no significa que no hubiera obras de tratamiento refinado. Por el contrario, su producción se ligó a
logros tecnológicos sofisticados. No hay duda del valor artístico de muchas piezas de los estilos alfareros o las
telas de Chimú, Chancay o Ica, aunque fueran reproducidas por centenares. Al lado, destacan las piezas de joye-
ría para el adorno personal y verdaderas exclusividades para el vestido o el ornato de recintos elegantes.
E L I M P E R I O TAW A N T I N S U Y O
En estas condiciones se formó el imperio de los incas. Una de las castas de curacas, con sede en el Cusco, logró
organizar ventajosamente su economía con una agricultura bien asentada en la cuenca del Vilcanota-Urubam-
ba y una rica ganadería y agricultura de altura en las cordilleras. Todo eso, combinado con un fácil acceso a las
EL PERÚ PREHISPÁNICO [ 29 ]
La tierra era la fuente principal de la riqueza, pero la riqueza no dependía de su posesión, sino de la capa-
cidad para hacerla productiva. Por eso pudo mantenerse el régimen de propiedad colectiva de la tierra, centra-
do en las comunidades rurales. De otro lado, el medio ambiente andino, sobre todo por el acceso al agua,
demanda, aun hoy, de relaciones colectivas de trabajo, favoreciendo esta forma de propiedad y organización.
El ayllu, el clan familiar, era el poseedor y propietario de la tierra. El Estado, al igual que los ayllus, dis-
ponía de las llamadas «tierras del Sol» y «tierras del Inca», que hacía producir mediante su acceso a la fuerza
de trabajo, a la que tenía derecho como forma de tributo. Los incas, de este modo, podían satisfacer plenamente
sus necesidades y acumular excedentes de magnitud mayor, dado que en cada conquista incorporaban nuevas
tierras estatales y mayor número de trabajadores. Así, era posible mantener paniaguados, en condición servil, y
funcionarios, allegados, soldados, etc. Su riqueza se guardaba en los depósitos estatales, plenamente a su dis-
posición, para su servicio y poder.
El Estado, de otro lado, se preocupaba de crear nuevas y mejores tierras en todas partes, permitiendo
una vida con un cierto grado de seguridad y equilibrio. Esta imagen del país incaico fue idealizada sobremane-
ra, llamando «socialista» al imperio Tawantinsuyo, llamándolo «comunista» o, en el otro extremo, consideran-
do que aún no había salido de la condición de la «comunidad primitiva».
El Estado inca se basaba en la propiedad sobre la fuerza de trabajo, al igual como ocurrió en todas las
formas tempranas del Estado en todo el mundo. De otro lado, la estructura ha hecho pensar a algunos histo-
riadores que el Estado era un fenómeno de reciente aparición en el Perú y que los incas eran los fundadores del
Estado peruano; que una comunidad —la de los incas— se superpuso a un mundo de bárbaros neolíticos. Esa
imagen es también errónea. El Estado andino, como vimos, era una vieja y madura estructura; no una forma
débil e incipiente. Los incas no sólo formaron su Estado sobre la base de una larga práctica local, sino que con-
quistaron y sometieron otros muchos Estados tanto o más asentados que el suyo propio.
Por su carácter colectivo, las relaciones de producción y de distribución se basaban en principios de
reciprocidad y ayuda mutua. Pero si bien tales relaciones permitían la reproducción del sistema a nivel del ayllu,
ellas servían también para trasladar los beneficios de la producción al Estado. Todo hombre y toda mujer, en el
imperio, «debían» al Estado (léase el Inca, su corte y allegados), una cantidad de su tiempo y trabajo, que entre-
gaban a éste según él se los demandara; a cambio de ello, el Estado «debía» —recíprocamente— a las comu-
Fig. 5 Aqllawasi, casa de las vírgenes
nidades, una serie de beneficios, que iban desde la protección divina hasta regalos o dones que les concedía
del sol o mujeres escogidas,
el lnca o sus representantes. Esta forma de reciprocidad asimétrica le permitió al Estado reproducir las rela- Pachacamac, período incaico, siglo XV
EL PERÚ PREHISPÁNICO [ 31 ]
la diversidad
del territorio
y la arquitectura
El descubrimiento de América, en 1492, justo cuando finalizaba en siglo XV, abrió una nueva era en la Historia
Universal, entendida ésta como el devenir de las civilizaciones de acuerdo con las claves del pensamiento occi-
dental. El encuentro con un mundo hasta entonces ignorado y la llamada «invención de América» no sólo des-
pertaron la curiosidad de los humanistas y el interés de los allegados al poder político y económico sino tam-
bién sirvió para la expansión, tanto material como religiosa, del Viejo Continente. La conquista militar y la
conquista espiritual fueron llevadas a la par por los españoles en los territorios asignados por el papado en el
Tratado de Tordesillas (1494). El imperio español, con la apropiación y posesión de los territorios americanos,
alcanzó el cenit de su poder a escala mundial, de forma que el centro de gravedad de Europa a partir del siglo
XVI dejó de ser el mar Mediterráneo para pasar a los océanos Atlántico y Pacífico.
La conquista del Perú fue el último jalón de la empresa descubridora y pobladora llevada a cabo en el pri-
mer tercio del siglo XVI. Establecido ya el nuevo orden español en las Antillas y en Tierra Firme, es decir en Méxi-
co y Centroamérica, a partir del año 1531 el extremeño Francisco Pizarro emprendió en América del Sur la con-
quista del Perú. El proceso de consolidación y asentamiento fue lento y duró más de una década. Tomada en
1533 la ciudad del Cuzco —capital del imperio incaico, en el interior de la región andina—, y fundada por Fran-
cisco Pizarro, en 1535, la ciudad de Lima —junto al mar, en la costa—, comienza a perfilarse lo que será el futu-
ro virreinato del Perú. Las guerras civiles entre españoles, junto con las dificultades por parte de los indígenas,
retrasaron el pleno desarrollo de la colonización que en realidad se llevó a cabo tras la muerte de Pizarro y la
institución del virreinato en 1542. Fundadas las ciudades de Trujillo, Huamanga y Arequipa, y descubiertos, en
1545, los ricos filones argentíferos del Cerro Gordo en Potosí, el virreinato del Perú, con su capital en Lima, cobró
una entidad política y económica que le convirtió en el territorio más opulento y pingüe de América del Sur.
Los virreinatos de la Nueva España, en el hemisferio norte, y el del Perú, en el hemisferio sur, desde el
siglo XVI hasta la emancipación o independencia de España, a principios del siglo XIX, serán los dos polos esen-
ciales del dominio español en el Nuevo Mundo. Sus capitales, México y Lima, respectivamente, con su con-
centración de poder político y tráfico de mercancías, mezcla de razas e intensa vida cultural, serán las dos ciu-
dades claves de lo americano. Su urbanismo y la arquitectura marcarán el desarrollo de los demás centros de
[ 32 ]
ambos territorios. A mediados del siglo XVI, promulgadas las Nuevas Leyes de Indias, organizadas las flotas en
convoyes y solidificada la ordenación administrativa de los cuerpos estatales y eclesiásticos, se cierra el proce-
so de descubrimiento y conquista, y se inicia el período de colonización de los vastos territorios bajo el domi-
nio español. En el Perú se llega a la culminación del nuevo orden cuando, en 1569, el rey Felipe II envía a Lima
al virrey Francisco de Toledo, el cual establece las reducciones de indios e impone a los indígenas la mita y el
trabajo forzado en las minas de Potosí. El territorio y la sociedad virreinal quedan a partir de entonces configu-
rados, y las ciudades y los pueblos, con su arquitectura, pese a los cambios sufridos con las sucesivas recons-
trucciones, tras los repetidos seísmos que los destruían, adquirían la imagen inconfundible de la transculturi-
zación que ha acuñado el Perú de la Edad Moderna.
La frase «Vive Dios, vale un Perú», pronunciada como arenga a las huestes conquistadoras, tal como re-
fiere Gonzalo Jiménez de Quesada, es índice de la reputación de la inmensa riqueza del antiguo imperio inca.
El vasto territorio del denominado Tawantinsuyo, es decir «el conjunto de los rumbos» de los monarcas pre-
hispánicos, despertó la codicia del oro y el ansia de botín de los españoles. Los tesoros fabulosos de los perua-
Fig. 1 Felipe Guamán Poma de Ayala, nos constituyeron la leyenda que pronto recorrió el mundo, encendiendo el ánimo y la imaginación de los cro-
Nueva crónica y buen gobierno,
nistas e historiadores. La fama del Perú antiguo y moderno duró durante siglos. No es extraño así que La nueva
ca. 1615, Dinamarca, The Royal Library
(p. 1053, «Villa de Castrovirreina, Atlántida, del filósofo inglés Francis Bacon, publicada en 1627, comience en su primera línea con «Nos dimos
minas de plata»)
a la vela y salimos del Perú». El viaje a la utopía, situado en el océano Pacífico, tiene su origen en el sueño de
un mundo con un orden perfecto, inspirado en el poder absoluto del imperio incaico. Las raíces de la idea de un
Estado que a un europeo de los siglos XVI o XVII podía parecer «no tener lugar» en alguna parte, se encuentra,
sin duda, en el libro Primera parte de los Comentarios Reales, publicado en 1609 por el inca Garcilaso de la Vega.
La utopía incaica nacía con el texto inaugural de este descendiente del antiguo imperio que en Cuzco, su ciu-
dad natal, tenía su centro vital, era el mítico «ombligo del mundo».
Los primeros cronistas, al igual que los posteriores viajeros del barroco y de la época ilustrada ponde-
raron, además de la riqueza minera en oro y plata del Perú, la fertilidad de su suelo y la variedad de sus frutos
y paisajes. En 1553, el cronista Pedro Cieza de León manifestaba:
No dejé de conocer... que para decir las admirables cosas que en este reino del Perú ha habido y hay, con-
viniera que las escribiera un Tito Livio o Valerio, u otro de los grandes escritores que ha habido en el mun-
do, y aún éstos se vieran en trabajo en lo contar. Porque ¿quién podrá decir las cosas grandes y diferentes
que en él son, las sierras altísimas y valles profundos por donde se fue descubriendo y conquistando, los
ríos tantos y tan grandes, de tanta crecida hondura, tanta variedad de provincias como en él hay, con tan
diferentes calidades, las diferencias de pueblos y gentes, con diversas costumbres, ritos y ceremonias extra-
ñas, tantas aves y animales, árboles y peces tan diferentes e ignotos?
No se puede decir más en menos palabras. El accidentado y variado territorio geográfico del Perú, que según
refiere Francisco de Jerez, en 1534 fue conquistado por los españoles «con grandes trabajos, hambres y fríos»,
es uno de los más sorprendentes y complejos de América. La imponente cadena de los Andes y el Altiplano con-
trastan con la estrecha y alargada franja costera que, con sus llanuras, recorre de norte a sur el Perú. Cuando
las huestes de Pizarro penetraron hasta Cajamarca y el Cuzco, tuvieron que atravesar las tierras altas de la sie-
rra con sus hondos valles, en donde estaba asentado el imperio incaico, mientras las zonas bajas de la selva
Después de discutir los alarifes si son mejores las calles angostas y altas casas o las calles anchas, espa-
ciosas, largas y derechas, los lugares para templos, plazas y otras cosas necesarias a una bien ordenada ciu-
dad, se designó a Juan Meco, primer alarife del cabildo en 1537 por ser persona hábil para ello. Meco asu-
me el cargo con la misión de señalar solares a los nuevos pobladores. A sus órdenes trabaja uno de los
primeros carpinteros llegado a la capital, Juan de Escalante.
Con el trazado en damero de Lima se consolidó el modelo de ciudad que a partir de entonces fue utilizado de
manera extensiva y profusa en toda Hispanoamérica. A pesar de su influencia, Lima se distinguía de las demás
ciudades ortogonales por sus peculiares características. Ubicada junto al río Rímac, creció unidireccionalmente.
La colocación excéntrica de la Plaza Mayor o Plaza de Armas, próxima de una cuadra al río, dio al centro o cora-
zón de la ciudad un aire pintoresco. La construcción, a principios del siglo XVII, del puente de piedra que unió la
ciudad al arrabal de san Lázaro y la Alameda de los Descalzos hizo que, en el siglo XVIII, con las obras urbanís-
ticas del virrey Amat, como la plaza de toros del Acho y la Nabona o Paseo de Aguas, la ciudad dispusiese de
amplios espacios de esparcimiento para los habitantes del «cuadrado». Por otra parte, el crecimiento de la ciu-
dad se vio condicionado en su desarrollo de las cuadras que, en vez de crecer al infinito como en las ciudades
hispanoamericanas, se vieron limitadas por la construcción entre 1684 y 1687, de las murallas de adobe y pie-
dra que mandó levantar el virrey duque de la Palata, en previsión de posibles ataques de los piratas extranjeros.
De cinco a seis metros de altura, fueron derribadas en el siglo XIX. Las huertas y los jardines que ocuparon los
Fig. 3 Restos de la muralla de Lima,
bordes de la cerca introdujeron el desorden e irregularidad de la trama, tal como se comprueba en el plano de construida entre 1664-1687, durante el
gobierno del duque de La Palata
Lima que, en 1685, grabó el padre mercedario fray Pedro Nolasco. Junto con el dibujo en vista caballera, casi ver-
tical, de Francisco Percolasco, de 1685, esta imagen de la ciudad cercada y bien defendida contribuyó a dar un
valor simbólico a la Ciudad de los Reyes, cabeza del reino del Perú. Otra ciudad peruana amurallada, de la que
se conserva gran parte de la cerca, es Trujillo. El plano, que se puede ver en el Archivo General de Indias de Sevi-
lla, fechado en 1687, de José Formento, es de sobra conocido, sobre todo a través de la versión posterior del
obispo Martínez Compañón. La ciudad fundada por Almagro en 1534, en el valle del río Moche, cercana al cen-
tro precolombino de Chan Chan —capital del reino chimú y la ciudad más grande de adobe en el mundo—, está
situada en la fértil franja de la costa norte peruana. El amurallamiento realizado a imitación del de Lima, cerca
la ciudad dentro de un óvalo, lo cual hizo que existan manzanas trapezoidales y triangulares, excepcionales en
el urbanismo hispanoamericano. Obra maestra de la fortificación a lo Vauban es el castillo del Real Felipe de
en su lugar la catedral. También en el Cuzco el convento de monjas de Santa Clara fue elevado sobre la que fue-
ra casas de las vírgenes incaicas consagradas al sol.
La ciudad hispanoamericana se estructuraba, pues, a partir de la plaza mayor, el centro y corazón de
la población. En el caso del Cuzco, que era una ciudad incaica, con calles rectas y cierta simetría y edificios
construidos «en piedra prima», la Plaza Mayor o de Armas es el resultado de la fragmentación de la enorme
Huaynapata que, por las enormes dimensiones de su escala, sobrepasaba el modelo español de una plaza
mayor. Dividido en tres plazas, el anterior centro urbano inca se convirtió en la Plaza de Armas, la Plaza del
Regocijo y la de San Francisco. La Plaza Mayor, con la catedral sobreelevada con gradas —tal como propug-
naba Alberti— y el colegio e iglesia de la Compañía de Jesús, es uno de los espacios urbanos más impresio-
nantes del corazón de una ciudad. La culminación de su papel como lugar simbólico es el día de la fiesta del
Corpus Christi, en el cual se superponen el solsticio de junio y las dos religiones, el Sol y la Eucaristía. En la
Plaza del Regocijo, con el Cabildo y el mercado indígena cotidiano, era en donde se celebraban las corridas
de toros, los juegos de cañas y demás «alegrías» públicas. En la Plaza Mayor o Plaza de Armas de Lima, la
catedral, el palacio de los Virreyes, Cabildo, fuente y demás elementos propios del centro vital del gobierno
del Perú, las restantes casas, según el carmelita Antonio Vázquez de Espinosa, eran de «mucho ventanaje, de
ladrillo cortado y con galerías». Modelo jerárquico, la Plaza de Armas de Lima ha desempeñado siempre la
encarnación de la imagen misma del poder precursor de la ciudad absolutista. En las demás ciudades perua-
nas pueden encontrarse algunas variantes formales de las plazas mayores como es el caso de Arequipa, en
la cual la catedral está colocada con el eje de su nave paralelo a un lado de la plaza. En los pueblos de indios
de la sierra, las plazas tienen capillas posas y en las fachadas de las iglesias, capillas abiertas altas. Su papel
está condicionado por la función de evangelización y adoctrinamiento de la población indígena. En casos
como el de Chincheros, el sincretismo y superposición de lo religioso es un hecho de una evidencia total.
Igual sucede con el templo de San Pedro Apóstol en Andahuaylillas, conocido por su extraordinario interior
como la «Capilla Sixtina andina».
La construcción arquitectónica en el Perú ha estado condicionada por la naturaleza de su suelo. El país
está dividido en dos zonas esenciales: la costa y la sierra. En la primera, el material constructivo fundamental es
el ladrillo y el adobe, y en la segunda la piedra. En la costa, en donde la lluvia es escasísima, las techumbres de
los edificios son planas o en terraza. Por el contrario, en la sierra, en donde hay estaciones lluviosas, los edificios
se cubren con teja árabe. Factor determinante de la estructura en las construcciones son los terremotos, lo que
ha obligado a que se empleen técnicas antisísmicas. En el Cuzco, que en 1650 sufrió un gran terremoto que obli-
gó a reconstruir la mayor parte de las edificaciones, dominan los muros gruesos y macizos. De ahí las líneas hori-
pasados, nos describe la vida en el interior de este hoy singular monasterio femenino.
Fig. 9 Entrada al cementerio de
Las distintas épocas de la arquitectura peruana están ligadas a las reconstrucciones después de los terre- Lima, inaugurado en 1808
Mis ojos vagaban por aquellas crestas plateadas, las seguían hasta verlas confundirse con la bóveda azula-
da; contemplaba esos montes elevados, cadena sin término, cuyos millares de cimas cubiertas de nieve
reventaban con los reflejos del sol. El infinito penetraba por todos mis sentidos y Dios se manifestaba ante
mí con toda su potencia, con todo su esplendor. Después mi mirada se dirigió sobre aquellos tres volcanes
de Arequipa, unidos en su base, que presentan el caos en toda su confusión y alzan hasta las nubes sus tres
cimas cubiertas de nieve que reflejan los rayos del sol y a veces las llamas de la tierra. Mi alma se unía a
Dios, en sus arrebatos de amor. Jamás un espectáculo me había conmovido tanto.
Alejandro Humboldt, en sus Cuadernos de la Naturaleza, al adentrarse en los Andes sintió «la severa impresión
que producen las salvajes cordilleras» y admiró «los admirables restos de la gran vía construida por los incas,
de esa obra gigantesca que establecía una comunicación en todas las provincias de su imperio». Desde las
cimas más altas de la sierra de Cajamarca se acrecentó su deseo de contemplar el océano Pacífico. Pero las con-
Fig. 11 Bóveda de la iglesia diciones meteorológicas se lo impedían. Al encontrarse en tan elevado nivel sobre el mar, su vista «se perdía
de Santiago, Pomata (Puno), 1726
en el vacío como desde lo alto de un globo» y no podía «apercibir sino peñascos, diversos configurados, que
se destacaban como islas en medio de un mar de nubes y desaparecían a la vez». Quien haya estado en las
cumbres de los Andes sabe que muchas veces las nubes están por debajo de nuestra vista. Humboldt, sobre-
excitado e impaciente quería columbrar lo infinito. Por fin un día, al abrirse de repente la niebla que le envolvía,
pudo divisar todo el panorama. Bajo un cielo azul purísimo y con una irradiante claridad y una atmósfera trans-
parente columbró las ondulaciones de todo el relieve de la sierra y en el horizonte el océano Pacífico. Su emo-
ción la comparó a la que sintió Vasco Núñez de Balboa al descubrir un océano hasta entonces desconocido. El
famoso autor del Cosmos sintió entonces todo el esplendor de un país hijo del Sol.
Las formas y procedimientos artísticos utilizados en España, y por extensión en Europa, durante la época virrei-
nal fueron penetrando, modificándose y aceptando o rechazándose en América de manera diversa en relación
con los espacios territoriales, las culturas preexistentes y los distintos modelos de desarrollo regional a lo largo
del Nuevo Continente. Es cierto que la estética europea fue una de las aportaciones culturales del Viejo Conti-
nente a América, pero la afirmación contiene en sí misma numerosas matizaciones.
En el caso que nos atañe, el territorio peruano, son artistas itinerantes que acaban recalando en los cen-
tros urbanos de Lima y Cuzco los que con su poética singular crearán focos de influencia e interacciones con
las prácticas autóctonas. Lo que no significa, en absoluto, una simple mezcla de distintos componentes en
diversos tantos por ciento, sino la base para el desarrollo de nuevos modelos estéticos y de representación a
partir de un proceso de apropiación y reinterpretación cultural.
Son Bernardo Bitti (1548-1610), Angelino Medoro (1567-1633) y Mateo Pérez de Alesio (1547-1607) los
que llevan entre el último cuarto del siglo XVI y el primero del XVII los modelos manieristas romanos. Por su par-
te Bitti se convertirá en la expresión artística de los jesuitas y, por consiguiente, en el vocero de las normas tren-
tinas. En paralelo, escultores sevillanos envían obras a Perú (Juan Bautista Vázquez, Roque Balduque, Juan Mar-
tínez Montañés y Juan de Mesa) y algunos emprenden el viaje a América (Pedro de Noguera, Martín Alonso de
Mesa, Gaspar de la Cueva, Luis de Espíndola o Luis Ortiz de Vargas).
El conjunto de obras que a lo largo del período virreinal se exportaron a América se puede cuantificar
con el análisis de los fletes de barcos. El número y la calidad de los autores no permiten duda sobre la influen-
cia que ejercieron en la evolución de la plástica americana. El problema deviene, desde el punto de vista de la
investigación, del intento, por parte de eruditos locales, de atribuir constantemente las obras sin base docu-
mental a artistas de reconocido prestigio. La pérdida de una parte importante de este patrimonio y el intento
continuado de búsqueda de paternidad (superada por la última historiografía peruana) impide, en ocasiones,
el análisis de las líneas artísticas que influyeron en cada foco cultural.
A través de documentación sabemos, por ejemplo, que Zurbarán contrata en 1647 una remesa de trein-
ta y cuatro lienzos para el convento de Nuestra Señora de la Encarnación de Lima. Este pintor también mandó
[ 42 ]
pinturas para su venta en la capital virreinal, las cuales no eran un encargo sino que salí-
an a la venta directa en los mercados peruanos. Entre ellas consta la existencia de un lote
de doce césares, conociendo en este caso la temática. También hay que recordar la serie que
envía el pintor madrileño Bartolomé Román de Los siete ángeles de Palermo para la iglesia
de San Pedro de Lima, atentos a la proliferación de esta temática en el Perú; o la serie de la
Vida de San Ignacio, de Juan de Valdés Leal, para la misma iglesia.
La pintura peruana va a llevar a sus últimos extremos algunas de las caracterís-
ticas propias de la española. El marcado carácter naturalista, epíteto hasta la moderna
historiografía crítica que ha demostrado los profundos valores simbólicos de nuestra
Fig. 1 Luis Carvajal, Última Cena, pintura barroca, se comprende dentro de la percepción de la trascendencia a partir de lo cotidiano; permi-
1707, convento de Santa Teresa,
tiendo la liquidación del espacio-tiempo y, por tanto, la presencia de santa Rosa de Lima atendiendo al Niño
Ayacucho
Jesús o la participación de las monjas del convento de Santa Teresa en Ayacucho en la Última Cena. Un ban-
quete andino con un cuy (conejillo de indias) como plato estrella, firmado en 1707 por el pintor Luis Carva-
jal. Esta lógica de lo trascendente se peruaniza aún más en el enraizamiento de devociones que se convier-
ten en propias y que adquieren en las imágenes valores taumatúrgicos ajenos a la consideración de las
mismas en la ortodoxia católica. Así, no se encubre el milagro y, por ejemplo, la Virgen de Cocharcas (enrai-
zamiento andino de la Virgen de la Candelaria) adquiere un valor histórico y social al ser representada en
procesión aludiendo a su salida dual, desde su santuario situado en la provincia de Andahuaylas el día 8 de
septiembre en los inicios de la siembra. Las dos imágenes procesionales, denominadas la «Reina Grande»
y la «Reina Chica», toman caminos opuestos hacia el sur andino y hacia Ayacucho en busca de limosnas.
Otro ejemplo sería la Virgen de Montserrat (1693), que sitúa el pintor Francisco Chihuantito en el paisaje
natural y urbano del pueblo de Chincheros (Urubamba, Cuzco) del que es patrona. En paralelo la otra
opción plástica posible se refiere a la «copia fiel» que representa a los distintos personajes mediante la
escultura o pintura que origina la devoción. Son numerosísimos los cuadros referidos, por ejemplo, la escul-
tura del Cristo de los Temblores de la catedral de Cuzco perfectamente ubicado en su hornacina del retablo
del siglo XVII.
También hay que reseñar, en este sentido, aquellas esculturas que son, a su vez, relicarios, lo que per-
mite una devoción directa hacia el santo representado sin intermediarios. Aunque, en ocasiones, el original tie-
ne valores milagrosos constatados. Así, el obispo Manuel de Mollinedo y Angulo encargará la famosa talla de
Fig. 2 Francisco Chihuantito, Virgen
la Virgen de la Almudena (1686) al escultor indio Tomás Tayru Tupac, a la vez que le hace llegar una astilla del
de Montserrat, 1693, iglesia de
Chinchero, Cuzco original madrileño al tallista que la integra en la cabeza de la nueva escultura.
Ese valor taumatúrgico directo, sin filtros, permite a los santos titulares de cada
parroquia cusqueña trasladarse en procesión, para participar como espectadores privile-
giados en relación con su rango, a la catedral que los alberga como «palacio sacro» duran-
te los festejos del Corpus Christi.
Entramos aquí en el universo social. La obra de arte permite a través de referencias,
no tan secundarias como podría sugerir una primera lectura, penetrar en los ámbitos públi-
cos, vida cotidiana y valores morales de la sociedad virreinal. Así se entienden los cuadros
de la serie del Corpus Christi de Cuzco, posiblemente patrocinada por el obispo Mollinedo
(1673-1699) para la iglesia de Santa Ana, o la Procesión del Viernes Santo en Lima (iglesia de
saron; o artistas, también de vuelta, como Angelino Medoro que retorna a Sevilla en 1620.
Más adelante, en el siglo XVIII, los envíos se convierten, ocasionalmente, en excep-
cionales desde el punto de vista artístico, como es el caso de la serie de veinte cuadros de
mestizaje que remite en 1770 el virrey Amat para el Gabinete de Historia Natural del Prín-
cipe de Asturias (el futuro Carlos IV). Estos cuadros tienen, sin duda, un interés científico:
dar a conocer en España y en la corte las particularidades etnográficas del virreinato del
Perú. Si los retratos de nobles, tanto incas como criollos o españoles, formaron parte, mez-
clados generalmente dentro de temáticas religiosas, del imaginario propio de la pintura
peruana de época virreinal, en cambio, las gentes de la calle sólo aparecieron como ele-
mentos secundarios en series como las referidas a procesiones (la del Corpus Christi de
Cuzco como la principal). En cambio, la validez de los cuadros de Amat radica, precisa-
mente, en la posibilidad de, por primera vez, convertir al peruano anónimo en asunto de
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Juan M. Ossio A.
La mejor expresión de la creatividad del hombre peruano de nuestros días es la peculiar conformación del país en
un mosaico de culturas que paulatinamente van cimentando una mejor comunicación entre sí. Esta pluralidad nos
habla de la extraordinaria capacidad del hombre desarrollado en este medio, no sólo de dar muchas respuestas a
una geografía hostil y variada, sino de enfrentar distintos intentos de dominación un tanto limitantes de la libertad.
Ni el haber estado sometido el espacio andino al dominio de grandes Estados prehispánicos, ni sufrir el
embate de la colonización española, ni sentir el impacto del centralismo homogeneizador republicano, ni la apa-
rición de grupos subversivos de corte fundamentalista, han doblegado la identidad y aquel sentido de autono-
mía que en el pasado permitieron el desarrollo de grandes culturas y que en la actualidad están contribuyendo
a enfrentar los nuevos retos que exige el mundo moderno con su acendrada globalización.
El sentido de pluralidad, ingrediente fundamental de la capacidad creativa, es pues consustancial al pue-
blo peruano. La homogeneidad, por el contrario, es desdeñada. En Sarhua, una comunidad campesina ayacu-
chana de la provincia de Víctor Fajardo, un mito explica el origen de sus dos barrios señalando:
Antes, cuando no había Ayllus y todos eran iguales, las gentes han ido a Jajamarca para traer la campana
María Angola y palos de níspero para la construcción de la iglesia, como todos eran iguales no había ánimo
para trabajar y entonces pensaron —vamos a ponernos contra-contra, bueno tú vas a ser Qullana y noso-
tros Sawqa— y el Gobernador los repartió. Los Qullana trajeron la campana y es por eso que construyeron
la torre a su lado [lado izquierdo de la iglesia]. (Palomino, 1984, p. 60)
Según este mito, la diversidad es fuente de dinamismo en la medida que genera un sentido de competitividad
que es fundamental para acelerar el trabajo.
Aquí pues, subyace, en buena parte, aquel dualismo que llevó al Cusco y a muchas otras ciudades y pue-
blos andinos a dividirse en mitades que hay veces, como en la capital del Tawantinsuyo, se llaman hanan (alta)
y hurin (baja), o allauca (derecha) e ichoqa (izquierda), etc. En consecuencia este mito no sólo explica el origen
de los grupos sociales en Sarhua, sino también destaca la importancia concedida por el mundo andino a la
[ 49 ]
competencia, expresada en un sistema dualista que, como sugiere el célebre antropólogo francés Claude
Lévi-Strauss, está íntimamente asociado con el valor de la reciprocidad.
La competencia unida a las faenas comunales les da a éstas un sentido lúdico transformándolas en
acontecimientos festivos. En la medida que se asocia íntimamente con el valor de la reciprocidad, uno de los
ingredientes principales del ethos andino, su proyección no queda circunscrita sólo al ámbito de las faenas
comunales, sino que invade el conjunto de la vida social.
Una simple mirada al proceso de socialización de los individuos nos muestra que desde muy jóvenes su cul-
tura los prepara para que desde el manejo del lenguaje su creatividad se vea estimulada. Muestra de ello son las com-
petencias entre adolescentes de sexo opuesto que giran alrededor de la narración de adivinanzas o huatuchis, como
se les llama en quechua. Una consecuencia de ello es que en los Andes exista un gran repertorio de estas narraciones Fig. 1 Dualismo en Allccamencca
y que muchas de ellas encierren un contenido erótico que es consonante con aquellos contextos competitivos que tie-
nen la peculiaridad adicional de estar íntimamente asociados con el inicio de la vida sexual de dichos adolescentes.
No es de extrañar que estas competencias se asocien con el despertar de la vida sexual de los jóvenes,
pues el dualismo que impregna la vida social del hombre andino tiene su principal paradigma en la conjunción
de los sexos, expresión máxima de la recreación de la vida y del ordenamiento del cosmos. De aquí que expre-
siones artísticas tan significativas como la música, la danza y la misma noción de belleza encuentren en la opo-
sición complementaria su principal fundamento. Una muestra de ello la encontramos en el uso simultáneo del
pincullo o las quenas, instrumentos de viento de uso exclusivo de los varones, que en muchas ocasiones son eje-
cutados de manera simultánea con las tinyas o tambores que forman parte del repertorio musical de las mujeres.
Pero quizá la expresión más notoria de la relación de la música con la conjunción de los opuestos com-
plementarios la vemos en la famosa danza de las tijeras, de honda raigambre en los departamentos de Huan-
cavelica, Ayacucho y Apurímac, en la cual la pareja de barras de metal que hacen tintinear los bailarines, en aque-
llas festividades donde se intenta recrear la unidad de los conjuntos sociales andinos, representan a los dos
sexos. Estos ejemplos, y otros que brotan de distintos géneros melódicos, dan cuenta que la música andina
encuentra en la unión de los opuestos complementarios su principal fuente de inspiración.
En consonancia con estas peculiaridades que encierra la música y tratándose también de un lenguaje
simbólico saturado de dualismo, su ejecución y su transmutación en danza, al igual que las adivinanzas y las
faenas públicas, se contaminan de aquel sentido competitivo que es la fuerza motriz de la vida social. Una vez
más, quizá la expresión más representativa de este sentido competitivo se encuentre en la danza de las tijeras
cuya esencia es el enfrentamiento o atipanakuy entre dos bailarines que cuentan con sus propios conjuntos
musicales. Tal es el grado de destreza que se debe mostrar para opacar al rival que el baile se ha organizado en Fig. 2 Reempujo en Sarhua
una sucesión de etapas donde, aparte de pretender doblegar al rival ensayando pasos elaboradísimos, se llega
a pruebas de fakirismo y de equilibrismo, dignas de los mejores circos.
El repertorio de danzas que suponen competencias es vastísimo. En unas el duelo es entre individuos,
como la recién aludida, y en otras entre grupos. En estas últimas, como las batallas rituales o tinkuys comunes
en varias provincias del sur del Perú, la osadía y la capacidad de resistencia juegan un rol predominante.
Cuando los contrincantes son individuos, además de esgrimir estas habilidades, el poder inventivo
adquiere un relieve especial. Cada cual debe responder al antagonista con recursos inéditos e irrepetibles. Tal
es el valor concedido a este poder, que alrededor de él se ha tejido todo un conjunto de creencias mágico-reli-
giosas e instituciones para fomentarlo e institucionalizarlo. Entre las primeras, cabe destacar el rol concedido
[ 50 ] JUAN M. OSSIO A.
al «diablo», las «sirenas» y otros personajes sobrenaturales como dispensadores de esta capacidad y, entre las
segundas, un conjunto de contextos que van desde concursos de coplas, como los que tienen lugar en Caja-
marca durante los carnavales, pasando por la improvisación de hayllis o estrofas que entonan los gañanes al
concluirse el sembrado de un terreno de maíz en Andamarca (Lucanas-Ayacucho), y siguiendo con los cantares
que los alcaldes de la comunidad de Q’eros (Paucartambo-Cusco), por ostentar este cargo, deben componer
anualmente para la fiesta del chayampuy (Núñez del Prado, 1964).
Esta obligación de los alcaldes de Q’eros pone de manifiesto que un requisito para llegar a ser autori-
dad es tener mayor creatividad que otros, además de rapidez en el desempeño de actividades laborales. En rela-
ción a esto último, esta misma comunidad nos pone el caso del Qollana, un cargo inicial desempeñado por los
Fig. 3 Retablo en marcación recién casados, que cuando se realizan faenas comunales, como roturar la tierra con chaquitacllas, debe apurar
de ganado
el trabajo evitando ser adelantado por los otros participantes.
Esto que sucede en esta comunidad cusqueña es nada más que una muestra del fundamento competi-
tivo en la jerarquía cívico-religiosa de la sociedad andina. Unas veces son estas habilidades las que más se des-
tacan pero también, frecuentemente, la capacidad de acumular relaciones sociales, ya sea basadas en el paren-
tesco o en la amistad, de aumentar la masa de bienes y de redistribuir estos últimos con generosidad. De aquí
que los cargos más altos, es decir, aquellos que se asocian con el conjunto social como totalidad (como el de
mayordomo del Santo Patrón de la comunidad o el de alcalde de vara), sean desempeñados por individuos
maduros que han llegado al ápice de su capacidad acumulativa en estos dominios.
De todos estos casos que venimos citando, queda claro que la competitividad andina es inseparable de
un sentido de reciprocidad que, a la par de exaltar la diversidad y la creatividad individual o colectiva, su voca-
ción es la reafirmación de la solidaridad social. Tanto es así que se podría decir que en las competencias andi-
nas no hay ganadores ni perdedores pues en última instancia su meta es la recreación del orden social. Ello expli-
ca el que se critique tan ácidamente a los que acumulan bienes sólo por el afán de lucro y que se diga de los
«blancos» o mistis, por tener esta inclinación, que su corazón es como el del durazno, poseedor de una semilla
dura, mientras que el de los indios es como el de la manzana, que encierra cuatro lados (León Caparó, 1994).
Como podemos apreciar, los alcances del mito de Sarhua en relación a su ideal diversificador en conexión
con la competencia, son numerosos, pero aquí no se agota este ideal. Si nos trasladamos al sistema de tenencia de
la tierra de los campesinos andinos, la dispersión de parcelas es preferida a la concentración. Aparte de la influen-
cia que pueda ejercer el sistema de herencia y el poder contar con productos que crecen en distintos pisos ecológi-
cos, los campesinos aducen que con este patrón: «Si en la altura pierde, en la quebrada escapa». Lo que según Fon-
Fig. 4 Prueba de Danzantes de
seca quiere decir que: «Si unas parcelas son afectadas por los fenómenos atmosféricos, en otras hay esperanza de
Tijeras en Andamarca
que la producción sea buena, de tal manera que pueda compensarse la pérdida» (Fonseca, 1966, p. 29).
Una lógica de esta naturaleza es la que estimuló el surgimiento de los mitimaes o colonos en la época prehis-
pánica y la que explica, en gran medida, la existencia en nuestros días de un vasto número de migrantes que mantie-
nen vínculos con sus pueblos de origen y que recrean sus costumbres tradicionales en sus nuevos asentamientos.
Para muchos de ellos, Lima o las otras localidades donde han migrado, constituyen pisos ecológicos adi-
cionales a los que tenían en sus parajes nativos que les permiten seguir diversificándose económicamente a la
par de mejorar la educación de sus hijos. Obviamente, trasponer los límites de un medio donde las relaciones
interpersonales y la reciprocidad les proporcionaba seguridad y confianza, ha sido un acto muy osado. No obs-
tante, al intentarlo no han estado desprovistos de los recursos que les ha brindado su cultura. Uno de ellos ha
[ 52 ] JUAN M. OSSIO A.
bilidad de algún tipo de acomodo debido a una incompatibilidad entre una economía de mercado, asociada con
valores individualistas, y un sistema socialista.
Para empezar, la sociedad andina nunca pudo ser socialista contando con la presencia de un vasto
número de individuos, como los incas o los curacas, que alcanzaron numerosos privilegios, como valerse de
servidores paniaguados, acceder a la propiedad de nutridos rebaños de animales y hasta de grandes extensio-
nes de terreno. En el pasado como en la actualidad, el individuo tuvo una presencia. Es cierto que se enfatizó
el parentesco, la reciprocidad y la redistribución pero, como hemos visto a lo largo de estas páginas, siempre
quedó margen para la iniciativa individual.
El socialismo andino es un invento del siglo XVIII, inspirado por el neoplatonismo del inca Garcilaso de
la Vega, que sirvió a nuestros pensadores marxistas para legitimar sus propuestas políticas haciéndolo consus-
tancial a la idiosincrasia del poblador peruano. No siendo este el caso, reconociéndose la capacidad creativa del
individuo y contando con el anhelo diversificador, la economía de mercado no tuvo mayor problema de adap-
tarse a la realidad andina. De ello dan cuenta las innumerables ferias que se difundieron a lo largo del territorio
y la amplia gama de comerciantes trashumantes que emergieron.
Sin embargo, es importante admitir que este tipo de economía introducida por los europeos tiene algunas
discrepancias con aquellas donde, como el caso andino, se privilegió la reciprocidad y la redistribución. En conse-
cuencia, que se produjesen roces fue inevitable pero una vez más salió a relucir la creatividad del hombre andino bus-
cando su reconciliación. Esto lo logró gracias a su capacidad diversificadora destinando algunos productos al mer-
cado y otros al consumo interno. Este es el caso de la comunidad de Andamarca, que reservó el maíz para conservar
su identidad cultural y destinó la ganadería para proyectarse a los mercados nacionales. Otras, a su vez, hicieron algo
semejante pero con variedades de un mismo producto. Es lo que sucede en algunas comunidades del norte de Huan-
cavelica, que optaron por conservar algunas variedades de papa para reforzar los vínculos tradicionales y separaron
otras, más pesadas pero no muy sabrosas, para vender a los restaurantes y así satisfacer sus demandas de dinero.
Premunidos de esta experiencia comercial no fue difícil favorecerla cuando se desplazaron a las ciudades cos-
teñas. Siendo poco afectos al trabajo dependiente, que tampoco ofrecía mayores oportunidades de estabilidad, los
migrantes encontraron en el comercio informal la mejor alternativa para su supervivencia. De allí su gran expansión
y su extraordinaria capacidad para hacer frente a la peor crisis que ha vivido el Perú durante su etapa republicana.
Que asumieran una naturaleza informal es explicable no sólo por las dificultades que genera la legisla-
ción nacional y la excesiva burocratización sino porque siempre estuvieron al margen del aparato institucional
del Estado. Desbordado el Estado por las profundas transformaciones originadas en el choque entre la vertigi-
nosidad de migraciones masivas y un descomunal centralismo, no es de extrañar que el pueblo peruano, para
satisfacer sus necesidades de orden, haya acudido a sus propias tradiciones, que felizmente reposaban en un
hondo sentido de solidaridad social y de libertad. Es gracias a ello que ni la subversión, ni la delincuencia han
triunfado, ni el hambre, ni epidemias como el cólera los hayan diezmado. Rondas campesinas, clubes de
madres, del vaso de leche, ollas comunes, son una muestra de los tantos resortes que puede mover una socie-
dad creativa, amante de la diversidad, solidaria, que encierra una gran predisposición democrática y que sabe
avanzar equilibrando la tradición con la modernidad.
BIBLIOGRAFIA
Cereceda, 1987; Fonseca, 1966; León Caparó, 1994; Núñez del Prado, 1964; Palomino, 1984.
Condicionados por nuestra concepción del mundo y por nuestras ideas religiosas, estamos acostumbrados
a juzgar la ideología de los pueblos no occidentales como creaciones muy sencillas y, ante la incapacidad de
definirlas, las sometemos a esquemas y criterios mentales poco ajustados. En buena medida esto es lo que
ocurrió con los españoles que interactuaron con las poblaciones andinas en el siglo XVI, quienes nos trans-
mitieron la evidencia cultural matizada por sus visiones, mitos y experiencia acumulada; información que, en
cualquier caso, no es desdeñable, ya que constituye la principal fuente de conocimiento de que disponemos
para analizar el tema que nos ocupa. Cuando se trabaja sobre culturas ágrafas, partimos con serias limita-
ciones a la hora de averiguar aspectos relacionados con la superestructura cultural; limitaciones que se ate-
núan mediante la analogía, la complementariedad disciplinar y gracias a metodologías cada vez más sofisti-
cadas, pero aun así las lagunas informativas se hacen en ocasiones insuperables. La religión andina debe ser
considerada desde esta óptica: el cuerpo documental que se produce a lo largo de la Colonia es imponente
y a veces muy detallado, pero al traspasar el umbral de la expansión imperial inca, la ideología andina se
sumerge en una nebulosa de supuestos diseñados a partir de la documentación que nos proporciona el con-
texto arqueológico y la iconografía.
El área andina es un universo múltiple en ambiente y cultura, por eso al observarla desde un punto de
vista antropológico surge el interrogante de si existieron una o varias religiones. El proceso histórico evidencia
semejanzas y divergencias en el pensamiento religioso instalado en esta heterogénea área cultural, tanto en el
tiempo como en el espacio, pero la conclusión es que hay una tradición básica compartida, más en el núcleo
del área que en la periferia. Los incas, en este sentido, no sólo se limitaron a ser los receptores de última hora
de la ideología preincaica, sino que constituyeron un elemento más de la dinámica ideológica de la tradición
panandina. En los Andes existía un orden religioso universal, que convivía con la idiosincrasia de cada territo-
rio y de cada cultura, alimentado con el intercambio entre regiones, una relación que une ideología con institu-
ciones económicas, políticas y culturales. Este orden religioso se reafirmaba o retrocedía en función de las diná-
micas históricas a lo largo del proceso prehispánico.
[ 54 ]
MAGIA Y ESPÍRITUS EN LA TRADICIÓN CAZADORA Y RECOLECTORA
Esta concepción común de los sistemas de pensamiento se inicia con su propia tradición recolectora y caza-
dora, en la que el animismo y las prácticas chamanísticas resuelven la ansiedad de los primeros grupos andi-
nos. Los pobladores más antiguos de la región debieron creer en espíritus y fuerzas sobrenaturales, a quienes
responsabilizaban de los cambios observados en los astros y en la naturaleza, así como de la suerte de su sub-
sistencia y de sus vidas. Como es obvio, en su experiencia cultural inicial la observación de estos fenómenos
debió de ser tan superficial como su sistema nómada les imponía. Pero poco a poco el hombre andino fue fijan-
do los espacios, controlando sus posibilidades de extracción de recursos, dependiendo más de ellos y, en con-
secuencia, asimilando sus potencialidades a sus necesidades. Durante este proceso de observación, se selec-
cionaron aquellos seres y fuerzas de la naturaleza que habían de tener superior importancia ideológica: eso
explica que ya desde el Precerámico se decorasen algunos textiles, como el encontrado en Huaca Prieta, con la
Fig. 1 Pinturas rupestres de la gruta imagen de un ave rapaz, y que en el arte mural recogido en cuevas y abrigos, como en Toquepala o Junín, se
de Toquepala, Tacna, 7500 a. C.
representasen animales de importancia económica, los cuales debieron participar en sus rituales propiciatorios
y contribuyeron al éxito de estas reducidas comunidades humanas.
E L D E S A R R O L L O D E U N A R E L I G I Ó N A N I M I S TA : L A N E O L I T I Z A C I Ó N
La neolitización en los Andes fue un fenómeno de extraordinaria complejidad que se resuelve en un mosaico
de tradiciones culturales, en las que sus ocupantes profundizan en la comprensión de los ciclos de los astros
y de la naturaleza con la que interactúan, un aspecto que se antoja más importante a la hora de determinar su
ideología y sus nociones calendáricas, así como el ritual a ellas adecuado. La apuesta por una economía agrí-
cola, unida al riesgo que supone el abandono de un sistema de vida practicado durante milenios, derivó sus
rituales propiciatorios, emparentados con el éxito en la caza y sus fuertes asociaciones mágicas, hacia la fertili-
dad agrícola y el desarrollo del grupo familiar, originándose al mismo tiempo uno de los pilares en que se fun-
damenta la ideología andina: el culto a los antepasados, que sanciona el asentamiento permanente de las comu-
nidades en territorios delimitados y el control de los recursos que contienen.
Tales fundamentos básicos se vieron alterados por el desarrollo de la complejidad social, y se expresan
a partir de una iconografía naturalista que utiliza conceptos de integración y de sustitución de elementos para
Fig. 2 Escultura de El Lanzón, Chavín
de Huántar, ca. 500 a. C. elaborar unos seres más poderosos y con esencias sobrenaturales que exceden a aquellas que les correspon-
den en el mundo real. Así culmina la selección de tres animales básicos: el jaguar, la serpiente y un ave rapaz
—el cóndor o un águila—, como paquete iconográfico esencial del pensamiento andino. Un ejemplo de esta
iconografía temprana lo constituyen los bajorrelieves de estuco del atrio del templo de Garagay, fechados en el
Cerámico Inicial.
La aparición de los centros de integración sociopolítica, económica y religiosa, constituye el origen de
una estrategia, a largo plazo, de manipulación de los convencimientos fundamentales de esta sociedad,
mediante la centralización de la ideología y del ritual. Chavín de Huántar (1300-200 a. C.) es un ejemplo del éxi-
to alcanzado a lo largo de este dilatado proceso. Es cierto que con anterioridad a la fundación de este centro se
dispone de ejemplos —costeros y serranos— en los que emergen grandes edificios religiosos asociados a ricas
ofrendas que varían según el territorio en que se instalan, pero en Chavín cristaliza una compleja simbología
que sirve de expresión al éxito de la estrategia agrícola a la que me he referido. La iconografía de El Lanzón,
A partir de esos momentos, la tradición religiosa sigue un curso sin graves disyunciones, con variaciones regio-
nales y temporales, pero con un núcleo común originario en una tradición histórica en la que la comunicación
entre los diferentes pueblos fue permanente. La religión andina se mantuvo ligada a la fertilidad agrícola y a la
Fig. 4 Monolito en piedra
prosperidad de las comunidades, incluyendo en este concepto deidades relativas tanto a la tierra como a la llu- (iconografía que recuerda la guerra
y el sacrificio humano), exterior
via y al sol, así como a los diferentes productos agrícolas sobre los que cada grupo humano fundamentó su eco-
del templo de Cerro Sechín, Valle del
nomía. En el espacio natural andino transcurría el tiempo calendárico, en el espacio de los dioses existía un Casma, 1700-500 a. C.
tiempo sin devenir. Los dioses y las fuerzas sobrenaturales circulaban por ambos ambien-
tes, y eran capaces de personificarse a partir de seres especiales, incluidos los humanos;
de ahí la frecuente representación de determinados animales poderosos, con una fuerte
esencia de divinidad, tales como el jaguar, el cóndor o la serpiente, pero sobre todo se
personificaron en el cuerpo de gobernantes y chamanes.
La religión andina tuvo un componente animista determinante, y se basó en la
transformación de un elemento en otro, a través del tiempo y del espacio. Sería ingenuo
pensar que esta ideología se mantuvo inalterable a lo largo de milenios de evolución cul-
tural, pero su esencia se perpetuó en el área, adaptándose a posteriores procesos de for-
mación ideológica desarrollados conforme se complicaba el proceso evolutivo. Estas
La experiencia cultural de los pueblos andinos culminó, al menos en lo que a organización política se refiere, en
los siglos XV y XVI, en que los incas construyeron un imperio. Sería erróneo concluir que la religión del Estado es
una consecuencia de esta formación imperial; de hecho ya estaba bien asentada con anterioridad en Wari y Chi-
Fig. 7 Momia adornada con plumas
mú. Pero es obvio que los datos disponibles refieren una religión formalizada con plenitud en la época incaica, de Baessler, 1903-1904
sobre todo porque la información acumulada por los cronistas españoles condiciona nuestra valoración sobre
este particular. De ella se desprende que los dioses andinos no fueron considerados como seres abstractos ori-
ginados en el tiempo de la creación y asociados a un espacio metafísico distinto, sino que compartían ciertos
aspectos del desarrollo cíclico del ser humano: habían nacido en un momento determinado, necesitaban ali-
mentarse e, incluso, podían morir; su comportamiento era cíclico, como también lo eran los cuerpos celestes,
la vida natural y los seres humanos. Aprovechando esta ideología que acercaba los dioses a los hombres, los
gobernantes fueron combinando, a lo largo de la historia, características humanas con aquellas que son pro-
pias de los seres sobrenaturales, separando su esencia de aquella que era compartida por el resto de la comu-
nidad humana; una estrategia que culminó con la identificación del Inca con el dios del Sol, Inti.
Esta religión y cultos de Estado conviven, no obstante, con el componente animista de la religión andi-
na, a la que se asocia una práctica ritual chamanista que también se relaciona con el culto a los antepasados.
De ahí la presencia de huacas —palabra quechua para denominar lo «sagrado»—, en múltiples ambientes, a
veces desligados de templos y sitios sagrados, donde se manifestaba una presencia sobrenatural como el agua,
una montaña, un hito en el camino, los espíritus del bosque…; pero también en objetos, tumbas, templos, etc.
El concepto andino de divinidad era flexible, y desechaba la idea de un panteón al estilo grecorromano; al con-
trario, podríamos pensar que construyeron un conjunto divino, un dios del cielo de múltiples facetas que tuvo
infinidad de aspectos; capaz de resumirse en conjuntos o expandirse en variadas permutas, dependiendo de los
contextos rituales en que actuara. Las divinidades andinas dependen del medio físico en que se instalan: el mar,
los peces, los mamíferos marinos y los espíritus de las fuentes que irrigan sus tierras en la costa; las montañas,
el cielo, el trueno, el terremoto, las cuevas y los lagos en la sierra. Y sobre ellos el Sol, la Luna, Venus, las Plé-
yades y Orión. Todas estas fuerzas fueron organizadas según un calendario ritual astronómico y astrológico. Un
porcentaje importante de esta ideología hace referencia al universo dirigente inca, el cual es consecuencia de
un largo proceso cultural producido por la decantación de los preceptos ideológicos más relevantes comparti-
dos por la sociedad andina desde milenios. Es así como debemos situar el propio mito del origen del pueblo
BIBLIOGRAFÍA
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ki (eds.), 1993; Pease, 1999; Rostworowski, 1997, pp. 201-213; Sallnow, 1987; Urton, 1980; Urton, 1981.
Cuando en el año 1586 Miguel Cabello Balboa recogía en su obra Miscelánea Antártica el mito de Ñaymlap, a
quien se le atribuye la fundación de una dinastía en el valle de Lambayeque anterior a la conquista chimú de ese
territorio, seguramente lejos estaba de pensar que muchos de los aspectos reflejados en esa leyenda habrían de
ser verificados cuatro siglos más tarde por la arqueología y los estudios iconográficos. Nos referimos a aspec-
tos tales como la presencia de una variedad de especialistas íntimamente relacionados con la parafernalia real
entre los que es posible distinguir músicos, perfumistas, pintores-maquilladores, tejedores, maestros conche-
ros y asistentes versados en las artes culinarias:
mas lo que entre ellos tenía más valor eran sus oficiales que fueron quarenta, ansí como Pita Zofi que era su
trompetero o tañedor de unos grandes caracoles, que entros los Yndios estiman mucho, otro era Ñinagintue a
cuio cargo estaua la vevida de aquel señor a manera de Botiller, otro llamado Fonga sigde que tenía cargo de
derramar polvo de conchas marinas en la tierra que su Señor auía de pisar, otro Occhocalo era su Cocinero,
otro tenía cuidado de las unciones y color con que el Señor adornava su rostro, a éste llaman Xam muchec,
tenía cargo de bañar al Señor Oilopcopoc, labrava camisetas y ropa de pluma, otro principal y muy estimado
de su Príncipe llamado Llapchiluli
(Cabello Balboa [1586], 1951, p. 327)
Aunque se ha intentado identificar a este héroe fundador y su nutrido séquito de oficiales con los personajes
de «ojos alados», tocados de plumas y alas postizas representados en las pinturas que recorren los muros de
un edificio de Ucupe, en el valle de Zaña (Alva y Meneses de Alva, 1983), se carece aún de las suficientes prue-
bas históricas que avalen la existencia de este personaje y sus descendientes, pero sí, como decíamos, de una
compleja división del trabajo desde tiempos preincaicos en la que se vieron involucrados numerosos artistas
y artesanos.
En este sentido, investigaciones arqueológicas como las realizadas en el sitio mochica de Pampa Gran-
de (Shimada, 1994 y 2001) o en los barrios de la ciudad chimú de Chan Chan (Topic, 1990) han permitido docu-
[ 62 ]
mentar talleres en los que se llevó a cabo una prolífica actividad artesanal a juzgar por los vestigios encontra-
dos relacionados con el hilado, el tejido, el cosido, la metalurgia, la alfarería y el arte lapidario.
Entre los asistentes que, según el relato de Cabello Balboa, acompañaban a Ñaymlap, no figura ningún espe-
cialista metalúrgico, aunque no nos cabe la menor duda de que si este mítico personaje hubiera llegado real-
mente en una gran balsa al valle de Yampallec (hoy Lambayeque) habría portado elaboradas piezas de metal
como parte de su atuendo, así como otras insignias también metálicas alusivas a su rango y papel político.
Estos metales, especialmente el oro, eran conocidos y explotados desde tiempos muy antiguos y su uso
se generalizó a partir del período Formativo, sobre todo a raíz de la expansión del culto chavín, difundiéndose
en un área muy extensa y sentando las bases para los futuros desarrollos tecnológicos regionales. A partir del
Horizonte Temprano, de los talleres de Chavín salieron hermosos objetos de oro y plata con diseños y conven-
ciones estilísticas que dejaban traslucir la complejidad de su arte religioso, así como formas tridimensionales
obtenidas mediante la unión por soldadura de láminas de metal. Asimismo, los artistas chavinenses ornamen-
taron las superficies metálicas de estas piezas con la técnica del repujado y crearon aleaciones de oro y plata,
demostrando con ello la gran habilidad que alcanzaron en el control de la temperatura (Burger, 1995, p. 201).
La técnica del laminado fue, por tanto, la preferida por los antiguos pobladores de los Andes centrales,
ya que con las hojas de metal podían también componer piezas unidas mecánicamente que al moverlas emití-
an sonidos; como los vasos-sonaja, cuyo uso estaba restringido a actividades de carácter ritual en las que la
musicalidad y movimiento de tales objetos debió de insertarse en un código de comunicación simbólica por
nosotros desconocido, enfatizado por el tintineo de los cascabeles y chalchalchas (sonajas) que colgaban de los
vestidos ceremoniales (Carcedo y Vetter, 1999, p. 182).
Una de las actividades mejor documentadas en los talleres mochicas de Pampa Grande fue la del traba-
jo del cobre. De su estudio se deduce que en centros como éste la materia prima llegaba ya semitransformada.
Es decir, el proceso previo de fundido, fragmentación con almirez y mortero (chungo y batán) y selección manual
se llevaría a cabo en el entorno de las zonas mineras, para ser luego transportada en caravanas de llamas a los
Fig. 1 Cerámica con la representación
centros urbanos. Una vez allí, era trasladada a los talleres de artesanos para ser sometida al refundido y refina-
de un horno de fusión, cultura
mochica do parcial en un crisol, y a posibles aleaciones, con el fin de lograr lingotes de metal refinado, de los cuales, tem-
plando y fraguando, se obtenían láminas de distintos grosores y tamaños.
Esas láminas eran cuidadosamente elegidas, cortadas, decoradas, soldadas y
ensambladas por los especialistas metalúrgicos, obteniéndose así el producto final. Éste
muchas veces se embellecía con la aplicación de la técnica de la filigrana y la del engastado
de conchas y piedras preciosas y semipreciosas (esmeraldas, malaquita, crisocola, azurita),
e incluso, con aplicaciones de diminutas plumillas multicolores como las que exhiben las
deslumbrantes máscaras de la cultura sicán que, junto a los cuchillos tumi, constituyen uno
de los mejores ejemplos de especialización multiartesanal en los talleres de la costa norte.
Las herramientas empleadas en estas actividades incluían desde yunques y mar-
tillos necesarios para la obtención de las láminas de metal, así como cinceles para cor-
tar, cincelar y repujar; punzones para perforar, delinear y marcar; buriles para grabar, agu-
jas para el satinado y embutideras en las que se trabajaban diseños semiesféricos para la
L O S C O L O R E S D E L M E TA L : E L O R O Y E L S O L , L A P L ATA Y L A L U N A
Además del sonido y del movimiento, el color era un componente de alto valor simbólico en las piezas metáli-
cas. Los andinos de la antigüedad supieron jugar de forma admirable con él, haciendo «mentir» al metal gra- Fig. 2 Máscara funeraria de oro
con incrustación de piedras preciosas,
cias a su habilidad y destreza en el manejo de aleaciones artificiales (especialmente la conocida con el nombre
cultura vicús (ca. 200 a. C.), Lima,
de tumbaga, compuesta de oro y de igual o menor cantidad de cobre), con las que lograban coloraciones dora- Museo del Oro
ellos llaman llimpi, el cual preciaban mucho por el mismo efecto que Plinio ha referido de los romanos y etí-
opes, que es para pintarse o teñirse con él, los rostros y cuerpos suyos y de sus ídolos
(Acosta [1590], 1987, p. 242)
Fig. 3 Detalle de un tumi con
la representación del Señor de Sicán,
Dado su alto grado de toxicidad es dudoso que fuera empleado como maquillaje, de modo que el mítico Xam cultura sicán medio (ca. 1000 d. C.),
Muchec, que en la narración de Cabello Balboa se ocupaba del color con que Ñaymlap adornaba su rostro, Lima, Museo del Oro
debió de utilizar alguna otra sustancia como pintura facial para su señor, seguramente la extraída del achiote
(Bixa orellana) para las tonalidades rojo-anaranjadas, y la frotación de chicha (Bignonia chicha) para la obten-
ción de una tonalidad más oscura.
No obstante, los dos colores con mayor carga simbólica fueron indudablemente el dorado y el plateado,
vinculados al Sol y a la Luna, respectivamente. Estos dos astros expresan la dualidad del día y la noche, y el con-
cepto de dualidad estaba profundamente arraigado en el pensamiento y la iconografía de las culturas andinas
desde sus inicios. Con el desarrollo de la tecnología del metal, el oro y la plata se convirtieron en excelentes vehí-
culos para la transmisión de este concepto, alcanzando su máximo exponente en la época incaica.
Ya en los ajuares funerarios de las espléndidas tumbas reales de Sipán, de las que hablaremos más ade-
lante, se encontraron pectorales confeccionados con cuentas de oro y de plata en forma de cacahuetes, alguno
de los cuales exhibía en su lado derecho cuentas de oro y en su lado izquierdo otras tantas de plata, en una cla-
ra alusión al concepto de dualidad y la unión de los contrarios.
lo cual fue la principal causa de la destrucción de aquellos edificios, porque por haber hallado estos meta-
les en algunos de ellos los han derribado todos buscando oro y plata
(Inca Garcilaso de la Vega [1609], 1991, p. 327)
Aunque seguramente lo más espectacular habría sido el jardín del Sol, en el que se reprodujeron en oro y pla-
ta los terrones del suelo, plantas, árboles, animales exóticos y seres humanos a escala natural, con la técnica
del vaciado.
Vemos así cómo los incas introdujeron interesantes innovaciones en la producción artística, debido a la
Fig. 6 Dibujo de técnicas para la
fijación de plumas en los tocados habilidad que tuvieron en organizar el trabajo de los especialistas venidos de distintas partes del imperio y forma-
dos en las tradiciones estilísticas propias de la cultura a la que pertenecían (chimúes y chancas, por lo general).
P L U M A S , M E TA L E S Y C O N C H A S P A R A E L M Á S A L L Á
que en el relato de Cabello Balboa se encargaba de este menester un oficial llamado Fonga Sigde. Esta costum-
bre también fue adoptada en la parafernalia incaica, ya que según la crónica de Martín de Murúa, con ocasión
de los desposorios reales de Huáscar Inca por donde la novia «iba con su marido, estaba todo el camino sem-
brado de oro y plata en polvo e infinita chaquira [collar de conchas] y plumería» (Murúa [1611], 1992, p. 116), o
lo que es lo mismo, los tres elementos alusivos a la división tripartita del cosmos: agua, tierra y cielo.
De las aguas del Pacífico también procedía el famoso caracol Strombus gigas, utilizado como instru-
mento musical a modo de trompeta, como la que tañía Pita Zofi en el legendario cortejo de Ñaymlap y como
las que interpretaban los músicos trompeteros que, junto a otros tocando flautas de pan, quenas, maracas e
instrumentos de percusión, formaban parte de pomposas procesiones militares, magistralmente plasmadas en
las cerámicas mochicas.
En dichas representaciones, los personajes principales suelen ir engalanados con caprichosos tocados
de fina plumería y bastones de mando de los que también cuelgan plumas. Las plumas preferidas para ello Fig. 10 Guerrero inca pintado en
un kero de madera, cultura inca
eran las procedentes de la guacamaya roja (Ara macao) y de su homónima azul y amarilla (Ara ararauna).
(1450-1534), Museo de la Universidad
Éstas, eran delicadamente sujetas mediante nudos a cuerdas de algodón para formar ristras de plumas que, de Cuzco
a modo de mosaico, se aplicaban sobre el soporte, mientras que las que componían la cresta del tocado se
sujetaban mediante otra técnica a fin de que se mantuvieran erguidas y firmes.
Las fieles reproducciones de aves como éstas, originarias de la selva tropical, así como de tucanes y
loros en la iconografía de la costa, son testimonio de la existencia de unas potentes rutas de comercio que de
norte a sur y de este a oeste atravesaban la región andina, posibilitando la obtención de materias primas oriun-
das de ecosistemas muy variados (costa, altiplano, selva).
E L E S TA L L I D O D E L C O L O R : L O S T E J I D O S Y L A P I N T U R A M U R A L
Al igual que la metalurgia, la confección de prendas, como las que en el mito de Ñaymlap embellecía Llapchi-
luli, formaba parte de una larga cadena de producción artesanal. Ésta incluía el hilado, el tinte, el tejido, el cosi-
do y, en ocasiones, la ornamentación mediante el bordado y aplicación de plumas o metal. Estas actividades
se desarrollaban en talleres artesanales bajo la supervisión de patrones o, al menos, así han sido interpreta-
dos los individuos que aparecen sentados en banquetas, en la escena de tejido plasmada en un conocido flo-
rero mochica.
Fig. 12 Felipe Guamán Poma de de estancias reservadas a la actividad de artistas y artesanos en los conjuntos de tipo palaciego, entre los que tam-
Ayala, Nueva crónica y buen gobierno, bién se documentaron vestigios relacionados con el tejido y la tecnología del color (Inomata, 2001). Tal vez existie-
1615, Dinamarca, The Royal Library
(lám. 759 «Ñusta hilando») ra la creencia de que en la transformación de aquellas materias primas destinadas a convertirse en obras de excep-
cional belleza y altamente simbólicas, intervenía un poder sobrenatural sólo reservado a los miembros de las elites.
La aridez del clima peruano ha permitido que muchos de estos tejidos, la mayoría procedente de fardos
funerarios, se hayan conservado en excelente Estado, destacando entre los más vistosos los de Paracas, Nasca
y Wari, cuya técnica y diseños fueron adoptados por los tejedores del Tawantinsuyo, adaptándolos a los intere-
ses políticos del gobierno del Inca. Lo excepcional de su colorido ha quedado también reflejado en los keros o
vasos troncocónicos de madera, tan característicos del arte inca, en los que se pintaron al encausto guerreros
y otros personajes ataviados con vistosa indumentaria.
El color jugó también un papel muy importante en las pinturas murales que decoraban la arquitectura monu-
mental del antiguo Perú, cuyo estudio más completo ha corrido a cargo de Duccio Bonavia (1985). Se trata de pin-
turas al temple y no al fresco, como en alguna ocasión se ha sugerido. Antes de pintar, encima del enlucido se apli-
caba una delgada capa o base blanca, seguramente con una llana de piedra. Una vez realizado el estudio pictórico,
la pintura podía aplicarse directamente sobre esa capa blanca (estilo lima) o bien se marcaban mediante incisiones
las siluetas de las imágenes deseadas que finalmente se rellenaban de color, método conocido como estilo moche.
La paleta de colores era muy completa, sobre todo la mochica, figurando entre los preferidos el rojo, el
amarillo y el azul. Con ellos, los pintores mochicas introdujeron secuencias narrativas en las que los personajes
ENLUCIDO ENLUCIDO
CAPA CAPA
DE BASE BLANCA DE BASE BLANCA
Y APLICACIÓN
DE MOTIVOS
INCISOS
APLICACIÓN APLICACIÓN
DE LA PINTURA DE COLOR EN LOS
MOTIVOS INCISOS
parecen estar flotando en un espacio indefinido. Generalmente se trata de figuras humanas pintadas a escala
natural, dentro de composiciones que difieren bastante de las rígidas representaciones de seres sobrenaturales
y monstruosos tallados en los edificios de estilo chavín o modelados en los frisos de Garagay. Entre las más
famosas destacan los murales de Pañamarca y la «rebelión de los artefactos» de la Huaca de la Luna, así como
las procesiones de guerreros y prisioneros que recorren los muros de esos edificios y de Huaca Cao Viejo.
Bajo el dominio Wari, siguiendo las tendencias de Tiwanaku, se enmarcaron las escenas, de modo que
los tipos iconográficos quedaron atrapados en celdas, asemejándose más a los diseños textiles. Por último, ya
hemos visto cómo los incas sintieron una mayor admiración por el revestimiento de muros con láminas de oro
y de plata, pero aun así el inca Garcilaso nos cuenta que en el Coricancha había un hermoso arco iris pintado
en la parte del templo dedicado al culto de ese espectacular fenómeno de la naturaleza «por la hermosura de
sus colores y porque alcanzaron que procedía del sol. Y los reyes Incas lo pusieron en sus armas y divisas» (Inca
Garcilaso de la Vega [1609], 1991, pp. 122-123).
Tradición e innovación son, por tanto, dos cualidades inherentes al arte del antiguo Perú, cuyos espe-
cialistas gozaron de una posición social privilegiada que se perpetuó hasta el tiempo de los incas, en que inclu-
so había una ley que
mandaba que a cada uno de los maestros y oficiales que trabajaban en servicio del Inca o de sus curacas se
les proveyese de todo lo que había menester para trabajar en sus oficios y en sus artes. Esto es, que al plate-
ro le diesen oro o plata o cobre en que trabajase. Y al tejedor, lana o algodón. Y al pintor, colores. Y todas las
demás cosas en cada oficio necesarias, de manera que el maestro no pusiese más que su trabajo y el tiempo
que estaba obligado a trabajar
(Inca Garcilaso de la Vega [1609], 1991, p. 285)
BIBLIOGRAFÍA
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da, 1994; Shimada, 2001, pp. 177-205; Topic, 1990, pp. 145-176.
Desde la perspectiva del ámbito occidental la cerámica ha sido siempre considerada como una actividad artesa-
na, un «arte menor», entendiendo que existen otras artes con mayúscula, más importantes, a las que denomi-
namos «mayores». Pocas veces nos detenemos a pensar que esa valoración procede de una clasificación de las
artes que se inicia en el Renacimiento y se fija en el siglo XVIII, y que se debe a razones económicas y sociales carac-
terísticas de nuestra sociedad occidental. Esa clasificación no es universal y se revela totalmente inútil cuando nos
enfrentamos con el arte de culturas ajenas a la vieja Europa.
En la América antigua las culturas y las artes se encaminaron por derroteros diferentes a los occidenta-
les, y la cerámica fue una de las manifestaciones artísticas más destacadas de muchos de sus pueblos. Algunos
de ellos realizaron y decoraron su cerámica de modo tal, que reflejaron en ella su modo de vida y sus costum-
bres. Así, a través de esas representaciones, llenas de expresividad y relativo realismo, conocemos mucho más
de ellos que lo que hemos podido descubrir a través de excavaciones arqueológicas rigurosas. En el área perua-
na todo lo dicho adquiere verdadera carta de naturaleza, ya que el arte cerámico del antiguo Perú representa,
tal vez, una de las cumbres del arte americano prehispánico.
En América no se utilizó el torno de alfarero, lo que permitió a los ceramistas liberarse del sometimien-
to a las formas circulares y dar rienda suelta libremente a su imaginación. Los artistas peruanos utilizaron diver-
sas técnicas: el modelado directo o formación de la vasija a partir de una masa de arcilla, convivió con la técni-
ca del adujado, o superposición de rollos de arcilla que se unen y alisan hasta obtener la forma deseada. En
ambas técnicas podía usarse la tilla, una piedra o un trozo de cerámica discoidal sobre la que se modelaba la
vasija como en una especie de torno rudimentario. Elementos prominentes, como asas o golletes, se realiza-
ban de la misma manera, añadiéndose posteriormente al cuerpo del ejemplar. Cerámicas tan sofisticadas como
las de Nasca se confeccionaron siempre a mano. Una técnica muy característica es la del paleteado, o uso de
paleta y yunque, que conforma las paredes de la vasija golpeando el exterior con una paleta mientras que el inte-
rior se sostiene con un pequeño «yunque», un guijarro de superficie suave o la propia mano, lo que produce
un característico acabado superficial. El paleteado es distintivo de la cerámica sicán de comienzos del Interme-
dio Tardío en la región de Lambayeque.
[ 69 ]
En el período de Desarrollos Regionales o Intermedio Temprano aparece el uso del molde, lo que deri-
varía en una especie de fabricación en serie. Los moldes eran de arcilla cocida, confeccionándose una vasija con
dos moldes complementarios que se separaban cuando la pasta se había secado y se acababa la pieza cuida-
dosamente a mano. El uso del molde es característico del norte de Perú, debido a la proximidad de Ecuador, y
fue muy común, por ejemplo, en la cerámica moche y en la posterior cultura chimú. Pero los moches combi-
naron el moldeado con el posterior modelado, consiguiendo un realismo impresionante.
Una vez formada la vasija, la superficie se alisaba e igualaba, y tras el secado al sol, solía engobarse
—aplicación de un baño de arcilla coloreada muy diluida— y podía después pulirse con ayuda de diversos obje-
tos para lograr un brillo particular. Era entonces el momento de aplicar la decoración pintada, si la había. Los
colores eran de origen mineral o vegetal y la pintura se aplicaba con ayuda de un pincel, delineando primero
los diseños en negro u otros colores, y rellenando después el interior, siempre con colores planos. En algunos
estilos, como paracas o pucará, los diseños se remarcaban con incisiones. Fig. 1 Vasija antropomorfa chancay,
Una técnica especial de decoración, que podemos ver en las cerámicas salinar, virú o recuay, es la lla- 900-1400 d. C., Barcelona, Museo
Etnológico (138-737)
mada de resistencia o pintura «negativa». Consiste en aplicar sobre la superficie de la vasija un material resis-
tente según los diseños que se desean obtener y, tras el engobado de la pieza, retirar dicho material, apare-
ciendo los motivos decorativos en negativo.
La cocción fijaba los colores y según el proceso seguido se contribuía con ella a la decoración. La cocción
oxidante, es decir, que permite la entrada de oxígeno durante el proceso, produce una cerámica de color rojo. La
cocción reductora impide la entrada de aire y da como resultado una característica cerámica de color negro que
unida a un cuidadoso pulimento ofrece un acabado brillante muy llamativo. La cerámica negra es muy caracte-
rística de Chavín y Cupisnique en el período Formativo, y de Sicán y Chimú en el período de Estados Regionales.
Muchas de las formas de la cerámica peruana son comunes también en otras áreas culturales, como los
cuencos, vasos, tazones, platos o cántaros, denominaciones que nos remiten a una cerámica utilitaria, a la «vaji-
lla doméstica», y que se hacen presentes desde el Formativo Temprano, cuando la técnica de la cerámica hace su
aparición en Perú, hasta el momento de la conquista. Esas formas no se limitan a las vasijas de uso doméstico,
sino que pasarán también a la cerámica suntuaria y podrán convertirse en soportes de una compleja decoración.
Fig. 2 Kero wari, 500-900 d. C.,
Ejemplos de éstas los podemos encontrar en Chavín o en Paracas, pero que se mantienen también en períodos
Barcelona, Museo Barbier Müeller
posteriores, como en el caso de la cerámica nasca, y en tiempos aún más tardíos, como en la cerámica chancay. (532-57)
En algunos casos las formas se modifican para ofrecer un mejor soporte decorativo, perdiendo prácticamente
su funcionalidad. Es el caso, por ejemplo, de los grandes platos moche, de gigantescos bordes abiertos sobre los que
la decoración se desarrolla en forma de una amplia banda. O aparecerán nuevas funciones, como la de los delicados
platos de ofrendas incas, los pucus, circulares, muy poco profundos y con un asa-mango que remata en una cabeza de
animal, generalmente un ave. O la función determinará la forma, el tamaño en este caso, como el de las vasijas en
miniatura incas, depositadas como ofrendas en las elevadas cimas de los Andes, los llamados santuarios de altura.
En otros casos aparecen variaciones propias de esas tradicionales formas, tal es el caso del kero, vaso o
cubilete de base plana y paredes ligeramente convexas, tipo afortunado y muy característico de la cerámica inca,
hasta el punto de que, traducido a la madera, se continuará realizando en la época colonial, pero que ya aparece
en la cerámica tiwanaku y continúa en Wari. En otros casos y al margen de la decoración añadida, puede encon-
trarse un fuerte componente estético en el propio juego de la forma, llevada a sus últimos extremos, como en el
caso de los estilizados vasos kero tiwanakotas, acampanados al máximo y sustentados sobre una base inverosímil.
dencias de una producción en serie y una estereotipación de sus diseños, debido probablemente a la enorme
demanda para enterramientos. La cerámica característica es de color gris-negro y los diseños, principalmente
escultóricos o en relieve, representan toda una serie de frutos y plantas, siempre de utilidad para el hombre y
animales comestibles y salvajes, seres humanos realizando todo tipo de actividades y seres míticos. A pesar del
aparente «realismo» de esas representaciones, de nuevo el simbolismo religioso, la visión del mundo en dos
planos, el real y el sobrenatural, parecen ser los protagonistas del arte chimú.
BIBLIOGRAFÍA
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El Cusco existía como ciudad imperial incaica a la llegada del español en 1534. Era la capital política de una vas-
ta región que se extendía desde Colombia hasta Argentina y Chile, y del Pacífico hasta la ceja de la selva ama-
zónica. Pero también era la capital religiosa y el centro simbólico del territorio dominado, al que caracterizaba
con cuatro divisiones o rumbos hacia los puntos cardinales. Era igualmente la síntesis de ese territorio, al que
nominaba como Tawantinsuyo (el conjunto de los rumbos).
El dominio del territorio se conseguía no sólo por las conquistas militares que dieron origen al imperio,
sino por el control que se ejercía gracias a los representantes locales y, fundamentalmente, mediante la red de cami-
nos y puentes que permitían saber qué pasaba en cada región, y a través de los cuales se cobraban los impues-
tos, se comerciaba y se acercaban al monarca los productos que requiriera.
La ciudad que conocieron los españoles no tenía una estructura urbana continua, pues poseía tres com-
ponentes básicos: el centro del poder, los arrabales contiguos y los barrios satélites. El centro nobiliario fue
reconstruido por Pachacútec poco antes de promediar el siglo XV y coincidió con la expansión territorial del
imperio. Este centro tenía funciones religiosas, administrativas y de residencia de los nobles, y se encontraba
entre los ríos Saphi y Tullumayo. La parte residencial del barrio nobiliario coincidía en parte con los aledaños de
la actual plazuela de Nazarenas.
En la parte alta, y ya fuera de la ciudad, se encontraba la fortaleza de Sacsayhuaman, desde la cual se
dominaba visualmente todo el valle. En sus cercanías había también lugares de culto como Quenco Grande y sus
altares menores, que se extendían por una amplia superficie hasta encontrar los sitios de Tambomachay y Puca
Pucara. En un punto intermedio, la explanada elevada de Colcampata daba asiento a los almacenes de granos
para el abastecimiento de la ciudad.
Dentro de la historia colonial americana, la ciudad del Cusco se presenta como un caso particular, ya
que se asentó sobre ese antiguo centro prehispánico, cabeza de un vasto imperio. La reorganización espa-
ñola, recogió este carácter de capital civil, que se extendió asimismo a la jurisdicción eclesiástica con la
creación del obispado cuatro años después. Pero aun dentro de aquel siglo XVI, la ciudad de Lima llegaría
a ser la capital virreinal y la sede episcopal principal, si bien el Cusco no perdería otras calidades notorias.
[ 75 ]
La persistencia de muchas de esas cualidades se vería favorecida por su mismo aisla-
miento dentro del territorio.
La transferencia virtual de los valores simbólicos incaicos se realizaría con bas-
tante facilidad gracias a ese fuerte contacto de los primeros momentos; contactos que se
concentraban allí por ser ésta la cabecera española. Aprovechando esa interacción, auto-
ridades civiles y religiosas buscaron una suerte de continuidad que va a notarse en dife-
rentes aspectos de la organización urbana y en las costumbres que trataron de afirmar-
se. Los sitios sagrados de los incas son tomados entonces como base para asentar las
nuevas funciones de la ciudad, a veces hasta apelando a similitudes entre el destino pre-
vio y el nuevo, como la ubicación de la catedral sobre el palacio imperial, la instalación
del monasterio de Santa Catalina en lo que fuera la Casa de las Vírgenes o el convento de
Santo Domingo superponiéndose al Coricancha (Templo del Sol).
Lógicamente, fue necesario el mestizaje —en el más amplio significado de la palabra— para lograr una Fig. 1 Planta de la antigua
Huacaypata incaica siglo XV adecuada
consolidación de simbolismos, y eso redundó en un sentido de identidad. La unión de lo hispano y lo incaico no
como un conjunto de plazas
se vio como una sumatoria, sino como una integridad, que pronto puso en evidencia ese sentido de síntesis que españolas, según Emilio Harth-Terré,
Cusco, siglo XVI
abarca toda la sociedad y que encuentra en la ciudad un espejo de tal pertenencia.
Es seguramente por ello que pronto en Europa se creó casi un mito de la ciudad surgiendo numerosas
imágenes ideales del Cusco, concretadas a partir de descripciones vagas, pero ponderativas. A lo largo del siglo XVI
y durante buena parte del XVII, habrá una buena producción de grabados y dibujos que harán perdurar por lar-
go tiempo tales idealizaciones en la mente de quienes no conocían la verdadera ciudad.
Si los españoles se admiraban ante el oro de los ornamentos y la riqueza del emperador, los incas se
deslumbraban ante el poderío militar de los peninsulares. Los americanos contemplaban atónitos los caballos,
las armaduras, las armas de fuego y hasta la misma apariencia de los hombres barbados. Los peninsulares no
dejaban de admirar la ciudad del Cusco, la extensión del dominio incaico, el vasallaje que le rendía casi toda la
región andina y la organización de caminos, puentes, fortalezas, sistemas de correos y obras de riego. Los des-
lumbramientos de los primeros momentos fueron mutuos.
Y así como los hitos simbólicos de la ciudad son tenidos en cuenta para la reestructuración hispana, tam-
Fig. 2 Beaterio de las Nazarenas,
bién ellos llegaron a convertirse en referentes para toda el área de influencia mediata e inmediata. De algún modo,
muro de transición entre la
en aquel primer período colonial, se recrea el Tawantinsuyo en una nueva clave dentro de la que el cruce de los ejes arquitectura incaica y española,
Cusco, siglo XVI
sigue teniendo vigencia. Si la ciudad —ya a fines del siglo XVI— no va a ser más la cabecera del Perú, continúa sien-
do una bisagra entre la capitalina Lima y la zona del Potosí. Con ello, se articula también la ligazón con los territo-
rios del Tucumán (Argentina) y con otras regiones andinas del norte, como Quito y partes de la actual Colombia.
La gran plaza de Huacaypata asustó a los españoles con su inmensa extensión de unas siete hectáreas,
por lo que pronto la dividieron en tres espacios construyendo dos grupos de manzanas. Ello les permitió man-
tener la idea de plazas congregantes, con vida y animación, aunque en clave española que da «especialidades»
a cada una de ellas: la de San Francisco, la de los Regocijos y la actual Plaza de Armas, que adquiere desde un
principio el carácter de síntesis del conjunto. Y si este centro tiene poder de convocatoria, no debemos dejar de
lado que ello no se produce de manera estática, sino a través de los dinamismos generados por los derroteros
que a ella conducen, porque además de consolidarse la centralidad de la plaza, se afirma la preeminencia de las
antiguas «huacas» y sitios ceremoniales que en la colonia definen renovados usos y significados. Así, se vuelve
siempre le da un sitio preponderante a la mención de las fiestas, detallando además los recorridos, los adornos
de la ciudad y demás minucias. Sus relatos nos muestran procesiones religiosas en honor de san Marcos, san-
Fig. 3 Portada de la capilla del colegio to Domingo, san Cristóbal, así como las celebraciones con ocasión de los traslados y fundaciones, como las
de San Bernardo en Cusco, muros
beatas de la Recoleta, el hospital del Espíritu Santo y la iglesia y monasterio de Santa Clara. Para el traslado de
de transición siglo XVI y portada
siglos XVII-XVIII éstas, se adornaron las calles con colgaduras y tapicería, y la procesión solemne fue acompañada por la noble-
za, los ciudadanos y mercaderes, y hasta un escuadrón militar.
Lógicamente, la ruta seguida iba uniendo los puntos más significativos de la ciudad como la catedral,
la iglesia de San Francisco o la de la Merced entre otros. Pero eso no representaba sólo marcar los hitos cris-
tianos sino, de algún modo, dar un nuevo significado a los lugares que eran reconocidos por el indígena como
«sagrados», al igual que las mismas fiestas católicas, que iban cubriendo viejas creencias andinas y renovando
antiguos ritos. La llamada «vía sacra» se reiteró una y otra vez y es la que hasta hoy se acusa en desfiles, pro-
cesiones y hasta en el camino preferido de los peatones.
Antiguas tradiciones españolas están presentes con nueva forma, como las Cruces de Mayo, llamada
aquí «Cruz Velacuy», pues se vela la cruz la víspera de la fiesta. También hubo solemnes actos universitarios,
oposiciones a cargos eclesiásticos, juegos de cañas y hasta la costumbre de poner el «Vincitor» con almagre
después de un examen, aunque algunas de estas cosas fueron olvidándose o perdiendo brillo. Sin embargo,
entre todas las celebraciones se destaca la del Corpus Christi, a la que el concilio tridentino recomendaba dar
importancia. En el Cusco esta festividad, movible alrededor del solsticio invernal del hemisferio sur y cuyo día
central siempre se celebra en jueves, coincidía con una tradicional fiesta del incanato en honor del Sol, llamada
Inti Raymi que se celebra cada 24 de junio. Evidentemente, ello posibilitó la asociación de ambos símbolos que
Fig. 4 Calle Atunrumiyoc de Cusco,
se tradujo en múltiples aspectos de la evangelización.
muro incaico sobre el que se
superpone el muro colonial La festividad cristiana abarca una semana entre la llegada de las distintas imágenes procedentes de sus
respectivas parroquias a la catedral, los ritos pertinentes dentro de la misma, la proce-
sión junto a la sagrada Eucaristía y el regreso de las imágenes a sus templos de origen.
En este proceso participan catorce imágenes, que coinciden con el número de monarcas
incas. La semana del Corpus se anima con una serie de carreras entre algunos de los san-
tos, como san Sebastián y san Jerónimo, y las apuestas sobre cuál de ellos llegará pri-
mero al centro desde sus respectivas parroquias. Incluye también visitas previas y poste-
riores a algunas de las iglesias del centro de las vírgenes y santos que salen de las
parroquias periféricas del Cusco, así como la estadía de varias noches de todas las imá-
genes en la catedral.
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El arte de la pintura irrumpió en el vasto territorio del Tawantinsuyo con una fuerza inusitada. En 1533, mientras el
capitán español Diego de Mora retrataba al inca Atahualpa, empezaban a circular las primeras tablas con imágenes
religiosas, ante el asombro de la población nativa. Poco tiempo después, los primeros pintores profesionales daban
inicio a una actividad sostenida en talleres que enseñaban el oficio a criollos, mestizos e indígenas. Todo ello se vería
potenciado por el auge contemporáneo del grabado, un aliado providencial para la transferencia de las formas artís-
ticas que habrían de transformar radicalmente el imaginario visual de los Andes. A diferencia del hermético geome-
trismo abstracto que había dominado hasta entonces en el arte incaico, la pintura renacentista llevada por los con-
quistadores tenía como ejes la perspectiva y la representación «racional» del mundo visible. No requería un
conocimiento especializado de sus potenciales espectadores, sino que apelaba simplemente a la mirada. En ello fun-
daba su modernidad y su formidable poder de adaptación a una sociedad en formación que por este medio pudo
expresar, con similar eficacia, sus formas peculiares de religiosidad o sus contrapuestas identidades étnicas.
Uno de los factores determinantes para el desarrollo de las escuelas pictóricas locales radicó en la nue-
va organización administrativa del Estado virreinal. Lima y la costa se habían convertido en el centro del poder
político, mientras que el Cusco mantendría su prestigio como antigua capital del Tawantinsuyo y encrucijada
estratégica del comercio colonial surandino. Como capital y sede cortesana, Lima gozaría de una relación privi-
legiada con las principales corrientes artísticas de la Península —sea por la importación de obras o por la pre-
sencia constante de maestros europeos—, que desde allí partían hacia el interior del virreinato. En cambio el
Cusco, desde su posición periférica y en armonía con el fuerte componente indígena de su población, no se limi-
tó a recibir pasivamente las influencias llegadas desde la capital sino que iría desarrollando respuestas propias.
Esta marcada dualidad urbana tendría consecuencias perdurables en el carácter de cada escuela y en sus res-
pectivas áreas de influencia.
Al principio, las obras llegadas a una u otra ciudad sólo reflejaban el gusto arcaizante o las preferencias
devotas de los conquistadores avecindados en ellas. Eran por lo general piezas de estilo goticista hispano-flamen-
co, relacionadas en su mayoría con advocaciones populares de Andalucía. Entre tanto, hacia mediados del siglo XVI
[ 80 ]
fueron estableciéndose en el virreinato algunos pintores peninsulares que llegaban atraídos por la creciente deman-
da sudamericana. Uno de los primeros fue el cordobés Juan de Illescas el Viejo, establecido en Lima a partir de
1554, luego de haber trabajado en México y Quito. Illescas el Viejo era el primero de una verdadera dinastía de pin-
tores con el mismo apellido documentados en la capital del virreinato hasta principios del siglo siguiente.
Por su parte, los vecinos fundadores del Cusco vieron llegar a maestros peninsulares de segundo orden
con los que se iniciaba una sostenida actividad local. Sin embargo, ninguno de esos artistas pioneros consiguió
dejar testimonios perdurables de su trabajo. Este olvido fue consecuencia del enorme impacto causado por el
novedoso estilo de un grupo de pintores italianos llegados al país en el último cuarto del siglo XVI, cuyas obras
dejarían una huella profunda en la región surandina.
P R E D O M I N I O I TA L I A N I S TA
Fig. 1 Mateo Pérez de Alesio, Virgen
de la Leche, ca. 1604, Lima, colección En efecto, las condiciones de estabilidad política creadas por las reformas del virrey Francisco de Toledo y el esta-
privada blecimiento de la Compañía de Jesús en 1568, favorecieron el traslado de tres maestros italianos que vendrían
a renovar definitivamente el panorama de la incipiente pintura peruana. Bernardo Bitti, Mateo Pérez de Alesio
y Angelino Medoro arribaron al Perú en 1575, 1589 y 1599 respectivamente. Ellos representaban modalidades
artísticas más avanzadas y acordes con las necesidades evangelizadoras del extenso virreinato. Su estilo no era
ya el manierismo sino las corrientes opuestas, es decir la contramaniera y la antimaniera. Estas vertientes «orto-
doxas» —desde el punto de vista de la devoción tradicional— eran propugnadas de manera oficial por la Igle-
sia católica contrarreformista a partir del Concilio de Trento.
Una generación de discípulos prolongaría la vigencia del estilo iniciado por estos pintores en casi toda la
América del Sur, al menos hasta la cuarta década del siglo XVII. El arte de Alesio hallará continuidad en su hijo
Adrián, pintor y religioso dominico, así como en su discípulo romano Pedro Pablo Morón o en sus continuadores
limeños, Domingo y Clemente Gil. También fue un anónimo seguidor suyo quien realizó hacia 1628 la decoración
mural de la capilla del capitán Villegas, en la iglesia de la Merced, uno de los más importantes conjuntos en su
género. Otras obras de Alesio viajaron al Cusco y los Andes del Sur, donde el género de las imágenes de piedad
cobraría una fuerza inusitada. Los discípulos del jesuita Bitti, por su parte, mantuvieron en esa misma región su
elegante iconografía devota. Finalmente, el taller establecido por Medoro en Lima se expandió también hacia el sur
a través de aprendices como el indígena cusqueño Pedro de Loayza o el criollo Luis de Riaño, quien se trasladó al
Cusco llevando bocetos y modelos directamente tomados de las composiciones de su maestro.
ARCAÍSMO E INNOVACIÓN
A medida que avanzaba la primera mitad del siglo XVII, se iría resquebrajando la inicial unidad de estilo dejada por
los maestros italianos. De un lado, el lenguaje arcaizante de aquella primera generación de seguidores locales, sobre
todo en el sur andino, anunciaba el inicio de un fascinante proceso de empatía con el mundo social circundante. De
otro, la constante recepción de novedades estilísticas procedentes de Europa hacía prefigurar inminentes cambios.
Una de esas innovaciones era el naturalismo, aportado por los ecos de la pintura española más recien-
te y por la presencia de maestros menores inmigrantes de la Península. Otro importante factor de cambio estu-
vo constituido por la circulación masiva de estampas flamencas, que servirían como esencial fuente de inspi-
ración a los artistas. Estos grabados no se limitaban ya a las conocidas composiciones de los maestros
romanistas, sino que transmitían el estilo dinámico y plenamente barroco de Peter Paul Rubens. Todo ello
Varias generaciones de pintores, criollos en su mayoría y formados en talleres locales, venían trabajando en las prin-
cipales ciudades del país al promediar el siglo XVII. Prueba de ello es el esforzado intento de agremiación empren-
dido por los artífices de Lima en 1649, quienes sumaban al momento treinta y dos maestros de pintura, policro-
mía y dorado, quienes nombraron como apoderados a Bartolomé Luys, Francisco Serrano y Juan de Arce. Su
propósito inmediato era defenderse de la competencia desleal que significaba la creciente proliferación de obra-
dores con fines puramente comerciales —algunos incluso dirigidos por clérigos empresarios— en los que se hacía
Pero la escuela limeña sólo hallaría su plenitud durante el último tercio del siglo. Una de sus expresiones más nota-
bles se encuentra en el ciclo de pinturas sobre la vida de san Francisco de Asís (1671-1672) que decora el claustro
de su orden. Esta obra logró convocar a los artistas criollos que gozaban de mayor aprecio en la ciudad. Según el
cronista fray Juan de Benavides, la serie fue pintada por cuatro maestros, «después de haberlos escogido por los
mejores». Se refería a Francisco de Escobar (activo entre 1649-1676), quien al parecer dirigió las obras, Pedro Fer-
nández de Noriega († 1686), Diego de Aguilera (1619-1676) y el esclavo Andrés de Liébana, cuya maestría en el ofi-
cio no deja de llamar la atención en el contexto de la sociedad colonial. Los resultados pusieron en evidencia el
espíritu ecléctico y europeizante de la pintura limeña, capaz de conciliar —en palabras de fray Miguel Suárez de
Figueroa— «la curiosidad estudiosa de los países de Flandes, los curiosos estudios de Roma y los cuidados exce-
lentes de Florencia». En medio de este mundo narrativo enteramente artificioso, poblado de arquitecturas clásicas
y bosques flamencos, Francisco de Escobar insertó su autorretrato —acompañado por un hijo suyo— en el cua-
dro inicial. Significativamente, Escobar reelaboraba así la imagen del artista caballero que había caracterizado la
lucha por el reconocimiento social de los grandes maestros españoles del Siglo de Oro.
Aún durante esos años, el trasvase de pintores capitalinos hacia los Andes seguía siendo un claro indicio
de la vitalidad de Lima como centro artístico. Varios miembros del frustrado gremio de 1649 se trasladarían al
Cusco en los años siguientes. El terremoto de 1650 había devastado la ciudad, por lo que fue preciso reconstruir
casi todos sus edificios eclesiásticos. Seguramente atraídos por la formidable demanda cusqueña de esos años,
marcharon desde Lima Juan Calderón y Francisco Serrano. Este último, llegado hacia 1659, decoró la nave de la
iglesia de Tinta con escenas de la vida de Cristo inspiradas en estampas de Schelte Bolswert y Carel van Mander.
Por entonces, el uso de prototipos grabados ya se había generalizado entre los pintores del Cusco. Uno de los
primeros artistas locales que se valieron de las estampas de Rubens fue Lázaro Pardo de Lago (activo entre
1630-1669). Su Asunción de la Virgen (1632) para la parroquia de san Cristóbal tomaba como punto de partida
la composición homónima que grabó Paul Pontius según diseño original de Rubens. La hibridez formal resul-
tante diluye el complejo dinamismo del maestro flamenco. Paralelamente, Lázaro Pardo explora un inquietante
naturalismo en los cuadros encargados por la comunidad franciscana. Entre ellos destacan un par de lienzos
LA «ERA MOLLINEDO»
Aunque la producción artística cusqueña ya se había consolidado, recibirá un impulso todavía mayor durante el
gobierno eclesiástico del obispo Manuel de Mollinedo y Angulo (1673-1699). Clérigo madrileño de vasta cultu-
ra humanística, Mollinedo llevaba consigo una valiosa colección propia que comprendía obras de El Greco,
Sebastián de Herrera Barnuevo, Juan Carreño de Miranda y otros pintores de la corte española. Al entrar en con-
tacto con el efervescente medio artístico cusqueño, estas telas debieron constituir un poderoso estímulo tanto
para los pintores «españoles», atentos en principio a las novedades estilísticas de la metrópoli, como para el
emergente artesanado indígena de la ciudad.
En 1688 se produjeron graves conflictos entre ambos sectores. Con ocasión de las fiestas del Corpus
Christi, los pintores españoles habían presentado un memorial ante el corregidor del Cusco para levantar ellos
solos el arco efímero correspondiente a su gremio, excluyendo de hecho a los indígenas. En opinión de Mesa y
Gisbert, esta situación en apariencia anecdótica tendría enorme trascendencia y señalaría, a la postre, el punto
de partida para el momento más creativo de la escuela cusqueña de pintura.
Dos grandes maestros indígenas, favorecidos por el mecenazgo de Mollinedo, dominaron el panorama
durante este último cuarto del siglo XVII: Diego Quispe Tito (1611-1681?) y Basilio de Santa Cruz Pumacallao (activo
entre 1661-1700). Ambos constituyeron personalidades artísticas singulares, favorecidas por el mecenazgo de Molli-
nedo, y sus maneras llegarían a imponerse con gran ventaja sobre los artistas «españoles» de su generación, anti-
cipándose así al florecimiento de la pintura «mestiza». Procedentes de familias segundonas o empobrecidas de la
aristocracia indígena, uno y otro parecen haberse valido del oficio para ganar el reconocimiento social o la fortuna
que su origen no les podía procurar .
Quispe Tito solía añadir el apelativo de «inga» al firmar algunos de sus cuadros, pero es todavía un mis-
terio su formación e incluso su trayectoria personal, que sólo puede seguirse a través de sus obras fechadas.
Pudo ser oriundo de la parroquia de San Sebastián, templo que conserva lo más original de la pintura de Quis-
pe, reconocible por su vivo colorido, pincelada ágil, y ese gusto por un paisajismo idealizado, en el que bosques y
montañas de raíz flamenca se ven animados por una multitud de avecillas que, a menudo, parecen identificarse
Al entrar el siglo XVIII, la aceptación de la pintura cusqueña se extendía rápidamente y aumentaba la demanda
desde todos los confines del virreinato. De hecho, el Cusco se convirtió en el centro de un floreciente mercado
exportador de lienzos religiosos hacia el Alto Perú, Chile y el norte argentino, además de Lima y el resto de la
región andina. Si bien el trabajo incesante de los obradores llegó a masificar su producción, al mismo tiempo
hizo posible la búsqueda formal, e incluso la invención iconográfica. Por esta época se generaliza la aplicación
de oro sobre la pintura —llamado «estofado» o «brocateado» en los conciertos de obra—, que servirá para real-
zar suntuosamente las aureolas de los santos o sus vestiduras. Este tipo de recursos arcaizantes se suman al
desdén del artista nativo por la representación naturalista, abandonada en favor de los estereotipos humanos y
perspectivas arbitrarias e ingenuas.
Algunos géneros predilectos irían alcanzando un alto grado de refinamiento. Resurgieron con fuerza las
«imágenes de piedad»: la Virgen o san José con el Niño, la Sagrada Familia o los santos patronos, delicadamente
pintados sobre fondos oscuros, contrastando con las orlas floridas y el brillante realce dorado de ciertos detalles.
Otra modalidad muy difundida consistió en la representación pictórica de imágenes de bulto, en medio de sus reta-
blos o sobre sus andas procesionales, ataviadas con todos los ropajes y joyas que lucían en ocasiones festivas.
TA L L E R E S Y M A E S T R O S
Si bien lo más notable de esta producción fue la obra de pintores anónimos, la existencia de talleres contem-
poráneos muy organizados a cargo de maestros indígenas se halla bastante documentada. Sus nombres alcan-
zarían fama extendida al promediar el siglo XVIII, cuando suscribían grandes contratos con arrieros y comer-
ciantes, para entregarles decenas de lienzos en pocos días con destino a otras ciudades. Pronto, el triunfo de la
pintura cusqueña se haría notar incluso en la capital del virreinato. Ya en 1713, el viajero francés Amadée Frezier
comentaba asombrado que la mayor parte de las casas de Lima ofrecían, por toda decoración, «una cantidad
Fig. 5 Cristóbal Lozano (atribuido),
de malos cuadros, hechos por los indios del Cusco». Retrato de Josefa Isásaga Muxica,
Entre los maestros de pintura convertidos en empresarios merece citarse Basilio Pacheco (activo entre marquesa de Torre Tagle, ca. 1745,
Lima, Palacio de Torre Tagle
1738-1752), autor de la serie de la vida de san Agustín destinada al claustro agustino de Lima, y Mauricio Gar-
cía, quien llegó a dirigir un gigantesco obrador en la década de 1750, que proveía los mercados del Alto Perú y
el norte de Argentina. En los años siguientes, el prestigio de Marcos Zapata (activo entre 1748-1773) dominará
en el arte cusqueño, gracias a la belleza dulcificada y convencional de sus representaciones marianas. En la cate-
dral Zapata trabajó la serie de las letanías lauretanas (1755), basada en la Elogia Mariana de Thomas Scheffler
(1732). Este uso de estampas nórdicas dieciochescas fue continuado por su seguidor Antonio Huillca o Vilca
(activo entre 1778-1803), quien llevará los temas rococó de los hermanos Klauber a una interpretación tan deli-
cada e ingenua como fantasiosa.
RESURGIMIENTO LIMEÑO
Siguiendo un camino opuesto, Lima vivirá en la segunda mitad del siglo XVIII un verdadero resurgimiento de su
escuela de pintura bajo un signo marcadamente cosmopolita. Por entonces la ciudad se recuperaba con lentitud
del devastador terremoto de 1746, inspirada por el nuevo espíritu ilustrado de la monarquía borbónica. Una de
las principales consecuencias artísticas de ese proceso fue la actividad renovada de los pintores limeños, tras
varias décadas de receso y decaimiento como consecuencia de las importaciones procedentes del Cusco.
En el tránsito hacia el siglo XIX, a medida que se acercaba la independencia, el antiguo sistema colonial de gre-
mios y talleres tendrá que enfrentarse a las concepciones del academicismo y las normativas clásicas derivadas
de él. A diferencia de México, el virreinato peruano vería frustrarse la posibilidad de una academia local bajo la
advocación de san Hermenegildo y la introducción del neoclasicismo pictórico se debió a dos artistas españo-
les de influyente actividad en la capital. Ellos fueron el sevillano José del Pozo, quien abandonó la expedición
Malaspina en 1791 para fundar en Lima una academia privada; y Matías Maestro, arquitecto y pintor que, bajo
la protección del arzobispo La Reguera, emprendió la «renovación» clasicista de los interiores eclesiásticos
limeños. Aunque Pozo era en realidad un tardío seguidor del barroquismo andaluz, se adhirió al trabajo de
Maestro y ambos produjeron un conjunto de composiciones religiosas más bien mediocres, dentro de una tóni-
ca moralizante.
Afincado sobre todo en Lima, el neoclasicismo penetró escasamente al interior del país. Salvo algunos
episodios aislados, el Cusco seguía fiel a sus propias tradiciones y presenció en esa época una abundante pro-
ducción de pintura mural sólo comparable con el auge de los primeros tiempos coloniales. Tadeo Escalante se
convertiría rápidamente en el más prolífico muralista de la región, con un estilo que reinterpreta y compendia
los de sus antecesores, particularmente Marcos Zapata. Los seguidores de Escalante trasladaron los efectos de
la pintura mural a pequeños soportes de cuero endurecidos con yeso, en los que realizaban pinturas dedicadas
a los patronos del campo y la ganadería, como san Isidro, san Marcos y san Juan Bautista, por encargo de una
clientela rural y provinciana. A través de esa legión de artistas anónimos, bautizados por Pablo Macera como
«pintores populares andinos», las técnicas y los temas de la pintura colonial se mantuvieron vigentes hasta
mucho después de iniciada la república.
BIBLIOGRAFIA
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En su Nueva crónica y buen gobierno, escrita a comienzos del siglo XVII, Felipe Guamán Poma de Ayala reco-
mendaba el cultivo de las artes entre los indígenas por su manifiesta utilidad para la buena marcha del virrei-
nato. No encontró mejor ejemplo que la escultura, y allí mismo dibujó a dos artífices nativos policromando un
Cristo crucificado. Con ello demostraba no sólo la pertinencia de estos oficios, sino la importancia crucial que
las imágenes de culto iban adquiriendo en la cristianización del Perú. En apoyo de esta idea, aseguraba el cro-
nista que «viendo las santas hechuras nos acordamos del servicio de Dios». Y por tanto, era un privilegio que
los cristianos del Nuevo Mundo se concertaran «para la hechura y semejanza de Dios». Tras varias generacio-
nes de trabajo artístico incesante, las representaciones escultóricas de Cristo, la Virgen y los santos presidían
por entonces todas las iglesias del país y habían arraigado con gran fuerza en el imaginario andino.
Es reveladora la mención simultánea que hace Guamán Poma de los oficios de entallador, pintor, escul-
tor y bordador. Sus palabras confirman que, lejos de ser un género aislado, la escultura dependía de una com-
pleja mixtura de oficios complementarios. Sin duda, la lenta adaptación de esas viejas ocupaciones artesanales
a las necesidades del medio, constituye un capítulo crucial en la historia del arte americano. La omnipresencia Fig. 1 Felipe Guamán Poma de Ayala,
Nueva crónica y buen gobierno,
de la escultura se pondría de manifiesto en las diversas funciones que cumplió a lo largo del virreinato, adscri- ca. 1615, Dinamarca, The Royal Library
ta a retablos, sillerías y portadas, incorporada a estructuras efímeras, o venerada en forma de imágenes proce- (lám. 673 «Los artificios del pintor»)
ORÍGENES
Debido a su capitalidad y a las estrechas relaciones comerciales que mantenía con Sevilla, Lima concentró enví-
os escultóricos de importancia desde su fundación. Tanto las grandes órdenes regulares como la primitiva igle-
sia mayor contaron con efigies marianas de excepcional factura que, en poco tiempo, gozaron de una devoción
extendida. Algunas de ellas —pese a terremotos, transformaciones urbanas y cambios de gusto— han llegado
hasta nuestros días gracias a la continuidad de su culto. De ahí que hayan sido consideradas por la tradición,
sin mayor fundamento, como obsequios del emperador Carlos V.
[ 88 ]
Esas imágenes procedían, en su mayor parte, del taller sevillano dirigido por Roque de Balduque, maes-
tro flamenco activo en el segundo tercio del siglo XVI a quien se denomina tradicionalmente «el imaginero de la
madre de Dios». Dos piezas documentadas avalan la temprana presencia de su obra en la ciudad. Una es la Vir-
gen de la Asunción, imagen titular de la segunda catedral, encargada por la hija de Francisco Pizarro hacia 1551.
La segunda es la Virgen del Rosario que, a pedido de los dominicos, labró Balduque por el año 1558. Ambas pie-
zas muestran las maneras características de este maestro, entremezclando rasgos del naturalismo renacentista
con acentos arcaizantes de estirpe gótica que confirman la procedencia nórdica del artista.
En la década de 1580 empezarán a llegar trabajos de Juan Bautista Vázquez el Viejo, artista plenamente
imbuido de las fórmulas miguelangelescas, cuyo estilo podía alternar sin mayores contradicciones con la pin-
tura italianista que empezaba a triunfar en la capital. Quedan algunas de las tallas que envió en 1582 para la
Fig. 2 Anónimo cusqueño,
El Señor de los Temblores, ca. 1570, capilla del Rosario en la iglesia de Santo Domingo y en la Virgen con el Niño (Instituto Riva-Agüero), sin duda,
Cusco, Catedral
fragmento de un retablo hoy perdido, que evidencia una majestad de proporciones característica del período
castellano de Vázquez.
Aún podía percibirse un marcado contraste entre piezas llegadas de la Península y las que trabajaban los
entalladores españoles avecindados en el virreinato durante esa época temprana. Es el caso de Alonso Gómez,
autor de los relieves para el altar mayor de la segunda catedral (1558). Gómez era castellano, procedente de Toro
donde probablemente se había formado en el oficio. De su obra subsiste, según la tradición, el panel de la Ado-
ración de los Pastores colocado a la entrada de la sacristía catedralicia.
En Cusco, debido al temprano aporte de los artífices indígenas, la imaginería empezó a utilizar, ya en
el siglo XVI, materiales autóctonos. Uno de los más frecuentes fue el maguey, fibra derivada de planta cactácea
originaria, que proveía un sustituto barato y liviano de la madera. Sumado a la tela encolada, de procedencia
española, el maguey lograría reemplazar al cedro, escaso en los Andes, con peculiares efectos visuales en el
interior penumbroso de los templos. De esa manera se hizo, durante la segunda mitad del siglo, la imagen
del Señor de los Temblores, venerada en la catedral, que una persistente tradición oral considera obsequio de
Carlos V. Su apariencia recuerda a los Cristos medievales españoles, y especialmente al de Burgos. Otro tanto
ocurre con el Cristo de las Ánimas, en la iglesia del Triunfo. A partir de entonces, la imaginería local empeza-
ría a distanciarse de la obra escultórica española que también poseía la ciudad, gran parte de la cual se per-
dió tras el terremoto de 1650.
L O S M A E S T R O S I TA L I A N O S
A partir del último cuarto del siglo XVI, los maestros italianos que dominaron la actividad pictórica contemporá-
nea desarrollaron también un papel activo en el campo escultórico. Impulsados por las necesidades decorativas
de los edificios religiosos que se iban construyendo, tanto Bernardo Bitti como Mateo Pérez de Alesio y Angeli-
no Medoro abordaron obras de talla y ensambladura. A su manera, todos ellos transfirieron los estilos italianos
propugnados por la Contrarreforma a la modalidad hispánica de la madera policromada.
En este campo, el jesuita Bitti fue ayudado por su hermano de orden Pedro de Vargas, con quien se tras-
ladó al Cusco en 1582, luego de haber decorado la iglesia limeña. Los personajes bittescos en contrapposto, de
actitudes elegantes y canon alargado, alcanzaron difusión en todo el sur andino gracias a los constantes des-
plazamientos de estos artistas. Aparte de retablos, crearon imágenes devotas como el perdido Niño de Huan-
ca labrado por Bitti o una antigua copia de la Virgen de Copacabana, tradicionalmente atribuida a Vargas, en la
EVOLUCIÓN AL REALISMO
La transición hacia un barroquismo de acento verista ya se podía advertir a comienzos del siglo XVII. A través
de maestros sevillanos afincados en Lima, como Martín de Oviedo y Martín Alonso de Mesa, llegaban al
virreinato los primeros influjos montañesinos que no tardaron en darse a conocer en el Cusco y la región
surandina. Oviedo era discípulo de Juan Bautista Vázquez y amigo cercano del joven Martínez Montañés.
Pasó a México en 1594 y desde 1600 estaba activo en Lima. Entre sus pocas obras identificadas se encuen-
tran los paneles del antiguo retablo de San José, en la catedral limeña, que todavía expresan una cierto ape-
go a los cánones italianistas.
Mesa pertenecía a la misma generación, aunque su producción se muestra estilísticamente más avan-
zada y cercana al gusto montañesino. Desde 1602, año aproximado de su llegada, hasta su muerte, en 1626,
tuvo una activa labor en la capital del virreinato. Se encargó de labrar en 1623 el San Juan evangelista, imagen
titular de la catedral, lo que da un indicio de su fama local. Basado en ella, durante las disputas por la adjudi-
cación de la sillería catedralicia, Mesa llegaría a afirmar con jactancia: «Como se sabe en este reyno, no hay per-
sona en él que me haga ventaja en la dicha arte de escultura».
Dentro de este ambiente de marcado andalucismo surgió una primera generación de imagineros crio-
llos, a la que pertenecieron Pedro Muñoz de Alvarado, probablemente limeño, y el mexicano Juan García Sal-
guero. A Muñoz de Alvarado se debe el notable conjunto de la Sagrada Familia (1633) en la catedral de Lima,
obra que se hace eco del estilo montañesino generalizado en la ciudad.
Simultáneamente, la importación masiva de obras de Martínez Montañés y su taller habría de significar
un formidable impulso para el surgimiento de la escuela escultórica limeña. Entre 1591 y 1640, los encargos
peruanos al obrador de Montañés aparecen documentados de manera incesante. El más importante fue, sin
duda, el monumental retablo de San Juan Bautista, remitido a través de sucesivos embarques durante el perío-
do 1607-1622. Su destino era el monasterio de la Concepción, desde donde fue trasladado en el siglo XX a la
catedral. Se trata de un altar «historiado», cuyos relieves desarrollan una secuencia de escenas con los pasajes
centrales de la vida del santo titular.
A la presencia de estas piezas vendría a sumarse la actividad de una segunda generación de entallado-
res andaluces, integrada por Gaspar de la Cueva, Luis de Espíndola Villavicencio, Pedro de Noguera y Luis Ortiz
de Vargas. Todos ellos, junto con el veterano Martín Alonso de Mesa, participaron en el histórico pleito por la
sillería de la catedral de Lima, obra clave del período.
En torno de la sillería catedralicia limeña se aglutinó un sólido núcleo de escultores andaluces, influidos por la
manera de Montañés, que dejaron fuerte impronta en la actividad escultórica local. Mientras Martín Alonso de
Mesa se encargaba de la traza arquitectónica en 1623, Luis Ortiz de Vargas redactaba las condiciones de obra para
los efectos de su adjudicación pública. Ambos, a su vez, presentarían posturas, al igual que Gaspar de la Cueva,
Pedro de Noguera y Luis de Espíndola. Intrincadas maniobras judiciales retrasaron durante años la realización
de ésta, que finalmente sería adjudicada —no sin protestas— a Noguera. Los vencidos en la competencia
A mediados del siglo XVII, los talleres dirigidos por maestros criollos o por peninsulares formados en el país irían
modulando el carácter de las escuelas regionales. Este proceso resulta especialmente claro en el caso de los ensam-
bladores. Durante esa época destacan en Lima Asensio de Salas y fray Cristóbal Caballero, quienes se disputaban los
principales encargos. Ambos definieron la tipología del primer barroco, manifiesta en el retablo catedralicio de la
Purísima, ensamblado por Salas en 1656. Es una de las pocas piezas subsistentes de ese estilo, trasladado en los
años siguientes a la arquitectura de portadas.
En estrecha colaboración con Salas trabajaba por entonces Bernardo de Robles y Lorenzana, escultor sal-
mantino establecido en Lima hacia 1645. No obstante haber aprendido el oficio en su ciudad natal, a su paso
por Sevilla y luego, al trasladarse a tierras peruanas, Robles adoptará sin reservas el estilo montañesino domi-
nante. Así lo evidencian obras como la Purísima (1656), que presidía el retablo ensamblado por Salas en la cate-
dral. Pocos años más tarde, Robles trabajó en Arequipa antes de volver a Salamanca. Su obra denota una iden-
tificación con la religiosidad local, especialmente con la devoción al Cristo de la Agonía que trató
reiteradamente. Es probable que se acercara también al conocimiento de las lenguas nativas, como lo demues-
tra la presencia de un libro de gramática quechua en el inventario de sus bienes practicado en 1670.
A Tuyru Túpac se atribuye, sin mayor fundamento, el célebre púlpito de San Blas (ca. 1690), obra capital en
un género que cobró auge en consonancia con el florecimiento de la oratoria sagrada en la región. No obstante el
frondoso barroquismo de su talla, este púlpito desarrolla un cuidado programa iconográfico que simboliza el triun-
fo de la Iglesia católica frente a los enemigos de la fe. Su repertorio arquitectónico churrigueresco y su insuperable
derroche decorativo se relacionan con los púlpitos de la catedral, Belén, San Pedro y sobre todo con el de Checacu-
pe, que Wethey considera del mismo autor.
Al terminar el siglo otro maestro indígena, Melchor Guamán Mayta, extremó la tendencia realista en sus
imágenes procesionales. Se trata de figuras con cuerpos de maguey y tela encolada, en tanto que sus rostros
son mascarillas de pasta a las cuales se aplicaban detalles «naturales». En 1712, Guamán concertó la imagen
titular de la iglesia de San Francisco, cuyas manos y cabeza serían labradas en cedro sobre una estructura cor-
poral de maguey. También se atribuyen a este maestro las populares efigies de San Cristóbal y San Sebastián,
representativas de aquella estética efectista propia del momento.
Una de las notas características del pleno barroco estuvo dada por el triunfo de la columna salomónica en los reta-
blos. Este elemento clave se iría extendiendo rápidamente desde Lima y sería adoptado en todo el virreinato al entrar
el siglo XVIII. Es probable que su introducción se deba al arquitecto vasco Diego de Aguirre, activo en la capital des-
de 1665 hasta su muerte, acaecida en 1718. En 1675, Aguirre presentaba un proyecto de altar mayor en forma de bal-
daquino para la catedral. Aunque no se llegó a concretar, él mismo emplearía los mencionados soportes en obras
posteriores. Los jesuitas acogieron rápidamente esta nueva modalidad, que se adecuaba al boato y a la riqueza del
culto propugnados por esa orden. A falta de documentación, puede presumirse que los ocho retablos barrocos y
dorados de la iglesia de San Pedro de Lima se relacionan con ese importante maestro.
Entre los continuadores más fecundos del estilo de Aguirre figura el ensamblador mestizo José de Castilla.
No sabemos si fue discípulo directo de aquél, pero de hecho difundió sus maneras y fijó las peculiaridades del reta-
blo barroco limeño. En 1708 Castilla y su taller contrataron el mobiliario litúrgico de la iglesia monacal de Jesús
María, conjunto de altares churriguerescos y dorados que logró salvarse excepcionalmente de la reforma neoclási-
ca, junto con la serie similar en el pueblo vecino de Magdalena, relacionada sin duda con la manera de Castilla.
La difusión de los retablos salomónicos hacia el interior no se haría esperar. En el Cusco, el gran ensam-
blador del período es el maestro Juan Esteban Álvarez, quien domina con su infatigable actividad la etapa com-
prendida entre 1685 y 1730. La escuela de Huamanga recibirá, a su vez, un gran impulso con el trabajo de José
de Alvarado, quien se trasladó desde Lima en 1702 para levantar sendos retablos en las iglesias de Santa Tere-
sa y la de la Compañía de Jesús. Otro foco importante estuvo en Arequipa, donde se halla documentado el maes-
tro Bernardo de Cárdenas, autor del altar de San José, en el templo de Santa Teresa, fechado en 1732. Finalmente,
cabría citar a Fernando Collado, artífice mulato que encabezó la escuela de retablos barrocos en Trujillo, cuya obra
maestra es el altar mayor del monasterio del Carmen, concluido en 1759.
A mediados del siglo XVIII irrumpe en Lima la figura de Baltasar Gavilán, legendario imaginero mestizo, y con
él se percibe un impulso renovador de tono realista en la escultura capitalina, un tanto agotada por la repe-
tición rutinaria de fórmulas andaluzas. Esta tendencia verista alcanza su punto culminante en la figura pro-
cesional de La Muerte, representada como un arquero a punto de disparar su saeta.
Se atribuye al mismo artista la escultura ecuestre de Felipe V que coronaba el arco levantado sobre el
puente del río Rímac, obra destruida durante el sismo de 1746. Este habría sido el primer monumento de su
género en el continente americano. Realizada en madera policromada, la efigie real y su contexto arquitectóni-
co se relacionaban con las estructuras efímeras que la ciudad seguía erigiendo en las grandes ocasiones festi-
vas o luctuosas, con la participación de los mejores ensambladores y escultores del momento.
De hecho, esculturas como La Muerte arquera figuraban en los aparatosos túmulos funerarios dedica-
dos a los principales dignatarios o a los miembros de la casa real española. Según la leyenda recogida por Ricar-
do Palma, el efectismo truculento de esta representación habría ocasionado el fallecimiento del propio artista
al ver terminada su obra. Más allá de la anécdota literaria, quizá cabría identificar a Gavilán con el escultor mes-
tizo Baltasar Meléndez, autor documentado de la estatua orante del virrey arzobispo Diego Morcillo y Rubio de
Auñón (1743), en su capilla funeraria de la catedral, al igual que de otra efigie similar del conde de Santa Ana
de las Torres. Todas estas piezas evidencian el apogeo de la escultura funeraria en la capital durante esta etapa.
El terremoto de 1746 marca, en Lima, el ocaso del barroco salomónico. Durante las obras de reconstrucción se
empezarían a evidenciar influencias no hispánicas, propiciadas por el nuevo clima cultural de las reformas bor-
bónicas. En la nueva iglesia del noviciado jesuita —hoy Panteón de los Próceres—, los retablos y el púlpito cons-
tituyen una curiosa interpretación de los modelos del barroco centroeuropeo. Pero lo más interesante del perío-
do está dado por la versión criolla de los motivos rocaille, en retablos donde los soportes en forma de cariátides
desplazan a las columnas salomónicas y el dorado se sustituye por el color marfil o los jaspes a imitación del
mármol. Representa esta tendencia el ensamblador mulato Atanasio Contreras del Cid, autor del retablo mayor
de la iglesia de San Sebastián concluido en 1776.
Los retablos del templo de las Nazarenas, acabados en 1771 bajo patrocinio y supervisión del virrey
Amat, constituyen la expresión más «internacional» y actualizada de su tiempo. En ellos hay una búsqueda
de racionalidad arquitectónica que excluye prácticamente todo componente escultórico. Sus hornacinas Fig. 6 José de Castilla, Altar Mayor
de la iglesia de Jesús María, 1708, Lima
lucen imágenes importadas, más acordes con la religiosidad intimista y sentimental practicada por los ima-
gineros españoles a partir de los Salzillo. Este hecho anuncia el progresivo decaimiento de los talleres escul-
tóricos limeños en la segunda mitad del siglo XVIII, y el consiguiente predominio de la imaginería religiosa
procedente de Quito.
El clima cultural del Cusco contemporáneo no fue propicio para la difusión del gusto rococó, triunfante en
Lima. Apenas podrían citarse como ecos de ese estilo el altar de San Isidro Labrador, en la Compañía —proce-
dente de San Agustín— y el «transparente» de la catedral cusqueña, obra provista de movida ornamentación
rocaille. Mayor éxito alcanzó el gusto por los retablos cubiertos de espejos, como el de la iglesia monacal de
Santa Clara, ensamblado en 1776 recubriendo el altar salomónico anterior.
LA «REFORMA» NEOCLÁSICA
A falta de un movimiento académico local, correspondió al presbítero Matías Maestro imponer el neoclasicis-
mo, un estilo opuesto en esencia a la tradición colonial que, por ello mismo, encontró escaso eco en el resto
del país, salvo casos aislados como Arequipa. Formado en Cádiz y Vitoria, bajo la influencia de Olaguíbel, Maes-
tro recibió las órdenes sacerdotales en Lima y encontró la protección del arzobispo González de la Reguera. Sus
«reformas» en los templos capitalinos tuvieron un carácter iconoclasta, porque implicaban la destrucción de
los grandes retablos anteriores para sustituirlos por variaciones de un mismo prototipo clásico.
De la intervención de Maestro en la catedral, a partir de 1799, queda el altar mayor, en forma de tem-
plete, y el púlpito, cuyo depurado academicismo sirvió de modelo para otros de Lima. En los años siguientes,
Maestro levantó los retablos mayores de San Pedro, la Merced y San Francisco, que reiteran el esquema de solo
un gran cuerpo sostenido por columnas corintias o compuestas, espacioso ático y decoración de medallones y
guirnaldas. La severa corrección de los diseños de este reformador dejó una vasta estela entre los ensambla-
dores locales como Jacinto Ortiz o Juan Mesía quienes se iniciaron, al parecer, bajo la dirección de Maestro. Sus
obras acusan, en general, cierta frialdad imaginativa, agravada por la escasez de materiales disponibles duran-
te esos años de crisis generalizada y guerras de independencia.
Es evidente que muchos de los retablos «renovados» mantuvieron sus imágenes antiguas, no sólo por la
persistencia de las devociones sino porque la iconografía escultórica sagrada no había experimentado mayores
variaciones. Así se advierte entre los imagineros contemporáneos de Maestro, quienes trabajaron ocasionalmente
BIBLIOGRAFÍA
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Estrictamente hablando, las hagiografías o vidas de los santos no son biografías históricas. Su finalidad, aparte
de fomentar o resumir los procesos jurídicos de beatificación y canonización, era deleitar e instruir —delectare et
docere— a los fieles de la Iglesia con las virtudes admirables de quienes, con la ayuda del Espíritu Santo, practi-
caron el camino de perfección predicado por Cristo y sus apóstoles. Pese a ello, para el investigador contempo-
ráneo una hagiografía es también una fuente inagotable de información histórica, sociológica y antropológica que
puede ser evaluada críticamente incluso sin la necesidad de ingresar al espinoso tema relativo al origen natural
o sobrenatural de las experiencias visionarias y poderes taumatúrgicos de los santos. No es la evidencia científi-
ca de lo milagroso lo que el historiador investiga sino los modelos de santidad, los modos de percepción y/o las
categorías de análisis empleadas por los hagiógrafos del pasado. La corta vida de santa Rosa de Lima (1586-1617)
es un caso particularmente ilustrativo de cómo la búsqueda de perfección espiritual tiene una dimensión social, Fig. 1 Angelino Medoro, Retrato
religiosa y política que difícilmente puede ser aislada del contexto cultural urbano en el que transcurrió la vida de santa Rosa muerta, 1617, Lima,
basílica-santuario de Santa Rosa
terrenal de la santa.
Según el cronista franciscano Buenaventura Salinas y Córdoba a menos de un siglo de que el conquis-
tador Francisco Pizarro fundara en 1535 la Ciudad de los Reyes, capital de los reinos del Perú, ya contaba con
cuarenta iglesias que anualmente ofrecían al cielo más de 300.000 misas y entre los dominicos, franciscanos,
agustinos, mercedarios y jesuitas, sin mencionar a las decenas de monjas enclaustradas, más del 10% de su
población vestía el hábito religioso (Brading, 1991, p. 351). Por sus ricos templos los cronistas conventuales des-
cribían a Lima como una nueva Roma americana —como una ciudad monasterio—, y por su célebre y precur-
sora Universidad de San Marcos, como una nueva Salamanca. Entre 1614 —tres años antes de la muerte de
santa Rosa— y 1630, la población de Lima creció de 25.454 habitantes a 40.000 y eran tantos los procesos
de beatificación abiertos en Roma para evaluar las vidas de los siervos y siervas de Dios muertos en la Ciudad de
los Reyes o en el Perú que, en 1683, Francisco Antonio Montalvo aseguraba que con los nombres de tantos bie-
naventurados podía escribirse una larga loa o «letania limana» (Montalvo, 1683, p. 67). La propia santa Rosa
recibió el sacramento de la confirmación del prelado español santo Toribio Alfonso de Mogrovejo (1538-1606)
—quien fuera nombrado arzobispo de Lima en 1579—, sería amiga del lego mulato dominico limeño san Martín
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de Porras (1579-1639) y seguiría de cerca la labor misionera desempeñada en el Perú por el franciscano español
san Francisco Solano (1549-1610), célebre por los sermones que predicó, crucifijo en mano, en la Plaza Mayor
de Lima desde donde denunció los pecados públicos de la ciudad por los que sería castigada con terremotos y
lluvias de fuego.
La pintura virreinal americana suele representar a santa Rosa como a una monja perteneciente a la orden
de santo Domingo de Guzmán, pero en realidad ella jamás abandonó su situación de beata laica. Esto explica
que siempre residiera en casa de sus padres o con la familia Maza-Uzátegui (hoy el convento de Santa Rosa
de las Monjas, en Lima) donde murió y vivió los últimos tres años de su vida. Al igual que las begardas en la
tardía Edad Media, la profesión beateril intentaba retornar a la vita apostólica de la primera comunidad cristia-
na a través de un extremo ascetismo devocional que se encontraba a medio camino entre la vida conventual y
que de las piedras [Dios] puede hacer hijos de Abraham, de los indios, piedras pulidas con el martillo de
ingentes trabajos durante dos siglos, instituirá hijos de la Iglesia fuertes y vigorosos que sean Príncipes
de sus hermanos sobre toda esta tierra americana
(Navarro, 2001, p. 92)
No eran los tesoros auríferos del Perú sino sus santos predestinados los que desde el Nuevo Mundo restaurarí-
an a la vieja Europa con una nueva Iglesia apostólica americana.
La proyección universalista del culto a la primera santa americana explica las interpretaciones que se
hicieron del milagro acontecido en su cuna, a los tres meses de nacida, cuando el rostro de la párvula se trans-
figuró —literalmente— en una rosa con ojos, nariz y boca. El incidente no pasó desapercibido. Fue pintado
en repetidas ocasiones tanto en el Perú como en Nueva España y sus panegiristas se basaron en esta bizarra
Santa Rosa de Santa María, cuyas virtudes hizo acallar todas las universidades de Europa que promovían
acaloradas cuestiones sobre si los americanos debían considerarse como entes racionales
(Córdova y Urrutia, 1877, p. 132)
En 1816 el Congreso emancipador de Tucumán declararó a santa Rosa —máximo emblema criollo de religiosi-
dad virreinal peruana— patrona de la independencia americana.
BIBLIOGRAFÍA
Brading, 1991; Busto Duthurburu, 1978; Córdova y Urrutia [1839], 1877; Cuadriello, 2003; Hanssen [1664], 1929; Huerga, 1978; Lohmann Villena, 1947;
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El hallazgo reciente de un lienzo virreinal representando a un «Niño Jesús Inca» plantea nuevas interrogantes
sobre los métodos sincréticos de aculturación y evangelización utilizados por la Compañía de Jesús en el Cus-
co a inicios del siglo XVII (Mujica, 2003, p. 292). Se le muestra sobre una peana entre jarrones de cristal con
adornos florales. Los cortinajes alzados revelan la sacralidad de la efigie que en la pintura resplandece con luz
sobrenatural y alude a la teología contrarreformista del icono como apoyo mediador entre el mundo visible y el
invisible. Este ejemplar es complementario a otra pintura cusqueña (hoy perdida y vista por última vez en Argen-
tina) con el Niño Jesús de pie y bendiciente, luciendo un unku blanco de encajes, con collar de plumas multi-
colores, vincha de perlas con la borla imperial y una capa roja sobre los hombros, fijada por dos cabezas de
pumas que también ornamentan sus muslos y empeines (Schenone, 1998, pp. 118-119). Ambas pinturas son
rarísimos «retratos» realistas de «esculturas de vestir» o imágenes de altar talladas en madera policromada,
pues figuran sobre la mesa de los retablos surandinos.
Por sus características iconográficas se trata del Niño Jesús en su advocación de Salvador del Mundo. Fig. 1 Anónimo cusqueño, Niño Jesús
inca sobre el altar, finales del siglo XVII
Se le representa con la mano derecha en posición de bendecir al orbe que sostiene con la izquierda. Se combi-
o principios del siglo XVIII, paradero
nan aquí dos tópicos del antiguo arte imperial romano adaptados al cristianismo y que sobrevivieron a la Edad desconocido
Media, el Renacimiento y el Barroco. Para significar la omnipotencia universal de Cristo rey como monarca uni-
versal y Sol Invictus o Sol invencible —el lema victorioso militar del primer emperador cristiano, Constantino el
Grande—, se le representó sosteniendo el orbe del mundo con una mano. Asimismo, bajo el influjo de la tra-
dición platónica, también se hizo frecuente representar a Cristo en su función de Logos cosmocrator o de Verbo
creador mostrando con los dedos de la mano derecha el signo del orador (gestus oratorius) —empleado des-
pués para la benedicti latina del ritual católico y para la predicación— pues con ella exaltaba hieráticamente el
poder salvífico de la palabra y la sabiduría de Dios (L’Orange, 1982, pp. 139-197).
La carga político-religiosa de esta iconografía adquiere nuevos sentidos locales y potencialmente transgre-
sores cuando al Niño Dios —rex et sacerdos— se le representa en los Andes con el atuendo híbrido y transcultural
de un inca posconquista. En la pintura luce capa y túnica dorada con cuello postizo o valona. Bajo ésta sobresalen
los delicados encajes que ribetean los bordes bajos y las amplias mangas sueltas de una suerte de alba o túnica inte-
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rior de lino blanco que casi le llega a la media pierna y es propia del ajuar eclesiástico. Asimismo, el Niño Dios cal-
za sandalias con cabeza de puma y lleva un prominente tocado imperial neoinca que combina divisas heráldicas de
origen prehispánico y europeo. Pueden identificarse las diminutas kantutas o flores incaicas, la pluma central blan-
quinegra del coriquenque (halcón real de los incas) y la borla escarlata que pende sobre su frente. Éstas se yuxtapo-
nen al torreón o castillo circular con estandartes, cetros y un diminuto arco iris que remata su ápice. Se trataría de
una referencia directa al «castillo de oro» o fortaleza inca de Sacsayhuaman —un hito militar clave para la rendición
del Cusco capturado por los españoles en 1536— y que aparece como divisa central en el escudo de armas conce-
dido a dicha ciudad por el emperador Carlos V el 19 de julio de 1540 (P.T.L, 1921, pp. 63-66).
A finales del siglo XVII, durante las fiestas y desfiles del Corpus Christi en el Cusco se hizo frecuente que
el alférez real de los incas y los caciques principales de sus ocho parroquias —quienes para sus respectivas
cofradías religiosas solían actuar de portaestandartes— lucieran atuendos ceremoniales de «inca rey». En
muchos de sus altos tocados de plumas con divisas heráldicas aparecía el torreón emblemático cusqueño, tal
como se aprecia en el retrato del cacique de la parroquia de Santiago. Pero ya para esas fechas la borla real inca
estaba culturalmente redefinida y de ser un distintivo imperial exclusivo del Inca prehispánico se había conver-
tido en un indicador nobiliario étnico y social —con privilegios tributarios— que le permitía a la aristocracia indí-
gena afirmar su «otredad» cultural e idiosincrasia reconociendo al mismo tiempo su sumisión total a la Iglesia
y a la Corona española (Dean, 2002, p. 57). Gracias a su glorioso pasado imperial prehispánico, durante el virrei-
nato, Cusco fue reconocido por España como la «cabeza» de los reinos y provincias del Perú y por ello tenía el
primer voto ante el Consejo de Indias cuando los procuradores de las ciudades de «Nueva Castilla» decidían
sus destinos.
No cabe duda que fueron los jesuitas —llegados al Perú en 1568— quienes impulsaron en Cusco el cul-
to al Niño Jesús Inca. En la crónica anónima de 1600 titulada Historia General de la Compañía de Jesús en la Pro-
vincia del Perú, se menciona que en la capilla adjunta a su iglesia, construida sobre el antiguo palacio del inca
Huayna Cápac —el Amarucancha o Casa de las sierpes—, funcionaba una cofradía de indios dedicada al Nom-
bre de Jesús. Ésta había sido fundada por Jerónimo Ruiz de Portillo († 1592), el primer provincial jesuita del
Figs. 2a y 2b Anónimo cusqueño, Perú, quien, hacia 1571, fundó la iglesia de la Compañía en el Cusco. El padre Gregorio de Cisneros S. J. difun-
Procesión del Corpus Christi en Cusco,
ca. 1674-1680, detalles de caciques con dió la cofradía por más de cien pueblos indígenas aledaños al Cusco; Cristóbal Ortiz —un conocido extirpador
torreón sobre su tocado imperial, de idolatrías indígenas— la llevó a cincuenta aldeas, mientras otros misioneros jesuitas incentivaron su culto
Cusco, Museo del Palacio Arzobispal
en Quito, Arequipa y Potosí. La capilla jesuita donde operaba la cofradía en Cusco estaba íntegramente pintada
con representaciones de los castigos del Infierno y escenas del Juicio Final y de la Gloria y era utilizada para la
catequesis, los ejercicios espirituales, la confesión y la santa comunión de los naturales; tema polémico este últi-
mo si se toman en serio las denuncias contra los jesuitas realizadas por el obispo de Charcas, Bartolomé Álva-
rez, en su Memorial a Felipe II (1588). Supuestamente, la Compañía de Jesús era la única orden religiosa, por
aquel entonces, que permitía que los indios recién convertidos al cristianismo recibiesen el sacramento de la
Eucaristía (Álvarez, 1998, pp. 213 y 225). Fuese esto cierto o no, la capilla de la cofradía del Nombre de Jesús
estaba financiada por donantes indígenas, como Diego Cucho, y tenía más de quinientos cofrades indígenas,
contando a las mujeres y a los ciento cincuenta indios nobles pertenecientes al grupo de los así llamados «vein-
ticuatro», los descendientes directos de los doce ayllus o panacas reales de los incas elegidos anualmente de
las dos parcialidades de la ciudad imperial, Cusco Alto y Bajo (véase Amado González, 2002, pp. 226-227).
Cuando éstos morían, tenían el privilegio de hacerse enterrar en la capilla del Niño Jesús; licencia que no
En los enormes lienzos cusqueños, pintados en los siglos XVII y XVIII para publicitar y difundir la noticia de las
alianzas matrimoniales, las largas leyendas o cartelas explicativas en el cuadro fraguan la cercanía de los lazos
de parentesco. Hacen pasar a Martín de Loyola como sobrino de san Ignacio y a Juan Henríquez de Borja por
Juan de Borja, el hijo de san Francisco de Borja. Pero lo que interesa aquí no es la exacta veracidad histórica de
la parentela sino el modelo providencialista y mesiánico utilizado por los jesuitas, que desposaron al capitán
que capturaría y entregaría para su ejecución al último inca rebelde del Cusco con la heredera del imperio del
sol, y sobrina del inca ajusticiado. En la pintura, Martín de Loyola, en compañía de Beatriz —ataviada como prin-
cesa inca—, sostiene el hacha inca de mando. En la parte alta están Diego Sairi Túpac, Felipe Túpac Amaru (el
inca capturado por Martín de Loyola) y la ñusta Cusi Huarcay, quienes con su presencia avalan este matrimo-
nio. Lo mismo puede decirse de los dos santos jesuitas en el centro de la composición: san Ignacio de Loyola
y san Francisco de Borja. La clave del lienzo está en el astro solar; antes una deidad pagana y ahora —tras la
asimilación de los incas al imperio católico español y su conversión al cristianismo vía la Compañía de Jesús—
el símbolo de un imperio austro-andino, iluminado por un nuevo Sol de Justicia. Allí resplandece el monogra-
ma de Cristo formado por las letras JHS (Jesus Homini Salvator) que es la sigla del santo nombre de Jesús y el
emblema máximo de la orden jesuita. Que en la cofradía indígena del Nombre de Jesús se ataviara al Niño Dios
como el verdadero Punchao inca, el «Sol del sol» o Salvador del Mundo, tiene sentido. Después de todo, en su
Autobiografía el propio san Ignacio de Loyola cuenta que Cristo solía aparecérsele en la forma de un sol brillante
(Loyola, 1947, p. 576).
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Guillermo Lohmann
Si vas a las Indias verás a Lima, el mejor fruto de española empresa, Lima, que al rey en la mesa no se la
ponen mejor.
Lope de Vega, La noche de San Juan (Jornada segunda)
Para estimar en toda su dimensión el porqué de la supremacía de la Ciudad de los Reyes —título oficial de Lima
a lo largo del siglo XVII— y apreciar los alcances de su gravitación en el área meridional de las Indias españolas,
es menester hacerse cargo de que durante esa centuria ostentó simultáneamente la capitalidad de un virreina-
to cuya extensión abarcaba el territorio que hoy ocupan ocho países —Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia, Para-
guay, Uruguay, Argentina y Chile—; ejerció de metrópoli —para cuyo primado, ya entonces, se impetró reitera-
damente la púrpura cardenalicia— con ocho diócesis sufragáneas; fue sede de audiencia y asiento (hasta 1648)
de la única universidad en el hemisferio austral, así como cabecera de distrito de un tribunal de la Santa Inqui-
sición. En el terreno económico, Lima constituyó emporio financiero como caja central de las rentas reales y en
lo mercantil fue reconocida como plataforma comercial abastecedora de plazas dependientes. Su Tribunal del
Consulado rivalizó con el hispalense. Cobijó hasta bien avanzado el siglo XVIII la única imprenta regional y, por
último, los contemporáneos la proclamaron hiperbólicamente como la Atenas del Nuevo Mundo.
Fig. 1 López de Caravantes, Noticia De esa múltiple principalidad era testimonio protocolar la inclusión en lugar de honor, entre los veinti-
general del Perú, 1630, Madrid, cuatro esquemas heráldicos que proclamaban la gloria de la Monarquía del Barroco, alienados en el friso del
Patrimonio Nacional, Biblioteca Real
(manuscrito 1632, portada miniada) Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, del escudo de Lima como símbolo del virreinato, vale decir el rei-
no del Perú. En tal virtud, se le había reconocido a Lima el privilegio de gozar de representación en Cortes y su
agente en Madrid solía ser recibido con investidura de embajador. Con razón los cronistas locales que cantaban
las excelencias lugareñas proclamaban ufanos la jerarquía de la urbe como corte y no vacilaban en emparejarla
con Lisboa, Sevilla o Venecia.
La propia Corona declaraba tal jerarquía, pues de los quince mandatarios que gobernaron el Perú duran-
te el siglo XVII —varios de ellos con méritos propios por sus dotes literarias—, siete fueron promovidos desde
[ 107 ]
su precedente sitial en la Nueva España. Por añadidura, entre los delegados regios en los dominios españoles
en el Nuevo Mundo, el del Perú disfrutaba de la merced de salir escoltado por la Compañía de los Gentilhom-
bres Lanzas y Arcabuces, cuerpo de respeto similar a la Guardia de Corps. Para cerrar este esbozo del cúmulo
de distinciones gubernativas conferidas a Lima, queda constancia de que fue la única localidad del Nuevo Mun-
do exenta de la autoridad de un corregidor en calidad de agente real y superior nato del Cabildo.
Sirva de confirmación de ese toque cortesano la circunstancia que desde 1616 hasta 1627 entre los
vecinos notables figuraron los marqueses de Santiago de Oropesa, matrimonio formado por descendientes
de ilustres familias: él, Enríquez de Borja —pariente del virrey príncipe de Esquilache (Borja y Aragón), nieto de
san Francisco de Borja—, y ella, doña Isabel Clara Coya —nieta del último Inca y por cuyas venas corría la san-
gre del linaje del fundador de la Compañía de Jesús—.
No quedaría cumplida esta relación de los timbres que enaltecían la ciudad, si no se tuviese presente
que en ella vio la luz la primera santa del Nuevo Mundo; que el dominico fray Diego de Hojeda, «el primero de
nuestros épicos sagrados» según Menéndez Pelayo, hallase ambiente propicio para componer La Christiada; y,
Fig. 2 Plano de Lima, vista
por último, que dos jurisconsultos —Solórzano Pereira y León Pinelo— sentasen las bases de la Recopilación
a caballera, 1687, Sevilla, Archivo
de Leyes de las Indias. General de Indias (MP. Perú
y Chile, 13)
PERFILES DE LA CIUDAD
Fig. 3 Plano del río y puente
En el siglo XVII Lima se extendía sobre una planicie levemente inclinada hacia el Mar del Sur (del que distaba unos
de Lima, 1611, Sevilla, Archivo General
diez kilómetros). La planta urbana, que se mantuvo sin variantes dignas de tomarse en consideración hasta la de Indias, (MP. Perú y Chile, 6)
LIMA FESTIVA
Aparte de la conmemoración solemne de las festividades del año litúrgico, el esplendor de la urbe se ponía de
relieve con las oportunidades en las que el júbilo o la devoción populares hallaban asidero para exultar de gozo
por alguna ceremonia peregrina, ora de orden religioso —Corpus Christi, elevación a los altares de algún bie-
naventurado, jubileo, entierro de un siervo de Dios...—, ora de índole profana —fiestas reales, exequias de un
monarca, entrada pública del virrey, júbilo por algún feliz suceso o una noticia fausta—.
De ordinario, entre domingos y demás festividades de guardar anualmente se llegaba a más de seten-
ta días, pero no escaseaban las ocasiones en las que el aparato era de tales proporciones, que su descrip-
ción requería un volumen entero. Por ejemplo, el alborozo por el nacimiento del príncipe Baltasar Carlos se
expresó en una sucesión de eventos —desfiles alegóricos, justas poéticas, mascaradas, corridas de toros,
torneos, actos académicos, holgorios populares— que se desarrollaron entre noviembre de 1630 y marzo del
año siguiente.
El transporte de fervor marianista que enajenó Andalucía en los albores del siglo XVII halló resonancia
tan extremada en el ánimo de los limeños, que el esplendor de las galas organizadas por ellos no desmereció
de las celebradas en la metrópoli. Como no podía ser de otro modo, rayó en lo indescriptible la emoción de los
LA CIUDAD CONVENTO
La encendida espiritualidad de los limeños alcanzó en el siglo XVII fervor superlativo. Como para acentuar ese háli-
to de religiosidad, la urbe gozó de privilegio jamás igualado de la convivencia simultánea de almas agraciadas por
el don de la glorificación: el arzobispo Mogrovejo, el franciscano fray Francisco Solano, Isabel Flores de Oliva, y los
dominicos fray Martín de Porras y fray Juan Macías. En decenios posteriores sobresalieron en virtudes, entre otros
muertos en olor de santidad, dos Venerables: el mercedario fray Pedro Urraca y el jesuita padre Francisco del Cas-
tillo. En la ciudad se había establecido el primero de los monasterios femeninos en las Indias: el de la Concepción.
Al mediar la centuria el culto a la imagen del Santo Cristo de los Milagros, patrono de la ciudad, comen- Fig. 6 Convocatoria para la Justa
literaria con motivo de la recepción
zó a calar en el fervor popular y desde entonces el hábito morado de los devotos viste compactas multitudes.
del virrey príncipe de Esquilache en la
Más avanzado el siglo un jesuita, el padre Alonso Messía, instituyó la práctica piadosa el Viernes Santo, de la Universidad de San Marcos, 1615,
Lima, Biblioteca Nacional de Perú
meditación de las «Tres Horas de Agonía de Cristo» (ya en el siglo XVIII modulada con música de Haydn).
(hoja volante)
Por el mérito artístico de las imágenes, la riqueza de los ornamentos, la austeridad del ambiente y el
nutrido cortejo de hermanos de luz y de sangre, los desfiles procesionales de la Semana Santa gozaban de
merecida fama. En esas hermandades se confundían españoles, indios y negros esclavos.
Difícil resulta discernir si de los numerosos prodigios preternaturales que registran las crónicas —sobre
todo las conventuales— eran fruto de auténtica ocurrencia o por el contrario no revestían otro fundamento que
la credulidad popular o alucinaciones colectivas. Sea de ello lo que fuere, abundan las noticias sobre curaciones
científicamente inexplicables, efigies que exudan, difuntos —generalmente varones virtuosos— que emanan eflu-
vios fragantes, imágenes que interceden para mitigar percances —en 1632 una estatua de la Virgen giró sobre su
pedestal durante un terremoto para volver el rostro hacia el altar mayor—.
A despecho de tan arraigada religiosidad (o quizá como efusión de ella que impregnaba la vida colec-
tiva), las elecciones de prelados de las órdenes religiosas, sin excluir las femeninas, solían ser tumultuarias;
en otras ocasiones la «alternativa» (régimen adoptado por algunas comunidades religiosas en cuya confor-
midad se turnaban españoles y criollos en el gobierno de ellas) generaba tumultos de la dimensión del que,
en 1680, enfrentó a un franciscano de origen peninsular, armado de espadín y rodela, con la facción criolla,
a cuyos afiliados increpó de «ruines mazamorreros» (apelativo metafórico como «gatos» a los madrileños).
A P O G E O D E L A C U LT U R A
A la prosperidad económica —el índice del costo de vida se incrementó durante el siglo alrededor del 30%—
no pudo sustraerse el auge de la producción literaria, científica y suntuaria.
El patrimonio de obras artísticas de que puede ufanarse Lima se atesoró sobre todo en el siglo XVII. Sen-
taron las bases de la escuela pictórica local tres maestros italianos: Mateo Pérez de Alessio (de cuya mano que-
dan pinceladas en la Capilla Sixtina y en la catedral de Sevilla), el hermano Bernardo Bitti de la Compañía de
Jesús y, por último, Pedro Pablo Morón, difusores del manierismo. Sobrevino posteriormente el período jamás
superado de la pródiga importación de piezas únicas en su género, entre las cuales no pocas procedían de con-
tratos expresos cursados desde Lima, como el retablo de San Juan Bautista (hoy en la catedral) encargado por
el convento de la Concepción, o la talla enviada al convento de los franciscanos, el primero de la gubia de Mar-
tínez Montañés, y la segunda obra de Gregorio Hernández. Entre los imagineros locales —dignos continuado-
res de la escuela sevillana— no puede echarse en olvido los nombres de Martín Alonso de Mesa, de Pedro
Figs. 7 y 8 «El impresor limeño José
Noguera —cuya obra maestra, la sillería del coro de la catedral, es joya del templo—, de Juan Martínez de Arro-
de Contreras y su cajista» y «Oficiales
prensistas en la imprenta de José de na y de Diego Agnes.
Contreras», en José de Buendía,
Lienzos firmados por Zurbarán, Murillo, Valdés Leal y el flamenco Simón de Vos, decoraban los muros
Parentación real … de Carlos II…, 1701,
Lima, Biblioteca Nacional del Perú de iglesias y claustros. Un hijo del pintor de cámara de Felipe II, Sánchez Coello, gozó de prestigio en Lima
como miniaturista. La escuela pictórica local contó entre los virtuosos más renombrados
a Leonardo Jaramillo, a Francisco Bejarano, al mercader fray Cristóbal Caballero y hasta a
una pintora, Juana Valera.
En conformidad con la tradición, la Universidad de San Marcos era el crisol del
saber; a ella acudían desde los más distantes lugares del virreinato.
La Lima del siglo XVII puede legítimamente enorgullecerse por el florecimiento de
la literatura. A cimentarla contribuyó la importación —comprobada por las listas de los
libreros— de libros de caballerías, de novelas del género picaresco (Guzmán de Alfare-
che, El Buscón, La pícara Justina...) y como florón, una copiosa partida de ejemplares de
la edición príncipe de El Quijote. La nómina de escritores que hallaron en Lima ambien-
te privilegiado para desarrollar su ingenio cuenta entre las figuras más conspicuas a Die-
go Mexía de Fernangil, traductor de Ovidio, a Juan de Miramontes y Zuazola (Armas
antárticas), al ya mentado fray Diego de Hojeda, a Amarilis (¿María de Rojas y Garay?),
que envió una epístola en verso a Lope de Vega, al jesuita padre Rodrigo de Valdés, autor
de un poema que tiene la originalidad de poderse leer a un tiempo en latín y en español
y, por último, en las postrimerías de la centuria, la musa satírica de Juan del Valle Cavie-
des se ensañó con los médicos.
Entre los intelectuales de fuste cabe mencionar al naturalista padre Bernabé Cobo,
al teólogo jesuita Juan Pérez de Menacho, cuya fama se dilató hasta la Universidad de la
EL REVERSO DE LA MEDALLA
Tantas bienandanzas y tantas muestras de opulencia, encarecidas a porfía por viajeros y espías, no podían
seguir ocultas y pronto excitaron la codicia de las naciones envidiosas de la Monarquía española. Los corsarios
y los piratas no cesaron de amenazar las costas cercanas: Spielbergen (1615), L´Hermite (1624) sitió El Callao y
Sharp (1680) y Davis (1686) pusieron sobre ascuas a los limeños; en la primera ocasión fue santa Rosa la que
intervino para disipar la congoja.
A las cuitas exteriores se sumaban los infortunios propios: terremotos (1609, 1630, 1647, 1655, 1678 y, el
más devastador de todos, en 1687), enfermedades endémicas —malaria, difteria (garrotillo), sarampión, tifus
(tabardillo), viruela— esterilidad de la campiña...
Al ocuparse de la Lima del siglo XVII no puede quedar entre renglones uno de los símbolos de feminil
recato más representativos de la ciudad: la tapada, indumentaria de raigambre árabe que perduró hasta media-
dos del siglo XIX, a despecho de prohibiciones eclesiásticas y gubernativas.
Por contera, los personajes inevitables en una corte: los bufones, Cristobalote, Pío V, Bola de hierro,
Bogoviche y el hazmerreír don Juan Manrique de Lara, enano que armado de lanza, adarga, manopla y morrión,
salió a desafiar a los que negasen la Concepción Inmaculada de María.
BIBLIOGRAFÍA
Lohmann Villena, 1992, pp. 87-149; López de Caravantes, 1632, pp. IX-CXXIV; Medina, 1904; Mugaburu [1694], 1917 (ed.); Suardo [1639], 1936 (ed.); Var-
gas Ugarte, 1959, pp. 258-332.
Muy poco tiempo después de la llegada de los españoles al Perú se tuvieron noticias de la existencia de riquezas
materializadas en oro y plata, de forma que la isla de Puná recibió ya el nombre de «isla de la plata» [mapa de Die-
go Menéndez (1575)], y en 1533 uno de los pajes del gobernador Pizarro embaucaba desde Cajamarca a su padre con-
tándole que en el país recién conquistado «hay más oro y plata que hierro en Vizcaya y más ovejas que en Soria». Y
en esta misma ciudad norteandina donde Atahualpa fue hecho prisionero, los españoles se hicieron con un botín de
once toneladas de plata. Muy pronto el puerto de Sevilla comenzaría a recibir cargamentos con metales preciosos
peruanos en barras, tejos, pasta y monedas, siendo conocida la temprana remesa de media tonelada de plata —en
cántaros y planchas— que el conquistador Diego Orgóñez mandó en 1534 como donativo a la cartuja sevillana des-
de Jauja, ciudad que pronto se identificaría con el bienestar, acuñándose por ello la frase —hasta hoy vigente— de
«¡esto es Jauja!» como sinónimo de bonanza y riqueza. Pero, además, los envíos de plata ya labrada se fueron suce-
diendo en el tiempo entre los españoles de América quienes, para mostrar su éxito económico y el triunfo social alcan-
zado en las Indias, eligieron estos objetos fabricados en metal precioso, al tiempo que les sirvieron de arteria para
establecer vínculos de afecto con sus respectivos lugares de origen peninsular (especialmente con sus parroquias de
bautismo) y también para poder manifestar sus devociones preferidas. En este sentido vale la pena recordar que el
mismo virrey, don Francisco de Toledo, tuvo el gesto de obsequiar a la Virgen de Guadalupe, en Extremadura, con
tres figuras de plata de los Reyes Magos, que seguramente trajo consigo al regresar del Perú. Las dádivas que esta
imagen recibió, no sólo de los españoles del Perú sino de toda de América, fueron muchas, lo que confirma la nece-
sidad de mostrarse devotos y afectivos con lo que, entendían, era lo «mejor», esto es con obras de plata y oro.
Y cuando tiempo después se descubre la plata de Potosí (1545) no sólo este centro minero merecería el
reconocimiento mundial de ser el más importante del Perú y aun de toda la América hispana, sino que pronto sería
objeto de calificativos asociados a su ingente riqueza, haciéndose famosos los que emitió el cronista potosino Barto-
lomé de Arzáns en su Historia de la Villa Imperial de Potosí (1736), quién al Cerro Rico lo denomina «cuerpo de tie-
rra y alma de plata», lo declara «imán de las voluntades», «monstruo de riqueza» y «moneda con que se compra
el cielo», haciendo constar que esta «singular obra del poder de Dios; único milagro de la naturaleza» era «clarín
que resuena en todo el orbe». Y en efecto, Potosí y su cerro se convirtieron en el símbolo mundial de riqueza, y
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que por extensión se asoció al Perú, cuyos territorios guardaban además otras muchas minas de metales precio-
sos, así que una y otra circunstancia llevaron a difundir la expresión «¡vale un Perú!», que se instaló en el lengua-
je como equivalente de lo máximo, porque la plata y el oro se asociaban al dinero y a la opulencia, y por tanto se
entendía que con ellos se alcanzaba «lo mejor». Unos años después hacia 1566, el hallazgo de las minas de azo-
gue (mercurio) en la ciudad andina de Huancavelica facilitó la obtención y refinamiento de la plata, una vez
impuesto en 1580 el método de amalgamación, convirtiéndose así este binomio Huancavelica-Potosí en los «dos
exes donde andan las ruedas de todo este Reyno y la hacienda que vuestra Magestad tiene» (Virrey Mancera, 1648).
Pronto la sociedad del Perú virreinal fue consciente de lo que las entrañas de esta tierra le proporciona-
ban y tempranamente echó mano de la plata y el oro para dar respuesta a sus necesidades en el ámbito civil y
religioso, iniciándose desde mediados del siglo XVI una notable demanda de objetos que trajo consigo el inicio
del arte de la platería colonial, cuya brillante continuidad se mantuvo —según los casos— hasta los albores del
siglo XIX, iniciando su declive a raíz de la independencia.
Muchos son los testimonios de obras de platería conservadas que fueron fabricadas en el Perú durante los
tres siglos de la presencia española, unas se encuentran dentro del territorio de su actual demarcación geopolítica,
pero otras muchas están fuera de sus fronteras, fruto de la movilidad que todo objeto, máxime si está labrado en un
metal noble, sufre por distintas razones —históricas, de comercio, coleccionismo, etcétera—. Pero todo el elenco
conocido permite, sin ninguna duda, afirmar que la platería peruana —quizás, no suficientemente valorada— es
espléndida por su calidad artística, por su abundancia cuantitativa y por su originalidad, extremo este que la hace
verdaderamente genuina por ser el resultado de la síntesis de la experiencia transculturada por los españoles, más
la que aportaron los indígenas, que fue mucha y de gran valor, tanto en lo que a técnicas se refiere como a la propia
creatividad. Tan sólo varió la estética, que se dejó llevar por los gustos y conceptos de la cultura dominante, que no
era otra que la española. Y únicamente en aquellas zonas donde las tradiciones indígenas estaban más arraigadas
—como en el sur de los Andes y en el Altiplano— la continuidad de sus usos y costumbres dio lugar a su pervi-
vencia durante la época virreinal y aun en la actualidad, permitiendo que lo más significativo de sus culturas se siga
mostrando a través de objetos de adorno que lucen en sus atuendos como los prendedores (tupus y ttipquis), con
los que sujetan la saya (accsu) a la altura del hombro o la manta (lliclla), los que sirven para los festejos lúdicos (bas-
tones de baile), las ceremonias rituales —como los vasos para beber chicha (maíz fermentado) labrados en plata
(akillas), en madera y en cerámica (keros) y cuyo gran valor simbólico los hizo piezas muy apreciadas— o los obje-
tos que sirven para la representación del poder, como los bastones de mando de alcaldes y curacas (varayoc). La per-
vivencia de sus códigos de lenguaje con los que comunicarse a través de signos y símbolos quedó asimismo conti-
nuada en el tiempo (especialmente en la platería y en los textiles) más allá de su mundo prehispánico mediante el
uso de los tocapus, que son unos «grafemas de escritura inca» en forma de diseños geométricos abstractos con fun-
ción mnemotécnica para, a través de estos dibujos, ayudar a aumentar y mantener vivo el alcance de la memoria.
Además, la platería peruana también sobresale por su generosidad en el metal empleado, pues las piezas
que se labraron aquí, en el Perú, son, como advirtiera fray Juan Meléndez, «de obra tan maciza que cualquiera de
éstas pesa más que seis de su tamaño de las que se labran en Europa, donde se estudia más la apariencia y no
el valor» (Tesoros verdaderos de las Indias, 1681-1682). Este mismo autor dará testimonio de la rica platería con
que se equipaba la catedral de Lima en esas fechas, indicando que se vestía «con riquísimos frontales […], cru-
ces, candeleros, ciriales y blandones de plata», un lujo que alcanzó lo mismo al templo que a la casa, sin que ello
extrañe cuando sabemos que Lima por ser la sede de la corte virreinal fue el lugar adecuado donde mostrar la
Fig. 1 Templete del Corpus, 1731, es verdad que hasta que no se superó la difícil etapa de las guerras civiles y llegó la pacificación del territorio
acompañado por candeleros, braseros, bajo el gobierno del virrey Toledo (1570) este arte no tomó la fuerza y el desarrollo que tan brillantemente man-
faroles y un frontal, siglos XVII y XVIII,
Cuzco, catedral tuvo hasta finales del siglo XVIII y en algunos centros, como en Arequipa, hasta alcanzar los umbrales de la inde-
pendencia. Poco a poco irán surgiendo, además, otras platerías a lo largo y ancho del Perú virreinal, destacan-
do las de Trujillo, Huánuco, Huamanga (Ayacucho) o Puno, y en el Alto Perú las de La Paz, Santa Cruz de la
Sierra, Oruro o Chuquisaca (Sucre), y también las formadas en las misiones jesuíticas de Moxos y Chiquitos.
De todos estos centros plateros se distinguieron por su singularidad y papel en la difusión de la estética
surgida entre la nueva sociedad, Lima, que al ser la capital y el corazón del virreinato las novedades (herederas en
muchos casos de los flujos españoles, aunque más tarde también se dejaría llevar por los asiáticos) aparecían
antes que en ninguna otra parte del territorio y donde la opulencia de su corte marcaba no sólo a sus habitantes,
sino que servía de espejo para el resto de la población peruana que ponía sus ojos en los aconteceres capitalinos;
y Cuzco, que aunó la fuerte tradición prehispánica de su población inca a las nuevas directrices implantadas por
Fig. 2 Anónimo arequipeño, custodia
portátil adornada con diamantes, los españoles, dando lugar a una platería verdaderamente original que sirvió no sólo para atender la demanda de
rubíes, esmeraldas, amatistas la ciudad y su valle, sino que tuvo mayor alcance al desempeñar la función de foco centrífugo dejando sentir su
y esmaltes, ca. 1742, Arequipa,
convento de Santa Rosa impacto hasta las tierras del lago Titicaca. También Arequipa, mostrará una fuerte personalidad y prestigio siendo,
sin duda, el centro platero surandino más destacado y mejor estudiado del Perú, teniendo sus platerías una extra-
ordinaria capacidad técnica y artística, y jugando el papel de «bisagra» con los centros de Puno y La Paz.
Que la sociedad peruana trató de emular y recrear los acontecimientos y vida de la metrópoli es un hecho ya
sabido, lo mismo que era lógico que desde ésta se transfiriera al Perú la experiencia artística y los conceptos estéti-
cos que sucesivamente iban surgiendo en ella, de ahí que «nuestras» corrientes estilísticas se vean reflejadas, con
mayor o menor sincronía, en las obras peruanas, pero lo que debe quedar muy claro es que la platería peruana no
tiene por qué ser sincrónica con nuestros tiempos europeos, que le son ajenos, y por tanto no merece que se la cali-
fique cómo anacrónica, porque es intemporal. En unos centros u otros, el mundo religioso y el profano fueron adap-
tando y creando las estructuras formales herederas de lo español hasta conseguir modelos peculiares y únicos del
mundo peruano, y si bien es verdad que las piezas religiosas por su propia función y carácter tenían que responder
en lo sustancial a los tipos preestablecidos y, por tanto, manifestarse mucho más conservadoras que las de la pla-
tería civil, donde era más permisivo introducir novedades, tanto en lo estructural como en lo decorativo, y especial-
mente a partir del gobierno de los Borbones, verdaderos introductores de los gustos franceses.
Muchas y muy excepcionales piezas se labraron para el culto y las ceremonias religiosas en todo el Perú,
pero de ellas destacaríamos los frontales de altar y las custodias de mano. Los primeros permiten, sobre todo en
creando un tapiz ornamental de gran efectismo en el que invariablemente el horror vacui se apodera de las com-
Fig. 4 Frontal de altar, ca. 1735,
posiciones. Muchos y muy buenos frontales se labraron en el Perú virreinal, pero indiscutiblemente son los cuz- Cuzco, templo de Jesús y María
queños de la época del obispo Mollinedo (1673-1699) los más reconocidos y los que marcaron la tipología a seguir,
Fig. 5 Frontal de altar, siglo XVIII ,
al menos en la amplia zona que se extiende a lo largo del Camino Real del Inca, desde el Cuzco hasta Puno, Are- Lima, iglesia de la Merced
BIBLIOGRAFIA
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El espíritu humanista clásico reelaborado, producto de una elite cortesana, se puso de manifiesto en la Ciudad de
los Reyes en las diversas expresiones culturales de carácter efímero, inspiradas o sustentadas en programas ico-
nográficos que procuraban hacer alarde de la erudición de las plumas de los intelectuales de la Real y Pontificia
Universidad limeña. La fiesta se constituyó en años virreinales en una de esas expresiones culturales, no sólo de
la elite sino también como manifestación del sentimiento colectivo de un pueblo que escapó muchas veces de las
contingencias de la vida a través de lo lúdico.
La fiesta que por lo general tuvo por marco la ciudad, convocaba a los diferentes estamentos de la socie-
dad virreinal, en principio los poderes civiles y religiosos, los que a través de sus intelectuales, cual humanistas,
facilitaban los argumentos que se transformaban en expresiones artísticas efímeras, tales como los arcos triun-
fales, carros alegóricos, máquinas de fuegos artificiales, altares y túmulos que implicaban a arquitectos, pinto-
res y escultores. Elementos constitutivos que con suntuosidad y extravagancia convertían la fiesta en un instru-
mento de persuasión y publicidad al servicio del poder dominante.
Las fiestas, ya sean religiosas o profanas, incluían, aparte del arte efímero, juegos como el de cañas
—luchas caballerescas de raíces medievales, introducidos en Europa por los musulmanes— asimismo, los jue-
gos de destreza para ensartar sortijas, las corridas de toros, las máscaras, los fuegos artificiales, las danzas, bailes y
representaciones dramáticas que se sumaban a la algarabía de lo lúdico. Según Bromley casi un tercio del año los
españoles y criollos de Lima estaban impedidos de trabajar los días festivos, bajo pena de caer en pecado mortal.
Las fiestas virreinales se pueden dividir en religiosas y profanas y para llegar a ellas se cuenta con docu-
mentos de archivo, descripciones literarias, en muy pocos casos pinturas, y como bien considera Gisbert, debe-
mos sopesar el folclore llegado hasta nuestros días. Entre los documentos de cabildos, conservados en la sec-
ción de festividades del Archivo General de la Nación de Lima, encontramos también información que escapa
a lo trascendente de una obra de arte, permanente o efímera hecha para la fiesta, y al protocolo de la ceremo-
nia; nos referimos a aquello que da cuenta de lo anecdotario sucedido en los días de la fiesta, pero no por ello
menos importante, ya que nos alcanza la vivencia de lo cotidiano en aquellos días. Un caso puntual es puesto
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de manifiesto en un memorial de los indios residentes en Lima dirigido a Alberto Chosojo —procurador gene-
ral de los Naturales de este Reino—, en 1779, donde le informan de los robos y maltratos a los que son some-
tidos los indios por los negros que salen el día de la festividad de Cuasimodo, vestidos con máscaras, hacien-
do el papel de demonios y que, al danzar por calles y plazas, aprovechan para acometer fechorías que, aunque
no son desconocidas por los alcaldes ordinarios, sin embargo, no han podido ser controladas por el gran núme-
ro de negros que salen de todas las parroquias. Chosojo, fue un personaje muy importante, del cual hemos
podido apreciar un retrato en el convento de Nuestra Señora de Copacabana, Lima, en cuya leyenda se lee:
«Alberto Chosop, protector de naturales, hijo de Ignacio Chosop y de Melchora Chafo, natural del pueblo de
Lambayeque». A él le piden los indios en este memorial que se notifique a los mayordomos de las parroquias
de Santa Ana, San Marcelo, San Sebastián, San Lorenzo, a la catedral y a la viceparroquia de los Huérfanos, ade-
más de a los alcaldes ordinarios de la ciudad, que se prohíba la salida de estos negros demonios con máscaras
en la procesión del domingo de Cuasimodo, en los días de las festividades al Santísimo Sacramento.
Habida cuenta de lo expuesto, mediante decreto del 26 de marzo de 1779, Chosojo determinó que los mayor-
domos de las parroquias controlaran a los negros durante la procesión de Cuasimodo y que al final de ella los des-
pojaran de sus disfraces, y decretó pena de cien azotes en la Plaza Mayor a los que continuasen con los desmanes.
A pesar de todo lo actuado hay documentos de 1785 donde se denuncian que estas mismas prácticas continúan.
Entre las fiestas del siglo XVIII realizadas en Lima, destacaremos las que tuvieron lugar por la coronación
de los reyes de España, exequias y celebraciones por la inauguración de monumentos religiosos; muestras sufi-
cientes para hacernos una idea de la magnitud de estas expresiones culturales.
A las fiestas del siglo anterior, tales como las realizadas por la proclamación de los reyes de la dinastía de los
Habsburgo, Felipe IV, en 1622, y Carlos II, en 1666, se sumarán las celebradas por los reyes de la dinastía bor-
bónica, Felipe V, en 1701 y la de su hijo Luis I, en 1725; esta última la hemos seleccionado como una muestra
de las fiestas del siglo XVIII en Lima.
La fuente principal para el estudio de la fiesta por la proclamación del rey Luis I la encontramos en el
libro de Jerónimo Fernández de Castro, editado en Lima en 1725, en el que con lujo de detalles la describe y nos
transporta a ese ambiente donde se mezcla el protocolo con la ostentación de la nobleza limeña, el manifiesto
erudito de una cultura humanista, de exageradas lisonjas en la pluma, con el espíritu lúdico del pueblo partíci-
pe de las máscaras y juegos callejeros. La fiesta iniciada el 2 de diciembre de 1725 con repique de campanas y
fuegos artificiales se continuó al día siguiente con la misa de acción de gracias en la catedral, oficiada por el
arzobispo Morcillo, ante la presencia del virrey, José de Armendáriz, y de todas las autoridades del poder políti-
co y religioso. Después del saludo protocolar al virrey en el palacio, en horas de la tarde se inició el desfile acom-
pañando al pendón real para el que vestían todos con sus mejores galas. Eran fechas en que la nobleza limeña
aprovechaba para hacer ostentación de riqueza y de poder ante sus congéneres y ante el pueblo. Una clara
muestra se aprecia al paso del recorrido del cortejo por la Casa de la Moneda donde el conde de San Juan de
Lurigancho, tesorero perpetuo de esta real casa, mandó levantar un suntuoso arco corintio sobre gruesas barras
de plata, a la manera de los triunfales romanos, de tres vanos, el central de mayor tamaño sobre el que se colo-
có el retrato del rey Luis I bajo cortinajes y corona, en ambas fachadas; los arcos laterales, para el paso del pue-
blo, más pequeños, fueron adornados con dos figuras alegóricas de España y Francia de cuyas manos salían
Por mi lealtad se estime la más preciosa oblación hoy con cuño más sublime la real imagen imprime amor
en mi corazón.
Al pasar el cortejo bajo este arco, los familiares del conde arrojaron flores entre monedas de oro y plata y acto segui-
do la condesa y su primogénito, don José de Santa Cruz, bajaron a integrarse en el cortejo. A este agasajo del teso-
rero de la Real Casa de la Moneda, se sumaron muchos otros al paso del cortejo, hasta su llegada al palacio.
Por la fiesta de la Inmaculada y su octava se hizo un paréntesis en el programa de celebraciones por la
Fig. 1 Anónimo, Procesión del Corpus coronación de Luis I, pero continuaron a partir del 18 de diciembre con fuegos artificiales, distribuidos por los
en Cuzco, óleo sobre lienzo, siglo XVII,
Cusco, Museo del Palacio Arzobispal
matachines o bufones y los gigantes con la hidra; además, hubo carros con alegorías de España, acompañados
por la Virtud y la Fortuna, o el de Cupido hiriendo de amor a una alegoría de Lima, juegos de cañas y alcancías,
así como las acostumbradas corridas de toros. Dentro de este tipo de manifestaciones destacamos los carros
alegóricos costeados por el gremio de carpinteros y arquitectos con representaciones de los meses y planetas,
por ejemplo: el carro de Mercurio tirado por cigüeñas; el de Venus y Cupido tirado por palomas y el de Júpi-
ter por dos águilas, gremio que cerró su participación con una fábula de Troya y Tebas, con torreones, castillos
y nueve máquinas de fuegos artificiales.
Caso aparte fue la fiesta que le ofrecieron a Luis I los naturales de la Nación Índica los días 26, 27 y 28
de enero. Dando muestra de su origen en las ricas vestimentas, desfilaron acompañados de lacayos y músicos,
un noble de Lambayeque llamado Valentín Niño, a caballo, vestido de oro y plumas, orejeras, sol en el pecho,
mascaipacha y cetro real; el señor de «Luna Guana» y el señor de Pachacamac, además de otros personajes
que representaban a los diferentes incas, los que al pasar debajo del balcón del virrey gritaban: «Viva el gran
Inca don Luis I», como acto de sumisión. La descripción de las vestimentas de los naturales en esos desfiles
nos recuerda exactamente la representación de aquellos personajes que se aprecian en la serie pictórica sobre
la procesión del Corpus del Cusco.
Fiesta similar a la de Luis I se dio en Lima por la Proclamación del rey Carlos IV, descrita en el libro de
Esteban de Terralla y Landa, en 1790. Obra ya estudiada en el libro que publicamos sobre el Grabado en Lima
virreinal (2002), donde se incluye el retrato grabado de don Bartolomé de Mesa, firmado por José Vázquez, al
que acompaña la leyenda que indica que fue comisario de las fiestas del día 8 de febrero. Sólo deseamos des-
tacar lo que dice el autor al final de su libro, donde manifiesta que se decidió que la fiesta con sus carros, des-
files y danzas se redujeran al pincel en dos lienzos de cuatro varas de ancho, uno para remitirlo a la villa y cor-
te de Madrid y el otro para que quedara en esta capital, a fin de que perpetuase en la memoria la festiva idea
de la Nación Índica y se comprenda en la viveza de las pinturas con mayor claridad la descripción. Agrega que
la estrechez del tiempo no ha permitido que pueda remitirse en el navío «La Mejicana», el lienzo que está des-
tinado para su majestad. Sobre el particular, Porras Barrenechea atribuye estos lienzos, hoy desaparecidos, al
pintor aún inédito en la pintura peruana Julián Dávila, sin indicar sus fuentes.
Para la fiesta por la proclamación del rey Carlos IV en Lima se desarrollaron los elementos constitutivos
característicos ya mencionados para las ceremonias de este tipo, incluso las fiestas de los naturales con sus
vestimentas imperiales y danzas aborígenes. En el libro del inglés Joseph Skinner, The Present State of Peru, publi-
cado en Londres en 1805, es posible apreciar veinte láminas que representan a personajes con trajes típicos o dis-
frazados, inspiradas en los lienzos citados. Destacan, entre ellos, la representación de un inca y su reina, una gue-
rrera de la tribu Yurimagua y una habitante india como la Minerva del Perú.
En Lima al igual que se celebraban fiestas con motivo de la proclamación de un nuevo monarca en España, se lle-
vaban a cabo las llamadas fiestas luctuosas por su fallecimiento, que incluían también la metamorfosis del lugar
con el llamado arte efímero. Aparte de los documentos de archivo que nos alcanzan datos sobre el protocolo de
las ceremonias y los gustos de las mismas a partir del siglo XVIII, contamos con libros de exequias editados por
las imprentas limeñas que contenían, además de los preparativos para la ceremonia, el protocolo de las proce-
siones y los sermones, una descripción del túmulo diseñado por lo general por un arquitecto de prestigio de Lima,
y una estampa calcográfica del cenotafio al final del libro y con ello se perpetuaba su imagen efímera para benefi-
cio de nuestra memoria cultural. La arquitectura funeraria incluía también esculturas y pinturas, en base a un pro-
grama iconográfico, que no dejaba de lado los jeroglíficos, emblemas e incluso la temática mitológica, preparado
por un intelectual de la época, procedente de las cátedras de la Universidad de San Marcos, que en su mensaje
buscaba resaltar las virtudes del difunto, en un afán de trascendencia histórica.
Para el presente estudio hemos seleccionado, como muestra de la arquitectura efímera limeña del siglo XVIII,
cuatro túmulos levantados en la catedral de Lima y llevados a la estampa por uno de los más representativos gra-
badores del Perú virreinal, José Vázquez: los túmulos de la reina madre Isabel de Farnesio, 1768; el del arzobispo
Pedro Antonio de Barroeta y Ángel, 1776; del arzobispo Diego Antonio de Parada, 1781, y el del rey Carlos III, 1789.
La estampa del túmulo de la reina madre, Isabel de Farnesio, se incluyó en el libro de José Antonio Bor-
da y Orosco, editado en Lima en 1768, obra de arquitecto aún desconocido, aunque su diseño guarda estrecha
relación con el que hizo Antonio Bejarano Loayza para las exequias de María Bárbara de Portugal en 1760. El
programa incluyó ocho esculturas alegóricas de las virtudes teologales, cardinales y la Piedad, además de ale-
gorías geográficas de partes diferentes del mundo y en el remate la de Lima con el escudo de la ciudad.
Deseamos centrar nuestra atención en la figura de la muerte que aparece en el interior del tercer cuer-
po del cenotafio de Isabel de Farnesio. Si bien ya se había usado el esqueleto de la muerte en el túmulo del
FUENTES MANUSCRITAS
Archivo General de la Nación (AGN). Documento: Sobre las irregularidades (robos de los negros disfrazados con máscaras a los Indios) en la Fiesta
de Quasimodo. Código: CA-GCS/ Cj.31/ Documentos de Cabildo, sección de festividades
FUENTES IMPRESAS
Fernández de Castro, 1725; Ruiz Cano y Sainz Galeano, 1755; Borda y Orozco, 1768; Colmenares Fernández de Córdova, 1771; Potau, 1776; Pinto y Que-
zada, 1781; Rico, 1789; Terralla y Landa, 1790; Skinners, 1805.
BIBLIOGRAFÍA
Porras Barrenechea, 1963; Bromley, 1964; Estabridis Cárdenas 1980; Estabridis Cárdenas, 1984; Pouncey, 1989-90; Bonet Correa, 1990; Ramos Sosa,
1992; Gisbert, 1997; Estabridis Cárdenas, 2002.
Leonardo Mattos-Cárdenas
D E S A R R O L L O U R B A N Í S T I C O H A S TA L O S A Ñ O S 1760
Durante el siglo XVIII, la opulencia y la ostentación que habían caracterizado la capital estaban claramente disminu-
yendo, con lo cual se hizo inusual celebrar eventos haciendo pavimentar con planchas de plata la calle principal, como
sucedió al recibir al virrey duque de la Palata, en 1681. En el seiscientos, Lima comenzó a vestirse de barroco; en 1685
se alzaron sus murallas y bastiones de adobe —amenazantes si se observan a través de los grabados de entonces—,
sus edificios se adornaron con elaboradas fachadas, especialmente después del terremoto de 1687. Contaba además
con un puerto fortificado, El Callao, con numerosas casas, iglesias, establecimientos públicos y privados.
El conde de la Monclova, virrey del Perú (1689-1705), inició el siglo con los portales de piedra que había
mandado construir en dos lados de la plaza mayor y mejoró el palacio virreinal, de cuyas obras continuó ocu-
pándose el gobierno de la Audiencia (1705-1707); que declaró que: «por los aderezos de los palacios de Lima y
Callao se han librado las porciones necesarias a su reparto, perfección y hermosura, con la conformidad que en
otras ocasiones se ha hecho».
Sin embargo, Lima, por su trazado y por su palacio —que «no tenía nada de magnífico», según el jesui-
ta J. Nyel que lo vio en 1705—, nunca fue una ciudad barroca concebida al estilo europeo y menos una peque-
ña Versalles tropical, como quiso representarla un grabado, hecho en esos años en Amsterdam.
No obstante, continuaba alimentando la fantasía, y el interés de corsarios y piratas ya que, según su cos-
mógrafo, don Pedro de Peralta, no estaba bien defendida. Éste presentó —en tiempos de Fernando VI— un pro-
yecto de ciudadela pentagonal al virrey, marqués de Villagarcía (1736-1745), que debía levantarse a la salida del
puerto en Chacra Ríos, «como son los de Milán en Lombardía, de Santángel en Roma, de San Julián en Lisboa
y de Pamplona en Navarra». Sus propuestas no tuvieron acogida, aunque volvieron a interesar al nuevo monar-
ca, Carlos III, en 1781.
Siendo virrey Manso de Velasco (1745-1761), un violento terremoto como jamás había ocurrido antes,
destruyó gran parte de la ciudad, la noche del 28 de octubre de 1746, cobrándose más de diez mil víctimas (un
quinto de la población) y en la costa fue «agente de una elevación en sus olas» (como sospechó en su Rela-
ción), arrasando El Callao y penetrando tierra adentro.
[ 125 ]
El virrey, la Audiencia y el Cabildo acudieron
a la emergencia y a la reconstrucción, analizando
propuestas y realizando obras.
Se discutió la idea de mudar la capital, dentro
de un paralelogramo regular con dos de sus lados
paralelos al río y transversales a las haciendas Del
Pino y La Pólvora (el Agustino y La Parada). Se pro-
puso el palacio virreinal en Chacra Ríos y un fuerte en Fig. 1 Henri Abraham Chatelain,
el cerro de San Bartolomé (hoy Agustino), para defen- Curioso mapa del Mar del Sur,
con nuevos datos, 1705-1720, Lima
derse de los ataques extranjeros e indígenas. Esta pro-
puesta fue desechada porque muchos inmuebles estaban hipotecados, y abandonarlos significaba una gran pérdi-
da, principalmente para las órdenes religiosas que prestaban el dinero.
Convocado don Luis Godin, catedrático de San Marcos, elaboró otras alternativas. La primera plantea-
ba ensanchar las calles existentes, levantando manzanas con esquinas ochavadas con muros de sólo cuatro
varas, y para recuperar el terreno perdido al ensancharse las calles, propuso derribar las murallas. El virrey y la
Audiencia opinaron que «la idea era bellísima, pero suponía fundar una ciudad a imitación de Palermo, habien-
do de arruinar todo lo existente para sobre esa loma de ruinas edificar una ciudad nueva; reconociéndose que
era insuperable dificultad». Palermo, en efecto, contaba con su plaza central ochavada, trazada a comienzos del
siglo XVII, en tiempos del virreinato español.
Se optó por conservar la ciudad y su trazado, con normas estudiadas por Godin, como edificar sólo bajos
y en adobe —excepcionalmente altos en quincha (bahareque)—, techos o bóvedas con madera, caña, barro y
yeso. Construir fachadas y columnas más bajas, suprimir balcones y miradores, sustituir las torres-campanarios
con espadañas bajas, fueron normas dejadas algo de lado; aunque explican según Vargas Ugarte S. J., los dimi-
nutos campanarios de las iglesias de Jesús María, Mercedarias, el Carmen, Copacabana y de otros templos ya
desaparecidos como los de Santa Teresa, Desamparados y Guadalupe.
A Manso de Velasco por su obra le fue ofrecido el título de conde, que él aceptó con el nombre de Supe-
runda; no por sentirse «sobre las olas», como ha sido escrito, sino más simplemente —a nuestro parecer—
recordando esa «gran ola» (Superunda) que había destruido el puerto. En sustitución de la población envió al
rey, el 16 de marzo de 1747, el nuevo «Plan del Pueblo y Bodegas de Bellavista» de forma pentagonal con cua-
drícula regular, trazado tierra adentro por Godin, habiendo el 7 de diciembre del año anterior, ultimado «la nive-
lación y reconocimiento de aguas necesarias a la canal que se ha proyectado, para el transporte de los efectos
del comercio de las bodegas que lo han de hacer hasta la mar y desde el mar a las bodegas» en los puquios
(lagunas) de la zona.
La participación del oidor don Pablo de Olavide en este período crucial está ampliamente testimoniada
por documentos de la época, que reflejan parte de su temprana preocupación social, como el ocuparse direc-
tamente de un sector de la ciudad por encargo del virrey y el ser designado a recolectar fondos para obras en el
hospital real de Santa Ana, destinado a los indígenas enfermos.
En tiempos de Carlos III y del ministro Aranda, su experiencia le será reconocida, encargándosele la
superintendencia del gran experimento de las Nuevas poblaciones de la Sierra Morena y de Andalucía, con
amplias repercusiones también en América.
E L P A S E O D E A G U A S I N V E N C I Ó N D E A M AT
A poco tiempo de mi Gobierno reconocí el paseo público de la Alameda, cuyas fuentes se hallaban desba-
ratadas, y los Árboles sin aquel verdor que ofrece diversión y complacencia. Estos lugares en todas las Ciu-
dades políticas se mantienen para desahogo de los ánimos en aquellos tiempos que se conceden al des-
canso y así, al instante procuré remediar el desorden que se notaba, poniendo corrientes [las aguas de] sus
Pilas, replantando Árboles, y formando asientos y calles para la gente vulgar [i. e. del vulgo], a fin de que no
se atropellasen con los muchos Coches y Calesas que concurren los días festivos.
Me pareció extender el paseo a mayor distancia, pues se han hecho juegos de Aguas cuya máquina, a imi-
tación de la que [h]ay en Roma, llegando a su perfección será uno de los más hermosos recreos que pueda
tener Ciudad alguna, debiendo expresar a V. E. que mis deseos han sido decorar esta República por cuantos
medios han sido posibles, dándole aquel esplendor que se merece.
Al finalizar inesperadamente su mandato el Paseo de Aguas quedó inconcluso; con andamios en construcción,
Fig. 2 Julio Ramón de César, como se ve en un documento de la Biblioteca de Cataluña (Ms. 400, n.o 123) firmado por «Julio [Ramón de]
Plaza Mayor y Paseo de Aguas de Lima
César», quien lo titula «la Nabona».
en construcción, 1775, Barcelona,
Biblioteca de Cataluña (Ms 400, Se entraba por una rampa acompañada a su derecha con una caída de aguas entre dos acequias, como
123, detalle inferior)
se ve en la pintura de Fernando Brambilla, miembro de la expedición Malaspina (1789-1794).
Fig. 3 Fernando Brambilla, Paseo de Detrás, el solar que adquirió y reconstruyó Micaela Villegas, la Perricholi, una vez terminado el gobierno
Aguas de Lima, siglo XVIII, Madrid,
del virrey Amat, agregándole, como se observa, el balcón y «la pieza alta en el molino de la Alameda» en 1782,
Museo Nacional de la Marina (Álbum
de la expedición Malaspina 10134) según documentos del procurador de la ciudad.
Otras obras capturaron el interés del virrey: el templo de las Nazarenas, el camarín de la Virgen de la Merced y
la torre y sectores de Santo Domingo. Varias características hermanan estas obras de gusto rococó o barroco
clasicista tardío: planos escalonados de fachada o quebrados que notamos inclusive entre el cuerpo central y
los laterales del Paseo de Aguas, óculos, los tramos finales de la escalera del camarín de la Merced similares a
su casa en Barcelona y, quizás, la moda de pintar como mármol las columnas de las Nazarenas, de la torre de
Santo Domingo (y posteriormente, de la portada de Maravillas y de El Callao).
Reflejan igualmente la influencia de su gusto: la Quinta del Rincón (jirón Huamalies, 225) en los Barrios
Altos con jardín, glorieta, cenador, teatrín y pinturas murales tal vez emparentadas con los interesantes murales
BIBLIOGRAFÍA
Amat y Junient [1776], 1947; Bonet Correa, 1986, t. IX, pp. 9-50; Bonet Correa, 1998, pp. 23-32; Croix [1790] 1859; Flores Galindo, 1991; Gil de Taboada [1796],
1859; Harth-Terré, 1959; Harth-Terré, Márquez Abanto, 1962; Mathison [1825], 1971, t. XXVII, vol. I, pp. 275-318; Mattos-Cárdenas, 1984, pp. 273-288; Mattos-
Cárdenas, 1982; Mattos-Cárdenas, 1983, pp. 59-70; Mattos-Cárdenas, 1987, pp. 30-39, 78; Mattos-Cárdenas, 1990, pp. 109-134; Mattos-Cárdenas, 2004;
Peralta Barnuevo, 1740; Pérez Canto, 1985; Real Audiencia de Lima [1707], 1871; Rodríguez Casado y Pérez Embid, 1949; San Cristóbal, 1992.
período indígena
EL CICLO VITAL
RELIGIÓN Y COSMOLOGÍA
la época chavín [1500 - 500 a. c.] ALICIA ALONSO
Los hombres y mujeres andinos comenzaron su historia muchos siglos mejores ejemplos del arte al servicio de las elites. El Lanzón representa la
antes de la aparición de la cultura chavín. Su andadura entre valles, cerros forma de un ser humano con atributos de jaguar, su importancia es indis-
y ríos les fue llevando a un conocimiento del espacio circundante y de las cutible, ya que todo el arte chavinoide repite constantemente este tótem
posibilidades que éste les brindaba. Los dioses, que tantas dificultades emblemático, que será reproducido tanto de forma naturalista como por
habían volcado en estas tierras —terremotos, inundaciones, desiertos, alti- alguno de sus rasgos más representativos: garras, colmillos, manchas de
tudes máximas—, también les ofrecieron sus regalos: el maíz, el algodón, la piel u ojos, aparecen como símbolos de su fuerza y destreza, y los pro-
la papa, la llama o el mar. La domesticación de todos ellos hizo que poco pios sacerdotes que decoran las placas líticas del templo aparecen con
a poco las gentes fueran controlando su entorno, aprendieran a conocer estos atributos.
la fecundidad de las tierras o el pastoreo de las llamas, posibilitando así la Pero para este período, en la costa norte, los antiguos asentamientos
vida en cada uno de los diferentes ecosistemas andinos. habían dado paso a grupos sedentarios mejor organizados, con un gran
Situado a 3.177 metros sobre el nivel del mar, en plena sierra andina del control de las aguas y de los terrenos agrícolas. Culturas arqueológicas
departamento de Ancash, la aparición de Chavín que tanto se confunde como los cupisnique o los virú, sentaron las bases de los grandes señorí-
con el mito, estaba ya anunciada a finales del período precerámico. Desde os mochicas posteriores.
su descubrimiento por Max Hule a principios del siglo XX, la grandeza de La cultura virú o gallinazo recibe el nombre del mismo valle donde fue
sus ruinas arquitectónicas dejó claro que se trataba de un foco cultural ubicada. Los restos arqueológicos ofrecen ya evidencias de plataformas,
importante y todo un reto para los estudios arqueológicos posteriores. montículos y enterramientos que confirman la presencia de una estructu-
Su localización entre dos ríos, el Huachecsa y el Mosna, le otorga un ra social muy jerarquizada. Las ofrendas a los antepasados nos confirman
lugar de privilegio para controlar la zona, ya que este último, afluente del la utilización de los metales según tradiciones que podemos encontrar en
Marañón, lo comunica directamente con la gran cuenca amazónica. los Andes septentrionales, y la cerámica ritual aparece como la gran infor-
Sus orígenes son todavía hoy confusos y no es extraño que los investi- mante de los acontecimientos que lo rodean y, a pesar de sus represen-
gadores debatan sobre su procedencia costera y amazónica. Entre sus rui- taciones ingenuas, consigue transmitir la imagen de sus edificaciones, el
nas, podemos apreciar cómo la arquitectura de este «centro de poder» se aspecto de sus gobernantes con grandes orejeras, deformación craneal y
caracteriza por la aportación de toda una serie de elementos que se repe- atuendos de guerreros, así como los animales y plantas de su entorno. La
tirán en distintos lugares de los Andes peruanos como: la arquitectura en técnica negativa en blanco y negro es uno de sus logros más representa-
piedra con decoración exterior, las plazas rehundidas para la celebración tivos. La tumba del Gran Señor de Virú, descubierta en 1946 en Huaca de
del ritual o la estructura laberíntica en el interior de los edificios denomi- la Cruz, pone al descubierto la práctica de «ritos de necropompa», donde
nados «templo viejo» y «templo nuevo». al difunto se le acompaña de familiares y sirvientes para el más allá.
El arte chavín aparece como un estilo de representación claramente La cultura cupisnique se encuentra localizada entre los valles de Virú y
identificado con esta cultura. La piedra es su material preferente y el resto Lambayeque, siendo uno de los lugares más significativos la «Huaca de los
de las materias primas utilizadas como la cerámica, el hueso, el tejido o la Reyes» donde, al igual que la vicús, encontramos las evidencias de una
madera, son trabajadas con técnicas que de alguna forma recuerdan siem- arquitectura monumental, utilización de metales y una cerámica que la
pre su vinculación con las tallas líticas. Los claroscuros conseguidos en las sitúa claramente como antecesora de la mochica. La figura humana adquie-
vasijas cerámicas aparecen como verdaderos rebajes de la superficie, y el re también una gran importancia, pero entre el resto de las representacio-
acabado de las mismas, por su pulido y bruñido, recuerdan en muchos de nes de animales, plantas, construcciones, etcétera, encontramos una gran
los casos a la propia piedra. Es una técnica de representación plana, don- presencia del felino, lo que ha hecho que se la identifique en numerosas
de las figuras han sido delimitadas con sus rasgos característicos. ocasiones como el «Chavín costero». La relación entre costa y sierra para
Chavín también se convierte en el transmisor de toda una ideología de este momento está claramente confirmada, convirtiendo este Horizonte
poder: el Lanzón, el Obelisco Tello y la Estela Raimondi son tres de los Temprano en uno de los períodos más interesantes de la cultura andina.
COLOMBIA
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1 2-3
1 Cántaro con diseños felinos, Ancón (1000-200 a. C.) 2-3 Mortero en forma de felino y mano de moler en forma de serpiente
Cerámica incisa, alto 36 cm y 38 cm Ø con cabeza de felino,
Instituto Nacional de Cultura (Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia Pacopampa (1250 a. C. - 1 d. C.)
del Perú, Lima [C-54012]) Piedra tallada, mortero: 7 x 8,1 x 10,8 cm y mano de moler: 4,9 x 5 x 10 cm
©
Museo Larco, Lima [ML300004-5]
cupisnique
4 5
4 Cuenco con representación de cabeza de buho, Cupisnique (900-100 a. C.) 5 Cuenco con perfil escalonado, Cupisnique (900-100 a. C.)
Cerámica, 8,2 x 18,3 x 20,4 cm Cerámica, 11,6 x 23,3 x 23,3 cm
© ©
Museo Larco, Lima [ML010482] Museo Larco, Lima [ML010483]
6 8
10 11
El milenio que sucedió al llamado Horizonte Antiguo, dominado por el (coronas, cetros-sonajas, silbatos), a las que habría que añadir los delica-
estilo chavín, es el que convencionalmente se conoce como el de las artes dos collares de cuentas ejecutados con otros materiales, tales como el cris-
clásicas, es decir, aquel que estuvo protagonizado por culturas excepcio- tal de cuarzo y la concha.
nales desde el punto de vista artístico, que se extendieron por buena par- Algo más al norte, en la región de Piura, se encontraron tumbas adscri-
te de la región andina, desde la Costa norte hasta la cuenca del Titicaca. tas a la llamada cultura vicús, de las que proceden ajuares funerarios muy
Constituye éste un dilatado período de tiempo en el que la comunidad ricos en piezas de metal, delatores del gran dominio que alcanzó este pue-
cultural de los Andes se fragmentó en un mosaico de pujantes manifesta- blo en las artes metalúrgicas. Además de máscaras, joyas y otros orna-
ciones regionales. Éstas evolucionaron hacia estilos artísticos distintivos mentos que se aplicaban sobre los tejidos, en su repertorio metálico halla-
que, sin romper totalmente con la tradición anterior, introdujeron vistosas mos recipientes, cuchillos, cinceles, utensilios de labranza, así como
innovaciones en el campo de las artes, al tiempo que desecharon ciertos armas de guerra y otros instrumentos de poder.
convencionalismos del período precedente, imponiendo nuevos tipos ico- En el entorno arenoso de la península de Paracas, dominado por un cli-
nográficos y otros vistosos diseños. ma seco y desértico, florecieron las dos culturas más importantes de la Cos-
Algunas de estas culturas hunden sus raíces en el período anterior, ta sur: paracas y nasca. La primera, como decíamos, es la más antigua,
como la de Paracas, mientras que otras, como la mochica, florecieron algo siendo sus períodos más significativos los conocidos como fase Cavernas
más tarde, cuando la autoridad político-religiosa de Chavín se había y fase Necrópolis, ambos alusivos a sus costumbres funerarias. Debido a la
derrumbado por completo. aridez del suelo y a la práctica ausencia de precipitaciones en esta área, los
En el campo del arte, la cultura mochica destacó principalmente en delicados tejidos que envolvían los cuerpos depositados en las tumbas
la cerámica, la metalurgia y la pintura mural, estando ésta íntimamente de pozo de la fase Cavernas y los que cubrían a los individuos momificados de
ligada a una arquitectura monumental diseminada en los diferentes cen- la fase Necrópolis se han hallado, en su mayoría, en excelente estado
tros que se extienden en el litoral septentrional, desde el valle de Lam- de conservación. Los tejedores de Paracas elaboraron todo tipo de prendas
bayeque hasta la cuenca del río Nepeña, si bien el área de influencia (mantos, esclavinas, uncus o camisas, tapices), generalmente ornamenta-
mochica abarcó un territorio más amplio, de aproximadamente unos 550 das con diseños antropomorfos y geométricos, y bordados o tejidos con
kilómetros de norte a sur. hilos de colores, los cuales supieron combinar de forma magistral.
A diferencia del estilo chavín, los artistas mochicas introdujeron Colores similares son los que aplicaron a gran parte de su produc-
secuencias narrativas en sus pinturas (sobre todo las plasmadas en cerá- ción alfarera, sobre cuyas superficies bien pulidas se representaron
mica), gracias a las cuales se han podido reconstruir, al menos en parte, seres sobrenaturales policromados, preámbulo de las exquisitas cerá-
algunos aspectos relevantes de su universo mitológico, así como ciertos micas nasca.
acontecimientos de carácter ceremonial. Destacan también las cerámicas La cultura nasca extendió su dominio por los valles de los ríos Chin-
escultóricas, es decir, aquellas que los maestros alfareros convirtieron en cha, Pisco, Ica, Nasca y Acari, continuando la misma tradición anterior
auténticas maquetas arquitectónicas, en expresivos retratos de sus seño- pero introduciendo importantes novedades en el ámbito artístico. Muy
res principales o en otras formas relacionadas con la naturaleza: peces pro- conocidos por sus famosos geoglifos (figuras de tamaño gigante traza-
pios del litoral peruano, como la raya, animales astados como el venado, das en la desértica Pampa del Ingenio), destacaron asimismo por su pro-
así como felinos, aves, serpientes y otras caprichosas formas del mundo lífica producción cerámica, que incluye desde conmovedoras representa-
vegetal, como los cactus (muy utilizados para fines rituales), fueron algu- ciones de seres humanos, generalmente tatuados, hasta complejísimos
nos de sus temas preferidos. seres míticos zooantropomorfos, figuras abstractas geometrizadas y
En orfebrería fueron capaces de combinar con gran virtuosismo las téc- variadas especies marinas, entre ellas la inquietante orca o ballena ase-
nicas metalúrgicas con la del engastado de piedras preciosas, creando sina con cabezas trofeo en las aletas y decoración de peces en el cuerpo.
joyas de diseños sofisticados (narigueras, orejeras, pectorales) y otras ori- En la región sureña del lago Titicaca, y a más de 3.800 metros de altu-
ginales piezas cuyo uso estuvo exclusivamente reservado para la elite ra, se desarrolló la cultura de Tiwanaku. Al igual que los de Chavín,
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los artistas tiwanacotas dominaron la técnica de la talla escultórica monu- tas, tanto desde el punto de vista histórico como a la hora de interpretar
mental y del relieve, creando personajes de rostros estilizados y apariencia ciertos tipos iconográficos, muchos de ellos semejantes a los de Chavín.
rígida, así como diseños geometrizantes, que plasmaron también en otros Entre sus principales logros artísticos destaca la escultura en piedra y la
soportes pétreos propios del arte mueble. cerámica, principalmente los recipientes con figuras delimitadas mediante
Unos años antes, y algo más al noroeste del lago Titicaca, había flore- incisiones y vistosa policromía. La extinción de esta cultura en el
cido la cultura pucará, sobre la cual aún permanecen importantes incógni- siglo III d. C. supuso el dominio de Tiwanaku en todo el entorno del lago.
13 14
20 21
22-27 Cuentas de collar en forma de cabeza de buho, Mochica (200 a. C.-650 d. C.)
Oro laminado, martillado y soldado, y piedra verde embutida
Medidas aproximadas entre 3 x 3,5 cm Ø, entre 9-14 gr
Instituto Nacional de Cultura (Museo Tumbas Reales de Sipán, Lambayeque [MB-M-09515-20])
28 29
30 31
28 Recipiente en forma de cabeza de felino, Nasca (100 a. C.-600 d. C.) 31 Botella en forma de orca con cabeza de trofeo, Nasca (100 a. C.-600 d. C.)
Cerámica, 14 x 17,5 x 15,5 cm Cerámica, 18 x 35 x 11 cm
Instituto Nacional de Cultura (Museo Nacional de Arqueología, Antropología Instituto Nacional de Cultura (Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia
e Historia del Perú, Lima [C-54328]) del Perú, Lima [C-54262])
29 Fragmento de cántaro ceremonial, Nasca (100 a. C-600 d. C.) 32 Figura femenina, Nasca (100 a. C.-600 d. C.)
Cerámica, 26,1 x 21,4 cm Cerámica, 20 x 13 9,2 cm
Museo de Arte de Lima (Donación Familia Prado) [IV-2.0-100] Instituto Nacional de Cultura (Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia
del Perú, Lima [C-54319])
34
35
39 40 41 42
44 45
44 Corona con penachos y colgajos discoidales, Vicús (100 a. C.-500 d. C) 45 Cuenco, Vicús (100 a. C.-500 d. C)
Cobre dorado, laminado y recortado, alto 20 cm y 20 cm Ø Oro laminado, recortado y embutido, 8 x 15 cm y boca 12,8 cm Ø
Banco Central de Reserva del Perú, Lima [ACU 2298 BCRP/1659] Banco Central de Reserva del Perú, Lima [AAU 2123 BCRP/1748]
46
Las artes legendarias del antiguo Perú pertenecen a un dilatado espacio fue esculpida en la Puerta del Sol de Tiwanaku, con atributos felinos en su
temporal que comprende dos períodos. El primero estuvo dominado por rostro y sujetando báculos en sendas manos.
la rápida expansión de Wari y Tiwanaku en gran parte del área andina, des- La iconografía textil wari también está muy inspirada en los relieves
plazando el control sociopolítico que hasta entonces habían ejercido las de dicha portada monumental, que con el correr de los años desembo-
culturas mochica y nasca, mientras que el segundo, a partir del año 1000, có en diseños estilizados de figuras portando báculos. Asimismo, en sus
se caracterizó por la formación de pequeños estados regionales o reinos vistosos tapices son habituales las decoraciones con figuras geométricas
que, desde el punto de vista artístico, alcanzaron una gran notoriedad. Nos de felinos y aves estilizadas, así como la incorporación de plumas, for-
referimos a las culturas costeras lambayeque, chimú y chancay. mando rectángulos de llamativos colores (amarillos y azules, sobre
El corazón de la cultura wari se encuentra en las laderas orientales todo). Dichas prendas no siempre estaban destinadas al vestido sino
del valle de Ayacucho, a casi 3.000 metros de altura. En ese entorno de que también con ellas cubrían los muros de sus espaciosos y solemnes
clima seco y tierras muy poco aptas para la agricultura, sus habitantes recintos ceremoniales.
fundaron Wari, una ciudad que con el correr de los años habría de con- La cultura lambayeque, también conocida como cultura sicán, se desa-
vertirse en la capital de uno de los primeros estados del área andina con rrolló en el valle del mismo nombre tras el desvanecimiento de la cultura
un gobierno centralizado. A juzgar por los vestigios arqueológicos y las mochica, hasta que en las postrimerías del siglo XIV fue conquistada por el
fuentes literarias de época colonial, era una ciudad espaciosa, con gran- reino chimú. Sus manifestaciones artísticas constituyen un claro reflejo de
des recintos amurallados o «barrios», que albergaron distintas activi- la fusión de las ideologías mochica y wari, destacando principalmente en
dades o funciones; una concepción urbanística que fue adoptada por el arte de la metalurgia y la cerámica. Así, al igual que los antiguos mochi-
algunos de los centros sometidos por el estado wari y, más adelante, cas, fueron excelentes trabajadores del metal, sobre todo en la preparación
trasladada a otras culturas. de láminas repujadas, generalmente de tumbaga (aleación de oro y cobre),
El Ushpa Qoto fue, presumiblemente, el barrio de los alfareros, cuya con las que fabricaban hermosos objetos y prendas de vestir cuyo uso esta-
producción incluye una gran variedad tipológica e iconográfica, fruto de la ba restringido a la elite dirigente.
influencia de tradiciones culturales de la costa sur (Nasca) y de la cuenca En cuanto a la cerámica, la forma preferida fue la botella de cuerpo glo-
del Titicaca (Tiwanaku) con las propias o locales (Huarpa). bular, base troncocónica y cuello largo o dos cuellos divergentes unidos
Entre las cerámicas más representativas destacan los recipientes escul- mediante un asa en forma de puente, así como otras originales formas
tóricos que reproducen formas animales (especialmente llamas, un animal compuestas. Fueron elaboradas mediante la técnica del molde doble de
muy habitual en los pastizales del entorno de Ayacucho), con golletes en for- terracota, y en ellas prevalece la monocromía del negro frente a la brillante
ma de vaso con decoración policroma, así como los cántaros antropomorfos. policromía del estilo wari. En ocasiones portan representaciones del legen-
De éstos, los más llamativos proceden del sitio de Pacheco, en la costa sur, dario Ñaymlap, en posición hierática y con tocado en forma de media luna.
entre los que encontramos personajes con el rostro y las manos modeladas, El estilo cerámico lambayeque influyó notablemente en el chimú, entre
mientras que el resto del cuerpo está pintado con motivos geométricos. cuyas producciones encontramos vasijas escultóricas monocromas de un
Dado que la expansión del estado wari fue posible gracias al empleo de plúmbeo color negro, si bien más adelante, por influencia de los incas, pro-
la fuerza militar, capaz de conquistar otros territorios de los Andes centra- liferaron las de color rojo sobre crema. Entre ellas sobresalen las modela-
les en busca de excedentes necesarios para satisfacer las necesidades de das con figuras de seres entrañables y asa de tipo estribo: animales en acti-
una población cada vez más pujante, no es de extrañar que en su reperto- tudes íntimas, personajes cargando llamas u otros objetos a sus espaldas,
rio cerámico encontremos vasijas de vivos colores que a su vez represen- así como formas vegetales, algunas de ellas humanizadas.
tan ejércitos organizados. La metalurgia chimú también es excepcional. Los orfebres manejaron
Otras formas habituales son las vasijas comunicantes, de las que exis- todas las técnicas de la orfebrería y emplearon el método de la cera perdi-
te una variada tipología, así como los recipientes troncocónicos de base da con el que fabricaron delicadas esculturas de oro y de plata. De sus
plana y labios evertidos, con representaciones de la misma divinidad que manos salieron, además, soberbias vajillas para uso ceremonial y otros
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TIWANAKU
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originales objetos tales como joyas, guantes de oro, alfileres o prendedo- negro y rojo sobre blanco, mientras que las más tardías sólo utilizan el
res con la cabeza decorada e, incluso, pinzas de depilar. negro sobre crema o blanco. A diferencia de las cerámicas de las culturas
Dentro de su repertorio artístico no debemos olvidar las célebres escul- antes citadas, las de chancay están peor cocidas y su acabado resulta más
turitas antropomorfas de madera, material con el que también elaboraron tosco. Distinguimos en ellas las ollas globulares y los cántaros ovoides, en
arquetas decoradas con relieves, portaespejos esculpidos y soportes para ocasiones ornamentados con pequeñas figuritas aplicadas. Abundan tam-
mates tallados con formas animales e incrustación de conchas. bién los idolillos de cerámica huecos (chuchimilco) que luego cubrían con
A lo largo de la Costa central se desarrolló la cultura chancay, muy apre- prendas de algodón y lana, así como otras figurillas que reproducen esce-
ciada por su abundante producción cerámica y la gran calidad de su arte nas de carácter cotidiano, entre ellas, personajes instalados en pequeñas
textil. En sus cerámicas más antiguas prevalecen las decoraciones en color embarcaciones que imitan a las de totora.
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64 Camisa ceremonial, Chimú (1000-1450 d. C.) 66 Cántaro ceremonial, Chimú (1000-1450 d. C.)
Cobre dorado, 70 x 43 cm Aleación plata-cobre, 23,6 x 14,8 x 14,8 cm
©
Instituto Nacional de Cultura (Museo Nacional de Arqueología, Antropología Museo Larco, Lima [ML100800]
e Historia del Perú, Lima [M-8520 a M-8527])
70-87 Husos escultóricos representando distintas figuras antropomorfas 80 Mono sentado comiendo pacae y guaba
y zoomorfas, Chimú (1000-1450 d. C.) Plata, 26,8 x 2,6 x 2,6 cm
© 81 Personaje con turbante, bebiendo de un vaso
Museo Larco, Lima [ML100455-72]
Plata, 26,7 x 1,6 x 1,6 cm
70 Personaje con vara, casco, y ave en la cabeza 82 Personaje con casco, sentado y comiendo
Plata, 23,7 x 1,2 x 1,2 cm Plata, 26,7 x 2,4 x 2,4 cm
71 Personaje con casco, tocando flauta y cargando ave en la espalda 83 Figura antropomorfa con cuerpo de ave y extremidades inferiores humanas
Plata, 24,5 x 1,6 x 1,6 cm Plata, 26,4 x 2,4 x 2,4 cm
72 Personaje sosteniendo cuenco y cargando cántaro en la espalda 84 Personaje con casco, sentado y comiendo
Plata, 25 x 1,9 x 1,9 cm Plata, 27 x 8 x 1,8 cm
73 Personaje sentado con casco y bulto en la espalda, tocando antara 85 Personaje con penacho en la cabeza, sentado sobre caballito de totora y remando
Plata, 25,4 x 2 x 2 cm Plata, 26,4 x 2,6 x 2,6 cm
74 Personaje sentado con trenzas, sosteniendo concha marina 86 Dos monos cogidos de las manos
Plata, 26 x 2,6 x 2,6 cm Plata, 26 x 2,8 x 2,8 cm
75 Figura antropomorfa con cuerpo de ave, extremidades inferiores humanas y tocado 87 Mono
Plata, 27 x 2,5 x 2,5 cm Plata, 23,9 x 2,1 x 2,1 cm
76 Personaje sentado con casco, cargando mono en la espalda y dándole un fruto
Plata, 26,9 x 2,1 x 2,1 cm
77 Personaje sentado comiendo mazorca de maíz
Plata, 28,2 x 2 x 2 cm
78 Personaje con tocado de media luna 88 Panel con dibujo de un personaje con tocado, cuatro peces
Plata, 28,2 x 2,5 x 2,5 cm estilizados y una greca en la parte inferior, Chimú (1000-1450 d. C.)
79 Figura antropomorfa con cuerpo de ave y extremidades inferiores humanas Textil y plumas, 103,5 x 77 cm
Plata, 27,8 x 2,2 x 2,2 cm Banco Central de Reserva del Perú, Lima [APL 3661 BCRP/C801]
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96 Pectoral, Lambayeque
(1000-1450 d. C)
Plata, concha y cuarzo, laminado,
martillado, repujado y recortado,
41,4 x 73 cm
Instituto Nacional de Cultura (Museo
Arqueológico Nacional Brüning,
Lambayeque [MANB-0329-INC-04])
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Los incas que se definían como descendientes sagrados del Sol, domina- La cerámica fina, bellamente decorada y de apariencia elegante, está aso-
ron y gobernaron un territorio al que denominaron «Tawantinsuyo» o «las ciada con la elite dominante, los grupos de poder y la función religiosa.
cuatro partes del mundo», que abarcaba territorios de cinco repúblicas En la cerámica incaica existen once formas básicas. Son representati-
andinas actuales y se extendía desde las sierras de Ecuador y parte de vos los aríbalos, las vasijas más comunes, de gran variedad en tamaño,
Colombia por el norte, hasta el centro de Chile por el sur. El Pacífico cons- perfil, acabado y decoración. El investigador peruanista Max Uhle las llamó
tituía la frontera occidental y la oriental se encontraba en las faldas de la así por su parecido con los recipientes griegos. De forma piramidal, su
cordillera de los Andes, en la cuenca del Amazonas y del Chaco (hoy Argen- base cónica sirvió para fijarlas en el suelo. Se utilizaron para fermentar la
tina). chicha, bebida de maíz de uso ceremonial. Pintadas con iconografía diver-
Con un dominio relativamente corto, desde 1440 hasta la llegada de sa como cóndores y flores, en la parte superior llevan decoración plástica
los españoles en 1532, la civilización incaica fue una de las cinco civiliza- de cabeza de felino, símbolo de lluvia, fuerza y poder en el sistema de cre-
ciones autónomas en la historia universal. Con su capital, la ciudad del encias incaicas.
Cuzco, esta cultura impresionó a los primeros españoles por su avanzada Las escudillas fueron tan difundidas como los aríbalos. De perfil a
tecnología en la construcción de caminos y puentes, en proyectos de con- modo de plato abierto, a veces sus paredes son encorvadas y otras expan-
trol hidráulico, en el traslado de población entre diferentes regiones, en la didas. Existe gran variedad de ellas en tamaño, decoración pintada con flo-
coordinación del calendario agrícola, en el control vertical de pisos ecoló- ra o fauna y adornos modelados, siendo las representaciones más comu-
gicos, en la domesticación de plantas y animales nativos, entre los más nes las zoomorfas, con cabeza y cola de ave, felino o serpiente, que se
importantes logros. Si a estos méritos añadimos la evolución en la obra de proyectan desde el borde.
cantería trabajada a la perfección, el dominio del barro, la rica textilería y Los queros, vasos ceremoniales cuya forma cilíndrica de diverso ta-
otras artes surgidas y desarrolladas en ese corto período, aún hoy los resul- maño y perfil tienen larga duración como se ve en los vasos tiwanaku
tados nos impresionan. (400 a.C. - 1100 d.C), fueron hechos en pares, el femenino y el masculino
Las conquistas técnicas y artísticas de los incas fueron consecuencia simbolizando uno de los principios de la cultura andina: el de los opues-
de un proceso evolutivo de la cultura andina que duró milenios, siendo tos complementarios. Los queros prehispánicos fueron trabajados en cerá-
ellos los herederos de anteriores estados andinos, como han evidenciado mica siguiendo tradiciones de culturas anteriores. También se elaboraron
los resultados de las investigaciones arqueológicas. en madera con incisiones, diseño geométrico y sin policromía. Durante el
En el siglo XV, el arte y la tecnología alfarera en los Andes habían alcan- virreinato, en los siglos XVI, XVII y XVIII, los descendientes de los incas con-
zado su mayor desarrollo. Maestros especializados, posiblemente entrena- tinuaron ejecutándolos en madera, con decoración figurativa polícroma y
dos en talleres oficiales del Cuzco, tuvieron a su cargo la manufactura en cumplieron la misma función ceremonial prehispánica andina.
barro. En sociedades con organización política jerarquizada como la incaica, La piedra fue otro material que los incas trabajaron con destreza. La
la producción y los recursos fueron controlados desde los centros de poder. utilizaron en sus monumentales edificaciones e igualmente para tallar
En la alfarería inca la diversidad de formas y decoración responde a la grandes y pequeñas esculturas como objetos rituales y de sentido cere-
diversidad de usos y funciones, y éstas a su vez, responden a la demanda monial. Representaron animales como el puma, tallaron fuentes ceremo-
social y política del estado y de los usuarios. La función de la cerámica fue niales con serpientes en relieve y en forma de aves como el cóndor, y
muy variada, desde la doméstica hasta la ritual. Es evidente que ésta muchas otras piezas, entre las que se sugieren ser tableros de juego o tal
fue hábilmente utilizada como medio de difusión de la ideología incaica. vez maquetas, usos aún no determinados.
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102 Maqueta arquitectónica, Inca (1450-1533 d. C) 103 Maqueta arquitectónica, Inca (1450-1533 d. C.)
Piedra tallada, 31,2-33 x 27 x 10 cm Piedra tallada, 7,5 x 24,5 x 26,5 cm
Instituto Nacional de Cultura (Museo Nacional de Arqueología, Antropología Museo de Arte de Lima (Donación Familia Prado) [IV-2.4-93]
e Historia del Perú, Lima [L-8450])
104 Recipiente lítico en forma de condor, Inca (1450-1533 d. C.) 105 Fuente lítica ceremonial con decoración de serpientes, Inca (1450-1533 d. C.)
Andesita negra tallada, 9,5 x 17,2 x 20 cm Andesita negra tallada, 12 cm, boca 38,5 cm Ø y base 35 cm Ø
Museo Inka de la Universidad Nacional de San Antonio Abad, Cusco [I-1331] Museo Inka de la Universidad Nacional de San Antonio Abad, Cusco [I-1339]
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111 Escudilla con asa en forma de puma, Inca (1450-1533 d. C.) 113 Maqueta arquitectónica, Inca (1450-1533 d. C.)
Cerámica modelada, 16 x 11,5 cm Cerámica, 5,5 x 6,2 x 3,2 cm
Instituto Nacional de Cultura (Museo de Sitio, Chinchero [EXC 1994]) Museo Inka de la Universidad Nacional de San Antonio Abad, Cusco [A-1825]
112 Plato con asa en forma de cabeza de pato, Inca (1450-1533 d. C.) 114 Quipu, Inca (1450-1533 d. C.)
Cerámica modelada, 6 x 14,5 cm y 10,5 cm Ø Textil torcido y anudado, 120 x 100 x 5 cm
Instituto Nacional de Cultura (Museo de Sitio, Chinchero [0494]) Banco Central de Reserva del Perú, Lima [ATE 3566 BCRP/C706]
113 114
117-118
Hombre y mujer formaron en los Andes una unidad complementaria que en la exposición. También observamos la asociación maternal con sus
fue capaz de construir uno de los desarrollos culturales más importantes hijos, que nos confirma que también el cuidado de los niños y su educa-
de la América precolombina. Sus esfuerzos han quedado plasmados en su ción eran parte de sus tareas cotidianas.
inmejorable producción artística y en un sinnúmero de leyendas y tradi- Desde su nacimiento los pequeños permanecían junto a sus madres,
ciones orales. fajados, cargados a la espalda o jugueteando alrededor de las mismas,
Su vida, como la de otros muchos grupos humanos, estuvo cargada de hasta que finalizaba su período de alimentación. Algunas crónicas relatan
penas y alegrías que confunden el pasado y el presente, y que nosotros cómo desde su nacimiento se les aplicaba en la cabeza tablillas ajustadas
podemos ir conociendo a través de las salas de esta exposición. que con el tiempo conseguirían la forma deseada de deformación corres-
El núcleo social más representativo de los Andes lo constituía el ayllu pondiente con su grupo o con su estatus social. Un ritual de paso marca-
o grupo familiar, donde se concentraban las relaciones de parentesco, las ba el final de esa primera infancia, al niño se le cortaba el cabello y las
estrategias económicas y las creencias mágicoreligiosas. La vida en estos uñas, se le ofrecían regalos y se le encomendaba al Sol para su protección.
territorios queda, pues, organizada desde un planteamiento comunal y A partir de los catorce años, niños y niñas tomaban su nombre defini-
colectivo donde todos los miembros del ayllu se beneficiarán de ello y don- tivo y socialmente comenzaban una etapa de madurez, aptos ya para el
de la propiedad privada no existía como tal. matrimonio y la incorporación plena a las tareas agrícolas. Si bien se toma-
La tierra —la Pachamama—, el agua, las cosechas y frutos de la reco- ba habitualmente una esposa, fue privilegio de las elites y militares recibir
lección serán repartidos entre todos. Hasta las distintas elites que domina- como regalo del Inca o alianza otras mujeres secundarias, permitiendo así
ron a lo largo de su historia a los hombres andinos, tuvieron que respetar el la práctica de la poligamia. Pero sus principales obligaciones se concen-
principio de la «reciprocidad» para poder mantener su estatus de privilegio. traban en la producción de los campos, sus sistemas de regadíos, cons-
Las actividades económicas organizaron un ciclo de la vida en torno a trucción de bancales —pata— y conservación de los alimentos. Hombres
la agricultura tanto en la sierra como en la costa, donde los yungas eran y mujeres compartían las tareas del campo con cantos y ritmos que facili-
prioritariamente agricultores antes que pescadores, consiguiendo desde taban el trabajo al unísono. La música fue una de las actividades más
épocas muy tempranas una gran estabilidad en sus campos de cultivo. El sobresalientes del mundo andino. Presidía, además del trabajo agrícola,
control del agua y los fertilizantes naturales ricos en componentes orgáni- todas las fiestas y rituales populares o estatales.
cos y minerales, como el guano —excremento de ave— o la anchoveta, Los instrumentos musicales, como los tambores, las flautas, pututos,
contribuyeron a ello. campanillas, ocarinas, trompetas, cascabeles..., eran tocados por hombres
Los productos de tierras cálidas, como el algodón, la piña o ananá, el y mujeres, al mismo tiempo que se cantaba y bailaba. Todos lo hacían y
maní o cacahuete y la palta o aguacate, entre otros, se intercambiaron con podemos apreciar numerosas vasijas donde se nos muestran largas filas
los alimentos procedentes de la sierra, como la papa o patata, el fríjol o alu- de gentes con las manos unidas danzando tanto en escenas de vivos como
bia y el maíz. más allá de la muerte. La chicha siempre acompañaba los rituales y feste-
La presencia de la mujer, vinculada con la vida cotidiana o ritual, que- jos, consiguiendo con ello una gran algarabía en sus celebraciones.
da de manifiesto en un gran número de representaciones artísticas. Apa- Los juegos se incorporaron también a muchos de sus rituales, como
rece asociada a distintas actividades que nos confirman la repartición del por ejemplo la pichca, parecido a los dados, que se celebraba en los ritos
trabajo entre los dos sexos; así, la preparación de la comida, el transporte funerarios. En ellos, entre cantos y sollozos, se recordaban las acciones
del agua, la elaboración de la chicha, la realización de piezas cerámicas y más destacadas de sus vidas y en el caso de los incas, sus conquistas y
sobre todo la confección de increíbles piezas textiles estaban encomenda- hazañas guerreras. Los antepasados quedaron siempre presentes en la
das a ellas. Las alusiones a la fecundidad, a la vida íntima y reproductora, vida cotidiana y la pertenencia al ayllu, como seña de identidad en todas
fue captada en numerosas piezas cerámicas tal y como podemos apreciar sus generaciones.
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126 Recipiente con forma de figura humana y llama, Recuay (100-700 d. C.)
Cerámica, 18 x 11 x 17 cm
Instituto Nacional de Cultura (Museo Nacional de Arqueología, Antropología
e Historia del Perú, Lima [C-55033])
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136 Recipiente con forma de planta de maíz, Nasca (100 a. C.-600 d. C.)
Cerámica, 26 x 12 x 7 cm
Instituto Nacional de Cultura (Museo Nacional de Arqueología, Antropología
e Historia del Perú, Lima [C-54995])
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138 Botella que representa una ronda de baile, Chimú (1000-1450 d. C.)
Cerámica, 19,8 x 14 x 27 cm
©
Museo Larco, Lima [ML017535]
La inmensidad del desierto costero, con mil gamas de colores y texturas, la alturas superiores a los 5.000 metros sobre el nivel del mar en favor de sus
belleza de los lagos andinos, los imponentes picos nevados controlándolo dioses o de su Inca.
todo, hicieron sentir al hombre andino como parte de un escenario total- La religiosidad popular por su parte obedecía los mandatos de las elites,
mente vivo y cambiante del que también él formaba parte. participaba de las fiestas y ofrendas oficiales pero nunca olvidó sus lugares
Así pues, el concepto animista de que todo lo que le rodeaba estaba de adoración, las lagunas o las cuevas de donde procedían, las piedras de
vivo, quedó reflejado y grabado desde los orígenes de su civilización. formas extrañas cercanas a sus asentamientos, los lugares donde enterraban
La Pachamama, o madre tierra, fue sin duda su principal punto de refe- a sus ídolos, sus cerros, constituyeron siempre sus huacas locales.
rencia y pasó a estar presente en numerosos rituales de la vida cotidiana y Sus chamanes fueron los grandes especialistas en el conocimiento de
ritual. las plantas con las cuales consiguieron sanar y controlar sus enferme-
La relación con el entorno y los seres que lo componían generó las dades, realizaron augurios con las entrañas del cuy —conejo de Indias—
primeras prácticas de religiosidad andina, y animales y plantas fueron e interpretaban las hojas de coca. Sus mesas —altares— reunían un sin-
elegidos como «protectores» o «tótemes» locales. Los felinos, el cóndor número de objetos mágicos y ofrendas a los dioses.
o la serpiente fueron algunos de ellos, y pronto la religión alcanzó sus Pero si hubo una creencia compartida por elites y campesinos, ésta fue
mejores momentos de esplendor en torno a los centros de poder o cen- el «culto a los muertos». La costa sur andina (Paracas, Nasca) nos intro-
tros ceremoniales aglutinando el culto oficial en torno a deidades como duce en estos rituales de enterramiento ya antes del 2000 a. C. El medio
el Felino en Chavín de Huántar, el Dios de los báculos en Tiwanaku o el ambiente desértico con unas condiciones idóneas para la conservación,
Sol y la Luna en el Korikancha de Cuzco. hizo que los cuerpos mantuvieran sus rasgos y personalidad durante un
Los restos de la arquitectura monumental, junto a las evidencias que tiempo indefinido. La preparación posterior del cadáver, por parte, posi-
el arte nos ofrece, nos lleva a conocer un sinnúmero de sacerdotes o espe- blemente, de especialistas, consiguió convertir en momias los restos de
cialistas del culto con tocados diversos, extraños, con formas animales o los antepasados y la calidad de algunas de ellas que conservan hoy en día
símbolos de autoridad, en posturas o gestos rituales que nos ofrecen mul- sus peinados, ropas o dulzura de los rasgos, todavía nos asombra. Pero las
titud de arquetipos gestuales, tal y como podemos ver en la exposición. momias no permanecieron dormidas en su lecho, sino que formaron par-
La gran cantidad de vasos ceremoniales y utensilios decorados con las te de la religiosidad general, se las veneraba, se les pedía protección y en
representaciones de las deidades confirman la importancia que los cultos ocasiones se las paseaba por los campos para asegurar la abundancia de
oficiales tuvieron a lo largo de su historia. las cosechas.
Oráculos como el de Pachacamac (Lima) o el de Copacabana (Titica- En el caso de los incas, tanto sus momias como las de sus mujeres,
ca) mantuvieron su fama mucho tiempo después de la ocupación espa- fueron cuidadas de por vida por su grupo de parentesco, consultadas
ñola; allí se interpretaban las entrañas de las llamas o de las aves buscan- como oráculos y veneradas como dioses.
do el mejor momento para la toma de decisiones. Los ritos funerarios reflejaron claramente la posición social del indivi-
Los dioses exigían sus ofrendas a cambio de protección, lluvia, buenas duo, y así en las tumbas de los grandes señores se incluyeron numerosas
cosechas, abundancia de ganado… y así los quechuas y aymaras los col- vasijas cerámicas, conchas, todo tipo de objetos de metal, tocados y teji-
maron de alimentos como el maíz, la chicha, o de conchas de la mar como dos de plumería, sus propias armas, máscaras funerarias, y lo más signifi-
el spóndylus, de increíbles telas de cumbi o de sacrificios de animales cativo «los acompañantes del difunto». En su camino al más allá, el señor
como la llama. Pero los dioses siguieron pidiendo y la ofrenda más valio- sería atendido por ellos en sus necesidades. Sin embargo, la vida de los
sa la constituía la vida humana, y así niños y niñas, hombres y mujeres, muertos no se identificó en los Andes con un sentimiento trágico o fata-
fueron ofrecidos a los dioses en ocasiones señaladas. lista, sino más bien como una continuación de la vida. La creencia en un
«El culto a los cerros», tal y como se puede ver en la exposición, incluía mundo de arriba, un mundo presente y un mundo de abajo, permitió una
la práctica de estos sacrificios y los hallazgos arqueológicos de los últimos ordenación del cosmos y un equilibrio que caracteriza, aún hoy, a las gen-
años —Ambato— así nos lo confirman. El hombre andino subió hasta tes de los Andes.
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149 Vaso ceremonial, Wari (400-1000 d. C.) 150 Vaso (kero) representando cabeza humana con diadema,
Cerámica, 58 x 53 x 55 cm Inca (1450-1533 d. C.)
Instituto Nacional de Cultura (Museo Regional, Ayacucho [2514 L-59 8/7701]) Madera, 20,9 x 16,5 x 19,5 cm
©
Museo Larco, Lima [ML400003]
151 Brazo Shaman, Mochica (200 a. C.-650 d. C.) 152 Pie enfermo, Mochica (200 a. C.-650 d. C.)
Cerámica, 24 x 12 x 11 cm Cerámica, 13 x 23 x 15 cm
Instituto Nacional de Cultura (Museo Nacional de Arqueología, Antropología Instituto Nacional de Cultura (Museo Nacional de Arqueología, Antropología
e Historia del Perú, Lima [C-00276]) e Historia del Perú, Lima [C-00272])
151 152
SINCRETISMO CULTURAL
ICONOGRAFÍA Y RELIGIOSIDAD
EL ESPLENDOR DE LA ORFEBRERÍA
LA VIDA COTIDIANA
NUMISMÁTICA
EL VIRREY AMAT
sincretismo cultural VÍCTOR MÍNGUEZ
Las primeras imágenes renacentistas que aparecieron en Perú en el En Perú tuvo lugar un fuerte sincretismo religioso, basado en la rein-
siglo XVI fueron traídas del Viejo Mundo por los españoles. Tras las imáge- terpretación de creencias, ritos e imágenes, lo que permitió conservar fór-
nes, no tardarán en cruzar el Atlántico artistas europeos que introducen mulas indígenas bajo apariencias cristianas. La presencia de pintores reli-
sucesivamente los lenguajes estéticos e iconográficos del manierismo y del giosos, como el mencionado jesuita Bernardo Bitti, contribuyó a formar
barroco. Predominan inicialmente obras y artistas sevillanos. En la segunda doblemente a sus colaboradores americanos en las técnicas artísticas
mitad de siglo XVI y primeros años del XVII destacan en cambio las aporta- europeas y en la iconografía contrarreformista. Bitti también practicó la
ciones iconográficas de artistas italianos como el jesuita Bernardo Bitti, escultura, como demuestran algunos restos de retablos y altares. Estos
Mateo Pérez de Alesio o Angelino Medoro —establecidos en Perú en 1575, restos ponen de manifiesto cómo Bitti tuvo que adaptarse a los materiales
1589 y 1599, respectivamente—. Seguidamente se notará en la construcción americanos, como el maguey.
de la imaginería peruana la influencia de artistas españoles como Pacheco, Junto al sincretismo religioso y técnico, existió también un sincretismo
Murillo, Zurbarán —como en la serie de las Tribus de Israel del convento de geográfico y paisajístico. En la plástica peruana virreinal es frecuente la
San Francisco—, Cano y Montañés. Un último foco de influencia son los gra- representación de la flora autóctona cobijando escenas de distintos géne-
bados flamencos, italianos y alemanes que circularon abundantemente por ros pictóricos.
Perú, destacando sobre todo los provenientes de Amberes: durante el siglo Y también hubo un sincretismo político: la monarquía española recono-
XVII sobresale la influencia de Martín de Vos y Rubens; en el siglo XVIII las ció la realeza incaica a cambio de su fidelidad. Por eso, en los cuadros de
estampas de mayor difusión en Perú serán las de Klauber. gobernantes de Perú contemplamos cómo a los reyes incas suceden el
Sobre todas estas aportaciones, y sin olvidar su propia tradición prehis- emperador Carlos V y sus descendientes, y en las pinturas que representan
pánica, el artista andino indígena, mestizo y criollo construirá su discurso las genealogías de los incas descubrimos cómo éstos mezclan su sangre con
estético. Por lo tanto, el arte del virreinato del Perú es fruto de múltiples los españoles en un claro proceso de occidentalización. En este contexto hay
influencias europeas, pero también de las raíces que entroncan con las cul- que analizar los diversos lienzos que representan la unión de la descenden-
turas precolombinas. Hay que tener presente que las artes plásticas habían cia imperial incaica con las casas de Loyola y Borja. Estas pinturas ponen de
alcanzado un gran desarrollo en la América prehispánica, de manera que la relieve las alianzas entre la aristocracia incaica y la nobleza española, bajo el
asimilación de los lenguajes figurativos y las técnicas artísticas europeas fue beneplácito y el apoyo de la Compañía de Jesús, promotora de estas obras,
contrarrestada con la pervivencia de formas y técnicas nativas. Estamos por en una estrategia que redundaba en beneficio del prestigio de los jesuitas y
lo tanto ante un proceso de mestizaje y sincretismo cultural a gran escala. contribuía a consolidar el dominio de la monarquía española. Las pinturas
La importante escuela de pintura cusqueña, cuya influencia irradia en genealógicas son, asimismo, una manifestación del orgullo por los antepa-
toda el área andina, se sostiene en gran medida en los numerosos indígenas sados nobles incaicos y pervivirán hasta finales del siglo XVIII.
dedicados a la práctica de las artes. Es el caso, entre otros muchos, de Die- De igual forma tiene un significado carácter político la serie de retratos
go Quispe Tito o de Basilio de Santa Cruz Pumacallao. El primero desarrolla de virreyes del Museo Nacional de Antropología e Historia de Lima, en su
una estética sincrética, reinterpretando los modelos europeos desde una mayoría de autores desconocidos —aunque la mayor parte han sido atri-
sensibilidad americana. El segundo en cambio realiza una pintura ajena al buidos al pintor dieciochesco Cristóbal Lozano—. Se trata de efigies ofi-
medio americano. La pintura cusqueña producirá obras para Lima, Bolivia, ciales de los máximos representantes del rey que mantienen el modelo de
Santiago de Chile y el norte de Argentina. También destacó en Cusco la ima- retrato político característico de la monarquía hispánica. El conjunto mos-
ginería, realizada en la técnica mixta de maguey, pasta y tela encolada. Sobre- traba a la mirada del súbdito peruano una dinastía de poder que goberna-
salen dos escultores: Juan Tomás Tuyru Túpac y Melchor Guamán Maita. ba y vigilaba activamente el virreinato.
Durante el siglo XVIII triunfa definitivamente en Cusco el llamado barroco Por lo que respecta al sincretismo en el universo de los libros, hay que
mestizo, realizado por artistas indígenas. Mientras, en Lima se desarrolla mencionar dos obras fundamentales: la crónica del indio Felipe Guamán
una pintura más cortesana que se aproxima a la estética rococó y que se Poma de Ayala, Nueva cronica i buen gobierno y la del mercedario Martín
materializa, por ejemplo, en los retratos de virreyes y de nobles locales. de Murúa, Historia general del Perú. La primera es una larga carta dirigida
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a Felipe III que permite recuperar la voz indígena en los siglos virreinales; decoraciones de queros o vasos ceremoniales para libaciones. Por su par-
en ella se denuncian los abusos que sufren los indios, aunque, en un com- te, la crónica de Murúa es una historia del pasado incaico, de su religión,
plejo ejercicio de sincretismo político, se critican igualmente algunas cos- de sus costumbres y tradiciones. Se acompaña de numerosas acuarelas
tumbres indígenas. Los dibujos que la ilustran son del propio Guamán cuyas semejanzas con los dibujos de Guamán pone de manifiesto el vín-
Poma. Su estilo, ingenuo y simplista, recuerda, como se ha destacado, las culo que existe entre ambas crónicas.
161 Anónimo, Lienzo conmemorativo del pedido al Inca don Carlos II,
rey de España, para que la nobleza indígena pueda ingresar al Santo Oficio
de la Inquisición del Perú, 1700
Óleo sobre lienzo, 237,2 x 185,5 cm
Congregación de Religiosas Concepcionistas Franciscanas de Copacabana, Lima
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163 Anónimo,
San Martín de Tours, 1672
Inscripción: «EL EXCELENTISIMO / SEÑOR DN
PEDRO AN / TONIO DE CASTRO Y AN / DRADE
DUQUE D TAVRIFA / GO MARQUES D SARRIA / Y
GATIVA CONDE D / LEMOS VIRREY Y CA / PITAN
GENERAL DES / TOS REYNOS / AÑO D. 1672»
Óleo con concha de nácar embutida
sobre tabla, 62 x 47 cm
Colección particular, Argentina
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El aprovechamiento del territorio del Perú nos pone frente a la eviden- Una de las claves de la reorganización territorial estuvo vinculada a la
cia de la sabiduría de las comunidades indígenas que estructuraron, en un evolución económica de la minería. Los puntos iniciales de concentración
proceso secular, sus asentamientos, ocupando la costa, la sierra y la mon- en Potosí con la plata y de Huancavelica con el azogue, fueron luego com-
taña. Esta vertebración de los diferentes pisos ecológicos potenciaba una plementados con centros mineros en las regiones de Arequipa, Puno,
circulación transversal de los bienes, el intercambio de servicios y produc- Carabaya y Tarapacá. Las ciudades mineras se apartan, en su carácter ori-
tos y facultó la localización central en la sierra de la capital en el Cuzco. ginal de campamentos, a las normativas reguladoras de la cuadrícula y se
La conquista española desarticularía parcialmente este sistema. Por adaptan a la topografía y a los sistemas de extracción que exigían las labo-
una parte ubicaría la capital en la costa —en una ciudad de nueva funda- res de la minería. La creatividad para perfeccionar los sistemas de produc-
ción: Lima— vinculada a las prioritarias relaciones portuarias con la metró- ción permitiría desarrollar técnicas específicas que asombrarían a los
poli hispana. Por otra, desde fines del siglo XVI la relocalización de la pobla- europeos.
ción indígena por las «reducciones» significaría una movilización que La arquitectura acompañaría el proceso de bonanza de las ciudades
alteraría el antiguo equilibrio. configurando su paisaje urbano. Los núcleos de nueva fundación, como
Muchas comunidades «desarraigadas» perdieron sus tierras ancestra- Lima (1535), mostrarían las calidades de una arquitectura europea trans-
les que pasaron a engrosar las nacientes haciendas latifundistas, que culturada hasta que las realidades locales de los sismos llevaran a desa-
reemplazaron a las antiguas encomiendas. La huida de los indios de los rrollar las antiguas técnicas constructivas como la «quincha». Muchos de
acosos que planteaba la política tributaria, la mita, el yanaconazgo y las los principales monumentos construidos desde el siglo XVII están, pues,
diversas formas de «servicios personales» llevaron a finales del siglo XVII a realizados en la región de la costa con estructuras de madera, caña, barro
nuevas «composiciones de tierras», con migraciones que facilitaron el pro- y estuco. Por el contrario en la sierra, en el Cuzco o Ayacucho, el uso de la
ceso de urbanización y la radicación de indios «forasteros». En todo caso, piedra buscó la alternativa de la rigidez frente a los terremotos. En Arequi-
hacia finales del XVII se había perdido el antiguo esquema vertebrador de pa, el sillar blanquecino con su peculiar textura definió un paisaje urbano
costa y sierra y, por ende, cada núcleo rural y urbano tendía a plantear su caracterizado.
autoabastecimiento. Durante el siglo XVIII las inversiones en edificios públicos marcaron
El desconocimiento de la realidad territorial y urbana es verificable en el tiempo de las propuestas arquitectónicas sistematizadas para el nue-
la cartografía europea de los siglos XVI y XVII. No existe ningún plano feha- vo orden administrativo, sobre todo luego que la rebelión de Tupac Ama-
ciente del Cuzco que nos muestre el conjunto de la ciudad. La mayoría de ru forzara la creación del sistema de intendencias. Cajas reales, rentas
los que encontramos son reconstrucciones ideales interpretadas a partir de tabaco, casas de moneda, edificios de la Real Hacienda, consulados,
de descripciones de los cronistas. Recientemente se han localizado dos audiencias y ayuntamientos, expresan, muchas veces con diseños que
planos con fragmentos parroquiales del Cuzco, uno de los cuales se exhi- quedaron en el papel, la voluntad reorganizadora de la ilustración metro-
be —por primera vez— en esta muestra. politana.
En otros casos, como en Trujillo, la ciudad definida por su fortificación En esta fase tardía el puerto de El Callao, que fue más operativo en los
ovalada de finales del XVII representa el imaginario de una «ciudad ideal» siglos XVI y XVII cuando la articulación desde Lima privilegió la circulación
que sólo se articula al territorio por la red de caminos, mientras la fuerza de por el Pacífico, se vería acotado. Las causas fueron su destrucción por el
la traza de la muralla condiciona el propio damero de la ciudad. La instala- maremoto de 1746 y sobre todo el paulatino crecimiento de la fachada
ción de la conquista significó, sin embargo, la inteligente apropiación de la atlántica como consecuencia de las circunstancias geopolíticas que lleva-
red de calzadas incaicas, potenciada por la construcción de nuevos puentes ron a la creación de los virreinatos de Nueva Granada primero y el Río de
realizados por la administración o recurriendo al sistema de peajes. la Plata después.
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183 Anónimo, Mina de San Julián, Huancavelica, 1685 184 Anónimo, Nuevo método para trabajar las minas, 1790
Pluma sobre papel, 306 x 216 mm Pluma y aguada de colores sobre papel, 616 x 386 mm
Archivo General de Indias, Sevilla [AGI, MP. Minas, 77] Archivo General de Indias, Sevilla [AGI, MP. Perú y Chile, 121]
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189 Vicente de Veza, Plano de la Real Fábrica de Tabacos de Lima, 1790 190 Fray Rodrigo Meléndez, Diseño de la fachada
Pluma y aguada de colores sobre papel, 628 x 961 mm del convento de Nuestra Señora del Rosario
Archivo General de Indias, Sevilla [AGI, MP. Perú y Chile, 196] de Predicadores de Lima, 1681
En Fray Juan Meléndez, Tesoros Verdaderos de las Yndias,
tomo 1º, Roma, 1681
Estampa calcográfica, 498 x 432 mm
Medidas libro cerrado: 305 x 222 x 70 mm
Biblioteca Nacional, Madrid [R-3419]
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La Eucaristía, sacramento central de la iglesia cristiana, fue objeto de dias de mano, templetes y tabernáculos. Las custodias son las piezas más
especial atención durante el Concilio de Trento, que recomendaba con mar- representativas, tanto por el gran número de ellas que se realizaron duran-
cado énfasis la veneración y custodia del Santísimo Sacramento, e instituía te el período virreinal como por la calidad material y artística que las carac-
la celebración de la fiesta del Corpus Christi como un «triunfo sobre la here- terizan. Como toda la orfebrería peruana, son obras que se elaboran con
jía». Estas recomendaciones tridentinas pronto fueron recogidas en los abundante metal, riqueza material que se ve incrementada con el empleo
diversos sínodos y concilios celebrados por la Iglesia americana, desarro- de piedras preciosas, perlas y esmaltes. En cuanto a su ornamentación
llando con el tiempo y bajo las premisas de la mentalidad barroca, toda una sobresalen, por su policromía, perfiles quebrados por asas figuradas, mul-
cosmogonía alrededor del misterio eucarístico, fuertemente impregnada del tiplicación de cuerpos en el astil y ostensorio formado por numerosos
sentido ritual y festivo característico de la sensibilidad del mundo indígena. rayos rectilíneos.
En el virreinato del Perú esta devoción a la Eucaristía cristalizó en una La devoción a la Eucaristía se erigió también en el tema principal de
serie de manifestaciones artísticas de gran originalidad, destacando espe- determinadas iconografías que gozaron de gran estima durante el virrei-
cialmente aquellas que se vertebran dentro del contexto de la celebración nato. Este es el caso de las representaciones de santa Rosa de Lima y
del Corpus Christi, hito anual en el que la sociedad peruana desplegaba san Ignacio de Loyola, santos de gran significación en el contexto perua-
toda su complejidad y riqueza cultural. Un ejemplo especialmente signifi- no. Santa Rosa por ser la primera santa americana, ejemplo del arraigo
cativo en cuanto a la primacía de esta celebración sobre el resto del calen- de la fe en el nuevo continente —la única santa junto con santa Clara de
dario religioso lo proporciona la ciudad de Cuzco, donde gozó de especial Asís que en el siglo XVII es representada con una custodia entre sus
predicamento y favor popular, debido a que coincidía con una fiesta tradi- manos—, mientras que san Ignacio destacó por el gran trabajo que
cional del incanato en honor del Sol, llamada Inti Raymi. El momento cum- desarrolló su orden en estas tierras en la educación de los indígenas, eri-
bre de la festividad lo constituía la procesión que se desarrollaba por la vía giéndose por tanto en el valedor del triunfo del cristianismo entre los
sacra de la ciudad, engalanada con tal motivo con arquitecturas efímeras, naturales.
pinturas devocionales y altares portátiles. Entre el gentío marchaba la comi- De especial significación es el tema iconográfico de la defensa de la fe
tiva formada por la autoridades civiles y eclesiásticas, las imágenes de los muy difundido en el sur andino: el monarca hispano levanta su espada en
santos parroquiales sobre carrozas o andas y, naturalmente, la custodia, alto para defender la custodia, que aparece en el centro de la composición
encarnación de Cristo en la Sagrada Forma y eje de todo el ritual. sobre una columna o sostenida en manos de un santo —en ciertas repre-
La crónica de este desfile sagrado ha quedado plasmada en una serie sentaciones es santa Rosa de Lima la que sujeta este objeto sagrado—,
de pinturas, que nos proporcionan una imagen ideal del acontecimiento, mientras que los enemigos de la fe católica intentan derribarla. Esta ico-
resaltando su carácter propagandístico y suntuario unido a la vertiente lúdi- nografía, tomada de grabados que ilustraban libros editados en España, es
ca y festiva propia de la mentalidad americana. Son, además, un rico mues- un claro ejemplo de cómo ciertos temas propios del mundo occidental son
trario de las distintas clases que integran la sociedad virreinal peruana, pero asumidos y reinterpretados por los artistas indígenas hasta convertirlos en
en las que sobresalen las representaciones de las elites locales. Así, en estas elementos característicos de su cultura.
procesiones encabezando la comitiva de las imágenes parroquiales o cofra- En definitiva, la devoción a la Eucaristía cristalizó en la cultura artística
des, se sitúan nobles incas, cuyas aspiraciones de prestigio social basadas desarrollada en el virreinato del Perú, en un rico muestrario de obras del
en la tradición y la antigüedad, son hábilmente canalizadas por las autori- arte, sobresalientes bien por sus innovadoras iconografías bien por su
dades eclesiásticas para legitimizar el triunfo del cristianismo sobre la reli- excelente calidad. Estas piezas son el resultado de la imbricación de la
giosidad indígena. magnificencia del culto católico y la sacralización de la vida cotidiana indí-
La celebración del Corpus Christi igualmente determinó la producción gena, y consecuentemente productos propios de la sociedad americana
de una serie de objetos de platería ligados a su ritual, como son las custo- del momento.
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Las imágenes religiosas desempeñaron un papel de gran relevancia en el las trinidades trifaciales o isomórficas. Las primeras muestran a un dios cris-
proceso evangelizador americano, sirviendo a los frailes que cristianizaron a tiano con tres cabezas idénticas; las segundas a las tres personas de la Trini-
los indios como un elemento auxiliar de su predicación. Franciscanos y jesui- dad como tres figuras humanas semejantes. Unas y otras tenían una inten-
tas adoctrinaron a los indígenas peruanos repartiéndoles estampas, pinturas ción profundamente didáctica: poner de relieve la equivalencia del Padre, del
y esculturas. Sin embargo, la devoción que promovían dichas imágenes no Hijo y del Espíritu. Su pervivencia en América pese a las prohibiciones roma-
estaba exenta de peligros, como la idolatría y la superstición. Las primeras nas puede explicarse como una estrategia para explicar pedagógicamente a
imágenes de culto fueron, por supuesto, representaciones veneradas de Cris- los indios uno de los misterios más complejos de la fe cristiana, a la vez que
to y María, encontrándose por doquier. La devoción mariana fue especial- evitar recaer en los cultos politeístas prehispánicos. Otro ejemplo interesante
mente importante en el virreinato del Perú. La Virgen María —que engloba de heterodoxia andina son los ángeles arcabuceros. La devoción a los siete
los cultos andinos a la Pachamama y al Apu— es titular de numerosas parro- arcángeles, censurada en Europa, se materializó en la región andina a través
quias, templos, conventos y capillas, algunos levantados sobre antiguos san- de su representación como oficiales de las milicias celestiales armados de
tuarios prehispánicos. En muchas de las imágenes cristológicas y marianas mosquetes. Pudieron ser una representación del poder militar español, pero
apreciamos elementos sincréticos. Así por ejemplo, los Niños Jesús cusque- también un producto del sincretismo cultural impulsado por los misioneros
ños fueron adornados hasta 1675 con símbolos propios del Inca, las vírgenes que reemplazó los cultos cosmológicos andinos por el de los arcángeles.
niña hilanderas son representadas quizá como ñustas imperiales incaicas, y Además y como es lógico, fue especialmente importante en Perú el cul-
la Virgen de Pomata representa a la Candelaria con tocado de plumas nativo. to a los santos propios del Nuevo Mundo. Hacia ellos se volcó la devoción
En Perú, como en México, se propagan leyendas sobre evangelizacio- criolla, una vez eran beatificados o canonizados en Roma. Destacaron Tori-
nes remotas, previas a 1492. Felipe Guamán Poma de Ayala afirma en 1613 bio de Mogrovejo, Luis Beltrán y Francisco Solano, y sobre todos, dos san-
que San Bartolomé había viajado a Perú durante el reinado del segundo tos limeños y dominicos: Rosa de Lima y Martín de Porres. Santa Rosa de
Inca Cinchi Roca para bautizar algunos indios. También son tempranas las Lima —primera americana canonizada— fue retratada post mortem por
supuestas apariciones celestiales en tierras peruanas: en 1535-1536, y Angelino Medoro, cuyo boceto se convirtió en el modelo iconográfico. Cle-
durante el asedio que sufrieron los españoles de Cuzco por parte de incas mente X la canonizó en 1671, proclamándola patrona de toda la América
rebeldes, se aparecieron sucesivamente la Virgen y el apóstol Santiago faci- hispana y por lo tanto baluarte de la fe en el Nuevo Mundo. Su represen-
litando la victoria de los primeros. Se trató en este caso de un culto pro- tación junto al monarca Carlos II defendiendo conjuntamente el dogma
movido indudablemente por las autoridades españolas para frenar las fre- eucarístico ha de interpretarse en este sentido. San Martín de Porres no fue
cuentes rebeliones y los brotes de idolatría en la antigua capital inca. canonizado hasta el siglo XX. Tal vez por eso su imagen fue menos repre-
Las imágenes de culto peruanas no se limitaron por tanto a ser una répli- sentada que la de santa Rosa.
ca de los modelos europeos. Algunas de ellas se adaptaron incluso a las pro- Pero el sincretismo religioso y los cultos locales no supusieron que el
blemáticas específicas del continente americano. Es el caso de la estatua del virreinato del Perú fuera ajeno a los lenguajes simbólicos que triunfaban en
Crucificado realizada en madera y maguey, venerada en la catedral de Cuzco Europa como la emblemática o la alegoría. Su alto contenido intelectual los
desde finales del siglo XVI, y conocida a partir de 1650 como «El señor de los hizo propicios para el arte festivo y también como decoración de los grandes
Temblores», pues el gran terremoto de ese año concluyó según la tradición conjuntos monásticos. Es el caso por ejemplo de las pinturas emblemáticas
cuando la imagen fue paseada en procesión. Pinturas y estampas divulgarán que decoran el claustro de los Naranjos del impresionante monasterio de
su iconografía y su culto por todo el virreinato. Con algunas variaciones se monjas dominicas de Arequipa, basadas en los grabados del Pia Desideria
representa en ellas el Cristo sobre fondo negro entre cirios y ramos de flores del jesuita belga Hermann Hugo (1624), uno de los libros más importantes
locales, tal como preside su altar la imagen original. de la Contrarreforma, centrado en las vías de la perfección mística. O tam-
Otra peculiaridad iconográfica virreinal es la presencia de imágenes prohi- bién de las pinturas murales de la celda del padre Francisco de Salamanca
bidas en Europa a partir del Concilio de Trento —decreto sobre el culto y vene- en el convento de la Merced de Cuzco, inspiradas en los emblemas cristia-
ración debidos a las imágenes sagradas del 4 de diciembre de 1563—, como nos editados por Diego Suárez de Figueroa en Camino del Cielo (1738).
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234 Basilio Pacheco (atribuido), Nacimiento de Santa Rosa de Lima, 235 Escuela cusqueña, Sagrada Familia con la familia de la Virgen
siglo XVIII y Santa Rosa de Lima, siglo XVIII
Óleo sobre lienzo, 127 x 170 cm Óleo sobre lienzo, 130 x 181 cm
Colección Manuel Mujica Gallo, Casa Lorca, Lima Pinacoteca del Banco de Crédito del Perú, Lima [012290]
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La abundancia de ricas minas de plata y de oro en América permitió, formada ante el planteamiento de una nueva sintaxis, en la que a la nove-
tanto en la época prehispánica como durante la etapa virreinal, que dad de un temario americano se le superpone la original «reinterpreta-
ambos materiales preciosos estuvieran muy presentes en la vida america- ción» de motivos manieristas de origen europeo, además de un nuevo
na, bien empleados como moneda, bien transformados en piezas y obje- concepto compositivo caracterizado por la densificación («horror al
tos para satisfacer las múltiples necesidades de su compleja y variada vacío») y volumen de los adornos. Tales características pueden admirarse
sociedad, tanto del mundo civil como del religioso. en obras barrocas tan notables como el templete para el Corpus que man-
Por su misma naturaleza y condiciones estos dos metales preciosos se dó labrar en 1731 el obispo Serrada con destino a la catedral del Cuzco, las
caracterizan y sobresalen por su lustre, brillo, nobleza y resplandor, cuali- imponentes custodias de los conventos cuzqueños de Santa Catalina y
dades que los definen de entrada como «espléndidos» de manera que Santa Clara o el espléndido cáliz con su palia de oro y esmaltes de la igle-
siempre que un ejemplar —religioso o profano— esté labrado en oro o en sia de Tarifa (Cádiz, España). El prestigio de estas platerías fue asimismo
plata debe recibir tal calificativo. Sin embargo y para el caso concreto de la compartido por otros centros también ubicados en los Andes (Trujillo,
América hispana aludir al «el esplendor de la orfebrería» equivale a identi- Huaraz, Ayacucho y Arequipa) y en el Altiplano (Puno), sin olvidar a Lima
ficarlo con la etapa del Barroco, porque la creencia generalizada lleva a que, por su rango de capital del virreinato, generó una importante produc-
pensar que sólo durante este período cronológico dicho arte alcanzó el ción artística marcando las pautas de la moda a seguir en todo el amplio
desarrollo y la plenitud que merece tal calificativo. Pero nada es más incier- territorio virreinal.
to, porque siendo una realidad tangible el que la orfebrería americana en Algunos ejemplos salidos de estos talleres en pleno barroco pueden
general, y la peruana en particular, vivieron momentos de esplendor desde contemplarse en esta exposición, desde el original depósito eucarístico en
mediados del siglo XVII hasta alcanzar los años finales del siglo XVIII, no es forma de pelícano perteneciente a la catedral de Arequipa, la arqueta de la
menos cierto que tuvo asimismo un desarrollo extraordinario y continua- parroquia de Peralta (Navarra), las sacras y el atril del pueblo Renedo de
do durante el primer siglo de vida americano (desde mediados del XVI has- Cabuérniga (Cantabria) o los candeleros («mariolas») de la catedral de Se-
ta el promedio del XVII), donde los plateros españoles llegados desde la villa, al conjunto de piezas profanas que cubren las necesidades en el
metrópoli se encargaron de transferir los gustos estéticos peninsulares y ámbito del equipamiento de la casa y de sus necesidades —soperas, ban-
europeos que, sumados a la valiosa y consolidada experiencia de los indí- dejas, chocolateras, cafeteras, sahumadores en plata fundida y calada o de
genas americanos en el trabajo de los metales preciosos hizo posible, en filigrana—, así como todas aquellas que alcanzan costumbres sociales
esta etapa y en posteriores centurias, el rotundo triunfo de este magnífico muy arraigadas como fue la ceremonia de tomar el mate —de ahí los
arte. Obras como la fuente renacentista de la iglesia de San Juan Bautista calentadores de agua («pavas con hornillo») para cebarlo— o las que
de Málaga o el cáliz manierista labrado con oro procedente de las minas de rodean al mundo del caballo y su monta —estribos para hombre y para
Carabaya (valle del Colca, Perú) obsequiado a la parroquia de Santa María mujer o las fustas («chicotes») para manejarlo.
de Mérida (Badajoz) —ambas piezas expuestas en esta muestra— po- Tanto en el mundo prehispánico como en el mundo virreinal la orfe-
drían, junto a otros muchos ejemplares conocidos e inéditos, avalar sobra- brería brilló siempre con resplandor propio gracias a las hábiles manos de
damente la importancia artística de este último período. sus gentes, que hicieron de los metales preciosos un «arte espléndido»
A partir de los años centrales del siglo XVII se fue tomando conciencia porque estuvo dotado de singular excelencia. Pero fue durante la etapa his-
de «lo americano» y la estética de la producción orfebre toma un nuevo pánica cuando la platería alcanzó su cenit, pues reflejó los deseos de una
rumbo, aunque sin alejarse de los conceptos y gustos de la cultura domi- sociedad que hizo de la calle, el templo y la casa, su fiel espejo, el escapa-
nante (española). A partir de estas fechas lo autóctono cobra fuerza apa- rate adecuado donde mostrar un modo de vida «refulgente y espléndido»
reciendo un nuevo temario ornamental donde no sólo se incorpora un en el que las piezas de oro y plata no sólo fueron símbolos de poder y dis-
vocabulario diferente —en el que estará presente la flora, la fauna y los ras- tinción, sino objetos útiles y con un valor intrínseco que, además, los lle-
gos faciales del americano— sino que la lectura del conjunto se verá trans- varía a la tesaurización.
246 Sacra, región de Puno, ca. 1730 247-248 Pareja de Sacras, región de Puno, ca. 1730
Plata en su color con armazón de madera, repujada, cincelada y grabada, 31,5 x 22,5 cm Plata en su color con armazón de madera, repujada, cincelada y grabada, 31,5 x 22,5 cm
Parroquia de Renedo de Cabuérniga (Depósito en el Museo Diocesano de Santillana Parroquia de Renedo de Cabuérniga (Depósito en el Museo Diocesano de Santillana
del Mar, Cantabria [208 (3)]) del Mar, Cantabria [208 (3)])
249-250 Maya con candelero, posiblemente de Huancavelica, 1757 251-252 Maya con candelero, posiblemente de Huancavelica, 1757
(fechado uno) (fechado uno)
Marcas: Corona real (impuesto fiscal o «quinto») y otra frustra Marcas: Corona real (impuesto fiscal o «quinto») y otra frustra
Plata en su color, repujada, cincelada y grabada, 40 x 27 x1,5 cm Plata en su color, repujada, cincelada y grabada, 37 x 27 x 2 cm
Catedral de Sevilla [41-091-111-0446.003 (054/21) y 41-091-111-0446.004 (054/22)] Catedral de Sevilla [41-091-111-0447.003 y 41-091-111-0447.004]
260 261
La originalidad del arte virreinal peruano tiene en el ámbito de lo coti- ejemplo son aquellas relacionadas con la ingesta de mate y coca, hierba
diano y lo privado uno de sus capítulos más significativos y complejos esta última que si bien durante el período prehispánico estaba reservada a
porque nos muestra, por medio de su riqueza material, tipológica y técni- la familia real y caciques, durante el virreinato se extendió a distintos esta-
ca, los productos artísticos de la nueva sociedad americana, que ya no res- mentos sociales, gracias a su poder estimulante. Para el almacenamiento
ponden a parámetros europeos ni prehispánicos, sino a su propio mesti- y la elaboración de este mate se labraron objetos tales como las yerberas
zaje cultural. Nos hablan, por tanto, de cómo las técnicas y oficios o las coqueras, calentadores de agua llamados «pavas-hornillos», y mates
indígenas se mantuvieron al tiempo que se enriquecieron con la aporta- con sus bombillas; de todos ellos se conservan magníficos ejemplares rea-
ción hispana y europea, del papel de los artistas locales en el desarrollo de lizados en plata.
todos los campos del arte, de cómo los gustos y conceptos de la cultura También hay que mencionar dentro del capítulo de la orfebrería perua-
dominante se imponen o diluyen en las creaciones, o cómo se redefinen na diversas piezas del ajuar doméstico específico de las clases dominan-
simbólica y funcionalmente objetos de la tradición prehispánica mientras tes, como las destinadas al servicio de mesa —bandejas, cazos, platos,
que surgen nuevas tipologías fruto del sincretismo cultural. tazas, cafeteras, chocolateras o soperas— u otras dedicadas a diferentes
El imaginario indígena pervivió en una serie de piezas que gozaban usos domésticos o de ornamentación de interiores —tales como faroles,
de prestigio en época prehispánica, tales como los vasos ceremoniales candeleros, braseros o sahumadores— que muestran el elevado nivel
—aquillas, realizadas en oro o plata, y queros, su equivalente en madera—, adquisitivo de estas elites y su gusto por el lujo y la ostentación. Similares
la cerámica y las artes textiles, debido bien a su contenido ritual, e incluso planteamientos dominan la producción de otras tipologías, entre las que
mágico, bien por su valor económico dentro de las comunidades locales. merecerían especial atención las relacionadas bien con actividades recrea-
En estos objetos persisten los coloridos y diseños geométricos caracterís- tivas como los preciosos y delicados estribos para señoras y niñas de las
ticos del vocabulario ornamental autóctono, muchos de ellos con un fuer- cabalgaduras, bien con festejos y actos lúdicos como las varas de baile o
te contenido simbólico, pero en los que progresivamente se incorporan aquellos otros símbolos de poder y prestigio, entre los que destacarían los
motivos figurativos procedentes de la cultura europea. bastones de mando de la nobleza indígena.
Este es el caso de los tejidos, que continuaron poseyendo el valor El mobiliario completaría la funcionalidad y decoración de los distintos
de moneda que tenían en el mundo incaico, así como su carácter distinti- ámbitos de la casa virreinal, con tipologías características del menaje euro-
vo de la afiliación social y de la identidad sexual de las personas. Entre las peo —baúles, espejos, bargueños y aparadores—, en las que los motivos
vestimentas tradicionales destacaron los ponchos para los hombres y las ornamentales del vocabulario artístico hispano acabaran contaminados
faldas largas y mantas para las mujeres. En esta regulación del traje, un por otros originarios del Perú, así como por el gusto por una decoración
lugar excepcional lo constituye el de las llamadas «tapadas», mujeres que intensiva y abigarrada propia del ideario artístico autóctono.
se cubrían todo el rostro salvo uno de sus ojos, por lo que era muy difícil Este panorama general se completa con diversas manifestaciones
identificarlas cuando paseaban por las calles. El anonimato y libertad que que se enmarcan dentro la religiosidad popular y las devociones domés-
proporcionó a la mujer esta moda fue reiteradamente prohibido por las ticas, como es el caso de pinturas, esculturas y retablos portátiles;
autoridades, que veían en este hábito un claro atentado a la honestidad e muchas de estas piezas estaban realizadas en madera policromada y
integridad femeninas, hasta el punto de convertir a estas tapadas en el pro- estuco, pero también en pasta y tela encolada o en piedra de Huaman-
totipo de casquivana que pululaba por las calles de Lima. ga, estos últimos materiales y técnicas autóctonos. Son obras que trans-
Igualmente, otros aspectos de la vida cotidiana prehispánica se man- forman sus valores funcionales y contenidos simbólicos a lo largo del
tuvieron durante la época virreinal, como es el caso de aquellos ligados virreinato, con versiones sincréticas en las que las imágenes de culto y
con las pautas alimenticias y al consumo de bebidas y otras sustancias, y advocaciones religiosas cristianas se enriquecen con símbolos, persona-
que generaron toda una serie de piezas, algunas exclusivas de Perú. Un jes y costumbres locales.
262 Diego Quispe Tito (atribuido), Parábola del hijo pródigo, siglo XVII
Óleo sobre lienzo, 142,5 x 122 cm
Instituto Nacional de Cultura (Museo Histórico Regional, Cusco [073-444])
268 269
273 Baúl con decoración floral e iniciales, siglo XVIII 279 Estribo para mujer (tipo «sandalia»), posiblemente de Lima,
Tapa con inicial «JAD» y frontal con «N.1» siglos XVIII-XIX
Madera y cuero claveteado acabado en rojo y crema, 42 x 90 x 50 cm Plata en su color, fundida, repujada, cincelada y calada, 12,5 x 23 x 14 cm
Pinacoteca del Banco de Crédito de Perú, Lima Colección particular
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278 279
282 283
280 Bandeja, primera mitad siglo XVIII 284 Arqueta eucarística, sierra sur o región del Collao, ca. 1725
Plata en su color, 30,5 x 40 x 4 cm Plata en su color, repujada, cincelada y fundida, 44 x 61 x 32,5 cm
Cabildo Catedral de Pamplona, Navarra [25] Parroquia San Juan, Peralta-Navarra
290 Calentador de agua (pava hornillo), sierra sur o Alto Perú, ca. 1790-1800
Plata en su color fundida, cincelada y grabada, 25 x 20,5 cm
Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco, Buenos Aires
(Donación Celina González Garaño) [26-70-140]
289 290
La riqueza en metales preciosos hallada por los conquistadores españoles de martillo sobre cospeles irregulares en grosor y módulo. Se trata de pie-
en las tierras americanas y, especialmente, por los hombres de Pizarro en zas de oro y plata de aspecto tosco y descuidado en el que se hace paten-
el territorio del Perú, fue proverbial, tal y como todavía recuerdan algunas te el carácter de sello de valor que tenía en su origen la estampación de los
expresiones populares. Esta masa de metal no tardó en ser convertida en tipos monetales. Estas piezas tuvieron una larga circulación, que continuó
barras o lingotes y, por supuesto, en moneda. tras la acuñación —ya en el siglo XVIII y por el sistema de prensa a volan-
De todas maneras, la primera moneda utilizada en el Perú fue la que te— de monedas de aspecto más cuidado, estampadas sobre cospeles
llevaron allí los colonos de Castilla. Ésta no tardó en mostrarse insuficien- perfectamente circulares con finos cordones en el borde.
te para cubrir las necesidades cotidianas. La escasez de numerario propi- El campo de las monedas fue aprovechado, con fines políticos, por los
ció el desarrollo de una economía que, además de especies acuñadas, uti- monarcas. Desde las primeras acuñaciones se optó por tipos particulares
lizaba el trueque, el pago en oro y plata a peso y, finalmente, otorgaba valor que enlazaban el escudo o los símbolos heráldicos de Castilla con el
monetario a los tejidos de algodón y a las hojas de coca. emblema de Carlos V, que mostraba las columnas de Hércules sobre las
La dificultad de aprovisionar los territorios adquiridos con moneda olas del océano y el lema Plus Ultra. Más adelante, se añadió entre las co-
producida en la Península, así como el abundante caudal metalífero lumnas la representación de los dos hemisferios, símbolo de una monar-
local, forzó la decisión de fundar las primeras cecas americanas. En 1535 quía en la que no se ponía el sol. Este último acabaría por convertirse en
se creó la de México, en 1542 la de Santo Domingo, y en 1565 la de Lima. un auténtico emblema heráldico que se relacionaba con el título grabado
El establecimiento de esta última en la capital del virreinato del Perú fue en latín en las monedas: Rey, por la gracia de Dios, de las Españas y de las
un paso cautelosamente meditado por la Corona. Así lo demuestra la Indias.
existencia de un informe del Consejo de Indias elevado a Carlos V en El retrato del monarca no se introdujo en Lima como tipo monetario
1551 en el que se defendía su conveniencia. hasta el reinado de Fernando VI. La enorme distancia de Lima con res-
La ceca de Lima tuvo una larga pervivencia: su funcionamiento estuvo pecto a la corte propició desfases entre la llegada de las noticias de las
plagado de intermitencias y sobrepasó el período virreinal. Además, Lima y proclamaciones reales de los soberanos y la de los cuños con el nuevo
parte de sus herramientas de trabajo estuvieron indirectamente vinculadas retrato. Por esta razón, no son extrañas las piezas a nombre de un
a los orígenes de la fundación de la ceca de Potosí, establecida entre fines monarca con el busto de su antecesor. Tras estas innovaciones icono-
de 1573 e inicios de 1575. Hasta la creación del virreinato de la Plata en 1776 gráficas, la producción limeña se dividió, de acuerdo con su tipo princi-
y su agregación a éste, Potosí fue la principal ceca peruana. A partir de esa pal, en las llamadas de busto, por el retrato real, y las columnarias, por
fecha Lima recuperó la primacía en las acuñaciones de su virreinato. las columnas.
En las ordenanzas fundacionales se establecía que en Lima sólo se Más allá de las fronteras de la monarquía hispánica, los reales limeños,
podría acuñar moneda de plata. De hecho, no se empezó a amonedar oro como toda la plata española, fueron muy apreciados. Por ello en el ámbi-
hasta el reinado de Carlos II. En Lima, como en Potosí y otras cecas ame- to colonial británico y luso se aceptó su circulación tras estampar en su
ricanas, se acuñaron las monedas macuquinas, esto es, acuñadas a golpe superficie una contramarca con un punzón.
NUMISMÁTICA [ 253 ]
304 Felipe V, 8 escudos, Ceca de Lima, 1728
Oro, 3,2 cm Ø, 26,93 gr, ejes 5 h. [MNAC/GNC 18.292]
318 Carlos III, 1 real, Ceca de Lima, 1762 304 305 306
Plata, 2 cm Ø, 3,32 gr, ejes 11 h. [MNAC/GNC 22.221]
NUMISMÁTICA [ 255 ]
lima, ciudad ilustrada RAMÓN GUTIÉRREZ
La fundación de Lima en 1535 marca la culminación en Sudamérica del La Iglesia católica, convertida en el centro del mecenazgo artístico,
proceso de formulación de la traza urbana del damero que habría de nor- encomendaba series de lienzos no solamente a los talleres locales sino
malizar legalmente Felipe II en 1573 en sus Ordenanzas de Población. La también a los más connotados pintores del Cuzco y a los escultores de
nueva capital virreinal, organizada según los patrones del pensamiento Quito. Ellos complementarían en los siglos XVII y XVIII las importantes pie-
renacentista, integró a su trazado las antiguas huacas y definió el carácter zas que anteriormente habían sido remitidas desde los talleres sevillanos
de centralidad de su plaza mayor. para los templos limeños. Inclusive podemos encontrar series proceden-
Los conventos que ocupaban extensas áreas urbanas configuraron los tes de la Nueva España (México), marfiles de Filipinas y cerámicas de pro-
barrios, mientras que las comunidades indígenas fueron trasladadas de la cedencia oriental.
zona del río Rimac al núcleo reduccional del «Cercado». La pintura civil, más limitada cuantitativamente, se centraría en los
Hacia fines del siglo XVII la ciudad desarrolló —con motivo de las ame- retratos de los virreyes, obispos, funcionarios e integrantes de la nobleza
nazas de los corsarios europeos en el Pacífico— su sistema de defensas: local, aunque también es posible encontrar series con temas literarios (El
el fuerte del Real Felipe en el puerto de El Callao y el amurallamiento del Quijote), de la mitología o de paisajes y batallas.
casco urbano. El diseño del jesuita Juan Ramón Coninck englobaba el La acción ilustrada, con un sesgo afrancesado, puede verificarse prin-
«Cercado» indígena y algunas tierras de labor que permitirían sostener la cipalmente durante el mandato del virrey Amat que impulsó la renovación
ciudad en caso de un sitio prolongado. de la vida urbana limeña con la creación del Paseo de Aguas y la cons-
En el siglo XVIII la pequeña corte virreinal mostró todo su esplendor en el trucción de la plaza de toros de Acho en el barrio del Rímac.
apogeo de las ritualizaciones barrocas. Más de la mitad de los días del año El gusto por el rococó y las innovaciones del barroco tardío se expre-
eran protagonizados por fiestas que recordaban a los patronos titulares de san en la planta oval del templo de las Huérfanas y la incorporación de
templos, conventos, cofradías, gremios y hermandades. A ellas se sumaban los primeros cementerios, como el realizado en San Francisco. Sin
las fiestas cívicas metropolitanas y las propias de las autoridades coloniales. embargo la persistencia de los túmulos funerarios barrocos (aun en
En la ocasión la ciudad se engalanaba creando escenarios efímeros en tiempos de Carlos III) recoge la tradición de «la muerte arquera» y rati-
sus espacios públicos y sus calles se convertían en vías sacras. Tapices, cua- fica el proceso de integración del mundo indígena a las artes que se
dros, platería, eran exhibidos desde los balcones y ventanales, mientras los manifestaba muy abiertamente en las regiones del altiplano y en la sie-
altares efímeros y cruceros marcaban los hitos de los recorridos ciudadanos. rras cusqueña y arequipeña.
Las casas de la nobleza y de las burguesías comerciantes o de los fun- Lima testimonia emblemáticamente en su arquitectura y el equi-
cionarios se engalanaban con mobiliarios fabricados por ebanistas locales pamiento este deseo de acceder a una modernidad ilustrada mientras
o piezas importadas, incluyendo muchas de ellas una habitación destina- los nuevos gustos de la corte madrileña van imponiendo un neoclasi-
da al piano. cismo en pugna dialéctica con el sentimiento barroco de sus habitan-
La riqueza de la minería se manifestaba en la presencia de vajillas de tes. Las obras tardías del presbítero Matías Maestro, en tiempos de
plata maciza delicadamente trabajadas por los orfebres limeños o por los los últimos virreyes, testimonian el cierre del ciclo ilustrado antes
paleros de Cuzco, Puno y Arequipa. de la independencia.
325
327
333
334
341 José Vázquez (grabador), Túmulo erigido para las honras fúnebres
de la Reina Isabel de Farnesio, Lima, 1768
En Relación de las reales exequias, que a la memoria de la reyna madre, nuestra señora,
doña Isabel Farnesio, mando hacer en la Ciudad de los Reyes, capita de la América
meridional, (…), Lima, Joseph Antonio Borda y Orosco, 1768
Estampa calcográfica sobre papel, 496 x 375 cm
Patrimonio Nacional, Biblioteca Real, Madrid
Felipe Manuel Cayetano de Amat y de Junyent, Planella y Vergós, sexto positivos de carácter social, como fueron: la introducción en Lima de las
hijo y el menor de los varones del primer marqués de Castellbell, nació costumbres refinadas del Rococó, mejoras en materia de seguridad
a primeros de marzo de 1707 en el castillo de Vacarisses en el Vallés como el alumbrado público y las rondas nocturnas, además de la lote-
occidental. Alumno del colegio de jesuitas de Cordelles de Barcelona, ría que Carlos III había llevado desde Nápoles a España. De su perfil de
a los doce años abandonó la educación humanista para seguir la carre- hombre ilustrado destaca el interés por el urbanismo de Lima, los pro-
ra militar. Con catorce años ingresó en la orden de San Juan de Jeru- yectos de la plaza de toros de Acho, la avenida conocida como Paseo de
salén y tras residir un tiempo en las islas de Malta y de Mallorca pasó Aguas y la Quinta del Pardo, que reflejan el gusto por lo francés, así
a Marruecos, donde inició la vida militar activa. Al tratarse de un como la más rococó de las edificaciones limeñas: la iglesia del Santo
segundón, sólo disponía de la fortuna que podía proporcionarle el Cristo de los Milagros en el monasterio de las carmelitas nazarenas.
esfuerzo y el talento propios, de manera que partió hacia Italia para Su gestión cultural, que se extendió a las universidades de Lima
acompañar al entonces infante-duque Carlos en la campaña para recu- y Santiago de Chile, comprendió a su vez el patrocinio de las expedi-
perar el dominio de Nápoles y Sicilia, que a la sazón se encontraban en ciones científicas a través del océano Pacífico que llevaron las fragatas
manos austríacas. Ya en el verano de 1734, el joven rey Carlos VII de españolas, en 1770, a la legendaria isla de Pascua, rebautizada como
Nápoles, que un día llegaría a reinar en España como Carlos III, le dis- de San Carlos, y en 1772 a la de Tahití, un lugar que figura en la carto-
tinguió y reconoció por su labor pero aún hubieron de pasar veinte grafía marítima de la época con el nombre de isla de Amat. No menor
años hasta su nombramiento de gobernador, capitán general del reino resultó el interés por defender la costa del Pacífico, un esfuerzo que le
de Chile y presidente de la Real Audiencia de Santiago de Chile, un gra- condujo a la promoción de fortificaciones de entre las que destaca el
do que culminó en 1761 cuando el ya coronado Carlos III le ascendió a fuerte Real Felipe en el puerto de El Callao, un conjunto de edificacio-
virrey gobernador, capitán general de Perú y presidente de la Real nes de envergadura que sustituyeron a la antigua muralla y cuyos pla-
Audiencia de Lima. Llegaba al cargo de virrey del fabuloso y lejano nos se ocupó personalmente de supervisar a partir de su experiencia
Perú, el virreinato de mayor prestigio de la Corona española, en la edad de ingeniero militar. Y a este respecto tampoco hay que olvidar los
madura y tras una vida de trabajo y eficacia profesional. Amat, que qui- conocimientos que en su día adquirió en la Real y Militar Academia de
zás por tradición familiar había sido incondicionalmente fiel a los Bor- Matemáticas de Barcelona y que le permitieron dirigir el diseño de los
bones, se mantuvo siempre en esta línea y jamás defraudó a su señor, morteros que para El Callao ordenó fundir en Lima, unos artefactos
a quien se refirió siempre en catalán como a l’amo. bélicos que eran desconocidos y que nunca se habían utilizado en Perú
Manuel de Amat fue un modelo de gobernante del despotismo antes de su mandato.
ilustrado y si bien durante los quince años de su mandato hubo actua- Fueron tres lustros de gestión brillante en las tierras del antiguo
ciones de mayor o menor acierto, nunca antes había llegado a la metró- virreinato de Perú los que la historia de España debe a Manuel de
poli tal cantidad de oro y con tanta frecuencia y puntualidad. Su gestión, Amat: un segundón de la nobleza que consiguió para su estirpe y para
cuya relación figura íntegra en la Memoria de gobierno, coincidió con un su tierra natal un lugar de prestigio en la historia de España. En Cata-
momento próspero de Perú en el que la economía interior y exterior de luña la ciudad de Barcelona le debe, a su vez, el edificio más emble-
los territorios de América iba en ascenso, aun a pesar del deterioro que mático del corazón de las Ramblas: el llamado palacio de la Virreina,
supuso el descenso de la minería. A pesar de que en 1768 le corres- una mansión que proyectó estando en Lima de la que no pudo disfru-
pondió ejecutar la orden de expulsión de los jesuitas de los territorios tar y que al pasar a ser residencia de su viuda inmortalizó su recuerdo
de su competencia, también deben apuntarse muchos otros aspectos en la Ciudad Condal.
350 351
348 Anónimo, Cazo para agua, Puno o Arequipa, ca. 1770 349 Anónimo, Diseño de un mortero con recámara esférica
Plata en su color, modelado, repujado, fundido y picado de lustre, para arrojar piedras, ca. 1763
10 x 30 x 9,5 cm Acuarela en tinta negra y marrón sobre papel, 421 x 612 mm
Colección particular Biblioteca de Catalunya, Barcelona [Ms. 400/38]
350 Anónimo, Tibor, Procedente de Tonalá (México), 351 Anónimo, Plano del fuerte del Real Phelipe, en el puerto
siglo XVIII de el Callao, ca. 1763
Cerámica modelada, policromada y bruñida, 79 x 63 x 59 cm Acuarela en tinta negra y marrón sobre papel, 930 x 985 mm
Museo Etnológico, Barcelona [MEB 349-90] Biblioteca de Catalunya, Barcelona [Ms. 400/22]
pre-hispanic peru knives and other even more specific items. Based on these findings, it has been possible
to sketch out a sequence that covers the period stretching from the almost hypothetical
Luis Guillermo Lumbreras date of twelve thousand years ago to six or seven thousand years before our era, a
moment in which Man’s accumulated experience in the Peruvian Andes enabled him to
gradually discover new ways of appropriating resources by domesticating plants and
This exhibition catalogue presents a carefully-chosen selection of Ancient Peruvian works of
animals and discovering fishing techniques and collecting shell-fish.
art. Visitors will have the opportunity to appreciate the beauty and details of items dating from
various periods throughout the extensive history of Peruvian art. In this respect, we believe it
THE ARCHAIC PERIOD
would be better to present the historical context in which these works were created rather
The various steps which enabled Man to advance from a hunter-gatherer existence to a
than simply describing aspects that visitors will observe by studying the works themselves.
subsistence based on farming and livestock are still not clearly defined. However, around
In 1532, when the Spanish reached Peru, this was a country measuring more than
6000 to 5000 BC, almost all the inhabitants of the Andes had already discovered some
5,000 kilometres in length, known as Tawantinsuyo, a land that occupied almost two-thirds
kind of agriculture and many had livestock at their disposal. The crops and livestock were
of the western border of South America. It was ruled by the Incas, natives of Cusco, who
not always the same. Stretching from the meseta of Junín up to that of Titicaca, the
throughout the 15th Century had developed an expansive political strategy which placed
inhabitants mainly lived off grazing animals of the genus Camelidae, a practice that would
former states, lordly dominions and peoples of unequal development under their control.
later spread throughout the entire territory; in the north, they raised ducks and guinea pigs
The high level of prosperity achieved by this country attracted the attention of
close to their homes. This process was the result of Man’s mastery of his environment.
Europeans. Beginning with the Discovery of the Americas, they fought to discover the
The immediate effects of this domestication of plants and animals were sobering.
means by which this civilization sustained itself, the source of its material prosperity and
First of all, we can observe a distinct tendency towards the establishment of permanent
the characteristics of a State that governed a country replete with densely populated cities
population centres in all kinds of habitat, featuring an almost imperceptible
and efficient agricultural and cattle-raising production, which enabled the Incas to
reorganization of his way of life: a growing prevalence of concentrated groups and a wide
maintain an excellent manufacturing activity and develop a spectacular and well-built
range of options with regard to the management of their resources. The most significant
architecture for the élite classes.
achievements took the form of settlements and villages, which were small and isolated at
It was during this period that a Spanish colonial viceroyalty was established that occupied
first and then later became larger and more numerous.
a large part of the territory, and this area was re-christened with the name “Peru” or “Pirú”, a
The most outstanding developments were those of home construction. With the
term used by the sailors who reached these lands to refer to the port known as “Viru”. Thus,
artificial construction of dwellings the inhabitants abandoned the natural shelters, deciding
the name Tawantinsuyo (“country of the four regions”) was abandoned and the country’s
their place of settlement based on the requirements of the new system of production. Woven
political and economic development was noted down in history as part of the process of
materials provided protection for the body against the wind, the sun, the cold and the wet.
Spanish colonial expansion. Spain set up viceroyalties, governorships and captaincy posts
However, above all, these materials constituted a new working tool, one that fishermen used
throughout an immense territory we now known as Hispanic America or Latin America.
to catch large hauls of fish through the elaboration of nets and hook-lines. These materials
The image of Peru prior to 1532 was established by the “Inca Empire”, a perspective
also served to make clothes and bags and cord for multiple purposes.
that was restricted to news and speculation based on descriptions and stories related by
From this moment on, a complex society slowly took shape, based on a sedentary
the chroniclers who observed the Incas or heard about them. The truth is that this
way of life and an economy organized around agriculture and stockbreeding, with fishing
successful and complex civilization was the culmination of a very long process of
and gathering playing a supporting role, one that has never been abandoned.
development that began more than twelve or perhaps even fifteen thousand years ago and
The fourth and third millennia prior to our era constituted a period of intense activity
continued throughout the various periods recorded by archaeologists.
within the Andean world, with the inhabitants settling in every habitable space and
beginning to transform them. Peru reached the year 2000 BC in a very different state to the
THE STONE AGE
country that the very first settlers had seen twelve to fifteen thousand years ago, although
Archaeologists have discovered that Man reached Peru over twelve thousand years ago,
it was also very different compared to the country just two thousand years before, when
during the last few millennia of the “Ice Age”. Whether he reached the region slightly before
things began to change. The third millennium was a period of great change, especially the
or afterwards is of little importance compared to the stage of development at which he
second half, between 2500 and 2000 BC, which is when the complex civilizations along the
stood. He had come from the Old World, before he discovered agriculture and cattle
coast and the mountain ranges began to flourish, featuring the establishment of urban
grazing and he limited himself to appropriating natural resources that were already fully
centres associated with public ceremonial areas.
formed, taking no part in their production. His life was based on hunting and gathering,
The size of the settlements was now significantly larger, and various population
which presupposes a form of social organization based on numerically limited groups—of
centres, such as Caral and Aspero, in Supe, presented complexes of buildings that served
the type known as a “band”—and he inhabited naturally sheltered areas such as caves,
purposes other than those of habitation, such as platforms and “sacred” enclosures.
overhanging rocks, coves or artificially constructed camps, depending on the weather.
These were “ceremonial urban centres” associated with a complex network of facilities
Many of these primitive inhabitants must have resorted to transhumance and a semi-
that served an agricultural activity at once highly laborious and highly specialized.
nomadic way of life, changing camps in the most extreme seasons of summer and winter,
In effect, the simple mastery of the reproductive cycles of various plants—which forms
although the climatic conditions would not have varied so drastically as to make the
the basis of domestication—was not sufficient to make agriculture the source of a higher
nomadic life a condition of survival.
standard of life compared to an existence based on the gathering of shellfish and plants, fishing
Archaeologists are discovering an increasing number of remains of these primitive
and hunting. Although there were some improvements regarding access to subsistence items,
It was in these circumstances of urban and agricultural progress that pottery reached Peru, THE REGIONAL DEVELOPMENTS PERIOD
in around 1800 BC. This form of craftsmanship arrived from the Ecuadorian region and the During this stage of historical development, the main problem to be resolved consisted
Amazonian jungle where it had emerged during the previous millennium and, perhaps, even of the uniform nature of technological development and the diverse range of conditions
earlier. This stage, which is defined by the appearance of pottery, is known as the “Formative imposed by the environment. With the discovery of hydraulic technology, the increasingly
Period”. Ceramics came to form a part of this development process, although we should specialized development of weather charting and increasing capacity to regulate and
remember that even before it appeared in its finished form, inhabitants both on the coast adapt crops of varied origin to any habitat, Andean society was well equipped to face this
and in the mountains were experimenting with the plasticity of clay—unfired—in order to challenge. In this respect, the decline or break-up of the Chavin system or what is known
model human figures and depict various fruits in the form of vessels for storage or for eating as the “Formative Period”, was caused by nothing other than the conflict between this
food. We can find a number of highly striking examples of this type in Caral, Aspero, Ancón technological and population development and the specific conditions that existed in each
and Kotosh-Mito, on the Lima coast and in the mountains of Ancash. region of the country. This led to a ‘regionalization’ of the development process and the
The fully developed agricultural community that emerged in Peru achieved some establishment of a kind of regional or local identity based on the rulers’ total domination
prominence, which facilitated the rapid rise of the population, thus generating surpluses that of each region in particular and the corresponding employment of the resources typically
made it possible to support an increasingly large group devoted to activities not specifically found in each area. Where the predominant building resources were mud or stone, the
related to agriculture. This can be clearly observed during the first half of the second buildings were made of mud or stone, and where multi-coloured mineral pigments were
millennium, which witnessed the emergence of “Chavin civilization”, following a period of found, the pottery was multi-coloured. Likewise, where there was wool, fabrics were made
intense development, known in archaeological slang as the “Early Ceramic Period” or the of wool, and where there was cotton, they were cotton.
“Early Formative Period”. It was during this period that all the various local and regional However, post-Chavin diversification, regionalization, was only the explicit expression
achievements came together, consolidating an urban-theocratic project that culminated with of a general process of growth throughout the entire territory, in spite of the fact that
the formal establishment of the Chavin ‘temples, in the mountains of Ancash. archaeologists distinguish between different styles and ways of building houses and of
From what we know today, Chavin represented the culmination of an intense creating pottery and woven fabrics. The unity of the process was ensured by the fulfillment
process of integration among all the various systems along the coast, throughout the of shared goals in their battle to master the environment. Thus, for example, the
mountain ranges and the Amazon, which had a distinctly revolutionary effect in each development of metal-working technology not only represented a step forward in their
region, not only in terms of the exchange of agricultural experiences and the adaptation knowledge of Man’s ability to transform the resources around him, but was also used as
of agricultural and livestock resources of various origins throughout the entire territory, a resource that very soon became a symbol of power.
but also because we find indications of explosive population growth and enrichment and The decline of the Chavin Period began in around the 5th Century BC, and the Regional
a significant rise in handicraft and production techniques in general, which went hand in Developments Period—following a transitional stage known as the “Experimental Period”
hand with changes in social organization based on the consolidation of the “ceremonial or “Late Formative Period”—reached its heights between the 3rd Century BC and
centres”. By bringing together a “non-agricultural” section of the population on either a 1st Century AD. The best-known regional developments took place in the valleys along the
temporary or permanent basis, these developments enable us to establish the urban northern coastline (Moche or Mochica), along the central coastline (Lima) and along
nature of growth in the Andes. the southern coastline (Nasca), as well as in the Inter-Andean valleys of Cajamarca,
The name Chavin, within the context of Ancient Peru, not only refers to the place of the Callejón de Huaylas (Recuay), Ayacucho (Huarpa) and the high plateau of Titicaca
same name in Ancash, but also to a kind of influence that spread throughout almost (Tiwanaku). There were various other regional developments, many other local varieties
the entire territory of Peru. It is used to denote a very specific artistic style that, irrespective and other minor inter-regional achievements.
of its aesthetic connotations, reveals the existence of a highly complex and powerful Another very important general trend was the process of urban growth.
religious apparatus, whose purpose was evidently linked to the creation of a huge Ceremonial centres featuring very small populations developed into complex
and village-based, the theocratic groups formed centres of public service (ceremonial Within this context, the 6th Century AD presented an outlook of general conflict, featuring
centres) featuring larger residential areas, thus forming the basis of Andean cities. The a kind of battle for the acquisition of prestige and power on the part of the urban centres.
Andean urban centre, the city of Ancient Peru, consisted of a residential area inhabited Technological development had raised production levels to hitherto unimaginable levels:
by the “lords” and their permanent or provisional associates, all employed in the the valleys were crossed by complex irrigation networks; previously desert-like areas were
productive service of the State. cultivated through artificial irrigation; channels linked certain valleys with others, etc. The
However, the urban centre signified something more than just a series of temples harsh Peruvian landscape had been transformed by the hand of Man, to the extent that in
and dwellings. The essential foundation of its existence and maintenance resided in its extremely dry regions such as Ayacucho, the Huarpa had converted scarcely sheltered
role as a store for food and manufacturing reserves. The wealth of the urban centre lay in slopes hardly moistened by rain into veritable hanging market gardens, not by using water
its storerooms, which served as a security system for the purposes of consumption and from the rivers or springs, but the very little water provided during the rainy season
distribution, forming the very basis on which the State was maintained. between January and March. They did this by using water-capturing, damming and
Urban centres organized in this manner competed in the task of producing better and distribution mechanisms that were extremely ingenious and practical, although punishing
more sophisticated woven materials, more beautiful and more numerous adornments in terms of the labour required to work them.
and a select range of pottery items. They possessed sufficient resources to support It was under such conditions, precisely in Ayacucho, that the city of Wari witnessed
extensive groups of skilled silversmiths, goldsmiths, potters and weavers. The latter were unstoppable growth. In just a few years, between the 4th and 5th Centuries, the Wari created
capable of producing costly fabrics such as those of Paracas (during the early Nasca their own economic and political system that was naturally based on the exploitation of the
period), which, in today’s terms, must have required several months of skilled region’s raw materials (especially for the textile and pottery industries) and on the existence
craftsmanship in order to create each piece. Little mention is needed of the considerable of an important agricultural chain of considerable productive capacity in the Valleys of
effort and labour required in raising the immense buildings that served for worship or as Huanta, San Miguel and Pampas. Powerful Wari lords, with organized armies, began to
dwellings in places such as Moche (Huaca del Sol and Huaca de la Luna), Pacatnamú and conquer the neighbouring peoples and then others further afield, until they established a
Pañamarca on the north coast, Pachacamac and Maranga in Lima, Kawachi in Nasca grand Imperial State that ruled over the inhabitants of Peru stretching from Lambayeque
and many other centres dispersed throughout Peru during this period. and Cajamarca in the north to Arequipa and Cusco in the south. The Wari overcame any
The development of Titicaca deserves special mention. This region was not obstacle that stood in their way, imposing a uniform pattern on the previously regional set-up.
influenced by Chavin as the others were, its formative stages finding inspiration in other The gods of Wari, of ancient Ayacucho, Nasca and Tiwanaku origin, occupied altars all
sources, such as those of Qaluyu and Marcavalle, which stretched from Cusco to El over Peru and their image appeared on very fine textiles and delicate pottery, replacing the
Desaguadero, resulting in a stage of development known today as Pucara, in which local or regional gods, who were forced to cede their place. The similarity of some Wari
enormous ceremonial centres were established, quite as important and complex as those icons to those of Tiwanaku has led some archaeologists to believe that all this was the
of Moche and Nasca. Various archaeologists have suggested that this process was driven product of expansion on the high plateaus. However, we now know that Wari and
by the intensive traffic of handcrafted goods between the high plateaux and the coast. In Tiwanaku, in addition to being contemporaneous, constituted two processes of distinct
fact, this was only part of the exceptional dominion established in the high plateau areas, scope and nature, featuring very precise territorial limits that neither hardly dared altar.
both in terms of agriculture and livestock. The rich farmlands and lakes in this region— The border crossed through Sicuani, to the south of Cusco, and the Valley of Sihuas and
still one of the most densely populated in Peru and Bolivia today—and its especially rich El Colca to the north of Arequipa.
resources for metal-working, weaving and the production of items for worship and Wari was not a state that imposed a notable pattern of agricultural development, even
adornment (especially semi-precious stones), were accompanied by a high level of though we can observe an increase in irrigation channels and hydraulic works in the lands
technology in terms of irrigation, featuring multiple methods of production and the they conquered. Wari was a state that promoted an urban model of life, featuring a strong
creation of an extremely varied agrarian infrastructure, one that included the employment emphasis on manufacturing production.
of terracing, camellones and cochas, in addition to various forms of irrigation. Camellones The Wari imposed an urban pattern of life on the areas within their influence, which
constituted a form of irrigation by means of flooding, whilst cochas were a form of means that we can find residential and/or administrative centres of Wari type in areas
protection from frosts at high altitude. From these developments emerged a social and ranging from Cajamarca to Cusco, in addition to substantial changes in the urban
economic system known by the name of Tiwanaku. organization of peoples as highly developed as those of Moche, including the mass
It is true that the regional developments presented their most evident manifestation production of textiles and pottery, not to mention an intense long-distance trade in luxury
in the artistic styles of items produced in all kinds of materials. A very diverse range of goods such as precious stones, silverware, fine wood and other items.
works of art were produced, with the best-known items appearing under the heading Everything leads us to believe that the nature of the process generated by the Wari in
of pottery and woven products, presenting a specific iconography, even though this may Peru was very similar to the one imposed by the Incas years later. The Wari initiated the
have been based on shared themes. Moche pottery was essentially sculptural, although its extensive networks of Chinchaysuyo roads (from Ayacucho to Cajamarca), through
plain design stood out for its sobriety and naturalness; Nasca pottery was pictorial and the north and Pachacamac and Nasca through the west, extending towards the Inca area
enhanced by the use of many colours and a shift away from a naturalistic style towards a of Cuntisuyo (from Ayacucho to Colca) and Cusco (from Ayacucho to Raqchi in Vilcanota)
style that was explicitly symbolic. The Recuay and Lima styles adopted an intermediate to the south, whilst we can also find evidence of its extension towards the east, beyond
position, even though they are clearly distinguishable due to the Recuay preference for the River Apurímac. The Wari established a system of large groups of deposits in the
“negative” painting and the Lima preference for multi-coloured creations. The Tiwanaku dependent territories (such as the qollqas of Pikillaqta in Cusco and those of
style, presenting strong geometric features, was also multi-coloured. Viracochapampa in Huamachuco). All of this was accompanied by the employment
All the evidence indicates that the urban centres, dominated by the temples and their of mass production techniques, the introduction of items made of clay and wood for
priests, formally established local states of varying extension and power. The technology domestic use and, even more notably, the recording system known as Quipu or Kipu,
of war progressively gave way to an entire worship-based paraphernalia in order to enable consisting or cords and knots, which the Incas of Cusco also developed later on.
the rulers to manage and sustain power. In around the third or 4th Century AD, the overall Wari ruled Chinchaysuyo between the end of the 5th Century and early 10th Century,
picture was one of warring states and certain centres pitted against others, with the that is to say, almost four centuries. This was time enough to establish a certain
peasants serving as the booty of conquest. standardization of Peruvian life based on the Wari model. That is why, when a new period
the creativity But perhaps the most clearly visible expression of the relation of music with the
conjunction of complementary opposites is in the famous dance of the scissors, which is
of the peruvian deeply rooted in the traditions of the Huancavelica, Ayacucho and Apurímac districts. In
these festivities where the unity of Andean social sets is recreated, a pair of metal bars that
Juan M. Ossio A. the dancers clink together are intended to represent the two sexes. These examples, and
others that spring from distinct melodic genres, contest to the fact that Andean music
The creativity of the contemporary Peruvian finds its best expression in the country’s unique finds its principal source of inspiration in the union of complementary opposites.
composition as a mosaic of cultures that are gradually laying the foundations for a better Related to these characteristics of music, and given that it is in itself a symbolic
communication among themselves. This plurality proves the extraordinary capability that language saturated of dualism, its execution and its transformation into dance—as well
Man developed in this environment not only to respond to a hostile and varied geography, as in the riddles and public labour—are instilled with that competitive sense that
but also to confront distinct attempts at domination and limits placed upon freedom. represents the driving force of social life. Once again, perhaps the most representative
not offer greater opportunities for stability, found in informal commerce the best alternative This shared conception of thought systems began with its own hunter and gatherer tradition,
for their survival and well-being. This explains their great expansion and extraordinary one in which animism and shamanistic practices resolved the anxiety of the early Andean
capacity to face the worst crisis Peru has lived through in its republican history. groups. The oldest settlers in the region must have believed in spirits and supernatural
The fact that they took on an informal structure, is not only due to the difficulties forces, to whom they attributed the changes they observed in the stars and in nature, as well
generated by the national legislation and by the excessive bureaucratisation, but also as the fate of their very lives and subsistence. It is evident that in their earliest cultural
because they were always on the margins of the State’s institutional apparatus. Given that experiences, their observation of such phenomena must have been as superficial as their
the State was overwhelmed by the profound transformations originating from the clash nomadic lifestyle dictated. However, little by little Andean Man began to define space,
between the speed of the massive migrations and a an enormous degree of centralisation, becoming aware of the possibilities of extracting resources from these areas, becoming
it is understandable, that to satisfy their needs for order, the Peruvian people have resorted increasingly dependent on them and, as a consequence, matching their potential to his
to their own traditions that fortunately, are based on a profound sense of social solidarity and needs. It was during this process of observation, for example, that he selected those beings
freedom. It is for this reason that neither delinquency, nor subversion, nor hunger, nor even and forces of nature that would have greatest ideological significance: this explains why
epidemics like cholera have decimated them. Peasant Patrols, Mothers’ Clubs, Glass of Milk some textiles were already decorated during the Preceramic Period, such as the piece found
Project, Community Kitchens, have emerged as samples of the many resources that can be in Huaca Prieta featuring the image of a bird of prey, and why the wall paintings found in
mobilised by a creative society; one that is a lover of diversity and solidarity, that is strongly caves and in shelters at Toquepala or Junín present animals of economic importance, which
predisposed to democracy, and that knows how to grow, balancing tradition with modernity. must have participated in the propitiatory rituals that ensured the success of these human
settlements.
T H E D E V E L O P M E N T O F A N A N I M I S T I C R E L I G I O N : N E O L I T H I Z AT I O N
in the pre-hispanic andes understanding of the star cycles and natural phenomena they experienced, an aspect that
becomes important when it comes to defining their ideology and calendars, along with the
Andrés Ciudad Ruiz rituals associated with them. Their development towards an agricultural system,
combined with the risks entailed in abandoning a way of life they had practised for
Conditioned by our conception of the world and our religious ideas, we are accustomed thousands of years, led them to adopt a number of propitiatory rituals. This went hand in
to judging the ideologies of non-Western peoples as very simple creations and, in view of hand with their success in hunting and its strong magical associations, placing an
our incapacity to define them, we subject them to mental schema and criteria that are not emphasis on agricultural fertility and the development of the family group, and also giving
In fact, the research carried out at Pampa Grande seems to prove that labour within As we mentioned above, the Valley of Lambayeque was the burial site for a number of
the workshop was supervised by a master metal-worker, who would have enjoyed high important figures belonging to the Moche royal circle, whose funeral furnishings included
status and who would have overseen a number of assistants or apprentices and a surprising number of metallic objects incrusted with precious stones, shells, pottery,
specialists, whom he would have supplied with food and chicha (a beverage). feathers and delicate textiles. We are referring to the royal tombs of Sipan excavated over
the last two decades (Alva, 1994 and 2001).
T H E C O L O U R S O F M E TA L : G O L D A N D T H E S U N , S I LV E R A N D T H E M O O N In our opinion, the reiterated presence of elements relating to the sky (feathers), the
In addition to sound and movement, colour was an aspect of high symbolic value in metal earth (metals) and the marine environment (shells) seem to be associated with the idea
items. The Ancient Andeans created a series of admirable effects with colour, thanks to of the cosmos and their beliefs in the life beyond the grave, a tradition that continued to
their ability to make the metal “lie” through their skill in producing artificial alloys be perpetuated over subsequent centuries. Furthermore, the combination of fiery
(especially the alloy known as tumbaga), with which they created gilded, silvery, reddish elements, such as metal, and others associated with water, such as shells, could be
and greenish hues, as well as glittering finishes. understood as expressions of the concept of duality to which we have referred.
We have seen how this tendency existed from the days of the Chavin Period, although The shell preferred for creating these objects was Spondylus princeps, taken from the
it did not reach its peak until several centuries later. Above all, we might highlight the warm waters of the Ecuadorian Pacific and of a delicate rose colour. The Ancients called it
workshops of the Moche craftsmen, among whose technological innovations we find a mullu, and according to their beliefs the primitive gods used it as nourishment. In addition
number of ingenious techniques for beautifying metal surfaces by means of silver plating to being employed for all types of ornaments, it was also ground down in order to be
and, above all, gilding, effects produced by processes such as mise en couleur, as well as scattered over the earth where the most important Lords passed. We have already seen
other highly sophisticated electrochemical procedures. how, in Cabello Balboa’s account, this task was entrusted to a skilled attendant called Fonga
These craftsmen also liked to paint these objects with gold mixed with red cinnabar Sigde. This custom was also adopted within Inca circles, given that according to the
powder, commonly used within funeral contexts. This practice seems to date back to the account offered by Martín de Murúa of the royal marriage of Huáscar Inca, where the bride
Chavin period and was very widespread in other Meso-American and Old World cultures. “walked with her husband, the entire path was strewn with powdered gold and silver and
According to the Jesuit, José Acosta, this powder was actually red lead, which “they call infinite chaquira [shell necklaces] and feathers” (Murúa [1611], 1992, p.116), that is to say,
llimpi, which they valued highly due to the same effects that Pliny observed among the the three elements that refer to the tripartite division of the cosmos: water, earth and sky.
Romans and Ethiopians, which is to paint or dye their own faces and bodies or those of From the waters of the Pacific also came the famous snail known as Strombus gigas,
their idols with it” (Acosta [1590], 1987, p.242). which was used as a trumpet-like musical instrument, such as the one played by Pita Zofi
Given this substance’s highly toxic nature, it is doubtful that they used it for make-up, in the legendary retinue of Ñaymlap and like the instruments played by the trumpeters
which means that the mythical Xam Muchec, who in Cabello Balboa’s account was responsible who, alongside other musicians playing the pan pipes, “quenas” or Indian flutes, maracas
for the colours Ñaymlap used to adorn his face, must have used some other substance as face and percussion instruments, formed part of the magnificent military processions, which
paint for his Lord, probably an extract taken from the annatto tree (Bixa orellana) for the red- are marvellously depicted on Moche pottery.
orangey shades, then rubbing with grape juice (Bignonia chicha) to obtain a darker shade. In these representations, the main characters tend to be adorned with whimsical
However, the colours that possessed the highest symbolic value were undoubtedly head-dresses made of fine feathers, holding staffs from which feathers also hang down.
gold and silver, associated as they were with the Sun and the Moon, respectively. The most commonly used feathers in this respect came from the red macaw (Ara macao)
the city of cusco: superimposing of the 17th Centuries there was a roaring trade in etchings and drawings of the former Inca
capital that would establish for many years to come an idealised image of the city in the
of cultures minds of those who did not know the city first-hand.
If the gold of the ornaments and the riches of the emperor entranced the
Graciela Maria Viñuelas
Spaniards, the Incas were similarly stunned by the military might of the Europeans.
The native Indians looked on in astonishment at the horses, suits or armour, weapons,
Cusco existed as an imperial Inca city long before the arrival of Spaniards in 1534. It was and even the very appearance of these bearded men. The Spanish in turn could not help
the political capital of a vast region that stretched from Colombia in the north as far as but admire the city of Cusco, the extent of Inca domination, the subservience paid to it
Argentina and Chile in the south, and from the Pacific Ocean to the heart of the by almost the entire Andean region and the organisation of roads, bridges, forts, and its
Amazonian jungle. It was also, however, the religious capital, as well as being the symbolic postal and irrigation systems. The sense of awe and amazement from the very outset
centre of the territory it ruled over, divided into four quarters or rumbos—directions—that was mutual.
corresponded to the four points on a compass. It also represented the synthesis of this As the symbolic milestones of the city’s rich history were taken into account during
empire, which it called Tawantinsuyo, or “Collection of Directions”. the Spanish reconstruction of Cusco, so did they too become reference points for a whole
Dominion over the territory was achieved not only through the military conquests that area of influence, near and far. In some way, during the first colonial period the ancient city
gave rise to the empire, but also via local representatives, and, most importantly, a network of of Tahuantinsuyo was recreated within a new framework in which the intersection of axes
roads and bridges that allowed them to know what was happening in each region, as well as still prevails today. If the city was no longer at the head of Peru, it continued to be a vital
collect taxes, carry out trade and bring back to the monarch whatever it was that he required. pivot point between Lima the capital and the region of Potosi. In this way it acted as a kind
The city that the Spanish encountered had no continuous urban centre, rather, it was of hub between Tucuman in Argentina and other Andean regions in the north, such as
made up of three basic elements: the seat of power, adjacent neighbourhoods and outlying Quito, capital of modern day Ecuador and parts of what is Colombia.
Much of the past is still there today and the vestiges of that ancient imperial capital In reality it was the political stability created by the reforms under Viceroy Francisco de
and it customs can still be seen. Neither the old rites nor the baroque spirit nor even the Toledo and the establishment of the Compañía de Jesús in 1558 which paved the way for
hazy distinction between what is civic and what is religious has been lost. Inca symbolism the arrival of three Italian masters who would come to change the burgeoning Peruvian
lives on, forever intertwined with its Christian counterpart. scene forever. Bernardo Bitti, Mateo Pérez de Alesio and Angelino Medoro arrived in Peru
in 1575, 1589 and 1599 respectively. They represented the most advanced artistic tendencies
which were in harmony with the evangelical needs of the vast viceroyalty. Their style was no
longer mannerist but its opposite tendency, that is to say contramaniera and antimaniera.
These “orthodox” tendencies—from the point of view of traditional worship—were those
officially promulgated by the Catholic Church during the Counter-reformation after the
the viceroyalty painting schools Council of Trent.
A generation of disciples would ensure that the style started by these painters would
Luis Eduardo Wuffarden last until at least the fourth decade of the century in almost all South America. Alesio’s art
would find continuity in his son Adrian, painter and Dominican, as well as in his Roman
follower Pedro Pablo Morón or those in Lima such as Domingo and Clemente Gil. Around
The art of painting burst onto the vast territory of Tawantinsuyo with unusual force. In 1533
1628 an anonymous follower painted the mural decorations in the chapel of captain
while the Spanish captain Diego de Mora was painting the portrait of the Inca Atahualpa,
Villegas in the Church of La Merced, one of the most important works of its kind. Other
the first religious panel paintings were being circulated to the amazement of the native
of Alesio’s works travelled to Cusco and the southern Andes where the genre of devotional
population. A short time later professional painters provided impetus with workshops that
images was taken up with considerable force. For their part, the followers of the Jesuit Bitti
taught Creoles, mestizos and indigenous Indians the painters’ craft. This was further
continued his elegant devotional iconography in the same region. The workshop begun by
enhanced by the contemporary fashion for prints, which proved a useful ally in the
Medoro in Lima extended its influence southward through apprentices such as the
dissemination of the artistic forms, which would radically change the visual imagination
indigenous Pedro de Loayza or the Creole Luis de Riaño who moved to Cusco carrying
of the Andes. Unlike the hermetic abstract geometricism that had dominated Inca art until
with him sketches and studies taken directly from the work of the master.
that point, the Renaissance painting carried by the conquistadors was based on concepts
such as perspective and the “rational” representation of the visible world. No specialist
I N N O VAT I O N A N D A R C H A I S M
knowledge was required of any potential viewer of the work, it simply appealed to the
As the first half of the 17th Century wore on, the initially unified style left by the Italian
spectator’s eye. Herein lay its modernity and its considerable ability to adapt to a society
masters began to splinter. On one hand the old fashioned style of the first generation of
in the process of being born. Through this medium it was possible to express with the
local followers, especially in the South Andes, began to show signs of a fascinating
same efficiency all the particular forms of religion or the contrasting ethnic identities.
process of engagement with the society around it. On the other hand the continual flow
One of the determining factors in the development of the local schools of painting
of new styles emanating from Europe foreshadowed imminent changes.
lay in the new administrative organisation of the viceroyalty. Lima and the coast had now
One of these innovations was the naturalism, which had its echoes in the most
become the centres of political power while Cusco retained its prestige as the former
recent Spanish painting and with the presence of minor Spanish masters who had
capital of Tawantinsuyo and the strategic crossroads for colonial trade in the South Andes.
emigrated from the peninsula. Another important factor bringing about change was the
northern towns of Trujillo y Cajamarca. He was in the latter when he made out the papers However, the Lima School would only reach its zenith during the last third of the century. One
for the apprenticeships of Tomás Ortiz de Olivares and Juan de Sotomayor. The following of the most outstanding examples of its work is the cycle of paintings on the life of Saint
year he would travel with them and settle for good in the capital. Francis of Assisi (1617–1672) which were used to decorate the cloister of the order. These
It was in 1636 when Jaramillo put his name to the great oil painting La imposición de works drew together the most prestigious Creole artists of the city. According to the chronicler
la casulla a San Ildefonso (Lima, Convento de los Descalzos) which showed the suitability friar Juan de Benavides four painters who “had been chosen from among the best” painted
of his style to the Italianate tastes which still prevailed in the city, although it already shows the series. He was referring to Francisco de Escobar (active 1649–1676) who it seems was in
a chiaroscuro treatment in the figure of the saint. A similar stylistic harmony can be seen charge of the work, Pedro Fernández de Noriega (+1686), Diego de Aguilera (1619–1676)
in the section of the mural painting which was assigned to Jaramillo inside the Franciscan and the slave Andrés de Liébana, whose skill in his craft continues to command attention
cloister, dated around 1640. Some of the scenes of the life of Saint Francis of Assisi, given the context of the colonial society of the time. The results of the work show the eclectic
though quite deteriorated now, allow us to see surprising representations of contemporary and European inflected spirit of the Lima school, capable of reconciling—in the words of friar
characters: friars, aristocrats and peasants, all of whom confirm the emerging realistic Miguel Suárez de Figueroa—“the scholar curiosity of the Flemish countries, the peculiar
tendency in Jaramillo’s mature work. studies of Rome and the painstaking care of Florence”. In the middle of this ingenious artificial
At the same time in Cusco painters such as Gregorio Gamarra, Francisco Padilla and narrative world, made up of classical architecture and Flemish woods, Francisco de Escobar,
Luis de Riaño represented the most provincial and old-fashioned Italianate style. The case painted his own portrait—accompanied by one of his children—in the first painting. It is
of Gamarra is of particular interest. He was an artist from Alto Peru who had trained and significant that Escobar emphasises in this way the image of the gentleman artist echoing the
worked in Potosi before coming to the Cusco region. He was there in 1607 when he signed fight for social recognition which characterised the Spanish artists of the Golden century.
the painting Aparición de San Francisco al Papa Nicolás V in the Franciscan collection. The movement of artists from the capital towards the Andes continued to be a clear
Meanwhile the Creole Reaño played his part in flowering of mural paintings designed to indication of the vitality of Lima as an artistic centre. Several members of the thwarted guild
decorate the Indian settlements created by Viceroy Francisco de Toledo from 1672 of 1649 moved to Cusco in the years that followed. The earthquake of 1650 had devastated
onwards. Among his colleagues there was an already well-known indigenous painter the city and for that reason it was necessary to rebuild almost all its ecclesiastical buildings.
Diego Cusi Huamán who had been active in Urcos and Chinchero since the beginning of Juan Calderon and Francisco Serrano left Lima, drawn by the demand in the Cusco of those
the century. years. Serrano who arrived around 1659, decorated the nave of the church of Tinta with
In contrast to the relative isolation of the artists in Cusco, Lima was in constant contact scenes of the life of Christ taking inspiration from prints by Schelte Bolswert and Carel van
with the latest metropolitan trends through the growing importation of oil paintings from the Mander.
peninsula. One of the first important shipments was the Sevillian series of the life of Saint
Dominic by Miguel Guelles and Domingo Carro (1608) which was intended for the main THE BEGINNINGS OF THE SCHOOL OF CUSCO
cloister of the Dominican convent in Lima. Later new styles would break through thanks to By that time the use of printed prototypes was general practice among painters in Cusco. One
the thriving transatlantic commerce in art. Spanish Baroque would reach its peak through of the first artists to use prints of Rubens was Lázaro Pardo de Lago (active 1630–1699). His
the great monastic series of Francisco Zurburán. Between 1637 and 1647 we can find Asunción de la Virgen (1632) for the parish church of San Cristóbal used as its starting point the
reference to several paintings in the style of Zurburán being sent out to the viceroyalty of composition of the same subject which was engraved by Paul Pontius after an original design
Peru in response to the enormous success this style had had in the Andalusian capital. by Rubens. The resultant formal mix lessens the dynamic complexity of the Flemish painter.
Meanwhile Lázaro Pardo was exploring an unsettling naturalism in paintings commissioned by
T H E R I S E O F T H E V I C E R O YA LT Y S C H O O L S the Franciscan order. Outstanding among these are a pair of oil paintings dedicated to the
Several generations of painters, mostly Creoles who had been trained in local workshops, Martirio de los franciscanos en el Japón (1630), works which are exceptional in their delicacy
were working in the country’s principal cities by mid-century. Proof of this is the concerted of treatment and the clarity of colouring and which are enlivened by the realism of the heads of
effort that the craftsmen of Lima made in 1649 to form a guild. At that time they the martyrs which show startling portraits of contemporary figures.
numbered thirty-two masters of painting, polychrome and guilding and they named Juan Espinosa de los Monteros (active 1639–1699) is the most important painter in
Bartolomé Luys, Francisco Serrano and Juan de Arce as their representatives. Their Cusco around mid-century enjoying like Pardo before him, the patronage of the
immediate concern was to defend themselves from the competition which had arisen Franciscans. In 1655 he began the huge composition the Epílogo de la Orden for
from workshops which were concerned with purely commercial goals—including some the convent of San Francisco. It is a monumental composition made to exalt the memory
which were controlled by clerical entrepreneurs—and where the artist’s profession was of the illustrious members of the order and its shadowy treatment harks back to Sevillian
exercised in an informal manner. In exactly the same way as the Seville guilds, the painters models. Another allegorical canvas in the same cloister reveals similar characteristics and
in Lima had proposed that the workshops be controlled by a series of by-laws such as shows La fuente de la gracia presidida por la Inmaculada Concepción. This kind of work
those which were in operation in Seville. stands in contrast to the paintings Espinosa produced later in life when the influence of
This period marked the definitive arrival of the naturalist tendencies and the Baroque Murillo, which had been so successful in Seville, can be felt in a more open, colourful and
THE “MOLLINEDO E R A” By the beginning of the 18th Century the Cusco style was extending quickly and filling the
Although artistic production in Cusco had consolidated it would receive an even greater demand for art in all corners of the viceroyalty. In fact Cusco became the centre of a
impetus during the ecclesiastical administration of bishop Manuel de Mollinedo y Angulo growing market for the export of religious oil paintings to Alto Peru, Chile and northern
(1673–699). A Madrid cleric of vast humanist learning, Mollinedo took with him a valuable Argentina as well as Lima and the rest of the Andes region. If the constant industry of the
collection which included work by El Greco, Sebastián de Herrera Barnuevo, Juan Carreño workshops led to a far greater production it also made possible the search for formal and
and other painters of the Spanish court. Coming into contact with the effervescent artistic even iconographical invention. During this time the use of gold over paint—called
life of Cusco these canvases must have been a powerful stimulant, for the ‘Spanish’ “estofado” or “brocateado” in the working documents—became general practice and was
painters with an eye on the new styles from the peninsula, as well as for the emerging used to sumptuously enhance the halos or the clothes of the saints. These kind of
indigenous artists of the city. outmoded practices added to the disdain that native artists had for naturalistic
In 1688 serious conflicts arose between the two sectors. On the occasion of the Corpus representation which was abandoned in favour of stereotyped figures and arbitrary or
Christi celebrations, the Spanish painters’ guild had presented a petition to the Cusco naive use of perspective.
magistrate to be given the job of constructing the triumphal arch for the celebrations, thus Some favoured genres were reaching a high level of refinement. There was a strong
excluding the indigenous artists. In the opinion of Mesa and Gisbert this apparently resurgence of “images of piety”: the Virgin or Saint Joseph with the Christ Child, the Holy
anecdotal story was of great consequence and would signal the beginning the most Family or patron saints delicately painted over dark backgrounds which contrasted with
creative phase of the of the Cusco School. the flowered borders and shining embossed work in some of the details. Another very
Two great indigenous painters, favoured by Mollinedo, dominated the scene for the widespread form was the pictorial representation of images of busts in the centre of their
last quarter of the 17th Century: Diego Quispe Tito (1611–1681?) and Basilio de Santa Cruz altarpieces or on their processional platforms, dressed up with all the clothes and jewellery
Pomacallao (active 1661–1700). They were very singular artists and their styles came to for festive occasions.
overshadow the “Spanish” artists, anticipating the flowering of “mestizo” painting. Both Leaving to one side the iconoclastic fury of the campaigns to stamp out idolatry, the
came from second rank or poor families of the indigenous aristocracy and they seemed to 18th Century was more tolerant of the various manifestations of religion on the part of
have turned to painting in order to gain the social status and fortunes that their origins the indigenous artists. In this way iconographic motifs as peculiar as archangels with
could not provide. arquebuses which were arrayed as luxuriously as the contemporary court, were widely
Quispe Tote used to add the name “inga” to the signatures of some of his canvases disseminated. The elegant attitude of these divine messengers can be found to correspond
but very little is known about his training or his personal development which can only be with explanations about the use of firearms in certain Flemish treatises on the subject. In
traced by following his dated works. He may well have been a native of the parish of San the mind of the indigenous viewer such arms were associated with Illapa the ancient god
Sebastian, the place which has the most original works by Quispe, who is known for his of thunder who had intervened on the Spanish side in the drama at Cajamarca.
vivid colouring, his agile brushstrokes and his liking for idealised landscape, in which For their part the members of the native nobility—already present in the series of
Flemish influenced woods and mountains are brought to life by a multitude of birds the Corpus—gave rise to an “Inca Renaissance” which was manifested in theatre, the
which can often be identified as those of the local fauna. By way of contrast, the Zodiac series decorative arts and in painting. There were many portraits painted of Indians leaders
for the cathedral of Cusco (1681) shows a fully European influence of a technical quality (curacas) or ñustas in Inca dress and also genealogical series of Incas and their consorts
unsurpassed in its context. In this way Quispe Tito continued adapting to the aesthetic (coyas) which emphasised the insignia of Inca power as well as the shields which were
preferences of bishop Mollinedo and to the cathedral chapter for the rest of his life. given to the indigenous peoples who were loyal to the Spanish crown. This outburst of the
But the painter to whom Mollinedo gave his greatest consideration was, without doubt, indigenous population aroused different reactions among the groups of Creoles and
Basilio de Santa Cruz Pumacallao. After a brilliant local career in which the painter was linked mestizos, the Church and even the administrative mechanism of the viceroyalty, sparking
to the Franciscan order, he was chosen by the bishop to do the main decorative works for off what Stastny has described as an “iconographic war”. There was every indication that
the cathedral, works in which the prevailing “orthodox” Cusco Baroque style reached its the fight for symbolic power in the Andes was an expression of a deeply divided society
apex. The themes developed by Santa Cruz in the transept and the retro-choir deal with which was about to explode into revolution.
diverse allegories of the Eucharist as well as the favourite saints of the Counter-reformation
such as San Ildefonso and San Felipe Neri. The compositions of the Virgen de Bélen and the WORKSHOPS AND MASTERS
Virgen de la Almudena include portraits of the bishop and the Spanish monarchs kneeling Even though the best work of this kind was by anonymous artists the existence of
in prayer, in line with the visual politics of Mollinedo. All these works show that Santa Cruz well-organised contemporary workshops under the auspices of indigenous masters is well
was familiar with the style of the school of Rubens; in the billowing movement of the clothes, documented. Their names became famous as the 18th Century went on due to the
the luminous colour and in the triumphal tone of his compositions. contracts they signed with businessmen and drivers to deliver dozens of oil paintings to
From the immediate circle of collaborators of Santa Cruz—which included other cities. Soon the triumph of Cusco painting would even be noted in the capital of the
personalities as outstanding as Juan Zapata Inca—we have the celebrated series of Corpus viceroyalty. As early as 1713 the French traveller Amadée Frezier commented with
Christi originally conceived as the main decoration of the parish of Santa Ana (today in the astonishment on how most of the houses in Lima were furnished with “a high quantity of
Museo del palacio Arzobispal de Cusco and in private collections in Chile). The execution bad paintings, done by the Indians of Cusco”.
of these works demonstrate some of the iconographic innovations which grew out of Among the painters who converted themselves into businessmen it is worth
the intellectual circle centred on Mollinedo. The oil paintings show the progress of the mentioning Basilio Pacheco (active 1738–1752) author of a series on the life of Saint
procession of the Corpus around the principal streets of Cusco at the time of its greatest Augustine for the Augustinian cloister in Lima and Mauricio García who in the 1750’s
urban splendour. More than anything else they offer us an idealised image of the society at managed an enormous workshop which served the markets of Alto Peru and the north of
THE RESURGENCE OF LIMA In his Nueva Crónica y Buen Gobierno, written at the beginning of the 17th Century, Felipe
Following a completely different path, Lima would see, in the second half of the Guamán Poma de Ayala recommended the cultivation of the arts among the indigenous
18th Century, a real resurgence of its painting school with a definite cosmopolitan nature. population owing to the obvious usefulness this would bring to the success of the
At that time the city was recovering from the devastating earthquake of 1746, and inspired viceroyalty. He could find no better example than sculpture and he produced two native
by the new enlightened spirit of the Bourbons. One of the main artistic consequences of artisans working on the polychromy of a crucified Christ. In this way he demonstrated not
this process was the renewed activity of the painters in Lima after several decades only the relevance of these trades but also the crucial importance that images of worship
of decline and fall as a result of the imported work coming from Cusco. would acquire with the Christianisation of Peru. To support this idea the chronicler
During this time the capital benefited from the artistic patronage of the viceroys assured that “seeing the saints made real, reminds us of the divine service”. And therefore
Manso de Velasco and Amat as well as from the emergent Creole aristocracy. The it was a privilege that the Christians of the New World could agree on “the image and
emblematic representative of this civil patronage was the judge Pedro Bravo de Lagunas likeness of God”. After various generations of incessant artistic work the reproductions of
y Castilla, a collector and defender of the arts who owned a large collection of not only Christ, the Virgin and the saints were found in every church in the country and had taken
Spanish and Flemish works but also—which was unusual at that time—English, Italian root deep in the imagination of the peoples of the Andes.
and French. In this cultured and European influenced atmosphere arose the key figure of The mention that Guamán Poma makes of the trades of engraver, painter, sculptor
Cristóbal Lozano (ca. 1705–1776), the best oil painter of his day in Lima. After an early and embroidery at around the same time is revealing. His words confirm that, far from
stage when he was still influenced by the Cusco School, Lozano would change his style being an isolated genre, sculpture depended on a complicated combination of different
dramatically around 1740 after coming into contact with Spanish painters from the trades. Without doubt the slow adaptation of these old arts and crafts trades to the needs
Golden century and the new 18th Century models. of the medium constitute a crucial chapter in the history of American art. The
Though the post of court painter to the viceroyalty would later be filled by Cristóbal omnipresence of sculpture was due to the differing functions that it fulfilled throughout
Aguilar (active 1751–1771), a contemporary and rival of Lozano it was the style of the latter the viceroyalty assigned, as it was, to altarpieces, choir stalls, doorways, used in temporary
which was followed in large part by the next generation of painters in Lima, amongst displays or worshiped as a processional image or for private devotions.
whom figure José Joaquin Bermejo, Julián Jayo, Juan de Mata Coronado and Pedro Díaz.
Several of them participated in the decoration of the convent of la Merced between 1766 ORIGINS
and 1792, considered to be the crowning artistic achievement of the time. Owing to its position as the capital and the commercial relations it maintained with
Seville, Lima received the bulk of important sculpture from the time of its foundation
EPILOGUE: BETWEEN NEO-CLASSICISM AND POPULAR PAINTING onwards. The great religious orders as well as the former principal church possessed
Moving towards the 19th Century, as independence was getting nearer, the old colonial images of the Virgin of exceptional quality which, within a very short time, had a devout
system of the guilds and workshops would have to face up to the concepts of the academies following. Some of these have survived, despite earthquakes, urban transformations
and the classical norms they produced. Unlike Mexico the Peruvian viceroyalty would see and changes in taste, due to their continuing status as objects of worship. They have
itself frustrated in the attempt to begin a local academy under the name of San been considered, though without the evidence to back it up, as gifts of the emperor
Hermenegildo and the introduction of pictorial neo-classicism is owed to two influential Charles V.
Spanish artists working in the capital. These were the Sevillian José de Pozo, who abandoned Most of these statues came from the Sevillian workshop under Roque de Balduque,
the Malaspina expedition in 1791 to found a private academy in Lima and Matías Maestro the Flemish master who was active in the second third of the 16th Century and who has
architect and painter who, under the protection of archbishop La Reguera began the classical traditionally been known as “the image maker of the mother of God”. Two documented
“renovation” of the ecclesiastic interiors of Lima. Although in reality Pozo was really a late pieces support the early presence of his work in Lima. One is the Virgen de la Asunción,
follower of the Andalusian Baroque he joined together with Maestro and the pair produced named after the second cathedral and commissioned by the daughter of Francisco Pizarro
a series of mostly mediocre religious compositions with a moralising tone. around 1551. The second is the Virgen del Rosario which was ordered by the Dominicans
Neo-classicism was found mostly in Lima, hardly making inroads in the interior of and carved by Balduque in 1558. Both pieces display the typical characteristics of the artist,
the country. Except for some isolated episodes Cusco remained faithful to its own mixing elements of Renaissance naturalism with touches of older Gothic elements which
traditions and witnessed an upsurge in mural painting which can only be compared to reveal the northern origins of the sculptor. In the 1580’s the work of Juan Bautista Vázquez
the boom of the first colonial times. Tadeo Escalante quickly became the most prolific el Viejo began to arrive, an artist who was imbued with the style of Michelangelo and
mural painter in the region, with a style that reinterpreted and joined together those of whose work could be compared easily to the Italianate painting which was beginning to
his predecessors especially Marcos Zapata. The followers of Escalante took his mural come into fashion in the capital. Some of the statues remain of those sent in 1582 for the
effects and applied them to small leather supports hardened with plaster on which they Rosario chapel in the church of Santa Domingo and in the Virgen con el Niño (Instituto
made paintings dedicated to patrons of the country and of livestock such as San Isidro, Riva-Agüero), undoubtedly part of an altarpiece that is now lost, in which we can observe
San Marcos and San Juan Bautista, which a rural and provincial clientele had the majestic proportions characteristic of Vázquez’s Spanish period.
commissioned. With this legion of anonymous artists, christened “popular painters of During these early years it was still possible to find a marked difference between the
the Andes” the techniques and themes of colonial painting were kept alive well into the pieces which arrived from the peninsula and those which were made by Spanish carvers who
beginnings of the republic. had set themselves up in the viceroyalty. This is so in the case of Alonso Gómez, the author
of the reliefs for the high altar of the second cathedral (1558). Gómez came from Toro
considers it to be a gift from Charles V. In appearance it resembles the medieval Spanish Around the competition for the choir stalls in the cathedral of Lima there was a solid
Christs, especially that of Burgos. This is also true of the Cristo de las Ánimas in the church nucleus of Andalusian sculptors influenced by the style of Montañés, who left a strong
of El Triunfo. From this point on local carvers began to distance themselves from Spanish imprint on local sculpture. While Martín Alonso de Mesa was given the task of the overall
sculpture, a large part of which was lost after the earthquake of 1650. design, Luis Ortiz de Vargas drew up the conditions for presentations of bids for the
public award. Both these artists put in their own bids alongside Gaspar de la Cueva, Pedro
T H E I TA L I A N M A S T E R S de Noguera and Luis de Espíndola. For years the judgement was delayed by political
From the last quarter of the 16th Century the Italian masters who dominated the field of manoeuvring until the commission was finally given—not without protest—to Noguera.
painting were also highly active in the field of sculpture. Spurred on by the decorative The losers attempted to join in with the works but ended up by moving on. Mesa died in
needs of the religious buildings that were being built, Bernardo Bitti. Mateo Pérez de 1626 and a short time later Cueva and Espíndola moved to Charcas. On deciding to return
Alesio and Angelino Medoro all tackled carved work and joinery. In their own way they to Spain in 1627 Ortiz de Vargas left the way open to Noguera who would be the sole
managed to transfer the Italian styles promulgated by the Counter-reformation to the author of this splendid choir stall which was finished in 1623.
Spanish mode of polychromatic woodcarving. Clear antecedents of this fundamental work can be found in the drawers of the same
The Jesuit Bitti was aided in this by another member of the order Pedro de Vargas, cathedral (1608) and in the choir of Santa Domingo (1603) both works by Juan Martínez
with whom he moved to Cusco in 1582 after having decorated the church in Lima. The de Arrona. As far as the architectural layout is concerned, Noguera adhered strictly to the
Bittiesque in contrapposto style, with its elegant elongated figures, had an influence design by Mesa. The most worthy and original work was in the panels in which the saints
throughout the South Andean region due to the relentless travels of these artists. Apart are vigorously constructed. The overall plan did not specify these kinds of details. The
from altarpieces they created images of devotion such as the lost Niño de Huanca carved iconographic scheme, which included learned quotations, allegories and even
by Bitti or an ancient copy of the Virgen de Copacabana traditionally attributed to Vargas mythological motifs, is a perfect example of the reigning humanist climate among the
in the church of Chinchaypujio. However these models did not have as great an influence religious hierarchy of the time.
as their painting and were rapidly displaced by the burgeoning naturalist tendencies of the A short time after its completion, this choir stall exercised a mayor influence on the
Hispanic sculptors. development of Peruvian art. Here for the first time are the “frontispieces” or curved
pediments above which we find little angels or seated putti. As time went on this element
THE EVOLUTION TOWARDS REALISM would become a leitmotiv in portals and altarpieces throughout the viceroyalty. The design
The transition towards a Baroque style with a strong naturalistic current could already be had come from Mesa and was taken to Cusco by his son Pedro around 1633 where these
felt by the beginning of the 17th Century. Through Sevillian artists living in Lima such as features were incorporated in the local art of sculpture.
Martin de Oviedo and Martín Alonso de Mesa, the first Montañesino style influences were By then choir stalls had become one of the key genres in sculpture, which were to be
soon making themselves known in Cusco and the southern regions. Oviedo was a found in the cities of the viceroyalty. Lima still has a large number of them with a typology
follower of Juan Bautista Vázquez and a close friend of the young Martínez Montañes. He that was gradually evolving towards a particularly local character as in that of San Francisco
passed through Mexico in 1594 and from 1600 onwards was active in Lima. Among the (1674), for example, attributed to an anonymous Creole carver. The example of Noguera’s
few identified works we have the panels from the ancient altarpiece of San José in Lima choir stall would have a clear effect in Cusco especially in the Franciscan choir stall. Later on
cathedral which still have something of the Italianate style. the cathedral choir stall from the time of Mollinedo (ca.1675) would reveal a further evolution
Mesa belonged to the same generation though his work evinces a more advanced style of this typology towards a fuller Baroque style removed from the classicism of Noguera.
closer to the Montañesino tastes. From 1602, the year of his arrival, until his death in 1626 he
was highly active in the capital of the viceroyalty. He was given the job of making the San Juan THE REGIONAL SCHOOLS AND INDIGENOUS SCULPTORS
Evangelista, the title image of the cathedral, which gives some indication of his local fame. In Around mid-century the workshops directed by Creole masters or by Spaniards who had
Lima during the disputes over the commission for the choir stalls Mesa went as far as to boast trained in the country, would begin to influence the character of the regional schools. This
that “As is well known in this kingdom, there is no-one better than I in the art of sculpture”. process can be seemed most easily in the case of the joiners. At this time in Lima the main
From within this atmosphere of marked Andalusian inflected styles arose a first commissions were disputed between Asensio de Salas and friar Cristóbal Caballero. Both
generation of Creole sculptors such as Pedro Muñóz de Alvarado, who was most likely of them defined the typology of the first Baroque, seen in the altarpiece from the cathedral
from Lima, and the Mexican Juan García Salguero. Muñóz de Alvarado was responsible of La Purísima assembled by Salas in 1656. This is one of the few surviving pieces in this
for the grouping of the Holy Family (1633) in the cathedral of Lima, a work which carries style, which was later transferred to portal architecture.
traces of the Montañesino style which was dominant in the city. Working in close collaboration with Salas at that time was Bernardo de Robles y
At the same time the massive importation of the works of Martínez Montañés and Lorenzana, a sculptor from Salamanca who had been in Lima since around 1645. Despite
his workshop must have had a considerable effect on the rise of the Lima sculpture having trained in his hometown, after time spent in Seville and later moving to Peru,
school. Between 1591 and 1640 the orders from Montañés’ workshop are documented Robles adopted the dominant Montañesino style without reservations. This can be seen in
almost incessantly. The most important among then was undoubtedly the monumental works such as La Purísima (1656) which dominated the altarpiece put together by Salas
altarpiece of San Juan Bautista, sent in various stages between 1607 and 1622. Its in the cathedral. A few years later Robles worked in Arequipa before returning to
destination was the monastery of the Conception from where it was moved to the Salamanca. His art shows an identification with the local religion, especially in the
Frequently these statues became embroiled in the legends of those devoted to them, and In the middle of the 18th Century the figure of Baltasar Gavilán burst onto the Lima scene,
they were often attributed with miraculous origins. The images were thus left in the vicinity a legendary mestizo figure with whom we can identify a renewed realist tone in the
of a monastery by “angel sculptors” or were washed up by the sea or showed themselves sculpture of the capital, which prior to this had become somewhat worn out with the stale
highly reluctant to be moved from a particular place, resisting all efforts to shift them. All repetition of Andalusian formulas. This realistic tendency would reach its apex with the
of this, along with successive repainting, has made it very difficult to identify correctly processional figure of Death represented as an archer about to let his arrow fly.
images which often are not documented in any way. The same artist is credited with the equestrian sculpture of Philip V which crowned the
A mayor figure of this period was Juan Tomás Tuyru Túpac, a member of the former Inca arch which was raised on the bridge over the river Rímac, and which was destroyed in
nobility like his contemporaries Quispe Tito or Santa Cruz Pumacallao. His documented the earthquake of 1746. This was the first monument in this genre in the American continent.
works include architecture, joinery, gilding and sculpture. Among his best-known images is Made of polychrome wood, the royal effigy and its architectural context were related to the
the Virgen de la Almudena which he carved for bishop Mollinedo in 1668 intended for the temporary structures that the city continued to construct on the important festive or
parish of the same name. Tuyru Túpac adapted to the European tastes of the bishop for this mourning occasions, with the participation of the best craftsmen and sculptors of the time.
rounded bust made from cedar whose inspiration can be traced to Sevillian models. In fact, sculptures like that of Death were found in the spectacular funeral celebrations
The celebrated pulpit of San Blas (ca. 1690) is attributed to Tuyru Túpac, though without dedicated to high dignitaries and members of the Spanish Royal Family. According to
much evidence. This is a major work in a genre that was becoming popular as the rage for legend, as recorded by Ricardo Palma, the terrifying sight of the statue caused the death
sacred oratory began to flourish in the region. Despite the luxuriant Baroque accents this of the artist upon finishing it. Literary anecdotes aside, maybe we can identify Gavilán with
pulpit has a carefully worked out iconographic scheme symbolising the triumph of the the mestizo sculptor Baltasar Meléndez, the documented author of the kneeling statue
Catholic Church against the enemies of the faith. Its Churrigueresque architectonic of the viceroy archbishop Diego Morcillo y Rubio de Auñon (1743) in his funeral chapel in
framework and its decorative extravagance relate it to the pulpits of the cathedral, Belén, San the cathedral, as well as another similar effigy of the Count of Santa Ana de las Torres. All
Pedro and especially that of Checacupe, which Wethey considers to be by the same artist. these pieces demonstrate the peak of funerary sculpture of the period in the capital.
Towards the end of the century another indigenous artist, Melchor Guamán Mayta,
extended the realistic tendencies even further. These were figures with bodies made from MOVING TOWARDS THE ROCOCO
maguey which were clothed, while the faces were masks adorned with “natural” details. In The earthquake of 1746 marked the end of the Salomonic Baroque style in Lima. During
1712 Guamán made the image of San Francisco for the church of the same name with the reconstruction work non-Hispanic influences could be seen, caused by the new
hands and head carved in cedar wood on a body of maguey. This artist is also credited cultural climate of the Bourbon reforms. In the new church of the Jesuit trainees—today
with having made the popular effigies of San Cristóbal and San Sebastián, also the Panteón de los Próceres—the altarpieces and the pulpit show a curious interpretation
representative of the sensationalist aesthetic of the time. of central European Baroque models. But the most interesting work of the period is the
Creole version of the rocaille motifs in altarpieces where supports in the form of caryatids
THE TRIUMPH OF THE CHURRIGUERESQUE replace the Salomonic style columns and where gold is substituted by marble, or jasper in
One of the most notable characteristics of the high Baroque was that of the use of the imitation of marble. The mulatto joiner Atanasio Contreras del Cid represents this
Salomonic style column in altarpieces. This key element spread rapidly from Lima and by tendency with his work on the altarpiece in San Sebastian church finished in 1776.
the beginning of the 18th Century it had been adopted throughout the viceroyalty. It is The altarpieces of the Nazarines temple, finished in 1771 under the patronage and
probable that its introduction is owed to the Basque architect Diego de Aguirre, who was supervision of viceroy Amat make up the most international and up to date work of its time.
active in the capital from 1665 until his death in 1718. In 1675 Aguirre presented his project In them we find the search for a rational architectural structure which almost entirely
for the high altar of the cathedral in the form of a canopy. Although it was not used he excludes sculptural elements. The niches have imported images more in line with the
himself would use the supports mentioned in later works. The Jesuits quickly took up this intimate and sentimental religious impulse of the Spanish image makers after the work of
After crossing the bridge, built to a formidable design in 1611 and still in use, and The spiritual passion of the inhabitants of Lima reached its zenith in the 17th Century with
walking through the San Lázaro Quarter, the traveller found himself in the avenue of bare almost unbelievable fervour. In order that the flame of their religiousness might burn even
feet, so-called for being the home to a Franciscan order. This thoroughfare, built in the brighter, the city was privileged to count upon an unparalleled number of blessed souls:
times of the Viceroy Marquis de Montesclaros, reflected the Paseo del Prado in Valladolid. Archbishop Mogrovejo, the Franciscan, Fray Francisco Solano, Isabel Flores de Oliva, and
The city’s street names of the period (which lasted until the naming process was the Dominicans, Fray Martin de Porras and Fray Juan Macias. In later decades, the virtues
systemised in the middle of the 19th Century) were due to a trend that was almost unique: of two other Venerable figures shone out by their saintliness among other mere mortals,
instead of public roads having one name for their entire length, street names in Lima only the Mercedarian, Fray Pedro Urraca and the Jesuit, Father Francisco del Castillo. In the
applied to a small section. Each street section, or cuadra as they were known, was named city, the first nunnery in the Indies had been founded, La Concepción.
after either its most notable resident (an honour that would pass to the next most famous Midway through the century, the cult of the image of Santo Cristo de los Milagros
on the former’s death), the name of the most significant church or convent nearby, or else (The Holy Christ of the Miracles), the patron of the city, began to establish itself among
after the most important public building in the area. The street-naming system soon had the city’s faithful, and ever since then, the typical purple habit can be seen on small
a more exotic approach, a custom that still survives today. Cuadras had zoological themes multitudes of its devotees. Some years later, a Jesuit, Father Alonso Messia, instituted the
(Monkey, Tiger, Ducks), a botanical or pharmaceutical air (Lettuce, Basil, Quinine), were practice of reciting on Good Friday the Meditation on the Three Hours of Christ’s Agony,
based on trades (Silversmiths, Sword Makers), referred to a local landmark (Tunnelled set to music in the 18th Century by Haydn.
Hill, Crosses, Ruined Windmill, Bronze Marble [sic]) or were even more extravagant and For the artistic value of its icons, the richness of its ornaments, its atmosphere of
inexplicable (Gaspar’s Soul, Devil’s Pouch, Strange Monkey or Sigh). austerity, the numerous members of the Brotherhoods of Light and of Blood, the Easter
Through these streets passed over five hundred vehicles; carriages, cabriolets as well processions were deservedly famous. Within these congregations, Spaniards, native
as a growing number of Sedan Chairs. It is also worth remembering something that all Indians and black slaves freely mixed.
visitors to the city would have immediately noticed, the closed balconies with their lattice It is difficult to discern if the countless preternatural prodigies recorded in the chronicles
windows (as can still be found in Tenerife), giving the city an unmistakeable North African of the time, above all in those pertaining to convents, can be regarded as being authentic, or
T H E H E I G H T O F C U LT U R E So much prosperity and visible opulence, reports of which were undoubtedly repeated
No less important than the rise in economic prosperity (the cost of living index went up by with ever more embellishment by travellers and spies, could not fail to excite the envy of
30% over the century) was the boom in literary, scientific, intellectual and artistic output. those nations jealous of the Spanish Monarchy. The threat from corsairs and pirates to
The heritage of artistic works of which Lima can be justifiably proud is to be found, the nearby coast was constant: Spielbergen (1615), L’Hermite (1624) besieged Callao
above all, in the 17th Century. Three Italian maestros laid down the foundations for a local whilst Sharp (1680) and Davis (1686) kept the population of Lima on tenterhooks; on
pictorial school: Mateo Pérez de Alessio (whose work can be seen in the Sistine Chapel the first occasion the intercession of Saint Rosa was necessary in order to allay the city’s
and Seville Cathedral), the Jesuit, Brother Bernado Bitti, and lastly, Pedro Pablo Morón, anguish.
proponents of mannerism. Later years saw a period that remains unsurpassed in the To this external strife, internal misfortune was added. Earthquakes in 1606, 1630,
prodigious nature and importance of the works that were unique in their field, among 1647, 1655, 1678 and the most devastating of all in 1687, endemic disease such as malaria,
which, no small number were the result of commissions originating in Lima itself, such diphtheria, measles, typhoid and smallpox, and crop failures all rocked the city.
as the altarpiece of Saint John the Baptist (to be found today in the Cathedral), Any portrait of Lima in the 17th Century must make reference to one of the most
commissioned by the La Concepción convent, or the carvings sent to the Franciscan evident symbols of female circumspection and restraint in the region, the headscarf. The
Convent, the first a gouged piece by Martinez Morales, the second a work by Gregorio use of this item of clothing, with its roots in Arabic culture, was widespread until the
Hernandez. Amongst the sculptors of religious imagery, worthy successors to the Sevillian middle of the 19th Century in spite of various ecclesiastical and governmental attempts to
School, the names of Martin Alonso de la Mesa, Pedro Noquera (whose masterpiece, the prohibit it.
choir stalls, is the highlight of any visit to the cathedral), Juan Martinez de Arrona and In contrast to such misery we should not forget the role of those eternal elements of any
Diego Agnes stand out. court, the buffoons. Cristobalote, Pio V, Iron Ball and Bogoviche were the principal purveyors
Canvases painted by Zurbaran, Murillo, Valdes Leal and the Flemish artist, Simon de of humour, without forgetting the buffoon Don Juan Manrique de Lara, a dwarf, armed with
Vos decorated the walls of the Cathedral and its cloisters. A son of King Phillip II’s court a lance and shield and wearing a helmet and gauntlets who would openly challenge anyone
painter, Sanchez Coello, enjoyed much prestige in Lima as a painter of miniatures. The who dared to deny the existence of the Virgin Mary’s immaculate conception.
local pictorial school counted among its number, virtuosos as renowned as Leonardo
Jaramillo, Francisco Bejarano, the merchant Fray Cristobal Caballero, and even a woman
painter, a novelty at the time, Juana Valera.
As might be expected, the University of San Marcos was the crucible for leaning,
drawing academics and students from all over the viceroyalty. peru’s fortune:
The Lima of the 17th Century can be justifiably proud of its contributions in the field of
literature. Its establishment owes much, as can be demonstrated by examining the
silver and viceroyal
booksellers records of the time, to the importation of novels of knighthood and chivalry as silversmith’s craft
well as those of the picaresque genre such as Guzman de Alfarache, El Buscón or La Picara
Justina, and, as its crowning glory, substantial numbers of first editions of Don Quixote. The Cristina Esteras Martín
list of writers who found in Lima a privileged environment in which to feed their
imagination included well known figures such as Diego Mexia de Fernangil, the translator Shortly after the Spaniards’ arrival in Peru, news of riches in gold and silver arrived and the
of Ovid, Juan de Miramontes y Zuazola, (Armas antárticas), the already mentioned Fray island of Puná was quickly named “la isla de plata” (“the Island of Silver”) [map by Diego
Diego de Hojeda, Amarilis (Maria de Rojas y Garay?), who sent an epistle written in verse Menéndez (1575)]. In Cajamarca in 1533, one of governor Pizarro’s pages tricked his father by
to Lope de Vega, the Jesuit, Father Rodrigo de Valdés, the author of a poem notable for the telling him, referring to the newly conquered lands, that there was “more gold and silver than
fact that it can be simultaneously read in Latin and Spanish, and finally, the satirical muse iron in Vizcaya and more sheep than in Soria.” And in this same North Andean city where
of Juan del Valle Caviedes, who took great delight in annoying the doctors of the time. Atahualpa was made prisoner, the Spaniards got hold of eleven tons of silver. Very soon, the
in the 18 th century those that took place in honour of the coronation of the Kings of Spain, funeral rites and
celebrations for the inauguration of religious monuments, all of them good examples that
in the city of kings will give us an idea of the greatness of these cultural expressions.
Some of the fiestas celebrated during the 17th Century are those in honour of the kings’
The classical humanistic spirit, which was reinvented by a courtly elite, began to be coronations such as Phillip IV in 1622 and Charles II in 1666, of the Hapsburg dynasty.
noticeable in the City of Kings through the various means of cultural expression of an A century later they will be in honour of the Bourbon dynasty, with the proclamation of
ephemeral nature. They were inspired or based on iconographic programs and aimed Phillip V in 1701 and his son Louis I in 1725. We have chosen this last one as an example
at boasting the erudition of the intellectuals at Lima’s Real and Pontificia University. The of fiesta in 18th Century Lima.
fiesta became one of the above-mentioned means of cultural expression during Our main source of information in our study of the celebrations in honour of Louis
viceroyalty years, not only of a select group but also as the result of a general feeling of I’ s proclamation as king is found in a book written by Jerónimo Fernández de Castro and
the people who chose to evade difficulties in life by turning to activities of an published in Lima in 1725. In it, he describes this celebration with profuse details
entertaining nature. and carries us back to the atmosphere of the time, where protocol mixed together with
The fiesta generally took place in the city and reunited people from different cultural ostentation from Lima’s nobility; the highbrow manifestation of a humanistic culture of
classes, usually the civil and religious powers. Through their intellectuals—working as exaggerated verbal flattery, and the people’s fun-loving spirit manifested in masks and
humanists—they would provide the reasoning that later turned into ephemeral artistic street games. The festivities began on December the 2nd 1725 with the tolling of bells and a
expressions such as triumphal arches, allegorical chariots, fireworks machines, altars and display of fireworks and continued the next day with a eucharistic celebration of
tumuli created by architects, painters and sculptors. All of them were constitutive thanksgiving at the cathedral, officiated by the archbishop Morcillo before the viceroy José
elements that with sumptuousness and extravagance turned the fiesta into an instrument de Armendáriz and all the authorities belonging to the political and religious powers. After
of persuasion and publicity at the service of the main power. the viceroy’s protocol greeting in Palace, a parade began during the early hours of the
The fiestas, whether religious or profane, also included games such as the juego de afternoon, accompanying the royal banner, with everybody in full dress. These were times
cañas (game of the canes), chivalry jests of medieval origin—introduced into Europe by in which Lima’s nobility displayed its wealth and power among its equals and the people.
the Moslems—, games of skill consisting in stringing rings together, bullfights, masks, A good example of this can be seen when the procession walks by the Mint, where the
fireworks, dances and dramatic performances that added to the spirit of fun. According to count San Juan de Lurigancho, perpetual treasurer of the royal house, ordered a
Bromley, Spaniards and Creoles living in Lima were forbidden to work on holidays almost sumptuous Corinthian arch be lifted on thick silver bars on both façades, as the Romans
during a third part of the year, committing a mortal sin if they did. did, with three openings, being the middle one of a larger size and above which the
Viceroyal fiestas can be divided into religious and profane. There are documents portrait of King Louis I hung under curtains and below the crown. The side arches, for
and literary descriptions as well as a few paintings speaking of them, and as Gisbert people to pass through, are of a smaller size, adorned with two allegorical figures
explains, we should study the inherited folklore of our times. Among the documents representing Spain and France and holding two bay branches pointing to the monarch’s
from the cabildo (town council), in a section dedicated to festivities in Lima’s General portrait symbolising the origin of his noble lineage. Some tags with poems and
Archive, we can find information that escapes all transcendentalism in any permanent hieroglyphs also decorate this arch: Venus, Apollo and Cupid appear in it, the latter with
or ephemeral work of art as well as in the protocol of any ceremony. We are talking an arrow, sealing a heart with the following poem:
original pyramid could still be seen until recently on one its walls. Other works caught the eye of the Viceroy: the Temple of the Nazarenes, the Chapel of the
At the end of the Water Walk were six arches, also topped with turrets and oculi that Virgin of Mercy and the tower and other sections of Santo Domingo Church. Various
ran either side of a “water show” (in other words, a wall where water was allowed to run characteristics bring together these examples of rococo or late classic baroque taste:
down steep gradients) in the style of the “Fontanone” Paola in Rome, a city that Amat had stepped or broken up facades, that can also be seen between the main body and the lateral
visited. We believe that when the Viceroy wrote “place there Water displays in imitation of parts of the Water Walk, oculi or round windows, the final steps leading up to the Virgin
those at Rome”, he was referring to this “Fontanone” that adjoined Saint Peter’s Church of Mercy chapel which closely resemble his house in Barcelona and maybe his
ceramic period. Since its discovery by Max Hule at the beginning of the 20th Century, the
magnificence of its archaeology remains made it clear that here was culture of great The millennium that came after the so-called Old Horizon, dominated by the Chavin is
importance, a real challenge for the archaeologists who would follow in Hule’s footsteps. also conventionally known as the period of Classical Art, the work of cultures seen as
Its position between two rivers, the Huachecsa and the Mosna, gave it an enviable exceptional from an artistic point of view. These cultures cover a large area of the Andean
setting as the latter river, an affluent of the Marañón, led directlt to the Amazon basin. region, from the northern coast to the Lake Titicaca basin.
Its origins are still unclear today, and it is no surprise that researchers debate whether This era covered an extensive period of time during which the cultural community of
its people had come from the coast or the Amazon. Among its ruins one can appreciate the Andes fragmented into a mosaic of vigorous regional manifestations. These evolved
how the architecture of this “power centre” is characterised by a number of elements into distinctive artistic styles which, whilst not breaking completely away from old
common to many sites in the Peruvian Andes such as the dominance of stone buildings traditions, did introduce important innovations into the world of the arts, as well as
with exterior decoration, sunken circles for the performing of rituals or the labyrinthine discarding some conventionalisms from the previous period and seeing the introduction
structure inside the buildings known as “the old temple” and “the new temple” of a new kind of iconography and spectacular design.
Chavin art appears as a representative style, clearly identifiable within its culture. Some of these cultures, as in the case of the Paracas, had their roots in the previous
Stone is the medium of choice whilst other raw materials that were used ceramics, bone, period, whilst others, like the Mochicas, flourished later, when the politico-religious
cloth and wood, all worked with techniques that in some ways bring to mind their link to authority of the Chavin had been completely destroyed.
lithic workshops. The chiaroscuro achieved in their ceramic ware appears as market In the field of art, Mochican culture is principally celebrated for its contributions in
grooves cut into the surface whilst the polishing and burnishing give the pieces an almost ceramics, metalwork, and wall painting, all of which were closely linked to the architecture
stone-like effect. It is a two-dimensional type of representation with the figures that appear of their monuments in various settlements in the northern region, from the valley of
are defined by characteristic features. Lambayeque as far as the basin of the River Nepeña, whilst the influence of the Mochicans
Chavin also became a veritable conduit for the ideology of power: the Lanzon Dagger, covered an ever greater area, stretching roughly 550 km from north to south.
the Tello Obelisk, and the Raimondi Star are three of the best example of art at the Unlike in Chavin culture, Mochican artists introduced narrative sequences into their
service of the elite. El Lanzon Dagger represents a human with jaguar-like attributes and paintings, above all in their ceramics, thanks to which it has been possible to reconstruct,
is a piece of indisputable importance, as all Chavinist art continually repeats this at least partly, their mythological universe as well as certain aspects of a ceremonial
emblematic totem. Its naturalistic form, typified by the claws, fangs, spotted skin and eyes nature. Their sculptural ceramic pieces were also outstanding, the master potters turning
appear as symbols power and dexterity and the priests that adorn the temple’s lithic them into veritable architectural studies. Others were expressive portraits of their rulers or
plaques also appear with these characteristics. of scenes related to the natural world: fish typical of the region such as manta rays, deer
However, on the northern coast during this period, the older settlements had made and other horned animals as well as big cats, birds, snakes and delights from the plant
way for better-organised and more sedentary groups who had developed advanced water world, most notably, depictions of cactus, widely used in Andean ritual.
management and agricultural techniques. Archaeology cultures like the Cupisnique or the In gold and silver work, they were able to combine metalworking techniques with great
Viru paved the way for the power of the Mochicas who were to follow. virtuosity, setting them with precious stones and creating sophisticated, intricately designed
Viru or Gallinazo culture gets its name from the valley where it was situated. The jewellery (nose rings, earrings and breastplates) as well as other pieces whose use was strictly
archaeological remains show evidence of platforms and burial mounds that confirm the reserved for the ruling elite (crowns sceptres, maracas and whistles) without forgetting their
presence of a highly hierarchical social structure. The offerings they made to their bead necklaces, made from other materials such as quartz crystal and conch shell.
ancestors prove that they used metals in accordance with other traditions that can be Further north, in the region of Piura, tombs dedicated to the so-called Vicus cult were
found in the northern Andes, and the ceramic ware for use in rituals tells us much about found, full of funeral pieces including a wealth of metal pieces, evidence of these peoples
their surroundings and events of the time and, in spite of its somewhat naive style, it is metalworking skills. As well as masks, jewellery and other decorations that were applied
still able to convey an image of their buildings, animal and plants to be found nearby and to textiles there was metalware including bowls, spoons, chisels and other tools as well as
of those that governed them. These rulers universally seemed to have big ears and cranial weapons and other instruments of power.
The originality of Peruvian Art during the Viceroyalty has within the context of daily and
private life one of its most significant and complex facets, as it shows us, through its
material, typological and technical wealth, the state of artistic production in the new
American society, one that did not correspond to either European or pre-Hispanic
parameters but evolved to become a unique cultural hybrid. We can therefore see how numismatic
indigenous trades and techniques not only survived, but also grew, enriched as they were by Albert Estrada
diverse European and Hispanic influences and how the tastes and concepts of the dominant
culture were either imposed or diminished, or how objects pertaining to pre-Hispanic The wealth of precious metals found by the Spanish conquistadors in the Americas, and
traditions were redefined both symbolically and functionally as a new aesthetic, the fruit of especially by Pizarro’s men in Peru is legendary, living on today in a number of popular
cultural syncretism, emerged. Spanish sayings. It didn’t take long for this vast quantity of metal to be turned into bars,
Indigenous imagery lived on in series of pieces that were held in high regard in the ingots and, obviously enough, coins.
pre-Hispanic period, as in the case of the silver or gold ceremonial chalices, or aquillas Nevertheless, the settlers brought from Castile the first coins that were used in Peru.
and queros, their equivalent in wood as well as their ceramic ware and textiles. This would In no time at all it became evident that they would be insufficient for day-to-day
have been due either to their ritualistic, or even magical value or for their strictly economic necessities. This lack of hard cash paved the way for an economy that used bartering,
value within local communities. In these objects we can still see the prevalence of bright weighed gold and silver, and finally, even woven fabric and coca leaves alongside minted
colours and geometrical designs, characterised by their use of an indigenous decorative coins.
vocabulary, often highly symbolic, which would, nevertheless be replaced over the years The difficulty of providing hard currency from Spain to all the territories that had been
with figurative motifs from European culture. acquired, along with the abundance of raw materials in the ground, led to the founding of
This was the case with their fabric, which continued to have the same monetary value the first mints on the continent. In 1535, the first was founded in Mexico, followed by one
as they had had during Inca times, as well as the elements that defined a person’s social in Santo Domingo in 1542 and Lima’s in 1565. The establishment of the Peruvian mint in
standing and sexual identity. Among the traditional clothes they wore, the poncho for men Lima, the capital of the Viceroyalty, was a step that was not taken lightly by the Spanish
and the long skirts and shawls for women stand out. Within these norms regarding monarchy, as can be seen in a report to the Council of the Indies, set up by Charles V in
clothing, a peculiar case was that of the “tapadas” (covered women), who covered their 1551, defending the wisdom of its foundation.
entire faces, save for one eye, making their identification when they walked in the streets The Lima Mint had a long history. Its life was plagued by setbacks, although it
immensely difficult. The anonymity and freedom that this afforded these women caused outlived the Viceroyalty. What is more, Lima and a number of its working tools were
the authorities to repeatedly prohibit them, seeing this attire as an affront to feminine indirectly linked to the founding of the mint at Potosí, established between the end of 1573
honesty and integrity, to the point that these mysterious veiled figures became a kind of and the beginning of 1575. Until the creation of the Viceroyalty of La Plata in 1776,
prototype for all “flirtatious women” that wandered the streets of Lima. incorporating Potosí, the city had been the home of Peru’s principal mint. It was not until
Similarly, other aspects of pre-Hispanic day to day life lived on during the Viceroyalty that year that year that Lima gained its numismatic supremacy.
era, such as those customs relating to food and drink, as well as other substances, In its founding statute it was decreed that Lima was only to mint silver coins. In fact
resulting in the production of a whole collection of utensils, some of which are unique to gold coins were not struck until the reign of Charles II. In Lima, as in Potosí and other
Peru. An evident example of this was the ingestion of mate, a tea-like infusion and coca, Latin American mints, macuquina coins were produced, that is to say, struck with hammer
whose leaves were reserved in pre-Hispanic times for the Royal Family and chiefs. During blows on blanks of varying shape and thickness. These were coins of gold and silver that
the era of the Viceroys, however, its use spread to other social classes as a result of its had a rough and ready feel to them in which the method of production was evident on
The foundation of Lima in 1535 marked the culmination in South America of the process
of formulating grid style urban layout, formalised by Phillip II in 1573 in his Ordenanzas de the viceroy amat
Población or “City Decrees”. The new capital of the Viceroyalty, organised along María Margarita Cuyàs
Renaissance patterns, incorporated the ancient huacas or burial mounts and defined the
central character of its Plaza Mayor. Felipe Manuel Cayetano de Amat y de Junyent, Planella y Vergós, the sixth child of the
The convents, occupying extensive tracts of land within the city, shaped the layout of youngest of the first Marquis of Castellbell’s sons, was born in early March, 1707 in
its neighbourhoods, or barrios whilst the indigenous population were moved from their Vacarisses Castle in the Western Vallés. A student at the Jesuit School of Cordelles
lands by the River Rimac to the enclosure of El Cercado. in Barcelona, at the age of twelve he left his humanistic education behind in order to
Towards the end of the 17th Century, as a result of the threat from European pirates pursue his military career. When he reached fourteen years of age he joined the Order of
the city built its defences: The Royal Felipe Fort in the port of Callao and the walls that Saint John of Jerusalem, and after spending some time on the islands of Malta and
ringed the city centre. The Jesuit, Juan Ramón Coninck’s design included indigenous Mallorca, went to Morocco, where he began active service. As he was not the oldest son,
neighbourhood of “El Cercado” as well as some agricultural land that would be able to he had to provide financially for himself, relying on his own talent and hard-work, and
provide for the city in the case of a long, drawn out siege. so he sailed for Italy in order to accompany the then Prince Duke Charles in the campaign
In the 18th Century, the small court of the Viceroyalty showed all its splendour in the to regain control of Naples and Sicily, which was then in Austrian hands. In the summer
proliferation of baroque celebrations. More than half the days of the year were marked by of 1734, the young king Charles VII of Naples, who would, in years to come, assume
festivities of one kind or another commemorating the patron saints of churches, convents, the Spanish throne as Charles III, decorated him in recognition of his work, although the
brotherhoods and guilds. This is without counting the civic metropolitan celebrations or young Felipe Manuel would have to wait twenty years before being named Governor,
those pertaining to the colonial authorities. Capitan General of the Kingdom of Peru and President of the Royal Court of Santiago de
On these festivities, the city rose to occasion, decking its public spaces, streets Chile, posts he held until in 1761, the now king Charles III promoted him as the Viceroy
(which resembled religious thoroughfares) and balconies out with tapestries, paintings Governor, Capitan General of Peru and President of the Royal Court of Lima. He achieved
and silverware, whilst ephemeral scenery was constructed to add to the spectacle this position as ruler of far-off, exotic Peru, the most important Viceroyalty in the Spanish
becoming veritable landmarks to be visited in turn. Empire at a mature age and having spent a life dedicated to hard work and professional
The houses of the nobility, the merchant class and public servants were embellished efficiency. Amat, who perhaps due to family tradition had always been unconditionally
with furniture made either by local craftsmen or imported from Europe. Many homes loyal to the Bourbons, stayed true to this line and never disappointed his Lord, to whom
boasted a room exclusively for piano playing. he would always refer in his native Catalonian tongue as l’amo—“The Master”.
The wealth generated by the mining industry could be seen in the solid silver vessels, Manuel Amat was the very model of the governor with the general despotism of the
receptacles and platters produced by Lima’s silversmiths or artisans from Cusco, Puno Enlightenment, and if it can be said that during his fifteen years in charge, his judgement
and Arequipa. wavered, then at least never before had so much gold arrived back in Spain or with greater
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PRESIDENTE
DIRECTOR GENERAL
S E C R E TA R I A G E N E R A L
DIRECTOR ECONÓMICO-FINANCIERO
DIRECTORA DE EXPOSICIONES
D I R E C T O R A D E A C T I V I D A D E S C U LT U R A L E S
ASESOR CIENTÍFICO
ASESOR DE COMUNICACIÓN
COMISIÓN DELEGADA
PRESIDENTE
VICEPRESIDENTE
VOCALES
S E C R E TA R I A
DIRECTOR GENERAL
ADMINISTRADOR
La Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior agradece su colaboración a las siguientes instituciones: ARGENTINA. Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco.
COLOMBIA. Provincia de Nuestra Señora de Gracia. ESPAÑA. Abadía de Sacromonte, Archivo General de Indias, Arzobispado de Mérida-Badajoz, Arzobispado de Pamplona y Tudela, Biblioteca de
Catalunya, Biblioteca del Hospital Real (Universidad de Granada), Biblioteca General de la Universidad de Salamanca, Biblioteca Histórica (Universidad Complutense), Biblioteca Nacional, Catedral de
Málaga, Catedral de Pamplona, Catedral de Sevilla, Convento de los Franciscanos, Iglesia de Santa María, Iglesia parroquial de Renedo de Cabuérniga, Iglesia Parroquial de San Juan Bautista, Iglesia Parroquial
de San Juan Evangelista, Minas de Almadén y Arrayanes, Museo Diocesano de Santillana del Mar, Museo Etnológico de Barcelona, Museo de América, Museu Nacional d´Art de Catalunya, Museo
Nacional de Artes Decorativas, Museo de San Juan de Dios (Casa de los Pisa), Patrimonio Nacional, Universidad Complutense, Simois, Gestión de Arte, S.L. PERÚ. AECI (Agencia Española de
Cooperación Internacional), Archivo Arzobispal de Lima, Arzobispado de Arequipa, Arzobispado de Ayacucho, Arzobispado de Cusco, Arzobispado de Lima, Arzobispado de Trujillo, Banco Central de Reserva
del Perú, BBVA Banco Continental, Banco de Crédito del Perú, Catedral de Arequipa, Catedral de Cusco, Catedral de Lima, Colección Gruenberg, Colección Lambarri Orihuela, Colección Manuel Mujica Gallo,
Colección Mónica Taurel de Menacho, Conferencia Episcopal de Perú, Convento de San Agustín de Lima, Convento de Santo Domingo de Lima, Iglesia de la Compañía de Jesús de Arequipa, Iglesia de la
Compañía de Jesús de Cuzco, Embajada de España en Perú, Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, Monasterio de Madres Carmelitas de Ayacucho, Monasterio de Santa Clara de Ayacucho, Museo
Arqueológico Nacional Brüning, Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, Museo de Arte de Lima, Museo de Arte Precolombino (Casa Cabrera), Museo Histórico Regional Casa del Inca Garcilaso,
Museo Inka de la Universidad de San Antonio, Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, Museo Pedro de Osma, Museo Sitio de Chinchero, Museo Tumbas Reales de Sipán,
Orden Carmelita del Perú, Palacio Arzobispal de Cusco, Parroquia de San Pedro de Lima, Templo del Niño Jesús de Ñeque, Templo de San Juan Bautista de Huaro de Cuzco, Santuario de Nuestra Señora
de Copacabana de Lima, Santuario de Nuestra Señora de la Soledad de Lima.
Con motivo de esta exposición la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior ha financiado la restauración y conservación de obras pertenecientes a las siguientes
instituciones prestadoras: Abadía de Sacromonte, Granada; Catedral de Arequipa; Colección Lambarri Orihuela, Cuzco; Colección Mónica Taurel de Menacho, Lima; Congregación de Religiosas
Concepcionistas Franciscanas de Copacabana, Lima; Convento de Santo Domingo, Lima; Iglesia de la Compañía de Jesús, Arequipa; Monasterio de Madres Carmelitas, Ayacucho; Monasterio de Santa
Catalina, Cuzco; Monasterio de Santa Clara, Ayacucho; Museo de América, Madrid; Museo de Arte de Lima; Museo de la Catedral de Cuzco; Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia del
Perú, Lima; Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid; Museo Religioso de la Basílica Catedral, Lima; Orden Carmelita del Perú, Padres Jesuitas, Parroquia de San Pedro, Lima; Palacio Arzobispal,
Cuzco; Patrimonio Nacional, Madrid; Templo del Niño de Ñeque, Ayacucho; Templo de San Juan Bautista de Huaro, Cuzco; Iglesia de la Compañía de Jesús, Cuzco; Arzobispado de Cusco; Santuario de
Nuestra Señora de la Soledad, Lima, Templo de San Blas de Cuzco.
EXPOSICIÓN
COMITÉ CIENTÍFICO
José Carlos Vidal Letona, Arturo Delgado Pacheco, Álvaro Escobar Zamalloa
Exmoarte, S.A.L.
COORDINACIÓN GENERAL
CON LA COLABORACIÓN DE
www.seacex.es
C AT Á L O G O
E D I TA CRÉDITOS FOTOGRÁFICOS
Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior, SEACEX Barcelona: Jaume Blassi, cat. 350; Biblioteca de Cataluña (R. Marco),
www.seacex.es cats. 346, 347, 349, 351; Museu Nacional d´Art de Catalunya [MNAC]
(Calveras, Mérida, Sagristà), cats. 291-324, 343; Museo Etnológico,
DIRECCIÓN
pp. 70, 74 • Bogotá: Nuestra Sra. de Gracia, cat. 225 • Buenos Aires:
Rafael López Guzmán Museo Isaac Fdz. Blanco, cat. 290; Nestor Paz, cats. 165, 173, 175 •
Cáceres, Luis Castaño, cats. 253-254 • Copenhague: The Royal Library,
COORDINACIÓN
p. 45 • Ginebra: Museo Barbier-Mueller (Pierre-Alain Ferazzini)
Silvia Villanueva Beltramini
pp. 70, 71, 73, 74 • Granada: Javier Algarra, cats. 171, 334; Museo
REALIZACIÓN Y PRODUCCIÓN San Juan de Dios, cat. 232 • Lima: Daniel Giannoni, cats. 1-161, 164,
Ediciones El Viso 166-167, 174, 196-200, 202-224, 226-231, 233-238, 240-245, 255,
Santiago Saavedra 262-274, 287-289, 325, 329, 330, 337, 338, 342; pp. 19, 20, 25, 29, 30,
Isla Aguilar 31, 35, 36, 37, 38, 39, 40, 41, 43, 46, 48, 81, 82, 85, 86, 87, 88, 89, 90,
María Gamboa 91, 92, 95, 96, 97, 99, 102, 103, 104, 105, 115, 116 • Madrid: Agustín
Martínez, cats. 275-279, 281-283, 285-286, 326-328, 348; p. 44; Biblio-
DISEÑO teca Nacional, cat. 190; p. 109; Joaquín Cortés, cats. 256-259; Cuauh-
Subiela tli Gutiérrez, cats. 333, 341, 344, 345; Pablo Linés, cats. 335-336; Museo
de América, cat. 339; pp. 47, 71, 72, 73, 117; Museo de Artes Decora-
TRADUCCIONES
tivas (Maria Jesús del Amo), cat. 331; p. 117; Minas de Almadén,
Sirk Traductores
cat. 185; Patrimonio Nacional, p. 107; Simois Gestión, cats. 162,
FOTOCOMPOSICIÓN Y FOTOMECÁNICA 163, 239 • Málaga: Catedral, cat. 260 • Pamplona: Eugenio Zúñiga,
Lucam cat. 280; Larrión y Pimoulier, cats. 201, 284 • Salamanca: Agustín Fdz
Albalá, cat. 168 • Santander: Ángel Bustamante, cats. 246-247, 261
IMPRESIÓN
• Sevilla: Archivo General de Indias, cats. 172, 176-184, 186-189,
Brizzolis
191-195, 332, 340; p. 108; Luis Arenas, cats. 249-252 • Valencia: Cris-
ENCUADERNACIÓN
tina Vidal, pp. 135, 141, 155, 171, 197
Ramos
© SEACEX, 2004
De los textos, sus autores
De las ilustraciones, los propietarios de las obras