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EL ARTE DE NEGOCIACION CON LOS NIÑOS


 Usted dice: “Es hora de ir la cama”. “Es hora de irnos”. “Es la hora
de hacer la tarea.” “Es la hora de cenar.” Pero su hijo responde:
“Cinco minutos más”. Y usted está cansado de decir “no” y cansado de
lidiar. Así pues, ¿qué puede hacer? ¿Rendirse? ¿Explotar? o —
¿Negociar?
 La vida con los niños suele implicar la negociación, gústele a usted
o no. Según Scott Brown, autor de Cómo negociar con los niños aún
cuando usted piensa que no debe hacerlo, “la negociación entre los
padres y los niños puede ser realmente una gran experiencia de
aprendizaje para sus niños. Si usted no negocia, puede que sus hijos
no aprendan a ocuparse de los conflictos de manera constructiva. Si
usted no les enseña cómo pueden trabajar con usted, puede que nunca
aprendan a cómo trabajar con los demás”.
 Sin embargo, a menudo, la negociación con los niños resulta ser
un proceso desafiante. “Los padres necesitan aprender a manejar sus
propias emociones y frustraciones. Una cosa que sabemos de la
observación de los negociadores de todas las edades es que cuando
las emociones son intensas o en grande, la habilidad de negociar
decae drásticamente,” dice Brown, que ha trabajado en la resolución
de conflictos internacionales.
 Antes de que usted entre en una nueva negociación con su hijo (lo
que podría suceder al cabo de los cinco minutos siguientes), teclée el
botón “Después” abajo y obtenga algunas orientaciones sobre cómo
negociar con los niños y otras cosas más.
 Comience con un acuerdo, y no con una discusión. Exprese sus
peticiones de modo que su hijo pueda decir “Sí”. El escuchará más
fácilmente si usted lanza su idea de forma que apele a su necesidad de
control y de independencia. Si usted dice: “¿Qué prefieres, poner los
platos o las cucharas?” es más probable que usted consiga su
cooperación que si usted le ordena: “¡Pon la mesa AHORA MISMO!”.
 Involucre a su hijo. Si ya se acerca la hora de dormir, usted
podría decir: “¿Cuántos minutos piensas que necesitas para terminar
este trabajo e irte a tiempo a la cama?”. Si está discutiendo acerca de
la disciplina, usted podría preguntarle: “¿Cuál piensas que sería una
consecuencia razonable por haberme golpeado” o “por no haber
hecho tus obligaciones?”.
 Explíquele su punto de vista. Usted podría decir: “Tenemos que
irnos del parque porque yo tengo que hacer de cenar”. Una vez que
usted haya explicado lo que está en su mente, esté dispuesto a
considerar cualquier respuesta. Si su hijo le responde: “No me
importa, no tengo hambre”. Usted podría decir: “Pero yo sí y tu
hermano también”.
 Sepa que la negociación no significa ceder. Cuando usted negocia
para comprar un coche nuevo, usted no está cediendo —usted está
regateando. Tenga presente que la negociación no consiste en ganar
y perder.
 Negocie los asuntos en forma apropiada a la edad del niño. Si a su
hijo en edad escolar no le gustan de los guisantes (chícharos o
arbejas), usted podría preguntar: “¿Qué verdura quieres en lugar de
ésta?”. Si su hijo en edad preescolar no está para nada interesado en
comer, en lugar de discutir, usted podría cortarle un sándwich de
alguna forma especial que logre interesarlo y hacer que el alimento le
sea más atractivo.
 Responda a la crítica con una pregunta razonable. Si su hijo le
dice que pare de insistirle en que limpie su habitación o que tome un
baño, usted podría decir: “¿Cómo manejarías tú este asunto?
¿Cuándo te gustaría hacerlo?”.
 Tome un momento para calmarse. Si su hijo le está haciendo
enojar o lo está enloqueciendo, vaya al otro cuarto y tranquilícese
antes de intentar hablar. “¿Una respuesta emocional de su parte
facilitará o hará aún más profundo el hoyo?”, pregunta Brown.
 Escriba las soluciones. Reúna a la familia y designe a un
secretario que se encargue de hacer una lista de las ideas de cada
quien. Discútanlas abiertamente, pero no permita que la idea de
ninguna persona sea criticada. También considere poner lo que ha
negociado por escrito. El hecho de pegar notas en la habitación de su
hijo más grande (como “limpieza del cuarto a las 5 p.m.”) podría
provocar que el chico se sienta más motivado a acatar la orden, que
con el regaño.
 Deje que su hijo gane a veces. Escoja sus batallas sabiamente y
recuerde eso de que el cambiar de idea no significa que esté
perdiendo. Usted podría decir: “De acuerdo, convengo contigo, pero
hagamos un trato: la próxima vez tú me escucharás antes de
enojarte”.
 Recuerde, es usted quien tiene la última palabra. Usted no tiene
que alcanzar el consenso en toda negociación. A veces, alguien tiene
que tomar una decisión. “Es perfectamente ACEPTABLE que los
padres tomen la decisión final, siempre y cuando hayan oído el punto
de vista de sus hijos y hayan tratado de ser justos,” dice Brown. “Los
niños aprenderán a respetarlo; puede que no les guste, pero se darán
cuenta de que es algo justo.”
Además, los castigos tienen efectos
secundarios

Porque si solo corrigieran los actos algo es algo, pero es que tienen un
riesgo que es lo que los hace inaceptables.

La psicóloga infantil Marga Gutiérrez del Arroyo comenta en


un interesante artículo que el castigo:

 Afecta negativamente la autoestima: un niño que es castigado


continuamente puede desarrollar el sentimiento de no valer y no
hacer bien las cosas.
 Produce ansiedad y miedos: esto a su vez puede interferir con el
proceso de aprendizaje inhibiéndolo.
 Dependiendo de la constancia y severidad de los castigos físicos y
verbales, el niño puede empezar a tener problemas de autocontrol: ya
que con el castigo, lo que en realidad aprende es a solucionar
problemas por medio de la violencia y la agresión, en vez de a través
de la reflexión.
 Disminuye la confianza del niño hacia las personas: lo que hace
que se retraiga y se tienda a aislar; dificultándose la integración
social.
 Crea una barrera en la comunicación entre padres e hijos: ya que
la relación entre ambos se basa en el miedo y no en el respeto. Con el
paso del tiempo, y si el método de disciplina sigue siendo el castigo
físico y verbal, el miedo puede convertirse en resentimiento hacia los
padres.

Y el último es, creo yo, el punto más terrible de todo el asunto: muchos
niñosacaban distanciándose de sus padres y les “castigan” a ellos
negándoles la comunicación y generando rabia y necesidad de venganza
(no siempre consciente). Muchos otros acaban perdiendo la
espontaneidad y la creatividad (¿la niñez?) y se convierten en niños
inseguros, temerosos y dependientes de la persona que lo castiga, pues
evitan tomar decisiones que puedan ser erróneas y que puedan originar
un nuevo castigo.

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