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El hombre se cree autorizado para disponer a su antojo de las obras de Dios; error de su
ignorancia, o vana presunción de su orgullo; humos de su pristina grandeza. El cree que, sin más
examen que el de su inmediato provecho, puede entrar a sangre y fuego en los dominios de los
reinos animal y vegetal. Y sin embargo, no desconoce el orden admirable que preside en toda la
creación; orden que es más palpable en el equilibrio de
fuerzas productoras, conservadoras y destructivas, pues nunca se ha perturbado sin gran perjuicio
de la familia humana. Pretender el derecho de disponer a su albedrío de esos seres, es abrogarse
el derecho de atentar contra ese orden conservador.
En una porción no pequeña del territorio argentino hacen grandes estragos en las quintas y un
enorme consumo de pastos en los campos las hormigas, que se han multiplicado
asombrosamente, por haber sido destruídos lostamanduáes u osos hormigueros, cuadrúpedo
expresamente organizado para alimentarse de hormigas.
Así es como el hombre, por no observar las leyes de la naturaleza y, creyendo muchas veces
librarse de un animal nocivo o de un árbol inútil, destruye el equilibrio de la creación, y ocasiona
las plagas que a la vez consumen su riqueza y su salud.
Por el contrario, cuando aplica su razón a la explotación de las riquezas naturales, no procede a
destruir sin el previo estudio necesario de las causas finales de los seres; y así saca de ellos el
mayor provecho posible, sin exponerse a provocar futuros males. Se sujeta a reglamentos en el
desmonte, la caza y la pesca, en el interés de conservar estas riquezas para sí y sus descendientes.
Asegura bajo las leyes protectoras la vida de todos los individuos de ciertas especies que no le
hacen sino beneficios, como sucede con el buitre de Bengala en la India, con la polla de Faraón en
Egipto, y con el urubú o carranca en el Perú, Haití, el Brasil, Paraguay y otros puntos de Sud-
América. Todas estas aves, parece que estuviesen exclusivamente encargadas de la limpieza de las
ciudades, pues libran diariamente las habitaciones y las calles de animales muertos y toda clase de
inmundicias. Al ponerse el sol vienen en grandes bandadas a las poblaciones, se tragan todas las
basuras, por repugnantes que sean, y después de haber hecho la más completa policía, se retiran.
En Lima los llaman ciudadanos, como que se hombrean con la gente que nunca incomoda a estos
empleados civiles, aunque despidan un olor poco agradable, y a veces alguno de ellos
perturbe el orden público, armando camorra con algún perro por disputarse un hueso. Todos los
gobiernos de esos países han tomado a dichos pájaros bajo su protección imponiendo una fuerte
multa al que mate alguno de ellos. La cigüeña es también protegida por las leyes y costumbres de
la Holanda, y hasta los Hotentotes castigan severamente al que mate uno de los pájaros
secretarios del Cabo de Buena Esperanza, enemigos implacables de las serpientes.
También el hombre se apodera de las especies que encuentra más útiles y dóciles,
domesticándolas y conservándolas bajo su inmediato dominio.
Lejos de notarse tal indocilidad y hurañía en las especies domesticables; lejos de necesitarse
hacerlas pasar por una larga serie de generaciones para suavizarlas y hacerlas contraer hábitos
nuevos, el hombre las encuentra ya, desde su estado silvestre o montaraz, con las mejores
disposiciones para sometérsele; y no sólo para servirlo según las habitudes naturales, peculiares a
cada especie, sino abandonándolas con increíble docilidad, hasta contraer costumbres
diametralmente opuestas a las primitivas, y formar de una especie razas o variedades con hábitos
contradictorios, como sucede con el perro.
A este incomparable animal que, por sus nobles prendas, se le presenta a su mismo amo como el
modelo de la amistad, de la lealtad, de la resignación, de la abnegación y de
tantas otras excelentes cualidades, ¿le habrán sido inspiradas por el hombre que, o no las tiene, o
las mancha a cada paso? ¿por el hombre que no pocas veces se muestra
injusto, ingrato, duro y caprichoso con el mismo generoso animal a quien no puede degradar ni
corromper con el mal ejemplo de sus violentas pasiones?
La cabra y la llama han dejado sin repugnancia la independencia de las montañas y el placer de
saltar de risco en risco, para sujetarse a la vida sedentaria del establo; la oveja, de clima frío, como
lo indica su vellón, se acomoda a todos los temperamentos, y hasta se vuelve ictívora; el caballo
soporta todos los climas, y llega a hacerse omnívoro como su señor; el búfalo y el toro, dóciles a la
voz de un niño, conducen enormes pesos; el camello se postra de hinojos para recibir la carga; la
abeja ha perdido su innata afición a los bosques, y no los busca ya, por más que goce de la libertad
del vuelo, y no perciba nada de su señor en retribución del tesoro de sus panales; la paloma
casera, bien que dueña de su albedrío y de sus alas, jamás se aleja de la habitación del hombre,
aunque no reciba de su liberalidad un solo grano.
Otras muchas especies, como si se hallasen dominadas de una invencible inclinación a la compañía
del hombre, constantemente rodean y aun ocupan nuestras casas, aunque sin renunciar a la
independencia; y nos son útiles persiguiendo los insectos que nos molestan, o recreándonos con
sus cantares. De este número son las golondrinas, el pinzón, la tacuarita, el picaflor, la calandria y
el jilguero.
¿De dónde proviene esta domesticidad, sino de la índole del animal? ¿De dónde, sino de una
inclinación instintiva a la compañía del hombre? ¿De dónde esa incompresible facilidad de
renunciar sus propensiones naturales, para amoldarse a las nuestras? ¿De dónde esa buena
voluntad para servirnos, que les hace soportar con gusto las más duras tareas, sino de una secreta
predisposición determinada por el Autor de la naturaleza, para queciertas especies de animales
quedasen consagradas al servicio inmediato de la familia humana?
Por eso es que han sido vanos sus esfuerzos para hacer nuevas conquistas, cuando no han
encontrado al animal predispuesto; y se pierde en la oscuridad de los tiempos más remotos el
origen de la domesticación del mayor número de las especies que actualmente tiene
subordinadas.
Con todo, el hombre tan preciado de su saber y de su industria, todavía está muy distante de
completar el estudio de las propiedades y costumbres de los seres que lo rodean, ni la adquisición
de los servicios que le ofrecen, especialmente en los países recientemente descubiertos o
explorados. Circunscribiéndonos a la región que habitamos, ¡cuánto no tendría que admirar en el
estudio de tanta variedad de abejas y avispas melíferas y cereras que se hallan en nuestros
bosques! ¡Cuánta facilidad encontraría en domesticar las especies que carecen de aguijón, como
otra prueba más de la inocuidad de los animales de este clima! ¡Cuánto provecho no sacaría
reduciendo a su servicio tantas aves y cuadrúpedos tan útiles como dóciles del delta! ¡Cuánto que
admirar y que aprender en la arquitectura del hornero, en su laboriosidad, su aseo y su amor a la
familia! El nos enseña a ser esmerados y previsores en la construcción de nuestras casas,
formando a nuestra vista un edificio perfectamente regular y hermoso,
que ofrece comodidad y seguridad, y tan sólido, que por dilatados años resiste a las intemperies,
sin necesidad de refacciones. El, a una con su consorte, nos despiertan al amanecer con su canto
bullicioso; y nos incitan al trabajo con su ejemplo, enseñándonos que esa es la hora más propia
para emprender las tareas del día, y que el aire de la madrugada es lo que más contribuye a
sostener la salud del cuerpo y la alegría del ánimo, como lo prueban todos los ejemplos de
longevidad humana, la cual sólo se encuentra entre las personas madrugadoras.