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P.

JOUNEL, Dedicación de Iglesias y Altares, en: NDL 531-548

SUMARIO:

I. La fiesta del pueblo de Dios:


1. Los testigos de la fiesta;
2. Las prolongaciones de la fiesta;
3. La raigambre humana y bíblica

II Elaboración de los ritos de la dedicación


1 La aportación de las diversas tradiciones.
a) La celebración de la eucaristía,
b) La colocación de las reliquias de los mártires,
c) Las unciones crismales,
d) La ablución con agua,
e) La inscripción del alfabeto;
2. Los tres rituales fundamentales del s. VIII:
a) El ritual romano,
b) El ritual bizantino,
c) El ritual [franco,
3 La amalgama romano-franca (ss. VIII - X)

III. El Ordo romano de la dedicación desde el s. XI - XX:


1. La dedicación según el Pontifical romano:
a) La dedicación de una Iglesia (lustraciones, traslado y
colocación de las reliquias, consagración, eucaristía),
b) La dedicación de un altar;
2. La simplificación de 1961

IV. El nuevo rito de la dedicación:


1. Los principios que han presidido la revisión;
2. E1 desarrollo de la celebración:
a) Dedicación de una iglesia,
b) Dedicación de una Iglesia donde ya se celebraba el
culto,
c) Dedicación de un altar

V. El misterio de la iglesia celebrado en la dedicación:


1. La enseñanza de la palabra de Dios:
a) Lecturas para la dedicación de una iglesia,
b) Lecturas para la dedicación de un altar;
2. La enseñanza de los padres.

RITUAL
RITUALES DE LA DEDICACIÓN DE IGLESIAS Y DE ALTARES
Y DE LA BENDICIÓN DE UN ABAD O UNA ABADESA

ÍNDICE GENERAL

Advertencias
Siglas de los libros de la Biblia

I. DEDICACIÓN DE IGLESIAS Y DE ALTARES

 Presentación de la Comisión Episcopal Española de


Liturgia
 Decreto de la Sagrada Congregación para los Sacramentos
y el Culto Divino, por el que se promulga la edición típica
latina
 Decreto de la Sagrada Congregación para los Sacramentos
y el Culto Divino,por el que se aprueba la versión española

Colocación de la primera piedra o comienzo de la construcción de


una iglesia

Introducción a la dedicación de una iglesia

Dedicación de una iglesia


Dedicación de una iglesia en la cual ya se celebran habitualmente los
sagrados misterios

Introducción a la dedicación de un altar

 Dedicación de un altar
 Bendición de una iglesia
 Bendición de un altar móvil
 Bendición del cáliz y de la patena
A) Rito dentro de la misa
B) Rito fuera de la misa

Misa ritual en el día de la dedicación de una iglesia o de un altar


1. En la dedicación de una iglesia
2. En la dedicación de una iglesia en la cual ya se celebran
habitualmente los sagrados misterios
3. En la dedicación de un altar

Leccionario para la dedicación de iglesias y de altares


1. Colocación de la primera piedra de una iglesia
2. Dedicación de una iglesia
3. Dedicación de un altar
4. Bendición del cáliz y de la patena

I.- DEDICACIÓN DE IGLESIAS Y DE ALTARES

COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA

PRESENTACIÓN

Con este Ritual de la Dedicación de iglesias y de altares se completa la


revisión de todos los rituales, conforme a la renovación litúrgica propugnada
por el Concilio Vaticano II. Para ser fieles al principio de que «los ritos
deben resplandecer por su noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando
las repeticiones inútiles, y, en general, no deben tener necesidad de muchas
explicaciones», este Ritual necesitaba una profunda revisión. La dedicación
de una iglesia suponía, en otros tiempos, tal despliegue de elementos, una
preparación tan costosa y complicada, una complejidad de ritos y una
duración tan desmesuradas, que había llegado a ser algo anormal,
prefiriéndose casi siempre, a la hora de elegir, la simple bendición. Aunque
en la revisión de 1961 se había simplificado notablemente el rito, evitando las
repeticiones, la verdadera reforma se ha realizado con el nuevo Ordo
dedicationis ecclesiae et altaris de 1977.
El rito actual sobresale por su estructura modélica, dentro de la
celebración eucarística, con una línea litúrgica muy clara, sobria y lógica,
según la tradición romana y conforme a la restauración litúrgica del Vaticano
II. Se ha querido destacar que la iglesia-edificio representa y significa la
Iglesia-asamblea, formada por «piedras vivas», que son los cristianos,
consagrados a Dios por su bautismo. La iglesia-edificio no es sólo la morada
de Dios: la mesa del altar y la fuente bautismal; el sagrario y el cofre de las
reliquias de los santos, las imágenes, y, sobre todo, la palabra que se
proclama y la acción sacramental que se celebra.
La inauguración de la iglesia supone para la comunidad cristiana local el
coronamiento de una larga empresa de esfuerzos compartidos por todos. Es
un día de fiesta popular, que no puede pasar desapercibida, sino que debe
marcar un hito importante en la vida eclesial de la comunidad, en la cual
todos se sienten y participan como «piedras vivas», según la diversidad de
órdenes y funciones, por la oración, el servicio y el testimonio. Y el
aniversario de la Dedicación debe aprovecharse para una concienciación más
responsable del papel activo que todos tenemos en la Iglesia.
El nuevo Ordo dedicationis ecclesice et áltaris, puesto ahora a dis-
posición de todos en lengua vernácula, y que podrá ser utilizado desde el
momento mismo de su publicación, no es un libro destinado únicamente al
Obispo oficiante y a los ministros que tienen que preparar el rito sino a todos
los fieles; debe ser un texto que siempre se tenga a la vista; y, a partir de sus
oraciones y símbolos, se debe realizar la formación y pastoral de «Iglesia».
Madrid, 9 de noviembre de 1978, fiesta de la Dedicación de la basílica
de Letrán.

+ NARCISO Card. JUBANY ARNAU


Arzobispo de Barcelona Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia

SAGRADA CONGREGACIÓN
PARA LOS SACRAMENTOS
Y EL CULTO DIVINO

Prot. n. CD 300/77
DECRETO

El rito de la dedicación de iglesias y de altares es, con razón, una de las


más solemnes acciones litúrgicas. El lugar donde la comunidad cristiana se
reúne para escuchar la palabra de Dios, elevar preces de intercesión y de
alabanza a Dios, y, principalmente, para celebrar los sagrados misterios, y
donde se reserva el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, es imagen
peculiar de la Iglesia, templo de Dios, edificado con piedras vivas; también el
altar, que el pueblo santo rodea para participar del sacrificio del Señor y
alimentarse con el banquete celeste, es signo de Cristo, sacerdote, hostia y
altar de su mismo sacrificio.
Estos ritos, que se encuentran en el segundo libro del Pontifical Romano,
fueron revisados y simplificados el año 1961. Sin embargo, en atención a las
normas para la instauración de la liturgia, que el Concilio Vaticano II suscitó
y favoreció, fue necesario examinar de nuevo el rito para adaptarlo a las
condiciones de nuestro tiempo.
El Sumo Pontífice Pablo VI aprobó, con su autoridad, el nuevo Ritual de
la Dedicación de iglesias y de altares, preparado por la Sagrada Congregación
para los Sacramentos y el Culto Divino, y mandó que fuera divulgado,
determinando que sustituyese, en su lugar, a los ritos que están en el segundo
libro del Pontifical Romano.
Por lo cual, esta Sagrada Congregación, por mandato del Sumo
Pontífice, publica este Ritual de la Dedicación de iglesias y de altares que, en
lengua latina, empieza a tener vigencia inmediatamente, pero, en las lenguas
vernáculas, después que las versiones hayan sido confirmadas y aprobadas
por la Sede Apostólica, en el día en que las Conferencias Episcopales lo
establecieran.
Sin que obste nada en contrario.
En la sede de la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto
Divino, día 29 de marzo de 1977, domingo de Pentecostés.

Jacobo R. Card. Knox


prefecto

+ ANTONIO INNOCENTI
Arzobispo titular de Eclano
Secretario

SAGRADA CONGREGACIÓN
PARA LOS SACRAMENTOS
Y EL CULTO DIVINO

Prot. CD 1080/78
A LAS DIÓCESIS DE ESPAÑA

A instancias del Eminentísimo Señor Cardenal Narciso Jubany Arnau.


Arzobispo de Barcelona y Presidente de la Comisión de liturgia de la
Conferencia Episcopal Española, en carta de fecha del 11 de octubre de 1978,
y en virtud de las facultades concedidas a esta Sagrada Congregación por el
Sumo Pontífice Juan Pablo II, gustosamente aprobamos y confirmamos la
versión española del Ritual de la Dedicación de iglesias y de altares, según
consta en el adjunto ejemplar.
En la impresión del texto hágase mención de la confirmación concedida
por la Sede Apostólica. De la edición impresa envíense dos ejemplares a esta
Sagrada Congregación.
Sin que obste nada en contrario.
En la sede de la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto
Divino, día 26 de octubre de 1978.
Virgilio Noé
Secretario A.
L. Alessio
Subsecretario

Colocación de la primera piedra


o comienzo de la construcción de una iglesia

NORMAS GENERALES

Cuando se empieza la construcción de una nueva iglesia conviene


celebrar un rito para implorar la bendición de Dios sobre la obra y para
recordar a los fieles que el edificio de piedras materiales es signo visible de
aquella Iglesia viva o edificación de Dios formada por ellos mismos1
Según el uso litúrgico, este rito consta de bendición del terreno de la
nueva iglesia y de bendición y colocación de la primera piedra.
Si por alguna razón de tipo artístico o estructural no se coloca la primera
piedra, conviene, con todo, celebrar el rito de bendición del terreno de la
nueva iglesia, para consagrar a Dios el comienzo de la obra.
El rito de colocación de la primera piedra o del comienzo de la nueva
iglesia puede realizarse en cualquier día y hora, excepto en el Triduo pascual,
pero se escogerá un día de gran afluencia de fieles.
Conviene que el obispo diocesano celebre el rito. Si él no puede hacerlo,
encomendará este oficio a otro obispo o presbítero, sobre todo al que tenga
como asociado y colaborador en el cuidado pastoral de la diócesis o de la
comunidad para la cual se edifica la Iglesia.
Se avisará con tiempo a los fieles el día y la hora de la celebración, y el
párroco u otros encargados de ello los instruirán sobre el sentido del rito y
sobre la veneración que merece la iglesia que para ellos se construye.
Conviene invitar también a los fieles a que ayuden gustosamente en la
construcción de la iglesia.
En cuanto sea posible, procúrese que el terreno de la futura iglesia esté
bien delimitado y que se pueda circundar.
En el lugar del futuro altar se clavará una cruz de madera de altura
conveniente.
Para este rito se preparará lo siguiente: a) el Pontifical romano y el
Leccionario; b) la sede para el obispo; c) la primera piedra, si es del caso, la
cual, según costumbre, será cuadrada y angular; además el cemento y las
herramientas para colocar la piedra en los cimientos; d) agua bendita con el
hisopo; e) el incensario y la naveta ; /) la cruz procesional y los ciriales para
los ministros.
Se utilizará un buen equipo de sonido, para que el pueblo congregado
pueda oír fácilmente las lecturas, oraciones y moniciones.
Se usarán vestiduras de color blanco o festivo: a) para el obispo: alba,
estola, capa pluvial, mitra y báculo; b) para el presbítero, si es él quien
preside la celebración: alba, estola y capa pluvial; c) para los diáconos: alba,

1
Cf, I Co 3, 9; CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, Num 6
estola y, si se quiere, la dalmática ; d) para los demás ministros: alba u otras
vestiduras legítimamente aprobadas.

ACCESO AL LUGAR EN QUE SE CONSTRUIRÁ LA IGLESIA

La reunión del pueblo y el acceso al lugar donde se celebrará el rito se


hace, teniendo en cuenta los tiempos y lugares, según una de las siguientes
formas:

1.a forma: Procesión

A la hora conveniente se hace la reunión en algún lugar apropiado, desde


donde los fieles irán procesionalmente al lugar designado.
El obispo, con mitra y báculo, se dirige con los ministros al lugar donde
se haya reunido el pueblo. Allí deja el báculo y la mitra y saluda a los fieles
con estas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del


Espíritu Santo esté con todos vosotros.

El pueblo contesta: Y con tu espíritu.


O bien otras palabras adecuadas.

Después, el obispo habla brevemente a los fieles para prepararlos a la


celebración e ilustrar el sentido de la misma.

Terminada la monición, el obispo dice: Oremos.


Todos oran, por unos instantes, en silencio.
Luego, el obispo prosigue:

Padre celestial,
tú fundaste la Iglesia
edificada sobre el cimiento de los apóstoles
y con el mismo Cristo Jesús por piedra angular;
haz que tu pueblo, reunido en tu nombre,
te venere, te ame, te siga
y vaya creciendo hasta formar un templo donde habite tu gloria,
y así, llevado por ti, llegue finalmente a la ciudad celestial.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R/ Amén.

Terminada la oración, el obispo recibe la mitra y el báculo; el diácono, si


es el caso, se dirige a los fieles con estas u otras palabras:

Iniciemos nuestra procesión al sitio de la nueva iglesia, cantando las


alabanzas del Señor.

Y se ordena la procesión en la forma acostumbrada. Precede el crucífero


entre dos ministros con los ciriales; sigue el clero, luego el obispo con los
diáconos acompañantes y demás ministros y finalmente los fieles. Durante la
procesión, se canta la antífona siguiente, con el salmo 83 (sin Gloria al
Padre), u otro canto adecuado: Mi alma anhela los atrios del Señor. (T. P.
Aleluya.)

2.a forma: Reunión en el sitio de la futura iglesia

Si no se puede hacer la procesión o no parece conveniente, los fieles se


reúnen en el sitio de la futura iglesia. Una vez reunido el pueblo, se canta la
siguiente aclamación u otro canto adecuado:

La paz eterna venga sobre esta asamblea


de parte del eterno Padre,
la paz perenne, que es el Verbo del Padre,
sea paz para el pueblo de Dios,
y que el Espíritu consolador
conceda la paz a todos los hombres.
Mientras tanto, el obispo, con mitra y báculo, se dirige al lugar donde se
haya reunido el pueblo. Allí deja el báculo y la mitra y saluda a los fieles con
estas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del


Espíritu Santo esté con todos vosotros.

El pueblo contesta: Y con tu espíritu.

O bien otras palabras adecuadas.

Después, el obispo habla brevemente a los fieles para prepararlos a la


celebración e ilustrar el sentido de la misma.

Terminada la monición, el obispo dice: Oremos.

Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo prosigue :

Padre celestial,
tú fundaste la Iglesia
edificada sobre el cimiento de los apóstoles
y con el mismo Cristo Jesús por piedra angular;
haz que tu pueblo, reunido en tu nombre,
te venere, te ame, te siga
y vaya creciendo hasta formar un templo donde habite tu gloria,
y así, llevado por ti, llegue finalmente a la ciudad celestial.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R/ Amén.

LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

Entonces se leen uno o varios textos de la sagrada Escritura entre los que
se proponen en el Leccionario para la dedicación de una iglesia, intercalando
oportunamente el salmo responsorial u otro canto apropiado. Conviene leer,
sobre todo si se coloca la primera piedra, uno de los textos que se hallan en
las pp. 126-127.
Terminadas las lecturas se hace la homilía, en la cual se ilustran las
lecturas bíblicas y se explica el sentido de la celebración: que Cristo es la
piedra angular de la Iglesia y que el edificio que la Iglesia viva de los fieles
va a construir habrá de ser la casa de Dios y también del pueblo de Dios.
Después de la homilía, si es costumbre del lugar, se puede leer el
documento de la bendición de la primera piedra y del comienzo de la
construcción, que será firmado por el obispo y por los delegados de quienes
van a construir la iglesia, y será incluido en los cimientos junto con la
primera piedra.

BENDICIÓN DEL TERRENO DE LA NUEVA IGLESIA

Terminada la homilía, el obispo deja la mitra, se levanta y bendice el


terreno de la nueva iglesia, diciendo:

Oremos.
Dios, Padre nuestro,
que llenas de tal manera el universo
que tu nombre es glorificado en todas partes,
bendice + a estos hijos tuyos
que, con su generosidad y su trabajo, han dispuesto este terreno
con la intención de edificar en él una iglesia para ti;
haz que, con los mismos sentimientos de unidad y de alegría
con que celebran hoy esta ceremonia inaugural,
puedan luego celebrar en tu templo los sagrados misterios
y alabarte para siempre en el cielo.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R/ Amén.

Luego, con la mitra puesta, el obispo asperja el sitio de la nueva iglesia


con agua bendita, sea desde el centro o recorriendo procesionalmente el
circuito de los cimientos con los ministros. En este caso, se canta la antífona
siguiente, con el salmo 47 9-11. 13-15 (sin Gloria al Padre), u otro canto
adecuado: Las murallas de Jerusalén serán adornadas con piedras preciosas y
sus torres serán construidas con perlas (T.P. Aleluya)

Una vez terminada la bendición del sitio, si se va a colocar la primera


piedra, ésta se bendice y se coloca como se indica más adelante. En caso
contrario, se termina con la conclusión del rito (p. 22).

BENDICIÓN Y COLOCACIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA

El obispo va al sitio donde se ha de colocar la primera piedra, deja la


mitra y bendice la piedra diciendo:

Oremos.

Señor, Padre santo,


por el profeta Daniel prefiguraste a tu Hijo,
nacido de la Virgen María,
como la piedra desprendida de la montaña
sin intervención humana
y por el Apóstol lo designaste como único cimiento de tu Iglesia;
dígnate bendecir + esta primera piedra
que vamos a colocar en su nombre
y concédenos que el mismo Jesucristo,
a quien constituiste principio y fin de todas las cosas,
asegure el comienzo, el progreso y el término de esta obra.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R/ Amén.

A continuación, si se juzga oportuno, el obispo rocía la piedra con agua


bendita y la inciensa. Luego, toma de nuevo la mitra.
Después, el obispo coloca la primera piedra en los cimientos; puede
mientras tanto permanecer en silencio o decir estas u otras palabras:

Por nuestra fe en Jesucristo


colocamos la primera piedra en el cimiento de esta construcción,
para que, en la iglesia que aquí se levantará,
recibamos la fuerza y la gracia de los sacramentos celestiales,
y sea invocado y alabado el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
R/ Amén.

Luego, un obrero fija la piedra con cemento. Mientras tanto, se puede


cantar la siguiente antífona u otro canto adecuado:

La casa del Señor está construida sólidamente sobre roca firme. (T. P.
Aleluya.)

CONCLUSIÓN DEL RITO

Terminado el canto, el obispo deja la mitra. Sigue la oración universal o


de los fieles, usando la siguiente fórmula u otra adecuada:

El obispo invita a los fieles a orar, diciendo:

Queridos hermanos, invoquemos a Dios, Padre todopoderoso, para


que él, que nos ha reunido aquí para edificarle una nueva iglesia, haga de
nosotros templo vivo de su gloria, edificado sobre su Hijo Jesucristo,
piedra angular del mismo. Digámosle: Señor, bendice y guarda a tu
Iglesia.

Todos:
Señor, bendice y guarda a tu Iglesia.

Se prosigue con las invocaciones siguientes, después de cada una de las


cuales, la asamblea repite la respuesta indicada.
 Para que reúna en torno a sí a todos sus hijos que el pecado ha
dispersado, roguemos al Señor.
 Para que se digne cimentar sobre la roca firme de su Iglesia a
todos los que con sus dádivas o con su trabajo contribuirán a la
construcción de este edificio, roguemos al Señor.
 Por aquellos de nuestros hermanos a quienes unas
circunstancias adversas impiden la construcción de iglesias
dedicadas al nombre del Señor; que se esfuercen en edificarse a
sí mismos como templo vivo, en testimonio de su fe y de su
espíritu de alabanza, roguemos al Señor.
 Por todos los aquí presentes; para que, pulimentados por el
divino Artífice, nos hagamos dignos de participar en los
sagrados misterios que aquí se celebrarán, roguemos al Señor.

Luego, el obispo puede introducir la oración dominical con estas


palabras u otras semejantes:

Unamos la voz de la Iglesia orante a la voz de Cristo y supliquemos al Pa-


dre celestial con las palabras que su Hijo nos enseñó.

Todos recitan la oración dominical.

E1 obispo prosigue:

Señor, Padre santo, te glorificamos,


porque a tus fieles,
construidos por el bautismo como templos a ti consagrados,
les concedes edificar santuarios dedicados a tu gloria;
mira propicio a tus hijos
que comienzan alegres la construcción de una nueva iglesia,
y concédeles crecer para formar un templo para tu gloria,
hasta que, perfeccionados con tu gracia,
lleguen a la ciudad celestial.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R/ Amén.

El obispo recibe la mitra y el báculo y bendice al pueblo como de


costumbre. El diácono despide a la asamblea, diciendo:

Podéis ir en paz.

Todos:
Demos gracias a Dios.

poioioioipoi

INTRODUCCIÓN A LA DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA

I. NATURALEZA Y DIGNIDAD DE LAS IGLESIAS

1. Cristo, por su muerte y resurrección, se convirtió en el verdadero y


perfecto templo de la nueva Alianza 2 y reunió al pueblo adquirido por Dios.
Este pueblo santo, unificado por virtud y a imagen del Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, es la Iglesia3, o sea, el templo de Dios edificado con piedras
vivas, donde se da culto al Padre con espíritu y verdad4.
Con razón, pues, desde muy antiguo se llamó «iglesia» el edificio en el
cual la comunidad cristiana se reúne para escuchar la palabra de Dios, para
orar unida, para recibir los sacramentos y celebrar la eucaristía.
2. Por el hecho de ser un edificio visible, esta casa es un signo peculiar
de la Iglesia que peregrina en la tierra e imagen de la Iglesia celestial.
2
Cf. Jn 2, 21.
3
Cf. S. CIPRIANO, Sobre la oración del Señor, 23: PL 4, 553; CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia,
ntm, 4.
4
Cf. Jn4, 23.
Y porque la iglesia se construye como edificio destinado de manera fija
y exclusiva a reunir al pueblo de Dios y celebrar los sagrados misterios, con-
viene dedicarla al Señor con un rito solemne, según la antiquísima costumbre
de la Iglesia.
3. La iglesia, como lo exige su naturaleza, debe ser apta para las
celebraciones sagradas, hermosa, con una noble belleza que no consista
únicamente en la suntuosidad, y ha de ser un auténtico símbolo y signo de las
realidades sobrenaturales. «La disposición general del edificio sagrado
conviene que se haga de tal manera que sea como una imagen de la asamblea
reunida, que consienta un proporcionado orden de todas sus partes y que
favorezca la perfecta ejecución de cada uno de los ministerios.» En lo que se
refiere al presbiterio, el altar, la sede, el ambón y el lugar de la reserva del
Santísimo Sacramento, se observará lo prescrito por las normas que establece
la Ordenación general del Misal romano5.
Se observará también cuidadosamente lo pertinente a las cosas y lugares
destinados a los demás sacramentos, especialmente al bautismo y la pe-
nitencia6.

II. TITULAR DE LA IGLESIA


Y LAS RELIQUIAS DE SANTOS QUE EN ELLA SE COLOCAN

4. Toda iglesia que se dedica debe tener un titular. Pueden figurar,


para ello: la Santísima Trinidad; nuestro Señor Jesucristo, bajo la invocación
de un misterio de su vida o de un nombre ya introducido en la liturgia; el Es-
píritu Santo; la Virgen María, bajo una de las advocaciones admitidas en la
liturgia; los santos ángeles; finalmente, los santos que figuran en el
Martirologio romano o en su Apéndice debidamente aprobado. Para los bea-
tos se requiere indulto de la Sede apostólica. El titular de la iglesia será uno
solo, a no ser que se trate de santos que aparecen unidos en el calendario.
5. Es oportuno conservar la tradición de la liturgia romana de colocar
reliquias de mártires o de otros santos debajo del altar.7 Pero se tendrá en
cuenta lo siguiente:
a) Las reliquias deben evidenciar, por su tamaño, que se trata de partes
de un cuerpo humano. Se evitará, por tanto, colocar partículas pequeñas.
5
Cf. Ordenación general del Misal romano, núms. 253. 257. 258. 259-267. 271. 272. 276-277. Cf. Ritual romano: La sagrada comunión y el
culto del misterio eucarístico fuera de la misa, núms. 6 y 9-11.
6
Cf. Ritual romano: Bautismo de los niños, núm. 25; Ritual romano: Penitencia, núm. 12.
7
Cf. Ordenación general del Misal romano, núm. 266.
b) Debe averiguarse, con la mayor diligencia, la autenticidad de dichas
reliquias. Es preferible dedicar el altar sin reliquias que colocar reliquias
dudosas.
c) El cofre con las reliquias no se colocará ni sobre el altar, ni dentro de
la mesa del mismo, sino debajo de la mesa; teniendo en cuenta la forma del
altar.

III. CELEBRACIÓN DE LA DEDICACIÓN

Ministro del rito


6. Es competencia del obispo, que tiene encomendado el cuidado
pastoral de la Iglesia particular, dedicar a Dios las nuevas iglesias construidas
en su diócesis.
Pero, si él no puede presidir el rito, confiará este oficio a otro obispo, en
particular a quien tuviere como asociado y colaborador en el cuidado pastoral
de los fieles para quienes se construye la nueva iglesia; en circunstancias
especialísimas, puede dar un mandato especial para ello a un presbítero.

Elección del día


7. Para dedicar una nueva iglesia se elegirá un día en que sea posible
gran asistencia de fieles, sobre todo el domingo. Y, puesto que en este rito el
sentido de la dedicación lo invade todo, no se puede realizar aquellos días en
que no conviene en modo alguno dejar de lado el misterio que se conmemo-
ra: Semana santa, Natividad del Señor, Epifanía, Ascensión, Pentecostés,
Miércoles de ceniza y Conmemoración de todos los fieles difuntos.

Misa de la dedicación
8. La celebración de la misa está íntimamente ligada al rito de la
dedicación; por lo tanto, en lugar de los textos del día, se utilizarán los textos
propios, tanto para la liturgia de la palabra como para la liturgia eucarística.
9. Conviene que el obispo concelebre con los presbíteros que con él
cooperan en la ejecución de los ritos de la dedicación y con los responsables
de la parroquia o de la comunidad para la cual se ha construido la iglesia.

Oficio de la dedicación
10. El día de la dedicación de una iglesia se ha de considerar como
solemnidad en la misma iglesia que se dedica.
Se celebra el Oficio de la dedicación de la iglesia, que empieza con las
primeras Vísperas. Si se van a colocar reliquias debajo del altar, es muy
conveniente celebrar una Vigilia junto á las reliquias del mártir o santo, lo
cual se puede hacer muy bien celebrando el Oficio de lectura, tomado del Co-
mún o del Propio conveniente. Para favorecer la participación del pueblo, se
adaptará la Vigilia, según las normas de la Ordenación general de la Liturgia
de las Horas8.

Partes del rito de la dedicación

A. Entrada en la iglesia

11. El rito empieza con la entrada en la iglesia, la cual puede hacerse


de tres maneras, de acuerdo con las circunstancias de tiempo y lugar:
a) Procesión a la iglesia que se va a dedicar: Se hace la reunión en una
iglesia cercana, o en otro lugar apropiado, desde donde el obispo, los
ministros y los fieles se dirigen orando y cantando hacia la iglesia que se va a
dedicar.
b) Entrada solemne: Si no hay la procesión, la comunidad se reúne en
la entrada de la iglesia.
c) Entrada sencilla: Los fieles se reúnen en la misma iglesia; el obis-
po, los concelebrantes y los ministros salen de la sacristía en la forma acos-
tumbrada.

Dos ritos sobresalen en la entrada a la nueva iglesia:


a) Entrega de la iglesia: Los delegados de quienes edificaron la iglesia
la entregan al obispo.
b) Aspersión de la iglesia: El obispo bendice agua y asperja con ella al
pueblo, que es el templo espiritual, y asperja también los muros de la iglesia
y el altar.

B. Liturgia de la palabra

8
Cf. Ordenación general de la liturgia de las Horas, núms. 70-73.
12. En la liturgia de la palabra se hacen tres lecturas, escogidas de
entre las que propone el Leccionario para la celebración de la dedicación de
una iglesia.
Con todo, en la primera lectura se lee siempre, incluso en tiempo pas-
cual, el texto de Nehemías que nos muestra al pueblo de Jerusalén congrega-
do alrededor del escriba Esdras para escuchar la proclamación de la ley de
Dios (Ne 8, 2-4a. 5-6. 8-10).
13. Después de las lecturas, el obispo hace la homilía, en la cual
explica los textos bíblicos y el significado de la dedicación de la iglesia.
Se dice siempre el Credo. La oración universal o de los fieles se omite,
ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos.

C. Oración de dedicación y unción de la iglesia y del altar

Colocación de las reliquias de los santos


14. Después del canto de las letanías, se colocan, si es del caso, las
reliquias de un mártir para significar que el sacrificio de los miembros tuvo
principio en el sacrificio de la Cabeza 9. Si no se dispone de reliquias de
mártir, puede colocarse en el altar reliquias de otro santo.

La oración de dedicación
15. La celebración de la eucaristía es el rito máximo y el único
necesario para dedicar una iglesia; no obstante, de acuerdo con la común
tradición de la Iglesia, tanto oriental como occidental, se dice también una
peculiar oración de dedicación, en la que se expresa la voluntad de dedicar
para siempre la iglesia al Señor y se pide su bendición.

Unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar


16. Los ritos de unción, incensación, revestimiento e iluminación del
altar expresan con signos visibles algo de aquella acción invisible que Dios
realiza por medio de la Iglesia cuando ésta celebra los sagrados misterios, en
especial la eucaristía.
a) Unción del altar y de las paredes de la iglesia:

9
Cf. Misal romano, Común de mártires 8, oración sobre las ofrendas; S. AMBROSIO, Carta 22, 13: PL 16, 1023: «Vengan luego las
víctimas triunfales al lugar en que la víctima que se ofrece es Cristo; pero él sobre el altar, ya que padeció por todos, ellos bajo el altar, ya
que han sido redimidos por su pasión.» Cf. PSEUDO MÁXIMO DE TURIN, Sermón 78: PL 57, 689-690. Ap 6, 9: «Vi al pie del altar ¡as
almas de los asesinados por proclamar la palabra de Dios y por el testimonio que mantenían.»
En virtud de la unción con el crisma, el altar se convierte en símbolo de
Cristo, que es llamado y es, por excelencia, el «Ungido», puesto que el Padre
lo ungió con el Espíritu Santo y lo constituyó sumo Sacerdote para que, en el
altar de su cuerpo, ofreciera el sacrificio de su vida por la salvación de todos.
La unción de la iglesia significa que ella está dedicada toda entera y
para siempre al culto cristiano. Se hacen doce unciones, según la tradición
litúrgica, o cuatro, según las circunstancias, para significar que la iglesia es
imagen de la ciudad santa de Jerusalén.
b) Se quema incienso sobre el altar para significar que el sacrificio de
Cristo, que se perpetúa allí sacramentalmente, sube hasta Dios como suave
aroma y también para expresar que las oraciones de los fieles llegan
agradables y propiciatorias hasta el trono de Dios10.
La incensación de la nave de la iglesia indica, por su parte, que ésta, por
la dedicación, llega a ser casa de oración; pero se inciensa primero al pueblo
de Dios, ya que él es el templo vivo en el que cada uno de los fieles es un
altar espiritual11.
c) El revestimiento del altar indica que el altar cristiano es ara del
sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa del Señor, alrededor de la
cual los sacerdotes y los fieles, en una misma acción pero con funciones di-
versas, celebran el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la
Cena del Señor. Por eso el altar, como mesa del banquete sacrificial, se viste
y adorna festivamente. Ello significa claramente que es la mesa del Señor, a
la cual todos los fieles se acercan alegres para nutrirse con el alimento
celestial que es el cuerpo y la sangre de Cristo inmolado.
d) La iluminación del altar, seguida de la iluminación de la iglesia,
nos advierte que Cristo es la «luz para alumbrar a las naciones» 12 con cuya
claridad brilla la Iglesia y por ella toda la familia humana.

D. Celebración de la eucaristía

17. Una vez preparado el altar, el obispo celebra la eucaristía, que es la


parte principal y más antigua del rito13. La celebración eucarística se rela-
ciona íntimamente con él. En efecto:

10
Cf. Ap. 8, 3-4.
11
Cf. Rm 12, 1.
12
Lc 2, 32.
13
Cf. VIGILIO, papa, Carta al obispo Profuturo, 4: PL 84, 832.
— Con la celebración del sacrificio eucarístico se alcanza el fin principal de
la construcción de una iglesia y de un altar y se manifiesta con signos
preclaros.
— Además, la eucaristía, que santifica los corazones de quienes la reciben,
consagra en cierta manera el altar y el lugar de la celebración, como lo
afirman repetidas veces los antiguos Padres de la Iglesia: «Este altar es ad-
mirable porque, siendo piedra por su naturaleza, ha llegado a ser cosa santa
después que recibió el cuerpo de Cristo»14.
— También se hace evidente el nexo profundo que relaciona la dedicación de
una iglesia con la celebración eucarística por el hecho de que la misa de
dedicación tiene prefacio propio, estrechamente vinculado al rito.

IV. ADAPTACIÓN DEL RITO

Adaptaciones que competen a las Conferencias episcopales

18. Las Conferencias episcopales pueden adaptar este ritual a las


costumbres de cada país, pero sin quitarle nada de su nobleza y solemnidad.
Con todo, se observarán estas normas:

a) Nunca se omitirá la celebración de la misa, con su prefacio propio, ni la


oración de dedicación.

b) Se conservarán aquellos ritos que, por tradición litúrgica, tienen un


peculiar significado y fuerza expresiva (cf. núm. 16, p. 28), a no ser que obs-
ten graves razones, adaptando adecuadamente las fórmulas, si el caso lo re-
quiere.

Al hacer las adaptaciones, la competente autoridad eclesiástica consultará a la


Sede apostólica y con su aprobación introducirá las adaptaciones15.

Acomodaciones que competen a los ministros


19. Concierne al obispo y a quienes preparan la celebración del rito lo
siguiente:

14
S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre la segunda carta a los Corintios, 20, 3: PG 61, 540.
15
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 40.
a) Establecer el modo de realizar la entrada en la iglesia (cf. núm. 11, P-
27).
b) Determinar la manera de hacer la entrega de la nueva iglesia al obispo
(cf. núm. 11, p. 27).
c) Resolver sobre la oportunidad de colocar o no reliquias de santos,
buscando ante todo el bien espiritual de los fieles y observando lo prescrito
en el número 5 (p. 25).

Corresponde al rector de la iglesia que se va a dedicar, con la ayuda de


los que cooperan en la actuación pastoral, determinar y preparar todo lo re-
ferente a las lecturas y cantos, así como los recursos encaminados a fomentar
una provechosa participación del pueblo y a promover una decorosa ce-
lebración.

V. PREPARACIÓN PASTORAL

20. Para que los fieles participen con fruto en el rito de la dedicación, es
necesario que el rector de la iglesia que se va a dedicar y los peritos en pas-
toral los instruyan sobre el contenido de la celebración y sobre su eficacia
espiritual, eclesial y misional.
Por tanto, conviene explicar a los fieles las diversas partes de la iglesia
y sus usos, el rito de la dedicación y los principales símbolos litúrgicos en él
empleados, para que, con ayuda de los recursos oportunos, a través de los
ritos y plegarias entiendan claramente el sentido de la dedicación de la igle-
sia, y así participen de la acción litúrgica en forma consciente, piadosa y
activa.

VI. LO QUE DEBE PREPARARSE


PARA LA DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA

21. Para la dedicación de una iglesia, se preparará lo siguiente:


a) En el lugar donde se reúne la comunidad:
— el Pontifical romano;
— la cruz que se llevará en la procesión;
— si se han de llevar procesionalmente las reliquias de los santos, se
tendrá en cuenta lo que se dice en el número 24a (p. 32).
b) En la sacristía o en el presbiterio o en la nave de la iglesia, según el
caso:
— el Misal romano y el Leccionario;
— agua para bendecir y el hisopo;
— recipiente con el santo crisma;
— toallas para secar la mesa del altar;
— si es del caso, un mantel de lino encerado o un lienzo impermeable a
la medida del altar;
— jarra y palangana con agua, toallas y todo lo necesario para lavar las
manos del obispo y de los presbíteros que ungirán los muros de la
iglesia;
— un gremial;
— un brasero para quemar incienso o aromas; o granos de incienso y
cerillas para quemar sobre el altar;
— incensarios y la naveta con la cucharilla;
— cáliz, corporal, purificadores y manutergio;
— pan, vino y agua para la misa;
— la cruz del altar, a no ser que ya haya una cruz situada en el presbi-
terio o que la cruz que se llevará en la procesión de entrada sea
colocada luego cerca del altar;
— manteles, cirios, candelabros;
— si se quiere, flores.

22. Conviene conservar la antigua costumbre de colocar cruces de


piedra o de bronce o de otra materia conveniente, o de esculpirlas en los
muros de la iglesia. Así pues, se prepararán doce o cuatro cruces, según el
número de las unciones (cf. núm. 16, p. 28) y se distribuirán por las paredes
de la iglesia armónicamente y a una altura conveniente. Debajo de cada cruz
se colocará un pequeño candelabro con su cirio, el cual se encenderá oportu-
namente.

23. En la misa de la dedicación de una iglesia se usarán vestiduras


litúrgicas de color blanco o festivo. Se preparará:
a) Para el obispo: alba, estola, casulla, mitra, báculo pastoral y palio,
si tiene facultad de usarlo.
b) Para los presbíteros concelebrantes: las vestiduras para concelebrar
la misa.
c) Para los diáconos: albas, estolas y, si se quiere, dalmáticas.
d) Para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente
aprobadas.

24. Si se van a colocar debajo del altar reliquias de santos, se preparará


lo siguiente:
a) En el lugar donde se reúne la asamblea:
— el cofre con las reliquias, rodeado de flores y antorchas; si se hace la
entrada sencilla, se puede colocar el cofre en un lugar apropiado del
presbiterio, antes de comenzar el rito;
— para los diáconos que llevarán las reliquias: alba, estola de color
rojo, si se trata de reliquias de mártires, o de color blanco, en los
demás casos, y dalmáticas, si las hay disponibles; si las reliquias las
llevan presbíteros, en lugar de las dalmáticas, se les prepararán
casullas.
Pueden llevar las reliquias también otros ministros, revestidos con albas
u otras vestiduras legítimamente aprobadas.
b) En el presbiterio: una mesa pequeña para colocar las reliquias
mientras se realiza la primera parte del rito de la dedicación.
c) En la sacristía: mezcla de cemento para tapar la cavidad; ha de ha-
ber también un albañil que, a su tiempo, tapará el sepulcro de las reliquias.
25. Se escribirán las actas de la dedicación de la iglesia en dos
ejemplares, firmados por el obispo, el rector de la iglesia y delegados
de la comunidad local. Un ejemplar se guardará en el archivo
diocesano, otro en el de la iglesia dedicada. Cuando se colocan
reliquias, se hará un tercer ejemplar,
que se guardará en el mismo cofre de las reliquias.
En las actas se mencionarán el día, mes y año de la dedicación de
la iglesia, el nombre del obispo que preside la celebración, el titular
de la iglesia y, si es del caso, los nombres de los mártires o santos
cuyas reliquias se colocan bajo el altar.
Además, en un sitio apropiado de la iglesia, se colocará una
inscripción que mencione el día, mes y año de la celebración, el
titular de la iglesia y el nombre del obispo que celebró el rito.
VII ANIVERSARIO DE LA DEDICACIÓN

A. Aniversario de la dedicación de la iglesia catedral


26. Para manifestar la importancia y dignidad de la Iglesia
particular, se celebrará cada año el día aniversario de la dedicación de
su iglesia catedral, como solemnidad en la misma iglesia catedral,
como fiesta en las de más iglesias de la diócesis 16. Si el mismo día
aniversario está perpetuamente
impedido, se asignará su celebración para el día libre más cercano.
Conviene que en este día aniversario el obispo concelebre la
eucaristía en la iglesia catedral con el capítulo de los canónigos o el
consejo presbiteral y con la mayor participación posible de fieles.

B. Aniversario de la dedicación de la iglesia propia


27. Se celebra el día aniversario de la dedicación de la iglesia
como solemnidad17

Dedicación de una iglesia

RITOS INICIALES

Entrada en la iglesia

La entrada en la iglesia que se va a dedicar se hace, teniendo en


cuenta los tiempos y lugares, según una de las siguientes formas:

1.a forma: Procesión


La puerta de la iglesia estará cerrada. El pueblo se reúne en una
iglesia vecina o en un sitio adecuado desde donde pueda dirigirse la

16
Cf. Calendario romano, Tabla de los días litúrgicos, I 4 b y II 8 b.

17
Cf. ibid., I 4 b.
procesión hacia la iglesia. En el mismo sitio se prepararán las
reliquias de los mártires o santos, si es que hay que colocarlas bajo el
altar.
El obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y
ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, van al
sitio donde está reunido el pueblo. El obispo deja el báculo, se quita
la mitra y saluda al pueblo con estas u otras palabras tomadas
preferentemente de la sagrada Escritura:
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia
de Dios.
El pueblo contesta: Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.

Luego, el obispo se dirige al pueblo con estas u otras palabras


parecidas:
Llenos de alegría, queridos hermanos, nos hemos reunido para
dedicar una nueva iglesia, con la celebración del sacrificio del
Señor. Participemos activamente, oigamos con fe la palabra de
Dios, para que nuestra comunidad, renacida en la misma fuente
bautismal y alimentada en la misma mesa, crezca para formar un
templo espiritual y, reunida junto al mismo altar, aumente su
amor cristiano.

Terminada la monición, el obispo recibe la mitra y el báculo y


comienza la procesión hacia la iglesia. No se llevan cirios fuera de los
que van junto a las reliquias de los santos. No se quema incienso, ni
durante la procesión ni en la misa antes del rito de incensación del
altar y de la iglesia (cf. p. 50). Delante irá el crucífero, al que siguen
los ministros, luego los diáconos o los presbíteros que llevan las
reliquias de los santos, rodeados por ministros o fieles con antorchas
encendidas, los presbíteros concelebrantes, el obispo con dos
diáconos detrás suyo y finalmente los fieles.
Al comenzar la procesión, se canta la antífona siguiente, con el
salmo 121 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado: “Vamos
alegres a la casa del Señor.”
Al llegar a la puerta de la iglesia, se detienen. Los delegados de
quienes edificaron la iglesia (fieles de la parroquia o de la diócesis,
donantes, arquitectos, obreros) hacen entrega del edificio al obispo,
presentándole, según las circunstancias, o las escrituras de posesión
del nuevo edificio, o las llaves, o el plano del edificio, o el libro que
describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la
dirigieron y de los obreros. Uno de los delegados se dirige
brevemente al obispo y a comunidad, para ilustrar, si es el caso, el
significado de la arquitectura de la iglesia. Luego, el obispo pide al
presbítero que habrá de gobernar pastoralmente la iglesia que abra las
puertas de la iglesia.
Abierta la puerta, el obispo invita al pueblo a entrar en la iglesia,
con estas u otras palabras parecidas:

Entrad por las puertas del Señor con acción de gracias, por
sus atrios con himnos.

Entonces, detrás del crucífero, el obispo y los demás entran en la


iglesia. Al entrar la procesión, se canta la antífona siguiente, con el
salmo 23 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado: “Que se alcen
las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.”

El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra; los presbíteros


concelebrantes, los diáconos y ministros van a sus puestos en el
presbiterio. Las reliquias de los santos se colocan en un sitio
adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.

2.a forma: Entrada solemne


Si no hay procesión, los fieles se congregan delante de la puerta
de la iglesia que se va a dedicar. En ésta se habrán colocado antes,
privadamente, las reliquias de los santos.
Precedidos por el crucífero, el obispo y los presbíteros
concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus
respectivas vestiduras litúrgicas, se acercan a la puerta de la iglesia,
donde está reunido el pueblo. Conviene que la iglesia esté cerrada y
que el obispo, los concelebrantes, los diáconos y ministros lleguen a
ella desde fuera.
El obispo deja el báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con
estas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada
Escritura:
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia
de Dios.
El pueblo contesta: Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.

Luego, el obispo se dirige al pueblo con estas u otras palabras


parecidas:
Llenos de alegría, queridos hermanos, nos hemos reunido para
dedicar una nueva iglesia, con la celebración del sacrificio del
Señor. Participemos activamente, oigamos con fe la palabra de
Dios, para que nuestra comunidad, renacida en la misma fuente
bautismal y alimentad en la misma mesa, crezca para formar un
templo espiritual y, reunida junto al mismo altar, aumente su
amor cristiano.

Terminada la monición, el obispo recibe la mitra y, si se juzga


oportuno, se canta la antífona siguiente, con el salmo 121 (sin
Gloria al Padre), u otro canto adecuado: “Vamos alegres a la casa
del Señor.”

Entonces, los delegados de quienes edificaron la iglesia (fieles


de la parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros) hacen
entrega del edificio al obispo, presentándole, según las circuns tancias,
o las escrituras de posesión del nuevo edificio, o las llaves, o el
plano del edificio, o el libro que describe la marcha de la obra con
los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los
delegados se dirige brevemente al obispo y a la comunidad, para
ilustrar, si es el caso, el significado de la arquitectura de la iglesia.
Luego, si las puertas están cerradas, el obispo pide al presbítero que
habrá de gobernar pastoralmente la iglesia que abra las puertas de la
iglesia.

Entonces, el obispo recibe el báculo e invita al pueblo a entrar en


la iglesia, con estas u otras palabras parecidas:

Entrad por las puertas del Señor con acción de gracias, por
sus atrios con himnos.

Después, detrás del crucífero, el obispo y los demás entran en la


iglesia. Al entrar la procesión, se canta la antífona siguiente, con el
salmo 23 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado: "Que se alcen
las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.”

El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra; los presbíteros


concelebrantes, le diáconos y ministros van a sus puestos en el
presbiterio. Las reliquias de los santos se colocan en un sitio
adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.

3.a forma: Entrada sencilla

Si no se puede hacer entrada solemne, se hace la entrada sencilla.


Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros
concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus
respectivas vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía, precedidos por
el crucífero, y se dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia.
Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar,
se llevan en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía o
desde la capilla donde ya desde la vigilia han sido expuestas a la
veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden
colocar, antes del comienzo del rito, en un sitio adecuado del
presbiterio, en medio de antorchas.
Durante la procesión, se canta una de las antífonas de entrada
siguientes, con el salmo 121 (sin Gloria al Padre), u otro canto
adecuado:

Cuando la procesión llega al presbiterio, se colocan las reliquias


en un sitio adecuado, en medio de antorchas. Los presbíteros
concelebrantes, los diáconos y ministros van a sus puestos. El
obispo, sin besar el altar, va a la cátedra. Luego, deja el báculo, se
quita la mitra y saluda al pueblo con estas u otras palabras tomadas
preferentemente de la sagrada Escritura:

La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia


de Dios.
El pueblo contesta: Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.

Entonces, los delegados de quienes edificaron la iglesia (fieles


de la parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros)
hacen entrega del edificio al obispo, presentándole, según las
circunstancias, o las escrituras de posesión del nuevo edificio, o las
llaves, o el plano del edificio, o el libro que describe la marcha de la
obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno
de los delegados se dirige brevemente al obispo y a la comunidad,
para ilustrar, si es el caso, el significado de la arquitectura de la
iglesia.

Bendición y aspersión del agua

Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua para


rociar al pueblo en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo, y
para purificar los muros y el altar de la nueva iglesia.
Los ministros llevan el agua al obispo, que está de pie en la
cátedra. El obispo invita a todos a orar con estas u otras palabras
parecidas:
Queridos hermanos, al dedicar a Dios nuestro Señor esta casa,
supliquémosle que bendiga esta agua, creatura suya, con la cual
seremos rociados, en señal de penitencia y en recuerdo del
bautismo, y con la cual se purificarán los muros y el nuevo altar.
Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para que, dóciles al
Espíritu Santo que hemos recibido, permanezcamos fieles en su
Iglesia.

Y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo


continúa:
Dios, Padre nuestro, fuente de luz y de vida, que tanto amas a
los hombres que no sólo los alimentas con solicitud paternal, sino
que los purificas del pecado con el rocío de la caridad y los guías
constantemente hacia Cristo, su Cabeza; y así has querido, en tu
designio misericordioso, que los pecadores, al sumergirse en el
baño bautismal, mueran con Cristo y resuciten inocentes, sean
hechos miembros suyos y coherederos del premio eterno; santifica
con tu bendición + esta agua, creatura tuya, para que, rociada
sobre nosotros y sobre los muros de esta iglesia sea señal del
bautismo, por el cual, lavados en Cristo, llegamos a ser templos de
tu Espíritu; concédenos a nosotros y a cuantos en esta iglesia
celebrarán los divinos misterios llegar a la celestial Jerusalén. Por
Jesucristo nuestro Señor.

R/ Amén.

El obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita


al pueblo y los muros de la iglesia, pasando por la nave de la misma;
de regreso al presbiterio, rocía el altar. Mientras tanto, se canta una de
las antífonas siguientes u otro canto adecuado:
Vi que manaba agua del lado derecho del templo. Aleluya.
Y habrá vida donde quiera que llegue la corriente y cantarán:
Aleluya, aleluya.

En tiempo de Cuaresma:
Cuando os haga ver mi santidad, os reuniré de todos los países;
derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas
vuestras inmundicias y os infundiré un espíritu nuevo.

Después de la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y,


terminado el canto, dice, de pie, con las manos juntas:

Dios, Padre de misericordia, esté presente en esta casa de


oración y, con la gracia del Espíritu Santo, purifique a quienes
somos templo vivo para su gloria.
R/ Amén.

Himno y colecta
Luego, se dice el himno Gloria a Dios en el cielo, salvo en los
tiempos de Adviento y Cuaresma.
Terminado el himno, el obispo, con las manos juntas, dice:

Oremos.
Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo,
con las manos es das, dice:

Dios todopoderoso y eterno, derrama tu gracia sobre este lugar


de oración y socorre a cuantos en él invocan tu nombre; que la
fuerza de tu palabra y la eficacia de tus sacramentos fortalezcan el
corazón de los fieles que aquí se congregan. Por nuestro Señor
Jesucristo.

R\ Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA

Conviene celebrar la proclamación de la palabra de Dios de la


siguiente manera: dos lectores, uno de los cuales lleva el leccionario
de la misa, y un salmista se acercan al obispo. El obispo, de pie y con
la mitra puesta, toma el leccionario, lo muestra al pueblo y dice:

Resuene siempre en esta casa la palabra de Dios, para que


conozcáis el misterio de Cristo y se realice vuestra salvación
dentro de la Iglesia.
R/. Amén.
Luego, el obispo entrega el leccionario al primer lector. Y los
lectores y el salmista se dirigen al ambón, llevando el leccionario a la
vista de todos.

Las lecturas se disponen de la siguiente manera:

a) En primer lugar se proclama siempre la primera lectura del libro de


Nehemías (8, 2-4a. 5-6. 8-10), seguida del canto del salmo
responsorial (Sal 18 B, 8-9. 10.15), con la respuesta: Tus palabras,
Señor, son espíritu y vida.
b) La segunda lectura y el evangelio se toman de los textos
propuestos en el leccionario para la celebración de la dedicación de
una iglesia (pp. 128-132).

Para el evangelio no se llevan ciriales ni incienso .


Después del evangelio, el obispo hace la homilía, en la que
explica las lecturas bíblicas y el sentido del rito.
Terminada la homilía, se dice el Credo. En cambio, se omite la
oración de los fieles ya que en su lugar se cantan las letanías de los
santos.

ORACIÓN DE DEDICACIÓN Y UNCIONES

Letanías de los santos


Después, el obispo invita al pueblo a orar, con estas u otras
palabras parecidas:
Oremos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso,
quien de los corazones de los fieles ha hecho para sí templos
espirituales, y juntemos nuestras voces con la súplica fraterna de
los santos.

Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:


Pongámonos de rodillas.

E, inmediatamente, el obispo se arrodilla ante su sede; también


los demás se arrodillan.
Entonces, se cantan las letanías de los santos, a las que todos
responden. En ellas se añadirán, en sus sitios respectivos, las
invocaciones del titular de la iglesia, del patrono del lugar y, si es del
caso, de los santos cuyas reliquias se van a colocar. Se pueden añadir
también otras peticiones conforme a la naturaleza especial del rito y
a la condición de los fíeles.
Acabadas las letanías, el obispo (si está arrodillado, se pone de
pie), con las manos extendidas, dice:

Te pedimos, Señor, que, por la intercesión de la santa Virgen


María y de todos los santos, aceptes nuestras súplicas, para que
este lugar que va a ser dedicado a tu nombre sea casa de salvación
y de gracia, donde el pueblo cristiano, reunido en la unidad, te
adore con espíritu y verdad y se construya en el amor. Por
Jesucristo nuestro Señor.

R/ Amén.

Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:


Podéis levantaros.
Y todos se ponen de pie.
El obispo vuelve a ponerse la mitra.
Si no se colocan las reliquias de los santos, el obispo dice en
seguida la oración de dedicación, como se indica más adelante (p.
47).

Colocación de las reliquias


Si se van a colocar debajo del altar algunas reliquias de mártires o
de otros santos, el obispo va al altar. Un diácono o un presbítero lleva
las reliquias al obispo, quien las coloca en el sepulcro preparado para
recibirlas. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes,
con el salmo 14 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado: “Santos
de Dios, que habéis recibido un lugar bajo el altar, interceded por
nosotros ante el Señor Jesucristo.”

Mientras tanto, un albañil cierra el sepulcro, y el obispo regresa a


la cátedra.

Oración de dedicación
Hecho lo anterior, el obispo, de pie y sin mitra, junto a la cátedra
o junto al altar, dice en voz alta:

Oh Dios, santificador y guía de tu Iglesia,


celebramos tu nombre con alabanzas jubilosas,
porque en este día tu pueblo quiere dedicarte, para siempre,
con rito solemne, esta casa de oración,
en la cual te honra con amor,
se instruye con tu palabra
y se alimenta con tus sacramentos.

Este edificio hace vislumbrar el misterio de la Iglesia,


a la que Cristo santificó con su sangre,
para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria,
como Virgen excelsa por la integridad de la fe,
y Madre fecunda por el poder del Espíritu.

Es la Iglesia santa, la viña elegida de Dios,


cuyos sarmientos llenan el mundo entero,
cuyos renuevos, adheridos al tronco,
son atraídos hacia lo alto, al reino de los cielos.

Es la Iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres,


el templo santo, construido con piedras vivas,
sobre el cimiento de los Apóstoles,
con Cristo Jesús como suprema piedra angular.

Es la Iglesia excelsa,
la Ciudad colocada sobre la cima de la montaña,
accesible a todos, y a todos patente,
en la cual brilla perenne la antorcha del Cordero
y resuena agradecido el cántico de los bienaventurados.
Te suplicamos, pues, Padre santo,
que te dignes impregnar con santificación celestial
esta iglesia y este altar,
para que sean siempre lugar santo
y una mesa siempre lista para el sacrificio de Cristo.

Que en este lugar el torrente de tu gracia


lave las manchas de los hombres,
para que tus hijos, Padre, muertos al pecado,
renazcan a la vida nueva.

Que tus fieles, reunidos junto a este altar,


celebren el memorial de la Pascua
y se fortalezcan con la palabra y el cuerpo de Cristo.

Que resuene aquí la alabanza jubilosa


que armoniza las voces de los ángeles y de los hombres,
y que suba hasta ti la plegaria por la salvación del mundo.

Que los pobres encuentren aquí misericordia,


los oprimidos alcancen la verdadera libertad,
y todos los hombres sientan la dignidad de ser hijos tuyos,
hasta que lleguen, gozosos, a la Jerusalén celestial.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,


que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.

R/ Amén.
Unción del altar y de los muros de la iglesia

Luego, el obispo se quita, si es necesario, la casulla y toma un


gremial, va al altar con los diáconos y otros ministros, uno de los
cuales lleva el recipiente con el crisma, y procede a la unción del altar
y de los muros de la iglesia, tal como se describe más adelante.
Si el obispo quiere asociarse, en la unción de los muros, a algunos
de los présbiteros que concelebran con él el rito sagrado, terminada la
unción del altar, les entrega los recipientes con el sagrado crisma y
procede con ellos a realizar las unciones.
El obispo puede encomendar también esta unción de los muros a
los presbíteros para que la hagan ellos solos, en cuyo caso, después
de la unción del altar, les hace entrega de los recipientes con el santo
crisma.
El obispo, de pie ante el altar, dice en voz alta:

El Señor santifique con su poder este altar y esta casa que


vamos a ungir, para que expresen con una señal visible el misterio
de Cristo y de la Iglesia.

Luego, vierte el crisma en el medio y en los cuatro ángulos del


altar, y es aconsejable que unja también toda la mesa.
A continuación, unge los muros de la iglesia, signando con el
santo crisma las doce o cuatro cruces adecuadamente distribuidas, con
la ayuda, si se juzga oportuno, de dos o cuatro presbíteros.
Si ha encomendado la unción de los muros a los presbíteros,
éstos, cuando el obispo ha terminado la unción del altar, ungen los
muros de la iglesia, signando las cruces con el santo crisma.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el
salmo 83 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
“Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre
ellos; ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios.
(T. P. Aleluya.)”
Terminada la unción del altar y de los muros de la iglesia, el
obispo regresa a la cátedra y se sienta. Los ministros le traen lo
necesario para lavarse las manos. Luego, se quita el gremial y se pone
la casulla. También los presbíteros se lavan las manos después de
ungir los muros.

Incensación del altar y de la iglesia

Después del rito de la unción, se coloca sobre el altar un brasero


para quemar incienso o aromas, o, si se prefiere, se hace sobre el altar
un montón de incienso mezclado con cerillas. El obispo echa incienso
en el brasero o con un pequeño cirio que le entrega el ministro
enciende el montón de incienso, diciendo:

Suba, Señor, nuestra oración como incienso en tu presencia y,


así como esta casa se llena de suave olor, que en tu Iglesia se
aspire el aroma de Cristo.

Entonces, el obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el


altar. Luego, vuelve a la cátedra, es incensado y se sienta. Los
ministros, pasando por la nave de la iglesia, inciensan al pueblo y los
muros.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el
salmo 137, 1-6 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado: “Llegó
un ángel con un incensario de oro, y se puso junto al altar.”

Iluminación del altar y de la iglesia

Terminada la incensación, algunos ministros secan con toallas la


mesa del altar y la tapan, si es necesario, con un lienzo impermeable;
luego, cubren el altar con el mantel y lo adornan, según sea oportuno,
con flores; colocan adecuadamente los candelabros con los cirios
requeridos para la celebración de la misa y también, si es del caso, la
cruz.
Después, el diácono se acerca al obispo, el cual, de pie, le entrega
un pequeño cirio encendido, diciendo en voz alta:

Brille en la Iglesia la luz de Cristo para que todos los hombres


lleguen a la plenitud de la verdad.

Luego, el obispo se sienta. El diácono va al altar y enciende los


cirios para la celebración de la eucaristía.
Entonces, se hace una iluminación festiva: se encienden todos los
cirios, las candelas colocadas donde se han hecho las unciones y
todas las lámparas de la iglesia, en señal de alegría.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el
cántico de Tobías, 13, 10. 13-14ab. 14c-15. 17, u otro canto
adecuado, de preferencia en honor de Cristo, luz del mundo:
“Llega tu luz, Jerusalén, y la gloria del Señor amanece sobre
ti; caminarán los pueblos a tu luz. Aleluya.”

LITURGIA EUCARÍSTICA

Los diáconos y los ministros preparan el altar como de


costumbre. Algunos fieles traen el pan, el vino y el agua para la
eucaristía. El obispo recibe los dones en la cátedra. Mientras se
llevan éstos, conviene cantar la antífona siguiente u otro canto
adecuado:
“Señor Dios nuestro, con sincero corazón, te ofrezco todo
esto, y veo, con alegría, a tu pueblo aquí reunido; Señor, Dios de
Israel, consérvanos fieles a ti. (T. P. Aleluya.)”
Cuando todo está preparado, el obispo va al altar, deja la mitra y
lo besa.
La misa continúa como de costumbre, pero no se inciensan los
dones ni el altar.
Se dice la plegaria eucarística I o la III.
En las plegarias eucarísticas se hace memoria de la dedicación
de la iglesia, con las fórmulas que se hallan en el formulario de la
misa ritual para la dedicación de una iglesia (p. 120).
Cuando el obispo toma el cuerpo de Cristo, se empieza el canto
para la comunión. Se canta una de las antífonas siguientes, con el
salmo 127 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
“Mi casa será casa de oración, dice el Señor; en ella, quien
pide recibe, quien busca encuentra, y al que llama se le abre. (T.
P. Aleluya.)”

Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, se


continúa la misa como se indica más adelante (p. 55).

Inauguración de la capilla del santísimo sacramento

Conviene hacer la inauguración de la capilla de la reserva de la


santísima eucaristía de la siguiente manera: Después de la comunión,
se deja sobre la mesa del altar el copón con el santísimo sacramento.
El obispo va a la cátedra y todos oran, por unos instantes, en
silencio. Luego, el obispo dice la oración después de la comunión.
Después, el obispo vuelve al altar e inciensa, de rodillas, el
santísimo sacramento y, tomando el velo humeral, recibe el copón en
sus manos, cubiertas con dicho velo. Se ordena la procesión, en la
cual, marchando todos detrás del crucífero, se lleva el santísimo
sacramento con cirios e incienso por la nave de la iglesia a la capilla
de la reserva.
Mientras tanto, se canta la antífona siguiente, con el salmo 147
(sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado: “Glorifica al Señor,
Jerusalén.”
Cuando la procesión llega a la capilla de la reserva, el obispo
coloca el copón sobre el altar, o bien en el sagrario, dejando la puerta
abierta, impone incienso e inciensa arrodillado el santísimo
sacramento. Después de unos momentos de oración en silencio, el
diácono pone el copón en el sagrario o bien cierra la puerta del
mismo. Un ministro enciende la lámpara que arderá continuamente
delante del santísimo sacramento.
Si la capilla de la reserva del santísimo sacramento puede ser
vista fácilmente por los fieles, el obispo imparte allí inmediatamente
la bendición del fin de la misa. En caso contrario, la procesión
regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la
bendición desde el altar o desde la cátedra.
Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, terminada
la comunión de los fieles, el obispo dice la oración después de la
comunión.

Bendición final y despedida

El obispo torna la mitra y dice:


El Señor esté con vosotros.

El pueblo contesta: Y con tu espíritu.

Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir


la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
Inclinaos para recibir la bendición.

Entonces, el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo,


lo bendice diciendo:
El Dios, Señor del cielo y de la tierra, que ha querido
congregaros hoy para la dedicación de esta iglesia os enriquezca
con sus bendiciones.
R/ Amén.

El obispo:
Él, que quiso reunir en Cristo a todos los hijos dispersos,
haga de vosotros templo suyo y morada del Espíritu Santo.
R/ Amén.

El obispo:
Para que así, purificados de toda mancha, gocéis de Dios, que
viene a vosotros y en vosotros hace morada, y alcancéis un día,
con todos los santos, la heredad del reino eterno.
R/ Amén.

El obispo toma el báculo y prosigue:

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu


Santo, descienda sobre vosotros.
R/ Amén.

El diácono: Podéis ir en paz.

Todos: Demos gracias a Dios.

Dedicación de una iglesia


en la cual ya se celebran habitualmente
los sagrados misterios
NORMAS GENERALES
Para que se perciba plenamente la fuerza de los símbolos y el
sentido del rito, la inauguración de una nueva iglesia debe hacerse
juntamente con su dedicación; por eso, como antes se dijo, se
evitará, en lo posible, celebrar la misa en la nueva iglesia antes de
dedicarla (cf. Introducción a la dedicación de una iglesia, núms. 8.
15. 17: pp. 26, 28 y 29). Sin embargo, cuando se dedican iglesias en
las cuales ya se acostumbra celebrar los sagrados misterios, se
utilizará el rito que se propone a continuación.
Además, hay que distinguir aquellas iglesias recientemente
construidas, en las cuales el motivo para dedicarlas aparece más
claro, de aquellas otras que se han edificado hace ya largo tiempo.
Para dedicar estas últimas se requiere:
a) Que el altar no esté aún dedicado, pues tanto la costumbre
como el derecho litúrgico prohíben, con razón, dedicar una iglesia
sin dedicar su altar, ya que esto último es la parte principal de todo el
rito.
b) Que haya tenido lugar en el edificio algo nuevo o muy
cambiado, sea en su construcción material (por ejemplo, una radical
restauración), sea en su estatuto jurídico (por ejemplo, su elevación a
iglesia parroquial).
Todo lo que se ha dicho en la Introducción a la dedicación de
una iglesia vale también para este rito, a no ser que algo se vea
claramente que es extraño a la realidad de las cosas que
precisamente este rito tiene en cuenta, o que se prescriba de otra
manera.
Este rito difiere del de la dedicación de una iglesia (pp. 34-56),
sobre todo en lo siguiente:
a) Se omite el rito de abrir las puertas de la iglesia (cf. p. 36, o p.
38), puesto que la iglesia ya estaba abierta a los fieles. Por eso la
entrada se hace en la forma sencilla (cf. p. 39). Pero, si se trata de
dedicar una iglesia que estuvo cerrada por largo tiempo y que ahora
se abre de nuevo para las celebraciones sagradas sí que se puede
realizar este rito, que, en este caso, conserva su fuerza y su sentido.
b) El rito de entrega de la iglesia al obispo (cf. p. 35, o p. 38, o p.
41), según las circunstancias, se conservará, se omitirá o se adaptará
a la condición de la iglesia que se va a dedicar (se conservará en la
dedicación de una iglesia recién edificada; se omitirá en la
dedicación de una iglesia antigua que no ha sido cambiada en su
estructura material; se adaptará en la dedicación de una iglesia
antigua, profundamente restaurada).
c) El rito de rociar con agua bendita los muros de la iglesia (cf.
pp. 41-42), que tiene una índole lustral, se omite.
d) Lo que es propio de la primera proclamación de la palabra de
Dios (cf. p. 43) se omite y, por lo mismo, la liturgia de la palabra se
hace en la forma acostumbrada; en lugar de la primera lectura del
libro de Nehemías (8, 2-4a. 5-6. 8-10), seguida del salmo
responsorial 18 B, 8-9. 10. 15 (cf. p. 43), se elige otra lectura
adecuada.

RITOS INICIALES

Entrada

Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros


concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus
respectivas vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía, precedidos por
el crucífero, y se dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia.
Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar,
se llevan en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía o
desde la capilla donde ya desde la vigilia han sido expuestas a la
veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden
colocar, antes del comienzo del rito, en un sitio adecuado del
presbiterio, en medio de antorchas.
Durante la procesión, se canta una de las antífonas de entrada
siguientes, con el salmo 121 (sin Gloria al Padre), u otro canto
adecuado: “Dios vive en su santa morada. Dios, que prepara casa
a los desvalidos, da fuerza y poder a su pueblo.”

Cuando la procesión llega al presbiterio, se colocan las reliquias


en un sitio adecuado en medio de antorchas. Los presbíteros
concelebrantes, los diáconos y ministros van a sus puestos. El
obispo, sin besar e! altar, va a la cátedra. Luego, deja él báculo, se
quita la mitra y saluda al pueblo con éstas u otras palabras tomadas
preferentemente de la sagrada Escritura:

La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia


de Dios.
El pueblo contesta: Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.

Entonces, si según las circunstancias (cf. Normas generales, p.


57) se ha de entregar la iglesia al obispo, los delegados de quienes
edificaron la iglesia (fieles de la parroquia o de la diócesis, donantes,
arquitectos, obreros) hacen entrega del edificio al obispo,
presentándole, según las circunstancias, o las escrituras de posesión
del edificio, o las llaves, o el plano del edificio, o el libro que
describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la
dirigieron y de los obreros. Uno de los delegados s e dirige
brevemente al obispo y a la comunidad, para ilustrar, si es el caso, el
significado de la arquitectura de la iglesia.

Bendición y aspersión del agua

Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua para


rociar al pueblo en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo.
Los ministros llevan el agua al obispo, que está de pie en la
cátedra. El obispo invita a todos a orar con estas u otras palabras
parecidas:
Queridos hermanos, al dedicar a Dios nuestro Señor esta casa,
supliquémosle que bendiga esta agua, creatura suya, con la cual
seremos rociados en señal de penitencia y en recuerdo del
bautismo. Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para que,
dóciles al Espíritu Santo que hemos recibido, permanezcamos
fieles en su Iglesia.

Y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo


continúa :
Dios, Padre nuestro, fuente de luz y de vida,
que tanto amas a los hombres
que no sólo los alimentas con solicitud paternal,
sino que los purificas del pecado con el rocío de la caridad
y los guías constantemente hacia Cristo, su Cabeza;
y así has querido, en tu designio misericordioso,
que los pecadores, al sumergirse en el baño bautismal,
mueran con Cristo y resuciten inocentes,
sean hechos miembros suyos y coherederos del premio eterno;
santifica con tu bendición + esta agua, creatura tuya,
para que, rociada, sobre nosotros,
sea señal del bautismo,
por el cual, lavados en Cristo,
llegamos a ser templos de tu Espíritu;
concédenos a nosotros
y a cuantos en esta iglesia celebrarán los divinos misterios
llegar a la celestial Jerusalén.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R/ Amén.
El obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita
al pueblo. Luego, si el altar es totalmente nuevo, lo rocía también.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes u otro canto
adecuado:
“Vi que manaba agua del lado derecho del templo. Aleluya.
Y habrá vida donde quiera que llegue la corriente y cantarán:
Aleluya, aleluya.”

Después de la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y,


terminado el canto, dice de pie, con las manos juntas:
Dios, Padre de misericordia, con la gracia del Espíritu Santo,
purifique a quienes somos templo vivo para su gloria.

R/ Amén.

Himno y colecta
Luego, se dice el himno Gloria a Dios en el cielo, salvo en los
tiempos de Adviento y Cuaresma.
Terminado el himno, el obispo, con las manos juntas, dice:

Oremos.
Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo,
con las manos extendidas, dice:
Dios todopoderoso y eterno,
derrama tu gracia sobre este lugar de oración
y socorre a cuantos en él invocan tu nombre;
que la fuerza de tu palabra
y la eficacia de tus sacramentos
fortalezcan el corazón de los fieles
que aquí se congregan.
Por nuestro Señor Jesucristo.
R/ Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA
Todos se sientan y el obispo recibe la mitra. Luego, sigue la
liturgia de la palabra: las lecturas se toman de los textos propuestos
en el Leccionario para la celebración de la dedicación de una iglesia
(pp. 128-132).
Para el evangelio no se llevan ciriales ni incienso.
Después del evangelio, el obispo hace la homilía, en la que
explica las lecturas bíblicas y el sentido del rito.
Terminada la homilía, se dice el Credo. En cambio, se omite la
oración de los fíeles, ya que en su lugar se cantan las letanías de los
santos.

INTRODUCCIÓN A LA DEDICACIÓN DE UN ALTAR

I. NATURALEZA Y DIGNIDAD DEL ALTAR

Cristo es el altar del nuevo Testamento


1. Los antiguos Padres de la Iglesia, meditando la palabra de
Dios, no dudaron en afirmar que Cristo fue, al mismo tiempo, la
víctima, el sacerdote y el altar de su propio sacrificio 18.
En efecto, la carta a los Hebreos presenta a Cristo como el sumo
Sacerdote y, al mismo tiempo, como el Altar vivo del templo
celestial19. Y en el Apocalipsis aparece nuestro Redentor como el
Cordero degollado20, cuya oblación es llevada hasta el altar del cielo
por manos del Ángel de Dios21.

18
Cf. S. EPIFANIO, Panano, II, 1, herejía 55: PG 41, 979; S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Sobre la don con espíritu y verdad, 9:
PG 68, 547.
19
Cf. Hb 4, 14; 13, 10.
20
Cf. Ap 5, 6.
21
Cf. Misal romano, Ordinario de la misa, Canon romano.
También el discípulo de Cristo es un altar espiritual

2. Si Cristo, Cabeza y Maestro, es verdadero altar, también sus


miembros y discípulos son altares espirituales, en los que se ofrece a
Dios el sacrificio de una vida santa. Esto lo afirman ya los santos
Padres. San Ignacio de Antioquía suplica a los Romanos: «El mejor
favor que podéis hacerme es dejar que sea inmolado para Dios,
mientras el altar está aún preparado»22. San Policarpo amonesta a las
viudas a que vivan santamente, porque «son el altar de Dios»23. A
estas voces, se une, entre otros, san Gregorio Magno: «¿Qué es el
altar de Dios sino la mente de quienes viven honestamente?... Con
razón, pues, el corazón de los justos es llamado el altar de Dios»24.
O, según otra imagen célebre entre los escritores eclesiásticos,
los fieles cristianos que se dedican por completo a la oración, que
ofrecen a Dios el sacrificio de sus plegarias y súplicas, son ellos
mismos piedras vivas con las que el Señor Jesús edifica el altar de la
Iglesia25.

El altar es la mesa del sacrificio y del convite pascual

3. El Señor Jesucristo, al instituir, bajo la forma de un banquete


sacrificial, el memorial del sacrificio que iba a ofrecer al Padre en el
ara de la cruz, santificó la mesa en la cual se reunirían los fieles para
celebrar su Pascua. Así, pues, el altar es mesa de sacrificio y de
convite en la que el sacerdote, en representación de Cristo Señor,
hace lo mismo que hizo el Señor en persona y encargó a los
discípulos que hicieran en conmemoración suya, todo lo cual resume
admirablemente el Apóstol cuando dice: «El cáliz de nuestra Acción
de gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que
partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno,
22
Carta a los Romanos II, 2: Funk, 1, 255.
23
Carta a los Filipenses IV, 3: Funk, 1, 301.
24
Homilías sobre el libro de Ezequiel II, 10, 19: PL 76, 1069.
25
Cf. ORÍGENES, Homilías sobre el libro de Josué, 9, 1: SC 71, pp. 244 y 246.
y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo,
porque comemos todos del mismo pan».26

El altar es signo de Cristo

4. Los hijos de la Iglesia pueden, según las circunstancias,


celebrar en cualquier lugar el memorial de Cristo y acercarse a la
mesa del Señor. Pero conviene al misterio eucarístico que los fieles
levanten un altar estable para celebrar la Cena del Señor, como se
viene haciendo desde los tiempos antiguos.
El altar cristiano es, por su misma naturaleza, la mesa peculiar
del sacrificio y del convite pascual:
— Es el ara peculiar en la cual el sacrificio de la cruz se
perpetúa sacramentalmente para siempre hasta la venida de
Cristo.
— Es la mesa junto a la cual se reúnen los hijos de la Iglesia
para dar gracias a Dios y recibir el cuerpo y la sangre de
Cristo.
Así, pues, en todas las iglesias el altar es el «centro de la acción
de gracias que se realiza en la eucaristía», y el lugar a cuyo rededor 27

giran de un modo u otro las demás acciones litúrgicas.28


Por el hecho de que el memorial del Señor se celebra en el altar
y allí se entrega a los fieles su cuerpo y su sangre, los escritores
eclesiásticos han visto en el altar como un signo del mismo Cristo.
De ahí la expresión: «El altar es Cristo.»

El altar es honor de los mártires


5. Toda la dignidad del altar le viene de ser la mesa del Señor.
Por eso los cuerpos de los mártires no honran el altar, sino que éste
dignifica el sepulcro de los mártires. Porque, para honrar los cuerpos
26
Cf. ICo 10, 16-17.
27
Ordenación general del Misal romano, núm. 259.
28
Cf. Pío XII, Carta encíclica Mediator Dei: AAS 39 (1947), p. 529.
de los mártires y de otros santos y para significar que el sacrificio de
los miembros tuvo principio en el sacrificio de la Cabeza, 29 conviene
edificar el altar sobre sus sepulcros o colocar sus reliquias debajo de
los altares, de tal manera que «vengan luego las víctimas triunfales
al lugar en que la víctima que se ofrece es Cristo; pero él sobre el
altar, ya que padeció por todos, ellos bajo el altar, ya que han sido
redimidos por su pasión».30 Esta disposición repite, en cierta manera,
la visión de san Juan en el Apocalipsis: «Vi al pie del altar las almas
de los asesinados por proclamar la palabra de Dios y por el
testimonio que mantenían».31 Porque, aunque todos los santos son
llamados, con razón, testigos de Cristo, sin embargo, el testimonio
de la sangre tiene una fuerza especial que sólo las reliquias de los
mártires colocadas bajo el altar expresan en toda su integridad.

II. ERECCIÓN DEL ALTAR

6. Conviene que haya un altar fijo en toda iglesia; en los demás


lugares dedicados a las celebraciones sagradas, un altar fijo o móvil.
Un altar se llama fijo cuando está construido sobre el pavimento,
de manera que no se pueda mover; se llama móvil si se puede
trasladar32.
7. Conviene que en las nuevas iglesias no se construya sino un
solo altar para que, dentro del único pueblo de Dios, el altar único
exprese que uno solo es nuestro Salvador Jesucristo y que es única la
eucaristía de la Iglesia.
Sin embargo, en la capilla destinada a la reserva del santísimo
sacramento, que estará separada, en cuanto sea posible, de la nave de
la iglesia, se podrá colocar otro altar, en el cual se pueda celebrar la
misa para pequeños grupos de fieles, en los días entre semana.

29
Cf. Misal romano, Común de mártires 8, oración sobre las ofrendas.
30
S. AMBROSIO, Carta 22, 13: PL 16, 1023; cf. PSEUDO MAXIMO DE TURIN, Sermón 78: PL 57, 689490.
31
Ap 6, 9.
32
Cf. Ordenación general del Misal romano, núms. 265. 261.
Se evitará, de todas maneras, construir varios altares con el solo
pretexto de adornar la iglesia.
8. El altar se construirá separado del muro, para que el sacerdote
pueda rodearlo fácilmente y celebrar la misa de cara al pueblo.
«Ocupe el lugar que sea de verdad el centro hacia el que
espontáneamente converja la atención de toda la asamblea de los
fieles»33.
9. Según la costumbre tradicional de la Iglesia y el simbolismo
bíblico inherente al altar, la mesa del altar fijo será de piedra natural.
Sin embargo, a juicio de las Conferencias episcopales, se puede
utilizar otro material artificial, digno y sólido.
Las columnas o la base para sostener la mesa pueden construirse
de cualquier material con tal que sea digno y sólido34.
10. Por su misma naturaleza, el altar se dedica sólo a Dios,
puesto que el sacrificio eucarístico solamente se ofrece a él. En este
sentido, debe entenderse la costumbre de la Iglesia de dedicar altares
a Dios en honor de los santos, como lo expresa bellamente san
Agustín: «A ninguno de los mártires, sino al mismo Dios de los
mártires levantamos altares»35.
Esto se debe explicar con toda claridad a los fieles. En las
nuevas iglesias no deben colocarse sobre el altar imágenes de santos.
Tampoco se colocarán sobre la mesa del altar reliquias de santos,
cuando se expongan a la veneración de los fieles.
11. Es oportuno conservar la tradición de la liturgia romana de
colocar reliquias de mártires o de otros santos debajo del altar 36. Pero
se tendrá en cuenta lo siguiente:
a) Las reliquias deben evidenciar, por su tamaño, que se trata de
partes de un cuerpo humano. Se evitará, por tanto, colocar partículas
pequeñas.

33
Cf. Ordenación general del Misal romano, núm. 262.
34
Cf. ibid., núm. 263.
35
Contra Fausto, XX, 21: PL 42. 384.
36
Cf. Ordenación general del Misal romano, núm. 266.
b) Debe averiguarse, con la mayor diligencia, la autenticidad de
dichas reliquias. Es preferible dedicar el altar sin reliquias que
colocar reliquias dudosas.
c) El cofre con las reliquias no se colocará ni sobre el altar, ni
dentro de la mesa del mismo, sino debajo de la mesa, teniendo en
cuenta la forma del altar.
Cuando tiene lugar el rito de colocar las reliquias, es muy
conveniente celebrar una Vigilia junto a las reliquias del mártir o
santo, según se dijo antes en el número 10 de la Introducción a la
dedicación de una iglesia (p. 26).

III. CELEBRACIÓN DE LA DEDICACIÓN

Ministro del rito

12. Es competencia del obispo, que tiene encomendado el


cuidado pastoral de la Iglesia particular, dedicar a Dios los nuevos
altares levantados en su diócesis. Si no puede hacerlo personalmente,
confiará este oficio a otro obispo, en particular a quien tuviere como
asociado y colaborador en el cuidado pastoral de los fieles para
quienes se erige el nuevo altar; en circunstancias especialísimas,
puede dar un mandato especial para ello a un presbítero.

Elección del día


13. Puesto que el altar llega a ser sagrado ante todo por la
celebración eucarística, para conservar la verdad de las cosas se
evitará celebrar la misa en el nuevo altar antes de su dedicación, de
tal manera que la misa de la dedicación sea también la primera
eucaristía que se celebra en ese altar.
14. Para dedicar un nuevo altar se elegirá un día en que sea
posible gran asistencia de fieles, sobre todo el domingo, si no
aconsejan otra cosa razones pastorales. Pero no se puede celebrar en
la Semana santa, ni en el Miércoles de ceniza, ni en la
Conmemoración de todos los fieles difuntos.

Misa de la dedicación
15. La celebración eucarística está íntimamente ligada al rito de
la dedicación de un altar. Se dice la misa «En la dedicación de un
altar». Pero, en la Natividad del Señor, en la Epifanía, en la
Ascensión, en Pentecostés y en los domingos de Adviento,
Cuaresma y Pascua, se dice la misa del día, salvo la oración sobre las
ofrendas y el prefacio, que están íntimamente relacionados con el
rito mismo.
16. Conviene que el obispo concelebre con los presbíteros
presentes, particularmente con los responsables de la parroquia o de
la comunidad para la cual se ha levantado el altar.

Partes del rito de la dedicación

A. Ritos iniciales

17. Los ritos iniciales de la misa de la dedicación de un altar se


hacen en la forma acostumbrada, pero, en lugar del acto penitencial,
el obispo bendice el agua y rocía con ella al pueblo y el nuevo altar.

B. Liturgia de la palabra

18. En la liturgia de la palabra conviene hacer tres lecturas,


tomadas, conforme a las rúbricas, sea de la liturgia del día (cf. núm.
15, p. 79), sea de las que propone el Leccionario para la celebración
de la dedicación de un altar.
19. Después de las lecturas, el obispo hace la homilía, en la
cual explica los textos bíblicos y el significado de la dedicación del
altar.
Terminada la homilía, se dice el Credo. La oración universal o
de los fieles se omite, ya que en su lugar se cantan las letanías de los
santos.

C. Oración de dedicación y unción del altar

Colocación de las reliquias de los santos

20. Después del canto de las letanías, si es del caso, se colocan


bajo el altar las reliquias de mártires o de otros santos, para expresar
que todos los que han sido bautizados en la muerte de Cristo, y
especialmente los que han derramado su sangre por el Señor,
participan de la pasión de Cristo (cf. núm. 5, p. 71).

La oración de dedicación

21. La celebración de la eucaristía es el rito máximo y el único


necesario para dedicar un altar; no obstante, de acuerdo con la
común tradición de la Iglesia, tanto oriental como occidental, se dice
también una peculiar oración de dedicación, en la que se expresa la
voluntad de dedicar para siempre el altar al Señor y se pide su
bendición.

Unción, incensación, revestimiento e iluminación


22. Los ritos de unción, incensación, revestimiento e iluminación
del altar expresan con signos visibles algo de aquella acción
invisible que Dios realiza por medio de la Iglesia cuando ésta celebra
los sagrados misterios, en especial la eucaristía.
a) Unción del altar: En virtud de la unción con el crisma, el altar
se convierte en símbolo de Cristo, que es llamado y es, por
excelencia, el «Ungido», puesto que el Padre lo ungió con el Espíritu
Santo y lo constituyó sumo Sacerdote para que, en el altar de su
cuerpo, ofreciera el sacrificio de su vida por la salvación de todos.
b) Se quema incienso sobre el altar para significar que el
sacrificio de Cristo, que se perpetúa allí sacramentalmente, sube
hasta Dios como suave aroma y también para expresar que las
oraciones de los fieles llegan agradables y propiciatorias hasta el
trono de Dios37.
c) El revestimiento del altar indica que el altar cristiano es ara
del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa del Señor,
alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una misma acción
pero con funciones diversas, celebran el memorial de la muerte y
resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso el altar,
como mesa del banquete sacrificial, se viste y adorna festivamente.
Ello significa claramente que es la mesa del Señor, a la cual todos
los fieles se acercan alegres para nutrirse con el alimento celestial
que es el cuerpo y la sangre de Cristo inmolado.
d) La iluminación del altar nos advierte que Cristo es la «luz
para alumbrar a las naciones»38, con cuya claridad brilla la Iglesia y
por ella toda la familia humana.

D. Celebración de la eucaristía
23. Una vez preparado el altar, el obispo celebra la eucaristía,
que es la parte principal y más antigua del rito39. La celebración
eucarística se relaciona íntimamente con él. En efecto:
— Con la celebración del sacrificio eucarístico se alcanza y se
manifiesta el fin para el cual el altar ha sido construido
37
Cf. Ap 8, 3-4: Un ángel «vino con un incensario de oro, y se puso junto al altar. Le entregaron muchos perfumes, para que aromatizara
las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro situado delante del trono. Y por manos del ángel subió a la presencia de Dios el
aroma de los perfumes, junto con las oraciones de los santos.»
38
Lc 2, 32
39
Cf. VIGILIO, papa, Carta al obispo Profuturo, 4: PL 84, 832.
— Además, la eucaristía, que santifica los corazones de quienes
la reciben, consagra en cierta manera el altar, como lo afirman
repetidas veces los antiguos Padres de la Iglesia: “Este altar es
admirable porque, siendo piedra por su naturaleza, ha llegado a ser
cosa santa después que recibió el cuerpo de Cristo”40.
— También se hace evidente el nexo profundo que relaciona la
dedicación de un altar con la celebración eucarística por el hecho de
que la misa de dedicación tiene prefacio propio, estrechamente
vinculado al rito.

IV. ADAPTACIÓN DEL RITO

Adaptaciones que competen a las Conferencias episcopales

24. Las Conferencias episcopales pueden adaptar este ritual a las


costumbres de cada país, pero sin quitarle nada de su nobleza y
solemnidad. Con todo, se observarán estas normas:
a) Nunca se omitirá la celebración de la misa, con su prefacio
propio, ni la oración de dedicación.
b) Se conservarán aquellos ritos que, por tradición litúrgica,
tienen un peculiar significado y fuerza expresiva (cf. núm. 22 p. 81),
a no ser que obsten graves razones, adaptando adecuadamente las
fórmulas, si el caso lo requiere.
Al hacer las adaptaciones, la competente autoridad eclesiástica
consultará a la Sede apostólica y con su aprobación introducirá las
adaptaciones41.

Acomodaciones que competen a los ministros


25. Concierne al obispo y a quienes preparan la celebración del
rito resolver sobre la oportunidad de colocar o no reliquias de santos,

40
S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre la segunda carta a los Corintios, 20, 3: PG 61, 540.
41
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, número 40.
buscando ante todo el bien espiritual de los fieles y el verdadero
sentido litúrgico, y observando lo prescrito en el número 11 (p. 78).
Corresponde al rector de la iglesia, en qué se va a dedicar el
altar, con la ayuda de los que cooperan en la actuación pastoral,
determinar y preparar todo lo referente a las lecturas y cantos, así
como los recursos encaminados a fomentar una provechosa
participación del pueblo y a promover una decorosa celebración.

V. PREPARACIÓN PASTORAL
26. Se informará oportunamente a los fieles sobre la dedicación
del nuevo altar, preparándolos además para que participen
activamente en el rito. Con este fin, se les instruirá sobre el
significado y ejecución de cada una de sus partes. Para esta
catequesis puede servir lo que se dijo antes sobre la naturaleza y
dignidad del altar y sobre el sentido y valor de los ritos. Así los fieles
quedarán imbuidos del amor que se debe al altar.

VI. LO QUE DEBE PREPARARSE PARA LA DEDICACIÓN


DE UN ALTAR

27. Para la dedicación de un altar, se preparará lo siguiente:


— el Misal romano, el Leccionario y el Pontifical romano;
— la cruz y el libro de los evangelios que se llevarán en la
procesión;
— agua para bendecir y el hisopo;
— recipiente con el santo crisma;
— toallas para secar la mesa del altar;
— si es del caso, un mantel de lino encerado o un lienzo
impermeable a la medida del altar;
— jarra y palangana con agua, toallas y todo lo necesario para
lavar las manos del obispo;
— un gremial;
— un brasero para quemar incienso o aromas; o granos de
incienso y cerillas para quemar sobre el altar;
— un incensario y la naveta con la cucharilla;
— cáliz, corporal, purificadores y manutergio;
— pan, vino y agua para la misa;
— la cruz del altar, a no ser que ya haya una cruz situada en el
presbiterio o que la cruz que se llevará en la procesión de
entrada sea colocada luego cerca del altar;
— manteles, cirios, candelabros;
— si se quiere, flores.

28. En la misa de la dedicación de un altar se usarán vestiduras


litúrgicas de color blanco o festivo. Se preparará:
a) Para el obispo: alba, estola, casulla, mitra, báculo pastoral y
palio, si tiene facultad de usarlo.
b) Para los presbíteros concelebrantes: las vestiduras para
concelebrar la misa.
c) Para los diáconos: albas, estolas y, si se quiere, dalmáticas.
d) Para los demás ministros: albas u otras vestiduras
legítimamente aprobadas.

29. Si se van a colocar debajo del altar reliquias de santos, se


preparará lo siguiente:
a) En el lugar de donde sale la procesión:
— el cofre con las reliquias, rodeado de flores y antorchas;
— según las circunstancias, se puede colocar el cofre en un
lugar apropiado del presbiterio, antes de comenzar el rito;
— para los diáconos que llevarán las reliquias: alba, estola de
color rojo, si se trata de reliquias de mártires, o de color
blanco, en los demás casos, y dalmáticas, si las hay
disponibles; si las reliquias las llevan presbíteros, en lugar de
las dalmáticas, se les prepararán casullas.
Pueden llevar las reliquias también otros ministros, revestidos
con albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.
b) En el presbiterio: una mesa pequeña para colocar las reliquias
mientras se realiza, la primera parte del rito de la dedicación.
c) En la sacristía: mezcla de cemento para tapar la cavidad; ha de
haber también un albañil que, a su tiempo, tapará el sepulcro de las
reliquias.
30. Conviene conservar la costumbre de incluir dentro del cofre
de las reliquias un pergamino en el cual se mencionarán el día, mes y
año de la dedicación del altar, el nombre del obispo celebrante que
preside la celebración, el titular de la iglesia y los nombres de los
mártires o santos cuyas reliquias se colocan bajo el altar.
Se escribirán, también, las actas de la dedicación del altar en dos
ejemplares, firmados por el obispo, el rector de la iglesia y delegados
de la comunidad local. Un ejemplar se guardará en el archivo
diocesano, otro en el de la iglesia.

Dedicación de un altar

RITOS INICIALES
Entrada en la iglesia
Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros
concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus
respectivas vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía precedidos por
el crucífero, y se dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia.
Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar,
se llevan en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía o
desde la capilla donde ya desde la vigilia han sido expuestas a la
veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden
colocar, antes del comienzo del rito, en un sitio adecuado del
presbiterio, en medio de antorchas.
Durante la procesión, se canta una de las antífonas de entrada
siguientes, con el salmo 42 (sin Gloria al Padre), u otro canto
adecuado: “Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo, mira el rostro de tu
Ungido. Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa. (T. P.
Aleluya.)”

Oración de dedicación
Hecho lo anterior, el obispo, de pie y sin mitra, junto al altar,
dice en voz alta:
Te alabamos, Señor, te bendecimos,
porque en tu inefable designio de amor
determinaste que, superadas las diversas figuras
que en otro tiempo prefiguraban el altar definitivo,
fuese el mismo Cristo quien les diese cumplimiento.

Noé, segundo origen de la raza humana,


calmadas las aguas del diluvio,
construyó un altar y te ofreció un sacrificio
que tú, Padre, aceptaste como un calmante aroma,
renovando tu alianza de amor con los hombres.

Abraham, nuestro padre en la fe,


sometiéndose de corazón a tu mandato,
levantó un altar,
porque, en aras de tu voluntad,
no te negó a su hijo amado.

También Moisés, mediador de la Ley antigua,


erigió un altar y lo roció con la sangre del cordero,
como signo profético que anunciaba el ara de la cruz.
Todo ello Cristo, con su misterio pascual,
hizo que pasara de signo a realidad plena;
él, en efecto, sacerdote y víctima,
subió al árbol de la cruz
y se ofreció a ti, Padre, como oblación pura,
para borrar los pecados de todo el mundo
y establecer la nueva y eterna alianza.

Por eso, Señor, te rogamos


que derrames sobre este altar,
construido en el lugar de tu asamblea santa,
la plenitud de tu bendición celestial,
para que sea un ara dedicada para siempre al sacrificio de
Cristo
y sea también la mesa del Señor,
donde tu pueblo se alimente en el convite sagrado.

Esta piedra, pulimentada por el trabajo humano,


sea para nosotros signo de Cristo,

Si el altar no es de piedra:
Este altar sea para nosotros signo de Cristo,

de cuyo lado, traspasado en la cruz,


brotó sangre y agua,
inicio de los sacramentos de la Iglesia.

Sea la mesa del banquete gozoso,


a la que acudamos llenos de alegría,
obedientes a la invitación de Cristo, tu Hijo;
y en ella, descargando en ti nuestras preocupaciones e
inquietudes,
hallemos un renovado vigor para reemprender nuestro
camino.

Sea el lugar de la íntima comunión y paz contigo,


donde, nutridos con el cuerpo y sangre de tu Hijo
e imbuidos de su Espíritu,
crezcamos siempre en tu amor.

Sea fuente de unidad y de concordia


para todos los que formamos tu Iglesia santa;
fuente a la que tus hijos acudan hermanados
para beber en ella el espíritu de mutua caridad.

Sea el centro de nuestra alabanza y acción de gracias,


hasta que lleguemos jubilosos a la mansión eterna,
donde te ofreceremos el sacrificio de la alabanza perenne,
unidos a Cristo, el sumo Sacerdote y altar vivo.

Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo


y es Dios, por los siglos de los siglos.

R/ Amén.

Unción del altar


Luego, el obispo se quita, si es necesario, la casulla y toma un
gremial, y va al altar con el diácono u otro ministro que lleva el
recipiente con el crisma.
El obispo, de pie ante el altar, dice en voz alta:

El Señor santifique con su poder este altar que vamos a ungir,


para que exprese con una señal visible el misterio de Cristo que se
ofreció al Padre por la vida del mundo.
Luego, vierte el crisma en el medio y en los cuatro ángulos del
altar, y es aconsejable que unja también toda la mesa.
Mientras se hace la unción, se canta una antífona, con un salmo,
los cuales varían según el tiempo litúrgico.

Bendición final y despedida

El obispo toma la mitra y dice: El Señor esté con vosotros.


El pueblo contesta: Y con tu espíritu.

Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir


la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
Inclinaos para recibir la bendición.

Entonces, el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo,


lo bendice diciendo:

El Dios, que os ha enriquecido con el sacerdocio real, os conceda


cumplir fielmente vuestros deberes y participar dignamente del
sacrificio de Cristo.
R/ Amén.

El obispo:
Que el Señor, que os ha reunido en torno a un mismo altar y os ha
alimentado con un mismo pan, os conceda tener un solo corazón y
una sola alma.
R/ Amén.

El obispo:
Que él mismo os conceda ganar para Cristo, a través del ejemplo
de vuestro amor, a todos a quienes anunciáis a Cristo.
Amén.

Bendición de una iglesia

NORMAS GENERALES

Conviene dedicar a Dios los lugares sagrados o iglesias


destinados de manera estable para celebrar los divinos misterios,
según el rito de la Dedicación de una iglesia (cf. pp. 34-56), que
sobresale por la fuerza de los ritos y de los símbolos.
En cuanto a los oratorios, capillas o edificios sagrados que por
circunstancias peculiares están destinados sólo temporalmente al
culto divino, conviene bendecirlos según el rito que aquí se describe.
En lo que se refiere a su regulación litúrgica, a la elección del
titular, a la preparación pastoral de los fieles, se observará, con las
oportunas adaptaciones, lo que se dice en los números 4-5, 7 y 20 de
la Introducción a la dedicación de una iglesia (pp. 25, 26 y 31). La
iglesia u oratorio serán bendecidos por el obispo diocesano o por un
presbítero delegado por él.
Las iglesias u oratorios se pueden bendecir en cualquier día,
excepto en el Triduo pascual, pero conviene escoger un día de gran
asistencia de fieles, sobre todo el domingo, si razones pastorales no
aconsejan otra cosa.
En los días inscritos en los números 1-4 de la Lista de los días
litúrgicos42, se dice la misa del día; en los demás, se puede celebrar
sea la misa del día, sea la del titular de la iglesia u oratorio.

42
A saber: 1. Triduo pascual. 2. Navidad, Epifanía, Ascensión y Pentecostés. Domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua.
Miércoles de ceniza. Ferias de Semana santa. Días de la octava de Pascua. 3. Solemnidades del Señor, de la Virgen María y
de los santos, inscritas en el calendario general. Conmemoración de todos los fíeles difuntos. 4. Solemnidades propias, esto
es: a) Solemnidad del patrono principal del lugar, pueblo o ciudad, b) Solemnidad de la dedicación y del aniversario de la
dedicación de la iglesia propia, c) Solemnidad del titular de la iglesia propia. d) Solemnidad del titular, fundador o patrono
principal de la orden o congregación religiosa.
Para el rito de bendición de una iglesia u oratorio se preparará lo
necesario para la celebración de la misa. Pero el altar, aunque esté ya
bendito o dedicado, permanecerá desnudo hasta el comienzo de la
liturgia de la eucaristía. Además, en un lugar apropiado del
presbiterio, se preparará lo siguiente: a) un recipiente con agua y el
hisopo, además, el incensario y la naveta con la cucharilla; b) el
Pontificial romano; c) la cruz del altar, a no ser que ya haya una cruz
situada en el presbiterio o que la cruz que se llevará en la procesión
de entrada sea colocada luego cerca del altar; d) manteles, cirios,
candelabros y, si se quiere, flores.
Pero, si al mismo tiempo que la bendición de la iglesia tiene
lugar la consagración del altar, se preparará todo lo que se dice en el
número 27 de la Introducción a la dedicación de un altar (p. 83);
también lo que se dice en el número 29 (p. 84), si se van a colocar
reliquias de santos debajo del altar.
En la misa de bendición de una iglesia se usarán vestiduras
litúrgicas de color blanco o festivo. Se preparará: a) para el obispo:
alba, estola, casulla, mitra, báculo pastoral • b) para un presbítero:
las vestiduras para celebrar la misa; c) para los presbíteros
concelebrantes: las vestiduras para concelebrar la misa; d) para los
diáconos: albas estolas y dalmáticas; e) para los demás ministros:
albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

Terminado el himno, el obispo, con las manos juntas, dice:


Oremos.
Todos oran, por unos instantes, en silencio.
Luego, el obispo, con las manos extendidas, dice, salvo en los
días inscritos en los números 1-4 de la Lista de días litúrgicos (cf.
Normas generales, p. 101, nota), la siguiente oración:
Padre celestial, envía tu bendición sobre esta iglesia que nos
has concedido edificarte; y concede a los fieles que aquí se reúnan
por amor a tu palabra y a tus santos misterios sentir la presencia
de Jesucristo, que prometió estar en medio de quienes se
congregan en su nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.
R/. Amén.

BENDICIÓN DEL ALTAR


Luego, el obispo se acerca a bendecir el altar. Mientras tanto, se
canta la antífons siguiente u otro canto adecuado: “Como renuevos
de olivo alrededor de la mesa del Señor están los hijos de la Iglesia.
(T. P. Aleluya.)”
Terminado el canto, el obispo, de pie, sin mitra, se dirige a los
fieles con estas u otra palabras parecidas:

Queridos hermanos, nuestra comunidad se ha reunido, llena


de alegría, para la bendición de este altar. Asistamos a este rito
con la máxima atención y pidamos a Dios que mire con agrado la
oblación de la Iglesia, que será colocada encima de este altar, y
que haga de su pueblo una ofrenda permanente para gloria suya.

Y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo,


con las manos extendidas, dice en voz alta:
Bendito seas, Señor, Dios del universo,
que aceptaste el sacrificio de tu Hijo,
en el altar de la cruz,
para la redención del género humano,
y congregas a tu pueblo, con amor de Padre,
en torno a la mesa del Señor,
para celebrar su memorial.
Mira, benigno, Padre santo, este altar,
que hemos preparado para celebrar tus misterios:
que sea el centro de nuestra alabanza y de nuestra acción de
gracias;
el ara donde ofrezcamos sacramentalmente el sacrificio de
Cristo;
la mesa en que partamos el pan de vida
y bebamos el cáliz de la unidad;
la fuente que vierta sobre nosotros la grada perenne de
salvación;
para que, acercándonos a Cristo, piedra viva,
crezcamos en él, hasta formar un templo santo,
y ofrezcamos, sobre el altar de nuestro corazón,
el sacrificio de una vida sin mancha,
sacrificio grato y aceptable para alabanza de tu gloria.

Todos responden: Bendito seas por siempre, Señor.


Entonces, el obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el
altar. Luego, vuelve a la cátedra, toma la mitra, es incensado y se
sienta. Los ministros, pasando por la iglesia, inciensan al pueblo y la
nave de la iglesia.

Inauguración de la capilla del santísimo sacramento


Conviene hacer la inauguración de la capilla de la reserva dé la
santísima eucaristía de la siguiente manera: Después de la comunión,
se deja sobre la mesa del altar el copón con el santísimo sacramento.
El obispo va a la cátedra y todos oran, por unos instantes, en
silencio. Luego, el obispo dice la oración después de la comunión.
Después, el obispo vuelve al altar e inciensa, de rodillas, el
santísimo sacramento y, tomando el velo humeral, recibe el copón en
sus manos, cubiertas con dicho velo. Se ordena la procesión, en la
cual, marchando todos detrás del crucifero, se lleva el santísimo
sacramento con cirios e incienso por la nave de la iglesia a la capilla
de la reserva.

Cuando la procesión llega a la capilla de la reserva, el obispo


coloca el copón sobre el altar, o bien en el sagrario, dejando la puerta
abierta, impone incienso e inciensa arrodillado él santísimo
sacramento. Después de unos momentos de oración en silencio, el
diácono pone el copón en el sagrario o bien cierra la puerta del
mismo. Un ministro enciende la lámpara que arderá continuamente
delante del santísimo sacramento.
Si la capilla de la reserva del santísimo sacramento puede ser
vista fácilmente por los fieles, el obispo imparte allí inmediatamente
la bendición del fin de la misa. En caso contrario, la procesión
regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la
bendición desde el altar o desde la cátedra.
Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, terminada
la comunión de los fíeles, el obispo dice la oración después de la
comunión.

Bendición final y despedida


El obispo toma la mitra y dice:
El Señor esté con vosotros.
El pueblo contesta: Y con tu espíritu.

Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la


bendición, con estas palabras u otras semejantes:

Entonces, el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo,


lo bendice diciendo:
El Dios, Señor del cielo y de la tierra, que ha querido
congregaros hoy para la bendición de esta iglesia os enriquezca
con sus bendiciones.
R/ Amén.

El obispo:
Él, que quiso reunir en Cristo a todos los hijos dispersos, haga
de vosotros templo suyo y morada del Espíritu Santo.
R/ Amén.

El obispo:
Para que así, purificados de toda mancha, gocéis de Dios, que
viene a vosotros y en vosotros hace morada, y alcancéis un día,
con todos los santos, la heredad del reino eterno.
R/ Amén.

El obispo toma el báculo y prosigue:


Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu
Santo, descienda sobre vosotros.

R/ Amén.
El diácono: Podéis ir en paz.
Todos:
Demos gracias a Dios.

Bendición de un altar móvil


NORMAS GENERALES
«Un altar se llama fijo cuando está construido sobre el
pavimento, de manera que no se pueda mover; se llama móvil si se
puede trasladar»43.
El altar fijo se ha de dedicar según el rito descrito en la
dedicación de un altar (pp. 85-100). Pero también al altar móvil se le
debe respeto y honor, porque es la mesa destinada en forma única y
estable para el banquete eucarístico. Conviene, pues, que el altar
móvil, si no se consagra, al menos reciba una bendición antes de
ponerlo en servicio, según el rito que aquí se describe44.
El altar móvil se puede construir de cualquier material sólido que
convenga al uso litúrgico, según las tradiciones y costumbres de las
diversas regiones45.
Para erigir un altar móvil se observan, con las debidas
adaptaciones, las normas prescritas en los números 6-10 de la
Introducción a la dedicación de un altar (pp. 77-78). Pero no se
colocan en su base reliquias de santos.
Conviene que sea el obispo de la diócesis o el presbítero rector
de la iglesia el que bendiga el altar móvil.
El altar móvil puede bendecirse cualquier día, excepto el viernes
de la Pasión del Señor y el Sábado santo. Se preferirá un día de
mayor asistencia de fieles y, sobre todo, el domingo, si razones
pastorales no aconsejan otra cosa.
En el rito de bendición de un altar móvil se dice la misa del día.
Hasta el comienzo de la liturgia de la eucaristía, el altar estará
completamente desnudo. Por eso la cruz, si es el caso, el mantel, los
cirios y demás elementos necesarios se prepararán en un sitio
conveniente del presbiterio.

43
Ordenación general del Mista romano, núm. 261.
44
Cf. ibid., núm. 265.
45
Cf. ibid., núm. 264.
Bendito seas por siempre, Señor.
Entonces, el obispo rocía el altar con agua bendita y lo inciensa.
Luego, vuelve a la cátedra, toma la mitra, es incensado y se sienta.
Un ministro inciensa al pueblo. Los ministros cubren el altar con el
mantel y lo adornan, según sea oportuno, con flores; colocan
adecuadamente los candelabros con los cirios requeridos para la
celebración de la misa y también, si es del caso, la cruz.
Una vez preparado el altar, algunos fieles traen el pan, el vino y
el agua para la eucaristía. El obispo recibe los dones en la cátedra.
Mientras se llevan éstos, conviene cantar la antífona siguiente u otro
canto adecuado:

Bendición del cáliz y de la patena

NORMAS GENERALES
El cáliz y la patena, en los cuales se ofrecen, se consagran y se
reciben el vino y el pan, por estar destinados de manera exclusiva y
estable a la celebración de la eucaristía, llegan a ser «vasos
sagrados».
El propósito de reservar estos vasos únicamente para la
eucaristía se manifiesta ante la comunidad de los fieles mediante una
bendición especial que es aconsejable hacer dentro de la misa.
Cualquier sacerdote puede bendecir el cáliz y la patena con tal
que estén fabricados según las normas indicadas en los números
290-295 de la Ordenación general del Misas Romano.
Si sólo se bendice el cáliz o sólo la patena se adaptarán los
textos.

A) RITO DENTRO DE LA MISA

En la liturgia de la palabra, salvo en los días inscritos en los


números 1-9 de la lista de días litúrgicos2, puede leerse una o dos
lecturas de los textos propuestos en el leccionario para la celebración
de la bendición del cáliz y de la patena (p. 135-136).
Después de la lectura de la palabra de Dios, el sacerdote hace la
homilía, en la cual explica las lecturas bíblicas y el sentido de la
bendición del cáliz y de la patena que se usan en la celebración de la
Cena del Señor.
Terminada la oración de los fieles, los ministros, o los delegados
de la comunidad que ofrece el cáliz y la patena, los colocan sobre el
altar. Luego, el sacerdote se dirige al altar. Mientras tanto, se canta
la antífona siguiente u otro canto
Terminado el canto, el sacerdote dice: Oremos.
Todos oran, por unos instantes, en silencio.
Luego, el sacerdote dice:

Sobre tu altar, Señor Dios,


colocamos, alegres, este cáliz y esta patena,
para celebrar el sacrificio de la nueva alianza:
que el cuerpo y la sangre de tu Hijo,
que en ellos se ofrecen y se reciben
santifiquen estos vasos.
Concédenos, Señor Dios nuestro,
que, al celebrar el sacrificio de tu Hijo,
nos fortalezcamos con tus sacramentos
y seamos penetrados de tu Espíritu,
hasta que podamos gozar con tus santos
del banquete del reino celestial.
A ti la gloria y el honor, Señor Dios nuestro.

Todos responden:
Bendito seas por siempre. Señor.
Luego, los ministros extienden el corporal sobre el altar.
Algunos fieles traen el pan, el vino y el agua para la eucaristía. El
sacerdote coloca los dones sobre la patena y el cáliz recién
bendecidos, y los presenta como de costumbre. Mientras tanto, se
canta la antífona siguiente, con el salmo 115 (sin Gloria al Padre),
u otro canto adecuado: “Alzaré la copa de la salvación, y te ofreceré
un sacrificio de alabanza. (T. P. Aleluya)”
Después de la oración: In spíritu humilitátis, conviene que el
sacerdote inciense los dones y el altar.
Conviene que también los fieles reciban la sangre de Cristo del
cáliz recién bendecido si las circunstancias lo permiten.

Fuera de la Misa:
Oremos.
Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el sacerdote
dice:
Dirige, Padre, tu mirada bondadosa
sobre estos hijos tuyos
que han colocado sobre tu altar, llenos de gozo,
este cáliz y esta patena;
santifica con tu bendición + estos recipientes,
ya que tu pueblo, con unánime consenso,
ha determinado destinarlos
a la celebración del sacrificio de la nueva alianza.
Haz también que nosotros,
que, al celebrar los sagrados misterios,
nos fortalecemos con tus sacramentos,
seamos penetrados de tu Espíritu,
hasta que podamos gozar con tus santos
del banquete del reino celestial.
A ti la gloria y el honor, Señor Dios nuestro.
Todos responden:
Bendito seas por siempre, Señor.

Después, se hace la oración de los fieles, en la forma


acostumbrada en la celebra de la misa o bien en la forma que aquí se
propone:
Invoquemos a Jesús, el Señor, que se entrega sin cesar a la
Iglesia como de vida y copa de la salvación, y digámosle
confiadamente:
Cristo, pan celestial, danos la vida eterna.
Esta respuesta puede repetirse después de cada petición o bien
puede usarse como respuesta la segunda parte de cada una de las
peticiones.

Salvador nuestro, que sometiéndote a la voluntad del Padre,


bebiste, por nuestra salvación, el cáliz de la pasión,
— concédenos que, uniéndonos al misterio de tu muerte, alcancemos
el reino de los cielos.
Sacerdote del Altísimo, que estás presente, aunque oculto, en el
sacramento del altar,
— haz que los ojos de nuestra fe vean lo que se esconde a nuestra
mirada corporal.
Buen Pastor, que te das a los discípulos como comida y bebida,
— haz que, saciándonos de ti, en ti nos transformemos.
Cordero de Dios, que mandaste a la Iglesia celebrar el misterio
pascual con los signos del pan y el vino,
— haz que el memorial de tu muerte y resurrección sea para todos
los creyentes fuente y culminación de toda su vida espiritual.
Hijo de Dios, que con el pan de vida y la bebida de salvación
sacias de modo admirable el hambre y sed de ti,
— haz que en el misterio de la eucaristía nos llenemos de caridad
hacia ti y hacia todos los hombres.
Luego, el sacerdote puede introducir la oración dominical con
estas palabras u otras semejantes:

Como culminación de nuestras peticiones, digamos ahora la


oración de Cristo mismo, el cual, clavado en la cruz, fue mediador
de nuestra salvación y, por su obediencia perfecta a la voluntad
del Padre, fue maestro excelente de oración.

Todos recitan la oración dominical.


El sacerdote añade a continuación:

Señor Dios, que por la muerte y resurrección de tu Hijo redimiste


a todos los hombres, conserva en nosotros la obra de tu amor, para
que, venerando constantemente el misterio de Cristo, consigamos
el fruto de nuestra salvación. Por Jesucristo nuestro Señor. R/
Amén.

Misa ritual
en el día de la dedicación de una iglesia o de un altar
1. EN LA DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA
Antífona de entrada
Sal 67, 6-7. 36
Dios vive en su santa morada.
Dios, que prepara casa a los desvalidos,
da fuerza y poder a su pueblo.
0 bien:
Sal 121, 1
Llenos de alegría, vamos a la casa del Señor. Aleluya.

Colecta
Dios todopoderoso y eterno, derrama tu gracia sobre este lugar de
oración y socorre a cuantos en él invocan tu nombre; que la
fuerza de tu palabra y la eficacia de tus sacramentos fortalezcan el
corazón de los fieles que aquí se congregan. Por nuestro Señor
Jesucristo.

Oración sobre las ofrendas


Acepta, Señor, las ofrendas que la Iglesia te presenta con gozo,
para que tu pueblo, reunido en este lugar santo, alcance por estos
sacramentos la salvación eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.

Prefacio
EL MISTERIO DEL TEMPLO DE DIOS

En verdad es justo y necesario,


es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo.

Porque has hecho del universo entero


el templo de tu gloria
para que tu nombre resplandezca en todas partes
y quieres también que te consagremos lugares aptos
para celebrar los santos misterios.
Hoy, exultantes de gozo,
dedicamos a tu servicio esta casa de oración,
construida con el trabajo de los hombres.

En ella se manifiesta el misterio del verdadero templo


y se vislumbra la imagen de la Jerusalén del cielo,
porque te consagraste como templo sagrado,
en el que habitara la divinidad,
el Cuerpo de tu Hijo
nacido de la Virgen Inmaculada.
También constituíste tu Iglesia como ciudad santa
edificada sobre el cimiento de los apóstoles,
cuya piedra angular es Jesucristo,
y continúas edificándola con piedras elegidas,
vivificadas por tu Espíritu,
unidas por el amor,
donde tú serás siempre todo para todos
y brillará eternamente la luz de Cristo.
Por él, Señor,
junto con todos los ángeles y santos,
te alabamos llenos de alegría, diciendo.

«Acepta, Señor» propio


(en la plegaria eucarística I)

Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda


tu familia santa, que te han dedicado a ti y han edificado con
trabajo constante este templo [en honor de N.]. [Por Cristo nuestro Señor. Amén.]
Intercesiones por la iglesia dedicada
(en la plegaria eucarística III)

Después de las palabras y a todo el pueblo redimido por ti, se añade :


Atiende los deseos de esta familia, que te dedica esta iglesia;
concede propicio que sea casa de salvación y recinto de los
sacramentos del cielo, donde resuene el Evangelio de la paz y se
celebren los santos misterios, para que los fieles, iluminados con
la palabra de la vida y con tu gracia, peregrinen de tal modo por la
tierra que merezcan llegar a la Jerusalen celeste, en la que tú,
Padre misericordioso, reúnes en torno a ti a todos tus hijos,
dispersos por el mundo.

A nuestros hermanos difuntos...

Antífona de comunión
Mt 21, 13; Le 11, 10
«Mi casa es casa de oración —dice el Señor—; en ella, quien pide recibe, quien busca halla, y al que
llama se le abre.»
O bien:
Cf. Sal 127, 3
Como renuevos de olivo
alrededor de la mesa del Señor están los hijos de la Iglesia. Aleluya.

Oración después de la comunión


Danos, Señor, un profundo conocimiento de ti por medio de los
sacramentos que hemos recibido, para que te adoremos sin cesar
en el templo y nos alegremos en tu presencia con los santos. Por
Jesucristo nuestro Señor

2. EN LA DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA EN LA CUAL YA SE


CELEBRAN HABITUALMENTE LOS SAGRADOS MISTERIOS
Antífona de entrada
Sal 67, 6-7. 36
Dios vive en su santa morada.
Dios, que prepara casa a los desvalidos, da fuerza y poder a su pueblo.

Llenos de alegría, vamos a la casa del Señor. Aleluya. Colecta

Colecta:
Dios todopoderoso y eterno, derrama tu gracia sobre este
lugar de oración y socorre a cuantos en él invocan tu nombre; que
la fuerza de tu palabra y la eficacia de tus sacramentos fortalezcan
el corazón de los fieles que aquí se congregan. Por nuestro Señor
Jesucristo.

Oración sobre las ofrendas


Acepta, Señor, las ofrendas que la Iglesia te presenta con
gozo, para que tu pueblo, reunido en este lugar santo, alcance por
estos sacramentos Ja salvación eterna. Por Jesucristo nuestro
Señor.
Se dice la plegaria eucarística I o la III, con el siguiente prefacio:
Prefacio
LA IGLESIA TERRESTRE Y LA IGLESIA DE DIOS

En verdad es justo y necesario,


es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

Porque en esta casa visible que hemos construido,


donde reúnes y proteges sin cesar
a esta familia que hacia ti peregrina,
manifiestas y realizas de manera admirable
el misterio de tu comunión con nosotros.

En este lugar, Señor,


tú vas edificando aquel templo que somos nosotros,
y así la Iglesia, extendida por toda la tierra,
crece unida, como Cuerpo de Cristo,
hasta llegar a ser la nueva Jerusalén,
verdadera visión de paz.
Por eso, Señor,
te celebramos en el templo de tu gloria,
y con todos los ángeles
te bendecimos y te glorificamos, diciendo.

Antífona de comunión
Mt 21, 13; Le 11, 10
«Mi casa es casa de oración —dice el Señor—; en ella, quien pide recibe, quien busca halla, y al que
llama se le abre.»
O bien:
Cf. Sal 127, 3
Como renuevos de olivo
alrededor de la mesa del Señor están los hijos de la Iglesia. Aleluya.

Oración después de la comunión


Danos, Señor, un profundo conocimiento de ti por medio de
los sacrami tos que hemos recibido, para que te adoremos sin
cesar en el templo y i alegremos en tu presencia con los santos.
Por Jesucristo nuestro Señor.

3. EN LA DEDICACIÓN DE UN ALTAR
Antífona de entrada
Sal 83, 10-11
Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo, mira el rostro de tu Ungido. Vale más un día en tus atrios que mil
en mi casa.
O bien:
Sal 42, 4

Colecta
Oh Dios, que quisiste que tu Hijo fuera levantado en el altar
de la cruz para que atrajera todas las cosas, llena de la gracia del
cielo a tus fieles que te dedican hoy este altar, en torno al cual tú
los vas a alimentar y por medio del Espíritu Santo, constituir como
pueblo a ti consagrado Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración sobre las ofrendas


Descienda, Señor y Dios nuestro, tu Espíritu Santo sobre este
altar, para que santifique los dones de tu pueblo y purifique el
corazón de quienes van a participar de ellos. Por Jesucristo
nuestro Señor.
Se dice la plegaria eucarística I o la III, con el siguiente prefacio, que es inseparable del rito de la
dedicación de un altar:

Prefacio
EL ALTAR ES CRISTO

En verdad es justo y necesario,


es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

El cual, verdadero sacerdote y verdadera víctima,


nos mandó celebrar continuamente
el memorial del sacrificio
que te ofreció en el altar de la cruz.
Por eso tu pueblo ha erigido este altar
que hoy, llenos de júbilo, te dedicamos.

Éste es, en verdad, el lugar santo


donde se ofrece incesantemente el sacrificio de Cristo,
se te tributa una alabanza perfecta
y se lleva a cabo nuestra redención.

Ésta es la mesa del banquete festivo


en el que tus hijos,
alimentados con el Cuerpo de Cristo,
son incorporados a la unidad de tu santa Iglesia.

Aquí los fieles beben tu Espíritu


en las aguas que brotan
de la roca espiritual, que es Cristo,
por quien son transformados
en ofrenda santa y altar vivo.

Por eso, Señor,


nosotros, con todos los ángeles y santos,
te alabamos, llenos de júbilo, diciendo.
Antífona de comunión
Sal 83, 4-5
Hasta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus
altares, Señor de los ejércitos, rey mío y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa alabándote
siempre.
0 bien:
Cf. Sal 127, 3
Como renuevos de olivo
alrededor de la mesa del Señor están los hijos de la Iglesia. Aleluya.

Oración después de la comunión


Concédenos, Señor, acercarnos siempre a tus altares, donde
se celebra sacramento de la eucaristía, para que, unidos por la fe y
el amor, al a mentarnos de Cristo, nos transformemos en él. Que
vive y reina por los glos de los siglos.

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