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UN DÍA NATIVIDAD DIJO:

Cuánto te busqué y cuánto me resistí,


a verte como esposo de mi alma.
El miedo se llegaba y tú, aun así, resplandecías,
buscando mi mirada.
Me tomaste en tus manos y me balanceabas,
Como el niño en el columpio subía y bajaba
Y mientras tú, así, me enamorabas.

Hasta que llegó la hora de dejar el juego


y adentrarme en tu oscuridad.
¿Dónde estás amado mío?
¿Porqué te has ido sin decirme tu nombre?
Y en silencio contemplativo descubría,
por el susurro del dolor que se cernía,
que ya era esposa en la alcoba del Ser Amado Divino.

Tu Nombre, grabado en mi pecho,


Abría heridas de amor y de perdón.
Todo tu cuerpo crucificado,
Sobre el mío se extendía,
Y me dejaba fundirme entre tus brazos,
Sintiendo tu dolor, tu agonía.

Sin miedos en el alma,


como loca gritaba: ¡El Amor no ha muerto!,
que él vive y se regocija en las almas entregadas.

UN DIA LUZ DIJO:

Pasos dolorosos de la vida,


de los que dejan huella y dolor, pasos tristes,
pero también los pasos que me conducen al amor.
Si alguien me preguntara si ha merecido la pena,
darme en la oscuridad y la incertidumbre del misterio divino,
sólo podré decir, no con el poder de la mente, ni de la razón,
que el corazón se arriesgaba a caminar por ascuas ardiendo,
con el único fin de amar la paz de mi alma.

Y para qué era mi existencia,


ahora que estoy revestida de luz,
cierro los ojos y veo que nací para la entrega.
Sencilla, sin aspavientos, humilde y graciosa,
hacer feliz con mis actos, eso es amar de veras.

Porque si mi esposo Cristo se ha donado por mí,


yo no puedo otra cosa que seguirle
y, como hasta la cruz me pide llegar,
yo, como paloma allí quiero posarme.
Arrullar al crucificado, Señor de mi corazón,
sentir su dolor y ofrecerme, como víctima de reparación.

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