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Si tomásemos datos empíricos del público lector de géneros de ficción en nuestro país advertiríamos que,
generalmente, carece de competencia literaria bilingüe. Aquel interesado en la poesía que no fuere él
mismo poeta o crítico literario rara vez la posee e, incluso, entre estos últimos es frecuente que falte o
que su segunda lengua sea otra que la del autor a leer. En Argentina hallamos pocos lectores instruidos
en el francés o el alemán y muchos en el inglés americano, un hecho político-lingüístico de importancia.
Por lo tanto, la traducción pone en manos del lector masivo –sobre todo del muy joven o del no
especializado- la posibilidad de penetrar en obras procedentes de lenguas extranjeras. De la calidad de la
versión se nutrirá la calidad de la recepción. Para cubrir esa demanda, un traductor será antes que nada
un lector calificado, adjetivo que se ganará por su bagaje de saber lingüístico y literario tanto como por la
generosa actitud que lo lleva a instalar en su lengua materna producciones distanciadas del propio
enclave cultural. Cuando Baudelaire tradujo a Poe lo estaba trayendo hacia una nueva concepción
poética, el Simbolismo, diferente del Romanticismo que había engendrado la obra del norteamericano.
La traducción es vínculo extra-físico, trasciende la emoción puntual de una lectura. Lo que se pierde del
contenido o de la forma en un poema al ser vertido de una lengua a otra es comparable a lo que se
pierde en un cambio de domicilio: los hábitos se vulneran, las direcciones de las calles son diferentes, las
caras de los vecinos no son familiares y, sobre todo, el acento con que se habla en esa comunidad es
extraño a los oídos del recién llegado. Hay algo que no suena igual en la voz de los otros. Diferencias
que, pese a su relevancia, son circunstanciales. En cambio, la lectura que un poeta realiza de un texto es
central y puede devenir desbordante, pero nunca, marginal. Su lectura nada en el cauce del texto poético
cuya mayor hondura se halla, como en los ríos, en el centro. Desde allí, puede que haga abrirse el cauce
hacia las orillas, provocando un ensanchamiento de los bordes. Lo que un poeta no hace es leer desde
una sola orilla o sólo desde la otra; ese tipo de acercamiento a un texto es el propio de los políticos, de
los sociólogos y otras profesiones ligadas a éstos, cuyo interés en la letra es relacional. En otros
términos, buscan establecer la relación del texto poético con “otras cosas”. Por el contrario, un poeta
dedica mayor atención a un poema en la medida que éste más le permita vincularlo con la poesía como
absoluto, con los versos que él mismo hubiera deseado escribir o que siente que nunca podrá lograr.
En la etapa colonial, durante el primer periodo de establecimiento de los jesuitas, los clérigos escriben en
latín. Dice el profesor Armando Zárate, en su Álbum Poético de Córdoba[1], que a José Manuel Peramás
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(n. Barcelona, 1732-m. Faenza, 1793) “se le atribuye el panegírico Laudation quinque, que consta de
ochenta y siete páginas que integran cinco elogios poemáticos en honor de don Ignacio Duarte Quirós.
De su pluma nacieron otros títulos en prosa y en verso: su poema latino De invento novo Orbe, el
carmen épico Adveniente Faventian y, además, Carta a D. P. Bonneta, De vita et moribus sex y Annus
Patiens, que viene a ser éste el mismo Diario del Destierro.”
Ya en la etapa de independencia nacional, Juan Cruz Varela (n. Buenos Aires, 1794- m. Montevideo,
1839) vino a estudiar a Córdoba donde traba amistad con el poeta local Juan Crisóstomo Lafinur. De él
nos cuenta Armando Zárate: “Con su hermano Florencio padeció el tormentoso exilio y, al igual que Vélez
Sarsfield, en el destierro se entregaron a la traducción de los poetas clásicos de la Antigüedad”.
E , durante el siglo diecinueve hubo principalmente dos autores: Juan Antonio Miralla (n.
1789, Córdoba, Argentina – m. 1825, Puebla, México), quien tradujo a Thomas Gray, Ugo foscolo y
Charles Demoustier, y Martín Goicoechea Menéndez (n. 1877, Córdoba, Argentina – m. 1906, Mérida,
México), quien tradujo a Verlaine.
Hacia fines de siglo, Córdoba fue insertándose en el panorama argentino de la traducción alentada,
particularmente, por Carlos Romagosa (autor de la antología Joyas Poéticas Americanas, que incluye
autores de habla inglesa) y su dilecto amigo, Leopoldo Lugones.
En el café L’Aiglon
A comienzos de la década del cuarenta del pasado siglo veinte, el café “L’Aiglon”, en el centro de la
ciudad de Córdoba, frente a la plaza San Martín, fue el elegido por un grupo de intelectuales y artistas
para reunirse. Las tertulias semanales estaban conformadas por poetas como Agustín Oscar Larrauri y un
amigo personal de éste: Jorge Celis, Marcelo Masola, Godofredo Lazcano Colodrero, los hermanos Alfredo
y Emilio Terzaga y Enrique Luis Revol; también el pintor Tito Miravet, el escultor Nicolás Antonio Russo, el
pianista Antinucci (hermano de la que fue primera mujer de Roberto Arlt) y el filósofo Héctor Raurich.
1940 había mostrado el espejo cultural europeo hecho astillas por la Segunda Guerra Mundial, tras la
fractura infligida anteriormente por la Guerra Civil Española, operada a su vez sobre las roturas de la
Guerra entre 1914 y 1918. La peste totalitaria había impregnado a países tradicionalmente productores
de arte y literatura: España, Alemania, Italia, Rusia. Desde 1920, mientras las “vanguardias” artísticas se
esforzaban por renovar lenguajes y concepciones y hasta terminaron sacrificando corporalmente a
algunos de sus hijos en la muerte o el destierro para aportar a la república democrática, al socialismo o
al anarquismo, paralelamente las oscuras nubes del totalitarismo se venían acumulando en el horizonte
político. Y, luego, la tempestad se desató.
Época ya distante la de aquellos cuarenta en lo político, lo cultural y lo tecnológico tanto –hacia atrás- del
Romanticismo (promotor programático de la traducción) como –hacia el futuro- de nuestro incipiente
siglo XXI, es preciso reconstruir documental e imaginariamente sus olores, sus valores, sus temores.
Córdoba era una ciudad de puertas adentro, renuente a la liberalidad de las costumbres cosmopolitas
aunque apreciara sus ventajas. Los medios periodísticos consagratorios estaban instalados,
invulnerables, en una Buenos Aires que, por entonces, quedaba muy lejos en función de las
comunicaciones ordinarias. El intercambio cultural con la capital era de tipo extraordinario, sólo se
tornaba habitual incentivado por la posesión de recursos económicos holgados que pudieran favorecer a
algún ciudadano o por alguna circunstancia particular, como la que llevó a Lugones a las oficinas de La
Nación, recomendado por Carlos Romagosa.
En Córdoba, todavía vivía “don Vicente Rossi (1871-1945), nuestro mejor prosista de pelea”, según
Borges, quien era bien conocido por sus libros y genio guiador (Teatro Nacional Rioplatense, Cosas de
negros y Folletos Lenguaraces). En Buenos Aires, el vanguardista Alfredo Brandán Caraffa, nacido en
Córdoba, fundador de la revista “Proa” junto con Güiraldes y Rojas Paz, publicaba su libro de poemas
Voces del Amor Inmenso (1943). Un año después muere -en Unquillo- Saúl Taborda (2 de junio de
1944), el autor de Investigaciones Pedagógicas, quien había fundado la revista “Facundo”, con una
interrogación amarga en el prólogo: “¿Recogeremos alguna vez la lección del héroe que duerme en el
dolmen de Barranca Yaco? Hay un rumor de pasos en el yermo silente”...
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De aquella época proceden la versión castellana de Un Golpe de Dados ofrecida por Agustín Oscar
Larrauri y la de los Textos Egipcios, tomados del Canto CXXV del Libro de los Muertos, traducido al
francés por J. C. Mardrus, a cargo de Marcelo Luis Masola, ambos por Editorial Mediterránea, dirigida por
Larrauri.
L se permiten a menudo desafiar a las costumbres y, al mismo tiempo, figura entre sus valores
retomar tradiciones –especialmente desde que el Romanticismo lo planteara como programa-. La versión
de Un Golpe de Dados conjuga ambos fenómenos. La tradición retomada es el rescate de textos arcaicos
y el desafío a la costumbre imperante explica la conjetura que expondré a seguido.
Es de suponer que, en los años de gestación y nacimiento del nacionalismo peronista, el inefable poema
de Mallarmé haya sonado extraño. Y... es que el centro de la cultura estaba ocupado por programas
aplicables a los objetivos de la Nación Argentina, para el conjunto de la sociedad en esa etapa histórica.
La poesía, escrita o traducida en el país, no era prioritaria (y nunca lo ha sido en la “agenda” de las
sociedades modernas), aunque sí difundida con fines pedagógicos escolares. La prioridad del peronismo
eran los planes de alfabetización y la formación educativa que permitiera integrar a los trabajadores a la
producción industrial. ¿Cuestionable? Toda decisión política, por efectiva y benéfica que resulte para un
país en un momento dado e incluso a largo plazo, puede ser discutible, pero también es inevitable. Al
menos, lo es tanto como que el poeta, a la manera de aquel personaje de una película cubana, siempre
cuando hay fresa pide chocolate. Siempre, al decir de Juan Larrea, está “Ailleur”, más allá.
Así, en medio del nacionalismo cuya propuesta era la busca de la identidad nacional, Larrauri oye la voz
lejana del Mallarmé en su etapa de hermetismo (según algunas opiniones críticas) y Masola, la del Libro
de los Muertos, proveniente de la antigua cultura egipcia. Pero ¿es que sólo se trataba de unos
excéntricos con ganas de diferenciarse del contexto general en su país? Hay un tipo de facilismo
sociológico que les enrostraría, a nuestros parroquianos de “L’Aiglon”, padecer de ese prurito de la clase
media con respecto a los movimientos que permiten alcanzar un grado de injerencia gubernamental a las
clases populares. Sin embargo, me parece que no es el caso.
Claro, el problema es que si se buscan resultados políticos en efectivo y de contado, el saber de base (o
de fondo) es inoperante; por ello, entre los oponentes a ese tipo de estudios y prácticas militan siempre
los interesados en dividir para reinar. Todo aquello que no produzca réditos instantáneos a la política
oportunista le parece improcedente, ya que la efectividad instantánea se consigue por medios
propagandísticos y no por procesos literarios o científicos. En el seno del peronismo existían sectores
que, antes de priorizar los objetivos generales del nacionalismo en un país dependiente de las naciones
capitalistas más poderosas, buscaban la ganancia mezquina en lo cultural –aunque jugosa en el poder
inmediato- que da el populismo. Por esa razón, la objeción de muchos intelectuales no se dirigía contra
los postulados esgrimidos por el peronismo en cuanto a la defensa de la soberanía nacional ni de la
independencia económica, sino contra esa miseria cultural de algunas facciones que entendían lo
extranjero por excéntrico, lo antiguo por perimido, lo abstracto por ineficaz, reduciendo la cultura popular
al folclorismo y el nacionalismo, al chauvinismo. Una contradicción que, con grandes modificaciones,
todavía flota sobre la corriente de la historia argentina.
En ese opresivo hábitat cultural descrito a grandes rasgos, Larrauri toma la iniciativa en la labor -que
luego proseguiría una extensa nómina de escritores- consistente en desplegar la traducción de poesía en
forma permanente y amplia. Tomó la actitud de un fundador, no reconocido hasta ahora por su
posteridad. Su versión de Un Golpe de Dados, de Stéphane Mallarmé, data de Octubre de 1943,
publicada por Editorial Mediterránea –que dirigía el propio Larrauri-, en la colección La Mano Abierta,
nombre que hace alusión al “sin abrir la mano / crispada”, del poema traducido. El ejemplo fecundó en la
producción variada y constante del género, que todavía se puede constatar en la oferta editorial de
Córdoba a comienzos de nuestro siglo veintiuno.
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Algunos pioneros
Desde 1951 y a través de los años sesenta, Alfredo Terzaga dirige la colección “Campana de Fuego” para
Editorial Assandri. Allí desarrollan la traducción el propio Terzaga (Iluminaciones, de Rimbaud; Himnos a
la Noche – Cantos Espirituales, de Novalis), José Vicente Álvarez (Poemas, de Hölderlin; Poemas, de
Stéphan George; Elegías de Duino-Sonetos a Orfeo, de R. M. Rilke), Enrique Caracciolo Trejo (Poemas y
Profecías, de W. Blake; Los Poetas Metafísicos Ingleses del Siglo XVII), Carlos Fantini (Alcoholes, de G.
Apollinaire.)
En 1961, Alfredo Martínez Howard y Maggie Howard de Martínez trasponen Doce Sonetos, de W.
Shakespeare (Burnichon Editor). Otro nombre (y que se mantiene hasta nuestros días) es el de Blanca
Ofelia Castillo, traductora del inglés (Toda la Gente que Nunca Tuve, de Herbert E. Francis, para
Burnichon Editor, 1966.)
Durante la década del setenta, la producción de traducciones de poesía disminuye mucho y a comienzos
de los ochenta prácticamente desaparece. Por lo menos, no es editada. El uso que he hecho del verbo no
es sin intención: la conjetura de la pérdida, ocultamiento o destrucción de volúmenes inéditos o
publicados no sería inadecuada. La represión, durante la dictadura militar instaurada a partir de 1976,
podría ser la causante de que la traslación haya sido también una “desaparecida”, siguiendo el destino de
30.000 argentinos en esa etapa. La misma suerte corrieron -bajo la persecución y la censura ejercidas
por el Tercer Cuerpo de Ejército de la zona centro del país- las revistas literarias independientes (salvo
Laurel, durante una etapa) y las pequeñas editoriales. Un caso testigo es la muerte del editor Alberto
Burnichon en el campo de concentración La Perla, la voladura de su casa y, en consecuencia, de su
biblioteca. Algunos ejemplares de su sello se han conservado fortuitamente, dispersos en domicilios
particulares.
Desde fines de la década del ochenta y a partir de los noventa, nuevos nombres se incorporaron a la
actividad, y en ella subsisten: Susana Romano, Silvio Mattoni, María Calviño, Pablo Anadón, Esteban
Nicotra, entre otros.
La dificultad objetiva para los lectores hispanohablantes al encarar la lectura de este poema radica en
que su idioma original no es el español. La otra, subjetiva, es que pertenece a aquella etapa en la
producción de Mallarmé que los críticos entienden por “hermetismo”. Para perfilar ese concepto -que
constituye la supuesta valla específica que impide al lector franquear la lectura- he escogido citar a
Lagarde et Michard, XIXe Siècle, precisamente por tratarse de una lectura usual durante el aprendizaje
de la lengua y la literatura francesas en el caso de los hispanohablantes.
El hermetismo se está entendiendo literalmente como esoterismo del sentido, a la manera en que los
intérpretes de Hermes Trimegisto lo realizan intencionalmente para conservar la pureza del credo; no
obstante, en el punto 3) señalan la posibilidad de que la veladura proceda de “la naturaleza misma” del
poema. En otros términos, que las palabras puedan emerger así envueltas, ocultadas, per se y no
mediante un “esfuerzo conciente” del escritor.
Otras características generales del lenguaje señaladas en la poesía de Mallarmé son “refinamiento y
concisión”: “...una especie de preciosismo, el goce de lo sutil y complejo cuando no distorsionado (el
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ritmo de su prosa quiebra esta consideración); desdeña lo ordinario, lo banal. Por otra parte, gusta de la
concisión y rehúsa explicar, desarrollar.”
El texto de Lagarde y Michard prosigue definiendo el concepto mallarmeano de la poesía como “lengua
sagrada”, vale decir, continúa emparentándolo al texto religioso a expensas de la propia declaración de
Mallarmé: “Sacerdote de la poesía, rechaza al profano su entrada al templo. En 1862, escribía en El
Artista: ‘Toda cosa sagrada y que desee permanecer sagrada se envuelve de misterio. Las religiones se
protegen al abrigo de los arcanos sólo develados al predestinado: el arte tiene a los suyos. A menudo he
preguntado por qué ese necesario carácter se ha refugiado en un solo arte, el más grande. Hablo de la
Poesía. Los pioneros entran con soltura en un maestro creador y, luego que existen poetas, no ha sido
inventada para el alejamiento de los inoportunos, una lengua inmaculada, fórmulas hieráticas cuyo árido
estudio ciega al profano...’. Por el contrario, la dificultad aguijoneará al iniciado.”
Citado por Larrauri, Mallarmé dice: “Antigua y muy vaga, pero celosa práctica, cuyo sentido yace en el
misterio del corazón. Quien la realiza integralmente, se mutila.” [3] El misterio poético en Mallarmé sería
inherente a su pensamiento. Leemos en L. et M.: “...el hermetismo es para él una necesidad, la esencia
misma de la poesía es misteriosa, inasible. No desea ni una poesía descriptiva ni una de ideas; traduce
los conceptos en símbolos; en vez de nombrar un objeto trata de generar en nosotros la impresión y algo
como el deseo de su presencia o el vacío de su ausencia.”
Notemos la afirmación que lo define como simbolista, escuela que en su ars poética comprende, entre
otros aspectos, una renovación técnica en el texto. Lagarde y Michard se remontan al poema La Tumba
de Edgar Poe, de 1877, donde Mallarmé propone un objetivo que acaso exceda a una poética para entrar
en el dominio de la lengua en tanto sistema de alcance social: “Dotar de un sentido más puro a las
palabras de la tribu”.
Fiel a su propósito de “Dotar de un sentido más puro a las palabras de la tribu”, Mallarmé las coloca, al
decir de los autores consultados, “en sitio de vedette”. A partir del tratamiento de la lengua que practica
en la poesía las palabras son re-creadas, son habladas por vez primera. En esto, los autores citados
utilizan una imagen bella y exacta para describir el fenómeno: “De signos algebraicos que eran, se
vuelven señales en el cielo. Por sobre todo, las elige evocadoras, antiguas, raras.”
S Un Golpe de Dados... A O L
El recurrente tema del azar también es apuntado por Larrauri haciendo referencia a uno de sus primeros
poemas, precisamente, Le Guignon, título cuya traducción sería la de “mala suerte persistente,
especialmente en juegos de azar”: “Le Guignon, la mala suerte, el azar, ‘rabioso monarca’, castiga a los
seguidores, a los poetas de ocasión, a los que no realizan una verdadera labor creadora, sin la tortura
que esto implica.” [5] Luego reflexiona: “El azar es, dentro de la concepción mallarmeana, todo aquello
que escapa a la voluntad creadora del hombre: Dios mismo. (...) Como creador, arroja los dados, en
juego desigual, al crear la obra. Mallarmé joven aún tiene el optimismo de que la creación puede anular
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la fatalidad del azar. Luego, cuando al final de su vida publica Un Golpe de Dados, la concepción se
invierte y el vencedor absoluto es el mismo azar que había negado.” [6]
Durante la composición de Herodiade y de Igitur, esta obstinación por la planificación formal previa de la
producción literaria lo había guiado como un imperativo insoslayable. Sin ella, la poesía le parecía casi
una fatuidad. Planificaba su trabajo calculando la tarea en años. A su amigo Aubanel, le comentaba por
carta (1864): “...acabo de construir el plan de mi obra entera (...) me harán falta veinte años para esos
cinco libros que compondrán la obra...”
En su versión (“primera en lengua castellana”, según declara en la “Nota del Traductor”), Larrauri afirma
por medio de la citada nota que ha respetado fielmente la disposición tipográfica original, preparada por
Mallarmé para la edición francesa –que debía ser la definitiva- aparecida después de su fallecimiento, en
1898. La versión incluía también la “Nota de los Editores Franceses”, agregada al “Prefacio” redactado
por Stéphane Mallarmé para la edición realizada por la revista Cosmópolis, en 1897. En el colofón de la
edición por Editorial Mediterránea (de donde hemos tomado el texto de Un Golpe de Dados, el Prefacio y
las Notas) están discriminados los ejemplares en distintos tipos de papel, reservándose la edición en
rústica para quinientos ejemplares numerados de puño y letra que incluían la xilografía de George
Aubert, realizada según el retrato que Edouard Manet pintara del poeta.
La importancia de la fidelidad adoptada por este traductor reside en principio en el valor que Mallarmé
adjudica a la distribución de los “elementos gráficos”, o, al decir de Larrauri, por “la importancia plástica”
que éstos adquieren en la propuesta. Lagarde y Michard explican: “En una última etapa, intenta traducir
incluso para la mirada tanto como para el oído el esfuerzo del pensamiento por apresar el caos del
universo y el misterio del lenguaje poético. Comentaba en carta a André Gide (1879) la extraña
disposición tipográfica de Un Golpe...: ‘El ritmo de una frase o también de un objeto no tiene sentido
imitárselos y, figurado sobre el papel, retomado por la letra de molde original, no parece restituir –a
pesar de todo- ninguna cosa’.”
Esto es cierto, pues tratándose de composición espacial nos acercamos más a la plástica que a la
literatura, mas también los blancos tipográficos son equiparables al silencio verbal. Pero si admitimos que
Mallarmé configuraba la frase poética según el recurso musical del fraseo, entonces estos blancos
adquieren el sitio clave.
Nada pueril, nada puramente lúdico, es la analogía entre la distribución del blanco tipográfico y del texto
escrito sobre la página, con la relación entre lo que se explicita y lo que no, en un poema. La página
prevé un vacío rodeando a la tipografía y un margen (o “sangría”) cuyo extremo -que es el borde
propiamente dicho del papel- en la jerga de las artes gráficas se denomina “sangre”. En el centro de la
página el poeta instala lo que ha construido con su voz, el hábitat de su poema, y al hacerlo demarca el
límite entre escribir y no hacerlo. Ese límite sangriento es el que separa definitivamente la inclusión de la
exclusión de un poeta y de su texto en el vasto espacio del “discurso social”, instala un hiato entre el
decir y el no decir. Parafraseando toscamente al Hamlet de Shakespeare podríamos plantear: ¿Escribir o
no escribir? Esa es la cuestión.
Larrauri comprendió la consigna de Mallarmé y decidió acatar su magisterio. La inclusión del “Prefacio” y
de ambas notas (la de los editores franceses y la del traductor) nos ayuda a comprender el esfuerzo
intelectual que sostuvo su versión –en el contexto socio-político descrito- y que fundamenta la intención
de rescate histórico de este trabajo.
Eugenia Cabral
Noviembre, 2007
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S M . Bío-bibliografía.
En 1875 se instala en la Rue de Rome, en Saint Lazare, donde, desde 1880, recibe cada día martes a
discípulos y amigos como René Ghil, Gustave Kahn (director de la revista La Vogue), Jules Laforgue,
Viélè-Griffin, Henri de Régnier, Paul Verlaine, Pierre Louÿs, Maurice Barrès, Joris Karl Huysmans, Paul
Claudel, André Gide, Moréas y Paul Valéry; además, Édouard Dujardin –fundador de la “Revue
Wagnerienne”- y el estudioso Teodoro de Wysewa; entre los autores extranjeros, lo visitaron Stephan
George, Verhäeren, Maëterlinck, Rodendach, George Brandes y John Ingram. Entre los pintores, Whistler
(quien le realizó un pequeño retrato) y Gaugin.
En 1885 ofreció una especie de arte poética titulada Prosa Para Des Esseintes; en 1887 aparece la
primera edición de Poesías Completas; en 1888, la traducción de los poemas de Edgar Poe; en 1890, es
designado oficial de la Academia; en 1891 publica sus poemas en prosa titulados Páginas; en 1893, el
volumen Verso y Prosa. En 1894, Debussy concluye el preludio inspirado en L’après-midi d’un Faune; en
1896 es elegido “Príncipe de los poetas” y, en 1897, reunió sus reflexiones sobre la poesía en
Divagaciones. El mismo año ve la primera edición Un Golpe De Dados.
A O L .B - .
Larrauri había nacido en Enero de 1917, en Córdoba. Su padre, Agustín Enrique Larrauri, fue fundador de
la Escuela de Odontología (hoy, Facultad) de la Universidad Nacional de Córdoba) era amigo de eximios
pintores locales como Francisco Vidal, quien le realizó un retrato y Antonio Pedone. Su madre, Tatiana, de
origen ruso, era médica también. Su casa quedaba en la avenida Colón 333 al 349, una mansión con tres
patios que contenía unos altillos donde se prolongaban las jornadas del debate artístico, filosófico y
político. Tras publicar la traducción de Un golpe de dados..., A. O. Larrauri gana una rifa cuyo premio era
un automóvil Mercedes Benz. Ya casado, decide vender a su vez el automóvil para comprar dos pasajes a
Paris, ciudad donde residió hasta su fallecimiento, en 2000.
En la capital francesa ejerció como traductor de un laboratorio de medicamentos, pues había recibido su
título en Medicina en Córdoba, rindiendo las materias de los tres últimos años de la carrera en tiempo
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récord, entre Noviembre de un año y Marzo del siguiente. También realizó una versión de Una temporada
en el infierno, que quedó inédita.
En el volumen de Mallarmé. Poeta símbolo, editado por Francisco Colombo en Buenos Aires, 1954, se
leen las obras “de próxima publicación” de Larrauri, cuya aparición no he podido documentar, pero es
interesante conocerlas: Primera antología. Poemas (1940-1953); Igitur o la locura de Elbehnon, de
Stéphane Mallarmé. Traducción y estudio previo; Anábasis, poema de Saint-John Perse. Traducción y
noticia; Antología, de Ezra Pund. Traducción y noticia; Tierra baldía, poema de T. S. Eliot. Traducción y
estudio previo; Perspectivas actuales del cubismo. Ensayo
BIBLIOGRAFÍA
Referencias:
[1] Obra que recorre la poesía de Córdoba y la de autores relacionados eventualmente con esta
provincia, desde el arribo de Jerónimo Luis de Cabrera hasta la década del sesenta del siglo XX. Ediciones
Comunicarte, 2007
[2] Larrauri, Agustín Oscar. Mallarmé. Poeta símbolo, publicado Editorial Francisco a. Colombo, Buenos
Aires, en 1954, originalmente fue una conferencia leída en “Amigos del Arte”, de Rosario, en Julio de
1953.
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