A modo de resumen del capítulo III del libro de espiritualidad de la Misionera de la
Providencia de MANUEL SANCHEZ MONJE Siguiendo con el retiro de enero que reflexionábamos sobre la vida interior de las misioneras, en este mes queremos reflexionar en nuestra consagración por medio de los votos como expresión de confianza en Dios padre. El antiguo testamento fundamenta la consagración como una segregación, separar lo profano de lo divino, mientras que en el nuevo testamento Jesús es el Consagrado por excelencia, vive su consagración al Padre no en términos de separación del mundo y de los hombres sino como ofrenda total de sí mismo. Todo cristiano al ser bautizado queda consagrado a Dios por tanto le pertenece y la consagración religiosa es llevar a la plenitud la consagración bautismal comprometiéndonos a vivir total y enteramente para Él. También decimos que la vida consagrada es considerada como un cuasi sacramento de la iglesia, por su importancia, por su testimonio de vida, como un signo visible del amor de DIOS; la vida consagrada se puede mirar en la eucaristía es decir que vemos realmente lo que somos, allí en el sacrificio de cristo, nuestro verdadero ser esta en la vida de Cristo.
Vida consagrada de la Misionera de la Providencia:
Al vivir su consagración la Misionera de la Providencia realiza el deseo de su divino maestro: “sed pues vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48) (constituciones 3). Aquí aparece la palabra perfección, llevar una vida perfecta, que no se trata de que nuestra vida carezca de problemas, conflictos, sino que llevemos esa vida de entrega total, radical a Cristo, para la Misionera de la Providencia la forma de vivir esta perfección es viviendo en una confianza total en el amor y la providencia de Dios, aceptando todos los acontecimientos con alegría, sabiendo que detrás de ellos está obrando Dios para nuestro bien. Otra forma en la que la Misionera de la Providencia vive esta radicalidad es en el apostolado que realiza, como ya lo dice el lema de la congregación “vivir de DIOS para darse a las almas”, el darse por completo a las almas es una característica de la misionera, nos dice que todos los esfuerzos las preocupaciones deberán ir dirigidos a las almas para que estas amen a Dios. San Juan Pablo II dice: la llamada de la vida consagrada está en íntima relación con la obra del Espíritu Santo quien suscita una respuesta plena llevando a su madurez la respuesta positiva y sosteniendo después su fiel realización, dejándose guiar por el espíritu los consagrados llegan a ser día tras día personas Cristi formes. Cuando obras como Cristo, en tu alma se va dibujando la figura de cristo hasta transformarte en el (Raf, 132). Cuando el alma trabaja por imitar a su Divino Modelo comienza a sentir en si que vive la vida de Cristo (Raf. 133) Imitar a Cristo es conformar nuestra alma con El, conformar nuestra voluntad con la suya (Raf. 135) Comienza a copiar los rasgos de Cristo dentro de tu alma y dentro tu conducta (Raf. 136) Esta transformación de la persona en Cristo, la vivimos los consagrado por medio de los votos de castidad, pobreza y la obediencia. Las Misioneras los debemos vivir desde la confianza en el amor y la providencia de Dios.
La castidad como confianza en Dios Padre que otorga otra fecundidad:
La virtud de la castidad busca y facilita la relación interpersonal; orienta la energía vital la fuerza del amor hacia los otros a través de los gestos de bondad y de ternura. Jesús dijo: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Mirar con pureza significa mirar sin poseer, mirar sin apropiarse del otro, mirar desde el otro. Sólo pueden mirar así quienes se han sentido largamente mirados por Dios. Quien se ha dejado traspasar y transformar por la mirada de Dios va mirando a los demás como Él es mirado por Aquel que, mirándonos, nos crea sin cesar. La castidad es la afirmación gozosa de quien sabe vivir el don de si, libre de toda esclavitud egoísta. Esto supone que la persona haya aprendido a descubrir a los otros, a relacionarse con ellos respetando su dignidad en la diversidad. (San Juan Pablo II) La castidad por el Reino, autentico don de Dios, libera de modo singular el corazón del hombre para que se encienda más en el amor de DIOS y de todos los hombres. Con el voto de castidad la Misionera de la Providencia se compromete a guardar celibato “por el reino de los cielos” y abstenerse de todo acto interno o externo opuesto a la virtud de la castidad. Deja así libre su corazón para inflamarse en el amor de Dios y de todos los hombres, y dedicarse mejor al servicio divino y a la tarea apostólica (PC 12). (Constituciones 20) Por otra parte, la castidad, para no engendrar personas orgullosas, solo se puede vivir en la humildad sincera: “tendrán en cuenta las Misioneras que la castidad es un don eximio de la gracia, por lo que, para conservarla, se dedicaran a la oración con asiduidad, recibirán con fervor la Eucaristía, se purificarán con frecuencia en el sacramento de la Penitencia y profesaran un tierno amor a la Santísima. Virgen. (Constituciones 23) Puesta su confianza en el Señor y, sabiendo que portan este gran tesoro en vasijas de barro, esfuércense en prevenir las tentaciones con la guarda fiel de los. sentidos, sin dejarlos vivir a su satisfacción, sino mortificándolos. Principalmente han se sujetar la imaginación (Constituciones 24) "La pobreza manifiesta que Dios es la única riqueza verdadera del hombre. Vivida según el ejemplo de Cristo que 'siendo rico, se hizo pobre', (2 Cor 8,9)" Ser Libre: estar sin ningún tipo de atadura- inclinación ya sea afectivo o efectivo. Ser pobres: no tener nada, no poseer nada, no apegarse a nada. En la vida religiosa se profesa el voto de pobreza prometiéndole al Señor darle nuestro corazón indiviso a Él. La religiosa guarda su corazón indiviso para el Señor; lugar que le pertenece solo a Dios. Nuestro fin es llegar por medio del voto de pobreza a esa libertad interior, dependencia total a la voluntad de Dios. No podemos decir que estamos totalmente libres si siempre andamos buscando como saciar nuestras necesidades. Ser libre es no pensar en mí y pensar solo en el querer de Dios. El voto de pobreza nos libera de nuestros deseos de comodidad y satisfacción, nos ejercita en sentir ausencia de las necesidades materiales y despega nuestro ser de apegos interiores como son nuestro propio yo y deseo de ser amada, para llegar a desear no ser amadas y amar solo a Dios. Una Misionera de la Providencia vive la consagración a Dios de una manera generosa y siendo testimonio en cosas concretas imitando la vida de Jesús que no tenía un sitio donde reclinar la cabeza. No se trata sin embargo de una pobreza a regañadientes, sino que brota de la alegre confianza en la Providencia de Dios sabiendo que cuida de nosotros en todo momento y traducida en un estilo de vida sencilla, sobria y austera. Por el voto de pobreza se llega a la libertad interior. El ser humano cuanto más tiene, más desea y más atado esta, difícilmente logrará esta libertad, si su corazón está apegado a las cosas materiales que le impiden desprenderse de manera voluntaria hasta de las cosas necesarias. Como bien decía el padre: “Os quiero desprendidas, tanto particularmente como en cuanto a la comunidad a la que pertenezcáis. La obra está sobre todas nuestras miras particulares y conveniencias de las casas donde estéis y habéis de anteponer las necesidades de aquella a cualquier necesidad” (Ráfagas 153) de esta manera veremos solo las necesidades de las demás alcanzando así el ideal y sueño de nuestro padre fundador. La obediencia, situarse confiadamente y sin condiciones en las manos de Dios Padre La obediencia practicada a imitación de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad de Padre (Jn.4,34) manifiesta la belleza liberadora de una dependencia filial y no servil, rica de sentido de responsabilidad y animada por la confianza recíproca, que es reflejo de la amorosa correspondencia propia de las tres Personas divinas (S. Juan Pablo II). La obediencia según Benedicto XVI, es la fuente de la más auténtica libertad. El Señor quiere hombres y mujeres libres, que no estén condicionados, capaces de abandonarlo todo para encontrar sólo en Él, su todo. La obediencia antes que virtud es un don, antes que ley es gracia. Por tanto, para un cristiano la obediencia no es algo secundario, sino que es algo esencial porque es la prolongación necesaria de la aceptación del señorío de Cristo sobre él. Los cristianos somos, en el mejor sentido de la palabra, “hijos de la obediencia” (1 Pe 2,14) Si esto es así para un cristiano cuánto más para nosotras que somos consagradas.
La obediencia en la vida consagrada
En este punto creo tenemos la obligación de reflexionar, una vez más, sobre el artículo V de las virtudes de la Misionera “ALMAS DE OBEDIENCIA EXQUISITA” Aquí está muy claro cómo ha de ser obediencia de las Misioneras de la Providencia. El padre nos lo dejó bien claro y de una exigencia extraordinaria, no tenemos donde perdernos, ni necesitamos buscar en otra parte. Pidamos al Señor nos conceda la gracia y nos de fortaleza para vivir nuestra propia espiritualidad abandonadas en las manos de Dios Padre Providente que sabemos cuida de todas y cada una de nosotras. Hagamos vida la frase de nuestro padre “VEAMOS TODO VENIDO DE LA MANO AMOROSA DE DIOS”