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UN HOMBRE PROVIDENCIAL CONTRA EL CONCILIARISMO (II)
Ante una cristiandad hastiada por las nefastas consecuencias del Gran
Cisma de Occidente, que se prolongaba ya por más de trenta y cinco
años, el concilio de Constanza (1414-1418) dio inicio en un peligroso
clima favorable a las teorías que ponían al concilio universal por en-
cima del Papa, atribuyéndole la plenitud de la potestad en la Iglesia.
En el momento en que los revolucionarios pregustaban su victoria,
Dios vino en ayuda del Papa legítimo, enviándole un hombre providen-
cial que logró revertir las tramas conciliaristas contra sí mismas.
2. Un pergamino secreto
Giovanni Dominici había sido premiado por la Divina Providencia con la
cruz de la calumnia, precisamente por parte de miembros del Colegio de los
cardenales, que lo acusaban de interesero e influenciador de la voluntad de
Gregorio XII para propia ventaja. Muchos de ellos eran los mismos que des-
pués abandonarían vergonzosamente al Papa para reunirse en el mencionado
conciliábulo cismático de Pisa. Pero eso sólo sirvió para confirmarlo en el
desprecio de las falaces vanidades del mundo y para acrisolar más aún su
temple y su confianza en la Santísima Virgen. A pesar de las críticas, o tal
vez por causa de ellas, se había convertido en confesor y consejero del Ro-
mano Pontífice.
De hecho, muchas y continuas fueron las confidencias entre ambos acerca
de una eventual renuncia al pontificado. A esas alturas del cisma, práctica-
mente nadie dudaba de que la abdicación voluntaria del Papa legítimo era,
con bastante probabilidad, una condición indispensable para su solución. La
cuestión era: ¿en qué momento y de qué manera? Con el paso del tiempo, las
numerosas constataciones de Gregorio XII en relación con la fidelidad y el
tino diplomático de Giovanni Dominici le fueron convenciendo de que debía
prestar una especial atención a sus consejos y opiniones. Así, habiéndolo
creado cardenal y nombrado Arzobispo de Ragusa, Gregorio XII decidió en-
viarlo como Legado suyo al concilio de Constanza. Antes de partir, sin
embargo, el Cardenal Dominici le pidió que firmase y sellase con el Anillo
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Sobre el conciliábulo cismático de Pisa, que en 1409 dio origen a un tercer “papa”,
complicando más aún el ya enrevesado cisma, véase el artículo XXXXX (I).
2
Sobre los motivos del descrédito en que cayó Gregorio XII, véase el artículo XXXXX
(I).
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3. En Constanza
Para el 4 de enero de 1415, Giovanni Dominici ya estaba en Constanza.
Su preocupación era doble. Por un lado, no adoptar ninguna actitud que pu-
diese ser interpretada en el sentido de que Gregorio XII estaba legitimando
a alguno de los dos antipapas o al propio concilio reunido en Constanza, que
no había sido convocado por el Romano Pontífice, y por tanto no podía ser
considerado «universal». Por otro lado, afirmar claramente la superioridad
absoluta del verdadero Papa sobre cualquier concilio en cualquier circuns-
tancia. El ambiente en la magna asamblea, sin embargo, estaba fuertemente
viciado por los conciliaristas, que tramaban sin cesar cómo conducir el con-
cilio hacia una confirmación oficial de sus tesis a favor de la superioridad
del concilio sobre el Papa.
Los meses que se siguieron hasta la extinción del cisma, son dignos de una
cronología con cierto detalle.
25 de enero. A fin de salir al paso del descrédito del Romano Pontífice, el
Cardenal Dominici declara oficialmente que Gregorio XII está dispuesto a
abdicar, siempre y cuando lo hagan también los antipapas Benedicto XIII
(Aviñón) y Juan XXIII. La fórmula de abdicación llegaría oportunamente de
Roma con la condición de que la sesión en que fuese leída no estuviese pre-
sidida por el antipapa Juan XXIII.
investidura para ello, pero había que reconocer que no intentaban definir una
doctrina, sino simplemente imponer una norma. Además — añadían — ni
siquiera entre los más radicales de los conciliaristas se había planteado la
posibilidad de condenar como herejes a los defensores a ultranza de la su-
premacía papal. Era preferible no romper con los extremistas, a fin de llegar
a un consenso, y con ello, a la deseada paz dentro de la Iglesia. Tal mentali-
dad era tristemente preponderante entre los hombres más influyentes en el
Sacro Colegio.
Entre ellos, se encontraba el Cardenal Pedro de Ailly, Obispo de Cambray
y antiguo Canciller de la Universidad de París, eminente teólogo y filósofo,
que gozaba del mayor de los prestigios entre los padres conciliares y que por
ello presidió varias sesiones solemnes. Era una pieza clave con la que había
que contar. La maniobra diplomática era compleja y exigió de Giovanni Do-
minici largas horas dedicadas a dilatadas conversaciones con el purpurado
francés a fin de ganarse su confianza y dejarlo inseguro en su postura cen-
trista. Para esta especie, lo más importante es la moderación y el
comedimiento. Nada de exaltaciones, nada de defensas acaloradas del Pa-
pado; la verdad — dicen estos — no necesita de apologías, pues brilla por sí
misma. Sin embargo, no es eso lo que los Evangelios nos narran acerca de
las disputas de Nuestro Señor con los fariseos…
BIBLIOGRAFÍA