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Órdenes, grados y jerarquía de los ángeles y arcángeles

diciembre 03, 2016

San Miguel psicomoro


Fue Dionisio Areopagita (siglo I, discípulo de San Pablo, que llegó a ser obispo de
Atenas), quien partiendo de una concepción ordenada del cosmos, según la filosofía
neoplatónica organizó las Jerarquías celestes angélicas (De coelesti hierarchia).
Según él, la armonía del cosmos era ante todo orden jerárquico, cuyo centro era
Dios, que forma la Tearquía o Santísima Trinidad, y en torna a ella los eternos
círculos de innumerables espíritus que danzan armónicamente en torno, con su
belleza inmaterial, acorde con las melodías del universo.
Así, el autor partiendo del corpus paulinium y de su formación neoplatónica forjó
su interpretación del universo angélico, con las triadas de los coros angélicos:
1. Jerarquía asistente: serafines, querubines y tronos.
2. Jerarquía de imperio: dominaciones, virtudes y potestades.

3. Jerarquía ejecutiva: principados, arcángeles y ángeles.

Se llama asistente a la primera jerarquía porque los ángeles que la componen están
rodeando siempre al trono de Dios, y representan los principales atributos de la
Divinidad el amor: la sabiduría y el poder.

Se denomina de imperio a la segunda jerarquía porque sus componentes representan


las perfecciones divinas más relacionadas con las criaturas, mediante las cuales se
impone como Señor soberano de todos los seres creados.

La jerarquía ejecutiva que corresponde a la tercera triada porque es la encargada


de llevar a cabo las órdenes de Dios sobre las naciones o los individuos.

Por tanto, para Dionisio este universo no es una mera jerarquización sino que la
jerarquía es un orden sagrado o actividad que permite las iluminaciones para imitar
a Dios en la medida de sus fuerzas, así que el fin de la jerarquía es tender hacia
la divinización. La obra citada de la Jerarquía Celeste fue muy comentada a lo
largo de la Edad Media, y su fascinación mística influyó en la iconografía
cristiana.

Esta distinción hecha en relación a Dios, «a la conducción general del mundo o a la


conducción particular de los estados de las compañías y de las personas»; no se
dividen por importancia pues cada ángel es importante e indispensable en su campo,
más se clasifican por cercanía a la esencia de Dios, cabe recalcar que la jerarquía
no influye en la capacidad de amar de cada ser angelical, pues un ángel de la
novena jerarquía podría amar más a los hombres y a Dios que uno de la primera.

Por su parte, la Biblia se refiere a los ángeles utilizando tanto apelativos


personales (como los nombres propios de: Rafael, Gabriel y Miguel), como también
“agrupados” en estimaciones de Serafines, Querubines, Tronos, Potestades,
Dominaciones, Principados y Virtudes. Así mismo, distingue entre Ángeles y
Arcángeles. La teología, especialmente la Patrística medieval, no ha rechazado
estas representaciones, tratando en cambio de darle una explicación doctrinal y
mística.

Veamos en detalle las categorías angélicas:


Jerarquía asistente: serafines, querubines y tronos.
El Coro de Serafines. El nombre de serafines alude al fuego que los abrasa, ya que
según San Bernardo arden con el fuego de Dios por caridad y brillan por sí mismos.
Es el coro bienaventurado por excelencia. Ellos son puro fuego de amor al servicio
de Dios. Están incesantemente adorando, amando y alabando a la Santísima Trinidad.
Ese es su oficio y en eso precisamente consiste su beatitud. De día en día, de hora
en hora, su amor se inflama sin cesar de nuevo hacia el amor supremo.

El Coro de Querubines. Significan plenitud de ciencia, por cuanto Dios como Señor
de las Ciencias vive en medio de una luz inaccesible e inefable; por ello Ezequiel
los representa llenos de ojos, que no son más que luz y sabiduría, que pueden
transmitir. Son como la guardia privada de Dios. El celo personal y personificado
por la gloria de Dios y por su defensa. Fue precisamente un Querubín el que expulsó
a nuestros primeros padres del Paraíso terrenal. Delante del trono del Papa hay
cuatro querubines. También delante de muchos Santuarios particularmente venerados,
hay un Querubín. Dice Ana Catalina Emmerick que debemos invocarles en todas las
tentaciones contra la fe. También que son muy apropiados para las almas
escrupulosas, en especial aquellos que están asediados contra la santa virtud de la
pureza.

El Coro de los Tronos. El nombre de tronos sirve para señalar que son ellos asiento
de la gloria en la que se halla la majestad divina. Es un coro real. Se dice eso
porque cada obispado, lo mismo que cada reino o cada comunidad de claustro, tiene
un ángel del coro de los tronos. Ellos presentan al Altísimo las oraciones de su
Diócesis, de su reino o de su convento, ennoblecidas y santificadas por su propia
oración. Una disposición divina ha querido que se les mencione en el prefacio. El
Ángel de España, lo mismo que el Ángel de Portugal que se apareció en Fátima,
pertenece a este concreto coro real.
Jerarquía de imperio: dominaciones, virtudes y potestades.
El Coro de las Dominaciones. Llamadas así por el poder que ejercen sobre los coros
inferiores para extender el reino de Dios, así que arden con deseos vehementes de
llevar a todas partes el nombre divino. Los ángeles de este coro son donados a
todos aquellos que son llamados a enseñar, sea en una Universidad, sea en una
cátedra, sea en un Concilio, sea sobre determinado asunto en la dirección
espiritual. Los misioneros suelen ser protegidos por estos ángeles. Los superiores
de un seminario, así como los seminaristas, tienen uno al lado de ellos; y estos
ángeles les inspiran a que recen por la conversión de los que están en el error o
en la incredulidad, o por los malos católicos.

El Coro de las Virtudes. Son las que inspiran a las almas grandes los sentimientos
que las hacen dignas de Dios. Estos ángeles personifican la virtud, que es una
fuerza en el orden del bien. Dios los envía a aquellos que ponen toda su fuerza de
voluntad y toda su perseverancia para llegar a ser mejores. Son ellos los que nos
ayudan a ir extirpando defectos. Son los que nos advierten, y los que a veces nos
han salvado de caer en el pecado de forma casi milagrosa, o nos han ayudado a
perseverar en el bien. Esto es sólo posible sin violar la voluntad humana, cuando
el pecador, aunque débil, quiere de todo corazón no ceder a las tentaciones y
permanecer en gracia de Dios. Este concreto coro puede serle de inestimable ayuda
para avanzar por el sendero de la virtud y perfección.

El Coro de las Potestades. Denominadas así gracias al poder que tienen sobre los
ángeles caídos o demonios. “Los Ángeles del Coro de las Potestades son grandes,
salvo raras excepciones”. Están dedicados exclusivamente al servicio de los
sacerdotes. Según la beata monja Ana Catalina Emmerick, tienen un aspecto grave y
que el demonio huye de este coro. Las Potestades velan sobre los sacerdotes,
especialmente en cuanto al cumplimiento de su función. Es muy importante el
invocarlos cuando se sufre de aridez en la oración y de sequedad espiritual.
También cuando uno está tentado de ceder a la cólera o impaciencia.
Jerarquía ejecutiva: principados, arcángeles y ángeles.
El Coro de los Principados. Son los encargados de velar por el gobierno espiritual
y temporal de los pueblos. Por tanto los príncipes y gobernantes se hallan bajo su
custodia. Cada parroquia tiene un ángel que pertenece a este coro. Según algunos
místicos son grandes y de aspecto majestuoso. Están arrodillados delante del
santísimo Sacramento y oran noche y día por todas las familias de la comunidad
parroquial. Ellos conocen a todos los parroquianos de su Iglesia e imploran el
perdón cada vez que se produce un escándalo. Su rostro es amigable y lleno de
afecto, y se ensombrece de gran tristeza cuando alguien recibe los sacramentos de
una manera poco digna o de forma sacrílega.

El Coro de los Arcángeles. El coro de los arcángeles resguarda los secretos


divinos, por ello no sólo adoran los designios más elevados sino que se apresuran a
realizarlos. Son aquellos que nos ayudan en situaciones difíciles y
extraordinarias. Por ejemplo nos dan la fuerza que necesitamos para soportar
amarguras, sufrimientos y pruebas, las cuales nos aplastarían. Como mensajeros que
son llevan noticias importantes.

El Coro de los Ángeles. Con la misión de guardar a cada pueblo o nación y a cada
hombre en particular. Son los ángeles custodios que nos guían y protegen, día y
noche. No se separan nunca, aunque no se les invoque. Son los mensajeros entre Dios
y nosotros para las cosas frecuentes de cada día. Enjugan nuestras lágrimas, velan
sobre nosotros y llevan nuestras oraciones y peticiones delante del Señor. En
realidad no sólo el último coro, están a nuestro servicio, y la devoción hacia
ellos aumentará en nosotros la virtud y la santidad.

Esta clasificación de Dionisio Areopagita se convirtió en canónica y fue


introducida por el Papa San Gregorio el Grande en el 870, llegando a quedar
sintetizada por Santo Tomás de Aquino en su tratado de los ángeles. Inserto en la
Suma Teológica. Quien dio más difusión a esta doctrina fue Dante, que reservó un
puesto del Paraíso a San Dionisio.
LOS SIETE ARCÁNGELES
Como lo pregonan las Sagradas Escrituras, el culto divino es el principal oficio de
los ángeles, de allí se genera el papel fundamental que han ocupado en la liturgia
cristiana desde hace evos. Sin lugar a dudas, la visión más impactante de la Corte
de Dios con la adoración de los ángeles es la que describió el apóstol San Juan
cuando vivía en la isla de Patmos: "Vi un trono colocado en medio del cielo, y
sobre el trono, uno sentado. El que estaba sentado parecía semejante a la piedra de
jaspe y a la sardónice, y el arco iris que rodeaba el trono parecía semejante a una
esmeralda. Alrededor del trono vi otros veinticuatro tronos, y sobre los tronos
estaban sentados veinticuatro ancianos, vestidos de vestiduras blancas, con coronas
de oro sobre sus cabezas. Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y
delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete
espíritus de Dios. Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al
cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de
ojos delante y detrás. (Apocalipsis 4, 2-6).

Tales lámparas de fuego no podían ser sino ángeles en calidad de ministros del
Señor, al que asisten para gobernar el cosmos. Visión tan grandiosa ha llenado la
imaginación cristiana a lo largo de los siglos, especialmente durante la Edad
Media, que vio a los ángeles oficiando el rito de la liturgia celeste. Así, figuras
como San Basilio bien expresaban: "Glorificar a Dios es la ocupación de los
ángeles; la única función de todo el ejército celeste es ensalzar al Creador".

Así, los ángeles fueron para los cristianos como los maestros del culto divino, por
eso en la pictografía van vestidos con trajes litúrgicos o llevando
particularidades afines. En la Iglesia primitiva estuvo muy extendida la creencia
de que los textos litúrgicos y la música usados en los templos eran de origen
angélico, incluso que algunos Salmos eran una oración angélica. Al respecto en una
visión de San Ignacio de Antioquía, se le aparecieron dos coros cantando himnos en
alternancia, y por ello introdujo tal costumbre en su iglesia; San Juan Damasceno
refiere que los ángeles revelaron a los fieles de Constantinopla el canto del
trisagio, por otra parte Casiano relata que los doce salmos del oficio nocturno
monástico fueron determinados en su número por un ángel resolviendo una cuestión
polémica.

Estas leyendas piadosas nos revelan la profunda convicción cristiana de ser los
ángeles maestros en la labor de alabar a Dios. De todo ello se infiere que los
cristianos, especialmente los monjes, que desean hacer vida angélica en este mundo,
han de imitar a los ángeles tanto en la contemplación de Dios como en su alabanza.

Colombas ha visto cómo en la tradición cristiana (oriental y occidental) se


considera al culto divino como obra de los ángeles, tal como demuestra la liturgia
bizantina desde el siglo VI con el "Canto de los querubines"; pero será
especialmente la liturgia de la misa donde mejor se manifieste el rito angélico por
la continua epifanía del sacerdocio de Cristo ya que cielo y tierra vienen a
constituir una idéntica realidad.

Ahora bien, yendo al ámbito particular de los representantes angélicos, de los


cuales, es por medio de las Sagradas Escrituras que conocemos sus nombres: Miguel,
Gabriel y Rafael; los dos primeros extraídos del libro de Daniel, mientras que
Rafael aparece en el Libro de Tobías.

Por su parte, los textos apócrifos (aparecen en libros de Enoc, el cuarto libro de
Esdras y en la literatura rabínica) nos muestran cuatro nombres más de arcángeles,
para un total siete, lo que tal vez se explicaría por el significado místico de
este número, o porque sean las siete lámparas de fuego del libro del Apocalipsis ya
mencionado, así que habría que añadir los nombres de Uriel, Barachiel o Baraquiel,
Jehudiel o Jophiel y Seathiel o Saeltiel. Debido a los excesos por lo que en el
siglo VIII la Iglesia romana llamó la atención al respecto por las invocaciones
sospechosas a seis desconocidos arcángeles; el Concilio de Letrán delimitó el culto
a los tres arcángeles más conocidos por los fieles cristianos.
Arcángel San Uriel
Desde un comienzo permaneció junto a la triada arcangélica. Su nombre, derivado del
hebreo, hace referencia al fuego (llama o luz de Dios). Se le personifica con una
espada en el jardín del Edén pues se cree que fue el espíritu que expulsó del
paraíso a nuestros primeros padres Adán y Eva.

Su ministerio en ocasiones es como psicopompo (el que lleva las almas de los
difuntos al juicio de Dios) y también se cree que es el encargado de la protección
de las tierras y los templos consagrados a Dios. Se le invoca pidiéndole nos
otorgue las virtudes contrarias para combatir la ira, la impaciencia y el odio. Su
devoción fue muy conocida en occidente hasta el siglo XV, en Rusia y sus países
satélites se le venera actualmente.
Arcángel San Gabriel
Conocido por ser el ángel de la Anunciación a la Santísima Virgen María, quien
portó el mensaje de salvación a la humanidad por medio de la Encarnación del Hijo
de Dios. A partir del siglo XIV apareció oficialmente su culto, aunque ya era
invocado desde hacía siglos por la cristiandad.

San Gabriel Arcángel simboliza la Fuerza o Fortaleza de Dios. En el Antiguo


Testamento se le menciona en el libro de Daniel donde le revela a este profeta una
visión del carnero y el chivo (Dan. 8:16), y le ilustra en los sucesos futuras que
van a suceder (Dan. 9,21-27). En el libro de San Lucas (1,11-20) del Nuevo
Testamento, se le cita anunciando a Zacarías el nacimiento de San Juan Bautista.

Este Arcángel es reconocido como el ángel mensajero, se le personifica con una vara
perfumada de la flor de la azucena. Es el patrono de los medio de comunicación y de
los profesionales relacionados con estas profesiones debido a que dejó al mundo la
más maravillosa noticia con su Anunciación.
Arcángel San Rafael
Su culto se generó en Occidente desde el siglo XV, aunque tuvo oratorios dedicados
en la época carolingia en Centula y Saint-Gall. Fue ubicado en correspondencia con
los otros arcángeles por motivos honoríficos y para perfeccionar la triada
arcangélica. Su nombre proviene del griego y significa "medicina de Dios", y se le
invoca tanto para las enfermedades espirituales como físicas o corporales. Dios es
médico y Rafael es el arcángel encargado de la misión salutífera hacia los hombres.

Es mencionado en el libro de Tobías del antiguo Testamento, donde hace como


protector del joven del mismo nombre en un largo viaje para recaudar una deuda para
sus necesitados padres, por eso también es invocado como custodio de los viajeros.
Arcángel San Miguel
La jerarquía del Arcángel San Miguel como primer mensajero de Dios viene de su
nombre derivado del griego, que significa: "quién como Dios". Su retrato más
conocido es como jefe o general de los ángeles y capitán del ejército celestial.
Sin embargo, su misión más importante fue la de psicopompo, por eso se le retrata
portando la balanza para la psicostasia en el momento del Juicio Final. Su culto es
el más antiguo que el de los demás arcángeles, al parecer se generó en las
comunidades cristianas del Egipto del siglo IV. Su culto en Constantinopla se puede
rastrear hasta la época de Constantino, de esta capital del imperio romano oriental
debió pasar a Italia y de allí al resto de Europa.

El culto a San Miguel se difundió tanto por su papel de psicopompo, como


especialmente por un suceso ocurrido en la Roma del Papa Gregorio el Grande (590),
cuando e ordenó procesiones para suplicar a Dios el fin de la peste, el Papa tuvo
una aparición del San Miguel en lo alto del castillo de Santangelo con la espada
envainada, indicando que la epidemia había acabado, lo que se pudo comprobar.

Uno de los principales aspectos del influjo de San Miguel fue las peregrinaciones a
lugares privilegiados por la presencia de este arcángel, como el Monte Gargano en
cuya cúspide se manifestó a fines del siglo V, lo que dio comienzo de una
extraordinaria extensión de su culto por toda Europa, llegando a ser este lugar un
polo de atracción para los cristianos que viajaban a Italia, como los reyes
lombardos y los emperadores del Sacro Imperio, y entre los franceses recuerdan a
San Odón, abad de Cluny y a Suger.

El lugar era estimado por la misteriosa gruta del arcángel, en cuya puerta se leía:
Terribilis est iste tocus, y una escalera que descendía hasta el fondo, donde
podían verse las huellas de los pies de San Miguel. Tal importancia se dio a este
sitio que fue catalogado entre las peregrinaciones mayores, origen de otras menores
a manera de filiales en varios lugares del sur de Italia, pero el más famoso fue el
Monte St. Michel de Normandía, que como no tenía gruta se hizo de forma artificial.
Arcángel San Seathiel o Saeltiel
Se le representa agitando un incensario como instrumento litúrgico utilizado para
simbolizar las oraciones que se llevan ante el trono de Dios. También como
despensero de gracias carga una canasta de frutas o flores, simbolizando la gloria
de la vida con Dios alcanzado por la práctica de las virtudes.

Se le invoca para prevenir los malos hábitos como la incontinencia, la gula, la


intemperancia, el alcoholismo, etc. Sobre estos vicios Jesús no advierte en Lucas
21,34: "Estén alerta, para que no se endurezcan sus corazones por los vicios,
borracheras y preocupaciones de la vida. No sea que ese día caiga de repente sobre
ustedes".

Contra estas malas inclinaciones debemos cultivar la virtud de la templanza y de la


renuncia, para conseguir una inteligencia más despejada, fortalecer la voluntad,
adquirir nuevas virtudes, conseguir el perdón de nuestras faltas y ser escuchados
en nuestras oraciones. Se le invoca igualmente para que los esposos tengan una
buena relación marital.
Arcángel San Jehudiel o Jophiel
Su nombre quiere decir "Alabanza de Dios". Se le invoca contra la envidia y los
celos. Se le representa con un látigo o disciplinas, como los instrumentos de
penitencia usados por los santos y anacoretas. También carga una corona de flores
que simboliza el premio que se le da al vencedor de sus vicios.

El vicio de la envidia es resentido del bien que pasa a nuestros semejantes. En


general, si no se domina la envidia puede transformarse en odio. Se puede vencer la
envidia con el amor a Dios, a sus leyes y al prójimo.

Para esta lucha el Arcángel Jehudiel nos da su guía y auxilio. Su aprobación


absoluta de las leyes Decreto Divinas y su celo en la ejecución de su voluntad
selló su alianza con Dios por la eternidad.
Arcángel San Barachiel o Baraquiel
Simboliza la bendición divina expresada mediante un manantial de rosas, flores que
tienen un significado místico en el cristianismo.

Se le invoca para evitar la pereza, la tibieza espiritual y la indiferencia hacia


las Cosas Sagradas. Se debe realizar una lucha constante por alcanzar el reino de
los cielos como dijo Jesús en los evangelios: "Puesto que no eres ni caliente ni
frío, sino tibio, yo te vomitaré de mi boca" (Apocalipsis 3,16). Sobre el celo
apostólico también prescribió el Señor: "El Reino de los Cielos sufre violencia y
tan solo los violentos lo pueden arrebatar" (Mateo 11,12). La tibieza es ante dios
peor que la frialdad.

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