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Sin embargo, desde la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño (1989), y su
ratificación por el Perú el 4 de setiembre de 1990, se promueve un enfoque de derechos de la
infancia y de la adolescencia, basado en el reconocimiento de su dignidad inherente y su valor
como sujeto y ciudadano activo, con capacidad para ejercer sus derechos y exigir legalmente su
cumplimiento.
Siguiendo esa línea, el Currículo Nacional de la Educación Básica (MINEDU, 2017) incorpora el
enfoque de derechos como uno de sus enfoques trasversales. Recordemos que los enfoques
trasversales “aportan concepciones importantes sobre las personas, su relación con los demás,
con el entorno y con el espacio común y se traducen en formas específicas de actuar, que
constituyen valores y actitudes que tanto estudiantes, maestros y autoridades, deben esforzarse
por demostrar en la dinámica diaria de la escuela” (p. 12).
Con el enfoque de derechos buscamos no solo garantizar la integridad y dignidad de las niñas,
niños y adolescentes, sino también promover una educación moral que aporte desde la escuela
a la consolidación de la democracia, a la promoción de las libertades individuales, a la defensa de
los derechos colectivos de los pueblos y a la participación responsable en asuntos públicos.
En este punto, resulta pertinente aclarar lo que entendemos por educación moral. Al respecto,
el Proyecto Educativo Nacional – PEN (Consejo Nacional de Educación, 2020) señala que la
“educación moral busca desarrollar capacidades de pensamiento necesarias para desenvolverse
en ámbitos que suponen un conflicto de valores. Asimismo, supone guiarse autónomamente
respecto de situaciones conflictivas en cuyo grado propio de incertidumbre es posible elaborar
soluciones siempre mejores y más justas” (p. 80).
Esta definición propone tres elementos claves. En primer lugar, la educación moral aspira a
desarrollar en las personas un nivel de razonamiento y juicio que les permita discernir lo bueno y
lo malo en diversas situaciones sociales, especialmente en aquellas en las que existan conflictos
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de valores. En segundo lugar, tiene el objetivo de fortalecer la autonomía de las personas para
orientarse de forma libre en su comportamiento social, en base a la interiorización de valores y
convenciones. Finalmente, la educación moral enseña a resolver los dilemas y las incertidumbres
morales propias de todo entorno social, buscando construir soluciones que sean cada más justas
y beneficiosas para todas y todos.
La escuela es un espacio privilegiado para la educación moral. Como señala el PEN, “si el mejor
aprendizaje es el que se logra observando, reflexionando, sintiendo y haciendo, entonces
nuestros estudiantes tienen que vivir la justicia y la libertad practicándola en la escuela. Se tiene
que aprender a identificar tanto aquello que valoramos como los conflictos de valores, y
desarrollar formas de pensamiento que reposen en principios universales” (2020, p. 80).
Así, vemos cómo el enfoque de derechos de las niñas, niños y adolescentes se articula con la
educación moral en el entorno escolar. Es fundamental que la escuela incorpore un enfoque de
derechos que reconozca a las y los estudiantes como ciudadanos plenos, con capacidad para
ejercer su libertad de manera responsable, de modo que pueda garantizar coherentemente el
desarrollo de su autonomía y su razonamiento moral.
Ahora bien, ¿de qué manera se relaciona todo esto con la disciplina? Siguiendo la lógica de lo que
hemos señalado podemos decir que la disciplina es el resultado de una autonomía fortalecida y
del ejercicio responsable de la libertad, desarrollada a partir de una educación moral con enfoque
de derechos.
La disciplina la capacidad mediante la cual las personas desarrollan los razonamientos y juicios
morales que les permiten cumplir voluntariamente las normas, reglas y acuerdos sociales. Así, al
contrario de lo que normalmente se piensa, la disciplina no es el ejercicio del control externo
sobre el comportamiento, tampoco busca fomentar la obediencia a través de estos medios y
muchos menos tiene la finalidad de homogenizar las conductas (con un mínimo de variación entre
ellas).
Más bien, la disciplina desde un enfoque de derechos tiene el objetivo de lograr que las niñas,
niños y adolescentes hagan lo correcto sobre la base de un conjunto interiorizado de valores y
convenciones, en lugar de hacerlo para recibir recompensas o evitar el castigo. Esta capacidad se
desarrolla y fortalece en la interacción social, a través de un conjunto de acciones formativas que
modelan y fomentan valores prosociales, el cumplimiento de las reglas para el bienestar
colectivo, la responsabilidad por nuestras propias acciones, la promoción de los derechos, así
como el respeto a las personas y a las autoridades.
Para lograr esto, la educación moral debe establecer expectativas sobre el aprendizaje de las
niñas, niños y adolescentes relacionadas a la apreciación e internalización de principios
universales (como la compasión, la justicia, la equidad, el respeto, entre otros) y a su capacidad
para poder expresarlos en sus decisiones, juicios y comportamientos sin ningún tipo de coerción.
De acuerdo con Power y Hart (2005), si seguimos un enfoque centrado en los derechos humanos
podemos considerar siete principios fundamentales para orientar la educación moral y la
disciplina de las niñas, niños y adolescentes.
Si bien estos principios muestran cierto grado de variabilidad a través de diferentes contextos y
culturas, se puede afirmar que poseen relevancia universal para la promoción de
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comportamientos morales asociados con la expresión de la justica, la solidaridad, la equidad y la
integridad personal.
Visto de este modo, los esfuerzos por corregir el comportamiento de las niñas, niños y
adolescentes deben ser siempre de naturaleza educativa y reconocerlos como personas
valiosas y dignas.
En el caso específico de las escuelas, es importante que expliciten los valores morales que
desean promover en su comunidad educativa, que los reflejen en la toma de decisiones y
que se manifiesten en el comportamiento cotidiano de sus directivos, docentes y en el
resto del personal.
Por lo tanto, el énfasis de la disciplina escolar debe estar en respetar y expandir las
capacidades de las y los estudiantes para el razonamiento moral, la construcción e
internalización de valores, el pensamiento crítico, la gestión pacífica de los conflictos, la
empatía, entre otras.
Por lo tanto, las niñas, niños y adolescentes deben trabajar en conjunto con sus padres,
madres y docentes en el desarrollo de vías adecuadas para analizar y resolver los
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problemas, retos y oportunidades que se presentan en los contextos y espacios que son
relevantes en sus vidas.
4. Respetar las necesidades propias del desarrollo de las niñas, niños y adolescentes
La aproximación pedagógica a los problemas implica tomarlos como retos y oportunidades
de aprendizaje. En esa línea, las acciones disciplinarias o las medidas correctivas que se
utilizan para resolver problemas de comportamiento no deben perder de vista su
importancia pedagógica para responder a las necesidades que las niñas, niños y
adolescentes presentan durante su desarrollo.
La teoría de la Economía de caricias, desarrollada por Claude Steiner (1971) refiere que los
humanos necesitamos de caricias para poder desarrollarnos, de signos de reconocimiento,
de una mirada, de una crítica constructiva, un gesto amable, una mano en el hombro, etc.
Cuando una persona no recibe caricias positivas, hace todo lo posible para obtener caricias
negativas antes que no tener ningún tipo de reconocimiento o de atención. Es decir, si no
hay un reconocimiento positivo, de manera no consciente se cometen errores o se asumen
actitudes provocativas para llamar la atención y sentirse importante.
Las perspectivas de las niñas, niños y adolescentes, así como sus motivaciones, orientan
sus decisiones y acciones cotidianas. Además, le dan significado y propósito a su
comprensión de las experiencias, retos y oportunidades que se les presentan durante su
desarrollo. Por ello, toda medida correctiva debe tener en consideración y respetar estos
factores.
7. Promover la solidaridad
Por solidaridad entendemos el respeto compartido por perspectivas y motivaciones
diversas que dispone a los individuos a asociarse como miembros cooperativos y
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constructivos de un grupo social, proveyendo soporte a las necesidades y a la calidad de
vida tanto colectivas como individuales.
La educación moral de las niñas, niños y adolescentes se desarrolla a partir de la interacción con
sus entornos sociales. En el entorno de las escuelas un elemento fundamental para fortalecer
este desarrollo moral es la calidad de la convivencia que se vive entre los integrantes de la
comunidad educativa. Cuando las escuelas se organizan a partir de relaciones interpersonales
positivas, con respeto y buen trato, sin discriminación y con capacidad para resolver sus conflictos
de forma pacífica, al mismo tiempo se le está ofreciendo a las y los estudiantes un espacio seguro
y acogedor para desarrollarse.
Pero ¿cómo mantener este tipo de calidad en las interacciones sociales cuando nos enfrentamos
al reto de gestionar el comportamiento disruptivo de las y los estudiantes? ¿Cómo mantenemos
una convivencia positiva y desarrollamos las capacidades morales de nuestros estudiantes a
través de la disciplina y las medidas correctivas?
En primer lugar, como ya hemos visto más arriba, es importante comprender que el
comportamiento de las personas es una expresión de su esfuerzo por satisfacer ciertas
necesidades, siempre desde la perspectiva particular con la que cada una comprende y
experimenta las situaciones sociales, tanto a nivel cognitivo como emocional.
a) Autonomía
Se expresa, en primer lugar, a través de la construcción de un dominio personal o privado,
donde se desarrolla un sentido de sí mismo como individuo singular, con una identidad
única. Esta identidad social puede observarse en la infancia y la adolescencia en diversas
situaciones; por ejemplo, en el disfrute de ciertas actividades, en la elección de las
amistades, en la expresión personal, en el manejo de su privacidad, entre otras.
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b) Pertenencia
Hace referencia a la necesidad de formar parte de un colectivo social. Es una característica
inherente de las personas que se expresa en la búsqueda de la conexión social con los
demás, especialmente a través de relaciones recíprocas de atención, valoración y
reconocimiento. La satisfacción de esta necesidad genera un sentido de seguridad y
soporte que aporta significativamente al desarrollo de las niñas, niños y adolescentes.
Inicialmente, la pertenencia se logra en el hogar a través de las relaciones con los familiares
y cuidadores; luego en la escuela, en el grupo de amigos, en la comunidad, etc.
c) Importancia
Expresa la necesidad de conexión con los demás a través de la responsabilidad y la
contribución al grupo social. Las niñas, niños y adolescentes buscan sentirse genuinamente
necesarios y que sus acciones sean valoradas por ser un aporte constructivo al bienestar
de sus entornos sociales más significativos. Cuando su esfuerzo de cooperación es
reconocido por las figuras sociales de referencia, las niñas, niños y adolescentes fortalecen
su autoestima y su sentimiento de valía personal.
d) Competencia
Esta necesidad se expresa en la curiosidad de las niñas, niños y adolescentes, en sus
habilidades prácticas de afrontamiento de situaciones sociales, en su pensamiento crítico
y en su capacidad para resolver problemas. La percepción de ser competentes se ve
favorecida cuando las y los estudiantes alcanzan sus logros académicos, cuando generan
relaciones positivas o solucionan situaciones complejas. La educación moral no ocurre en
un espacio separado del sentido de competencia, más bien se encuentran conectados y se
retroalimentan.
Muchas veces se entiende la disciplina como una acción reactiva al comportamiento retador o
disruptivo1. Sin embargo, cuando proponemos que la disciplina es un componente de la
educación moral, esto significa que es fundamental poder implementarla desde una
aproximación proactiva, que garantice un entorno positivo para el aprendizaje y reduzca la
probabilidad que aparezcan comportamientos no deseados.
1. Asegurarse que las prácticas disciplinarias en el aula sean un reflejo de las políticas de la
escuela
Una de las bases de una gestión disciplinaria exitosa es que toda la escuela comparta los
mismos principios y orientaciones. La disciplina no es solamente un tema de gestión del
aula, sino una propuesta pedagógica y moral que se aplica en todos los espacios y
dinámicas escolares.
1Llamamos “retadores” a todos aquellos comportamientos que incumplen las normas de convivencia y perturban la
convivencia escolar o el aprendizaje. Siempre requieren de una intervención por parte de las y los adultos por medio
de medidas correctivas. Cuando estos comportamientos poseen un riesgo moderado o alto para el entorno educativo
se les denomina “disruptivos” (Graham y Hartley, en prensa).
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Por lo tanto, las medidas implementadas en el aula tienen que ser congruentes con las
políticas y enfoques de la institución en su conjunto. La cooperación entre todo el personal
de la escuela y la consistencia de sus acciones disciplinarias fortalece la efectividad de las
intervenciones. Además, este tipo de coherencia institucional, moral y pedagógica brinda
a las y los estudiantes un sentido de seguridad, pues saben con claridad qué se espera de
ellos y qué tipo de consecuencias acarrean sus acciones.
Cabe resaltar que las normas de convivencia del aula son una herramienta dinámica, es
decir, pueden cambiar y ajustarse de acuerdo con las necesidades del aula a lo largo del
año escolar. Para ello, sirve mucho establecer reflexiones periódicas con las y los
estudiantes para evaluar la utilidad de las normas y determinar si se requieren algunas
modificaciones.
Una vez aprobadas por consenso, es importante que las normas estén ubicadas en un lugar
visible del aula de modo que puedan ser utilizadas con herramientas de regulación cuando
la situación lo requiera.
Algunas acciones concretas que se pueden realizar son: recordar sus nombres, conversar
con ellos, conocer sus intereses, tomar en cuenta quiénes buscan mayor atención, ser
sincero con ellos y ellas, preguntarles cómo están si no se les ve bien, conocer un poco más
sobre sus vidas cotidianas, mostrarles con claridad que nos importa cuidar de ellas y ellos,
entre otras.
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Si se planifican actividades relevantes para las y los estudiantes, es más sencillo logran su
compromiso con el trabajo pedagógico en el aula y disminuir la probabilidad de
comportamientos disruptivos. Una de manera de ir mejorando es ser autocrítico y analítico
con nuestra labor y, si algo no funciona, hay que considerar las razones y evaluar maneras
de hacerlo diferente.
7. Ser inclusivo
Utiliza materiales, fotos, música, afiches, revistas, etc., que reflejen la diversidad de las y
los estudiantes del aula. La finalidad es que ninguno se sienta dejado de lado o que su
identidad no es valorada.
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Finalmente, no debemos olvidar que, si nuestro objetivo es reducir la necesidad de estar
utilizando medidas correctivas constantemente, lo mejor que podemos hacer es gestionar
nuestra aula con estrategias proactivas, que se adelanten a la ocurrencia de los hechos.
No obstante, hay que reconocer que los comportamientos retadores o disruptivos nunca van a
ser erradicados del todo. Por eso, además de estrategias proactivas debemos tener planificadas
algunas medidas correctivas.
Entendemos por medidas correctivas las acciones disciplinarias que tienen por objeto gestionar
el comportamiento retador o disruptivo de las y los estudiantes, y fortalecer su capacidad de
autorregulación a través de la educación moral, siempre de acuerdo con su edad y nivel de
desarrollo, respetando su dignidad y sus derechos humanos.
Teniendo en cuenta la disciplina con enfoque de derechos, podemos señalar que, de manera
general, las medidas correctivas deben ser:
Desde el modelo de la disciplina positiva, Graham y Hartley (en prensa) proponen que, para
implementar medidas correctivas que respeten la dignidad de las niñas, niños y adolescentes sin
ningún tipo de maltrato, es necesario que los adultos intervengan en calma.
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Un adulto que corrige calmado, en un estado de tranquilidad y sosiego, tiene mayor capacidad
para empatizar con las emociones y necesidades de la niña, niño o adolescente. Además, la calma
del adulto contribuye a la calma del propio niño, niña o adolescente, lo que facilita el éxito de
cualquier acción que se decida tomar.
Graham y Hartley proponen el acróstico CALMA como una técnica de respiración consciente para
lograr un estado de serenidad y puede ser practicada cada vez que se necesite.
C Conscientemente respiro.
A Acojo y acepto mis emociones y mis pensamientos y los dejo pasar.
L Llevo toda mi atención a mi respiración y logro enfocarme en el aquí y ahora.
M Me cuido y se siente bien.
A Actúo desde la calma.
Es fundamental comprender que solamente desde un estado de calma podemos asegurar que
nuestras medidas correctivas mantengan una orientación pedagógica y moral clara. Sumado a
eso, cuando nos mostramos en calma también estamos dando un ejemplo concreto sobre la
mejor forma de manejar las situaciones conflictivas y servimos de modelo práctico sobre nuestro
propio discurso.
Cuando pensamos en medidas correctivas quizá lo primero que se nos viene a la mente son
aquellas que tradicionalmente han sido parte de la disciplina escolar. Entre estas medidas
tenemos las advertencias verbales y escritas, los deméritos, la reducción de privilegios, las tareas
adicionales o la asignación de trabajos menores (ordenar el aula, por ejemplo). En realidad, todas
estas medidas correctivas pueden ser utilizadas bajo el enfoque de derechos si se garantiza el
cumplimiento de los principios que hemos señalado más arriba.
Sin embargo, la disciplina entendida como educación moral nos plantea el reto de pensar medidas
correctivas que se respondan mejor a las necesidades de las y los estudiantes, permitiéndoles
fortalecer su capacidad de autorregulación y de pensamiento crítico.
A continuación, presentamos algunas estrategias que pueden usarse para la gestión del aula y
otras para la intervención sobre el comportamiento. Cabe destacar que todas las estrategias
presentadas están basadas en evidencias que confirman o validan su efectividad (Peterson,
2005).
Las estrategias recomendadas para trabajar sobre los comportamientos retadores o disruptivos
son:
2. Restauración.- permitir que el estudiante restituya el daño causado mediante una acción
directa sobre el problema o alguna actividad que mejore el clima de la escuela. Esta estrategia
debe ir acompañada de la orientación del docente, con el objetivo de motivar en el estudiante
una reflexión sobre lo ocurrido y la mejor forma de restaurar el daño. Incluso, esto puede
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hacerse de manera colectiva con el aula si es manejado con el cuidado que amerita la
situación.
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La prioridad de la acción pedagógica debe ser el desarrollo de competencias en el
estudiante para la consolidación de su bienestar integral, especialmente en momentos
de crisis como este donde se requiere fortalecer la calidad de vida de las personas, la
cohesión social y las relaciones interpersonales basadas en el respeto y el buen trato.
En lo que respecta a las medidas correctivas, la comunicación con las familias facilita la
comprensión del contexto en el que se desarrolla el aprendizaje del estudiante, su estado
emocional y de salud, y el nivel de compromiso de sus familiares en su proceso formativo.
De este modo, las instituciones educativas pueden tener una mayor claridad sobre las
causas del comportamiento disruptivo del estudiante y responder con medidas
correctivas que sean pertinentes.
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las familias para que asuman esta labor de supervisión es de suma importancia
para tener éxito en la regulación del comportamiento de los estudiantes.
3. Evitar aplicar medidas correctivas drásticas. Debe evitarse cualquier medida que
agrave la situación emocional del estudiante, que lo humille o que restrinja su
acceso a la educación a distancia, afectando su proceso de aprendizaje. Más bien,
las instituciones educativas deben plantear medidas alternativas que orienten al
estudiante a asumir la responsabilidad de sus acciones y reparar el daño que
pueda haber causado, pero sin dejar de garantizar su derecho a la educación.
Frente a aquellos casos de estudiantes que presentan comportamientos
disruptivos graves o recurrentes, los equipos docentes deben ser más estrictos
en su apoyo y soporte a las familias, para lograr junto con ellos los objetivos de
regulación del comportamiento que se requieren.
REFERENCIAS
Consejo Nacional de Educación (2020). Proyecto Educativo Nacional al 2036: el reto de la
ciudadanía plena. Lima: CNE.
Graham, G. y Hartley, J. (En prensa). Guía para la elaboración e implementación de las normas de
convivencia y las medidas correctivas en la escuela desde el modelo de la disciplina positiva.
Lima: Minedu.
Nucci, L., y Powers, D. W. (2014). Social Cognitive Domain Theory and Moral Education. En L.
Nucci, D. Narvaez y Krettenauer, T. (Eds.), Handbook of Moral and Character Education
(2nd ed), (pp. 121-139). New York: Routledge.
Nucci, L. (2015). Facilitando el desarrollo moral a través del clima escolar y la disciplina
constructivista. Postconvencionales, 9, 1-27.
Peterson, R. L. (2005). Ten Alternatives to Suspension. En Gaylord, V., Quinn, M., McComas, J. y
Lehr, C. (Eds.), Impact: Feature Issue on Fostering Success in School and Beyond for Students
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Power, F. C., y Hart, S. N. (2005). The Way Forward to Constructive Child Discipline. En Hart, S. N.,
Durrant, J., Newell, P., y Power, F. C., Eliminating Corporal Punishment: The way forward to
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