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Disciplina desde un enfoque de derechos

I. ¿Qué entendemos por disciplina con enfoque de derechos?

Tradicionalmente la comprensión de las niñas, niños y adolescentes se ha caracterizado por


formarse a partir de la mirada de las y los adultos. Se les ve como “pequeñas personas” que en
algún momento serán adultos y se les define por su futuro, en lugar de entenderlos como una
expresión completa de necesidades, pensamientos y acciones cuyo valor está en el presente. En
esta mirada prima un “enfoque de necesidades”, que propone que las y los adultos deben
preocuparse por cuidar, proteger, corregir y educar a las niñas, niños y adolescentes, quienes
asumen el rol de ser receptores pasivos de los conocimientos de sus cuidadores porque aún se
encuentran en etapa de formación y desarrollo.

Sin embargo, desde la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño (1989), y su
ratificación por el Perú el 4 de setiembre de 1990, se promueve un enfoque de derechos de la
infancia y de la adolescencia, basado en el reconocimiento de su dignidad inherente y su valor
como sujeto y ciudadano activo, con capacidad para ejercer sus derechos y exigir legalmente su
cumplimiento.

Siguiendo esa línea, el Currículo Nacional de la Educación Básica (MINEDU, 2017) incorpora el
enfoque de derechos como uno de sus enfoques trasversales. Recordemos que los enfoques
trasversales “aportan concepciones importantes sobre las personas, su relación con los demás,
con el entorno y con el espacio común y se traducen en formas específicas de actuar, que
constituyen valores y actitudes que tanto estudiantes, maestros y autoridades, deben esforzarse
por demostrar en la dinámica diaria de la escuela” (p. 12).

En otras palabras, asumir el enfoque de derechos como trasversal al desarrollo de las


competencias curriculares requiere que las escuelas se comprometan en ofrecer a las y los
estudiantes “oportunidades diversas de reflexión, diálogo y discusión sobre situaciones
cotidianas, sean del aula y de la escuela o del mundo social, que planteen dilemas sociales”
(MINEDU, 2017, p. 13). Para ello, es fundamental reconocer a las niñas, niños y adolescentes
como ciudadanos y ciudadanas responsables, con capacidad de aportar positivamente en sus
espacios, contextos y comunidades. Y más importante aún: este reconocimiento no debe ser solo
declarativo, sino que debe expresarse con claridad en la prácticas cotidianas de las y los adultos.

Con el enfoque de derechos buscamos no solo garantizar la integridad y dignidad de las niñas,
niños y adolescentes, sino también promover una educación moral que aporte desde la escuela
a la consolidación de la democracia, a la promoción de las libertades individuales, a la defensa de
los derechos colectivos de los pueblos y a la participación responsable en asuntos públicos.

En este punto, resulta pertinente aclarar lo que entendemos por educación moral. Al respecto,
el Proyecto Educativo Nacional – PEN (Consejo Nacional de Educación, 2020) señala que la
“educación moral busca desarrollar capacidades de pensamiento necesarias para desenvolverse
en ámbitos que suponen un conflicto de valores. Asimismo, supone guiarse autónomamente
respecto de situaciones conflictivas en cuyo grado propio de incertidumbre es posible elaborar
soluciones siempre mejores y más justas” (p. 80).

Esta definición propone tres elementos claves. En primer lugar, la educación moral aspira a
desarrollar en las personas un nivel de razonamiento y juicio que les permita discernir lo bueno y
lo malo en diversas situaciones sociales, especialmente en aquellas en las que existan conflictos

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de valores. En segundo lugar, tiene el objetivo de fortalecer la autonomía de las personas para
orientarse de forma libre en su comportamiento social, en base a la interiorización de valores y
convenciones. Finalmente, la educación moral enseña a resolver los dilemas y las incertidumbres
morales propias de todo entorno social, buscando construir soluciones que sean cada más justas
y beneficiosas para todas y todos.

La escuela es un espacio privilegiado para la educación moral. Como señala el PEN, “si el mejor
aprendizaje es el que se logra observando, reflexionando, sintiendo y haciendo, entonces
nuestros estudiantes tienen que vivir la justicia y la libertad practicándola en la escuela. Se tiene
que aprender a identificar tanto aquello que valoramos como los conflictos de valores, y
desarrollar formas de pensamiento que reposen en principios universales” (2020, p. 80).

Así, vemos cómo el enfoque de derechos de las niñas, niños y adolescentes se articula con la
educación moral en el entorno escolar. Es fundamental que la escuela incorpore un enfoque de
derechos que reconozca a las y los estudiantes como ciudadanos plenos, con capacidad para
ejercer su libertad de manera responsable, de modo que pueda garantizar coherentemente el
desarrollo de su autonomía y su razonamiento moral.

Ahora bien, ¿de qué manera se relaciona todo esto con la disciplina? Siguiendo la lógica de lo que
hemos señalado podemos decir que la disciplina es el resultado de una autonomía fortalecida y
del ejercicio responsable de la libertad, desarrollada a partir de una educación moral con enfoque
de derechos.

La disciplina la capacidad mediante la cual las personas desarrollan los razonamientos y juicios
morales que les permiten cumplir voluntariamente las normas, reglas y acuerdos sociales. Así, al
contrario de lo que normalmente se piensa, la disciplina no es el ejercicio del control externo
sobre el comportamiento, tampoco busca fomentar la obediencia a través de estos medios y
muchos menos tiene la finalidad de homogenizar las conductas (con un mínimo de variación entre
ellas).

Más bien, la disciplina desde un enfoque de derechos tiene el objetivo de lograr que las niñas,
niños y adolescentes hagan lo correcto sobre la base de un conjunto interiorizado de valores y
convenciones, en lugar de hacerlo para recibir recompensas o evitar el castigo. Esta capacidad se
desarrolla y fortalece en la interacción social, a través de un conjunto de acciones formativas que
modelan y fomentan valores prosociales, el cumplimiento de las reglas para el bienestar
colectivo, la responsabilidad por nuestras propias acciones, la promoción de los derechos, así
como el respeto a las personas y a las autoridades.

Para lograr esto, la educación moral debe establecer expectativas sobre el aprendizaje de las
niñas, niños y adolescentes relacionadas a la apreciación e internalización de principios
universales (como la compasión, la justicia, la equidad, el respeto, entre otros) y a su capacidad
para poder expresarlos en sus decisiones, juicios y comportamientos sin ningún tipo de coerción.

II. Principios para una disciplina con enfoque de derechos

De acuerdo con Power y Hart (2005), si seguimos un enfoque centrado en los derechos humanos
podemos considerar siete principios fundamentales para orientar la educación moral y la
disciplina de las niñas, niños y adolescentes.

Si bien estos principios muestran cierto grado de variabilidad a través de diferentes contextos y
culturas, se puede afirmar que poseen relevancia universal para la promoción de

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comportamientos morales asociados con la expresión de la justica, la solidaridad, la equidad y la
integridad personal.

Los principios de una disciplina con enfoque de derechos son:

1. Respetar la dignidad de las niñas, niños y adolescentes


Supone respetar las características inherentes a una persona y que, por ello mismo, la
hacen merecedora de aprecio, reconocimiento y cuidado. En los seres humanos, las
características esenciales que deben ser respetadas son aquellas relacionadas a sus
necesidades y potencialidades particulares, especialmente por el valor que estas aportan
a la sociedad.

En el caso específico de las niñas, niños y adolescentes, el respeto de su dignidad implica


esforzarse por satisfacer sus necesidades de autonomía, pertenencia, importancia y
competencia, como veremos más adelante. Asimismo, en todo momento su integridad
física, social, psicológica y moral debe ser protegida y promovida. En ese sentido, las y los
adultos, así como las figuras representativas en sus vida, tienen la responsabilidad de ser
protectores, guías y soporte de sus derechos humanos y de su calidad de vida.

Visto de este modo, los esfuerzos por corregir el comportamiento de las niñas, niños y
adolescentes deben ser siempre de naturaleza educativa y reconocerlos como personas
valiosas y dignas.

2. Desarrollar la autorregulación, el carácter y el comportamiento moral


En toda acción disciplinaria o medida correctiva es fundamental, en primer lugar,
reconocer el potencial de las niñas, niños y adolescentes para un comportamiento moral
y, en segundo lugar, promoverlo mediante intervenciones pedagógicas que fortalezcan la
integridad personal, la autorregulación y la confianza en uno mismo, en los demás y en las
instituciones sociales.

En el caso específico de las escuelas, es importante que expliciten los valores morales que
desean promover en su comunidad educativa, que los reflejen en la toma de decisiones y
que se manifiesten en el comportamiento cotidiano de sus directivos, docentes y en el
resto del personal.

Por lo tanto, el énfasis de la disciplina escolar debe estar en respetar y expandir las
capacidades de las y los estudiantes para el razonamiento moral, la construcción e
internalización de valores, el pensamiento crítico, la gestión pacífica de los conflictos, la
empatía, entre otras.

3. Maximizar la participación de las niñas, niños y adolescentes


Diversas investigaciones han demostrado que “el razonamiento moral y el
comportamiento ético de las niñas, niños y adolescentes progresa en los hogares y escuelas
cuando son involucrados en el debate sobre dilemas de la vida real, en la construcción de
acuerdos y en la resolución de problemas (Berkowitz, 2002; Glasser, 1969, 1999, 2000;
Gordon, 2003a, 2003b)” (Power y Hart, 2005, p. 100).

Por lo tanto, las niñas, niños y adolescentes deben trabajar en conjunto con sus padres,
madres y docentes en el desarrollo de vías adecuadas para analizar y resolver los

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problemas, retos y oportunidades que se presentan en los contextos y espacios que son
relevantes en sus vidas.

4. Respetar las necesidades propias del desarrollo de las niñas, niños y adolescentes
La aproximación pedagógica a los problemas implica tomarlos como retos y oportunidades
de aprendizaje. En esa línea, las acciones disciplinarias o las medidas correctivas que se
utilizan para resolver problemas de comportamiento no deben perder de vista su
importancia pedagógica para responder a las necesidades que las niñas, niños y
adolescentes presentan durante su desarrollo.

Diferentes investigaciones demuestran que las niñas, niños y adolescentes “cuyas


necesidades son respetadas, cuyas experiencias producen confianza en los demás y en sí
mismos y relaciones interpersonales positivas, y que logran adquirir competencias
prácticas desarrollan optimismo y resiliencia, mejorando su desarrollo futuro y su eficacia
en una amplia gama de condiciones para la vida (Garmezy y Rutter, 1983; Goleman, 1995;
Rhodes y Hoey, 1994; Werner y Smith, 1992)” (Power y Hart, 2005, p. 101).

5. Respetar las motivaciones y perspectivas de las niñas, niños y adolescentes


El comportamiento de las personas debe ser entendido en términos de esfuerzos para
satisfacer necesidades humanas, sobre todo aquellas relacionadas con el contexto social.
Es decir, el comportamiento funciona como la expresión singular mediante la cual una
persona manifiesta de forma combinada sus necesidades de autonomía, pertenencia,
importancia y competencia.

La teoría de la Economía de caricias, desarrollada por Claude Steiner (1971) refiere que los
humanos necesitamos de caricias para poder desarrollarnos, de signos de reconocimiento,
de una mirada, de una crítica constructiva, un gesto amable, una mano en el hombro, etc.
Cuando una persona no recibe caricias positivas, hace todo lo posible para obtener caricias
negativas antes que no tener ningún tipo de reconocimiento o de atención. Es decir, si no
hay un reconocimiento positivo, de manera no consciente se cometen errores o se asumen
actitudes provocativas para llamar la atención y sentirse importante.

Las perspectivas de las niñas, niños y adolescentes, así como sus motivaciones, orientan
sus decisiones y acciones cotidianas. Además, le dan significado y propósito a su
comprensión de las experiencias, retos y oportunidades que se les presentan durante su
desarrollo. Por ello, toda medida correctiva debe tener en consideración y respetar estos
factores.

6. Asegurar la equidad y la justicia


Si el objetivo de la disciplina es educar en la asimilación de principios y valores morales, en
el respeto de las normas y en el fortalecimiento de la capacidad de autorregulación, resulta
necesario asegurar que las medidas correctivas sean equitativas, restaurativas,
rehabilitadoras y sin discriminación. Además, deben respetar la dignidad y la integridad de
las niñas, niños y adolescentes, aplicar consecuencias naturales y lógicas a los
comportamientos y permitir un lugar para la réplica o apelación constructiva, a fin de evitar
situaciones injustas.

7. Promover la solidaridad
Por solidaridad entendemos el respeto compartido por perspectivas y motivaciones
diversas que dispone a los individuos a asociarse como miembros cooperativos y

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constructivos de un grupo social, proveyendo soporte a las necesidades y a la calidad de
vida tanto colectivas como individuales.

En ese sentido, la disciplina debe educar para la solidaridad, para la consolidación de


grupos sociales pacíficos, positivos y diversos. Para ello, educa no solo mediante las
medidas que corrijan su comportamiento sino, sobre todo, a través del modelamiento del
comportamiento moral en las y los adultos que asumen el rol de referentes sociales. En
otras palabras, el respeto a la dignidad y a los derechos de las personas debe ser
promovido, enseñado y vivido por todos y todas tanto en el hogar como en la escuela.

III. Las motivaciones del comportamiento

La educación moral de las niñas, niños y adolescentes se desarrolla a partir de la interacción con
sus entornos sociales. En el entorno de las escuelas un elemento fundamental para fortalecer
este desarrollo moral es la calidad de la convivencia que se vive entre los integrantes de la
comunidad educativa. Cuando las escuelas se organizan a partir de relaciones interpersonales
positivas, con respeto y buen trato, sin discriminación y con capacidad para resolver sus conflictos
de forma pacífica, al mismo tiempo se le está ofreciendo a las y los estudiantes un espacio seguro
y acogedor para desarrollarse.

Pero ¿cómo mantener este tipo de calidad en las interacciones sociales cuando nos enfrentamos
al reto de gestionar el comportamiento disruptivo de las y los estudiantes? ¿Cómo mantenemos
una convivencia positiva y desarrollamos las capacidades morales de nuestros estudiantes a
través de la disciplina y las medidas correctivas?

En primer lugar, como ya hemos visto más arriba, es importante comprender que el
comportamiento de las personas es una expresión de su esfuerzo por satisfacer ciertas
necesidades, siempre desde la perspectiva particular con la que cada una comprende y
experimenta las situaciones sociales, tanto a nivel cognitivo como emocional.

Entonces, si el objetivo de nuestra gestión del comportamiento estudiantil es el desarrollo de sus


capacidades morales, es importante que al momento de intervenir tengamos en cuenta las
principales necesidades sociales que motivan el comportamiento de las niñas, niños y
adolescentes. Estas necesidades son las siguientes (Nucci, 2015; Power y Hart, 2005, Graham y
Hartley, en prensa):

a) Autonomía
Se expresa, en primer lugar, a través de la construcción de un dominio personal o privado,
donde se desarrolla un sentido de sí mismo como individuo singular, con una identidad
única. Esta identidad social puede observarse en la infancia y la adolescencia en diversas
situaciones; por ejemplo, en el disfrute de ciertas actividades, en la elección de las
amistades, en la expresión personal, en el manejo de su privacidad, entre otras.

En segundo lugar, las niñas, niños y adolescentes expresan su autonomía a través de la


autorregulación y la autodeterminación. En general, hay dos formas básicas por las que un
individuo se puede motivar a hacer algo. Una es por incentivos externos, como premios o
castigos. La otra es hacer algo por el valor que el individuo mismo percibe en dicho acto.
“La autonomía moral se refiere a un compromiso con lo que es correcto, basado en el
razonamiento moral, más que en la presión social o en las convenciones sociales. Así mismo
significa hacer lo que es correcto por las razones que uno mismo se da” (Nucci, 2015, p. 6).

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b) Pertenencia
Hace referencia a la necesidad de formar parte de un colectivo social. Es una característica
inherente de las personas que se expresa en la búsqueda de la conexión social con los
demás, especialmente a través de relaciones recíprocas de atención, valoración y
reconocimiento. La satisfacción de esta necesidad genera un sentido de seguridad y
soporte que aporta significativamente al desarrollo de las niñas, niños y adolescentes.
Inicialmente, la pertenencia se logra en el hogar a través de las relaciones con los familiares
y cuidadores; luego en la escuela, en el grupo de amigos, en la comunidad, etc.

c) Importancia
Expresa la necesidad de conexión con los demás a través de la responsabilidad y la
contribución al grupo social. Las niñas, niños y adolescentes buscan sentirse genuinamente
necesarios y que sus acciones sean valoradas por ser un aporte constructivo al bienestar
de sus entornos sociales más significativos. Cuando su esfuerzo de cooperación es
reconocido por las figuras sociales de referencia, las niñas, niños y adolescentes fortalecen
su autoestima y su sentimiento de valía personal.

d) Competencia
Esta necesidad se expresa en la curiosidad de las niñas, niños y adolescentes, en sus
habilidades prácticas de afrontamiento de situaciones sociales, en su pensamiento crítico
y en su capacidad para resolver problemas. La percepción de ser competentes se ve
favorecida cuando las y los estudiantes alcanzan sus logros académicos, cuando generan
relaciones positivas o solucionan situaciones complejas. La educación moral no ocurre en
un espacio separado del sentido de competencia, más bien se encuentran conectados y se
retroalimentan.

IV. Gestionando la disciplina en el aula

Muchas veces se entiende la disciplina como una acción reactiva al comportamiento retador o
disruptivo1. Sin embargo, cuando proponemos que la disciplina es un componente de la
educación moral, esto significa que es fundamental poder implementarla desde una
aproximación proactiva, que garantice un entorno positivo para el aprendizaje y reduzca la
probabilidad que aparezcan comportamientos no deseados.

A continuación, proponemos algunas estrategias para gestionar la disciplina en el aula de manera


proactiva (Department of Education, 2000):

1. Asegurarse que las prácticas disciplinarias en el aula sean un reflejo de las políticas de la
escuela
Una de las bases de una gestión disciplinaria exitosa es que toda la escuela comparta los
mismos principios y orientaciones. La disciplina no es solamente un tema de gestión del
aula, sino una propuesta pedagógica y moral que se aplica en todos los espacios y
dinámicas escolares.

1Llamamos “retadores” a todos aquellos comportamientos que incumplen las normas de convivencia y perturban la
convivencia escolar o el aprendizaje. Siempre requieren de una intervención por parte de las y los adultos por medio
de medidas correctivas. Cuando estos comportamientos poseen un riesgo moderado o alto para el entorno educativo
se les denomina “disruptivos” (Graham y Hartley, en prensa).

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Por lo tanto, las medidas implementadas en el aula tienen que ser congruentes con las
políticas y enfoques de la institución en su conjunto. La cooperación entre todo el personal
de la escuela y la consistencia de sus acciones disciplinarias fortalece la efectividad de las
intervenciones. Además, este tipo de coherencia institucional, moral y pedagógica brinda
a las y los estudiantes un sentido de seguridad, pues saben con claridad qué se espera de
ellos y qué tipo de consecuencias acarrean sus acciones.

2. Elaborar las normas de convivencia del aula de forma democrática


Al inicio del año escolar se debe dedicar un tiempo a la elaboración de las normas del aula.
Su elaboración se realiza con la participación de las y los estudiantes junto con la
orientación del docente, pero sin dejar de reflejar las orientaciones dadas por las normas
de convivencia de la institución educativa.

Cabe resaltar que las normas de convivencia del aula son una herramienta dinámica, es
decir, pueden cambiar y ajustarse de acuerdo con las necesidades del aula a lo largo del
año escolar. Para ello, sirve mucho establecer reflexiones periódicas con las y los
estudiantes para evaluar la utilidad de las normas y determinar si se requieren algunas
modificaciones.

Una vez aprobadas por consenso, es importante que las normas estén ubicadas en un lugar
visible del aula de modo que puedan ser utilizadas con herramientas de regulación cuando
la situación lo requiera.

3. Ser serio y consistente en la implementación y cumplimiento de las normas


Si las normas de convivencia del aula han sido elaboradas de manera participa y acordadas
en consenso, entonces su aplicación debe ser igual para todas y todos.

Un mensaje potente en la educación moral es ser justo y equitativo en la gestión del


comportamiento de las y los estudiantes, pero sin dejar de ser firme en el cumplimiento
de las responsabilidades que se han asumido. La autoridad docente se ve reforzada cuando
se es consistente y razonable en el ejercicio de la disciplina.

4. Conocer a las y los estudiantes y enfocarse en la construcción de relaciones positivas


Construir relaciones de confianza con las y los estudiantes permite que se sientan
comprendidos y reconocidos en sus características particulares. Esto es una manera de
expresar un mensaje de inclusión y sienta las bases en el aula para la comunicación amplia
y abierta.

Algunas acciones concretas que se pueden realizar son: recordar sus nombres, conversar
con ellos, conocer sus intereses, tomar en cuenta quiénes buscan mayor atención, ser
sincero con ellos y ellas, preguntarles cómo están si no se les ve bien, conocer un poco más
sobre sus vidas cotidianas, mostrarles con claridad que nos importa cuidar de ellas y ellos,
entre otras.

5. Planificar la enseñanza con entusiasmo y profesionalismo


Cuando se preparan las unidades de aprendizaje es importante poder adecuar las tareas y
ejercicios a las características y necesidades de nuestros estudiantes. Por ejemplo, hay que
anticiparse a que algunos estudiantes pueden terminar los trabajos antes que los demás y
debemos tener algunas ideas sobre qué pueden hacer para no distraer a los que continúan
trabajando.

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Si se planifican actividades relevantes para las y los estudiantes, es más sencillo logran su
compromiso con el trabajo pedagógico en el aula y disminuir la probabilidad de
comportamientos disruptivos. Una de manera de ir mejorando es ser autocrítico y analítico
con nuestra labor y, si algo no funciona, hay que considerar las razones y evaluar maneras
de hacerlo diferente.

6. Utilizar materiales y metodologías relacionados con la educación moral


Procura incluir en tus materiales y en tu gestión del aula temas o prácticas relacionadas al
manejo de conflictos, resolución de problemas, tolerancia, no discriminación, igualdad de
género, etc. Las metodologías de aprendizaje deben permitir al estudiante poner en
práctica sus capacidades morales.

7. Ser inclusivo
Utiliza materiales, fotos, música, afiches, revistas, etc., que reflejen la diversidad de las y
los estudiantes del aula. La finalidad es que ninguno se sienta dejado de lado o que su
identidad no es valorada.

8. Dar a las y los estudiantes la posibilidad de tener éxito


Las niñas, niños y adolescentes aprenden mejor cuando se perciben de manera positiva,
con capacidad de ser exitosos en sus actividades. Hay que procurar evitar los favoritismos
y encontrar maneras de reconocer un amplio rango de logros y esfuerzos en las y los
estudiantes. Es fundamental poder evaluar el éxito académico y el logro de aprendizaje
más allá de la calificación sobresaliente.

9. Permitir que las y los estudiantes asuman responsabilidades


Asumir responsabilidades desarrolla el sentido de competencia y valía personal, así como
la seguridad para poder asumir responsabilidades cada vez más complejas. Hay diversas
maneras en que los estudiantes pueden asumir responsabilidades, por ejemplo, pueden
tener tareas asignadas, llevas a cabo un proyecto, cuidar las plantas o mascotas, tomar la
lista de clase, etc.

10. Brindar atención a las y los estudiantes que más la solicitan


Rara vez sucederá que aquellos que buscan atención dejen de hacerlo porque el docente
los ignora o porque se les corrige constantemente. Si un estudiante busca atención
constantemente, incluso de forma perjudicial para el aula, es mejor encontrar maneras de
involucrarlo de forma positiva. Esto puede hacerse con cuestiones sencillas, como asignarle
una tarea especial, mandarlo fuera del salón unos minutos con algún encargo, darle una
responsabilidad o cualquier otra acción que lo reconozca en su particularidad.

11. Recurre al apoyo colegiado o profesional


Si hay estudiantes que presentan dificultades recurrentes de socialización, barreras
complejas al aprendizaje, problemas emocionales o de salud mental, comportamiento
agresivo o están bajo mucho estrés; es mejor buscar apoyo en el Comité de Tutoría y
Orientación Educativa o en instituciones aliadas a la escuela que tengan la especialidad
profesional para lidiar con tales situaciones.

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Finalmente, no debemos olvidar que, si nuestro objetivo es reducir la necesidad de estar
utilizando medidas correctivas constantemente, lo mejor que podemos hacer es gestionar
nuestra aula con estrategias proactivas, que se adelanten a la ocurrencia de los hechos.

No obstante, hay que reconocer que los comportamientos retadores o disruptivos nunca van a
ser erradicados del todo. Por eso, además de estrategias proactivas debemos tener planificadas
algunas medidas correctivas.

V. Las medidas correctivas

Entendemos por medidas correctivas las acciones disciplinarias que tienen por objeto gestionar
el comportamiento retador o disruptivo de las y los estudiantes, y fortalecer su capacidad de
autorregulación a través de la educación moral, siempre de acuerdo con su edad y nivel de
desarrollo, respetando su dignidad y sus derechos humanos.

La aplicación de medidas correctivas no es un suceso aislado. Por el contrario, las medidas


correctivas son una pieza clave dentro de un proceso permanente de pedagogía moral y
aprendizaje socioemocional. En este proceso, la función del adulto recae en responder con
pertinencia a las necesidades y motivaciones que las niñas, niños o adolescentes expresan a
través de sus comportamientos (autonomía, pertenencia, importancia y competencia),
orientándolos a comprender las causas de sus acciones, a responsabilizarse por las
consecuencias, a reparar el daño causado y restablecer las relaciones afectadas.

Teniendo en cuenta la disciplina con enfoque de derechos, podemos señalar que, de manera
general, las medidas correctivas deben ser:

• Respetuosas de las diferencias culturales y libres de toda forma de violencia física o


humillante.
• Formativas; orientadas a que los estudiantes se hagan responsables de sus acciones y con
expectativas de cambio claras y positivas.
• Relacionadas con la conducta que se pretende desarrollar o fortalecer.
• Razonables; enfocadas en lograr una mejora o aprendizaje.
• Proporcionales a la falta cometida, teniendo en cuenta la frecuencia con la que ocurre y las
circunstancias que llevaron a cometerla.
• Graduales; acorde a los ciclos y etapas de desarrollo.
• Precisas, con contenidos y objetivos concretos, claros y comprensibles.
• Reparadoras del daño, tomando en cuenta una propuesta de reparación planteada por el
agraviado o agraviada. Dichas propuestas deben ser realistas y estar al alcance de las
posibilidades de las niñas, niños y adolescentes.
• Restauradoras de las relaciones afectadas, especialmente en el caso de violencia o acoso.
• Útiles; que ayuden a las niñas, niños y adolescentes a aprender de sus errores y aportar al
bienestar común.

3.1 El adulto en CALMA

Desde el modelo de la disciplina positiva, Graham y Hartley (en prensa) proponen que, para
implementar medidas correctivas que respeten la dignidad de las niñas, niños y adolescentes sin
ningún tipo de maltrato, es necesario que los adultos intervengan en calma.

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Un adulto que corrige calmado, en un estado de tranquilidad y sosiego, tiene mayor capacidad
para empatizar con las emociones y necesidades de la niña, niño o adolescente. Además, la calma
del adulto contribuye a la calma del propio niño, niña o adolescente, lo que facilita el éxito de
cualquier acción que se decida tomar.

Graham y Hartley proponen el acróstico CALMA como una técnica de respiración consciente para
lograr un estado de serenidad y puede ser practicada cada vez que se necesite.

C Conscientemente respiro.
A Acojo y acepto mis emociones y mis pensamientos y los dejo pasar.
L Llevo toda mi atención a mi respiración y logro enfocarme en el aquí y ahora.
M Me cuido y se siente bien.
A Actúo desde la calma.

Es fundamental comprender que solamente desde un estado de calma podemos asegurar que
nuestras medidas correctivas mantengan una orientación pedagógica y moral clara. Sumado a
eso, cuando nos mostramos en calma también estamos dando un ejemplo concreto sobre la
mejor forma de manejar las situaciones conflictivas y servimos de modelo práctico sobre nuestro
propio discurso.

3.3 Estrategias disciplinarias

Cuando pensamos en medidas correctivas quizá lo primero que se nos viene a la mente son
aquellas que tradicionalmente han sido parte de la disciplina escolar. Entre estas medidas
tenemos las advertencias verbales y escritas, los deméritos, la reducción de privilegios, las tareas
adicionales o la asignación de trabajos menores (ordenar el aula, por ejemplo). En realidad, todas
estas medidas correctivas pueden ser utilizadas bajo el enfoque de derechos si se garantiza el
cumplimiento de los principios que hemos señalado más arriba.

Sin embargo, la disciplina entendida como educación moral nos plantea el reto de pensar medidas
correctivas que se respondan mejor a las necesidades de las y los estudiantes, permitiéndoles
fortalecer su capacidad de autorregulación y de pensamiento crítico.

A continuación, presentamos algunas estrategias que pueden usarse para la gestión del aula y
otras para la intervención sobre el comportamiento. Cabe destacar que todas las estrategias
presentadas están basadas en evidencias que confirman o validan su efectividad (Peterson,
2005).

Las estrategias recomendadas para trabajar sobre los comportamientos retadores o disruptivos
son:

1. Mediación de conflictos.- la negociación y una aproximación a la resolución de problemas


pueden utilizarse para identificar alternativas comportamentales con la participación del
estudiante. Luego de ello debe manejarse los compromisos del estudiante con un
seguimiento y los reforzamientos necesarios.

2. Restauración.- permitir que el estudiante restituya el daño causado mediante una acción
directa sobre el problema o alguna actividad que mejore el clima de la escuela. Esta estrategia
debe ir acompañada de la orientación del docente, con el objetivo de motivar en el estudiante
una reflexión sobre lo ocurrido y la mejor forma de restaurar el daño. Incluso, esto puede

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hacerse de manera colectiva con el aula si es manejado con el cuidado que amerita la
situación.

3. Programas de habilidades sociales.- módulos cortos o auto-formativos en temas relacionados


a los problemas comportamentales (abuso de drogas o alcohol, pandillaje, violencia, etc.) o
en estrategias para la resolución de conflictos, para el control de las emociones, para el
fortalecimiento de habilidades sociales o para la comunicación apropiada.

4. Supervisión e involucramiento familiar.- fortalecer la comunicación de los familiares con los


tutores con la finalidad de coordinar las estrategias para el cambio de comportamiento.

5. Consejería.- programas de acompañamiento individualizado enfocado en resolver los


problemas identificados o en las dificultades personales que interfieren con el aprendizaje.

6. Monitoreo del comportamiento.- brindar monitoreo constante al comportamiento y al


progreso académico del estudiante, con metas y expectativas claras y realistas.

7. Planes comportamentales coordinados.- diseño y ejecución de un plan de apoyo


comportamental específico para el estudiante y orientado por objetivos concretos. Debe
apuntar a incrementar los comportamientos deseados y remplazar los comportamientos
inadecuados. Este tipo de planes funcionan mejor si son elaborados de manera colegiada
junto con el apoyo del Comité de Tutoría y Orientación Educativa.

8. Programación curricular alternativa.- generar adaptaciones curriculares para el estudiante o


brindarle las alternativas para cursar otras modalidades educativas. La adaptación debe tener
en cuenta las características y necesidades del estudiante.

9. Suspensión intraescolar apropiada.- incorporar en las políticas pedagógicas de la escuela una


suspensión interna que incluya la tutoría y orientación educativa individualizada, una
formación centrada en el desarrollo de habilidades comportamentales y un procedimiento
claro de reintegración a partir del progreso del estudiante. Esta estrategia debe ser
cuidadosamente diseñada para evitar que sea utilizada como una forma de evitar la asistencia
a clases.

3.4 Las medidas correctivas en la educación a distancia

El 16 de julio del 2020, mediante la Resolución Viceministerial N° 133-2020-MINEDU, se aprobó


la norma “Orientaciones para el desarrollo del año escolar 2020 en instituciones educativas y
programas educativos de la educación básica”. Esta norma tiene el objetivo de orientar la gestión
educativa teniendo en cuenta el contexto de la emergencia sanitaria y el aislamiento social.

El numeral 6.6 de esta norma corresponde al Compromiso 5: Gestión de la convivencia escolar.


En él se señala las acciones mínimas que se deben tomar en cuenta para la implementación de
este compromiso en la educación básica. A continuación reproducimos el numeral 6.6.1.3, el cual
corresponde a las medidas correctivas en la educación a distancia.

Durante el periodo de educación a distancia, las instituciones educativas mantienen la


responsabilidad de garantizar un entorno positivo de aprendizaje para sus estudiantes.
En tal sentido, uno de sus roles es el de brindar apoyo y soporte en los procesos de
transición, incertidumbre y adaptación que experimentan los estudiantes frente a esta
coyuntura, tanto a nivel cognitivo como emocional.

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La prioridad de la acción pedagógica debe ser el desarrollo de competencias en el
estudiante para la consolidación de su bienestar integral, especialmente en momentos
de crisis como este donde se requiere fortalecer la calidad de vida de las personas, la
cohesión social y las relaciones interpersonales basadas en el respeto y el buen trato.

Específicamente en lo que respecta a la intervención frente al comportamiento


disruptivo, las instituciones educativas deben adaptar sus medidas correctivas a la
variedad de situaciones que afectan actualmente la conducta de los estudiantes. Por lo
tanto, las medidas correctivas no pueden ser una réplica de aquellas que se utilizaban
antes de la emergencia sanitaria, cuando la educación era presencial.

En la situación actual, las medidas correctivas se fundamentan en las normas de


convivencia acordadas con la comunidad educativa para el periodo de educación remota.
No obstante, es preferible que estas medidas correctivas sean flexibles, individualizadas,
comprensivas de los contextos y del estado emocional de los estudiantes. Por lo tanto,
las medidas correctivas deben tener como objetivo fortalecer las capacidades de los
estudiantes para adaptarse positivamente a los cambios que vienen experimentando.

En tiempos de incertidumbre y cambios constantes, la comunicación es un elemento


clave para brindar seguridad y estabilidad a la comunidad educativa. Las instituciones
educativas, a través de sus equipos docentes, deben mantener una comunicación fluida
con las familias siempre que sea posible. Estar en comunicación con las familias permite
a las escuelas compartir las expectativas que tienen en relación con la educación a
distancia y recoger información sobre el proceso de aprendizaje de los estudiantes,
además de sus necesidades y preocupaciones.

En lo que respecta a las medidas correctivas, la comunicación con las familias facilita la
comprensión del contexto en el que se desarrolla el aprendizaje del estudiante, su estado
emocional y de salud, y el nivel de compromiso de sus familiares en su proceso formativo.
De este modo, las instituciones educativas pueden tener una mayor claridad sobre las
causas del comportamiento disruptivo del estudiante y responder con medidas
correctivas que sean pertinentes.

A continuación, se presentan orientaciones para regular el comportamiento disruptivo


de los estudiantes durante el periodo de educación a distancia:

1. Priorizar el cuidado del estudiante y su bienestar integral. La emergencia sanitaria


y las restricciones dadas por el Estado, sumado al cambio repentino en los modos
de aprendizaje a los que se encontraban acostumbrados, pueden estar causando
estrés y reacciones emocionales negativas en los estudiantes. Por ello, es
importante que toda medida correctiva priorice la comprensión de las causas del
comportamiento disruptivo del estudiante y, a partir de eso, se plantee el
objetivo de fortalecer sus competencias para hacer frente a los retos que pueda
estar enfrentando en esta coyuntura.

2. Asegurar estrategias eficientes de comunicación con las familias. La


comunicación permite involucrar a las familias en la elección y aplicación de las
medidas correctivas según lo que corresponda. Dado que durante el periodo de
educación a distancia los equipos docentes tienen menos control sobre la
aplicación y supervisión de las medidas correctivas, orientar y brindar soporte a

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las familias para que asuman esta labor de supervisión es de suma importancia
para tener éxito en la regulación del comportamiento de los estudiantes.

3. Evitar aplicar medidas correctivas drásticas. Debe evitarse cualquier medida que
agrave la situación emocional del estudiante, que lo humille o que restrinja su
acceso a la educación a distancia, afectando su proceso de aprendizaje. Más bien,
las instituciones educativas deben plantear medidas alternativas que orienten al
estudiante a asumir la responsabilidad de sus acciones y reparar el daño que
pueda haber causado, pero sin dejar de garantizar su derecho a la educación.
Frente a aquellos casos de estudiantes que presentan comportamientos
disruptivos graves o recurrentes, los equipos docentes deben ser más estrictos
en su apoyo y soporte a las familias, para lograr junto con ellos los objetivos de
regulación del comportamiento que se requieren.

REFERENCIAS
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ciudadanía plena. Lima: CNE.

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Lima: Minedu.

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