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AREQUIPA, 06 de junio de 2020

Alma Matinal

Roger Tahua Delgado


rogertahua@hotmail.com

CAMINANTE NO HAY CAMINO,


Se hace camino al andar

Leo Hanampa Denos es estudiante de la Escuela de Literatura y Lingüística de la


Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, entre sus estudios y actividades
múltiples dedica un tiempo a escribir. Algunos textos suyos publicamos con el ánimo de
compartir.

EL DÍA HA TERMINADO
Siento apaciguarse el trajín de mis sentidos
y noto lentos, suaves, los pasos tuyos
Exhausta, cansada y animada…
Tus ojos descansan sobre una sonrisa amena,
tu respiración se encuentra con la mía
en un ligero recuerdo
Ves la imagen de mis huesos sobre un anda vacía
Vacilas
Haces un gesto un poco grotesco
Un movimiento de manos quizás extraño
Sacudes una porción de tu cabello
Parpadeas y asientes con la mirada
Ríes maliciosamente mientras ocultas un gesto
Escribes una línea en los pendientes
Apagas la luz y lentamente te desvaneces
El día ha terminado.
DESTIERRO
Mi piel disecada se abatía con los vientos
anhelaba encontrarse en el vacío
Una voz fantasmal retumbó en mis huesos
dictó la sentencia y me quitó el aliento.

HUIDA
Hay momentos
en los que me miras
y me sepultas con tu intriga
En ocasiones siento leer el lenguaje de tus dedos.
Escribo para no ser víctima de tus sueños
Y terminar siendo
marioneta de tus huesos.

MICRORRELATO

Injusticia

Estaba sentado en el tribunal.


Estaba sentado en la cama del hospital. Tenía atados los pies. Unas esposas ataban sus
extremidades y también su libertad.
A ambos nos ataba un accidente.
Tranquilo y sereno. Sus palabras me narraron una historia y sus ojos la dimensión.
Tenía heridas de calumnia y cicatrices de imputación.
De una novela de violación, era el personaje.
LA TARUCA
Leoncio Hanampa Denos

A Chiguata no la fundó un español, la fundó mi tatarabuelo cuando llegaron los primeros


habitantes; esos vinieron por el Pichu Pichu en busca de tierra fértil.
Cuando vieron Chiguata, se enamoraron de su paisaje. Aquí es donde he nacido, en una
zona agrícola y ganadera. Chiguata anteriormente sólo contaba con su iglesia y todo era
descampado. Las familias tradicionales vivían en sus sectores donde tenían sus fundos y sus
chacras; últimamente han venido a poblar aquí, han lotizado y quieren seguir creciendo.
Los anexos de donde vienen, son de nombres quechuas, hablamos de Cachamarca,
Collamarca, Rinconada y Quillorcona, que son los más antiguos.
Estaba trabajando un día en la Taruca, en la chacra que me regaló mi padre, serían las siete
u ocho de la noche cuando escuché un sonido fuerte, ¡boooom! Las chilcas bailaban como
terral. Ese sitio es pesado, le llaman “la taruca”. Era el año sesenta y siete.
Yo le vendía la alfalfa de mi chacra a un campesino, a mil soles el topo. Me robaban la
alfalfa, estaba mal cuidada, los bordos caídos; por lo que tuve que bajar el precio a
setecientos. Peroso Véliz era mi cliente, era un obrero de la hacienda.
Peroso me pedía rebajas siempre:
- Bájame la alfalfa, mira que falta, se han robado, tiene cortes y cortes.
Yo le rebajaba. No se contentaba con eso, le reclamaba también al dueño, a su patrón.
- Mire cómo me han vendido la alfalfa, mire usted, rebaje.
Me pedía rebaja a mí y también al dueño de la hacienda. Era un pendenciero.
No contento con eso, iba a la chacra y me decía:
- ¡Mira pue, cómo han robado! Chápalo, haz que te pague, ¿qué es esto?
- Pucha, pero a qué hora será pue, dónde lo voy a atrapar – le respondía yo.
Aparte de alfalfa yo tenía chacras de cebolla. En los sesenta era negocio la cebolla, yo
sembraba 40 o 50 topos y cada dos días despachaba 230 sacos a Lima. Terminando de
trabajar yo me iba a mi cerro por las tardes, allí mi suegro sacaba su botella de anisado, me
daba una copeta, yo le entraba a dos o tres. Luego nos poníamos a charlar, a veces hasta
muy tarde.
Una noche le dije:
- Voy a rodear la chacra, voy a dar una vuelta.
Ya eran las diez y media, once de la noche; me fui montado a caballo, a dar una vuelta por
la chacra. Estaba como de día porque había luna llena. Entonces me dije, voy a aprovechar
para ver mi chacra, quizás me estarán robando la alfalfa en la Taruca. Voy a chapar al
ladrón, me dije, y me fui volando a caballo.
Llegué y amarré el caballo a un andén de la alfalfa. Este mi caballo, se puso a comer porque
de día no comía, lo dejé comiendo. Me fui emponchado con mi capa, de lejos al mirar atrás,
el animal estaba tirado en el bordo. En ese momento me puse a pensar en cómo sería la
erupción del Misti, dónde caería la lava. Estaba pensando y pensando… El riachuelo de
cangallo pasaba por ahí, cerca, y el agua sonaba con el silencio de la noche. En ese
momento, de pronto siento un tropel que venía del norte, venía un sonido como de tropa de
caballos. Yo dije que era el ladrón de la alfalfa y era mi oportunidad de capturarlo. Me eché
en el pasto para esperar; pero el tropel pasó por mis ojos. Yo estaba encima del andén
y el tropel pasó por debajo, por donde estaba el camino. Pasé para el lado de las peñas para
ver el tropel, pero no vi nada. Cuando hice eso, mi piel se me engrosó, mis mejillas estaban
hinchadas, sentía que la piel se había salido de su lugar, pero allí estaba. Salí arañando el
bordo, para arriba; seguía sintiendo ese sonido del tropel, a lo lejos. Salí a la parte de
encima. Crucé la chacra de la Taruca, el agua seguía sonando, vi a mi caballo que estaba
allí, lo vi parado en dos patas. El caballo hacía sonar la nariz como corneta, algo miraba, se
espantaba de mí, el caballo.
Yo no podía ni hablar porque mi rostro se engrosó. Cuando llegué donde el caballo, ya no
escuché ese ruido, se quedó en la sequia, parece que por el agua no pasó, ya no me siguió
ese sonido. Cuando llegué donde el caballo, recién se me soltó el rostro, me toqué las
mejillas y ya no estaban hinchadas. Quise montar el caballo, pero no se dejaba, no podía
poner el pie al estribo para montar; quería largarse el caballo, pero yo lo aguantaba, me
botaba el caballo. Después de un gran esfuerzo, logré montar el caballo y embalé para el
pueblo, pucha carajo, así me pasó aquélla vez en la taruca.
Llegando a casa, le conté a mi suegro. Él era un mayordomo de la hacienda, tenía treinta
años trabajando con la familia Velásquez.
- Ese sitio es pesado - me dijo.
- Hay una indiecita con su montera en la Taruca, hay una cueva allí - añadió.
Me contó que allí, en la zona de la Taruca hay una quebrada que llaman Cajahuasi y que en
tiempos anteriores allí asaltaban. Un avaro tenía allí una hacienda de cuatro topos,
apellidaba Locsa. Ése tiene una cueva ahí – me dijo –, donde ha enterrado a varios.
Anteriormente, dice, había asaltantes en la carretera a Puno, los viajeros venían de Puno, de
Bolivia; traían su mercadería por las faldas del Misti a Arequipa. Ese Locsa, salía, los
asaltaba y los mataba. Anteriormente no había ley, Locsa era como un dios, sólo quería
dinero; era como un dios del cielo y la tierra, los asaltaba, los enterraba y no pasaba nada.
Es pesado ese lugar de Locsa en la Taruca. Yo he encontrado ahí una calavera. En el mismo
lugar donde me saltó ese ruido de tropel, hay una peña, bien alta. Estaba yo sacando un
monte, pisé la piedra y se desplomó. Me fui barreta adentro, caí de cabeza; estaba yo
aturdido pensando que me había quebrado algo, menos mal no me pasó nada. Allí pues, en
mi vista quedaron unos huesos, eran las piernas de un cristiano. Yo me dije, habrán
enterrado algún animal acá, y comencé a escarbar. Eran huesos de cristiano, los saqué y me
encontré con la calavera; pucha, dije, aquí lo han enterrado.
Recordé lo que me había contado mi suegro; que hubo entierros de la gente asaltante. Me
quedé con la calavera, allí en la peña le hice como una ventanita; porque es de buena
fortuna según nuestras costumbres. Los lunes le encendía su velita y le pedía al alma. Un
tiempo lo tuve allí, le ponía unas piedrecitas y estaba allí tapadita. Luego se la robaron, se
desapareció. Dicen q ue debía llevármela a la casa, que debía tenerla allí, pero se la
llevaron.

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