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6 razones que explican por qué sufrimos

Antes de empezar a responder a la pregunta “¿por qué sufrimos?”, es necesario mencionar que
el sufrimiento no es un tema que deba tomarse a la ligera porque detrás de cada pregunta hay
una persona. No trataré de aclarar la teología ignorando el dolor que produce la maldad en la
humanidad. Debemos ser sensibles y no simplistas cuando respondemos la pregunta acerca del
sufrimiento. Analicemos, entonces, algunas razones para el sufrimiento humano:

1) Sufrimos porque vivimos en un mundo caído


Es importante recordar que la caída del hombre en pecado no solo afectó a toda la raza
humana, sino a toda la creación. Antes de la caída no había enfermedad ni dolor en el mundo.
Todo lucía muy distinto. Hoy vivimos en un lugar donde la gente envejece, y también se
hacen daño el uno al otro. No es lógico esperar que en este mundo caído las cosas sean como
antes de que el pecado entrara al mundo. No es realista pensar de esta manera.

2) En ocasiones, sufrimos por el pecado de


nuestros familiares
En general, todo sufrimiento es consecuencia de la condición caída del mundo. Pero eso no
significa que también seamos responsables de cada sufrimiento o dolor padecido. Hay
ocasiones en las que una persona sufre como consecuencia del pecado cometido por sus
padres. Por ejemplo, una madre drogadicta que termina infectada con el virus del SIDA y lo
transmite a su bebé. El pequeño no tiene la culpa de la drogadicción de su madre, pero sufre
las consecuencias del pecado de ella.

3) Otras veces, sufrimos por el pecado de


diversas personas
José fue vendido por sus hermanos. David fue perseguido por Saúl. Abel fue asesinado por
Caín. Parte del sufrimiento que experimentamos en este mundo quebrantado por el pecado es
provocado por personas que pecan contra nosotros. Y a la vez, tenemos que admitir que
nosotros mismos hemos sido causa de sufrimiento para otros.

4) Con frecuencia, sufrimos por nuestro propio


pecado
Es fácil mirar hacia afuera y acusar a otros por nuestro sufrimiento. Sin embargo, también
debemos mirar hacia adentro y reconocer que con frecuencia la culpa recae sobre nosotros. Si
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yo me embriago esta noche, salgo en el auto y atropello a alguien dejándolo paralítico, no
puedo terminar cuestionando y atacando a Dios por lo que ocurrió.

Admitamos que no todo nuestro sufrimiento personal tiene que ver con los demás, sino
con nuestra propia rebeldía y separación de Dios
 
Es importante que reconozcamos nuestro pecado y admitamos que no todo nuestro sufrimiento
personal tiene que ver con los demás, sino con nuestra propia rebeldía y separación de Dios.
En la ilustración anterior, yo soy quien ha infringido la ley.

No quisiera perder la oportunidad para exhortarles a que evitemos lo que se conoce como la
teología de la retribución. Los que la propugnan sostienen que la adversidad siempre tiene su
origen en un pecado cometido. No estamos negando que el pecado tiene consecuencias, pero
no toda adversidad es producto de mi pecado. Job es un ejemplo de esto. Sus amigos
intentaron explicar que su situación había sido causada por su pecado, cuando no era así.
Antes de todo su dolor, Dios declaró a Job como un hombre “intachable, recto, temeroso de
Dios y apartado del mal” (Job 1:1).

Tratar de justificar toda adversidad como fruto de algún pecado cometido, es un error que
también puede generar mucho sufrimiento y desasosiego espiritual.

5) Sufrimos para la gloria de Dios


Esta realidad es difícil de aceptar para muchos creyentes, especialmente ahora que se ha
popularizado un cristianismo espurio que solo ofrece bienestar y prosperidad material.

Debemos tener presente las palabras de Jesús con respecto al ciego de nacimiento: “Ni este
pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Jn
9:3, cursiva añadida). La creencia entre los judíos del primer siglo era que, si alguien nacía
con un defecto físico o alguna enfermedad, era como resultado de algún pecado cometido por
los padres o por el feto en el vientre. Seguramente no fue nada fácil para este hombre vivir
ciego tanto tiempo, pero si reflexionamos, la ceguera fue lo mejor que pudo haberle ocurrido.
Fue a través de su sanidad que llegó a tener un encuentro con Jesús; luego creyó y fue salvo.
Solo unas décadas de ceguera física para ser sanado de su ceguera espiritual y pasar toda la
eternidad en la gloria.

La agonía de la cruz no tuvo que ver con el pecado de Jesús ni con nada que hubiera
hecho María. Tuvo que ver con nuestro pecado y con la gloria del Padre
 
Cuando vemos a alguien con una enfermedad o atravesando alguna dificultad, nuestro primer
instinto suele ser buscar un culpable. ¿Qué hicieron para que su hijo naciera con esa
deformidad o condición? ¿Por qué está pasando esa mujer por problemas económicos? A
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veces la respuesta es que ellos no hicieron nada y que existe la posibilidad de que Dios quiera
glorificarse a través de esta carencia.

Si te cuesta afirmar esta verdad, piensa en la cruz. El sufrimiento para la gloria de Dios es lo
mejor que nos pudo haber ocurrido. La agonía de la cruz no tuvo que ver con el pecado de
Jesús ni con nada que hubiera hecho María. Tuvo que ver con nuestro pecado y con la gloria
del Padre. Es solo en esa agonía que encontramos la salvación para nuestras almas.

No olvidemos lo enseñado por el apóstol Pablo: “Porque a ustedes se les ha concedido por
amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él” (Fil 1:29). Es un privilegio
sufrir por la causa de Cristo y a favor de sus elegidos para la gloria de nuestro Dios.

6) Sufrimos para nuestra santificación


Dios no nos salvó para dejarnos como estábamos ni como estamos. Él desea moldearnos a la
imagen de su Hijo Jesucristo. Una de las maneras de hacerlo es a través de las tribulaciones.

El apóstol Pablo conoció muy bien el sufrimiento por causa de Cristo y pudo enseñarnos lo
siguiente: “Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza”
(Ro 5:3-4). De acuerdo con este pasaje, el carácter es el fruto de pasar por la aflicción.
Recordemos que Dios está usando el mal de este mundo para nuestro bien. El Señor no nos deja en
medio de la aflicción, sino que está más cerca que nuestro mismo aliento, moldeando nuestros
corazones para su gloria y nuestro propio beneficio.

Dios no nos salvó para dejarnos como estamos. Él desea moldearnos a la imagen de su Hijo
Jesucristo
 
El salmista estaba consciente de los beneficios del dolor y el sufrimiento, y por eso escribió:
“Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda tus estatutos” (Sal 119:71). El dolor nos lleva
con frecuencia a ser obedientes. Y esa es una verdad que Dios declaró muy tempranamente
cuando sacó el pueblo al desierto. Al final de los cuarenta años de recorrido, inmediatamente
antes de entrar en la Tierra Prometida, estas fueron algunas de sus palabras a través de Moisés:

“Y te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto
durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu
corazón, si guardarías o no Sus mandamientos. Él te humilló, y te dejó tener hambre, y te
alimentó con el maná que tú no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender
que el hombre no solo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor”
(Dt 8:2-3).

Romanos 10; 17 Así que la fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios.

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QUE NO SE NOS OLVIDE QUE LA IGLESIA NO ES UN MUSEO DE ALMAS
PERFECTAS, SI NO UN HOSPITAL DE PERSONAS CON UNA MAXIMA URGENCIA
DE LA PALABRA DE DIOS

OREMOS:

“SEÑOR JESÚS; YO TE RECIBO HOY COMO MI UNICO SALVADOR PERSONAL;


CREO QUE ERES DIOS, QUE MORISTE EN LA CRUZ POR MIS PECADOS Y QUE
RESUCITASTE EL TERCER DÍA. ME ARREPIENTO SOY PECADOR. PERDÓNAME
SEÑOR. GRACIAS DOY AL PADRE POR ENVIAR AL HIJO A MORIR EN MI LUGAR
GRACIAS JESÚS, POR SALVAR MI ALMA HOY EN CRISTO JESÚS MI SALVADOR,
AMÉN”.-

SANTA ANA, 25 DE FEBRERO DEL 2021

MINISTERIO JEHOVÁ NISSÉ DE PREDICACIÓN.-

HERMANO; LUIS EDUARDO CRUZ

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