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Índice
Staff
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5 3

Capítulo 6
Sobre la autora
Agradecimientos
Staff
Moderadoras de traducción
Viqijb & Gaz

Traductoras
Celemg Nina Carter
Vale ¥anli
MaryJane♥ TsuParthenopadeus
Viqijb

Moderadora de corrección 4
Meellc

Correctoras
Carola Shaw Leeconemi
*elis* tamis11
Pachi15 Gaz

Revisión Final
Carolyn

Diseño
Lectora
Sinopsis
T
antos hombres... Tantos errores. Una joven mujer sale para mejorar
sus probabilidades.

Ginger Cameron realiza un cambio de imagen. No más minis


abraza-muslos, ni tacones de kilómetros de alto, o insinuaciones a chicos que no
están disponibles a largo plazo. Ella va beige, re-virginalizada (su palabra), y
haciendo un nuevo comienzo en su negocio y vida amorosa. ¿Hombres? Fuera de
la foto. Al margen. Por dos malditos años.

Entonces lo conoce... Cal Beaumann. Todo sexo, sonrisa fácil y con el


pensamiento de "a corto plazo". La nueva actitud de Ginger y su guardarropa
blindado están a punto de ser probados, al máximo.

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Capítulo 1
Traducido por *Celemg* & ¥anli
Corregido por *elis* & Leeconemi

P
recarios tacones altos, minifalda cadera-jinete, top tubo de satén
blanco, más como una curita que algo que realmente la tapara, y
gigantescos aros dorados en un set de tres piezas por oreja.

Hmm...

Labial, bastante rojo, bastante atrevido, bastante suave, para hacer la


portada de la revista Hustler.

Ginger se retorció, evaluándose, después golpeó su trasero. La falda


encajaba como salchicha envuelta. 6

Perfecto.

Revoleó su largo cabello rojo-miel, rudamente sujeto de un lado, como una


yegua pura sangre, mientras que del lado izquierdo caía sobre su hombro
desnudo.

Enderezando bastante su top para levantarlo y exhibir el brillante


diamante en su ombligo, estaba lista para la batalla.

Casi.

Echó un vistazo al revoltijo de frascos, botellas, y cepillos desordenados en


el mostrador del baño y eligió una esencia que olería sospechosamente como sexo
en una botella. Se empapó en eso.

Hecho.

Tomó un suéter, su desmesurado bolso negro, y se dirigió a la puerta


dando zancadas.
Sabía exactamente dónde encontrarlo.

Con la mano en el picaporte, se detuvo, cerrando su sombra-moca de


párpados. Muy de moda, muy publicitado, tomó una tranquilizadora respiración.
Si no tomaba el control, y guardaba eso, esta noche no sería para nada divertida.
Arruinaría todo. Preliminares, persistente, anticipación nerviosa, eso es lo que era
más o menos.

Él le enseñaba todo sobre eso. Oh, sí...

Con una privada y malvada sonrisa, salió exageradamente.

Esta noche era su turno de jugar a la maestra, e intentar disfrutar la clase.

No podía esperar.

***
Ginger sabía que él, junto con cada hombre en la habitación, la había
visto al segundo que caminó dentro del exclusivo restaurante. Una audiencia.
Justo lo que quería. Para pararlos, colocó su mano en su cadera, recorrió la
habitación con una audaz sonrisa. Finalmente, estableció su mirada en el 7
misterioso y guapo hombre sentado en la mejor mesa de la habitación.

Y su cita.

Perfecto.

Él levantó la vista y sus miradas se entrelazaron. Estaba muy lejos para


ver si él palidecía tanto, ¡el bastardo!, pero estaba bastante segura que sus
manos temblaban un poco cuando alzó su copa de vino hacia su boca.

Vino tinto. ¡Excelente!

Resistiendo el impulso de patear el suelo a lo embestida de toro, le dio su


suéter al maître como si éste estuviera embobado, y se paseó atravesando la
habitación.

Oyó el silbido de una mesa cercana, lo ignoró. Había aprendido la melodía


de los silbidos a los trece años, si no lo hubiera hecho, sería sorda como una
roca.

Se frenó frente a la mesa.


—Hola, Tony —dijo, haciendo lo posible por ronronear como un tigre de
meses de edad—. Qué lujo encontrarte aquí.

—Hola, nena. —Él lanzó su servilleta en la mesa, inclinó su silla atrás y,


una vez más, le dio una ardiente ojeada.

El chico era frío como un vidrio en invierno, y guapo como un pecado de


medianoche. ¡Demonios! Su estómago daba tumbos. Lujuria o ira, no estaba
segura, pero apostaba a ira.

—¿Vas a presentarnos? —Ella inclinó una mirada a su rubia hermosa y,


obviamente, desconcertada compañera de cena.

Él le dio una blanca y ardiente sonrisa que la había atraído en primer


lugar. El hombre podía ser un bastardo, pero tenía unos dientes geniales.

—Ginger, cariño, ¿realmente piensas que eso sería inteligente?

—Probablemente no. —Levantó la copa de vino de él, tomó un sorbo—.


Pero inteligente no es exactamente lo que he sido estos últimos pocos meses.
Estaba muy preocupada con esto. —Levantó la copa, sonrió, y se la derramó en la
entrepierna.

—¡Jes… Ginger!
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Antes de que pudiera ponerse de pie, le tiró la cena de su novia en la
cabeza.

—Pero tengo una inteligencia realmente rápida cuando descubro a la


esposa y dos hijos que tienes escondidos cruzando la frontera Canadiense.

Él saltó sobre sus pies, balbuceando, y limpiando con impotencia el


cremoso caos en su rostro con su servilleta. La rubia marmolada estaba como
mármol en su asiento.

—Tú, estúpida… —comenzó él.

—¿...perra? —terminó Ginger dulcemente. Recogió un poco de la cena de


su mentón, mientras se aseguraba que su voz se oyera por todo el elegante
restaurante—. Mejor una perra, amante, que una escoria que se alimenta del
fondo engañando como tú.

Se alejó, volteándose una última vez para darle a él y al resto de la


habitación una empalagosa sonrisa.

—Oh, ¿y te dije que terminamos?


***
—¡Por Darios! ¡No lo hiciste! —Tracy miró fijamente a Ginger, ensanchando
los ojos.

—Lo hice. Y se sintió bien, mujer... realmente bien. —Inclinó su cabeza


atrás en el sofá, cerrando los ojos, y apretando el botón de replay. Animada de
nuevo, así es como se sentía.

Había desaprovechado seis meses de su vida en Tony Flora, hasta que su


esposa llamó y la puso al corriente de sus aventuras amorosas, de la que era una
en una cadena. Se sentía como sucia sobre la infelicidad que le había causado a
la próximamente ex Sra. Flora y sus hijos. Había hecho su parte de citas erradas,
pero hasta ahora, haber sido engañada por un hombre casado no estaba entre
ellos.

—Chica, me hubiera gustado estar allí. —Tracy tomó un sorbo de su café—


. Pura, Ginger, vive y sin censura.

Ginger resbaló una sonrisa un poco engreída.

—Sí, pura Ginger —hizo eco y trató de sofocar el difícil sentimiento de si la 9


descripción era apropiada, pero no complementaria.

Tracy ladeó la cabeza.

—¿No tienes segundos pensamientos? El chico era un gusano.

—Ese es el problema, Trace. Era un gusano, y caí por él. No dice mucho
para mi opinión.

—Todos cometemos errores.

—Cierto. Sólo que yo cometí un millón más que el resto de mi sexo. —Se
levantó del sofá, tiró su minifalda hacia abajo, tristemente confusa—. ¿Qué soy,
de todas formas? ¿Alguna superficial incompleta mujer, sentenciada a caer por
perdedores y pedazos de sin-cerebro? ¿Algún tipo de chica idiota?

Tracy tiró de las hebras de su cabello, con un silencio de mal agüero.

Ginger le lanzó una mirada.

—Tú no discutes conmigo.


—No eres una idiota, y lo sabes, pero...

Le frunció el ceño a su amiga y compañera.

—¿Pero...?

—Eres un poco impulsiva una y otra vez. Tú sabes. Una tonta corriendo
donde los ángeles temen pisar.

—Piensas que soy una tonta.

—No, eso no era lo que trataba de decir. —Puso su tasa sobre la mesa de
café—. Tú sólo eres... impulsiva a veces, o quizás valiente. No lo sé. Tu corazón es
como la liebre y tu cabeza como la tortuga. —Arrugó la nariz como si la mala
analogía causara una obstrucción—. Oh, tú sabes lo que quiero decir.

—Sí, lo sé, y odio eso, lo odio. —Mala analogía o no, Trace estaba muerta.
Ginger caminó. Caminó un poco más—. Y me estoy enfermando y cansando de
ser del tipo de persona carro-delante-de-los-caballos. Tengo veinticuatro años.
Debería saberlo mejor.

—¿Tipo de persona de un carro-delante-de-los-caballos? —preguntó Tracy,


claramente no entendiendo eso.

—Enamorarse antes de gustar.


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—Lujuria me gusta más. Ves un chico lindo, el chico te ve, dinamita en las
bragas, y tú fuera de las carreras.

—Usamos un cliché más en esta conversación, y voy a tener que volver en


a mi tipo de palabras distintivas. —Frunció el ceño.

Tracy rió con nerviosismo.

—Pero tienes razón. Y eso tiene que parar. No más carreras. No más
chicos. Lo que necesito es... virginalizarme.

—¿Disculpa?

—Limpiar mi comportamiento. Cambiar mi aspecto. Cultivar una


completamente nueva actitud y abandonar el sexo. —No le gustaba lo de la
última idea, pero estaba desesperada.

—Déjame respirar —resopló Tracy.

—No crees que pueda hacerlo. —Ginger atoró su mandíbula.


—Creo que puedes consumirte intentándolo. —La sonrisa de Tracy era
malvada—. Te gusta el sexo. Mucho. Y me has dicho que no puedes decir "no,
gracias" a algún ardiente chico con la velocidad apropiada, obedientemente erecto
detrás de jeans ajustados. —Contorneó sus pestañas—. No lo creo.

—Me haces sonar como una adicta al sexo. —Ahora Ginger estaba
seriamente perturbada. Quizás lo era. No—. Todavía no he hecho mi camino a
través del equipo de béisbol.

—Ni siquiera cerca, pero vas a caer del vagón del celibato de vez en
cuando. Y sales mucho. Demonios, el teléfono nunca para de sonar por aquí.

—Salgo mucho, pienso poco. —Ginger sacudió la cabeza, y el gancho saltó


de su torrente de cabello dejándolo caer—. Bien, quizás exageré a propósito el
atuendo por la ocasión de la noche, pero la verdad lo he intentado demasiado.
Agotadoras cosas como esta. —Se arrancó el ajustado top— .Y estos. —Pateó de a
uno y abandonó los tacones. Los refugió bajo el sofá—. Me veo como una de esas
rubias tontas en un calendario de estación de servicio.

—Un poco, uh, ostentosa, pero esa eres sólo tú, Ginger. Es quien eres.

¿Ostentosa?

—¡Eso es! —Ginger miró fijamente a su amiga, como si estuviera


iluminada, ya que hasta ahora había sido peligrosamente una cabeza hueca—. 11
Falsa publicidad, ese es mi problema. El paquete que he estado presentando está
diseñado para pescar los chicos malos, completamente desorientador.

—¿Desorientador?

—Sumemos a eso mi truco de caer por caras guapas con perfectas sonrisas
de comerciales de chicles, y aparece un perdedor todo el tiempo.

—Entonces te gustan los chicos lindos. ¿Ese es un crimen?

—Si siempre espero encontrar un buen y tranquilo contador o plomero, eso


es.

—¿Así que ahora quieres un sucio plomero?

—Absolutamente. Seguro, sano y serio como un pastor. —Ginger estaba


enardecida. Debería haber visto eso antes. Sabía exactamente qué tenía que
hacer—. Tengo que renovar y reempacar.

Tracy le dio una mirada incómoda.


—No empieces, Ginger...

Ginger la ignoró, rodeó el sofá, y le dio un golpecito a su mentón.

—Primer paso. Evitar la tentación. Segundo paso. Re-virginalizar.

Tracy le disparó una mirada, alarmada.

—Dios, no estás hablando de una cirugía, ¿lo estás?

—Por supuesto que no. —Parpadeó—. ¿Pueden hacer eso?

—¡Ginger!

—Bien, bien. No, no hablo de cirugía, hablo de actitud. Necesito una


transformación. Necesito lucir como la seria persona no-absurda que intento ser.

—No la ropa, por favor —suplicó Tracy—, eres la única mujer que conozco
que usa su ropa como arma. No creo poder hacer otra de tus cruzadas de
armario.

—Esto no es "otro" nada. Hablo en serio. Necesito cambiar la forma en que


me veo y pienso. Dejar al exterior reflejar el interior. Para hacerlo, voy a vestir
informal, profundamente y dejar las carreras de citas fuera. —Tomó un profundo,
profundo respiro—. Y quedarme célibe hasta arreglarme y poder ver más allá del
paquete-de-seis-abdominales, sonrisas de perlas blancas que dicen duerme- 12
conmigo, a las cosas reales.

—¿Cuál es?

—Un buen chico, uno encantador, que trabaje duro, sea honesto, estable
como un sencillo granjero. Un chico con manos callosas y corazón suave quien
quiera una pareja para siempre como… como un ganso de Canadá.

—¿Un ganso de Canadá?

—Exactamente.

Tracy suspiró y frotó su sien.

—¿Hay algún vino aquí? Necesito un trago.

—Hazlo tú misma.

Ella se detuvo, recogió sus tacones altos, colgados de sus dedos, y sonrió.

—¿Yo? Nunca toco las cosas.


***
Cal Beaumann caminó por el pasillo del Cine Neo, golpeando el periódico
contra su muslo. Hizo caso omiso de los trabajadores instalando los asientos en
su teatro pronto-a-ser-abierto y se dirigió a la oficina detrás de la taquilla en el
vestíbulo.

Algo seriamente semejante a la preocupación se hincó en sus entrañas.

Necesitaba algo a la moda, sin quebrar la promoción y lo necesitaba lo


antes posible. Encerrar los derechos de la pantalla para No Amigos en absoluto, lo
que sucintaba más interés y lo más hablado de la comedia para golpear el
escenario del cine independiente en años, no significaba nada si no conseguía
correr la voz. No Amigos en absoluto era una carga de asiento de éxito seguro, y el
Cine Neo necesitaba cada dólar que pudiera arrastrar. Demonios, su préstamo
tenía más términos y condiciones que el acuerdo prenupcial de un
multimillonario paranoico. Necesitaba multitudes, y lo necesitaba desde el primer
día.

Puso el pedazo de papel que contenía el número de Ginger Ink sobre el


escritorio. Ellie, su asistente, le había dado el número esta mañana. En Waveside
13
Bay, al parecer, esta persona, Ginger era para publicidad y relaciones públicas.
Mejor que lo sea.

Marcó y se inclinó hacia atrás en su silla.

—Ginger Ink. Habla Tracy. ¿Puedo ayudarle?

—Puede, si me pasa con Ginger Cameron. Soy el propietario del Cine Neo,
la nueva sala de cine en la ciudad. Me gustaría hablar con ella acerca de hacer la
promoción de nuestra apertura.

—Ginger está fuera ahora. Algo sobre un nuevo pájaro, pero puedo
programarle una cita con ella.

—¿Pájaro?

La mujer, Tracy, se echó a reír.

—Sí, ella se ha apuntado para la observación de aves, pero no se preocupe,


no va a durar.
No estaba preocupado, sólo estaba tratando de imaginar a un observador
de aves haciendo sus relaciones públicas.

—Bien, ¿qué hay de las tres y media? —continuó la mujer—. Allí, lo he


marcado abajo. —Sonaba como si acaba de terminar de hacer una copia del Libro
de Kells1—. Cine Neo en la Calle Front, ¿verdad? Vaya, la otra línea, me tengo que
ir.

Clic.

Cal retiró el teléfono de su oreja y se quedó mirándolo. Un observador de


aves y una cabeza de chorlito. Realmente le daba confianza a un hombre.

***
A las tres y veinte Ginger estaba fuera del teatro mirando la marquesina
casi terminada, los toques de la decoración en las anchas puertas delanteras.
Agradable. Quien quiera que este tipo Cal fuera, estaba haciendo un gran trabajo.
Waveside Bay necesitaba una sala de cine, y como un proyecto, sería divertido
trabajar. Más divertido que sus cosas actuales: una franquicia de neumáticos y
una tienda de descuentos de alfombra.
14
No es que estuviera divirtiéndose estos días. Era una mujer seria con una
agenda seria, azotando su magullada mente, poniéndola en forma para ser una
buena chica. Había sido una mujer reestructurada durante tres meses: ni citas,
ni tentaciones. Sólo veintiún meses, dos días, y quince horas para irse. Pero oye,
¿quién lo estaba contando?

Hizo un control sobre su actual meta —conseguir esta cuenta— y abrió la


puerta. Entró en el teatro, con firmeza de carácter, una mujer de negocios sin
tontería alguna que habría hecho a Joan Crawford temblar en sus plataformas.

Una mujer decidida a hacer una venta.

***
1 El Libro de Kells: también conocido como el Gran Evangeliario de San Columba, es un
manuscrito ilustrado con motivos ornamentales, realizado por monjes celtas hacia el año
800 en Kells, un pueblo de Irlanda.
—¿Cal? —llamó Ellie en la oscuridad de la sala poco iluminada—. ¿Estás
ahí?

—¿Sí? —Cal luchó con el sillón defectuoso y lo sacó al pasillo para que el
instalador lo sustituyera, un capricho de un trabajo que no había tenido la
intención de hacer, sobre todo, sin las luces del techo completas.

Iba a decirle a Ellie que subiera las luces cuando agregó:

—Ginger Cameron está aquí.

—Ya voy. —Hizo un par de notas mentales de cosas por hacer, dio media
vuelta y se dirigió por el pasillo hacia su oficina.

Una mujer se acercaba por el pasillo a su encuentro. Estrechó la mano con


la fuerza de un político fresco de solitario.

—Ginger Cameron, de Ginger Ink —dijo—. Es un placer conocerlo.

Él le tomó la mano, pero no pudo distinguir la cara, sólo el halo de cabello


brillando como ascuas encendidas contra la luz proveniente de las puertas del
teatro todavía abiertas detrás de ella.

—Encantado de conocerte —murmuró, sin soltarle la mano. ¿O era que


ella aún sostenía la suya? De cualquier manera, estaban trabados, su sacudida
15
de mano tenía el suficiente entusiasmo como para hacer salir petróleo. Entrecerró
los ojos para tener un mejor vistazo de su cara—. ¿Mi oficina? —Hizo un gesto
hacia el pasillo—. Por lo menos tendremos luz allí.

Ella le soltó la mano.

—Guíame.

***
En el vestíbulo iluminado, Ginger se giró, componiendo su sonrisa
corporativa, y... se quedó con la boca abierta.

Cal Beaumann era el pecado en carne y huesos.

Alto, moreno y terriblemente guapo.

Maldición.
Tentación. Un imán de mujeres si es que alguna vez vio uno.

Oh, no...

Su estómago se revolvió y su mente quedó cubierta de nieve. Obviamente,


la Diosa de todas las cosas virginales estaba dándole una prueba. ¿Por qué si no
iba a presentarle dos metros de material de hombre de póster que olía a almizcle
y menta?

Oh, no...

Su cuello se puso caliente y más caliente.

En ebullición. Si tuviera un abanico estaría trabajando lo suficientemente


fuerte para enfriar el condado vecino. Él tenía ojos verdes... ¡a ella le encantaban
los ojos verdes!

Su estómago se hundió bajo el peso de las mariposas. ¿Y ahora qué? No


había estado dentro del margen olisqueándolo durante más de treinta segundos y
sus rodillas eran fideos, eso sólo significaba problemas. Porque, en su caso, era
una atracción instantánea muy, muy mala, seguida por un huracán de hormonas
que sumergió su cabeza en aguas profundas y volvió lo que quedaba de su
cerebro en una roca de sal. Su mirada cayó desde sus ojos verdes a sus vaqueros
azules que encajaban muy bien en torno a todas las partes correctas de su
cuerpo. ¿La tela sobre su cremallera estaba desgastada, suavemente blanqueada 16
por lavar… y otras presiones? Se preguntó si él alguna vez... Basta.

Ella levantó la mirada bruscamente. Se encontró con la suya.

El hombre la miraba como si fuera la mayor decepción en una vida repleta


de ellas. ¿Nivel de interés? Punto cero y cayendo.

Perfecto. Comenzó a respirar de nuevo mientras decía una pequeña oración


de agradecimiento al máximo poder de opciones de moda.

***
Cal trató de apartar la mirada.

Error. Esto tenía que ser una broma. Una mala broma.

Ginger Cameron era la mujer más insulsa que había visto nunca, y estaba
envuelta en suficiente tela de color beige para decorar las ventanas de una nueva
subdivisión. Su fuerte no eran las mujeres que llevaban un montón de
maquillaje, pero ésta podría utilizar un frasco o dos de algo. Cualquier cosa. ¡Y su
pelo! A excepción de los pequeños rizos que luchaban con la correa y reflejaban la
luz de la puerta abierta, se enroscaban lo suficientemente apretados como para
causar daño cerebral. Interesante color, aunque, al igual que las cejas, una
especie de oro rojizo, y...

Piel genial. Clara. Suave como la crema. Lo que la hacía ¿qué? Inclinó la
cabeza, mirándola fijamente. Muy a principios de los veintitantos. Maldijo
interiormente, primero a Ellie, luego a sí mismo por estar de acuerdo con su
sugerencia y con esta reunión. De ninguna manera podía esta remilgada tener la
experiencia que necesitaba. Estaba abriendo un teatro, por el amor de Dios, no
un maldito convento. Y qué demonios era ese olor que llevaba. Le recordaba a
esas cosas de bolsita de lavanda que su abuela ponía en su armario de la ropa.

—¿Mr. Beaumann? —Ella le frunció el ceño.

—Aquí —murmuró, y señaló su oficina. Una vez detrás de su escritorio


planeaba deshacerse de ella, lo más rápidamente posible—. Tome asiento —dijo.

Se sentó, los metros de tela de su falda cubriendo la silla hasta el suelo. No


cruzó las piernas, sólo las ladeo y metió los pies debajo de la silla como si fuera la
fea del baile de la escuela.

Tobillos sorprendentemente delgados... 17

Apoyó un amplio portafolio contra su silla y volvió a sonreír, una sonrisa


sincera y brillante, el tipo que venía con sueños y grandes esperanzas.

Cal se sentó, juntó los dedos y se tocó la barbilla. Si iba a frustrar esas
grandes esperanzas, mejor hacerlo de una vez.

—¿Exactamente qué tipo de trabajo ha hecho usted, señorita Cameron?

—Un poco de todo —dijo, moviéndose hacia adelante en su silla. La acción


dando un breve atisbo de pechos reales en su camisa almidonada. Interesante.
Probablemente malditamente exuberante.

—¿Como…? —se pinchó, sorprendido de estar tan concentrado en su


territorio topográfico camuflado.

—Tengo muestras en mi portafolio. Pero lo que importa es lo que quiere y


si Ginger Ink puede ayudarlo. ¿Puede decirme algo sobre el Cine Neo? ¿Sus
planes para Waveside Bay? ¿Este es su primer teatro?
—No, este es mi sexto. Los otros cinco están ubicados en pequeñas y
medianas ciudades de Washington y Oregon. Pero…

—¡Eso es realmente impresionante! —Sus ojos azules se abrieron, y sus


cejas de oro rojo se alzaron—. ¿Y ha usado un anunciante y una firma de
relaciones públicas local para todas aquellas aperturas?

—Por lo general, funciona de esa manera.

Se estaba poniendo fuera de pista.

—Eso en sí mismo son buenas relaciones públicas. Las pequeñas


comunidades tienden a apoyar a los suyos.

—Uh-huh. Tiendo a pensar que sí, pero mire, señorita Cameron…

—Ginger, por favor.

—Por supuesto. —Cal se rascó el cuello, tomando una profunda


respiración. Quería que dejara de mirarlo como un hambriento pájaro expectante.
Y más que eso deseó no estar repentinamente intrigado por qué clase de cuerpo
podría estar bajo la tienda de campaña que llevaba. Demasiado trabajo. No
suficiente sexo, decidió, tenía que ser eso, si estaba pensando en la señorita Prim
sentada delante de él como material de dormitorio. Demonios, ella era la mujer
menos apetecible que había visto nunca. Y teniendo en cuenta eso, mejor sería 18
terminar con esto—. Mire, Ginger, esta apertura es crucial. Tengo mucho
dependiendo de ello. —Incluyendo a un hermano con una soga económica
alrededor de mi cuello—. Necesito a alguien con mucha experiencia. Necesito
grandes cosas, cosas que le permita a la gente saber que el Cine Neo no es una
sala de cine independiente de segunda que muestra basura artística que no va a
volar en las pantallas grandes. —La miró fijamente—. Para ser honesto, no parece
alguien que pueda hacer eso.

Ella entrecerró los ojos. Tenía su pálida cara de repente no tan pálida, dijo:

—¿Qué parezco?

—Como alguien que probablemente hace un gran trabajo en las campañas


publicitarias de las tiendas de rosquillas y empresas de servicios de origen local.
—Parecía un poco aturdida, se volvió una sombra oscura de color rosa. Piel
fabulosa... Dios, es mejor que no se ponga a llorar. Era pésimo con mujeres
llorando. Así que mejor darse prisa en salir pronto de aquí. Se puso de pie—. Pero
gracias por venir a verme. Siento que las cosas no salieran bien. —Al ver que no
decía nada, añadió—: ¿Está bien?
—Eso creo. —Se puso de pie y lo miró a los ojos—. Sólo estoy tratando de
averiguar si he sido insultada.

—Ningún insulto concebido. Pero el escenario del teatro independiente se


basa en una particular y muy voluble, presión demográfica: las personas que son
inteligentes, jóvenes, a la moda, supongo que dirías. Gente al día con las
películas. Quieren algo nuevo, algo que no hubieran visto antes. —Hizo una
pausa—. Tanto en la pantalla como en la promoción. —Sonrió, con suerte la
sonrisa de un galán—. De alguna manera no creo que esa sea su escena.

—Y ha decidido eso con sólo... mirarme. —Ella se quedó mirándolo


fijamente, la incredulidad y el asombro batallando en sus brillantes ojos azules—.
Definitivamente he sido insultada. —Tomó su portafolio y lo apretó contra su
pecho, lo miró como si fuera una cucaracha y ella un veterinario del ejército
preparada para la acción.

—Pero gracias por… —comenzó, con la intención de verla salir.

—… Nada —terminó—. Por lo menos no todavía. Pero no crea que se puede


deshacer de mí tan fácilmente.

—No creo…

—Obviamente, no. Si creyera, estaría pensando en cómo no ofender a


alguien de la propia comunidad. —Ella golpeó una mano contra el portafolio que 19
sostenía contra su pecho—. En este caso moi. No está del todo bien que alguien
de relaciones públicas golpee de su parte, sobre todo si las personas que enumeró
están en una primera base de nombres de todas esas “tiendas de rosquillas y
empresas de servicios” de los que se burló. —Apretó el portafolio fuertemente
debajo del brazo y enganchó una especie de bolsa de abuela sobre su muñeca
derecha. Cal tuvo la fugaz impresión de la reina de Inglaterra—. La gente de
Waveside Bay no ve con buenos ojos eso del todo, si un cierto alguien decide
darlo a conocer.

—Está usted amenazando…

Ella levantó la mano, continuando:

—Para protegerlo del contragolpe de la ciudad, le voy a hacer un favor.


Volveré en dos días, con la presentación en mano. Pero por ahora... adiós, señor
Beaumann. —Salió y cerró la puerta no muy tranquilamente a sus espaldas.

La mandíbula de Cal colgó lo suficientemente bajo como para calentar su


esternón. Como salían las llamadas de ventas, esta sin duda abría un nuevo
camino. En primer lugar ella lo había chantajeado, luego lo había intimidado.
Increíble. Debería estar infernalmente cabreado, en vez de eso, se sintió sonreír.

¿Quién lo hubiera imaginado? Bajo todo ese pelo apretado y metros de tela
yacía el espíritu de un policía de calle. Tal vez el cuerpo de una mujer de verdad.

Sacudió la cabeza. Si tuviera tiempo, habría… pero no lo hizo. Regresó a


su asiento detrás de su escritorio. Qué hora tuvo, no iba a desperdiciar dinero en
alguien que parecía como si hubiera salido de las páginas de una edición de 1950
del Ladies Home Journal. Pulsó una serie de números en el teléfono, se frotó la
frente mientras esperaba que atendieran la llamada. Hudson Blaine le costaría a
lo grande, pero una cosa era cierta, le daría al Cine Neo el tipo de promoción que
necesita.

Ginger Cameron, la del traje desafortunado y aún más lamentable


personalidad, era historia.

20
Capítulo 2
Traducido por Vale
Corregido por Carola Shaw

—¿T
racy? ¿Estás en casa? —gritó Ginger, cerró de golpe
la puerta y echó su portafolios y el bolso sobre la silla
más cercana.

Tracy entró en el pasillo masticando un sándwich.

—¡Como dicen en las películas… yo2!

—No me hables de las películas. —Ginger miró el sándwich de su


compañera de piso, decidió que tenía hambre, y se dirigió a la cocina. Quería
masticar algo, y si no podía ser esa boca inteligente, altanera, arrogante, bruta, 21
condescendiente de Beaumann, quien era la pieza más sexy de la virilidad que
había visto en años, se conformaría con embutidos. Y Dios, estaba caliente. De
camino a la cocina, se quitó la chaqueta y camiseta, y se puso su sujetador flojo y
su manta de seda. En la cocina empezó a buscar ingredientes para su sándwich.

—¿Qué pasa? —Tracy apareció con lo último de su sándwich en su boca—.


Parece como si te hubieras pasado la tarde en el lado equivocado de una
inspección fiscal.

Ginger untó mayonesa en su jamón y tomate, y sujetó las dos rebanadas


de pan juntas con la fuerza suficiente para unirlas de por vida.

—Una auditoría de impuestos sería un juego de niños en comparación con


una reunión con Cal Beaumann.

—Oh, bien, la cosita del Cine Neo.

Ginger rodó los ojos.

2 Yo: en castellano original.


—Una llamada de ventas no es una “cosita”. Es eh… una llamada de
ventas, por amor de Dios. Ya sabes, algo para pagar las cuentas, el seguro del
auto, la hipoteca, ese tipo de inconvenientes. —Pensó firmemente en su agente
financiero, ya que había comprado su casa el año pasado, tenía un profundo
respeto por el flujo de caja y el cierre de una venta. Sus padres la ayudaron a
salir, tanto en la compra de la casa y consiguiendo empezar Ginger Ink, pero de
eso dependía para cumplir sus obligaciones. Y hace algún tiempo no estuvo
exactamente haciendo un trabajo excelente.

Antes de que hubiera dado una bofetada en el beige y ceñido cinturón de


castidad, había perdido mucho tiempo persiguiendo a los chicos en vez de a los
clientes. Y ese tipo de estupideces tenían una manera de presentarse en la línea
inferior en negrita, y rojo febril. Asegurar la cuenta del Cine Neo expiaría muchos
pecados pasados.

—Lo siento. Sabes que no estoy en cosas de negocios.

Importante subestimación. Tracy era un artista. Aunque Ginger


sospechaba que sabía más sobre negocios de lo que aparentaba, pero lo ignoró
porque le aburría.

Tracy se acercó a donde se hallaba Ginger golpeando su sándwich.

—Déjame hacer eso. —En un segundo tenía un sándwich limpio y dos


vasos de leche en la mesa—. Ahora, dile todo a mamá. 22

Ginger masticaba con mal humor el sándwich.

—Lo arruiné.

—Ah. ¿Y eso sería?

—Mi encuentro con Beaumann. Ni siquiera miró mi trabajo, sólo me dio


una mirada y decidió que no lograría hacer el trabajo.

—No puedo imaginar por qué pensaría eso —dijo Tracy secamente—. Has
hecho una imitación tan prominente de la abuela indigente de alguien, y eres tan
maravillosamente... ondeante. —Miró la falda plisada de Ginger, luego bajó.
Olfateó—. Y esos zapatos...

Ginger metió la pierna, rodó el tobillo anclado por una bomba de color
beige moteado.

—¿Qué pasa con mis zapatos?


—Parece como si tus dedos del pie tuvieran tumores. —Tracy miró los
zapatos como si lo que tuvieran fuese contagioso—. Son positivamente
ortopédicos.

Ginger metió el ofendido calzado nuevo debajo de la silla.

—Quiero ventilar y de todo lo que puedes hablar es de mi declaración de


moda.

—Ventilar es otra cosa, pero si esa es una declaración de moda, Ginge, yo


soy agente de inversión.

—Algo conservador quizás…

—Hum.

Ginger fulminó con la mirada a su amiga.

—El punto es que si me pongo la toga y un tutú, merezco una oportunidad


de demostrar lo que puedo hacer. Pero no ser tratada como si fuera…

—… ¿La tía solterona de alguien intentando reincorporarse a la fuerza


laboral después de la Segunda Guerra Mundial? —Tracy sonrió, bebió un poco de
leche.

—¡Trace! 23

—Bien. —Tracy hizo un gesto con la mano como si espantara una mosca
invisible—. Me callo, pero tú eres la que siempre habla de vestirse para el trabajo.

—Y eso es exactamente lo que hago. —Ginger alisó un pliegue—. Luzco


sensible, sana, y…

—Esterilizada. La mirada de virgen restaurada, lo sé —resopló Tracy con


desdén—. Es una exageración, así de simple.

—Exageración o no, es mi nuevo yo.

Tracy rodó los ojos.

—Me doy por vencida. Así que, vamos, dime qué pasó.

—Beaumann dice que busca la cadera, cosas de vanguardia, y que no cree


que esa sea mi “escena”. ¿Puedes creer eso? —Tomó un sorbo de leche, y lamió
sus bigotes espumosos.

Tracy repentinamente se quedó perpleja.


—Sabes ese nombre realmente ha estado molestándome. Sé que es de
alguna parte. Estoy segura de ello. Beaumann... Cal Beaumann... —Sus ojos se
abrieron—. No. No puede ser. No ese Cal Beaumann. No aquí en Waveside.

Ginger, quien apenas empezó su discusión, no se sentía de humor para


una de las divagaciones de Tracy.

—¿De qué estás hablando?

—¿Qué aspecto tiene?

—No me di cuenta —mintió.

—Piensa. Es importante.

Ginger tomó el pepino en vinagre que Tracy había puesto con su bocadillo,
se quedó mirando la pared y trató de aparentar que recordar a Cal era todo un
desafío.

—Déjame ver... —Un suspiro femenino primitivo escapó antes de que


consiguiera detenerlo, y maldición si no la dejó un poco sin aliento, y más que un
poco caliente bajo la seda de su manta—. Es una especie de mezcla entre Sam
Worthington y Eric Dane. No. Más bien entre Jason Momoa y Francis Cadieux…

—¿Quién?
24
Ginger frunció el ceño.

—Es una broma. Vete a Google, mujer.

—Lo haré. Ahora de vuelta a Cal.

Otro suspiro, esta vez más largo.

—Caliente. Súper caliente. Uno de esos tipos con mentón cincelado, un


pequeño hoyuelo en la mejilla izquierda, que hace una grieta cuando sonríe. Alto.
Grandes hombros.

Ginger se calentó por su tema. Podría ser beige, pero no era ciega.

—Y diría que pectorales bajo el jersey de cachemir verde que llevaba


puesto. Pelo castaño grueso, liso con marcas de sol. Bastante largo, pero no de
niña. Oh, y tiene una cicatriz pálida en su línea de la mandíbula. Justo aquí. —
Se tocó el punto en su propia cara, a la izquierda, a medio camino entre la
barbilla y la oreja. Dejó que su mano se mantuviera ahí.
Tracy le dirigió una mirada especulativa.

—¿Estás segura de que no conseguiste su número de zapatos?

Ginger retiró la mano, tomó otro bocado de su sándwich.

No iba a añadir que su estómago hizo importantes piruetas a primera vista


del hombre o que asustó a la virgen en ella. Una mirada y había pensado en
sábanas arrugadas y sexo... y más sexo. Debía mantener eso para sí misma. Las
mujeres sensatas no piensan de esa manera. Al menos no lo creía, no habiendo
pasado el sentido común 101 veces.

—Y sus ojos, ¿qué pasa con ellos?

Ginger se encogió de hombros, a continuación miró su pepinillo,


estudiándolo.

—Algo como esto.

—¿Tenía los ojos como pepinillos? —hizo eco Tracy, atrapada en un


momento rubio.

Ginger se echó a reír.

—Eran verdes, Trace. O avellana. Algo por el estilo. —En realidad eran del
color de las ramas de cedro con un toque de brillo de Navidad. Eran hermosos 25
ojos, llenos de preguntas y promesas. Y humor, supuso. Su pecho como que
medio cedió. ¿Había algo mejor que el sexo caliente y la risa? No lo creía.

—Entonces es él. Tiene que serlo. —La voz de Tracy se levantó en emoción.

—¿Quién ? ¿De qué estás hablando? Estoy en una seria ventilación aquí
y…

—Tu ventilación puede esperar. —Tracy saltó de su silla y salió corriendo


de la habitación. Estaba de vuelta en segundos—. Mira esto. ¿Es este a quien
conociste hoy? —Pasó una revista a la mano de Ginger, una de esas cosas de
entretenimiento semanal. La parte superior de la página se titulaba:
“¿RETORNO? ESPEREMOS QUE SÍ”. Bajo eso se apreciaba una imagen de un
hombre con un esmoquin en alguna alfombra roja que podría ser en Los Ángeles,
la belleza necesaria colgando de su brazo.

Ginger miró aún más. Sin duda era él, pero ¿quién era?

—Bueno, me rindo. —Le entregó la revista nuevamente a Tracy.


—Ese… —Tracy apuñaló la página con una uña roma—. Es Cal
Beaumann, de Vida y Amor. Lo mataron hace tres, tal vez hace cuatro años.
Después de que desapareció.

—¿Ves las telenovelas? —Ginger estaba fascinada con las telenovelas, pero
con su horario de trabajo, nunca se dio el lujo de conectar con la línea de las
historias, así que en vez de frustrarse a sí misma, las dejó solas.

—Lo hice, cuando estaba en la escuela de arte. —Tocó la imagen de Cal—.


Me comí mi almuerzo viendo este chico hacer el amor a mujeres por dos años. —
Se echó a reír—. Y por lo que he leído sobre él, estaba tan ocupado con el sexo
femenino fuera de la pantalla como dentro. Los tabloides lo amaban. De hecho
ganó un concurso en el que enjabonaban a las estrellas y tenía mejor y más
grande pe…

—Detente. No quiero saber —graznó Ginger. No iba a hablar de negocios


como el tamaño de su pene. No lo haría. Pero sus pantalones mantenían su
promesa.

—Pectorales, Ginger. Iba a decir pectorales.

—Lo sabía. —Ginger se puso muy roja mientras Trace sacudió la cabeza.

—Aunque hubo rumores...


26
Gingerla la miró, pero su estómago dio una voltereta traidora. Se había
vinculado a Beaumann como una mujer imán, pero no tenía en cuenta el estado
playboy. No era de extrañar que se ahogara en sus propias hormonas al poner
sus ojos en él. Estaba programada para caer por ese tipo de chicos.

¿Escenario típico? Una mirada y su cerebro en cortocircuito, dejándola


muda como un martillo no tripulado.

¡Pero no esta vez! Sus entrañas, o lo que sea que provocaba el problema
ahí abajo, se vieron seriamente ceñidas. De ninguna forma iba a caminar
penosamente el camino amarillo con otro chico cuya única credencial importante
la ganara en el dormitorio.

—No puedo creer que esté en Waveside. —Los ojos marrones de Tracy se
abrieron en un shock retardado—. Y en realidad hablé con él cuando concerté la
cita. —Se veía como si fuera a desmayarse, pero se recuperó para disparar a
Ginger una mirada acelerada—. ¿Y dices que lo arruinaste?

—Así dice el hombre. —Estaba loca otra vez—. Pero digo, tal vez no. —Se
levantó de la mesa, colocó los platos en el fregadero, y apoyó la espalda contra el
mostrador—. Me forcé a una cita más. —Puso su boca en una línea recta—. Le
dije que me gustaría volver en dos días. Y cuando entre a su oficina, tengo la
intención de hacerlo volar fuera de sus zapatillas.

La expresión de Tracy se volvió esperanzadora.

—¿Te vas de compras?

—No. —Obtendría la cuenta, pero la obtendría a su manera. Se subió los


calcetines mentales. El Amazonas en beige. Eso es lo que era. Todos los negocios.
Todo el tiempo. Además, no quería ir a la cama con Cal Beaumann... Sus
pensamientos se deslizaron fuera de los carriles. Estaba de nuevo en esas
sábanas arrugadas... Sacudió los planos. Quería la cuenta de Cine Neo. No
necesitaba brillar y estilo para ello, sino su cerebro y talento.

Y posiblemente una cosa más...

La esperanza en los ojos de Tracy se desvaneció.

—Pero tienes unas ideas geniales, ¿no?

La valentía de Gingerse se marchitó hasta volverse tamaño pepinillo.

—Ni una.

*** 27

Cuando Hudson Blaine entró en la oficina de Cal, los dos hombres hicieron
la cosa del abrazo, brazos rápidos, varonil palmada en la espalda.

—Me alegro de verte, Hud —dijo Cal—. Ha pasado mucho tiempo.

—Más de un año. —Hudson dejó caer su maleta y tomó la silla que le


ofrecieron, estiró las piernas frente a él.

—Podrías haber venido a L.A.

—Pensé que debería tener una visión de primera mano de lo que estamos
intentando hacer aquí. Hace el trabajo más fácil.

Cal se sentó en su silla.


—Sin embargo, ¿cómo te trata la empresa de relaciones públicas en estos
días? —Contempló a su amigo, levantó una ceja y sonrió—. A juzgar por el
Armani en tu espalda, supongo bastante bien.

—Supones bien.

—Mejor que representando a un renuente actor de jabón, ¿eh?

Hudson se rió.

—Demasiado. Y no tengo que usar una picana y el látigo para obtener que
el tipo firme un contrato por el cual la mayoría de los actores matarían.

—No era para mí.

—Sí, lo sé. Pero tuvimos algunos buenos momentos.

—Lo mejor.

—La mejor comida, el mejor vino, las mejores mujeres.

—Amén. —Cal levantó la taza de café, no tenía el corazón para decirle a su


amigo que no extrañaba nada de eso. Bueno, tal vez a las mujeres, pero había un
montón de ellas, y gran cantidad de sexo rápido, si un hombre lo buscara. Cosa
que no era así. Él había estado haciendo lo de monje demasiado tiempo.
Obviamente un gran error, ya que no dejó de pensar en sexo desde que Ginger 28
Cameron salió de su oficina hace dos días. Infiernos, la mujer se veía tan
malditamente apretada con ese culo al aire y adecuada, se podría pensar que era
virgen. ¿Lo sería? No podía serlo. ¿Inexperta? Podría ser. Su mente se disparó a
una inmaculada cama, lisas sábanas blancas, Ginger, con las rodillas juntas, con
los brazos cubriendo sus pechos, dándole un sensual Me-atrevo-a-sonreír.
Demonios, estaba duro sólo de pensar en la difusión de sus rodillas, pasando una
mano hasta…

—¿Ian está aquí? —preguntó Hud.

La pregunta volvió su atención hacia los negocios. Se removió en su silla.

—No, está en Chicago cosquilleando su vientre de cerdo. —Ian era el


hermano de Cal. Era su financiación en el negocio del dinero. Cal le debía. A lo
grande.

Hudson sonrió.

—Aún es el fabricante según el acuerdo, ¿no?


—Así es. Todavía lo es. —Y aún persiguiendo cada uno de mis pasos.
Debido a que Ian tuvo un precio. A cambio de su dinero en efectivo, había tomado
la posición accionaria mayoritaria y se mantendría hasta que el Cine Neo hiciera
lo suficiente para que Cal logre comprarlo. Cal tenía la intención de hacerlo tan
pronto sea posible.

—Lo has logrado hasta aquí sin mis tarifas de las grandes ciudades, Cal.
¿Por qué ahora? ¿Ningún talento local?

Cal tuvo una fugaz imagen de una mujer en tela de la tienda. Tobillos
delgados. Suave, suave piel.

—No es lo suficientemente bueno. —Puso su café a un lado y trajo la


imagen de regreso. Ginger no funcionaría, ya sea por negocios o por placer.
Bueno, quizás placer.

Hudson se enderezó en la silla.

—Entonces lo haremos. Hablemos del Cine. ¿Con qué estás abriendo?

—No Amigos en absoluto. Enganchó en Sundance.

—Esa es la comedia con ese nuevo tipo... Kiff algo.

—Quick. Kiff Quick. Y sí, es tan divertida como el rumor dice que es. No
29
podría tener una mejor revelación.

—¡Muy bien! —Hudson sacó una libreta y un bolígrafo—. Por lo tanto,


vamos a escucharlo. ¿Qué estás buscando?

Cal se inclinó hacia atrás en su silla y comenzó a hablar, mientras que


Hudson escuchó, preguntó, y apuntó una nota ocasional. Cal se sentía mejor, su
culpabilidad sobre la cancelación de su cita con Ginger disipada con cada
pregunta de Hudson. Por primera vez en semanas dejó de preocuparse por su
noche de apertura.

Estaba haciendo la cosa correcta aquí. Y, con suerte, nunca volvería a ver
a la mujer Cameron de nuevo.

***
Ginger se quedó en las puertas del teatro, paralizada. Decir que estaba
tensa sería la madre de todas las subestimaciones.
Venta de alta presión era una cosa, pero lo que estaba a punto de hacer la
categorizaba como venta forzosa. Trató con las puertas, desbloqueadas justo
como lo habían estado hace dos días. Dejó escapar un suspiro de alivio.

En el interior del vestíbulo, oyó las voces de los hombres, en el fondo, ruido
y demasiado silencio para escuchar con claridad. Tomando otro segundo para
recobrar la compostura, se marchó a la oficina de Beaumann, un buque de
guerra en una misión, blindado en lana gris plomo, camisa blanca abotonada
hasta el cuello y prácticos zapatos de salón. Bajó el collar de su cuello con el dedo
índice y llamó a la puerta entreabierta a la oficina de Cal. Con un ligero empujón,
abrió sus puertas lo suficientemente amplias como para mostrar a dos hombres
sentados en el escritorio.

Los pies de Cal se hallaban apoyados en un extremo, los del otro hombre,
en el otro. Ambos conjuntos de pies tocaron el suelo al mismo tiempo. El
desconocido se puso de pie y Cal se quedó boquiabierto. Tuvo un momento de
satisfacción por la culpa en su rostro. Tenía el aspecto de un ex convicto que
había visto a su oficial de libertad condicional en una venta ilegal de armas.

—¿Estoy muy temprano? —preguntó Ginger. Dirigió su pregunta a Cal y le


disparó una amistosa, mirada inocente al otro hombre en la habitación. Esperaba
que pareciera ingenua, pero lo dudaba. Era la peor jugadora de póker del mundo.

—Llamé —dijo Cal sin rodeos—, cancelando la cita.


30
—¿Lo hiciste? —Abrió los ojos, sólo un poco.

—Lo hice —repitió con una expresión de lee-mis-labios en su rostro—. Dejé


el mensaje con tu asistente. ¿Tracy?

—Eso lo explica, entonces —dijo Ginger, entrando en la oficina como si


perteneciera allí—. En primer lugar, Tracy no es mi asistente. Es mi compañera
de piso. Una artista, verdaderamente. Una buena. Únicamente contesta el
teléfono de vez en cuando, cuando estoy fuera... si le da la gana. En esta ocasión,
por supuesto, se olvidó de darme el mensaje. —Se detuvo, tanto en su balbuceo y
la mentira blanca, y se aclaró la garganta. Había captado el mensaje, y decidió
ignorarlo. Alisó una de sus solapas de lana gris, pero no se movió para irse—. Es
una pena.

—Sí. —Los ojos de Cal se estrecharon—. Puedo ver que realmente estás
desconcertada por ello.

Se concentró en él.
—Le dije que estaría de vuelta en dos días, Sr. Beaumann, y aquí me ve.
Generalmente hago lo que digo que haré. Por supuesto, si efectivamente quiere
que me vaya... —Contuvo la respiración.

Se miraron el uno al otro, dos gatos en una cerca estrecha.

—¿Alguien quiere presentarnos? —dijo el otro hombre, con una expresión


burlona y divertida.

—No tiene sentido. La señorita no se quedará —dijo Cal.

Ginger se giró hacia el otro hombre.

—Ginger Cameron, Ginger Ink.

Le tomó la mano.

—Hudson Blaine, The Blaine Groups. Es un placer.

El espíritu de Ginger se marchitó.

—He oído hablar de su empresa, Sr. Blaine. —The Blaine Groups era una
de las empresas más nombradas de relaciones públicas en L.A. No le tomó un
miembro de Mensa averiguar lo que hacía en la oficina de Cal. Pero no quería
renunciar ahora. El problema era que no sabía a dónde ir desde aquí—. Hace un
trabajo fabuloso. 31

—¿Y eso es tuyo? —Él asintió con la cabeza a su cartera abultada.

Ella asintió de vuelta.

—Me gustaría verlo.

—Hudson —el tono de Cal era bajo y letal.

Ginger no perdió el ritmo, a pesar de que sospechaba que el pulido Hudson


Blaine esperaba que cayera de bruces.

—Y me gustaría mostrárselo. —Miró a Cal. Se veía estruendoso. Dejó caer


su cartera sobre el escritorio y comenzó a descomprimirlo—. Tengo algunas ideas
para el Cine Neo y…

—¿Señorita Cameron? —Cal puso una mano sobre las de ella, terminando
efectivamente con la descompresión.

Lo miró, inexplicablemente nerviosa por el deslizamiento de su mano tibia


sobre sus nudillos.
—Sí —dijo con voz ronca, desesperada por buscar seguridad, pero sólo
consiguió la parte desesperada.

Cal miró como si estuviera a punto de perder algunas palabras, tomó una
ruidosa respiración, y dejó su mano sobre la de ella para quedarse.

—Tienes veinte minutos —dijo, y después hizo un gesto a Hudson Blaine


con un saliente de la barbilla—. Y se lo debes a él. Mejor dale las gracias ahora,
porque luego de que salgas va a tener un desafortunado accidente.

Hudson se rió y le ofreció una silla.

—Ginger, toma asiento. Vamos a hacer que el gran chico se retuerza.

***
Una hora más tarde Cal salió con Ginger fuera de su oficina y de la puerta
principal del teatro a la calle. El sol golpeó sus ojos con un deslumbrante brillo,
pero apenas había parpadeado antes de que Cal tuviera la puerta cerrada detrás
de ella.

Cuando llegó a su envejecido Omega, se dejó caer con la lentitud de un 32


centenario de tranquilizantes, su mente alternando entre zumbando y pizcando.
Se apartó un rizo errante detrás de la oreja.

Lo había arruinado.

Dio su mejor golpe y tuvo el mayor fallo de encendido en su brillante corta


carrera. Suspiró. Ginger Ink estaba de vuelta a la promoción de tiendas de
rosquillas y neumáticos.

Hudson era bastante agradable, ¿pero Beaumann? No dijo una palabra


durante toda la presentación. Se sentó y frunció el ceño como un viejo alce con
un casco de piedra. Sin una pregunta, sin un asentimiento, ni una señal de que
ella había hecho algo en absoluto.

Habría exhalado si sus pulmones no estuvieran llenos de plomo. Aun así,


no entendía si se sentía enojada o triste.

Atribuyó el sentimiento a la decepción, se metió en su auto y lo puso en


marcha. Necesitaba un bollo de crema bañado en chocolate, y rápido.

Al diablo con Cal Beaumann y su precioso Cine Neo.


***
—Tienes que ir con ella, Cal. Eso fue una gran cosa. —Hud se sirvió un
vaso de agua y volvió a su silla.

—No lo sé. —Cal negó con la cabeza, aún dudoso.

—¿Por qué demonios no?

—Dios, Hud, viste la forma en que vestía.

—Entonces desnúdala. Solías ser muy bueno en eso como recuerdo.

—Divertido —respondió secamente, sabiendo que pensó lo mismo a lo


largo de la presentación de Ginger. Quítatelo, Ginger. Quítatelo todo.

—Ella está en lo retro. —Hud se encogió de hombros—. ¿Cuál es la gran


cosa?

—La cosa es que se parece a un oficial de la década de los años veinte del
Ejército de Salvación. —Se puso de pie—. ¿Sus ideas para anuncios de radio,
anuncios locales y comunicados de prensa? Genial, seguro, ¿pero la parte de las 33
juntas con la gente de este proyecto? No puedo verlo.

—Sólo dile que cambie su imagen. Que consiga algo de ropa nueva.

—¿Decirle a una mujer qué usar? Prefiero enfrentar un motín en la cárcel


con una pistola de agua.

—Llámala como quieras, pero bajo esa carpa que ella llama traje hay una
maldita persona creativa. —Hud se puso de pie—. Volveré al hotel. Llámame
cuando decidas. —Hizo una pausa—. Y recuerda... será mucho más barata que
The Blaine Groups.

Lo vio alejarse. ¡Dinero! Siempre se reducía a dinero.

Niveló sus hombros, se comprometió con lo equivalente a una hora


caminando por una cama ardiendo. Lo haría. Tomaría el consejo de Hud, le diría
a Cameron que se quite la ropa... cambie su estilo.

Sería sencillo, serio y, sobre todo, discreto con una D mayúscula. La


llamaría mañana, para fijar una reunión.
¿Qué tan malo podría ser?

***
—Levántate, Ginge. Es el teléfono. ¡Y es él! —gritó Tracy como si estuviera
tratando de arrojar sus palabras a la tercera planta en lugar de los dos metros
que la separan de la cama de Ginger.

Ginger parpadeó, miró el teléfono en la mano de Tracy, y luego lo agarró.

—Hola.

—¿Cameron?

—Sí.

—¿Puedes pasarte por aquí en la tarde? ¿Alrededor de las tres?

Ginger se sentó y enrolló la correa de espagueti sedoso sobre su hombro.

—Estaré allí —dijo con voz ronca, su voz cargada de sueño, su cerebro
todavía no aceptaba que Beaumann estaba al teléfono.
34
—¿Aún estás en la cama? —preguntó, su tono una octava más bajo—. ¿Te
he despertado?

—Está bien. Yo, uh, me excedí un poco anoche.

—Por algo pecaminoso, espero. —Ahí estaba otra vez, el borde de la


ronquera en su voz.

La respiración de Ginger se volvió menos profunda. No lo suficiente


pecaminoso. No tan pecaminoso como podría ser. Contigo.

—Hot-Dogs. Helado de chocolate. Y bebida energizante.

—¿Esa es tu idea de excesivo?

—No siempre. A veces es… —se detuvo, sin saber lo que iba a decir, pero
segura que no era la nueva, y mejorada Ginger quien estaba a punto de decirlo.

—No te detengas ahora. Tienes toda mi atención.


—Bananas. Quiero decir Splits. Banana Splits. Realmente puedo ir a la
ciudad por esos.

—Ah.

Silencio. Uno de aquellos fuertemente vergonzosos.

—Y por tanto... ¿debería llevar mi presentación?

—¿Perdón?

—Mi presentación. ¿Debería llevarla conmigo?

—No, sólo tráete a ti misma. —Lo escuchó exhalar—. Hoy en día eso es
todo lo que puedo manejar. Nos vemos a las tres. —Colgó.

Ginger colgó el teléfono. Cuando su pecho se relajó, y su corazón encontró


su patrón normal, sonrió con tanta fuerza que sus mejillas se hirieron.

—Bueno... —instó Tracy con los ojos muy abiertos—. ¿Qué quería?

Se puso de rodillas y saltó sobre la cama.

—Me quiere, Trace. Él desea verme.

Tracy se golpeó a sí misma en el borde de la cama. 35

—Malditos demonios. Conoceré a este tipo, sin embargo.

Ginger paró de rebotar.

—Tengo que vestirme. —Saltó de la cama.

—Tienes horas todavía.

—Sí, bueno, mi, uh, mi aspecto toma algo de planificación.

—Hablando de su “aspecto”, como lo llamas…

—No empieces. —Le arrojó una almohada.

—El traje negro, al menos te queda bien —rogó Tracy, defendiéndose de la


almohada, y luego apretándola contra su pecho.

Ginger revolvió su armario.

—La falda canela, creo. La de los pliegues.


—Tiene aspecto de hipopótamo embarazado. Dulce. —Más ojos rodando.

—Es de buen gusto y cómoda. —Y suficiente armadura para detener a un


hombre caliente a un kilómetro de distancia. Ahora no era el momento de bajar la
guardia y dejar a Cal Beaumann deslizarse, en sentido figurado o literal.

Tracy levantó las manos.

—Está bien, sé cuándo soy vencida. Usa todo lo que quieras, pero no
pienses en arrastrar a mis nietos en tus rodillas, ya que no tienes los tuyos. —
Salió enfadada, dejando a Ginger hacer la conexión entre las faldas plisadas y
nietos.

En la ducha, estaba excitada, y presumida. Posiblemente a Trace no le


gustaba su nueva imagen, pero la había trabajado en Cal Beaumann. Había visto
claramente que era la mejor persona para el trabajo, y no le importó un carajo
cómo lucía.

36
Capítulo 3
Traducido por MaryJane♥
Corregido por Pachi15

C
al, protegido detrás de la fortaleza de su escritorio, pensaba que las
cosas habían ido bien. En retrospectiva, podría haber editado el
comentario acerca de la ropa interior de tweed, porque en ese
momento se veía como un tejón acorralado con un dolor de muelas.

—Déjame ver si entendí ¿Quieres que compre ropa nueva? —dijo Ginger
con voz mortalmente baja.

—Eso es lo que quiero.

—¿Y conseguir el trabajo depende de ello? —Cal asintió. Había dicho su 37


parte, y en este punto mientras menos problemas, mejor. La mujer de pelo color
miel lo fulminó con la mirada, parecía a punto de arder. Y mientras que las
mujeres ardientes eran sexy como el infierno, él prefería colapsos en la cama no
en su oficina.

La falda se le pegaba en mitad de la pantorrilla mientras se paseaba frente


a su escritorio. Cal frunció el ceño. Supuso que la falda de una mujer debía girar,
no ajustar. Inclinó la cabeza para obtener una mejor visión de sus piernas. Los
cinco centímetros de lo que podía ver entre dobladillo y el tobillo parecía muy
buenas. Pero de un color raro...

—¿Qué estás mirando? —Ella sonaba enojada.

—Tus piernas. —Entrecerró los ojos—. No llevas esas cosas de apoyo,


¿verdad?

Si las miradas mataran, esto sería un baño de sangre.

—Tú. —Señaló su dedo en el aire en su dirección—. Eres un idiota.


—Eso me han dicho.

—Yo debería… ir directamente por esa puerta.

—¿Esa es tu respuesta final?

—¡No! Pero pensaré en ello.

—¿Cuánto tiempo durará la parte de pensar? —Miró su reloj—. El tiempo


es algo que me falta. Hud toma el avión en una hora, o se queda. Depende de ti.

—Realmente eres un idiota.

Miró su reloj.

—Y tú estás repitiéndote. ¿Quieres el trabajo o no? —Parecía loca y


testaruda. Suspiró, se puso de pie y fue a pararse frente a ella. Le levantó la
barbilla con la punta de los dedos.

—Mira, Cameron, eres una mujer bonita y con un cuerpo decente. —


Dudó—. Creo. —Se detuvo cuando su aroma de rara lavanda y una especie de
olor a limón salieron de su cabello.

Y mientras los dos olores peleaban entre sí, los aspiró.

Distraído, continuó: 38

—Aunque es muy difícil decirlo de este lado de las cortinas. Y tienes esa
piel genial, como crema rica. —Pasó el pulgar por su mejilla. La calidez y el calor
en él lo sacudieron. Su mirada, caliente y brillante, chocó con la suya, y su ingle
se apretó. Se sorprendió.

Le gustaba el olor a vainilla y rosas.

Le gustaban las mujeres con vaqueros ajustados o vestidos de noche


ceñidos. Qué demonios estaba haciendo aspirando lavanda y limón por una
mujer que probablemente almidonaba sus sostenes, no podía imaginarlo. Buscó y
encontró algunas palabras:

—No estoy pidiendo que te expongas. Pero para el próximo par de meses
representarás a mi empresa. Encuentro un montón de gente. Todo lo que pido es
que acentúes lo positivo en beneficio de Cine Neo y Ginger Ink.

—¿Y si me niego a hacer el trabajo?


—No me gusta eso. Esta es una fuerte, rápida industria contemporánea,
Cameron. No estamos hablando de Sound of Music y Mary Poppins. Cinema Neo
es provocadora, distintiva y moderna. Quiero la imagen proyectada por todos los
asociados con ella. Especialmente la persona encargada de las relaciones
públicas. Entonces, ¿qué dices?

—Digo que debería ser juzgada por mi cerebro no mis selecciones de moda.
Debería ser capaz de llevar arpillera con broches de seguridad, y no deberías
tener algo que decir al respecto. Pero quiero el trabajo. —Le tendió la mano—. Voy
a volver a visitar mi armario, eso es todo lo que puedo prometer.

Cal le tomó la mano extendida, se preguntó cómo hacía una mano, tan
delicada y suave, sentirse como tornillo de banco de carpintero. Aun así, quería
aferrarse a ella.

—Me conformo con cualquier cosa que disipe la idea de que has estado en
almacenamiento criogénico durante cuarenta años.

—Ah, no sólo eres arrogante y torpe, eres un comediante.

—Reír o llorar. Haz tu elección. —Estaba seguro de que vio una breve
curva de sus labios carnosos y pálidos.

Entonces su rostro se puso blanco de papel.


39
—En este momento, no tengo ganas de hacer una. Preferiría trabajar. Voy
a traer mi carpeta de presentación. Está en el auto.

—¿La trajiste?

—Por supuesto que la traje. ¿Por qué no habría de hacerlo?

Porque te dije que no.

—Tal vez porque no habíamos resuelto exactamente las cosas —dijo,


recordando de pronto que también lo había ignorado cuando se había cancelado
su cita de ayer. Ella agitó la mano hacia su comentario, como si la parte de la
solución se hubiera decidido antes de que ella hubiera dejado su casa.

—¿La traigo o no? No estaría de más repasar algunos planes preliminares.

—Claro, ¿por qué no? Mientras llamaré Hud. Le diré que tome el avión.

Ginger se dirigió a la puerta.

—¿Cameron? —llamó.
Giró.

—¿Sí?

—Tenemos un acuerdo, ¿verdad? ¿Vas a cambiar tu vestuario?

—Dije que lo haría, ¿no?

Se acarició la mandíbula.

—Lo hiciste.

—Entonces no tienes nada de qué preocuparte.

La vio salir por la puerta.

¿Preocupado? Nunca se preocupaba. El giro en su vientre era sólo tensión


sobrante. No todos los días un hombre le decía a una mujer cómo vestirse para el
trabajo.

El giro se transformó en un nudo apretado.

Y no todos los días un hombre decidía confiar en una mujer que lo había
engañado, dos veces. Pero había algo en Ginger...

***
40

Caía la tarde, unos días más tarde, cuando Ginger pasó la mano por
delante de Cal para llegar a un archivo, y le agarró la muñeca, echó un vistazo a
su reloj y maldijo suavemente en voz baja.

—Tengo que salir de aquí, Cameron. Lo siento. Mi hermano va a venir esta


noche. Tenemos programada una cena temprano.

—No hay problema. —Ginger revolvía el papel y dibujos que cubrían el


escritorio de Cal. Habían avanzado bastante—. Otras ideas de diseño web más,
todo lo demás está más o menos terminado por ahora de todos modos.

Podrían haber sido las cinco y hora de terminar, pero Ginger estaba tan
emocionada que podría haber trabajado durante horas todavía.

Después de que ella y Cal habían establecido la situación difícil de su


armario, o al menos él lo pensaba, estaban de acuerdo en casi todo lo demás, los
anuncios, las redes sociales, la radio, los anuncios de televisión, incluso el tono y
la dirección de las entrevistas locales.

Él incluso había accedido a sus ideas para la apertura de la noche: un


estreno al estilo de Hollywood con limos, reflectores, quién es quién en la
asistencia, y una gala de negro posterior a la cena de proyección.

A Cal le había encantado.

Lástima que su entusiasmo era tan sexy. Más de una vez en el tiempo que
habían pasado juntos, ella había tenido que alejarse de su calor. Momentos como
cuando se sentaba en el sofá, cerraba las manos detrás de la cabeza y estiraba
sus largas piernas, parecía totalmente relajado. Y mientras habían hablado
acerca de la publicidad cruzada todo lo ella que podía pensar era cruzar la
habitación hacia él, y darle a sus pantalones la prueba de control de calidad.

Dios, tal vez era una adicta al sexo.

Cal se levantó, dobló y estiró hasta que su pecho se expandió para llenar
su camisa de algodón.

—Buen trabajo hoy. —Apuntó su mirada en ella, cálida, firme y


seductora—. Eres muy lista. Me gustan las mujeres inteligentes. —Algo en su
mirada cambió, se volvió sedosa y oscura.
41
Ginger deseó que su estómago dejara de golpear, se alegró cuando Ellie
interrumpió con un golpe en la puerta.

—¿Te importa si termino este pedacito de la presentación? —Levantó unas


cuantas hojas de papel.

—Danos otro minuto, Ellie. Ya casi hemos terminado aquí. —Cuando Ellie
se alejó, volvió su atención de nuevo a Ginger—. Acerca de hacer el sitio web. ¿A
quién me recomiendas?

—Voy a hacerlo yo misma. Podré hacer algunas ideas esta noche.

Alzó la cabeza.

—¿Sabes todas esas cosas de tecnología?

—Bajo esta ropa se encuentra una tecnóloga frustrada.

Él le dirigió una mirada especulativa.

—¿Hay algo más ahí abajo de lo que un hombre debería saber?


—No. —Metió los papeles en su maletín, y puso una tapa en sus hormonas
a fuego lento—. Creo que hemos terminado aquí. Será mejor que me vaya, si vas
a ver a tu hermano. Yo me voy a casa y… —Se contuvo a tiempo. Dada la forma
en que la observaba, no era el momento de decir que iba a casa a quitarse la ropa
y hundirse en un baño, el lugar en el que siempre tenía sus mejores
pensamientos.

—¿Y qué? —Pasó el dedo índice a lo largo de la costura del hombro hasta
el codo. Sus ojos eran sensuales, burlones—. Meterte en algo no hecho con hilos
de metal.

—Muy gracioso. —Pero no se reía cuando le pasó la mano por el brazo y la


piel se calentó lo suficiente para cocer pizza. Se le acercó, una actividad que
parecía encontrar tan divertido como encontraba la escarificación.

—Tú eres la graciosa, Cameron.

Pero no se estaba riendo o sonriendo, la miraba como si llevara una


camiseta que decía fóllame y tuviera una sobredosis de Viagra.

Como si estuviera mirando el corazón de su fantasía, y ella lo fuera. Y si él


la miraba de esa manera, teniendo en cuenta el tutú de hipopótamo que llevaba,
no había tenido relaciones sexuales en este milenio, lo que ella dudaba, o mismo
se había comprometido a ligar a cualquier mujer que respirara. Y ella
definitivamente estaba respirando, demasiado fuerte y demasiado rápido para 42
mayor comodidad.

Problema. Con una P mayúscula

—Bueno, esta graciosa señorita se va a su casa. —Llegó a la puerta en


doble tiempo—. Te llamaré mañana. Hazme saber cómo hacer con el sitio web. —
Con la mano en la puerta, se puso un poco de coraje, dijo rotundamente—: Y
puedes guardarte todas esas miradas atractivas para alguien que puedas meter
en tu cama. Qué no sea yo. Te lo dije, no lo hago con los clientes, Beaumann.
Mejor que lo entiendas. Totalmente.

—¿Hacerlo? —Ahora él se rió, una risa masculina profunda que salió de su


pecho en respiraciones fuertes. Ginger tenía las ganas de reír con él.

Dios, amaba a los hombres que se reían de esa manera. Especialmente en


la cama.

—Buenas noches —dijo ella, manteniendo sus labios apretados y


eficientemente remilgada, sacando todos los pensamientos de una cama y Cal
Beaumann de su cabeza. Cerró la puerta tan rápidamente detrás de ella, su falda
quedó atrapada, y tuvo que abrir de nuevo para liberarla. Cal seguía riendo, y
estaba segura que lo oyó repetir “Hacerlo” pero no dejó la puerta abierta el tiempo
suficiente para confirmarlo.

***
Cuando Cal dejó de reír, puso sus pies sobre el escritorio y mantuvo la
sonrisa en su cara.

Una cosa era segura, Ginger Cameron no lo había decepcionado. Una vez
que habían conseguido trabajar, todo había sido muy divertido. Eléctrico. Por
supuesto, ella ignoró su petición, no había cambiado su estilo, o lo que demonios
fuera, y aún se veía como un guardián de una prisión de siglo, pero era fuerte
como el infierno. La había visto llegar con su espectáculo de ropa retro, su traje
más creativo que el anterior. Haciéndolo mirar hacia adelante en sus mañanas.

Tal vez demasiado.

Bajó los pies del escritorio.

¿Lo siguiente? Otro encuentro con Ian, su hermano impaciente con cerebro
calculador que pensaba que pasar una velada revisando estados financieros era 43
mejor que un orgasmo.

Cal no estaba de acuerdo. Pero si Ian quería una actualización de Neo


Cine, de nuevo, la conseguiría. Se preguntaba acerca del repentinamente
aumentado interés de Ian en el negocio, pero lo atribuyó a que simplemente
quería estar informado acerca de su inversión. Punto.

Desde la ventana de su pequeña oficina, vio a Ginger caminar hacia su


auto y se sintió intrigado por la forma en que sus caderas chocaban contra esa
falda de tela espantosa que se había puesto para la reunión de hoy.

¿Qué demonios había bajo toda esa maldita falda de todos modos? Inclinó
la cabeza para ver mejor, imaginando piernas largas y bien torneadas que
conducían exactamente donde un hombre querría estar.

Mientras que consideraba las posibilidades, ella dejó caer las llaves del
auto, y cuando se agachó para recogerlas, vislumbró un trasero perfecto. Silbó
suavemente y dejó escapar un largo suspiro.
La tentación agitó una bandera, gritando cuan divertido sería que se
despegaran algunas capas de tejido y descubrieran a la verdadera Ginger
Cameron. Respondió a la tentación, recordando que era una mala idea mezclar
los negocios con placer. La tentación respondió con una disertación sobre las
mujeres, el sexo y el valor del juego en el alivio del estrés. Muy lógico, tentación y
profundidad.

Si bien era cierto, todo trabajo y nada de juego hacían a un niño tonto,
pensó Cal, era el equivalente de un adicto a la televisión petrificado. Averiguar lo
que llevaba Cameron debajo de la ropa, era exactamente el tipo de juego que
necesitaba en estos momentos. Infiernos, él no había tenido sexo en mucho
tiempo, probablemente había olvidado cómo hacerlo.

Sonrió. No era una casualidad. Cualquier hombre que pudiera olvidar las
atractivas curvas exuberantes de una mujer, el calor de la fusión y la bienvenida
a casa situada en el vértice de sus muslos, tenía que tener una lobotomía. Por
supuesto, no estaba absolutamente seguro de que Ginger en realidad tuviera
curvas, pero sería divertido averiguarlo. Y no podía pensar en un mejor momento
para empezar que ahora mismo.

Pasaría por su casa esta noche, después de su encuentro con Ian, y vería
lo que estuviera haciendo con el sitio web.

Dios, era brillante cuando se lo proponía. Sonrió y miró su reloj. Un par de


horas con Ian y estaría a las puertas de Ginger. 44

***
Al final resultó que la casa de Ginger estaba en la playa a unos diez
kilómetros por la carretera desde el hotel donde él e Ian tuvieron la cena. Una
cena que no había salido bien.

Se quedó con la sensación desgarradora de que los cálculos numéricos de


su hermano tenían su propia agenda. Una que no se alineaba con la suya. Los
Cine Neo podrían ser su pasión, pero para Ian eran más que otra máquina de
hacer dinero. No importó cuántas veces le dijo que no estaba interesado en
vender, Ian siguió insistiendo en ello. El problema era que había mucho dinero de
Ian en el negocio y no lo suficiente suyo.

Y si Ian realmente quería salir, no había mucho que él pudiera hacer al


respecto. Lo molestaba. Empujó la preocupación a un lado. Lidiaría con Ian
cuando tuviera que hacerlo. Esta noche quería hacer frente a Ginger.
Cuando su casa empezaba, el camino terminaba en una mancha oscura de
abeto alto. La luz de la luna exponía una antigua casa de cedro extensa. Una
lámpara de carruaje negra colgaba precariamente sobre una valla inclinada
echando una luz amarilla en el camino de entrada.

A pesar de que parecía que todas las luces de la casa estaban prendidas,
estaba bien para ser después de las nueve. Sabía que había una buena
probabilidad de que le diera un portazo en la cara, pero incluso eso sería
divertido.

Salió de su Cherokee al frío viento de septiembre que venía del océano. Se


estremeció, después de meses en el noroeste del Pacífico, aún no se había
aclimatado al frío de la noche.

Buscó una campana o botón, pero no lo encontró, por lo que tocó.

La puerta se abrió bruscamente, y Ginger estaba en una caída luz, con el


rostro pálido bajo una masa de despeinado pelo suelto color miel y rojo, que
descansaba sobre sus hombros desnudos. Llevaba pantalones negros tan grandes
que supuso que obtuvo en una venta de garaje de un boxeador de peso pesado, y
una camisa de algodón blanca tan pequeña que debería haber venido de un kit de
vestir de Barbie. La camisa escasa mostraba hombros rectos y brazos
elegantemente largos y musculosos.

Guau... Cameron tenía un cuerpo. Y más. 45

Tenía pechos.

La mandíbula de Cal no cayó, pero su mirada seguro que lo hizo, muy por
debajo de la línea sexual correcta del hombre moderno.

Hermosos pechos. Firmes y del tamaño de un melocotón. Y una cintura


que podía abarcar con las manos. Diablos, esto era más de lo que esperaba, al
igual que lo que se agitaba detrás de la cremallera.

Ella lo miró en shock.

—¿Beaumann? —De inmediato se metió detrás de la puerta, se acercó con


una chaqueta de punto azul marino de la misma venta de garaje en que había
encontrado los mega pantalones de chándal. En segundos sus pechos y cintura
pequeña estaban envueltos en la flacidez de la lana—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—preguntó ella.

Por un segundo no pudo recordarlo, su mente aún estaba procesando.

—Pensé en venir y ver lo que estabas haciendo.


Atacó los botones de la chaqueta con sus manos temblorosas.

—Ya es tarde.

—Lo sé.

—Deberías haber llamado.

—Tienes razón.

—Ser agradable no lo hace bien —dijo, y buscó otro botón.

—Así que ¿estaré aquí hasta que esté bien, o vas a invitarme a entrar?

Cerró el último botón, tiró del suéter alrededor de sus caderas, y dio un
paso atrás.

—Adelante, entonces, pero la próxima vez llama.

Levantó la mano izquierda, cruzó los dedos.

—Te lo prometo.

Una sonrisa levantó sus labios, y se sorprendió cuando ella la dejó estar.
Cameron no sonreía mucho.
46
—Eres una verdadera pieza de trabajo. ¿Sabes eso? —dijo ella.

—Y yo diría, hablando como un hombre que acaba de tener una visión del
paraíso. —Jugó con el botón superior suéter del suéter de ella—. Eres una pieza
muy especial de ti misma.

Ella le dio una palmada en la mano.

—No lo hagas, Beaumann. Para tu información, tengo las piernas como


troncos de árboles y un culo del tamaño de Wyoming.

—No lo creo. A partir de ese demasiado breve anticipo, supongo que todo
está en su justa medida.

—Los avances, como debes saber, en el negocio del cine y todo, no cuentan
toda la historia.

—Es cierto. Pero seguro dan curiosidad.

Ella puso los ojos en blanco.


—Hombres. Un avistamiento tetas y están listos.

—¿Uno? —Él arqueó una ceja—. Podría jurar que vi dos. —Se acercó a
ella—. Tal vez debería hacer un recuento.

—Un Neandertal hasta los huesos. Qué suerte la mía. —Se alejó de él.

Él sonrió, viendo su guardia subir. Decidió cambiar de marcha antes de


que lo echara.

—Vamos con algunas ideas para el sitio web, ¿bien?

—Vamos a ir a mi oficina —dijo, y esta vez la mirada que le dio fue


triunfante—. Estate listo una sorpresa. —Se echó a andar por un pasillo—.
Sígueme.

Cal descubrió que ya había tenido su gran sorpresa de la noche cuando


Ginger abrió la puerta con una camisa de forma ajustada, pero la siguió
obedientemente al final del pasillo, estudiando Wyoming hasta el final.

***
47
Ginger todavía daba vueltas por el shock de que Cal apareciera en su
puerta. Y allí estaba ella, con un top y medio desnuda. ¿Y si no hubiera tenido
una buena vista? Luego, por supuesto, había actuado como todo hombre en
apuros. Había sonreído como un idiota y puesto promesas en sus ojos.
Naturalmente había estado toda temblorosa y débil. Ella ni siquiera tenía a Tracy
aquí, estaba visitando a sus padres por un par de días.

¡Dios! Era previsible.

Durante tres meses había tenido su termostato sexual muy bien ajustado
a cero, y una sonrisa de Cal Beaumann la enviaba por las nubes. Estaba
desesperada. ¿Qué pasaba con ella, de todos modos? Gruñó interiormente. ¿Por
qué no podría un sincero, seguro trabajo de agente de relaciones públicas, hacer
este tipo de magia? Haciendo hormiguear su piel, acelerar su corazón, y su
vientre saltar y apretarse. ¿Por qué tenía que ser un pedazo de pastel de carne
delicioso con ego del tamaño de Texas?

Condenada. Estaba condenada.

—Esto es todo. —Asintió en la habitación que una vez fue un garaje para
tres autos hasta que el dueño anterior lo había mejorado para su estudio. Era
esta oficina, chimenea en una de las paredes, ventanas que daban a la playa en
otros das, que Ginger llevaría a sus hijos aún no nacidos.

Cal miró a su alrededor.

—Esto es muy bueno. —Volvió a sonreír, la sonrisa impresionante que hizo


saltar su corazón y estómago, apareció—. Me gusta.

Se acercó a la chimenea. El pequeño fuego que ella había encendido


anteriormente había desaparecido, así que cogió un trozo de cedro seco, avivando
el fuego, y metió la leña fresca a través de las llamas crepitantes ahora.

Habría protestado si no hubiera estado hipnotizada por la forma en que la


luz del fuego iluminaba los fuertes ángulos de su cara, cómo sus jeans abrazaban
los músculos de sus muslos y nalgas cuando él se inclinó para atender las
llamas.

—Un buen lugar para trabajar. —Se levantó, se apoyó en la repisa de la


chimenea y se metió las manos hasta la mitad en los bolsillos. Su mirada se
deslizó hasta el sofá-cama en la esquina y arqueó una ceja.

—Paso mucho tiempo aquí. Duermo —dijo.

Sonrió.
48
—No puedo pensar en cosas mejores.

Frunció el ceño.

—¿Qué quieres, Beaumann? ¿Exactamente?

Se frotó la mandíbula, con una intrigante sombra, y luego puso sus ojos en
ella como si fuera un sándwich y no hubiera comido en un mes.

—¿De verdad quieres saber? —De repente, no lo hacía, ella no estaba


dispuesta a acobardarse ante el desafío en sus ojos. Y había hecho la pregunta.

—Sí.

—Te quiero, Cameron. Creo que serías buena en la cama. Malditamente


buena.

Su franqueza la meció, probablemente parecía un pez jadeando.

—No puedes simplemente entrar a mi casa y pedir…


—¿Sexo? —Su voz era tranquila, sus ojos maliciosamente burlones y llenos
de sensualidad cruda suficiente para detener su corazón—. ¿Por qué no? —Se le
acercó, la miró pero no la tocó. Podía oler el cedro en sus manos, el viento salado
del océano en su pelo.

—Porqu… —Se detuvo, demasiado nerviosa y caliente para decir cualquier


cosa remotamente lógica. Tenía que sacarlo de allí. Ahora—. Porque no quiero
hablar de... sexo.

—Yo tampoco. Prefiero hacerlo. Y creo que también lo harías. —Su mirada
recorrió más de ella, caliente y ligeramente divertida, a continuación, la miró—.
Eres como uno de esos paquetes de truco, Ginger. Conoces la clase. Mucha
envoltura. Primero el cuadro grande, entonces la caja más pequeña, entonces el
más pequeño. —Le acarició la mejilla con los nudillos—. Hasta que sólo hay una
pequeña caja a la izquierda. La que contiene el regalo perfecto.

Ginger no podía apartar los ojos de él.

—Seríamos buenos juntos, ya sabes. —Sus ojos se cerraron mientras


miraba a su boca—. Y sería bueno para ti. Muy bueno.

Su estómago cayó. Abrió la boca, la cerró. Su corazón tronó en torno a su


pecho como si fuera un tornado en busca de un espacio.

Esto era una locura. 49

—Yo, uh, creo que deberías…

Trazó un dedo a lo largo de su mandíbula, le dedicó una sonrisa al rojo


vivo.

—¿Empezar? —terminó por ella.

Tragó con fuerza.

—Irte —dijo bruscamente—. Creo que debes irte. —Dio un paso atrás—. El
sexo entre nosotros... es una mala idea, en serio. En cuanto a mí. —Respiró—.
He estado trabajando en el diseño de páginas web durante horas, y ahora sólo
quiero ir a la cama. —Alineó sus labios tercamente—. Sola —agregó.

Cal torció la boca para evitar sonreír. El rostro de Ginger era rosa. Casi la
tenía. En realidad, estaba bastante seguro de que la tendría, si no esta noche,
pronto. Cerró la distancia que había puesto entre ellos.

—Eso es un infierno de desperdicio. Tal vez quieras reconsiderar eso.


Ella miró su ingle, miró el bulto que había crecido a un ritmo alarmante
detrás de la cremallera. Se humedeció los labios y sacudió la cabeza.

—Hombres —dijo en voz baja.

Sin duda, más una maldición que un elogio. Niveló su mirada en la de él,
como si se tratara de un arma de fuego.

—Lo que no puedo entender es por qué vienes a mí. Tiene que haber una
docena de mujeres en esta ciudad que saltarían en la oportunidad de dormir con
Cal Beaumann, estrella de telenovelas.

—Ex estrella de telenovelas —corrigió—. Y quizá lo quieres. Nunca he


conocido una luz escondida antes.

Ella ladeó esa mirada de fuego.

—No hay luz. Sólo hay una mujer seria, persiguiendo una carrera seria. —
Hizo una pausa—. Quiero hacer mi trabajo, no al cliente, si me entiendes.

Él no le hizo caso.

—A esto se añade que hueles tan condenadamente bien. —Se inclinó,


acercó su rostro al cuello, debajo de su oreja, donde podía respirarla—. Como
una comida exótica. —Tocó con sus labios su cuello, empapado del suspiro de
50
una mujer lista. Él casi se salió de sus jeans.

—¡Maldita sea, maldita sea, maldita sea! —Ella se apartó bruscamente—.


Está bien. Eso es todo. Vamos a hacerlo. Vamos a sacarlo de nuestros sistemas.
—Levantó la cara hacia él—. Planta uno en mí, Beaumann —le indicó a
continuación, cerrando los ojos.

Cal estudió la barbilla obstinada, y consideró la oferta, y su


tentadoramente deliciosa boca mientras trataba de ignorar los giros y saltos de
sus febriles células cerebrales por debajo de la cintura. Aun así... ella estaba
luchando con esta cosa que había entre ellos y tenía una posibilidad de besarla
ahora, sería un desperdicio de su tiempo y el suyo.

—¿Y bien? —Sus párpados se abrieron de golpe.

Se veía molesta.

—Bien, ¿qué?

—No me besaste.
—No, no lo hice.

—¿Por qué no?

—No he venido aquí para un beso, Ginger.

—Oh, cierto, se me olvidaba, viniste a buscar sexo, del tipo recreativo, sin
condiciones. —Su tono fue gracioso.

—¿Hay algún otro tipo? —Logró una sonrisa, pero su comentario le dolió.

Eso era exactamente lo que quería. Al menos, lo que había empezado a


querer. Su error fue suponer que ella quería esto también, que su necesidad
sexual era tan fuerte y exigente como la suya, a pesar de la rutina de vestir que
solía ocultarlo. Maldita sea, todavía creía eso.

Le tocó el pelo, escondiendo algunos rizos detrás de la oreja, y se resistió a


la tentación de hundir sus manos en él y el beso que había sugerido. Si lo hiciera,
vendría a él. Estaba seguro de ello. En cambio, miró a la puerta de su oficina y
añadió:

—Voy a encontrar el camino de regreso. Nos vemos mañana.

Aun así como una tabla, lo vio alejarse.

51

***
Ginger se tiró sobre la cama y golpeó la almohada, luego rodó sobre su
espalda para mirar al techo.

Oh, la injusticia misma. Un metro ochenta de pecado, también conocidos


como Cal Beaumann, apareciendo en su vida justo cuando estaba decidida a
tomar el control. Obviamente, la Directora Diosa de los asuntos de Mujeres
estaba teniendo demasiados almuerzos con martinis.

¿Y qué en nombre de Dios, era, "planta uno en mí"? Claro, estaba


empujando sus límites, pero estuvo peligrosamente cerca de empujar los suyos
propios.

Hacer pucheros como una solterona en busca de servicio de labios tenía


que estar entre las ideas más estúpidas de todos los tiempos. Y luego, el
arrogante hijo de panadero, ni siquiera tuvo la cortesía de darle un beso.
Eso dolió. Eso realmente dolió.

Pero lo que realmente la asustó fue que en realidad había querido que la
besara. Mucho.

Gimió, se dio la vuelta otra vez y se hizo la muerta, boca abajo en la cama.

Los mismos viejos malos hábitos atacando, la pusieron en la proximidad de


un hermoso rostro, una sexy sonrisa —y una mente que no pensaba más allá de
la próxima pata de la cama— y se convertía en la idiota del pueblo.

Pasó los dedos por su pelo irritante, lo metió detrás de las orejas.
Y tan de repente, revivió el toque de Cal en su mejilla, acariciando la línea de su
mandíbula.

Se levantó, fue al centro de la habitación, dejó caer los brazos a los


costados y tembló. Su toque...

Su cuerpo y sentidos vibraron, mitad anhelo, mitad exasperación, debía


admitirlo, tenía gran agitación sexual. Ya era hora de una visión de la realidad.

Caminó descalza por la moqueta de la habitación y se quedó mirándose en


el espejo de la cómoda. Se señaló con el dedo.

—Hace tres meses, Cameron, tomaste la decisión de cambiar tu estilo y


52
actitud —se burló de sí misma—. No más relaciones imprudentes con
musculosos. ¿Lo recuerdas? —Movió su dedo, estilo metrónomo—. Hiciste un
compromiso, cariño, y nada ha cambiado.

Incluso si Beaumann fuera un tsunami sexual. Tendría que manejarlo.

Se quitó la camiseta. El diamante en su ombligo atrapó un poco de luz,


brilló y se oscureció. Si no lo supiera mejor, juraría que le guiñó.
Capítulo 4
Traducido por TsuParthenopadeus
Corregido por Pachi15

A
l día siguiente, Ginger fue al teatro de Cal a las 11:30. Una
catástrofe de la moda definida en un traje café sin forma, medias de
Nylon, zapatos de tacón bajo y el cabello atado en un moño tan
apretado que parpadear requería planificación anticipada. Llegó para encontrar
las puertas del teatro abiertas. Llenó su mente de resolución y entró.

Dentro, se detuvo, su interés atrapado por el inteligente póster de la


película de apertura del Cine Neo, No Amigos en absoluto. Cuando Cal se acercó
desde atrás, tan cerca que sintió su respiración en su nuca, giró para enfrentarlo.
53
Sus ojos la escanearon, una peligrosa media sonrisa jugando juegos
sensuales en sus labios. Sus perfectos labios.

Cualquier pensamiento de negocios voló de su cabeza como un manojo de


gorriones perturbados. Su corazón palpitó fuerte dentro de su caja torácica y algo
se apretó entre sus piernas.

—¿De dónde conseguiste el traje, Cameron, sobras del ejército? —Arqueó


una ceja—. Y aquí me hicieron creer que ibas a revisar tu armario.

Ella se aclaró la garganta para hacer espacio para una mentira y movió un
botón de plástico negro.

—Lo hice. Es esto.

Su sonrisa era pura maldad. Él gesticuló con su barbilla a su traje.

—No va a funcionar, lo sabes. Si usaras una carpa de circo, aún vería lo


que vi anoche debajo de esa camisa. Tu secreto escapó, corazón.
Ignoró sus palabras, sus perfectos labios, su perfecta sonrisa, su perfecto
todo y revolvió su maletín, toda negocios.

—Aquí está la lista de invitados para la noche de apertura. Si tienes algún


interés en absoluto en promocionar tu estreno. —Sí, fue sarcástica, y sí, él se lo
merecía.

La tomó y la puso en su escritorio como si fuera tan relevante como la lista


de compras de la semana.

—Más tarde —dijo, y agarró su mano—. Ven conmigo.

—¿Qué estás… ?

—Ya verás.

Cuando enterró los tacones, él la jaló más fuerte. En segundos, a pesar de


su protesta, la arrastró hasta el estómago del teatro vacío y la sentó en el medio
de la fila.

—Espera aquí. —Caminó por el pasillo, dejándola echando humo por


haber sido maltratada. Unos minutos después, las luces se atenuaron y Cal
caminó por el pasillo de nuevo, cargando una bolsa gigante de palomitas de maíz.
Tomó asiento a su lado, levantando el posa brazos entre ellos y mirando la
brillante pantalla, que mostraba un chico joven con múltiples perforaciones, de 54
pelo lanudo, patinando salvajemente por una calle de Nueva York en la lluvia
torrencial.

Miró a Cal.

—Vine aquí a trabajar en caso de que se te haya olvidado. —Trató de ser


desdeñosamente seria, pero no podía apartar su mirada de la gran pantalla.
Adoraba las películas.

—Esto es trabajar. —Se encorvó en su asiento, desparramando sus


rodillas, y poniendo la bolsa de palomitas entre ellos. Señaló a la pantalla—.
Noche de apertura, Cameron, No Amigos en absoluto. Esto es sobre tus esfuerzos
en Relaciones Publicas. Creí que te gustaría un adelanto.

Ginger quitó los ojos de la tentadora bolsa de palomitas con mantequilla


caliente. Lástima que no podía alzar la nariz. El aroma era el Paraíso en una
bolsa. Y el hombre que se las ofrecía, seducción en zapatillas deportivas.

—Pudiste haber preguntado. Por lo que sabes, podría haber tenido


compromisos esta tarde.
Él giró la cabeza, mirándola por dejado de la sombra de sus pestañas.

—¿Lo haces?

Se alisó una solapa.

—No, pero…

—Entonces relájate. Estás a punto de ver la película más malditamente


graciosa hecha en los últimos 10 años.

—Pero…

—Cameron, relájate un poco, ¿sí?

Lo miró, luego bajó la vista a las palomitas entre sus muslos.

—Preferiría algo de eso.

Él miró su regazo, sonrió.

—¿Asumo que te refieres a las palomitas?

—Déjale el humor a los expertos, Beaumann. —Señaló la pantalla con su


barbilla—. Y pasa las malditas palomitas.
55

***
Una hora después, Ginger tenía las rodillas apoyadas en el asiento frente a
ella, posesión completa de las palomitas y se estaba riendo tanto que apenas notó
que el brazo de Cal estaba envuelto a lo largo del respaldo de su asiento. Cuando
él puso su mano en su hombro, ella sonrió.

Él apretó. Una vez.

—Infiernos. Estás usando suficiente relleno como para repeler toda la


cuadrilla ofensiva de Seattle Sea Hawks. —Sonó divertido.

—Esa es la idea.

—Una pérdida de tiempo, sin embargo.

—Ah sí. ¿Por qué? —preguntó ella.


—Porque todos tus esfuerzos son por una causa perdida. —Se inclinó más
cerca y usó su pulgar para acariciar distraídamente la nuca en ese estremecedor
lugar entre su collar y el cabello anudado.

Ella no debería de estar haciendo esto. No. Pero su pulgar estaba tibio y
expertamente insistente mientras trabajaba su camino hacia arriba por su
cabello para suavemente frotar los músculos tensos en la base del cráneo.
Cuando presionó ahí, cerró los ojos, apoyando la cabeza de vuelta en su mano.
Suspiró, perdida en la luz, el toque confidente de sus manos, hasta que, poniendo
su boca en su oreja, él susurró:

—Tú y yo vamos a hacer el amor, Cameron, y todas las hombreras en el


mundo no podrán hacer una maldita cosa para detenerlo. —Corrió sus dedos por
su cabello y deshizo su complicado nudo con la eficiencia de un experto—. Y va a
ser sexo fantástico, inolvidable. Puedo probarte sólo pensándolo. Pero referiría
probar esto. —Lamió un lado de su boca.

Finalmente, su cerebro volvió a la vida.

Ella se levantó y su cabello calló encima de su cara. Lo apartó hacia atrás


y la bolsa de palomitas cayó de sus piernas.

—¿Qué crees que estás haciendo?

Él se recostó en su silla. 56

—¿Además de encenderte? No mucho.

—Beaumann, Yo no quiero esto.

—Siéntate. Y deja de farfullar como una vieja solterona. —Le dio una
mirada digna del más astuto detective de Baltimore—. No combina con lo que hay
en el paquete.

Se sentó.

—Yo no soy un paquete, Beaumann, y tú no eres una empresa de


paquetería.

—Bien, entendí. ¿Qué eres?

—Dame mi broche para el cabello. —Sostuvo la mano abierta y mantuvo


su boca cerrada. Ciertamente no le debía ninguna explicación a Cal Beaumann.
Sería el último hombre en el planeta en entenderlo.
Él deslizó el clip a su mano y ella empezó a reconstruir su imagen. Antes
de terminar, Cal se estiró y jaló gentilmente algunos mechones perdidos de su
cabello. Los giró casualmente entre sus largos dedos, y preguntó:

—Explícame, Cameron. ¿Por qué una mujer con tanto potencial como tú se
esconde detrás de malos trajes, mal cabello y mala actitud?

—Yo no tengo mala actitud.

—Al menos no trataste de defender el traje. Así que, Cameron, ¿qué tienes
en contra del sexo? ¿Miedo?

—¿Eso es lo que crees que soy? ¿Asustadiza? ¿De ti?

—No lo sé. Estoy preguntando.

—Bueno, para tu información, asustadiza no está en la ecuación.

—¿Qué lo está? En la ecuación, me refiero.

—Evasión. —Ella aflojó más sus hombros.

—Evasión. —Se veía confundido.

Ella tomó más aire. Era ahora o nunca.


57
—Sí, debes saber, estoy tomando dos años sabáticos de sexo. —Apretó los
dientes—. E intento evadir a los hombres que les gustan las mujeres para un
buen rato, no un largo tiempo.

—¿Y ese soy yo? —Le dio una mirada pensativa—. ¿Algo que has decidido
sólo con verme?

Sus palabras hicieron eco. Le estaba recordando lo que ella había dicho
cuando él trató de echarla de su oficina durante la primera reunión.

—¿Puedes negarlo? ¿Estás en el mercado para una ceremonia de anillos


dobles?

Él rió.

—No esta semana.

—Ahí lo tienes. —Se encogió con los hombros acolchonados—. Has


probado mi punto. Viniste a mi casa por sexo. Vienes a mí, ahora por sexo. Y
cuando consigas lo que quieras, te irás.
—Usualmente me quedo por el café.

—Muy gracioso.

La estudió un largo momento.

—¿Quemada, Cameron? ¿Algunos chicos dejaron cicatrices cuando te


dejaron?

Más de uno. Y por un segundo, el dolor y la vergüenza de eso se instalaron


en sus pensamientos.

—Se podría decir eso —murmuró.

—Eso es duro. —Pasó su dedo por el borde de su oreja, jalando levemente


el lóbulo y asintió—. Pero tal vez estás teniendo la idea equivocada. Tal vez tú
deberías dejar alguna cicatriz por tu cuenta. Tocó su mandíbula—. Y tal vez
deberías dejar de liderar tu corazón y simplemente tener algo de diversión.

No quería admitir que había tratado eso, y no había funcionado.

—No puedo. Y no lo haré.

—Ya veo.

—Bien. Entonces retrocederás. —Ella se levantó, deseosa de escapar de 58


esos mágicos dedos de su actual tarea de volver papilla su materia gris.

Cal se levantó también y la enfrentó.

—No creo que esa cosa de dos años vaya a funcionar.

—¿Quién lo dice?

Estaban peligrosamente cerca. Tan cerca que ella podía ver plenamente
una imperfección en su atractivo rostro de cantante de ópera, una cicatriz con
forma de medio circulo debajo de su mandíbula. Fue olvidado cuando él levantó
su cara, y la forzó a encontrar su mirada.

—Lo digo yo.

La besó, rozando sus labios con la destreza de un artista consumado.

—¿Alguna vez te han besuqueado en un cine, Cameron? —susurró contra


su boca.
Su respiración se atascó en su garganta, su corazón estaba acelerado,
luego golpeando a un ritmo irregular contra sus costillas. Se dijo a sí misma que
se alejara, pero no se estaba escuchando.

Trató de ponerse rígida en su vergüenza, pero sus músculos, suaves como


mantequilla y derritiéndose rápido, se negaron a cumplir. Él tenía la boca de un
Dios del beso. Ella estaba en los brazos de un hombre que sabía lo que hacía y
cómo lo hacía. Estaba jodida.

Cal profundizó el beso, tomando su boca completamente. Su lengua lamió


su labio inferior como si fuera dulce. Luego se deslizó dentro para acoplarse con
la suya en calientes movimientos pronunciados. Con su primer toque, ella estaba
húmeda y deseosa, con el segundo, se situó más cerca de la dura cresta entre sus
muslos. Cuando él levantó su cabeza para sonreírle desde arriba, con sus ojos
oscuros y pesados, cada neurona, célula y nervio en su cuerpo estaba ondeando
banderas blancas en rendición. Si dejaba de sostenerla, se caería al piso, una
raída muñeca de trapo recién besada a quien dos años se le convertirían en una
eternidad.

Él movió su boca a su garganta, su oreja, tomó su lóbulo entre sus dientes


y tiró mientras su aliento tibio murmuraba cosas en su oído…

Ginger deslizó sus manos sobre los tensos músculos de su espalda, se


detuvo en el borde del cinturón que rodeaba su delgada cintura, sin memoria de
cómo sus manos habían llegado a esa zona de peligro en primer lugar. Estaba 59
ardiendo. Su cara estaba enrojecida, y su cuello, donde él la había besado y
lamido, era llama caliente.

Y estaba tan cerca. Lo suficientemente cerca para deslizar su mano entre


ellos y tomar el impresionante peso que yacía duro y pulsante detrás de su cierre.

Sin respiración, lo miró. Él se resistió en su mano y maldijo. Cuando él


abrió sus ojos, los puso en ella con un severo propósito.

—Este lugar está bien para un aperitivo, pero…

Un estallido de música rap señaló el final de la película y el inicio de los


créditos.

Ginger, como si emergiera de las profundidades de un bosque encantado


hacia el sol del mediodía de un desierto, salió de sus brazos. Sin palabras, lo
miró.

La expresión de Cal era determinada; su voz, cuando habló fue ronca:


—Esta noche, Cameron. Estoy yendo esta noche. Trata de usar algo…
complaciente.

***
A las 9 en punto, sentada como un tronco en su oscura sala de estar,
Ginger escuchó a Cal tocar la puerta. Su cuerpo se sacudió y tragó hasta que su
garganta dolió.

Las promesas, especialmente las que te haces a ti misma, no se van tan


fácilmente.

Había pasado a través de su closet y de una tormenta de decisiones por


hacer, demasiadas veces para contar, desde que había dejado a Cal.

¿Duermo con él o no? ¿Top de satín rojo o pantalones de lino?

Hace diez minutos, por tercera vez, se había armado con holgados
pantalones beige de lana, que picaban como un río de hormigas rojas, y un
mullido cuello de tortuga tan grande que amenazaba, ya sea con estrangulación o
agotamiento por calor. Los había escogido en una etapa de no-lo-haré.
60
Cal tocó de nuevo y ella caminó por el pasillo.

Lo vio a través del vidrio de la puerta. Su cuello estaba al viento, y su


cabello, atrapado por la luz del porche, brillaba como la marea del océano,
pegándose a su frente. Lo peinó duramente con sus dedos, pero mantuvo su
mirada clavada en ella. Esperando.

Ella pensó con añoranza en el satín rojo.

Tomó una respiración profunda y abrió la puerta.

Dios, era tan hermoso.

Él no hizo movimiento para entrar, y su voz fue oscura y suave cuando


dijo:

—Si no dejas de morder ese labio, vas a sacar sangre. —Le levantó la
barbilla, mirándola a los ojos—. Relájate, cariño.

Ahora, muchos hombres la habían llamado Cariño, pero ninguno lo había


hecho como Cal. De alguna manera, se las había arreglado para empapar la
palabra en miel y promesas. De alguna manera, hizo que el mundo sonara
entrañable, por primera vez.

De alguna manera, lo hizo sonar… Sincero.

Ella no pudo responder, por supuesto, porque cualquiera de las facultades


que fueron dejadas después del análisis del ‘Cariño’, no eran suficientes para
deletrear su propio nombre, mucho menos para planear su siguiente movimiento.

Cal rozó sus labios en un beso que tomaría el primer lugar por brevedad en
el Libro de los Record Guiness. Dos segundos, máximo. Luego retrocedió y le dio
una larga mirada a su uniforme.

—Vine porque dije que lo haría. ¿Cometí un error? ¿Quieres que me vaya?

Horrorizada ante la idea, no pudo responder.

Aparentemente él tomó su silencio como aceptación. Asintió.

—Suficientemente justo. Te veo… mañana.

Se giró para irse.

—Café —soltó—. ¿Puedes quedarte al café, no?

—No es café lo que quiero, Ginger. Creí que sabias eso. 61

—¿No quieres café? —Respuesta estúpida número cuatro mil novecientos


ochenta y seis.

—Si paso y nos tomamos ese ‘café’. —Él sonrió y su corazón se detuvo a
medio latido—. Estaré impaciente por el postre después de la primera taza.

—Te gustan las cosas dulces, ¿verdad? —Empezó a respirar y a querer.


Mucho.

Él se inclinó y besó la punta de su nariz, su mejilla y luego ese punto


cosquilloso justo debajo de su oreja.

—Definitivamente —murmuró ahí—. Y sé exactamente dónde encontrar el


azúcar suficiente para nosotros.

Ginger tembló, y su estómago hizo la más fluida y maravillosa voltereta.


Finalmente la respuesta definitiva que quería. ¡Sí!

Tomó las solapas de su chaqueta, lo jaló adentro y cerró la puerta con su


pie.
—Lo que pasa es que estoy sin café. No hay ni un grano en este lugar.

—Gracias a Dios. —Él la jaló a sus brazos. Ella vio su cara mientras la
movía cerca de la suya, vio sus ojos ponerse serios y oscuros en ese momento
antes que sus labios se unieran, ardientes e incontrolables.

Su último pensamiento semi-racional fue la loca idea acerca de saltar a lo


que parecía una red.

Por favor, agregó, perdiéndose aún más en el beso, con la fácil seducción
de su lengua... hazla una muy, muy grande red.

Él la besó duramente, no escondió ni su necesidad ni su impaciencia.

Sus lenguas se encontraron y sus sabores y alientos se mezclaron. El filoso


olor a limpio y selva de su loción para después de afeitar la envolvió,
debilitándola. Flotó por su nariz como un incienso sexual, transparente y volátil.
Ella deslizó sus manos del frente de su chaqueta de cuero a la parte de atrás de
su cuello, corriendo los dedos a través de su espeso cabello sedoso, ventilado y
limpio por un reciente champú. Una mujer estaba perdida cuando un hombre
olía tan bien como se veía.

Con la boca de Cal en la suya, su corazón golpeó duro en sus orejas. Se


presionó a él, sonrojada y necesitada.
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Pero cerca no era lo suficientemente cerca. Se presionó con más fuerza
contra la longitud caliente, sabiendo que había hambre pura en sus ojos cuando
levantó su mirada brumosa hacia sus intensos ojos.

Cada tendón y nervio femenino en su cuerpo se tensaron y picaban,


quemando de anticipación, la seductiva promesa inherente en la dura
masculinidad de Cal.

Cal se alejó, sus ojos negros ante la tenue luz de la entrada, iluminada sólo
por una luz de noche cerca de la puerta. Tomó su cara entre sus manos.

—Tienes una habitación, ¿verdad?

—¿Huh?

—Una habitación. —Tocó sus labios con su lengua, besándola de nuevo, y


susurró duramente—: Uno de esos lugares donde una mujer toma a un hombre
donde ella quiere tener todo con él.
Ginger se obligó a parpadear, perdida en visiones de la forma en que
exactamente sería, sin poder hablar. Él la empujó a sus brazos y la besó de
nuevo, luego retrocedió.

—Estoy muriendo aquí, Ginger.

Ella tomó su mano.

—Por aquí.

Lo condujo por el pasillo hacia su habitación, hacia el gran momento


incómodo, la transición inevitable entre el calor de los besos y el bajar hacia las
sábanas frescas con el propósito de sexo caliente.

Cal se quitó la chaqueta, poniéndola en una silla. Ella lo vio rodar su


cabeza, como si tuviera los músculos tensos.

En lugar de lanzarla a la cama y lanzarse con ella, miró alrededor.

Ella siguió su mirada, vio de nuevo la explosión de verde, azul y dorado, la


mezcla salvaje de estampados que componían su cama. Cal fue de repente
cualquier cosa menos salvaje.

—Lindo —dijo y asintió hacia la luz de noche brillante en su vestidor—.


¿Duermes con la luz encendida?
63
—Sólo cuando tengo sexo —dijo ella, determinada a hacer que el Sr. Frío
se fuera.

El rostro de Cal se dibujó con pecado y maldad, y su sonrisa fue lenta.

—Lo que no ha sido muy seguido últimamente, entiendo. —Cerró la


distancia entre ellos. Ginger mantuvo sus manos detrás y agarró el pomo de la
puerta como si fuera todo lo que quedaba entre ella y una ola de cuarenta
metros.

Su fragancia la desgarró, su esencia a limpio mezclada con el popurrí de


lavanda que mantenía en su vestido.

Él tomó sus hombros.

—¿Alguna vez has hecho el amor en esa cama?

Ginger fue atrapada con la guardia baja con la pregunta.


—No —dijo y frunció el ceño, por primera vez preguntándose por qué
nunca había traído a nadie a casa. Pudo haberlo hecho, pero nunca lo hizo.

Él levantó su barbilla con sus nudillos.

—¿Alguna vez follaste en esa cama?

Un jadeo entrecortado escapó de su boca, y fue un segundo o dos antes de


que ella sacara la palabra:

—No.

—Bien. —Su mirada fue de su cara a su cabello, y pasó su dedo índice por
la línea de su cabello, bajando a través de su mejilla, luego la besó—. Eso
convierte a esto en una primera vez —murmuró y la besó de nuevo. Un beso con
alas de mariposa y deseos oscuros.

—Primera ¿qué? —preguntó—. ¿Follando o haciendo el amor?

—Si tenemos suerte… ambos. —Sus ojos, ricos de deseo, se asentaron en


su cara. —Inclinó su cabeza para mirarla cuando preguntó—: ¿Tienes
preferencias?

El aliento de Ginger se atascó calladamente en su garganta. Soltó su


agarre del pomo de la puerta, trajo sus manos adelante y las descansó en su
64
pecho. Su camisa blanca era de algodón suave, debajo sus músculos estaban
calientes, estirados y firmes.

—No. —Ella deslizó una mano a su corazón, sintiendo su sonido sordo


bajo su palma—. Yo sólo quiero… —Las palabras potencial honesto vinieron a su
mente. Las remplazó con—: Sexo… buen sexo. No. Cámbialo por sexo asombroso.
—Se define como una serie de llamas, orgasmos aturdidores que me harán
moverme en mi silla cuando tenga noventa. A eso se le añade que estaría bien con
la remota posibilidad de algo más que hola-eso-fue-buen-sexo-adiós. Su vida
hasta ahora.

En el mismo instante, se recordó que Cal era sólo otra cara atractiva, un
mujeriego legendario. No se permitiría tener expectativas. Ninguna otra que
diversión.

Él inclinó su cabeza, y la floja mirada de confianza que le dio hizo sudar


sus codos.

—Ha sido un tiempo para mí también. La verdad es, he estado viviendo


como un maldito monje por meses.
—Y… ¿Qué es esto? ¿Una disculpa adelantada por el mal sexo?

Rió.

—No, sólo preparándote para mi primer torrente de entusiasmo.

Ginger pasó sus manos por su pecho.

—Tengo más que un poco de eso yo misma.

Él la levantó con la facilidad de un medallista olímpico de levantamiento y


la llevó a la cama.

—Sabes, hubo un segundo o dos cuando entraste a mi oficina por primera


vez que pensé que serias tímida.

Él puso su mano en el centro de la cama, retrocediendo, y comenzó a


desabotonar su camisa.

Ginger se puso de rodillas y remplazó sus dedos con los suyos.

—Lo soy. —Deshizo el último botón—. Hasta que mi mente descubre lo que
quiere. —Descansó sus manos en su tensa cintura estrecha y lo miró—. Y he
decidido. —Sacó su camisa de sus jeans y desabrochó su cinturón—. Te quiero a
ti.
65
Presionó su mano contra el bulto en sus jeans, trazándola audazmente con
su dedo, luego lo miró.

—Estás duro. —Lo acarició otra vez—. Y grande.

Muy grande. Tal vez esos rumores eran reales. Chica afortunada, estaba a
punto de averiguarlo.

—Me las arreglo.

Le sonrió.

—Apuesto a que lo haces. —Le bajó el cierre y lo acarició a través de sus


calzoncillos: marmoleado, largo, grueso, perfectamente tallado—. Y deberías
saber. —Pasó su mano de la base hasta la punta—. Que mi alejamiento del sexo
por dos años no quiere decir que no me guste. Me gusta. Mucho. Y eso. —Abrió
sus pantalones, se inclinó y besó su erección cubierta de algodón—. Es la cosa de
mis sueños.
—Mierda. —Él alzó su barbilla, cerrando los ojos. Ella sintió la tensión
pasar por su cuerpo, lo escuchó tragar cuando puso las manos en sus hombros.

—Bien —murmuró ella—. Empezaremos aquí. —Se inclinó más cerca, se


preparó a sí misma poniendo ambas manos en su pecho. Su piel estaba caliente.
Quemando. Hizo círculos en su pecho con sus palmas abiertas, rosó sus pezones
planos, luego jugueteó con uno, arañándolo con una uña hasta que se endureció.
Cuando lo puso entre sus dientes, acariciándolo con la lengua, Cal gruñó y se
estremeció. Su corazón latía rápido contra la mano que tenía contra su pecho y él
bajó su cabeza.

—Eres caliente, Cameron. —Su voz retumbó en sus labios, y entrecerró los
ojos para encontrarse con los de ella—. Eso me gusta. Tú me gustas.

Él tomó su boca, rápido y duro. No más besos con mariposas ni roses


suaves, ni susurros. Ginger sintió sus músculos apretados y duros, escuchó el
estruendo de su caja torácica.

—Así que vamos a sacarte de lo que sea en el infierno que estés usando y
vamos a empezar. —La levantó y ella salió de la cama para pararse frente a él, su
corazón como loco y sus pulmones forzándose por respirar—. Quítatelo,
Cameron. Quítatelo todo. —Una sonrisa se mantuvo brevemente en sus labios
antes que agregara—: He estado queriendo decir eso desde el día que nos
conocimos.
66
Ella tomó la parte inferior de su suéter, la pasó por su cabeza y empezó a
bajar el cierre de sus pantalones.

—Detente —dijo Cal—. Detente ahí. —Ahuecó sus pechos, y deslizó un


dedo por el borde del suave encaje de su sujetador—. ¿Has estado usando este
tipo de cosas debajo de esas ropas feas todo el tiempo?

—Eh, eeh.

Cal bajó el sujetador para exponer sus pezones, tomó cada uno entre el
pulgar y el dedo índice y los apretó gentilmente. Cuando la miró, su expresión era
mitad molesto, mitad divertido.

—Maldita sea que fue bueno que no supiera eso, o hubiéramos estado aquí
mucho antes que esto. —Se inclinó para tomar una dolorida, necesitada punta en
su boca—. Definitivamente azúcar —murmuró, lamiéndola con largos y lentos
movimientos de su lengua antes de retirarse. Luego asintió hacia sus pantalones
de lana—. Quítatelos.
Ella se los quitó. Cal, sin la camisa, con su cierre yaciendo abierto y su
cresta sobresaliendo alto entre sus muslos, no se movió. Su tono fue profundo,
áspero y bajo cuando dijo:

—Infiernos, me podría venir sólo viéndote.

Ella se estremeció, no con el soplido del aire frío contra su piel recién
expuesta, si no de la forma en que la miraba. Con apreciación y deseo crudos, y
hambre que revolvía el estómago.

—Date la vuelta. Quiero un tour de Wyoming. Y hazlo lento. Realmente


lento.

—¿Qué sigue? ¿Un baile erótico? —Inclinó su cabeza, bajando sus


pestañas, dándole una inquisitiva mirada.

Él sonrió, se despojó de sus pantalones y se quitó los calzoncillos.

Ella lo miró, lamiendo sus labios. Limpio, delgado, duro y esperando. Por
ella. Él era más que magnífico. La última cosa que quería era darle la espalda.
Pero cuando le sonrió e hizo un círculo con sus manos, levantó sus manos, las
unió sobre su cabeza y comenzó a rotar lentamente. Cuando su espalda estaba
hacia él, vino detrás de ella y puso sus manos en su cintura. Besó su nuca, su
hombro, con su respiración caliente y humeante contra su piel sensible.
67
Cal bajó sus bragas, puso su mano en su pubis, ahuecándolo, y
presionando su larga longitud contra sus nalgas.

—Perfecto —susurró en su cabello, su voz baja y desigual—. Eres perfecta.

La sostuvo por un largo momento, su boca salvaje y caliente contra su piel.


Su pecho ardiendo contra su espalda.

Dibujó círculos en un pezón con una mano y deslizó el dedo índice de la


otra a través de los resbaladizos pliegues entre sus muslos.

Ella se quedó sin aliento, absorta por el asalto doble, quemándose en su


lugar, su cuerpo rígido con anticipación.

—Separa tus piernas, cariño. Déjame tocarte. Sentirte. Dentro.

El estómago de Ginger se apretó, el choque y la promesa de sus palabras


chisporroteando sus nervios hasta el vértice de sus muslos. Levantó los brazos,
estrechándolo por detrás del cuello y le dio libre acceso a ella.
Él movió la mano, jugando de sus pechos a su vientre, apretándola contra
él. La sostuvo ahí, mientras su otra mano deslizaba su camino caliente hacia
abajo, primero simplemente envolviéndola, luego explorando audazmente su sexo
hendido.

Profundamente.

Luego de encontrar su clítoris, la cumbre de su duro, ansioso deseo,


tembloroso y húmedo.

La respiración de Ginger fue nada más que jadeos y gemidos, movió sus
caderas en conjunto con su mano, dejó que su cuerpo le hiciera el amor a su
toque explorador, cada hueso y músculo viniendo a la vida bajo el rose y
deslizamiento de sus hábiles dedos.

—Quiero probarte —susurró él—. Quiero mi boca en esos labios. —Apretó


su labio con un dedo… Rica y lánguidamente, luego usó dos para separarla,
entrar y burlarse de ella—. Esta carne está empapada. Ni siquiera puedo
describirlo. —Su voz fue como la oscuridad de media noche, irregular cuando
agregó—: Tú también quieres eso, ¿no?

El cuerpo de Ginger se arqueó y su mente saltó con la visión de los dedos


de Cal abriéndola para que su boca la poseyera y saboreara. Se estremeció, el
deseo era como una antorcha en su piel… Pero…
68
No. No. No todavía.

Si Cal Beaumann le daba eso, ella moriría. Luego él se iría.

Cal le mordisqueó el hombro, la giró para enfrentarla y tomó su cara en


sus manos. La besó, la devoró, su boca caliente y su lengua llevándola a un lugar
donde la fuerza, a menudo demasiado-temeraria-para-su-propio-bien donde
Ginger Cameron nunca había ido, y tan cerca de un paraíso sexual como ella
nunca estaría.

Cayeron en la cama en un enredo de necesidad y extremidades calientes;


Cal reclamó un pezón con una gentileza sorprendente.

Cuando él empezó a moverse hacia abajo, Ginger agarró sus nalgas tensas,
deslizando una mano bajo él y tomando su poderosa erección. Era como una roca
dura y preparada.

—Quiero esto —demandó ella y lo envolvió con su mano, ajustando su


miembro ancho e hinchado, alternadamente apretando y soltándolo.
Cal se levantó sobre ella, su respiración deteniéndose, y haciéndose de
piedra. Cerró los ojos, su cuerpo entero temblando duro, los músculos de su
cuello tensándose. Ella lo acarició. Él abrió los ojos para mirarla, con su mirada
opaca, como ébano negro.

—Ginger, necesito follarte. Ahora.

Ella apretó los dedos alrededor de él, la piel delicada sobre su pene dura
como roca era como pétalos suaves en su mano, con la punta cobrando vida
contra su palma. Apretó y lo bombeó, su propia hambre cambiando a crítica.
Abrió la boca. Sin palabras.

Él tomó un pezón entre su boca, succionando, raspándolo con su lengua.


La sensación acuchillando abajo, donde la humedad se filtraba entre sus muslos.
Cal levantó la cabeza y sus ojos negros se posaron en los de ella incluso cuando
su sexo empujó y se resistió, impedido dolorosamente en su mano. Ella lo atrajo
cerca, se frotó la cabeza de su pene a lo largo de sus labios. Luego dejó en
libertad.

Él rápidamente reemplazó el calor de su mano con un condón.

Ella abrió sus piernas ampliamente, una invitación que las mujeres le han
dado a un macho caliente desde los tiempos de prehistoria, y se ofreció a sí
misma. Todo.
69
Cal se cernió sobre ella, centrándose y hundiéndose profundamente, su
gemido, al entrar, pura satisfacción masculina.

Ella levantó su mejilla, balanceándose hacia él, su mente drogada con


plenitud, su quemadura. La rigidez absoluta dentro de ella.

—Eres como el terciopelo —murmuró él, su voz ronca—. Locamente


hermosa —gruñó, se retiró y volvió a profundizar. Otra vez. Y otra vez.

Sus movimientos lentos, el peso y la longitud, rompiéndola en pedazos. Su


respiración entrecortada, pero se detuvo cuando su cuerpo se tensó alrededor de
él, desesperada por retenerlo, reclamarlo.

—Y tú te sientes maravi... Oh, no. —El orgasmo, repentino y tumultuoso


cegándola. Su cuerpo se dobló, ardiendo.

Luchó por respirar, y llevar aire a sus pulmones.

Cal empujó otra vez, golpeando su polla dura, deslizándose con su


humedad, profundizando más en su interior. Y tomándola en otro salvaje viaje de
nervios y corazones deteniéndose, donde respirar fue la última cosa en su mente.
Capítulo 5
Traducido por Viqijb & ¥anli
Corregido por Pachi15 & Leeconemi

C
al sacudió la cabeza en un intento de agitar sus sesos de vuelta
en su lugar.

¿Qué demonios acababa de suceder?

Escuchó gemir a Ginger, y un par de su sinapsis se


encendió, lo suficientemente fuerte como para que se diera cuenta que la estaba
aplastando.

Tomando su peso sobre sus codos, miró a la mujer debajo de él. Tenía los
ojos cerrados, y su húmedo pelo caía a través de su frente, por su mejilla. Lo 70
apartó, luego sopló un mechón perdido por su oreja. Su pecho estaba tan
contraído que apenas podía sacar el aliento suficiente para reemplazar el aire que
tomó para hacer eso. La sangre rugió a través de sus venas, pero se estremeció,
la capa de sudor sobre sus hombros y su espalda era como hielo formándose bajo
el frío nocturno. ¿O simplemente estaba temblando como un maldito adolescente
luego de su primer polvo alucinante?

Rodó a un lado, y metió a Ginger cerca de su hombro. Esperó a que su


cuerpo volviera a algo parecido a lo normal, concentrado en averiguar cómo
habían logrado llegar desde la puerta de entrada hasta un orgasmo
contracorriente en un tiempo, que estaba bastante seguro, vencía cualquiera y
todas las marcas mundiales. Para él, una nueva y malditamente dudosa
distinción.

Ginger apoyó los brazos en su pecho, encontrándose cara a cara con él.

—Nada mal, Beaumann, en la escala del sexo recreativo, jodidamente cerca


de un diez. —Su tono era ligero, pero Cal vio algo oscuro en sus ojos. ¿Tristeza?
¿Arrepentimiento? Odiaría eso.
—Lo haces sonar como un juego de fútbol americano.

—¿No era esa la idea? —Sacó los ojos de él, como si fuera difícil encontrar
su mirada. Recostó su mejilla en su pecho, su cabello, captando la luz de la
lámpara de la mesilla de noche, parecía como si estuviese veteado con fuego.

Le acarició la cabeza con una mano, con la otra corrió la sensual curva del
trasero y de vuelta, donde caía a formarse la cintura. Su pelo era suave y elástico
al tacto, y su piel, todavía cubierta del rocío de su amor, era oro caliente.

—¿Quieres saber lo que pensaba? —Diablos, él no sabía lo que pensaba,


pero creía que tenía algo que ver con su coito-altera-vidas, una curiosidad
interior, y esperando mucho más de lo que acababa de tener.

—Uh-Huh, pero sólo si es bueno. De otra forma, prefiero una siesta.

Cal decidió tomarse un segundo o dos para poner sus pensamientos en


orden. Para él, la conversación post sexo era un territorio desconocido.

Su cabeza apareció, lucía asustada.

—No vas a decir nada.

—No.

—¿No fue tan bueno para ti como lo fue para mí? —preguntó, su tono 71
plano, con una ceja levantada en cuestionamiento, o amenaza.

No es que hubiese posibilidad de ello, pero se preguntó brevemente que


pasaría si él dijese que no; ¿le arrancaría el rostro? ¿Lo castraría? Decidió que no
era momento para bromear.

—Ginger, el sexo contigo es espectacular. —La besó—. Y tengo la intención


de iniciar un segundo asalto a tu delicioso cuerpo al instante en que esté
operativo de nuevo. Pero… —Se dio la vuelta, posicionándola debajo de él. La
quería ahí. Mucho.

—¿Pero? ¿Tienes un pero? —Ella pasó su mano por su trasero, lo apretó


antes de deslizar los dedos, burlándose, entre sus cuerpos para comprobar su
estado actual. Un poco más que eso, y ser operativo, realmente rápido, no sería
un problema.

Cerró los ojos cuando ella tomó sus bolas, jugando con ellas.

—Uh-huh. Y voy a recordar lo que es en cualquier momento. —Tenía que


darle una mano, Ginger seguramente sabía cómo evitar la conversación. Le
detuvo la mano de escurrir todos sus pensamientos—. No un “pero”,
exactamente, más como esta cosa “ajá”.

—¿Esta cosa “ajá”? —Se meneó fuera de él y se sentó en la cama, una


manta desordenada alrededor de su cintura. No se molestó en cubrir sus pechos,
lo que agradeció sinceramente. Sus pechos eran definitivamente de la lista A, y le
encantaba la forma en que sus pezones sobresalían, pequeños y feroces, en una
habitación fresca—. ¿Y qué es exactamente un “ajá”? —preguntó, luciendo
curiosa pero cautelosa.

—Una percepción, una revelación. —Tiró de la manta, y ésta se apartó de


ella exponiendo su adornado ombligo—. Este fue uno. —Tocó la piedra brillante.
Lo rodeó con un dedo exploratorio. Ella jadeó y tiró de la manta, Cal no podía
decidir si estaba molesta con él o consigo misma por esa señal reveladora en su
respiración—. Sentí eso… todo el camino al bajar. —Tiró de la manta de nuevo y
se inclinó para besar su ombligo—. Lindo.

Esta vez ella dejó que la manta yaciera arrugada y agrupada en sus
rodillas.

—Gracias —dijo ella, sonando extrañamente remilgada—. Ahora,


¿podemos volver a esa cosa del “ajá”?

Él se sentó y apoyó la espalda contra la cabecera.


72
—Tú definitivamente me tienes miedo.

Sus ojos brillaron.

—Eso crees.

—Tomaste la iniciativa desde el primer momento y te preocupaste,


literalmente, hasta el final. —Organizó una almohada más cómoda detrás de su
espalda—. No es que me esté quejando, pero tú me sedujiste, Cameron.

—Yo seducirte…

—Lo hiciste. Y aunque me encantó cada minuto de ello, un hombre sabe


que cuando una mujer se apodera de su descerebrado mejor amigo, ella está tras
el control, que por lo general significa que tiene miedo de perderse a sí misma. —
La miró a la cara—. Con él.

—Querido Dios, acabo de acostarme con la Dra. Ruth.

Se rió y le levantó la barbilla para que sus ojos pudieran encontrarse.


—Admítelo. Tienes miedo.

Ella comenzó a decir algo, supuso que era una negación, entonces, se
detuvo y miró hacia otro lado antes de volver su mirada hacia él.

—Muy bien, tengo miedo. ¿De acuerdo? —Aún se veía desafiante, pero
también parecía como si fuese a llorar.

El estomago de Cal se apretó.

—No estoy en esta cama para dañarte.

—Hombres. —Negó con la cabeza, mirándolo como si fuera el tonto del


pueblo—. Simplemente no lo entiendes, ¿verdad?

—¿Entender qué? Y deja ya la cosa esa de “hombres”. Nos haces sonar


como una barata caja de medias.

—No es una mala analogía, considerando que todos corren, tarde o


temprano.

—¿Sí? Bueno, yo no me estoy yendo a ninguna parte. No hasta que me


digas por qué estás tan decidida a no aflojar a mi alrededor.

—No quiero “aflojar” a tu alrededor. —Se detuvo, miró hacia otro lado y
luego a él—. Porque no quiero enamorarme de otro tipo que no será el que me 73
traiga flores en nuestro aniversario de oro.

—Lo que nos lleva de vuelta a tu promesa de virginidad, trajes de aluminio,


ropa interior de cuero y zapatos de crepe.

—¡Nunca usé zapatos de crepe! —En esa negación, ella dudó y arrugó la
frente—. Me vestí así porque no quería llevar a nadie dentro, atraer el tipo
incorrecto de atención.

—¡Un fallo épico! —Sonrió ante su incomodidad—. Has estado atrayendo


mi atención desde que entraste al Cine Neo.

—Y tú has atraído la mía. —Resopló fuera una ruidosa respiración, y


reflejando su posición, se sentó y apoyó contra la cabecera—. Muéstrame una
cara bonita, y soy un caso perdido.

A Cal no le gustó mucho el comentario sobre la cara bonita, pero lo dejó


pasar. Conocía el porcentaje de mujeres que estaban fuera por el premio al
pedazo-del-mes, pero su instinto le dijo que Ginger no era una de ellas. Le levantó
la barbilla hasta que lo miró.
—Tal vez no. Tal vez, sólo reconoces el real potencial cuando lo ves.

Ella le dedicó una sonrisa malvada.

—De alguna manera no creo que estemos hablando del mismo tipo de
potencial, Beaumann. Estoy hablando de asar carne los domingos, minivans y
tarjetas de calificaciones. Creo que estás pensando más allá de la línea de éstos.
—Pasó la mano por su muslo cubierto por la sabana y por una parte de él que no
pensaba lógicamente en el mejor de los casos, por no hablar de cuando lo
acariciaban hacia el olvido.

Le agarró la mano, tomando un poco de aire.

—Lo estás haciendo otra vez.

—¿Qué?

—Tomar el control. —Le levantó la mano hasta su boca, girándola y


besándole la palma—. Y probando mi punto, acerca de ti teniendo miedo de
dejarte ir conmigo.

Lo miró testaruda.

—¿Nadie te ha dicho que a los tipos no les gusta hablar después del sexo?

Le dedicó una media sonrisa y su aliento vaciló. 74

—A no ser que hayan tenido el mejor sexo de su vida y se imaginan cuán


profundo, húmedo y caliente va a ser la próxima vez. Cuando hagan el amor. —
Alargó la mano hacia ella—. Porque eso es lo que voy a hacer ahora, Ginger. Voy
a hacerte el amor hasta que me estés rogando por más.

—Rogando, ¿eh? —Le dedicó una mirada incrédula.

—Rogando —le prometió él.

Cuando ella llegó, sólo con un poquito de mala gana, a sus brazos, la besó
hasta que la dificultad en su garganta creció al tamaño de un balón y el dolor en
su estómago creció hasta casi malditamente acobardarlo. Dios, qué hermosa
boca; qué fantástica suave piel. Profundizó el beso, sabiendo con certeza que
podía estar en serios problemas con esta mujer especial, pero no podía cuidarse.
Porque tenía el tenue pensamiento de que ella era la clase de problema que había
estado buscando toda su vida.

La estiró por debajo de él, tiró de la manta a un lado y comenzó a besar su


camino hasta la zona de mendicidad. El ombligo perforado de Ginger había sido
su primera sorpresa, pero el tatuaje que ahora descubrió en el interior de su
muslo trajo su cabeza arriba; una etiqueta postal simulada, negro, rojo y azul,
afirmando audazmente: “Frágil, tratar con cuidado”.

Cuando lo tocó, trazándolo con su dedo medio, oyó un ronco gruñido desde
la cabecera.

—No te rías, Beaumann, o voy a tener que matarte.

Él sonrió, inclinó la cabeza y le lamió la etiqueta. Cuando levantó la cabeza


para mirarla de nuevo, su sonrisa se desvaneció. De repente, Ginger Cameron era
un asunto serio.

Pasó las manos entre sus muslos. Caliente. Liso… inflexible. Aplicó más
presión y deslizó su mano hacia los risos resbaladizos en el vértice de sus
muslos. Sacó su dedo ligeramente, escribiendo directamente a través de su
apertura.

—Deja que te vea, Ginger. Ábrete para mí. —Otro golpe, más lento. Su
dedo rondando por su duro nudo apretado.

Su brusca inhalación de aire le dijo que lo había encontrado, y ella abrió


sus piernas. Levantó la vista para ver a sus ojos estrecharse, a su lengua
escabullirse a humedecer sus labios. Relajado, Beaumann, tómatelo con calma y
relájate. 75

—Voy a abrirte, cariño. Extender tu ancho. Entonces, voy a mirarte. Sólo


mirar. —La abrió, bajó la mirada a su hinchado y húmedo sexo. Sombreado de
melocotón y rosa, brillante, listo. Era tan duro, tan ceñido, tan frágil.

—Eres increíble. Todo terciopelo y miel. Absolutamente increíble.

Le tocó su clítoris, suavemente. Enrollándolo con gentileza.

Ginger apretó los puños en las sábanas, arqueada hacia arriba, y


ofreciéndose a sí misma, ofreciendo el cielo.

La tomó. La cubrió con su boca, la lamió con trazos fáciles, expertos,


perezosamente rodeando su húmeda punta gorda con la punta de su lengua.
Entonces, chupó implacablemente.

Ella se retorcía sobre su cabeza, rompiendo la sábana de su agarre.

—Cal, no puedo aguantar. No debería…


—Sí, deberías, amante. Y lo harás. —No estaba seguro de si lo decía en voz
alta o sólo para sí mismo. Sólo sabía que su control se estaba fregando lejos con
cada gota de rocío que Ginger le daba.

Presionó el pulgar sobre su sensible punta, y su adolorida y palpitante


erección de su pelvis se balanceó. Cuando encontró su ritmo, entró en la seda
liquida, se hundió profundamente en su calor.

Ginger pasó las uñas por su espalda, clavándolas en sus hombros,


mientras que sus paredes vaginales se abrían y cerraban a lo largo de él en un
masaje interno alucinante. Él utilizó lo último de su fuerza de voluntad para
impulsarse fuera, dejando la cabeza de su pene clamando en los pliegues de su
apertura.

—¿Quieres esto? —Empujó su clítoris, frotando su unión—. Vas a tener


que decirme.

Sus ojos brillantes con sexo, abiertos con cansancio hacia los suyos.

—Te deseo, Cal. —Se arqueó alto y se estremeció, un escalofrío que sentía
hasta los huesos; y cada terminación nerviosa de su polla martilleó—. Pero si
tengo que decirte eso, tal vez debería volver atrás y tener Sexo 101. —Se meció
hacía arriba, tomó los primeros centímetros de él, y luego más.

A mitad de camino, su cerebro fue hueco, y su mundo se contrajo hasta el 76


puente de carne dura y caliente que lo unía a Ginger.

Su cuerpo estaba hirviendo, un vapor de arenas movedizas tiraba de él, lo


succionaba, cuidándolo. Se levantó, agarró sus nalgas y se enterró a sí mismo
hasta que su muslo y tendón lo detuvieron.

—Oh, Cal… —Ella empujó su pelvis hacia arriba, con fuerza contra él, pero
su liberación se avecinaba, lo ensordeció. Se esforzó por contenerse. Espera.

Presta atención…

Espera.

Ella gimió, largo y bajo, y convulsionó a su alrededor, apretando sus


entrañas, incluso sus jugos se arremolinaron hacia adentro. Cada restricción
cedió y Cal explotó, el dolor de su agotado cuerpo palpitaba, agotándose a la par
con el de ella.

Un orgasmo sincrónico. Un maldito milagro.


Si el universo se hubiese desgarrado a sí mismo en ese mismo segundo,
hubiera llegado un segundo después.

***
Ginger se obligó a abrir los párpados, y rápidamente los selló de nuevo.
Tendría que haber cerrado las persianas; la salida del sol, toda alegre y
prometedora, era más de lo que podía manejar sin una taza de café en su
temblorosa mano. Tal vez una sacudida de cafeína podría calmar la mezcla
salvaje de la mañana, después de la emoción, una rebelde multitud desenfrenada
de miedo, satisfacción, anticipación y la desenfrenada alegría. Por desgracia, el
miedo estaba en lo más alto. No es que lo admitiría, por supuesto.

Anoche...

Se volvió para ver la oscura cabeza de Cal enterrada profundamente en su


almohada, y el corazón le llegó hasta la garganta. Miró hacia el sol filtrándose por
su ventana, decidió culpar a la luz por la pequeña bruma de lágrimas
reuniéndose en sus ojos. Respiró hondo y estiró la mano para suavizar
ligeramente su pelo alborotado, con cuidado de no despertarlo.

Algo se aferró a su corazón y apretó. Se sentía sospechosamente parecido 77


al amor. Cal tenía razón, se dejaba llevar por su corazón. Era como una tonta.

Miró de nuevo al hombre moreno y apuesto en su cama y dejó de respirar.


Oh, había caído, de acuerdo. Demasiado tarde para las negaciones. Y desde
donde estaba sentada —o yacía, como en este caso— no había nada que hacer
más que ponerse un paracaídas. Porque no estaba dispuesta a jurar por Cal
Beaumann.

Tal vez se trataba de eso, tal vez Cal... ¡No!

No habría ninguna ilusión. Ni planes para el futuro. Iba a hacer lo que los
chicos hacían, vivir el momento sexual y disfrutar de ello.

Y, como la Alta Diosa soltera, buscando en todas las partes conocidas, Cal
podría suministrar un montón de diversión.

Porque cuando él dejó de hablar de sexo y de hecho se puso manos a la


obra, era un gigante entre los hombres.
Sonrió, se estiró con satisfacción. Consideró brevemente despertarlo, pero
decidió que se había ganado su sueño y una taza de café recién hecha para
despertar. Pero no pudo resistir inclinarse para besar su oído ligeramente antes
de girar cuidadosamente la colcha y salir de la cama.

Se puso una bata corta de terciopelo púrpura y se quedó mirándolo un


momento más, suspiró, y se dirigió a la ducha.

Estaba enjuagándose el cabello cuando él entró en el cuarto de baño lleno


de vapor y abrió la puerta de la ducha. Su pelo oscuro estaba despeinado y en
puntas, con el rostro oscuro por el crecimiento de una noche de la barba. Estaba
totalmente, magníficamente, erecto.

—Infiernos —dijo—. Eres más hermosa en la mañana.

Le tocó la mandíbula sin afeitar.

—Me gustaría decir lo mismo, Beaumann, pero... —Sonrió. No estaba cerca


de decirle que se veía como el sueño de toda mujer, porque probablemente lo
había oído un millón de veces. Y definitivamente no pensaba en decirle que la
dejó sin aliento. Lo que podría hacer era mostrárselo.

Él se echó a reír.

—Tú me abandonaste en una cama extraña —acusó, sus ojos recorriendo 78


la totalidad de su cuerpo mojado y desnudo.

Se apartó su enmarañado cabello de la cara.

—¿Es la primera vez que una mujer ha hecho eso?

Pareció considerar eso, luego sonrió.

—Maldición. Creo que lo fue.

—Entonces será mejor que entres aquí, así puedo mostrarte cuánto lo
siento. —Se acercó a él y lo arrastró bajo la corriente de agua caliente.

La tomó en sus brazos y la besó minuciosamente, luego levantó su rostro


hacia la corriente de agua. Ahora tan mojado como lo estaba ella, negó con la
cabeza, y el agua voló de su espeso cabello empapado. La empujó contra la
cabina de la ducha, mirándola.

—Este “mostrarme cuánto lo sientes”. ¿Tomará mucho tiempo?


—Eso depende… —Pasó una mano desde su pecho a su erección
mañanera y lo cogió en su mano—… de cuánto tiempo puedes mantenerte en
esto. —Ginger disfrutaba sosteniéndolo, acariciándolo, sintiendo su
estremecimiento, sintiendo el placer abierto a su ligero toque. Esta mañana
pensaba hacer más que tocarlo.

Lo oyó aspirar una bocanada de aire y su mano se aferró en torno a la


suya.

—No mucho, si sigues con ese tipo de presión.

—¿Y si la presión aumenta? —Se dejó caer de rodillas, dejó que sus manos
se deslizaran hasta sus pantorrillas fuertes, a sus muslos, a sus esbeltas nalgas.
Su piel se estremeció ante su toque. Quería saborearlo, como él la había
saboreado. Rodeó los testículos con los dedos, los pesó en sus palmas antes de
presionar la cara contra su pene erecto.

Él maldijo, se tensó, y puso las manos sobre su cabeza.

—Vas a matarme, ya lo sabes.

—Voy a intentarlo. —Pasó su lengua por su rígida longitud y su agarre se


apretó en su pelo empapado. Cuando lo tomó en su boca, él rodó sus caderas,
corcoveando. Una vez más deslizó las manos en su trasero. Era como acariciar
roble pulido. 79

Lo tomó en su boca, saboreado una gota, antes que la levantara y atrajera


a sus brazos.

—En otra ocasión, bebé, o me temo que te daré más de lo que esperabas.
—Iba a argumentar que estaría bien con ella, cuando él deslizó la mano para
acariciar su monte, arrastrando un dedo a lo largo de los pliegues de su apertura.
La distracción perfecta. La besó en la boca con suavidad, y escuchó los bordes
irregulares de su respiración. La penetró con el dedo, jugando mientras susurra—
: Estás mojada. Toda resbaladiza y húmeda. —Deslizó su dedo, de nuevo. Ella se
quedó sin aliento. La miró a los ojos y sonrió—. ¿Crees que nos romperemos el
cuello si hacemos un poco de gimnasia en la ducha?

Ella le devolvió la mirada, se lamió los labios y trató de ignorar lo que


estaba haciendo entre sus piernas.

—Estoy dispuesta a arriesgarme si tú lo estás.

—Entonces retrocede, y presiona tu hermoso trasero contra el cristal,


cariño, y veremos quién empieza a sufrir primero.
—¿Trasero contra el cristal? Menos mal que utilizas el adjetivo, Beaumann.
—Hizo lo que le dijo, y él empujó sus piernas separándolas. Extendió sus propias
piernas musculosas, preparándose, y la levantó tomándola por sus nalgas con las
manos—. Cal, no soy ligera.

—Eres perfecta, y ahora mismo mi erección me hace un auténtico


superhéroe. —Sonrió con los ojos, arqueó una ceja—. Confía en mí.

—¿Tienes seguro? —Sus propios labios se curvaron mientras se


entrelazaba con él. Él la inmovilizó con firmeza contra la pared de cristal de la
ducha y entró rápido y profundo. Ginger se estremeció y cerró los ojos cuando la
dura longitud la llenó. El agua se precipitaba sobre ellos, una cascada de calor y
energía, y levantó la cara hacia él, sintió la cascada sobre sus hombros,
desviándose alrededor de sus pechos, ahora enrojecidos por el rose contra los
músculos tensos del pecho de Cal.

No podía caer, porque estaba volando, y con cada empuje de la pelvis de


Cal, cada centímetro de él tomándola, cada zambullida más profunda que la
última, se elevaba más. Pero no fueron las estrellas lo que tocó, fue la luz en su
propio corazón.

Abrió los ojos y se encontró con los suyos, ahora oscuros y salvajemente
fieros. Cuando sus ojos se cerraron de nuevo, le dijo en una voz oscura y
retumbando de tensión:
80
—No. Mírame. Quiero verte llegar.

Un momento después, las miradas se bloquearon atentas, le dio lo que


quería, desasiéndose en sus brazos en un bajo gemido dolorido.

—Eres hermosa... tan condenadamente hermosa. —Las palabras se


derramaron en sus oídos antes que el oleaje y martilleo de su propia liberación lo
estremeciera.

Fue el turno de Ginger de temblar mientras su cuerpo se tensó entorno a


él. Apoyó la cabeza contra la pared de vidrio, respiró profundo el vapor y,
finalmente, cerró los ojos para saborear, grabar para siempre, la sensación del
cuerpo de Cal fusionado con el suyo. No como si hubiera una posibilidad de que
lo olvidara.

Cal aflojó su apretado abrazo, soltando sus piernas suavemente de vuelta


a una posición recta, se sentían como masilla tibia.

—Eso fue, a riesgo de rebosar lo que probablemente ya sea tu descomunal


ego, realmente espectacular —dijo ella, con voz débil y entrecortada.
Cuando abrió los ojos, esperó ver la usual engreída sonrisa en su rostro,
pero en su lugar lo encontró luciendo seriamente aturdido.

—Y tal vez mucho más.

—¿Más?

La acarició apartando su pelo mojado de la frente.

—No creo que alguna vez pueda dejarte ir, Cameron —dijo las palabras
suavemente, casi para sí mismo, como si aún no pudiera creer en ellas—. Creo
que tal vez el amor ha entrado en escena. —Sus ojos eran misteriosos y
maravillosamente brumosos, de una forma que nunca lo había hecho antes.

Ginger lo miró fijamente, debatiéndose con sus palabras, tratando de callar


sus propias peligrosas necesidades. Las esperanzas brotaron en su materia gris
como muchos narcisos... o malas hiervas. Pero, no, esto era demasiado,
demasiado pronto, todos los signos de otro error en marcha.

—No lo hagas —dijo, extendiéndose en torno a él para cortar el agua que


se enfriaba rápidamente—. Palabras como esas después del sexo son...
aterradoras.

—Estoy de acuerdo. —En el vapor sobrante de la ducha, le tomó la barbilla


con la mano ahuecada, la obligó a encontrarse con su propia mirada un tanto 81
desconcertada—. Definitivamente dan miedo.

—Entonces retira lo dicho.

Él dudó.

—Tengo que pensar en eso.

Ella sacó la cara de su mano y salió de la ducha. Cuando estuvo a un


metro de distancia de su presencia física, llenó sus pulmones de aire y plasmó
una sonrisa en su rostro.

—Por si sirve de algo, Beaumann, yo no creo en el amor a primera relación


sexual. —Tomó una toalla del estante y la lanzó hacia él.

—Bueno, ¿qué tal ese café que me prometiste?

Cogió la bata y salió del cuarto de baño, con la cabeza alta y su corazón a
toda marcha.
***
El café estaba listo y burbujeando, cuando Ginger oyó la llave de Tracy en
la cerradura.

Se apoyó contra el mostrador y dejó caer la cabeza. Maldición, había


olvidado por completo que Tracy estaba llegando a casa esta mañana. Y teniendo
en cuenta que era el primer hombre en la casa desde que habían comenzado
compartiendo espacio, sabía que le debía una explicación. No había muchas
posibilidades de que Cal saliera furtivamente por la ventana del dormitorio. Sus
labios se torcieron ante el pensamiento.

Tracy tiró las llaves sobre la mesa.

—Hola, Ginge. —Olió la esencia del café en el aire con reconocimiento—.


Tengo tiempo, o no.

Ginger miró más allá de ella. Oh, oh...

—Yo diría que no —dijo Cal, sonriendo maliciosamente, a continuación,


agregó—: debes ser Tracy. Encantado de conocerte al fin.
82
Tracy asintió como un autómata.

Cal estaba en la puerta, con una toalla de color lila envuelta alrededor de
sus caderas, luciendo como el sexy juguete del sueño de una chica: grande, malo,
y listo para cualquier cosa. Su pelo era un desastre mojado, pero atractivo, con la
mandíbula sin afeitar que era un tócame, y sus ojos estaban llenos del sexo de la
noche pasada —y esta mañana. La panza de Ginger tocó fondo junto con la
mandíbula de Tracy. Ambas lo miraron fijamente.

—Necesito un abanico —dijo Tracy, dejándose caer en una silla.

—Necesito medicamentos —dijo Ginger.

—Necesito algo de ropa —dijo Cal, su sonrisa ampliándose—. Y un café. —


Ginger sirvió uno y se lo ofreció. Caminó por la habitación, lo tomó, luego la besó
suavemente—. Gracias, Cameron. —Con eso se dio la vuelta y salió de la
habitación.

Tracy parecía como si hubiera sido golpeada por un ladrillo.


—Lo hiciste, ¿no? ¡Realmente lo hiciste con Cal Beaumann! —Su voz
contenía rastros de un pequeño chillido de chica.

Ginger lanzó una mirada a la puerta que acaba de ser desocupada.

—Calla. —Agitó una mano temblorosa en dirección a su desconcertada


amiga para que se callara—. Te escuchará.

—No puedo creerlo. ¡Simplemente no lo puedo creer! —Se abrazó a sí


misma.

Ginger rodó los ojos.

—Tracy, contente y tira de tu lengua de vuelta a tu boca. —Se sirvió un


poco de café y acunó la taza. Este podría ser un escenario extraño, pero había
que superarlo. Cuando Trace levantó la vista, y pareció como si estuviera a punto
de abrir la boca de nuevo, Ginger levantó una mano—. No, repito, no me
preguntes cómo fue.

Tracy cerró la boca, la abrió de nuevo para decir:

—Acabas de haber vivido la fantasía de un millón de mujeres, y no vas a


compartirla. ¿Qué clase de amiga eres?

—Trace... —Tracy se cruzó de brazos, levantó la nariz, y se alejó. Ginger no


83
pudo evitar la sonrisa en los labios—. Fue más que fantástico. ¿De acuerdo?

Tracy giró para mirarla, con los ojos demasiado brillantes.

—¡Lo sabía! Sabía que lo sería. —Miró por el pasillo donde Cal había
caminado hacia la habitación—. ¡Y está en nuestra casa, probablemente desnudo
al otro lado de esa pared! —Se quedó mirando la pared, absorta de cualquier
visión de un Cal desnudo que se hubiera inventado.

La boca de Ginger se secó y bebió un poco de café. No tuvo que imaginarse


nada.

—Trace, deja de hablar con signos de exclamación. Estás hiriendo mis


oídos. No es más que un hombre. —Correcto. Y el Palacio de Buckingham está a
solo una casa.

—Él es un tipo que trajiste a casa. Es la primera vez.

—Es cierto.

—¿Y?
—Y, ¿qué? —Apuró el último sorbo de café.

Tracy le dio una mirada molesta.

—Y... ¿a dónde va todo desde aquí?

Ginger empezó a decir algo simplista, pero se detuvo y pensó por un


minuto.

—Desde aquí, Trace, va lentamente. Muy, muy lentamente.

—No demasiado lento, espero —dijo Cal desde la puerta. Estaba parado en
la entrada, secándose el pelo con otra de sus toallas de color lila.

Ginger se levantó de un salto. ¿El hombre caminaba en el aire?

—¿No sabes cómo llamar? —gruñó.

—Sin puerta —declaró, recordándole lo obvio. Entró en la habitación,


oliendo ligeramente a su jabón de lavanda. Su cabello húmedo, después de
peinarlo con los dedos hacia atrás, brillaba bajo la luz de la cocina. Se acercó a
Ginger, envolvió la toalla alrededor de su cuello, y señaló el café—. ¿Puedo tomar
otro para irme? —Le sonrió y le guiñó un ojo a Trace—. Me imagino que mi mejor
jugada es salir de aquí.

—Hombre inteligente. —Ginger se dirigió al mostrador y le sirvió un café. 84


La cocina, con ella, Tracy, Cal, y la pasada noche todo adquiriendo el espacio
estaba demasiado atestado.

Él se acercó a ella, tomó el café de su mano, y se inclinó para susurrarle al


oído:

—Te llamo en una hora. Si estás lista para ello, vamos a caminar a la
playa. —Su voz bajó una muesca y se las arregló para morderle la oreja. La
mordedura, junto con el rubor de su cálido aliento, se disparó a su ingle—. Si
vamos a ir despacio, será mejor que empecemos. —Tiró de la toalla alrededor de
su cuello y se la entregó.

—Yo no tengo prisa, Beaumann —dijo, manteniendo su voz baja.

Sólo se rió de eso, entonces se acercó a la puerta de la cocina, se detuvo y


se giró.

—Más allá de lo fantástico, ¿eh?


Ella le tiró la toalla húmeda, pero él sólo le dio otra de sus sonrisas
miserablemente seductoras, y se encaminó sin prisas a la salida.

Ginger hizo a un lado la cortina de la cocina y lo vio entrar en su auto, su


tasa floreada en la mano. Se preguntó cuántos hombres podrían manejar el jabón
de lavanda, toallas lila y tazas de flores y todavía verse tan masculinos que tus
niveles hormonales se disparan en alerta roja sólo con mirarlos.

Se quedó mirándolo hasta que salió de su camino de entrada, luego se


volvió de nuevo a Tracy.

Tracy, sin dejar de sonreír como una tonta, le dio un pulgar hacia arriba.

—Lo que quiero hacer es comprar tu guardarropa. Si los trajes de saco,


camisetas XL, zapatos y hermana Sarah pueden pescar una captura como Cal
Beaumann, estás en algo.

Ginger tomó asiento en la mesa.

—Pero de eso se trata, no quiero una 'captura'. Quiero un hombre serio,


un hombre sólido, ambicioso y comprometido.

—Y tienes miedo de que Cal sea sólo otra de esas caras bonitas por las que
siempre has sido engañada. Tienes miedo de que no tenga sustancia, ni el poder
de permanencia. Que todo lo que quiere de ti es algo de sexo fácil y sin ataduras. 85
¿Alguna vez piensas que puedes estar juzgando el libro por su portada? ¿Que no
hay bichos bajo la manta, y que Cal es sólo la hoja limpia que parece ser?

—¿Cuál es? —Ginger le dio vueltas a la analogía de la hoja limpia, no podía


hacer que funcione.

—Un tipo decente que está trabajando duro en su negocio y quien lo lleva,
excepto a sí mismo, muy seriamente.

Esperaba que así fuera, con todo su corazón a menudo herido, eso
esperaba, pero no quería decirlo en voz alta, tentaría esos dadores de la mala
suerte.

—Me hace reír —dijo ella, desviándose del tema.

—¿Y eso es algo malo?

Negó con la cabeza.

—No. Es sólo... nuevo, como todo lo demás en Cal. —Se puso de pie—. Voy
a vestirme. —Se acercó a la puerta y se detuvo, enderezó los hombros, pero no se
volvió para mirar a su amiga cuando dijo—: Te juro que si he cometido otro error,
si Cal no es el hombre que creo que es, seré la primera mujer en el siglo XXI en
soldarse un cinturón de castidad de acero inoxidable.

***
Cal entró en su apartamento alquilado a tiempo para escuchar el timbre
del teléfono. Se dirigió directamente allí.

Era Ian, y después de dejar el calor de la ducha de Ginger, la voz de su


hermano era viento frío.

—¿Cómo te va? —preguntó—. ¿El negocio todavía está bien?

Cal gimió para sus adentros. Debería haberse imaginado que la llamada
sería sobre negocios.

—Sólo han pasado un par de semanas desde que pasamos por esto, Ian.
Todo está bien. Como te dije, vamos a estar abriendo a tiempo. —Amaba a su
hermano, pero como un hermano, no como un socio de negocios. Su falta de
entusiasmo por la actividad principal y la obsesión con los números lo volvía loco.
Estaba contando los días hasta que le pudiera comprar su parte y poseer el Cine 86
Neo por completo.

—Es bueno escucharlo.

—Pero no es por lo que estás llamando.

—No.

El silencio cayó en la línea.

Ese silencio hizo que el cuello de Cal picara.

—¿Qué está pasando?

—Necesito el dinero ahora, hermano.

—¿Ahora? —Su cerebro colapsó—. Estás bromeando.

—No. Necesito un poco de dinero en efectivo. Tengo este acuerdo…

—Siempre tienes un acuerdo.


—No como este. Pero no hay problema, me he alineado con un comprador
para el Cine Neo, y pagará mucho dinero. Tú no tienes que hacer nada. Yo me
encargo de todo.

—No quiero que resuelvas nada.

—Tengo que hacerlo, Cal. Como he dicho, necesito el dinero. A menos


que...

—¿Qué?

—A menos que puedas conseguir el dinero suficiente para comprar mi


parte. Haces eso, y ambos estamos contentos.

Tan probable como una bola de nieve en el infierno que Cal pudiera
conseguir esa cantidad de dinero. En unos pocos meses, tal vez, pero no ahora.
Sin embargo, se sinceró:

—Necesitaré algo de tiempo.

—No tengo. El comprador está listo para firmar. No puedo estropearlo


mientras encuestas a todos los bancos en el estado de Washington para un
préstamo. Yo lo llevaré en un par de días. —Hizo una pausa—. Por la forma en
que lo veo, estoy haciéndote un favor. Salvándote de perder dinero de a poco
mientras estás atrapado en el negocio del cine independiente. 87
—Eres un idiota, Ian.

—Y tú eres un soñador, Cal. Y supongo que uno de nosotros conduce un


nuevo Jaguar. Y no es como si tú no recibieras nada, condenadamente bien, por
tu parte. Nos vemos en un par de días. —Colgó.

Cal se quedó mirando el teléfono muerto en su mano. Estaba a punto de


perder el Cine Neo y no había absolutamente nada que pudiera hacer al respecto.
Este golpe de refilón de Ian le costaría todo.

Tenía que encontrar una manera de hacer que las cosas funcionaran. Y
maldición si Ian no tenía razón sobre el banco ─ellos tardarían una eternidad
para aprobar un préstamo, si lo hacían en lo más mínimo.

Si sólo fuera él…

Un pensamiento pasó por su mente, malditamente cerca de detener su


corazón. Este desastre financiero no era sólo sobre él y lo que iba a perder, era
sobre Ginger. Anoche su cuerpo había entrado en ella. Eso debería haber sido el
final de esto. Siempre había sido así antes, pero esta vez no. No con Ginger,
porque de alguna manera misteriosa, ella había sido la que lo introdujo.

Se había convertido en el entramado de su vida, en su toma de decisiones.

Quería ofrecerle más que la oportunidad de seguir un actor poco


entusiasta que hacía rondas en las oficinas de reparto. Tenía que haber una
manera.

Se fue a su habitación y comenzó a pasearse. Después de haber pisado un


bache importante en la alfombra, su cerebro finalmente consiguió que germinara
una idea.

Diez minutos más tarde, bolso de viaje en la mano, se dirigió a su auto.

88
Capítulo 6
Traducido por Nina Carter
Corregido por tamis11

D
os días después, Ginger se apresuró en entrar a la casa, corrió a
su habitación, se lanzó sobre la cama y derramó las lágrimas
suficientes como para inundar el estado de Nevada. Cuando se
calmó el diluvio, se sentó, tomó un pañuelo de papel y se llevó las rodillas al
pecho. Después de algunos jadeos espantosos por intentar tomar aire, se calmó.

¡Es-tú-pi-da! Tu nombre es Ginger. Quedó en evidencia otra vez, ella


teniendo sexo con un chico era igual a darle a él el pase de salida. Y había
pensado que Cal era diferente.
89
Es-tú-pi-da…

No hubo una caminata por la playa, no hubo flores, tampoco llamadas y ni


siquiera un maldito mensaje de texto. Cal se había ido de tal manera que era
como si nunca hubiera existido. Y hace una hora, las cosas se pusieron peores.
Habló con Ellie y descubrió que él había puesto en venta el Cine Neo y que estaba
en L.A hablando con el comprador. Obviamente, el hombre nunca había tenido la
intención de quedarse en Waveside, lo que demostraba que un cambio de
guardarropa no logró activar las neuronas necesarias para el juicio de carácter
confiable.

Limpió su nariz, salió de la cama y se quitó el vestido para reemplazarlo


por una camiseta vieja y unos shorts de algodón. Se miró en el espejo que estaba
en el baño sobre el lavabo, el desastre que habían hecho sus lágrimas; sintió que
la piel de sus mejillas estaba tensa por la sal que se había secado. Se mojó un
poco la cara, bebió agua para evitar deshidratarse y volvió a la habitación.

Cal podría hacerla reír en la cama, entre otras cosas, pero no cambiaba el
hecho que ella cometió el mismo error.

Entonces… ¿ahora qué, Ginger Cameron?


Huir. Conseguir espabilarse. Conseguir aferrarse a una vida sin Cal
Beaumann. Averiguar qué hacer después.

Con esas ideas en mente, fue a su armario y lo abrió. Era un mar de color
beige. Frunció el ceño. ¿En qué había pensado? No era una persona que vestía de
beige, nunca lo fue y nunca lo sería. Se dirigió a la cocina, tomó un par de bolsas
de basura. En menos de media hora las prendas ofensivas, desde el color vainilla
al café oscuro, estaban listas para dirigirse a la fundación Goodwill.

Era hora de una nueva Ginger, y era tiempo de tomar unas vacaciones
vencidas. Un viaje por carretera. ¡Sí! Era exactamente lo que necesitaba. Ir de
compras a Seattle, luego a Canadá. Unas cuantas horas y estaría en otro país.
Perfecto.

No había forma de que hiciera la rutina de la mujer patética y despreciada


que se vuelve pálida y está llena de lágrimas. Iba a marcharse y no había tiempo
como el presente.

Dio un brinco justo cuando Tracy entraba cargando un paquete de galletas


de Chica Exploradora y sostenía una galleta entre sus dientes.

Ginger rebuscó en su armario.

—¿Qué haces? —preguntó Tracy.


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—Vistiéndome.

—Estás vestida.

—¿Y?

Tracy miró las abultadas bolsas de basura.

—¿Qué es eso?

—Ropas viejas.

Tracy puso lo que Ginger sólo podía describir como su mirada resignada a
nada y se dejó caer en la cama.

—Diablos. Tú y Cal tuvieron una pelea.

Ginger le frunció el ceño.

—Por favor, no digas ese nombre. A una mujer no le gusta revivir sus
errores.
—Algunos errores. El tipo está loco por ti.

—Ah… Ahí es donde te equivocas. Cal Beaumann está loco por él mismo.
—Sacó un par de pantalones negros, les subió el cierre y se dirigió hacia su
cómoda.

De ahí sacó una camiseta roja, que iba espantosa con su cabello y un
montón de lencería que lanzó sobre la cama. Volvió a su armario casi vacío y sacó
una maleta.

—¿Adónde vas?

—¿Primero? A Seattle.

Tracy apartó la galleta de su boca.

—¿Por qué mejor no te relajas? Espera a que él te llame y dale la


oportunidad de humillarse.

—Cal. ¿Humillarse? —Miró a su amiga como si su cerebro estuviera a la


vista—. Eso no pasará. —Metió la ropa interior en la maleta, seguida por muchas
camisetas, pantalones y zapatos, luego se sentó sobre ella para cerrarla.

—¿Y qué vas a hacer en Seattle?

—Ir de compras. 91

Tracy la miró alarmada.

—Oh, no. No otra reencarnación.

—Podría hacer cosas peores. —Pasó un cepillo por su cabello y se enredó


de tal forma que necesitó usar ambas manos para liberarlo. Tal vez se haría un
corte de cabello. Uno de esos cortes estilo marino con tintura azul. Algo futurista.

—No lo hagas, Ginge. Él llamará. Harán que las cosas funcionen. Ya sabes
lo que dicen, la paciencia alimenta al corazón.

—Es la ausencia, Trace. Y es exactamente lo que voy a ser. Ausente. Como


dijo la gran mujer: Quiero estar sola. Pretendo poner muchos kilómetros entre yo
y Waveside. —y Cal Beaumann, agregó para sí misma—. Cal va a vender el Cine
Neo y seguirá su camino. —Enderezó sus hombros—. No me tomó en cuenta para
ese evento. Qué tonto. —Se inclinó y besó a Tracy en la frente—. Después de
Seattle, iré a Canadá. Te llamaré cuando esté ahí.
—¿Canadá? —Tracy lo hizo sonar como si planeara irse a Siberia en lugar
de sólo cruzar la frontera, que toma menos de dos horas— ¿Por cuánto tiempo te
irás?

—No lo sé. Podría ser por un par de días o por siempre. Te llamaré —
reiteró y levantó su maleta, su orgullo herido, y se dirigió a la puerta. Pretendía
tomarse todo el tiempo que pudiera.

No era algo de todos los días que una mujer tuviera que superar a un
hombre como Cal Beaumann.

***
Cal llamó a Ginger la mañana siguiente. Tenía mucho que decir y estaba
impaciente por hacerlo.

—¿Ella está dónde? —le dijo a Tracy, inseguro de haber oído bien.

—En algún lugar de Columbia Británica.

Canadá. ¿Qué diablos la había llevado hasta ahí?


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—De acuerdo. Trataré de llamarla a su celular.

—No va a responder, sólo lo llevó en caso de emergencia.

—Maldición. —Su estómago se contrajo y se frotó la mandíbula—. ¿Dijo


cuándo iba a volver?

—Dijo que iba a volver cuando te superara completa e irrevocablemente. —


Escuchó que Tracy mordía algo. La mujer siempre estaba comiendo—. Esas
fueron sus palabras, no mías.

—Maldición. —Si no fuera Tracy la que estaba al otro lado del teléfono,
habría utilizado una palabrota. De acuerdo, debió llamar, pero, diablos, sus
problemas de negocios no eran de Ginger. Y no había tenido nada que decir hasta
que las cosas estuvieron finalizadas y cuando se fue no había garantía que lo
harían.

—Sólo espero que no haga una locura.

—¿Como qué? —inquirió él.


—Como volver con cabello azul y un aro en la nariz. —Ahora, eso sonaba
como Ginger, pero no le importaba si volvía tatuada, siempre y cuando volviera.

Maldijo después de colgar el teléfono. No podía hacer más que esperar. Y


esa era una cosa en la que de verdad apestaba.

***
Ocho días después, Ellie dejó la correspondencia sobre su escritorio y él le
agradeció en un murmuro. Ella se dirigió a la puerta y luego se detuvo.

—¿Cal? —preguntó.

—Uh-huh.

—¿Te importaría si me voy una hora antes esta tarde?

—No hay problema. —No dejó de mirar los afiches que había esparcido
sobre su escritorio.

—Genial. Me reuniré con Ginger en la tienda de segunda mano. Me va a


ayudar a conseguir una nueva imagen. 93
El cerebro de Cal se concentró en una palabra. Alejó sus manos del
escritorio, los afiches se enrollaron y cayeron al piso.

—¿Dijiste Ginger?

Debió elevar la voz porque Ellie dio un paso atrás.

—Ehhh.

Cal dejó su lugar de detrás del escritorio.

—Ellie, puedes tener toda la maldita semana libre si me dices exactamente


dónde y a qué hora quedaste de reunirte con Ginger.

—¿Una semana? ¿En serio?

—En serio.
***
Ginger, a medio quitarse un chaleco de color cobre, dejó de tirar de la
prenda para mirar al par de ojos verdes más furiosos que jamás había visto. Cal.
Se quitó el chaleco por la cabeza, pero sólo logró enganchar su cabello en uno de
los botones de adorno.

Sin decir ni una sola palabra, él se le acercó y liberó su cabello. Su cabeza


salió completamente y uno de los botones de metal sonó cuando golpeó una de
las baldosas del piso y rodó bajo el estante en el que había estado apoyada
durante quince minutos mientras esperaba a Ellie. Ahora tendría que comprar la
maldita cosa.

—¿Qué estás haciendo, Cameron?

Tosió para calmar el revoloteo de mariposas y al gorrión trastornado en su


vientre. Se había ido por días, pero aun así, con sólo mirarlo su cerebro se volvía
de gelatina.

—Compras.

Él le dio una mirada burlona. 94

—¿Y qué diablos es eso? —Señaló su torso, sus piernas cubiertas por unos
pantalones plateados y sus botas hasta la pantorrilla con gravas—. Pareces
basura espacial.

—¿En serio? —dijo con frialdad—. Gracias. A mí también me gusta.

—No dije eso.

—No, pero no quiere decir que en verdad no te guste, ¿no es así? Me


parece que tienes el talento para decir una cosa y luego hacer otra. —Fue hacia el
otro lado del estante para que algo estuviera entre ellos. Necesitaba toda la
protección que pudiera conseguir. Si él la tocaba, sería todo. Mientras aumentaba
la seguridad, tomó una percha del estante, la sostuvo y pretendió contemplar la
prenda. Era una camiseta blanca sin mangas con la palabra “Ámame” en el
frente.

Cal lo vio.

—Ahora, eso sí me gusta —agregó—. Tenemos que hablar, Ginger.


Analizó la camiseta más que mirar a Cal. Le gustaba. Tenía actitud.

—Entonces habla. Tengo todo el tiempo del mundo para escuchar. No soy
la que se va de la ciudad.

—Tampoco yo.

Lo dijo con tanta suavidad, las palabras se estaban registrando justo


cuando ella agregó:

—No soy la que venderá un negocio, una vida que amo porque alguien
abrió su billetera y… —Alzó la mirada para encontrar la suya—. ¿No te vas?

—No. —Rodeó el estante para pararse frente a ella.

—¿No qué?

—No me voy y definitivamente no voy a vender el Cine Neo.

—¿No lo harás?

—No. Mi hermano tuvo la idea de vender, una idea muy mala, y cuando lo
propuso, tuve que moverme rápido o lo perdía todo. Por lo tanto, tuve que ir a L.A
lo antes posible. —Hizo una pausa—. La buena noticia es que tengo un nuevo
socio. Hud.
95
—¿Hudson Blaine?

—Así es. Tomó la parte de Ian y me dará tres años para pagarle. Es un
buen trato tanto para él como para mí. —Le quitó la camiseta de las manos y la
dejó en el estante, luego llevó las manos de Ginger a sus labios y besó sus
nudillos—. Sin embargo, fue un error no llamarte. Lo siento. —La miró a los
ojos—. En serio.

Ginger no estaba lista para ceder.

—No entiendo este cambio tan repentino, Beaumann. —Intentó retroceder,


pero sus pies se negaron a moverse.

Él sacudió su cabello oscuro.

—No ha habido ningún cambio, Ginger. Mi corazón te ha pertenecido


desde que entraste a mi oficina vestida con un traje de arpillera y zapatos de
monja.
No podía desprenderse de su mirada. Y esa suave sensación en medio de
su pecho le dijo que se estaba cayendo de nuevo, estaba siendo derribada como
una de esas siluetas de patos en una galería para disparar.

—No estoy segura de creerte —dijo.

—Sí, lo estás —dijo él. Puso las manos sobre sus hombros y la miró con
profundidad a los ojos—. Estoy enamorado de ti, Ginger. Siempre lo estaré.

—¿De verdad? —Oh Dios, hablaba como un ratón atrapado en una caja de
cereales. Cal la amaba.

—Y significa que quiero que esta relación sea exclusiva. —Su voz era
tranquila—. ¿Estás bien con eso?

El mundo se detuvo. Afortunadamente, se las arregló para recuperar un


poco el aliento y para que un poco de oxígeno se filtrara en su adormecido
cerebro. Esperó que no la viera tragar. Tomó la camiseta que decía Ámame, se
deshizo de la percha y la sostuvo en su brazo.

—Debería decir que no —murmuró, aunque no le salió muy bien el acto de


hacerse la difícil.

Él sonrió.
96
—Cualquier mujer en su sano juicio lo haría.

—Aún estoy enojada contigo.

—Me di cuenta de eso.

—Tienes mucho que explicarme.

—Es probable que me tome toda la vida. —Su sonrisa era perversa.

Ella le dio una mirada, su corazón latía con fuerza. Obviamente, los
corazones tendían a hacer ese tipo de cosas cuando el objeto de su deseo estaba
frente a ellos, colgando como la fruta prohibida.

—Entonces, podría hacerte miserable por el resto de mi vida como yo lo fui


durante cinco días. —Pasó su dedo índice por su mandíbula—. Podría ser
divertido.

Él la tiró con fuerza contra su pecho y pudo sentir su corazón; sus latidos
era erráticos e impredecibles como los suyos.
—Entonces, que comience la diversión. —La besó de forma prolongada y
profunda, de una manera tan mística y excitante que no creía que pudiera ser
superado.

Hasta que la besó de nuevo.

Le devolvió el beso desde su alma hasta la suya. Era la clase de beso que
una mujer sólo podía darle al hombre con el que quería compartir su vida. Un
beso de realización.

—¿Esto es un sí para la idea de exclusividad? —preguntó él, con los labios


sobre su garganta.

Pasó los dedos por el cabello de Cal y tiró de él para mirarlo a los ojos.

—Es un tal vez definitivo —dijo, brindándole su propia versión de una


sonrisa perversa—. Quiero que empieces a sufrir lo más pronto posible.

Él echó la cabeza hacia atrás y se rió.

—Creo que he cometido el peor error de mi vida.

Ginger sonrió.

—Es mejor que lo cometas tú antes que yo.


97
Sobre la autora
E
. C. Sheedy nació y creció en el noreste del Pacífico. Durante los
últimos años ha vivido en la isla de Vancouver, a sólo un corto
trayecto en transbordador de grandes ciudades: Seattle,
Washington y Vancouver, Columbia Británica.

Antes de tomar la pluma en serio, sus intereses eran emprendedores.


Empezó y pasó de tres empresas exitosas, la última, una compañía de venta y
servicio de computadoras. Y mientras se alegraba de dejar el mundo corporativo
atrás, le dio pulgar arriba por darle disciplina a aprender y perseverar en una
tarea igualmente exigente, escribiendo entretenida ficción.

Vive a sólo unos pasos del mar, y si un paseo por la playa rocosa mientras
se comunica con la Madre Naturaleza no le da nuevas ideas para sus libros, un
par de minutos pensando acerca de las peculiaridades y dilemas de la naturaleza
humana lo hacen con toda seguridad.

Las personas son, cree ella, complejas e infinitamente fascinantes, cada


uno es en parte hechos y en partes ficción —cada uno digno de su propio libro. 98
Con tantas almas para explorar, tanto oscuras como claras, sabe que no se
quedará sin historias en ningún tiempo cercano.
Traducido, corregido
y diseñado en:

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