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Al parecer Bruno se había equivocado, ese no iba a ser un año como cualquier otro,

y de eso se había dado cuenta nada más entrar en su salón, en lo que por un año se
convertiría en su lugar favorito. Todo había cambiado. Sus compañeros, pues también los
habían percibido, no hicieron esperar las anotaciones sobre el tema, unos atribuían el
escándalo a la euforia de último año, otros simplemente a los cambios que traían siempre
las vacaciones. Bruno sabía exactamente el porqué. Elizabeth, que pronto paso a ser
llamada simplemente Liz pues solía hacerse muy largo su nombre, era la causa de todo el
revuelo.
Para él no estaba claro que cosa especial tendría la chica nueva, además de ser la
única persona nueva en más de 4 años en aquel salón, pero eso a él no le asombraba.
—Ya habrás notado lo que sucede —Era la voz de Nicolas que le sorprendió, pues
Nicolas no solía madrugar con razón de llegar a la escuela—, incluso yo me he esforzado
por tener tiempo de conocerla.
—Supongo que algo te traerás entre manos… —dijo en tono inquisitorio.
Para Bruno, y para todos, era bastante obvio que aquel joven apuesto había quedado
intrigado por Liz en el primer momento. Era de esperarse, una joven tan hermosa no solía
pasar desapercibida, y menos por personas diestras en el arte del cortejo, como lo era su
mejor amigo.
A la llegada del maestro todos se dirigieron hacia sus lugares, casi que parecían
autómatas gracias a las costumbres formadas durante tanto tiempo. Siempre la misma
disposición, siempre los mismos grupos y en el mismo orden, todos excepto él, que se vio
sorprendido ante la iniciativa que tomo su mejor amigo para adueñarse de los dos asientos
próximos a la nueva chica.
—Mucho gusto, Nicolas. Y tú eres… Elizabeth ¿cierto?
—Si, pero me puedes decir Liz —Añadió ella en un tono que no mostraba mucho
entusiasmo. Así le llamarían de ahora en adelante.
—Nos conocimos el primer día, bueno, algo así. —dijo evocando la escena de Liz
pidiendo indicaciones a su amigo.
Bruno por su parte decidió apartarse de la conversación con el objetivo de no
entorpecer el objetivo de su amigo, quien parecía empezar a obtener avances. Se había
convertido en su cómplice. Pero sus intenciones de mantenerse al margen fueron
interrumpidas por una pregunta que llego a sus oídos.
—¿Y cuál es tu nombre? No he podido darte las gracias antes —dijo ella en tono
amale al joven que se encontraba a dos asientos de distancia.
—Bruno, y descuida —dijo el sin ánimo de alargar esa conversación.

Mas tarde ese mismo día a la hora del almuerzo, frente a la cafetería del pueblo,
volvieron a encontrarse los dos amigos. Como todos los años, siempre almorzaban juntos.
Muchas veces, incluso, ese podía ser el único momento del día en que se vieran, pero esa
lejanía nunca mermo su amistad. Entonces saludo Nicolas.
—Hola. Leer tanto te va a estropear la cabeza. —siempre solía burlarse de la afición
de Bruno por los libros.
—Hola, ¿Qué tal los entrenamientos?
—No estuve hoy… Tengo que decirte algo, pero no te enfades. —fue tanteando la
reacción de Bruno.
—¿Por qué? ¿te paso algo? —Nicolas no era de las personas que faltaran a los
entrenamientos, para el eran muy importantes, y aun mas cuando el torneo estaba tan cerca.
—Bueno, estuve hablando con Liz toda la mañana. ¡!Y quedamos de almorzar
hoy…¡¡
Se creo un silencio incomodo entre los dos, Bruno aun pensaba en la respuesta
adecuada y Nicolas, aunque habría querido decir algo, tampoco encontró las palabras. Para
muchos, esto no tendría importancia alguna, pero para los dos amigos este era un ritual casi
sagrado, que llevaban a cabalidad hacía ya varios años. Es por esto por lo que ambos
tuvieron que pensar muy bien cual iba a ser su siguiente paso.
—Tú sabes que me encantaría almorzar contigo, pero esta chica en serio tiene algo
especial —cosa que le costaba creer a Bruno, pes conocía sus antecedentes a con las
mujeres.
—Pues ve, por un día no pasa nada. Pero que no se haga costumbre —aunque
intentaba sonar gracioso, se notaba su incomodidad con la idea.
Nicolas se fue. Al menos esta vez pudo sentir que los libros con los que siempre
cargaba, con los que solía vérsele hecho un desastre, lo cual solía atraer burlas no
malintencionadas, pero que no le gustaban mucho. Mientras veía a su mejor amigo irse
abrió su mochila y tomo un libro que ese día se sentía como un macizo bloque de hojas,
casi mas pesado de lo que él podía llegar a levantar. Pues, aunque aparentaba bastante bien,
no creía poder sentirse tan ultrajado, y sin embargo no poder enojarse con su mejor amigo.

Cuando Nicolas llego, aparco su motocicleta y entro al lugar donde Liz lo había
citado, la buscó y no dio con ella, se sintió confundido un momento, cuando en su espalda
sintió una mano.
—Hola Nico ¿llegaste hace mucho? —se notaba un tono mas cordial y con
confianza, tal vez por el tiempo que llevaban hablando.
—¿Te gusta mucho eso de tomar por sorpresa a las personas no? —ignorando la
pregunta de Liz, hizo alusión a la escena de hace unos días, cuando Liz se topó con Bruno,
la primera vez que se habían visto. Lo cual hizo gracia a la muchacha.
—Digamos que es un talento oculto.
—¿Y cuantos más de esos tienes? Espero que el resto no de tanto miedo —dijo
sintiéndose extraño, cosa que no le sucedía muy a menudo con las mujeres—. Tengo un
plan mejor ¿te parece si vamos a otro lugar?
—¿Por qué no? —esa idea había pintado una sonrisa en su cara— Y espero que sea
bueno.
Entonces salieron del restaurante, tomaron una ruta que Liz no conocía, Nicolas
paro en una tienda y salió con una bolsa llena, y, aunque lo intento, Liz no pudo descifrar
su contenido. Tras un poco mas de recorrido ella pudo adivinar cuál era su destino, o algo
así.
Cuando pudo ver el lago, famoso entre todos los habitantes del pueblo, supo que
había acertado, no obstante, se sentía perdida, pues no conocía la ruta que tomaron, y
cuando pararon, por fin cayo en cuenta de que ese lugar no había sido escogido por
casualidad. Pareciera que nunca nadie había pisado o si quiera estado cerca de allí y, aun
así, la naturaleza se había encargado de disponer un lugar amplio en donde estar sin
interrupciones, donde los arboles formaban una arcada que permitía ver el lago
perfectamente y con un aura sobrecogedora, y las flores impregnaban el lugar con un aroma
espectacular. Era simplemente hermoso.
Entonces sus pensamientos fueron interrumpidos por Nicolas, que mientras abría la
misteriosa bolsa preguntó:
—¿Que te gustaría? ¿soda? Traje jugos también… —tras decir eso vio la reacción
de Liz y se rio, pues en su cara se notaba una mezcla entre sorpresa, felicidad y extrañeza—
¿Algún problema? —dijo tratando de romper el hielo.
—Mmm… No, es solo que me tomaste por sorpresa. Dame una soda, y no me
esperaba este lugar… es fantástico.
Esto no sorprendió a Nicolas, pues este, hábil en el arte de enamorar, había usado su
as bajo la manga con Liz, cosa que no solía hacer con muchas mujeres, y mucho menos en
una primera cita. Porque en este punto para ambos era claro que era una primera cita.
Para ambos fue un poco incomoda la situacion al principio, pues ella solía ser
bastante tímida y reservada, aunque con Nicolas había sido diferente, había algo diferente,
y él nunca había tenido esa extraña sensación, esa sensación que no dejaba a las palabras
salir de su boca.
Por fin Nicolas encontró la forma de hablar, aunque sus palabras eran torpes y
parecía casi un balbuceo, todo a causa de lo nervioso que se encontraba en aquella
situacion. Él le daba cumplidos sobre lo hermosa que estaba, pero ella ya estaba
acostumbrada y prefería responder con silencio.
Un comentario resalto sobre todos los otros, pues era totalmente compresible, aun si
había sido casi un susurro.
—Nunca he visto ojos como los tuyos —era sincero en su halago. Esos ojos negros
parecían un pasaje a un lugar desconocido, eran casi mágicos.
Entonces ella le dedico una mirada que en ambos hizo estragos. Tal como lo había
dicho él, esos ojos tenían algo especial. Pero sus miradas se desviaron, y volvió el silencio.
Después de un rato lleno de miradas cargadas, desvíos intencionales y largos
silencios, Liz decidió que era hora de terminar aquella cita, que, por cierto, no había
terminado muy bien.
—Creo que es hora de irnos —sonó casi como un susurro, aunque perfectamente
entendible en el silencio que había.
—Claro ¿te llevo?
—Sí, me encantaría.
Entonces, tal como habían llegado, ambos se montaron a la motocicleta y partieron.

Ella bajo de la motocicleta, y él la siguió, la aparco en la acera frente a la casa y


ambos caminaron lentamente hasta la puerta.
—Adiós, la pase muy bien —dijo Liz mientras acercaba las llaves a la puerta—,
deberíamos repetirlo algún día…
—Cuando quieras. Nos vemos mañana, en la escuela… espero…
—Sí —entro y tras ella, se cerró la puerta.
Él se sentía impotente, no se había sentido así nunca, o al menos no hace mucho
tiempo. No podía terminar así, no podía ser esto todo ¿pero que podía hacer? Nada.

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