Está en la página 1de 2

OPINIÓN 

| 2013/10/11 00:00

¿Por qué los colombianos leen tan poco?


Por JOAQUÍN ROBLES ZABALA*

Según un estudio realizado por Colciencias, los estudiantes universitarios colombianos no leen
bien, escriben mal y comprenden, por supuesto, escasamente lo que leen.

Para un país que sueña con alcanzar la paz, resulta sumamente grave que los espacios que
pierden las bibliotecas los estén ganando las cantinas. Mientras que los índices en la venta de libros
disminuyen en todo el territorio nacional y las visitas a las librerías vienen sufriendo fracturas, las
embotelladoras de bebidas alcohólicas han duplicado en los últimos años la venta de sus productos.
Según una nota del 4 de septiembre del 2012 publicada en Portafolio, “Bavaria reportó […] durante la
reunión de accionistas, ventas netas consolidadas en el primer semestre del año por 2,25 billones de
pesos, con un aumento de 8,4 % respecto a igual periodo del 2011, cuando totalizaron 2,07 billones de
pesos”.
Pocos meses antes de que Bavaria diera su parte de victoria, el Centro Regional para el Fomento
del Libro en América Latina y el Caribe divulgó un informe nada alentador para los escritores del país
ni mucho menos para el negocio editorial: el 67 % de los colombianos no lee y dos de cada 10 compran
1.6 libros por año a pesar de que la Cámara Colombiana del Libro invierte alrededor de 2.500 millones
de pesos para promover e incentivar la lectura, según lo expresado por su presidente Enrique González
Villa. No obstante, para el Ministerio de Cultura la cifra para el presente año es alentadora, pues
pasamos de consumir 1.6 libros al año a 1.9.
Las razones por las cuáles en Colombia no existe el hábito por la lectura, como si se viene dando
en países de la región como Brasil, Argentina y, en menor proporción pero con tendencias a la alza,
como Chile y Ecuador, son múltiples y variadas. Algunos estudiosos del tema le atribuyen el fenómeno
al elevado costo de los libros, que en los últimos años se ha disparado ostensiblemente y el salario del
colombiano promedio no alcanza siquiera para satisfacer las necesidades que representa la canasta
básica familiar.
La apuesta por el avance de las nuevas forma de comunicación ha sido para algunos el palito en
la rueda de esta lucha. La masificación del computador, como lo asegura el novelista Óscar Collazos en
uno de sus artículos de opinión, en vez de solucionar el problema “fue la circunstancia tecnológica que
lo agravó”, pues la puesta en escena de programas que corrigen los errores ortográficos ha llevado a los
estudiantes de hoy a tirar por la ventana la normatividad que regula la escritura. De ahí que no tengan
idea de dónde empieza ni dónde termina una oración, dónde va el punto ni mucho menos la coma o, en
el peor de los casos, cuáles palabras se les marca la tilde y cuáles no.
El internet, sin duda, le dio sus puntadas al problema. Y Wikipedia, al igual muchas otras
enciclopedias virtuales y numerosos portales, contribuyeron a crear nuevas aristas de un mal que ha
cobrado muchas víctimas y que hoy se  ha constituido en una peste que las universidades del país
intentan contrarrestar con cursos regulares de formación escritural. 
Si es cierto que tanto la lectura como la escritura son dos procesos diferentes, también es cierto
que ambos conforman ese río que desembocará en la creación de textos, tanto académicos como
literarios. Pero a la falta de herramientas conceptuales y teóricas que les permitan a los estudiantes
enfrentar sin temor la hoja en blanco, su instinto de supervivencia, producto de las malas prácticas
académicas y la viveza indígena, los ha llevado a cruzar la línea de la ética sin importarles violar los

1
derechos de autor y entrar en el deshonesto y peligroso terreno del plagio, dándole vida a la popular
corriente del ‘copia y pega’.
Para algunos profesores de la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá, el principal problema que
enfrentan los estudiantes que ingresan a las aulas universitarias es la carencia de las competencias
lingüísticas necesarias para comprender un texto académico y reproducirlo, tanto en su aspecto oral
como escritural. Para otros, las razones del por qué esto se presenta radica en la baja formación y la
poca importancia que se le da al problema en la secundaria, pues los docentes  en general terminan
dándole más importancia a lo que se dice y no al cómo se dice.
Para los menos optimistas, el problema es sumamente grave en todos los aspectos de la
educación superior del país, ya que, como se desprende de un informe publicado por el diario El
Tiempo, resultado de un estudio realizado por Colciencias y las universidades Javeriana y del Valle, los
estudiantes universitarios colombianos no leen bien, escriben  mal y comprenden, por supuesto,
escasamente lo que leen. Por otro lado, los artículos científicos y periodísticos, los informes de
investigación y los textos de literatura no hacen parte de ese abanico de prioridades que deben
cristalizar las bases de su formación académica como futuros profesionales. La conclusión es
aterradora: el 82 % de nuestros estudiantes universitario sólo tienen como lecturas prioritarias los
apuntes de clase. Es decir, aquellos que consignan en sus libretas de las distintas asignaturas que
reciben.
Particularmente, creo que el problema que presenta la educación colombiana en este aspecto es
mucho más complejo y profundo de lo que a simple vista parece. No olvidemos que Colombia es un
país con una extensa tradición oral, que a lo largo de estos dos últimos siglos fue la base de nuestro
aprendizaje, que nuestra cultura no tiene sus puntales en la letra impresa sino en la palabra articulada, y
que sólo hasta ahora empezamos a salir de ese letargo de analfabetismo que nos ha tenido amarrados a
la tradición de nuestros ancestros. De ahí quizá la afirmación de Jorge Orlando Melo en su artículo
publicado en la revista El Malpensante donde afirma que “el 90 % de los colombianos siguen siendo
funcionalmente analfabetas”.
Lo anterior se da porque “mientras [que] en Europa una gran parte de la población se había
acostumbrado a usar el libro para educarse, informarse o divertirse, y al llegar los medios audiovisuales
pudo conservar buena parte de sus hábitos de lectura, en Colombia la gente se acostumbró a informarse
y divertirse mediante el radio o el televisor, sin que se desarrollaran la infraestructura cultural y los
hábitos de uso del tiempo libre ligados al libro”.
Las reacciones que se produjeron en los medios de comunicación y en las redes sociales por la
renuncia en el 2011 del profesor Camilo Jiménez de su cátedra de periodismo en la Javeriana,
supuestamente porque sus estudiantes no pudieron redactar con eficacia un resumen, abrió un profundo
debate sobre la enseñanza en Colombia y dejó claro que las ciencias humanas siguen siendo el patito
feo del proceso educativo. Quizá eso explique lo que Jorge Orlando Melo califica, en otras palabras, de
alfabetización a medias de nuestros educandos y nos dé una respuesta del por qué en el pénsum
académico dejó de ser importante conocer la historia del país.
*Docente universitario.

Texto tomado de: http://www.semana.com/opinion/articulo/los-colombianos-leen-poco-opinion-


joaquin-robles/360609-3

También podría gustarte