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Lección 5:

Tentación y pecado

Lección 5: Tentación y pecado

1. Oración Inicial
En profundo recogimiento, dirígete a Nuestra Señora la Virgen María y pídele que te ayude a
continuar en este camino espiritual con firmeza y alegría:

Acepta, querida Madre y Reina mía, toda mi persona y cuanto con la gracia de tu querido Hijo
he podido hacer de bueno. Yo mismo no soy capaz de conservarlo dada mi debilidad e
inconstancia, ¡y la forma en que me combaten continuamente mis enemigos espirituales!

Veo todos los días caer por tierra los cedros del Líbano, y convertirse en aves nocturnas las
águilas que volaban en torno al sol. Mil justos caen a mi izquierda; diez mil a mi derecha… (Sal.
91, 7). Más yo confío en ti mi poderosa y más que poderosa Madre:

Tenme que no caiga; conserva mis bienes, que no me saqueen; protege en mí la vida divina.
¡Defiende a quien a ti se ha consagrado! Yo te conozco bien y en ti confío: eres la Virgen fiel a
Dios y a los hombres, que no dejas perder nada de cuanto a ti se confía; eres la Virgen
Poderosa: nadie podrá hacerte daño ni perjudicar tampoco a los que tú amas.

Amén.

2. Texto Bíblico
Gn 3, 1-13

La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo
a la mujer: «¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?».
Respondió la mujer a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto
del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de
muerte». Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien
que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y
del mal».
Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr
sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se
les abrieron a ambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de
higuera se hicieron unos ceñidores. Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba
por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por
entre los árboles del jardín. Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» Este contestó:
«Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.» El replicó:
«¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí
comer?» Dijo el hombre: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.» Dijo, pues,
Yahveh Dios a la mujer: «¿Por qué lo has hecho?» Y contestó la mujer: «La serpiente me sedujo, y
comí.»

3. Contenido para meditar


Santo del Día: San Pablo

Como consecuencia del pecado original, el ser humano rompe su relación de amor con Dios, con el
prójimo, con la naturaleza y consigo mismo. Esto trae como consecuencia la privación de la santidad
y de la justicia originales. Al perder el pleno dominio sobre sí, experimenta una profunda inclinación
al mal y al pecado. Sin embargo, esto no significa que la naturaleza humana esté totalmente
corrompida, bien lo enseña el Catecismo:

“…está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al


imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada
"concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y
devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada
al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual”. (Catecismo 405).

El pecado se constituye entonces en una ofensa a Dios, un acto de desobediencia y de falta de


confianza en su bondad. No obstante, como parte del combate espiritual, estamos llamados a resistir
a la tentación, confiando en que recibiremos las fuerzas necesarias de Dios para salir victoriosos y
glorificarle. Precisamente, para poder vencer la tentación, es necesario cultivar un espíritu vigilante
y orante, que permita resistir con fuerza y decisión (cfr. Mt 26,41); además, huir de las ocasiones de
pecado y de toda ociosidad.

Como consagrado a Jesús por María, has decidido renunciar a todo pecado para vivir plenamente en
gracia de Dios. Sin embargo, es posible que en el camino hayas experimentado tentaciones y hayas
sucumbido a algunas de ellas. No te desanimes, Dios te perdona y te regala gracia y paz para
levantarte y continuar con más vigor que antes. Aún así, no debes bajar la guardia ni un solo
momento.

Piensa si en ocasiones te has dejado llevar por el relajamiento espiritual, dando libertad a cometer
pecados veniales porque no son “graves”.
- ¿Hay algún pecado mortal que aún cometo con mucha frecuencia? ¿He pedido ayuda para
salir de él?
- ¿Aún tengo afecto a algún pecado? ¿He puesto los medios para renunciar a él?
- ¿He logrado identificar mi pecado dominante, para trabajar en la virtud contraria?

San Pablo nos comparte su experiencia en la lucha contra el pecado, cuando exclama “no hago el bien
que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Rm 7,19). Sin embargo, la gracia de Dios le liberó de
esta contradicción que le llevaba a la muerte. Su confianza en Dios le llevó a sentirse fuerte en la
debilidad.

Medita por un momento en el gran amor que has recibido del Señor cada vez que te has acercado al
Sacramento de la Confesión y has salido renovado y con ansias de Cielo. Alaba y agradece a Dios por
su misericordia, puesto que, a pesar de nuestra flaqueza, se manifiesta como un Padre providente.

Toma la firme resolución de morir antes que pecar, como lo hicieron muchos santos.

4. Oración final
Quédate en silencio y entrega al Señor toda tu vida, tu fragilidad, tu sencillez. Entrégale incluso tus
defectos, tus imperfecciones, tus pecados. Pídele perdón por tus extravíos. Recibe su consuelo y
experimenta su Amor que te envuelve y te acompaña.

Exulta de gozo con la Virgen María y proclama la grandeza del Señor rezando el Magnificat.

5. Práctica
Rezaré pausadamente el Salmo 51 (50) Miserere, pidiéndole al Señor la contrición de corazón y gracia
para tener la firme resolución de nunca más ofenderle con el pecado.

“Hay más virtudes en Ti, Virgen María,


que estrellas en el Cielo”

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