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Curso CISE - PUCP 2020 Estrategias para Desarrollar la Competencia Lectora Inferencial y Crítica

Hoja de trabajo 6
Texto 1
Había una vez un joven que vivía solo en una casita al lado del bosque. De regreso a casa durante un día de invierno
bastante nevoso, oyó un ruido extraño. Y se encaminó hacia el campo lejano de donde venía el sonido, y allí descubrió
una grulla tumbada sobre la nieve llorando de dolor. Tenía una flecha hincada en la ala, pero el joven, muy cariñoso,
se la quitó con mucho cuidado. El pájaro, ya libre, voló hacia el cielo y desapareció.
Texto 2
Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me correspon-
de.” Y él les repar ó la herencia. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde
malgastó su herencia viviendo como un liber no. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel
país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a
sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se
las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre enen pan en abundancia, mientras que yo
aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante . Ya no merez-
co ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.” Y, levantándose, par dos hacia su padre «Estando
él todavía cerca, vio a su padre y, conmovido corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente a la gente. El hijo le
dijo “Padre, pequé contra ; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.” Pero el padre dijo a sus siervos: “Traed aprisa el
mejor ves do y ves dle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo,
y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha
sido hallado”. Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la
música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: “Ha vuelto tu hermano
y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.” Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre,
y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: “Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya,
pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha
devorado tu herencia con pros tutas, has matado para él el novillo cebado!”
Pero él le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse,
porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.”
Texto 3
Mar n, es ahora la personita más triste de toda la galaxia, salió a comprar el pan a las seis de la mañana
como todos los días junto a Malabar, su perro. Para llegar a la panadería, cruza dos parques y se encuentra
con igual número de amigos; a uno de ellos siempre lo ve regando las plantas de la entrada de su casa. Casi
nunca se saludan.
Hoy Mar n lleva a Malabar atado con una pequeña correa. Se topa con un muchacho y el perro gruñe.
Luego, juntos, doblan una esquina, entran a la enda y no demora en pedir lo usual: cinco panes franceses
y cien gramos de jamón. La vendedora anota sin prestar la mayor atención y, en ese momento, Mar n se da
cuenta de lo que le han hecho, y empieza a llorar. Al menos debe pasar una hora para que deje de hacerlo
y, cuando esto ocurre, ya no es más la hora del desayuno.
Mar n se marcha, sin pan ni jamón.
Adaptado de Villar C., Alberto en http://enficcion.blogspot.com/2006/03/diez- narraciones-cortas
Texto 4
Eran grandes pulpos marrones y blancos. Estaban cortados de una estocada, pero seguian moviendo los
tentáculos.
- Ojalá se pudieran par r todas las cosas enteras -dijo mi o, acostado boca abajo en una roca, acariciando
aquellas convulsas mitades de pulpo-, así cada uno podría salir de su obtusa e ignorante integridad. Esta-
ba entero y todas las cosas eran para mi naturales y confusas, estúpidas como el aire; creia verlo todo y
no veía mas que la corterza. Si alguna vez te conviertes en la mitad de mismo, muchacho, y te lo deseo,
comprenderás cosas que escapan a la normal inteligencia de los cerebros enteros. Habrás perdido la mitad
de y del mundo, pero la mitad que queda será mil veces más profunda y valiosa. Y también tú querras
que todo esté demediado y desgarrado a tu imagen, porque belleza y sabiduría y jus cia existen solo en
lo hecho pedazos.
No volví a la orilla hasta que se hubo alejado con sus pulpos. Pero el eco de sus palabras seguian turbán-
dome y no encontraba remedio para su furia demediadora. Todos estábamos bajo el signo del hombre
demediado, era él el amo al que servíamos y del que no conseguíamos librarnos. Italo Calvino “El vizconde demediado”.

11 Mg. Wilfredo Gonzales Flores PUCP


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Texto 5
Cuando fray Bartolomé Arrazola se sin ó perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guate-
mala lo había apresado, implacable y defini va. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la
muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, par cularmen-
te en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle
que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante
un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su des no,
de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas na vas. Intentó algo. Dijo algunas pala-
bras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento
de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más ín mo, valerse de
aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un peque-
ño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sa-
crificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión
de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos
de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles. Augusto Monterroso
“El eclipse”

Texto 16 El Aleph
“En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como
el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis
ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. [...] Vi el populoso mar, vi el alba
y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi
un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi
todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspa o de la calle Soler las mismas baldosas
que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de me-
tal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a
una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el al vo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de
erra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera
versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un empo cada letra de cada página [...]vi la noche
y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala,
vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo mul-
plicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada
osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate
de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi
gres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la erra, vi un astrolabio
persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que
Beatriz había dirigido a Carlos Argen no, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de
lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del
amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la erra, vi mi cara y
mis vísceras, vi tu cara, y sen vér go y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural,
cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.
Sen infinita veneración, infinita lás ma. Borges, El Aleph

12 Mg. Wilfredo Gonzales Flores PUCP

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