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NEOCONSTITUCIONALISMO Y SOCIEDAD
El género en el derecho.
Ensayos críticos
Elisabeth Badinter
Sumario
I. ¿Qué es el hombre? II. Cuando el hombre era el Hombre. III. Las ante-
riores crisis de la masculinidad. 3.1. La crisis de la masculinidad durante los
siglos XVII y XVIII. 3.2. La crisis de la masculinidad entre los siglos XIX y
XX. IV. La polémica actual. 4.1. ¿Está el hombre sobredeterminado o inde-
terminado? 4.2. Los diferencialistas o el eterno masculino. 4.3. Los consuc-
tívistas o la masculinidad resquebrajada.
I. ¿Qué es el hombre?
Elisabeth Badinter, "El enigma masculino, la gran X", en 'Ut ¿denudad masculina, Grupo Editorial
Norma, Colombia, 1993, pp. 15-56.
1 Errark Libro V, La Pléiade, Gallimard, 1969, pág. 697. Trad. case. Emilio o de ta educación, Madrid,
1990.
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2 David D. Gil:note, M'animo,/ tu the Marking Cultural Concepts o/ Mast u/intty, Yak University Press,
1990, pág. 2.
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se quejan hoy en día de la falta de feminidad de las mujeres, pero es raro que
éstas duden de su identidad. Los hombres, en cambio, crean distinciones
entre ellos agregando la etiqueta de calidad "verdadero" y se interrogan se-
cretamente para saber si merecen esa calificación.
Palabras como deberes, demostraciones o pruebas muestran que para llegar
a ser hombre es necesario emprender toda una tarea. La virilidad no es algo
que se les haya dado, deben construirla, "fabricarla". El hombre es, pues, una
especie de artefacto, y como tal puede resultar defectuoso. Defectos de fábrica,
fallas en la maquinaria viril, dicho en otras palabras, el hombre puede llegar
a ser un fracaso. Se trata de una empresa tan arriesgada, que los que logran al-
canzar el éxito merecen reconocimiento. Como dice Pierre Bourdieu: "Para
alabar a un hombre, basta con decir de él que 'es un hombre'"3. Esta es la fór-
mula de la illusio viril. Y subraya el esfuerzo patético que se requiere para estar
a la altura de esa idea de hombre y el dolor que produce no lograrlo.
A este drama se añade un nuevo sufrimiento. Hoy en día han desapare-
cido los puntos de referencia y el hombre de fines del siglo XX ya no sabe
cómo definirse. A la pregunta de "qué es el hombre?", Günter Grass res-
ponde: "Un lugar de enojoso sufrimiento ... un juguete del destino ... un te-
atro de angustia y desesperanza''. Estas palabras fueron escritas justamente
en los años 70, época en que los hombres empiezan a preguntarse por su
identidad, Siguiendo el ejemplo de las feministas que protestan contra los
roles tradicionales que les han sido asignados, los hombres expresan su deseo
de liberarse de las obligaciones de la illusio viril. En los Estados Unidos, los
teóricos de las ciencias humanas discuten sobre el ideal masculino, conside-
rado como fuente de alienación y causa de desavenencia con las mujeres. En
esos años 70 que vieron aparecer los primeros trabajos científicos sobre la
masculinidad5 , predomina el tono de pasión que acompaña a toda denuncia.
Una especie de furor impulsa a cuestionar la norma y a mostrar las contra-
3 P. Bourdieu, "La domination masculine', Artes de Li racherrhe en sciences sociales, N" 84, septiembre
de 1990, pág, 21.
4 Günter Grass, El rodaballo., 1977, Alfaguara, 1980, pág. 250.
5 Con excepción del libro de Mate Geigen-Easteau, Le robot mole. publicado en 1974 en los Estados
Unidos y en 1974 en Francia por Denoel-Gontier, los demás no tuvieron el honor de una traduc-
ción. Se trata de Warren Farrell, The Ltberated Man (1975), J. Pleck y J. Sawyer, Men and Masco-
linity (1974) y D. David y R. Brannon, The Forty-vine. Eerretti Majority (1976).
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6 Lynne Sega], Moto Motion. Changing .Maseuliniti s, Changing Men, Virago Press, Gran Bretaña,
1990, y Rutgers Universiry Press, pág. LX.
7 Catherine Stimpson, prefacio de Harry Brod (ed ), The Making of Masculinities. The New Men's
Studies, Boston, Unwin Hyman Inc., 1987, pág. Xl.
8 Sea el momento de rendir homenaje al trabajo precursor de Emmanuel Reynaud, La Sainte virikré,
ed. Syros, 1981.
9 Phillipe Djian, Lent dehors, Bernard Barrault, 1991, págs. 44, 63.
10 Gilles Lipovetsky, L'Ere a'u vide, Gallimard, 1983, pág. 80.
11 E. Badinrer, L'Un est l'asare: des relattons entre hommes etfentmes, O. Jacob, 1986, 3a parte, la seme-
janza entre los sexos. Trad. Cast. El uno es el otro, Barcelona. 1987.
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virulencia que en otras partes, lo que no impide que tanto hombres como
mujeres se hayan visto afectados.
Las lenguas francesa y española —hoy como ayer— utilizan la misma palabra
para designar al macho y al ser humano. En caso de confusión es sólo cues-
tión de aclarar si se escribe con mayúscula o con minúscula. Con ello, el
francés no hace más que confirmar la tendencia que viene desde la Antigüe-
dad griega a asimilar ambos significados. El hombre (vir) se asume como
universal (horno). Se considera como el representante más logrado de la hu-
manidad, como el criterio que sirve de punto referencia. Dos enfoques apa-
rentemente diferentes sobre el dualismo de los sexos dividen el pensamiento
occidental"; el que privilegia el modelo de la semejanza y el que cree en una
oposición. En ambos casos se establece la superioridad del hombre y se jus-
tifica su dominación sobre la mujer.
Según Thomas Laqueur, hasta principios del siglo XVIII el pensamiento
estuvo dominado por el one sex model o modelo unisexo. Éste reaparece luego,
de tanto en tanto, concretamente en Freud, pero el que se impone durante
los siglos XIX y XX, es decir, hasta ayer, es el modelo que opone a los sexos.
¿Qué significa one sex model? ¿Contradice esta teoría el dualismo de los
sexos? Durante mucho tiempo fue común la idea de que las mujeres tenían los
mismos órganos genitales que los hombres, con la única diferencia de que los
de ellas estaban al interior del cuerpo y no al exterior'5. En pleno siglo XVIII
escribe Diderot: "La mujer tiene las mismas partes que el hombre, la única di-
ferencia que hay es una bolsa que cuelga hacia afuera o una bolsa vuelta hacia
14 Este pasaje se inspira en la brillante obra del norteamericano nomas Laqueur, Making Sex, Body
and Gender from the Greeks to Freid, Harvard University Press, 1990,
15 Quien mejor desarrolló la identidad estructural de los órganos de reproducción masculinos y feme-
ninos fue Galien. Sostuvo la tesis según la cuales las mujeres eran esencialmente hombres a los que
les faltaba el calor vital, marca de la perfección. Esa falta de calor era la causa de que se retuviera en
el interior lo que en el hombre está al exterior. Desde esta óptica, la vagina es considerada como un
pene interno, el útero como el escroto, los ovarios como los testículos. Para apoyar sus teorías, Galien
se basaba en las disecciones del anatomista alejandrino Herffillo en el siglo III antes de Cristo.
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adentro"' 6. Durante casi dos milenios el lenguaje acogió este punto de vista.
El ovario, que desde principios del siglo XIX sería considerado corno la meto-
nimia de la mujer, sólo tuvo nombre propio desde finales del siglo XVII".
Como dice Thomas Laqueur, antes del Siglo de las Luces el sexo o el
cuerpo eran considerados como epifenómenos, mientras que el género, que
hoy vemos como una categoría cultural, era el hecho básico y primordial.
Ser hombre o mujer hacía referencia a un rango, a un lugar en la sociedad,
a una función cultural, y no a un ser biológicamente opuesto al orro. Este
modelo de unicidad sexual trajo consigo un dualismo cualitativo en el que
el hombre ocupaba el polo luminoso. Pero aunque las diferencias entre los
sexos fueran de grado y no de naturaleza seguía existiendo una jerarquía. La
mujer se medía con respecto a la perfección masculina, y puesto que era con-
traria al hombre, era menos perfecta.
A fines del siglo XVIII, pensadores con nuevos horizontes insisten en la
diferencia radical de los sexos, basados en los últimos descubrimientos bioló-
gicos. De la diferencia de grado se pasa a la diferencia de naturaleza. En 1803
Jacques-Louis Moreau rebate airado las teorías de Galien: los sexos no sólo son
diferentes sino que lo son en todos los aspectos del cuerpo y del alma, y por lo
tanto, física y moralmente18 . Es el triunfo del dimorfismo radical. A diferencia
del modelo precedente, esta vez es el cuerpo el que aparece como real y sus sig-
nificaciones culturales como epifenómenos. La biología se convierte en el fun-
damento epistemológico de las prescripciones sociales. El útero y los ovarios,
que definen a la mujer, consagran su función maternal y la convierten en una
criatura totalmente opuesta a su compañero'''. La heterogeneidad de los sexos
impone destinos y derechos diferentes. Los hombres y las mujeres se mueven
16 Diderot, Le réve de d'Aiembert, 1769, en (Euvres philosophiques, ed. de P Verniere, Garnier, 1967,
pág. 328.
17 Herófilo llama a los ovarios dydurnos, los gemelos, nombre atribuido igualmente a los testículos.
Tampoco existe ningún nombre técnico en latín, griego o en las lenguas europeas antes de 1668,
para designar la vagina.
18 En su Histoire natundle de la fiánme, Jacques-Louis Moreau (1771-1826) describe la relación entre
el hombre y la mujer como "una. serie de oposiciones y de contrastes", 1h. Laqueur, op. cit., pág. 5.
19 En 1889, el biólogo Parrick Gcddes cree encontrar la prueba definitiva de ello por la observación
al microscopio de células femeninas y masculinas. Las primeras son "más pasivas, conservadoras,
apáticas y estables" mientras que las del hombre son "más activas, enérgicas, impacientes, apasionadas
y variables", idem, pág. 6.
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20 Annelise Mangue, rbientilé mascuhne en croe au ungrnane du siéde, Rivages-Historie, 1987, pág. 7.
21 Harry Brod (ed), The Making of Masculinities, the New Men's Studies, Bostan, Unwin Hyman, 1987,
pág. 2.
22 Michael S. Kimmel y Michael A. Messner (eds.), Men's Lives, Macmillan, Nueva York 1989, pág. 3-
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que el hecho de ser ambas mujeres las volvía solidarias y que la diferencia de
color pasaba a un segundo plano. Pero la otra no estaba de acuerdo.
<`-¿Qué ve cuando se mira al espejo por la mañana?
-Veo a una mujer —respondió la mujer blanca.
-Precisamente ese es el problema —replicó la negra.
Yo veo a una negra. Para mí la raza se manifiesta a diario porque es la
causa de mi inferioridad social. Para usted, en cambio, es invisible. Esa es la
razón por la cual nuestra alianza me parecerá siempre un poco artificial"23.
En ese momento Kimmel se dio cuenta de que cuando se miraba al es-
pejo por la mañana veía a "un ser humano: universalmente generalizable. A
la persona genérica." Lo que estaba oculto —a saber, que tenía un género y
una raza— lo sorprendió de repente al hacerse visible. Y es que, como dice
Kimmel, no vemos nuestros privilegios.
Hoy en día ya casi nadie ve al Hombre en el hombre. El macho es tan sólo
una parte de la humanidad y la masculinidad un concepto relativo, puesto que
sólo se define con respecto a la feminidad. Los anglo-americanos insisten en
que no existe una virilidad'" en sí: "Masculinidad y feminidad son construc-
ciones relativas... Aunque el "macho" y la "hembra"25 tengan características
universales, la construcción social de la masculinidad o de la feminidad sólo
tiene sentido con referencia al otro"26. Lejos de poder ser considerada como
un absoluto, la masculinidad, cualidad del hombre, es a la vez relativa y reactiva.
En cuanto cambia la feminidad --lo que sucede cuando las mujeres deciden re-
definir su identidad— se desestabiliza la masculinidad.
La historia de las sociedades patriarcales muestra que los grandes cuestio-
namientos han sido siempre suscitados por las mujeres. Lo cual es lógico, si se
piensa que los hombres siempre han sido privilegiados en este tipo de sociedades.
Pero las grandes crisis de la masculinidad no se han dado sólo por cuestiones de
23 Ibídem
24 Si la palabra "virilidad" significa en primer lugar el conjunto de atributos y características físicas y
sexuales del hombre, se la usa igualmente en el sentido más general de «propio del hombre' y sinó-
nimo de masculinidad. La palabra inglesa, en cambio, se atiene al primer significado; las feministas
americanas detectan un cierto sentido machista en el significante virility y se abstienen de utilizarlo.
25 Traducción del inglés "mate" y "female' que remiten alas características físicas y biológicas del hom-
bre y la mujer.
26 Michael S. Kimmel (ed.), Changing Men. New Directions in Researrh un Men and Masculinity, Sage
Publications, 1987, pág. 12.
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Aquéllas de las que aún tenemos noticia tienen rasgos comunes. Se originan
en países de civilización refinada, en los que las mujeres gozan de una mayor
libertad. Estas crisis que expresan una necesidad de cambio de los valores
dominantes, por lo general, vienen después de transformaciones ideológicas,
económicas o sociales y repercuten en la organización de la familia o del
trabajo, cuando no de ambas. Pero lo que distingue a las dos crisis anteriores
de la actual es el carácter socialmente limitado de aquéllas. En los siglos
XVII y XVIII sólo afectaron a las clases dominantes, a la aristocracia y a la
burguesía urbana. A fines del siglo XIX, el malestar masculino fue mucho
más extendido y profundo, y tuvo sucesivas repercusiones en las dos grandes
guerras mundiales.
Las Preciosas francesas fueron las primeras en cuestionar el papel de los hom-
bres y la identidad masculina, y la reacción de la sociedad de su tiempo fue
tan violenta como la angustia que provocaron con sus reivindicaciones "de-
menciales". La prédosité francesa alcanzó su apogeo entre 1650 y 1660. Sur-
gió como reacción a la brutalidad de los hombres de la corte de Enrique IV
y de la Fronda (1648-1652), y fue la primera expresión del feminismo tanto
en Francia como en Inglaterra. Coincidencialmente, ambos países eran con-
siderados como los más liberales de Europa con respecto a las mujeres. Al
contrario de lo que sucedía con sus hermanas mediterráneas, las francesas y
las inglesas podían moverse libremente y tener comercio con el mundo. Si
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28 Desde el momento en que pretende acceder a un cierto estatus social, la mujer francesa contrata
auna nodriza para que se ocupe de su hijo y ella dispone de su tiempo a voluntad. Elizabeth Badinter,
LAmorsr en plus.. histoire de l'arnour in-atente' rluX1,71e an Xxe Flammarion, 1980, cfr. la primera
parte: El amor ausente. Trad. casi. ¿Existe el mstinto maternal? Barcelona, 1991.
29 G. Mongrédien, Les Prérieux es les prérieuses, Mercure de France, 1939, págs. 149-150, sobre la dia-
triba contra el matrimonio: marido, hijos y familia política, son relegados sin piedad a la categoría
de desgracias de la mujer.
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30 Sylvía's Complaint, 1688, citado por M. Kimanel, Tbe Contemporary "Crisis» of Masculinity en Harry
Brod, op. cit, pág. 132.
31 Ibídem, pág. 133.
32 "Ladies this was ili iuck, but you
have much rhe worser of the rwo;
The world is changed I know nor how,
For men kiss men, not Wommen now;»
Ibídem, pág. 135.
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Esta crisis se sintió tanto en Europa como en los Estados Unidos de América.
Con las nuevas condiciones impuestas por la industrialización y la democra-
cia, muchos países enfrentaron conmociones económicas y sociales similares.
La vida de los hombres cambió, las reivindicaciones feministas se hicieron
sentir de nuevo, y con ellas reapareció la ansiedad masculina. Esa ansiedad
tomó formas diferentes en Francia, Austria o los Estados Unidos, según la
historia y cultura de cada país.
Annelise Maugue fue la primera en interesarse por la crisis de identidad
que hace un siglo conmovió a los ciudadanos franceses39. En el lapso de unas
cuantas generaciones, 1871-1914, aparece un nuevo tipo de mujer que ame-
naza con destruir las fronteras sexuales, Gracias a la ideología republicana, la
educación de las mujeres es ya un hecho. La universidad les ha abierto un es-
pacio y ahora pueden ser profesoras, doctoras, abogadas o periodistas. Están,
por lo tanto, en condiciones de reclamar la totalidad de sus derechos ciuda-
danos, quieren ganarse la vida por fuera del hogar, y proclaman: 'A igual tra-
bajo, igual salario." La mayoría de los hombres reacciona en forma hostil ante
este movimiento. Y no solamente los que pertenecen a la corriente católica
tradicional, o al movimiento obrero que le temen la competencia de mano
de obra femenina, sino también republicanos tan convencidos como Anatole
France o Emile Zola: todos ellos "tienen la sensación de asistir, más que a una
simple evolución, a una verdadera mutación."36 Desde lo más alto de la escala
social hasta los más bajos peldaños, todos se sienten amenazados en su iden-
tidad por esa nueva criatura que pretende actuar como ellos y ser como ellos,
al punto de preguntarse si no acaban siendo obligados "a encargarse de las la-
bores femeninas, o lo que es aún peor, ¡a convertirse en mujeres!"
La angustia de los hombres ante la igualdad de los sexos no tiene equivalente
en las mujeres. Ellos la sienten como "la trampa mortal"37 que amenaza con
destruir su especificidad y, como dice Annelise lvlaugue, tienen miedo. Barbey
35 Annalise Mauge, Eldentité rnasculine en crin au tournant siéde, Rivages-Historie, 1987. Y "I:Eve
er le viel Adarn, identirés sexualles en crise" en Hinoire des férnmes, bajo la dirección de
Georges Duby y /vlichelle Perror, el siglo XIX, romo 4, Plon, 1991, págs. 527 a 543.
36 Annlise Maugue, TEve novelle et le vieil Adata", op. cit., pág. 528.
37 A. Maugie, Lidentité masculine en erice au tourant du siéde, op. est, pág. 37.
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". El concepto de
es decir, a lo flojo, a lo confuso, a las "formas intermedias".
bisexualidad, introducido por Freud y retomado por Weininger, obliga a
unos y a otros a asumir su parte irreductible de feminidad, lo que perturba
a gran parte de la intelhgentsia masculina, que toma así conciencia del hecho
de que la virilidad es algo que no se puede adquirir nunca definitivamente.
Si uno de los ternas dominantes de la literatura alemana es el terror frente
a la mujer, con Weininger la misoginia llega al paroxismo. Y él sabe perfec-
tamente que ese elemento femenino que constituye una continua amenaza
para el ideal viril está alojado en su interior. Pero él no es el único que expresa
a gritos su aversión hacia la mujer y su malestar de identidad. El final del
siglo XIX, explica J. Le Rider, se caracteriza por un recrudecimiento de la
actitud difamatoria hacia el sexo femenino'''. Ya no sólo los filósofos'', sino
psicólogos, biólogos, historiadores y antropólogos, dan muestras de un vio-
lento antifeminismo. Uno tras otro se dedican a demostrar, con éxito, la in-
ferioridad ontológica de la mujer". La mujer, al igual que el negro y el
animal", se mueve por instintos primitivos: celos, vanidad, crueldad. Pero
como tiene un alma infantil, y la naturaleza la ha dotado del instinto materno
(que comparte con las demás hembras mamíferas), su única vocación verda-
dera es la maternidad. Por consiguiente, todas las mujeres que pretenden ser
emancipadas son malas madres: seres nerviosos de cuerpo degenerado...
49 j. Le Rider, L7nfrru, op. cit. Pág. 14. Por "formas intermedias" se entendía la homosexualidad, es
decir, el vicio, la decadencia o la enfermedad vergonzante.
50 Cfr. Le Cas Otto Weininger, op. cit., págs. 71 a 76.
51 Arthur Schopenhauer, El amor, las murieres, la muerte, Barcelona, 1978. Friedrich Nietzsche, en es-
pecial Más allá del bien y del mal, Alianza Editorial, Madrid, 1992.
52 El tratado Sur Pirnbécilerté physiologititte de la jemme del médico Paul Julius Moebius fue un verda-
dero best setter. Publicado en 1900, se reedito nueve veces entre 1900 y 1908 y tuvo el mismo éxito
de Sexo y carácter (1903). Trata, como lo indica el título, de su "imbecilidad" y por lo tanto de su
relativa irresponsabilidad legal, "Podemos definirla ubicándola a medio camino entre la tontería y
el comportamiento normal. Conviene abandonar la idea abstracta de "género humano" para hablar
de géneros humanos. Comparando con el del hombre, el comportamiento de la mujer parece pa-
tológico, como el de los negros si se lo compara con el de los europeos", escribe tvioebius, Citado
por J. Le Rider en Le Cas Otto Weininger, op, cit, pág.75.
53 En Francia, Dumas hijo comparaba a las mujeres con "Pieles Rojas de tez rosada, o con "negras de
manos blancas y regordetas". Aunque E. Vogt o Baudelaire la comparan con el judío, con quien
compara la adaptabilidad, la indiscreción y la hipocresía, es menos frecuente encontrar esa analogía
bato la pluma de un francés que bajo la de un austriaco o de un alemán.
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En Europa, por esa misma época, hasta los hogares más modestos cuentan con la ayuda de una em-
pleada, como testimonian por ejemplo, Les Rougon-Macquart (1871 -1893) de Ernile Zola.
66 En los Estados Unidos, ir al colegio significaba abandonar el techo paterno y entras al mundo mixto
en los estudios, los deportes y la vida social. En 1890 se calculaba que había 3000 niñas egresadas
de los colegios para un total de 13(100 muchachos. A principios del siglo XX, representaban el 40%
del grupo de los egresados y no estaban dispuestas a volver al hogar para hacer los mismos oficios
que sus madres. P FiLene calcula que entre 1880 y 1890 se dobló el número de mujeres trabajadoras.
Entre 1900 y 1910, esta cifra aumenta aún en un 50%. Filene, op, cit., pág. 26 y Michael S. Kimmel,
op. cit., pág. 144.
67 M. Kímmel, op. cit., pág. 144.
68 De 13000 niños de menos de cinco años por cada 1000 madres en 1800, se pasó a 700 niños en
1900, ídem, págs. 40 y 41.
69 El libro de Henry James Las bostoniartas (1886) ilustra ese miedo al afeminamiento
70 M. Kimmel, op. cit., pág. 146.
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a los jóvenes entre algodones y atacan a las madres que socavan la virilidad
de sus hijos, es decir, su vitalidad. Se vuelven decididos defensores de la di-
visión de los sexos y las ocupaciones. Deportes como el fútbol y el béisbol se
popularizan; probablemente porque, como anotaba un periodista en 1909:
"El campo de fútbol (deporte particularmente violento) es el único lugar en
el que no hay duda sobre la supremacía masculina."71 Con similar espíritu se
adopta la institución de boy-scouts que se propone "salvar a los jóvenes de la
podredumbre de la civilización urbana"72, y convertir a los niños en hombres
viriles. Teodoro Roosevelt, presidente de los Estados Unidos' entre 1901 y
1908, es considerado como un héroe porque encarna los valores viriles tra-
dicionales. Desde su posición, invita a los norteamericanos a recuperar el
gusto por el esfuerzo y el coraje, defiende la antigua distinción de los roles
sexuales e insiste en la sagrada misión maternal de las norteamericanas y, al
hacerlo, pone un bálsamo sobre las heridas masculinas. Pero aún no está re-
suelta la crisis psíquica de los hombres; en vísperas de la Primera Guerra
Mundial, todavía no han entendido en qué consiste la virilidad moderna.
Como una especie de sublimaciones fantásticas, empiezan a aparecer nuevos
héroes en la literatura. Resurge el Oeste salvaje y, con él, la figura emblemá-
tica del coui-boy, el hombre viril por excelencia: "Violento pero-honorable,
ese incansable luchador provisto de un revólver fálico, defiende a las mujeres
sin dejarse domesticar por ellas"". La clase media se abalanza literalmente
sobre estos nuevos libros, De la serie de Tarzán, publicada en 1912 por Edgar
Rice Burroughs, ¡se venden más de 36 millones de ejemplares! Pero a pesar
de todo, muchos no logran calmar su ansiedad, y una vez más es la entrada
de los Estados Unidos a la guerra, en 1917, la que les ofrece una salida, una
especie de "prueba de virilidad". Convencidos de que pelean por una causa
justa, los hombres logran por fin desatar su violencia contenida y probarse
de una vez por todas que son verdaderos machos74.
71 The índependent, citado por Joe. L. Dubbert, op. cit , pág. 308.
72 Filene, Peter G., op. cit., pág. 95. la institución de los hoy scouts fue creada en Inglaterra por el ge-
neral Roben Baden Badel-Powel en 1908.
73 ibídem, pág. 94. La primera novela de este tipo fue The Virginian (1902) de Owen blister. Tuvo un
éxito considerable. En menos de un año se publicaron 15 novelas del mismo género.
74 Basta leer la correspondencia del escritor John Dos Passos para convencerse de ello. Enviado a Fran-
cia durante la guerra, sus cartas vibran con una apasionada violencia. Le confiesa a su amigo Arthur
McComb que nunca había sido tan feliz como en pleno combate: "Constantemente siento que me
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Este término comprende a todos aquellos que piensan que la última ratio del
destino de los sexos y de sus mutuas relaciones está en su irreductible dife-
rencia. La biología sería entonces, en última instancia, la encargada de definir
hace falta la ebriedad excitante del gran bombardeo... llegado el momento me siento más vivo que:
nunca." Dicho de otra manera: me: siento como un verdadero hombre, Peter G. Faene, op. cit.,
pág. 101.
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75 E. O. Wiison, Sociobiologia, Barcelona 1980. Y Sobre la naturaleza humana, Madrid, 1983. Define
la sociobiología como 'el estudio sistemático de los fundamentos biológicos de todas las conductas
sociales".
76 Aparte de Desmond Morris que tuvo gran éxito con su Mono demudo, Lionel Tiger (Mee in groups)
1964 y E O. Wiison no lograron seducir a los teóricos de la nueva derecha.
77 jeffrey Weeks, Sexuality and itt Discirnieras, Routledge & Kegan, 1985, roed. 1989, pág. 114.
78 Ruth Bleier, Science and Gender A Critique of Biology and its Theory on Wornen, Pergatnon Press,
pág. 19.
79 Ibídem, pág. 20.
80 D. Barash, The Wisperings Whithin, Haper & Row, 1979. págs. 30-31. Los libros de D. Barash son
muy populares en los Estados Unidos, y también muy criticados.
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) y vegetal (¡iialude a la violación de las flores hembras por las flores ma-
chos!!!), proclama la inocencia del violador, y llega incluso a elogiarlo. Plantea
que los violadores no son más que instrumentos involuntarios de una pulsión
genética ciega. La violación es un deseo inconsciente de reproducción y por
lo tanto, biológicamente hablando, sería a la vez provechosa e inevitable.
Estas teorías causarían risa si no tuvieran todavía adeptos en los países
anglo-americanos. Pero dejemos que los sociobiólogos se sigan buscando
entre los insectos o en la edad de las cavernas, y veamos qué dicen las femi-
nistas diferencialistas, quienes también recurren al determinismo biológico
para definir a la mujer y al hombre. Aunque sus objetivos son radicalmente
opuestos, ambas corrientes de pensamiento comparten la creencia en una
esencia sexual inmutable. Si los primeros fundan en ella la eterna superiori-
dad masculina, las segundas sostienen, por el contrario, que a través de esta
diferencia radical se llega a la igualdad de los sexos.
El diferencialismo feminista nació a fines de los años setenta como conse-
cuencia de la decepción causada por el feminismo universalista, corriente que
dominó ampliamente con Simone de Beauvoir, quien preconizaba una política
de unixesualismo basada en la filosofía de la semejanza. A ese movimiento se le
reprochó no haber resuelto los problemas esenciales. Muchas mujeres, al darse
cuenta de que era poco lo que habían ganado con ese régimen, entre otras cosas
la doble jornada laboral, los trabajos menos remunerados y una presión sexual
masculina sin precedentes, llegaron a la conclusión de que habían errado el ca-
mino. Si la igualdad no es más que un engaño, pensaban, es precisamente porque
ni se reconocen ni se tienen en cuenta las diferencias. Para ser iguales a los hom-
bres, las mujeres han tenido que renegar de su esencia femenina y convertirse en
pálidas copias de sus maestros. Al perder su identidad sufren la peor de las alie-
naciones y le dan, sin saberlo, la victoria final al imperialismo masculino81 .
Las diferencialistas, llamadas también feministas maximalistas" o naciona-
listas", buscan nuevamente la esencia femenina en las diferencias corporales —y
81 En los Estados Unidos, las primeras en adoptar esta posición fueron las separatistas lesbianas. A
éstas las siguieron otras que se consideraban radicales. Luce Irigaray encarna esta corriente en Francia.
82 Expresión creada en 1980 por Catherine Stimpson para designar a las feministas que acentúan, las
diferencias sexuales, en una acritud contraria a la de las minimalistas.
83 Cfr. Ti-Grace Arkinson, "Le Nationalisme féminin" en Nauvelles questions femirsistes, N' 13, 1984,
págs. 5 a 35.
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84 Maryse Guerlais, "Vers une nouvelle idéologie do droit sratotaire: le. temps de la différence de Luce
Irigaray" en Nouvelles questions ftministes, Nos 16-17-18, 1991, pág. 71.
85 Le Temps de la différence, Le Livre de Poche, 1989, pág. 7 1.
86 A. Rich, Nacida mojen, Barcelona, 1978.
87 De la misma manera, L. Irigaray llama a las niñas a permanecer en el regazo de su madre y a reen-
contrarse con "las grandes parejas madre-hija de la mitología: Deméter-Koré, Clitemnestra-Ifigenia,
Yocasta-Antígona". Yendo aún más lejos, reclama la creación de un lenguaje y de un código civil
exclusivamente femeninus La estrategia de la no mixticidad de los sexos, llevada a sus últimas con-
secuencias, desemboca en la creación de un inundo de mujeres. Según ella, esta es la única manera
de contrarrestar "la cultura patriarcal fundada sobre el sacrificio, el crimen y la guerra" Cfr. Le
Temps de la dVférence, op. cit., págs. 23 y 27
88 A. Rich, "Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence", en Signs, 5, 1980, págs. 631-660.
Este artículo causó conmoción en los Estados Unidos.
89 Basándose en los trabajos de Nancy Chodorow o de Carol Gilligan, que tienden a demostrar la su-
perioridad "social" y moral de las mujeres, las feministas "maternalistas" declaran que la experiencia
maternal les confiere a las mujeres una capacidad moral capaz de contrarrestar al mundo individua-
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lista de macho liberal. Véase Nancy Chodorow, The Repruduction of Mothering, University of Cali-
fornia Press, 1978. En este libro la autora tiende a demostrar que la aptitud de las mujeres para co-
municarse y establecer relaciones con los demás es una cualidad humana más positivá que la necesidad
masculina de establecer distancias. Véase también Carol Gilligan, In a DOerent Votee, Har.
90 Mary C. Diez, "Fcminism an T neories of Citizcnship" en Gender, Polities and Power, Onway,
S. Bourque y J. W Scott eds., University of Michigan Press, 1987, pág. 11.
91 Linda Birke, op. cit., págs. 116 a 125.
92 Cfr. la revista Soreieres, especialmente el N' 20, 1980, "La naturaleza asesinada", en donde se rei-
vindica a la mujer/naturaleza. Se critica la noción de bisexualidad por considerar que se deshace de
lo femenino, pág. 15. Véase también la revista Le Sauvage, que se mueve en la misma dirección,
como muchos otros trabajos que celebran el cuerpo, la menstruación y el útero de la mujer. Se llegó
incluso a revalorar el trabajo doméstico, por considerarlo más pacífico y cercano a la naturaleza que
el trabajo de los hombres. Cfr. Annie Leclerc, Faroles de lemrnes, Grasset, 1976, pág. 114.
93 Cfr. A. Brown, Who Cates fir Animair?, Heinemann, Londres, 1974, págs. 1-35
94 Carol Manas, "The CEdipus Complex: Feminism and Vegetarianism" en The Lesbian Reader, G.
Covina y1.. Galana (eds.), Amazon Press, Oakland California, 1975, págs. 149- 1 50. vard Univer-
sity Press, 1982.
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95 Norma Benney. "AH of One Mesh: The Rights of Anitnals" en Caldecott & Leland, citado por Linda
Birke, op. co., pág. 121.
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96 M. Mead, L'Un et Pautre sexe, publicado en 1948. Las recientes críticas contra tino de sus libros
más famosos (Corning ofAge in Samoa,1928) no cuestionan la validez de sus últimos trabajos sobre
la diversidad de géneros, cfr. Derek Freeman, Margaret Mead and Samoa, the Making and Unmaking
°fan Amtropological Myth, Harvard University Press, 1983.
97 M. Mead, op. cit., págs. 67 y 70.
98 David A. Gilmore, Manhood in the Making. Cultural Concepts ofMasculictity, Yak University Press,
1990.
99 Las tribus de Nueva Guinea, por ejemplo Vease Maurice Godelier, La Proa'uction des grande hom-
mes, Fayard, 1982, trad. Cast. La production de grandes hombres, Barcelona, 1986. Este libro recoge
las observaciones realizadas entre 1967 y 1975 por el autor sobre los baruya; Gilbert H. Herdr,
ed., Rituals ofManbood Mole Initation in Papua New-Guinea. University of California Press (1982).
100 Sobre los tahitianos, véase Robert Levy, rahitians, Mirad and Experíente witis the Society Islands,
University of Chicago Press. 1973.
101 Los semai creen que la agresividad es la peor de las calamidades y la frustración del otro, el mal ab-
soluto. Por lo tanto no son - ni celosos, ni autoritarios, ni despreciativos. Cultivan cualidades no
competitivas, son más bien pasivos y tímidos y asumen una actitud discreta frente a los demás,
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más pacíficas del mundo? Son innumerables los interrogantes que se nos plan-
tean sobre la "naturaleza" y el origen de la masculinidad. ¿Quién es más viril,
Rambo, héroe de los jóvenes norteamericano, o el hombrecito semai? ¿Cuál es
más normal, más cercano a la naturaleza? ¿En cuál se nota más la presión del
amiente o de la educación? ¿Cuál se ha tenido que reprimir más?
Pero no hay necesidad de recorrer el mundo para comprobar la multi-
plicidad de los modelos masculinos. Nuestra sociedad nos da suficientes
ejemplos. La masculinidad no sólo varía según la época, sino también según
la clase sociall"2, la raza.'" y la edad"".
La célebre frase de Simone de Beauvoir puede aplicársele también al
hombre: No se nace hombre, se llega a ser. Los casos de Víctor de Aveyron
y de Gaspar Hauser, los niños salvajes del siglo XIX que crecieron lejos de
todo contacto humano, son una prueba a contrario. Aunque quienes los ob-
servaron poco se interesaban en los problemas de identidad sexual, éstos se
manifiestan claramente en sus relatos. Gaspar Hauser quiere ponerse vestidos
de mujer porque los encuentra más hermosos:
"Se le explica que debe convertirse en un hombre: él lo niega categóri-
camente"'°'. Víctor, a quien el doctor ltard describe como poseído por fuer-
tes pulsiones sexuales, no muestra preferencia por uno u otro sexo. Su deseo
es indiferenciado. Pero como dice el buen doctor en 1881, no hay que ex-
trañarse de que esto suceda 'en un ser a quien la educación no le ha enseñado
a distinguir entre un hombre y una rnujer"i".
Si la masculinidad es algo que se aprende y se construye, también puede
cambiar. En el siglo XVIII, un hombre digno de ese nombre podía llorar en
público y ruborizarse; a fines del XIX eso mismo podría llevarlo a perder la
dignidad masculina. Como es obvio, lo que se construye puede ser decons-
truido para ser reconstruido de nuevo. Pero a los más radicales de los "cons-
hombres o mujeres. Poco interesados en la diferencia entres les sexos, no ejercen ningún tipo de
presión sobre los niños para que se diferencien de las niñas y se conviertan en pequeños duros.
The Sernai. A Non Vio-
Cfr D. Gilmore, op dt. págs.209 a 219 Véase también Robert K. Dentan,
lent People ofMalayia, Nueva York, Holt, Rinehart and Wurston, 1979.
102 Anthony Astrachan, HQW Men Feel, Nueva York, Anchor Ptess/Doubleday,1986.
103 Robert Stapies, "Stereorypes of Biack IViale Sexualiry" en Mens's Lives, op. cit., pág. 4.
104 Véase Segunda Parte, capítulo 2.
105 Lucien Mahón, Les Enfttnts sauvaget, colección 10/18, 1964, págs. 81-82.
106 ibídem.
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