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Los secretos detrás del Superagente 86: la vida sin

prejuicios de la 99, el trágico final del Jefe y el actor


desconocido que fue clave
Don Adams, intérprete de Maxwell Smart, fue el gran responsable del éxito
que se convirtió en un clásico de la comedia. Pero el programa no hubiese
perdurado sin la intervención imprescindible de otros tres personajes

El "Supergante 86", la "99" y el "Jefe"

El Superagente 86 tuvo 138 capítulos divididos en cinco temporadas. Se


estrenó en 1965 pero deleitó a varias generaciones posteriores. La serie
creada por Mel Brooks y Buck Henry se convirtió en un clásico de la
comedia. Su protagonista principal fue Don Adams, el actor que encarnó a
Maxwell Smart. Un prodigio del timing y gracia con recursos controlados y
reticentes. Pero el programa no hubiera perdurado sin la intervención de
otros tres personajes que a esta altura deben ser considerados
imprescindibles. A los actores los unió un destino común. Después del
enorme suceso del Superagente 86, sus carreras fueron en descenso, nunca
más pudieron conseguir otro gran papel. Aquello que ocasionó su gloria
también produjo su caída. En su éxito estaba escondida su maldición: la de
quedar, para el público, fijado en un personaje; un personaje que los asfixia y
no los deja ser visto en otros ropajes.

Ella estudió actuación y una vez que obtuvo el diploma creyó que todo
lo que seguía sería fácil. Corrían los años cincuenta y para todos se abría un
mundo nuevo. Ningún sueño parecía imposible. Tenía poco más de veinte años
y todavía utilizaba su nombre de nacimiento, Barbara Ann Hall. Se instaló en
Nueva York y probó suerte en Broadway. Al principio se entusiasmó. Las
primeras audiciones fueron fructíferas. Su belleza, frescura y altura marcaban
diferencia entre el centenar de aspirantes. Eran papeles menores pero eso
todavía no pesaba. “Lo importante es entrar”, le habían dicho. Pero pasaron
los años y las obras y Barbara solo obtenía papeles insignificantes.
“No progresaba, era frustrante. Y eran horas y horas de espera en
oficinas y audiciones”, dijo varias décadas después.

Maltrato, incertidumbre y pocas gratificaciones. Decidió dejar todo y junto a su


novio y futuro esposo mudarse hacia la Costa Oeste. Antes participó de un
programa de preguntas y respuestas que otorgaba 64.000 dólares de premio.
El ingreso fue sencillo. Con su simpatía cautivante obtuvo un lugar. Los
productores no esperaban mucho de esa joven preciosa. Pero ella venció todos
los prejuicios y obtuvo el premio mayor contestando preguntas en una
categoría nada sencilla: “Vida y obra de William Shakespeare”. Con la plata
del premio instaló junto a Lucien Verdoux-Feldon, su pareja, una galería de
arte. Ya iniciada la década del sesenta, Barbara incursionó en el modelaje y fue
contratada como modelo publicitaria. En esta nueva carrera, adoptó una nueva
identidad bajo el apellido de su esposo. Ya era Barbara Feldon.

En 1963 y 1964 tuvo participaciones esporádicas en varias series exitosas.


Cuando la vieron, Buck Henry y Mel Brooks entendieron que ella era la
contrafigura que necesitaban para esa parodia de las películas de
James Bond mezclada con el Inspector Clouseau con el telón de fondo de la
Guerra Fría. Los ojos enormes, el pelo corto, la figura estilizada, la voz robusta
y sugerente, la gracia de sus gestos.

Barbara Feldon fue elegida como la 99. Le ofrecieron contrato por cinco
temporadas. Ella se negó. Pero no hubo especulación ni confianza excesiva en
el show. No quería quedar atada a algo tanto tiempo. No se imaginaba qué
podía ser de su vida cinco años más adelante. Firmó solo por dos
aunque con opción a renovar.
El Superagente 86, se sabe, fue un éxito extraordinario. Y ella, Barbara
Feldon, fue una parte importante de él. Contrafigura femenina, aportaba el
equilibrio necesario. Mostró poseer un buen timing para la comedia, para
sostenerle el ritmo a un cómico como Don Adams.

Al principio entre ellos la relación era amable pero fría. En la primera


escena juntos pareció que iba a haber problemas. En la marcación, cuando el
director les ordenó pararse uno al lado del otro, surgió lo evidente: ella era
más alta que el protagonista. La mirada de Adams se enturbió pero no dijo
nada. Durante las cinco temporadas enmascararon la situación todo lo que
pudieron. Planos en perspectiva, algún escalón, si la escena era en la arena a
ella la enterraban unos centímetros y el más usual: Barbara se encorvaba
cada vez que podía.

Su personaje no tuvo nombre y apellido. Se iba a llamar la Agente 100.


Pero a los autores no les pareció un nombre femenino. Quedó 99. Les
pareció gracioso, elegante y era un número mayor que el 86. Una leyenda
sostiene que el número originalmente elegido por los guionistas había sido el
69 pero que fueron censurados. No parece haber sucedido así. Ni Mel Brooks
ni Buck Henry hubieran desafiado de esa manera burda (y sin mayor
destino) a los censores. Se trata de un mito urbano.

El de la 99 no era un personaje habitual en esos tiempos. A la belleza natural y


elegancia de Barbara Feldon se le agregaron otros factores. Los guionistas
crearon un personaje fuerte e inteligente. Casi la única persona
inteligente de ese universo. Ella tiene más talento que el 86 y es más
razonable. Es quien logra sacarlo de los problemas, es el pensamiento preciso,
quien encuentra las causas de los problemas y propone las soluciones (aunque
luego se las apropie Maxwell Smart en un gag que a pesar de las reiteraciones
de su mecanismo siempre es eficaz).

Al avanzar los capítulos, los personajes se enamoran. En la cuarta temporada


el Agente 86 y la 99 se casan. Luego tienen gemelos. Sin embargo, la 99 es
una de las pocas protagonistas de la televisión de esos tiempos que
continúa con su labor profesional luego de su casamiento y de dar a
luz.

Unos años atrás, cuando le preguntaron a Barbara Feldon sobre esas


decisiones de guion, contó que fueron motivadas por la desesperación de
los productores cuando vieron que los ratings descendían. “Con el
casamiento y luego con el nacimiento lograron que esos programas tuvieran
mayor audiencia pero nada más. Al capítulo siguiente de nuevo los números
bajaron. Nuestro momento había pasado. La gente quería ver cosas nuevas”,
dijo Barbara.

Ella fue nominada a los Emmy pero no ganó la estatuilla. Fue la única del
programa que no obtuvo un premio. Como siempre, se tomó la situación
con humor.

Luego de que la serie, tras cinco temporadas, fuera dada de baja, el destino
artístico de Barbara Feldon fue similar al de sus compañeros de
programa. Destellos renovados de popularidad tras alguna publicidad o
después de alguno de los renacimientos (todos poco exitosos) del Superagente
86, participaciones esporádicas en películas televisivas y papeles de invitada
en episodios desperdigados de series establecidas.

Pero a ella, que en la actualidad luce unos 87 años resplandecientes, no


pareció importarle. Su vida continuó. No paseó ni su resentimiento ni su
desesperación por revistas o programas televisivos. Siempre se la vio
serena, con una sonrisa, recordando con gratitud y alegría su éxito pasado.

A Barbara Feldon siempre se la vio serena, con una sonrisa, recordando con
gratitud y alegría su éxito pasado

Su matrimonio con Verdoux-Feldon duró cinco años. Después estuvo en


pareja doce años con Burt Nodella, uno de los productores del
Superagente 86.

A partir de ese momento vive sola en un lujoso departamento (que alguna vez
ocupó varias páginas en la revista Architectural Digest) en Manhattan, a una
cuadra del Museo Guggenheim y del Central Park.

En 2003, Barbara Feldon publicó su primer libro. Un texto de autoayuda


Living alone and loving it (Vivir Sola y Amar Hacerlo). Es un libro amable
(como su autora) en el que relata su sorpresa cuando descubrió que podía ser
feliz también sin pareja estable. Habla de la necesidad de no presionarse,
de su decisión de no tener hijos y brinda algunos consejos
enmascarados en sus propias historias de vida para disfrutar la vida
fuera del matrimonio.

Barbara Feldon cada tanto brinda entrevistas en las que pasea su inalterable
encanto y vitalidad.
Don Adams y Barbara Feldon en 2003. Una dupla inolvidable.

Donald James Yarmy nació en 1923. Tuvo una infancia como la de cualquier
otro chico de Nueva York de esos años. Quería ser actor pero la Segunda
Guerra Mundial se interpuso en sus sueños. Se enroló en el cuerpo de
Marines. Fue enviado al Pacífico. Participó de la Batalla de Guadalcanal.
Pudo evitar las balas japonesas pero no los mosquitos de la isla. Contrajo
una forma de malaria que tiene un alto índice mortal; se muere el 90% de
los que la contraen. Pese a haber estado grave durante unas semanas, cuando
ya casi no quedaban esperanzas, se recuperó aunque debió permanecer casi
un año en un hospital neozelandés. Al final de la convalecencia fue dado de
baja como Marine y regresó al continente.

Los aires renovados de la victoria bélica y del mundo en la posguerra, lo


envalentonaron a perseguir su vocación. Yarmy, creía él, no era un buen
nombre. Buscó un seudónimo que fuera fácil de recordar, que el
público pudiera retenerlo. Pero también debió pensar en otros problemas.
Eligió Adams no solo por su sonoridad y porque era el apellido que su esposa
usaba cuando era cantante en los clubes nocturnos de Florida. Con ese apellido
se aseguraba que en las audiciones lo llamaran entre los primeros.

Intentó ganarse la vida como cómico de stand up. Era un especialista


imitando a actores célebres. Llegó a sacar la voz de más de cien
personajes. Pero el éxito le era esquivo. Iba de club en club sin lograr pasar
al siguiente nivel. Ni siquiera se sentía reconocido. El público de esos lugares
estaba más pendiente de una conquista amorosa, de seducir a su cita o de
pedir el siguiente trago. Y en su casa lo esperaban cuatro hijas. Debía
conseguir un trabajo estable para mantener a su familia.

Durante un tiempo aprovechó sus habilidades motrices y trabajó como


dibujante técnico y de mapas en un estudio de diseño. Hasta que a mediados
de la década del cincuenta se presentó en un concurso de talentos.
Eran cientos de aspirantes. Todos hacían alguna gracia reconocible.
Don (que a esa altura ya era Adams) se plantó frente al jurado y al
público con su oficio, su rutina probada y un par de imitaciones
precisas. Lo nombraron ganador. A partir de ese momento su vida
cambió. Era invitado pertinaz en los programas más importantes de la
televisión norteamericana: el de Ed Sullivan, el Tonight Show o The Steve
Allen Show.

Aprovechando su enorme destreza para las voces fue contratado para ser la
voz de un pingüino en un dibujo animado llamado Tennessee Tuxedo.

También participó en varios programas humorísticos hasta que en 1963 tuvo


un papel estelar en The Bill Dana Show. Ahí interpretaba a un detective torpe,
sin demasiadas luces, que tuvo mucho éxito. Don Adams seguía con sus
presentaciones de stand up y había publicado algunos discos con sus rutinas
(hábito muy usual entre los cómicos norteamericanos). Después de mucho
esfuerzo había logrado hacerse un lugar pero todavía estaba lejos de
convertirse en una estrella.

En paralelo dos genios del humor preparaban un programa televisivo. Lo


llevaron a la cadena ABC. Cuando todo parecía encaminado para el estreno, los
directivos desistieron. Esa decisión le cambió la vida a Don Adams. También
influyó la confianza que Buck Henry y Mel Brooks le tenían al programa.
Recuperaron los derechos de su creación pagando 7.500 dólares. Sabían que
tenían algo bueno entre manos. Y lo llevaron a la NBC que lo adquirió de
inmediato. Pero la NBC puso una sola condición. El actor principal de la nueva
serie no podía ser el elegido por Henry y Brooks. Tom Poston era un actor
que ya había obtenido algún Emmy como actor de comedia (luego hizo
una larguísima carrera y pasó por decenas de series: hasta estuvo como
invitado en el Superagente 86 en la cuarta temporada) pero los directivos
de la cadena lo rechazaron principalmente por su alto salario.

La NBC exigió que el personaje protagónico fuera interpretado por el


actor Don Adams, un cómico que ya tenían bajo contrato. A pesar de no
ser la primera elección, a Mel Brooks y Buck Henry no les disgustaba su nuevo
protagonista. El detective que venía de hacer era un personaje que, de algún
modo, se puede considerar la semilla de Maxwell Smart.

En los 60 los agentes secretos gozaban de un vigor extraordinario en el mundo


del espectáculo. La saga James Bond estaba comenzando y en la televisión
triunfaban series como El agente de CIPOL y Yo, espía con Bill Cosby.

Mel Brooks junto a Buck Henry propusieron un personaje que se tomara en


broma no solo a los espías de celuloide sino a toda la situación. James Bond
mezclado con el Inspector Clouseau. En esos tiempos, la estrategia, con el
macartismo todavía reciente, era arriesgada. Por eso en la grilla de la época
dominaban los programas de temática familiar.

Mel Brooks declaró un tiempo después que “hasta ese momento nadie
había hecho una serie con un idiota como protagonista, así que decidí
ser el primero”.
En su primer año en el aire algunos críticos afirmaron que se trataba de un
programa antinorteamericano. La Guerra Fría era una realidad y muchos no
podían concebir que un agente oficial pudiera ser mostrado como un inepto.

El protagonista, Maxwell Smart, era un espía sin ninguna virtud, torpe,


ingenuo, algo tonto. Estaba alistado en las filas de Control, una entidad que
evocaba claramente a la CIA. Smart debía batallar contra KAOS, la
organización del mal.

El Superagente 86 (Get Smart en idioma original: un título que juega con la


-poca- inteligencia de Maxwell Smart, con su apellido y su elegancia) estuvo en
el aire durante 5 temporadas entre 1965 y 1970. 138 episodios de menos de
media hora que se convirtieron en objeto de culto y en motivo de carcajadas
para varias generaciones.

A Don Adams le ofrecieron una buena paga semanal pero lejos de lo que
cobraban las estrellas televisivas. El actor confiaba en la serie y en su
capacidad. Desechó los 12.500 dólares semanales y prefirió cobrar un
mínimo viático y reservarse un porcentaje de los derechos del
programa. Fue la mejor decisión de su vida.

Don Adams se casó tres veces y se divorció otras tantas. Tuvo siete
hijos. La muerte en el 2004 de Cecily, una de sus hijas de su primer
matrimonio, fue un golpe que no pudo soportar. Cecily era actriz y murió
debido a un cáncer de pulmón. A partir de ese momento, Don Adams comenzó
con problemas de salud. Primero una fractura de cadera. Después varias
internaciones hasta que el 25 de septiembre de 2005, quince años atrás,
murió en un hospital de Los Ángeles a causa de una infección
pulmonar.

El tercer personaje en importancia en la serie era el de El Jefe, el


superior del Superagente 86 en CONTROL. Lo interpretaba Edward Platt, un
hombre en la mitad de sus cuarenta (parecía alguien de más edad; signo de
los tiempos: a mediado de los sesenta los hombres de cuarenta y pico parecían
mucho más grandes que, por ejemplo, hoy Brad Pitt, que se acerca a los 57).

El Jefe (otro que no es llamado por su nombre propio aunque en algún capítulo
se lo identifique como Tadeo) es el contrapunto ideal del Agente 86. Es
serio, no puede creer la ineptitud de su subordinado aunque al mismo tiempo
se muestra indulgente con él. La paciencia que muestra, pese a sus enojos
contenidos con Smart, muy posiblemente se deba a que los demás agentes
tampoco eran un dechado de virtudes (el 86, cuando el Jefe amenazaba
despedirlo, decía: “Mire que si me echa a mí, el que queda en mi lugar es
Larabee”).

Platt era un veterano del oficio. Había participado en decenas de películas


(Rebelde sin Causa, entre otras) y series. Pero siempre sus papeles eran
menores. En televisión nunca había logrado asentarse. Lo contrataban para
participar en episodios aislados dándole vida a personajes que carecían de
continuidad en la historia. Pero El Jefe le dio su gran oportunidad y él no la
desperdició. Las múltiples maneras en que debe ejercitar la paciencia frente a
los errores de Maxwell Smart o esos pasos de comedia perfectos en el Cono
del Silencio son grandes momentos de la comedia moderna (Mel Brooks contó
que su mayor orgullo como comediante se lo proporcionó el Cono del
Silencio: un agente de la CIA, apenas estrenado la serie, le preguntó cómo se
había enterado sobre la existencia del artilugio; Brooks le dijo que solo había
inventado algo lo más ridículo posible).

Edward Platt, "el Jefe" en "Superagente 86"

Pero después de la cancelación del Superagente 86, la realidad le mostró a


Platt que sus expectativas de estrellato eran desmedidas. En Hollywood
un éxito no garantiza otros posteriores. Mucho menos si se produce en una
serie televisiva. Una especie de maldición suele recaer en los que triunfan en
una serie. Tantas semanas acompañando a las familias (en esos tiempos había
un aparato por hogar y sentarse frente a la televisión era un programa
familiar) en un personaje determinado hacía que a los actores les fuera difícil
sacarse ese papel de encima. Edward Platt en 1971, al año siguiente de
finalizar la serie, protagonizó The Governor and J.J. Pero el programa no tuvo
éxito y fue levantado.

Pasaron un par de años en los que alternó participaciones especiales mínimas


y muchos rechazos. Otra circunstancia empeoraba su situación. En esa época
los actores secundarios no recibían salarios tan grandes en televisión y
por las emisiones posteriores no cobraban ni un dólar. El Superagente
86 era un éxito mundial y sus repeticiones estuvieron en las pantallas de todo
el mundo a lo largo de varias décadas. Recién a partir de 1972 el Sindicato de
Actores consiguió que se les pagara por cada vez que se emitieran los capítulos
ya grabados pero el acuerdo solo corría para los programas a crearse a partir
de ese momento.

En 1974, a los 58 años, apareció muerto en su casa. Los diarios


consignaron que se había tratado de un problema cardíaco. Muchos años
después, uno de sus hijos reveló que Edward Platt se suicidó. Hacía un
par de años que atravesaba una profunda depresión y se negaba a recibir
ayuda profesional. La falta de trabajo empeoró su estado.
"El Jefe" era el contrapunto ideal del "Superagente 86"

Pero para el público hispano hay un cuarto personaje clave en el éxito


perpetuo de la serie. Alguien con voz pero sin cara. Un verdadero artista de
la voz. Jorge Arvizu.

Fue el Yabadabadu de Pedro Picapiedras, el tono estridente y molesto del Tío


Lucas de Los Locos Adams, los graznidos roncos y pícaros del Pájaro Loco, o la
voz aflautada y cadenciosa de Maxwell Smart. Pero también a él es al que
escuchamos los hispanoparlantes cuando habla Popeye, el Pingüino del
Batman de Adam West (el villano que interpretaba Burgess Meredith, el
que después fue Mickey, el entrenador de Rocky Balboa).

Arvizu en México era conocido como El Tata por un personaje televisivo


que encarnó en varios programas a lo largo de los años. También actuó en
decenas de películas y muchas obras de teatro. Pero su gran aporte a la
profesión fue con otra faceta del oficio, no siempre reconocida. Era el más
conocido de los actores desconocidos. Fuera de su país natal nadie conocía su
cara pero disfrutaban de sus creaciones. Arvizu murió en México en el
2014. Tenía 82 años. Se lo despidió como lo que fue. Una de las cumbres en
su oficio. Un artista del doblaje.

Algunos hasta le atribuyen algunos de los latiguillos de sus personajes y se


sabe que muchas veces mejoraba algunas de las bromas originales
pensando en el público hispanoparlante.

Mucho de lo que queremos al Superagente 86 se lo debemos a Arvizu y su


notable interpretación.
Jorge Arvizu

Dos ejemplos. Cuando en 1980 se estrenó en Argentina La Bomba que


Desnuda, la película del Superagente que intentó reverdecer viejos laureles,
algunos críticos justificaron el fracaso de público no en la mediocridad y falta
de gracia del film, sino en que la película era subtitulada y a la gente le
faltaba escuchar a Maxwell Smart con la voz con la que lo conoció
siempre. En esa época solo las películas claramente infantiles se estrenaban
dobladas.

Cuando en el 2008 se estrenó la película en la que el Superagente 86 era


interpretado por Steve Carrell y la 99 por Anne Hathaway, en muchos
países latinoamericanos se desechó la versión en lenguaje original y solo
se estrenó la doblada. En los afiches se destacaba en grandes letras, casi al
nivel de protagonismo de las estrellas de Hollywood, que la voz de Maxwell
Smart era la de Jorge Tata Arvizu, para muchos la verdadera voz -la única
posible: la de la infancia- del Superagente 86.

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