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Salinidad Agua Riego y Suelo
Salinidad Agua Riego y Suelo
INTRODUCCIÓN
La calidad del agua y su influencia sobre las características del suelo, han sido poco
atendidas en el pasado, ya que se contaba con un suministro hídrico suficiente y de buena
calidad. Hoy día, sin embargo, la escasez de agua es un hecho evidente por la creciente
demanda que provoca la sobreexplotación de las fuentes de aprovisionamiento, impidiendo
la recuperación en los periodos de recarga y, con ello el agotamiento de los recursos
hídricos. La consecuencia para la agricultura es el necesario riego con aguas de baja
calidad o con dotaciones deficitarias.
Las zonas de Andalucía más afectadas son las marismas del Guadalquivir y zonas costeras
con problemas de sobreexplotación de los acuíferos que provocan su salinización por
intrusión marina. Hoy día, un tercio de los suelos agrícolas están afectados por salinidad.
Los principales criterios que determinan la calidad del agua de riego son la salinidad, la
sodicidad y la toxicidad iónica específica:
??La sodicidad del agua es la cantidad relativa de sodio. Las aguas de riego con un
alto contenido de sodio tienden a producir suelo con niveles altos de sodio
intercambiable. El sodio influye en la estabilidad de la estructura del suelo. Para
caracterizar el nivel relativo de sodio en las aguas de riego, así como en las
soluciones del suelo, se usa la relación de adsorción de sodio (RAS): RAS = Na+/[
(Ca2+ + Mg2+)/2 ]1/2 , donde todas las concentraciones están expresadas en meq l-1.
El calcio y el magnesio producen un efecto unificador de las láminas de arcilla del
suelo y favorecen el mantenimiento de la estructura del suelo, por lo que el RAS
determina la relación entre el elemento disgregador y los elementos unificadores
de la estructura de un suelo.
Clasificación de las aguas de riego según RAS y recomendaciones generales para su
empleo
Para más información consultar el libro ‘Cultivo del olivo con riego localizado’ de
Miguel Pastor Muñoz-Cobo (Consejería de Agricultura y Pesca-Junta de Andalucía.
2005).
También en las regiones húmedas, el suelo puede llegar a ser salino en zonas que bordean
el mar, sometidas a inundaciones periódicas que hacen que el nivel de salinidad fluctúe, o
en marismas y en dunas, donde el rocío salino desempeña un papel importante.
Por todo ello es necesario usar aguas de mayor calidad en riego por aspersión que en riego
por superficie. La extensión del daño depende, además, de la frecuencia y duración del
riego y de ciertos factores climáticos: en el riego con aguas salinas por aspersión se deben
aplicar dosis mayores y menos frecuentes, ya que el daño foliar está más relacionado con la
frecuencia que con la duración (Francois y Clark, 1979). Además, es mejor el riego por la
noche, cuando la evaporación es menor. De día se deben evitar las altas temperaturas y el
viento.
En cuanto al riego por goteo, evita el daño en las hojas y disminuye el consumo de agua,
conservando la humedad del suelo alta, lo que permite mantener baja la concentración de
sales debido a la frecuencia de las aplicaciones. Es especialmente beneficioso en los suelos
arenosos que tienen una baja capacidad de retención de agua y donde la variación en el
contenido de agua durante el intervalo de riego es más pronunciada que en suelos de
texturas más gruesas. El único inconveniente es la necesidad de eliminar las sales que se
acumulan en el frente del bulbo.
Por último, con los sistemas de riego subsuperficial, el principal inconveniente es el lavado
de la zona por encima del emisor, ya que la evaporación y el movimiento ascendente de las
sales puede causar la acumulación de las mismas cerca de la superficie, pudiendo alcanzar
niveles que pueden llegar a ser tóxicos.
En todos los métodos de riego, para prevenir la acumulación excesiva de las sales en la
zona radical, es necesario aplicar una cantidad extra de agua, la fracción de lavado, de
manera que supere a la necesaria para la evapotranspiración. Esta fracción de agua debe
pasar a través de la zona radical para desplazar, de este modo, el exceso de sales. La
frecuencia y la cantidad de lavado depende de la calidad del agua, del clima, del suelo y de
la sensibilidad del cultivo a la salinidad.
El control de la salinidad que lleva a cabo el lavado, se realiza con mayor facilidad en suelos
arenosos, donde la evacuación de las sales puede tener lugar incluso con lluvias
relativamente escasas. A medida que la textura del suelo es más fina, las dificultades para
prevenir la acumulación de sales en el suelo van aumentando, especialmente si el drenaje
es insuficiente.
Dependiendo del grado de lavado y de drenaje, la distribución de sales en el perfil del suelo
puede ser uniforme o ser muy irregular. Se puede producir el caso de que el excesivo lavado
de sales provoque un aumento en la concentración de éstas en el agua de drenaje. La
reutilización de estas aguas sin un manejo adecuado puede afectar a otras zonas que se
encuentren aguas abajo. Por ello, la intercepción de las aguas de drenaje es una buena
práctica para evitar estos problemas: en la medida que el agua de drenaje todavía sea
utilizable para la transpiración por un cultivo de mayor tolerancia a las sales, debe ser
interceptada, aislada y reutilizada para el riego (Rhoades, 1989).
Una última técnica de manejo es la mezcla o dilución de las aguas de drenaje con aguas
de buena calidad con el fin de aumentar el suministro de agua. Generalmente, se puede
obtener una mayor producción de los cultivos manteniéndolas separadas. Esta opción hay
que considerarla especialmente cuando se riegan cultivos sensibles a las sales o que se
encuentran en una fase de crecimiento más sensible.
BIBLIOGRAFÍA
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