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Para utilizar la autoridad que Cristo nos delegó para ejercer su poder en la tierra,
necesitamos tener conocimiento revelado de esa autoridad; de lo contrario, la podemos utilizar
de manera errada. Por eso, me parece importante detallar el orden establecido por Dios en la
cadena de mando, o niveles de autoridad delegada, por los cuales debemos funcionar tanto a
nivel natural como espiritual.
“Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la
mujer, y Dios la cabeza de Cristo”(1Corintios 11.3). Esa fue su intención original desde el
Génesis. Dios es la cabeza, y a partir de ahí continua o extiende su cadena de mando. En
cada ámbito, la cabeza es la autoridad original puesta por Dios, la que hace las leyes, recibe
información del cuerpo, decide, toma la iniciativa de acción y coordina todas las actividades de
los miembros del cuerpo que dirige. Es la que toma la decisión final.
Veamos la cadena de mando establecida por Dios.
4-. El jefe es la cabeza en el trabajo, sea dueño o autoridad delegada por el dueño.
“Exhorta a los siervos que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean
respondones”(Tito 2.9). No importa si el jefe es bueno o malo, inconverso o cristiano; él es
una autoridad delegada por Dios, a la que usted debe someterse y por la cual debe orar. En
todo lugar donde entre a trabajar habrá una autoridad a la cual deberá sujetarse. Fuera de
ella, no tendrá trabajo por mucho tiempo. La única excepción para la obediencia a esa
autoridad, es que su jefe le pida hacer algo ilegal o contrario a los principios de Dios.
Entonces, cuando reconocemos la autoridad de una persona, podemos recibir lo que ella
carga y declara.
Puedo narrar el testimonio de como ocurrió en mi propia vida. Hace veinte años atrás,
cuando comencé a orar por los enfermos de asma, artritis, depresión y otras enfermedades
solo unos cuantos se sanaban; pero a medida que continuaba orando por los mismos casos,
con cada milagro que sucedía, mi autoridad aumentaba. Ya el número de gente sanada era
mayor. Si en el principio veía uno o dos sanos, ahora veo veinte, cincuenta, cien personas
sanarse; realmente, hay ocasiones en que los milagros son incontables porque el poder de
Dios se expande de forma masiva cuando la autoridad aumenta. Cuando comencé la
expulsión de demonios, también, me tomaba mucho tiempo. En un viaje misionero a
Latinoamérica, recuerdo que en una ocasión, tuve que echar fuera un demonio que me opuso
mucha resistencia; me tomo como tres horas. Terminé tarde y muy cansado, y le pregunté al
señor si siempre iba hacer así. Él me respondió que no, porque iría ganando autoridad frente
a los demonios a medida que madurara en mi ministerio. Cristo operó en una autoridad en
obediencia y sumisión, como hombre; pero, al final, ganó toda autoridad al resucitar de entre
los muertos. Hoy a mí, me toma segundos echar fuera demonios porque he ganado autoridad
espiritual tanto sobre enfermedades como sobre espíritus malos. Es por eso que mi presencia
agita la atmósfera espiritual donde me encuentro. Agita todo lo que hay en ese lugar que no
es de Dios y también atrae su presencia. Cuando entro en un lugar, yo espero que las
enfermedades desaparezcan; que se vaya la depresión, que si hay demonios en las personas,
¡se vayan!, y que Dios sea glorificado.
Yo he visto personas en sillas de ruedas levantarse sanas al yo entrar en un lugar porque
hoy camino en una autoridad que ha progresado de menor a mayor. Pero es importante que
quede claro que esto no es de mi propia humanidad, sino la autoridad espiritual delegada por
Dios que aumenta en mi vida a medida que voy haciendo la obra que Él me envió hacer.