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Lección 16: La esperanza en el mesías

Estamos delante del último capítulo de preparación a la venida de Cristo,


en víspera de la venida del Mesías y en tal sentido, éste es el momento más
importante de todos los anteriores a la venida de Cristo.

La vida de Israel, iniciada gracias a la gratuita elección divina, sólo tiene


sentido por la promesa de salvación. Sus ojos y su esperanza están en el
porvenir, en la venida del Mesías. El Señor es fiel y cumple su Palabra.

A.- LOS POBRES DE YAHVÉ

Más que nunca, en esta etapa de la Historia de la Salvación, quienes


llevan adelante el plan de Dios no son los sabios y poderosos de este mundo
sino los pequeños y los sencillos: los pobres de Yahvé. Por pobres no debemos
entender solamente una condición económica y social delante de los hombres,
sino ante todo una disposición interior frente a Dios.

Su misión consiste en preparar el camino del Señor. El descendiente de la


mujer, el hijo de David, rey y profeta, está más cerca que nunca. Esta certeza
aviva la llama de la esperanza que se convierte en el calor que moldea y forma
a los hijos de Israel.

La promesa está a punto de realizarse y esta perspectiva es el motor


dinámico de su fe. La esperanza se convierte en un medio de educación del
pueblo elegido. Tan cercana está la llegada de Emmanuel, que Dios se sirve
precisamente de esta proximidad para listar a su pueblo.

Dios había construido a Israel por la palabra de los profetas y por el


sufrimiento del destierro. Ahora lo hace mediante la certeza de que el Mesías
está por venir de un momento a otro.

El pueblo, que lo presiente así, aspira cada vez más a una mayor
intimidad y cercanía con Yahvé. Siempre sucede lo mismo en la relación con
Dios: entre más cercano se está a Él, se aspira a una mayor unión e intimidad.
La fuerza divina de atracción aumenta a medida que nos acercamos más a Él.

En la esfera de Dios, quien más tiene, más quiere y más necesita; en una
palabra, es más pobre, más pobre de Dios. La esperanza en la venida del
Mesías es un método eficaz para que el pueblo se convierta al Señor, enderece
sus caminos y rectifique sus sendas.

El fin principal de la economía del Antiguo Testamento era reparar y


anunciar la venida de Cristo y de su reino. Los pobres de Yahvé encarnan y
personifican esta misión esencial de la antigua economía.
Ellos son “el resto de Israel”, que permanece fiel a la Elección y a la Alianza.
Esperan el cumplimiento de la Promesa y son sencillos cumplidores de la Ley
divina. Son aquellos que se entregan y se comprometen a preparar el camino
del Señor con todo su corazón, con toda su alma y todas sus fuerzas. Sin
embargo, no lo hacen como individuos aislados, sino como comunidad y en
nombre de todo Israel.

Nadie como ellos sabe y capta que los caminos de Dios corren por
derroteros diferentes a los de los hombres; que los pensamientos divinos son
incomparablemente mejores de lo que el hombre puede pedir o pensar.

Reconocen su limitación. Tienen conciencia de haber pecado, no sólo de


pensamiento, palabra, obra y omisión, sino que el pecado destila por cada poro
de su piel. Por eso, los pobres piden a Dios la verdadera riqueza: que
transforme su corazón de piedra en un corazón de carne.

Experimentan y expresan una ardiente sed de salvación. No se creen


justificados, como el fariseo del Evangelio (Lc 18,11-12). Todo lo contrario. Su
oración es tan humilde como confiada:

Perdóname, Señor, porque soy un pecador: Lc 18,13.

También son los que han sentido, como el hijo pródigo, la llamada de su
padre en lo más íntimo de su corazón, y se levantan para ir donde él para
confesar su pecado: confiando en que el Padre misericordioso no los va a
echar fuera, sino que les otorgará su perdón y les devolverá la herencia
perdida.

Con toda certeza saben que está a punto de aparecer el Salvador que
quita el pecado del mundo. Confían incondicionalmente en que la salvación es
un don del cielo más que una conquista personal. Además, la historia les ha
demostrado que siempre que se han alejado de Dios ha sido por una sobrada
confianza en ellos mismos. Su experiencia les confirma que sin Él no es posible
hacer nada.

El sentimiento de la propia insuficiencia engendra en su corazón el deseo


del Redentor, seguros de que todo lo han de poder en Aquel que los conforta.
Saben que la salvación no vendrá de ellos mismos, ni de sus instituciones o
costumbres; ni siquiera de la santa Ley del Sinaí.

Los pobres de Yahvé se sienten necesitados de un nuevo Mesías


libertador, que conceda la salvación no sólo social o política, sino de toda
opresión que coaccione la libertad humana.

Se reconocen en tinieblas, paso totalmente indispensable para aceptar la


luz. La luz del mundo sólo brilla en las tinieblas del pecado. Allí donde abunda
la conciencia de pecado sobreabunda la gracia de Dios. Sólo aquel que siente
una urgente necesidad de ser salvado es el único que puede ser justificado. El
médico viene a los enfermos, la salvación a los pecadores y la luz a las
tinieblas.

Los pobres de Yahvé esperan y creen en el Salvador del mundo. Oran


para que descienda del cielo y su expectativa los hace contemplarlo y alcanzar
la justificación en la fe. En la esperanza viven el advenimiento del Mesías,
anunciado desde antiguo.

Dos son los pasos totalmente indispensables para ser salvados:


reconocer que se necesita de la salvación y aceptar al único Salvador.

Como la Historia de la Salvación es nuestra propia historia, cada uno de


nosotros estamos viviendo esta etapa. Algunos más intensamente, pero todos
de alguna forma. El pueblo de Dios está velando y orando, esperando la venida
de su Señor.

Hoy vuelve a resonar actual la voz de Juan: preparen el camino del


Señor, rectifiquen sus sendas: Mt 3,3b. El Señor está cerca. En el momento en
que menos lo pensemos, aparecerá otra vez. Vamos al encuentro del Señor
que viene. El Señor está tan cerca como se le espere y se le necesite.

Entre la larga lista de pobres de Yavé que preparan la venida del Señor
encontramos a Jeremías, Juan Bautista, José, el esposo de María, y otros
muchos nombres que desconocemos, pero que trabajaron con
ahínco CITATION Got13 \l 17418 en la viña del Señor, preparando la plenitud de los
tiempos.

La alegría es una actitud que acompaña a la esperanza. Difícilmente una


persona que nada espere podrá estar alegre. Y, ¿qué es lo que esperamos los
cristianos? La llegada del Mesías y de su Reino, en el cual florecerá la justicia y
la paz; una nueva realidad en la cual «el lobo y el cordero convivirán, y el
leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un
niño pequeño los conducirá» (Is 11,6). El Reino de Dios que esperamos se
abre camino día a día, y hemos de saber descubrir su presencia en medio de
nosotros. Para el mundo en el que vivimos, tan falto como está de paz y de
concordia, de justicia y de amor, ¡cuán necesaria es la esperanza de los
cristianos! Una esperanza que no nace de un optimismo natural o de una falsa
ilusión, sino que viene de Dios mismo.

Sin embargo, la esperanza cristiana, que es luz y calor para el mundo, sólo
podrá tenerla aquel que sea sencillo y humilde de corazón, porque Dios ha
escondido a los sabios e inteligentes —es decir, a aquellos que se
ensoberbecen en su ciencia— el conocimiento y el gozo del misterio de amor
de su Reino.1 

CITATION Got13 \l 17418


Ahínco: empeño, firmeza, perseverancia.
1
[ CITATION Got13 \l 17418 ]
B.- MARIA

El peregrinar del pueblo elegido llega a su culmen en María, la madre de


Jesús.

En ella se encarna la vocación del pueblo elegido. En ella termina la


primera mitad de la historia de la humanidad, al mismo tiempo que en su
corazón y en su vientre se inician los últimos tiempos, la era mesiánica.

Ella es el final glorioso de todas las etapas preparatorias a la venida del


Salvador y el lazo de unión con el Nuevo Testamento.

Con ella y en ella estamos ante el cumplimiento de la promesa más


grande e importante que Dios había hecho al hombre caído. María es la mujer,
hija de Adán e hija de Abraham, de la que nace el descendiente que aplasta la
cabeza del Mal.

Los textos más luminosos del Antiguo Testamento que revelan su papel
en La
elInmaculada
misterio deConcepción de losson
la Salvación Venerables/Soult.
dos: Bartolomé Esteban Murillo. Óleo sobre tela, 274
x 190 cm., h. 1678. Museo Nacional del Prado. Detalle.
El “protoevangelio’, llamado así por ser el primer anuncio de la Buena
Nueva:

Dios le dijo a la serpiente: Enemistad pondré entre ti la mujer, entre tu


linaje y el de ella. El te aplastará la cabeza: Gen 3,15.

Era la promesa de que uno, del linaje de la mujer, vencería


definitivamente el egoísmo y la mentira. María es esa mujer. Nueva Eva, de
quien nace el Salvador.
El otro texto lo encontramos en el profeta Isaías:

He aquí que una doncella va a concebir y a dar a luz un hijo, y le pondrá


por nombre Emmanuel: ls 7,14.

La doncella que no conoció varón y cuyo hijo no es otro sino el mismo


Jesús, es María, la esclava del Señor.

Si en el primer texto del Génesis se hace resaltar su pertenencia género


humano, el contexto de Isaías la presenta injertada en historia y en la vida del
pueblo de Israel. Dios la llama para ser -madre de su Hijo, a lo que ella
responde con sencillo incondicional “sí”:

He aquí/a esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra: 11,38.

Todos los demás privilegios con que el Señor adornó a esa singular
criatura eran siempre en vistas de su maternidad o con fruto de la misma. Ella
lo sabe perfectamente. Por eso, aunque reconoce que se han hecho grandes
cosas en su vida, da toda gloria al Dios de Israel.

Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios ¡Salvador;


porque ha puesto sus ojos en la humildad de sierva. Por eso, desde ahora me
llamarán bienaventurada todo las generaciones, porque ha hecho maravillas en
mí - Poderoso. Santo es su Nombre: Lc 1,46-49.

Dios salva, sólo El, pero quiso que hombres colaboraran en esta
empresa. Por eso, a lo largo de toda la Historia de la Salvación llama a ciertas
personas para que trabajaran íntimamente unidas a Él. Sin embargo, nadie
como María aporta tanto a este proyecto, ya que gracias al poder del Altísimo,
de ella nace el único mediador ente Dios y los hombres.

Llegada la plenitud de los tiempos Dios envió a su hijo, nació de mujer,


bajo la ley, para escalar a los que estaban bajo la Ley para que recibiéramos
la filiación adoptiva: Gal 4,4-6.

Lo más importante no es lo que María hizo por Dios, sino lo que el Señor
hizo en ella: ser portadora de Jesús. Ella es el modelo la vocación de cada
creyente: dar a Jesús al mundo.

La peor deformación que podríamos hacer de ella sería si nos


centráramos más en lo accidental que en su maternidad o atribuir un papel
diferente al que Dios le confió en la Historia de Salvación.

Ella está siempre con Jesús y bajo él, en orden a la salvación del género
humano. Sus últimas palabras es el signo que nos indican tanto el secreto de
su vida como -verdadero camino: Hagan todo lo que él les diga: Jn 2,4.

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