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Huclson
La sociolingüística
Traducción de Xabier Falcón
E D IT O R I A L AN A G RA M A
BARCKLONA
Titulo de la edición original:
S o ciolinguistics
© C am bridge U niversiiy Press
C am bridge, 1980
Diseño de la colección.
Ju lio Vivas
ISBN : 84-339-0801-4
D epósito Legal: B. 40570-2000
P rin te d in S p ain
1.1 La sociolingüística
1.1.1 Descripción
Volvemos ahora a un mundo real en donde hay mucho que decir acerca
del lenguaje en relación con la sociedad. Se trata del exótico mundo de la
región noroccidental del Amazonas descrito por A. P. Sorensen (1971) y
J. Jackson (1974) (aunque en 1.2.3 veremos que las cosas no son tan dis
tintas en la clase de sociedad a la que la mayoría de nosotros estamos
acostumbrados).
Geográficamente, el área en cuestión pertenece mitad al Brasil y mitad
a Colombia, coincidiendo más o menos con el área donde la lengua llamada
tukano sirve de l e n g u a f r a n c a (es decir, lengua de comercio hablada
habitualmente como lengua no nativa). E s una zona extensa, poco habi
tada, y de población diseminada: unos 10.000 habitantes para un área del
tamaño de Inglaterra. La mayoría de la gente son indios indígenas, divi
didos en unas veinte tribus, agrupadas a su vez en cinco «fratrías» (grupos
de tribus relacionadas). Hay dos aspectos decisivos a tener en cuenta sobre
esta comunidad. El primero, que cada tribu habla su propia lengua, sufi
cientemente distinta de las demás como para no ser mutuamente inteli
gibles, y, en algunos casos, genéticamente no emparentadas (es decir, que nd
provienen de una misma lengua madre). E l único criterio por el que pue
den distinguirse unas tribus de otras es su lenguaje. E l segundo aspecto
es que las cinco fratrias (y así todas las veintitantas tribus) son exógamas,
es decir, que un hombre no puede casarse con una mujer de la misma fratría
o de la misma tribu. Juntando estos dos factores, resulta fácil darse cuenta
de la principal consecuencia lingüística: la mujer debe hablar una lengua
distinta de la del marido.
Añadimos ahora un tercer dato: el matrimonio es patrilocal (la mujer
y el marido viven en el lugar de crecimiento del marido), y existe una
norma por la que la mujer no sólo ha de vivir en el lugar de crecimiento de
su marido, sino que ha de hablar a sus niños en la lengua del marido (cos
tumbre que podría ser denominada ‘matrimonio patrilingüe’). Como conse
cuencia lingüística de esta norma, la madre no enseña a sus hijos su propia
lengua, sino más bien una lengua que ella habla como extranjera, como
si todos los niños británicos aprendieran a hablar su inglés de las chicas ex
tranjeras au-pair. Tan sólo forzando nuestra imaginación podríamos llamar
lengua materna a la primera lengua de unos niños así. Las noticias que tene
mos de esta comunidad no mencionan ningún problema importante de
adquisición de lenguaje ni de ‘deterioro’ general de las lenguas implicadas,
de modo que podemos suponer que una lengua puede transmitirse efi
cazmente y exactamente incluso bajo esas circunstancias aparentemente ad
versas, a través de la influencia del padre, de los restantes familiares del
padre y de los niños mayores. Quizá merezca la pena señalar que la mujer
suele ir a vivir a una ‘casa-grande’, donde también viven los padres y her
manos del marido, de modo que no escasean los contactos con los hablan
tes nativos de la lengua del padre.
¿Q ué hay que decir respecto a la lengua en relación con una socie
dad de este tipo? En primer lugar, existe el problema de relacionar las
lenguas en su conjunto con los hablantes, suponiendo, por simplificar, que
podamos hablar de ‘lenguas como un todo’ (contrariamente a lo que propug
naremos en 2.2). Para cualquier lengua X . será necesario definir primero
quiénes son sus hablantes nativos, pero puesto que esto supone la refe
rencia a alguna tribu, y las tribus suelen de hecho ser definidas solamente
por refeerncia al lenguaje, existe un problema evidente. La solución sería
o bien enumerar todas las casas-grandes que pertenecen a la tribu en cues
tión, o bin especificar el área (o áreas) geográfica donde vive !a tribu.
(Muchas tribus tienen de hecho su propio territorio, que no interfiere con
el de otras tribus.) Sin embargo, conviene tener en cuenta que cerca de una
cuarta parte de hablantes nativos de la lengua X está constiuida por las
mujeres casadas dispersas entre las otras tribus, y asimismo casi una cuarta
parte de la gente que vive en el área designada como ‘territorio de habla X ’
serán hablantes no nativos de X , por tratarse de mujeres de otras tribus.
De hecho, puede que en cualquier casa-grande haya hablantes nativos de
una variedad de lenguas, teniendo en cuenta que los distintos hermanos no
tienen por qué sentirse atraídos por chicas de la misma ‘otra’ tribu. Ade
más de los hablantes nativos de la lengua X habrá gente que la hable como
ao-nativa, con todos los grados de fluidez, desde una fluidez próxima a la de
los propios nativos hasta una fluidez mínima. Así, cualquiera que desee
escribir una gramática de la lengua X tendrá que decir con precisión para
quién va a ser válida tal gramática: si solamente para los hablantes nativos
del área de la tribu, si para todos los hablantes nativos incluidos los dis
persos entre las otras tribus, o si para todos los hablantes, nativos o no,
del área de la tribu.
En segundo lugar, está el problema del discurso: ¿cómo se usa el habla
en la interacción social? Hay problemas suscitados por el número de lenguas
disponibles; así, por ejemplo, ¿cómo se las arregla la gente cuando viaja a
través del territorio, tal como acostumbra a hacer a menudo? ¿Se supone
que deben utilizar la lengua de la casa-grande donde están de visita? Apa
rentemente no: la elección se hace solamente de acuerdo con la convenien
cia de los interesados (excepto en el caso de las mujeres, que deben usar
la lengua del marido para hablar con sus hijos). Si el visitante no sabe hablar
la lengua de la casa-grande, pero alguien sabe la suya, usarán la del visi
tante al dirigirse a él. ¿Q ué hay que decir respecto a la lengua misma como
tema de conversación? Aquí, lo que priva en primer lugar son las razones
prácticas, es decir, la necesidad de saber el mayor número posible de len
guas para facilitar los viajes y (para los jóvenes) la elección de pareja. Es
bastante normal que se hable de una lengua, de aprender su vocabulario y
sus frases hasta la edad anciana: más aún. por lo general la gente no sabe
cuántas lenguas son capaces de hablar, y no consideran el aprendizaje de
idiomas como una forma de ganar prestigio. Quizá sea esto lo que debe
ríamos suponer de una sociedad donde se espera de cada uno de sus
miembros que sepan por lo menos (i) la lengua de su padre, (ii) la lengua
de su madre (que ella seguramente enseñará a sus hijos con vistas a que
busquen pareja en su tribu), y (iii) la lengua franca, tukano (que puede
que en algunos casos sea también la lengua de su padre o su madre). Sin
embargo, además de los aspectos del discurso relacionados directamente con
el multilingüismo, hay muchas otras cosas que decir acerca de las relacio
nes entre la lengua y las circunstancias sociales de esta compleja sociedad
amazónica. Por ejemplo, hay una norma según la cual, si un individuo
está hablando con alguien a quien respeta, debe ir repitiendo palabra por
palabra todo lo que él vaya diciendo, por lo menos durante !os primeros
veinte minutos de la conversación.
En tercer lugar, está la cuestión de la relación entre la lengua y la
Cultura, sobre lo que pocos datos ofrecen los informes de la región
noroccidental del Amazonas, pero sobre lo que podemos aventurar algunas
hipótesis bastante seguras. Por ejemplo, sería sorprendente que alguna de
las lenguas que nos interesan careciera de una palabra para designar ‘casa-
grande’ o ‘tribu’, y podríamos esperar razonablemente que haya una pala
bra para «fratría» (aunque conceptos de tal altura carezcan a veces de nom
bre, como veremos en 3.3.4). Podemos igualmente predecir que muchos
términos pertinentes a la cultura tendrán en cada lengua palabras para ex
presarlas, y que muchas palabras de cada lengua expresarán conceptos cultu
rales definibles sólo en términos de la cultura en cuestión.
En la región noroccidental del Amazonas probablemente no haya nada
que un lingüista pueda decir con satisfacción sobre cualquier lenguaje sin
hacer al mismo tiempo alguna complicada afirmación sobre éste en rela
ción con la sociedad. En particular, no podría decir qué lenguaje estaba des
cribiendo por referencia a alguna comunidad definida de antemano que lo
usa (en la misma forma en que pudiera sentirse capacitado para hablar,
digamos, del ‘inglés británico’ o del ‘inglés de Birmingham’). E l principal
origen de esta complejidad es la regla de la ‘exogamia lingüística’, que
cabría suponer no demasiado extendida por el mundo. El otro origen es el
elevado grado de bilingüismo individual (o, más precisamente, multilin
güismo), que hace difícil decidir quién es hablante de una lengua deter
minada y quién no. Esta característica de multilingüismo extendido no es
nada excepcional en el mundo en general, tal como un sociolingüista de
sillón puede deducir fácilmente del hecho de que existan unas cuatro o
cinco mil lenguas e s el mundo, pero sólo unos 140 Estados nacionales. Algu
nos Estados, por lo menos, deben de tener un gran número de lenguas, y
muchos probablemente tienen un número bastante importante de ellas, con
un promedio de 30-35. En vista de la necesidad de comunicación con comu
nidades vecinas y agencias gubernamentales, parece razonable pensar que
muchos miembros de numerosas comunidades son multilingües. Merece la
pena tener en cuenta esta conclusión al leer la sección siguiente, ya que nos
muestra que las comunidades monolingües, con las que muchos de nosotros
estamos familiarizados, de hecho son muy excepcionales e incluso ‘exóti
cas’ desde una perspectiva global.
Aunque podemos suponer que cada hablante posee una experiencia lin
güística única, y que en base a ella desarrolla una gramática única, es posi
ble hacer una serie de observaciones generales acerca de los estadios por
los que pasarán los niños durante su desarrollo sociolingüístico. Sin embar
go, hay que subrayar desde un principio que las siguientes generalizacio
nes deben ser consideradas como hipótesis provisionales más que como con
clusiones obtenidas de una investigación, puesto que están basadas en una
investigación de un corpus muy pequeño y corroborado por la evidencia de
algunas anécdotas.
La primera generalización hace referencia a los modelos lingüísticos
que el niño sigue. Para muchos niños, el proceso es el siguiente: primero los
padres, luego los compañeros, luego los adultos. William Labov ha sugerido
(1972a: 138) que el modelo de los niños es el de sus padres hasta los 3 ó
4 años, después de lo cual el de sus compañeros reemplaza al de sus padres
hasta los 13 años, edad en la que (presumiblemente) empieza a mirar al
mundo de los adultos hacia el que se va moviendo. De todas formas, la
transición del modelo de los padres al de los compañeros se ha situado en
diferentes edades por los diversos investigadores, variando desde los 4 a
6 años (Hockett 1958: 361) hasta menos de dos años (en diversas anéc
dotas personales, y también Bolinger 1975: 334). Está claro que, por otra
parte, más tarde o más temprano muchos niños suelen preferir el modelo de
sus compañeros al de sus padres (aunque está igualmente claro que algunos
no lo hacen nunca así, según se desprende de mi experiencia personal y por
anécdotas como las de Labov [1972a: 3 0 7 ]). Es fácil hallar pruebas que
confirmen esta afirmación. Por ejemplo, muchos niños de emigrantes de
primera generación en ciudades británicas tienen un acento indistinguible
de sus amigos no-inmigrantes, y es imposible que hayan podido adqui
rir tal acento tomando a sus padres como modelos.
Más interesante aún, y quizá más sorprendente, resulte la prueba de un
fenómeno denominado a g e -g r a d in g (Hockett 1950), que aparentemente
se produce en muchas sociedades. Age-grading significa que hay formas lin
güísticas usadas sólo por niños en su estadio de orientación hacia sus
compañeros, y que se transmiten de una generación de niños a la siguiente
sin que nunca sean usadas por los adultos. Puede que tales formas sean muy
arcaicas en comparación con las formas de los adultos; así, por ejemplo,
entre los negros norteamericanos, son los niños los que usan formas más
cercanas al criollo, del que se supone que se ha desarrollado el inglés em
pleado por los negros norteamericanos (Dillard 1971). Igualmente, muchos
de nosotros aprendimos una gran cantidad de cultura oral cuando éramos
niños — canciones, poemas, sonsonetes y demás— que ahora hemos olvi
dado que los supiéramos alguna vez, y que ciertamente nunca usamos en
nuestra vida de adultos (I. & P. Opie 1959). Por otra parte, algunos in
vestigadores han sostenido que es el estadio de orientación hacia los
compañeros el que pone las bases para el lenguaje de la época adulta, a
pesar de las características de lenguaje no-adulto, que serán luego abando
nadas:
La esencia de muchas lenguas se transmite principalmente a través
de las sucesivas generaciones de edades comprendidas entre los
cuatro y los diez años: el ardor de las competiciones infantiles
y las sacudidas de prestigio en la infancia hacen más para moldear,
para toda su vida, los patrones del habla de un individuo de
terminado que cualquier contacto con los adultos. (Hockett 1958:
361; cfr. Labov 1972a: 138.)
2.1 Introducción
Nuestro propósito en este capítulo es ver hasta qué punto resulta po
sible describir las relaciones del lenguaje con la sociedad en términos de
categorías lingüísticas ‘globales’ tales como ‘lengua X ’ o ‘dialecto Y ’, y ca
tegorías sociales globales como ‘comunidad Z ’. En la medida de lo posi
ble, las relaciones en cuestión deben ser tratadas en función de tales cate
gorías globales, y no deben hacer referencia a elementos lingüísticos in
dividuales contenidos en el ‘lenguaje X ’ ni a miembros individuales de la
‘comunidad Z ’. Por otra parte, veremos que no siempre es posible hacerlo
así — de hecho, es dudoso que pueda hacerse así alguna vez— y que algu
nos elementos lingüísticos por lo menos, tales como los elementos del vo
cabulario, son distintos de todos los demás elementos en función de la
clase de persona que las use o las circunstancias en que se use. De igual
forma, tal como vimos en el primer capítulo, podemos suponer que cada
individuo es único en su comunidad respecto al lenguaje. En la medida
en que diferentes elementos lingüísticos mantienen relaciones distintas
con la sociedad (según la gente y las circunstancias), es evidentemente ne
cesario describir estas relaciones por separado para cada elemento. Así, por
una parte tenemos afirmaciones acerca de las categorías globales, como
los lenguajes en su totalidad, y, por otra parte, tenemos afirmaciones
acerca de elementos lingüísticos individuales; y en cada caso la afirma
ción se refiere a los hablantes bien como miembros de alguna comunidad
bien como individuos.
Las preguntas que surgen son complejas y sorprendentemente difí
ciles de contestar, pero son importantísimas para cualquiera que esté in
teresado en la naturaleza del lenguaje en general o en las relaciones del
lenguaje con la sociedad en particular. ¿Cóm o deberían definirse categorías
lingüísticas globales como ‘lenguaje X ’? ¿Cómo deberían delimitarse sus
aspectos particulares? De hecho, ¿se corresponden estas categorías con
alguna clase de realidad objetiva de modo que tales categorías tengan sen
tido? ¿Pueden distinguirse distintos tipos de categoría global (por ejem
plo ‘lengua’ frente a ‘dialecto’)? ¿Cómo se relacionan las categorías glo
bales las unas con las otras? ¿En qué consisten (es decir, son categorías
de qué)} ¿Cómo deberían definirse las comunidades con vistas a tales
propósitos? ¿L as comunidades definidas por criterios lingüísticos tienen
alguna clase de objetividad real? Y así sucesivamente. Es aún demasiado
pronto para dar respuestas definitivas a la mayoría de estas preguntas, pero
es posible plantear serias dudas sobre algunas respuestas que se han dado
y que han sido ampliamente aceptadas.
En resumen, podremos mostrar que las cosas son mucho más comple
jas de lo que muchos lingüistas creen, aunque puede suceder muy bien
que al lector con menos dedicación a la lingüística le parezca que su visión
del lenguaje, normal y de sentido común, se ajusta bastante bien a los
hechos. Por otra parte, mucha gente normal suelen preguntar a los ‘profe
sionales’ cosas como: «¿D ónde se habla el cockney verdadero?» y «E l crio
llo de Jam aica, ¿es o no una clase de in glés?», con el convencimiento de
que tales preguntas son realmente significativas, mientras que veremos que
éstas son cuestiones que no pueden ser investigadas científicamente. Es
posible, pues, que haya algunas sorpresas en este capítulo, tanto para el
lector profesional como para el lego en la materia, por lo menos por lo
que respecta a las conclusiones, aunque muchos de los hechos en los que
se basan no tienen nada de sorprendentes.
festaciones del mismo, justo al igual que se puede tomar la ‘música’ como
un fenómeno general y distinguir entonces distintas ‘variedades de mú
sica’. Lo que hace que una variedad de lenguaje sea distinta de otra,
son los elementos lingüísticos que incluye, de modo que podemos definir
una variedad de lenguaje como el conjunto de elementos lingüísticos de
similar distribución social. Esta definición nos permite denominar a cual
quiera de las siguientes ‘variedades de lenguaje’: inglés, francés, inglés
londinense, inglés de comentarios futbolísticos, lenguajes utilizados por los
miembros de una determinada casa-grande de la cuenca noroccidental del
Amazonas, lenguaje o lenguajes empleados por una persona determinada.
Se podrá ver por esta lista que la misma noción de ‘variedad’ incluye
ejemplos de lo que normalmente se llamarían lenguajes, dialectos y regis
tros (término que aproximadamente significa ‘estilo’, tema que tratare
mos en la sección 2.4). La ventaja de tener un término general que abar
que todos estos conceptos, es que nos permite preguntar qué base existe
para hacer una distinción entre los últimos términos: por ejemplo, ¿por
qué a algunas variedades las llamamos lenguas, y a otras dialectos distin
tos de esa misma lengua? Las secciones 2.2, 2.3 y 2.4 tratarán precisa
mente de estas cuestiones, y nos llevarán a la conclusión de que no hay
ninguna base sólida que nos permita hacer tales distinciones. Esto nos
deja únicamente con el término general de ‘variedad’ para referirnos a
lo que el lego llama ‘lenguajes’, ‘dialectos’, o ‘estilos’.
Esta conclusión puede parecer un tanto radical, pero la definición de
‘variedad’ dada arriba y los ejemplos que se dan en la lista sugieren in
cluso una desviación mayor de la tradición lingüística. Se notará que el
tratar a todos los lenguajes de cualquier hablante multilingüe, o comuni
dad, como una única variedad, es coherente con la definición, puesto que
todos los elementos lingüísticos implicados tienen una distribución social
similar: son usados por el mismo hablante o comunidad. E s decir, una
variedad puede ser mucho más extensa que un estrato ‘lenguaje’, y puede
incluir un número de lenguajes distintos. A su vez, según la definición,
una variedad puede contener simplemente un puñado de elementos, o in
cluso, en caso extremo, un único elemento, si se define en función de la
esfera de hablantes o circunstancias con las que el elemento se asocia. Así,
por ejemplo, podría definirse una variedad que consistiera en los elemen
tos usados por una familia o población determinada. Así, una variedad
puede que sea mucho menor que un ‘lenguaje’, o incluso que un ‘dialecto’ .
La flexibilidad del término ‘variedad’ nos permite preguntar qué base exis
te para postular el ‘paquete’ de elementos lingüísticos a los que conven
cionalmente asignamos etiquetas como len guaje’, ‘dialecto’ o ‘registro’.
¿L o hacemos porque los elementos se agrupan ellos mismos en grupos na
turales, unidos por un lazo de relaciones estructurales de alguna clase que
los entrelaza, tal como ha sido indicado por la tradición ‘estructural’ del
siglo x x ? La respuesta que nos ofrecen las siguientes secciones vuelve
a ser negativa: los haces en los que pueden agruparse los elementos lin
güísticos están atados de forma bastante laxa, y les es muy fácil despla
zarse entre los mismos hasta el punto de que los haces pueden de hecho
confundirse. En la sección 2.5 se discutirán los casos extremos.
Para concluir, las discusiones sobre el lenguaje en relación con la so
ciedad consistirán en afirmaciones referentes, por parte del ‘lenguaje’, bien
a elementos lingüísticos individuales, bien a variedades, que son conjuntos
de tales elementos. No hay restricciones para las relaciones entre las va
riedades: pueden sobreponerse, y una variedad puede incluir otras. La ca
racterística que define una variedad es su relación relevante para con la
sociedad; en otras palabras, por quién y cuándo se utilizan los elementos
en cuestión. Saber hasta qué punto las nociones tradicionales de ‘lenguaje’,
‘dialecto’ y ‘registro’ se corresponden con variedades definidas de esta
forma, es una cuestión empírica. Como veremos en las secciones siguien
tes, la correspondencia es, en el mejor de los casos, sólo aproximada, y
en algunas sociedades (e individuos) puede que sea extremadamente difí
cil identificar variedades que se correspondan incluso grosso modo con las
categorías tradicionales.
Por supuesto que los dialectos no están distribuidos tan sólo geográ
ficamente, como se ha dado a entender en lo expuesto hasta el presente.
Hay dos fuentes más de complejidad. En primer lugar, suele existir movi
lidad geográfica: gente que se desplaza de un sitio a otro, llevándose con
sigo sus dialectos aun cuando los vayan modificando con el tiempo para
integrarse en el nuevo entorno. Así, el ir señalando en un mapa a los
hablantes puede producir un modelo más o menos desordenado según la
movilidad de la población (problema que normalmente se evita en dialec
tología seleccionando como informantes a hablantes que nacieron y cre
cieron en el lugar que ahora habitan).
La segunda fuente de complejidad nace del hecho de que la geografía
es solamente uno de los factores relevantes, siendo otros factores rele
vantes la clase social, el sexo y la edad (ver 5.4.2). Los dialectólogos, pues,
hablan de d i a l e c t o s s o c i a l e s , o de s o c i o l e c t o s , para referirse a dife
rencias no regionales. Debido a estos otros factores, puede que un ha
blante muestre más semejanza en su lengua con gente del mismo grupo
social de una región distinta que con gente de otros grupos sociales, aun
que sean de la misma región. De hecho, una de las características de la
estructura social jerárquica de un país como la Gran Bretaña es que la
clase social suele prevalecer sobre el factor geográfico como determinante
del habla, de modo que se da mucha mayor variación geográfica entre la
gente de las clases sociales bajas que entre la gente de la ‘cumbre’ de la
masa social. Lo que ha llegado hasta el punto de que la gente que ha
pasado por el sistema escolar público (o quiere aparentar que lo ha he
cho) característicamente no tiene en absoluto rasgos regionales en su len
gua. Esta es una característica de la Gran Bretaña, y no se da en otros
países como los Estados Unidos o Alemania, donde la ‘gente de la cum
bre’ dejan ver su lugar de origen a través de la pronunciación, aunque se
guramente también a través de algunos otros aspectos de su lenguaje.
Debido a diferencias de apreciación respecto a las distinciones regio
nales y sociales entre la pronunciación y otros aspectos del lenguaje, sue
le ser normal distinguir entre acento y dialecto, queriendo indicar con
a c e n t o sólo la pronunciación, y con d i a l e c t o cualquier aspecto de la
Una de las preguntas más interesantes que suscita toda esta discusión
acerca de las variedades, es la de si todo elemento lingüístico está sujeto
a variación de la misma forma, Al referirnos a la noción de ‘acento’ he
mos apuntado ya que puede que haya una diferencia general entre ele
mentos de pronunciación y otros elementos (morfología, sintaxis, vocabu
lario), por el hecho de que es más difícil estandarizar la pronunciación.
Dada la especial conexión entre estandarización y escritura, y el hecho de
que no sea necesario que la estandarización se extienda a la pronunciación
(2.2.2), no es sorprendente que ello sea así, aunque tampoco es necesario
que lo sea.
La pronunciación difiere, al parecer, de otros tipos de elementos por su
función social. Por ejemplo, a pesar de la influencia manifiesta de los Es
tados Unidos sobre la Gran Bretaña, su influencia sobre el inglés britá
nico se limita casi exclusivamente al vocabulario y no parece que tenga
ningún efecto en absoluto sobre la pronunciación de los grupos incluso
más susceptibles, tales como los adolescentes (los disc-jockeys de las emi
soras de radio y los cantantes pop son una excepción compleja e intere
sante). Sin embargo, la diferencia entre pronunciación y otros tipos de
elementos puede tener diferentes manifestaciones, como en el caso de al
gunos niños y adolescentes de Detroit, hijos de negros de la clase media,
que fueron estudiados como parte de una investigación sobre ‘dialectología
urbana’ (materia de estudio de casi todo el capítulo 5). E l autor del in-
forme, W alter Wolfram (1969: 205), indica que los elementos sintácticos
y morfológicos eran los que cabría esperar normalmente para estos ha
blantes procedentes de la clase media (por ejemplo, había pocas ‘negacio
nes dobles’,* muy normales en el habla de la clase baja de Detroit), pero
que su pronunciación era más o menos como la de la juventud de clase
baja de Detroit. También señala (1969: 204) que las diferencias de pro
nunciación pueden ser cuantitativas, mientras que otras diferencias son cua
litativas; es decir, que las diferencias de clase en fonología son una cuestión
de cuántas veces se usa un determinado elemento, mientras que las de
sintaxis y morfología son una cuestión de cuáles son los elementos emplea
dos. Sin embargo, la base de esta afirmación es extremadamente escasa, y
no ha sido confirmada por otros proyectos de investigación.
Puede suceder, pues, que la pronunciación y los otros elementos jue
guen distintos papeles en los actos de identidad de los individuos a los
que nos referíamos más arriba. Así, por ejemplo, pudiera ser que usára
mos la pronunciación para identificarnos con nuestro origen (o para dar
a entender que originalmente pertenecíamos a un determinado grupo, per
teneciéramos o no de hecho a él; compárense los británicos que adquieren
tardíamente el acento RP con los jóvenes negros de clase media de D e
troit, que por alguna razón adquieren un acento de clase baja, bastante
pronto). Por el contrario, podemos emplear la morfología, la sintaxis y el
léxico para dar a entender nuestro estado social actual, como, por ejem
plo, el grado de educación que hemos recibido. Por el momento esto es
conjetural, pero hay suficientes pruebas de que existen diferencias entre
la pronunciación y otros aspectos de la lengua como para que merezca la
pena buscar alguna explicación general. Tal como se ha apuntado ya, la
diferencia puede que simplemente sea un artilugio del proceso de estan
darización, de modo que es importante ahora analizar los datos que nos
ofrezcan las comunidades no afectadas por la estandarización. Si tales di
ferencias se hallan también allí, entonces podemos suponer que hemos
hallado un hecho fundamental, y más bien misterioso, acerca del lenguaje.
¿E xiste alguna prueba de las diferencias entre aquello a lo que yo
2.4 Registros
Ejemplos sencillos como éste indican que los diferentes elementos lin
güísticos son sensibles a los distintos aspectos del acto de la comunicación,
de la misma forma que los diferentes elementos responden a las distintas
características del hablante (5.4.2). Podemos hablar de registros sólo como
variedades en el sentido más bien exiguo de conjuntos de elementos lin
güísticos que poseen todos la misma distribución social, es decir, que apare
cen todos bajo las mismas condiciones. Es éste un clamor lejano de la noción
de variedad en la que el hablante se sujeta a una variedad a lo largo de una
secuencia de habla, hablando ‘un dialecto5 (quizás el único que sabe) y ‘un
registro’. Sin embargo, probablemente sea justo decir que los que utili
zan el término ‘registro’ (utilizado sólo por los sociolingüistas como término
técnico) nunca hayan pretendido que se tomara en este sentido, como mues
tra el hecho de que todos los modelos presentados ponen mucho énfasis
en la necesidad de análisis multidimensionales de registros.
Otro aspecto coincidente entre dialectos y registros es que suelen im
bricarse considerablemente: el dialecto de un individuo puede ser el regis
tro de otro. Así, por ejemplo, los elementos que una persona utiliza en
todas las circunstancias, aunque sean informales, puede que sean utiliza
das por algún otro en las ocasiones más formales, en las que siente la nece
sidad de imitar en lo posible a la otra persona. Esta es la relación que se
da entre hablantes ‘nativos’ de dialectos estándar y no-estándar. Formas
que son parte del ‘dialecto’ del hablante estándar son parte de un ‘regis
tro’ especial para el hablante no-estándar. De nuevo, aportaremos pruebas
masivas en favor de esta afirmación, aunque las pruebas son apenas nece
sarias cuando los hechos son tan conocidos,
Para concluir, hemos desarrollado ahora un modelo del lenguaje radical
mente distinto del basado en la noción de ‘variedad’. En el último, cual
quier texto dado representa sólo una variedad (aunque reconociendo que
puede darse ‘cambio de código’; ver 2.5), y para cualquier variedad dada
puede escribirse una gramática: una descripción que cubra todas las clases
de elementos lingüísticos que se hallan en los textos representativos de tal
variedad.
Podemos darle el nombre de m o d e l o b a s a d o e n l a v a r i e d a d , en opo
sición al m o d e l o b a s a d o e n l o s e l e m e n t o s que hemos desarrollado en
este libro hasta ahora. En el último modelo, cada elemento lingüístico se
asocia con una descripción social que indica quién lo usa y cuándo. Se tienen
en cuenta las semejanzas entre los elementos en su descripción social, y, en
la medida en que los elementos son semejantes, pueden ser agrupados juntos
como miembros de una versión débil de ‘variedad’, pero puede haber mu
chos grupos así de elementos en la lengua de una persona determinada, y
también habrá muchos elementos con descripciones sociales únicas. No es
necesario que las descripciones sociales de los distintos elementos se refie
ran todas a los mismos factores, y de hecho no lo hacen así, de modo que
en una misma frase algunos elementos (pongamos, palabras) pueden re
flejar la región de origen del hablante, otros su clase social, otros su rela
ción con el oyente, otros la formalidad del momento, y así sucesivamente.
Según este punto de vista, el objeto de la descripción, para la lingüística
descriptiva, no es la ‘variedad’ sino el elemento lingüístico, y la pregunta
a la que buscaremos respuesta es hasta qué punto podemos hacer afirma
ciones generales acerca de los elementos lingüísticos, tanto dentro de la len
gua de un individuo como a través de los individuos — y, naturalmente,
qué clases de afirmaciones generales hay.
Una pregunta particularmente interesante, que surge en conexión con
las ‘descripciones sociales’ a las que nos referíamos en el último párrafo,
es la de si representan normas sociales, como resultado de simples conven
ciones, o si son consecuencia necesaria de la forma en que el lenguaje
es aprendido y usado. Este problema se plantea tanto con respecto a los
‘dialectos’ como a los ‘registros’, es decir, con respecto a las descripcio
nes sociales que se refieren tanto al hablante como a las circunstancias.
Sin embargo, aquí limitaremos la discusión al último aspecto, en el que
las cosas están más claras.
E l inglés que se usa en las cartas formales incluye expresiones como
further to our letter o f.,., we note th at..., we regret to injorm you th at...,
y así sucesivamente. ¿Por qué se hallan particularmente estas expresiones,
cuando otras con el mismo significado (por ejemplo we are sorry to tell
you) no se dan? Una respuesta sería que simplemente es cuestión de con
vención y una casualidad de la historia el que fueran seleccionadas las for
mas que ahora se usan con preferencia a las alternativas, que hubieran ser
vido lo mismo. Puede que una vez establecidas las convenciones luego
lleguen a ser necesidades, en el sentido de que deben ser utilizadas si se
quiere que una carta sea aceptada como ‘normal’ . Pero no había ninguna
razón para que fueran éstas las formas preferidas en un principio. La otra
respuesta es la de que simplemente no hay formas alternativas de signifi
cado idéntico, de modo que el uso de los elementos en cuestión es inevi
table, si tales significados han de ser expresados de algún modo.
No es difícil buscar una solución general al conflicto entre convención
y necesidad como explicación de los hechos. Resulta que una explicación
es adecuada en algunos casos, y que la otra lo es en otros. Por ejemplo, la
elección entre get y obtain es cuestión de convención, puesto que no hay
ningún requisito general por el que el más específico de los dos términos
deba ser el más formal (compárense car y vehicle). Contrariamente, la
elección entre salt y sodiurn chloride como término técnico es (presumible
mente) una cuestión de necesidad, puesto que, por una parte, es impor
tante evitar la ambigüedad en los términos técnicos, y salt es ya una palabra
usada como término técnico en química (aplicado a todo compuesto forma
do por la combinación de dos iones) y, por otra parte, es conveniente tener
un nombre para deáignar la sal de mesa que revele su relación con otras
substancias, tal como hace el nombre compuesto sodium chloride. De forma
semejante, es difícil pensar en formas alternativas de ‘lenguaje ordinario’
para expresar los signifcados de further to our letter of... y we noted that...,
de modo que su uso en cartas formales, en las que hay que expresar tales
significados, es una cuestión de necesidad. Por el contrario, we regret to
inform you that... expresa el mismo significado que we are sorry to tell you
that... y la preferencia por la primera es simplemente una cuestión de
convención.
Esta discusión tiene consecuencias prácticas importantes, puesto que
entre la gente profana existe una tendencia a presentar todas las diferen
cias de ‘registro’ como igualmente importantes, y, por la misma razón, como
importantes. Consecuentemente, puede que un niño tenga que invertir
tanto tiempo y esfuerzo en aprender asuntos de convención lingüística (tales
como el usar la pasiva al escribir sobre experimentos científicos) como en
asuntos de necesidad lingüística, tales como los términos técnicos de la
química.
La distinción entre limitaciones sociales convencionales y necesarias es
también interesante a la vista de la fuerza de sentimiento que suscita el
primero. Ello es especialmente claro en el caso del tabú lingüístico, tal como
el de las ‘four letter w ords’ en inglés (ver Bloomfield 1933: 155, 400 y
Bolinger 1975: 255). Existe una convención muy arraigada, según la cual
ciertas palabras, tales como sh it,* nunca debieran usarse, y mucha gente
conoce estas palabras pero observan la convención hasta el punto de que
nunca las pronuncian desde que nacen hasta que mueren (ni siquiera para
decir que sus hijos las han usado), hecho verdaderamente sorprendente,
considerándolo objetivamente. Más aún, la convención está incluso respal
dada por la ley, de modo que hasta época reciente los editores corrían el
riesgo de ser perseguidos por la ley si imprimían ciertas palabras. Para mu
chísima gente, el efecto del tabú lingüístico es el de conceder a estas pala
bras un valor extra como símbolos de protesta, por ejemplo. E s particular
mente claro que en estos casos el valor social de una palabra es simple
mente una cuestión de convención, puesto que otras palabras con los
mismos significados precisamente no son tabú (aunque puede que estén
restringidas al uso como términos técnicos, como ja e c e s,** o para hablar
con los niños, como poo-poo, * * * etc.). Toda el área lingüística del tabú o
semi-tabú (jerga, juramentos, insultos, etc.) merece una seria investigación
sociolingüística, lo que nos indicaría mucho acerca de la lengua en rela
ción con la sociedad
2.4.3 Diglosia
Ejemplos como éste muestran que los hablantes son capaces de manipu
lar las normas que rigen el uso de las variedades justo del mismo modo
que pueden manipular las normas que gobiernan los significados de las
palabras usándolas metafóricamente. Esto es algo que todo el mundo
sabe por su experiencia cotidiana, pero merece la pena hacerlo notar explí
citamente en un libro de teoría sociolingüística, ya que evita la trampa de
considerar a los hablantes como si fueran una clase de autómatas sociolin-
güísticos, capaces de hablar tan sólo dentro de las condiciones impuestas
por las normas de su sociedad.
Otro aspecto que hace más interesante los cambios de código es que
el hablante puede cambiar de código (es decir, variedades) dentro de una
misma frase, e incluso puede hacerlo repetidamente. John Gumperz (1976)
sugiere el término c a m b i o d e c ó d i g o c o n v e r s a c i o n a l para este tipo de
cambio, con el fin de distinguirlo del c a m b i o d e c ó d i g o s i t u a c i o n a l
(que él llama de hecho ‘diglosia’ en el sentido más amplio señalado arriba),
en el que cada punto del cambio corresponde a un cambio de situación.
En el caso de cambio de código conversacional no hay tal cambio de situa
ción, ni tampoco cambio de tema que pudiera llevar a un cambio de código
metafórico. En cambio, se tiene la impresión de que el objetivo es simple
mente producir muestras de las dos variedades en una proporción, diga
m os, más o menos igual. Este equilibrio puede ser conseguido expresando
una frase en una variedad y la siguiente en la otra variedad, y así sucesi
vamente, pero también es posible que las dos variedades sean usadas en
partes distintas de una misma frase. Parece que el cambio de código con
versacional es aceptable en algunas sociedades, pero no en otras; no es algo
que haga el individuo bilingüe, excepto al hablar con un miembro de la
comunidad que lo permíta.
Los casos más claros de cambio de código conversacional son, natural
mente, aquéllos en los que las variedades implicadas son claramente más dis
tintas, como suelen serlo cuando se trata de lenguas distintas. Lo que
sigue es un extracto del habla de una hablante de Puerto Rico que vive
en Nueva York, citado por William Labov (1971):
Por eso cada, you know it’s nothing to be proud of, porque yo
no estoy proud of it, as a matter of fact I hate it, pero viene
Víerne y Sabado yo estoy, tu me ve hacia mi, sola with a, aquí
sólita, a veces que Frankie me deja, you know a stk k or some-
thing...
Ejemplos como éste son interesantes porque muestran que las catego
rías sintácticas que se usan para clasificar elementos lingüísticos pueden ser
independientes de sus descripciones sociales. Por ejemplo, en el extracto
de arriba, el verbo español estoy va seguido de un adjetivo, pero en este
caso un adjetivo inglés (proud). Lo que corrobora el punto de vista de
que por lo menos algunas categorías sintácticas (y otras) empleadas en el
análisis de la lengua son universales y no sujetas a lenguas particulares.
Un ejemplo aún más claro de cambio de código conversacional dentro
de una misma frase es el citado por Gillian Sankoff, referido al habla de
un contratista de un pueblo de Nueva Guinea (Sankoff 1972: 45). Las
lenguas implicadas aquí son las llamadas buang y pidgin neo-melanesio o
tok pisin (a las que volveremos en 2.5.3). En la lengua buang, la negación
se hace mediante la forma su antepuesta al predicado (es decir, el verbo
más sus complementos), y la forma re pospuesta; pero en una frase (dema
siado larga para mencionarla aquí) el predicado era sobre todo en inglés,
pero iba incluido entre las formas su ...re de la construcción del buang.
Podemos concluir, una vez más, que elementos de lenguas tan distintas
incluso como el buang y el pidgin neo-melanesio son clasificados, tanto por
los hablantes como por los lingüistas, en función de un conjunto común de
categorías sintácticas (en este caso, algo como la categoría ‘predicado’).
Una materia interesante de investigar en las comunidades que permiten
cambios de código conversacional es si hay alguna restricción que regule
el cambio de código. Por ejemplo, ¿podría darse en medio de un sintagma
nominal? Tanto si resultara que las restricciones se deben a una conven
ción de la sociedad como a limitaciones de la mente humana, los resultados
serían seguramente interesantes.
2.5.3 Pidgin
Bimeby [by and by] leg belong you he-all-right gain [again ],
‘Your leg will get vvell again’
Sick he-down-im [him ] me.
‘I am sick’
Me like-im saucepan belong cook-im bread.
‘I want a pan for cooking bread’
2.5.4 Criollos
* ‘Y este cerdo que habían matado antes se convirtió en una gran roca.’ (N.
del T.)
bra usada como demostrativo y como marcador de oraciones en relativo, de
la misma forma que ia. Lo especialmente interesante acerca de esta inves
tigación es que los hablantes de un pidgin continúen desarrollándolo, em
pleando cualquier medio a su alcance, en un proceso no dependiente de la
criollización. De hecho, Sankoff & Brown poseen pruebas de que el proceso
empezó por lo menos diez años antes de que existiera un número signifi
cativo de hablantes nativos de tok pisin. Una vez más, no hay pruebas
de investigación en favor de cambios ocurridos durante procesos de criolli
zación que no pueden ser emparejados con cambios en lenguas pidgin sin
hablantes nativos.
La conclusión hacia la que parece conducir este análisis es la de que
no existe una clara diferencia entre pidgins y criollos, aparte de la que los
criollos poseen hablantes nativos y los pidgins no. No parece que deba se
guirse ninguna otra diferencia de ésta última entre los pidgins y los crio
llos. Puesto que hemos argumentado que los criollos son justamente len
guajes ordinarios (con algunas reservas respecto a los continua criollos) y
que los pidgins son más bien algo peculiares, se sigue que la distinción
entre ‘normal’ y ‘peculiar’ (tal como aparece en los primeros estadios de pid-
ginización) es confusa, y más bien es un continuum que una diferencia cua
litativa. Además, queda claro que no hay un momento determinado en el
que un pidgin determinado empiece a existir repentinamente, sino más bien
un proceso de creación de variedad denominado pidginización, mediante
el que se desarrolla gradualmente el pidgin a partir de la nada. Bien podría
mos preguntarnos si este proceso es esencialmente distinto de lo que ocurre
diariamente en las relaciones entre gente que cree hablar la misma lengua,
pero cree que constantemente va acomodando su lengua y habla a las nece
sidades recíprocas. (Compárese la observación que hace Robert Le Page
[1 9 7 7 b ] de que ‘cada acto de habla e s... el reflejo de un ‘pidgin instantáneo’
relacionado con la competencia lingüística de más de una persona’.) Puede
trazarse un ejemplo paralelo entre los nativos de Nueva Guinea que
intentan aprender una aproximación al vocabulario inglés de entre ellos
mismos y de los hablantes locales de inglés, por una parte, y los alumnos
de lingüística que aprenden una aproximación al vocabulario de sus profe
sores de entre los alumnos mismos y de los procesores. Queda claro en
ambos casos quién es el que debe hacer el trabajo de aprendizaje, aunque
puede que el grupo dominante utilice a veces las formas que saben que usa
el grupo subordinado, con el fin de facilitar las cosas. Lo que se produce
en ambos casos es una variedad de lenguaje que va pasando de una per
sona a otra, desarrollado a partir de intocables encuentros entre alumnos
y profesores y entre los alumnos entre sí. Puede parecer divertida al lector
de este libro la idea de ser él mismo un hablante de ‘pidgin lingüístico’,
pero esperamos que la advertencia sea tomada bastante en serio.
En este capítulo hemos tratado un gran número de variedades lin
güísticas, que incluyen ‘lenguas’, ‘dialectos’ (tanto regionales como sociales),
‘registros’, ‘lenguas estándar’, variedades diglósicas ‘alta’ y ‘baja’, ‘pidgins’
y ‘criollos’. Hem os llegado a conclusiones esencialmente negativas acerca
de las variedades. En primer lugar, hay problemas considerables de deli
mitación entre una variedad y otra de la misma clase (es decir, una len
gua de otra, o un dialecto de otro). En segundo lugar, existen serios pro
blemas de delimitación de un tipo de variedad de otro: lenguas de dia
lectos, o dialectos de registros, o ‘lenguas ordinarias’ de criollos, o crio
llos de pidgins. (Hubiéramos podido mostrar dudas semejantes en la de
limitación de variedades ‘estándar’ y ‘no-estándar’.) En tercer lugar, he
mos sugerido que la única forma satisfactoria de solucionar estos proble
mas es evitando completamente la noción de variedad como concepto
analítico o teorético, concentrándonos por el contrario en el elemento lin
güístico individual. Se hace necesaria una ‘descripción social’ para cada
elemento, precisando quién lo usa y cuándo: en algunos casos la descrip
ción social de un elemento será única, mientras que en otros es posible
que pueda generalizarse a través de un mayor o menor número de ele
mentos. Lo más que este método se acerca al concepto de ‘variedad’ es
en estos elementos de similar descripción social, pero sus características
son más bien distintas de las de las variedades como las lenguas y los dia
lectos. Por otra parte, también es posible utilizar los términos como ‘va
riedad’ y ‘lengua’ de un modo informal, como han sido utilizados en las
pocas secciones anteriores, sin ninguna intención de que se tomaran de
masiado seriamente como armazones teoréticos.
También llegamos a conclusiones más bien similares respecto al con
cepto de ‘comunidad lingüística’, que parece existir tan sólo en la medida
en que una determinada persona la haya identificado y pueda situarse con
referencia a la misma. Puesto que individuos distintos identificarán de esta
forma comunidades distintas, nos vemos obligados a abandonar cualquier
intento de encontrar criterios objetivos y absolutos para definir comuni
dades lingüísticas. Ello nos deja, por una parte, con el hablante indivi
dual y su gama de elementos lingüísticos, y, por otra, con comunidades
definidas sin referencia al lenguaje pero a las que podemos encontrar útil
referirnos según la lengua.
Después de haber reducido la materia de estudio de la sociolingüística
al estudio de elementos lingüísticos individuales de hablantes particulares,
podemos preguntarnos qué tipo de generalizaciones podemos hacer. Hemos
visto que hay muchas preguntas generales cuyas respuestas sería intere
sante conocer, tales como si clases diferentes de elementos lingüísticos res
ponden a aspectos diferentes de la sociedad (es decir, del modelo perso
nal del individuo acerca de su sociedad). H e apuntado algunas respuestas
a esta pregunta, y a otras suscitadas en este capítulo, pero a estos niveles
pueden ser poco más que especulativas. De todas formas, ahora debería
estar ya claro que merece la pena el hacerse tales preguntas, y que inves
tigaciones futuras proporcionarán respuestas basadas en pruebas empíricas.
L E N G U A JE , CU LTU RA Y PEN SA M IE N T O
3.1 Introducción
3.1.1 Cultura
3.1.2 Pensamiento
* ‘Todos se lo pasaron muy bien’, ‘Dos y dos son cuatro’. (N. del T.)
elementos del lenguaje, junto con los conceptos o proposiciones que cons
tituyen sus significados, y más conceptos que definen su distribución so
cial. Cuando hablamos o escuchamos, hacemos uso de los conceptos que
ya conocemos con el fin de inferir proposiciones (los significados de las
oraciones), y también sus categorías sociales, definidas en términos de
conceptos.
Respecto a la relación entre lengua y cultura, la mayor parte del len
guaje está comprendida en la cultura, de modo que no quedará muy lejos
de la verdad el afirmar que «la lengua de una sociedad es un aspecto de
su cultura ( ...) La relación de la lengua con la cultura es la de la parte
con el todo» (Goodenough 1957). E l área de imbricación entre lengua y
cultura es la de aquellas partes del lenguaje aprendidas de los demás. Sin
embargo, debemos aceptar que algunos aspectos no se aprenden de esta
forma, de la misma manera que, sin lugar a dudas, algunos conceptos no
son aprendidos de los demás. Presumiblemente, al menos algunos de los
conceptos asociados a las palabras como sus significados son de esta clase
(por ejemplo, parece probable que un bebé comprenda el concepto ‘verti
cal’ antes de aprender la palabra que lo designa), y puede haber otros as
pectos del lenguaje que el niño no tenga que aprender, como el inventa
rio de los rasgos fonéticos o los conceptos ‘nombre’ y ‘verbo’. En la me
dida en que hay aspectos del lenguaje que no son aprendidos de los de
más, el lenguaje no está contenido completamente dentro de la cultura.
La figura 3.1 puede contribuir a aclarar las relaciones entre pensamien
to (el cuadro entero), la cultura, la lengua, y el habla (representados por
los tres círculos del cuadro).
3.2 La relatividad lingüística y cultural
si no 0 var VE
no si mi par DS
no no An gar gH
(i) padre
(ii) hermano del padre (inglés únele, castellano tío)
(iii) hijo de la hermana del padre (inglés con sin, castellano primo)
(iv) hijo de la hermana de la madre del padre (inglés ?, castellano ?)
(v) hijo de la hija de la hermana del padre (inglés ?, castellano ?)
(vi) hijo del hermano del padre del padre (inglés ?, castellano ?)
(vii) hijo del hijo de la hermana del padre del padre (inglés ?, castellano ?)
Los términos del inglés (y del castellano) que aparecen entre parén
tesis, cuando los hay, no son en modo alguno traducciones exactas, ya
que poseen significados más extensos que los términos que traducen. Por
ejemplo, únele (‘tío’) se refiere tanto al hermano del padre de uno como
al hermano de la madre de uno. Además, para la mayoría de nosotros en
inglés (o en castellano) simplemente no existe ningún término para ex
presar los significados de (iv) - (vii), aunque, sin lugar a dudas, los sufi
cientemente expertos en estas materias (una minoría reducida en la Gran
Bretaña) serían capaces de construir algún compuesto como second cousin
twice removed, ‘primo tercero’. Casi no merece la pena subrayar que no
existe término en inglés (ni en castellano) que se corresponda con el sig
nificado del término X de esas lenguas.
E l término X no sólo es chocante para el hablante normal de inglés,
sino que supone también un reto al analista que intente buscar los rasgos
comunes que definan la gente a la que puede aplicarse el término X . Un
rasgo común es que la persona implicada ha de ser varón, pero, aparte
de ésta, no es fácil ver alguna otra característica del conjunto al que puede
aplicársele el término X . (Hay que hacer notar que X no significa ‘pariente
de sangre de parte del padre’, ya que no incluye al ‘padre del padre’, por
ejemplo.) Sin embargo, si aplicamos el punto de vista del prototipo en
vez de andar buscando los rasgos de definición, las cosas aparecen de ma
nera muy distinta. Según Lounsbury, pueden predecirse todos estos sig
nificados suponiendo que el significado básico (el prototipo) es simple
mente ‘padre’, y que los demás significados se derivan de él por aplicación
de cualquiera de las siguientes tres reglas de equivalencia:
Regla Significado
prototipo padre
/ \
B hermanos * = hermanos * hermano del padre
y \
C medio-hermanos * = completos hijo del padre del padre
C medio-hermanos * = completos hijo del hijo de la madre del padre del padre
4
A hermana = madre hijo del hijo de la hermana del padre del padre
rece de una palabra como la castellana para designar ‘mueble’. La prueba que el autor
aduce le va bien con el inglés, pero no así con el castellano, en el caso de mueble
(una sola palabra) contra piece of forniture. El caso de kitchen chair sí es paralelo al
de silla de cocina. (N. del T J
Quedan todavía bastantes aspectos acerca de la relatividad que no
han sido tratados en las secciones precedentes, especialmente la cuestión
de la relatividad en aquellas áreas del significado que se reflejan en la sin
taxis o la morfología más que en el vocabulario. Nos hemos concentrado
en la última, sin embargo, porque según nuestras previsiones intuitiva's,
suponemos que encontraremos menos variabilidad en las proposiciones
que pueden ser expresadas por la sintaxis que en los conceptos definidos
en el vocabulario. E s, pues, más significativo si se demuestra que la rela
tividad es limitada incluso en el vocabulario. De igual forma, suele haber
grandes diferencias entre las lenguas en ios conceptos que refleja la mor
fología, variando desde aquéllas en donde no hay morfología en absoluto
hasta las lenguas en donde ésta es increíblemente abundante y expresiva.
Por otra parte, cierto número de conceptos tales como los que tratan del
tiempo, número y ‘m odo’ (la actitud del hablante ante lo que está dicien
do, tal como su certeza ante una proposición) están entre lo que en mu
chas lenguas suele ser expresado mediante la morfología. Puede haber así
restricciones bastante fuertes a la relatividad en los significados corres
pondientes a la morfología, que, como la sintaxis, constituiría un área de
investigación menos prometedora que la del vocabulario.
Las siguientes conclusiones, pues, se refieren al significado tal como
queda reflejado en el vocabulario, lo que quiere decir que, de hecho, con
sideramos sólo la parte del significado que trata de los conceptos y no de
las proposiciones. Hemos hallado que la posición denominada ‘relativismo
extremo’ no es sostenible, ya que existen claras restricciones acerca de la
naturaleza y extensión de las diferencias existentes entre la gente respecto
a los conceptos expresados en sus lenguas. Algunas de estas restricciones
son debidas a que gente diferente, de sociedades muy diferentes, puede que
usen los mismos conceptos al definir los significados de las palabras; es
decir, los significados de las palabras pueden ser definidos en función de
‘componentes semánticos’ que pueden ser comunes a muchos, o incluso to
dos, los humanos. Puede que un componente semántico sea universal, por
que es parte de la estructura cognoscitiva normal de los humanos, como
la facultad humana de percibir los colores, o porque es parte del entorno
moral de los humanos, como la oposición entre ‘vertical’ y ‘horizontal’, o
de los diferentes miembros del grupo familiar biológico.
Otras restricciones a la relatividad pueden ser explicadas en función
de las necesidades comunicativas comunes de los humanos, especialmente
la necesidad de transmitir la máxima cantidad de información con la míni
ma cantidad de esfuerzo. Esto conduce a la tendencia aparentemente uni
versal de dar prioridad a los conceptos de ‘nivel básico’ sobre los conceptos
tanto de nivel alto como bajo, y sobre las semejanzas en las estructuras
jerárquicas del vocabulario independientemente del contenido real de los
significados expresados. Otras restricciones se deben a la tendencia del mun
do a estructurarse por sí mismo, ofreciendo conceptos ya hechos para su
utilización como prototipos, que parecen variar de una sociedad o persona
a otra sociedad o persona que los conceptos ‘extendidos’ elaborados a par
tir de los prototipos (ver la presentación anterior de la palabra ‘padre’ en
diversas lenguas).
Hay que subrayar que todas estas conclusiones son hipótesis que han
sido puestas a prueba contra un corpus de datos más bien reducido, pero
que por lo menos son tan convincentes como las hipótesis alternativas del
relativismo extremo y del universalismo extremo (que afirma que no exis
ten diferencias en los significados expresados por los distintos sistemas de
vocabulario). L o que es más, estas hipótesis poseen el atractivo de estar
corroboradas tanto por explicaciones sumamente sencillas como por una
cierta cantidad de datos aceptables.
Para hacer un balance de las conclusiones que muestran que las dife.
rencias son restringidas, debemos resumir ahora las conclusiones que mues
tran que existen diferencias y que, de hecho, son grandes. Hemos visto
que existen diferencias en los componentes semánticos involucrados inclu
so en áreas altamente estructuradas y universales como la terminología de
parentesco (como moiety es relevante en algunos sistemas, pero no en
otros); y es evidente que existen diferencias en las formas en que se com
binan los componentes en los significados de las palabras (cf. los pronom
bres del palaung y del inglés). De forma semejante, existen diferencias
en los prototipos que son reconocidos como tales (como ‘universidad’ o
cualquier otro prototipo que se refiera a moiety), y vastas diferencias en
las maneras en que pueden ser extendidos los prototipos (como las tres
reglas de extensión de los prototipos de parentesco en lenguas como el
seminóla, que no se dan en las demás). Finalmente, existen diferencias en
los conceptos que gentes diferentes toman como básicos, variando de una
comunidad a otra, o variando dentro de una misma comunidad según la ha
bilidad del hablante. En pocas palabras, semejanzas y diferencias existen
en cantidades suficientemente grandes, y en formas suficientemente espe
cíficas, como para conceder a la semántica del vocabulario una atención
mayor en su estudio comparativo del que hasta ahora ha recibido.
4.1.1 Introducción
Más adelante (en 4.4) nos detendremos con más detalle en algunos
de los aspectos no-verbales de la interacción social y veremos qué rela
ción guardan con el habla.
El estudio del habla como parte de la interacción social ha involucrado
a muchas disciplinas distintas, incluidas la psicología social, la sociología,
la antropología, la etología (el estudio del comportamiento en los anima
les), la filosofía, la inteligencia artificial (del estudio de la inteligencia
humana a través de la simulación por computadora), la sociolingüística y la
lingüística. Cada disciplina aporta una variedad de cuestiones y de méto
dos que inciden en este campo, resultando todas mutuamente beneficia
das. Los métodos usados principalmente en este estudio con la introspec
ción y la observación de los participantes, con una cierta cantidad de expe
rimentación (por los psicólogos sociales y los etólogos) y simulación en
computadora (por los estudiosos de la inteligencia artificial). Una de las con
tribuciones más importantes ha sido la hecha por los antropólogos dedicados
a lo que se conoce por e t n o g r a f í a d e l h a b l a o e t n o g r a f í a d e l a c o
m u n i c a c i ó n , campo dominado por la obra de Dell Hymes (ver Hymes
1962, 1964, 1974 y las antologías siguientes: Bauman & Sherzer 1974,
Gumperz & Hymes 1964, 1972). La importancia de este trabajo ha sido
la de aportar al análisis datos sobre sociedades distintas de las sociedades
occidentales avanzadas en las que viven la mayoría de los lingüistas, y el
dejar claro la gran variedad que existe en los condicionamientos sociales
del habla. Muchos de los lectores estarán esperando algunas sorpresas en
las pocas páginas siguientes. Pero, como veremos a continuación, no hay,
relativamente, ningún límite en este campo a las mismas, más del que lo
había en el campo del significado (ver 3.2).
De igual modo, la mayoría de los lectores aceptarían que tiene que haber
un límite al número de interrupciones permitidas en una conversación;
no ocurre así en Antigua:
Existen varias razones por las que los hablantes de esta comunidad son
tan poco informativos. Una de ellas es la de que temen que la identificación
de un individuo atraiga hacia él la atención de fuerzas malignas, o lo
pongan en peligro de una u otra forma. Otra razón es la de que las noti
cias escasean en los pequeños pueblos aislados, y a la gente le gusta conser
var para sí las noticias como ventaja preciosa (!). Consecuentemente, no
hay ningún reparo en dar información que está fácilmente al alcance de cual
quiera; por ejemplo, si hay un puchero de arroz cocinándose en el fuego, la
gente se referirá a él como ‘el arroz’, ya que todo el mundo puede ver que
es arroz lo que hay allí. Evidentemente, las diferentes normas de habla
de las distintas sociedades pueden explicarse a menudo por referencia a
otros aspectos de sus culturas, y no pueden, por consiguiente, estudiarse
satisfactoriamente de forma aislada.
Finalmente, hay normas muy específicas que pueden variar de unas so
ciedades a otras, tales como el modo de pedir el billete al cobrador de auto
bús. Para poner otro ejemplo, en una cena formal en Alemania, el ama
de casa probablemente diría a sus invitados Ich darf jetzt bitten, Platz zu
nehmen (‘Ahora puedo pedirles que tomen asiento’), utilizando una cons
trucción declarativa, contrariamente a la interrogativa que utilizaría el ama
de casa en inglés: May I ask you to come and sit down noto? (¿Puedo
pedirles que vengan y que se sienten ahora?). En las secciones siguientes
mencionaremos otros ejemplos de condicionamientos bastante específicos.
4.1.5 Conclusión
5.1 Introducción
Si cada texto contuviera muestras de tan sólo una variante para cada
variable, entonces podría ser situada en el espacio lingüístico multi-dimen-
sional relevante sin el empleo de métodos cuantitativos. Por ejemplo, si
estuviéramos investigando (h) y {no ¡any) en una serie de textos, debe
ríamos (concebiblemente) encontrar que algunos de los textos contenían
muestras de ( h ) : 0 , y no de ( h ):[h ]; y que otros textos contenían mues
tras de (h ):[h ], y no de ( h ) : 0 ; e igualmente para las dos variantes de
{no¡any)-. en este caso, cada variable definiría simplemente dos grupos cla
ramente distintos de textos, y la única complejidad la presentaría la inter
acción de las dos variables; en base a lo que sabemos acerca de la mayoría
de comunidades de habla inglesa, cabría esperar que (h): [h ] tienda a ocu
rrir en los mismos textos en los que se da {no¡any)'.any, y que (h):
0 co-ocurra con {no/any):no. Es decir, cabría esperar encontrar oraciones
como We didn’t see no ’ouses (no hemos visto ninguna casa) y We didn’t
see any homes (no hemos visto ninguna casa), y estaríamos menos segu
ros acerca de We didn’t see no houses y We didn’t see any ’ouses (no
hemos visto ninguna casa). El estudio de un amplio número de textos nos
proporcionaría alguna indicación de hasta qué punto son sensibles estas
dos variables lingüísticas a las mismas variables sociales. Si halláramos que
(h ):[h ] se daba siempre en los mismos textos que {no/any):any, y que
( h ) : 0 y {no/any)-.no co-ocurrían en los mismos textos, tendríamos entonces
alguna justificación para concluir que ambas variables lingüísticas son de
hecho sensibles a precisamente la misma variable social. Al llegar a esta
conclusión, podríamos mirar el origen social de los textos, en la medida en
que lo conociéramos, e intentar decidir cuál es esta variable social. Imagine
mos que hemos encontrado que todos los textos con (h): [ h ] y {no/any):any
eran producidos por personas a las cuales sus patrones pagaban por men
sualidades, y que todos los demás eran de asalariados que cobraban por
semanadas. Sería entonces razonable concluir que la variable social rele
Si cada texto contuviera muestras de tan sólo una variante para cada
variable, entonces podría ser situada en el espacio lingüístico multi-dimen-
sional relevante sin el empleo de métodos cuantitativos. Por ejemplo, si
estuviéramos investigando (h) y (no/an y) en una serie de textos, debe
ríamos (concebiblemente) encontrar que algunos de los textos contenían
muestras de ( h ) : 0 , y no de (h): [ h ] ; y que otros textos contenían mues
tras de (h ):[h ], y no de ( h ) : 0 ; e igualmente para las dos variantes de
{no/any)-. en este caso, cada variable definiría simplemente dos grupos cía-
ramente distintos de textos, y la única complejidad la presentaría la inter
acción de las dos variables; en base a lo que sabemos acerca de la mayoría
de comunidades de habla inglesa, cabría esperar que (h): [h ] tienda a ocu
rrir en los mismos textos en los que se da {no/any):any, y que (h):
0 co-ocurra con {no/ any):no. E s decir, cabría esperar encontrar oraciones
como We didn’t see no ’ouses (no hemos visto ninguna casa) y We didn’t
see any bornes (no hemos visto ninguna casa), y estaríamos menos segu
ros acerca de We didn’t see no houses y We didn’t see any ’ouses (no
hemos visto ninguna casa). E l estudio de un amplio número de textos nos
proporcionaría alguna indicación de hasta qué punto son sensibles estas
dos variables lingüísticas a las mismas variables sociales. Si halláramos que
(h ):[h ] se daba siempre en los mismos textos que {no/any):any, y que
( h ) : 0 y (no/any)-.no co-ocurrían en los mismos textos, tendríamos entonces
alguna justificación para concluir que ambas variables lingüísticas son de
hecho sensibles a precisamente la misma variable social. Al llegar a esta
conclusión, podríamos mirar el origen social de los textos, en la medida en
que lo conociéramos, e intentar decidir cuál es esta variable social. Imagine
mos que hemos encontrado que todos los textos con (h ):[h ] y {no/any):any
eran producidos por personas a las cuales sus patrones pagaban por men
sualidades, y que todos los demás eran de asalariados que cobraban por
semanadas. Sería entonces razonable concluir que la variable social rele
90 -
80 -
70 -
60 -
5° -
40 -
3° -
20 -
10
-I I £
35~ 55
"
los más jóvenes, quienes favorecerían la forma innovativa ( r ):[r ]. Las ci
fras relevantes (ver cuadro 5.2) muestran que la hipótesis se confirma para
el almacén de estatus alto, Saks, y los datos de Klein por lo menos no son
demasiado difíciles de conciliar con la hipótesis, ya que el pequeño incre
mento entre los de edad 'media y los de más edad puede que sea signifi
cativo. (Incidentalmente, hay que hacer notar que los tantos por ciento que
aparecen en el cuadro 5.2 no son comparables del todo con los del cua
dro 5.1, puesto que los del cuadro 5.2 muestran la proporción de depen
dientes de cada grupo que emplearon (r): [ r ] en las dos palabras en
ambos casos, mientras que el cuadro 5.1 muestra el tanto por ciento de
pronunciaciones de cada palabra que contienen (r): [ r ] ; de todas formas,
tal diferencia no es relevante para el propósito presente.)
E l problema es que Macy’s presenta una tendencia contraria, indicando
que la gente mayor empleaba ( r ) :[ r ] considerablemente más que los jóve
nes de dicho almacén. Tal hallazgo contradice la hipótesis de Labov, lo
que le llevó a revisar la hipótesis de forma interesante, restringiéndola
a los grupos de estatus más elevado y a los de estatus más bajo. Según
la hipótesis revisada, estos grupos se verían menos afectados por el cam
bio de pronunciación después de su adolescencia, por oposición a los de
estatus medio, cuyas aspiraciones sociales podrían llevarles a cambiar de
pronunciación para asemejarse más a la última pronunciación de prestigio.
E sto constituye un claro ejemplo del estadio de ‘interpretación’ en la in
vestigación, en el que el investigador va más allá del procesamiento de
las cifras, para relacionarlas con una teoría general. La hipótesis revisada
fue puesta a prueba más tarde y confirmada en el trabajo principal de Labov
sobre Nueva Yok (Labov 1972a: cap. 5).
6o -
,\
\\
\\
4.0 ~ v\
\s
\\
20 ~
■>1
0
clase clase d a se . clase dase
media media trabajador a trabajadora trabajadora
media baja a' ta media baja
[r] 70 40 34
W 26 48 38
0 4 12 28
innecesaria la asignación de puntuaciones a las variantes por separado, y
solucionando también el problema de la ordenación.
Tabla 5.2. Asimilación vocálica del persa de 'Teherán: tantos por ciento de vocales
asimiladas en el habla informal de 40 hablantes y 8 grupos basados eu educación y
sexo
Desviación
estándar 3 6 4 4 0 3 5 6
mente primaria, o ninguna en absoluto) y el sexo. Respecto a los datos
de la tabla 5.2, hay que subrayar dos cosas, concretamente la homogenei
dad de los grupos y la falta de superposición entre los mismos. La super
posición viene indicada por los asteriscos, situados junto a las puntuaciones
de un grupo educacional que se superpone con los del grupo adyacente.
Por ejemplo, las dos puntuaciones de 36 y 41 al pie de la columna ‘varón,
secundaria’ se superponen con las cifras 33, 38 y 39 de la parte superior
de la columna ‘hembra, prim aria’ Se verá que no hay superposición en
absoluto entre grupos educacionales del mismo sexo, y que todos los aste
riscos representan casos en los que los varones de un grupo se superponen
con las hembras del ‘siguiente’ grupo de la escala. Respecto a la homoge
neidad de los grupos, ello viene dado por las cifras de la desviación están
dar, que reflejan hasta qué punto se desvían las puntuaciones individuales
de las del promedio del grupo. Las cifras de la desviación estándar son
sorprendentemente bajas, sin que ninguna de ellas sea mayor que 6, y
siendo una de ellas el asombrante 0 que representa la identidad virtual de
las puntuaciones de las graduadas universitarias. Esta cifra es tanto más im
presionante cuando se tiene en cuenta lo que representa: el tanto por ciento
de palabras como /bek o n / cuya primera vocal se asimila a la segunda en el
habla informal. Resultados como éstos son un reto real para cualquiera que
vaya tras un modelo psicológico y sociológico para explicar la variación
lingüística.
La fuente de datos de la tabla 5.3 es un estudio acerca de la pronuncia
ción de dieciséis niños de once años de tres escuelas distintas de Edim
burgo. Los niños llevaban colgados micrófonos inalámbricos mientras juga
ban en el patio, y se esperaba que los datos recogidos de esta manera estu
vieran bastante cerca de la clase de habla que los niños usaban naturalmente.
Se escogieron tres escuelas de modo que cada una de ellas cubriera un estra
to distinto de esferas sociales, pero puede verse que el agrupar a los niños
por escuelas producía unos resultados muy heterogéneos desde el punto de
vista de la variable (t), con una gran cantidad de superposición entre los
grupos. Reid proporcionaba también información acerca de la profesión de
los padres, pero incluso esta medida de estatus social, supuestamente más
Tabla 5.3. (t) en Edimburgo: tantos por ciento de (t) realizado como
l ? l o l ? t ¡ por dieciséis niños en ‘estilo de patio’ ( basado en Reid
1978: 160)
30 60 65
69 * 80* 71
69* 85 80
100 85 88
100 89
100 90 *
precisa, no produjo unas agrupaciones mucho más homogéneas. Todos los
niños de la escuela tenían padres clasificados como ‘encargados, trabajado
res manuales cualificados y trabajadores por cuenta propia no profesio
nales’, a excepción de los dos marcados con asterisco, cuyos padres eran
‘trabajadores manuales semi-cualificados o sin cualificar, o trabajadores
como personal de servicio’. Los niños marcados con un asterisco en la co
lumna de la escuela 2 también tenían padres clasificados como ‘encargados,
etc.’, mientras que el resto eran de la clase de los ‘profesionales, jefes y
empresarios’. Tanto si basamos los grupos en la escuela como en la profe
sión del padre, parece claro que los promedios de grupo para el uso de
(t): [ ? ] más bien carecen de sentido.
El otro problema que se plantea con las puntuaciones de grupo está
relacionado con el primero, y de hecho surge a raíz de él. Si la agrupación
de los hablantes o de los textos es simplemente una cuestión de con
veniencia del analista ante una masa de datos de otro modo intratables,
no existe probablemente ningún problema. No cabe duda de que el agrupar
le ayudará a ver distintas tendencias generales de los datos, que de otra
forma podría perder. Pero existe un problema al desplazarse de esta posi
ción a otra muy distinta, en la que uno cree que las agrupaciones son social
mente ‘reales’ , parte de la estructura objetiva de la sociedad, y, por con
siguiente, parte del marco de referencia teorético al que se hace referencia
en la interpretación de los resultados. Ello puede que sea justificado en al
gunos casos, pero es importante el considerar modos alternativos de inter
pretar los datos sin suponer la existencia de grupos discretos discontinuos
en la sociedad. Ya hemos mencionado una de tales alternativas (p. 40),
según la cual la sociedad está estructurada por lo menos en función de
unos retículos de individuos conectados más o menos estrechamente, quie
nes están influidos en distintos grados por las normas de los diversos retícu
los. E l defecto de los análisis de grupo es que no permiten distinciones
para la gente que pertenece a los grupos en distintos grados; y cuando las
puntuaciones individuales se han fundido en promedios de grupo, no
hay forma de indicar si ello debía o no haber sido tenido en cuenta.
Volveremos a tratar de la cuestión del uso de los retículos un poco más
adelante (5.4.3).
Resumiendo esta sección, hemos criticado el método laboviano de iden
tificación de variantes y del cálculo de puntuaciones porque hace perder
demasiada información que puede ser importante. La información sobre
el uso de las variantes individuales se pierde cuando éstas son fundidas en
puntuaciones de variables, y la información acerca del habla de los indi
viduos se pierde también si éstos son incluidos en promedios de grupo. En
cada estadio el método impone una estructura sobre los datos que puede
que sea más rígido de lo que era inherente en los datos, y, en esta medida,
distorsiona los resultados: suelen imponerse fronteras discretas sobre pa
rámetros fonéticos continuos, se utilizan ordenaciones artificales para varian
tes que están relacionadas en más de una forma, y los hablantes son clasi
ficados en grupos discretos cuando se les relaciona mutuamente en función
de retículos más que de grupos. No es siempre fácil el hacer el análisis
menos rígido, aunque esperamos que nuevos métodos proporcionarán unos
resultados aún más esclarecedores que el método clásico laboviano.
pulí 74 69
full 47 32
pui 39 309
took 33 148
could 31 266
look 27 191
would 16 541
should 8 59
A B C D E F G % asimiladas Total
/bekon/ + 4- + + + + 91 331
‘D o!’
,/bedo/ + + + + + 78 23
‘Run!’
/bexan/ -j- + + _l_ 40 139
‘Read!’
/beau/ + + + 22 132
‘TeU!’
,/bekub/' + J. 4 122
‘H it!’
/bebor/ ~r 3 124
‘Cut!’
100
8o
60
40
20
Cuadro 5.5 (e) en Norwich: puntuaciones más elevadas de las cinco clases
socioeconómicas y cuatro estilos. Puntuación elevada = incidencia alta de
(e): [ ]. Clases: media-media (en negro), media-baja (a rayas), trabajadora
alta (en blanco), trabajadora media (punteada), trabajadora baja (lineas
verticales) (basado en Trudgill 1974a: 105)
h —^ <Z 0 ■
Quizás ahora nos sea posible identificar las características que debiera
poseer una teoría lingüística que incluyera el poder de las dos teorías
expuestas anteriormente a la vez que evitaba sus deficiencias. Ninguna
de las teorías actuales posee todas las características, pero no es impo
sible imaginar que pueda desarrollarse una tal teoría en la próxima década.
En primer lugar, la teoría debe incluir tanto la lingüística descriptiva
como la comparativa. La descripción de la gramática del hablante individual
tendrá que estar basada en los principios teoréticos de la lingüística des
criptiva, mientras que el rango de habla en una comunidad dada tendrá
que ser descrita en función de la teoría de la lingüística comparada. De
este modo podremos viajar sin riesgo entre el Scylla de suponer que todo el
mundo posee la misma gramática individual y el Charibdis de dejar com
pletamente libres las posibles diferencias que se dan entre las gramáticas in
dividuales. La parte descriptiva de la lingüística abarcará la esfera famí-
liar de preguntas acerca de la estructura exacta de las gramáticas particula
res, o de las gramáticas en general, y la parte comparativa tendrá que res
ponder un número de preguntas interesantes e importantes, incluidas las
que se han planteado en este capítulo. Podríamos resumirla sucintamente
en ‘ ¿Cómo y por qué difieren las gramáticas individuales?’, o alternativa
mente ‘ ¿Cómo y por qué muestran puntos de acuerdo las gramáticas indi
viduales?’.
En segundo lugar, la teoría tiene que ser compatible con la referente
al aprendizaje de la lengua, de modo que cualquier semejanza que se pos
tule entre las gramáticas individuales sea el resultado bien del azar bien
del aprendizaje del individuo a partir de lo que oye. (Doy por supuesto
que habrá semejanzas de tipo general, correspondientes a los universales
lingüísticos.) Lo que significa que la teoría tiene que ser capaz de acomodar
gramáticas individuales de la misma comunidad que difieran, por ejemplo,
en sus elementos léxicos o en sus reglas sintácticas fundamentales; no es
necesario, por ejemplo, suponer que todos los de la comunidad en cuestión
tendrán las mismas formas fonológicas subyacentes para palabras como
b o u s e * de modo que las variaciones de pronunciación puedan ser locali
zadas en las reglas fonológicas. Este requisito plantea un problema muy
serio para el lingüista descriptivista, ya que es muy probable que los datos
observables no sean suficientes para permitirle decidir cuál sea el análisis
adecuado para cada hablante individual, y puede que tenga que recurrir
a la experimentación psicolingüística para poder decidir, pongamos por caso,
si un determinado hablante posee o no [h ] subyacente en house. (Este
problema general está descrito en un contexto un tanto diferente por Jam es
McCawley 1977.)
En tercer lugar, la teoría tendrá que estar basada en un modelo de es
tructura del lenguaje, en la que existan menos diferencias entre los elemen
tos léxicos y las estructuras lingüísticas en las que se insertan de las
que existen en la mayoría de las teorías actuales. Siguiendo la terminología
de 2.1.2., podemos referirnos simplemente a ‘elementos lingüísticos’, em
pleando este término 110 sólo para los elementos léxicos, sino también para
las construcciones sintácticas y las estructuras morfológicas y fonológicas
de todo tipo. En otras palabras, un elemento lingüístico es simplemen
te un modelo que puede ser identificado, a cualquier nivel de abstracción,
en la estructura de la oración. La razón de querer reducir las diferencias
en el trato de las distintas clases de elementos es la de que los hechos de
distribución social son en gran medida del mismo tipo tanto si el elemento
en cuestión es un elemento léxico (como pussy, ‘minino’, en contraste con
cat, ‘gato’), como una construcción (como Teddy fall down en contraste
con algo como Leí Teddy fall down), o una estructura fonológica (como
[ t ] en vez de [ s t ] , o una morfológica (goed en vez de went). Cuanto
6.1.1 Introducción
Hay una gran cantidad de evidencia que indica que la gente utiliza el
lenguaje con la finalidad de situarse en un espacio social multi-dimensio-
nal. Desde el punto de vista del hablante, es ésta una forma de comunicar
información acerca de sí mismo: acerca de la clase de persona que es (o
que querría ser) y su posición en la sociedad. En correspondencia, el oyente
puede sacar sus conclusiones acerca de las características del hablante y de
su ubicación en la sociedad. Si nadie prestara atención a las señales socia
les que los hablantes emiten, no habría ninguna razón para emitirlas, pero,
como todo el mundo sabe, la gente presta una enorme atención a tales
señales, y a este hábito de utilizar las señales sociales como fuente de
información lo denominaremos p r e j u i c i o l i n g ü í s t i c o . E l término ‘p r e
juicio’ puede parecer injustificado si se trata de preguntas neutras, como
dónde se crió el hablante, pero los juicios basados en el habla suelen ser
comúnmente evaluativos, de modo que parecería justificable el llamarlos
muestras de prejuicio, enteramente comparables a los juicios favorables
o desfavorables en los que la gente se basa en factores observables tales
como el vestido. Volveremos a la cuestión de que los juicios de valor r e
sultan basarse en el habla, pero por el momento asumiremos q u e los
juicios son simplemente fácticos.
No resulta difícil de comprender el por qué la gente utiliza el habla
como fuente de información acerca de las características sociales del hablan
te. La necesidad de tal información se plantea en el encuentro de un ex
traño cuando uno tiene que relacionarse con él o calcular su credibilidad
(como en el discurso de un político). En ambos casos, es importante el co
nocer algo acerca de la otra persona con el fin de planificar el propio
comportamiento. Al hablar con él, ¿qué clase de información es la que
puede darse por supuesta? ¿Cómo pueden ser sus valores, y en qué medida
pueden influir en lo que está diciendo y en sus reacciones respecto a lo
que digan los demás? Y así, sucesivamente. Esta necesidad básica de in
formación sobre la otra persona se ha denominado i n c e r t i d u m b r e c o g
n o s c i t i v a , alrededor de la cual se ha elaborado una teoría por un grupo
de psicólogos sociales (Berger & Calabrese 1975, Berger 1979; véanse ex
plicaciones sencillas en Giles, Smith & Williams 1977, Smith & Giles
1978).
Podemos ubicar esta teoría dentro de otra mucho más general, concer
niente a los prototipos (ver 3.2.2). Una de las razones por las que los
humanos muestran esta inclinación a hacer uso de los prototipos es la de
que necesitan con rapidez una información que de otro modo les sería
inaccesible, de modo que puedan utilizarla para planificar su comportamien
to. Por ejemplo, cuando a una persona se le da un plato de comida para
que coma, salta a una gran cantidad de conclusiones acerca de las caracterís
ticas de los diversos objetos del plato sin mayor evidencia que su expe
riencia de que los objetos que poseen propiedades observables y rela
ciones con sus entornos normalmente resultan tener diversas otras pro
piedades. Las cosas que parecen patatas por lo general saben a patata y
tienen la consistencia esperada de una patata, y así sucesivamente. De modo
que si en el plato hay algo que parece una patata, y las demás circunstan
cias son compatibles con que lo sea (cuando se trata del plato fuerte
y no del postre), entonces uno puede imaginar con seguridad qué hacer
con ella (partirla con el cuchillo, aplastarla con el tenedor, etc.*) y qué
gusto va a tener. Esta suposición podría ser falsa — la cocinera podría
haber dado forma de patata a un huevo— y pudiera ser gravemente ina
decuado el darlo por verdadero, aunque merece la pena correr ese riesgo
en la vida de cada día. La alternativa sería la de comprobar cada hipóte
sis antes de actuar sobre ella, aunque es difícil de ver cómo podría ser
esto útil, ya que el comprobar la hipótesis es un riesgo en sí mismo (¿cómo
saber, por ejemplo, que la supuesta patata sabe a lo que debe saber?). La
necesidad de reducir la incertidumbre cognoscitiva en la interacción social
tiene exactamente la misma clase de explicación, y hay un paralelo exacto
entre la forma en que la gente acumula información sobre patatas proto-
típicas y sus platos, y la forma en que elaboran el cuadro de las caracte
rísticas del usuario prototípico de una forma lingüística determinada.
Esta discusión tiene una consecuencia práctica importante. Puede pare-
cerle al lector que la gente no debería saltar a. conclusiones acerca de las
características no lingüísticas de los demás en base a su habla, y que de
alguna manera los sociolingüistas y el sistema escolar deberían intentar edu
* Es normal en las culturas anglosajonas el servir las patatas enteras. (N. del T.)
car a la gente para que no actúen así. pero esta posición es insostenible.
Es importante que la gente utilice el habla de esta forma (como una
fuente de información en potencia), ya que de otra forma la interacción
social no podría tener lugar entre la gente que aún no se conocen bien.
Naturalmente, algo debiera hacerse acerca de los prejuicios lingüísticos
cuando existen graves problemas que solucionar (p. 219), pero no pueden
ser eliminados por completo, puesto que constituyen un ingrediente esen
cial de interacción social.
Volvamos ahora a la cuestión de los valores. ¿Por qué resulta que la
gente evalúa a los dem ás; favorable o desfavorablemente, en base a su
habla? Parte de la respuesta es simplemente que suelen asociarse valores
a las características no-ligüísticas implicadas, de modo que cualquiera cuya
habla sugiera que posee una característica altamente valorada será, natural
mente, valorado en alto grado,, y contrariamente por las características
consideradas en baja estima. Las características valoradas en alto grado
pueden variar de unas sociedades a otras; por ejemplo, puede que la dureza
sea valorada positivamente en unas sociedades, y valorada negativamente en
otras. En consecuencia, si una característica como la dureza es asociada
con una forma determinada de habla (como un dialecto), la gente que utili
ce esa forma de habla será valorada positivamente allí donde la dureza
sea respetada,y valorada negativamente en donde no lo sea. La dureza
es de hecho una característica asociada comúnmente con el habla de la
clase trabajadora en países como la Gran Bretaña y los Estados Unidos,
de modo que el ejemplo no es irreal.
De todasformas, la cuestión de los valores asociados al habla tiene
que tomar también en consideración el hecho de que el lenguaje suele ser
empleado como símbolo de pertenencia a un grupo. La gente utiliza su
habla con el fin de identificar el grupo social particular al que pertenecen
(o querrían que se pensara que pertenecen), de modo que sean valorados
por los demás de acuerdo con el modo en que los últimos evalúan los
grupos en cuestión. En cierta medida, esta es simplemente otra forma de
describir la relación discutida en el último párrafo, ya que las características
que atribuimos a otra persona son aspectos simplemente del miembro-
prototipo del grupo al que creemos que pertenece; y la forma en la que
evaluamos estas características depende en parte de los valores del grupo al
que nosotros mismos pertenecemos. De todas formas, los psicólogos socia
les han defendido que a la gente le gusta pensar que el grupo al que perte
necer es, por lo menos respecto de algunas cosas, mejor que otros con los
que pueda comparársele (Tajfel 1974; ver la explicación de Giles, Bour.
hís & Taylor 1977). En otras palabras, parte de la visión de cada individuo
de sí mismo se deriva de su visión del grupo social, o grupos sociales,
a los que pertenece, y la auto-estima depende en parte del orgullo del grupo
en conjunto. Aunque parece que esta teoría afirma algo obvio, tiene con
secuencias importantes que merece la pena hacer notar.
Contribuye a explicar por qué la estructuración del habla de una per
sona refleja tanto el aspecto permanente de su comportamiento, y propor
ciona una clave tan fiable de su identidad social. Por el hecho de efec
tuar un ‘acto de identidad’ con un grupo, y adoptar sus modelos de habla,
la visión del miembro de ese grupo deviene parte de su visión de sí mismo,
y, en correspondencia, resulta difícil volver la lealtad hacia otros grupos.
Afortunadamente, la naturaleza multi-dimensional de la variación lingüís
tica le permite a uno el identificarse en cierta medida con un número
diverso de grupos a la vez, manteniendo, por ejemplo, el acento de la clase
trabajadora mientras se adopta el vocabulario y la sintaxis de la clase
media. Con todo, existen límites a esta flexibilidad, y los lazos psicoló
gicos del grupo presente habitualmente son lo suficientemente fuertes
como para garantizar la adhesión a sus modelos de habla hasta que se
plantee la perspectiva de desplazarse hacia un grupo más atrayente. (Giles,
Bourhis & Taylor 1977 contiene una buena presentación de los factores
que llevan a la gente a cambiar de lealtad entre grupos.)
La afirmación de que a la gente le gusta pensar que pertenece a un
grupo valioso tiene consecuencias directas en la cuestión de los prejuicios
lingüísticos. Una de las formas en que la gente se persuade a sí misma
de que su grupo es mejor que los de los demás es buscando las caracte
rísticas de su grupo, que de alguna forma aparecen como inherentemente
preferibles a las de otros grupos que se emplean como puntos de compara
ción. Por ejemplo, puede que un grupo sea mejor en algún deporte de com
petición, caso en el que sus miembros pueden subrayar este aspecto como
característica del grupo, contribuyendo por consiguiente a su auto-estima.
Sin embargo, puede ser difícil hallar tal característica positiva, de modo
que a menudo los grupos recurren al uso de características inherentemente
neutrales como evidencia de su propia superioridad. Así, por ejemplo, los
del grupo A beben cerveza, y saben que los del grupo B beben vino, de
modo que los miembros de A se convencen a sí mismos que el beber cer
veza es inherentemente mejor que el beber vino; y utilizan luego esto como
evidencia de su superioridad ante B. (Desde luego, B puede utilizar precisa
mente la misma táctica para probar la inferioridad de A.) No es difícil en
contrar ejemplos de esta tendencia fuera del lenguaje, aunque la tenden
cia es particularmente clara en el lenguaje, en el que hay abundantes dife
rencias neutras entre dos grupos cualesquiera. Si los padres enseñan a sus
hijos que su manera de hablar es la ‘correcta’, se deducirá automáticamente
que otros grupos hablan menos bien. Parece que es ésta una práctica muy
empleada. Por ejemplo, Gillian Sankof indica (1976) que cada pueblo de
Nueva Guinea hablante de buang cree que su dialecto del buang es el
mejor. N o es ciertamente el caso que todos los grupos del mundo crean
que su propia forma de hablar sea la mejor, pero ésta es por lo menos
una forma disponible de ensalzar la auto-estima de cualquier grupo, lo que
lleva la explicación del prejuicio lingüístico un paso más allá.
Veamos hasta dónde se ha desarrollado de hecho la explicación. Pode
mos comprender por qué la gente interpreta las características no-lingüís
ticas de los demás en base a su habla. Podemos ver también que donde
estas características no lingüísticas son evaluativas, los juicios basados en
el habla serán juicios de valor, de modo que podemos razonablemente re
ferirnos a ellos como ‘prejuicios’. Los grupos pueden definir arbitrariamente
sus propias formas de habla como mejores que las de otros grupos, espe
cialmente que las de aquellos con los que se hallan en contacto estrecho,
de modo que la lengua misma resulta susceptible de juicios de valor, más
que simplemente fuente de los mismos. Lo que explica el por qué las
sociedades pueden estar constituidas por grupos que piensan, cada uno
de ellos, que su propia manera de hablar es la mejor. Hay, desde luego,
una esfera muy amplia para racionalizar la elevación arbitraria de una forma
lingüística frente a otra. Por ejemplo, puede señalarse el hecho de que la
gente que utiliza cierta forma generalmente tiene también alguna carac
terística particular valorada muy positivamente, como la dureza, y utilizan
esto como evidencia de la superioridad de la forma lingüística en cuestión.
La finalidad principal de tales argumentos suele ser la de reforzar la
moral del grupo, de modo que prestan poca atención a tales finuras lógi
cas como el hecho de que las altamente valoradas características en cues
tión habían sido seleccionadas para ensalzar la imagen del grupo en compa
ración con la de sus vecinos.
La explicación, empero, no está completa, ya que tenemos que consi
derar aún el reto planteado por Gillian Sankoff (1976): «Quizá la tarea
principal de la sociolingüística sea la de reconciliar la naturaleza esencial
mente neutral, o arbitraria, de las diferencias lingüísticas y del cambio lin
güístico con la estratificación social de las lenguas y los niveles de habla
inconfundibles de cualquier comunidad lingüística compleja.» El problema
es que no podemos explicar uno de los fenómenos más ampliamente cita
dos en los estudios socíolingüísticos de países como la Gran Bretaña y
los Estados Unidos, en donde algunos grupos no creen hablar mejor que
los demás, sino que creen que hablan mal. Ello se conoce generalmente
como in s e g u r i d a d l i n g ü í s t i c a , siguiendo a Labov (1972a: 133). La exis
tencia de tales grupos podría ser tomada como evidencia contra la afirma
ción de que los grupos tienden a emplear el lenguaje como modo de ensalzar
su auto-estima, puesto que claramente tales grupos no participan de tal
beneficio, pero podemos soslayar esta afirmación de la siguiente manera:
Los miembros de una sociedad compleja pertenecen a grupos de dis
tintos niveles: vivienda, grupo de amigos, región o ciudad, ‘clase socio
económica’ y nación, por no mencionar más que unas pocas de las agrupa
ciones implicadas (que pueden interferírse mutuamente entre sí, al igual
que pueden ser clasificadas en relación de la parte y el todo). Si existe
conflicto entre los valores de dos agrupaciones (por ejemplo, si los valores
de nación entran en conflicto con los de grupos sociales o regionales),
puede que los valores de nación triunfen a expensas de los del grupo
menos poderoso. Así, William Labov refiere que los neoyorkinos aceptan
en general los valores de una comunidad norteamericana más amplia, lo que
les conduce a devaluar muchas de las formas lingüísticas características de
Nueva York. Llega a describir la comunidad lingüística de Nueva York
como ‘un sumidero de prestigio negativo’ (1972a: 136), y una falta seme
jante de auto-confianza se cuenta también de otras comunidades, como la
de Glasgow (Macaulay 1975). En estas comunidades la gente cree que ‘de
berían’ utilizar formas distintas de las que de hecho utilizan, porque las
primeras están valoradas más positivamente y las últimas son rechazadas
por la comunidad mayoritaria.
Esta explicación arregla el problema de la inseguridad lingüística, pero
plantea otra cuestión: ‘ ¿Por qué no hablan todos de la forma en que ob
viamente creen que deberían h ablar?’ (Labov 1972a: 249). Si todos los
habitantes de Nueva York o de Glasgow dejaran de hablar como los resi
dentes de estas áreas y empezaran a hablar como norteamericanos o britá
nicos, podrían felicitarse a sí mismos por hablar con ‘corrección’. Podemos
sugerir una respuesta a esta pregunta, aunque deja muchos cabos sin atar.
Con el fin de llegar a una respuesta, debemos considerar primero el meca
nismo por el que suelen establecerse los valores, y reconocer que, en su
conjunto, los valores aceptados por la comunidad mayoritaria serán los del
grupo de más poder de la comunidad, puesto que será éste el que contro
lará los canales de influencia como las escuelas y los medios de comunica
ción. Si los maestros de escuela de Nueva York o Glasgow enseñaran en
número suficiente a suficientes niños y con la suficiente insistencia que su
habla es ‘descuidada’, ‘agramatical’, ‘fea’, o simplemente ‘incorrecta’, y les
enseñaran c»ómo deben hablar, entonces los niños presumiblemente les cree
rían, sobre todo si no oyen opiniones en contra por parte de sus padres.
En segundo lugar, debemos considerar los problemas de hacer efectiva
mente lo que los maestros recomendaran. Las formas de habla valoradas
más positivamente son las de un grupo determinado de la sociedad (el más
poderoso), aunque sean ampliamente aceptadas como resultado de la in
fluencia de las escuelas, etc. E l niño que abandone las formas de su grupo
local y adopte las aceptadas ampliamente por la nación estaría adoptando de
hecho las formas que son símbolos de identificación de otro grupo, de la
clase ‘alta’ (suponiendo que podamos utilizar este término para referirnos al
grupo de donde se originaron los valores, y en cuyo beneficio originalmente
se desarrollaron). La opción no es una opción real. Por otra parte, puede
que el niño se dé cuenta de que en el proceso posiblemente va a perder más
de lo que va a ganar, ya que perdería con toda certeza la consideración y el
afecto de sus amigos y posiblemente de su familia, y en cualquier caso
puede que no lograra adoptar las formas de prestigio lo suficientemente bien
como para hacerse pasar como miembro de la clase alta, por no mencio
nar los problemas de reconciliar todos los demás aspectos de su compor
tamiento y procedencia con la pertenencia a esta clase. Por otra parte, puede
que tenga una imagen negativa de por lo menos algunos aspectos de la per
sonalidad del miembro prototípico de la clase alta, y, correspondientemente,
una imagen positiva de su propio grupo. Por ejemplo, se considera común
mente a los miembros de la ciase social más elevada como fríos, poco ami
gables y poco dignos de confianza (Giles & Powesland 1975: caps. 4 y 5), y
puede que el miembro de otra clase prefiera seguir siendo lo que es, subra-
yando las virtudes positivas de su propio grupo, mientras que reconoce
sin embargo las formas de la clase más elevada como ‘correctas’ en un senti
do en cierto modo absoluto. Esta clase de contraste suele ser conocido
con el nombre de p r e s t i g i o m a n i f i e s t o (el prestigio del grupo de estatus
alto, que representa, simbólicamente, a la comunidad entera) y p r e s t i g i o
e n c u b i e r t o (el del grupo local, no prestigioso) (Trudgill 1974b: 96).
Así, pues, la gente utiliza el habla de los demás como clave para una
información no-lingüística acerca de los mismos, tales como su origen social
e incluso rasgos de personalidad como carácter e inteligencia. Esta es una
muestra de la forma en que la gente utiliza la información almacenada en
términos de prototipos: si las características A y B están típicamente (‘pro-
totípicamente’) asociadas entre sí, suponemos la presencia de B siempre
que observemos la presencia de A, o viceversa. Si A es una característica
del habla y B es una característica de su personalidad, será utilizada el
habla como una clave de !a personalidad, que normalmente es más difícil de
observar que el habla. De igual forma, si algún habla característica está
asociada a un prototipo con una característica social, tal como algún tipo
de educación determinada, se utilizará la primera como una clave de la
segunda. En la literatura de sociolingüística suele referirse a esta clase
de prototipo con el nombre de e s t e r e o t i p o , de modo que lo mejor será
cambiar nuestra terminología de acuerdo con esto. De todas formas, hay
que advertir al lector de que Labov (1972a: 248) ha empleado el término
en un sentido más restringido, para referirse solamente a las conexiones
entre las características lingüísticas y no lingüísticas de las que la gente es
c o n s c i e n t e , en oposición a la mayoría de tales conexiones.
P r e f a c i o ........................................................................................... 9
1 I n tr o d u c c ió n ................................................................................... 11
1.1 La sociolingüística........................................................................... 11
1.1.1 D e s c r i p c i ó n ................................................................................... 11
1.1.2 Sociolingüística yl i n g ü í s t i c a ..................................................... 13
1.1.3 Sociolingüística ysociología del len g u aje .................................... 15
1.2 Los fenómenos sociolingüísticos................................................. 16
1.2.1 Un mundo im agin ario ................................................................... 16
1.2.2 Un mundo real, pero e x ó t i c o .................................................. 18
1.2.3 Un mundo real y f a m il ia r .......................................................... 21
1.3 Habitantes y com u n idades.......................................................... 22
1.3.1 Conformidad e in dividu alism o ................................................. 22
1.3.2 El desarrollo sociolingüístico deln i ñ o ................................... 25
1.4 Resumen y c o n c lu s i o n e s ......................................................... 28
7 C o n c lu sio n e s....................................................................................243
8 Bibliografía 247