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Com-Union 14 (junio 2014)

REFLEXIONES SOBRE LA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DE PAZ


Muy Reverendo Monseñor Larry Silva, Obispo de Honolulu

Sobre mi cabeza, escucho música, sobre mi cabeza.


Sobre mi cabeza, escucho música, sobre mi cabeza.
Sobre mi cabeza, escucho música; sobre mi cabeza, escucho música
En algún sitio debe haber un Dios.
(Cántico espiritual afro-americano)

En la plaza al lado de la Catedral de Nuestra Señora de Paz en Honolulu, Hawai, hay una estatua de tamaño
natural de la Patrona de la Catedral y de la Diócesis de Honolulu. Ha sido normal que esta imagen especial de Nuestra
Señora salude a los parroquianos y visitantes de la Catedral desde el tiempo en que los misioneros de los Sagrados
Corazones trajeron la fe Católica a Hawai.
La réplica de la imagen que se encuentra en la Calle Picpus, en Paris, Casa Madre de la Congregación, era puesta
sobre la cabeza de los misioneros cuando eran enviados a la misión. Es muy probable que este gesto se halla realizado
sobre la cabeza del más insigne de los misioneros enviados a Hawai, cuando siendo aún joven diácono se presentó para
ser enviado a la misión en tierras lejanas. Esta Madre Amorosa seguramente fue puesta sobre la cabeza de José Damián
De Veuster el día de su ordenación sacerdotal en la Catedral de Nuestra Señora de Paz, poco después de haber arrivado
a Hawai. De alguna manera, debió ser como una música especial, que sonaba sobre las cabezas de los misioneros
asegurándoles que Dios estaría presente de manera activa en su destino lejano y desconocido. El amor de la Madre de
Dios sería como una suerte de casco que les protegería del temor.
Cuando me ordenaron Obispo de Honolulu en julio de 2005, dos diáconos sostuvieron sobre mi cabeza el libro
de los Evangelios. Este libro, que da carne y forma a la Palabra de Dios viva, se puede comparar con María, que dio
carne a la Palabra Eterna de Dios. En cualquier reto que pueda traer mi servicio de Obispo, me siento confortado al
saber que esta bella música de la Palabra hecha carne me sirve como un casco que me fortalece.
La imagen de Nuestra Señora de Paz, el vaso en el que la Palabra se hizo carne, ha servido de casco que fortalece
a innumerables hijos e hijas suyas aquí en Hawai desde que fue traída por los misioneros de los Sagrados Corazones.
Un parroquiano de la Catedral me contó como él había hecho visitas a media noche a la estatua de Nuestra Señora de
Paz durante dos meses, tiempo en el que su padre estaba sufriendo por el cáncer. Su padre fue sanado y él encontró una
gran fortaleza en medio de su temor cuando le permitió a esta Madre Bienaventurada posarse sobre su cabeza. Muy
seguido uno verá a una guirnalda puesta a los pies de la imagen como un regalo para pedir por su intersección o como
signo de acción de gracias por una plegaria escuchada.
La imagen muestra a una dama elegantemente vestida, sosteniendo al niño Jesús en un brazo. Jesús sostiene el
mundo en su mano izquierda, mientras posa su mirada en la cruz que tiene en su mano derecha. Su madre también mira
la cruz, y al mismo tiempo sostiene en su mano derecha, justo en fuera del trasfondo de la mirada de Jesús, una rama de
olivo de la paz. Aunque Él colgaba de la cruz, sobre la cabeza de su madre, y gritaba con profunda angustia, ella, María,
era la rama de olivo, cerca de su vista, que le aseguraba que había algo más grande, más allá del horror de la cruz.
Cuando Él gritó: “¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!” la presencia de su madre fue como música sobre
su cabeza para asegurarle que allí, en algún sitio, estaba Dios, escondido en medio de ese sufrimiento. Ella fue el casco
que le fortaleció en su hora más obscura.
La Madre del Verbo Encarnado, Nuestra Señora de Paz, se sigue posando sobre las cabezas de los padres de
hijos discapacitados, quienes temen no ser lo suficientemente fuertes para cuidar sus hijos; sobre las cabezas de los
políticos que defienden la vida desde la concepción hasta la muerte natural en medio de las tremendas críticas de sus
colegas y sus electores; sobre las cabezas de los jóvenes universitarios que quieren que su educación contribuya más al
Reino de Dios que a la economía. Su mirada se posa siempre en la cruz de Jesús, pero ella sostiene la rama de olivo en
el trasfondo. Ella será por los siglos venideros lo que ha sido hasta el momento presente, a lo largo de estos dos siglos:
la música sobre nuestras cabezas que señala a Dios, que nos da seguridad en nuestras ansiedades y miedos; que nos
cubre con el amor de la Palabra Encarnada que ella lleva.

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