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¡EL OTOÑO DEL SEÑOR P…!

por Renán Vega Cantor


agosto 8, 2010

1. La ficción…

“Se pensaba que era un hombre de los páramos por su apetito desmesurado por el poder, por la

naturaleza de su gobierno, por su conducta lúgubre, por la inconcebible maldad de su corazón“.

Gabriel García Márquez, El otoño del Patriarca, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1975, p. 50.

Gabriel García Márquez escribió una obra sobre un dictador tropical que dura un siglo en el poder

y cuya soledad al final de sus días es registrada como la del otoño del Patriarca. El Patriarca es un

puro macho (“¡Viva el macho!” es una de sus proclamas predilectas) que ha gobernado a su

empobrecido país con mano de hierro, con la que tortura, desaparece y mata a todos sus

adversarios: “los presos que tiran en los fosos de la fortaleza del puerto para que se los coman

vivos los caimanes, (…) los que despellejan vivos y le mandan el cuero a la familia como

escarmiento, (…) el sartal de recursos atroces de su régimen de infamia”.

El Patriarca desconfía de todo el mundo, es rencoroso, vengativo y testarudo: “Carajo, pero ahora

van a saber quién es quién, roncaba, masticaba espumas de hiel no tanto por la rabia de la

desobediencia como por la certeza de que algo grande le ocultaban si se habían atrevido a

contrariar las centellas de su poder”.


El Patriarca era un ganadero que hasta vacas metió en la Casa Presidencial: “Todos los días desde

que tomó posesión de la casa, había vigilado el ordeño en los establos para medir con su mano la

cantidad de leche que habían de llevar las tres carretas presidenciales a los cuarteles de la ciudad”;

“Además del impuesto personal que percibía por cada res que se beneficiaba en el país”.

La dictadura criminal a la que sometió a su pueblo fue respaldada por las potencias mundiales,

contentas porque el Patriarca satisfacía sus voraces apetitos para saquear al país: “primero el

monopolio de la quina y el tabaco para los ingleses, después el monopolio del caucho y el cacao

para los holandeses, después la concesión del ferrocarril de los páramos y la navegación fluvial

para los alemanes, y todo para los gringos por los acuerdos secretos (…) el embajador Charles W.

Traxler cuyo gobierno se constituyó en garante de los compromisos europeos a cambio de un

derecho de explotación vitalicia de nuestro subsuelo, y desde entonces estamos como estamos

debiendo hasta los calzoncillos que llevamos puestos”.

Cuando el Patriarca muere, de muerte natural, ya había regalado todas riquezas del suelo y del

subsuelo y hasta el mar, o, mejor dicho, no del mar porque este fue robado por una potencia

extranjera que se apropia, literalmente hablando, de sus aguas, no en forma figurada sino real,

porque se las llevan en tanques hacia sus dominios: “La incontenible maldad del corazón con que

le vendió el mar a un poder extranjero y nos condenó a vivir frente a esa llanura sin horizonte”.

El Patriarca nunca piensa en lo que vendrá después de él, porque considera que no habría mañana

sin él. Todos adulan al Patriarca como un ser de otro mundo, una leyenda viva, leyenda que es

creada por sus aduladores en busca de dinero y por quienes lo han acompañado toda la vida.

Cuando no acaba de morir el Patriarca, liberales, conservadores y la iglesia, para quienes el

Patriarca era inmortal, llegan como ratas: “para repartirse por partes iguales el botín de su poder

(…) habían vuelto los liberales y los conservadores reconciliados al rescoldo de tantos años de

ambiciones postergadas, los generales del mando supremo que habían perdido el oriente de la

autoridad, los tres últimos ministros civiles, el arzobispo primado”.

El Patriarca nunca quiso hablar de sucesor ni de herencia, porque se consideraba insustituible: “Él

se había negado en sus instancias seniles a tomar ninguna determinación sobre el destino de la

patria… y sin embargo era tan lúcido y terco que no habíamos conseguido de él nada más que

evasivas y aplazamientos cada vez que le planteábamos la urgencia de ordenar su herencia”.

2….y la realidad
“Todos los caminos del paramilitarismo conducen a la Casa de Nari”.

Felipe Zuleta, agosto 28 del 2008, en felipezuleta.blogspot.com/

Cuando Gabriel García Márquez escribió El Otoño del Patriarca, construido a partir de las

experiencias de muchas dictaduras latinoamericanas, quizá nunca pensó que parte de las cosas

que describía sobre una tenebrosa dictadura de ficción iban a palidecer en comparación con la

terrible realidad colombiana de las últimas décadas y de un personaje que gobernó a sangre y

fuego el país durante los últimos ocho años. Y hoy ni García Márquez parece querer comparar el

argumento de su novela de 1975 con lo que ha acontecido en Colombia, pues ni corto ni perezoso

recibe en México y estrecha la mano de sujetos tan poco recomendables como el Señor P y Juan

Manuel Santos.

En 2002 llego a la presidencia de la República, con el apoyo irrestricto de los paramilitares, y el

fraude electoral en la Costa Atlántica, también forzado por los paramilitares, un personaje

siniestro, a quien algunos llamaron el Patrón, el Padrino, el Paisa o, de manera más coloquial, el

Paraco y los más osados el Paraquito (ya es famosa la mofa que se atribuye al presidente del

Ecuador, Rafael Correa, quién supuestamente le habría dicho cuando lo invito a visitar su país:

“venga Para-Quito”), pero a quien nosotros simplemente vamos a denominar el Señor P…

Durante estos ocho años este individuo se presentó a sí mismo como un Mesías redentor e

insustituible y eso lo amplificaron todos sus sirvientes y corifeos, entre los que descollaron muchos

periodistas y antiguos militantes de izquierda, convertidos en sicarios intelectuales del régimen.

Éstos se encargaron de advertirnos que el personaje era irremplazable, que de su permanencia

en el poder dependía la suerte y el futuro del país, que él poseía una mente superior a la de todos

nosotros, vulgares mortales. ¡Que nunca antes había existido ni en Colombia ni el mundo mejor

presidente que éste que revolucionó la teoría política con su invento de la “democracia de opinión”

como fase suprema del Estado de Derecho! Durante estos eternos 8 años, él mismo Señor P llegó

a creerse el cuento que él no tenía reemplazo y que sin él el país no iba a poder vivir, iba rumbo

a la hecatombe definitiva.

Machista paisa, (“sea varón y quédese a discutir”, dijo en una ocasión), bravucón con los débiles,

por contar con el respaldo de una poderosa maquina de guerra para bombardear a diestra y

siniestra dentro del país y fuera de él, sin embargo fue memorable su asustadiza carrera para

esconderse de un temblor en Chile durante la posesión de Piñeira, mientras los otros presidentes

que asistían a la ceremonia veían impávidos cómo aquel que pregonaba de ser tan macho huía

con el rabo entre las piernas.


Como el Patriarca del Otoño vendió el país a las multinacionales, les regaló el suelo y el subsuelo,

exonero a esas compañías del pago de impuestos por varios años y convirtió la Casa de Nariño en

un establo, porque como buen terrateniente adora las vacas y los caballos. Transformó al país en

una gran hacienda, en la que nos contempló a todos como simples peones. Al ritmo del saludo

fascista, con la mano derecha en el pecho, entonaba la palabra patria con una hipocresía tan

fingida que no podía ocultar la vergonzosa entrega de nuestro país a los Estados Unidos para que

éstos implantaran en nuestro territorio siete bases militares.

Nadie podía pensar distinto, so pena de ser perseguido o encarcelado en el mejor de los casos.

Transformó a gran parte de los colombianos en soplones a bajo precio y en traquetos que se

esmeran por demostrar que son los más machos y los más vivos, que pueden hacer lo que se les

venga en gana por medio de la violencia (“le rompo la cara marica”, fue una frase célebre del

Señor P, que lo pinta muy bien). Ha sido la época en que desde el Estado se legalizó el sicariato

al pagar por delatar y matar a todo aquel que fuera señalado como enemigo público del capitalismo

gangsteril implantado en el país y también se legalizaron actividades económicas (cultivo de palma

aceitera, entre ellas) y empresas untadas con la sangre y el dolor de miles de indígenas,

campesinos y afrodescendientes, a los cuales les robaron millones de hectáreas que ahora están

en manos de “prósperos empresarios” y colaboradores directos del régimen.

Compró y sobornó conciencias a punta de billete del erario público para tergiversar y mentir en

los Consejos Comunitarios, para comprar votos con programas demagógicos como el de Familias

en Acción (típico de un populismo de derecha, seudo asistencialista, por medio del cual se le da a

las familias más pobres unos 80 mil pesos mensuales, equivalente a unos 40 dólares, con los que

deben malvivir indignamente), para hacer lobby con la finalidad de que le aprobaran un Tratado

de Libre Comercio con los Estados Unidos, para pagar el voto que aprobó la reelección en el 2006,

para comprar notarias que dio como premio a quienes posibilitaron ese fraude. Con y por la plata

ofrecida a los militares se generalizaron los asesinatos de colombianos humildes, presentados por

el Ejército como muertos en combate, para ganar premios y ascensos. Así se mataron de manera

impune miles de pobres a lo largo y ancho de nuestro país, como reflejo de lo cual quedan las

fosas en varios Departamentos, como la de La Macarena (Meta), repleta de miles de cadáveres,

como testimonio mudo de la brutalidad del régimen presidido por el Señor P.

El nepotismo y la corrupción imperaron en este régimen criminal hasta niveles impensados antes,

puesto que prácticamente no hubo una sola semana de los últimos 8 años donde no se destapara

un escándalo en el que estaba involucrado el Señor P o alguno de sus familiares, amigos o


funcionarios. Por las cárceles han desfilado senadores, representantes a la Cámara, embajadores,

militares del círculo cercano a la Presidencia de la República y no existe casi ningún funcionario

del alto gobierno que no tenga a un familiar vinculado a la delincuencia, al narcotráfico o al

paramilitarismo: el Director de la Policía, tiene un hermano preso en Alemania por haber sido una

“mula” fina del narcotráfico; uno de los hermanos del Ministro del Interior y de Justicia (sic), se

encuentra en prisión por sus vínculos con grupos paramilitares; un ex Director del Das es

procesado por haber convertido a esta institución, dependiente de manera directa de la

Presidencia, en una cueva de hampones, que matan sindicalistas y profesores universitarios, y a

ese mismo personaje el Señor P lo catalogó como “un buen muchacho”; el ministro de

(Des)Protección (Anti)Social está siendo juzgado por cohecho, por haber participado en la compra

de votos en el Congreso de la República para que fuera aprobada el trámite de reelección; el hijo

mayor del Señor P ha sido acusado de asignar notarias como pago por los favores que posibilitaron

la segunda elección de su papá; el hijo menor no se queda atrás y se ha hecho famoso por hacer

fraude y copia en la Universidad de los Andes; algunos funcionarios que ostentan un apellido de

rancio abolengo, y que han ocupado altos cargos en este gobierno, han sido señalados por antiguos

paramilitares, como Salvatore Mancuso, de haber organizado el bloque capital de las

Autodefensas, y por eso el humor popular acuño la frase “los paramilitares somos unos Santos”;

y la lista podría extenderse casi hasta el infinito, como muestra del carácter lumpenesco y

traqueto de este régimen.

Se militarizó la sociedad colombiana de una manera insoportable, con medio millón de militares y

policías, miles de delatores e informantes, y se legalizó a los paramilitares de todas las formas

posibles. Estos se tomaron el Parlamento y altos órganos del poder político, empezaron a ser

presentados como los “salvadores de la patria” por los medios de comunicación, se les dedican

telenovelas y se les exalta en sus noticias, de sus incontables crímenes poco se habla.

A nombre de la lucha contra el terrorismo, un término importado de los Estados Unidos, se

efectuaron todo tipo de tropelías contra la población, tales como capturas masivas, señalamientos

públicos de miembros de la oposición, condenas a través de los medios de comunicación de

personas que se atrevieron a disentir o a criticar, criminalización de aquellos estudiantes

universitarios que protestaban contra las políticas antipopulares, impunidad para referirse a las

personas asesinadas por la extrema derecha, las que en forma infame han sido calificadas como

cómplices de los terroristas, como aconteció con los asesinados de la Unión Patriótica que en la
lógica traqueta pasaron de ser luchadores populares a ser victimarios, y mil bajezas por el estilo

fueron el pan cotidiano durante estos 8 largos años.

Pero como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, se terminó el reino del

insustituible, del único, del Mesías, del Salvador de la Patria. Quienes se encargaron de hacerlo a

un lado fueron sus amos, los estadounidenses, que lo notificaron a comienzos de este año que era

hora de abandonar sus intenciones reeleccionistas, y la Corte Constitucional, obediente con el amo

imperial, cumplió la orden a la perfección. Desde ese fatídico día de febrero, fatídico para el Señor

P, éste ha venido contando día a día, hora a hora, minuto a minuto, el tiempo que le quedaba

como intruso de la Casa de Nariño y, como para negar su eclipse, en estos seis meses ha

multiplicado sus tropelías, sus artimañas, sus actos delictivos, sus acciones arrogantes y soberbias

y sus apariciones por televisión. Es como si hubiera querido detener el tiempo para negarse a

reconocer que no sólo el imperialismo lo ha hecho a un lado, sino que las clases dominantes

también han prescindido de él, como paisa camandulero y ordinario que es, para cambiarlo por

un cachaco oligarca de buenos modales, luego de que les ha servido de manera incondicional.

Incluso, su delirio megalómano de creerse divino y omnipotente, con ese deseo irrefrenable de

figurar a toda hora en los medios de comunicación –que lo consintieron y aplaudieron y toleraron

sus abusos y delitos- ha servido de testaferro de las órdenes imperiales de agredir a Venezuela,

para armar una guerra fratricida que lo mantenga en el poder y que aplace su llamamiento a juicio

por todas sus acciones delictivas.

El otoño le llego entonces a este personaje pero no como al Patriarca de García Márquez, que

murió de muerte natural y de viejo, tras 100 años de soledad en el poder, sino que el Señor P sólo

duró ocho años en la Presidencia, de la que ahora se va, rumiando su impotencia y amargura,

pasando a ser un ex presidente más, una figura decorativa, que, para completar, tendrá que

empezar a responder por todos sus delitos. Porque es casi seguro que tarde o temprano, dado su

interminable prontuario, la mano de la justicia caerá sobre los hombros del Señor P para que

pague por todos sus crímenes en alguna prisión del mundo, si se tiene en cuenta que sus delitos

rebasan las fronteras colombianas, como lo saben en Ecuador, Venezuela y México.

Tal vez por esa razón, en otra de sus incontables arbitrariedades, siendo todavía Presidente, el

Señor P ha expedido un decreto en el cual se determina que, en lo sucesivo, los ex presidentes

van a contar con una protección similar a la de los presidentes activos y pueden residir en

instalaciones militares. En consecuencia, el Señor P ha anunciado que va a fijar su residencia en

un bunker de la policía, en el mismo lugar donde funciona el Servicio de Inteligencia. Lo del bunker
debe ser para tratar de blindarse y esconderse de la justicia internacional y lo de la inteligencia

quizá para seguir demostrando que es una “ser superior”, tanto que necesita de muchos servicios

secretos de inteligencia para espiar a todo el mundo, algo que sabe hacer de maravillas, en este

caso a los jueces, juristas que empiecen a adelantar investigaciones que apunten a condenarlo

por sus múltiples crímenes.

Y razones tiene para preocuparse, porque como una muestra del otoño de este Patriarca paisa,

unas semanas antes de que dejará, a su pesar y contra su voluntad, la Presidencia de la República,

ya empezaron a hablar algunos de sus antiguos súbditos y subalternos, uno de los cuales dijo que

las miles de interceptaciones telefónicas que se realizaron en estos años habían sido ordenadas

directamente desde la sede presidencial. Otros han acusado sin ambages a un hermano del Señor

P como organizador de la banda de los Doce Apóstoles, un grupo paramilitar que operaba en

Antioquia. Si personas ligadas al círculo presidencial están soltando la lengua cuando el Patrón

todavía tiene las riendas del poder, es previsible que en pocos días, cuando sea ex presidente,

muchos contertulios del régimen van a cantar de lo lindo y ya no habrá forma de callarlos. Esto

augura que el Señor P va a pasar de un irreversible declive otoñal a soportar un crudo, frío y

prolongado invierno, porque es posible que uno de sus antiguos aliados, convertido ahora en

Presidente de la República, lo envíe a temperar a una cárcel de los Estados Unidos. En tales

circunstancias la P de Patriarca, Padrino, Patrón y Paramilitar se convertirá en la P de Prófugo

primero y luego en la de Presidiario, condición que ostentan antiguos aliados de Estados Unidos

como Alberto Fujimori y Manuel Antonio Noriega, quienes, prendidos de los barrotes de sus

respectivas celdas, deben pensar que el poder que ostentaban ayer no ha impedido que hoy sean

unos simples y vulgares criminales que purgan largas condenas tras las frías rejas de prisiones de

alta seguridad.

Bogotá, agosto 4 de 2010

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