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Cuentos de

la Región
Purépecha
Volumen 2

Lorena Juárez Guerrero


Ilustraciones
Laura Vázquez García
Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas

Lic. Adelfo Regino Montes


Director General del Instituto Nacional de los
Pueblos Indígenas

Mtra. Bertha Dimas Huacuz


Coordinadora General de Patrimonio Cultural,
Investigación y Educación Indígena

Itzel Maritza García Licona


Directora de Comunicación Social
Contenido

Introducción
1

El pez y el diablo
3

Los secuestros de la Miringua


17

Amor impuesto
29

La penitencia
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CUENTOS DE LA REGIÓN PURÉPECHA
(Volumen 2)

Investigación y adapatación
Lorena Juárez Guerrero

lustraciones
Laura Vázquez García

Corrección de estilo
Carlos Raúl Rivero Padilla

Coordinación de la serie
Norberto Zamora Pérez

MÉXICO, 2020
Introducción
El segundo volumen de cuentos cortos, inspirados en los mitos purépechas, presenta
historias más alejadas de la vida cotidiana. Las narraciones abarcan las creencias rela-
cionadas estrechamente a los mitos de la naturaleza misma, que aparece en toda su
fuerza, vitalidad y belleza.

Los mitos, que son el principio de las siguientes historias, surgen del intento de explicar
aquello que es incomprensible en su totalidad por generaciones pasadas y llega a la
comunidad, como tradición y creencia. Nacen de las primeras preguntas y de la bús-
queda de respuestas y explicaciones. En el segundo volumen de cuentos se desarrollan
tres creencias importantes para el pueblo purépecha.

La primera es la relación de los cerros y barrancos: para los habitantes de estas comuni-
dades son lugares peligrosos y en donde ocurren fenómenos sobrenaturales. Podemos
identif icar, entre éstas, la aparición de seres fantásticos que guían a las personas para
que caigan a los barrancos.

La siguiente creencia importante es la que implica a las brujas y la actividad mágica.


En Cherán, por ejemplo, son comunes los relatos sobre vecinos brujos, y éstos son vis-
tos con normalidad, sin ningún prejuicio negativo. Lo sobrenatural se presenta en el
momento en que a la brujería se adjudica la enfermedad, muerte o mala fortuna de al-
guna familia o individuo. Además, las brujas y los brujos, según las creencias, poseen el
poder de transformarse en animales y el de controlar la voluntad de las personas para
manipularlas con distintos f ines.

Por último, nos encontramos con aquellas creencias que sugieren que hay un castigo
para los comportamientos negativos o despreciables. Las consecuencias además de
morales, pueden atentar corporalmente contra la persona, es decir, contra la vida. La
desaparición o muerte repentina tras obtener rápidamente una riqueza, o ante un cri-
men cometido, se percibe regularmente como un castigo sobrenatural.

Con los próximos cuentos termina esta serie de libros que pretende recabar los mitos
y las creencias más signif icativos de la cosmovisión del pueblo purépecha. El motivo
de desarrollar historias alrededor de tales mitos, es el deseo de que sean transmitidas
a una cantidad importante de personas, y así, alentar el interés en esta comunidad tan
rica y diversa.

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El pez y el diablo

Cerca del lago de Pátzcuaro vivía un pes- - Pues nada, sólo que aquí, mi compañero
cador llamado Jacinto, un hombre suma- Julián, se ha coronado como el mejor pes-
mente presuntuoso, competitivo y envi- cador de todo Pátzcuaro.
dioso. Siempre veía que jardín era más
verde que el suyo y le gustaba alardear de - Ay, ¿a poco sí?! ¿Pues qué hizo o qué? -
ser el mejor de los pescadores. Habitaba bromeó Jacinto.
en el pueblo cercano, con su esposa y sus
dos hijos, en una casa modesta, pero linda. - Pescó nada más y nada menos que 100
peces en un día.
Uno de los tantos días de trabajo, Jacin-
to se dirigió al lago para atrapar todos los - ¡Ay, no invente! Eso nadie puede hacerlo.
peces que pudiera y ver a sus compañe- Yo que soy el mejor, no he sacado más de
ros. Los pescadores del lugar eran grandes 70.
amigos, y aunque apreciaban a Jacinto,
éste lograba incomodarlos con su actitud. Miguel, otro pescador, de unos 40 años, se
Cuando llegó, estaban juntos platicando, acercó a responderle a Jacinto.
riendo y bebiendo, como si estuvieran ce-
lebrando algo. Jacinto se acercó a ellos. - Bueno Jacinto, eso de que tú seas el más
mejor, aún está en duda ¡eh! Así que mejor
- ¡Ah! ¡Jacinto! Ven ¡únete! Sírvete un poco, omitimos esa parte. Por otro lado, Julián es
compañero. más joven, más atlético y le dedica mucha
pasión a esto. Es una cosa de admirarse.
Era Prisciano, un pescador mayor, como
de unos 60 años. Su piel era morena y su - Bueno, pues ya veremos. Por lo pronto,
cabello aún se conservaba negro. Parecía muchas felicidades niño, es un orgullo ver
que los años no pasaban por él. Lucía, qui- jóvenes pescadores así.
zá, unos 10 años más joven de lo que era
y mostraba una jovialidad impresionante. - Gracias señor Jacinto - respondió Julián
con una sonrisa honesta.
- ¿Que están celebrando? - preguntó Ja-
cinto. Jacinto lo miró y lo invadió la envidia.

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¿Cómo era posible que un joven que llevaba me- no, muchacho tramposo. ¿Cómo más pescaría
nos años de experiencia lo hubiera superado? tanto?” pensó Jacinto.
Julián, de unos 27 años, alto, de cuerpo atlético
y de rasgos atractivos; su cabello negro, brillaba - Vamos pues, de vuelta a trabajar - les ordenó
con el sol. Jacinto, por su parte, se había conver- Prisciano
tido en un hombre gordo y calvo; siempre ha-
bía sido bajo de estatura y no era atractivo, ni Esa tarde, al regresar a casa, Jacinto le contó
siquiera de joven. Como pudo, trato de disimular a su mujer sobre lo ocurrido con el joven y sus
su envidia. sospechas. Sin embargo, la mujer, de mejor co-
razón e intenciones que su marido, le sugirió
- ¡Un brindis más por nuestro joven compañero! que se ocupara de sus cosas y dejara de ver que
hacían los demás.
- gritó Prisciano, sacando a Jacinto de sus pen-
samientos. - Ya te he dicho que te ocupes de tus cosas, vie-
jo. A ti que te importa que haga el joven Julián
- ¡Salud! - dijeron todos al unísono. o no. ¡Déjalo! Ha de tener una buena racha y ya.

- Dios, ¡qué bárbaro eres! ¡De verdad, Julián! - Bueno mujer, ¿qué tú eres sorda? ¿Que no
acabas de escuchar la cantidad de peces que
Ahora sí que el estudiante superó a los maes- se pescó en un día? ¿Cuándo habías visto algo
tros. Ahora nosotros vamos a aprender de ti - le así? Además, ¿de dónde saco tantos? Ni que
dijo Prisciano orgulloso-. estuviéramos en el mar, hombre.

- Ay no, cómo creen, fue solo trabajo duro, ¡o - Ya vete a descansar, te digo que debió ser una
quizá hasta suerte! Yo aún tengo mucho que coincidencia y ya. A lo mejor y nunca vuelve a
aprender de ustedes. Pero eso sí, pueden contar ocurrirle.
con la ayuda que necesiten de mí.
- Pues eso dirás tú. Yo mañana voy ir a vigilarlo
- ¡Pues ayúdanos, pásanos el secreto! - le dijo para ver todos sus movimientos. A ver si es cier-
uno to que muy honesto. Me tomaré el día mujer,
espero no te moleste.
- ¿No tendrás un Jápingua verdad? - le insinuó
divertido otro. Todos rieron tras escuchar eso. Su esposa suspiró resignada y después dijo: - Si
esto va a sacarte todas tus sospechas de la ca-
A Jacinto le brillaron los ojos al escuchar eso. beza para que dejes de hablar de ello, no tengo
Fue como si un foco se hubiera encendido en su problema.
cabeza. Para él eso era un descubrimiento, una
oportunidad para desenmascarar a Julián y de Jacinto besó a su esposa y después la siguió a
paso, utilizar a su favor la sucia estrategia. Inte- la cama. Para ser humildes, tenían cosas bas-
rrumpiendo sus pensamientos, escuchó que el tante lindas en la habitación, muchas de ellas
joven seguía la broma diciendo que no. “Si como conseguidas por la pesca que tanto gustaba a

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Jacinto. En el buró de la recamara, había una - Señor Jacinto, qué sorpresa. Perdone, pero no
foto de Jacinto pequeño, sosteniendo el primer sé de qué está hablando. ¿Se encuentra bien?
pez que había logrado pescar con su padre. Él Hoy no vino a pescar.
la miró durante un momento y dibujó una son-
risa en su rostro. Recordaba su infancia y cómo - No te hagas el listo conmigo. Eso te hubie-
soñaba con ser el mejor pescador de todos; ra encantado, ¿no? Que viniera para seguirme
volverse un importante distribuidor y ganar restregando en la cara tus habilidades. Pero
mucho dinero para ayudar a vivir mejor a su fa- bueno no importa, estoy seguro que hiciste un
milia. ¡Qué diferentes eran las cosas! Jacinto se pacto con un Jápingua y se lo diré a todos para
dio la vuelta y se metió en la cama para dormir. que vuelvan a reconocerme a mí, un hombre
honesto que sí lo ha ganado como se debe.
Al día siguiente se levantó temprano, como
para ir a trabajar, pero en lugar de preparar sus - Yo no tengo nada de eso. Bromeamos ayer,
cosas de pesca, fue a espiar a Julián. El lago ¿no se acuerda? No habría modo de tener prue-
estaba hermoso, como de costumbre: un bri- bas sobre eso, porque no existen. Bueno Don
llo cristalino lo cubría, mientras que su azul se Jacinto, lo dejo, me esperan en casa y ya queda
fundía con el cielo al reflejarlo. Los turistas lo poco día para disf rutar. Cuídese, que esté bien.
admiraban y los niños jugaban en los alrede-
dores. Julián se despidió de Jacinto amigablemen-
te, sin una pizca de molestia por lo que pasó,
Pronto, la mirada de Jacinto se cruzó con la si- aunque sí con extrañeza. Jacinto, en cambio, se
lueta de Julián. Estaba solo en su barca. Cada sentó molesto a la orilla del lago. Miró las bar-
pescador estaba en una zona, ocupado de sus cas de pesca embarcadas y decidió tomar una
asuntos. Julián se movía con su red con tal gra- para tratar de pescar un poco. ¿Qué tal si él lo-
cia, que parecía una mariposa con sus alas. Ja- graba la hazaña de pescar más cantidad de lo
cinto decidió esperar el momento de ir a casa posible en una hora? Eso no podría hacerlo Ju-
para poder interceptarlo e interrogarlo. Mien- lián, claro que no.
tras tanto, permaneció atento todos sus movi-
mientos. Buscó directamente la barca de Miguel, ya que
él siempre dejaba una red de reserva. Una vez
El atardecer había caído y faltaba cerca de una que la halló, se subió a ella y comenzó a intro-
hora de luz para ir a casa. Los pescadores se ducirse al lago. Ya dentro, Jacinto comenzó a
despidieron y marcharon a su hogar, algunos probar suerte, pero su reto personal de una
en pequeños grupos de dos o tres. Julián, por hora comenzaba a revelarse imposible. El hom-
su parte, se quedó un momento a recolectar su bre se asomó a las aguas del lago para poder
pesca y los utensilios. En ese momento, Jacinto mirar a los peces y encontrar la mejor zona. De
se acercó a él velozmente. pronto un pez brillante se atravesó en su visión.
Jacinto se quedó perplejo y miró una vez más
-Ya sé lo que estás haciendo muchacho, y crée- hacia el agua. El pez volvió a cruzar por su bar-
me que esa facha de niño bueno no logró en- ca. Entonces notó que lo brillante no era el pez,
gañarme. Habrás engañado al resto, pero a mí sino algo que llevaba sobre su cabeza.
no.

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Jacinto intentó atraparlo cada vez que pasaba, - ¡Lo sabía! Así que tú eres el que ha estado
pero no lo conseguía. Lo único que lograba pes- ayudando al joven Julián.
car era al séquito de peces que siempre llevaba
detrás de él. - No puedo revelar nada de eso, aún si estás
equivocado. Eso tienes que descubrirlo tú.
El hombre comenzó a desesperarse. ¿Cómo era Pero hablando de ti, puedo proponerte un
posible que no pudiera pescar a aquel animal trato.
que ya había visto pasar unas 20 veces por el
mismo sitio, y que además, era más grande que - ¿Qué clase de trato?
el resto? Jacinto aventó la red a la barca moles-
to y se sentó con las manos en la cabeza. - Un pacto con el que podrías pescar tantos
peces como desees. Yo puedo ayudarte a
De repente alguien lo llamó. Era una voz grave y multiplicar eso, sólo hay un pequeño detalle,
profunda, como replicada por un eco. El hombre a cambio de eso, pido tu alma.
volteó lentamente con miedo y sin ver a nadie,
escuchó que alguien le decía: “asómate al lago”. - ¿Mi alma? - preguntó Jacinto asustado
Jacinto desconf ió y comenzó a mover la barca
hacia la orilla, pero la voz seguía escuchándose. - Ese es el precio de cualquier Jápingua. Lo
único diferente entre nosotros es cómo nos
- Jacinto, espera. Soy yo, el pez de la corona. la llevamos, pero todos pedimos lo mismo.

El pescador dejó de remar y extrañado decidió - ¿Y tú cómo te las llevas?


asomarse al borde de la lancha. No podía creer
lo que veía: el pez, de gran tamaño, llevaba una - En mi caso, yo decido cuándo vengo por
corona dorada sobre su cabeza y podía hablar. ella. El riesgo es a que no sabes cuándo lle-
Por un momento, Jacinto creyó que estaba alu- garé: puede ser en un mes, en un año, en
cinando, que se había desmayado y estaba so- una década tal vez ... quién sabe. Así que la
ñando, sin embargo, ninguna de esas opciones última palabra la tienes tú, ya conoces mis
era real. El pez lo notó y se adelantó asegurán- condiciones.
dole que todo era verdadero. La voz del animal
se escuchaba, pero éste no movía la boca. Ja- Jacinto dudó un momento y pensó de ma-
cinto se acercó aún desconf iado y el pez se pre- nera detenida el asunto. Evaluó todas las
sentó. ventajas y desventajas del trato, para f inal-
mente, aceptar la propuesta. Entonces el
- Soy el amo de los peces, Jacinto. Cualquiera pez dijo:
puede verme, pero nadie atraparme y aun así
son pocos los que se encontrarán conmigo. - Bien, está hecho. Ahora mira - le dijo seña-
lando el agua debajo de él.
- ¿Eres ... eres un... Jápingua?
Jacinto se asomó y vio una cosa increíble.
- Sí, uno de los tantos tipos que hay. Los peces del lago se multiplicaban como

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locos cerca del gran pez. El hombre no perdió a sospechar de su exceso de buena suerte,
nada de tiempo y tomó la red rápidamente y para nada lo asociaban a su habilidad; la
para lanzarla al lago. Pronto, decenas de pe- gente formulaba diversas teorías. Un día, lle-
ces estaban dentro de su red. Jacinto río emo- garon unos pescadores de la costa a turis-
cionado y se llevó todos consigo, no sin antes tear al lago, y de paso, a conocer más sobre
mostrárselos a un señor del pueblo que anda- la pesca tradicional del lugar, que era muy
ba cerca. Después fue a casa a celebrar con su distinta a la que ellos practicaban.
familia.
Los pescadores notaron rápidamente la ha-
Evidentemente él sabía que el señor contaría bilidad de Jacinto, y sorprendidos, conside-
a todos su hazaña, por lo que al día siguiente raron recomendarlo con su jefe para que lo
estaba preparado para recibir las alabanzas empleara en el mar. Discutieron un poco
de los compañeros. Todos los felicitaron en entre ellos, y al f inal, decidieron conocerlo
cuanto llegó y se dedicaron a sus labores. Ese mejor; cuando caminaban hacia Jacinto, el
mismo día, la hazaña se repitió y todos queda- pequeño de los anzuelos se atravesó para
ron boquiabiertos al ver la cantidad de peces mostrarles sus mercancías. Los hombres
que Jacinto consiguió. Estaba tan emociona- se detuvieron, y bastante satisfechos con
do por todo que decidió donar algunos peces lo que veían, decidieron comprarle algunos
para sus compañeros, obsequiándoles la co- recuerdos. Uno de ellos le preguntó por Ja-
mida del día. Jacinto notó a un niño pequeño, cinto.
de unos 8 años, vendiendo en la orilla del lago.
- ¡Eh, señor Prisciano! ¿Ese niño de ahí es nue- - Oye niño, ¿de casualidad sabes el nombre
vo? No lo había visto antes de ese señor que pesca como loco?

- Parece que sí, estaba aquí cuando llegamos. El niño subió los hombros e inclinó la cabeza
Nos asomamos a ver que traía de bueno. Ven- en silencio, como señal de que no tenía la
de anzuelos para los turistas que vienen a pes- respuesta. Aun así, los hombres le agrade-
car, son muy lindos. cieron y se despidieron con una sonrisa. Cer-
ca de Jacinto, dos de ellos se presentaron,
- Voy a llevarle un poco de pescado, debe estar le comentaron de dónde venían, lo impre-
hambriento. sionados que estaban con sus habilidades
y que, además, podían recomendarlo para
- Sólo acércate con cuidado, es bastante tími- trabajar en el mar.
do.
-Si aceptas - le dijo uno - estarás a prueba
Jacinto se dirigió hacia el pequeño para of re- durante los primeros días, pero si el jefe te
cerle la comida mientras conversaba con él. El ve, es seguro que te contrataría por un largo
chiquillo aceptó el pescado sin problema, pero tiempo.
no dijo ni una palabra, sólo sonrió. El hombre,
además, le dio un poco de dinero sin comprar- Jacinto no podía con tanta alegría, les agra-
le algo, después se despidió. deció emocionado y profundamente con-
movido. Su sueño se estaba haciendo reali-
Pasaron varios meses y Jacinto mantenía su dad. Una vez que hablaron de todo aquello
racha de pesca. Ya había quienes empezaban que Jacinto necesitaría para entrar y pre-
sentarse, se despidió y salió disparado para

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contarle todo a su esposa. Cuando pasó por y nada más. No amarguemos la f iesta con
la orilla le contó todo al niño de los anzuelos; ninguna clase de reclamo – interrumpió Don
le dijo que pasaría a despedirse de él antes Prisciano molesto.
de marcharse y le compraría algo de lo que
vendía para recordarlo. El niño, nuevamente, Jacinto y Miguel se disculparon y la celebra-
sólo sonrió. ción se alargó hasta bien caída la noche. Cer-
ca de las 11, Jacinto se dirigía a su casa por la
Jacinto saldría en dos días. La jornada si- calle empedrada del pueblo. Llegando a la
guiente fue una locura total: la familia pre- puerta de su casa, se dispuso a buscar sus lla-
paraba todo lo necesario para la partida de ves, pero la borrachera no le permitió soste-
éste. Al principio, él iría sólo, pues en caso de nerlas bien y las tiró. Cuando se agachó para
que f racasara regresaría a casa, en cambio, recogerlas, una mano pequeña se adelantó
si era contratado como le habían asegurado, y las tomó. Jacinto levantó la mirada y vio al
su familia lo seguiría hasta el mar. niño de los anzuelos. Extrañado por la presen-
cia del pequeño a esas horas, le preguntó:
La tarde previa a la partida, el resto de los
pescadores organizaron una modesta des- - Ah, eres tú. ¿No es muy tarde para que an-
pedida para él, sin embargo, Jacinto suma- des por aquí vendiendo? ¿Dónde vives? Nun-
mente soberbio, alardeó de más, diciendo ca he visto a tus papás. ¿Quieres que te lleve,
que había superado a todos y demostrado o pref ieres ir solo? Como sea, deberías ir a tu
ser el mejor pescador. casa, es noche.

- ¿Cómo la ves eh, Julián? Te dejé en ridículo, El niño, mudo hasta ese momento, por f in ha-
¿verdad? Te hice polvo. Ahora yo me voy al bló para responder a Jacinto. Pero su voz no
mar y tú te quedas aquí en el lago. era infantil, ni mucho menos normal, sino si-
niestra e inquietante.
- Me parece una oportunidad increíble señor
Jacinto, aunque no es algo a lo que yo aspi- - Aquí el único que debe irse eres tú, Jacinto. Y
re, pero imagino que debe ser muy bonito. no precisamente a tu casa – sentenció el niño
Como sea, lo felicito de verdad, me alegra esbozando ligeramente una sonrisa.
ver que cumple sus metas.
Jacinto se paralizó. Reconocía perfectamente
- ¡Ah, como si te creyeran! … ¿Le creen seño- esa voz.
res?
- Esa voz ... Eres el Jápingua – respondió Ja-
- Jacinto, por favor, no arruines la despedi- cinto con la voz temblorosa.
da que de milagro te hicieron. Con actitudes
como la que tienes con Julián, no dan ganas - Así es, y creo que sabes perfectamente a qué
de eso - le echó en cara Miguel quien era el he venido.
que más sospechaba de las habilidades de
Jacinto. - ¡No! ¡No por favor! Dame unos meses más.
¡Un año, sólo eso! Después dejaré que me lle-
- Bueno, bueno señores. ¡Ya basta! Dediqué- ves.
monos a disf rutar esta pequeña reunión

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- Lo siento, Jacinto. Los Jápingua no negocia- - Cuenta con nosotros siempre que lo necesi-
mos el pacto. O al menos, no todos. Para tu tes. Tenlo por seguro.
mala fortuna, yo no lo hago.
- Gracias Miguel, lo haré.
- ¡No! ¡No ahora! ¡Estoy a punto de conseguir el
sueño de mi vida! ¿Por qué no te has llevado a Carmen, la esposa de Jacinto, se dirigió al
Julián? ¿Por qué conmigo es diferente? ataúd donde estaba el cuerpo de su esposo y,
mientras lo veía conmovida, se despidió de él.
- ¡Vaya! Pensé que ya habías dejado esa obse-
sión. Ahora que voy a llevarte creo que ya pue- - Te ganó la soberbia y la ambición, viejo. ¿Qué
des saberlo. Yo nunca hice ningún pacto con se le va a hacer? Espero que a donde quiera
Julián. Lamento decirte que todo lo que él con- que te hayan llevado estés bien -sentenció re-
siguió sí fue por mérito propio. No hay más. Nin- signada Carmen.
gún Jápingua, ni yo, ni ningún otro. Ahora, si
me permites... La viuda besó sus dedos y luego los puso so-
bre los labios de su marido muerto, después
El Jápingua hizo un movimiento veloz, como se dio la vuelta y se fue.
si jalara algo. El cuerpo de Jacinto y su alma se
separaron: el pescador pudo verse a sí mismo ti-
rado sobre la acera, implorando al Jápingua por
su vida. A la mañana siguiente, muy temprano,
unas personas que caminaban hacia el trabajo,
encontraron su cuerpo; su mujer y sus hijos es-
taban devastados.

- Es que no entiendo qué le paso, estaba perfec-


to de salud y nadie lo asesinó. No puedo enten-
derlo de veras, no tiene sentido.

- No te desgastes pensando en eso Carmen,


creo que todos en el fondo sabíamos que Jacin-
to andaba jugando con cosas que no debía, o
mejor dicho, negociando. Supongo que al me-
nos les dejo algo para que puedan seguir ade-
lante - la alentó Miguel.

- Sí, afortunadamente sí. Supongo que lo usare


para hacerme de un negocio y así sacar a mis
hijos adelante.

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Los secuestros de
la Miringua
El pueblo de Cherán lucía soleado, lumi- - Esto no es la ciudad, Josué. Aquí todos
noso y lleno de vida. Sus pequeños edif i- duermen a esa hora, estoy segura – le con-
cios coloridos con techos de teja le daban testó Claudia.
un ambiente rústico e inigualable al lugar.
Sus calles eran espaciosas, y a pesar de ser - ¡Ay! ¿Y eso qué? Nosotros podemos alargar
un pueblo grande, la cantidad de gente no la noche sin problemas. Además, aquí tam-
lograba aprisionar a los visitantes. bién hay cantinas, ¡eh! Dudo que aquí la bo-
rrachera acabe a las 10.
Caminando por una de ellas, con grandes
mochilas a la espalda, un grupo de jóve- - ¿En qué estás pensando exactamente? – le
nes turistas se maravillaban con el lugar. preguntó Iván
Recientemente habían llegado y busca-
ban un lugar para hospedarse. Mientras - Podríamos ir a explorar los barrancos de
caminaban, recorrían con la mirada todo noche. Llevar unas cuantas botanas, bebida,
aquello que se cruzara en su camino. Te- poner unas fogatitas. No sé, aventurarnos.
nían entre 20 y 23 años, todos citadinos y
universitarios. Los cuatro chicos y las tres - ¿Y por qué a los barrancos? Están muy le-
chicas tardaron casi 2 horas en encon- jos de aquí, son prácticamente las orillas del
trar un lugar que se ajustara a sus bolsi- pueblo – señaló Claudia
llos, pero f inalmente, pudieron instalarse y
descansar. - Sí, Josué. Es arriesgado. ¡Imagínate! Si de
por si esas zonas son peligrosas de día, aho-
Dentro del hotel, todos se reunieron en el ra imagínate andar ahí de noche. Podríamos
cuarto de los chicos, que era el más gran- caernos y … ¡hasta morir!
de. Allí organizaron su día: determinaron
que harían, a donde irían y a qué hora es- - ¡Ay! ¡No seas exagerada Lilia!
tarían de regreso. Cuando def inían las últi-
mas actividades, Josué, uno de los chicos, - ¡No son exageraciones!
se aventuró a proponer algo.
- ¡Sí! Yo estoy de acuerdo con ella. No te pre-
- ¡Oigan! ¿Están seguros de volver aquí a ocupes amiga, tú estás en lo correcto: este
las 10 de la noche? desubicado está loco – dijo Brenda en su de-
fensa.

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- A ver, a ver. ¡Ya cálmense todos! Estamos aquí Además, en caso de que acepten, sería bueno
para pasarla bien y tener un viaje de compañe- ubicar un lugar apropiado para instalarnos. Si
ros. Pelearse por una tontería como esta sólo lo llegando allá vemos que, def initivamente, no
echaría a perder, así que por favor … ¡basta! – ex- es seguro, descartamos ese plan. ¿Qué les pa-
clamó Gibran alzando la voz para calmar la si- rece?
tuación, con esa cualidad de líder que tanto lo
distinguía del resto. - De acuerdo – dijeron todos.

Los chicos se quedaron cabizbajos, pensando en El resto del día transcurrió tranquilo, conocie-
lo que había ocurrido y su comportamiento. Gi- ron los alrededores como cualquier otro turis-
bran dejó pasar un momento para que alguien ta, sin nada extraordinario. Por la noche, los
hablara, sin embargo, nadie lo hizo. El chico, en- muchachos tuvieron una cena placentera, y
tonces, continuó. cerraron el día en el hotel con una tranquila
convivencia. Pasada la media noche, las chi-
- Bien. Miren, la verdad a mí también me da des- cas se marcharon a su habitación, dejando a
conf ianza ir a los barrancos de noche, pero me los muchachos en su cuarto.
gustaría mucho hacer la actividad de la fogata y
todo lo demás. Yo propongo que hoy vayamos a A la mañana siguiente todos se prepararon
conocer todo el pueblo, nos acostemos no muy para ir hacia las barrancas. El más ansioso era
tarde, como dijimos, y mañana temprano visite- Josué, quien esperaba que todo saliera bien,
mos la zona de barrancos. y así, poder aventurarse en la noche. Después
de desayunar, los chicos pidieron instruccio-
- Pero el chiste es hacerlo de noche, y no es por nes para poder llegar a esa zona. La gente del
la fogata, sino porque dicen que ahí pasan cosas restaurante los miró con desconf ianza: no era
muy raras y tenebrosas. Los mismos lugareños común que los turistas, con insistencia, qui-
van a esa zona con miedo. sieran ir con a ese lugar.

- ¿O sea que todo esto es por lo sobrenatural? Para los pobladores era común ver los barran-
cos como zonas peligrosas. Aun así, les dieron
– preguntó preocupado Nicolás, que había per- las instrucciones para llegar; sólo les pregun-
manecido callado. taron, con discreción, la razón de su aventura.
Los chicos se limitaron a decir que era puro
- Pues sí, ese es el chiste – contestó Josué emo- interés turístico, pero los trabajadores queda-
cionado. ron recelosos.

El grupo, pronto, se dividió en dos: los que apo- La zona que buscaban estaba bastante lejos
yaban la aventura de Josué y los que la temían. del centro. Llegaron al lugar muy cansados
Gibran, quien creía poco en supersticiones, in- por la caminata: dieron un vistazo y encon-
tentó ayudar a los asustadizos a sentirse segu- traron que, así como había partes arriesgadas
ros, pues a él le parecía una experiencia única. había otras apropiadas para reunirse y hacer
su fogata nocturna. Gibran miró todo el en-
- A ver chicos, como les decía. Vamos temprano torno pensativo y concluyó que, después de
a ver la zona para ver qué tan riesgosa es y ubi- todo, no era un lugar tan feo. La idea de Josué,
car el modo de llegar sin perdernos y dañarnos. al f inal, se llevaría a cabo.

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- Pues yo lo veo bien. No sé qué opinen ustedes Los chicos corrieron en busca de alguien que
pudiera ayudar al hombre de la barranca,
- comentó mientras tanto, Gibran y las chicas super-
visaron que no se hiciera más daño. Unos
- ¿Seguros que podemos venir aquí a tomar y minutos después, los chicos regresaron con
prender una fogata sin que nos digan nada? – algunos hombres del pueblo y la esposa del
preguntó Iván señor. Luego de unas cuidadosas maniobras,
lograron sacarlo del barranco; la mujer lo re-
- Pues esto es tierra libre, no un parque turís- cibió molesta, pero a la vez, aliviada.
tico. Además, mientras les demostremos que
sabemos armar y apagar correctamente el fue- - Pero, ¿qué estás haciendo hasta acá? ¿Qué
go, seguro que no hay inconveniente – contestó no ibas a estar en la cantina?
Josué, buscando disipar todas las dudas e inse-
guridades. - Sí ahí estuve, pero … no sé … no sé qué hago
aquí. Salí, y yo juraba que caminaba para la
- Oigan, yo sé que no estamos a 10 km de dis- casa, pero cuando me di cuenta estaba en
tancia, pero a mi me da pendiente regresar a las los barrancos. ¡Nombre! Lo peor es que, de
dos o tres de la mañana. ¡Piénsenlo! Aquí no hay repente, cuando quise corregir el camino,
alumbrado público, es prácticamente andar en me vi en la entrada de la casa. Según yo, iba
el cerro. ¿Y si nos perdemos? Además, quieren entrando, y que me voy pa bajo. Ya ni me
tomar, ¿no? Si alguien se cae, ¿qué vamos a ha- pude mover del dolor y el susto, yo sentí que
cer? me moría, mujer. ¡Que me moría!

- ¡Ay! ¿Otra vez tú, Lilia? Deja de preocuparte - ¡Ya ves! Eso te pasa por andar de borracho.
por tantas cosas, me estás hartando – le dijo Jo- Quién sabe qué tanto habrás tomado ayer,
sué, algo irritado. que según tú, te perdiste en el camino. ¡Ya
vámonos pa la casa!
- Al menos podrías dejar de ser un tonto.
- Espere, seño. ¿Pero qué no puso atención?
- ¡Basta! Vendremos aquí un rato y regresare-
mos temprano, ¿de acuerdo? A las 11 de la noche – le comentó uno de los hombres que ayudó
es una hora prudente – dijo Gibran con f irmeza. a sacar a su marido.

- ¡Qué! ¿Acaso somos bebitos? – replicó Josué. - ¿De qué me está hablando usted?

- Josué … ¡Basta! Haremos eso. Ahora vamos de - Pues del relato de su esposo. ¿No escucho
regreso al pueblo y preparemos lo necesario. bien todo lo que él dijo? Toda esa confusión
que vivió de creer que iba pa un lado, cuando
- ¡Ay por Dios! ¡Esperen! – gritó aterrada Claudia. se iba pa otro. ¿No se le hace conocida esa
historia?
En una de las pendientes de la barranca, un
hombre estaba tirado; parecía muerto, pero - Pues … creo que no. No me diga que uste
cuando Claudia gritó y todos se asomaron, co- cree que fue la …
menzó a moverse. Aparentaba unos 30 años y
estaba aturdido: tenía heridas y la sangre le co- - La Miringua, sí – le contestó interrumpién-
rría por la cara y las extremidades. dola

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- ¡Ay Dios! Estuvo cerca, entonces. Perdóname – le comentó Iván
por echarte toda la culpa, es que estaba re pre-
ocupada ¡Pero ten más cuidado, oye! – le dijo a - ¿Qué? ¿En la Miringua?
su marido.
- Sí, ya sabes … la cosa que se llevó al señor
- No te preocupes mujer, yo creo que después anoche.
de este susto, no salgo en un chorro de tiempo.
- ¡Ándele! Tenga cuidado, que para la próxima - Ya, ya sé de qué hablas … me ref iero a que
no la cuenta – comentó nuevamente el hom- no. No me interesaba encontrarme con eso.
bre para cerrar la conversación. - ¿Por qué no? – preguntó Brenda.

Todos se marcharon de aquel lugar y se diri- - ¡Ay vamos chicos! ¿De verdad ustedes cre-
gieron al pueblo. Ahí se dispersaron y el grupo yeron eso? Esas son cosas de pueblo, creen-
de amigos debatió un momento sobre la con- cias un poco exageradas y sin sentido.
veniencia de ir al barranco después de lo que
presenciaron. Lilia y Nicolás, los creyentes de - Pues el que estaba esperando apariciones
cosas sobrenaturales, eran los más asustados eras tú. ¿Cuál es la diferencia con eso? – pre-
temían que la llamada Miringua se los llevara guntó molesto Nicolas.
a la pendiente. Josué, al contrario, era el más
curioso e interesado en las experiencias sobre- - Pues que de esas leyendas se habla en todo
naturales. Él siguió insistiendo en ir allá y ver el país. Es como los fantasmas, en todo el
qué pasaba. Antes del viaje, había averiguado mundo hay testimonios e historias de ellos.
sobre leyendas p’urhé, y quería comprobarlas. Obviamente, cosas tan repetidas a través de
muchos lugares, deben tener algo de cierto,
Gibran, como siempre, era el más centrado, ¿no? En cambio, eso de la Miringua, en mi
pues a pesar de no temer a esas cosas, prefe- vida lo había oído, eso es algo que sólo dicen
ría evitar los problemas. Por otro lado, Brenda, aquí. Ha de ser algo que usan los borrachos
Claudia e Iván eran indiferentes ante la situa- para justif icarse.
ción y sólo buscaban divertirse de manera se-
gura. Finalmente, todos terminaron cediendo; - Creo que estás siendo irrespetuoso con las
prepararon sus mochilas y llevaron lo necesa- creencias de la gente del pueblo – le señaló
rio para encender la fogata. Al último, compra- Claudia algo indignada.
ron alcohol en una tienda local, y decididos, se
dirigieron al lugar. - ¡Claro que no! Pero tampoco creo en cual-
quier cosa. Hasta para eso hay que tener un
Después de unas horas de convivencia, los chi- poco de sentido común.
cos pensaron que era el momento de retirarse,
pero antes, Josué habló sobre las cosas que es- - ¡Vaya! Creo que a alguien se le pasaron las
peraba encontrar y que nunca vio. Entre ellas copas y se está poniendo arrogante. Lo me-
no estaba la Miringua; a los demás les pareció jor es que empecemos a levantar y retirar-
extraño, pues pensaban que a él, atraído por lo nos al hotel.
sobrenatural, le interesaba esa experiencia.
- ¡Ay! Hagan lo que quieran, la verdad no me
- Pensé que querías encontrarte a la Miringua importa.

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pero al dar el último paso, perdió el suelo. En rea-
Los chicos comenzaron a prepararse para
lidad, estaba cayendo por una de las pendientes
la partida. Guardaron sus cosas y sacaron
rocosas del barranco. Con los duros golpes volvió
unas linternas para poder alumbrar el ca-
en sí y salió corriendo, totalmente desubicado.
mino. Apagaron la fogata y a caminaron de
regreso. Sus ojos aún no se acostumbraban
Mientras corría seguía tropezando con las piedras
al negro intenso de la noche, por lo que no
y lastimándose con plantas espinosas. Sus ropas
podían distinguir nada sin las lámparas.
sucias y rasgadas estaban repletas de sangre. El
Josué caminaba con torpeza, debido a su
muchacho sintió un terror infernal que lo hizo llo-
pequeño estado de borrachera: era el único
rar desesperado. Cerca de ahí, entre las rocas más
que se había sobrepasado.
grandes, logró ver una pequeña cueva en la que se
refugió. La tranquilidad no duró mucho. El chico
Para regresa a salvo y no perderse, los ami-
sintió una presencia detrás que inmediatamente,
gos se tomaron del brazo y las mochilas,
lo tomó por el cuello y comenzó a estrangularlo.
pero Josué, por un momento, soltó a Bren-
Josué, desesperado, luchó contra ello.
da y no pudo alcanzarla de nuevo. Ilumi-
nándose y manteniéndose lo más lúcido
Mientras tanto, los amigos de Josué estaban bus-
que pudo, comenzó a buscar a sus amigos,
cándolo por toda la zona, apoyándose con sus lin-
pero no tuvo suerte. Brenda tardó en notar
ternas. Ellos tampoco sabían qué hacer, llevaban
la ausencia de la mano que la sujetaba.
más de una hora caminando y aun no encontra-
ban señales de su paradero. Los gritos de bús-
Mientras tanto, Josué comenzó a sentirse
queda se amplif icaban en el barranco sin recibir
confundido. Era una sensación extraña que
respuesta. La peor parte vino cuando la Miringua
no había experimentado antes: estaba ma-
comenzó a acecharlos también a ellos.
reado y no podía recordar las últimas horas.
De pronto, sintió que alguien lo jalaba del
- ¡Josué! ¿Dónde estás? … ¡Aaaay! ¡Auxilio! ¿Dónde
hombro y se congeló de miedo. Impulsiva-
están? ¡Por favor alguien deme la mano! – algo ha-
mente, intentó correr por el sendero que
bía intentado jalar a Lilia en un puente que estaba
habían tomado sus amigos. El chico pensa-
ahí.
ba que esa era la dirección correcta, incluso
llegó a ver cada vez más cerca el pueblo.
- ¿Qué pasa? ¿Dónde estás Lilia? – le gritó Gibran.
En la obscuridad se encontraron mediante las vo-
- Pero, ¿cómo es que he llegado antes que
ces, y de nuevo, se tomaron de la mano. Lilia se
ellos? – pensó confundido
lanzó sobre Gibran envuelta en lágrimas, suplican-
do por salir de ahí.
Josué llegó la entrada del pueblo, aún con
aquella sensación extraña. Otro jalón al
- Tranquila, ya pasó. Seguro sólo fue una alucina-
hombro clarif icó sus sentidos, y notó, que
ción, no te preocupes.
aún estaba en el barranco. De nuevo, inten-
to correr, pero su desorientación lo impe-
- ¿Cómo va a ser una alucinación? ¡Se sintió tan
día. Cuando logró llegar al pueblo, a la calle
real como tú tocándome ahorita! No estoy inven-
del hotel, estaba convencido que esta vez,
tando nada. ¡De verdad lo sentí!
era real lo que veía.

El muchacho caminó a la puerta del lugar,

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- Tengamos cuidado entonces. ¡Todos júnten- pero esta vez hay que pensar como ellos. Hay
se lo más que puedan! ¡No quiero que nadie se algo desconocido aquí que quiere hacernos
suelte de los otros! daño. Tenemos que irnos, esto no es seguro.

- Nos falta Brenda – comentó Nicolás. - ¡Pero Gibran! ¿Qué pasará con Josué? – le
dijo Claudia preocupada.
- ¡Qué! No, no puede ser. ¡Búsquenla! ¡Alum-
bren todo lo que puedan! - ¡No sé! ¡No sé, Claudia! Pero quedarnos aquí
nos puede costar la vida. Tenemos que ir por
- ¡Ahí está! – gritó Claudia mientras jaloneaba al ayuda, quizá entre más seamos, menos nos
resto para avanzar juntos. atacará esta cosa extraña.
- ¿Y si rezamos mientras buscamos a Josué?
La joven estaba caminando como hipnotizada, Dicen que este tipo de cosas se contrarres-
avanzaba con una extraña seguridad, hacia la tan rezando – sugirió Iván.
parte más peligrosa de las. La joven tropezó
casi al borde, pero fue alcanzada por la mano - Es una opción si ustedes quieren. También
de Nicolás, quien evitó que cayera. podemos ir al pueblo por algunos amuletos
religiosos, para usarlos como ayuda – les su-
- ¿Qué rayos estabas haciendo? – le preguntó girió animada Brenda.
inmediatamente.
- Son las dos de la madrugada, dudo mucho
- ¿Qué? Yo … no sé … estaba por entrar al hotel. que haya alguien – le contestó Nicolás.
- ¿Cuál hotel? ¿Ya viste lo que hay ahí adelante?
Nicolás iluminó hacia el f rente, mostrándole - No perdemos nada intentando. Vamos. To-
el precipicio al que estaba a punto de caer. La dos de la mano y recen lo que sepan. ¿De
muchacha, sorprendida y temerosa, no termi- acuerdo? – exclamó Gibran.
naba de entender lo que pasaba.
Los amigos volvieron con éxito al pueblo, sin
- Pero … ¡El hotel estaba aquí! Yo lo estaba vien- embargo, una vez ahí, decidieron que era
do. Sentí que estaba enf rente de él. No lo en- mejor esperar a que amaneciera para volver
tiendo. de manera segura; además, con la luz del día
sería más fácil buscar a su amigo. Los jóve-
De pronto, en el lugar estalló un silbido. Iván vol- nes regresaron a las habitaciones del hotel.
teó y percibió una sombra que lo llamaba, una Brenda, Nicolás e Iván cayeron rendidos por
vez más, hacia las pendientes. Extrañamente, el sueño, mientras, Claudia y Gibran no pu-
el joven no sintió miedo y comenzó a acercarse dieron pegar ojo por la angustia de encon-
sin sospecha. Al igual que Josué y Brenda, co- trar a Josué.
menzó a tener visiones en las que caminaba en
otro lado, por las calles del pueblo. De repente, Cuando los primeros rayos del sol alumbra-
una mano en su hombro lo sacudió: Iván volteó ron el pueblo, ambos despertaron al resto y
sobresaltado y vio que Claudia, angustiada, lo salieron apresurados hacia las barrancas. Jo-
guiaba de vuelta con los demás. sué, por su parte, había estado en vela toda
la noche. Había conseguido pasar las últimas
- Chicos, esto ya no me está gustando. Yo sé que horas de oscuridad con relativa tranquilidad.
siempre decimos que Lilia y Nicolas exageran, Tan pronto como vio los primeros rayos de

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sol, se levantó y salió de su escondite; luego de - Nosotros también tuvimos un encuentro
identif icar el lugar donde estaba, comenzó a con ella. ¿Cómo te libraste? – le preguntó Lilia.
caminar libre de confusiones y alucinaciones.
- Pues, ya saben lo que dicen: nadie cree en
Aproximadamente a la mitad del camino, el Dios hasta que está en riesgo su vida. Unas
grupo de amigos se encontró con él, haciendo cuantas oraciones y se alejó de mí el resto de
que todos suspiraran de alivio. la noche. Como sea, quiero evitar el trauma.
Que les parece si vamos a disf rutar del resto
- Pero, ¿qué te pasó en el cuello, Josué? – le pre- del viaje haciendo cosas normales … ¡Ah! Y si
guntó preocupada Claudia, tras ver que tenía se puede … un abrazo, por favor.
unas marcas rojas de estrangulamiento en el
cuello. Los amigos rieron con alivio y se abrazaron
cálidamente; luego caminaron con Josué de
- Digamos que le debo una disculpa a la gen- vuelta al hotel. Era hora de curar sus heridas,
te de este lugar por subestimar a la Miringua. internas y externas, para seguir con un día
Sí, quiso ahorcarme. Esta ha sido la experiencia más del viaje.
más horrible que he vivido.

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Amor impuesto

A las dos de la mañana, Janitzio dormía llevaba listo un palo de madera para
tranquilamente, hasta que el ruido de un atacar al intruso. Cuando llegaron abajo,
cristal rompiéndose terminó con el silen- prendieron la luz rápidamente, pero sólo
cio. Hilda, la madre de Janitzio, despertó encontraron a un gato pardo que hurgaba
abruptamente tras el sonido; encendió en sus cosas. El animal parecía astuto, pero
la lámpara de noche y aguzó el oído, in- el padre de Janitzio lo hecho a escobazos
tentando averiguar qué estaba pasando. y escapó maullando con algo en la boca.
Espantada, escuchó sonidos en la cocina,
como si alguien estuviera buscando algo. - ¡Se lleva algo! – gritó Doña Hilda

- ¡Ruf ino! ¡Ruf ino! ¡Despierta, hombre! Hay - Espero que no sea importante – le con-
alguien en la casa – le dijo angustiada a su testó Don Ruf ino mientras seguía al gato
marido. con una lámpara. – No, es una cuchara.

- ¿Eh? ¿Qué dices? - ¡Qué extraño! ¿Para qué se llevaría un


gato una cuchara?
- ¡Qué hay alguien en la casa!
- Lo más probable es que no haya sido un
Ruf ino, el padre, se quedó en silencio para gato ...
escuchar. Pronto, percibió los mismos rui-
dos. - ¿Qué?

- ¡Es verdad! Quédate aquí, cariño. Iré a ver. - Mañana vemos, no hay que asustarnos
de gratis. Hay que ir a dormir.
- No, yo voy contigo. Iré detrás de ti, por
cualquier cosa. Los dos regresaron a la cama para recon-
ciliar el sueño. A la mañana siguiente, Ja-
- Bueno, nada más que no te traicionen los nitzio, el hijo joven de la pareja, se levantó
nervios. temprano a desayunar. El chico tenía 17
años, era bien parecido y tenía una per-
Ambos se pararon de la cama y bajaron sonalidad agradable. A todas las personas
lentamente por las escaleras. Don Ruf ino que lo conocían, les caía bien.

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Como sus padres aún no se levantaban, decidió to- En la plaza, los jóvenes conversaban tranquila-
car la puerta. Ambos salieron somnolientos de la mente, cuando Yuriria, una chica de la misma
habitación, y apurados por el retraso, olvidaron el edad y con quien asistían a la escuela, se acer-
incidente del gato, hasta que, Janitzio, lanzó una có amablemente.
pregunta.
- Hola, Janitzio. ¿Cómo estás? - le saludó, igno-
- ¿Escucharon los ruidos de anoche? rando a Ireri

- Ah sí ¡y cómo no! Yo me desperté lueguito. Ya des- - Bien, gracias. ¿Y tú? ¿Qué andas haciendo
pués, entre tu padre y yo bajamos a ver qué pasaba. por acá?

- ¿Se metió alguien a la casa? - preguntó alarmado - Pues ya ves, vengo a hacerle un encargo a mi
Janitzio mamá, pero quería pedirte ayuda.

- Sí. ¡Pero no una persona, eh! Era un gato. Andaba - Ah, ¡claro! ¿Para qué?
hurgando ahí, en las cosas, hasta se llevó una cu-
chara del f regadero. - Es que me faltan 10 pesos para completar las
compras. Mi mamá creyó que sería menos di-
- Qué raro. nero, y yo no me traje nada. ¿No tendrás que
me prestes?
- Sí, tu padre dijo que tal vez no era un gato. Aho-
ra que lo pienso creo que quiso decir que era una - Sí, déjame buscar.
bruja.
- Yo tengo. Ten - le contestó Ireri estirándole
- ¡Ay ma! ¿Cómo cree? Está bien que aquí en Cherán una moneda a la chica.
haya harta brujería, pero, ¿a nosotros por qué nos
iría a tocar? - No, gracias. Pref iero que él me lo preste para
que se lo pague directamente - le contestó se-
- Uno nunca sabe, hijo. Capaz que un día vimos mal camente Yuriria.
a una o uno de ellos sin querer y ya nos traen mala
fe. - Ah, no te preocupes. Igual podías pagarle
después a ella. Pero mira, aquí tienes.
- Pues ojalá no, ma.
- Pref iero que tú me lo prestes. ¡Gracias, Ja-
- O jalá nitzio!
La chica se retiró contenta y con prisa, y Ja-
Janitzio terminó su desayuno y se despidió de su nitzio, retomó la conversación con normali-
madre con un beso. Después, salió rumbo a la plaza dad, sin embargo, Ireri parecía molesta. Y no
para encontrarse con Ireri, su novia. Era una joven era para menos, el chico tenía fama con las
bastante linda. Los padres de ambos aprobaban muchachas; muchas sentían atracción por él
felices la relación, y además, estaban ansiosos por y esperaban que las volteara a ver algún día.
consumar el matrimonio. Su relación funcionaba Yuriria, por ejemplo, estaba enamorada de Ja-
muy bien, y todos los problemas que tenían, los nitzio desde los 15 años.
resolvían fácilmente.

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- Nunca te dejarán en paz, ¿verdad? para conservarlas más tiempo. Durante una se-
mana, los tecolotes siguieron apareciendo, y cada
- Tú tranquila. Por más que me busquen la úni- noche, dejaban cosas que llamaban la atención de
ca que me interesa eres tú – le respondió con Janitzio, que se apresuraba a recogerlas antes que
seguridad. su padre se diera cuenta.

Conmovida por la respuesta, Ireri sonrió. Am- Sin embargo, su padre comenzó a sospechar que
bos se abrazaron cariñosamente, y después, algo malo ocurría. La presencia de los tecolotes no
partieron del lugar. Por otro parte, los fenóme- le parecía normal, sobre todo, porque siempre lle-
nos extraños en casa de Janitzio no dejaban de gaban al mismo lugar: el árbol que daba a la ven-
ocurrir. Esa noche, dos tecolotes se posaron en tana del cuarto de su hijo.
el árbol fuera de su casa. Parecían guardias del
hogar, pendientes de cualquier intruso. En los días siguientes, Janitzio comenzó a sentirse
extraño: no quería salir de casa y cuando Ireri in-
Las aves, a diferencia dl gato, no alarmaron a sistía en verlo. él se negaba. Él mismo pensó que
la familia, después de todo, no era la primera suf ría alguna clase de tristeza provocada por la
vez que había tecolotes cerca. Por la mañana, edad, sus problemas y las preocupaciones del mo-
parecía que los animales habían dejado un re- mento. Semana tras semana, su cercanía con Ireri
galo; debajo de la ventana de Janitzio había un se fue destruyendo y descubrió que no estaba tris-
pequeño ramo de flores, él lo tomó y decidió te con su forma de vida, sino, sólo con su relación.
meterlo a su casa. Su padre, en cambio, se acer- ¿Sería que estaba cansado de ella? Las salidas se
có mirando con sospecha. habían vuelto tensas y agobiantes; la distancia e
indiferencia eran más evidentes cada, y a Ireri, se
- ¿De dónde salieron esas flores, hijo? le rompía el corazón porque sus esfuerzos eran im-
productivos.
- Estaban afuera de la casa, bajo el árbol.
- ¿Qué ocurre, Janitzio?
- ¿Dónde anoche estaban los tecolotes? ¿Justo
bajo tu ventana? - Nada – contestó secamente el joven.

- Si, ¿por qué? No entiendo, ¿pasa algo? - Dime la verdad. Hace casi dos meses que esta-
- Tira eso, hijo. ¡Ahora! mos teniendo problemas que nunca antes había-
mos pasado. Te siento lejano, sin interés y hasta
- Pero, son muy bellas, papá. grosero cuando hablas conmigo.
-Puede ser, pero esas flores son malas. Hazme
caso, conf ía en tu padre.
Janitzio calló, intentaba decir algo, pero las pala-
- Esta bien – contestó Janitzio con mirada ex- bras no salían de su boca. Sabía perfectamente
trañada. qué era lo que pasaba, pero no se atrevía confesar-
Pero el joven no siguió las indicaciones de su lo. De pronto, soltó un suspiro profundo y dijo:
padre. Apenas se dio la vuelta Don Ruf ino, su
hijo tomó las flores, y sigilosamente, las metió - Yo …yo …
a su cuarto. Ahí las colocó en un vaso con agua
- Ya no quieres estar conmigo, ¿verdad?

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- No … ¡Digo sí! No sé. No sé qué pasa. A veces Mientras una lágrima le escurría por el ros-
siento que no quiero estar contigo, pero en rea- tro, Ireri miró cómo ambos se alejaban; se
lidad, sí quiero. Es raro, siento como si estuviera secó con el dorso de la mano y respiró pro-
enamorado de alguien más, pero no hay nadie. fundamente para irse. En la esquina de la
calle se topó de f rente con Doña Hilda, la
- Entiendo. madre de Janitzio.

- Lo siento. Quizá debamos separarnos un rato. - ¿Qué pasa, Ireri? ¿Por qué lloras? ¿Y Ja-
Quisiera saber qué pasa, y necesito tiempo. nitzio?

Ireri se levantó molesta y al borde del llanto, con- - Está allá – le dijo Ireri mientras señalaba
teniendo el enojo y la tristeza, sin descargarse al chico.
con Janitzio. La chica se despidió secamente y
caminó directo a su casa. No se atrevió a voltear, - ¿Quién es ella? ¿Por qué no está contigo?
pero de pronto, una persona pasó corriendo jun-
to a ella, tan cerca que la empujó. Ireri percibió - No sé, señora. No sé. ¿Le importa si evita-
un rostro conocido, se trataba de Yuriria, la ena- mos hablar de eso? Me siento mal, debo ir
morada de Janitzio, quien ahora, se aproximaba a casa.
rápidamente hacia él con seguridad y alegría.
Apenas llegó a su encuentro, la chica se lanzó - De acuerdo.
para darle un cariñoso abrazo.
La joven se fue rápidamente evitando la
Janitzio lo recibió confundido, pero al primer conversación. Doña Hilda quedó preocu-
contacto con su cuerpo, sintió algo inexplicable. pada mirando a su hijo a lo lejos. Después
Los ojos de ambos se encontraron y Janitzio la de unos minutos fue a casa. Ya en la no-
vio hermosa, como nunca antes. che, interrogó a Janitzio, pero el joven sólo
aseguró haber perdido el interés en ella, y
- ¿Yuriria? Pero … ¿si eres tú verdad? además, que Yuriria era a quien había es-
perado. Naturalmente, a sus padres, eso les
- ¿Por qué no sería yo, Janitzio? Dices cosas muy pareció absurdo. Don Ruf ino ahora estaba
raras – le respondió la chica con un tono coque- totalmente convencido de consultar a una
to. experta en brujería, pues creía que a su hijo
- Es que te ves … diferente. ¿Te hiciste algo? lo estaban embrujando.

- No … soy la misma de siempre – dijo riendo. Al día siguiente, sus padres se dirigieron a
buscar a una amiga muy cercana. No era
- Bueno, pues luces muy hermosa. Perdón que secreto que Doña Clotilde practicaba la
te lo diga. brujería y que tenía extensos conocimien-
tos al respecto. Muchas personas acudían
- No, cómo crees. Muchas gracias, Janitzio. a ella cuando tenían males incurables o ex-
perimentaban fenómenos sospechosos. La
- ¿Quieres ir a comer algo? ¿Un helado? señora, decían, era una bruja blanca, por lo
que no era maliciosa, sino que ayudaba a
- Sí, claro – respondió con una sonrisa nerviosa las víctimas de brujería negra. Fue así que
pero eufórica.

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los padres de Janitzio llegaron a su casa, dis- - ¡Los tecolotes! – se adelantó Doña Hilda.
puestos a pedir ayuda.
- ¡Ah sí! Afuera de nuestra casa, unos teco-
- Adelante, mis buenos amigos. ¿Cómo están? lotes se han parado en el árbol desde hace
Pasen. como dos meses. Yo los he oído bien dife-
rentes a los otros, como que suenan más
Los señores se sentaron a la mesa junto a su grave y todo el tiempo parece que platican.
amiga, y esperaron a que Clotilde abriera la Además, siempre están parados junto a la
conversación. ventana de mi hijo.

- ¿Qué es lo que pasa? ¿En qué puedo ayudar- - No hay duda, todo eso es signo de bruje-
les? ría, sobre todo las transformaciones. Podría
apostar a que más de una bruja está ha-
- Ay, pues la verdad no sé cómo decir esto. Ve- ciendo el trabajo. Por eso los dos tecolotes
rás, sospechamos que a nuestro hijo lo están y el gato.
embrujando.
- ¿Y qué hacemos?
- Sí, alguna muchachita loca que se le anda
queriendo colgar a mi muchacho cuando él ya - Pongan mucha atención. Para descubrir a
tiene a su novia – agregó Ruf ino. la bruja que está tras el gato, tendrán que
atraparlo. Una vez que lo hagan, van a to-
- ¿Cómo descubrieron eso? marlo por la cola y lo ahumarán con humo
de leña de encino; entonces hablará y con-
- Pues la verdad, aún son sospechas, pero aquí testará las preguntas que le hagan. Así po-
Ruf ino está prácticamente seguro. drán saber quién es la responsable y qué
- Yo empecé a darme cuenta desde que vimos es lo que trama exactamente. Ahora, sobre
a un gato invadiendo nuestra casa. Estaba los tecolotes la medida es un poco más …
hurgando entre las cosas de la cocina y hasta incómoda.
se robó una cuchara. Eso no me pareció nada
normal. - ¿A qué te ref ieres? – preguntó extrañado
Don Ruf ino.
- ¿El animal actuaba como lo haría una perso-
na? ¿Parecía que pensaba? - Para ahuyentarlos, alguno tendrá que sa-
lir desnudo, únicamente cubierto con una
- Pus yo diría que sí, se robó una cuchara. La bata. Cuando esté f rente a los tecolotes, la
tomó de los trastes sucios que dejamos en la abrirá y dejará que lo vean así, desnudo. In-
noche y podría apostar que era la cuchara con mediatamente caerán del árbol con su for-
la que comió mi hijo. Además, esto no sé si lo ma humana y podrán atraparlas.
sepa Hilda, pero al gato yo lo escuché más de
una noche, y siempre era el mismo gato de la - ¡Ay, pero qué cosas estás diciendo! No nos
primera vez. estés haciendo una broma, comadre – le
señaló Doña Hilda.
- Está bien. ¿Algún otro fenómeno raro?

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- Nada de eso, ya saben que mi labor es ayudar. se apresuró a bajar, siendo cuidadosos de no
alertar a nadie.
- Está bien. Conf iamos en ti.
Don Ruf ino encendió la luz mientras blo-
Ambos señores se despidieron de su amiga y se queaba la salida rápidamente para que su
dirigieron a su hogar, dispuestos a enf rentar a las mujer atrapara al animal. La bruja quedó
brujas. Su hijo estaba en su habitación, preparan- atrapada, pues Doña Hilda la tomó por la
do un regalo para Yuriria. Aquella noche, no tar- cola cuidándose de los arañazos. Su esposo
daron mucho tiempo en aparecer los tecolotes, le acercó el bracero con la leña y pusieron al
así que, en cuanto la madre de Janitzio los vio lle- gato en el humo para debilitar la magia. El
gar, decidió salir a enf rentarlos. No salió desnuda, hombre, molesto, comenzó a interrogarla.
como se lo habían indicado, sino dispuesta a lo-
grar que los animales le respondieran con pala- - ¿Quién eres tú? ¿Por qué estás aquí? ¿Qué
bras. Se plantó bajo el árbol, donde los animales buscas? ¡Habla!
pudieran verla y les dijo:
- Soy Yuriria, estoy aquí para conseguir el
- ¿Quiénes son? ¿Por qué están acechando a mi amor de su hijo al precio que sea necesario.
hijo? - Pues se acabó este chistecito. No quiero vol-
- Doña Hilda, por f in nos saluda. Estamos aquí, ver a verte por aquí o voy a matarte. ¿Me oís-
porque estamos enamoradas de su hijo, no pode- te? ¡Te mataré! Suéltala ya, Hilda.
mos dejar que se comprometa con otra.
Su esposa soltó al gato, y cuando cayó al
- ¿Cómo? ¿Son más de una? ¿Todas están ena- suelo, se esfumó convirtiéndose en humo.
moradas de él? Inmediatamente, Ruf ino salió corriendo
- Tres, Doña Hilda. Y sí, todas estamos locas por él. hacia el árbol para interceptar a las otras
Nos turnaremos para compartirlo, y al f inal, nos brujas. Afortunadamente, los tecolotes no
casaremos todas con él. No nos importa compar- habían abandonado su guardia a pesar del
tir. f racaso de su amiga. Cuando el señor llegó,
abrió su bata rápidamente.
- ¡Debe ser una broma! ¡Pero qué tonterías están
diciendo, chamacas! ¡Están locas! No dejaré que Las aves hicieron un extraño sonido mientras
mi hijo sea su víctima, ya lo verán, voy a detener- caían aparentemente desmayadas. Apenas
las. tocaron el suelo, Don Ruf ino notó a dos jo-
vencitas que tenían unas alas hechas de pe-
La madre de Janitzio entró asustada a la casa; le tate. Las chicas salieron corriendo, pero para
contó todo a su esposo y ambos armaron un plan los padres, fue fácil identif icar su rostro. Am-
para que las brujas no volvieran a deambular por bas, al igual que Yuriria, habían sido compa-
ahí. Primero esperarían a que el gato apareciera, ñeras de Janitzio en escuela; Erandi y Tanitzi
y después de descubrirlo a él, irían tras los teco- eran sus nombres. Después de eso, los pa-
lotes. Don Ruf ino fue quien decidió desnudarse dres se acostaron aliviados y contentos.
y llevar únicamente una bata, mientras su espo-
sa preparaba la leña de encino. A las 12 de la no- Al día siguiente, esperaron ver un cambio en
che, escucharon un ruido en la cocina. La pareja su hijo y recuperar al mismo de antes. Pero

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por alguna razón, Janitzio aún parecía estar apresurada al lugar. Doña Hilda la había
enamorado de Yuriria y peor aún, decía que se contactado para que se uniera a ellos y así
iría de su casa para buscarla y vivir con ella. Los recuperara el auténtico amor de su hijo. Allí,
padres estaban angustiados. ¿Habrían hecho le contaron todo lo que Clotilde había dicho.
algo mal? En cuanto pudieron, salieron co-
rriendo con Clotilde para encontrar respues- De pronto, comenzaron a escucharse ruidos
tas a ese aparente f racaso. Terminando todo bastante fuertes y preocupantes dentro de
su relato, la bruja blanca se quedó pensando la casa. Todos tenían la intención de entrar
cuál podía ser la razón. para ayudar, o al menos, entender que esta-
ba pasando. Los sonidos eran similares a los
- Parece que no se deshicieron del hechizo, truenos, como si una tormenta eléctrica na-
sólo de las presencias que rondaban la casa. ciera dentro de la habitación.

- ¿Y entonces? ¿Ahora qué? Las paredes comenzaron a retumbar unos


segundos después. Los padres de Janitzio
- El problema es que no pueden saber cómo recordaron las palabras de Clotilde: “Si es-
hicieron la brujería, a menos que encuentren cuchan ruidos extraños, por muy espanto-
el lugar donde lo hacen. sos que sean, aguántense las ganas de en-
trar. No abran la puerta”. Ireri se asomó a la
- ¿No hay otro modo? ventana y vio sorprendida que adentro todo
- Sí. Tendría que llamarlas a pelea. Eso se usa estaba en calma, además, Yuriria estaba ahí.
cuando la gente no se cura de una enferme- ¿Cómo era posible? Inmediatamente les dijo
dad después del tratamiento, pero creo que a sus suegros que se asomaran. Los ruidos y
puedo usarlo aquí también. Esta brujería ya es movimientos, desde fuera, no habían cesa-
como una enfermedad. do. Don Ruf ino y Doña Hilda vieron exacta-
mente lo mismo: todo tranquilo al interior,
- ¿Pelea? – preguntaron ambos padres. sólo dos personas de f rente, moviendo los
- Sí. Síganme. Necesito ir a la casa vacía que labios y mirándose.
hay más adelante, hay que arreglar esto bien Después de una hora, Clotilde salió de la
rápido. casa con la cabeza en alto. Todos se levanta-
ron para recibirla y escuchar las noticias que
Ruf ino e Hilda siguieron a Clotilde hasta el lu- traía.
gar, sin embargo, ella no los dejó pasar, nece-
sitaba que esperaran afuera para que la bruja - He ganado. Ahora todo estará en paz y vol-
mala no desviara la atención de ella. Lo único verá a la normalidad – les dijo con una enor-
que podían hacer era asomarse por las venta- me sonrisa, mientras sostenía y alzaba un
nas; apenas los dejó, los dos padres fueron a muñeco vudú en la mano.
ver qué ocurría.
- ¿Qué es eso? ¡Se parece a mi hijo! – exclamó
Adentro sólo estaba Clotilde golpeando las sorprendida y asustada Doña Hilda.
paredes con un palo. Ambos dudaron de
aquel método. Al ver que todo seguía igual - Un muñeco vudú que usaban para
se sentaron cómodamente a esperar la salida controlarlo. Por eso es que ahuyentarlas de
de su amiga. Mientras aguardaban, Ireri llegó la casa no acabo con el hechizo. El hechizo

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real estaba aquí. Ahora, hay que quemar a este - ¡Ireri! Benditos los ojos que te ven. Perdóna-
canijo o la magia se nos revertirá a nosotros y para me, no sé qué estaba pensando. Yo creo me
que queremos eso, ¿no? estaba volviendo loco o yo que sé, pero por
favor vuelve conmigo. Tú eres a quien de ver-
Todos partieron del lugar para quemar el muñeco dad amo, mi amor por ti sólo desaparecería
que rompería por completo el hechizo sobre Ja- teniéndome embrujado.
nitzio. Al día siguiente, el joven se levantó con una
sensación mucho más liviana en su cuerpo y men- Ireri sonrío divertida.
te. Era como si se hubiera recuperado de golpe de
una grave enfermedad. Ahora se sentía pleno y li- - Lo sé, Janitzio. Créeme que lo sé.
berado. Consciente de todo lo que había pasado,
se alistó rápidamente para ir a buscar a su anti- Los jóvenes se abrazaron y entraron en la
gua enamorada y arreglar las cosas, pero, cruzó la casa. Ahora sí, estaban juntos de nuevo.
puerta la encontró allí. Ireri se había adelantado.

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La penitencia

La tarde era lluviosa y gris. En el peque- nuevo intentó llamar su atención para llevarla
ño y tranquilo pueblo de Ahuirán, el clima hacia la casa. La señora, enfurecida, lo siguió
desalentador y triste, auguraba una trage- para reprenderlo. Frente a la puerta, notó que
dia terrible. En una de sus calles, dentro el perro ladraba desesperado mientras olfatea-
de una casa modesta, se llevaba a cabo un ba. De pronto, la puerta se abrió y salió Antonio,
homicidio. La lluvia impedía que alguien el hijo de la familia, para lanzar agua y espantar
se enterara de lo que ocurría, los gritos al perro.
eran opacados por las gotas estrellándose
en el pavimento. - ¡Lárgate de aquí, maldito anima!

Un perro callejero se acercó a la puerta, - Óyeme, ¿qué te pasa? No tienes por qué lan-
moviéndose nervioso por los angustiosos zarle cosas así. Está bien que sea un perro ca-
gritos. De vez en cuando ladraba como llejero, pero, ¡no inventes! – intervino la vecina,
para responder a los gritos, o alertar a una escandalizada por la agresividad y la acción del
persona de lo que estaba ocurriendo. Fi- joven.
nalmente, la lluvia se detuvo y con ella la
vida de las personas asesinadas al interior Antonio por su parte, sólo lanzo una mirada de
de esa vivienda. El perro parecía entender desprecio y hartazgo hacia su vecina y entró a
que todo se había acabado. Apenas hubo su casa sin hablar. La vecina, llamada Elena, se
silencio, el animal dejó salir un largo aulli- retiró a hacer sus deberes con el pensamiento
do. lleno de dudas y extrañeza. Por la tarde, de nue-
vo vio al chico agrediendo al perro, que insistía
Una de las vecinas de la calle. Apenas puso en rondar la casa. Elena ya no reclamó, sólo se
un pie fuera de casa, notó al perro aullando acercó decidida y tomó al perro para alejarlo.
desesperado; la mujer se extrañó, nunca Antonio entró a su casa rápidamente y evitó te-
había escuchado a un animal quejarse así. ner contacto con ella. La mujer, entonces, de-
Cuando el pero notó su presencia corrió cidió meter al perro a su casa para que ya no
hacia ella, saltando desesperado y guián- suf riera más ataques.
dola hacia la casa del homicidio. Trató, in-
cluso, de morder suavemente su vestido, Por la noche, cuando ya no había ni un alma
pero le lanzó una patada para ahuyentarlo. por las calles y la mayoría de la gente dormía o
El animal, en cambio, no se rindió y de se preparaba para dormir, la puerta de la casa

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de Antonio se abrió. La señora Elena aún es- - Ay, a ver, ¿qué es lo que no puede esperar a
taba despierta cuando escuchó ruidos en la mañana?
calle; se asomó discretamente por la venta-
na y pudo ver a Antonio arrastrar unos bul- - Creo que ha habido un asesinato en este
tos grandes fuera de su casa. Temerosa de ser pueblo.
descubierta, apagó la luz del cuarto y siguió
observando. - ¿Qué? - contestó sorprendido el señor.

El chico comenzó a avanzar por la calle, dete- - Sí, ahí en mi calle. En una de las casas del
niéndose f rente a su ventana. Elena se apartó fondo vive una pareja con su hijo. Y desde la
un poco para que no la descubriera. Por un tarde, un perro callejero estaba ladrando f ren-
momento, el muchacho volteó hacia su ven- te la casa. Bien raro porque nunca lo hace. Y
tana rápidamente, para verif icar que no había ahorita en la noche, hace como media hora, el
nadie mirando. La señora, sin embargo, se so- joven salió de su casa arrastrando unos bultos
bresaltó durante ese breve momento. Cuan- ... y uno de ellos ... uno de ellos ... ¡tenía sangre!
do el chico había pasado, Elena se asomó le- ¡Llenó la acera de sangre! ¡Ay, Dios mío! ¡Los
vemente y notó que una de las bolsas dejaba mató! ¡Mató a sus padres!
un rastro húmedo sobre el empedrado.
- A ver seño, ¡cálmese! Igual y está viendo co-
Cuando Antonio estaba lejos de esa calle, ella sas. ¿Está segura que era sangre?
salió. Se acercó con una lámpara a la acera y
vio que aquello que humedecía el empedra- - Sí, por mi madre y mi esposo difuntos.
do era sangre. La mujer amagó con desma-
yarse del susto, sintió el impulso de gritar y - Bueno, no quiero dudar de usted, pero ...
llorar, pero logró contenerse. Entró a su casa ¿cómo sabe que no eran pedazos de carne de
nerviosa, tomó un suéter y se dirigió rápida- algún animal?
mente con la policía del pueblo, caminando
rápidamente entre las calles solitarias y silen- - ¿Entonces para qué los sacaría de noche?
ciosas del pueblo. Cuando llegó a la ronda, es ¿Cuál es el problema de hacerlo de día?
decir, con la policía comunitaria del pueblo,
el lugar estaba cerrado. Elena tocó la puerta - Pues no sé, a lo mejor para ahorrarse inter-
con fuerza. pretaciones como la suya.

- ¡Abran! ¡Abran, por favor! ¡Es una emergen- - ¿Disculpe? Mire, yo estoy segura de lo que
cia! digo, vamos a casa del chico y verá que no es-
tán sus padres. ¡Y no! No se fueron a ningún
Así estuvo, tocando por 10 minutos hasta que lado, yo recién los vi esta mañana.
un señor le abrió.
- ¡Ay señora! Es que esto es delicado, si levan-
- A ver, a ver. ¿Qué le pasa, señora? ¿Por qué to al jefe y resulta ser una falsa alarma, se va a
tanto grito? ¿No ve qué hora es? También la poner como loco.
justicia descansa, ¡eh!
- ¡Hágalo! Yo asumiré la responsabilidad.
- Ay señor, perdóneme uste. De verdad que
no estaría molestándolo si no fuera algo ur- - De acuerdo, lo llamaré. Mientras váyame lle-
gente y gravísimo. vando al lugar que dice.

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La señora Elena y el policía llegaron al lugar. - No, sólo no me entendían. Mi padre en es-
El hombre se acercó y examinó la mancha del pecial. Él fue el primero al que maté, después
suelo. Efectivamente, era sangre. Ya no queda- a mi madre. A ella no la odiaba tanto, hubie-
ba la menor duda, quería comprobar que no ra dejado que viviera, pero hubiera salido co-
era de algún animal. Ambos se acercaron a la rriendo en busca de la policía para entregar-
casa tocaron. Nadie abrió. Entonces, el señor me. No podía dejarla ir, tuve que detenerla.
tomó la decisión de abrir la puerta de un gol-
pe, aún si la señora estaba equivocada. Parecía - Bueno, muchacho. Esperaba tardar mucho
que él estaba cada vez más convencido de que más en hacerte confesar, pero has hecho
Elena decía la verdad. bastante fáciles las cosas. Te diré qué pasa-
rá ahora. A partir de este momento serás un
La puerta se abrió y la dentro, la escena era miembro más de la prisión, y lo único que te
brutal. Había manchas de sangre por todo el queda esperar, es el tiempo de tu sentencia.
piso, y serruchos y cuchillos manchados. El po- Evidentemente no habrá modo de que salgas
licía inspeccionó la casa buscando más prue- libre, porque ya confesaste. El caso está más
bas, y conf irmó la ausencia de los padres. An- que claro.
tonio aún no regresaba, seguramente estaba
enterrando los cuerpos. El of icial, entonces, lla- - Como sea - respondió Antonio con indiferen-
mó al jefe de la policía, y en 20 minutos, estaba cia y sin darle importancia.
reunido todo un equipo para buscar al chico, a
quien encontraron en la base del cerro, cargan- Al día siguiente, Antonio fue llevado a su cel-
do una pala y caminando de regreso al pueblo. da. Los reos se encargaron de que su bienve-
Allí lo arrestaron para presentarlo ante las auto- nida fuera inolvidable. Lo peor, sin embargo,
ridades municipales. Los policías agradecieron aún estaba por llegar. Esa misma madrugada,
a Elena por su valor, y ella volvió a casa, donde mientras el joven intentaba conciliar el sueño,
estaba el perro callejero al que decidió adoptar, comenzó a marearse y una sensación extraña
olvidando ese horrible suceso. invadió cuerpo: como si todos sus músculos
se movieran solos por dentro. No sentía dolor,
Mientras tanto, Antonio era interrogado por sin embargo, pronto se desmayó.
policías municipales en la estación de Paracho.
La confesión no fue dif ícil de obtener, y ahora, Antonio permaneció dormido así cerca de
sólo faltaba que dictaran una sentencia def ini- una hora. Cuando abrió los ojos, la luz del día
tiva. todavía no asomaba; todos en sus celdas, se-
guían durmiendo. Cuando él intentó levantar-
- Así que mataste a tus padres, ¿eh? ¿O dirás se, sintió extrañas sus piernas: se flexionaban
que estabas enterrando a tu mascota? solas y temblaban. Antonio bajó la mirada y
se llevó un gran susto. Las extremidades que
- No, no tendría por qué mentir. Sí lo hice. tenía no eran las suyas, sino las patas de un
perro.
- ¿Por qué?
- No, no. Esto no puede estar pasando. ¡Debo
- Los odiaba. Estaba harto de que me trataran estar alucinando o soñando! – gritó desespe-
mal. rado.

- ¿Te golpeaban? Antonio se metió un pellizco violento en el

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brazo, pero no era un sueño; después tocó sus - ¡Señor! Disculpe, ¿podría ayudarme?
piernas para sentirlas, y comprobar que estaban
cubiertas de pelo. Todo parecía ser real. - ¿Quién eres tú? ¿Le ocurrió algo joven?

- No ... ¡no! Debe ser una alucinación. Seguro que - Es complicado, ni siquiera yo sé qué paso.
alguno de estos canijos me dio algo. No les bastó Por favor, no quiero que se asuste. ¡Mire! -
la golpiza, también me hacen esto. No lo duda- respondió nervioso de mostrar lo que le ha-
ría, así son en estos lugares, así son. bía ocurrido. Después de eso, se asomó para
que el hombre pudiera verlo.
De pronto, un relámpago iluminó el cielo, y el so-
nido sobresaltó al joven. Repentinamente, la llu- - ¡Ay Dios mío! ¿Pero qué es eso? ¡Aléjate!
via comenzó a caer con fuerza. Antonio se aso- ¡Aléjate de mí!
mó por la pequeña ventana con barrotes y un
rayo golpeó allí; él retrocedió espantado y respi- - Señor, no entiende. Yo no le haré daño, soy
ró aceleradamente. ¿Cómo es que ninguno de un muchacho normal, una persona como
sus compañeros de celda se despertaba? uste, pero hoy amanecí así. Sólo quiero que
alguien me ayude a ser como era y con algo
Otro rayo impactó, y esta vez logró entrar por la de comida.
ventana, dándole una pequeña descarga a An-
tonio. En ese momento, una fuerte corriente de - ¡No! ¡No! ¡No puedo! ¡Sólo aléjate! ¡Quizá al-
aire lo envolvió como en un remolino y comenzó guien más pueda ayudarte, pero yo no! - gri-
a jalarlo. El muchacho sólo alcanzó a ver que se tó el hombre mientras salía corriendo con
aproximaba velozmente hacia la pared. Cerró los sus animales.
ojos esperando el golpe con el muro, pero eso
nunca pasó; cuando los abrió, estaba volando Antonio esperó, y por la noche, bajó al pue-
sobre el pueblo dentro de la tormenta, y de nue- blo para encontrar alimento. Llevaba todo el
vo, se desmayó. día sin comer y estaba muriendo de hambre.
Se acercó a los pequeños negocios de comi-
Con la luz de la mañana, Antonio despertó en da e inspeccionó las tiendas locales para sa-
el cerro completamente confundido. El joven in- quearlas. Después de comer todo lo que en-
tentó ponerse de pie, pero no pudo, de hecho, contró, el chico comenzó a sentir retortijones
sus piernas se sentían diferentes; miró nueva- en el estómago y terminó vomitando. Al día
mente hacia ellas y vio que esta vez se habían siguiente continúo expulsando los alimen-
convertido en una cola de pescado. tos, entonces inf irió que su estómago ya no
aceptaba más que pitsekuas, raíces, mazor-
El joven ni siquiera gritó, simplemente se puso cas y pinacates. Pero esa no era su única pe-
a llorar amargamente y con resignación. Luego, nitencia, Antonio ya no podía andar mucho
se llevó las manos a la cara para limpiarse las lá- tiempo fuera de una cueva donde se escon-
grimas y notó que las patas de perro, ahora es- día, porque el mismo rayo que lo atacó en
taban en sus manos. Nada podía ser peor ahora. prisión lo arrastraba nuevamente.
Antonio intento arrastrarse para conseguir ayu-
da o alimento. Pronto se encontró con un señor Mientras tanto, en los alrededores se habla-
que cuidaba su ganado. ba del escape del asesino de Ahuirán. Todos

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estaban buscándolo, sin lograr explicar la fuga. Los - Pero, ¿qué te pasó? Eso ... ¿eso es real?
policías municipales avisaron a Elena, para que es-
tuviera alerta. - Sí, doña. El primerito día que llegué a la cárcel,
me salieron patas de perro, luego me sacó un re-
- Lo siento señora, pero tendrá que estar a las vivas, molino de la celda y me aventó al cerro, y desde
aún no damos con el joven. Supongo que ya se en- ahí estoy así: como pescado, perro y cristiano.
teró que escapó de la cárcel.
- ¿Y eso por qué pasó? Esto es muy dif ícil de creer.
- ¡Sí! ¿Cómo es que fue posible? ¿No hicieron bien ¿Seguro que no andas disf razado?
su trabajo o qué? Ahora, sabrá Dios si vendrá a bus-
carme para vengarse. - No, ojalá. Sólo quiero que me ayude a traer a la
gente del pueblo, para que sepan que no me es-
- Esperemos que no señora, pero si es así, no dude capé y que sea una advertencia para cualquiera
en que estaremos aquí de inmediato. que esté pensando en dañar a sus padres. Si ha-
cen lo mismo que yo, acabarán así, igualito. Des-
- Pues a ver. Igual andaré con mi perro en todos pués volveré a ocultarme y no volverán a verme
lados, él seguro que no me falla. nunca. Le debo una disculpa señora, y al perrito
que lleva con usted.
Elena se despidió de los policías, cerró la puerta de
su casa y se sentó junto a su nuevo perro. La mujer - Está bien, si eso quieres. Les diré que pueden en-
estaba nerviosa, se movía inquietamente y su men- contrarte acá, pero que no podrán arrestarte.
te saltaba de un pensamiento a otro. Después de
un rato, decidió pasear por el cerro en compañía de - Gracias.
su mascota. Quería despejar su mente, después de
todo, era de día y sólo llegaría a la falda del monte. La señora Elena se fue corriendo para el pueblo y
le informó a la policía lo que había pasado. Los po-
A la mitad del camino, la mujer, relajada y con el licías municipales se prepararon para arrestar, de
asunto casi olvidado, se encontró con Antonio. De- nuevo, al muchacho. Le mujer insistió en que no
trás de un árbol, el joven la llamaba por su nombre. podrían encerrarlo, porque él se escaparía, ade-
más, les habló del aspecto que tenía para pagar
- ¡Doña Elena! ¡Doña Elena! su crimen. Nadie entendía muy bien qué quería
decir con eso, pero ella tampoco dio detalles, pues
- ¡Ay Jesús! ¡Eres tú! ¡No me hagas daño por favor, tenía miedo de que dudaran de su cordura o la
no te acerques! ¡Le voy a llamar a la policía! En la juzgaran como cómplice.
cárcel es donde has de estar, ¡asesino!
Una tropa de policías, la señora Elena y un mon-
- No, aunque quisiera no podría hacerle daño. No tón de curiosos del pueblo, corrieron apresurados
los llame o me matarán. Además, ya estoy pagando hacia el lugar que la señora les había indicado.
mi penitencia, ire. Avanzaban preparados para cualquier intento de
fuga; no planeaban dejar que el joven escapara
Antonio se dejó ver por la mujer, quien no pudo de nuevo. Al llegar ahí, Antonio salió de entre las
pronunciar palabra o sonido alguno al ver su cuer- plantas y rocas, adelantándose a los policías.
po transformado.

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El joven dejó ver su cola de pez y sus patas de que nadie acabe como yo y tampoco haya más
perro. Todas las personas quedaron congela- matones, ¿verdad? No iré a la cárcel, señores,
das; horrorizadas y sin saber qué hacer. Algu- lo siento. Mi penitencia ya la estoy cumplien-
nos policías estuvieron a punto de disparar, do aquí y no puedo dejar que me lleven. ¡Hasta
pero fueron detenidos por el jefe. El mismo nunca!
policía encargado del interrogatorio, se acercó
lentamente para verif icar que no era un truco o Todos los policías avanzaron coordinadamen-
un disf raz. Antonio dejó que revisara sus partes te hacia él para que no escapara. Sin embargo,
transformadas. El policía se hecho hacia atrás, el mismo rayo y la tormenta que lo sacaron de
horrorizado y asqueado. prisión, aparecieron repentinamente, haciendo
retroceder a todos los presentes. Después, un
- Gente del pueblo, de mi pueblo, Ahuirán. Sólo remolino de aire se formó envolviendo al joven
quiero pedir perdón por la acción horrible que y despareció, volando lejos del lugar. Tan pronto
cometí, ensuciando su querida comunidad. No como se perdió de vista en el cielo, la tormenta
tengo cara para disculparme con mis padres, cesó y nadie supo a dónde fue a parar el hom-
pero igual lo haré, porque no se merecían morir bre-pez. Una cosa era segura: la historia sería
así. Soy un monstruo y Dios lo sabe, por eso me contada entre los habitantes del lugar para que
transformó en uno. Quiero que esto se trans- la gente temiera los malos comportamientos.
mita de boca en boca, de padre a hijos, para

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MÉXICO, 2020

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