Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Claves de La Razon Practica 03.04 2020
Claves de La Razon Practica 03.04 2020
IBEROAMÉRICA
Entre populismo
y democracia
Las preguntas mas urgentes
hoy en Iberoamérica
Enrique Krauze · Jorge Ossona
Claudia Piñeiro · Mario Boero Vargas
H.C.F. Mansilla
*
36 € 25 % Llama al 914 400 499
* Precio de primer año de suscripción (6 números). Promoción válida solo en España y para nuevas altas.
EN ESTE NÚMERO
“Releyendo a
Tucídides, interpreté
«LA RAZÓN NO
a Alcibíades SE TIENE, SINO
como el emblema
del populismo.
QUE TAN SOLO SE
Releyendo a Plutarco EJERCITA»
y a Shakespeare, Javier Muguerza, ‘Casa de Citas’
interpreté a PÁG IN A 1
PÁGIN 1886
6
Coriolano como
un emblema del “En cualquier democracia
antipopulismo. Pero normal, un recambio
sobre todo quise de gobierno sería un ejercicio
responder la pregunta regular de saludable
alternancia. En Argentina,
de fondo: ¿Por qué ha un país atravesado por un
sido América Latina ‘apartheid’ político, las cosas
tan proclive son matizadamente
al populismo?” distintas.”
Enrique Krauze, ‘Historia Jorge Ossona, ‘La encrucijada
personal del populismo’ histórica de un país binario’
PÁG I NA 1 9 PÁGI NA 23
1
de Razón Práctica
7 50
EDITORIAL El cambio de gobierno
Fernando Savater
en Bolivia (2019)
Hugo Celso Felipe Mansilla
12
Historia personal Política
56 España: ingobernabilidad
del populismo y separatismo
Enrique Krauze
Roberto L. Blanco Valdés
22 E n s ay o
Argentina: La 68 ¿Trump, lector de Orwell?
2
NÚM ERO 269 · M ARZO/ AB R IL 2 0 2 0
Libros Testimonios
108 Jordi Gracia, Javier Pradera 148 ‘Sex ex machine’
o el poder de la izquierda Danubio Torres Fierro
Patxo Unzueta
Homenajes
116 Stephen Greenblatt, 156 En recuerdo de Santos Juliá
El tirano. Shakespeare Mercedes Cabrera
y la política
Federico Puigdevall SEMBLANZAS
162 De nuevo, Chesterton
124 Emmanuel Chamorro Manuel Arranz
y Anxo Garrido, Fue sólo un
comienzo. Pensar el 68 hoy En el filo de la vida
Julián Sauquillo 172 La copa de oro
Jesús Ferrero
134 Mario Amorós, Pinochet.
Biografía política y militar C a s a d e c i ta s
Mario Boero Vargas 178 Javier Muguerza
Sebastián Gámez Millán
142 Leopoldo Brizuela,
Una misma noche. Eduardo N o ta s d e u r g e n c i a
Sacheri, La noche de la Usina 188 La grieta
Ricardo Jarast José Andrés Rojo
3
de Razón Práctica
“Todos los derechos reservados. En virtud de lo dispuesto en los artículos 8 y 32.1, párrafo segundo, de la Ley de Propiedad Intelectual,
quedan expresamente prohibidas la reproducción, la distribución y la comunicación pública, incluida su modalidad de puesta a
disposición, de la totalidad o parte de los contenidos de esta publicación, con fines comerciales, en cualquier soporte y por cualquier
medio técnico, sin la autorización de la empresa editora de la publicación, Factoría Prisa Noticias”.
5
PUNTOS DE VENTA
de Claves de Razón Práctica
A CORUÑA Calle San Antonio, 4 Asoc. Mercado Social Boutique de la Prensa SEVILLA
A CORUÑA Librería La Palma Calle Gutiérrez de Calle de García de
los Ríos, 10 Paredes, 34 Caótica
Libreria Paraisos Rúa, 6 JoséGestoso,8
de Papel BADAJOZ GRANADA MÁLAGA
Rúa Cordonería, 10 Librería Palas
Librería Tusitala Librería Praga Librería Luces Asunción. 51
FERROL Calle Meléndez Calle Gracia, 33 Alameda Principal, 16
Librería Valdés, 6 El Tiempo Perdido NAVARRA TARRAGONA
Central Librera Calle de Marqués de
BARCELONA Falces, 4 PAMPLONA Librería La Capona
Rúa Real, 71
Librería Nollegiu Librería Auzolan Carrer del Gasòmetre,
SANTIAGO DE Librería Picasso
Carrer Pons i Subirà, 3 Calle Obispo Liburundea 41-43
COMPOSTELA Calle San Gregorio, 3.
La Central Hurtado, 5. Llibreria Adserà
Librería Librería 1978
Follas Novas Calle Elisabets, 6 Rambla Nova, 94
HUESCA Kooperativa de Iniciati-
Rúa de Montero Alibri Librería va Social
Ríos, 37 Balmes, 26 Librería Anónima TOLEDO
Calle de Cabestany, 19 Mayor, 54-56. Bajo.
BILBAO Librería Hojablanca
ÁLAVA OURENSE
VITORIA-GASTEIZ LA RIOJA Calle de Martín
Librería Cámara Librería Tanco
Euskalduna LOGROÑO Gamero, 6
Librería Calle Cardenal
Zuloa Irudia Kalea, 6 Librería Santos Quevedo, 22
Ochoa VALENCIA
Correría Kalea, 21
BURGOS Calle Doctores PONTEVEDRA GANDÍA
ALBACETE Librería del Espolón Castroviejo, 19 PONTEVEDRA Ambra LLibres
ALBACETE Paseo del Espolón, 30 Castroviejo Librero Librería Metáfora Av. Alacant 12
Librería Herso Librería Música y C/ Portales, 43 C/ Bastida nº 5
Calle Dionisio Deportes VALENCIA
Guardiola, 18 Paseo del Espolón,16 LUGO VIGO Librería Gaia
Totemcomics Litterae Libros Calle Daniel
ALICANTE CÁCERES Galerías Villamor, Rúa Venezuela 80
ALICANTE Pza. Santo Domingo, 3 Balaciart, 4
Librería Pléyades
Pynchon&co Av. de España, 17 SALAMANCA Librería Viridiana
Calle Poeta MADRID Carrer de les Arts
CARTAGENA ALCALÁ DE HENARES Letras Corsarias
Quintana, 37. Calle Rector Lucena, 1 Gràfiques, 38
Libros 28 Alcaraz Comics Librería Diógenes
Calle Manuel Wssell de C/Ramón y Cajal, 1 Librería Víctor Jara Per(r)ucho Llibres
Calle VillaFranza, Calle de Meléndez 21
16, bajo Guimbarda, 19 FUENLABRADA de paper
ELCHE La Montaña Magica Cmm Campus Libros Carrer del Moro Zeid, 2
SAN SEBASTIÁN
Calle/ Pintor Balaca, 34 Camino del Molino s/n, Fuera de ruta
Librería Ali i Truc Librería Lagún
Passeig de les Eres de Universidad Rey Juan Carrer Major, 36
CÁDIZ Carlos Urdaneta
Santa Llucia, 5-7 JEREZ DE LA Kalea, 3
FRONTERA MADRID VALLADOLID
SAN VICENTE SANTANDER
DEL RASPEIG La Luna Nueva La Central Librería Sandoval
Calle Eguilaz, 1 Calle del Postigo de San Librería Gil-Soto Plaza del Salvador, 6
ALMERÍA Martín, 8 Calle Hernán Cortés, 23
Librería Universitaria CIUDAD REAL La Vorágine. Librería El árbol
CIUDAD REAL Librería Miraguano Cultura Crítica de las Letras
de Almería Calle de Hermosilla, 104
C/ Reyes Católicos, 18 Librería Litec Calle Cardenal Calle Juan
Avenida Alfonso X La buena vida. Cisneros, 15 Mambrilla, 25
ASTURIAS El Sabio, 11, - Local Café del libro
GIJÓN Calle de Vergara, 5 SEGOVIA ZARAGOZA
MANZANARES LA GRANJA DE
Librería Paradiso Meta Librería Librería Antígona
Librería la Pecera Calle Joaquín María SAN ILDEFONSO
Calle de la Merced, 28 Calle Padres Calle de Pedro
López, 29 Librería-Café Ícaro
Librería Central Capuchinos, 8 Calle Reina, 10 Cerbuna, 25
Calle San Bernardo, 31, Librería Alberti
CÓRDOBA Calle del Tutor, 57 SEGOVIA Librerías Cálamo
OVIEDO Librería Nueva Luque Librería Muga Librería Silver Plaza San
Papelería San Antonio Calle Jesús María, 6 Av. de Pablo Neruda, 89 Plaza Becquer, 8 Francisco, 4
6
EDITORIAL
IBEROAMÉRICA
7
En las últimas décadas se ha desarrollado en Iberoamérica una
pugna de gran trascendencia entre los partidarios de establecer demo-
cracias modernas y liberales, siempre obstaculizados por las seculares
desigualdades económicas y culturales de esas poblaciones, y los que
rentabilizan estos desajustes y animan soluciones populistas inspiradas
en fórmulas simplistas de marxismos a la salsa caribeña. Siguiendo una
tradición que viene de antaño (léase para comprobarlo la espléndida
novela de Vargas Llosa Tiempos recios) las torpezas de la administra-
ción USA han favorecido, y favorecen en bastantes ocasiones, las
corrientes mas iliberales, convirtiendo lo que debería ser apoyo en
serio bloqueo para los auténticos democratizadores. A ello se une que
actualmente tengamos en el propio gobierno español representantes
de un populismo bolivariano de la especie menos recomendable y mas
oscuramente financiada, lo que con seguridad no va a facilitar que
nuestro país tome claramente postura, en ese conflicto, por quienes
mas lo necesitan y merecen. Por eso nos ha parecido urgente dedicar
un número a algunos aspectos relevantes de la situación en varios
países del continente (dejando fuera otros casos no menos intere-
santes) como información, desde luego, pero también como llamada
de atención a los españoles que se saben hispanoamericanos. Hemos
contado con la ayuda de inmejorables expertos americanos que afor-
tunadamente también se sienten amigos de Claves.
8 Fernando Savater
Javier Pradera o el estudio que Stephen Greenblatt ha hecho sobre la
figura del poder tiránico en las obras de Shakespeare (¿dejará alguna
vez Shakespeare de parecernos no ya actual sino incluso urgente?).
Recordamos también a dos amigos entrañables, desaparecidos no
hace mucho, que seguramente lo son también, en cierto modo, de
nuestros lectores: Santos Juliá y Guillermo Cabrera Infante, junto a
otro amigo –éste solamente literario– pero al que siempre evocamos
con una sonrisa: Gilbert Keith Chesterton. La Casa de citas de este
número proviene de la obra de un maestro al que mucho debemos
cuantos nos interesamos por la filosofía en España: Javier Muguerza.
Y nosotros, con ustedes, seguimos juntos, que es lo que cuenta.
FERNANDO SAVATER
Director
9
E N P O R TA D A
IBEROAMÉRICA
¿Volverá a predominar la democracia?
¿Se fortalecerá el populismo? De la
mano de destacados autores americanos
como Enrique Krauze, Jorge Ossona,
Claudia Piñeiro, Mario Boero Vargas y
H.C.F. Mansilla, analizamos aspectos
relevantes de la sociedad y la política en
algunos países del continente.
E N P O R TA D A
HISTORIA
PERSONAL DEL
POPULISMO
¿Dónde mirar cuando la
democracia está en retirada?
Mi instinto fue volver a los griegos
y entender cómo hace 2.500 años,
no solo Atenas sino muchas otras
ciudades-estado habían perdido
la democracia por obra de la
demagogia y la revolución.
E NR IQU E K R AU ZE
12
A
finales del siglo pasado, la revista The New Republic
me invitó a Hollywood para asistir al estreno de la
película Evita, con Madonna en el papel principal
y Antonio Banderas como el Che Guevara. El ima-
ginario tango que bailan aquellos dos personajes
parecía simbolizar su definitiva neutralización por
la cultura del espectáculo. Brillarían como dos estrellas –ella, la “santa
de los descamisados”; él, el emblema de la revolución–, pero no en
el firmamento de la historia sino en la parafernalia del mercado:
pósters, camisetas, tatuajes. Me parecía evidente que el populismo
y la revolución que encarnaban habían sido desmentidos y supera-
dos por la democracia liberal que, en aquel momento, parecía una
conquista definitiva.
¿Cómo podía no serlo? Las atrocidades del siglo xx, los geno-
cidios, las hambrunas, los campos de concentración, el Holocausto,
el gulag, la Revolución Cultural china y la camboyana, la penuria
de Cuba, todos tenían su origen principal en un hecho cuya malig-
nidad parecía axiomática: la concentración absoluta de poder en
manos de una persona. El siglo xx, con sus centenares de millones
de muertos, era la prueba indeleble de esa lección. No debía, no
podía volver a ocurrir.
Era obvio que ni Evita ni el Che se comparaban remotamente con
los grandes monstruos del siglo xx, dictadores ungidos ciegamente
por el pueblo que terminarían por desatar la hecatombe, pero Evita
y el Che encarnaban mitos poderosos: el pacto místico entre el líder
y el pueblo, la promesa del “hombre nuevo”. Al escribir sobre Evita,
no desdeñé, en absoluto, las raíces psicológicas en su vida ni el dolor
social que comprendió y quiso paliar. Tampoco dejé de reconocer,
al escribir sobre el Che, la pasión y el voluntarismo revolucionario
que lo impulsaban, ambos anclados en su infancia y en la trágica
historia latinoamericana. Pero como liberal puse especial atención en
el populismo peronista como una variante del fascismo, una adulte-
ración de la democracia que usa sus reglas, instituciones y libertades
para acabar con ellas. Y tomé buena nota de las pulsiones asesinas
13
del Che Guevara, una máquina de odio disfrazada de amor, que
habría volado en pedazos al mundo si de él hubiera dependido. Por
fortuna, gracias a la democracia que imperaba en todos los países de
América Latina salvo en Cuba, el pueblo podía elegir y remover a
sus líderes, y podía construir pacientemente, no un “hombre nuevo”,
sino un hombre mejor.
Pero la historia nunca cierra sus capítulos. El único axioma de la
historia es que la historia no tiene axiomas. De pronto, como una
mutación de un virus o un cadáver que sale del clóset (en este caso de
la pantalla), advertí la extraña resurrección de ambos personajes en un
vociferante comandante de paracaidistas llamado Hugo Chávez que,
de intentar sin éxito un golpe de Estado en 1992, se había convertido
en el presidente de Venezuela. La normalidad democrática era una
alucinación de fin de milenio. Lo que llamamos la humanidad, esa
masa desmemoriada, no aprende, no asimila: reincide, repite.
De lejos comencé a observar la arena política chavista. Los abu-
sos del peronismo contra la democracia y la libertad –supresión de
la división de poderes, sumisión de las cortes, acoso a la libertad de
expresión, represión de las voces críticas, control del sistema educa-
tivo, creación de un aparato de propaganda dirigido por un discípulo
de Goebbels– se explicaban por la filiación fascista de Perón, que
había sido agregado militar de Argentina en la Italia de Mussolini,
y lo admiraba hasta el grado de levantarle estatuas en Buenos Aires.
Pero el general había necesitado algo más poderoso que los cuerpos
de seguridad: una figura carismática dotada de un gigantesco megá-
fono. Y eso fue lo que aportó Evita, quien había interpretado a las
grandes mujeres de la historia, en famosos programas de radio. Militar
como Perón, actor supremo como Evita, Hugo Chávez replicaba
los mismos actos autoritarios y demagógicos en Venezuela, pero lo
inspiraba una ideología opuesta: el libreto socialista de los sesenta,
encarnado en el Che Guevara.
Otro personaje era el titiritero de la historia. Fidel Castro guiaba
astuta y pacientemente los pasos de Chávez, dándole nuevos ins-
trumentos de legitimidad mucho más tangibles que los veleidosos
14 Enrique Krauze
votos: las misiones sociales. Gracias a ellas, evadiendo las estructuras
del Estado y las instituciones establecidas, Chávez podía instaurar
un vínculo directo con el pueblo ofreciéndole salud, educación, ali-
mentos, entretenimiento, deporte; todo a cambio de obediencia.
Por aquel tiempo, a mediados de 2003, conocí a Andrés Manuel
López Obrador, jefe de Gobierno de la ciudad de México. Pertene-
cía al Partido de la Revolución Democrática, el PRD. Me atraía su
rectitud personal y su deseo de servir a los mexicanos, sobre todo a
los más pobres. Desde mi participación en el movimiento estudian-
til de 1968 me había opuesto al sistema político del PRI, corrupto
y autoritario, y junto a mi generación había dado la batalla por la
democracia que finalmente arribó en el año 2000. La famosa “dicta-
dura perfecta” señalada en 1990 por Mario Vargas Llosa había dejado
de existir. En su lugar teníamos una democracia en construcción:
división de poderes, un instituto electoral independiente en manos
ciudadanas, plenas libertades y una presidencia acotada. En 2000
había triunfado el Partido Acción Nacional, de centro-derecha, el
PAN. La alternancia natural en el año 2006 –pensé– debía ser de
centro-izquierda. AMLO (como se le conocía desde entonces) me
parecía la mejor opción. “Me admira su instinto popular”, recuerdo
haberle dicho. “El pueblo nunca se equivoca”, me respondió. La res-
puesta me desconcertó. Si él era popular y el pueblo no se equivocaba,
¿él no se equivocaba? Tiempo después, en minucias de trato, advertí
en AMLO una vena autoritaria que me preocupó y que el tiempo
reveló como un aspecto central de su personalidad.
AMLO no era un político institucional. Poco a poco, en sus
expresiones públicas, en su uso de los medios, en la rigidez de su
ideario y la intolerancia hacia la crítica, le vi más parecido a Chávez
que a Lula. Una frase que le escuché al presidente brasileño José
Sarney esclarece la diferencia: “Lula sabe el valor de un 3%”. Como
antiguo líder sindical, Lula entendía el sentido de una empresa y
sabía negociar. Se trataba de obtener mejoras para los trabajadores,
no de acabar con las empresas. Se trataba de hacer más eficiente al
Estado, no de abolir al mercado. Ese temple reformista me parecía
16 Enrique Krauze
En junio de 2006, a un mes de las elecciones presidenciales en
México, publiqué El mesías tropical. Se trataba de un largo ensayo de
interpretación biográfica y política sobre López Obrador que, a mi
juicio, no solo representaba un liderazgo populista sino una forma
peculiar de ese modo de dominación: el redentorismo. Los elemen-
tos religiosos no estaban en mi imaginación, estaban en la realidad.
Él mismo se comparaba con Jesús.
Tras la derrota de AMLO por un margen estrechísimo de votos,
decidí viajar a Venezuela, para estudiar el fenómeno directamente.
Viajé repetidas veces en 2008. Caracas era la meca del populismo lati-
noamericano del momento, y Chávez el sol que irradiaba y cobijaba a
los otros líderes populistas de la región: Evo Morales, Rafael Correa,
Daniel Ortega, los esposos Kirchner. Entrevisté a chavistas y anticha-
vistas. Conversé con sindicalistas, periodistas, técnicos petroleros,
intelectuales, escritores, artistas, políticos, estudiantes, empresarios.
El chavismo vivía la euforia del petróleo. Pero sobraban evidencias
de que aquel “déspota electo” estaba anulando la división de poderes
y la autonomía de las instituciones fiscales, electorales, judiciales, y
ahogando la libertad de expresión. Era claro también que Chávez
estaba destruyendo de varias formas la estructura productiva de su
país. Al final de ese año publiqué El poder y el delirio. Podía haber
sido mi “novela del dictador”, pero no necesitaba inventar nada:
la realidad, como ocurre muchas veces, superaba a la ficción.
“El historiador mexicano está equivocado –dijo Chávez en un
programa de televisión, al enterarse de la publicación del libro–. Esta
no es una historia de poder. Esta es una historia de amor. De amor
de Chávez al pueblo, de amor del pueblo a Chávez”. Nunca tuve
duda de ese amor correspondido. Ese amor es el corazón perverso
del sistema populista. Un amor no del todo desinteresado, de parte
del líder, que lo cobra con obediencia. Tampoco del pueblo, que
víctima y cómplice de un hechizo vende su libertad a cambio de un
magro pan y una inestable seguridad. El tiempo daría la razón a los
sombríos argumentos de mi libro. Tras su muerte en 2013, Venezuela
se precipitó a la inflación, el hambre y el desabastecimiento de los
18 Enrique Krauze
1951 advirtió el fascismo latente en aquel país. “Acá no puede pasar”,
pregonaron siempre los liberales de Estados Unidos. Lo cierto es que
pasó: un fascista en la Casa Blanca. Trump es la prueba más severa que
ha pasado la democracia americana en sus casi 250 años de existencia.
Saldrá adelante, no me cabe duda, pero el daño institucional y moral
que ha infligido, el odio y el encono que ha plantado, durarán por
generaciones.
¿Dónde mirar cuando la democracia está en retirada? Mi instinto
fue volver a los griegos (filósofos, historiadores, autores de come-
dias) y entender cómo hace 2.500 años, en un fugaz momento de la
historia, no solo Atenas sino muchas otras ciudades-estado habían
perdido la democracia por obra de la demagogia y la revolución, los
dos elementos milenarios del baile entre Evita y el Che.
En 2018 publiqué El pueblo soy yo. Incluí un balance de la Revo-
lución cubana (epitafio que apareció en The New York Review of
Books); otro sobre la destrucción de Venezuela, y aquel ensayo sobre
El mesías tropical. Releyendo a Tucídides, interpreté a Alcibíades
como el emblema del populismo. Releyendo a Plutarco y a Shakes-
peare, interpreté a Coriolano como un emblema del antipopulismo.
Pero sobre todo quise responder la pregunta de fondo: ¿Por qué ha
sido América Latina tan proclive al populismo?
En El pueblo soy yo me propuse esclarecer las raíces históricas
(digamos que el ADN) del caudillismo populista. Lo debo a la lec-
tura, el magisterio y la amistad de un olvidado profesor estadouni-
dense experto en América Latina. Se llamaba Richard M. Morse
(1922-2001). Su arqueología política de nuestros países encontraba
una veta muy antigua: la tradición neoescolástica española que por
tres siglos fue la fuente de legitimidad de nuestros países y cuyo
núcleo es el concepto muy arraigado de un pacto original según el
cual el pueblo entrega (no delega, entrega) el poder absoluto que ha
recibido de Dios al monarca. El sustrato siguiente data del siglo xix:
es el caudillismo que proliferó desde el río Bravo hasta la Patagonia.
Con esos cimientos era difícil que la democracia liberal prosperara.
Morse no dejaba de reconocer casos aislados de experimentación,
20 Enrique Krauze
raigambre legal y su cultura del debate. Ambos, me parece, seguirán
fieles a su historia democrática y evitarán precipitarse en el caos o la
dictadura. Brasil se salva por su sistema judicial y su prensa, pero el
impresentable gobierno populista de Bolsonaro traiciona la cultura
inclusiva del Brasil. Venezuela es un desastre no mitigado. Cuba una
isla de pesadumbre. No toco a los países centroamericanos, que salvo
excepciones naufragan en la desesperación y el crimen.
¿Qué ocurrirá con México? No tengo un vaticinio sino un deseo.
Espero que los mexicanos comprendan que el futuro deseable no está
en el escenario teatral donde la demagogia y la revolución ejecutan
su danza macabra. Está abajo y afuera, en la realidad, donde ciuda-
danos y gobernantes responsables construyen, de manera gradual y
fragmentaria, una vida mejor. •
ARGENTINA:
LA ENCRUCIJADA
HISTÓRICA DE UN
PAÍS BINARIO
En una América Latina
afectada por un ciclo económico
decepcionante, Argentina vuelve
a ser una excepción, aunque por
razones inversas a las de hace un siglo.
JORGE O S S ONA
22
E
n cualquier democracia normal, un recambio de gobierno
sería un ejercicio regular de saludable alternancia. En
Argentina, las cosas son matizadamente distintas. Y ello
es así por ser un país atravesado por un apartheid político
probado por la beligerancia verbal de cada campaña que
continúa a lo largo de la nueva gestión, a la manera de
una guerra cultural. Así lo evocan las denominaciones reciprocas entre
los bandos durante los últimos setenta años.
“Cipayos” y “oligarcas” en los años cuarenta y cincuenta; en tér-
minos más académicos y socioeconómicos “liberales” y “desarrollis-
tas” en los sesenta; “dirigistas” y “ortodoxos” en los setenta. Y ya en
nuestros días, “neoliberales” y “populistas”; aunque en un plano más
sociocultural y más despectivo: “gorilas” y “kukas”, aludiendo este
último, claro está, a las cucarachas, última estribación del “cabecita
negra” de los años cuarenta o “cabeza” de los sesenta. El “otro” es el
enemigo; y resulta difícil situarlo dentro de una nación compartida.
Una dialéctica reveladora de la forja de una nacionalidad trastornada
y que predica sobre distintos “proyectos nacionales” o “modelos de
país” facciosos.
Durante las primeras dos décadas democráticas desde 1983 el bina-
rismo parecía atenuarse; pero fue solo una impresión. En los 2000,
el kirchnerismo lo rehabilitó fracturando las relaciones entre amigos,
familiares, colegas y compañeros de trabajo. Un periodista denominó a
esta nueva y sorpresiva “normalización” de las relaciones políticas bajo
la denominación metafórica de “la grieta”. Después de cada elección
–afortunadamente ininterrumpidas desde 1983, tal vez el único
acuerdo posible durante los últimos cuarenta años– los vencedores
no resisten la tentación de sentirse ungidos por el “pueblo”, no del
gobierno, sino del “poder”, mientras que los vencidos aguardan con
ansiedad el fracaso de su contrincante hasta su próximo turno.
Lo curioso de estas visiones rayanas en la alienación es su verosi-
militud con los procesos políticos reales. De hecho, desde 1928 los
sucesivos gobiernos o regímenes han acabado en resonantes fraca-
sos más allá de sus respectivos legados eventualmente reconocidos
23
después de varias décadas; y no sin polémicas residuales. Han fraca-
sado, así, liberales, desarrollistas, heterodoxos y ortodoxos; neolibe-
rales y populistas. Aunque cada uno se las ingenió para trasmutar su
frustración en “victorias morales”; simientes de próximas batallas a
librar en condiciones más propicias.
Las elecciones nacionales de octubre de 2019 poseen pocos pre-
cedentes históricos. Sus resultados las aproximan a las de 1946, 1983
y 2015 porque nunca como en estas cuatro instancias, la representa-
ción política ha expresado tan cabalmente la binariedad endémica
del país. Se reflejará en la composición de la Cámara de Diputados
y en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, que concentra
el 38% del padrón electoral y que aporta el 36% del PBI nacional.
Un resultado que ha despertado en muchos observadores la ilusión
de un poder republicanamente compartido y la recomposición del
sistema bipartidista de los albores de la actual democracia que, desde
1989, se fue diluyendo en sucesivos experimentos de vocación hege-
mónica. Habrá que ver si esta paridad se preserva o, como tantas otras
veces, deriva en una nueva tentación hegemónica o en un escenario
más complejo –y también conocido– de anarquía y vacío de poder.
Analicemos a continuación sus componentes políticos.
***
De un lado, la coalición democrática republicana de centro derecha
–Cambiemos, hoy Juntos por el Cambio– que hereda el espacio históri-
camente ocupado por el pionero partido radical, exponente de las clases
medias de origen inmigratorio europeo al que se le han sumado las clases
altas huérfanas de expresión representativa desde los años cuarenta. Del
otro, una coalición de fragmentos peronistas que pretende encarnar la
continuación del movimiento surgido durante la segunda posguerra
como consecuencia de la industrialización abierta por la crisis de 1930
y que representa a las masas obreras urbanas y pobres del Interior.
Pero ni Juntos por el Cambio es análogo al viejo radicalismo, ni el
kirchnerismo-peronismo equivale a aquel Movimiento fundado por
Perón en 1946. Ambos proceden de un curso traumático: la progresiva
24 Jorge Ossona
desarticulación de las robustas fuerzas políticas que habían fraguado
tras el fin del largo interregno pretoriano abierto entre 1955 y la ins-
tauración democrática de 1983. En el caso del radicalismo, porque tras
su salida del gobierno en medio de la hiperinflación de 1989 sufrió
un debilitamiento solo contenido por la figura del tercer gran líder
político del siglo xx: Raúl Alfonsín.
Merced a su poco discutida autoridad, fue posible el pacto que
actualizó a la Constitución Nacional en 1994, y que contribuyó a la
conformación de una alternativa al peronismo menemista-duhaldista
de los noventa: la Alianza. Ésta conjugó al radicalismo con los retazos
del peronismo de izquierda, fugado por el giro neoconservador que
Menem le imprimió a su partido durante la larga década de su gobierno.
Su victoria electoral en 1999 generó una nueva ilusión republicana. Pero
su veloz desarticulación interna y la renuncia de su presidente, Fernando
De la Rúa, dos años más tarde, habilitó el retorno tumultuoso de un
peronismo que desde 2005 reincidió en la tentación dominante.
El hegemonismo menemista, por su parte, redujo al partido terri-
torial heredado del viejo movimiento corporativo a un conglomerado
de poderes provinciales y municipales de los que emergió azarosa-
mente el kirchnerismo. Éste, lejos de intentar recomponer al Partido
Justicialista, especuló con subsumirlo en una vasta coalición de radi-
cales e izquierdistas, peronistas o no. Pero el experimento encalló,
ensayando una sucesión de escisiones que se agravaron con la muerte
de Kirchner en 2010 y por el autoritarismo del segundo gobierno de
su viuda desde 2011.
Durante los cuatro años siguientes, desde Propuesta Republicana
–un partido municipal de la Capital Federal que desde la reforma
constitucional de 1994 logró el estatus autonómico de una provin-
cia– se fueron sentando las bases de la coalición que en 2015, con el
apoyo del radicalismo, fraguó en Cambiemos. La misma que acaba
de ser derrotada por el kirchnerismo que en el curso de 2019 fue arti-
culando un original frente panperonista. En el nuevo oficialismo con-
fluyen en latente tensión sectores tan distintos como el filochavismo
kirchnerista hasta el misterioso “liberalismo progresista popular” del
26 Jorge Ossona
Desde la muerte de su fundador, el viejo movimiento nacional
estuvo regido por la impronta de sus jefes presidentes. Así transcurrie-
ron el menemismo, el kirchnerismo, el cristinismo y hasta, brevemente,
el duhaldismo. ¿Será el Presidente Alberto Fernández el artífice del
“fernandismo” o del “albertismo” arrastrando como furgón de cola a
la verdadera depositaria de los votos que se ha reservado para si y su
guardia de hierro de jóvenes militantes los principales resortes juris-
diccionales y burocráticos del poder? Difícil de imaginar, porque la
debilidad institucional de las fuerzas políticas históricas heredada de
la crisis de 2001 se mantiene inconmovible y solo atemperada por estas
delgadas capas de coaliciones que pueden disolverse como hielo en
el agua a ambos lados de la grieta. Síntoma político que se ajusta a la
intensa fragmentación experimentada por la que fue hasta hace solo
unas décadas la sociedad más integrada de Latinoamérica.
Recorramos brevemente los orígenes históricos de la fractura que
diversos autores han denominado de diferentes maneras. Por citar solo
las más emblemáticas: “empate hegemónico”, “puja distributiva de
suma cero”, “bloqueo recíproco” o “pendularidad histórica”. El camino
nos conduce desde la superestructura política hacia la matriz material
y al conflicto distributivo surgido del desenlace desconcertante del
experimento más exitoso y excepcional de Iberoamérica entre finales
del siglo xix y la crisis de 1930.
***
Tras setenta años de guerras civiles interregionales en el desvalorizado
extremo meridional del antiguo Imperio Español tras su emancipación,
un conjunto de élites provinciales se propusieron inventar una nación,
para lo que se requería de dos ingredientes ausentes en este finis terrae:
población –Argentina contaba hacia 1870 con menos de dos millones
de habitantes, una demografía que tornaba inviable un Estado Nacio-
nal en un territorio tan extenso y heterogéneo como el que resultó de
su organización política– y capitales capaces de movilizar el potencial
agrícola de sus llanuras orientales disminuyendo los costos logísticos
desde las zonas de producción hacia los puertos de embarque.
28 Jorge Ossona
términos posteriores a la Gran Depresión, confirmando una tendencia
estructural irreversible.
Simultáneamente a ese yerro histórico, el peronismo plasmó un
Estado de Bienestar pionero; aunque según los criterios ideológicos
no de los triunfadores de la guerra, sino más bien de los derrotados
totalitarismos de entreguerras que aislaron al país internacionalmente.
Los salarios reales, que por razones estructurales y demográficas eran
diferencialmente altos en el país, se elevaron hasta un 50% aunque por
decisiones administrativas inherentes a los intereses políticos del nuevo
movimiento y, por lo tanto, desconectados de la productividad de un
agro estancado y de una industria protegida. El déficit fiscal, procedente
de la necesidad de subsidiar a los sectores urbanos industrializados
concentrados en un mercado interno exiguo con los raquíticos exce-
dentes de las exportaciones agrícolas, generó el fenómeno que desde
entonces habría de trazar la nueva excepcionalidad del país, aunque
de signo inverso al del igualitarismo fundacional: la inflación.
Caído el primer peronismo en 1955, el agravamiento de la denegación
recíproca de legitimidad política entre el movimiento proscripto, fuerzas
no peronistas fragmentadas y un poder militar pretoriano agravaron
el sistema de exclusiones políticas. Este atizó a otro de los contenidos
socioeconómicos organizado en torno de dos bloques: el agropecuario y
el urbano-industrial. Mientras que el primero se recuperó, preservando
su rol casi exclusivo de proveedor de divisas, el segundo, que las consu-
mía, se diversificó merced a un breve pero intenso flujo de inversiones
extranjeras en ramas como la siderurgia, la automotriz, la química y la
petroquímica. El país creció tanto como se agravó la puja distributiva.
La crisis política y la socioeconómica se potenciaron recíproca-
mente a costa de un Estado cada vez menos investido de autoridad
para mediar entre contrincantes sumidos en una permanente gue-
rra de posiciones sobre la base del balance macroeconómico entre
exportaciones, inflación y devaluaciones. Un empate en el que cada
jugador carecía de capacidad para imponer su patrón de desarrollo
pero sí para impugnar al otro cada tres o cuatro años. El crecimiento
espasmódico se fue agotando hacia principios de los setenta, al tiempo
***
Hemos descrito aquí las claves básicas de la encrucijada histórica en
la que se debate la Argentina contemporánea. En una América Latina
30 Jorge Ossona
afectada por un ciclo económico decepcionante para sus productos
pero que no ha dejado de crecer modificando estructuras sociales
arcaicas, Argentina vuelve a ser una excepción, aunque por razones
inversas a las de hace un siglo. Tras su aparente recuperación durante
los años noventa, interrumpida por el tsunami de 2001, el país se ha
convertido en una mancha venenosa para las inversiones extranjeras
y de los propios argentinos, que desde 1977 han aprendido a defen-
derse de la inflación fugándose hacia el dólar. De hecho, la economía
impulsada por la capacidad instalada residual de los noventa se ha
estancado desde 2011 hasta el punto de que el volumen de exporta-
ciones se ubica un 20% por debajo de 2007 y su PIB per cápita es el
mismo que el de hace una década.
¿Sera factible salir de esta saga de corsi e recorsi que la mantiene
prisionera de la arcadia de un presente que se referencia en diferen-
tes versiones idealizadas del pasado sin proyecciones de futuro? La
respuesta es por ahora imposible. La historia constituye un flujo de
desenlaces abiertos. Basta un pequeño cambio para que se produzca
una impensada reacción en cadena; para bien o para mal. Tal vez nos
quede como referencia para la búsqueda de un nuevo consenso, como
el quebrado hace casi un siglo, la calidad de aquellos acuerdos que, entre
los años 1852 y 1880, fueron superando las guerras civiles rioplatenses
postemancipatorias. No fue un proceso lineal, pero en su transcurso se
fueron soldando conflictos y acordando políticas públicas en torno de
una utopía que, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, convirtió
a este lejano confín del antiguo imperio español en el sexto país del
planeta. Al cabo, la esperanza es lo último que se pierde. •
SER MUJER EN
LATINOAMÉRICA
Y EL CARIBE,
HOY
Lo más destacable de la situación actual
de las mujeres latinoamericanas es la
sororidad. Allí está puesta la esperanza,
en el encuentro, en haber aprendido que la
lucha no se da respondiendo a un esquema
de poder vertical, sino horizontal.
C L AU DI A PI ÑE I RO
32
A
finales de enero de 2020 se llevó a cabo en Chile,
en la sede de la CEPAL (Comisión Económica
para América Latina y el Caribe), la xiv Confe-
rencia Regional sobre la Mujer de América Latina
y el Caribe. Tras una semana de debates y discu-
siones se presentó un documento que lleva por
título: Insistimos, Resistimos y Avanzamos. No se me ocurre mejor
fórmula para describir la situación actual de las mujeres que, desde
México hasta la Antártida, nos damos la mano para pelear, juntas,
por nuestros derechos.
33
de la sociedad se aprovecha de esta mano de obra gratuita sin mani-
festar ninguna culpa.
Sin embargo, hemos desarrollado virtudes en esa resistencia. Así
queda expresado en el mencionado documento:
34 Claudia Piñeiro
• Avanzamos, porque aún es poco lo que se ha logrado y debe-
mos seguir exigiendo a los Estados que los compromisos asumidos
se transformen en acciones concretas. Falta mucho, y estamos muy
atentas a que debemos mantener los lugares que ya conquistamos: es
de aquí hacia adelante, siempre, ni un paso atrás. ¿Qué falta?
36 Claudia Piñeiro
y se consiguió la despenalización y su aprobación social. Mujeres
que hacía décadas habían abortado sin contárselo a nadie pudieron
decirlo a sus compañeros, amigas, hijos e hijas. Y se encontraron con
otras personas gestantes que habían pasado por la misma situación,
lo que significó una gran reparación para todas.
El actual presidente, Alberto Fernández, se manifestó reiteradas
veces a favor de la legalización del aborto como una cuestión de salud
pública que debe estar protegida por el Estado. Y se comprometió
públicamente a presentar, él mismo, un proyecto de ley. A pesar de las
especulaciones, nada cambió después de su visita al Vaticano a fines de
enero 2020, por lo que las mujeres argentinas tenemos la convicción
de que este año será aprobada finalmente la ley de aborto legal, seguro
y gratuito. Dicha ley se sumará a la legislación ya existente desde 1921,
que prevé la interrupción del embarazo por causa de violación, salud
o riesgo de vida de la madre.
Cabe destacar que en Argentina hay grupos antiderechos que se
ocupan de impedir por distintos medios que se realicen los abor-
tos establecidos por las causas ya previstas en la ley vigente o que se
imparta educación sexual integral en las escuelas. Por lo tanto, sabe-
mos que, a pesar de que la nueva ley sea aprobada, habrá que seguir
peleando en la justicia y en las calles para que se aplique.
El informe de periodistas feministas de América Latina y el Caribe
para el medio Latfem, dice:
38 Claudia Piñeiro
“En el territorio latinoamericano el 97 por ciento de las personas
gestantes en edad reproductiva viven en países en donde la ley de aborto
es altamente restrictiva”.
40 Claudia Piñeiro
E N P O R TA D A
EL GOBIERNO
DE CHILE Y LAS
MANIFESTACIONES
NACIONALES
Las protestas callejeras se hicieron
no por 30 pesos –que era el alza del precio
del Metro–, sino por 30 años de abusos,
privatizaciones y corrupción, aunque
lo más probable es que continúen
la crisis y la falta de soluciones.
M A R IO B OE RO VA RGA S
42
L
as principales consideraciones que se pueden formu-
lar, grosso modo, y sin ceñirnos de forma extrema a la
contingencia periodística de Chile, relativas a las mul-
titudinarias manifestaciones de protesta a partir del
18 de octubre de 2019, pueden ser llamativas en varios
aspectos: no guardan una motivación concomitante con
las demostraciones de fuerza y resistencia ciudadanas en las calles
en años pasados, a raíz de la larga represión dictatorial de Augusto
Pinochet (1973-1990); y tampoco es una sensibilidad que se enlace
con las masivas demostraciones populares de rechazo al gobierno
militar debido a la convocatoria de un plebiscito en 1988 planteado
por el propio mundo castrense (cuyo triunfo contra éste se logró con
la presidencia democristiana de Patricio Aylwin).
Aunque la dinámica que ha significado la emergencia de las recien-
tes manifestaciones en calles de Chile puede producir en el imaginario
social latinoamericano un cierto aire de familia con antecedentes de
esos acaecidos procesos, la realidad es que toda esta novedad emerge
por causas o estímulos distintos a los pretéritos. En términos históri-
co-teóricos, además de otros factores, se puede sugerir que con estas
demostraciones de fuerza y rebeldía en cierto modo se revela en Chile
una práctica típica de “espontaneísmo de las masas” (tan querida de
forma clásica por el pensar anarquista de Bakunin o Kropotkin), al ser
completamente imprevisible y repentina esta marea ciudadana en el
país, además de abandonada, en su seno, por todo tipo de liderazgo,
controles o direcciones político-partidistas.
Con todo, con anterioridad a estas extraordinarias demostracio-
nes de descontento, frustraciones y desacatos de la sociedad chilena,
existen y están latentes dos sensibilidades críticas que interpelan y
afectan, irritan y quitan moral, desde hace décadas, a esta misma socie-
dad (ambas en cierto sentido contribuyen y despiertan la protesta
y las imprecaciones al gobierno de hoy) que son: el enjuiciamiento
permanente a los militares criminales por violaciones de los derechos
humanos (que se hacen inagotables en los tribunales), y los numero-
sos y perturbadores casos de pederastia en la Iglesia Católica (cuya
43
patética culminación se revela en los abusos, agresiones y violaciones
del destacado jesuita Renato Poblete, antiguo director del llamado
“Hogar de Cristo”).
Es posible imaginar que ambas dinámicas influyen o inciden de
forma compacta en la serie de malestares ya sobrevenidos desde hace
años en el pueblo y la ciudadanía chilena. Creemos que una vez sobre-
pasados los niveles de cansancio, tedio, abulia, indolencia, injusticia y
dolor con respecto al sistema creado por “constitucionalistas” a pro-
pósito de la acaecida Auctoritas de Pinochet, emergen y se activan en
Santiago muchísimas perturbaciones pendientes. La raíz de todo ello,
en último término es la implantación y el ejercicio durante décadas
de un neoliberalismo inédito en el país (y muy poco diseñado en el
mundo en ese momento del golpe) lo que causa nefastos efectos en la
vida económica, política, cultural, social, pública o privada en miles
y miles de ciudadanos (salud, pensiones, educación, ocio, transporte,
tiempo libre).
Hagamos notar que este hastío por las “desgracias” de Chile puede
condensarse en esas dos sensibilidades señaladas, que acaban por servir
de acicate para activar en la calle los sufrimientos previos. Es verdad
que el inicio de la protesta viene dado por ese anuncio del gobierno
de Sebastián Piñera de subir unos pocos pesos el precio del Metro
(cuyo paradigma histórico está previamente señalado por otra protesta
sobre el transporte en los años cincuenta en Santiago con la llamada
“revolución de la chaucha”), pero lo que probablemente irrita del
todo no es solo esto. Es el cúmulo de antecedentes que están por
explotar cada nuevo día, a medida que la ciudadanía observa, en el
statu quo fomentado por la élite política chilena y en la denominada
intelligentsia nacional, la indiferencia ante la desmedida desigualdad
social y la extraordinaria opulencia de aquellos.
Hagamos notar además que el repentino desorden y el malestar
social revelado en las calles de Chile puso en alerta, de forma atípica,
al gobierno de Piñera en vista de su relación con las Fuerzas Arma-
das. Mientras el presidente plantea y pone en marcha el estado de
emergencia y el toque de queda en octubre de 2019, declarando que
***
Subrayemos que, durante los álgidos días de perturbación social en
el país, el propio Manuel Castells, actual ministro de Universidades
del gobierno de Pedro Sánchez, en una conferencia en Valparaíso en
noviembre de 2019 explicaba que, en realidad, era de suma importancia
mantener una mirada holística respecto a las protestas concentradas
en Chile. Decía que no podía ignorarse que lo que ocurría aquí era
propio de una crisis global de la democracia representativa, y agregaba
las críticas señales de disconformidad de las acciones de repulsa en
Cataluña, Hong Kong, Bolivia, Irak y en Francia, con los “chalecos
amarillos”. Así, pues, Chile se inscribía en un paradigma caracteri-
zado por entropías de naturaleza regional, económicas, populares, y
también emotivas y sentimentales, tanto en la búsqueda identitaria,
como en la lucha por descubrir consensos relativos a la igualdad y la
dignidad en Sudamérica. En este contexto, resulta algo muy gráfico
que el propio J. Bolsonaro intente reducir las drásticas medidas propias
de “su” capitalismo en Brasil, con la intención de minimizar posibles
protestas si aquellas se vieran puestas en marcha.
Castells señalaba en su charla a un planeta convulso, aunque el
mínimo común denominador de todo este secular contenido entró-
pico descansa, según su opinión, y a juicio de otros, en los obstáculos e
interferencias del neoliberalismo a las ansias o afanes de emancipación
***
Las masivas concentraciones ciudadanas, junto a movimientos sociales
diversos, mostraron de forma muy visible la irrupción y la emergen-
cia del neoindigenismo mapuche (además de colectivos animalistas,
ecologistas y feministas). Resultaba revelador la presencia de este
movimiento de naturaleza racial, pues en cierto sentido era una forma
***
Con respecto a un posible consenso interparlamentario en relación
con la puesta en marcha de un plebiscito y una posterior Constitución
(renovada) cabe señalar que destacados partidos de la derecha como
la UDI –Unión Demócrata Independiente–, y RN –Renovación
Nacional–, mantienen posturas muy divergentes con respecto al lla-
mado Frente Amplio (que agrupa extensos sectores de izquierda),
promotor de transformaciones de la sociedad. Incluso por parte de la
UDI actualmente se ha formalizado un “No a la nueva Constitución
y hace un llamamiento nacional “a suspender el plebiscito”.
Lo más probable es que tanto en el Parlamento como en la Cámara
de Diputados, así como en la calle, continúe la crisis, la discordia y
la falta de soluciones respecto al problema institucional que recorre
todo Chile. •
EL CAMBIO
DE GOBIERNO
EN BOLIVIA (2019)
H . C . F. M A N S I L L A
50
L
o que se puede constatar fácilmente en la Bolivia de hoy
es la existencia de diferentes mentalidades, que se expre-
san en actitudes políticas distintas y a veces opuestas.
Aunque fraudulentas, las elecciones de octubre de 2019,
por un lado, y los acontecimientos de los últimos años,
por otro, nos muestran una Bolivia premoderna, autori-
taria, conservadora y de origen rural (o de urbanización reciente), que
se contrapone a una Bolivia moderna (o en vías de modernización),
más o menos democrática, abierta a los procesos de innovación y
mayoritariamente urbana. La concepción explicitada aquí –una mera
hipótesis explicativa– quiere brindar una aproximación a un fenó-
meno complejo, oscurecido por ideologías aparentemente progresistas
y, en el fondo, simplistas, anticuadas y autoritarias. Los criterios más
importantes de la diferenciación contemporánea, avalados por los
censos nacionales y los estudios sociológicos, son el nivel educativo, el
acceso a la información de todo tipo, las metas normativas de desarro-
llo y la configuración del ocio juvenil, criterios que son transversales
a una buena parte de la población.
Observando datos estadísticos, procesos evolutivos de largo
aliento, la composición social de las universidades y hasta el aspecto
exterior de las manifestaciones mayoritariamente juveniles en las calles
de todas las ciudades bolivianas en octubre-noviembre de 2019, se
puede decir que estamos ante un proceso evolutivo multi-étnico y
no frente a un choque de características raciales. Hasta el mismo día
de su caída (10 de noviembre), el gobierno del Movimiento al Socia-
lismo (MAS), por razones ideológicas y para manipular a segmentos
poblacionales, aseveró que estamos en una situación de colonialismo
interno, de choques raciales y de reacciones violentas de las antiguas
élites, pero esto no resiste un análisis detenido de la realidad. Bolivia,
como casi todos los países del Tercer Mundo, quiere transitar de la
tradicionalidad a la modernidad, y no del capitalismo al socialismo.
La oposición al MAS estuvo conformada en buena parte por
sectores juveniles. Aunque los progresos en la educación han sido
modestos, no hay duda de que la juventud actual está mejor informada
51
y posee una visión mucho más amplia que la generación de sus padres.
Muchos más jóvenes que en tiempos pasados reciben una formación
universitaria y se adhieren a vocaciones profesionales tecnificadas, es
decir provenientes del ámbito del racionalismo occidental. Conocen
y comparten las modas (y las tonterías) habituales en otras latitudes y
tienden, por lo tanto, a alejarse de valores verticalistas y autoritarios
de comportamiento, lo que se advierte rápidamente en el tratamiento
del otro género. La mayoría de los casos de feminicidio ocurre en la
Bolivia con mentalidad premoderna.
Lo que se puede notar fácilmente en los sectores juveniles es un
cierto apego a valores modernos, racionales y pluralistas. Prefieren
la democracia a la dictadura, la alternancia en el poder en lugar del
gobierno ilimitado del caudillo, la diversidad democrática en vez de
la monotonía de una sola ideología permitida. Desde la Revolución
de Octubre en 1917 se puede afirmar que estos valores normativos
nunca han sido comprendidos por socialistas, nacionalistas, populis-
tas e indianistas. Esta es precisamente la situación de la mentalidad
boliviana premoderna. Aquí, en el país, tanto los intelectuales izquier-
distas como sectores premodernos de la población se entusiasman por
consignas como la lucha contra el capitalismo e imperialismo y por el
enaltecimiento de metas difusas pero emotivas, como el culto a veces
excesivo de la dignidad, soberanía e identidad nacionales. Estos valores
resultan anticuados en el mundo globalizado de la actualidad.
En Bolivia y en el resto del mundo los seguidores del socialismo,
el nacionalismo y el populismo han despreciado el Estado de derecho,
la vigencia irrestricta de los derechos humanos y el multipartidismo
político. Esta mentalidad oscurantista, pero recubierta de un halo de
progresismo, les impidió, por ejemplo, darse cuenta de los anhelos
de los pueblos en Europa Oriental durante los sucesos de 1989-1991.
Por ello mismo no se percatan de la pertinencia y legitimidad de los
objetivos que inspiran a los jóvenes bolivianos de nuestro tiempo. Los
socialistas creyeron contar con la única visión científica de la historia
y la política, pero, paradójicamente, se entregaron de cuerpo y alma a
los caudillos más convencionales que la historia conoce, como Stalin,
52 H. C. F. Mansilla
Mao, Pol Pot, los hermanos Castro, el matrimonio Ortega-Murillo
en Nicaragua y Nicolás Maduro en Venezuela, sobre los cuales es
superfluo añadir una sola palabra más.
Manipular política e ideológicamente a los jóvenes urbanos, inde-
pendientemente de su origen étnico-cultural, es mucho más difícil
que antes. No es, obviamente, una tarea imposible. Pero el discurso
del MAS, frívolo y cínico simultáneamente, lleno de falsificaciones
simplificadoras y de mentiras infantiles, con un estilo primitivo y de
confrontación sin motivo válido, ya no atraía a la juventud en proceso
de modernización. Admito que es una juventud sin grandes ideales, con
sentimientos muy limitados de genuina solidaridad y fraternidad y con
gustos estéticos detestables, pero los jóvenes no se sienten interpelados
por una propaganda política anticuada y por líderes corruptos en el
plano ético e ineptos en el ámbito técnico-administrativo.
Los propagandistas del régimen que duró de enero de 2006 hasta
noviembre de 2019 afirmaron que era un proceso de cambio (denomina-
ción oficial del periodo 2006-2019). Su fuerza de atracción en la Bolivia
premoderna, su innegable popularidad y su capital político-electoral
radicaban en lo contrario: en la notable capacidad del régimen de pre-
servar y exacerbar las corrientes político-culturales que vienen de muy
atrás. El MAS contó con la complicidad de los sectores de la econo-
mía informal, que en el plano educativo y cultural se distinguen por
compartir prejuicios anticuados disfrazados de saberes ancestrales. La
cultura del autoritarismo, el paternalismo y el centralismo representa
hasta hoy uno de los pilares más sólidos de una mentalidad colectiva
que se aferra a las pautas del pasado. El modelo educativo del MAS ha
sido el legítimo heredero de las tradiciones coloniales, lo que se puede
advertir en la reforma educativa de ese partido, que trató de diluir toda
influencia del racionalismo occidental y democrático (“imperialismo
cultural”) y más bien perpetuar prácticas memorísticas y jerarquías
severas, bajo el rótulo de recuperar la herencia indígena prehispánica.
Para mantener su capital cultural, el régimen intensificó el carácter
conservador de sus prácticas políticas. Usó el término conservador en
sentido de rutinario, convencional y a veces provinciano y pueblerino y,
54 H. C. F. Mansilla
se molesta en un análisis de casos específicos y aplica indiscriminada-
mente a todo el Tercer Mundo una visión romántica y falsa, basada en
doctrinas desahuciadas por la historia.
Es claro que la modernidad occidental no está libre de factores
muy negativos. A escala mundial y de acuerdo con las experiencias
del terrible siglo xx, el modelo democrático-pluralista y la cultura
del racionalismo constituyen simplemente el mal menor, algo muy
razonable en términos históricos realistas, pero difícil de entender
desde una perspectiva de las emociones y los sentimientos –que es la
que favorece el MAS–, porque se trata de un fenómeno anti-intuitivo
y anti-utopista. Una sociedad relativamente culta y próspera, como la
Alemania del periodo 1930-1933, se empeñó mediante elecciones libres
en elegir la peor alternativa imaginable, el régimen nazi. Y Argentina,
un país bastante avanzado, vota desde hace 75 años en comicios irre-
prochables por una patología social aberrante como es el peronismo.
También la Bolivia premoderna, la profunda, es pasajera. Las pau-
tas normativas de comportamiento pueden durar varias generaciones,
pero pueden ser transformadas paulatinamente por la educación y los
contactos con otras culturas. Ahí reside la esperanza para una demo-
cratización profunda de la sociedad boliviana, esperanza fortalecida
por la actitud racionalista y hasta valiente de la juventud urbana.
En realidad una buena parte del pueblo boliviano está relativamente
orgulloso de lo conseguido en las tres semanas de protesta a partir del
20 de octubre de 2019. Una movilización de amplios sectores sociales,
sin un liderazgo verticalista, derrotó a un régimen autoritario que tenía
un notable apoyo popular. Los jóvenes tienen algo de razón cuando
exclaman que Bolivia no es Venezuela ni Cuba. •
ESPAÑA:
INGOBERNABILIDAD
Y SEPARATISMO
La crisis económica, la corrupción y la esclerosis
de las grandes fuerzas políticas, provocaron en
2014 un periodo de inestabilidad gubernativa
en España que el país no había conocido
desde la recuperación de la democracia.
ROBERTO L. BL ANCO VALDÉS
S
uperada la difícil coyuntura de la Transición, una sólida
estabilidad se asentó en la política nacional. La espec-
tacular victoria del PSOE en 1982, con la que nació lo
que sin lugar a dudas puede denominarse la España
gobernable, no sólo abrió un decenio largo de mayorías
absolutas socialistas, sino que marcó además la con-
solidación de un sistema de bipartidismo imperfecto que dominó la
vida nacional hasta el profundo cambio que se produjo, a partir de
2014, en nuestro sistema de partidos. Bipartidismo imperfecto, cier-
tamente, no sólo porque durante casi la mitad de las legislaturas del
periodo 1982 a 2011 el partido vencedor lo fue sin mayoría absoluta,
56
sino también porque en todas entraron en el Congreso, además de
los dos grandes, otros partidos nacionales o nacionalistas. Por lo que
se refiere a lo primero, en cuatro de esas nueve legislaturas el partido
ganador necesitó pactar la investidura con otras fuerzas para lograr la
mayoría. Por lo que hace a lo segundo, hubo en el Congreso represen-
tación no sólo de pequeños partidos nacionales (CDS, PCE y luego
IU o UPyD) sino también de fuerzas nacionalistas o regionalistas:
CiU y PNV, principalmente, pero también ERC, PAR, PSA y luego
PA, UPN, Foro Asturias, CC o BNG.
Aunque nuestro bipartidismo no fue sólo, claro, consecuencia
del sistema electoral, el establecido en España dificultó sin duda la
aparición de nuevas fuerzas nacionales. En 1977 se configuró un sis-
tema electoral que, recogido en sus rasgos esenciales por la ley de
elecciones de 1985, favorecía a los grandes partidos en detrimento
de los medianos y pequeños como consecuencia de dos de factores
esenciales: de un lado, la combinación entre pocos diputados (350) y
muchas circunscripciones (50) y las grandes diferencias de población
existentes entre ellas se traducía en que más de una treintena eligiesen
pocos diputados, lo que reducía la proporcionalidad de su reparto;
efecto que se veía potenciado, de otro lado, por la existencia de un
número mínimo de dos diputados por distrito, lo que favorecía a los
pequeños en perjuicio de los grandes y reducía también la proporcio-
nalidad de un sistema electoral que, pese a ello, y visto en su conjunto,
combinaba, a mi juicio de un modo razonable, representatividad y
gobernabilidad. Otros eran sus problemas, como muy pronto hemos
de ver. Por lo demás, las desviaciones de la proporcionalidad de nuestro
sistema electoral se vieron amplificadas debido a un factor apuntado,
casi en solitario, por el politólogo Julián Santamaría: la gran distancia
en número de votos existente entre los dos grandes partidos naciona-
les y todos los demás de tal naturaleza. De hecho, bastó con que tal
distancia se redujera de modo sustancial, como sucedió a partir de
2014, para que, con un sistema electoral que no había experimentado
cambio alguno, sus resultados, en términos de reparto de escaños del
Congreso, fueran muy distintos.
57
Entre tanto, la gobernabilidad resultó en España un hecho irrefu-
table. Nunca como después de 1978 la democracia había funcionado
con tanta normalidad durante un período tan largo, según lo confir-
man todos los parámetros que pueden manejarse a ese respecto: en
la mitad de las diez legislativas celebradas entre 1979 y 2011 el partido
ganador logró mayoría absoluta en el Congreso y en tres más el primer
partido, muy distanciado del segundo, se acercó a aquella; el candidato
fue elegido en primera votación en nueve de las once investiduras y
por mayoría absoluta en diez de ellas; salvo una investidura, ninguna
se dilató temporalmente; a excepción de Suárez, que dimitió, todos
los restantes presidentes concluyeron, aunque no siempre comple-
taran, sus mandatos, con una media de un presidente cada nueve
años, prueba de estabilidad y alternancia democrática; siete de las
diez Cortes elegidas entre 1979 y 2011 prácticamente se agotaron; y
junto a la escasa relevancia de las disoluciones anticipadas efectivas,
también carecieron de importancia la cuestión de confianza (entre
1979 y 2015 se debatieron tan solo dos, que se aprobaron) y la moción
de censura, con dos intentos, ambos puramente testimoniales por
estar condenados al fracaso desde su presentación. Pero esa gober-
nabilidad, expresada a través de las muchas manifestaciones hasta
ahora enumeradas, fue también el resultado final de un fenómeno
cuyas tan nefastas como peligrosas consecuencias sólo el transcurso
del tiempo pondría de relieve.
La construcción nacional
Si uno se molesta en bucear en semanarios y periódicos, desde que
se inauguró el proceso democrático resultan realmente innumerables
las alusiones al papel que jugaron en la gobernabilidad de España los,
durante mucho tiempo, denominados nacionalistas moderados: sobre
todo CiU y el PNV. Con ánimo admirativo o finalidad sencillamente
notarial, el juicio político que tal colaboración mereció a largo de los
años entronca, creo, claramente, con el ambiente en que se desarrolló
la Transición, cuando las fuerzas constitucionalistas comenzaron a
asumir un atrabiliario postulado: que la presunta lealtad de los nacio-
La España ingobernable
Como consecuencia de la combinación de factores de naturaleza muy
diversa (entre otros, la terrible crisis económica que estalla en 2008,
un incesante goteo de escándalos de corrupción política y la esclerosis
interna de las grandes fuerzas nacionales) en 2014, con la aparición
de Podemos y el fortalecimiento de Ciudadanos como una fuerza
nacional, comenzó una revolución en el sistema de partidos español
que se fue haciendo más evidente elección tras elección: manifestada
por primera vez en las europeas de 2014, tuvo su continuación en
las andaluzas de marzo y en las locales y regionales de mayo de 2015
y culminó en los comicios generales de diciembre del mismo año,
que abrieron un periodo de inestabilidad gubernativa en España que
el país no había conocido desde la recuperación de la democracia.
Como la historia es bien conocida no haré ahora más que un apunte
general: la imposibilidad de elegir un presidente tras la corta victoria
del PP en los citados comicios de diciembre se tradujo finalmente en
unas nuevas elecciones, celebradas en junio de 2016 con unos resul-
tados similares, lo que, para evitar una nueva consulta electoral, dio
lugar a que una parte de los diputados socialistas votasen a favor de
¿TRUMP, LECTOR
DE ORWELL ?
La distopía de la posverdad aparece ya en novelas
escritas entre los años veinte y el medio siglo pasado.
En ellas se describen fenómenos sociales que,
si bien hace decenios pudieron parecer fantasías,
hoy son pugnaces realidades.
DA R Í O V I L L A N U EVA
E
n nuestra sociedad post- o trans-moderna ha brotado con
fuerza un nuevo concepto, la posverdad, que el más presti-
gioso diccionario inglés distinguió en 2016 como palabra
del año. Para el Oxford, post-truth es un adjetivo referente
a circunstancias que denotan que los hechos objetivos
influyen menos en la formación de la opinión pública que
los llamamientos a la emoción y a las creencias personales. En 2004, el
periodista Eric Alterman calificó ya como “presidencia de la posverdad” la
de George W. Bush. Y siempre en esta clave política, se reaviva su vigen-
cia gracias a muchos de los argumentos de los promotores del Brexit, y,
sobre todo, de los tuits y peroratas de Donald Trump antes y después de
su campaña presidencial. Entre nosotros, hay que reparar simplemente
en el llamado procés, que daría mucho de sí a propósito de la posverdad.
68
Según el blog de verificación de datos de The Washington Post,
durante 466 días en el despacho oval el flamante presidente nortea-
mericano profirió 3.000 mentiras, todo un récord: una media de 6,5
afirmaciones diarias que no eran ciertas. Para definir posverdad en
castellano, no como adjetivo sino como sustantivo, se partió, así, de la
idea de toda información o aseveración que no se basa en hechos obje-
tivos, sino que apela a las emociones, prejuicios o deseos del público;
como una distorsión deliberada de una realidad, que manipula esas
creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en
actitudes sociales. La post-truth se nutre básicamente de las llamadas
fake-news, falsedades difundidas a propósito para desinformar a la
ciudadanía con el designio de obtener réditos económicos o políticos.
Bulos que nos hacen recordar a aquel genio malvado de la comuni-
cación que fue el filólogo Joseph Goebbels, ministro de propaganda
de Hitler, para quien el asunto era muy simple: una mentira repetida
adecuadamente mil veces se convierte en verdad.
Por ello Julio Llamazares escribía en El País (22-iv-2017) que la pos-
verdad no es una forma de verdad, sino la mentira de toda la vida. Y la
mentira forma parte de los recursos consustanciales a la práctica política.
Nicolás Maquiavelo es muy claro a este respecto en Il Príncipe. No tiene
empacho en afirmar que un gobernante prudente no puede ni debe
mantener su palabra cuando tal cumplimiento redunda en perjuicio
propio y cuando han desaparecido ya los motivos que le obligaron a
darla. No le faltarán, además, razones legítimas con las que disimular o
justificar su inobservancia de lo prometido. El que manda debe ser un
gran simulador y disimulador. Y concluye el florentino con una máxima
que sigue siendo de plena aplicación hoy en día: las personas somos tan
crédulas y estamos tan condicionadas por las urgencias cotidianas que el
que quiera engañar encontrará siempre quien se deje. En la misma línea,
según Hannah Arendt el “estar en guerra con la verdad” va implícito en
la naturaleza de la política, definida ya en su día por Benjamin Disraeli
como “el arte de gobernar a la humanidad mediante el engaño”.
No me parece muy probable que Donald Trump haya sido lector
de Huxley o de Orwell. Y mucho menos de filósofos franceses como
69
Jacques Derrida o Michel Foucault. Pero para mí es evidente la cone-
xión entre la posverdad y un clima de pensamiento posmoderno por
estos últimos propiciado, que tuvo mayor arraigo en los campus uni-
versitarios norteamericanos que en Europa. La llamada deconstrucción,
un síntoma más de la “sociedad líquida”, dejó el terreno abonado para
el triunfo de la posverdad, y a todo ello contribuye también el éxito de
la llamada inteligencia emocional, que, exacerbada y banalizada, puede
conducir a la quiebra de la racionalidad. Porque la deconstrucción
viene a proponer que la Literatura y, en general, el lenguaje, pueden
carecer de sentido; que son como una especie de algarabía de ecos en
la que no hay voces genuinas, hasta el extremo de que el significado
se desdibuje o difumine por completo. Por otra parte, este escenario
con acusados ribetes apocalípticos parece remitirnos a las profecías
sociales negativas planteadas en las más logradas distopías que, en
forma de novela, fueron escritas y publicadas entre los años veinte y
el medio siglo pasado. En ellas nos encontramos ya con la descripción
de fenómenos sociales como la posverdad que si bien hace decenios
pudieron parecer fantasías más o menos aventuradas hoy, desafortu-
nadamente, son pugnaces realidades.
Además de la creatividad imaginativa y de la contrastada calidad
literaria de las tres obras fundacionales del género, Nosotros (1924) de
Evgueni Zamiatin; Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley, y 1984
de George Orwell, publicada en 1949, nos siguen seduciendo sus atis-
bos proféticos, como si hubiesen sido escritas por verdaderas sibilas
narrativas. Así, por ejemplo, el novelista ruso y Huxley coinciden en
la presencia protectora, en sus respectivas sociedades distópicas, de
un elemento arquitectónico que se convierte a la vez en un emblema
cargado de simbolismo, de inquietante actualidad en 2019.
70 Darío Villanueva
del irracional y grotesco mundo de los árboles, los pájaros y las bestias”
(pág. 185). Bestias que pueden ser, también, humanas: son el Otro,
el desplazado, el migrante, los espaldas mojadas (wetbacks). Son los
salvajes que en Brave New World pueblan la reserva del conocido
como the valley of Malpais. Es de destacar el nombre de la reserva,
que consta de varios “pueblos”, así mencionados también en español.
El muro está representado, en este caso, por “la frontera que sepa-
raba la civilización del salvajismo”. Tras ella, confinados, perviven
salvajes que conservan todavía “repugnantes hábitos y costumbres:
(…) matrimonio (…) familias (…) monstruosas supersticiones como
el cristianismo, los totemismos y la adoración de los antepasados;
lenguas muertas como el español y el athabasco” (pág. 125).
Nos resulta ciertamente difícil asimilar o encajar, por caso, las sor-
presas e inquietudes que desde su toma de posesión como presidente
de la hasta ahora más poderosa y avanzada nación del mundo está
provocando ecuménicamente Donald Trump, quien había prometido,
ya como candidato, construir un muro a lo largo de toda la frontera
entre los más grandes países de América del Norte, adelantando ade-
más que su coste sería asumido por los Estados Unidos de México.
Pero Donald Trump es un presidente elegido democráticamente en
virtud de un sistema que lo encumbró a tan alta magistratura, pese
a que su oponente en las elecciones, la candidata Hillary Clinton,
obtuviese varios millones más de votos populares.
Precisamente por estas circunstancias, resultan clarividentes algu-
nas afirmaciones que Aldous Huxley hacía al final de su interesante
secuela de 1959 titulada Brave new world revisited refiriéndose preci-
samente a los Estados Unidos, potencia a la que ve como “la imagen
profética del resto del mundo urbano-industrial tal y como será den-
tro de unos cuantos años”. Estima que los jóvenes norteamericanos
menores de veinte años, los electores del mañana, no tenían ya fe
en las instituciones democráticas, no creían en la posibilidad de un
gobierno del pueblo por el pueblo, se sentirían plenamente satisfechos
siendo gobernados “desde arriba por una oligarquía de variados peri-
tos” siempre que pudieran continuar viviendo “en la forma a la que se
72 Darío Villanueva
demora hasta el año 2050, por ejemplo, la sustitución definitiva del
“Oldspeak (or Standard English, as we should call it)”, por el Newspeak,
la famosa neolengua orwelliana, asimismo de tanta actualidad hoy en
día, por ejemplo, en relación con la corrección política.
A este respecto, fue determinante la experiencia que el escritor
inglés vivió al comienzo de la guerra civil española, cuando en diciem-
bre de 1936 se incorporó en Barcelona a las milicias del POUM, el
Partido Obrero de Unificación Marxista de orientación trotskista, con
las que combatió, y fue herido, en el frente de Aragón. Fue testigo
también, en mayo de 1937, de los choques armados entre comunistas,
anarquistas y trotskistas que tuvieron lugar en la ciudad condal. El
testimonio de todo ello está en su libro de 1938 Hommage to Catalonia,
en el que manifiesta reiteradamente su desazón por las tergiversacio-
nes de la verdad urdidas por los diferentes partidos políticos que se
difundían a través de la prensa española e internacional en contra de
lo que él había visto en los frentes de batalla o en los enfrentamientos
de Barcelona. Y en su testimonio de 1942 “Mirando hacia atrás a la
guerra civil española” llega a temer que la idea de verdad objetiva
estuviese desapareciendo del mundo, y que finalmente, “para fines
prácticos la mentira se habrá convertido en verdad” (pág. 157).
El estado totalitario que se describe en Nineteen Eighty-Four
rige una de las tres superpotencias en que está organizado el mundo:
Oceanía. Y la gobierna un partido único, el Ingsoc (de Socialismo
inglés), para el que los “sacred principles” son “neolengua, doblepensar,
mutabilidad del pasado”, y sus lemas fundamentales “La guerra es la
paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza” (pág. 11).
El encargado de difundir de forma avasalladora semejantes menti-
ras es el Ministerio de la Verdad, en neolengua Minitrue, así como al
Ministerio del Amor compete la represión, la tortura, la reeducación
y la instigación al odio hacia las otras dos potencias globales, Eurasia
y Asia Oriental. El Ministerio de la Paz se ocupa de mantener con
ellas, alternativamente, un constante estado de guerra, y el Ministerio
de la Abundancia (Miniplenty) controla una economía planificada
que se basa en el racionamiento de todos los bienes.
74 Darío Villanueva
los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la His-
toria y se convertía en verdad”. La rentabilidad política, en términos
de poder, que esto representa es evidente: “El que controla el pasado
–decía el slogan del Partido–, controla también el futuro. El que
controla el presente, controla el pasado (…) Todo lo que ahora era
verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy
sencillo” (pág. 41).
El mecanismo del doublethink que Winston consigue desen-
mascarar con precisión ilustra muchas de las facetas, virtualidades
y contradicciones de nuestra posverdad actual: “Saber y no saber,
hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen
mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos
opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en
ambas; emplear la lógica contra la lógica” (pág. 42).
Winston Smith, cuando descubre dicho mecanismo se incorpora
a una Hermandad de resistentes que será finalmente traicionada por
uno de sus líderes, un infiltrado, y esto precipita su autoderrota y su
sumisión a la voluntad del Partido, su devoción fanática hacia el Gran
Hermano. Su fracaso final contradice los propósitos disidentes que le
habían inducido a empezar a escribir un diario “desde esta época de
uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano,
la época del doblepensar” hacia un futuro más amable, “para la época
en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos
unos de otros y no vivan solitarios… Para cuando la verdad exista y lo
que se haya hecho no pueda ser deshecho” (pág. 34).
Futuro que, desafortunadamente, no podremos identificar con nues-
tro presente en la medida en que siga creciendo en él la posverdad. •
S
ometida al olvido o al destierro, la literatura de Max
Aub (París, 1903-Ciudad de México, 1972) se resiste a
nuestros vanos intentos de teorizar, en sí mismos, una
forma de simplificación. Entregado a su irracional con-
ciencia, a sus meticulosos desórdenes (senti)mentales,
el inquebrantable deseo de autonomía se cumple en
las ingrávidas estructuras que reconfiguran su escritura, frágiles pero
contundentes modelos para contener (y liberar) lo visto.
No pretende lidiar con la abstracción cuando hay tanta realidad
que nos apremia, se afana en deconstruir lo presenciado. Determi-
nado a hablar de lo sucedido, el autor exiliado es consciente de que el
76
silencio es el objetivo final de nuestra sistemática deshumanización.
Los senderos de su relato concluyen en la pura contradicción, en
las múltiples incoherencias con las que lidia: la naturaleza puede ser
inteligible, pero el mal es real; nada es indecible, pero las fronteras
del lenguaje suponen los límites del universo.
‘Campo de sangre’
La frecuentación de las distopías nos reafirma en la vaga intuición de
que el control absoluto de una nación, a cargo de un estado totalitario,
no es ninguna utopía. Un repaso a la actualidad política nos demues-
tra que nuestros peores sueños pueden hacerse realidad: ¿acaso no
hemos caído ya bajo el control de uno o varios tiranuelos, a cuál más
variopinto? ¿No habitamos, al fin, ese mundo retorcido y cruel que
nos anunciaron 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous
Huxley o Fahrenheit 451 de Ray Bradbury? ¿No son cada movimiento,
palabra o resuello, analizados por un poder omnipotente y omnipre-
sente que nadie puede detener y al que nadie puede oponerse?
Tal vez por ello, la relectura de la serie narrativa El laberinto mágico
(1943-1968, reeditada por Cuadernos del Vigía) de Max Aub supone
una crónica al tiempo que una advertencia. Su frecuentación nos hace
conscientes de la importancia de resistir el control y la opresión del
Estado: “El pueblo español”, sostiene uno de los muchos personajes
que pueblan sus páginas, “se ha dado cuenta de por quién y para
quién se rompía la cara. Ahora, por primera vez, sabe que lucha para
su propia existencia, para su propio sustento, para su propia tierra.
Para que el suelo de España sea suyo”.
En la tercera entrega de la colección, Campo de sangre (1945), asis-
timos a los acontecimientos del enfrentamiento civil que agitó nuestro
país entre 1936 y 1939 y apenas podemos creer que no estemos leyendo
el periódico del día: novela adentro, los españoles se enfrentan unos a
otros, fascistas y comunistas, perseguidos, encarcelados y asesinados,
por sus propios correligionarios y por ajenos. La subversión aubiana
consiste en llevar a cabo un diario de pensamientos y acontecimientos,
efímero recuento mental de un instante moral. Si, como se afirma
77
en uno de los capítulos, “toda nuestra felicidad reside en la razón”, la
escritura, para el creador hispano exiliado en México, es una lucha
preordenada por la libertad y la justicia, en un mundo en el que nadie
más parece ver la opresión salvo el creador y sus criaturas.
Empieza el relato en la Nochevieja de 1937 y finaliza el día de San
José de 1938. Describe el autor de Juego de Cartas (1964) la sinrazón
a la que cede todo impulso totalitario: analiza lo que sucede, revela
sus argumentos, pero también es consciente de que a los antiguos
opresores suceden los nuevos, que someten a las víctimas a un miedo
que no cesa. Se pregunta el biógrafo de Jusep Torres Campalans (1958):
“¿Cómo pueden vivir los que creen que todo está escrito?”, mientras
explora temas tan candentes como el control de los mass media, la
vigilancia gubernamental y la tiranía.
Se denuncia la dictadura del silencio que manipula y controla los
pensamientos y las vidas de tal manera que nadie puede sustraerse a
ella. La única escapatoria parece ser a través del amor, ese “darse sin
darse, entregarse y continuar siendo. Juego, en el mejor sentido de la
palabra. Encontrarse en otro ser, enlazarse, acabar siendo un nudo
hecho de dos guitas distintas. Un no saber por dónde salir”. Si las
razones del terror son el terror mismo, la revolución consiste, quizás,
en el cambio radical de las actitudes, en la liberación de las férreas
estructuras sociales, en la evaluación y la pasión por la literatura.
Rara vez un deseo tan puro ha sido transgredido de forma tan
rigurosa: “Los españoles somos grandes cuando somos cien; más,
nos entrematamos”. En Campo de sangre, la guerra permea lo que los
avatares leen, hablan, dicen o hacen, amenazados por un castigo inmi-
nente. Enemigo implacable de la sociedad de castas, de la desigualdad
como forma de control, se denuncia la aquiescencia que preserva al
implacable sistema. ¿Cómo cambiar el mundo? Si no mediante la
rebelión, ¿cómo? Y si es mediante la revuelta, ¿cómo protegernos
del horror? La saga plantea tantas preguntas como busca responder-
las. Frustrado por los ojos omnipresentes de España y sus ominosos
gobernantes, Aub deja constancia del pasado, predice nuestro presente
y reescribe nuestro futuro.
La honestidad de lo incognoscible
Desgarradora en su rechazo a los consuelos de la ira, evidente en su
análisis del sinsentido, nuestra identidad, en su comprensión del funcio-
namiento del azar, expone las banalidades que nos permiten sobrevivir.
Escribe Aub su autobiografía como un intento de realidad truncada.
Nos muestra su verdad emocional, el trasfondo y el contexto del país
en que creció, los ritmos de la existencia en el claustrofóbico campo
de concentración: añade a nuestra comprensión capas potenciales de
locura, agrega desconsuelo a los detalles de su sofisticado juego narrativo.
Conoce que toda experiencia traumática supone un vasto experi-
mento: registramos las observaciones, las memorizamos y, una vez asu-
midas, informamos sobre nuestros hallazgos. El significado, si lo hubiera,
adolece de sentido; descentrado, supone un todo inteligible en fragmen-
tos, un pastiche donde las preguntas conducen a nuevos interrogantes.
Sabe que la obligación de las víctimas es recordar, pero las razones se
vuelven clichés con el tiempo. Mediante actos de privación y destruc-
ción, insistimos en el proceso: abandonamos toda esperanza, anulamos
indicios de dignidad, nos recluimos en el ego, reducidos a la ilogicidad
de haber odiado. Herederos del exterminio, cedemos a la culpabilidad
del sobreviviente, recluidos a la honestidad de lo incognoscible. •
G OYA O L A S
HIPÉRB OLE S DE
L A ALUCINACIÓN
Goya encarna ese momento de la Historia
en que el artista deja de mirar a su alrededor
para fijarse en lo que sucede en su interior:
el presentimiento de una nueva oscuridad, el
indicio mórbido de una siniestra premonición.
BASILIO BALTASAR
C
on la perspectiva que presta la longevidad, Bernard
Berenson pudo celebrar la influencia del tratado
que dedicó al dibujo de los pintores florentinos.
Lo menciona en sus memorias como una contri-
bución fundamental a la historia del arte y, con
una franca modestia, nos anima a constatar que
nadie desde entonces (1903) puede dedicar un estudio monográfico
a la obra de un artista sin reconocer en sus esbozos y dibujos una
parte esencial de su creatividad. Quizá por ello podemos admirar hoy
en el Museo del Prado la abrumadora colección de dibujos de Goya
que se expone con tan eficaz escenografía, aunque en el catálogo de
la exposición José Manuel Matilla, comisario de la muestra junto a
82
Manuela Mena, se encargue de citar los estudios publicados desde 1858
y nos ayude a recordar que la pinacoteca nacional le reservó siempre
el lugar que corresponde a su vigorosa y deslumbrante autoridad.
Nos dijo Robert Hugues que Goya fue el primer artista espa-
ñol en viajar acompañado de cuadernos en los que no dejaba de
retratar lo que encontraba a su paso. Hoy cuelgan deshojados en las
paredes del museo como el elocuente registro de sus apuntes, pero
convendrá reservarse la opción de ver en ellos no sólo un paisaje
familiar a sus contemporáneos sino el más fiel testimonio de un
oculto temblor interior.
Si las fascinantes pinturas de Goya son en su mayor parte vestigio
de la presencia del artista en la trama de su tiempo, fruto del encargo
y de un astuto juego de transacciones sociales, sus dibujos y grabados
deben contemplarse como el reverso de esta notoriedad: como un
ejercicio de introspección en la más radical de las intimidades.
Advierte Gombrich, con asombro, que ningún pintor cortesano
antes o después de Goya dejó una evidencia tan poco complaciente
de sus protectores, poniendo al descubierto toda su vanidad y fealdad,
presunción y codicia. Considera también sorprendente que con sus
aguafuertes no ilustre ninguno de los temas habituales: “ni bíblico,
ni histórico ni de género”. Los asuntos que conmovían a Goya no
tenían precedentes en la historia de la representación.
Ha sido subrayado lo que en sus dibujos hay de crítica a los vicios
de su época, de alegato moral contra la miseria, la crueldad y la maldad,
de asqueado repudio al desalmado y terrible mundo de los asesinos.
También ha sido elogiada su habilidad en perfilar las figuras jocosas
del callejero urbano: el viejo verde, el bobo petimetre, el fraile luju-
rioso, la vieja arpía…
La implacable mirada de Goya a la sociedad de su tiempo es una
sentencia sarcástica, una ojeada que desvela en cada personaje un
mutismo desesperado. Sus poderosas dotes de observación le per-
miten bosquejar a los hombres atrapados en su dimensión trágica
y ridícula: la podredumbre tangible de los seres humanos revelada
sin el aspaviento de la esperanza ni el anhelo de la condenación.
83
No es la No es la anatomía de los cuerpos lo que
anatomía capta la aguada de Goya, sino la desdicha
de los cuerpos de los deseos no saciados, la fisonomía
lo que capta la que la pesadumbre esculpe en la carne y el
aguada de Goya, intratable dolor de las emociones aflicti-
sino la desdicha vas. Pero en la tabula cognitiva del artista
de los deseos adquirían al mismo tiempo su violento
no saciados, brío unos pensamientos inesperados.
la fisonomía Si Goya hubiera sido sólo un amargo
que la cronista de su tiempo se habría confor-
pesadumbre mado con los recursos de la sátira y la
esculpe en deformación grotesca de los tipos popu-
la carne y el lares, pero en el gabinete privado de su
intratable dolor obsesión Goya se asoma a un inquietante
de las emociones y aciago agujero interior. El ímpetu crea-
aflictivas tivo del artista, la invención de su ori-
ginal narrativa visual, no debe conside-
rarse sólo como una nueva manera de mirar el mundo sino como
una convulsa proyección: los indicios mórbidos de su excepcional
premonición.
Sabemos a qué lugar intelectual pertenece el movimiento de la
Ilustración, en qué instante social se enmarca la Revolución Francesa, a
qué encrucijada política responden las Guerras Napoleónicas, aunque
no entendamos muy bien el momento espiritual de la Historia al que
pertenece Goya: ese lapsus temporal en que el artista dejó de mirar lo
que pasaba a su alrededor para fijarse en lo que sucedía en su interior.
El presentimiento de una nueva oscuridad, la paradójica precipitación
de lo inminente, las despóticas exigencias de lo inconsciente.
Para vislumbrar la anomalía goyesca se puede recapitular el agota-
miento de lo barroco, el alegre retruécano del rococó o la dócil impos-
tura del neoclasicismo, considerar a Goya un injerto del tiempo por
venir, un precursor del romanticismo o un pionero del expresionismo.
Pues lo que en Goya pugna para instalarse en la modernidad es la
efigie del artista que da testimonio de sí mismo.
84 Basilio Baltasar
Véase la perturbada secuencia de las pinturas negras abandonadas
en la Quinta del Sordo. El albacea que dio cuenta de sus murales,
describiendo las escenas pintadas en las paredes, anotó que una de
ellas representa a Saturno. Sin embargo, si nos libramos de la seduc-
tora coerción que impone el título veremos que la figura en cuestión
carece de los atributos simbólicos que le asigna la iconografía clásica.
Motivo por el cual podemos inhibir nuestra explicable pereza y ver en
este horrible anciano a un viejo impotente que devora a la mujer que
no ha podido fornicar. O a un caníbal cuyo gigantismo no expresa
su tamaño sino la ferocidad de su sangriento éxtasis ritual. O quizá
sólo sea un patético muñeco de feria el que mordisquea su figurita de
mazapán. Lo cierto es que la energía de la imagen expresa un horror
tenazmente enquistado en el alma de nuestro artista.
Suele decirse que por entonces gozaba de gran popularidad el
asunto de las brujas y que mientras unos se entretenían temiéndolas,
otros se dedicaban a conjurar sus favores. El caso es que los ilustra-
dos llevaban tiempo lamentando la credulidad fomentada por los
clérigos de aldea. El famoso proceso de las brujas de Navarra había
sido cuestionado hasta por los mismos inquisidores, que llegaron
a considerarlo un trastorno de fanáticos, charlatanes, fanfarrones,
delatores, envidiosos y aldeanos ignorantes. El humanista Pedro de
Valencia escribió en 1611 que los aquelarres eran una reunión de
“gentes cegadas por el deseo de cometer fornicación, adulterio y
sodomía”. El amigo de Goya, Leandro Fernández de Moratín –que
detestaba las “costumbres del populacho más infeliz” y “las heces
asquerosas de los arrabales de Madrid”– reeditó en 1811 el informe
del proceso para denunciar la doble farsa de la leyenda.
No es probable que Goya se limitara a evocar la imaginería de la
superstición popular, los motivos pintorescos de una fábula o una
alegoría costumbrista. Su obsesión por el tema –en casi una cuarta
parte de las ochenta láminas de los Caprichos se representa a las
brujas– trascendía el tópico y atendía a inquietudes más profundas.
El personaje que aparece en el óleo Vuelo de brujos, bajo la sober-
bia ingravidez de los nigromantes que devoran a su víctima, se
86 Basilio Baltasar
El coloso bestial, el asno monstruoso, las aves de mal agüero, las
entidades maléficas, la repugnancia grotesca, las muecas diabólicas,
la voracidad de unas criaturas alentadas por la abyección de crímenes
aborrecibles aparecen pinceladas en las estampas de Goya. Su arte
atestigua el alcance de su imaginación, pero también el poder crea-
dor de la inmensa y oscura región de lo inconsciente. Las imágenes
de energía repulsiva que pululan en su umbral pueden ser para un
hombre de la sensibilidad y talento de Goya un motivo artístico y
también el síntoma de una profunda perturbación. •
LA MENTE
EN EL LABORATORIO
Un neurocientífico y un filósofo analizan algunos
de los aspectos fundamentales de la filosofía de la
mente y las neurociencias: cómo la esperanza
o las propias creencias crean en ocasiones su objeto,
ya sea en los templos o en los laboratorios.
J UA N A R NAU Y Á L E X G Ó M E Z - M A R Í N
C
uando investigamos con una actitud abierta las
bases biológicas del conocimiento, los fenómenos
cognitivos y el fenómeno de la conciencia, nos
encontramos con que la conciencia parece ser el
invitado sorpresa en la fiesta de la evolución. Con
que lo que es para nosotros más importante: los
deseos, los valores y la imaginación, resultan ser efectos colaterales
en la evolución cósmica. ¿Es la conciencia una intrusa en el mundo
natural? La pregunta viene planteándose desde que una relativamente
nueva filosofía de la conciencia renegara del reduccionismo fisicalista,
paradigma dominante en la filosofía angloamericana de la mente.
88
La existencia de la conciencia parece implicar que la descripción
física del universo es solo una parte de la verdad. El llamado problema
mente-cuerpo no es un problema particular de una disciplina filosó-
fica o científica, ni pertenece a un ámbito exclusivo de conocimiento.
Es un problema que incumbe a la comprensión global de la vida y
el conocimiento. Afecta tanto a las humanidades como las ciencias
de laboratorio. En el mundo anglosajón la física ha seducido a los
filósofos de la mente, y una amplia mayoría sigue comprometida con
el proyecto reduccionista. De hecho, el rechazo del planteamiento
fisicalista (el imperio del tacto y del impacto), no solo es políticamente
incorrecto, sino que directamente se considera “no científico”. Para
una gran parte de la comunidad científica somos zombis. Si es así,
cabría preguntarse qué credibilidad merece un zombi, o una comu-
nidad de ellos, a la hora de formar los comités que deciden las líneas
de investigación que reciben el dinero público.
Las lagunas del enfoque materialista son evidentes para quienes
están familiarizados con tradiciones de pensamiento que integran
la experiencia consciente de los seres vivos como eje vertebrador del
devenir del mundo. Algo fundamental debe cambiar en el paradigma
hegemónico. Descartar el reduccionismo psicofísico alterará comple-
tamente nuestra visión global del universo. Es cuestión de tiempo.
Thomas Nagel es optimista al respecto: “el consenso bien pensante
será risible en una generación o dos”.
El mundo de hoy libra una batalla, más o menos explícita, entre
tecnócratas y humanistas. Los primeros detentan el poder de lo
cuantitativo, los números que rigen la economía y la riqueza de las
sociedades, ellos creen tener ganada la batalla a los humanistas, cuya
ingenuidad aboga por lo cualitativo y lo creativo. Pero en el fondo del
motor interno del aparato financiero, ese que hoy devora la economía
real, en su raíz más profunda, no encontramos los algoritmos de los
ordenadores que controlan los mercados bursátiles, sino pasiones
humanas como la codicia, la envidia o el resentimiento. Y sobre éstas
los tecnócratas apenas saben nada, simplemente se dejan arrastrar por
ellas. Sobre las pasiones los expertos son los humanistas, de modo que
89
los problemas generados por un mundo en brazos de la técnica sólo
podrán resolverse mediante el humanismo.
***
La construcción de la objetividad
La construcción de la objetividad ha sido la vocación de Occidente
en los últimos trescientos años. Los logros son innegables. Ahora hay
que ver si eso es lo único a lo que debemos aspirar o hay otras cosas.
La construcción del objeto y su posterior manipulación es una opción
vital y civilizatoria, pero no la única. Popper lo tenía claro. Aunque
hubo otros que protestaron, como Wittgenstein o Feyerabend, ten-
demos a identificarnos con estos últimos. La posmodernidad fue una
reacción sana y necesaria a la fiebre del análisis, pero como dijo no
recuerdo quién, la no literalidad de lo real no hay que tomarla dema-
siado literalmente. Cualquiera que venda literalidad (las ciencias lo
hacen) tratan de convencernos de que sus narraciones logran evitar
las metáforas, y eso es imposible.
Hay un punto ciego en las ciencias, algo que no podemos ver, por
ser parte implicada. Si nos limitamos al caso de las neurociencias,
encontramos un conflicto de intereses, que generalmente se ignora
o pasa desapercibido. Un sujeto (el científico) estudia otro sujeto
(un humano o un ratón) pero hace ver que su sujeto de estudio es un
objeto, y además que el propio científico no está presente. La inves-
tigación empezó con dos sujetos y, casi sin darnos cuenta, concluye
con un objeto. He ahí el truco de magia.
Ahora se ve más claro el conflicto de intereses al que aludíamos. En
primer lugar, está el problema del observador (el científico, el sujeto
La mente en el laboratorio 91
que experimenta). En segundo lugar, el problema de lo observado
(el ratón o el cerebro sobre el que se experimenta). Este problema, el
del observador, nos lleva al de la objetividad, que es tan antiguo como
la filosofía y que se puede formular así: ¿podemos pronunciarnos
sobre la realidad como algo que está “ahí fuera”, independientemente
de quien la mira?
Hace un siglo que los físicos se toparon con este problema.
La revolucionaria conclusión fue que la pura objetividad es un mito:
El que percibe, el observador, no se puede dejar fuera de la ecua-
ción. Las diversas ciencias han sobrevivido como han podido a esta
revolución conceptual sin apenas cambiar ni un ápice de su abordaje
(que por otro lado sigue anclado en la física del siglo xvii...). Pero
el “elefante en la habitación” no puede seguir siendo ignorado inde-
finidamente, sobre todo cuando hablamos de la mente humana, que
es la que procesa los datos de la percepción.
La ciencia es parte de la vida, no al revés. La objetividad es una
construcción entre sujetos (no ponerse una bata blanca y desaparecer
como por arte de magia). Y esto nos lleva al segundo problema, el de
“lo observado”, que concierne principalmente a las ciencias de la vida
(biología) y a las de la mente (neurociencias). Aquí nos encontramos
una doble paradoja: Por un lado, la biología estudia la vida como si
estuviera muerta. Por el otro, las neurociencias estudian la mente
como si fuera un sub-producto, un invitado inesperado a la fiesta de
la evolución, un epifenómeno de la materia neuronal. Surgen aquí
dos preguntas ineludibles. En primer lugar: ¿podemos entender la
vida matándola? Y en segundo lugar: ¿podemos entender la mente
descomponiéndola?
Este hábito (que es casi un vicio) de pensar lo “superior” en términos
de lo “inferior” lo hemos heredado de la biología molecular del siglo
pasado. Una ciencia cuyo postulado fundamental es que la vida no
es más que bio-química. Y, por ende, la mente no puede ser más que
electro-química. Pero decir que la vida, la mente o la conciencia no son
nada más que un producto de mecanismos moleculares es equivalente
a evadirse del problema que la vida misma y la conciencia plantean.
La mente en el laboratorio 93
orientar la cuestión (por supuesto, no la resuelven). Ambos, la magia y
la Inteligencia artificial, son buenos espejos para estudiar la cognición
humana. La magia es el arte de producir en el espectador la experien-
cia de una ilusión. La magia hace creer que lo imposible es posible.
En el mundo de la magia la ilusión es lo real. Además, no hay magia
sin espectador, y este es un aspecto importante para nuestros propó-
sitos. El sujeto que experimenta es el núcleo del fenómeno mágico.
En el experimento diseñado por el neurocientífico se estudia
el movimiento de una moneda (aparición, desaparición, multi-
plicación) en las manos de un mago. Para medir con precisión el
movimiento de los dedos del mago durante la rutina se utiliza un
algoritmo de visión por ordenador basado en la inteligencia artifi-
cial. Para explicarlo brevemente: un humano entrena a la máquina a
“ver” un punto de interés en una imagen (en este caso la moneda),
y lo hace mostrándole a la máquina dónde se encuentran en unas
pocas imágenes. El ordenador entonces “aprende”, “generaliza”, y
encuentra su forma de detectar dónde está la moneda en cualquier
otra imagen que se le presente. La novedad de nuestra idea fue
enseñarle también al ordenador dónde estaba la moneda cuando
no era visible. Esto implica transferirle a la máquina algo de nues-
tra cognición, pues quien entrena a la máquina, no lo olviden, es
un humano, que infiere dónde está la moneda cuando no es visible.
La máquina señala con un punto de láser rojo dónde “ve” o “cree”
que están las monedas. En conclusión: ¿puede el mago “ilusionar” a
la máquina? En este punto es conveniente desmitificar la Inteligencia
artificial. Las máquinas, propiamente dicho, no ven, sino que detectan.
Las máquinas tampoco prestan atención, pues no tienen la libertad
para fijarse en una parte de la imagen y no en otra. En resumen, se puede
decir que las máquinas no piensan, sólo calculan (que no es poco).
La magia que le hacemos a la máquina, nos la hacemos a nosotros
mismos, a partir de lo mucho o lo poco que le hayamos enseñado del
truco a través de nuestro mundo. Se trata de un complejo y fascinante
juego de espejos: “el científico pide al mago que haga un truco al
espectador, que a su vez entrena a la máquina para que, ésta, de nuevo
La mente participativa
Las neurociencias actuales deben recuperar el concepto de campo.
Se han descubierto redes neuronales en los intestinos y en el cora-
zón. ¿Significaría que la mente está extendida? El campo, ya sea el
semántico o el de minas, es el conjunto de condiciones que hacen
posible el acontecimiento. También el límite de aplicabilidad de
un instrumento o de un sujeto, hasta donde puede oír, ver, sentir…
El concepto de campo, asociado al de estructura y al de correspon-
dencia, ha ido creciendo en importancia en física y esa relevancia
debería proyectarse ahora sobre las neurociencias y a las teorías de
la percepción. ¿Por qué se sienten los paisajes espirituales en ciertos
lugares como la India o los Himalayas?
En física, el campo se concibió como la distribución continua
de una “condición” o “magnitud” preponderante que puede ser des-
crita matemáticamente mediante un gradiente. El campo se podría
entender, como el espacio vital de un organismo, del que derivará el
comportamiento mismo del organismo. La razón es simple: siempre
existe un campo en el que tiene lugar la observación y el significado
de la misma (campo semántico). Si el campo se convirtió en una
noción imprescindible para la materia física, ahora debería serlo para
la materia orgánica y la materia psíquica. Es lo que podría llamarse,
una filosofía del paisaje.
La mente en el laboratorio 95
Lo que Whitehead llamaba internal relations y Varela llama
autopoiesis: la capacidad de los seres vivos de funcionar como organis-
mos autónomos, de ser capaces de producir sus propios componentes y
de estar determinados fundamentalmente por sus relaciones internas.
El paisaje está fuera, pero se nutre de él cuando lo adentra, cuando lo
hace suyo. Una cuestión que tiene que ver con la naturaleza misma
de la experiencia vital, tanto a nivel fisiológico como a nivel mental.
La vida se nos presenta definida por un contorno, el cuerpo, pero
la vida, la vitalidad de ese cuerpo, depende de la transición fluida a
través del contorno. Es decir, la vida misma desmiente continuamente
el contorno y trasciende sus límites. En lo que el ojo mira y el modo
en que lo mira, en lo que el oído escucha o lee, en el alimento, la res-
piración y los afectos, el ser vivo incorpora ya el paisaje, emocional
o sensible. “Eso eres tú”, dicen las Upanisads. Esa es la trascendencia
esencial del proceso mismo de la vida, de su evolución creadora, ya
sea en el ámbito político o planetario.
Whitehead decía que la filosofía debía ser una crítica de las abs-
tracciones. La abstracción, como la generalización, es necesaria para
el pensamiento. Pero exacerbarla o dedicarse solo a ella deforma el
espíritu. Aspiramos a una filosofía de la percepción, donde el color y el
sonido tengan un lugar privilegiado, y la abstracción carece de ambos.
De hecho, el pensamiento abstracto es ciego y, sentadas las premisas,
mecánico. Por eso la gente cree que las máquinas pueden pensar. Las
máquinas pueden resolver algoritmos, pero eso tiene muy poco que
ver con el pensamiento como nosotros lo entendemos. ¿Y cómo hay
que entenderlo? Como una conjunción armoniosa de percepción y
conciencia. De saberse ver, oír, gustar o tocar. De sentirse vivo y estar
atento y agradecido a esa vida.
Karl Popper vivió obsesionado por salvar la existencia de un
mundo exterior, al margen de la percepción. Popper, el más célebre
de los teóricos de la ciencia, no logró asimilar el desafío que supuso
la física cuántica (no así sus discípulos, Feyerabend y Skolimowski) y
no resulta extraño que Wittgenstein (“la exactitud depende de nues-
tros intereses”) llegara a amenazarlo con un atizador de chimenea.
La mente en el laboratorio 97
E N S AY O
E
s difícil discrepar de una sentencia que eleva la pena de
un delito indigno y machista. Pero obvio es que debe
hacerse si se considera que la agravación no es la opción
jurídicamente más razonable o si en su apreciación no
se han observado todas las garantías que protegen al
ciudadano del poder punitivo del Estado. De acuerdo
con nuestra Constitución, el objetivo de la administración de la jus-
ticia penal no es el de que al delito o a ciertos delitos peculiarmente
lesivos o humillantes se les asigne la mayor pena posible, sino, con-
98
forme al sustantivo que señala lo que se administra, que las penas sean,
si proceden, justas, y que sean las más justas posibles, entendiendo
por justas las que respetan las garantías del proceso penal y las que
resuelven de manera óptima el conflicto social que desata el delito:
las razonablemente adecuadas para prevenir el tipo de delito cometido
y sin desproporción respecto al mismo.
Si escribo este difícil comentario es porque considero que es
discutible que la sentencia del Tribunal Supremo que pone fin al
caso de La Manada (STS 344/2019, de 4 de julio) haya calificado
los hechos probados del modo más razonable posible y porque creo,
además, que para ello no ha observado plenamente las garantías pro-
cesales que limitaban su actuación. Y es una pena, valga la expresión,
porque la ocasión, con todos los ojos del país sobre la sentencia,
hubiera merecido algún avance en la interpretación general de los
preceptos concernidos (agresión sexual con intimidación y abuso
sexual con prevalimiento) y un extremado rigor con los derechos
de todas las partes.
99
En la misma, estaremos ante un abuso sexual
intimidación, (art. 183.3 CP), que si se concreta en una
como dice la de las relaciones sexuales antes mencio-
sentencia, con nadas merecerá una pena de prisión de
cita de la STS cuatro a diez años (art. 183.4 CP).
216/2019, “la Entre el prevalimiento y la intimida-
libertad sexual de ción se da una continuidad que hace muy
la víctima queda difícil su cesura. Muestra de esa continui-
neutralizada”. dad es la continuidad de las penas que se
El prevalimiento, prevé para las mismas. De las dos formas
por su parte, se pervierte la formación de la voluntad
“es una especie de la persona a la que se dirigen: hacen
de intimidación que la víctima decida algo en condiciones
pero de grado cercenadoras del uso de su libertad, de su
inferior” autonomía personal. Y esas condiciones
tienen que ver con la amenaza condicio-
nal: con el anuncio de un mal que se producirá si la víctima no accede
a mantener la relación sexual. La intimidación en sentido estricto es
más grave por la gravedad y la compulsividad de la amenaza, que hacen
que el consentimiento esté tan contaminado que sea equivalente al no
consentimiento: que la intimidación sea tan disvaliosa como la vio-
lencia, como la manipulación forzada del cuerpo del otro. En la inti-
midación, como dice nuestra sentencia con cita de la STS 216/2019,
“la libertad sexual de la víctima queda neutralizada” (FD 5.3); se usa
“un clima de temor o de terror que anula su capacidad de resistencia”
(FD 5.3) o, ahora en palabras de la STS 305/2013, “disminuye de forma
radical su capacidad de decisión” (FD 5.4). El prevalimiento, por su
parte, “es una especie de intimidación pero de grado inferior, que no
impide absolutamente tal libertad de decisión pero que la disminuye
considerablemente” (con cita de nuevo de la STS 305/2013). Es pues
“patente la situación fronteriza con la intimidación sobre todo en
el análisis de las concretas situaciones que puedan darse” (FD 5.4).
Este punto de partida, extraído de aquí y de allá en la sentencia,
es correcto. Y pide como siguiente paso un esfuerzo de concreción,
Firmeza
A cualquier lector le resultará obvia la trascendencia de estos nue-
vos datos para la calificación de los hechos. Tan obvia como que los
mismos no pueden ser tomados en cuenta, porque el tribunal que
debía hacerlo, el que valoró las pruebas, no los consideró probados
con las garantías que exige un relato incriminador –más allá de toda
duda razonable– y porque por ello no formaban parte del relato cuya
calificación se discutía en casación y con el que los acusados trataban
de defenderse.
JAVIER PR ADER A ,
UN REFERENTE
PAR A L A IZQUIERDA
ESPAÑOL A
Se acaba de publicar la primera biografía de
Javier Pradera, pero entre los escritos encontrados
tras su fallecimiento hay datos y relatos suficientes
para llenar varias vidas.
PAT XO U N ZU ETA
A
sí que el verdadero Semprún era Pradera”, dejó
caer un periodista vasco tras haber leído uno
de los libros publicados poco antes o poco
después de su fallecimiento (en noviembre de
2011). El libro de Jordi Gracia es la primera
biografía de Javier Pradera que se publica. El
texto abarca su trayectoria vital y profesional desde la infancia
en San Sebastián donde, con dos años y medio, vivió la tragedia
108
del asesinato de su padre y el del padre de su padre, el político
tradicionalista Víctor Pradera, a manos de milicianos republi-
canos y en las primeras semanas de la guerra civil. Amigos de
Javier le han oído contar que durante toda su vida ha tenido un
sueño recurrente en el que su padre volvía a casa. Su biografía es
el hilo conductor de la reconstrucción de las raíces de la oposi-
ción antifranquista desde la movilización estudiantil de la gene-
ración del 56 a la experiencia de su participación en la creación
y desarrollo de un periódico de orientación socialdemócrata
(El País) bajo la inspiración y dirección editorial del propio Pra-
dera. Es la primera biografía suya que se publica, pero hay entre
los escritos encontrados después de su fallecimiento datos y relatos
suficientes para llenar varias vidas
En la primera parte del libro llama la atención la presencia
abundante de expresiones como como nuevo/nueva, juvenil, nove-
dad, neo, expresivas de un voluntarismo juvenil presentado como
un valor en sí mismo. Y que es adoptado, por ejemplo, por las
firmas editoriales y publicaciones que aparecen desde finales de
los años cincuenta: Terra Nova, Tiempo Nuevo, Ciencia Nueva,
Vida Nueva, entre otras. Y hasta los poetas tienen que ser novísi-
mos, como en la antología preparada por Josep María Castellet y
de la que también se habla en el libro de Gracia. Es evidente que
hay en todo esto un componente generacional. Entre los autores
y editores que comparecen por uno u otro motivo para opinar
sobre Pradera hay de todo, pero ninguna opinión es tan descarnada
como la de Agustín García Calvo, evocada por Fernando Savater,
que recuerda escandalizado haberle oído sostener en la academia
en la que el uno era profesor y el otro alumno, que si de lo que se
trataba era de instalar un sistema democrático como los del resto
de Europa, entonces “quizás sentiría cierta simpatía por los tanques
rusos enviados a Praga”.
La ambigüedad resultante de la crisis provocada por la salida
del partido del trío Semprún-Pradera-Claudín se mantiene durante
algún tiempo, de manera que jóvenes universitarios dispuestos a
109
militar en el PCE se dirigen a Pradera para que les facilite un contacto
para ingresar en un partido del que él ya no formaba parte. Tanto si el
trío ha abandonado formalmente el partido, como si no, intelectua-
les como Xavier Folch o Manuel Sacristán no se resignan a perderlo.
Este último ha enviado a la dirección una carta personal en la
que critica la desproporción entre la entidad de la disidencia y las
consecuencias finales del caso. Jordi Gracia sintetiza los efectos
personales y familiares de la expulsión del Partido Comunista de
los tres disidentes: poco traumáticos para Pradera, soportables
para Semprún y graves para Claudín, que había sobrevivido en la
precariedad del exilio incluyendo a veces la carga de la clandesti-
nidad. Lo que forzosamente implica situaciones de dependencia
psicológica y material.
En el fondo sigue vigente, dice Jordi Gracia, la desconfianza res-
pecto a la función del intelectual: quien no entienda qué es el partido
ni vea fundados sus estatutos no es propiamente militante. Se ha
llegado a tratar al intelectual de enfermo contagioso. La teoría leni-
nista de organización es para los comunistas ortodoxos una cuestión
de principios y no un mero asunto técnico (normas de seguridad o
de disciplina, etcétera). Porque como escribió el teórico comunista
húngaro Georg Lukacs: “no puede haber una teoría de la organización
revolucionaria sin una teoría de la revolución misma”.
A finales de los años sesenta Felipe González, matriculado en la
Universidad de Lovaina, acostumbra a pasar por París para visitar a
Fernando Claudín “en su modestísimo apartamento de las afueras
de París”, y a Semprún. En alguna de esas visitas alguien muestra un
folleto de Carrillo titulado “Después de Franco ¿qué?” en el que
los expulsados de 1964 reconocen las tesis por cuya defensa fueron
purgados diez años antes. Los residuos stalinistas que sobrevivían en
los partidos comunistas provocan situaciones absurdas, como el veto
a la asistencia de Semprún a una cena organizada por los comunistas
españoles en Cuba y que provoca el abandono de la mesa por parte de
Pradera, Castellet, Pepe Martínez y Roberto Mesa. Verse sin el apoyo
de esas redes debe de ser dramático para quienes llevan décadas a la
***
Faltaba costumbre
Una decisión, pues, muy de Pradera, que muestra su carácter de hom-
bre de pocas palabras, (como vascongado, “corto en palabras pero en
obras largo” que escribía mejor que hablaba –y hablaba muy bien–)
cuya imagen en la redacción era la de una persona cuya presencia en el
periódico desprendía sabiduría y autoridad, siendo lo segundo efecto
de lo primero; no solo porque era el editorialista principal del diario,
sino porque trasmitía la sensación de que todo lo que decía era fruto
de una reflexión profunda. Del mismo modo que la intuición puede
definirse como la brusca irrupción en la conciencia de un lento y com-
plejo proceso deductivo. Coincidió que el asunto de la OTAN era
EL TIR ANO,
SHAK ESPE ARE,
NOSOTROS,
Y L A P OLÍTICA
Stephen Greenblatt ha escrito un ensayo tan fascinante
como admirable, ya sea por su profundo conocimiento
de la obra de Shakespeare, como por el paralelismo
con nuestro tiempo que propone entre sus páginas.
F E D E R I C O P U I G D EVA L L
E
s más que evidente el amor que Stephen Greenblatt
(Boston, 1943) siente por William Shakespeare, un
amor públicamente declarado por el autor en el pró-
logo de uno de sus libros más conocidos, El Giro, un
fantástico ensayo sobre el redescubrimiento en 1417
de una obra considerada perdida, De rerum natura
–escrita hacia el año 50 a.C. por el romano Tito Lucrecio Caro–,
y de la influencia que esta tuvo en la creación del mundo moderno.
En la introducción a aquel volumen, por el que obtuvo el National
116
Book Award en 2011 y el Premio Pulitzer en 2012, Greenblatt no dejaba
lugar a dudas: “Mi verdadero amor ha sido y sigue siendo Shakespeare,
pero su grandiosa obra me parece solo una faceta espectacular de un
movimiento cultural mayor”. Así lo sugería en su muy premiada obra,
en la que presentaba el filosófico poema de Lucrecio como una semilla
que germinó y creció en los pensamientos e inquietudes, entre otros
muchos, de personajes como Sandro Botticelli, Leonardo da Vinci o
Américo Vespucio en el siglo xv; Erasmo de Rotterdam, Maquiavelo,
Copérnico, Ariosto, Miguel Ángel, Tomás Moro, Lutero, Cervantes,
Bacon o Galileo en el xvi; Hobbes, Spinoza o Newton en el xvii;
Hume, Diderot o Darwin en el xviii; Yeats en el xix, Einstein en el
xx… y también, naturalmente, en William Shakespeare, a quien en
El Tirano, Greenblatt califica de maestro del desplazamiento y del
uso estratégico de métodos indirectos pues, aunque trata en sus tra-
gedias de la política como un asunto central y, con ella, de las causas
sociales, las raíces psicológicas y las retorcidas consecuencias de la
tiranía, las sitúa en islas anónimas de mares remotos y a la distancia
histórica de, al menos, un siglo con respecto a su tiempo. Esta visión,
“en ángulo oblicuo”, permitió al genio de Stratford-upon-Avon esqui-
var las embestidas de la férrea y desalmada censura de la Inglaterra de
finales del siglo xvi y principios del xvii y profundizar en asuntos
que eran entonces tan peligrosos como todavía lo son, en nuestros
días, en tantos y tantos lugares.
Sí. La obra de Shakespeare es parte de un movimiento cultural
mayor, de un espíritu tan antiguo como contemporáneo, pues en ella
viven para siempre, sin tiempo pasado, presente o futuro, las pasiones,
las lacras y carencias del género humano –la locura, la arrogancia, el
escepticismo, la crueldad, los desvaríos, las paranoias, la adulación,
las falsedades…– junto a la excelencia, la virtud y la ética. Shakes-
peare vivió en tiempos de crisis religiosa y política, como nos ocurre
a nosotros, y para él, al igual que para muchos de los ciudadanos de
nuestras modernas sociedades, la palabra “político” era prácticamente
sinónimo de hipócrita. Greenblatt nos dice que el dramaturgo quiso
ser un autor popular; que quiso seducir a cambio de proporcionar
117
emociones fuertes que, a menudo, bordeaban la transgresión; que
pensaba que el sistema de valores de su tiempo era un fraude mons-
truoso y que, con Tomás Moro y su Utopía, muy probablemente creía
que los sistemas sociales no venían a ser más que una conspiración de
ricos. Sostiene que el autor de obras como Macbeth, Hamlet, Ricardo
III, Enrique IV, El rey Lear o Coriolano –entre las muchas maravillas
que salieron de su pluma–, nunca apartó la mirada de las horribles
consecuencias que sobrevenían a las sociedades que caían en manos
de un tirano. Creía que los tiranos y sus secuaces terminarían por
fracasar derrotados por su propia maldad y por un espíritu popular
de humanidad que, aunque pudiera ser reprimido, nunca acabaría por
desaparecer por completo, y que la mayor probabilidad de recupera-
ción de la decencia colectiva radicaba en los ciudadanos corrientes,
en gentes que, en sus obras, como advierte Greenblatt, permanecen
significativamente silenciosas en todo momento: el pueblo.
¿HA OCURRIDO
YA MAYO DEL 68?
Los interrogantes sobre mayo del 68 se dividen
entre la historia, la sociología, la ciencia y
la filosofía política. En tierra de nadie,
testigos del fenómeno y quienes todavía
no habían nacido prosiguen el debate.
J U L I Á N S AUQ U I L L O
P
arece la pregunta de alguien fallecido en 1958 que deseara
saber qué ha pasado tras su “liberación por mortalidad”.
Algo propio de un resucitado. Luis Buñuel quiso la
dicha de poder salir cada diez años de su tumba para
comprar la prensa y retornar al lecho eterno para saber
qué había pasado. Pero no se trata de esto. La pregunta
sobre si había ocurrido mayo del 68 ya fue contestada negativamente
por Gilles Deleuze y Felix Guattari a los dieciséis años del suceso his-
tórico. En “Mai 68 n’a pas eu lieu”, ambos analizaban 1984 a la luz del
dichoso mayo francés (Les Nouvelles, mayo de 1984, págs. 75, 76). Resal-
taban que las revoluciones –1789, 1871, 1917, …– son acontecimientos.
124
Como tales suponen una ruptura con las leyes de causalidad. Escapan
a las determinaciones, aunque los historiadores tienen que restituir sus
leyes de comportamiento histórico rápidamente. También los soció-
logos pretenden explicar, raudos y veloces, estos acontecimientos que
abren un campo de posibilidades inédito. Quienes reniegan de estos
acontecimientos, de una u otra forma, suponen que el acaecimiento ya
pasó. Pero como apertura de posibilidades, para este tándem filosófico,
los acontecimientos no suceden y pasan. Transcurren en el interior
de los individuos como espesor de la sociedad. Mayo del 68 era, para
ellos, una visión colectiva de que “o esto cambia o yo me ahogo”. El
acontecimiento crea una nueva existencia, una subjetividad distinta
(nuevas relaciones con el cuerpo, el tiempo, la sexualidad, el medio,
la cultura, el trabajo...). Si se produce una “mutación social”, las con-
secuencias no siguen leyes económicas. La sociedad se apropia de esta
mutación en los sujetos y quiere este cambio en la forma de ser de los
individuos. Se da una reconversión en las personas.
Los dos filósofos no creían que mayo del 68 se agotó. Más bien
supusieron que la crisis del 84 en Francia –¿qué decir de la actual?–
era consecuencia de la imposibilidad de los franceses para asimilar la
transformación en la subjetividad que demandó aquel acontecimiento.
La reacción contra mayo del 68 –“ya ha pasado”– cierra la posibilidad
de una subjetividad diferente. Hubo un cierre ante aquellos hechos.
Aquellos chicos de mayo del 68 dejaron de ser exigentes y vieron que
su mundo les niega en todo.
125
mostrar París al revés y no consentía admiraciones fútiles de adve-
nedizos españoles. O Gide, Malraux, Sartre y Aragón o él. No cedía
en nada. Goytisolo era consciente de su torpeza al no leer a tiempo
La sociedad del espectáculo (1967), de presagio futuro riguroso. También,
debió darle la espalda para prosperar. No podía cargar con su lastre en
los deseos acariciados de promoción cultural parisina (“Guy Debord y la
Internacional Situacionista”, El País, 1/vii/2003). Lo más escandaloso es
que Goytisolo “se hiciera el loco” sin saludarle cuando iba acompañado,
nada más y nada menos, que de Jean Genet. Alguien que había hecho del
delito una religión, tras pasar por la prisión de La Santé como un “fijo”
e incordiar de la peor forma a los guardias de la ciudad de Barcelona. Si
Debord no soportaba tampoco a Genet, muy intransigente y destartalado
debía ser. Parecía un “chamán” más que un intelectual.
Su ejemplo viviente sigue provocando admiración, miedo, irritación y
repudio entre las propias filas izquierdistas. Pero su crítica del espectáculo
mediático –del ocio y la publicidad a la política– es un referente impres-
cindible. Se ha procurado banalizarlo, deformarlo como un teórico de los
mass media, o un vanguardista crítico del urbanismo… Se aprecia poco su
vida práctica en un proyecto global crítico. La “sociedad del espectáculo”,
que atisbó como forma social de una economía que se independizaba
cada día más de los individuos y les alienaba, se expande. Las imágenes a
las que concedemos valor de fetiches proliferan vertiginosamente en las
redes y en las terminales informáticas (del ocio programado y los medios
de comunicación a los videos, memes, fotos divulgadas en plataformas,
emoticonos, moda de temporada, decoración, tweets, streaming, series…
tenemos divertimento para rato). Y las mercancías tecnológicas a las que
rendimos culto se abaratan, se esparcen como objeto de consumo y de
culto y se hibridan con nuestras vidas. Debord quiso revertir todo esto,
que en el 67 comenzaba –denunciado por Marx, Lukacs y la Escuela de
Frankfurt como “fetichismo de la mercancía”–.
Bajo este afán creativo y político se dieron muchas trivializaciones.
Pasolini –otro de los denunciantes de la mutación antropológica capita-
lista que se estaba dando en los setenta– advertía, con cierta razón, que
los carabinieri eran más pueblo que los estudiantes que les hacían correr
OTRO ADIÓS
A PINOCHET
Es cierto que la relevancia pública de Pinochet
surge a partir de la brutalidad del 11 de septiembre
de 1973, y el biógrafo se siente interpelado por poner
pronto aspectos “pinochetistas” en sus páginas. Pero
resultaría interesante agotar todos los precedentes
históricos, sociales y biográficos del personaje.
MARIO BOERO VARGAS
L
a naturaleza y el contenido del género biográfico no
siempre ha sido del todo desarrollado en ámbitos lite-
rarios, políticos o culturales de América Latina. En
relación con los intereses académicos o profesionales
propios del universo anglosajón, francófono o español,
los avances y las incursiones de propiedades biográficas
en Sudamérica han sido más bien modestas, aun cuando, por supuesto,
se cuenta con notables figuras dignas de ser biografiadas a fondo, tanto
a partir de búsquedas del largo quehacer científico propio del argen-
134
tino Mario Bunge, o a raíz de investigaciones puramente culturales
en torno a Vargas Llosa o a Pablo de Rokha, o bien en claves artísti-
co-poéticas, como sería examinar en detalle los intereses creativos de
Alejandra Pizarnik, Frida Khalo, o bien gracias al universo cultural
de la uruguaya Alfonsina Storni o del franco-uruguayo Lautreamont.
Con todo, no puede dejar de mencionarse, dentro de este ámbito
investigativo, el extraordinario interés biográfico generado en torno a
Jorge Luis Borges por los autores Marcos Barnatán, Alejandro Vaccaro
o María Vázquez; sobre Gabriela Mistral por Sergio Macías, o respecto
a Neruda debido a los escritores Volodia Teiteilboim y Hernán Loyola.
También en el ámbito musical se ha insistido biográficamente en el
cantautor Víctor Jara y en Carlos Gardel. Dentro de un continente
especialmente cristiano es posible hallar biografías sobre el asesinado
obispo salvadoreño Oscar Romero, sobre el sacerdote revoluciona-
rio Camilo Torres o sobre el padre de la Teología de la Liberación
Gustavo Gutiérrez.
A propósito del notable nicaragüense universal Rubén Darío se
han publicado materiales interesantes debido a la existencia de una
biografía de Darío redactada y publicada por Blas Matamoro, con
un especial eco en España. Sin embargo, retomando dicha sugeren-
cia respecto a los acabados trabajos británicos cuando se refieren a
biografías, hagamos notar que no deja de ser paradójico que sea el
inglés Gerald Martin el investigador que ha sacado adelante la más
completa biografía del colombiano García Márquez.
Con todo, en relación con el campo especialmente histórico-po-
lítico, no hay duda de que en el terreno latinoamericano se han rea-
lizado avances biográficos informativos voluminosos sobre las vidas,
algunas no poco hagiográficas, de Ernesto “Che” Guevara, Fidel Cas-
tro, Mariátegui, Emiliano Zapata o Pancho Villa, por nombrar unos
pocos. Pero, acercándonos al texto que nos interesa comentar, me parece
que resulta pertinente estimar que en el vasto espacio histórico que
han ocupado dictadores en el continente no siempre ha sido posible
consultar o leer biografías con respecto a ellos. Es cierto que La fiesta
del chivo de Vargas Llosa nos muestra de forma literaria el personaje
135
dictatorial de Rafael Trujillo en la República Dominicana, y también
Roa Bastos, en su novela Yo, el Supremo nos revela en ficción en qué
consiste el patriarcado dictatorial de Alfredo Stroessner en Paraguay.
Pero en exactas claves hermenéuticas-investigativas, a mi juicio no existe
nada acabado en términos biográficos en relación, por ejemplo, con el
dictador argentino Rafael Videla, nada con el golpista Hugo Banzer,
de Bolivia, y muy poco en vistas al férreo oficial castrense, director de la
aparente dictablanda brasileña, llamado Ernesto Geisel, por mencionar
ciertos casos.
***
En este sentido, es una aportación interesante el estudio que nos
plantea Mario Amorós con su libro Pinochet. Biografía política y mili-
tar, pues nos pone en conocimiento de una serie de consideraciones
ideológicas, psicológicas e intelectuales (además de políticas y cas-
trenses) propias de dicho uniformado chileno. Anticipemos que por
lo visto el caso de Amorós es insistente respecto a sus preocupaciones
e inquietudes por el género biográfico, ya que en el lapso de una
década su producción sobre el género se ha consolidado en materiales
similares, tales como: Allende. La biografía (2013), Neruda. Príncipe
de los poetas (2015), además de Antonio Llidó. Un sacerdote revolucio-
nario (2007), cuyas críticas en medios periodísticos han tenido eco
específico tanto en Santiago como en Madrid.
Gracias a todos estos concisos antecedentes formulamos una serie
de puntualizaciones críticas sobre su reciente estudio.
Las principales consideraciones informativas que se derivan de
este trabajo biográfico de Amorós consisten en complementar en un
relieve común parte de la historia política, social, económica y mili-
tar de Chile con la larga existencia del uniformado chileno llamado
Augusto Pinochet Ugarte (1915- 2006) casado en 1943 con Lucía
Hiriart, con quien tuvo cinco hijos.
Pero en realidad, muchos eventos examinados en capítulos del
libro parecen sobreponerse excesivamente al personaje que se intenta
retratar y por ello en muchas páginas quedan en penumbra asuntos
***
Con respecto a la política criminal del servicio de inteligencia
chileno denominado DINA, Amorós se extiende sobre el magnici-
dio producido por la Junta Militar a raíz de la muerte inducida al ex
presidente democristiano Eduardo Frei en 1982 (pp. 534 ss.). Pero
en este sentido no existe un alcance claro por parte del autor acerca
de otra muerte en extrañas circunstancias en 1974 referida al jefe de
inteligencia militar Augusto Lutz (pp. 333), cuya personalidad se ha
hecho célebre por su implicación en la desaparición y asesinato del
periodista norteamericano Charles Horman en el Estadio nacional de
Santiago en 1973. Recientemente, un hijo del general Bonilla, minis-
tro del Interior de Pinochet, solicita investigar a la justicia (como
lo han hecho los Lutz sobre su padre) su sospechosa muerte, ocu-
rrida en la explosión de su helicóptero en marzo de 1975 (pp. 363 ss.)
Por formulaciones periodísticas se deduce que Bonilla era una evidente
sombra al poder de Pinochet, pues la posible postura humanitaria
suya en torno a los excesos de la violencia de la Junta abría grietas
en el control omnímodo del dictador. Se agrega incluso que Oscar
Bonilla realizó gestiones internas en las FF AA para resolver el asunto
de la muerte de Horman, causando tal vez por este motivo graves
interpelaciones a su compañero de filas Augusto Lutz. (Cf. https//
www.laterceracom.23-agosto-2019).
En este contexto de muertes y punitivos finales a raíz de la DINA,
agreguemos finalmente que, a mi juicio, no resulta pertinente insta-
1 Cf. VIAL, Gonzalo. Pinochet. La biografía. Aguilar – El Mercurio. Santiago, 2001, (2 volúmenes).
LA ARGENTINA
DE BRIZUELA Y SACHERI
Leopoldo Brizuela y Eduardo Sacheri retratan
en sus dos brillantes novelas, Una misma noche
y La noche de la Usina, la infame Argentina
de la dictadura de Videla y la del ‘corralito’.
RICARDO JAR AST
E
n 2019 la inflación en la Argentina fue superior al 50% y el
desempleo aumentó. La pobreza aflige a mas de un tercio
de su población de cuarenta y cuatro millones de personas.
En 2018 el peso argentino perdió la mitad de su valor res-
pecto al dólar, lo que hizo que el Banco Central aumentara
las tasas de interés a un nivel superior al 60%. En 2019 esta
situación se agravó. Argentina solicitó un rescate de 57.000 millones de
dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI), el mayor que haya
hecho en su historia, lo que causó una profunda herida en la dignidad
de los argentinos. A finales de los noventa el FMI impuso una austeridad
muy severa que convirtió la recesión económica en una depresión. En
2001 se produjo el “corralito”. Desde que en 1958 buscara por primera vez
ayuda en el FMI, Argentina ha firmado veintidós acuerdos. En mayo
142
de 2019 el Banco Mundial elaboró un informe en el que señalaba que
Argentina es el país que pasó más tiempo en recesión en los últimos
setenta años. Catorce recesiones entre 1950 y 2016. En los setenta años
evaluados por el Banco Mundial, Argentina sufrió cuatro dictaduras
militares, la guerra de las Malvinas y procesos de hiperinflación, crisis
de deuda y recesión aguda. Sesenta y un Presidentes del Banco Central
de la República Argentina (BCRA) en ochenta y tres años.
Hablamos de un país rico no desarrollado. El pediatra y psicoanalista
británico Donald Winnicott decía que para construir la identidad sana
de un niño en crecimiento había que cuidar su “continuidad existencial”.
Para las naciones es igual. Sesenta y un Presidentes del BCRA en ochenta
y tres años no parece una política que asegure el bienestar general.
143
“La novela es como un cuaderno de notas: el narrador redacta capí-
tulos donde descubre lo que le pasa en 2010, como si fuera un diario
íntimo, y otros capítulos para la novela que quiere escribir sobre el ‘76.
[...] El gran motor de la novela es la capacidad que tenemos de modificar
el pasado, de modificar la propia memoria y cómo un recuerdo puede
ser dicho de muchas maneras. […] No puedo decir que la novela sea
autobiográfica. Pero es cierto que trabajé con materiales de la memoria.
Me interesaba ser absolutamente fiel a lo que me acordaba de esa época,
lo que había hecho el vecino de la otra cuadra (manzana) […] Cuando
vino a casa la ‘patota’ (las fuerzas de seguridad en el ‘76), no vino en
Falcon como era usual, sino en Torinos. Y llevaban gabardinas muy finas
color te con leche. El único recuerdo absolutamente autobiográfico es
que cuando hicieron la requisa en casa, en toda la cuadra, yo estaba
tocando el piano. A mi mamá la llevaron para un lado y a mi papá para
otro. Y yo tocaba el piano con un tipo al lado con una Itaka (escopeta).
Y seguí tocando. No recordé este hecho durante 20 años hasta que leí
la novela El silencio de Kind de Marcela Solá, en donde la protagonista
hace algo parecido y muy distinto también. Ella es una concertista que
da un recital para los militares con el objetivo de poder hablar cara a cara
con un jerarca y preguntarle por la muerte de su hermano. Cuando leí
eso, volvió como un flashback lo que yo había hecho. […] Cuando a mis
13 años desaparecieron la chica de al lado de mi casa, dudo que tuviera
conciencia de qué representaba la palabra ‘desaparición’. La desapari-
ción se decía ‘se lo llevaron’. […] Cuando asaltan una casa de Tolosa, en
2010, el barrio en el que vivo, me impresionó mucho comprobar cómo
la gente actuaba de la misma manera que en el ‘76. La gente actuaba
igual en 2010 ante un robo y en el ‘76 con la desaparición de personas.
[…] Hay algo aprendido en esa época y la repetición es eso: tratar de
hacer memoria consciente de algo que está recordado sólo en el cuerpo.
El fin de la cultura
En junio de 1966, el general Juan Carlos Ongania derrocó al presi-
dente constitucional Arturo Umberto Illia, un médico amable, efi-
ciente y valeroso que por las mañanas, solo y sin escolta, dejaba su
despacho en la Casa Rosada y cruzaba enfrente, a la Plaza de Mayo,
para alimentar a las palomas. El 29 de julio, Ongania intervino mili-
tarmente las universidades argentinas con tropas de choque poli-
ciales de la Guardia de Infantería. Fueron desalojadas por la fuerza
cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA), ocupadas
por estudiantes y profesores en oposición a la decisión del gobierno
militar de intervenir las universidades y anular su autonomía. Profe-
sores y alumnos fueron apaleados, laboratorios y bibliotecas, arrasa-
das. Este episodio trágico se conoció como “la noche de los bastones
largos”. Renunciaron más de 1.300 docentes de la UBA y centena-
res de científicos dejaron el país. Entre ellos César Milstein (1927-
2002), doctor en Química y Premio Nobel de Medicina en 1984
por sus investigaciones en Gran Bretaña, e Isaias Lerner (1932-2013),
profesor de Literatura Española en el Colegio Nacional de Buenos
‘SE X E X M ACHINA’
Una literatura, la de Guillermo Cabrera Infante,
que añora y rebusca una Edad de Oro en la que la
imaginación y la ficción dominaban. Una literatura
indiscreta que, al desnudarse y al compartirse,
es controlada por el arte y recreada por la lengua.
DA N U B I O TO R R E S F I E R R O
148
derecho constitucional sobre la fuerza de la violencia. Era también una
oportunidad para reivindicar a una savia intelectual española, primero
apaleada por el triunfo franquista y luego desperdigada mayormente
por el orbe latinoamericano. Era, y según este orden histórico, el lugar
adecuado para valorizar una transición democrática española que
avanzaba y para estimular el regreso a pasos lentos de un proceso de
legitimación institucional que quería barrer con las ya muy despres-
tigiadas dictaduras militares transatlánticas.
Y, era, por fin, un momento de nuestras vidas (las de los veteranos
y los novatos allí reunidos: desde Stephen Spender, Juan Gil-Albert y
Octavio Paz a Mario Vargas Llosa, Carlos Monsiváis y Fernando Sava-
ter) en el que parecía que nos encaminábamos a días más luminosos,
a pesar de los terrores provocados por Herri Batasuna, que según ver-
siones de la prensa amenazó con colocar una bomba en la sala donde se
efectuaba el Congreso, y a pesar de la caza de brujas ideológica de los
cubanos que, como era previsible, más de una vez increparon a algunos
participantes y sembraron una discordia a la que Cornelius Castoriadis
(avatar que supo ser de un olímpico griego) intentó poner término
con voz tronante. Era, pues, un tiempo envuelto en una atmósfera
medianamente esperanzada. Y acaso sus días, por ello mismo, eran
days of wine and roses, como los que lamenta más que celebra el poema
clásico –pero en su aire fresco de un mes de junio veraniego se olía la
proximidad vigorizante del Mediterráneo–.
***
149
ochenta, con Guillermo llevamos una correspondencia continuada en
la que confirma de qué manera él hizo de la sinceridad una congruencia
que empleaba el humor paródico para desenmascarar; de qué modo
usó una llana complicidad inmediata para relacionarse con su lector
y cómo el regocijo con su gimnasia escritural lo llevaba a no reparar
en la modestia o inmodestia de los asuntos tratados. Confío en que
algún día cercano los cargosos derechos de la propiedad intelectual
den luz verde para que se pueda conocer esa correspondencia. Amigo
de entreverar vida y literatura en una relación incestuosa, y amigo de
apoyarse en unas trazas autobiográficas que lo convertían en el curioso
huésped de sí mismo (y, por extensión, de los demás), en él los afectos
personales y las afinidades intelectuales tejían un entramado amis-
toso de fidelidades –unas fidelidades, por cierto, que fueron puestas
a prueba numerosas veces: no es posible practicar la estoica tarea de
nadar a contracorriente sin tropezar con la calumnia–. Pero no es de
estas cuestiones de las que quiero hablar ahora.
El episodio valenciano al que vuelvo, además de formar parte de
mi memorabilia, conlleva, como confío que se compruebe, una ilus-
tración de una zona de la obra de Guillermo, y por eso lo refiero. Así,
una mañana, al sentarse a la mesa para desayunar, Guillermo dijo,
sibilino contumaz, que deberíamos hacer una excursión a las tierras
de El Cid. No era que debiéramos ir a Castilla sino a Peñíscola. Allí,
en ese pueblo de la costa, a una distancia de cien kilómetros, se habían
filmado gran parte de las secuencias en exteriores de la película El Cid,
dirigida por Anthony Mann, y famosa porque sus decorados espec-
taculares construidos in situ figuraron por años en el libro Guinness
de los récords. Él, Guillermo, proponía que alquiláramos un coche, si
es que yo contaba con licencia internacional de conducir, saliéramos
de inmediato y volviéramos ya tarde en la tarde.
Después de viajar más de una hora bordeando la costa por una
carretera que alternaba médanos blancos y rocas amarronadas, y ape-
nas avistando aquí y allá unas playas sobre las que los edificios altos y
continuados echaban sombras alargadas, nos detuvimos ante un magro
retazo abierto al mar, pero igualmente invadido por torres crecidas a
***
***
EN RECUERDO
DE SANTOS JULIÁ
Cuidadoso y respetuoso, pero siempre dispuesto
a entrar en asuntos espinosos y polémicos,
puso su conocimiento de la historia reciente de
este país al servicio de un análisis casi diario
de la realidad política. Nunca rehuyó el debate.
MERCEDES CABRER A
156
pegada a los talones, una nueva generación de historiadores que ha
arrojado todo ese lastre por la borda y ha proyectado sobre el pasado
una nueva mirada, menos dramática y, por tanto, menos fatalista”.
Consolidada por fin la democracia española a finales de los ochenta,
y convertida la Transición en “modelo” incluso exportable, la pre-
gunta que se hacían los historiadores ya no era porqué había fracasado
España, sino porqué había tenido éxito. De todo aquel viaje, concluía
Santos, quedaba al menos algo seguro: “que la representación del
pasado cambia a medida que se transforma la experiencia del presente”.
Aunque con sus palabras Santos parecía quitarse de enmedio y
colocarse como mero espectador de aquella importante renovación
en la historiografía española, era ya, sin embargo, una de sus piezas
fundamentales. Como escribió Marisa González de Oleaga en el libro
de homenaje que quisimos dedicarle en 2011 (La mirada del histo-
riador. Un viaje por la obra de Santos Juliá), Santos perteneció a la
generación de los hijos de quienes hicieron la guerra y también a la
que protagonizó la Transición. “La primera imagen que tengo de esa
ruptura que constituyó la Guerra Civil en mi familia es la gorra de
plato de mi padre colgada en el paragüero de nuestra casa en Sevilla”,
decía en la entrevista con Marisa. Su padre había sido maquinista de
la Armada en El Ferrol. Fue denunciado en 1941 por el capitán del
navío en el que estaba destinado, por haber “dado agua” a un barco
en dique seco, para que pudiera levar anclas y escapar de los subleva-
dos. Condenado y retirado, la familia se trasladó de Ferrol a Vigo y
de Vigo a Sevilla en 1946. Pero su padre nunca habló de su pasado.
No fue eso lo que llevó a Santos a interesarse por la historia, sino
probablemente los consejos que le dio don Ramón Carande en sus
paseos por Sevilla, cuando le dijo que leyera a Azaña… y a Max Weber.
Santos llegó tarde a la historia, dijo en más de una ocasión, y quizás
de manera accidental, cuando en su estancia en la Universidad de
Stanford descubrió la colección de libros y los fondos de Burnett
Bolloten. Era 1974. Tenía a sus espaldas un recorrido personal que
le había llevado de su vocación religiosa a una ruptura pasada por
el París del 68 y el diálogo entre comunistas y católicos. Pero fue en
157
Stanford donde se coció uno de los tres libros con los que los que
se sentía más identificado, “en los que estoy más”, como le contaba
a Marisa, y el primero en ser leído en el gremio de historiadores:
La Izquierda del PSOE (1935-1936) (1977).
El segundo libro del que guardaba buen recuerdo fue Madrid 1931-
1934. De la fiesta popular a la lucha de clases, un análisis de la capital de
España en aquellos años republicanos desde la historia social y política.
Para entonces, Santos ya había anunciado, con una cierta provocación
en uno de aquellos seminarios de Pau que organizaba Manuel Tuñón
de Lara, que la Segunda República era un tiempo que merecía la pena
ser estudiado en sí mismo, en toda su complejidad, sin que sobrevolara
sobre él la sombra de su desenlace, de la guerra civil: un tiempo “lleno
de expectativas”, como siempre fue, en su opinión, la República. A ello
se dedicó en cuerpo y alma, volcando su interés en Manuel Azaña,
del que salió un primer libro, Manuel Azaña. Una biografía política
(1990), y años más tarde, una vez que apareció el diario de la guerra del
entonces presidente de la República, un segundo libro, Vida y tiempo
de Manuel Azaña (2008), además de la ingente tarea que le supuso
la edición de las Obras completas en siete volúmenes, que publicó en
2007 el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Azaña fue “un político desde que le salieron los dientes”, decía
Santos, un tipo culto pero un político desde su primer discurso, con-
vencido de que el problema de España era un problema político, de
democracia… y de Estado. No fue un intelectual que hiciera política,
sino un intelectual que era político. Y a los intelectuales, pero a los
intelectuales en su presencia pública, en los relatos que los identifi-
caban como grupo generacional interviniendo en el debate público,
les dedicó su Historias de las dos Españas, un libro que recibió en
2005 el Premio Nacional de Historia, y en el que Santos alargaba su
mirada hacia atrás, hasta la revolución liberal, y hacia delante, hasta
la transición a la democracia, un recorrido marcado por los relatos
de aquella “anomalía, dolor y fracaso” de España. Era el tercero de sus
libros con los que se sentía mejor presentado, como le había dicho
a Marisa Fernández de Oleaga. Fue un gran éxito, editorial y acadé-
DE NUEVO,
CHESTERTON
Más periodista que literato, polémico, sincero
y poco cartesiano, su ingenio, ironía y espíritu
combativo han vuelto a poner de actualidad
sus obras, en las que aboga por la libertad,
la democracia y el progreso.
MANUEL ARR ANZ
S
i ha habido alguna vez un hombre con los pies en la
tierra y la cabeza en las nubes, ese hombre fue G. K.
Chesterton. Maestro de la digresión y la paradoja,
tenía un don especial, un olfato, un instinto para
leer los acontecimientos y adivinar sus consecuen-
cias. Autor de una ingente obra, Chesterton probó
1 Chesterton, G.K., Ensayos escogidos. Seleccionados por W.H. Auden, trad. Miguel Temprano Gar-
cía, Barcelona, Acantilado, 2017, p.205.
163
(ensayó sería más exacto decir en su caso) todos los géneros habidos y
por haber, de la novela a la poesía, pasando por la biografía, el teatro
o el ensayo crítico. Y en todos dejó muestras notables de su ingenio
y mordacidad. Sin embargo, fue el periodismo el único género que
reivindicó para sí, ya que, al parecer, era el único que le permitía
desarrollar plenamente sus dotes naturales para la polémica.2
Yo soy periodista
2 Chesterton, G.K., Autobiografía, trad. de Olivia de Miguel, Barcelona, Acantilado, 2003, p. 330-331.
3 Leys, Simon, Chesterton, el poeta que baila con cien piernas, en: Breviario de saberes inútiles, trad.
de José Manuel Álvarez-Flórez y José Ramón Monreal, Barcelona, Acantilado, 2016, p. 97.
4 Véase el cap. IV “Cómo ser un lunático”, de su Autobiografía, op. cit. págs. 88 y sig.
5 Leys, Simon, ibidem., p. 94.
6 Ibidem., p. 96.
7 Chesterton, G.K. Autobiografía, op.cit.
8 Chesterton, G.K. Ensayos escogidos. op.cit.
“El hombre libre no es aquel que piensa que todas las opinio-
nes son igualmente verdaderas o falsas, pues eso no es libertad, sino
debilidad mental. El hombre libre es aquel que ve los errores con la
misma claridad que la verdad.”11
Un inadaptado
L A COPA DE ORO
Si un día veo cercana la muerte,
arrojaré este cáliz al Duero
desde el puente de piedra,
para que lo recoja el alma de
Claudio Rodríguez y se lo lleve
al cielo de Baco...
JESÚS FERRERO
172
L
legué a Zamora una mañana de nieve y ventisca.
Desde un flanco de la muralla, podía ver el Duero
con sus puentes, sus álamos, y las terrazas de piedra
descendiendo hacia él como una pirámide escalonada.
En una de esas terrazas encontré a mi amigo ven-
diendo lotería. En cuanto me tuvo cerca, cogió mi
mano y dijo:
–La mujer que acabas de ver ha fornicado esta noche con un inge-
niero de la calle San Pomar.
173
Mientras hacía un cigarrillo con una pericia increíble, comentó:
–No he visto nunca este lago y a la vez puedo verlo en todos sus
detalles, ¡y si supieras cómo noto su respiración! porque los lagos res-
piran, amigo, como respiran las piedras y los árboles, si bien de otra
manera, más húmeda y pesada. Noto en ti un cierto escepticismo...
Luego me contó que él veía casi como yo, y que algunas teorías
científicas insinuaban que el ser humano era bastante ciego, y que
en realidad nuestros ojos más que ver, adivinaban, como los suyos,
pero con menos precisión. También me dijo que no había que tener
miedo a nada, ni a la muerte, ni a la vida, ni a la luz, ni a la oscuridad, y
que a la hora de la verdad el animal humano era demasiado transparente.
En el bar de un hotel junto al lago nos sentamos ante la chimenea y
pedimos una botella de vino. Nos hallábamos solos en el local, pues
el camarero se había ido a la cocina, cuando Guillermo me preguntó:
–No.
–No.
S E B A S T I Á N GÁ M E Z M I L L Á N
178
L
a fatalidad impidió que Javier Muguerza (Coín,
1936-Madrid, 2019) conociera a su padre, fusilado junto
a otros miembros de su familia en los primeros días de
la Guerra (in)civil. Posiblemente esta tragedia marcaría
el devenir de su vida y de su obra, caracterizada por una
voluntad de diálogo, concordia y conciliación, por un
lado, y una disidencia edificante, por otro. Esto se aprecia claramente
en las distintas corrientes que convergen en su obra (la filosofía ibe-
roamericana, incluidos sus clásicos literarios; la filosofía analítica,
desde Frege a Wittgenstein; la Escuela de Fráncfort y, en particular,
el más destacado integrante de la segunda generación, Habermas; la
corriente cálida del marxismo utópico de Bloch; el liberalismo, desde
su querido Kant hasta John Rawls…) y que con sus atinadas críticas
se diría que, si no siempre, a menudo salen mejoradas.
A diferencia de otros filósofos, más o menos enclaustrados en el
espacio universitario, y a semejanza de Ortega y Gasset, cuyo impulso
filosófico es inseparable de la idea de “situar a España a la altura de
los tiempos”, la obra de Muguerza no se reduce a su corpus escrito,
aun siendo éste de un inmenso valor. Como ha escrito Francisco Váz-
quez García, “el pensador de Coín fue el verdadero líder organizativo
de la generación de los ‘jóvenes filósofos’, desplegando un esfuerzo
ciclópeo, federando voluntades, tendiendo puentes entre corrientes
y figuras enfrentadas, protagonizando una infinidad de encuentros
y discusiones, dialogando como nadie ha sabido hacer con las obras
de los propios colegas españoles, tejiendo redes con Latinoamérica”1.
Fruto de su compromiso y de su generosidad es el perseverante
y fecundo diálogo que ha mantenido con numerosos profesores de
diferentes disciplinas (filosofía de la ciencia, lógica, psicología, teo-
ría política, derecho, feminismo…), cuyas obras ha leído atenta y
cuidadosamente, como se observa en las detalladas y modélicas rese-
179
ñas que componen la cuarta parte de la que tengo para mí como su
obra capital, Desde la perplejidad. Ensayos sobre la ética, la razón y el
diálogo (1990).
Tal diálogo prueba al menos dos cosas: una, que se ha tomado en
serio el trabajo de sus amigos y colegas, hasta el punto que de pocos
filósofos se puede afirmar que ha escuchado, seguido y leído a los
compañeros con esa fidelidad; y dos, que precisamente por ello no
debemos sentirnos acomplejados frente a los trabajos intelectuales que
se hacen en otros lugares del mundo, sea Francia, Italia, Alemania,
Inglaterra o Estados Unidos, sin que por eso caigamos en posturas
“cosmopaletas” (el neologismo es suyo) que nos impidan reconocer
lo excelente, provenga de donde provenga.
Y este diálogo ha ido más allá de nuestra tierra, pues Muguerza cul-
tivó una suerte de patriotismo cosmopolita: unir aún más España con
Iberoamérica, tal como proponía Saramago en una de sus maravillosas
parábolas, a fin, reitero, no sólo de modernizar España y situarla a la altura
de los tiempos, como quería Ortega, sino a la vez a nuestros hermanos
de lengua del otro lado del Atlántico en un proceso de diálogo e inter-
cambio mutuamente enriquecedor. Bajo su dirección y coordinación
comenzó el proyecto de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía.
Desde Sócrates hasta Rosa Parks y Luther King, pasando por
Thoreau, que inspirará a Gandhi, la fuerza del “no” a lo largo de la
historia ha sido muy poderosa, hasta el punto de que si trazáramos
un minucioso mapa por el recorrido de cómo se han ido gestando y
reconociendo los Derechos Humanos a través de las distintas gene-
raciones, observaríamos que ese “no” que grita la conciencia que se
rebela contra el poder tiránico es, si no el mecanismo principal del
reconocimiento de estos Derechos, uno de ellos. Quizá nadie haya
filosofado tanto y tan bien sobre las implicaciones y consecuencias
de la disidencia ética y política como Javier Muguerza.
De hecho, la que es considerada su principal aportación teórica, el
llamado imperativo de la disidencia, no sólo es una reformulación del
imperativo categórico de Kant, es también una forma de reconocer
el poder de los que han padecido el poder y se han atrevido a rebe-
5 Muguerza, J., “Adolfo Sánchez Vázquez y el pensamiento utópico”, reunido en III Jornadas de
Filosofía, Identidades y fronteras culturales, Málaga, Procure, 2011, p. 234.
6 Muguerza, J., citado por Roberto R. Aramayo, “Un testimonio de gratitud para con Javier Mu-
guerza, una personalidad filosófica irrepetible”, recogido en Diálogos con Javier Muguerza. Paisajes
para una exposición virtual. Un homenaje de Isegoría por su 80 cumpleaños, Roberto R. Aramayo,
José Francisco Álvarez, Francisco Maseda y Concha Roldán (eds.), Madrid, CSIC, 2016, p. 19.
7 Muguerza, J., “Kant y el sueño de la razón”, reunido en La herencia ética de la Ilustración, Carlos
Thiebaut (ed.), Barcelona, Crítica, 1991, p. 34.
El imperativo de la disidencia
◆ El imperativo kantiano “de los fines” reviste un carácter primor-
dialmente “negativo” y, antes que fundamentar la obligación de obe-
decer ninguna regla, su cometido es el de autorizar a desobedecer
cualquier regla que el individuo crea en conciencia que contradice
aquel principio. Esto es, lo que en definitiva fundamenta dicho
imperativo es el derecho a decir “No”, y de ahí que lo más apropiado
sea llamarle el imperativo de la disidencia9.
Progresistas
◆ Aquellos que, aun sin creer tal vez en el progreso, creen que val-
dría la pena luchar por que lo hubiera11.
8 Muguerza, J., “Razón, utopía y disutopía”, reunido en Desde la perplejidad. Ensayos sobre la ética,
la razón y el diálogo, Madrid, F.C.E., 2006, p. 389.
9 Muguerza, J., “La obediencia al Derecho y el imperativo de la disidencia”, recopilado en Carlos
Gómez (ed.) Doce textos fundamentales de la Ética del siglo XX, Madrid, Alianza, 2002, pp. 301 y 302.
10 Muguerza, J., 2004, op. cit., p. 174.
11 Muguerza, J., 1991, op. cit., p. 34.
Perplejidad
◆ La perplejidad no es tan solo un signo de los tiempos que vivi-
mos, sino también, y en cualquier tiempo, un acicate insustituible
de la reflexión filosófica. Por eso Ortega, para quien “la vida es
permanente encrucijada y constante perplejidad”, solía decir que
“el más certero título de un libro de filosofía es el que lleva la obra
de Maimónides”. La filosofía es siempre, por lo tanto, una guía de
perplejos. Y con harta frecuencia le pedimos que “nos saque de” la
perplejidad13.
12 Muguerza, J., “¿Qué es la Ética pública?”, reunido en II Jornadas de Filosofía. Filosofía y Política,
Málaga, Procure, 2006, p. 31.
13 Muguerza, “Proyecto de una nueva guía (ilustrada) de perplejos”, reunido en Desde la perplejidad.
Ensayos sobre ética, razón y diálogo, Madrid, F.C.E., 2006, p. 45.
14 Muguerza, J., “¿Qué es la Ética pública?”, recogido en II Jornadas de Filosofía. Filosofía y Política,
Málaga, Procure, 2006, p. 46.
15 Muguerza, La razón sin esperanza. Siete trabajos y un problema de ética, CSIC, Madrid, 2009, p. 336.
Descárgate la nueva
app de EL PAÍS.
Descárgala aquí
N O TA S D E U R G E N C I A
L A G RIETA
El Reino Unido abandona la
Unión y deja el futuro de Europa
plagado de incertidumbres. Pedro
Sánchez, atrapado en sus palabras.
p or
188
La cuerda se rompe. El 31 de enero, tal como prometió Boris John-
son tras ganar las últimas elecciones, Reino Unido abandonó la Unión
Europea. No fue nunca un socio entusiasta y, celoso siempre de sus
competencias, solía mirar lo que ocurría al otro lado del Canal de La
Mancha con desconfianza. Pese a sus resquemores, contribuyó durante
los 47 años en que formó parte del club a la fortaleza de un proyecto
que fue dejando atrás el ruinoso panorama que presentaba Europa en
1945 al terminar la Segunda Guerra Mundial y que conquistó unos
formidables logros; en palabras del escritor británico Ian McEwan:
“paz, fronteras abiertas, relativa prosperidad y fomento de los derechos
individuales, la tolerancia y la libertad de expresión”.
Se ha consumado, pues, la ruptura. Comenzó a fraguarse en
2016 con la frívola iniciativa que tuvo el entonces primer ministro
conservador, David Cameron, de convocar una consulta que iba a
dejar en manos de una mayoría simple un complejo proceso de una
envergadura descomunal: el de deshacer una trama de lazos políti-
cos, sociales, económicos y culturales que se habían ido trenzando
a lo largo de casi medio siglo. Luego vino el intento de su sucesora
al frente de Downing Street, Theresa May, de procurar una salida
pactada con Bruselas que evitara las derivas más peligrosas. No pudo
ser. Los sectores más radicales forzaron una posición más dura, y fue
ahí donde entró Boris Johnson con su inmensa megalomanía y su
discurso bravucón y ultranacionalista.
Durante todo el proceso los euroescépticos no encontraron al otro
lado una fuerza convencida de que la salida de Europa significaba dar
un paso atrás, tanto para Reino Unido como para la Unión. La irres-
ponsabilidad de una derecha que pretendió a través del referéndum
resolver sus conflictos internos –el entusiasta y furibundo naciona-
lismo del partido de Neil Farage sedujo a muchos conservadores, y
a los tories les entró el pánico– se encontró a una izquierda, la de los
laboristas de Jeremy Corbyn, inerme y desnortada, sin reflejos y sin
discurso, timorata, y en buena medida seducida por la efectividad del
mensaje que consiguió movilizar a los que querían irse: Take Back
Control, recuperemos el mando.
189
Brumas en el horizonte. El 1 de febrero no hubo largas colas de
camiones en la frontera que separa al Reino Unido del resto de Europa.
En realidad no se notó gran cosa (ni siquiera hubo demasiados feste-
jos). Y es que, en realidad, todo está todavía por hacer, ha empezado lo
más difícil. Por lo pronto, Johnson tendrá que lidiar con una sociedad
dividida y polarizada, y con satisfacer las expectativas que han puesto
sus votantes en recuperar ese supuesto esplendor perdido: no todos
tienen los mismos sueños. Luego está Escocia, dispuesta a hacer lo
que sea para seguir fuertemente vinculada a Europa, y la delicada
situación de Irlanda del Norte, que conserva las puertas abiertas con
la Irlanda que forma parte de la Unión pero que seguramente verá
resentidos sus vínculos con Gran Bretaña. Toca volver a negociar los
detalles con Bruselas durante un periodo transitorio que termina
el 31 de diciembre, así que durante los próximos meses será Reino
Unido el que tendrá que definir el nuevo tipo de relaciones comerciales
(y de todo tipo) que quiere establecer fuera de las reglas de juego
de la Unión y se verá hasta dónde da de sí la complicidad de Boris
Johnson con el actual presidente estadounidense Donald Trump.
La tentación de hacer de la isla un semiparaíso fiscal puede despertar
en el viejo continente los peores fantasmas.
El desgarro producido por el Brexit provocó en gran parte de
los sectores partidarios de la permanencia la impresión de estar a las
puertas del Apocalipsis. No habrá tal, evidentemente, por graves que
sean las consecuencias de la decisión que el pueblo británico tomó en
aquel cada vez más lejano referéndum, y las cosas se irán acomodando,
como ha ocurrido tantas veces en la historia. Lo que no puede igno-
rarse es la grieta que ahora existe entre el continente y la isla. Y por esa
grieta pueden colarse algunas de las corrientes que van erosionando
desde la crisis económica de 2008 el orden construido tras la Segunda
Guerra Mundial: el reverdecer de los nacionalismos, la demonización
del enemigo o del otro (el inmigrante), la reconstrucción de las forta-
lezas del viejo Estado nación frente a los organismos multilaterales, la
emergencia de líderes mesiánicos que marcan el paso y la proliferación
de discursos (muchas veces inverosímiles) que defienden la recupe-
La grieta 191
con el president Torra (con 44 propuestas bajo el brazo) para poner en
marcha la mesa de negociación entre el Govern y el Gobierno pactada
con Esquerra, impulso a Barcelona como capital cultural y científica:
he ahí un rosario de señales que ha dado ya el nuevo inquilino de la
Moncloa. Cuesta todavía valorar el sentido de muchas de ellas, habrá
que ir viendo.
La manera de hacer política de Pedro Sánchez, inspirada por Iván
Redondo, su hombre fuerte en la sombra, ha mostrado desde hace
ya tiempo una querencia excesiva por el espectáculo, la ocurrencia,
el eslogan, las listas (de propuestas, de medidas, de iniciativas). Que
haya Gobierno es una buena noticia para España: es urgente poner en
marcha una serie de políticas que el país reclama (reforma de las pen-
siones, lucha contra la desigualdad, transición energética, un radical
cambio en el sistema educativo, etcétera). Pero está, como asunto de
fondo, la cuestión catalana. Amigo de las fórmulas efectistas, Sánchez
ha convertido lo que llama “desjudicialización” en el motor de sus
políticas en Cataluña. Nadie sabe exactamente a qué medidas obliga
ese término. Por el momento obra el prodigio de hacer que se vaya
tirando. Existe, sin embargo, el peligro de quedar atrapado por las
palabras (tienen peso, no se puede frivolizar vanamente con ellas).
Ahí está David Cameron para contarlo. •
Madrid, 9 de febrero.
192
SUSCRÍBETE A CLAVES
...........................
EN KIOSKO Y MÁS.
26 ,99€
al año
......................................................
http://claves.kioskoymas.com
Atención al Cliente: 902 02 75 82