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F U N D A D A P O R J AV I E R P R A D E R A · D I R I G I D A P O R F E R N A N D O S AVAT E R

de Razón Práctica — Número 269 — Marzo / Abril 2020 — 8 euros

IBEROAMÉRICA
Entre populismo
y democracia
Las preguntas mas urgentes
hoy en Iberoamérica
Enrique Krauze · Jorge Ossona
Claudia Piñeiro · Mario Boero Vargas
H.C.F. Mansilla

Política Roberto L. Blanco Valdés Ensayo Darío Villanueva • Basilio Baltasar


Libros Patxo Unzueta Homenajes Santos Juliá, por Mercedes Cabrera
Semblanzas Chesterton Casa de citas Javier Muguerza
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EN ESTE NÚMERO

“Releyendo a
Tucídides, interpreté
«LA RAZÓN NO
a Alcibíades SE TIENE, SINO
como el emblema
del populismo.
QUE TAN SOLO SE
Releyendo a Plutarco EJERCITA»
y a Shakespeare, Javier Muguerza, ‘Casa de Citas’
interpreté a PÁG IN A 1
PÁGIN 1886
6
Coriolano como
un emblema del “En cualquier democracia
antipopulismo. Pero normal, un recambio
sobre todo quise de gobierno sería un ejercicio
responder la pregunta regular de saludable
alternancia. En Argentina,
de fondo: ¿Por qué ha un país atravesado por un
sido América Latina ‘apartheid’ político, las cosas
tan proclive son matizadamente
al populismo?” distintas.”
Enrique Krauze, ‘Historia Jorge Ossona, ‘La encrucijada
personal del populismo’ histórica de un país binario’
PÁG I NA 1 9 PÁGI NA 23

«Varias veces levantó Santos la voz para terciar


en asuntos que le importaban, como cuando
estalló el de la llamada ‘Memoria histórica’»
Mercedes Cabrera, ‘En recuerdo de Santos Juliá’
PÁGI NA 1 6 0

1
de Razón Práctica

7 50
EDITORIAL El cambio de gobierno
Fernando Savater
en Bolivia (2019)
Hugo Celso Felipe Mansilla
12
Historia personal Política
56 España: ingobernabilidad
del populismo y separatismo
Enrique Krauze
Roberto L. Blanco Valdés

22 E n s ay o
Argentina: La 68 ¿Trump, lector de Orwell?

encrucijada histórica Darío Villanueva

de un país binario 76 Max Aub: Perdimos España


Jorge Ossona
y salimos a buscarla
José de M. Romero Barea
32
Ser mujer en 82 Goya o las hipérboles
de la alucinación
Latinoamérica Basilio Baltasar
y el Caribe, hoy
Claudia Piñeiro 88 La mente
en el laboratorio
42 Juan Arnau y Álex Gómez-Marín
El gobierno de Chile
98 ¿Es tan justa la sentencia
y las manifestaciones de La Manada?
nacionales Juan Antonio Lascuraín
Mario Boero Vargas

2
NÚM ERO 269 · M ARZO/ AB R IL 2 0 2 0

Libros Testimonios
108 Jordi Gracia, Javier Pradera 148 ‘Sex ex machine’
o el poder de la izquierda Danubio Torres Fierro
Patxo Unzueta
Homenajes
116 Stephen Greenblatt, 156 En recuerdo de Santos Juliá
El tirano. Shakespeare Mercedes Cabrera
y la política
Federico Puigdevall SEMBLANZAS
162 De nuevo, Chesterton
124 Emmanuel Chamorro Manuel Arranz
y Anxo Garrido, Fue sólo un
comienzo. Pensar el 68 hoy En el filo de la vida
Julián Sauquillo 172 La copa de oro
Jesús Ferrero
134 Mario Amorós, Pinochet.
Biografía política y militar C a s a d e c i ta s
Mario Boero Vargas 178 Javier Muguerza
Sebastián Gámez Millán
142 Leopoldo Brizuela,
Una misma noche. Eduardo N o ta s d e u r g e n c i a
Sacheri, La noche de la Usina 188 La grieta
Ricardo Jarast José Andrés Rojo

3
de Razón Práctica

Fundada por Javier Pradera


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5
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A CORUÑA Librería La Palma Calle Gutiérrez de Calle de García de
los Ríos, 10 Paredes, 34 Caótica
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de Papel BADAJOZ GRANADA MÁLAGA
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Librería Valdés, 6 El Tiempo Perdido NAVARRA TARRAGONA
Central Librera Calle de Marqués de
BARCELONA Falces, 4 PAMPLONA Librería La Capona
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SANTIAGO DE Librería Picasso
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COMPOSTELA Calle San Gregorio, 3.
La Central Hurtado, 5. Llibreria Adserà
Librería Librería 1978
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Rúa de Montero Alibri Librería va Social
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BILBAO Librería Hojablanca
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VITORIA-GASTEIZ LA RIOJA Calle de Martín
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Librería Calle Cardenal
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Ochoa VALENCIA
Correría Kalea, 21
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ALBACETE Librería del Espolón Castroviejo, 19 PONTEVEDRA Ambra LLibres
ALBACETE Paseo del Espolón, 30 Castroviejo Librero Librería Metáfora Av. Alacant 12
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Guardiola, 18 Paseo del Espolón,16 LUGO VIGO Librería Gaia
Totemcomics Litterae Libros Calle Daniel
ALICANTE CÁCERES Galerías Villamor, Rúa Venezuela 80
ALICANTE Pza. Santo Domingo, 3 Balaciart, 4
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Calle Poeta MADRID Carrer de les Arts
CARTAGENA ALCALÁ DE HENARES Letras Corsarias
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Calle VillaFranza, Calle de Meléndez 21
16, bajo Guimbarda, 19 FUENLABRADA de paper
ELCHE La Montaña Magica Cmm Campus Libros Carrer del Moro Zeid, 2
SAN SEBASTIÁN
Calle/ Pintor Balaca, 34 Camino del Molino s/n, Fuera de ruta
Librería Ali i Truc Librería Lagún
Passeig de les Eres de Universidad Rey Juan Carrer Major, 36
CÁDIZ Carlos Urdaneta
Santa Llucia, 5-7 JEREZ DE LA Kalea, 3
FRONTERA MADRID VALLADOLID
SAN VICENTE SANTANDER
DEL RASPEIG La Luna Nueva La Central Librería Sandoval
Calle Eguilaz, 1 Calle del Postigo de San Librería Gil-Soto Plaza del Salvador, 6
ALMERÍA Martín, 8 Calle Hernán Cortés, 23
Librería Universitaria CIUDAD REAL La Vorágine. Librería El árbol
CIUDAD REAL Librería Miraguano Cultura Crítica de las Letras
de Almería Calle de Hermosilla, 104
C/ Reyes Católicos, 18 Librería Litec Calle Cardenal Calle Juan
Avenida Alfonso X La buena vida. Cisneros, 15 Mambrilla, 25
ASTURIAS El Sabio, 11, - Local Café del libro
GIJÓN Calle de Vergara, 5 SEGOVIA ZARAGOZA
MANZANARES LA GRANJA DE
Librería Paradiso Meta Librería Librería Antígona
Librería la Pecera Calle Joaquín María SAN ILDEFONSO
Calle de la Merced, 28 Calle Padres Calle de Pedro
López, 29 Librería-Café Ícaro
Librería Central Capuchinos, 8 Calle Reina, 10 Cerbuna, 25
Calle San Bernardo, 31, Librería Alberti
CÓRDOBA Calle del Tutor, 57 SEGOVIA Librerías Cálamo
OVIEDO Librería Nueva Luque Librería Muga Librería Silver Plaza San
Papelería San Antonio Calle Jesús María, 6 Av. de Pablo Neruda, 89 Plaza Becquer, 8 Francisco, 4

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6
EDITORIAL

IBEROAMÉRICA

Los españoles no podemos interesarnos por lo que ocurre en


Iberoamérica con la misma mirada cosmopolita con que asistimos
a los acontecimientos europeos –que tenemos aún mas cerca– o
africanos, asiáticos... No es cuestión de que los sucesos políticos
y los cambios sociales en esos países puedan afectarnos en mayor o
menor grado, sino que nos sentimos en cierta manera íntimamente
copartícipes de ellos, tanto por la cultura que compartimos –¡la
lengua!– como por las controversias históricas que nos vinculan,
aunque a veces desde el enfrentamiento. Cuando hablamos con más
o menos propiedad de “Hispanoamérica” no sólo nos referimos a
que al otro lado del Atlántico hay pueblos con una marca hispánica
imborrable, sino sobre todo a que nosotros mismos formamos parte
de esa comunidad: también los españoles somos hispanoamericanos.
De aquí la verdadera pasión con la que seguimos los avatares políticos
que allí ocurren y tomamos partido por una u otra de esas tendencias
en liza que tanto se nos asemejan.

7
En las últimas décadas se ha desarrollado en Iberoamérica una
pugna de gran trascendencia entre los partidarios de establecer demo-
cracias modernas y liberales, siempre obstaculizados por las seculares
desigualdades económicas y culturales de esas poblaciones, y los que
rentabilizan estos desajustes y animan soluciones populistas inspiradas
en fórmulas simplistas de marxismos a la salsa caribeña. Siguiendo una
tradición que viene de antaño (léase para comprobarlo la espléndida
novela de Vargas Llosa Tiempos recios) las torpezas de la administra-
ción USA han favorecido, y favorecen en bastantes ocasiones, las
corrientes mas iliberales, convirtiendo lo que debería ser apoyo en
serio bloqueo para los auténticos democratizadores. A ello se une que
actualmente tengamos en el propio gobierno español representantes
de un populismo bolivariano de la especie menos recomendable y mas
oscuramente financiada, lo que con seguridad no va a facilitar que
nuestro país tome claramente postura, en ese conflicto, por quienes
mas lo necesitan y merecen. Por eso nos ha parecido urgente dedicar
un número a algunos aspectos relevantes de la situación en varios
países del continente (dejando fuera otros casos no menos intere-
santes) como información, desde luego, pero también como llamada
de atención a los españoles que se saben hispanoamericanos. Hemos
contado con la ayuda de inmejorables expertos americanos que afor-
tunadamente también se sienten amigos de Claves.

El resto del número se ocupa de cuestiones que ciertamente tam-


poco pueden dejarnos indiferentes. Para empezar, por la que mas
nos inquieta: la actual situación política de España, asediada por
la peste separatista, cada vez más irracional y ponzoñosa. Hemos
tenido la suerte de contar para este tema con uno de uno de nues-
tros mas fieles y también mas ilustres colaboradores de larga data, el
profesor Roberto Blanco Valdés. Y además, estudios sobre Orwell
como profetizador de la plaga Trump; el colosal Goya, cuya gran
colección de dibujos se expone en el Prado, o la discutida sentencia
del “caso la Manada”. Comentamos libros que nos importan mucho,
como la minuciosa biografía que Jordi Gracia ha dedicado a nuestro

8 Fernando Savater
Javier Pradera o el estudio que Stephen Greenblatt ha hecho sobre la
figura del poder tiránico en las obras de Shakespeare (¿dejará alguna
vez Shakespeare de parecernos no ya actual sino incluso urgente?).
Recordamos también a dos amigos entrañables, desaparecidos no
hace mucho, que seguramente lo son también, en cierto modo, de
nuestros lectores: Santos Juliá y Guillermo Cabrera Infante, junto a
otro amigo –éste solamente literario– pero al que siempre evocamos
con una sonrisa: Gilbert Keith Chesterton. La Casa de citas de este
número proviene de la obra de un maestro al que mucho debemos
cuantos nos interesamos por la filosofía en España: Javier Muguerza.
Y nosotros, con ustedes, seguimos juntos, que es lo que cuenta.

FERNANDO SAVATER
Director

9
E N P O R TA D A

IBEROAMÉRICA
¿Volverá a predominar la democracia?
¿Se fortalecerá el populismo? De la
mano de destacados autores americanos
como Enrique Krauze, Jorge Ossona,
Claudia Piñeiro, Mario Boero Vargas y
H.C.F. Mansilla, analizamos aspectos
relevantes de la sociedad y la política en
algunos países del continente.
E N P O R TA D A

HISTORIA
PERSONAL DEL
POPULISMO
¿Dónde mirar cuando la
democracia está en retirada?
Mi instinto fue volver a los griegos
y entender cómo hace 2.500 años,
no solo Atenas sino muchas otras
ciudades-estado habían perdido
la democracia por obra de la
demagogia y la revolución.

E NR IQU E K R AU ZE

12
A
finales del siglo pasado, la revista The New Republic
me invitó a Hollywood para asistir al estreno de la
película Evita, con Madonna en el papel principal
y Antonio Banderas como el Che Guevara. El ima-
ginario tango que bailan aquellos dos personajes
parecía simbolizar su definitiva neutralización por
la cultura del espectáculo. Brillarían como dos estrellas –ella, la “santa
de los descamisados”; él, el emblema de la revolución–, pero no en
el firmamento de la historia sino en la parafernalia del mercado:
pósters, camisetas, tatuajes. Me parecía evidente que el populismo
y la revolución que encarnaban habían sido desmentidos y supera-
dos por la democracia liberal que, en aquel momento, parecía una
conquista definitiva.
¿Cómo podía no serlo? Las atrocidades del siglo xx, los geno-
cidios, las hambrunas, los campos de concentración, el Holocausto,
el gulag, la Revolución Cultural china y la camboyana, la penuria
de Cuba, todos tenían su origen principal en un hecho cuya malig-
nidad parecía axiomática: la concentración absoluta de poder en
manos de una persona. El siglo xx, con sus centenares de millones
de muertos, era la prueba indeleble de esa lección. No debía, no
podía volver a ocurrir.
Era obvio que ni Evita ni el Che se comparaban remotamente con
los grandes monstruos del siglo xx, dictadores ungidos ciegamente
por el pueblo que terminarían por desatar la hecatombe, pero Evita
y el Che encarnaban mitos poderosos: el pacto místico entre el líder
y el pueblo, la promesa del “hombre nuevo”. Al escribir sobre Evita,
no desdeñé, en absoluto, las raíces psicológicas en su vida ni el dolor
social que comprendió y quiso paliar. Tampoco dejé de reconocer,
al escribir sobre el Che, la pasión y el voluntarismo revolucionario
que lo impulsaban, ambos anclados en su infancia y en la trágica
historia latinoamericana. Pero como liberal puse especial atención en
el populismo peronista como una variante del fascismo, una adulte-
ración de la democracia que usa sus reglas, instituciones y libertades
para acabar con ellas. Y tomé buena nota de las pulsiones asesinas

13
del Che Guevara, una máquina de odio disfrazada de amor, que
habría volado en pedazos al mundo si de él hubiera dependido. Por
fortuna, gracias a la democracia que imperaba en todos los países de
América Latina salvo en Cuba, el pueblo podía elegir y remover a
sus líderes, y podía construir pacientemente, no un “hombre nuevo”,
sino un hombre mejor.
Pero la historia nunca cierra sus capítulos. El único axioma de la
historia es que la historia no tiene axiomas. De pronto, como una
mutación de un virus o un cadáver que sale del clóset (en este caso de
la pantalla), advertí la extraña resurrección de ambos personajes en un
vociferante comandante de paracaidistas llamado Hugo Chávez que,
de intentar sin éxito un golpe de Estado en 1992, se había convertido
en el presidente de Venezuela. La normalidad democrática era una
alucinación de fin de milenio. Lo que llamamos la humanidad, esa
masa desmemoriada, no aprende, no asimila: reincide, repite.
De lejos comencé a observar la arena política chavista. Los abu-
sos del peronismo contra la democracia y la libertad –supresión de
la división de poderes, sumisión de las cortes, acoso a la libertad de
expresión, represión de las voces críticas, control del sistema educa-
tivo, creación de un aparato de propaganda dirigido por un discípulo
de Goebbels– se explicaban por la filiación fascista de Perón, que
había sido agregado militar de Argentina en la Italia de Mussolini,
y lo admiraba hasta el grado de levantarle estatuas en Buenos Aires.
Pero el general había necesitado algo más poderoso que los cuerpos
de seguridad: una figura carismática dotada de un gigantesco megá-
fono. Y eso fue lo que aportó Evita, quien había interpretado a las
grandes mujeres de la historia, en famosos programas de radio. Militar
como Perón, actor supremo como Evita, Hugo Chávez replicaba
los mismos actos autoritarios y demagógicos en Venezuela, pero lo
inspiraba una ideología opuesta: el libreto socialista de los sesenta,
encarnado en el Che Guevara.
Otro personaje era el titiritero de la historia. Fidel Castro guiaba
astuta y pacientemente los pasos de Chávez, dándole nuevos ins-
trumentos de legitimidad mucho más tangibles que los veleidosos

14 Enrique Krauze
votos: las misiones sociales. Gracias a ellas, evadiendo las estructuras
del Estado y las instituciones establecidas, Chávez podía instaurar
un vínculo directo con el pueblo ofreciéndole salud, educación, ali-
mentos, entretenimiento, deporte; todo a cambio de obediencia.
Por aquel tiempo, a mediados de 2003, conocí a Andrés Manuel
López Obrador, jefe de Gobierno de la ciudad de México. Pertene-
cía al Partido de la Revolución Democrática, el PRD. Me atraía su
rectitud personal y su deseo de servir a los mexicanos, sobre todo a
los más pobres. Desde mi participación en el movimiento estudian-
til de 1968 me había opuesto al sistema político del PRI, corrupto
y autoritario, y junto a mi generación había dado la batalla por la
democracia que finalmente arribó en el año 2000. La famosa “dicta-
dura perfecta” señalada en 1990 por Mario Vargas Llosa había dejado
de existir. En su lugar teníamos una democracia en construcción:
división de poderes, un instituto electoral independiente en manos
ciudadanas, plenas libertades y una presidencia acotada. En 2000
había triunfado el Partido Acción Nacional, de centro-derecha, el
PAN. La alternancia natural en el año 2006 –pensé– debía ser de
centro-izquierda. AMLO (como se le conocía desde entonces) me
parecía la mejor opción. “Me admira su instinto popular”, recuerdo
haberle dicho. “El pueblo nunca se equivoca”, me respondió. La res-
puesta me desconcertó. Si él era popular y el pueblo no se equivocaba,
¿él no se equivocaba? Tiempo después, en minucias de trato, advertí
en AMLO una vena autoritaria que me preocupó y que el tiempo
reveló como un aspecto central de su personalidad.
AMLO no era un político institucional. Poco a poco, en sus
expresiones públicas, en su uso de los medios, en la rigidez de su
ideario y la intolerancia hacia la crítica, le vi más parecido a Chávez
que a Lula. Una frase que le escuché al presidente brasileño José
Sarney esclarece la diferencia: “Lula sabe el valor de un 3%”. Como
antiguo líder sindical, Lula entendía el sentido de una empresa y
sabía negociar. Se trataba de obtener mejoras para los trabajadores,
no de acabar con las empresas. Se trataba de hacer más eficiente al
Estado, no de abolir al mercado. Ese temple reformista me parecía

Historia personal del populismo 15


fundamental para el éxito de un gobierno de izquierda. La revolución,
con toda su aura heroica, había demostrado con creces su fracaso.
Chávez, en Venezuela, se inclinaba decididamente por la revolución.
Usaba el poder que había conquistado democráticamente para cons-
truir una sociedad a imagen y semejanza de la cubana que, según
sus propias y célebres palabras, navegaba en un “mar de felicidad”.
También AMLO admiraba al Che y a Castro. También AMLO
parecía dispuesto a usar a la democracia como medio, no a cuidarla
como un fin. Después de observarlo, tomé distancia.
Para entonces, el populismo había dejado de ser un término vago,
asociado con el peronismo, para convertirse en tema central de la
revista Letras Libres. También el mundo académico despertaba a su
importancia. En algún momento recibí una invitación de Jan-Wer-
ner Müller, gran experto internacional en populismo, para discutir
el tema en la Universidad de Princeton. Para preparar mi ponencia
regresé a los clásicos griegos, releí la sociología religiosa y política de
Max Weber, recordé los textos tempranos de Marx sobre el cesarismo,
consulté a historiadores de Argentina y Venezuela (Tulio Halperin
Donghi, Germán Carrera Damas), y en octubre de 2005 publiqué
un “Decálogo del populismo iberoamericano”, cuyos enunciados
eran los siguientes:

1) El populismo exalta al líder carismático.


2) El populista no solo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella.
3) El populismo fabrica la verdad.
4) El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos.
5) El populista reparte directamente la riqueza.
6) El populista alienta el odio de clases.
7) El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales.
8) El populismo fustiga por sistema al “enemigo exterior”.
9) El populismo desprecia el orden legal.
10) El populismo mina, domina y, en último término, domestica o
cancela las instituciones de la democracia liberal.

16 Enrique Krauze
En junio de 2006, a un mes de las elecciones presidenciales en
México, publiqué El mesías tropical. Se trataba de un largo ensayo de
interpretación biográfica y política sobre López Obrador que, a mi
juicio, no solo representaba un liderazgo populista sino una forma
peculiar de ese modo de dominación: el redentorismo. Los elemen-
tos religiosos no estaban en mi imaginación, estaban en la realidad.
Él mismo se comparaba con Jesús.
Tras la derrota de AMLO por un margen estrechísimo de votos,
decidí viajar a Venezuela, para estudiar el fenómeno directamente.
Viajé repetidas veces en 2008. Caracas era la meca del populismo lati-
noamericano del momento, y Chávez el sol que irradiaba y cobijaba a
los otros líderes populistas de la región: Evo Morales, Rafael Correa,
Daniel Ortega, los esposos Kirchner. Entrevisté a chavistas y anticha-
vistas. Conversé con sindicalistas, periodistas, técnicos petroleros,
intelectuales, escritores, artistas, políticos, estudiantes, empresarios.
El chavismo vivía la euforia del petróleo. Pero sobraban evidencias
de que aquel “déspota electo” estaba anulando la división de poderes
y la autonomía de las instituciones fiscales, electorales, judiciales, y
ahogando la libertad de expresión. Era claro también que Chávez
estaba destruyendo de varias formas la estructura productiva de su
país. Al final de ese año publiqué El poder y el delirio. Podía haber
sido mi “novela del dictador”, pero no necesitaba inventar nada:
la realidad, como ocurre muchas veces, superaba a la ficción.
“El historiador mexicano está equivocado –dijo Chávez en un
programa de televisión, al enterarse de la publicación del libro–. Esta
no es una historia de poder. Esta es una historia de amor. De amor
de Chávez al pueblo, de amor del pueblo a Chávez”. Nunca tuve
duda de ese amor correspondido. Ese amor es el corazón perverso
del sistema populista. Un amor no del todo desinteresado, de parte
del líder, que lo cobra con obediencia. Tampoco del pueblo, que
víctima y cómplice de un hechizo vende su libertad a cambio de un
magro pan y una inestable seguridad. El tiempo daría la razón a los
sombríos argumentos de mi libro. Tras su muerte en 2013, Venezuela
se precipitó a la inflación, el hambre y el desabastecimiento de los

Historia personal del populismo 17


bienes básicos, se agudizó la represión, sobrevino la crisis humanitaria
y la emigración masiva.
La preocupación me siguió rondando. En 2011 escribí Redento-
res: Ideas y poder en América Latina. Una historia biográfica de la
literatura y las ideas políticas en nuestro continente. ¿Qué vinculaba
a célebres pensadores como Martí, Rodó, Vasconcelos y Mariáte-
gui? ¿Qué tenían en común el poeta Octavio Paz y los novelistas
Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa? ¿Qué fuego había
alimentado al guerrillero Che Guevara, a la santa laica Eva Perón,
al subcomandante Marcos, al teólogo de la liberación Samuel Ruiz
y al comandante Hugo Chávez? Una pasión arraigada quizá en la
antigua cultura católica, anarquista, cristiana, herética; una hidra de
mil nombres, marxista, trotskista, maoísta, castrista. Octavio Paz,
en su vejez, la evocaba con rabia y culpa, con exaltación y nostal-
gia: “la Revolución, la gran Diosa, la Amada eterna, la gran Puta de
poetas y novelistas”. Paz y Vargas Llosa la habían abandonado, pero
era el horizonte infranqueable de sus vidas. Los envolvía a todos.
Nos envolvía a todos. Era el obstáculo principal para construir una
democracia liberal.
Hacia 2016 el populismo había dejado de ser la especialidad polí-
tica de América Latina para extenderse al mundo. Con excepciones
como Podemos –apéndice académico del populismo latinoameri-
cano, extraviado en España–, el populismo europeo era predomi-
nantemente de derechas: el enemigo de la nacionalidad es el otro,
que tradicionalmente fue el judío, y ahora (además del judío) era el
musulmán. Pero, para sorpresa universal, un populismo del mismo
cuño –nacionalista, nativista, racista– apareció en Estados Unidos.
Lo encarnaba una arrogante celebridad de la televisión americana,
Donald Trump. Contendió por la presidencia de su país y, contra todo
pronóstico, triunfó. En referencia a Trump, Michael Reid, el brillante
editor de temas latinoamericanos de The Economist (cuya columna
aparece bajo el noble recuerdo de Andrés Bello), escribió un texto
llamado “El peronista del Potomac”. Pero era más que un populista.
Entonces recordé ciertos textos olvidados de Theodor Adorno, que en

18 Enrique Krauze
1951 advirtió el fascismo latente en aquel país. “Acá no puede pasar”,
pregonaron siempre los liberales de Estados Unidos. Lo cierto es que
pasó: un fascista en la Casa Blanca. Trump es la prueba más severa que
ha pasado la democracia americana en sus casi 250 años de existencia.
Saldrá adelante, no me cabe duda, pero el daño institucional y moral
que ha infligido, el odio y el encono que ha plantado, durarán por
generaciones.
¿Dónde mirar cuando la democracia está en retirada? Mi instinto
fue volver a los griegos (filósofos, historiadores, autores de come-
dias) y entender cómo hace 2.500 años, en un fugaz momento de la
historia, no solo Atenas sino muchas otras ciudades-estado habían
perdido la democracia por obra de la demagogia y la revolución, los
dos elementos milenarios del baile entre Evita y el Che.
En 2018 publiqué El pueblo soy yo. Incluí un balance de la Revo-
lución cubana (epitafio que apareció en The New York Review of
Books); otro sobre la destrucción de Venezuela, y aquel ensayo sobre
El mesías tropical. Releyendo a Tucídides, interpreté a Alcibíades
como el emblema del populismo. Releyendo a Plutarco y a Shakes-
peare, interpreté a Coriolano como un emblema del antipopulismo.
Pero sobre todo quise responder la pregunta de fondo: ¿Por qué ha
sido América Latina tan proclive al populismo?
En El pueblo soy yo me propuse esclarecer las raíces históricas
(digamos que el ADN) del caudillismo populista. Lo debo a la lec-
tura, el magisterio y la amistad de un olvidado profesor estadouni-
dense experto en América Latina. Se llamaba Richard M. Morse
(1922-2001). Su arqueología política de nuestros países encontraba
una veta muy antigua: la tradición neoescolástica española que por
tres siglos fue la fuente de legitimidad de nuestros países y cuyo
núcleo es el concepto muy arraigado de un pacto original según el
cual el pueblo entrega (no delega, entrega) el poder absoluto que ha
recibido de Dios al monarca. El sustrato siguiente data del siglo xix:
es el caudillismo que proliferó desde el río Bravo hasta la Patagonia.
Con esos cimientos era difícil que la democracia liberal prosperara.
Morse no dejaba de reconocer casos aislados de experimentación,

Historia personal del populismo 19


por ejemplo, en Chile y Argentina, pero el predominio histórico
de la cultura política monárquica y caudillista (la pinza histórica
de santo Tomás y Maquiavelo) le parecía irrefutable. Yo coincidía
con él, parcialmente. Muerto mi maestro, no tuve más opción que
escribirle una carta a ultratumba: ¡teníamos una historia liberal, tenía-
mos una historia democrática! Existían Bello, Sarmiento, Alberdi,
Juárez, Madero, Cosío Villegas, Betancourt. Podíamos abrevar de esa
tradición para construir el presente y el futuro. Esa carta es el texto
más personal de El pueblo soy yo.
Mi libro, ahora lo veo, era un intento por entender el fenómeno
político que estaba por sobrevenir en México: el triunfo inapelable
de Andrés Manuel López Obrador. ¿Cómo caracterizar el gobierno
que ha presidido desde el 1 de diciembre de 2018?
Habría querido, sinceramente, que López Obrador desmintiera
la tesis de El mesías tropical. Habría querido que honrara con eficacia
–en un marco de respeto a la libertad y la democracia– el urgente
programa de justicia social, crecimiento económico, combate a la
inseguridad y la corrupción que propuso a los mexicanos (y que
aprobó el 53% de los votantes). No ha sido así. México está lejos
de una crisis como la de Venezuela. La economía es mucho más
sólida, dinámica y diversificada. La sociedad, con todas sus carencias,
desigualdades y contrastes, es más moderna e incluye una clase media
sustancial. No obstante, las señales preocupantes están ahí para quien
quiera documentarlas, no solo en el estancamiento de la economía
y la inseguridad que agobia a la población sino en la fragilidad de la
democracia. Punto por punto, con una fidelidad religiosa, AMLO
cumple el decálogo del populismo.
¿Volverá a predominar la democracia en Iberoamérica? ¿Se forta-
lecerá el populismo? En algunos países se afianza el orden democrá-
tico: Uruguay, Perú. Paraguay, rezagado siempre, avanza hacia allá.
En otros, como Bolivia y Ecuador, el populismo está en retirada.
Argentina es casi consustancialmente peronista, pero sus altibajos
no rebasan el marco democrático. Chile, con toda su tradición repu-
blicana, parece volverle la espalda. También Colombia, a pesar de su

20 Enrique Krauze
raigambre legal y su cultura del debate. Ambos, me parece, seguirán
fieles a su historia democrática y evitarán precipitarse en el caos o la
dictadura. Brasil se salva por su sistema judicial y su prensa, pero el
impresentable gobierno populista de Bolsonaro traiciona la cultura
inclusiva del Brasil. Venezuela es un desastre no mitigado. Cuba una
isla de pesadumbre. No toco a los países centroamericanos, que salvo
excepciones naufragan en la desesperación y el crimen.
¿Qué ocurrirá con México? No tengo un vaticinio sino un deseo.
Espero que los mexicanos comprendan que el futuro deseable no está
en el escenario teatral donde la demagogia y la revolución ejecutan
su danza macabra. Está abajo y afuera, en la realidad, donde ciuda-
danos y gobernantes responsables construyen, de manera gradual y
fragmentaria, una vida mejor. •

Enrique Krauze es historiador y ensayista. Miembro de la


Academia mexicana de la historia y del colegio nacional.
Es director de la Editorial Clio y de la revista Letras libres.
Autor, entre otros libros, de Personas e ideas, El nacimiento
de las instituciones y El pueblo soy yo.

Historia personal del populismo 21


E N P O R TA D A

ARGENTINA:
LA ENCRUCIJADA
HISTÓRICA DE UN
PAÍS BINARIO
En una América Latina
afectada por un ciclo económico
decepcionante, Argentina vuelve
a ser una excepción, aunque por
razones inversas a las de hace un siglo.

JORGE O S S ONA

22
E
n cualquier democracia normal, un recambio de gobierno
sería un ejercicio regular de saludable alternancia. En
Argentina, las cosas son matizadamente distintas. Y ello
es así por ser un país atravesado por un apartheid político
probado por la beligerancia verbal de cada campaña que
continúa a lo largo de la nueva gestión, a la manera de
una guerra cultural. Así lo evocan las denominaciones reciprocas entre
los bandos durante los últimos setenta años.
“Cipayos” y “oligarcas” en los años cuarenta y cincuenta; en tér-
minos más académicos y socioeconómicos “liberales” y “desarrollis-
tas” en los sesenta; “dirigistas” y “ortodoxos” en los setenta. Y ya en
nuestros días, “neoliberales” y “populistas”; aunque en un plano más
sociocultural y más despectivo: “gorilas” y “kukas”, aludiendo este
último, claro está, a las cucarachas, última estribación del “cabecita
negra” de los años cuarenta o “cabeza” de los sesenta. El “otro” es el
enemigo; y resulta difícil situarlo dentro de una nación compartida.
Una dialéctica reveladora de la forja de una nacionalidad trastornada
y que predica sobre distintos “proyectos nacionales” o “modelos de
país” facciosos.
Durante las primeras dos décadas democráticas desde 1983 el bina-
rismo parecía atenuarse; pero fue solo una impresión. En los 2000,
el kirchnerismo lo rehabilitó fracturando las relaciones entre amigos,
familiares, colegas y compañeros de trabajo. Un periodista denominó a
esta nueva y sorpresiva “normalización” de las relaciones políticas bajo
la denominación metafórica de “la grieta”. Después de cada elección
–afortunadamente ininterrumpidas desde 1983, tal vez el único
acuerdo posible durante los últimos cuarenta años– los vencedores
no resisten la tentación de sentirse ungidos por el “pueblo”, no del
gobierno, sino del “poder”, mientras que los vencidos aguardan con
ansiedad el fracaso de su contrincante hasta su próximo turno.
Lo curioso de estas visiones rayanas en la alienación es su verosi-
militud con los procesos políticos reales. De hecho, desde 1928 los
sucesivos gobiernos o regímenes han acabado en resonantes fraca-
sos más allá de sus respectivos legados eventualmente reconocidos

23
después de varias décadas; y no sin polémicas residuales. Han fraca-
sado, así, liberales, desarrollistas, heterodoxos y ortodoxos; neolibe-
rales y populistas. Aunque cada uno se las ingenió para trasmutar su
frustración en “victorias morales”; simientes de próximas batallas a
librar en condiciones más propicias.
Las elecciones nacionales de octubre de 2019 poseen pocos pre-
cedentes históricos. Sus resultados las aproximan a las de 1946, 1983
y 2015 porque nunca como en estas cuatro instancias, la representa-
ción política ha expresado tan cabalmente la binariedad endémica
del país. Se reflejará en la composición de la Cámara de Diputados
y en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, que concentra
el 38% del padrón electoral y que aporta el 36% del PBI nacional.
Un resultado que ha despertado en muchos observadores la ilusión
de un poder republicanamente compartido y la recomposición del
sistema bipartidista de los albores de la actual democracia que, desde
1989, se fue diluyendo en sucesivos experimentos de vocación hege-
mónica. Habrá que ver si esta paridad se preserva o, como tantas otras
veces, deriva en una nueva tentación hegemónica o en un escenario
más complejo –y también conocido– de anarquía y vacío de poder.
Analicemos a continuación sus componentes políticos.

***
De un lado, la coalición democrática republicana de centro derecha
–Cambiemos, hoy Juntos por el Cambio– que hereda el espacio históri-
camente ocupado por el pionero partido radical, exponente de las clases
medias de origen inmigratorio europeo al que se le han sumado las clases
altas huérfanas de expresión representativa desde los años cuarenta. Del
otro, una coalición de fragmentos peronistas que pretende encarnar la
continuación del movimiento surgido durante la segunda posguerra
como consecuencia de la industrialización abierta por la crisis de 1930
y que representa a las masas obreras urbanas y pobres del Interior.
Pero ni Juntos por el Cambio es análogo al viejo radicalismo, ni el
kirchnerismo-peronismo equivale a aquel Movimiento fundado por
Perón en 1946. Ambos proceden de un curso traumático: la progresiva

24 Jorge Ossona
desarticulación de las robustas fuerzas políticas que habían fraguado
tras el fin del largo interregno pretoriano abierto entre 1955 y la ins-
tauración democrática de 1983. En el caso del radicalismo, porque tras
su salida del gobierno en medio de la hiperinflación de 1989 sufrió
un debilitamiento solo contenido por la figura del tercer gran líder
político del siglo xx: Raúl Alfonsín.
Merced a su poco discutida autoridad, fue posible el pacto que
actualizó a la Constitución Nacional en 1994, y que contribuyó a la
conformación de una alternativa al peronismo menemista-duhaldista
de los noventa: la Alianza. Ésta conjugó al radicalismo con los retazos
del peronismo de izquierda, fugado por el giro neoconservador que
Menem le imprimió a su partido durante la larga década de su gobierno.
Su victoria electoral en 1999 generó una nueva ilusión republicana. Pero
su veloz desarticulación interna y la renuncia de su presidente, Fernando
De la Rúa, dos años más tarde, habilitó el retorno tumultuoso de un
peronismo que desde 2005 reincidió en la tentación dominante.
El hegemonismo menemista, por su parte, redujo al partido terri-
torial heredado del viejo movimiento corporativo a un conglomerado
de poderes provinciales y municipales de los que emergió azarosa-
mente el kirchnerismo. Éste, lejos de intentar recomponer al Partido
Justicialista, especuló con subsumirlo en una vasta coalición de radi-
cales e izquierdistas, peronistas o no. Pero el experimento encalló,
ensayando una sucesión de escisiones que se agravaron con la muerte
de Kirchner en 2010 y por el autoritarismo del segundo gobierno de
su viuda desde 2011.
Durante los cuatro años siguientes, desde Propuesta Republicana
–un partido municipal de la Capital Federal que desde la reforma
constitucional de 1994 logró el estatus autonómico de una provin-
cia– se fueron sentando las bases de la coalición que en 2015, con el
apoyo del radicalismo, fraguó en Cambiemos. La misma que acaba
de ser derrotada por el kirchnerismo que en el curso de 2019 fue arti-
culando un original frente panperonista. En el nuevo oficialismo con-
fluyen en latente tensión sectores tan distintos como el filochavismo
kirchnerista hasta el misterioso “liberalismo progresista popular” del

Argentina: La encrucijada histórica de un país binario 25


Los vencedores Presidente Alberto Fernández, pasando
no resisten la por la derecha ortodoxa sindical, el colec-
tentación de tivismo de los movimientos sociales de
sentirse ungidos desocupados y el conservadurismo de los
por el ‘pueblo’, poderes provinciales. En torno de estos
no del gobierno últimos, conviven distritos pobres regidos
sino del ‘poder’, por despotismos cuasi feudales y nepóticos
mientras que del Noroeste y Nordeste del país; la poco
los vencidos poblada y minera Patagonia; los distritos
aguardan con ricos y modernos de la Pampa Húmeda, y
ansiedad el el bricolage bonaerense, sede del anillo que
fracaso de su rodea a la capital federal y que concentra
contrincante al 40% de la pobreza del país.
hasta su El peronismo que ha recuperado el
próximo turno gobierno lo ha hecho en medio de una
crisis –en parte heredada de la gestión
macrista, aunque también de los extravíos del kirchnerismo durante
los doce años de su régimen– que le ha quitado ese encanto pasional
de sus orígenes heroicos en la posguerra, de su victorioso retorno en
1973, del folklóricamente seductor menemismo en 1989, y el de la épica
kirchnerista mediáticamente explotada durante la última gestión de
Cristina Fernández. En suma, una maquinaria de poder desangelada
de dirigentes, solo aglutinados en torno de una marca política que les
garantiza un poder de contornos poco republicanos.
Así lo prueba su última regeneración: una jefa depositaria del poder
real que se reserva la vicepresidencia, un cargo institucionalmente poco
trascendente en la historia del país; y que nombra como Presidente a un
ex ministro suyo y de su esposo, pero que desde su salida del gobierno
había devenido en el crítico más acérrimo y perspicaz de su gestión hasta
su repentina reconversión promediado el año pasado. Un escenario de
difícil comprensión para el profano, aunque naturalizado por la cultura
política dominante local. Y una cohabitación solo viable en tanto se
estuviera gestando en el país –y particularmente en el peronismo– una
verdadera revolución cultural.

26 Jorge Ossona
Desde la muerte de su fundador, el viejo movimiento nacional
estuvo regido por la impronta de sus jefes presidentes. Así transcurrie-
ron el menemismo, el kirchnerismo, el cristinismo y hasta, brevemente,
el duhaldismo. ¿Será el Presidente Alberto Fernández el artífice del
“fernandismo” o del “albertismo” arrastrando como furgón de cola a
la verdadera depositaria de los votos que se ha reservado para si y su
guardia de hierro de jóvenes militantes los principales resortes juris-
diccionales y burocráticos del poder? Difícil de imaginar, porque la
debilidad institucional de las fuerzas políticas históricas heredada de
la crisis de 2001 se mantiene inconmovible y solo atemperada por estas
delgadas capas de coaliciones que pueden disolverse como hielo en
el agua a ambos lados de la grieta. Síntoma político que se ajusta a la
intensa fragmentación experimentada por la que fue hasta hace solo
unas décadas la sociedad más integrada de Latinoamérica.
Recorramos brevemente los orígenes históricos de la fractura que
diversos autores han denominado de diferentes maneras. Por citar solo
las más emblemáticas: “empate hegemónico”, “puja distributiva de
suma cero”, “bloqueo recíproco” o “pendularidad histórica”. El camino
nos conduce desde la superestructura política hacia la matriz material
y al conflicto distributivo surgido del desenlace desconcertante del
experimento más exitoso y excepcional de Iberoamérica entre finales
del siglo xix y la crisis de 1930.

***
Tras setenta años de guerras civiles interregionales en el desvalorizado
extremo meridional del antiguo Imperio Español tras su emancipación,
un conjunto de élites provinciales se propusieron inventar una nación,
para lo que se requería de dos ingredientes ausentes en este finis terrae:
población –Argentina contaba hacia 1870 con menos de dos millones
de habitantes, una demografía que tornaba inviable un Estado Nacio-
nal en un territorio tan extenso y heterogéneo como el que resultó de
su organización política– y capitales capaces de movilizar el potencial
agrícola de sus llanuras orientales disminuyendo los costos logísticos
desde las zonas de producción hacia los puertos de embarque.

Argentina: La encrucijada histórica de un país binario 27


Resueltos todos los conflictos jurisdiccionales con la federalización
de la ciudad de Buenos Aires en 1880, el flamante país se convirtió en
una verdadera esponja de trenes, frigoríficos e inmigrantes europeos
procedentes de los últimos contingentes ofrecidos por las industria-
lizaciones tardías de la Europa Mediterránea y central. Así y todo,
la maquinaria agroexportadora y sus servicios urbanos concomitan-
tes demandaron más mano de obra que la que llegaba aluvialmente.
Con una moneda sana y estable desde 1890, la combinación de salarios
altos, una cultura de la austeridad y el ahorro y una educación estatal
gratuita y laica destinada a los hijos de la mitad de los europeos que
optó por radicarse, surgieron clases medias propias de un país desa-
rrollado aunque aun escasamente industrializado.
Pero los rigores del siglo xx, con sus dos guerras mundiales y
su Gran Depresión de 1929 significaron para la prometedora Repú-
blica una estocada mortal. La crisis de 1930 terminó de confirmar
una tendencia subrepticiamente anunciada durante los años de la
primera posguerra: el mundo europeo industrial fue cerrando sus
mercados a las importaciones de alimentos argentinos. Fue la fuerza
de la sociedad construida durante el medio siglo anterior la que hizo
posible un nuevo prodigio: preservar los contornos inclusivos del
país convirtiendo a la masa de desocupados urbanos y a los quebrados
chacareros de origen europeo de las provincias litoraleñas en un mul-
titudinario proletariado industrial de manufacturas primordialmente
textiles confeccionadas con materias primas locales.
Hacia la segunda posguerra, los precios excepcionales de sus expor-
taciones hicieron suponer a su clase dirigente que habrían de soste-
nerse a raíz de una tercera guerra mundial en puertas entre la URSS
y los EE.UU. De ahí que los conjugaran con un proteccionismo que
preservó a las industrias textiles y de la construcción de la década
anterior sumándolas a las metalmecánicas pero que, a diferencia de
las anteriores, eran más dependientes de materias primas importadas.
Pero la nueva guerra no ocurrió y la suposición sobre el futuro de
los términos de intercambio no fue sino un espejismo. Terminada
la posguerra, los precios de los alimentos se normalizaron en los

28 Jorge Ossona
términos posteriores a la Gran Depresión, confirmando una tendencia
estructural irreversible.
Simultáneamente a ese yerro histórico, el peronismo plasmó un
Estado de Bienestar pionero; aunque según los criterios ideológicos
no de los triunfadores de la guerra, sino más bien de los derrotados
totalitarismos de entreguerras que aislaron al país internacionalmente.
Los salarios reales, que por razones estructurales y demográficas eran
diferencialmente altos en el país, se elevaron hasta un 50% aunque por
decisiones administrativas inherentes a los intereses políticos del nuevo
movimiento y, por lo tanto, desconectados de la productividad de un
agro estancado y de una industria protegida. El déficit fiscal, procedente
de la necesidad de subsidiar a los sectores urbanos industrializados
concentrados en un mercado interno exiguo con los raquíticos exce-
dentes de las exportaciones agrícolas, generó el fenómeno que desde
entonces habría de trazar la nueva excepcionalidad del país, aunque
de signo inverso al del igualitarismo fundacional: la inflación.
Caído el primer peronismo en 1955, el agravamiento de la denegación
recíproca de legitimidad política entre el movimiento proscripto, fuerzas
no peronistas fragmentadas y un poder militar pretoriano agravaron
el sistema de exclusiones políticas. Este atizó a otro de los contenidos
socioeconómicos organizado en torno de dos bloques: el agropecuario y
el urbano-industrial. Mientras que el primero se recuperó, preservando
su rol casi exclusivo de proveedor de divisas, el segundo, que las consu-
mía, se diversificó merced a un breve pero intenso flujo de inversiones
extranjeras en ramas como la siderurgia, la automotriz, la química y la
petroquímica. El país creció tanto como se agravó la puja distributiva.
La crisis política y la socioeconómica se potenciaron recíproca-
mente a costa de un Estado cada vez menos investido de autoridad
para mediar entre contrincantes sumidos en una permanente gue-
rra de posiciones sobre la base del balance macroeconómico entre
exportaciones, inflación y devaluaciones. Un empate en el que cada
jugador carecía de capacidad para imponer su patrón de desarrollo
pero sí para impugnar al otro cada tres o cuatro años. El crecimiento
espasmódico se fue agotando hacia principios de los setenta, al tiempo

Argentina: La encrucijada histórica de un país binario 29


que la crisis política fue abriendo cauce a una violencia en la que los
extremos desplazaron a los centros, enfrascándose en una cruel guerra
de aparatos. Después de una breve y traumática restauración peronista,
esta desembocó en la última dictadura militar.
El régimen trató de clausurar el conflicto político y el socioeco-
nómico mediante una represión sangrienta y una apertura comer-
cial y financiera para aliviar el déficit fiscal lubricando un desarrollo
agroindustrial extrovertido, menos dependiente del subsidio público.
Pero la puja continuó; esta vez, en torno de los proyectos políticos de los
distintos jefes militares y sus respectivas clientelas civiles de empresarios,
políticos y sindicalistas. La indomable inflación clausuró el experimento,
dejando en los grandes centros industriales una zaga de desocupados
desconocida. Tras la orgía de violencia comenzada a fines de los años
sesenta que culminó con la Guerra de las Malvinas, la restauración
democrática, con sus sólidas formaciones partidarias reconciliadas,
pareció comenzar a desandar el binarismo políticamente excluyente.
Pero la fragmentación social excluyente, que no hizo más que
acentuarse durante los cuarenta años siguientes, fue incubando, así,
un nuevo conflicto; esta vez, entre sectores modernos, que entre los
años ochenta y los noventa se expandieron hacia mercados interna-
cionales, y la masa de desocupados excluidos de la representación sin-
dical en los grandes conjuntos urbanos, cuya contención fue asumida,
administrativa y conservadoramente, por los gobiernos provinciales y
municipales, a los que se les sumaron desde los 2000 los movimientos
sociales. Es en ese sector en el que el peronismo kirchnerista talló su
intento hegemónico desde finales de los 2000, al tiempo que la masa
residual de trabajadores industriales y de los servicios formales, y otra
intermedia semiformal entre la pobreza y las clases medias, bascula
entre distintas opciones frustrando el perpetuacionismo dinástico
connatural del hegemonismo.

***
Hemos descrito aquí las claves básicas de la encrucijada histórica en
la que se debate la Argentina contemporánea. En una América Latina

30 Jorge Ossona
afectada por un ciclo económico decepcionante para sus productos
pero que no ha dejado de crecer modificando estructuras sociales
arcaicas, Argentina vuelve a ser una excepción, aunque por razones
inversas a las de hace un siglo. Tras su aparente recuperación durante
los años noventa, interrumpida por el tsunami de 2001, el país se ha
convertido en una mancha venenosa para las inversiones extranjeras
y de los propios argentinos, que desde 1977 han aprendido a defen-
derse de la inflación fugándose hacia el dólar. De hecho, la economía
impulsada por la capacidad instalada residual de los noventa se ha
estancado desde 2011 hasta el punto de que el volumen de exporta-
ciones se ubica un 20% por debajo de 2007 y su PIB per cápita es el
mismo que el de hace una década.
¿Sera factible salir de esta saga de corsi e recorsi que la mantiene
prisionera de la arcadia de un presente que se referencia en diferen-
tes versiones idealizadas del pasado sin proyecciones de futuro? La
respuesta es por ahora imposible. La historia constituye un flujo de
desenlaces abiertos. Basta un pequeño cambio para que se produzca
una impensada reacción en cadena; para bien o para mal. Tal vez nos
quede como referencia para la búsqueda de un nuevo consenso, como
el quebrado hace casi un siglo, la calidad de aquellos acuerdos que, entre
los años 1852 y 1880, fueron superando las guerras civiles rioplatenses
postemancipatorias. No fue un proceso lineal, pero en su transcurso se
fueron soldando conflictos y acordando políticas públicas en torno de
una utopía que, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, convirtió
a este lejano confín del antiguo imperio español en el sexto país del
planeta. Al cabo, la esperanza es lo último que se pierde. •

Jorge Ossona es profesor de Historia en la Facultad de Ciencias


Económicas de la Universidad de Buenos Aires, e investigador
en el Centro de Investigación en Estudios Latinoamericanos
para el Desarrollo y la Integración. Colabora en medios de
comunicación, como los diarios Clarín y La Nación.

Argentina: La encrucijada histórica de un país binario 31


E N P O R TA D A

SER MUJER EN
LATINOAMÉRICA
Y EL CARIBE,
HOY
Lo más destacable de la situación actual
de las mujeres latinoamericanas es la
sororidad. Allí está puesta la esperanza,
en el encuentro, en haber aprendido que la
lucha no se da respondiendo a un esquema
de poder vertical, sino horizontal.
C L AU DI A PI ÑE I RO

32
A
finales de enero de 2020 se llevó a cabo en Chile,
en la sede de la CEPAL (Comisión Económica
para América Latina y el Caribe), la xiv Confe-
rencia Regional sobre la Mujer de América Latina
y el Caribe. Tras una semana de debates y discu-
siones se presentó un documento que lleva por
título: Insistimos, Resistimos y Avanzamos. No se me ocurre mejor
fórmula para describir la situación actual de las mujeres que, desde
México hasta la Antártida, nos damos la mano para pelear, juntas,
por nuestros derechos.

• Insistimos, porque ya lo dijimos, porque lo venimos diciendo


hace años, porque lo repetimos las veces que haga falta, cada vez más
fuerte, cada vez con mayor presencia en las calles. La calle hoy, en
cada rincón de Latinoamérica, es feminista. Nuestros reivindicacio-
nes ya habían quedado por escrito después de la Cuarta Conferencia
Mundial sobre la Mujer, celebrada en Beijing en 1995, que marcó un
importante punto de inflexión para la agenda mundial de igualdad
de género. Allí se habló de la mujer y la pobreza, de su educación y
capacitación, de su salud, de la violencia ejercida contra nosotras por
el hecho de ser mujeres, del ejercicio no igualitario en el poder y en
la toma de decisiones, de los derechos humanos de las mujeres, del
medio ambiente, de las niñas. Y aunque aquel enunciado es el marco
de referencia al que volvemos cada vez, debemos insistir, porque en
veinticinco años no se ha avanzado lo suficiente en ninguno de esos
aspectos. Tuvimos logros, pero no tantos como hubiésemos querido,
no en la medida justa, no los que nos merecemos.

• Resistimos, porque nos matan, con violencia de género, dispo-


niendo acerca de nuestros cuerpos, manteniendo la práctica del aborto
en la clandestinidad. Y porque seguimos recibiendo un trato desigual
en el trabajo remunerado y mucho más desigual en el no remunerado.
Los cuidados no remunerados a niños, ancianos o enfermos siguen
siendo, en su mayoría, responsabilidad de las mujeres mientras el resto

33
de la sociedad se aprovecha de esta mano de obra gratuita sin mani-
festar ninguna culpa.
Sin embargo, hemos desarrollado virtudes en esa resistencia. Así
queda expresado en el mencionado documento:

“Estamos acostumbradas a repetir que América Latina y el Caribe


es la región más desigual del mundo y ahora vamos a acostumbrarnos
a decir que somos también la región con el feminismo más potente y
movilizador del planeta”.

A pesar de que el lugar donde llevamos a cabo esa lucha no es el


mejor escenario:

“Nuestro permanente activismo, resistencia y defensa de dere-


chos, se expresan en el marco de Estados y democracias debilitadas y
frágiles, en donde se instalan conservadurismos capaces de criminali-
zar y reprimir la protesta social. Defender los derechos humanos, el
territorio, y ejercer el periodismo, se han convertido en actividades
de alto riesgo. Aún en este contexto de violencia de estado, nosotras
resistimos”.

Un magnífico ejemplo de la resistencia enunciada en el documento


de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer es la coreografía de
protesta conocida como: “Un violador en tu camino”. Creada por el
colectivo feminista chileno Lastesis, fue presentada por primera vez en
Valparaíso en noviembre de 2019. De inmediato se esparció por otras
ciudades de su propio país. Y en poco tiempo atravesó toda frontera:
distintos colectivos se vendaron también los ojos y multiplicaron la
coreografía de denuncia y resistencia por el mundo entero. Aparecie-
ron versiones en idiomas diversos, desde el euskera hasta el quechua,
pasando por el inglés, el alemán, el francés, el catalán, el griego, el
árabe, el turco, el islandés y tantas lenguas más. Hoy, “El violador
eres tú”, gritan a sus propios estados mujeres de todas las latitudes,
tal como lo aprendieron de mujeres chilenas.

34 Claudia Piñeiro
• Avanzamos, porque aún es poco lo que se ha logrado y debe-
mos seguir exigiendo a los Estados que los compromisos asumidos
se transformen en acciones concretas. Falta mucho, y estamos muy
atentas a que debemos mantener los lugares que ya conquistamos: es
de aquí hacia adelante, siempre, ni un paso atrás. ¿Qué falta?

“Exigimos aborto legal, seguro y gratuito, en toda la región; su


penalización y obstaculización deben ser tipificadas como violencias
de Estado porque los derechos sexuales y los derechos reproductivos
son derechos humanos. Exigimos que el cuerpo de las mujeres deje
de ser territorio de conquista para los represores; alto a toda forma de
represión incluido el uso de la violencia sexual como herramienta de
control policial y militar en medio de las crisis en nuestros países, en
particular por las recientes agresiones a las chilenas y nicaragüenses, o
las respuestas en diversos países ante las crisis migratorias”.

El documento también habla de avanzar en el acceso igualitario


a la justicia, la gobernanza paritaria de los distintos países, reparar
desigualdad económica, combatir el femicidio, prevenir los matrimo-
nios y embarazos forzados de niñas y adolescentes, erradicar el acoso
laboral, atender las cuestiones relacionadas con el cambio climático.
Tal vez, algunos de los temas enunciados en el documento de San-
tiago de Chile no le resulten ajenos a mujeres de otros continentes.
Pero en Latinoamérica hay causas de tal urgencia que no nos permiten
avanzar con otras reivindicaciones, también justas y necesarias. Para
nosotras hay dos demandas perentorias, porque en ellas se nos juega
la vida: el derecho al aborto y la protección frente a la violencia de
género. Sobre estos dos tópicos quisiera insistir de manera especial.

Aborto legal, seguro y gratuito


El pañuelo verde que reclama aborto legal, seguro y gratuito, nació en
Argentina y hoy recorre toda América Latina. Es una marea verde que
baña el continente entero, incluso los dos únicos países donde el aborto
ya es legal: Uruguay y Cuba. Que sea un pañuelo lo que nos representa,

Ser mujer en Latinoamérica y el Caribe, hoy 35


tiene un alto poder simbólico en Argentina: fueron pañuelos blancos
los que acompañaron a las madres de Plaza de Mayo en las protestas
por sus hijos desaparecidos durante la última dictadura militar.
En el año 2018 fui contratada para presentar al escritor cubano
Leonardo Padura. Para mí, además de un trabajo, significaba un placer
y un honor hacerlo. Justo en ese mismo año se discutía en Argen-
tina la ley de aborto legal seguro y gratuito. Si bien el proyecto fue
aprobado en la Cámara de Diputados, más tarde se rechazó en el
Senado. Mi participación, tanto en los debates, como en las mani-
festaciones en las calles a favor de la ley, fue muy activa. Al anun-
ciarse que iba a ser yo la encargada de impartir la conferencia de
presentación por la publicación de la última novela de Padura, gru-
pos antiderechos –hasta doscientos por día– se organizaron para
llamar a los organizadores de la charla pidiendo que se me retirara
del evento debido a mi militancia. Finalmente, y a pesar de las pre-
siones, primó la sensatez y el derecho, y no se concretó la pretendida
censura. La respuesta de Leonardo Padura cuando un periodista de
Buenos Aires le llamó para preguntarle qué opinaba sobre la situa-
ción de censura que se había dado con motivo de la presentación de
su novela, fue: “Pero cómo, ¿en la Argentina no es legal el aborto?”.
No era el único sorprendido. Como él, muchos colegas de distintas
latitudes mostraron su asombro al enterarse de que en Argentina,
un país que consideraban progresista, con un pensamiento avanzado
en otras cuestiones –existe la ley de matrimonio igualitario desde
hace diez años–, la mujer que quiere abortar ha de hacerlo en clan-
destinidad, y si es descubierta va presa. Por defender el derecho a la
interrupción voluntaria del embarazo hubo muchas mujeres perse-
guidas. Algunas con violencia física, otras con persecución y agre-
sión en redes, según consta en el informe de Amnistía Internacional:
“#CorazonesVerdes, violencia on line contra las mujeres durante el
debate por la legalización del aborto en Argentina”, presentado en
noviembre de 2019.
A pesar del fracaso de la ley en el Senado argentino, el aborto tuvo
un logro importantísimo en 2018: la palabra dejó de estar prohibida

36 Claudia Piñeiro
y se consiguió la despenalización y su aprobación social. Mujeres
que hacía décadas habían abortado sin contárselo a nadie pudieron
decirlo a sus compañeros, amigas, hijos e hijas. Y se encontraron con
otras personas gestantes que habían pasado por la misma situación,
lo que significó una gran reparación para todas.
El actual presidente, Alberto Fernández, se manifestó reiteradas
veces a favor de la legalización del aborto como una cuestión de salud
pública que debe estar protegida por el Estado. Y se comprometió
públicamente a presentar, él mismo, un proyecto de ley. A pesar de las
especulaciones, nada cambió después de su visita al Vaticano a fines de
enero 2020, por lo que las mujeres argentinas tenemos la convicción
de que este año será aprobada finalmente la ley de aborto legal, seguro
y gratuito. Dicha ley se sumará a la legislación ya existente desde 1921,
que prevé la interrupción del embarazo por causa de violación, salud
o riesgo de vida de la madre.
Cabe destacar que en Argentina hay grupos antiderechos que se
ocupan de impedir por distintos medios que se realicen los abor-
tos establecidos por las causas ya previstas en la ley vigente o que se
imparta educación sexual integral en las escuelas. Por lo tanto, sabe-
mos que, a pesar de que la nueva ley sea aprobada, habrá que seguir
peleando en la justicia y en las calles para que se aplique.
El informe de periodistas feministas de América Latina y el Caribe
para el medio Latfem, dice:

“Las estimaciones oficiales dicen que se realizan aproximadamente


54 abortos por hora, es decir 1.300 por día. Por año se calcula que la
cifra oscila entre 370.000 y 520.000. Desde 1985 hasta 2016 al menos
3.040 mujeres murieron por abortos practicados en condiciones de
riesgo en Argentina, según datos oficiales y públicos de la Secretaría de
Salud de la Nación. En 2017 hubo 30 muertes por aborto registradas”.

En Chile, también en el año 2018, un grupo de diputadas presentó


un proyecto para despenalizar la interrupción del embarazo hasta la
semana 14 de gestación. Antes de eso, en 2017, se había aprobado la

Ser mujer en Latinoamérica y el Caribe, hoy 37


ley de despenalización del aborto por tres causas. Tanto la ley vigente
como el nuevo proyecto presentado se enfrentaron con muchas barre-
ras, desde una sociedad conservadora hasta un presidente, Sebastián
Piñera, que dijo que el aborto “no es agenda del ejecutivo”.
En Ecuador, en septiembre de 2019, por sólo cinco votos no se
logró que la Asamblea Nacional aprobara la reforma del Código
Penal, de manera que se extendiera la despenalización del aborto a
casos de violación, incesto, malformaciones letales del feto e inse-
minación artificial no consentida. Por su parte, en México, también
en septiembre de 2019, el Estado de Oaxaca aprobó la interrupción
del embarazo hasta la semana 12, derecho que ya existe en Ciudad
de México y otros pocos estados.
En Brasil el aborto está permitido por causas como la violación,
anencefalia del feto, o peligro de vida de la persona gestante. Según
la publicación de Latfem, se realiza un aborto por minuto, el 60
por ciento de quienes lo hacen son personas de entre 18 y 29 años, y
muere una mujer por complicaciones en abortos clandestinos cada
dos horas. No parece que esto vaya a mejorar bajo el gobierno de
Jair Bolsonaro. En septiembre pasado activistas brasileñas denun-
ciaron ante la Cámara de Diputados que sólo en un 43% de los
hospitales se aplica el protocolo previsto. El lema de las activistas
es, “Ni presa, ni muerta”.
El Salvador presenta el régimen legal más punitivo frente a la
mujer que aborta. Está prohibido incluso si la vida de la madre está
en juego, con penas de seis meses a doce años de cárcel. Según la ley
salvadoreña, es delito de aborto toda interrupción del embarazo hasta
la semana 20 de gestación. A partir de allí ya no es aborto, sino homi-
cidio agravado, con la pena de prisión más alta del Código Penal: 30 a
50 años. Todo el movimiento feminista latinomaericano se pronunció
en agosto de 2019 para reclamar la libertad de la salvadoreña Evelyn
Fernández, que tras parir un bebé muerto fue condenada a treinta
años de cárcel. Después de estar presa más de tres años, y gracias a
las presiones y demandas sociales, fue absuelta. El mismo informe de
Latfem, concluye:

38 Claudia Piñeiro
“En el territorio latinoamericano el 97 por ciento de las personas
gestantes en edad reproductiva viven en países en donde la ley de aborto
es altamente restrictiva”.

Violencia de género y feminicidio


En el año 2019 hubo 327 feminicidios en Argentina, según el informe
del Observatorio de Violencias de Género “Ahora que sí nos ven”.
Una mujer fue asesinada cada 24 horas en diciembre pasado. Para
la ley argentina, feminicidio, o femicidio, es el asesinato de una
mujer por serlo, no es necesario que el acusado tenga vínculo con
ella. El 63% de los feminicidios fueron cometidos por parejas o ex
parejas de las víctimas. En total, 251 niñas y niños perdieron a sus
madres como consecuencia de actos de violencia machista. A partir
de 2020, con la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y
Diversidad, este observatorio se incorporó a dicho ministerio y es
de esperar que, a partir de sus datos, surjan políticas públicas para
prevenir esta violencia inaceptable.
Los números en otros países latinoamericanos no son mejores.
Según un informe de la CEPAL de noviembre de 2019, “al menos
3.529 mujeres fueron asesinadas en 2018 por razones de género en
veinticinco países de América Latina y el Caribe, aunque los datos
reales podrían ser mucho más altos ya que en algunos países sólo
se recopilan como feminicidios o femicidios los cometidos por la
pareja o expareja de las víctimas”. Para Alicia Bárcena, secretaria
ejecutiva del organismo: “Las cifras recopiladas por la CEPAL, en
un esfuerzo por visibilizar la gravedad del fenómeno, dan cuenta
de la profundidad que alcanzan los patrones culturales patriarcales,
discriminatorios y violentos en la región. Los números indican que
los países con más altas tasas de feminicidio son El Salvador, Hon-
duras, Guatemala, la República Dominicana y Bolivia, que ocupa
el primer lugar en Sudamérica”.
El movimiento #NiUnaMenos ha visibilizado esta problemática,
con marchas e intervenciones de distinto tipo, tanto en Argentina
como en toda la región.

Ser mujer en Latinoamérica y el Caribe, hoy 39


Conclusión
“América Latina será toda feminista”, gritábamos en las calles cuando
nos convocaba alguna de estas causas. América Latina ya es toda
feminista. Nos damos la mano unas a otras y apoyamos las luchas en
cualquier lugar de la región. Creo que eso es lo más destacable de la
situación de las mujeres latinoamericanas hoy: la sororidad. Allí está
puesta la esperanza, en el encuentro, en haber aprendido que la pelea
no se da respondiendo a un esquema de poder vertical sino horizontal.
Sin embargo, debemos estar alerta sobre los riesgos que corre-
mos, no olvidemos lo que Margaret Attwood nos confió en su pró-
logo a El cuento de la criada: que la distopía no es sólo fruto de su
imaginación, sino una toma de consciencia sobre ciertos casos reales,
tan siniestros como el más siniestro que pudiera haber imaginado.
La escritora canadiense da varios ejemplos, entre ellos, la apropia-
ción de bebés durante la dictadura militar en la Argentina, y el
uso del cuerpo gestante en cautiverio como máquina para parir y
luego descartar.
Cualquier disparate, cualquier inmoralidad, cualquier preten-
ción descabellada sobre el destino de las mujeres, puede encon-
trar un grupo de personas que decida llevarla a cabo. Pero sólo si
el resto de la sociedad lo permite. Es de esperar que ya no, porque
ahora no estamos solas, porque ahora sí nos ven. En este siglo xxi
las mujeres nos hemos unido y hay hombres que acompañan con
lealtad nuestras luchas. “Insistiremos, resitiremos y avanzaremos,
a paso firme de mujer”. •

Claudia Piñeiro es escritora. Su último libro publicado es


Catedrales.

40 Claudia Piñeiro
E N P O R TA D A

EL GOBIERNO
DE CHILE Y LAS
MANIFESTACIONES
NACIONALES
Las protestas callejeras se hicieron
no por 30 pesos –que era el alza del precio
del Metro–, sino por 30 años de abusos,
privatizaciones y corrupción, aunque
lo más probable es que continúen
la crisis y la falta de soluciones.

M A R IO B OE RO VA RGA S

42
L
as principales consideraciones que se pueden formu-
lar, grosso modo, y sin ceñirnos de forma extrema a la
contingencia periodística de Chile, relativas a las mul-
titudinarias manifestaciones de protesta a partir del
18 de octubre de 2019, pueden ser llamativas en varios
aspectos: no guardan una motivación concomitante con
las demostraciones de fuerza y resistencia ciudadanas en las calles
en años pasados, a raíz de la larga represión dictatorial de Augusto
Pinochet (1973-1990); y tampoco es una sensibilidad que se enlace
con las masivas demostraciones populares de rechazo al gobierno
militar debido a la convocatoria de un plebiscito en 1988 planteado
por el propio mundo castrense (cuyo triunfo contra éste se logró con
la presidencia democristiana de Patricio Aylwin).
Aunque la dinámica que ha significado la emergencia de las recien-
tes manifestaciones en calles de Chile puede producir en el imaginario
social latinoamericano un cierto aire de familia con antecedentes de
esos acaecidos procesos, la realidad es que toda esta novedad emerge
por causas o estímulos distintos a los pretéritos. En términos históri-
co-teóricos, además de otros factores, se puede sugerir que con estas
demostraciones de fuerza y rebeldía en cierto modo se revela en Chile
una práctica típica de “espontaneísmo de las masas” (tan querida de
forma clásica por el pensar anarquista de Bakunin o Kropotkin), al ser
completamente imprevisible y repentina esta marea ciudadana en el
país, además de abandonada, en su seno, por todo tipo de liderazgo,
controles o direcciones político-partidistas.
Con todo, con anterioridad a estas extraordinarias demostracio-
nes de descontento, frustraciones y desacatos de la sociedad chilena,
existen y están latentes dos sensibilidades críticas que interpelan y
afectan, irritan y quitan moral, desde hace décadas, a esta misma socie-
dad (ambas en cierto sentido contribuyen y despiertan la protesta
y las imprecaciones al gobierno de hoy) que son: el enjuiciamiento
permanente a los militares criminales por violaciones de los derechos
humanos (que se hacen inagotables en los tribunales), y los numero-
sos y perturbadores casos de pederastia en la Iglesia Católica (cuya

43
patética culminación se revela en los abusos, agresiones y violaciones
del destacado jesuita Renato Poblete, antiguo director del llamado
“Hogar de Cristo”).
Es posible imaginar que ambas dinámicas influyen o inciden de
forma compacta en la serie de malestares ya sobrevenidos desde hace
años en el pueblo y la ciudadanía chilena. Creemos que una vez sobre-
pasados los niveles de cansancio, tedio, abulia, indolencia, injusticia y
dolor con respecto al sistema creado por “constitucionalistas” a pro-
pósito de la acaecida Auctoritas de Pinochet, emergen y se activan en
Santiago muchísimas perturbaciones pendientes. La raíz de todo ello,
en último término es la implantación y el ejercicio durante décadas
de un neoliberalismo inédito en el país (y muy poco diseñado en el
mundo en ese momento del golpe) lo que causa nefastos efectos en la
vida económica, política, cultural, social, pública o privada en miles
y miles de ciudadanos (salud, pensiones, educación, ocio, transporte,
tiempo libre).
Hagamos notar que este hastío por las “desgracias” de Chile puede
condensarse en esas dos sensibilidades señaladas, que acaban por servir
de acicate para activar en la calle los sufrimientos previos. Es verdad
que el inicio de la protesta viene dado por ese anuncio del gobierno
de Sebastián Piñera de subir unos pocos pesos el precio del Metro
(cuyo paradigma histórico está previamente señalado por otra protesta
sobre el transporte en los años cincuenta en Santiago con la llamada
“revolución de la chaucha”), pero lo que probablemente irrita del
todo no es solo esto. Es el cúmulo de antecedentes que están por
explotar cada nuevo día, a medida que la ciudadanía observa, en el
statu quo fomentado por la élite política chilena y en la denominada
intelligentsia nacional, la indiferencia ante la desmedida desigualdad
social y la extraordinaria opulencia de aquellos.
Hagamos notar además que el repentino desorden y el malestar
social revelado en las calles de Chile puso en alerta, de forma atípica,
al gobierno de Piñera en vista de su relación con las Fuerzas Arma-
das. Mientras el presidente plantea y pone en marcha el estado de
emergencia y el toque de queda en octubre de 2019, declarando que

44 Mario Boero Vargas


“estamos en guerra”, el portavoz superior del ejército confiesa que no
está frente a ningún caso bélico. Sobre todo, se ha considerado que
esta formulación del Estado Mayor del ejército ha sido un modo muy
particular de advertir su nulo interés por involucrarse en las tareas
de control en las poblaciones y calles de Chile, especialmente por la
toma de conciencia del propio ejército sobre el desprestigio total de
las fuerzas armadas en su dinámica autoritaria con Pinochet. Quien
controla las calles manteniendo el orden público en Santiago es en
realidad la policía de Carabineros cuyo cuerpo tiene heridos y afecta-
dos por docenas, al igual que la serie de mutilados y fallecidos civiles
en el conflicto urbano acaecido durante meses en el país.

***
Subrayemos que, durante los álgidos días de perturbación social en
el país, el propio Manuel Castells, actual ministro de Universidades
del gobierno de Pedro Sánchez, en una conferencia en Valparaíso en
noviembre de 2019 explicaba que, en realidad, era de suma importancia
mantener una mirada holística respecto a las protestas concentradas
en Chile. Decía que no podía ignorarse que lo que ocurría aquí era
propio de una crisis global de la democracia representativa, y agregaba
las críticas señales de disconformidad de las acciones de repulsa en
Cataluña, Hong Kong, Bolivia, Irak y en Francia, con los “chalecos
amarillos”. Así, pues, Chile se inscribía en un paradigma caracteri-
zado por entropías de naturaleza regional, económicas, populares, y
también emotivas y sentimentales, tanto en la búsqueda identitaria,
como en la lucha por descubrir consensos relativos a la igualdad y la
dignidad en Sudamérica. En este contexto, resulta algo muy gráfico
que el propio J. Bolsonaro intente reducir las drásticas medidas propias
de “su” capitalismo en Brasil, con la intención de minimizar posibles
protestas si aquellas se vieran puestas en marcha.
Castells señalaba en su charla a un planeta convulso, aunque el
mínimo común denominador de todo este secular contenido entró-
pico descansa, según su opinión, y a juicio de otros, en los obstáculos e
interferencias del neoliberalismo a las ansias o afanes de emancipación

El gobierno de Chile y las manifestaciones nacionales 45


del sujeto colectivo por transformar su existencia. El teólogo y eco-
nomista Franz Hinkelammert, por su parte, en estudios académicos
avanzados desde América Central, considera que es la idolatría del
mercado y del consumo lo que está mutilando de fondo el desarrollo
integral de la vida humana. Para muchos, el resultado de este totalita-
rismo, a la larga, sería eliminar las ansias liberadoras para evolucionar
en solidaridad y cooperación, tanto en los círculos progresistas del
mundo rico como en los espacios propios de América Latina.
Precisamente por haberse originado en Chile esa ingeniería eco-
nómica dislocada gracias a los “Chicago boys” se ha podido leer en los
muros del país que “el neoliberalismo nació en Chile y aquí morirá”.
Ese nacimiento sin duda se recuerda, en el pueblo pobre, como un
horrible pasado. El resentimiento de años y años de injusticia y dolor
–a propósito de Milton Friedman– causa hoy en las clases populares
del siglo xxi protestas y denuncias que, en su tiempo, fueron sofo-
cadas por Pinochet. En este sentido resulta lógico y razonable leer
soflamas y slogans en la capital que declaran que se protesta “no por
30 pesos –que era la modificación al alza del precio del Metro– sino
por 30 años” (de abusos, privatizaciones y corrupción). Con ello emo-
cionalmente parece repararse un pasado opresivo de la dictadura y de
sus herederos, lleno de hostilidades y carente de esperanza, con una
vida económica sufriente y con la crueldad de las amenazas letales de
un fenecido ejercicio de la policía secreta de la Junta. Secularizando
políticamente un pensar teológico contemporáneo, este cuadro resulta
ser una especie de realización de una redención de víctimas, pues ahí,
con el grito y la protesta, parecen estar emancipándose las ominosas
premisas sufridas por tantos y tantas en Chile.

***
Las masivas concentraciones ciudadanas, junto a movimientos sociales
diversos, mostraron de forma muy visible la irrupción y la emergen-
cia del neoindigenismo mapuche (además de colectivos animalistas,
ecologistas y feministas). Resultaba revelador la presencia de este
movimiento de naturaleza racial, pues en cierto sentido era una forma

46 Mario Boero Vargas


de otorgarse a sí mismo fuerza dentro de una hipotética nueva Cons-
titución –que empezaría a diseñarse a partir de un plebiscito en abril
del 2020– ya que la contingencia y el corpus histórico-geográfico de
los “pueblos aborígenes” de Chile siempre han estado mal formulados
o francamente ignorados en las legislaciones nacionales. Nunca se ha
querido reconocer del todo este contenido étnico en la larga geogra-
fía de Chile, y pocas veces se ha querido dar por hecho el papel del
mestizaje existente en la sociedad chilena. Como afirma el escritor
Oscar Contardo: “En Chile el primer rastro de pertenencia está en
el propio cuerpo, en la cara, los ojos, el pelo. Es el mestizaje, palabra
que alude a un fenómeno demográficamente evidente, históricamente
ineludible, pero socialmente incómodo”.
Con todo, junto a estas destacadas concentraciones de indígenas,
cabe señalar la preponderancia del movimiento juvenil en las manifes-
taciones. En el anterior gobierno de Piñera (2010-2014) ya se señala-
ron como “la revolución de los pingüinos” las permanentes huelgas en
centros estudiantiles con el fin de protestar, no sólo por la carestía de la
vida, sino por la real dificultad de avanzar en su proceso educativo por
la falta de becas, la escasez de profesores y la mediocridad de la docen-
cia. En aquellos momentos ya se anticipaba lo que ahora terminó por
manifestarse como un problema mucho más profundo para La Moneda
(el palacio presidencial). E incluso en la densa realidad política de estos
recientes meses se han vuelto a rebelar los estudiantes con un serio
boicot a los exámenes de la antigua Prueba de Aptitud Académica, que
califica y registra el cupo y el porcentaje adecuados para incorporarse a
las facultades. Se estima que ello es un callejón sin salida, dado el porve-
nir laboral que ofrece la vida universitaria en Chile. Frente a este boicot,
el gobierno amenazó al cuerpo estudiantil con la Ley de Seguridad
Interior del Estado, que en realidad es la que se aplica al “terrorismo”.
En cierto modo todo ello pone sobre la mesa cómo se ha perdido el
miedo a criticar la construcción de la agotada institucionalidad chilena.
Se considera en mesas organizativas de protesta que, pase lo que pase, y
se hagan reformas o no, el sentimiento de libertad de los participantes
no se borrará fácilmente.

El gobierno de Chile y las manifestaciones nacionales 47


Como resulta pertinente señalar, en las masas ingobernables por
la policía, se han introducido focos caracterizados por ser lumpen
(ese que tanto criticaba Marx por ser siempre contrarevolucionario,
aunque el pensamiento crítico de Walter Benjamin no ve del todo,
en el lumpenproletariat, dispositivos reaccionarios) cuyos efectos han
sido ataques a Iglesias, barricadas con fuego, saqueos a supermercados,
destrucción de estaciones de metro, robos en hoteles, etcétera. La tarea
fundamental del sensato activismo en las marchas ha sido distinguir
la provocación de la legitimidad de la protesta, la destrucción sin
más del hecho festivo del desacato, como así se ha cumplido en la
reciente noche del 31 de diciembre en Santiago, donde no se ha roto
un vaso en el mismo círculo de la Plaza de la Dignidad, previamente
denominada Plaza Italia o Baquedano.

***
Con respecto a un posible consenso interparlamentario en relación
con la puesta en marcha de un plebiscito y una posterior Constitución
(renovada) cabe señalar que destacados partidos de la derecha como
la UDI –Unión Demócrata Independiente–, y RN –Renovación
Nacional–, mantienen posturas muy divergentes con respecto al lla-
mado Frente Amplio (que agrupa extensos sectores de izquierda),
promotor de transformaciones de la sociedad. Incluso por parte de la
UDI actualmente se ha formalizado un “No a la nueva Constitución
y hace un llamamiento nacional “a suspender el plebiscito”.
Lo más probable es que tanto en el Parlamento como en la Cámara
de Diputados, así como en la calle, continúe la crisis, la discordia y
la falta de soluciones respecto al problema institucional que recorre
todo Chile. •

Mario Boero Vargas es profesor y ensayista. Ha publicado


numerosos estudios sobre cultura, política y teología sobre
América Latina. Es miembro activo de la Sociedad Española de
Ciencias de las Religiones (SECR).

48 Mario Boero Vargas


E N P O R TA D A

EL CAMBIO
DE GOBIERNO
EN BOLIVIA (2019)

Una Bolivia premoderna, autoritaria,


conservadora y de origen rural,
se contrapone a una Bolivia moderna,
más o menos democrática, mayoritariamente
urbana y abierta a la innovación.

H . C . F. M A N S I L L A

50
L
o que se puede constatar fácilmente en la Bolivia de hoy
es la existencia de diferentes mentalidades, que se expre-
san en actitudes políticas distintas y a veces opuestas.
Aunque fraudulentas, las elecciones de octubre de 2019,
por un lado, y los acontecimientos de los últimos años,
por otro, nos muestran una Bolivia premoderna, autori-
taria, conservadora y de origen rural (o de urbanización reciente), que
se contrapone a una Bolivia moderna (o en vías de modernización),
más o menos democrática, abierta a los procesos de innovación y
mayoritariamente urbana. La concepción explicitada aquí –una mera
hipótesis explicativa– quiere brindar una aproximación a un fenó-
meno complejo, oscurecido por ideologías aparentemente progresistas
y, en el fondo, simplistas, anticuadas y autoritarias. Los criterios más
importantes de la diferenciación contemporánea, avalados por los
censos nacionales y los estudios sociológicos, son el nivel educativo, el
acceso a la información de todo tipo, las metas normativas de desarro-
llo y la configuración del ocio juvenil, criterios que son transversales
a una buena parte de la población.
Observando datos estadísticos, procesos evolutivos de largo
aliento, la composición social de las universidades y hasta el aspecto
exterior de las manifestaciones mayoritariamente juveniles en las calles
de todas las ciudades bolivianas en octubre-noviembre de 2019, se
puede decir que estamos ante un proceso evolutivo multi-étnico y
no frente a un choque de características raciales. Hasta el mismo día
de su caída (10 de noviembre), el gobierno del Movimiento al Socia-
lismo (MAS), por razones ideológicas y para manipular a segmentos
poblacionales, aseveró que estamos en una situación de colonialismo
interno, de choques raciales y de reacciones violentas de las antiguas
élites, pero esto no resiste un análisis detenido de la realidad. Bolivia,
como casi todos los países del Tercer Mundo, quiere transitar de la
tradicionalidad a la modernidad, y no del capitalismo al socialismo.
La oposición al MAS estuvo conformada en buena parte por
sectores juveniles. Aunque los progresos en la educación han sido
modestos, no hay duda de que la juventud actual está mejor informada

51
y posee una visión mucho más amplia que la generación de sus padres.
Muchos más jóvenes que en tiempos pasados reciben una formación
universitaria y se adhieren a vocaciones profesionales tecnificadas, es
decir provenientes del ámbito del racionalismo occidental. Conocen
y comparten las modas (y las tonterías) habituales en otras latitudes y
tienden, por lo tanto, a alejarse de valores verticalistas y autoritarios
de comportamiento, lo que se advierte rápidamente en el tratamiento
del otro género. La mayoría de los casos de feminicidio ocurre en la
Bolivia con mentalidad premoderna.
Lo que se puede notar fácilmente en los sectores juveniles es un
cierto apego a valores modernos, racionales y pluralistas. Prefieren
la democracia a la dictadura, la alternancia en el poder en lugar del
gobierno ilimitado del caudillo, la diversidad democrática en vez de
la monotonía de una sola ideología permitida. Desde la Revolución
de Octubre en 1917 se puede afirmar que estos valores normativos
nunca han sido comprendidos por socialistas, nacionalistas, populis-
tas e indianistas. Esta es precisamente la situación de la mentalidad
boliviana premoderna. Aquí, en el país, tanto los intelectuales izquier-
distas como sectores premodernos de la población se entusiasman por
consignas como la lucha contra el capitalismo e imperialismo y por el
enaltecimiento de metas difusas pero emotivas, como el culto a veces
excesivo de la dignidad, soberanía e identidad nacionales. Estos valores
resultan anticuados en el mundo globalizado de la actualidad.
En Bolivia y en el resto del mundo los seguidores del socialismo,
el nacionalismo y el populismo han despreciado el Estado de derecho,
la vigencia irrestricta de los derechos humanos y el multipartidismo
político. Esta mentalidad oscurantista, pero recubierta de un halo de
progresismo, les impidió, por ejemplo, darse cuenta de los anhelos
de los pueblos en Europa Oriental durante los sucesos de 1989-1991.
Por ello mismo no se percatan de la pertinencia y legitimidad de los
objetivos que inspiran a los jóvenes bolivianos de nuestro tiempo. Los
socialistas creyeron contar con la única visión científica de la historia
y la política, pero, paradójicamente, se entregaron de cuerpo y alma a
los caudillos más convencionales que la historia conoce, como Stalin,

52 H. C. F. Mansilla
Mao, Pol Pot, los hermanos Castro, el matrimonio Ortega-Murillo
en Nicaragua y Nicolás Maduro en Venezuela, sobre los cuales es
superfluo añadir una sola palabra más.
Manipular política e ideológicamente a los jóvenes urbanos, inde-
pendientemente de su origen étnico-cultural, es mucho más difícil
que antes. No es, obviamente, una tarea imposible. Pero el discurso
del MAS, frívolo y cínico simultáneamente, lleno de falsificaciones
simplificadoras y de mentiras infantiles, con un estilo primitivo y de
confrontación sin motivo válido, ya no atraía a la juventud en proceso
de modernización. Admito que es una juventud sin grandes ideales, con
sentimientos muy limitados de genuina solidaridad y fraternidad y con
gustos estéticos detestables, pero los jóvenes no se sienten interpelados
por una propaganda política anticuada y por líderes corruptos en el
plano ético e ineptos en el ámbito técnico-administrativo.
Los propagandistas del régimen que duró de enero de 2006 hasta
noviembre de 2019 afirmaron que era un proceso de cambio (denomina-
ción oficial del periodo 2006-2019). Su fuerza de atracción en la Bolivia
premoderna, su innegable popularidad y su capital político-electoral
radicaban en lo contrario: en la notable capacidad del régimen de pre-
servar y exacerbar las corrientes político-culturales que vienen de muy
atrás. El MAS contó con la complicidad de los sectores de la econo-
mía informal, que en el plano educativo y cultural se distinguen por
compartir prejuicios anticuados disfrazados de saberes ancestrales. La
cultura del autoritarismo, el paternalismo y el centralismo representa
hasta hoy uno de los pilares más sólidos de una mentalidad colectiva
que se aferra a las pautas del pasado. El modelo educativo del MAS ha
sido el legítimo heredero de las tradiciones coloniales, lo que se puede
advertir en la reforma educativa de ese partido, que trató de diluir toda
influencia del racionalismo occidental y democrático (“imperialismo
cultural”) y más bien perpetuar prácticas memorísticas y jerarquías
severas, bajo el rótulo de recuperar la herencia indígena prehispánica.
Para mantener su capital cultural, el régimen intensificó el carácter
conservador de sus prácticas políticas. Usó el término conservador en
sentido de rutinario, convencional y a veces provinciano y pueblerino y,

El cambio de gobierno en Bolivia (2019) 53


ante todo, machista, paternalista y “prebendalista”. Este legado cultural
se ha transformado en una mentalidad antidemocrática, antipluralista
y anticosmopolita y en una visión acrítica, autocomplaciente y edulco-
rada de la propia realidad. Para utilizar en su provecho estas tradiciones
conservadoras, el régimen no necesitó mucho esfuerzo creativo, sino el
uso adecuado y metódico de la astucia cotidiana. Por ello se explica la
facilidad con que se impuso en la Bolivia premoderna el voto consigna y
el caudillismo autocrático del Gran Hermano. Como corolario se puede
afirmar que este proceso significó en realidad la supremacía de las habi-
lidades tácticas sobre la reflexión intelectual creadora, la victoria de la
maniobra tradicional por encima de las concepciones de largo aliento y
el triunfo de la astucia sobre la inteligencia. Todo esto es lo que no gusta
a la juventud actual. La Bolivia conservadora es la que se orienta todavía
por la contraposición entre patria y antipatria, nación y antinación, que
constituye el fundamento de ideologías nacionalistas e izquierdistas.
Hoy en día el núcleo de estas doctrinas sigue paradójicamente vivo en
concepciones contemporáneas, enriquecidas por las aportaciones de
Carl Schmitt, Walter Benjamin, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.
Aplicadas al caso boliviano, estas teorías postulan una confrontación
elemental y permanente entre una élite capitalista de blancos y una
mayoría de explotados indígenas. Estos últimos, después de una lucha
épica y ejemplar, conducidos por el caudillo popular Evo Morales y el
Movimiento al Socialismo, habrían conquistado el poder en 2006 y
habrían introducido un orden social basado en la igualdad y la justicia
social, régimen que habría sido derrocado en 2019 por un clásico golpe
de Estado de la derecha recalcitrante. Por otra parte, esta concepción
es aún hoy tributaria de la teoría leninista del partido: para ella una
revuelta popular espontánea, inspirada por razones políticas y éticas,
es una aberración, una imposibilidad lógica. Sus partidarios exhiben
así una postura elitaria clásica: solo bajo la sabia guía del partido o de
la organización revolucionaria es concebible un cambio de gobierno.
Esta posición, pese a sus simplificaciones y a su distancia con respecto
a la realidad empírica, está lamentablemente muy difundida en Europa
Occidental, sobre todo en los círculos de “la izquierda caviar”, que no

54 H. C. F. Mansilla
se molesta en un análisis de casos específicos y aplica indiscriminada-
mente a todo el Tercer Mundo una visión romántica y falsa, basada en
doctrinas desahuciadas por la historia.
Es claro que la modernidad occidental no está libre de factores
muy negativos. A escala mundial y de acuerdo con las experiencias
del terrible siglo xx, el modelo democrático-pluralista y la cultura
del racionalismo constituyen simplemente el mal menor, algo muy
razonable en términos históricos realistas, pero difícil de entender
desde una perspectiva de las emociones y los sentimientos –que es la
que favorece el MAS–, porque se trata de un fenómeno anti-intuitivo
y anti-utopista. Una sociedad relativamente culta y próspera, como la
Alemania del periodo 1930-1933, se empeñó mediante elecciones libres
en elegir la peor alternativa imaginable, el régimen nazi. Y Argentina,
un país bastante avanzado, vota desde hace 75 años en comicios irre-
prochables por una patología social aberrante como es el peronismo.
También la Bolivia premoderna, la profunda, es pasajera. Las pau-
tas normativas de comportamiento pueden durar varias generaciones,
pero pueden ser transformadas paulatinamente por la educación y los
contactos con otras culturas. Ahí reside la esperanza para una demo-
cratización profunda de la sociedad boliviana, esperanza fortalecida
por la actitud racionalista y hasta valiente de la juventud urbana.
En realidad una buena parte del pueblo boliviano está relativamente
orgulloso de lo conseguido en las tres semanas de protesta a partir del
20 de octubre de 2019. Una movilización de amplios sectores sociales,
sin un liderazgo verticalista, derrotó a un régimen autoritario que tenía
un notable apoyo popular. Los jóvenes tienen algo de razón cuando
exclaman que Bolivia no es Venezuela ni Cuba. •

H. C. F. Mansilla es miembro de número de la Academia de


Ciencias de Bolivia y miembro correspondiente de la Real
Academia Española. Autor de Introducción a la teoría crítica
de la sociedad, Teoría crítica, medio ambiente y autoritarismo
y El rechazo de la modernidad política y el peligro de la
regresión histórica.

El cambio de gobierno en Bolivia (2019) 55


POLÍTICA

ESPAÑA:
INGOBERNABILIDAD
Y SEPARATISMO
La crisis económica, la corrupción y la esclerosis
de las grandes fuerzas políticas, provocaron en
2014 un periodo de inestabilidad gubernativa
en España que el país no había conocido
desde la recuperación de la democracia.
ROBERTO L. BL ANCO VALDÉS

S
uperada la difícil coyuntura de la Transición, una sólida
estabilidad se asentó en la política nacional. La espec-
tacular victoria del PSOE en 1982, con la que nació lo
que sin lugar a dudas puede denominarse la España
gobernable, no sólo abrió un decenio largo de mayorías
absolutas socialistas, sino que marcó además la con-
solidación de un sistema de bipartidismo imperfecto que dominó la
vida nacional hasta el profundo cambio que se produjo, a partir de
2014, en nuestro sistema de partidos. Bipartidismo imperfecto, cier-
tamente, no sólo porque durante casi la mitad de las legislaturas del
periodo 1982 a 2011 el partido vencedor lo fue sin mayoría absoluta,

56
sino también porque en todas entraron en el Congreso, además de
los dos grandes, otros partidos nacionales o nacionalistas. Por lo que
se refiere a lo primero, en cuatro de esas nueve legislaturas el partido
ganador necesitó pactar la investidura con otras fuerzas para lograr la
mayoría. Por lo que hace a lo segundo, hubo en el Congreso represen-
tación no sólo de pequeños partidos nacionales (CDS, PCE y luego
IU o UPyD) sino también de fuerzas nacionalistas o regionalistas:
CiU y PNV, principalmente, pero también ERC, PAR, PSA y luego
PA, UPN, Foro Asturias, CC o BNG.
Aunque nuestro bipartidismo no fue sólo, claro, consecuencia
del sistema electoral, el establecido en España dificultó sin duda la
aparición de nuevas fuerzas nacionales. En 1977 se configuró un sis-
tema electoral que, recogido en sus rasgos esenciales por la ley de
elecciones de 1985, favorecía a los grandes partidos en detrimento
de los medianos y pequeños como consecuencia de dos de factores
esenciales: de un lado, la combinación entre pocos diputados (350) y
muchas circunscripciones (50) y las grandes diferencias de población
existentes entre ellas se traducía en que más de una treintena eligiesen
pocos diputados, lo que reducía la proporcionalidad de su reparto;
efecto que se veía potenciado, de otro lado, por la existencia de un
número mínimo de dos diputados por distrito, lo que favorecía a los
pequeños en perjuicio de los grandes y reducía también la proporcio-
nalidad de un sistema electoral que, pese a ello, y visto en su conjunto,
combinaba, a mi juicio de un modo razonable, representatividad y
gobernabilidad. Otros eran sus problemas, como muy pronto hemos
de ver. Por lo demás, las desviaciones de la proporcionalidad de nuestro
sistema electoral se vieron amplificadas debido a un factor apuntado,
casi en solitario, por el politólogo Julián Santamaría: la gran distancia
en número de votos existente entre los dos grandes partidos naciona-
les y todos los demás de tal naturaleza. De hecho, bastó con que tal
distancia se redujera de modo sustancial, como sucedió a partir de
2014, para que, con un sistema electoral que no había experimentado
cambio alguno, sus resultados, en términos de reparto de escaños del
Congreso, fueran muy distintos.

57
Entre tanto, la gobernabilidad resultó en España un hecho irrefu-
table. Nunca como después de 1978 la democracia había funcionado
con tanta normalidad durante un período tan largo, según lo confir-
man todos los parámetros que pueden manejarse a ese respecto: en
la mitad de las diez legislativas celebradas entre 1979 y 2011 el partido
ganador logró mayoría absoluta en el Congreso y en tres más el primer
partido, muy distanciado del segundo, se acercó a aquella; el candidato
fue elegido en primera votación en nueve de las once investiduras y
por mayoría absoluta en diez de ellas; salvo una investidura, ninguna
se dilató temporalmente; a excepción de Suárez, que dimitió, todos
los restantes presidentes concluyeron, aunque no siempre comple-
taran, sus mandatos, con una media de un presidente cada nueve
años, prueba de estabilidad y alternancia democrática; siete de las
diez Cortes elegidas entre 1979 y 2011 prácticamente se agotaron; y
junto a la escasa relevancia de las disoluciones anticipadas efectivas,
también carecieron de importancia la cuestión de confianza (entre
1979 y 2015 se debatieron tan solo dos, que se aprobaron) y la moción
de censura, con dos intentos, ambos puramente testimoniales por
estar condenados al fracaso desde su presentación. Pero esa gober-
nabilidad, expresada a través de las muchas manifestaciones hasta
ahora enumeradas, fue también el resultado final de un fenómeno
cuyas tan nefastas como peligrosas consecuencias sólo el transcurso
del tiempo pondría de relieve.

La construcción nacional
Si uno se molesta en bucear en semanarios y periódicos, desde que
se inauguró el proceso democrático resultan realmente innumerables
las alusiones al papel que jugaron en la gobernabilidad de España los,
durante mucho tiempo, denominados nacionalistas moderados: sobre
todo CiU y el PNV. Con ánimo admirativo o finalidad sencillamente
notarial, el juicio político que tal colaboración mereció a largo de los
años entronca, creo, claramente, con el ambiente en que se desarrolló
la Transición, cuando las fuerzas constitucionalistas comenzaron a
asumir un atrabiliario postulado: que la presunta lealtad de los nacio-

58 Roberto L. Blanco Valdés


nalistas al sistema no era la misma que los restantes partidos debían
guardar a las reglas de juego en un Estado de derecho sino un mérito
especial que tenía que ser objeto de un peculiar, y permanente, reco-
nocimiento e incluso gratitud.
La obsequiosidad y, aun más allá, el creciente servilismo hacia los
nacionalistas, que tras la aprobación de la Constitución iba a ponerse
de relieve tanto en el País Vasco como en Cataluña (piénsese, respec-
tivamente, en la concesión del concierto económico o en la solución
dada al escándalo financiero de Banca Catalana), experimentó un
gran salto hacia delante cuando, tras las tres primeras legislaturas del
PSOE, González se encontró en minoría y con la necesidad de pactar
una mayoría de gobierno con vascos y catalanes, denominación –en
virtud de la cual la parte se tomaba por el todo–, ya significativa
por sí misma de una perversión en el lenguaje que marcó desde muy
pronto las relaciones con los nacionalistas. Fue así como la capacidad
de chantaje del nacionalismo, que a partir de 1993, y siempre que pudo
hacerlo, determinó que CiU y PNV actuaran de facto como grupos
de presión (no entraban en el Gobierno nacional pero condicionaban
desde fuera su política), vino a unirse a las otras dos dinámicas que
habían favorecido en el pasado, y seguirían favoreciendo en el futuro,
un proceso imparable de descentralización. La primera, aquella carrera
de la liebre y la tortuga a la que en esta misma revista se refirió Javier
Pradera1 hace muchos años: las llamadas Comunidades de vía rápida
(País Vasco y Cataluña y, en menor medida, Galicia y Andalucía)
asumían poderes de los que carecían las demás, que pugnaban por
acercárseles, lo que daba lugar a un nuevo alejamiento, luego a un
nuevo acercamiento y así en una dinámica sin fin. La segunda, la
dinámica entre organización autonómica y competencias regionales:
las Comunidades asumían más poder y necesitaban más organización
para administrarlo, organización que, cada vez más fuerte, peleaba por
aumentar sus competencias, lo que originaba, uno tras otros, nuevos
ciclos de descentralización.
1 Javier Pradera, “La liebre y la tortuga: Política y administración en el Estado de las Autonomías”.
CLAVES de Razón Práctica , número 38, diciembre 1993.

España: Ingobernabilidad y separatismo 59


Que, a partir de un cierto punto, esa descentralización, provocada,
además de por las dos dinámicas apuntadas, sobre todo por la estra-
tégica posición de poder de los nacionalistas en la gobernabilidad,
fuese el PP o el PSOE el partido en minoría, ponía en peligro la
cohesión territorial era una evidencia tan palmaria que ya en 2006,
cuando presentó el Informe que le había solicitado el Gobierno sobre
la reforma de la Constitución, el Consejo de Estado subrayó lo que
entendía una obviedad:

“[…] que el ámbito competencial de muchas de nuestras Comunida-


des está cerca de agotar el campo que el artículo 149 les reserva, cuando
no lo ha agotado ya, y que está situación incrementa el riesgo de que
una nueva ampliación traspase los límites que ese artículo establece”.

Dicho en román paladino: que no quedaba en nuestro país espa-


cio para la descentralización y que superarlo nos colocaría fuera de
la Constitución.
Pero con ser malo lo apuntado no era todo ello lo peor, sino el
hecho de que, con una abierta deslealtad constitucional, las Comu-
nidades gobernadas por partidos nacionalistas utilizaron el creciente
poder que fueron asumiendo para impulsar lo que los propios interesa-
dos denominan procesos de construcción nacional ( fer país en la versión
cínico-patriótico-santurrona del nacionalismo catalán), construcción
que debería inevitablemente culminar en procesos secesionistas que
condujeran a la ansiada, y nunca abandonada, independencia. Y es
que, como ha destacado el filósofo y antropólogo Ernest Gellner en
su excelente estudio sobre Naciones y nacionalismo, el secesionismo
resulta la directa consecuencia de la voluntad de los nacionalistas de
culminar sus objetivos mediante la creación de un Estado propio
pues, según ellos, la nación de la que proclaman formar parte y el
Estado al que afirman aspirar “están hechos el uno para el otro” y
en consecuencia, el uno sin el otro “son algo incompleto y trágico”.
Sobre la base de cuatro soportes esenciales (la expulsión de la
lengua común del respectivo territorio, el adoctrinamiento en las

60 Roberto L. Blanco Valdés


escuelas, la manipulación de los medios públicos de comunicación
y los intentos de dar una imagen de estatalidad mediante la crea-
ción de instituciones de política exterior) el nacionalismo, fuera ya
su careta autonomista, se dirigió directo al objetivo: lo hizo, primero
el separatismo vasco con su finalmente frustrado Plan Ibarretxe, y el
catalán, posteriormente, con sus dos sucesivas tentativas de convocar
un referéndum de autodeterminación, la segunda de las cuales termi-
naría en una también frustrada declaración de independencia. Pero
lo que en el caso vasco se frustró por la decisión final del PNV de
no romper las reglas de juego, se colocó en el catalán fuera de la ley
desde el principio, con el delirante resultado de todos conocido. Para
entonces, la estrategia secesionista se había cruzado con una profunda
crisis de gobernabilidad del Estado, que acabaría, desgraciadamente,
por favorecer las pretensiones de los separatistas.

La España ingobernable
Como consecuencia de la combinación de factores de naturaleza muy
diversa (entre otros, la terrible crisis económica que estalla en 2008,
un incesante goteo de escándalos de corrupción política y la esclerosis
interna de las grandes fuerzas nacionales) en 2014, con la aparición
de Podemos y el fortalecimiento de Ciudadanos como una fuerza
nacional, comenzó una revolución en el sistema de partidos español
que se fue haciendo más evidente elección tras elección: manifestada
por primera vez en las europeas de 2014, tuvo su continuación en
las andaluzas de marzo y en las locales y regionales de mayo de 2015
y culminó en los comicios generales de diciembre del mismo año,
que abrieron un periodo de inestabilidad gubernativa en España que
el país no había conocido desde la recuperación de la democracia.
Como la historia es bien conocida no haré ahora más que un apunte
general: la imposibilidad de elegir un presidente tras la corta victoria
del PP en los citados comicios de diciembre se tradujo finalmente en
unas nuevas elecciones, celebradas en junio de 2016 con unos resul-
tados similares, lo que, para evitar una nueva consulta electoral, dio
lugar a que una parte de los diputados socialistas votasen a favor de

España: Ingobernabilidad y separatismo 61


Tras la dura la investidura de Rajoy, elegido pre-
experiencia siente mientras el PSOE entraba en
de los meses una crisis muy profunda. Fue la alta
transcurridos precariedad del Gobierno del PP, que
entre las carecía de mayoría, la que hizo posi-
elecciones de ble la configuración de una alterna-
abril y de tiva que, formada esencialmente por
noviembre de el PSOE, Podemos y los separatistas
2019, Pedro llevó, moción de censura mediante, a
Sánchez decidió Sánchez a la presidencia en junio de
que había que 2018. Obligado, ante el abandono de
aplicar su ‘manual sus socios separatistas a anticipar las
de resistencia’ elecciones, unas nuevas generales tuvie-
ron lugar en abril de 2019, de nuevo con
una cortísima victoria, ahora del PSOE, que no logró la investidura
de su candidato a presidente, lo que se tradujo en la repetición de los
comicios en noviembre. El resultado de todo ello desde el punto de
vista de la gobernabilidad puede resumirse en una frase: ¡en cuatro
años (de diciembre de 2015 a noviembre de 2019) se celebraron en
España cuatro elecciones generales!
Tan devastadora novedad escondía, en todo caso, otras muchas
que, en la esfera de la ingobernabilidad, hicieron de Pedro Sánchez
el verdadero protagonista de esta fase crítica de nuestra historia más
reciente, tanto como para poder calificarlo de gran estrenador (¡ojo,
con “s”!) de la política española: fue Sánchez el primer candidato
a la investidura propuesto por el Rey que no había resultado ven-
cedor en los comicios; el primero en sacar adelante una moción de
censura que, legalmente constructiva, como exige la constitución,
fue políticamente destructiva, pues quienes la apoyaron lo hicieron,
como muy pronto se demostró, para echar a un gobierno y no para
configurar una mayoría alternativa estable que sostuviese otro en su
lugar; el primero, también, en ser rechazado en la investidura, donde
su record resulta realmente insuperable: cinco derrotas; y el primero,
en fin, cuyo fracaso en la investidura dio lugar, no a una, sino a dos,

62 Roberto L. Blanco Valdés


disoluciones de las Cortes como consecuencia del transcurso de dos
meses sin presidente elegido desde la primera votación de investidura.
De todos modos, y como trataré de explicar, ya para terminar, esas
novedades en el terreno de la ingobernabilidad iban a ser nada compa-
radas con las que el líder renacido del PSOE iba a asumir para lograr
sus objeticos: evitar una mayoría de los partidos constitucionalistas
y asegurarse, al mismo tiempo, la posibilidad de gobernar.

La destrucción del Estado


Y es que Pedro Sánchez y su PSOE no sólo fueron los protagonistas
de las muy negativas novedades que acabo de apuntar sino también
los primeros en tomar una decisión que hacía saltar por los aires,
al romper sus líneas rojas, el consenso constitucionalista que había
definido hasta entonces la evolución del sistema político español.
Ya la moción de censura que lo llevó a la presidencia se sostuvo en lo
que entonces se denominó gráficamente una “mayoría Frankenstein”
con la finalidad de destacar la muy diversa procedencia de los elemen-
tos políticos sobre los que se sostenía, algunos de los cuales se situaban
fuera claramente de los amplios márgenes de la Constitución. Pero
tras la dura experiencia de los meses transcurridos entre las elecciones
de abril y de noviembre de 2019, el líder socialista decidió que había
que aplicar con todas las consecuencias su manual de resistencia.
Lo primero fue cerrar, en el más absoluto secreto, y no en horas
24, como en el verso de Lope, sino 48, un acuerdo con Podemos, en
el que, a falta de un programa común, que vino después, se acordó el
reparto de ministerios y vicepresidencias. Fue así como el partido cuya
absoluta inidoneidad como fuerza de gobierno había proclamado
Sánchez el 26 de octubre en un mitin celebrado en Tenerife (“¿Os
imagináis esta crisis en Cataluña con la mitad del Gobierno defen-
diendo la Constitución y la otra mitad del Gobierno, con Podemos
dentro, diciendo que hay presos políticos en Cataluña y defendiendo el
derecho de autodeterminación en Cataluña? ¿Dónde estaría España?
¿Dónde estaría la izquierda?”) acabó poco después entrando por la
puerta grande del Consejo de Ministros.

España: Ingobernabilidad y separatismo 63


Pero el acuerdo con una fuerza populista de extrema izquierda que
impugna la mayoría de los grandes acuerdos sobre los que se basa la
democracia de 1978 (la Transición, la monarquía y el Estado de las
autonomías) fue jauja para lo que luego habría de venir. Y es que,
dado que el acuerdo con Podemos quedaba muy lejos de asegurar la
mayoría que el líder socialista necesitaba para seguir en la Moncloa,
Sánchez se lanzó a buscar otros dos pactos cuyo cierre iba a suponer
una ruptura radical de la trayectoria de un partido constitucionalista:
los que finalmente concluyó con Bildu y ERC. El primero ponía punto
final a una regla no escrita que había funcionado en la política espa-
ñola desde 1977: que los partidos democráticos no llegaban a ningún
tipo de acuerdos –¡y menos aun a acuerdos de gobierno!– con los
herederos de la banda terrorista ETA. El pacto con ERC, fuerza a la
que le importaba “un comino la gobernabilidad”, según declaración
de su portavoz en el Congreso, aplaudida por sus compañeros de
bancada, iba en la misma línea, pues el partido con el que el PSOE
cerraba su acuerdo de investidura era el mismo que había organizado
e impulsado un golpe de Estado en Cataluña, tras cuya derrota sus
principales dirigentes cumplían largas penas de prisión como reos de
los delitos de sedición y de malversación.
Los nuevos pactos, en suma, vulnerarán en primer lugar el prin-
cipio más esencial de un Estado de derecho: el compromiso de las
instituciones con el cumplimiento de la legalidad, que impide gober-
nar con quien ha demostrado estar dispuesta a violarla para alcanzar
sus objetivos. Pero pondrán también en almoneda la estructura del
Estado, respecto de la cual Sánchez defiende una idea (“Una España
federal y unida en una Europa federal y unida”) que nada significa
más allá de la retórica, pues además de que España es ya un Estado
federal desde hace mucho tiempo, nada de federal hay en los acuerdos
a los que el candidato socialista ha llegado con sus nuevos socios de
Gobierno. No es por eso de extrañar que, en pago de los compromi-
sos adquiridos, las cesiones a los separatistas compongan un listado
democrática y constitucionalmente inasumible: comenzando por
la aceptación del discurso secesionista (la existencia de un supuesto

64 Roberto L. Blanco Valdés


conflicto político en Cataluña, similar Los nuevos
al que justificó en el País Vasco miles pactos
de acciones terroristas) y continuando vulnerarán en
por la aceptación de una consulta para primer lugar
resolverlo, de objetivo indefinido, pero el principio
de finalidad antidemocrática evidente, más esencial de
dado que habrá de gestionarse en una un Estado
mesa de negociación entre el Gobierno de derecho:
nacional y el de Generalitat, o entre el el compromiso
PSOE y los partidos nacionalistas (la de las
confusión ha sido siempre la reina del instituciones con
procés), pero dejando en todo caso al el cumplimiento
margen al Congreso de los Diputados y de la legalidad
al parlamento catalán: todo, pues, como
puede verse, muy plural y participativo. En ese contexto no es de
extrañar, aunque sencillamente sea increíble, que, tras la firma de los
aludidos pactos, el Gobierno de España haya desautorizado a poderes
o instituciones del propio Estado (el poder judicial o la Junta Electoral
Central); haya permitido la apertura de nuevas embajadas catalanas
mientras el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña anulaba la rea-
pertura de otras seis; haya pactado la desjudicialización de la política,
verdadera alucinación si se tiene en cuenta la evidencia de que quienes,
violando las leyes, la han provocado son los mismos que exigen, con
infinita cara dura, que el Gobierno la erradique; haya convalidado
la contumaz desobediencia de Torra al aceptarlo como interlocutor,
pese a la evidencia incontestable de que, habiendo dejado de ser dipu-
tado, no puede mantener el cargo de presidente de la Generalitat;
haya optado por impulsar una reforma del Código Penal como una
inadmisible triquiñuela para llevar a cabo un indulto a los presos del
procés que sólo puede calificarse de fraudulento e ignominioso; o que
el PSOE haya votado en la comisión de peticiones del parlamento
europeo en contra de constituir una comisión que viajará a España a
investigar los 370 asesinatos de ETA aun vergonzosamente impunes.
Y es que, como afirma la locución latina, pacta sunt servanda.

España: Ingobernabilidad y separatismo 65


¿Qué da coherencia a todas esas concesiones de diferente finalidad
y naturaleza, realizadas por el PSOE a los secesionistas a cambio de
mantenerse en el poder? La respuesta a esa pregunta fundamental no
tiene duda, en mi opinión: la voluntad de estos últimos de destruir
el Estado democrático de derecho de naturaleza federal que existe en
España como consecuencia de la puesta en vigor del mejor régimen
constitucional de nuestra historia. Esto es lo que está en juego desde
el día 7 de enero de 2020, cuando Pedro Sánchez fue investido pre-
sidente con el apoyo de una mayoría que rompe todas las costuras de
la España constitucional que hemos disfrutado en las cuatro últimas
décadas. Para decir la verdad, un regalo de Reyes verdaderamente
endemoniado. •

Roberto L. Blanco Valdés es catedrático de Derecho


Constitucional en la Universidad de Santiago de Compostela.
Sus últimos libros son El laberinto territorial español. Del
Cantón de Cartagena al secesionismo catalán y Luz tras las
tinieblas. Vindicación de la España constitucional.

66 Roberto L. Blanco Valdés


E N S AY O

¿TRUMP, LECTOR
DE ORWELL ?
La distopía de la posverdad aparece ya en novelas
escritas entre los años veinte y el medio siglo pasado.
En ellas se describen fenómenos sociales que,
si bien hace decenios pudieron parecer fantasías,
hoy son pugnaces realidades.
DA R Í O V I L L A N U EVA

E
n nuestra sociedad post- o trans-moderna ha brotado con
fuerza un nuevo concepto, la posverdad, que el más presti-
gioso diccionario inglés distinguió en 2016 como palabra
del año. Para el Oxford, post-truth es un adjetivo referente
a circunstancias que denotan que los hechos objetivos
influyen menos en la formación de la opinión pública que
los llamamientos a la emoción y a las creencias personales. En 2004, el
periodista Eric Alterman calificó ya como “presidencia de la posverdad” la
de George W. Bush. Y siempre en esta clave política, se reaviva su vigen-
cia gracias a muchos de los argumentos de los promotores del Brexit, y,
sobre todo, de los tuits y peroratas de Donald Trump antes y después de
su campaña presidencial. Entre nosotros, hay que reparar simplemente
en el llamado procés, que daría mucho de sí a propósito de la posverdad.

68
Según el blog de verificación de datos de The Washington Post,
durante 466 días en el despacho oval el flamante presidente nortea-
mericano profirió 3.000 mentiras, todo un récord: una media de 6,5
afirmaciones diarias que no eran ciertas. Para definir posverdad en
castellano, no como adjetivo sino como sustantivo, se partió, así, de la
idea de toda información o aseveración que no se basa en hechos obje-
tivos, sino que apela a las emociones, prejuicios o deseos del público;
como una distorsión deliberada de una realidad, que manipula esas
creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en
actitudes sociales. La post-truth se nutre básicamente de las llamadas
fake-news, falsedades difundidas a propósito para desinformar a la
ciudadanía con el designio de obtener réditos económicos o políticos.
Bulos que nos hacen recordar a aquel genio malvado de la comuni-
cación que fue el filólogo Joseph Goebbels, ministro de propaganda
de Hitler, para quien el asunto era muy simple: una mentira repetida
adecuadamente mil veces se convierte en verdad.
Por ello Julio Llamazares escribía en El País (22-iv-2017) que la pos-
verdad no es una forma de verdad, sino la mentira de toda la vida. Y la
mentira forma parte de los recursos consustanciales a la práctica política.
Nicolás Maquiavelo es muy claro a este respecto en Il Príncipe. No tiene
empacho en afirmar que un gobernante prudente no puede ni debe
mantener su palabra cuando tal cumplimiento redunda en perjuicio
propio y cuando han desaparecido ya los motivos que le obligaron a
darla. No le faltarán, además, razones legítimas con las que disimular o
justificar su inobservancia de lo prometido. El que manda debe ser un
gran simulador y disimulador. Y concluye el florentino con una máxima
que sigue siendo de plena aplicación hoy en día: las personas somos tan
crédulas y estamos tan condicionadas por las urgencias cotidianas que el
que quiera engañar encontrará siempre quien se deje. En la misma línea,
según Hannah Arendt el “estar en guerra con la verdad” va implícito en
la naturaleza de la política, definida ya en su día por Benjamin Disraeli
como “el arte de gobernar a la humanidad mediante el engaño”.
No me parece muy probable que Donald Trump haya sido lector
de Huxley o de Orwell. Y mucho menos de filósofos franceses como

69
Jacques Derrida o Michel Foucault. Pero para mí es evidente la cone-
xión entre la posverdad y un clima de pensamiento posmoderno por
estos últimos propiciado, que tuvo mayor arraigo en los campus uni-
versitarios norteamericanos que en Europa. La llamada deconstrucción,
un síntoma más de la “sociedad líquida”, dejó el terreno abonado para
el triunfo de la posverdad, y a todo ello contribuye también el éxito de
la llamada inteligencia emocional, que, exacerbada y banalizada, puede
conducir a la quiebra de la racionalidad. Porque la deconstrucción
viene a proponer que la Literatura y, en general, el lenguaje, pueden
carecer de sentido; que son como una especie de algarabía de ecos en
la que no hay voces genuinas, hasta el extremo de que el significado
se desdibuje o difumine por completo. Por otra parte, este escenario
con acusados ribetes apocalípticos parece remitirnos a las profecías
sociales negativas planteadas en las más logradas distopías que, en
forma de novela, fueron escritas y publicadas entre los años veinte y
el medio siglo pasado. En ellas nos encontramos ya con la descripción
de fenómenos sociales como la posverdad que si bien hace decenios
pudieron parecer fantasías más o menos aventuradas hoy, desafortu-
nadamente, son pugnaces realidades.
Además de la creatividad imaginativa y de la contrastada calidad
literaria de las tres obras fundacionales del género, Nosotros (1924) de
Evgueni Zamiatin; Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley, y 1984
de George Orwell, publicada en 1949, nos siguen seduciendo sus atis-
bos proféticos, como si hubiesen sido escritas por verdaderas sibilas
narrativas. Así, por ejemplo, el novelista ruso y Huxley coinciden en
la presencia protectora, en sus respectivas sociedades distópicas, de
un elemento arquitectónico que se convierte a la vez en un emblema
cargado de simbolismo, de inquietante actualidad en 2019.

• En Nosotros, el protagonista está convencido de que “los muros son


la base de toda obra humana” y por ello el Muro Verde erigido por el
Estado Único “es, quizá, la más importante de nuestras invenciones.
El hombre dejó de ser un animal salvaje cuando construyó el Muro,
cuando gracias a él pudimos aislar nuestro perfecto mundo mecánico

70 Darío Villanueva
del irracional y grotesco mundo de los árboles, los pájaros y las bestias”
(pág. 185). Bestias que pueden ser, también, humanas: son el Otro,
el desplazado, el migrante, los espaldas mojadas (wetbacks). Son los
salvajes que en Brave New World pueblan la reserva del conocido
como the valley of Malpais. Es de destacar el nombre de la reserva,
que consta de varios “pueblos”, así mencionados también en español.
El muro está representado, en este caso, por “la frontera que sepa-
raba la civilización del salvajismo”. Tras ella, confinados, perviven
salvajes que conservan todavía “repugnantes hábitos y costumbres:
(…) matrimonio (…) familias (…) monstruosas supersticiones como
el cristianismo, los totemismos y la adoración de los antepasados;
lenguas muertas como el español y el athabasco” (pág. 125).
Nos resulta ciertamente difícil asimilar o encajar, por caso, las sor-
presas e inquietudes que desde su toma de posesión como presidente
de la hasta ahora más poderosa y avanzada nación del mundo está
provocando ecuménicamente Donald Trump, quien había prometido,
ya como candidato, construir un muro a lo largo de toda la frontera
entre los más grandes países de América del Norte, adelantando ade-
más que su coste sería asumido por los Estados Unidos de México.
Pero Donald Trump es un presidente elegido democráticamente en
virtud de un sistema que lo encumbró a tan alta magistratura, pese
a que su oponente en las elecciones, la candidata Hillary Clinton,
obtuviese varios millones más de votos populares.
Precisamente por estas circunstancias, resultan clarividentes algu-
nas afirmaciones que Aldous Huxley hacía al final de su interesante
secuela de 1959 titulada Brave new world revisited refiriéndose preci-
samente a los Estados Unidos, potencia a la que ve como “la imagen
profética del resto del mundo urbano-industrial tal y como será den-
tro de unos cuantos años”. Estima que los jóvenes norteamericanos
menores de veinte años, los electores del mañana, no tenían ya fe
en las instituciones democráticas, no creían en la posibilidad de un
gobierno del pueblo por el pueblo, se sentirían plenamente satisfechos
siendo gobernados “desde arriba por una oligarquía de variados peri-
tos” siempre que pudieran continuar viviendo “en la forma a la que se

¿Trump, lector de Orwell? 71


han acostumbrado durante la bonanza”, e, incluso, no se opondrían “a
la censura de las ideas impopulares” (pág. 416), lo que constituye el
fundamento de esa forma de censura perversa que llamamos correc-
ción política, ya denunciada por Robert Hughes (1993) en un libro
imprescindible: Culture of Complaint. The Fraying of America’.

• No encontramos en Zamiatin ningún atisbo de la posverdad.


Otra cosa sucede en el caso de las obras de Aldous Huxley, tanto en su
novela Un mundo feliz, de 1932, como en la revisión de los términos
de la misma que él mismo publicó veintisiete años después.
Frente a la ortodoxia oficial del Estado, en el mundo feliz de la lla-
mada Era Fordiana, “la verdad es una amenaza, y la ciencia un peligro
público”, razón por la cual “el propio Ford hizo mucho por desplazar
el énfasis puesto en la verdad y la belleza a la comodidad y la Felicidad.
La producción en masa exigía ese cambio fundamental de ideas.
La felicidad universal mantiene en marcha constante las ruedas, los
engranajes; y no la verdad y la belleza” (pág. 245).
A este respecto, en Nueva visita a un mundo feliz se expresa un
argumento demoledor. Se reconoce que en muchas esferas de la acti-
vidad humana, hemos aprendido a atenernos a la razón y a la verdad,
pero no especialmente en lo que toca a la política, la religión y la ética.
Pero, por desgracia, lo que estaba predominando era la tendencia a la
sinrazón y la falsedad, “especialmente en esos casos en que la falsedad
evoca alguna emoción grata o el recurso a la sinrazón hace vibrar
alguna cuerda en las primitivas y subhumanas profundidades de nues-
tro ser” (pág. 319). Preguntémonos hasta qué punto esta premonición
huxleiana apunta a la entraña de la posverdad actual.

• Más allá de los antecedentes apuntados, este asunto encuentra su


más convincente fundamentación distópica en Nineteen Eighty-Four.
En cuanto a Orwell, no cabe duda de que se quedó corto cuando en
1948 estaba escribiéndola, al proyectar la sociedad reflejada en ella tan
solo treinta y seis años hacia adelante. Bien es cierto que, consciente de
la cortedad de ese plazo proyectivo, en el apéndice que cierra su novela

72 Darío Villanueva
demora hasta el año 2050, por ejemplo, la sustitución definitiva del
“Oldspeak (or Standard English, as we should call it)”, por el Newspeak,
la famosa neolengua orwelliana, asimismo de tanta actualidad hoy en
día, por ejemplo, en relación con la corrección política.
A este respecto, fue determinante la experiencia que el escritor
inglés vivió al comienzo de la guerra civil española, cuando en diciem-
bre de 1936 se incorporó en Barcelona a las milicias del POUM, el
Partido Obrero de Unificación Marxista de orientación trotskista, con
las que combatió, y fue herido, en el frente de Aragón. Fue testigo
también, en mayo de 1937, de los choques armados entre comunistas,
anarquistas y trotskistas que tuvieron lugar en la ciudad condal. El
testimonio de todo ello está en su libro de 1938 Hommage to Catalonia,
en el que manifiesta reiteradamente su desazón por las tergiversacio-
nes de la verdad urdidas por los diferentes partidos políticos que se
difundían a través de la prensa española e internacional en contra de
lo que él había visto en los frentes de batalla o en los enfrentamientos
de Barcelona. Y en su testimonio de 1942 “Mirando hacia atrás a la
guerra civil española” llega a temer que la idea de verdad objetiva
estuviese desapareciendo del mundo, y que finalmente, “para fines
prácticos la mentira se habrá convertido en verdad” (pág. 157).
El estado totalitario que se describe en Nineteen Eighty-Four
rige una de las tres superpotencias en que está organizado el mundo:
Oceanía. Y la gobierna un partido único, el Ingsoc (de Socialismo
inglés), para el que los “sacred principles” son “neolengua, doblepensar,
mutabilidad del pasado”, y sus lemas fundamentales “La guerra es la
paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza” (pág. 11).
El encargado de difundir de forma avasalladora semejantes menti-
ras es el Ministerio de la Verdad, en neolengua Minitrue, así como al
Ministerio del Amor compete la represión, la tortura, la reeducación
y la instigación al odio hacia las otras dos potencias globales, Eurasia
y Asia Oriental. El Ministerio de la Paz se ocupa de mantener con
ellas, alternativamente, un constante estado de guerra, y el Ministerio
de la Abundancia (Miniplenty) controla una economía planificada
que se basa en el racionamiento de todos los bienes.

¿Trump, lector de Orwell? 73


BIBLIOGRAFÍA

Evguenii Ivanóvich Zamiatin, Nosotros, traducción La “neolengua”, a la que se


de Alfredo Hermosillo y Valeria Artemyeva,
Madrid, Ediciones Cátedra, 2011. dedica todo un apéndice al final
Aldous Huxley, Un mundo feliz. Nueva visita a un
mundo feliz, traducciones respectivas de Ramón
de la novela, es el resultado de la
Hernández y de Miguel de Hernani, Barcelona,
Edhasa, 2004.
manipulación del inglés por parte
George Orwell, 1984, traducción de Rafael
Vázquez Zamora Barcelona, Ediciones
del Ingsoc para empobrecerlo y
Destino,1977. desconectarlo totalmente de la
––– Mi guerra civil española, traducción de Rafael
Vázquez Zamora y Josep C. Vergés, Barcelona, conciencia de los hablantes hasta
Ediciones Destino, 1978.
imposibilitar cualquier forma de
pensamiento que no coincidiese
con la ideología del poder. Ello representaría, luego de la implan-
tación definitiva del “newspeak”, la desaparición de toda la litera-
tura inglesa, la prohibición de muchas palabras y expresiones, y la
imposición de neologismos basados en el eufemismo, la paradoja,
el oxímoron o la antífrasis.
Si en la distopía orwelliana encontramos una formulación incon-
fundible de lo que hoy denominamos posverdad, también está en ella,
en esa “neolengua”, el programa cumplidamente desarrollado de otro
gran asunto al que hemos aludido ya. Porque la “political correctness”
actual consiste también en la censura de la lengua común y en la
imposición de un idioma sustitutivo que altere, incluso, las reglas de
la gramática por voluntad de un poder hasta cierto punto indefinido,
pues no coincide con el del Estado, el Partido o la Iglesia.
En Nineteen Eighty-Four, por el contrario, es el Ingsoc el que
persigue el control absoluto de la realidad mediante lo que en neo-
lengua se denomina doublethink, doblepensar. El protagonista de la
novela, Winston Smith, trabaja como funcionario del Ministerio
de la Verdad, cuya misión es alterar todos los testimonios escritos
de lo que una vez sucedió para hacerlos coincidir con la voluntad
cambiante del Partido. Conoce la verdad de los hechos a través
de aquellas fuentes inconvenientes –por ejemplo, los ejemplares
del diario Times sobre los que trabaja constantemente–, pero este
conocimiento solo habita “en su propia conciencia”, que puede ser en
cualquier momento aniquilada. En cambio, al modo de Goebbels ,
“si todos los demás aceptan la mentira que impuso el Partido, si todos

74 Darío Villanueva
los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la His-
toria y se convertía en verdad”. La rentabilidad política, en términos
de poder, que esto representa es evidente: “El que controla el pasado
–decía el slogan del Partido–, controla también el futuro. El que
controla el presente, controla el pasado (…) Todo lo que ahora era
verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy
sencillo” (pág. 41).
El mecanismo del doublethink que Winston consigue desen-
mascarar con precisión ilustra muchas de las facetas, virtualidades
y contradicciones de nuestra posverdad actual: “Saber y no saber,
hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen
mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos
opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en
ambas; emplear la lógica contra la lógica” (pág. 42).
Winston Smith, cuando descubre dicho mecanismo se incorpora
a una Hermandad de resistentes que será finalmente traicionada por
uno de sus líderes, un infiltrado, y esto precipita su autoderrota y su
sumisión a la voluntad del Partido, su devoción fanática hacia el Gran
Hermano. Su fracaso final contradice los propósitos disidentes que le
habían inducido a empezar a escribir un diario “desde esta época de
uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano,
la época del doblepensar” hacia un futuro más amable, “para la época
en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos
unos de otros y no vivan solitarios… Para cuando la verdad exista y lo
que se haya hecho no pueda ser deshecho” (pág. 34).
Futuro que, desafortunadamente, no podremos identificar con nues-
tro presente en la medida en que siga creciendo en él la posverdad. •

Darío Villanueva es catedrático de teoría de la Literatura


y Literatura comparada en la Universidad de Santiago de
Compostela, de la que fue rector. Entre 2014 y 2018 dirigió la
Real Academia Española. Autor de Lengua, Corrección Política
y posverdad.

¿Trump, lector de Orwell? 75


E N S AY O

MAX AUB: PERDIMOS


ESPAÑA Y SALIMOS
A BUSCARLA
Escribe Aub su autobiografía como un intento de
realidad truncada. Nos muestra su verdad emocional,
el trasfondo del país en que creció, y agrega desconsuelo
a los detalles de su sofisticado juego narrativo.
JOSÉ DE M ARÍ A ROMERO BARE A

S
ometida al olvido o al destierro, la literatura de Max
Aub (París, 1903-Ciudad de México, 1972) se resiste a
nuestros vanos intentos de teorizar, en sí mismos, una
forma de simplificación. Entregado a su irracional con-
ciencia, a sus meticulosos desórdenes (senti)mentales,
el inquebrantable deseo de autonomía se cumple en
las ingrávidas estructuras que reconfiguran su escritura, frágiles pero
contundentes modelos para contener (y liberar) lo visto.
No pretende lidiar con la abstracción cuando hay tanta realidad
que nos apremia, se afana en deconstruir lo presenciado. Determi-
nado a hablar de lo sucedido, el autor exiliado es consciente de que el

76
silencio es el objetivo final de nuestra sistemática deshumanización.
Los senderos de su relato concluyen en la pura contradicción, en
las múltiples incoherencias con las que lidia: la naturaleza puede ser
inteligible, pero el mal es real; nada es indecible, pero las fronteras
del lenguaje suponen los límites del universo.

‘Campo de sangre’
La frecuentación de las distopías nos reafirma en la vaga intuición de
que el control absoluto de una nación, a cargo de un estado totalitario,
no es ninguna utopía. Un repaso a la actualidad política nos demues-
tra que nuestros peores sueños pueden hacerse realidad: ¿acaso no
hemos caído ya bajo el control de uno o varios tiranuelos, a cuál más
variopinto? ¿No habitamos, al fin, ese mundo retorcido y cruel que
nos anunciaron 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous
Huxley o Fahrenheit 451 de Ray Bradbury? ¿No son cada movimiento,
palabra o resuello, analizados por un poder omnipotente y omnipre-
sente que nadie puede detener y al que nadie puede oponerse?
Tal vez por ello, la relectura de la serie narrativa El laberinto mágico
(1943-1968, reeditada por Cuadernos del Vigía) de Max Aub supone
una crónica al tiempo que una advertencia. Su frecuentación nos hace
conscientes de la importancia de resistir el control y la opresión del
Estado: “El pueblo español”, sostiene uno de los muchos personajes
que pueblan sus páginas, “se ha dado cuenta de por quién y para
quién se rompía la cara. Ahora, por primera vez, sabe que lucha para
su propia existencia, para su propio sustento, para su propia tierra.
Para que el suelo de España sea suyo”.
En la tercera entrega de la colección, Campo de sangre (1945), asis-
timos a los acontecimientos del enfrentamiento civil que agitó nuestro
país entre 1936 y 1939 y apenas podemos creer que no estemos leyendo
el periódico del día: novela adentro, los españoles se enfrentan unos a
otros, fascistas y comunistas, perseguidos, encarcelados y asesinados,
por sus propios correligionarios y por ajenos. La subversión aubiana
consiste en llevar a cabo un diario de pensamientos y acontecimientos,
efímero recuento mental de un instante moral. Si, como se afirma

77
en uno de los capítulos, “toda nuestra felicidad reside en la razón”, la
escritura, para el creador hispano exiliado en México, es una lucha
preordenada por la libertad y la justicia, en un mundo en el que nadie
más parece ver la opresión salvo el creador y sus criaturas.
Empieza el relato en la Nochevieja de 1937 y finaliza el día de San
José de 1938. Describe el autor de Juego de Cartas (1964) la sinrazón
a la que cede todo impulso totalitario: analiza lo que sucede, revela
sus argumentos, pero también es consciente de que a los antiguos
opresores suceden los nuevos, que someten a las víctimas a un miedo
que no cesa. Se pregunta el biógrafo de Jusep Torres Campalans (1958):
“¿Cómo pueden vivir los que creen que todo está escrito?”, mientras
explora temas tan candentes como el control de los mass media, la
vigilancia gubernamental y la tiranía.
Se denuncia la dictadura del silencio que manipula y controla los
pensamientos y las vidas de tal manera que nadie puede sustraerse a
ella. La única escapatoria parece ser a través del amor, ese “darse sin
darse, entregarse y continuar siendo. Juego, en el mejor sentido de la
palabra. Encontrarse en otro ser, enlazarse, acabar siendo un nudo
hecho de dos guitas distintas. Un no saber por dónde salir”. Si las
razones del terror son el terror mismo, la revolución consiste, quizás,
en el cambio radical de las actitudes, en la liberación de las férreas
estructuras sociales, en la evaluación y la pasión por la literatura.
Rara vez un deseo tan puro ha sido transgredido de forma tan
rigurosa: “Los españoles somos grandes cuando somos cien; más,
nos entrematamos”. En Campo de sangre, la guerra permea lo que los
avatares leen, hablan, dicen o hacen, amenazados por un castigo inmi-
nente. Enemigo implacable de la sociedad de castas, de la desigualdad
como forma de control, se denuncia la aquiescencia que preserva al
implacable sistema. ¿Cómo cambiar el mundo? Si no mediante la
rebelión, ¿cómo? Y si es mediante la revuelta, ¿cómo protegernos
del horror? La saga plantea tantas preguntas como busca responder-
las. Frustrado por los ojos omnipresentes de España y sus ominosos
gobernantes, Aub deja constancia del pasado, predice nuestro presente
y reescribe nuestro futuro.

78 José de María Romero Barea


‘Campo francés’
¿Sigue estando nuestro país más allá de toda redención? La libera-
ción a la que nos conduce la narrativa histórica presupone imposibles
renovaciones a través de la cultura. “No es que quiera una sociedad
sin pobres ni ricos”, argumenta Julio Hoffman, uno de los personajes,
“pero sí un mundo donde exista un respeto de hombre: donde no sea
posible ese desprecio con que nos tratan sin preocuparse de quiénes
somos”. Tras de una neurótica preocupación por la condición del
socialismo y sus obligaciones, llega el narrador a una especie de armis-
ticio en esa continua batalla consigo mismo: la inmediata respuesta
es la reafirmación de la culpa privada y la responsabilidad colectiva.
Difícil mantenerse en el autismo moral en tiempos convulsos, entre
cadáveres no enterrados y sobrevivientes esqueletos. A fin de cuentas,
¿es posible la alegría o el amor en un páramo de sueños rotos?
La herencia recibida sigue siendo en España un asunto controver-
tido y políticamente rentable. La lucha de los republicanos españoles
contra la extrema derecha autóctona, asistida por las potencias fascistas
de Alemania e Italia, renacen en la producción de Max Aub, recuerdo
de una noble lucha por salvaguardar la democracia incipiente de 1936
de la amenaza franquista, respaldada por Hitler y Mussolini. Ochenta
y tres años después de que las tropas de Franco se alzaran contra
el gobierno republicano, legítimamente elegido, la serie narrativa
El laberinto mágico sigue siendo, quizás, el mejor intento hasta la
fecha de contar nuestra guerra civil. Bitácora de una búsqueda del
corazón a través del cerebro, la cuarta entrega, Campo francés (1965)
combina una polémica mezcla de reportaje y comentario político, de
autobiografía con aura de santidad secular.
Relanza el relato un movimiento que reivindica la memoria, enfo-
cado en reclamar vidas borradas de los libros de texto. No pretende
el narrador de la Generación del 27 rehabilitar a los perdedores del
combate, sino consignar los episodios más sangrientos de nuestra
hagiografía. Para conseguir su objetivo, el hispano-mexicano nunca
es menos que auto-lacerante. Contra la amnistía general concedida
alegremente a los crímenes cometidos, la lucidez de Campo francés

Max Aub: perdimos España y salimos a buscarla 79


reinstaura el espíritu fundador de aquel malogrado intento de plu-
ralismo. Concluye la erudita Carmen Valcárcel en el prólogo: “Aub
sigue vivo: es uno más entre los otros (perdido entre tantas caras),
existe en lo escrito, escuchamos su voz en el eco de las voces que se
nombran y en el intenso rumor de tantos silencios”.
Se justifica nuestro voyeurismo pornográfico ante el espectáculo de
los españoles en campos de exterminio en Francia. El espíritu de inves-
tigación se traduce en fotografías de prensa de la época, de L’Illustration
y Match, así como de los grabados de Joseph Bartolí, fotogramas de
películas y documentos oficiales, recuperación de restos en búsqueda
de sentido, ubicación y exhumación de las zanjas del recuerdo. “Antes la
libertad me parecía una palabra más”, sostiene Julio, “y ahora resulta que
sé lo que es la libertad y que lo he aprendido donde no la hay”. Arroja el
recuento luz sobre los secretos más oscuros de nuestra Historia. “Bah,
me decía” –argumenta el expatriado protagonista–, “es que te acos-
tumbras a la vida de internado. No, no era eso. Es que iba perdiendo el
miedo porque sentía que no estaba solo, que somos muchos”.
Crímenes de guerra, vistos a través de los ojos de los personajes,
simbolizan la irreductible complejidad de la respuesta al nazismo.
Grita María Bertrand, pareja de Julio, casi al final de la novela: “¡Basta!
¡No podemos perder más de lo que hemos perdido! Y aunque lo
perdiéramos ¡qué más da! Lo poco que aún tenemos nos lo irán
arrebatando. ¿Qué? ¿Dudáis? ¿Tenéis miedo? ¿No sois mujeres?”.
Se preludia aquí un desacuerdo renovado y más letal si cabe, la crisis
perenne en la que nos encontramos, cultural como económica, el frío
enfrentamiento de un colectivo condenado a la injusticia vencedora y
la reserva insatisfecha al margen de los frutos de la paz y la abundancia.
Las consecuencias del latrocinio son a veces más terribles que
el conflicto mismo. Se sabe que España se hundió en un abismo de
horror: ciudades reducidas a escombros, sin electricidad ni agua; civi-
les en riesgo de enfermedad e inanición. Apostilla el autor en la nota
introductoria: “La furia ética, la justicia y hasta el derecho se jugaron
la existencia y, por lo menos temporalmente la perdieron. Un suceso
de esta importancia sólo podía acontecer en un país tan fuera de la

80 José de María Romero Barea


realidad como España. La perdimos, cada quien a su modo, y salimos
a buscarla, como profetizó César Vallejo”. En raras ocasiones, mucho
menos en nuestra hispánica literatura, un escritor se ha destrozado a
sí mismo de forma tan despiadada. Pocas novelas han conseguido dar
cuenta de aquel trágico sufrimiento entre verano del 36 y abril del 39.
El resultado es la liberación creativa en la que el diarista de La gallina
ciega (1971) encuentra su voz, su identidad y de paso la nuestra. Dedi-
car unas horas felices a los momentos más tristes de nuestro pasado
puede ayudarnos, tal vez, a salvaguardar nuestro futuro.

La honestidad de lo incognoscible
Desgarradora en su rechazo a los consuelos de la ira, evidente en su
análisis del sinsentido, nuestra identidad, en su comprensión del funcio-
namiento del azar, expone las banalidades que nos permiten sobrevivir.
Escribe Aub su autobiografía como un intento de realidad truncada.
Nos muestra su verdad emocional, el trasfondo y el contexto del país
en que creció, los ritmos de la existencia en el claustrofóbico campo
de concentración: añade a nuestra comprensión capas potenciales de
locura, agrega desconsuelo a los detalles de su sofisticado juego narrativo.
Conoce que toda experiencia traumática supone un vasto experi-
mento: registramos las observaciones, las memorizamos y, una vez asu-
midas, informamos sobre nuestros hallazgos. El significado, si lo hubiera,
adolece de sentido; descentrado, supone un todo inteligible en fragmen-
tos, un pastiche donde las preguntas conducen a nuevos interrogantes.
Sabe que la obligación de las víctimas es recordar, pero las razones se
vuelven clichés con el tiempo. Mediante actos de privación y destruc-
ción, insistimos en el proceso: abandonamos toda esperanza, anulamos
indicios de dignidad, nos recluimos en el ego, reducidos a la ilogicidad
de haber odiado. Herederos del exterminio, cedemos a la culpabilidad
del sobreviviente, recluidos a la honestidad de lo incognoscible. •

José de María Romero Barea es escritor.

Max Aub: perdimos España y salimos a buscarla 81


E N S AY O

G OYA O L A S
HIPÉRB OLE S DE
L A ALUCINACIÓN
Goya encarna ese momento de la Historia
en que el artista deja de mirar a su alrededor
para fijarse en lo que sucede en su interior:
el presentimiento de una nueva oscuridad, el
indicio mórbido de una siniestra premonición.
BASILIO BALTASAR

C
on la perspectiva que presta la longevidad, Bernard
Berenson pudo celebrar la influencia del tratado
que dedicó al dibujo de los pintores florentinos.
Lo menciona en sus memorias como una contri-
bución fundamental a la historia del arte y, con
una franca modestia, nos anima a constatar que
nadie desde entonces (1903) puede dedicar un estudio monográfico
a la obra de un artista sin reconocer en sus esbozos y dibujos una
parte esencial de su creatividad. Quizá por ello podemos admirar hoy
en el Museo del Prado la abrumadora colección de dibujos de Goya
que se expone con tan eficaz escenografía, aunque en el catálogo de
la exposición José Manuel Matilla, comisario de la muestra junto a

82
Manuela Mena, se encargue de citar los estudios publicados desde 1858
y nos ayude a recordar que la pinacoteca nacional le reservó siempre
el lugar que corresponde a su vigorosa y deslumbrante autoridad.
Nos dijo Robert Hugues que Goya fue el primer artista espa-
ñol en viajar acompañado de cuadernos en los que no dejaba de
retratar lo que encontraba a su paso. Hoy cuelgan deshojados en las
paredes del museo como el elocuente registro de sus apuntes, pero
convendrá reservarse la opción de ver en ellos no sólo un paisaje
familiar a sus contemporáneos sino el más fiel testimonio de un
oculto temblor interior.
Si las fascinantes pinturas de Goya son en su mayor parte vestigio
de la presencia del artista en la trama de su tiempo, fruto del encargo
y de un astuto juego de transacciones sociales, sus dibujos y grabados
deben contemplarse como el reverso de esta notoriedad: como un
ejercicio de introspección en la más radical de las intimidades.
Advierte Gombrich, con asombro, que ningún pintor cortesano
antes o después de Goya dejó una evidencia tan poco complaciente
de sus protectores, poniendo al descubierto toda su vanidad y fealdad,
presunción y codicia. Considera también sorprendente que con sus
aguafuertes no ilustre ninguno de los temas habituales: “ni bíblico,
ni histórico ni de género”. Los asuntos que conmovían a Goya no
tenían precedentes en la historia de la representación.
Ha sido subrayado lo que en sus dibujos hay de crítica a los vicios
de su época, de alegato moral contra la miseria, la crueldad y la maldad,
de asqueado repudio al desalmado y terrible mundo de los asesinos.
También ha sido elogiada su habilidad en perfilar las figuras jocosas
del callejero urbano: el viejo verde, el bobo petimetre, el fraile luju-
rioso, la vieja arpía…
La implacable mirada de Goya a la sociedad de su tiempo es una
sentencia sarcástica, una ojeada que desvela en cada personaje un
mutismo desesperado. Sus poderosas dotes de observación le per-
miten bosquejar a los hombres atrapados en su dimensión trágica
y ridícula: la podredumbre tangible de los seres humanos revelada
sin el aspaviento de la esperanza ni el anhelo de la condenación.

83
No es la No es la anatomía de los cuerpos lo que
anatomía capta la aguada de Goya, sino la desdicha
de los cuerpos de los deseos no saciados, la fisonomía
lo que capta la que la pesadumbre esculpe en la carne y el
aguada de Goya, intratable dolor de las emociones aflicti-
sino la desdicha vas. Pero en la tabula cognitiva del artista
de los deseos adquirían al mismo tiempo su violento
no saciados, brío unos pensamientos inesperados.
la fisonomía Si Goya hubiera sido sólo un amargo
que la cronista de su tiempo se habría confor-
pesadumbre mado con los recursos de la sátira y la
esculpe en deformación grotesca de los tipos popu-
la carne y el lares, pero en el gabinete privado de su
intratable dolor obsesión Goya se asoma a un inquietante
de las emociones y aciago agujero interior. El ímpetu crea-
aflictivas tivo del artista, la invención de su ori-
ginal narrativa visual, no debe conside-
rarse sólo como una nueva manera de mirar el mundo sino como
una convulsa proyección: los indicios mórbidos de su excepcional
premonición.
Sabemos a qué lugar intelectual pertenece el movimiento de la
Ilustración, en qué instante social se enmarca la Revolución Francesa, a
qué encrucijada política responden las Guerras Napoleónicas, aunque
no entendamos muy bien el momento espiritual de la Historia al que
pertenece Goya: ese lapsus temporal en que el artista dejó de mirar lo
que pasaba a su alrededor para fijarse en lo que sucedía en su interior.
El presentimiento de una nueva oscuridad, la paradójica precipitación
de lo inminente, las despóticas exigencias de lo inconsciente.
Para vislumbrar la anomalía goyesca se puede recapitular el agota-
miento de lo barroco, el alegre retruécano del rococó o la dócil impos-
tura del neoclasicismo, considerar a Goya un injerto del tiempo por
venir, un precursor del romanticismo o un pionero del expresionismo.
Pues lo que en Goya pugna para instalarse en la modernidad es la
efigie del artista que da testimonio de sí mismo.

84 Basilio Baltasar
Véase la perturbada secuencia de las pinturas negras abandonadas
en la Quinta del Sordo. El albacea que dio cuenta de sus murales,
describiendo las escenas pintadas en las paredes, anotó que una de
ellas representa a Saturno. Sin embargo, si nos libramos de la seduc-
tora coerción que impone el título veremos que la figura en cuestión
carece de los atributos simbólicos que le asigna la iconografía clásica.
Motivo por el cual podemos inhibir nuestra explicable pereza y ver en
este horrible anciano a un viejo impotente que devora a la mujer que
no ha podido fornicar. O a un caníbal cuyo gigantismo no expresa
su tamaño sino la ferocidad de su sangriento éxtasis ritual. O quizá
sólo sea un patético muñeco de feria el que mordisquea su figurita de
mazapán. Lo cierto es que la energía de la imagen expresa un horror
tenazmente enquistado en el alma de nuestro artista.
Suele decirse que por entonces gozaba de gran popularidad el
asunto de las brujas y que mientras unos se entretenían temiéndolas,
otros se dedicaban a conjurar sus favores. El caso es que los ilustra-
dos llevaban tiempo lamentando la credulidad fomentada por los
clérigos de aldea. El famoso proceso de las brujas de Navarra había
sido cuestionado hasta por los mismos inquisidores, que llegaron
a considerarlo un trastorno de fanáticos, charlatanes, fanfarrones,
delatores, envidiosos y aldeanos ignorantes. El humanista Pedro de
Valencia escribió en 1611 que los aquelarres eran una reunión de
“gentes cegadas por el deseo de cometer fornicación, adulterio y
sodomía”. El amigo de Goya, Leandro Fernández de Moratín –que
detestaba las “costumbres del populacho más infeliz” y “las heces
asquerosas de los arrabales de Madrid”– reeditó en 1811 el informe
del proceso para denunciar la doble farsa de la leyenda.
No es probable que Goya se limitara a evocar la imaginería de la
superstición popular, los motivos pintorescos de una fábula o una
alegoría costumbrista. Su obsesión por el tema –en casi una cuarta
parte de las ochenta láminas de los Caprichos se representa a las
brujas– trascendía el tópico y atendía a inquietudes más profundas.
El personaje que aparece en el óleo Vuelo de brujos, bajo la sober-
bia ingravidez de los nigromantes que devoran a su víctima, se

Goya o las hipérboles de la alucinación 85


cubre la cabeza con una sábana, incapaz de soportar la espantosa
visión. Podríamos considerarlo uno de los autorretratos espirituales
del pintor.
Dos notas del propio artista nos permiten seguir el rastro de su
lúcida intuición por el borde de la sombra:
En una carta a la Real Academia de San Fernando, en 1792, Goya
menciona el “profundo e impenetrable arcano que se encierra en la
Naturaleza”. En el texto publicado en el Diario de Madrid para anun-
ciar la edición de los Caprichos, en 1799, Goya los define como un
intento por “exponer formas y actitudes que hasta ahora sólo han
existido en la mente humana, oscurecida y confusa”.
Tres fenómenos existenciales adquieren en la obra de Goya una
persistente y reveladora presencia: los sueños, la locura y la sombra.
En sus momentos de máxima intensidad la frontera entre estos ámbi-
tos se diluye sin remedio. El aquelarre será entonces una algarabía
en la psique asustada por la embestida de extraños acontecimientos.
Las imágenes que le visitan durante el sueño poseen un vigor
incontrolable y abruptamente le empujan hacia la pérdida de la razón.
Goya presiente que la irracionalidad más absoluta palpita en el fondo
de esa mente “oscurecida y confusa” y que en su impenetrable pro-
fundidad palpitan unas figuras despiadadas.
Cuando Freud reflexiona sobre el carácter siniestro de la demen-
cia se detiene a considerar la perturbación que contagia: en la locura
de los demás se ve el impulso aletargado en el fondo de uno mismo.
Para Goya las criaturas que “hasta ahora sólo han existido en la mente
humana” pugnan por salir a la luz, apoderarse de la conciencia y anun-
ciar el arcano de lo espeluznante.
¿Podría ser esta la “aguda y peligrosa” enfermedad que padeció a
los 73 años y de la que le salvó el doctor Arrieta? ¿El miedo a perder
la razón y el sufrimiento nervioso de una depresión infernal?
A Baudelaire le causó gran asombro que Goya hubiera soñado
con casi todas las hipérboles de la alucinación: los maleficios, los niños
devorados por caníbales, las brujas… Nadie, dijo el poeta francés, se
ha aventurado tanto como él en el absurdo posible.

86 Basilio Baltasar
El coloso bestial, el asno monstruoso, las aves de mal agüero, las
entidades maléficas, la repugnancia grotesca, las muecas diabólicas,
la voracidad de unas criaturas alentadas por la abyección de crímenes
aborrecibles aparecen pinceladas en las estampas de Goya. Su arte
atestigua el alcance de su imaginación, pero también el poder crea-
dor de la inmensa y oscura región de lo inconsciente. Las imágenes
de energía repulsiva que pululan en su umbral pueden ser para un
hombre de la sensibilidad y talento de Goya un motivo artístico y
también el síntoma de una profunda perturbación. •

[El texto viene a ser la transcripción de lo dicho por el autor en conversación


con Andrés Rábago, El Roto, el 9 de enero de 2020 durante el coloquio
que organizó el Museo del Prado con motivo de la exposición de los
dibujos de Goya y los dibujos de El Roto.]

Basilio Baltasar es editor y director de la Fundación


Formentor.

Goya o las hipérboles de la alucinación 87


E N S AY O

LA MENTE
EN EL LABORATORIO
Un neurocientífico y un filósofo analizan algunos
de los aspectos fundamentales de la filosofía de la
mente y las neurociencias: cómo la esperanza
o las propias creencias crean en ocasiones su objeto,
ya sea en los templos o en los laboratorios.
J UA N A R NAU Y Á L E X G Ó M E Z - M A R Í N

C
uando investigamos con una actitud abierta las
bases biológicas del conocimiento, los fenómenos
cognitivos y el fenómeno de la conciencia, nos
encontramos con que la conciencia parece ser el
invitado sorpresa en la fiesta de la evolución. Con
que lo que es para nosotros más importante: los
deseos, los valores y la imaginación, resultan ser efectos colaterales
en la evolución cósmica. ¿Es la conciencia una intrusa en el mundo
natural? La pregunta viene planteándose desde que una relativamente
nueva filosofía de la conciencia renegara del reduccionismo fisicalista,
paradigma dominante en la filosofía angloamericana de la mente.

88
La existencia de la conciencia parece implicar que la descripción
física del universo es solo una parte de la verdad. El llamado problema
mente-cuerpo no es un problema particular de una disciplina filosó-
fica o científica, ni pertenece a un ámbito exclusivo de conocimiento.
Es un problema que incumbe a la comprensión global de la vida y
el conocimiento. Afecta tanto a las humanidades como las ciencias
de laboratorio. En el mundo anglosajón la física ha seducido a los
filósofos de la mente, y una amplia mayoría sigue comprometida con
el proyecto reduccionista. De hecho, el rechazo del planteamiento
fisicalista (el imperio del tacto y del impacto), no solo es políticamente
incorrecto, sino que directamente se considera “no científico”. Para
una gran parte de la comunidad científica somos zombis. Si es así,
cabría preguntarse qué credibilidad merece un zombi, o una comu-
nidad de ellos, a la hora de formar los comités que deciden las líneas
de investigación que reciben el dinero público.
Las lagunas del enfoque materialista son evidentes para quienes
están familiarizados con tradiciones de pensamiento que integran
la experiencia consciente de los seres vivos como eje vertebrador del
devenir del mundo. Algo fundamental debe cambiar en el paradigma
hegemónico. Descartar el reduccionismo psicofísico alterará comple-
tamente nuestra visión global del universo. Es cuestión de tiempo.
Thomas Nagel es optimista al respecto: “el consenso bien pensante
será risible en una generación o dos”.
El mundo de hoy libra una batalla, más o menos explícita, entre
tecnócratas y humanistas. Los primeros detentan el poder de lo
cuantitativo, los números que rigen la economía y la riqueza de las
sociedades, ellos creen tener ganada la batalla a los humanistas, cuya
ingenuidad aboga por lo cualitativo y lo creativo. Pero en el fondo del
motor interno del aparato financiero, ese que hoy devora la economía
real, en su raíz más profunda, no encontramos los algoritmos de los
ordenadores que controlan los mercados bursátiles, sino pasiones
humanas como la codicia, la envidia o el resentimiento. Y sobre éstas
los tecnócratas apenas saben nada, simplemente se dejan arrastrar por
ellas. Sobre las pasiones los expertos son los humanistas, de modo que

89
los problemas generados por un mundo en brazos de la técnica sólo
podrán resolverse mediante el humanismo.

***

La vida no es geométrica. La conciencia carece de forma. Reducir


la experiencia de la vida a las matemáticas supone una falta de consi-
deración, hacia la vida y hacia la conciencia. Cabe entonces pregun-
tarse qué puede hacer la neurociencia, cuyo apoyo fundamental es la
matemática, respecto a la cuestión de la vida y la conciencia. Einstein,
como todos aquellos que se formaron en las matemáticas, creía que
había unas leyes inmutables de la naturaleza, algo que por otro lado
creen la mayoría de los físicos y que se ha convertido en un dogma de
esta ciencia. Es decir, creía que en un universo en evolución donde
todo cambia, había algo que no cambiaba: unas leyes escritas en un
lenguaje simbólico y que habitaban, por así decirlo, en un cielo mate-
mático. En este sentido seguía a Spinoza y la tradición judía, que hace
de los signos entes eternos que, sin cambiar ellos mismos, hacen que
todo cambie. Y no deja de ser curioso que el genio y la imaginación
de Einstein, que abrieron las puertas a la física cuántica, no pudiera
aceptar una de sus consecuencias, el universo abierto, el hecho de
que las leyes del mundo puedan cambiar (una evolución radical en
la que ese dios simbólico no está hecho, sino que se va haciendo a
medida que se hacen sus criaturas). De manera inconsciente, Eins-
tein prefería un mundo acabado, donde la partida ya estaba jugada,
aunque no conociéramos su desenlace (sólo Dios lo sabía). El filósofo
budista Nāgārjuna lo decía de un modo elocuente: “el padre hace al
hijo tanto como el hijo al padre”. Esa participación radical es la que
nos interesa plantear aquí.
El entusiasmo tecnológico, de un modo dogmático, afirma que el
cerebro es la causa de la conciencia. Un axioma moderno que pocos
ponen en duda y que convendría revisar. No sabemos siquiera si la
conciencia o la memoria son fenómenos cerebrales, si están dentro
o fuera de la cabeza. Actualmente estamos trabajando, el neurocien-

90 Juan Arnau y Álex Gómez-Marín


tífico y el filósofo que suscriben estas líneas, en un libro sobre los
dogmas de las neurociencias. Hay muchos más de lo que uno podría
imaginar, Bergson detectó algunos, como el que el cerebro guardara
los recuerdos.
El mismo Newton, que afirmaba que todo relativismo es ateísmo,
y que un dios “sin dominio, providencia y causas finales, no es más
que hado y naturaleza”, anticipa la postura de Popper. Sin un mundo
ahí fuera, ordenado, al margen de la percepción (al margen de las
criaturas, que son sus observadores), no serían posible ni la ciencia
ni la objetividad.

La construcción de la objetividad
La construcción de la objetividad ha sido la vocación de Occidente
en los últimos trescientos años. Los logros son innegables. Ahora hay
que ver si eso es lo único a lo que debemos aspirar o hay otras cosas.
La construcción del objeto y su posterior manipulación es una opción
vital y civilizatoria, pero no la única. Popper lo tenía claro. Aunque
hubo otros que protestaron, como Wittgenstein o Feyerabend, ten-
demos a identificarnos con estos últimos. La posmodernidad fue una
reacción sana y necesaria a la fiebre del análisis, pero como dijo no
recuerdo quién, la no literalidad de lo real no hay que tomarla dema-
siado literalmente. Cualquiera que venda literalidad (las ciencias lo
hacen) tratan de convencernos de que sus narraciones logran evitar
las metáforas, y eso es imposible.
Hay un punto ciego en las ciencias, algo que no podemos ver, por
ser parte implicada. Si nos limitamos al caso de las neurociencias,
encontramos un conflicto de intereses, que generalmente se ignora
o pasa desapercibido. Un sujeto (el científico) estudia otro sujeto
(un humano o un ratón) pero hace ver que su sujeto de estudio es un
objeto, y además que el propio científico no está presente. La inves-
tigación empezó con dos sujetos y, casi sin darnos cuenta, concluye
con un objeto. He ahí el truco de magia.
Ahora se ve más claro el conflicto de intereses al que aludíamos. En
primer lugar, está el problema del observador (el científico, el sujeto

La mente en el laboratorio 91
que experimenta). En segundo lugar, el problema de lo observado
(el ratón o el cerebro sobre el que se experimenta). Este problema, el
del observador, nos lleva al de la objetividad, que es tan antiguo como
la filosofía y que se puede formular así: ¿podemos pronunciarnos
sobre la realidad como algo que está “ahí fuera”, independientemente
de quien la mira?
Hace un siglo que los físicos se toparon con este problema.
La revolucionaria conclusión fue que la pura objetividad es un mito:
El que percibe, el observador, no se puede dejar fuera de la ecua-
ción. Las diversas ciencias han sobrevivido como han podido a esta
revolución conceptual sin apenas cambiar ni un ápice de su abordaje
(que por otro lado sigue anclado en la física del siglo xvii...). Pero
el “elefante en la habitación” no puede seguir siendo ignorado inde-
finidamente, sobre todo cuando hablamos de la mente humana, que
es la que procesa los datos de la percepción.
La ciencia es parte de la vida, no al revés. La objetividad es una
construcción entre sujetos (no ponerse una bata blanca y desaparecer
como por arte de magia). Y esto nos lleva al segundo problema, el de
“lo observado”, que concierne principalmente a las ciencias de la vida
(biología) y a las de la mente (neurociencias). Aquí nos encontramos
una doble paradoja: Por un lado, la biología estudia la vida como si
estuviera muerta. Por el otro, las neurociencias estudian la mente
como si fuera un sub-producto, un invitado inesperado a la fiesta de
la evolución, un epifenómeno de la materia neuronal. Surgen aquí
dos preguntas ineludibles. En primer lugar: ¿podemos entender la
vida matándola? Y en segundo lugar: ¿podemos entender la mente
descomponiéndola?
Este hábito (que es casi un vicio) de pensar lo “superior” en términos
de lo “inferior” lo hemos heredado de la biología molecular del siglo
pasado. Una ciencia cuyo postulado fundamental es que la vida no
es más que bio-química. Y, por ende, la mente no puede ser más que
electro-química. Pero decir que la vida, la mente o la conciencia no son
nada más que un producto de mecanismos moleculares es equivalente
a evadirse del problema que la vida misma y la conciencia plantean.

92 Juan Arnau y Álex Gómez-Marín


Volvamos al principio, al punto ciego de la neurociencia, al hecho
de tratar a los sujetos como objetos. Aquí podemos servirnos de la idea
de UMWELT, que en alemán significa “mundo”. Pero no cualquier
mundo, o mundo en general, sino el mundo tal y como lo experimenta
cada organismo. Sería algo así como un ambiente significativo para el
sujeto, en contraposición con otra palabra alemana, UMGEBUNG,
que significaría los “alrededores físicos”. Veamos un ejemplo sencillo:
Un árbol es un árbol, pero un árbol para una hormiga tiene muy poco
que ver con lo que es un árbol para un carpintero. Cada uno tiene
su UMWELT. Su espiral de conocimiento, que diría Skolimowski.
Hay tantos mundos como organismos vivos; cada uno tiene un
punto de vista particular. El centro del mundo es cada ser vivo (esta
idea gustaría a Varela); esa es la geometría extremadamente compli-
cada en la que vivimos. Todos los animales comparten el mundo pero
hay tantos como seres vivos y no puede hablarse de que tengan un
mundo en común. Cuando estudiamos el comportamiento de un
ratón de laboratorio en una caja de un metro cuadrado durante 5
minutos, nuestra voluntad de ser objetivos nos hace caer en el antro-
pomorfismo (o en el colonialismo cognitivo, negamos su mundo
para imponer el nuestro). Hay un choque de mundos en nuestros
laboratorios. Y con esto llegamos a punto esencial: Hay un punto
ciego de la neurociencia, que es precisamente el de la percepción.
Hay aquí cierta ironía: lo que la ciencia parece no percibir es precisa-
mente la percepción misma. Borges lo sintetizó en una frase magistral:
“La retina y la superficie cutánea invocadas para explicar la visión y
el tacto son a su vez superficies táctiles y visuales”. Nos encontramos
ante un razonamiento circular, como el de Bergson ante las explica-
ciones psicofísicas: “La psicofísica está abocada a un círculo vicioso.
Pues el postulado sobre el que descansa la obliga a una verificación
experimental y esa verificación no puede realizarse si no se admite el
postulado. No hay punto de contacto entre lo inextenso y lo extenso,
entre cualidad y cantidad.”
Algunos experimentos con inteligencia artificial y prestidigitación,
realizados por el neurocientífico que firma estás páginas, permiten

La mente en el laboratorio 93
orientar la cuestión (por supuesto, no la resuelven). Ambos, la magia y
la Inteligencia artificial, son buenos espejos para estudiar la cognición
humana. La magia es el arte de producir en el espectador la experien-
cia de una ilusión. La magia hace creer que lo imposible es posible.
En el mundo de la magia la ilusión es lo real. Además, no hay magia
sin espectador, y este es un aspecto importante para nuestros propó-
sitos. El sujeto que experimenta es el núcleo del fenómeno mágico.
En el experimento diseñado por el neurocientífico se estudia
el movimiento de una moneda (aparición, desaparición, multi-
plicación) en las manos de un mago. Para medir con precisión el
movimiento de los dedos del mago durante la rutina se utiliza un
algoritmo de visión por ordenador basado en la inteligencia artifi-
cial. Para explicarlo brevemente: un humano entrena a la máquina a
“ver” un punto de interés en una imagen (en este caso la moneda),
y lo hace mostrándole a la máquina dónde se encuentran en unas
pocas imágenes. El ordenador entonces “aprende”, “generaliza”, y
encuentra su forma de detectar dónde está la moneda en cualquier
otra imagen que se le presente. La novedad de nuestra idea fue
enseñarle también al ordenador dónde estaba la moneda cuando
no era visible. Esto implica transferirle a la máquina algo de nues-
tra cognición, pues quien entrena a la máquina, no lo olviden, es
un humano, que infiere dónde está la moneda cuando no es visible.
La máquina señala con un punto de láser rojo dónde “ve” o “cree”
que están las monedas. En conclusión: ¿puede el mago “ilusionar” a
la máquina? En este punto es conveniente desmitificar la Inteligencia
artificial. Las máquinas, propiamente dicho, no ven, sino que detectan.
Las máquinas tampoco prestan atención, pues no tienen la libertad
para fijarse en una parte de la imagen y no en otra. En resumen, se puede
decir que las máquinas no piensan, sólo calculan (que no es poco).
La magia que le hacemos a la máquina, nos la hacemos a nosotros
mismos, a partir de lo mucho o lo poco que le hayamos enseñado del
truco a través de nuestro mundo. Se trata de un complejo y fascinante
juego de espejos: “el científico pide al mago que haga un truco al
espectador, que a su vez entrena a la máquina para que, ésta, de nuevo

94 Juan Arnau y Álex Gómez-Marín


ante el mago intente encontrar el truco para que así el científico vea
reflejados qué procesos cognitivos del espectador refleja y amplifica
la máquina”. Espejos deformantes para entendernos un poco mejor
a nosotros mismos. Contra lo que se suele creer, no son los sentidos
los que engañan, la que engaña es la mente. Y utilizamos la mente
para estudiar la mente. Para conocer la mente hay que ponerla a tra-
bajar. Meditando, imaginando, recordando, empatizando. No sirve
desmontarla. La mente no es un trenecito de juguete, es alérgica al
mecanicismo. El reto es fascinante: utilizar una mente científica sin
que deje de ser una mente participativa. ¿Es posible? La pregunta
queda en el aire.

La mente participativa
Las neurociencias actuales deben recuperar el concepto de campo.
Se han descubierto redes neuronales en los intestinos y en el cora-
zón. ¿Significaría que la mente está extendida? El campo, ya sea el
semántico o el de minas, es el conjunto de condiciones que hacen
posible el acontecimiento. También el límite de aplicabilidad de
un instrumento o de un sujeto, hasta donde puede oír, ver, sentir…
El concepto de campo, asociado al de estructura y al de correspon-
dencia, ha ido creciendo en importancia en física y esa relevancia
debería proyectarse ahora sobre las neurociencias y a las teorías de
la percepción. ¿Por qué se sienten los paisajes espirituales en ciertos
lugares como la India o los Himalayas?
En física, el campo se concibió como la distribución continua
de una “condición” o “magnitud” preponderante que puede ser des-
crita matemáticamente mediante un gradiente. El campo se podría
entender, como el espacio vital de un organismo, del que derivará el
comportamiento mismo del organismo. La razón es simple: siempre
existe un campo en el que tiene lugar la observación y el significado
de la misma (campo semántico). Si el campo se convirtió en una
noción imprescindible para la materia física, ahora debería serlo para
la materia orgánica y la materia psíquica. Es lo que podría llamarse,
una filosofía del paisaje.

La mente en el laboratorio 95
Lo que Whitehead llamaba internal relations y Varela llama
autopoiesis: la capacidad de los seres vivos de funcionar como organis-
mos autónomos, de ser capaces de producir sus propios componentes y
de estar determinados fundamentalmente por sus relaciones internas.
El paisaje está fuera, pero se nutre de él cuando lo adentra, cuando lo
hace suyo. Una cuestión que tiene que ver con la naturaleza misma
de la experiencia vital, tanto a nivel fisiológico como a nivel mental.
La vida se nos presenta definida por un contorno, el cuerpo, pero
la vida, la vitalidad de ese cuerpo, depende de la transición fluida a
través del contorno. Es decir, la vida misma desmiente continuamente
el contorno y trasciende sus límites. En lo que el ojo mira y el modo
en que lo mira, en lo que el oído escucha o lee, en el alimento, la res-
piración y los afectos, el ser vivo incorpora ya el paisaje, emocional
o sensible. “Eso eres tú”, dicen las Upanisads. Esa es la trascendencia
esencial del proceso mismo de la vida, de su evolución creadora, ya
sea en el ámbito político o planetario.
Whitehead decía que la filosofía debía ser una crítica de las abs-
tracciones. La abstracción, como la generalización, es necesaria para
el pensamiento. Pero exacerbarla o dedicarse solo a ella deforma el
espíritu. Aspiramos a una filosofía de la percepción, donde el color y el
sonido tengan un lugar privilegiado, y la abstracción carece de ambos.
De hecho, el pensamiento abstracto es ciego y, sentadas las premisas,
mecánico. Por eso la gente cree que las máquinas pueden pensar. Las
máquinas pueden resolver algoritmos, pero eso tiene muy poco que
ver con el pensamiento como nosotros lo entendemos. ¿Y cómo hay
que entenderlo? Como una conjunción armoniosa de percepción y
conciencia. De saberse ver, oír, gustar o tocar. De sentirse vivo y estar
atento y agradecido a esa vida.
Karl Popper vivió obsesionado por salvar la existencia de un
mundo exterior, al margen de la percepción. Popper, el más célebre
de los teóricos de la ciencia, no logró asimilar el desafío que supuso
la física cuántica (no así sus discípulos, Feyerabend y Skolimowski) y
no resulta extraño que Wittgenstein (“la exactitud depende de nues-
tros intereses”) llegara a amenazarlo con un atizador de chimenea.

96 Juan Arnau y Álex Gómez-Marín


Pero, frente a la amenaza del relativismo banal, hay muchas posicio-
nes intermedias ( James, Bergson, Whitehead), que entienden que lo
que llamamos “verdad” es un acuerdo provisional, y que ha llegado
el momento de interpretar esa “verdad” en términos de las relaciones
con otros seres vivos, más que en relación con una realidad no viva
(física, objetiva o algorítmica). El orden espacio-temporal es hoy mate-
máticamente impersonal, pero antaño estuvo poblado de emociones
oscuras o luminosas que orientaban al individuo y guiaban a su propia
psique hacia la perdición o la realización. Quizá la desaparición de
las máscaras sólo sea un vano sueño. Mientras, seguimos danzando,
inclinándonos ante ellas por miedo a reconocernos, por miedo a creer
en la unidad de todas las cosas. El tema es más actual que nunca,
sobre todo ahora que estamos enervando el paisaje (enervando lo
que somos) y desequilibrando el clima. •

Juan Arnau es filósofo y escritor. Autor de La fuga de dios


y Budismo esencial. Álex Gómez-Marín es investigador del
Instituto de Neurociencias, centro mixto de la Universidad
Miguel Hernández de Elche y el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas.

La mente en el laboratorio 97
E N S AY O

¿ES TAN JUSTA


LA SENTENCIA
DE LA MANADA?
Son dos los argumentos que apoyarían la decisión
adoptada por la Audiencia Provincial de Navarra
y por el Tribunal Superior de Justicia de Navarra
como decisión más razonable: uno es de inmediación
y otro de proporcionalidad.
J UA N A N TO N I O L A S C U R A Í N

E
s difícil discrepar de una sentencia que eleva la pena de
un delito indigno y machista. Pero obvio es que debe
hacerse si se considera que la agravación no es la opción
jurídicamente más razonable o si en su apreciación no
se han observado todas las garantías que protegen al
ciudadano del poder punitivo del Estado. De acuerdo
con nuestra Constitución, el objetivo de la administración de la jus-
ticia penal no es el de que al delito o a ciertos delitos peculiarmente
lesivos o humillantes se les asigne la mayor pena posible, sino, con-

98
forme al sustantivo que señala lo que se administra, que las penas sean,
si proceden, justas, y que sean las más justas posibles, entendiendo
por justas las que respetan las garantías del proceso penal y las que
resuelven de manera óptima el conflicto social que desata el delito:
las razonablemente adecuadas para prevenir el tipo de delito cometido
y sin desproporción respecto al mismo.
Si escribo este difícil comentario es porque considero que es
discutible que la sentencia del Tribunal Supremo que pone fin al
caso de La Manada (STS 344/2019, de 4 de julio) haya calificado
los hechos probados del modo más razonable posible y porque creo,
además, que para ello no ha observado plenamente las garantías pro-
cesales que limitaban su actuación. Y es una pena, valga la expresión,
porque la ocasión, con todos los ojos del país sobre la sentencia,
hubiera merecido algún avance en la interpretación general de los
preceptos concernidos (agresión sexual con intimidación y abuso
sexual con prevalimiento) y un extremado rigor con los derechos
de todas las partes.

Violencia, intimidación, prevalimiento


Mi primera crítica se refiere a la pérdida de la ocasión para delimitar
el prevalimiento de la intimidación, que era el problema esencial
para proceder a la mejor subsunción penal de lo que el relato de
hechos probados narra como acontecido. Recuerdo que para los
dos primeros tribunales (Audiencia Provincial de Navarra, Tribunal
Superior de Justicia de Navarra) estamos en este caso ante lo primero
y que, en cambio, el Tribunal Supremo estima que los acusados
intimidaron a la víctima. Si concurre intimidación para imponer
la relación sexual el hecho se calificará como agresión sexual (art.
178 CP); si la relación consiste en un “acceso carnal por vía vaginal,
anal o bucal, o introducción de miembros corporales u objetos por
las dos primeras vías”, el Código califica la conducta como violación
y prevé una pena de prisión de seis a doce años (art. 179 CP). Si el
consentimiento de la víctima se obtiene con prevalimiento “de una
situación de superioridad manifiesta que coarte la libertad” de la

99
En la misma, estaremos ante un abuso sexual
intimidación, (art. 183.3 CP), que si se concreta en una
como dice la de las relaciones sexuales antes mencio-
sentencia, con nadas merecerá una pena de prisión de
cita de la STS cuatro a diez años (art. 183.4 CP).
216/2019, “la Entre el prevalimiento y la intimida-
libertad sexual de ción se da una continuidad que hace muy
la víctima queda difícil su cesura. Muestra de esa continui-
neutralizada”. dad es la continuidad de las penas que se
El prevalimiento, prevé para las mismas. De las dos formas
por su parte, se pervierte la formación de la voluntad
“es una especie de la persona a la que se dirigen: hacen
de intimidación que la víctima decida algo en condiciones
pero de grado cercenadoras del uso de su libertad, de su
inferior” autonomía personal. Y esas condiciones
tienen que ver con la amenaza condicio-
nal: con el anuncio de un mal que se producirá si la víctima no accede
a mantener la relación sexual. La intimidación en sentido estricto es
más grave por la gravedad y la compulsividad de la amenaza, que hacen
que el consentimiento esté tan contaminado que sea equivalente al no
consentimiento: que la intimidación sea tan disvaliosa como la vio-
lencia, como la manipulación forzada del cuerpo del otro. En la inti-
midación, como dice nuestra sentencia con cita de la STS 216/2019,
“la libertad sexual de la víctima queda neutralizada” (FD 5.3); se usa
“un clima de temor o de terror que anula su capacidad de resistencia”
(FD 5.3) o, ahora en palabras de la STS 305/2013, “disminuye de forma
radical su capacidad de decisión” (FD 5.4). El prevalimiento, por su
parte, “es una especie de intimidación pero de grado inferior, que no
impide absolutamente tal libertad de decisión pero que la disminuye
considerablemente” (con cita de nuevo de la STS 305/2013). Es pues
“patente la situación fronteriza con la intimidación sobre todo en
el análisis de las concretas situaciones que puedan darse” (FD 5.4).
Este punto de partida, extraído de aquí y de allá en la sentencia,
es correcto. Y pide como siguiente paso un esfuerzo de concreción,

100 Juan Antonio Lascuraín


que será siempre aproximativo por la vaguedad genética de ambos
conceptos, acerca de la intensidad que requiere la coerción para situarla
en el área del abuso (prevalimiento) o en el de la agresión (intimida-
ción). Ese paso no lo da la sentencia, a pesar de su indudable esfuerzo
argumentativo, poco centrado en la abstracción y muy pendiente de
enumerar la doctrina jurisprudencial precedente, en una retahíla de
hasta once extensos fragmentos de otras sentencias cuyo contenido
ni siempre es homogéneo ni siempre se refiere a la intimidación que
el delito exige para calificar a un sujeto como autor –como autor y
no como partícipe– de una agresión sexual.
Menciono lo anterior porque buena parte de la doctrina juris-
prudencial invocada hace a la denominada “intimidación ambien-
tal” como comportamiento propio de quien participa en la agresión
sexual de otro, del autor: “la presencia de otra u otras personas que
actúan en connivencia con quien realiza el forzado acto sexual forma
parte del cuadro intimidatorio que delimita o incluso anula la volun-
tad de la víctima para poder resistir, siendo tal presencia, coordinada
en acción conjunta con el autor principal, integrante de la figura de
cooperación necesaria” (SSTS 1291/2005, citada dos veces en el FD
5.4). Pero una cosa es que una actividad intimidatoria en mayor o
menor grado sea suficiente como para catalogarla de contribución o
ayuda al autor de la agresión y otra que sea de tal intensidad como
para cualificar la acción misma de agresión. Repárese, por ejemplo,
para esa discriminación de intimidaciones, en que el acoso sexual
consiste en provocar “a la víctima una situación objetiva y gravemente
intimidatoria” (art. 184.1 CP), sin que consideremos que se produce
una agresión o en su caso una violación si tal víctima accede a una
relación sexual coartada por el acoso. Repárese también en que si la
intimidación presencial fuera una intimidación en sentido estricto
debería provocar que calificáramos al intimidador como coautor y
no como partícipe, cosa que podría no hacerse por la menor intensi-
dad de la amenaza, y no porque no pueda ser autor de una agresión
sexual quien no realiza personalmente la relación sexual impuesta.
Puede serlo porque la agresión sexual se define en el Código Penal

¿Es tan justa la sentencia de La Manada? 101


–a diferencia del pasado en el delito de violación: “el que tuviere
acceso carnal”– simplemente como “atentar contra la libertad sexual
de otra persona utilizando violencia o intimidación” (art. 178). Con-
forme a esta definición, ¿no es acaso un agresor sexual quien pistola
en mano impone la relación de un segundo con un tercero?

¿Es razonable la calificación de intimidación


–agresión sexual– violación?
Sí, es razonable. Como subraya Manuel Atienza en relación con este
caso, las figuras del abuso con prevalimiento y de agresión sexual con
intimidación “no tienen contornos completamente nítidos […] y, por
otro lado, tienen entre sí un considerable grado de homogeneidad […],
de manera que las discrepancias que pudiera haber en este punto no
deberían exacerbarse […]. [N]adie se coloca fuera de la razonabilidad
por defender una u otra tesis” (“A propósito del caso de La Manada”,
Jueces para la democracia, 92, p. 10).
Vaya entonces por delante de la crítica a la sentencia que ahora
expondré: por supuesto que no es irrazonable la decisión básica
que adopta el Supremo de considerar que se produjo intimidación
sobre la víctima, y con ello una agresión sexual continuada, y con
ello, dado el tipo de relación sexual impuesta, una violación conti-
nuada. ¿Qué significa aquí razonable? Me apoyo en la jurispruden-
cia constitucional: una interpretación aplicativa de un enunciado
penal es suficientemente razonable si respeta el tenor literal posi-
ble (razonabilidad semántica), si respeta los métodos aceptados de
interpretación (razonabilidad metodológica) y si es respetuosa con
los valores y principios constitucionales (razonabilidad axiológica)
(STC 137/1997).
Aquí pudo darse intimidación. Claro que sí, dependiendo de
cómo se establezca esa frontera antes de aplicarla al caso: de cómo se
gradúe la amenaza propia de la intimidación y cómo se razone des-
pués la subsunción de lo acaecido en ella. Si echaba de menos antes
la fijación o el acercamiento a la fijación de aquella frontera, echo
ahora también de menos estas razones para la subsunción, difíciles

102 Juan Antonio Lascuraín


sin el primer presupuesto interpreta- Un juez no
tivo que es el de afilar el concepto de debe conformarse
intimidación. No por extenso, con una con que su
nueva reproducción de los hechos, deja interpretación y
de tener un cierto carácter apodíctico aplicación de la
el apartado aplicativo (FD 5.7), como norma penal sea
revela su párrafo introductorio, en el razonable, sino
que se habla de la “claridad” del error de que debe buscar
los dos anteriores tribunales; se insiste que sea la más
en que la intimidación se desprende razonable a la luz
“sin ningún género de dudas” en un de los valores y
relato de hechos probados “terrible”; y principios que
se concluye que de él deriva una “obvia” informan nuestro
coerción de la voluntad de la víctima, ordenamiento
que quedó totalmente anulada. Tan penal
clara le parece a la sentencia la intimi-
dación que no solo la afirma, sino que la aprecia en su modalidad
agravada por revestir “un carácter particularmente degradante o
vejatorio” (art. 183.4.c CP) (FD 6).

¿Es más razonable la calificación de prevalimiento


–abuso sexual– abuso agravado?
Un juez no debe conformarse con que su interpretación y aplica-
ción de la norma penal sea razonable, sino que debe buscar que sea
la más razonable a la luz de los valores y principios que informan
nuestro ordenamiento penal. Desde esta perspectiva expongo dos
argumentos que apoyarían la decisión adoptada por la Audiencia
Provincial de Navarra y por el Tribunal Superior de Justicia de Nava-
rra, como decisión más razonable: uno es de inmediación y otro de
proporcionalidad.

• El primero se refiere a la imbricación de los hechos con la calificación.


Ciertamente un tribunal de casación puede volver a calificar los hechos
probados de un modo que le parezca más correcto si así se lo pide

¿Es tan justa la sentencia de La Manada? 103


alguna de las partes. Esto es lo que ha hecho el Tribunal Supremo. Lo
que sucede es que existen determinadas calificaciones jurídicas que
están fuertemente imbricadas en los hechos, que dependen sobre-
manera de la precisión de los mismos, de modo que está en mejor
posición para la calificación el juez que está en mejor posición para
el conocimiento de los hechos. Esa dependencia hechos-Derecho es
bien conocida por los penalistas a la hora de calificar una conducta
como dolosa (el sujeto actuó conociendo que se producirían con
seguridad o con alta probabilidad las consecuencias de sus actos) o
como conscientemente imprudente (el sujeto actuó sabiendo que su
comportamiento era peligroso). Hay un sustrato fáctico –qué sabía
el sujeto– del que va a depender sobremanera la asignación de la
etiqueta jurídica –dolo o imprudencia–.
Creo que lo mismo sucede en el presente caso, en el que se trataba
de conocer y de calificar los hechos coercitivos desplegados por los
acusados para luego calificarlos como más o menos intensamente
amenazantes (como prevalimiento o como intimidación). Y aquí, en
esta calificación sobre un continuum, los matices fácticos, no siem-
pre trasladables al relato escrito, son importantes. Y esos matices
solo estuvieron en posición de apreciarlos los tres magistrados de la
Audiencia Provincial, que escucharon a la víctima, a los acusados y a
los peritos, y vieron las grabaciones existentes del suceso. Dicho de otro
modo: por mucho que al Tribunal Supremo deban llegar los jueces
mejor preparados y con más experiencia, sobre ese argumento para
dar mayor validez a su juicio calificativo creo que debe imponerse en
casos como este el juicio mejor informado de los jueces ante quienes se
celebró la práctica de la prueba, y que por ello una buena práctica de
self restraint de los tribunales superiores es la de no empeorar para el
reo la calificación de origen en este tipo de casos en los que se perciban
sólidas dudas vinculadas con la percepción de los hechos.

• Mi segundo argumento crítico es de proporcionalidad. Por las execra-


bles conductas que realizaron los acusados la noche del 7 de julio de
2016 en un oscuro portal de Pamplona se les impone a cada uno de

104 Juan Antonio Lascuraín


ellos una pena de quince años de prisión y de ocho años adicionales
de libertad vigilada. Esta pena es mayor que la pena máxima que prevé
nuestro Código Penal para el homicidio doloso (de diez a quince años
de prisión y hasta cinco años de libertad vigilada). Esto supone que
su pena hubiera sido menor si estos desalmados lo hubieran sido aún
mucho más y hubieran matado intencionadamente a la víctima por
oponerse a sus deseos sexuales.
Esta comparación nos revela que la pena es excesiva desde la pers-
pectiva valorativa de nuestro Código Penal y que concurrían por ello
buenos argumentos de razonabilidad principial (de principio de pro-
porcionalidad) para haber mantenido la pena inicialmente impuesta
de nueve años de prisión y de cinco años más de libertad vigilada.

La falta de garantías en la consideración de los hechos acaecidos


De las críticas que suscita la sentencia, la más grave es la relativa a la
apreciación de hechos que no figuraban en el factum fijado por el tri-
bunal de enjuiciamiento. Esto no se puede hacer, como veremos, por
elementales razones de garantía de los acusados. Lo dice indirecta-
mente la propia sentencia, en inconsistencia con lo que hace, cuando
señala que el recurso de casación por infracción de un precepto penal
sustantivo parte de “unos hechos dados, ya inalterables”, con “el más
absoluto respeto a los hechos que se declaren probados en la senten-
cia recurrida […]. [N]o resulta posible pretender un control de la
juridicidad de la decisión judicial alterando argumentativamente la
realidad fáctica de soporte”, ni siquiera “eliminando o introduciendo
matices que lo que hacen es condicionar o desviar la hermenéutica
jurídica aplicada y aplicable” (FD 5.2).
Obvio es decir que, si el recurrente no puede impugnar la califi-
cación penal de los hechos sin respetar los probados, tampoco puede
el tribunal analizar esa impugnación alterando lo que el tribunal de
enjuiciamiento dejó por sentado como acontecido. Lo ha subrayado
el propio Tribunal Supremo, vedando que se puedan complementar
“los hechos probados con las referencias fácticas camufladas en el
seno de las argumentaciones jurídicas” de las sentencias recurridas.

¿Es tan justa la sentencia de La Manada? 105


En primer lugar, porque es ilegal, puesto que el “artículo 849.1 de
la Ley de Enjuiciamiento Criminal nos dice de manera expresa que
el error de derecho tiene que partir de los hechos que se declaran
probados”. Pero es que además esta ilegalidad genera indefensión y
menoscaba la presunción de inocencia. Genera indefensión porque
“la parte afectada […] tiene que escudriñar e interpretar cuáles son
las partes fácticas de la fundamentación jurídica, para conseguir
combatir la calificación jurídica de la sentencia”. Y es contrario a
la presunción de inocencia porque reputa como hecho probado
de cargo uno que el tribunal competente no consideró como tal:
“Es evidente que cuando la sentencia se olvida de unos hechos y
los recoge de manera puramente dialéctica en los fundamentos de
Derecho, nunca se dice, de forma concluyente, que, dichos pasajes, se
declaran expresa y terminantemente probados” (STS 769/2003, FD
5; también, por ejemplo, SSTS 470/2014, FD 4; 613/2018, FD 50).
Sorprendentemente nuestra sentencia toma en cuenta para la cali-
ficación de la intimidación “determinados extremos” que “inexplica-
blemente” la sentencia recurrida “no recoge en el relato fáctico”. Esos
extremos son, en síntesis, que “la víctima se encontraba bebida”; que
“en un determinado momento de los hechos la denunciante estaba
agazapada, acorralada contra la pared por dos de los procesados y
gritando”; y que “se escucha un choque de metal contra cristal, y se
oye una voz masculina que dice ‘esto no tiene guasa’, y tres gemidos
de dolor emitidos por la denunciante” (FD 5.8).

Firmeza
A cualquier lector le resultará obvia la trascendencia de estos nue-
vos datos para la calificación de los hechos. Tan obvia como que los
mismos no pueden ser tomados en cuenta, porque el tribunal que
debía hacerlo, el que valoró las pruebas, no los consideró probados
con las garantías que exige un relato incriminador –más allá de toda
duda razonable– y porque por ello no formaban parte del relato cuya
calificación se discutía en casación y con el que los acusados trataban
de defenderse.

106 Juan Antonio Lascuraín


A la repulsa que todos sentimos por este grave atentado machista
debe responderse con firmeza. Con la firmeza que proporcionan la
mesura y el respeto a las garantías de los acusados. Y desde esta pers-
pectiva cualquier exceso es contraproducente para la causa de la pro-
tección de la libertad sexual de las mujeres, entre otras razones por-
que tiende a generar una paradójica victimización de los victimarios.
Es esta falta de verdadera firmeza la que trato de exponer en este
artículo. En este para mí tan incómodo artículo. •

Juan Antonio Lascuraín es catedrático de Derecho Penal de


la Universidad Autónoma de Madrid.

¿Es tan justa la sentencia de La Manada? 107


LIBROS

JAVIER PR ADER A ,
UN REFERENTE
PAR A L A IZQUIERDA
ESPAÑOL A
Se acaba de publicar la primera biografía de
Javier Pradera, pero entre los escritos encontrados
tras su fallecimiento hay datos y relatos suficientes
para llenar varias vidas.
PAT XO U N ZU ETA

Jordi Gracia, Javier Pradera o el poder de la izquierda.


Anagrama, Barcelona, 2019.

A
sí que el verdadero Semprún era Pradera”, dejó
caer un periodista vasco tras haber leído uno
de los libros publicados poco antes o poco
después de su fallecimiento (en noviembre de
2011). El libro de Jordi Gracia es la primera
biografía de Javier Pradera que se publica. El
texto abarca su trayectoria vital y profesional desde la infancia
en San Sebastián donde, con dos años y medio, vivió la tragedia

108
del asesinato de su padre y el del padre de su padre, el político
tradicionalista Víctor Pradera, a manos de milicianos republi-
canos y en las primeras semanas de la guerra civil. Amigos de
Javier le han oído contar que durante toda su vida ha tenido un
sueño recurrente en el que su padre volvía a casa. Su biografía es
el hilo conductor de la reconstrucción de las raíces de la oposi-
ción antifranquista desde la movilización estudiantil de la gene-
ración del 56 a la experiencia de su participación en la creación
y desarrollo de un periódico de orientación socialdemócrata
(El País) bajo la inspiración y dirección editorial del propio Pra-
dera. Es la primera biografía suya que se publica, pero hay entre
los escritos encontrados después de su fallecimiento datos y relatos
suficientes para llenar varias vidas
En la primera parte del libro llama la atención la presencia
abundante de expresiones como como nuevo/nueva, juvenil, nove-
dad, neo, expresivas de un voluntarismo juvenil presentado como
un valor en sí mismo. Y que es adoptado, por ejemplo, por las
firmas editoriales y publicaciones que aparecen desde finales de
los años cincuenta: Terra Nova, Tiempo Nuevo, Ciencia Nueva,
Vida Nueva, entre otras. Y hasta los poetas tienen que ser novísi-
mos, como en la antología preparada por Josep María Castellet y
de la que también se habla en el libro de Gracia. Es evidente que
hay en todo esto un componente generacional. Entre los autores
y editores que comparecen por uno u otro motivo para opinar
sobre Pradera hay de todo, pero ninguna opinión es tan descarnada
como la de Agustín García Calvo, evocada por Fernando Savater,
que recuerda escandalizado haberle oído sostener en la academia
en la que el uno era profesor y el otro alumno, que si de lo que se
trataba era de instalar un sistema democrático como los del resto
de Europa, entonces “quizás sentiría cierta simpatía por los tanques
rusos enviados a Praga”.
La ambigüedad resultante de la crisis provocada por la salida
del partido del trío Semprún-Pradera-Claudín se mantiene durante
algún tiempo, de manera que jóvenes universitarios dispuestos a

109
militar en el PCE se dirigen a Pradera para que les facilite un contacto
para ingresar en un partido del que él ya no formaba parte. Tanto si el
trío ha abandonado formalmente el partido, como si no, intelectua-
les como Xavier Folch o Manuel Sacristán no se resignan a perderlo.
Este último ha enviado a la dirección una carta personal en la
que critica la desproporción entre la entidad de la disidencia y las
consecuencias finales del caso. Jordi Gracia sintetiza los efectos
personales y familiares de la expulsión del Partido Comunista de
los tres disidentes: poco traumáticos para Pradera, soportables
para Semprún y graves para Claudín, que había sobrevivido en la
precariedad del exilio incluyendo a veces la carga de la clandesti-
nidad. Lo que forzosamente implica situaciones de dependencia
psicológica y material.
En el fondo sigue vigente, dice Jordi Gracia, la desconfianza res-
pecto a la función del intelectual: quien no entienda qué es el partido
ni vea fundados sus estatutos no es propiamente militante. Se ha
llegado a tratar al intelectual de enfermo contagioso. La teoría leni-
nista de organización es para los comunistas ortodoxos una cuestión
de principios y no un mero asunto técnico (normas de seguridad o
de disciplina, etcétera). Porque como escribió el teórico comunista
húngaro Georg Lukacs: “no puede haber una teoría de la organización
revolucionaria sin una teoría de la revolución misma”.
A finales de los años sesenta Felipe González, matriculado en la
Universidad de Lovaina, acostumbra a pasar por París para visitar a
Fernando Claudín “en su modestísimo apartamento de las afueras
de París”, y a Semprún. En alguna de esas visitas alguien muestra un
folleto de Carrillo titulado “Después de Franco ¿qué?” en el que
los expulsados de 1964 reconocen las tesis por cuya defensa fueron
purgados diez años antes. Los residuos stalinistas que sobrevivían en
los partidos comunistas provocan situaciones absurdas, como el veto
a la asistencia de Semprún a una cena organizada por los comunistas
españoles en Cuba y que provoca el abandono de la mesa por parte de
Pradera, Castellet, Pepe Martínez y Roberto Mesa. Verse sin el apoyo
de esas redes debe de ser dramático para quienes llevan décadas a la

110 Patxo Unzueta


sombra del partido. Los partidos comunistas producen (o producían)
numerosos disidentes, lo que provoca situaciones contradictorias
como la de querer seguir militando sin abandonar la condición de
disidente, al que Mario Onaindía definía como “quien está en des-
acuerdo pero se queda.”
Episodios como el del veto a Semprún suscitan una crisis de
conciencia de Sacristán porque su disciplina comunista chocaba
con la evidencia de su propia evolución moral e intelectual, relata
el autor del libro. El cual también recoge la idea según la cual
Pradera no necesitó desestalinizarse porque llegó (al Partido) ya
desestalinizado.

***

De la experiencia de Allende en Chile, la izquierda de ese país


extrae consecuencias contradictorias. Para unos, el fracaso del
ensayo reformista demuestra la incapacidad de la socialdemocracia
para evitar o neutralizar un golpe militar como el sangriento de
Pinochet de septiembre de 1973. Para otros, es el izquierdismo
infantil del sector más radical de la izquierda chilena la causa de
esa impotencia. Y el eurocomunismo tampoco sabe cómo evitar
ese desenlace. A la altura de 1971, Pradera había concluido su
reflexión sobre las vías hacia el socialismo con la idea de que su
aportación personal al socialismo de Salvador Allende pasaba
por su labor de editor con vocación de orientar a la izquierda
chilena mediante su intervención profesional en relación a los
intelectuales y al ámbito universitario en general. “La nueva juven-
tud radical (nueva, juventud y radical: tres en uno) recolocó a
la órbita comunista occidental en parámetros cuasi reformistas,
sometida al “cobarde estado de derecho”. Una democracia “repre-
sentativa, legalista y garantista”, enumeración que aparece como
un triple y desconcertante reproche. Porque “es precisamente la
naturaleza extraparlamentaria y rupturista de la nueva izquierda
lo que empieza a crecer frente a un comunismo casi domesticado

Javier Pradera, un referente para la izquierda española 111


y semiprogubernamental”. Lo que no se vislumbra es una alter-
nativa realista. En la resaca del 68 francés y de Praga reaparece la
tentación de la lucha armada, de la que sólo sobrevivirán el IRA
y ETA. Es decir, aquellas organizaciones terroristas que cuentan
con un brazo político nacionalista con fuerte apoyo social. A los
ojos de Manuel Sacristán, la estrategia comunista para desmar-
carse de la insurrección armada y a la vez poner distancia con el
comunismo soviético consistía en la búsqueda de aliados pro-
gresistas como tránsito a una sociedad sin clases (hay que decir
que el Compromiso Histórico de los partidos comunistas con la
burguesía liberal estaba ya en marcha en Italia.)
En España, el proceso de Burgos (contra 16 miembros de ETA,
diciembre de 1970), con petición de pena de muerte para seis de ellos,
se vive como un ensayo de movilización revolucionaria y suscita un
debate en los medios de izquierda sobre la legitimidad o no de la
violencia en determinadas circunstancias. Ridruejo rehúsa firmar
un escrito pidiendo clemencia para los presos de Burgos que le han
pasado Juan Benet y Pradera. Porque firmarlo, sostiene Ridruejo,
equivaldría a aceptar una adhesión tácita a ETA como movimiento
antifranquista, socialista y revolucionario. Esto provoca un debate
confuso especialmente en el seno de la propia ETA que acabará
rompiéndose en dos: ETA (V), que es la que da continuidad a la
violencia terrorista, y ETA (VI) que evoluciona hacia un izquier-
dismo dogmático muy crítico, sin embargo, con la vía violenta. Un
argumento potente para abandonar la lucha armada es que interfiere
en la movilización de masas, que es la prioridad del momento. Pero
el otro sector contrargumenta aduciendo que lo que hace la vía
armada es radicalizar la movilización, no impedirla.
Pradera continuará su carrera de editor en paralelo a sus otras
actividades, como el periodismo. Hacia finales de la década de los
ochenta es sondeado sobre la posibilidad de que fuera nombrado
Director general de RTVE. Se lo pensó, pero antes de que se
decidiera, decidieron por él desde las alturas. Concretamente le
dijeron que “frenase” el asunto.

112 Patxo Unzueta


Referendum OTAN
En vísperas del referéndum sobre la permanencia o salida de España
de la Alianza Atlántica (12 de marzo de 1986) un grupo de inte-
lectuales muy conocidos, entre los que estaba Javier Pradera, escri-
bieron y rubricaron un manifiesto a favor de la permanencia. Al
Ombudsman (defensor del lector), Ismael López Muñoz, le pareció
que había una incompatibilidad entre esa firma de Pradera y su
condición de responsable de las páginas de opinión de El País, y
así lo expuso en su columna. Hubo mucha polémica en el ámbito
del Defensor, en particular sobre si había o no debido contrastar
su información con la de Pradera. El jefe de opinión y principal
editorialista político del periódico presentó su dimisión de ambas
responsabilidades aquel mismo fin de semana. El acuerdo alcanzado
con Cebrián incluía la condición de no tener que escribir ningún
editorial más, aunque sí artículos firmados en diversas secciones
del diario (Nacional, Suplemento de domingo, Crítica de libros,
etcétera) por lo que su salida se produjo por etapas, manteniendo
la provisionalidad hasta septiembre de 1987. Fue la primera crisis
interna grave del periódico, más que nada porque afectó a órganos
vitales en todo diario, empezando por la línea editorial. Pero para
entonces Pradera ya había vuelto a escribir en El País y en la revista
de PRISA (El globo), que apareció por entonces.

Faltaba costumbre
Una decisión, pues, muy de Pradera, que muestra su carácter de hom-
bre de pocas palabras, (como vascongado, “corto en palabras pero en
obras largo” que escribía mejor que hablaba –y hablaba muy bien–)
cuya imagen en la redacción era la de una persona cuya presencia en el
periódico desprendía sabiduría y autoridad, siendo lo segundo efecto
de lo primero; no solo porque era el editorialista principal del diario,
sino porque trasmitía la sensación de que todo lo que decía era fruto
de una reflexión profunda. Del mismo modo que la intuición puede
definirse como la brusca irrupción en la conciencia de un lento y com-
plejo proceso deductivo. Coincidió que el asunto de la OTAN era

Javier Pradera, un referente para la izquierda española 113


el primero que caía en la agenda del Defensor. O sea, el primer caso
del primer Defensor del lector de un diario de información general.
No había jurisprudencia ni en la profesión ni en el interior del
periódico aunque hubo, según el libro de Juan Cruz (Una memo-
ria de ‘‘El País’, 1996) una intervención anterior al caso Pradera en
relación con una información que se publicó en el diario bajo la
responsabilidad del director adjunto, Augusto Delkader, estando
éste al frente del periódico. No había jurisprudencia pero sobre todo
“faltaba costumbre”. Costumbre de un sistema de control horizontal
entre periodistas.
Conspirador en la sombra contra la dictadura, varias veces dete-
nido y unas cuantas encarcelado, editor, periodista (editorialista y
responsable de las páginas de opinión de El País), experto en historia
de la Transición española y en temas de política constitucional, Pra-
dera era conocido, sobre todo, por sus columnas de opinión. Este
libro se abre con tres apelaciones a la inteligencia del lector, la última
de las cuales, de H. M. Enzensberger, advierte de que “es fácil ser el
más listo cuando todo ha pasado.” Apelación que puesta ahí viene
a significar que Semprún, al igual que Pradera, no esperaron a ver
hacia donde silbaba el viento para decidir sumarse a la resistencia
interior de los antifranquistas. Comparte la gloria de la victoria,
pero antes ha conocido los temores de la clandestinidad, el frío de
las estaciones vacías de madrugada en una Francia ocupada y, tras
su detención como combatiente de la Resistencia, la muerte en vida
de los campos nazis (él estuvo en el de Buchenwald).

El mito del mito de la Transición


En una de las últimas columnas que escribió, salió al paso de la
moda de arremeter contra la Transición que se había instalado sobre
todo en las redes sociales. sin mucho fundamento. El artículo, “La
Transición por dentro”, se publicó en El País el 7 de mayo de 2011.
Su párrafo esencial es este, resumido “Los demoledores de la Tran-
sición no suelen avanzar hipótesis contrafácticas sobre el deber de
la oposición de entonces (hacia 1977) en torno a las elecciones del

114 Patxo Unzueta


15 de junio, primeras convocadas por Suárez. Qué habría que haber
hecho? ¿boicotearlas? ¿votar contra la Constitución, compadrear
con ETA? Roza la necedad o la vileza describir a veteranos antifran-
quistas como Pasionaria, Rubial o Tarradellas como gente dispuesta
a venderse por un plato de lentejas, que se instala en un mundo de
lugares comunes, tópicos y mitos nuevos como la “baja calidad de
la democracia española actual”. •

Patxo Unzueta es periodista. Autor de Los nietos de la ira


y coautor de auto de terminación.

Javier Pradera, un referente para la izquierda española 115


LIBROS

EL TIR ANO,
SHAK ESPE ARE,
NOSOTROS,
Y L A P OLÍTICA
Stephen Greenblatt ha escrito un ensayo tan fascinante
como admirable, ya sea por su profundo conocimiento
de la obra de Shakespeare, como por el paralelismo
con nuestro tiempo que propone entre sus páginas.
F E D E R I C O P U I G D EVA L L

Stephen Greenblatt, El tirano. Shakespeare y la política.


Alfabeto Editorial, Madrid, 2019.

E
s más que evidente el amor que Stephen Greenblatt
(Boston, 1943) siente por William Shakespeare, un
amor públicamente declarado por el autor en el pró-
logo de uno de sus libros más conocidos, El Giro, un
fantástico ensayo sobre el redescubrimiento en 1417
de una obra considerada perdida, De rerum natura
–escrita hacia el año 50 a.C. por el romano Tito Lucrecio Caro–,
y de la influencia que esta tuvo en la creación del mundo moderno.
En la introducción a aquel volumen, por el que obtuvo el National

116
Book Award en 2011 y el Premio Pulitzer en 2012, Greenblatt no dejaba
lugar a dudas: “Mi verdadero amor ha sido y sigue siendo Shakespeare,
pero su grandiosa obra me parece solo una faceta espectacular de un
movimiento cultural mayor”. Así lo sugería en su muy premiada obra,
en la que presentaba el filosófico poema de Lucrecio como una semilla
que germinó y creció en los pensamientos e inquietudes, entre otros
muchos, de personajes como Sandro Botticelli, Leonardo da Vinci o
Américo Vespucio en el siglo xv; Erasmo de Rotterdam, Maquiavelo,
Copérnico, Ariosto, Miguel Ángel, Tomás Moro, Lutero, Cervantes,
Bacon o Galileo en el xvi; Hobbes, Spinoza o Newton en el xvii;
Hume, Diderot o Darwin en el xviii; Yeats en el xix, Einstein en el
xx… y también, naturalmente, en William Shakespeare, a quien en
El Tirano, Greenblatt califica de maestro del desplazamiento y del
uso estratégico de métodos indirectos pues, aunque trata en sus tra-
gedias de la política como un asunto central y, con ella, de las causas
sociales, las raíces psicológicas y las retorcidas consecuencias de la
tiranía, las sitúa en islas anónimas de mares remotos y a la distancia
histórica de, al menos, un siglo con respecto a su tiempo. Esta visión,
“en ángulo oblicuo”, permitió al genio de Stratford-upon-Avon esqui-
var las embestidas de la férrea y desalmada censura de la Inglaterra de
finales del siglo xvi y principios del xvii y profundizar en asuntos
que eran entonces tan peligrosos como todavía lo son, en nuestros
días, en tantos y tantos lugares.
Sí. La obra de Shakespeare es parte de un movimiento cultural
mayor, de un espíritu tan antiguo como contemporáneo, pues en ella
viven para siempre, sin tiempo pasado, presente o futuro, las pasiones,
las lacras y carencias del género humano –la locura, la arrogancia, el
escepticismo, la crueldad, los desvaríos, las paranoias, la adulación,
las falsedades…– junto a la excelencia, la virtud y la ética. Shakes-
peare vivió en tiempos de crisis religiosa y política, como nos ocurre
a nosotros, y para él, al igual que para muchos de los ciudadanos de
nuestras modernas sociedades, la palabra “político” era prácticamente
sinónimo de hipócrita. Greenblatt nos dice que el dramaturgo quiso
ser un autor popular; que quiso seducir a cambio de proporcionar

117
emociones fuertes que, a menudo, bordeaban la transgresión; que
pensaba que el sistema de valores de su tiempo era un fraude mons-
truoso y que, con Tomás Moro y su Utopía, muy probablemente creía
que los sistemas sociales no venían a ser más que una conspiración de
ricos. Sostiene que el autor de obras como Macbeth, Hamlet, Ricardo
III, Enrique IV, El rey Lear o Coriolano –entre las muchas maravillas
que salieron de su pluma–, nunca apartó la mirada de las horribles
consecuencias que sobrevenían a las sociedades que caían en manos
de un tirano. Creía que los tiranos y sus secuaces terminarían por
fracasar derrotados por su propia maldad y por un espíritu popular
de humanidad que, aunque pudiera ser reprimido, nunca acabaría por
desaparecer por completo, y que la mayor probabilidad de recupera-
ción de la decencia colectiva radicaba en los ciudadanos corrientes,
en gentes que, en sus obras, como advierte Greenblatt, permanecen
significativamente silenciosas en todo momento: el pueblo.

Preguntas con respuesta


Pero, ¿Por qué acepta el pueblo ser engañado a sabiendas? ¿Cómo es
que una sociedad acoge a un déspota? ¿Qué nos convierte en cómpli-
ces de un canalla? Son muchas las aceradas preguntas que Greenblatt
plantea en su libro y muchas y muy atinadas las respuestas que nos
proporciona en su finísimo y perspicaz análisis del papel de los tiranos
en las tragedias de Shakespeare y del comportamiento de los perso-
najes que les rodean. Nuestro autor comienza indagando en la obra
en tres partes Tragedia del rey Enrique VI, en la que se hace evidente
la desaparición de la moderación política y se pone de manifiesto
la creciente furia partidista de dos bandos –el de la Rosa Roja, del
duque de Somerset, y el de la Rosa Blanca, del de York–, que deviene
en violencia y en discordia, “una víbora” –como se dice en la obra
teatral– “que muerde las entrañas de la sociedad”. Ante tal situación
nada hace un rey débil, que ve crecer el odio en torno a sí, ese odio que
es parte fundamental del proceso que conduce a la ruptura social, a la
guerra y a la tiranía. Es en mitad de esta trilogía de Shakespeare cuando
aparece el pueblo, que se convierte en un instrumento de la lucha de

118 Federico Puigdevall


dos partidos cuyo objetivo –además de la corona– es el caos. En la
tragedia, el duque de York, dispuesto a provocar en Inglaterra “algún
negro huracán”, hace uso del resentimiento que bulle entre los más
pobres de los pobres y utiliza para sus fines a un personaje del pueblo,
John Cade, un demagogo, mentiroso, desvergonzado e indiferente
ante la verdad que, nos dice Greenblatt, “promete hacer a Inglaterra
grande otra vez”. Bastará con comprobar cómo se desata la Guerra de
las Dos Rosas, cómo el rey Enrique VI espera inútilmente el apoyo
del pueblo, cómo muere el monarca a manos de un descendiente del
duque de York, Ricardo, y cómo éste aguarda, entre bastidores, para
convertirse en un nuevo tirano. Leído este tercer capítulo del libro,
ya habremos comprendido, con Greenblatt, que el populismo es, en
realidad, una de las más cínicas formas de explotación.
En los tres capítulos siguientes, que se centran en el análisis de la
obra Ricardo III, Greenblatt describe con transparencia incontestable
la personalidad del tirano, a sus cómplices, y también gran parte de
aquello que hace que la tiranía triunfe. Al igual que el Ricardo de
Shakespeare, deforme y tullido, atormentado por su fealdad, del que
nadie sospecharía que aspirara seriamente al trono, el autócrata hace
gala de un egoísmo ilimitado; es capaz de transgredir cualquier ley;
manifiesta un impulsivo deseo de dominar; siente placer cuando causa
dolor y es un narcisista patológico que espera lealtad absoluta pero
que es ingrato, deshonesto y sin sentido de humanidad. Para él, que
tiene la habilidad de saber meterse en la mente de quienes le rodean,
el mundo se divide entre ganadores y perdedores, es decir, entre él y
todos los demás.
Es evidente que Ricardo es absolutamente perverso, lo que cons-
tatan también quienes forman parte de su entorno. Sin embargo,
éstos no solamente consienten en que alcance el trono, sino que,
como personajes respetables, se sientan a su mesa. En las páginas del
quinto capítulo, titulado “Los cómplices”, se describen con rotundi-
dad muchas de las causas de su comportamiento: unos, porque son
embaucados; otros, porque están atemorizados y se saben impotentes
ante las amenazas; otros, porque no creen que el tirano sea tan malvado

El tirano, Shakespeare, nosotros, y la política 119


como parece y normalizan lo anormal; otros más porque, aunque
no olvidan que Ricardo es un canalla, confían en que las cosas sigan
su curso, en que la estructura política se mantenga; otros, aún más
siniestros, porque convertidos en sus cínicos colaboradores, quieren
sacar provecho; y otros, verdugos siempre bien dispuestos, porque
son obedientes y ejecutan sus órdenes sin hacerse preguntas. A todos
ellos domina el tirano, que en los textos de Shakespeare no solo tiene
el poder de hacer realidad las más horribles pesadillas, sino también
de existir en esas mismas pesadillas. Y no nos olvidemos de nosotros
mismos, el público, ya seamos espectadores o lectores. Greenblatt nos
mira directamente a los ojos desde la última frase de este capítulo de
su obra: “Algo dentro de nosotros disfruta cada minuto de su horrible
ascensión al poder”, sentencia.
La tiranía puede llegar a triunfar, sí, pero el tirano es enemigo de
la esperanza. Su acción política se basa en mentiras y en falsas pro-
mesas, y aunque se deshace de sus enemigos sin atisbo de piedad, la
posesión del poder nunca le está asegurada. No puede estar seguro
de la lealtad de sus súbditos, pues los sabe infames, y la frustración, la
cólera y el temor hacen presa en él, siempre impaciente. Ricardo sabe
que no tiene habilidades diplomáticas ni capacidad administrativa;
se halla en absoluta soledad y se ha entregado a la maldad: “puesto
que los cielos han modelado así mi cuerpo” –llega a decir– “que el
infierno deforme mi alma, para ponerla en armonía con su envoltura”.
Vive en un permanente conflicto psicológico, pues se ama a sí mismo,
pero también se odia. Su triunfo es, además, una pesada carga. “Sobre
sus hombros” –escribe Greenblatt– “pesa la carga más terrible: la
carga del aborrecimiento de sí mismo”. “Shakespeare no insinuaba
que un modelo compensatorio –el poder como sustituto del placer
sexual– pudiera explicar del todo la psicología de un tirano” –apunta
nuestro autor–. “Pero seguía fiel a la convicción básica de que existe
una relación significativa entre la sed de poder tiránico y una vida
psicosexual frustrada o deteriorada”. Una vida en la que tiene un papel
importante la negativa de una madre a amar a su deforme hijo, del
que se avergüenza, y por el que siente repugnancia y aversión.

120 Federico Puigdevall


La locura de los grandes
Doce años después de escribir Ricardo III, Shakespeare dio vida a
un nuevo tirano, aunque muy diferente al rey tullido. Macbeth, a
quien las Hermanas Fatídicas auguran que será rey, en realidad no
desea el trono ni ha pensado en matar a su amigo, el rey Duncan,
pero sucumbe ante los planes, instrucciones e invectivas de su esposa
–“más que hombre seríais si os atrevierais”, le dice–, instigadora de
los crímenes de un personaje cuya impotencia y miedo al fracaso le
convierten en un monstruo para quien nada tiene sentido y al que
nada importa, salvo él mismo. “Desbarátese la máquina del universo”,
dice Macbeth, pero su sangriento camino le lleva a la desesperación y
a la locura: “mi alma está llena de escorpiones”, reconoce. Es, nos dice
Greenblatt, el ejemplo perfecto de cómo un carácter débil, en manos
de quien instiga y persuade, puede alcanzar la barbarie.
Pero se puede llegar hasta la tiranía también desde la legitimi-
dad. En los capítulos titulados “La locura de los grandes” y “Caída y
resurgimiento” en los que su autor profundiza en dos nuevas obras,
El rey Lear y Cuento de invierno, se plantea un insidioso problema, el
del gobernante legítimo a quien la inestabilidad mental y emocional
arrastran hacia un comportamiento tiránico. Inflige a sus súbditos,
y a sí mismo, escribe Greenblatt, horrores que son consecuencia de
su degeneración psicológica. Inducida por la locura, su tiranía es tan
imprevisible como constante su egocentrismo y ciega su razón, lo que
lleva a sus comunidades a un estado de parálisis, a una especie de estado
de shock que les impide actuar contra un déspota que siempre tiene
las manos manchadas de sangre. En El rey Lear, solo un personaje
menor, un criado, se opone al tirano, y aunque por un momento se
le ensalza como a un héroe, enseguida muere asesinado. También en
Julio César, uno de sus personajes, Casio, se plantea detener la tiranía
antes de que se imponga: “la culpa es de nosotros mismos –dice– que
consentimos en ser inferiores”. Pero esta última tragedia –y podríamos
decir que prácticamente todas las escritas por Shakespeare– es, en
realidad, como apunta Greenblatt, “una representación de la incer-
tidumbre, la confusión y la ceguera de la política”.

El tirano, Shakespeare, nosotros, y la política 121


El autor no deja en el tintero la responsabilidad de las élites de la
política en el sostén de la tiranía, que “no es norma” –dice– “porque
las sociedades suelen protegerse de los sociópatas, pero a veces es difí-
cil, pues las características del tirano pueden ser útiles a la sociedad”.
La trama de Coriolano, terminada en 1608 y ambientada en la Roma
del siglo V a.C., es un buen ejemplo de ello. Su personaje principal,
así llamado, es un guerrero, un patricio a quien desde muy niño se
ha educado en la violencia, en la crueldad y en la inhumanidad, que
desprecia hasta la humillación a quienes no son de su clase y que, tras
vencer en una guerra en la que se ha cubierto de sangre, inducido por
su madre, presenta su candidatura al consulado. Para ello necesita los
votos de los tribunos de la plebe, que son cínicos, intrigantes, mani-
puladores, innobles, egoístas y, según Greenblatt, “semejantes a los
políticos de carrera de los congresos democráticos y los parlamentos”.
En la obra, aunque lo considera una farsa repugnante, Coriolano
accede a solicitar su voto, pero fracasa. Los tribunos le consideran un
peligro, tanto para las élites como para los plebeyos; se conjuran con
las clases altas, con los senadores, plutócratas y populistas, “compara-
bles a ese político bien peinado que se pone el casco para intervenir
en un mitin celebrado en unas obras”, como los define el autor, y le
acusan de alta traición. Le destierran, pero Coriolano se refugia en
el país de los volscos, sus antiguos enemigos, que le ceden el mando
de la mitad de su ejército, con el que, sediento de venganza, asedia
Roma. Solo la intervención de su madre, aquella que alentó en él la
extrema violencia y que se enorgullecía de la brutalidad y las heridas
de su hijo, hace que el guerrero perdone a la ciudad, pero los volscos
le acusan de traición y acaban con su vida mientras ella es proclamada
salvadora de Roma. Con todo, no es la actitud de sus enemigos lo que
en realidad vence a Coriolano, sino la propia personalidad del tirano,
en la que mandan la crueldad, el narcisismo, la inseguridad, la propen-
sión a la cólera, la tendencia hacia el acoso y la intimidación, la total
ausencia de empatía y el deseo compulsivo de ejercer el poder. Todo
esto –nos dice Greenblatt–, y el deterioro psicológico: “el deterioro
que ha hecho de él lo que es acaba por destruirlo”.

122 Federico Puigdevall


Stephen Greenblatt, que es John Cogan University Professor para
Humanidades, uno de los títulos más distinguidos de la Universidad
de Harvard, ha escrito un ensayo tan fascinante como admirable, ya
sea por su erudición y su profundo conocimiento de la obra de Sha-
kespeare, como por el paralelismo con la política de nuestro tiempo
que propone entre sus páginas. Escribe sobre tragedias escritas a
caballo de los siglos xvi y xvii, pero escribe también sobre noso-
tros, sobre nuestras “modernas” sociedades, tan contaminadas hoy
por la demagogia, el oportunismo y el cinismo como han podido
estarlo en cualquiera de los periodos de nuestra pasada historia.
Con su obra, y con su magnífico estudio de las de Shakespeare,
Greenblatt ha construído un espejo en el que se reflejan algunas de
las caras más vergonzosas de la política, y hace caer la máscara tras
la que se ocultan quienes hacen de la gobernanza de lo público su
particular negocio.
Quizás vengan al caso las quejumbrosas palabras de uno de los
personajes de la Escocia de Macbeth, que Greenblatt incluye en
las páginas finales de su libro, a propósito del siempre ambiguo
concepto de patria, ese lugar que algunos eligen pero que, para la
mayoría, es tan solo aquel donde se ha nacido: “¡Ay, pobre patria!
¡Apenas se conoce a sí misma! No puede llamarse nuestra madre,
sino nuestra tumba: donde nada sonríe sino el que nada sabe; donde
los lamentos, los gemidos y los gritos que desgarran los aires pasan
inadvertidos; donde los dolores más violentos se tienen por emo-
ciones vulgares”. (Macbeth 4.3.165-170). •

Federico Puigdevall es escritor.

El tirano, Shakespeare, nosotros, y la política 123


LIBROS

¿HA OCURRIDO
YA MAYO DEL 68?
Los interrogantes sobre mayo del 68 se dividen
entre la historia, la sociología, la ciencia y
la filosofía política. En tierra de nadie,
testigos del fenómeno y quienes todavía
no habían nacido prosiguen el debate.
J U L I Á N S AUQ U I L L O

Emmanuel Chamorro y Anxo Garrido (Eds.), Fue sólo un


comienzo. Pensar el 68 hoy. Dado, Madrid 2018.

P
arece la pregunta de alguien fallecido en 1958 que deseara
saber qué ha pasado tras su “liberación por mortalidad”.
Algo propio de un resucitado. Luis Buñuel quiso la
dicha de poder salir cada diez años de su tumba para
comprar la prensa y retornar al lecho eterno para saber
qué había pasado. Pero no se trata de esto. La pregunta
sobre si había ocurrido mayo del 68 ya fue contestada negativamente
por Gilles Deleuze y Felix Guattari a los dieciséis años del suceso his-
tórico. En “Mai 68 n’a pas eu lieu”, ambos analizaban 1984 a la luz del
dichoso mayo francés (Les Nouvelles, mayo de 1984, págs. 75, 76). Resal-
taban que las revoluciones –1789, 1871, 1917, …– son acontecimientos.

124
Como tales suponen una ruptura con las leyes de causalidad. Escapan
a las determinaciones, aunque los historiadores tienen que restituir sus
leyes de comportamiento histórico rápidamente. También los soció-
logos pretenden explicar, raudos y veloces, estos acontecimientos que
abren un campo de posibilidades inédito. Quienes reniegan de estos
acontecimientos, de una u otra forma, suponen que el acaecimiento ya
pasó. Pero como apertura de posibilidades, para este tándem filosófico,
los acontecimientos no suceden y pasan. Transcurren en el interior
de los individuos como espesor de la sociedad. Mayo del 68 era, para
ellos, una visión colectiva de que “o esto cambia o yo me ahogo”. El
acontecimiento crea una nueva existencia, una subjetividad distinta
(nuevas relaciones con el cuerpo, el tiempo, la sexualidad, el medio,
la cultura, el trabajo...). Si se produce una “mutación social”, las con-
secuencias no siguen leyes económicas. La sociedad se apropia de esta
mutación en los sujetos y quiere este cambio en la forma de ser de los
individuos. Se da una reconversión en las personas.
Los dos filósofos no creían que mayo del 68 se agotó. Más bien
supusieron que la crisis del 84 en Francia –¿qué decir de la actual?–
era consecuencia de la imposibilidad de los franceses para asimilar la
transformación en la subjetividad que demandó aquel acontecimiento.
La reacción contra mayo del 68 –“ya ha pasado”– cierra la posibilidad
de una subjetividad diferente. Hubo un cierre ante aquellos hechos.
Aquellos chicos de mayo del 68 dejaron de ser exigentes y vieron que
su mundo les niega en todo.

El augurio de la sociedad del espectáculo


Quien mejor representa esta desazón de los “chicos del 68” es Guy
Debord. Juan Goytisolo le describió como un jefe de filas dispuesto
a purgar a cualquier correligionario que se saliera de la irreverente
línea correcta. Contaba con un guardaespaldas o cosa así. Pero, tam-
bién, aparece, en 1953 –mucho antes de la fama– , como un soñador.
Debord tradujo las Coplas a la muerte de mi padre de Jorge Manrique
(1980) y admiró a Gracián. Además, amaba a la España republicana.
Ser español, por tanto, no era mala entrada. Pero estaba dispuesto a

125
mostrar París al revés y no consentía admiraciones fútiles de adve-
nedizos españoles. O Gide, Malraux, Sartre y Aragón o él. No cedía
en nada. Goytisolo era consciente de su torpeza al no leer a tiempo
La sociedad del espectáculo (1967), de presagio futuro riguroso. También,
debió darle la espalda para prosperar. No podía cargar con su lastre en
los deseos acariciados de promoción cultural parisina (“Guy Debord y la
Internacional Situacionista”, El País, 1/vii/2003). Lo más escandaloso es
que Goytisolo “se hiciera el loco” sin saludarle cuando iba acompañado,
nada más y nada menos, que de Jean Genet. Alguien que había hecho del
delito una religión, tras pasar por la prisión de La Santé como un “fijo”
e incordiar de la peor forma a los guardias de la ciudad de Barcelona. Si
Debord no soportaba tampoco a Genet, muy intransigente y destartalado
debía ser. Parecía un “chamán” más que un intelectual.
Su ejemplo viviente sigue provocando admiración, miedo, irritación y
repudio entre las propias filas izquierdistas. Pero su crítica del espectáculo
mediático –del ocio y la publicidad a la política– es un referente impres-
cindible. Se ha procurado banalizarlo, deformarlo como un teórico de los
mass media, o un vanguardista crítico del urbanismo… Se aprecia poco su
vida práctica en un proyecto global crítico. La “sociedad del espectáculo”,
que atisbó como forma social de una economía que se independizaba
cada día más de los individuos y les alienaba, se expande. Las imágenes a
las que concedemos valor de fetiches proliferan vertiginosamente en las
redes y en las terminales informáticas (del ocio programado y los medios
de comunicación a los videos, memes, fotos divulgadas en plataformas,
emoticonos, moda de temporada, decoración, tweets, streaming, series…
tenemos divertimento para rato). Y las mercancías tecnológicas a las que
rendimos culto se abaratan, se esparcen como objeto de consumo y de
culto y se hibridan con nuestras vidas. Debord quiso revertir todo esto,
que en el 67 comenzaba –denunciado por Marx, Lukacs y la Escuela de
Frankfurt como “fetichismo de la mercancía”–.
Bajo este afán creativo y político se dieron muchas trivializaciones.
Pasolini –otro de los denunciantes de la mutación antropológica capita-
lista que se estaba dando en los setenta– advertía, con cierta razón, que
los carabinieri eran más pueblo que los estudiantes que les hacían correr

126 Julián Sauquillo


(auténticos “cachorros del capitalismo”, en expresión de Felipe González
Vicén). Los aburguesados estudiantes prochinos de La chinoise (1967)
de Godard tienen una afectación insoportable. Más cerca de nosotros,
un inveterado sociólogo español, crítico de Ortega, y de buena familia,
creía derribar al franquismo al ocupar las bañeras de loza del Colegio
de España en mayo del 68 y expropiársela “revolucionariamente” a uno
de sus lampantes becarios. Pero hubo un aliento más creativo y critico
bajo la “enfermedad del izquierdismo”. Sobre las posibilidades pasadas
y futuras abiertas por el 68 francés, me parece que las explicaciones
sociológicas acerca de si aquellos estudiantes eran “los Herederos” del
grandeur de style poco aportan. No creo que las raíces burguesas de
aquel movimiento tuvieran que garantizar su fatídico y rápido repliegue.
Marx se refirió, en el Manifiesto Comunista (1848), a los intelectuales
burgueses –como él y Engels– que adoptaron causas revolucionarias sal-
tando sobre su clase social. Indudablemente, Marx pudo llevar una vida
más cómoda si no hubiera comenzado por sufrir el veto universitario.
Ser burgués no impide definitivamente dejar de serlo. Pierre Bourdieu
y Jean-Claude Passeron realizaron un análisis acertado del clasismo
universitario que opera como substrato a reventar de mayo del 68 (Les
Héritiers. Les étudiants et la culture, 1964). Pero no vieron o no se ocupa-
ron de las fisuras de este clasismo. El legado de mayo del 68 es, para ellos,
muy escaso. Queda, para Bourdieu, el humor anti-institucional como
la verdadera y valiosa risa de mayo del 68 (Lire, mayo de 1983). El resto
de mayo del 68 es bien poca cosa. Su Les Héritiers se cegaba por tanta
desigualdad universitaria, sin ver las potencialidades sociales subyacentes
a estos jóvenes burgueses (Ildefonso Marqués Perales, Génesis de la teoría
social de Pierre Bourdieu, (2008). El sociólogo vio más la necesidad insti-
tucional de la desigualdad que la contingencia de una fractura del sistema.

Las interpretaciones de mayo del 68


Parte de la transformación subjetiva –deseada por el movimiento
estudiantil y, luego, frustrada– se había dado antes en el trabajo teó-
rico desempeñado solitariamente por algunos soberbios intelectuales.
El jubiloso Herbert Marcuse se preguntaba festivo donde estaba

¿Ha ocurrido ya mayo del 68? 127


Michel Foucault en mayo del 68. A lo que el filósofo francés le contestó
“¡¡Trabajando!!” (crea, él solo, su propio archivo historiográfico). Toda la
obra de Lacan, Barthes, Levi-Strauss, Foucault –en la caricatura del “desa-
yuno estructuralista” de los cuatro en taparrabos de Maurice Henry– es
antihumanista y antiburguesa. Anticipa una acusada exigencia individual
en el trabajo intelectual. Mayo del 68 ha recibido muchas interpreta-
ciones causalistas: complot, crisis de la universidad, acceso febril de la
juventud, crisis de civilización, nuevo conflicto de clases, conflicto de
tipo tradicional, crisis política, o encadenamiento de circunstancias diver-
sas. También se subrayaron a sus actores sociales –Sartre, Castoriadis,
Morin…– y se les elevó a la categoría de héroes. O se destacó la lógica
de los hechos por encima de cualquier protagonismo personal (Debray,
Lipovetsky, Bell). Cuando no se acudió a un pluralismo interpretativo
(Aron, Ferry, Renaut) (Beneton, Ph., Touchard, J., “Les interprétations
de la crise de mai-juin 1968 (1970). Mayo del 68 se jugó también, tiempo
antes, en los talleres solitarios de algunos pensadores clave. Dentro o fuera
de París. En el caso de Foucault, desde Túnez, realmente, pero imaginado
por Maurice Blanchot en un patio repleto de estudiantes de la Sorbona.
¿Qué fortuna tuvieron estos intelectuales entre aquellos jóvenes
de mayo del 68? Desigual y desafortunada, pues mayo del 68 no deja
de ser una revolución igualitaria contra el Padre castrante (cultivado
y eficiente). Una revolución que no se saldó devorando al padre sino
retrocediendo ante el vacío dejado por su herida. Hay ejemplos de
esta reacción generacional ante los “maestros pensadores” franceses. A
Deleuze le ataca Michel Cressole, un joven irreverente que le zahiere de
mala manera; y Foucault para a Thierry Voeltzel “haciendo dedo”, un
joven, comprometido socialmente y brillante, muy condescendiente,
que le admira pero que no le sigue. Ambos filósofos habían reivindicado
la mugre que está en la uña del dedo. Despreciaron el dedo que apunta
la dirección de la autoridad. Pero de poco les valió, en 1970, postular una
subjetividad cínica, estoica, epicúrea, escéptica –apartada del poder y en
continua modificación– en vez de platónica –con afán de gobernar o de
ser útil para ello–. Cressole le provoca a Deleuze con descalificaciones
de falsario con bella mujer e hija con muñeca, de propietario de aparta-

128 Julián Sauquillo


mento burgués de siete habitaciones... Conoce muy bien cada aparición
escrita de Deleuze y se carcajea del “Un día tal vez el siglo será deleuziano”
del “Theatrum Philosophicum” (1970) de Foucault. Deleuze es, para el
jovencito, “la reina lánguida de las hormigas, imponente pero impotente”.
Muy al contrario, Deleuze quiere encarnar una vida de experimenta-
ción vital. Acusa a Cressole de manchar el profundo amor que tiene
por Foucault (Michel Cressole, Deleuze, 1973). El mal ya estaba hecho.
La suerte de Foucault fue menos violenta y más fría. Thierry Voelt-
zel es el “joven completo” admirado por Foucault. No estudia, viaja
mucho, restaura muebles, se echa una novia y anhela que su famoso
y maduro amigo se alegre de que se dedique a vivir (Thierry Voeltzel,
Veinte años después. Conversaciones con Michel Foucault, 2014, 2019).
Thierry tiene tanto afecto por Foucault como resentimiento guarda
Michel por Deleuze. Cressole es el resentimiento y la mala conciencia
y Voetzel la sublimación de la vida como transformación filosófica de
sí mismo (Thierry Voeltzel, Veinte años y después. Conversaciones con
Michel Foucault, 2019). El legado de mayo del 68 se esfuma en ellos y
tendrá que esperar tiempos mejores.

El retorno de la reflexión teórica


Por ello, llega muy a tiempo una reflexión sobre mayo del 68 desde el
ámbito hispano, fundamentalmente, realizada por filósofos no nacidos
en mayo del 68: Fue sólo un comienzo. Pensar el 68 hoy. La mayoría cum-
plen entre cuarenta y cincuenta años. Una minoría se sitúa por debajo
de esta franja de edad y otra la rebasa con plena conciencia existencial
de aquellos acontecimientos en el caso de Jaime Pastor, Sergio Bologna,
Daniel Blanchard y Helen Arnold. Son un testimonio inapreciable de
la relación actual y presente con aquel pasado contestatario. No sé si es
testimonio agridulce como el experimentado por Deleuze y Foucault.
Con su lectura comprendemos que también Adorno sufrió los espo-
lones teóricos del joven Hans-Jürgen Krahl –el brillante “Robespierre de
Bockenheim”–, y la ocupación estudiantil del Instituto de Investigación
Social en enero de 1969. Allí se jugaba un empoderamiento crítico frente
a la sociedad postnacionalsocialista (Jordi Maiso). Entendemos que entre

¿Ha ocurrido ya mayo del 68? 129


nosotros, mayo del 68 se revolvía contra una España muy pobre con familias
sin renta para afrontar los gastos de matrícula (Patricia Badenes Salazar).
Si aquello no fue una revolución, sí marco una crisis profunda. Entre
los que fueron plenamente conscientes del 68, por edad, destaca Jaime
Pastor. Quien no duda en aislar sus múltiples causas sociales y subra-
yar el “Gran Rechazo” que supuso: antimperialismo, anticapitalismo,
antiestalinismo y antiautoritarismo fueron sus señas de identidad
en Vietnam, Praga, Detroit o México. Contestación, insubordina-
ción, sueño, huelga… fueron los caracteres de su identidad política.
Sus legados se extienden de la sociología política al feminismo mate-
rialista pasando por los estudios sobre el deseo y su liberación (Jaime
Pastor). A partir del 68 abundó una reflexión sobre la ideología, como
ejercicio de represión y dominación, y también sobre la escolarización
en la sociedad capitalista (Joaquín Fortanet).
En todos los trabajos de este libro colectivo está jugando la memoria,
bien en clave histórica de unos acontecimientos pasados, bien como
reactivación de un impulso que se dio y posee actualidad. Amador
Fernández-Savater se refiere a dos relaciones torpes con la memoria:
una considera que los hechos sucedieron y exorciza los demonios de
mayo del 68; otra los pone de ejemplo estelar difícil de repetir. Se trata,
más bien, de volcar esa memoria como “potencial de inspiración para el
presente”. Ni “olvido” ni “repetición” sino traducción de aquello como
instrumento para actuar, pensar y vivir el presente. Su punto de vista
busca en el pasado una inspiración para el presente. El punto de vista
del conjunto de indagaciones no es académico, histórico, sino poético
y político. Parecen realizar una mímesis de aquello en ellos mismos
fuera del arrepentimiento, la normalización o la conjura que envuelven
a aquel suceso. Por este lado, parece que la experiencia promete en el
futuro. Anxo Garrido pretende que esta reflexión colectiva sirva como
mapa general del acontecimiento e introducción a diferentes aspectos
del mismo. Probablemente, hay que utilizar la historia de mayo del 68
en términos nietzscheanos. Un recuerdo de algún pasado memorable
–como la Antigüedad– puede servir para desprenderse del trabajo del
resentimiento que padecemos: la normalización de cualquier impulso

130 Julián Sauquillo


transformador. Esta reflexión coral tiene algo de desescombro de la
demolición realizada de la contestación colectiva. Por ello, viene al
caso una paciente cronología de cómo se sucedieron la explosión y
el apagamiento desde el “Movimiento del 22 de marzo” en Nanterre
hasta la victoria electoral del gaullismo, el 30 de junio, que supuso la
vuelta a la normalidad (Emmanuel Chamorro y Anxo Garrido). Hay
una indagación histórica sobre la Primavera de Praga (Maria Dolores
Ferrero Blanco), la genealogía del comunismo y el odio al 68 (Sergio
Bologna, Carlos Prieto del Campo), y su secuela latinoamericana con
una idiosincrasia anticolonialista y antieurocentrista (Santiago Castro
Gómez) que mira al pasado para recuperar una subjetividad plástica,
desquitada de la losa de pasividad, abulia y disciplinamiento presentes.
Esta indagación colectiva sobre las potencialidades del 68 asume
la diferenciación de Luc Boltanski y Ève Chiapello en El nuevo espí-
ritu del capitalismo (1999) entre la crítica social y la crítica artística.
La crítica estética de las formas de vida burguesa, afrontada en mayo
del 68, fue paralela a la politización de las relaciones de trabajo y los
secuestros y ocupaciones de fábrica. No se trataba de acentuar los
aspectos culturales de la situación última de finales de los sesenta.
Sí hubo una crítica de la naturalización del trabajo asalariado. Pero
las reivindicaciones laborales fueron postergadas y los “acuerdos” de
Grenelle –minuciosamente analizados en el libro– acabaron con la
movilización y determinaron el retorno al trabajo. Del control obrero
y la revolución democrática reivindicadas pasamos a la precariedad
y la inseguridad laboral neoliberales. (Pablo López Álvarez, Mario
Domínguez Sánchez-Pinilla). En realidad, la desmovilización del
68 no pudo marcar el nuevo espíritu del capitalismo. Tampoco mayo
fue tan creador de nuevas ideas. El grupo de la rue de Saint-Benoît y
el Comité des Intellectuels Révolutionnaires deseaba extender la praxis
revolucionaria a los modos de vida desde la época de la Resistencia y con
los conflictos de Argel (Rosa Martínez). La cogestión de la empresa ya
era una idea vieja y su utilización por el “management empresarial” iba
a dejar boquiabiertos a los más ingenuos. La crisis del 73, y no la derrota
del 68, dio el cerrojazo: aquí se rompió el espinazo al sindicalismo y la

¿Ha ocurrido ya mayo del 68? 131


izquierda reformista se aterrorizó con el paro. El propio movimiento
obrero no supo llevar adelante las reivindicaciones cualitativas de la
crítica radical (José Manuel Rojo).
No es fácil saber si Mayo del 68 fue un fenómeno parisino y pequeño
burgués, temido por los poderosos, o un acontecimiento mundial y glo-
bal que unió a una comunidad de locos. Sí sacó al intelectual de su
gabinete para indicar un aquí y ahora de la protesta que no podía esperar
más. Prefiero considerar a los insoportables maoístas de Godard como
una broma. Cabe que entonces el intelectual –Godard, entre los valio-
sos– que no marchara a la fábrica se negara definitivamente a sí mismo.
Puede que la pequeña burguesía hiciera gran favor a la clase obrera al
impulsar su irreverencia. Pero hubo algunos excesos, por ejemplo, al
pretender realizar una película enteramente por trabajadores. No creo
que estemos preparados para entregar la producción artística al pueblo,
estrictamente, y ser así coherentes con Walter Benjamin. Pero el argu-
mento de las discusiones cinematográficas y sociales del momento –Jean
Godard– Jean-Claude Milner/Pier Paolo Pasolini– puede reconstruirse
perfectamente (Antonio Rivera). La ligereza juvenil del salto para no
ahogarse en la cotidianidad tenebrosa dio paso al conflicto maoísta que,
hasta hoy, representa Alain Badiou nefastamente. Algunos excesos se
cometieron. Por citar uno más... Algunos marxismos experimentales
muy sugestivos quedaron fuera del campo revolucionario. Godard no
entendía que Crónica de Anna Magdalena Bach (1968) de Jean-Marie
Straub y Danièle Huillet fuera cine político. Esta película mostraba el
trabajo disidente de Bach arropado por su sacrificada segunda mujer.
Godard no comprendió que una película política, como esta,organiza
todo como quiere sin depender de las financiaciones y los imponderables
de la realización. Esta independencia de criterio, a toda costa, es más
política que sacar a un obrero en la pantalla o tirar el “pavé” de París por
los aires. El modelo de esta pareja de directores marxistas era la música
disidente de Bach y de la familia que arropa una contestación sutil y sin
concesiones (Sonia Arribas). Sin duda, esta rebelión silenciosa requería
alianzas que no encontró en mayo del 68. La sociedad de entonces estaba
demasiado inoculada por la sociedad del espectáculo y el consumo.

132 Julián Sauquillo


El intento de Guy Debord y los situacionistas de desmontar el
modo de producción capitalista resultó algo inocente. Pero quedó la
denuncia de que la explotación y la pobreza vitales son compatibles
con el bienestar económico. Habría que transformar las formas de
subjetividad del capitalismo para una transformación social profunda.
El problema real era el fetichismo de la mercancía, la representación de
los bienes como espectáculo. El 68 resultó un enigmático paréntesis en
el siglo xx. Pero la desilusión se cernió sobre el propio Debord veinte
años después (Paloma Martínez-Matías). Queda la reflexión acerca de
cómo vencer en la próxima ocasión. A lo mejor, hay que reflexionar
menos sobre las “condiciones objetivas” y más sobre las condiciones
subjetivas. No hubo, ni un despertar de la conciencia, ni una necesi-
dad histórica, ni el traspaso de un umbral crítico revolucionario. El
68 fue imprevisible. Desde entonces, sabemos que, bajo la estructura
económica y política, existe una economía de afectos que sostiene la
subjetividad (un “dispositivo pulsional” de deseo para todo). Puede
que, sin un difícil cambio de piel, sin una metamorfosis de cómo somos,
nada cambie. “Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado”
profirió Rafael Sánchez-Ferlosio. Una reflexión sobre la economía
libidinal liberal apunta certeramente al mayor obstáculo a las trans-
formaciones sociales. Este ser que ahorra, calcula, negocia, incrementa
sus intereses, trabaja, es dócil, sobrio, serio, moderado, aparece como
el dique individual (y social) a cualquier transformación (Amador
Fernández-Savater). Quizás, ya sepamos, entonces, qué habría que
derribar. Puede, entonces, que mayo del 68 sea más un acontecimiento
con futuro que meros hechos del pasado. Si es así, les corresponde a
los más jóvenes, prioritariamente, su actualización. •

Julián Sauquillo es catedrático de Filosofía del Derecho en la


Universidad Autónoma de Madrid. Autor de Michel Foucault:
poder, saber y subjetivación y La reforma constitucional. Sujetos
y límites del poder constituyente.

¿Ha ocurrido ya mayo del 68? 133


LIBROS

OTRO ADIÓS
A PINOCHET
Es cierto que la relevancia pública de Pinochet
surge a partir de la brutalidad del 11 de septiembre
de 1973, y el biógrafo se siente interpelado por poner
pronto aspectos “pinochetistas” en sus páginas. Pero
resultaría interesante agotar todos los precedentes
históricos, sociales y biográficos del personaje.
MARIO BOERO VARGAS

Mario Amorós, Pinochet. Biografía política y militar. Penguin


Random, Barcelona, 2019.

L
a naturaleza y el contenido del género biográfico no
siempre ha sido del todo desarrollado en ámbitos lite-
rarios, políticos o culturales de América Latina. En
relación con los intereses académicos o profesionales
propios del universo anglosajón, francófono o español,
los avances y las incursiones de propiedades biográficas
en Sudamérica han sido más bien modestas, aun cuando, por supuesto,
se cuenta con notables figuras dignas de ser biografiadas a fondo, tanto
a partir de búsquedas del largo quehacer científico propio del argen-

134
tino Mario Bunge, o a raíz de investigaciones puramente culturales
en torno a Vargas Llosa o a Pablo de Rokha, o bien en claves artísti-
co-poéticas, como sería examinar en detalle los intereses creativos de
Alejandra Pizarnik, Frida Khalo, o bien gracias al universo cultural
de la uruguaya Alfonsina Storni o del franco-uruguayo Lautreamont.
Con todo, no puede dejar de mencionarse, dentro de este ámbito
investigativo, el extraordinario interés biográfico generado en torno a
Jorge Luis Borges por los autores Marcos Barnatán, Alejandro Vaccaro
o María Vázquez; sobre Gabriela Mistral por Sergio Macías, o respecto
a Neruda debido a los escritores Volodia Teiteilboim y Hernán Loyola.
También en el ámbito musical se ha insistido biográficamente en el
cantautor Víctor Jara y en Carlos Gardel. Dentro de un continente
especialmente cristiano es posible hallar biografías sobre el asesinado
obispo salvadoreño Oscar Romero, sobre el sacerdote revoluciona-
rio Camilo Torres o sobre el padre de la Teología de la Liberación
Gustavo Gutiérrez.
A propósito del notable nicaragüense universal Rubén Darío se
han publicado materiales interesantes debido a la existencia de una
biografía de Darío redactada y publicada por Blas Matamoro, con
un especial eco en España. Sin embargo, retomando dicha sugeren-
cia respecto a los acabados trabajos británicos cuando se refieren a
biografías, hagamos notar que no deja de ser paradójico que sea el
inglés Gerald Martin el investigador que ha sacado adelante la más
completa biografía del colombiano García Márquez.
Con todo, en relación con el campo especialmente histórico-po-
lítico, no hay duda de que en el terreno latinoamericano se han rea-
lizado avances biográficos informativos voluminosos sobre las vidas,
algunas no poco hagiográficas, de Ernesto “Che” Guevara, Fidel Cas-
tro, Mariátegui, Emiliano Zapata o Pancho Villa, por nombrar unos
pocos. Pero, acercándonos al texto que nos interesa comentar, me parece
que resulta pertinente estimar que en el vasto espacio histórico que
han ocupado dictadores en el continente no siempre ha sido posible
consultar o leer biografías con respecto a ellos. Es cierto que La fiesta
del chivo de Vargas Llosa nos muestra de forma literaria el personaje

135
dictatorial de Rafael Trujillo en la República Dominicana, y también
Roa Bastos, en su novela Yo, el Supremo nos revela en ficción en qué
consiste el patriarcado dictatorial de Alfredo Stroessner en Paraguay.
Pero en exactas claves hermenéuticas-investigativas, a mi juicio no existe
nada acabado en términos biográficos en relación, por ejemplo, con el
dictador argentino Rafael Videla, nada con el golpista Hugo Banzer,
de Bolivia, y muy poco en vistas al férreo oficial castrense, director de la
aparente dictablanda brasileña, llamado Ernesto Geisel, por mencionar
ciertos casos.

***
En este sentido, es una aportación interesante el estudio que nos
plantea Mario Amorós con su libro Pinochet. Biografía política y mili-
tar, pues nos pone en conocimiento de una serie de consideraciones
ideológicas, psicológicas e intelectuales (además de políticas y cas-
trenses) propias de dicho uniformado chileno. Anticipemos que por
lo visto el caso de Amorós es insistente respecto a sus preocupaciones
e inquietudes por el género biográfico, ya que en el lapso de una
década su producción sobre el género se ha consolidado en materiales
similares, tales como: Allende. La biografía (2013), Neruda. Príncipe
de los poetas (2015), además de Antonio Llidó. Un sacerdote revolucio-
nario (2007), cuyas críticas en medios periodísticos han tenido eco
específico tanto en Santiago como en Madrid.
Gracias a todos estos concisos antecedentes formulamos una serie
de puntualizaciones críticas sobre su reciente estudio.
Las principales consideraciones informativas que se derivan de
este trabajo biográfico de Amorós consisten en complementar en un
relieve común parte de la historia política, social, económica y mili-
tar de Chile con la larga existencia del uniformado chileno llamado
Augusto Pinochet Ugarte (1915- 2006) casado en 1943 con Lucía
Hiriart, con quien tuvo cinco hijos.
Pero en realidad, muchos eventos examinados en capítulos del
libro parecen sobreponerse excesivamente al personaje que se intenta
retratar y por ello en muchas páginas quedan en penumbra asuntos

136 Mario Boero Vargas


más personales (necesarios de esclarecer) del mencionado sujeto.
En otros capítulos es excesivo el material sobrevenido en torno al
individuo (Pinochet), invisibilizando la Historia (chilena).
De acuerdo con el encuadre metodológico del autor, el inicio
de la vida de Pinochet se remite a unos breves esbozos informativos
sobre sus padres y algunas líneas referidas a sus abuelos. Pero a partir
de su incorporación a la Escuela Militar de Santiago en 1933 es clara
la emergencia y el camino de la personalidad de Pinochet, según las
fuentes y notas empleadas por Amorós. La impresión inicial que causa
esta génesis y desarrollo interpretativo de Amorós, une vez ya con
uniforme nuestro sujeto biografiado, consiste en producir una imagen
militar especialmente disciplinada, con un carácter mas bien anodino,
empeñado en superar del todo los malestares familiares o castrenses
que aquejan su carrera profesional. Sobre todo por los constantes
cambios de destino, de cuarteles, regimientos o compañías a lo largo
del país austral (Iquique, Antofagasta, San Bernardo, Santiago, etc.).
Por supuesto, no es en absoluto innecesario mencionar tales aconteci-
mientos en una biografía como la de Pinochet (así como muchos otros
eventos propios del libro), pero existe la sensación de que páginas y
páginas de este trabajo nos conducen con cierta prisa por llevarnos
pronto al 11 de septiembre de 1973, fecha del golpe de Estado, para
advertir al Pinochet con las típicas características que han revestido
su personalidad, tanto gracias a una información publicitaria global
divulgada a partir del “putsch” (traición a Salvador Allende y dureza
implacable de su Junta militar), así como a específicos detalles de
carácter más íntimo o privado que agrega Amorós en torno al General
(cazurro, oportunista, imperturbable).
Es cierto que la relevancia pública de Pinochet surge a partir de
la brutalidad del 11 de septiembre de 1973, y el biógrafo se siente
interpelado por poner pronto aspectos “pinochetistas” en sus páginas.
Pero estimo que resulta didácticamente interesante agotar informa-
tivamente todos los precedentes históricos, sociales y biográficos en
relación a la fecha mencionada, con el fin de otorgar un corpus más
compacto al material bio-bibliográfico que se tiene en marcha (sea el

Otro adiós a Pinochet 137


de Augusto Pinochet u otra autoridad), pues me parece que resulta
indispensable en esta obra crear una coherente línea comunicante
visible o no (de naturaleza, por supuesto, histórico-documental) entre
fragmentos humanos y existenciales relatados en el libro a propósito de
la vida de Pinochet, en los años 50, por ejemplo, con otras posteriores
una vez instituído como dictador. Gracias a ello sin duda se termina
por proporcionar un profundo sentido a la biografía que se examina.
Este necesario, interesante, dinámico y correcto proceso literario se
delata en los trabajos de biógrafos como Ian Kershaw (Hitler), Rüdi-
ger Safranski (Heidegger) o Robert Service (Stalin, Trotsky, Lenin). A
raíz de esta carencia encontramos ausencia de exégesis de los hechos
presentados por parte del biógrafo y, por lo tanto, resulta prudente
decirlo, existe mucho material que resulta pobre a lo largo del texto
de Amorós. Me parece que una biografía no debe ser una sucesión
cronológica de acontecimientos, ni tampoco una colección de fotos,
cromos, imágenes o fechas para estamparlas en un libro.
Quizás la dificultad que despierta la figura de Augusto Pinochet
(en la tarea hermenéutica empeñada por Amorós) consista en que el
relieve fundamental de su silueta, no lo olvidemos, descansa a partir
del 11.9.1973, y toda clase de fuente investigativa previa a este dato se
lee con indiferencia (también por el biógrafo) o con escasa atención
por el lector, por la insistencia en recaer del todo con prontitud en
el “Once”. En cierto modo, el propio Amorós busca eliminar esta
deficiencia pero, como hemos dejado dicho, existe información en el
libro previa a esa fecha golpista en la cual el autor, de todos modos,
tiende a buscar conexiones, algo forzadas, con el golpe militar (cuando
Pinochet aún es constitucionalista y no deliberante).
En este sentido, el resultado de toda interesante y completa bio-
grafía descansa en examinar fuentes documentales históricas que
en verdad otorguen al lector un cabal complemento entre carisma,
caracter y praxis del personaje retratado. En este caso de Amorós, en
lugar de dilatar informaciones fragmentarias, parciales o reducidas
de la historia de Augusto Pinochet, la correcta biografía debe ejercer
el compacto papel de amalgamar esa dispersión de fuentes y dejar

138 Mario Boero Vargas


claro en la obra el sentido global de la trayectoria del ente biografiado.
Con ello queremos decir que, en lugar –por ejemplo– de registrar de
forma fragmentada en su libro la presencia de la persona de Pinochet
en Londres (donde fue arrestado en 1998) o enfocar sus encuentros
con los dictadores Banzer en 1975, Videla en 1978 y Stroessner en
1974, muy valioso habría sido recurrir a las premisas que condicionan
tales eventos, recorriendo en detalles qué factores han influido entre
Gran Bretaña y Chile para ese momento histórico de su captura, o
cuáles han sido los antecedentes político-institucionales para dichos
encuentros dictatoriales iberoamericanos. Se eliminaría de este modo
el carácter reductor que proporciona la simple contingencia noticiosa
recogida en varios casos por el autor en su estudio.
En suma, la claridad de una biografía consiste en amalgamar de
un modo sustancial y crítico la vida de un determinado personaje, en
este caso Augusto Pinochet Ugarte. En lugar de ofrecer fragmentos
o imágenes dispersas sobre él –lo que a mi juicio transforma todo
trabajo biográfico en biografismo– lo interesante es la tarea intelec-
tual de establecer una mirada holística sobre Pinochet. Las anécdotas
(o anecdotario) de características castrenses, familiares, políticas o
sociales pueden acabar llegando a ser simple biografismo. No estoy
seguro de que sea el caso específico de este estudio de Amorós, sin
embargo, en ocasiones hay capítulos de su trabajo que resultan muy
limitados y parciales, como por ejemplo, sus consideraciones explicati-
vas al abordar a Pinochet en el proceso de defenestración de generales,
sin dar suficiente cuenta de premisas o antecedentes castrenses sucedi-
dos por el acontecimiento. La misma consideración puede formularse
cuando no se abunda en suficientes consultas de archivos respecto al
porqué y como han sido los viajes previos de Pinochet a Londres antes
de su detención en 1998, o sobre cuál es la naturaleza de sus malestares
y contradicciones a raíz de la pérdida del plebiscito convocado en
Chile en 1988.
Como es evidente y obvio, no puede olvidarse que Amorós en su
trabajo biográfico examina un sinfín de trillados documentos, que
en cierto modo otorgan determinados escorzos al rostro de Pinochet

Otro adiós a Pinochet 139


(como El fantasma Pinochet, de Armando Uribe o Epitafio para un
tirano, de Pablo Azócar, por ejemplo.) Por supuesto, aquellas fuentes
para el autor no son determinantes para su estudio, salvo cuando
Amorós recurre al extenso y detallado trabajo de Gonzalo Vial1 , pero
entre todos esos difusos materiales emerge para Mario Amorós una
cierta claridad en torno a la cara del autócrata, que el propio autor
intenta señalar de un modo nuevo.

***
Con respecto a la política criminal del servicio de inteligencia
chileno denominado DINA, Amorós se extiende sobre el magnici-
dio producido por la Junta Militar a raíz de la muerte inducida al ex
presidente democristiano Eduardo Frei en 1982 (pp. 534 ss.). Pero
en este sentido no existe un alcance claro por parte del autor acerca
de otra muerte en extrañas circunstancias en 1974 referida al jefe de
inteligencia militar Augusto Lutz (pp. 333), cuya personalidad se ha
hecho célebre por su implicación en la desaparición y asesinato del
periodista norteamericano Charles Horman en el Estadio nacional de
Santiago en 1973. Recientemente, un hijo del general Bonilla, minis-
tro del Interior de Pinochet, solicita investigar a la justicia (como
lo han hecho los Lutz sobre su padre) su sospechosa muerte, ocu-
rrida en la explosión de su helicóptero en marzo de 1975 (pp. 363 ss.)
Por formulaciones periodísticas se deduce que Bonilla era una evidente
sombra al poder de Pinochet, pues la posible postura humanitaria
suya en torno a los excesos de la violencia de la Junta abría grietas
en el control omnímodo del dictador. Se agrega incluso que Oscar
Bonilla realizó gestiones internas en las FF AA para resolver el asunto
de la muerte de Horman, causando tal vez por este motivo graves
interpelaciones a su compañero de filas Augusto Lutz. (Cf. https//
www.laterceracom.23-agosto-2019).
En este contexto de muertes y punitivos finales a raíz de la DINA,
agreguemos finalmente que, a mi juicio, no resulta pertinente insta-

1 Cf. VIAL, Gonzalo. Pinochet. La biografía. Aguilar – El Mercurio. Santiago, 2001, (2 volúmenes).

140 Mario Boero Vargas


lar en un mismo plano interpretativo el asesinato del general Carlos
Prats en Argentina en 1976, con la desaparición del sacerdote español
Antonio Llidó, incorporados en contigüidad en el mismo capítulo
de la biografía que tratamos (pp. 339-344). Son figuras al calor de los
crímenes de la Junta de muy diferentes ecos públicos y de desigua-
les mediaciones y preocupaciones institucionales. Por otra parte, en
el apologético relato de Amorós relativo al “exterminio del Partido
comunista”, comentado en el capítulo 9 del libro (pp. 411-456) es fran-
camente difícil comprender porqué no ha incluido en la confección de
su biografía el trágico crimen cometido contra el diplomático español
Carmelo Soria en 1976, también miembro del Partido, cuya muerte
produjo un revuelo internacional casi tan intenso como cuando tuvo
lugar el asesinato del ministro de Allende, Orlando Letelier, en Was-
hington en septiembre de 1976. •

Mario Boero Vargas es profesor y ensayista. Ha publicado una


trilogía sobre el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein y es
autor de La Herencia de un Testimonio. Pasado histórico y memoria
narrativa sobre el “caso” del general chileno Augusto Lutz (2015).

Otro adiós a Pinochet 141


LIBROS

LA ARGENTINA
DE BRIZUELA Y SACHERI
Leopoldo Brizuela y Eduardo Sacheri retratan
en sus dos brillantes novelas, Una misma noche
y La noche de la Usina, la infame Argentina
de la dictadura de Videla y la del ‘corralito’.
RICARDO JAR AST

Leopoldo Brizuela, Una misma noche. Alfaguara, Madrid, 2012.


Eduardo Sacheri, La noche de la Usina. Alfaguara, Madrid, 2016.

E
n 2019 la inflación en la Argentina fue superior al 50% y el
desempleo aumentó. La pobreza aflige a mas de un tercio
de su población de cuarenta y cuatro millones de personas.
En 2018 el peso argentino perdió la mitad de su valor res-
pecto al dólar, lo que hizo que el Banco Central aumentara
las tasas de interés a un nivel superior al 60%. En 2019 esta
situación se agravó. Argentina solicitó un rescate de 57.000 millones de
dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI), el mayor que haya
hecho en su historia, lo que causó una profunda herida en la dignidad
de los argentinos. A finales de los noventa el FMI impuso una austeridad
muy severa que convirtió la recesión económica en una depresión. En
2001 se produjo el “corralito”. Desde que en 1958 buscara por primera vez
ayuda en el FMI, Argentina ha firmado veintidós acuerdos. En mayo

142
de 2019 el Banco Mundial elaboró un informe en el que señalaba que
Argentina es el país que pasó más tiempo en recesión en los últimos
setenta años. Catorce recesiones entre 1950 y 2016. En los setenta años
evaluados por el Banco Mundial, Argentina sufrió cuatro dictaduras
militares, la guerra de las Malvinas y procesos de hiperinflación, crisis
de deuda y recesión aguda. Sesenta y un Presidentes del Banco Central
de la República Argentina (BCRA) en ochenta y tres años.
Hablamos de un país rico no desarrollado. El pediatra y psicoanalista
británico Donald Winnicott decía que para construir la identidad sana
de un niño en crecimiento había que cuidar su “continuidad existencial”.
Para las naciones es igual. Sesenta y un Presidentes del BCRA en ochenta
y tres años no parece una política que asegure el bienestar general.

La repetición: ‘Una misma noche’


Ibérico Saint-Jean, gobernador militar de la provincia de Buenos Aires,
dijo en 1977 en un discurso: “Primero mataremos a todos los subversi-
vos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes,
enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mata-
remos a los tímidos”. Así leemos en la página 27 de Una misma noche,
una novela de suspense que explora el rol de los ciudadanos enfrentados
a las formas más brutales e insidiosas del poder. Su escritor, Leopoldo
Brizuela, envió el manuscrito al jurado del Premio Alfaguara bajo el
título de La repetición.
La novela narra la historia de un escritor que en 2010 es testigo
de un asalto en la casa de sus vecinos. El incidente abre el dique de
sus recuerdos. En 1976, en el mismo lugar vivía la familia Kuperman
(el hecho es real, el apellido es ficticio). Uno de sus miembros, Diana,
fue secuestrada. El protagonista intenta exorcizar un pasado que había
intentado olvidar. Leonardo Diego Bazán, el narrador y escritor en
primera persona de Una misma noche, decide escribir una novela cuya
brújula se orienta en la búsqueda de Diana Kuperman. En una entrevista
con la periodista Silvina Friera, Leopoldo Brizuela (La Plata 1963-Buenos
Aires 2019), narrador y traductor, dice sobre su novela Una misma noche
(Premio Alfaguara de Novela 2012):

143
“La novela es como un cuaderno de notas: el narrador redacta capí-
tulos donde descubre lo que le pasa en 2010, como si fuera un diario
íntimo, y otros capítulos para la novela que quiere escribir sobre el ‘76.
[...] El gran motor de la novela es la capacidad que tenemos de modificar
el pasado, de modificar la propia memoria y cómo un recuerdo puede
ser dicho de muchas maneras. […] No puedo decir que la novela sea
autobiográfica. Pero es cierto que trabajé con materiales de la memoria.
Me interesaba ser absolutamente fiel a lo que me acordaba de esa época,
lo que había hecho el vecino de la otra cuadra (manzana) […] Cuando
vino a casa la ‘patota’ (las fuerzas de seguridad en el ‘76), no vino en
Falcon como era usual, sino en Torinos. Y llevaban gabardinas muy finas
color te con leche. El único recuerdo absolutamente autobiográfico es
que cuando hicieron la requisa en casa, en toda la cuadra, yo estaba
tocando el piano. A mi mamá la llevaron para un lado y a mi papá para
otro. Y yo tocaba el piano con un tipo al lado con una Itaka (escopeta).
Y seguí tocando. No recordé este hecho durante 20 años hasta que leí
la novela El silencio de Kind de Marcela Solá, en donde la protagonista
hace algo parecido y muy distinto también. Ella es una concertista que
da un recital para los militares con el objetivo de poder hablar cara a cara
con un jerarca y preguntarle por la muerte de su hermano. Cuando leí
eso, volvió como un flashback lo que yo había hecho. […] Cuando a mis
13 años desaparecieron la chica de al lado de mi casa, dudo que tuviera
conciencia de qué representaba la palabra ‘desaparición’. La desapari-
ción se decía ‘se lo llevaron’. […] Cuando asaltan una casa de Tolosa, en
2010, el barrio en el que vivo, me impresionó mucho comprobar cómo
la gente actuaba de la misma manera que en el ‘76. La gente actuaba
igual en 2010 ante un robo y en el ‘76 con la desaparición de personas.
[…] Hay algo aprendido en esa época y la repetición es eso: tratar de
hacer memoria consciente de algo que está recordado sólo en el cuerpo.

‘La noche de la Usina’


Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), intentó entender la socie-
dad argentina de su época, fundada en el conflicto entre “civilización”
y “barbarie” personificados, respectivamente, en los medios urbano y

144 Ricardo Jarast


rural, en la idea de democracia y populismo. Le da cuerpo en Facundo
(1845), su obra principal, que trata sobre el caudillo riojano Facundo
Quiroga (1788-1835) y la lucha fratricida entre federales y unitarios.
Un siglo después, Tomás Eloy Martínez (1934-2010), lo hizo en
La novela de Perón (1985). “No se ha cerrado el duelo entre civiliza-
ción y barbarie, la visión del otro representada por los marginales, por
los inmigrantes, el duelo entre los que se fueron al exilio y los que se
quedaron. Se abren continuamente heridas que no se preveían”, decía
el autor en una entrevista en 2008.
El lunes 3 de diciembre de 2001, una decisión sorpresiva del
gobierno argentino, restringió el derecho de su pueblo a disponer
libremente del dinero que tenía depositado en los bancos, aconteci-
miento que pasó a ser conocido como el “corralito”. Como a millones
de ciudadanos, esa medida afectó a un pequeño grupo de habitantes
de O’ Connor, un pueblo imaginario de la Provincia de Buenos Aires.
De un día para otro, el dinero que con mucho esfuerzo habían juntado
para un proyecto de cooperativa agrícola en unos silos abandonados,
es retenido y desaparece. Detrás de ello está la treta de un gerente de
banco compinchado con un empresario sin escrúpulos, Fortunato
Manzi. En las horas previas a la retención de fondos hubo quienes,
disponiendo de información privilegiada, manejaron los hilos para
enriquecerse. Con la estafa no solo pierden el dinero, sino que les
arrebatan el orgullo porque: “Lo peor fue la sensación, la sensación
de sentirse usado, humillado”. La historia relata las proezas que realizan
un pequeño grupo de hombres que heridos en su dignidad, se valen de
una serie de estrategias para recuperar lo perdido, poniendo en marcha
planes sacados literalmente de películas.
El escritor Eduardo Sacheri (Castelar, Buenos Aires, 1967) autor
de El secreto de sus ojos (2005), llevada al cine por Juan José Campa-
nella en 2009 y ganadora de un Oscar, juega con el suspense en este
pueblo apartado, cercado por la falta de oportunidades en La noche
de la Usina (Premio Alfaguara de Novela 2016).
En agosto de 2019 se estrenó en Argentina, con mucho éxito, La
odisea de los giles (Premio Goya, 2020) basada en la novela La noche de

La Argentina de Brizuela y Sacheri 145


la Usina, dirigida por Sebastián Borensztein e interpretada, también,
por Ricardo Darín. Ambas obras, El secreto de sus ojos y La noche de
la Usina tienen en común la reparación de un agravio. En la segunda
novela no hay un asesinato, sino una estafa.
Un gran personaje, Perlossi, antiguo futbolista de éxito y su amigo
Fontana, idean varios planes aparentemente disparatados, a los que se van
sumando otros convecinos con la osadía de quienes en la vida ganaron
bien poco y nada tienen que perder. El “héroe colectivo” de los damni-
ficados unidos se ve obligado a conseguir una perfecta sincronía y no
omitir ningún detalle pues: “Si no sale todo bien significa que todo
salió mal. No puede haber un fallo. Hasta el final tiene que ser perfecto.
Y perfecto significa, secreto”. Por eso en la noche en la que todo ocurre,
en La noche de la Usina, nadie a excepción de los involucrados, sabrá
bien qué pasó y por qué pasó. En esta novela Sacheri da la victoria a los
perdedores y demuestra que en el juego largo hay desquite.

El fin de la cultura
En junio de 1966, el general Juan Carlos Ongania derrocó al presi-
dente constitucional Arturo Umberto Illia, un médico amable, efi-
ciente y valeroso que por las mañanas, solo y sin escolta, dejaba su
despacho en la Casa Rosada y cruzaba enfrente, a la Plaza de Mayo,
para alimentar a las palomas. El 29 de julio, Ongania intervino mili-
tarmente las universidades argentinas con tropas de choque poli-
ciales de la Guardia de Infantería. Fueron desalojadas por la fuerza
cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA), ocupadas
por estudiantes y profesores en oposición a la decisión del gobierno
militar de intervenir las universidades y anular su autonomía. Profe-
sores y alumnos fueron apaleados, laboratorios y bibliotecas, arrasa-
das. Este episodio trágico se conoció como “la noche de los bastones
largos”. Renunciaron más de 1.300 docentes de la UBA y centena-
res de científicos dejaron el país. Entre ellos César Milstein (1927-
2002), doctor en Química y Premio Nobel de Medicina en 1984
por sus investigaciones en Gran Bretaña, e Isaias Lerner (1932-2013),
profesor de Literatura Española en el Colegio Nacional de Buenos

146 Ricardo Jarast


Aires y catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras. Migró a Estados
Unidos donde fue profesor de Literatura Hispánica en la Universidad
de Nueva York. Célebre hispanista, fue mundialmente reconocido por
su edición comentada en inglés de Don Quijote de la Mancha. Yo tenía
16 años y percibí el abismo: la cultura y la ciencia argentina estaban
en su punto más alto pero nunca se recuperarían.
El 18 de julio de 1994 tuvo lugar en Buenos Aires el ataque terrorista
más trágico que ha sufrido América Latina en toda su historia: una
bomba explotó frente a la sede de la Asociación Mutual Israelita Argen-
tina (AMIA). Causó ochenta y cinco muertes y centenares de heridos.
En 1998, escribía Lerner: “El espectáculo de las ruinas de la AMIA,
que pude observar personalmente en agosto de 1994 fue tan profun-
damente desconsolador porque era testimonio de tantas víctimas
inocentes y porque era un poco la destrucción física de una parte
importante de mi pasado. Se trataba de las ruinas de un edificio que
conocía perfectamente, no solo porque mi padre había puesto tantas
horas de esfuerzo comunitario en él, sino porque allí se había ubicado
un museo y una biblioteca que mi padre también había ayudado a
crear en la década de los años cuarenta. Allí nos reuníamos un grupo
de jóvenes interesados por recuperar una herencia cultural destruida
en Europa. Fue mi última visita a Buenos Aires”. Veinticinco años
después el crimen de AMIA sigue impune.
En las últimas siete décadas Argentina tuvo muchas “noches”,
demasiadas. A esto el psicoanalista Masud Khan (1924-1989), llamó
“trauma acumulativo”. La dictadura de Videla (1976-1981) dejó 30.000
desaparecidos, una generación de gente joven deseosa de construir un
país ilusionante. Entre ellos ciento ocho alumnos del Colegio Nacio-
nal de Buenos Aires, un colegio centenario, laico, público, mi colegio.
En 2001, cuando tuvo lugar el “corralito”, se dijo en España, y yo opino
igual, que se había arrasado una generación idónea para enfrentar los
desafíos del siglo xxi. •

Ricardo Jarast es escritor.

La Argentina de Brizuela y Sacheri 147


TESTIMONIOS

‘SE X E X M ACHINA’
Una literatura, la de Guillermo Cabrera Infante,
que añora y rebusca una Edad de Oro en la que la
imaginación y la ficción dominaban. Una literatura
indiscreta que, al desnudarse y al compartirse,
es controlada por el arte y recreada por la lengua.
DA N U B I O TO R R E S F I E R R O

What is really fascinating is how all of us


remember our past as a form of narrative.
Thornton Wilder

ra el verano del año 1987. Era en Valencia, España.


Era un acto llamado a recordar el cincuentenario del
Congreso de Escritores Antifascistas de 1937, sobre el
que tanta tinta corrió desde su celebración. Era, cier-
tamente, una ocasión para revisar el marco político e
intelectual que cinco décadas atrás sirviera de fondo
a una guerra civil que desató una vez más el furor fratricida español
por encima de cualquier reconciliación civilizada, y que, en el mundo
occidental, representó el fracaso europeo, encarnado por la renuencia
de las democracias de Inglaterra y Francia para asumir la defensa del

148
derecho constitucional sobre la fuerza de la violencia. Era también una
oportunidad para reivindicar a una savia intelectual española, primero
apaleada por el triunfo franquista y luego desperdigada mayormente
por el orbe latinoamericano. Era, y según este orden histórico, el lugar
adecuado para valorizar una transición democrática española que
avanzaba y para estimular el regreso a pasos lentos de un proceso de
legitimación institucional que quería barrer con las ya muy despres-
tigiadas dictaduras militares transatlánticas.
Y, era, por fin, un momento de nuestras vidas (las de los veteranos
y los novatos allí reunidos: desde Stephen Spender, Juan Gil-Albert y
Octavio Paz a Mario Vargas Llosa, Carlos Monsiváis y Fernando Sava-
ter) en el que parecía que nos encaminábamos a días más luminosos,
a pesar de los terrores provocados por Herri Batasuna, que según ver-
siones de la prensa amenazó con colocar una bomba en la sala donde se
efectuaba el Congreso, y a pesar de la caza de brujas ideológica de los
cubanos que, como era previsible, más de una vez increparon a algunos
participantes y sembraron una discordia a la que Cornelius Castoriadis
(avatar que supo ser de un olímpico griego) intentó poner término
con voz tronante. Era, pues, un tiempo envuelto en una atmósfera
medianamente esperanzada. Y acaso sus días, por ello mismo, eran
days of wine and roses, como los que lamenta más que celebra el poema
clásico –pero en su aire fresco de un mes de junio veraniego se olía la
proximidad vigorizante del Mediterráneo–.

***

Así puesto el escenario, permítaseme referir una anécdota de mi


memorabilia. En esos días levantinos, compartí buena parte de las
horas con Miriam Gómez y Guillermo Cabrera Infante, a quienes
no veía desde 1980, ellos viviendo en Londres y yo en México o en
Buenos Aires. La cercanía entre nosotros había crecido rápida desde
que nos conociéramos, en 1976, cuando residí en Londres y los visité
con cierta frecuencia en su apartamento de Gloucester Road. Y más:
a lo largo de la segunda mitad de los setenta, y de buena parte de los

149
ochenta, con Guillermo llevamos una correspondencia continuada en
la que confirma de qué manera él hizo de la sinceridad una congruencia
que empleaba el humor paródico para desenmascarar; de qué modo
usó una llana complicidad inmediata para relacionarse con su lector
y cómo el regocijo con su gimnasia escritural lo llevaba a no reparar
en la modestia o inmodestia de los asuntos tratados. Confío en que
algún día cercano los cargosos derechos de la propiedad intelectual
den luz verde para que se pueda conocer esa correspondencia. Amigo
de entreverar vida y literatura en una relación incestuosa, y amigo de
apoyarse en unas trazas autobiográficas que lo convertían en el curioso
huésped de sí mismo (y, por extensión, de los demás), en él los afectos
personales y las afinidades intelectuales tejían un entramado amis-
toso de fidelidades –unas fidelidades, por cierto, que fueron puestas
a prueba numerosas veces: no es posible practicar la estoica tarea de
nadar a contracorriente sin tropezar con la calumnia–. Pero no es de
estas cuestiones de las que quiero hablar ahora.
El episodio valenciano al que vuelvo, además de formar parte de
mi memorabilia, conlleva, como confío que se compruebe, una ilus-
tración de una zona de la obra de Guillermo, y por eso lo refiero. Así,
una mañana, al sentarse a la mesa para desayunar, Guillermo dijo,
sibilino contumaz, que deberíamos hacer una excursión a las tierras
de El Cid. No era que debiéramos ir a Castilla sino a Peñíscola. Allí,
en ese pueblo de la costa, a una distancia de cien kilómetros, se habían
filmado gran parte de las secuencias en exteriores de la película El Cid,
dirigida por Anthony Mann, y famosa porque sus decorados espec-
taculares construidos in situ figuraron por años en el libro Guinness
de los récords. Él, Guillermo, proponía que alquiláramos un coche, si
es que yo contaba con licencia internacional de conducir, saliéramos
de inmediato y volviéramos ya tarde en la tarde.
Después de viajar más de una hora bordeando la costa por una
carretera que alternaba médanos blancos y rocas amarronadas, y ape-
nas avistando aquí y allá unas playas sobre las que los edificios altos y
continuados echaban sombras alargadas, nos detuvimos ante un magro
retazo abierto al mar, pero igualmente invadido por torres crecidas a

150 Danubio Torres Fierro


escala de rascacielos, y, ya agobiados por tanto cemento, preguntamos
a un oficial de la policía dónde quedaba Peñíscola. “Es aquí”–fue la
respuesta inesperada. Peñíscola ya no estaba en Peñíscola. Peñíscola
ya no era un pueblo –el paisaje lo denunciaba– sino un encajonado
remedo colonizado por el turismo. Desde el coche, en el paseo marí-
timo, y allá a lo lejos entre las compactas construcciones, apenas ergui-
das sobre una peña a la que bañaban las aguas, pudimos divisar las
almenas del castillo medieval frente al cual se había rodado la última
secuencia de El Cid, la que muestra a un Charlton Heston vencedor
de los infieles montado sobre su caballo blanco que galopa a la vera de
las espumas purísimas de las olas. El castillo en cuestión era el santo
y seña de una Peñíscola legendaria que a su vez era ahora la prueba
muda de una Edad Media avasallada por el siglo xx. Decepcionados y
resignados, escandalizados, aparcamos y nos sentamos en las sillas de
plástico de un chiringuito próximo a las arenas de la playa. Inmóvil,
situado en frente de mí, con lentes oscuros que ocultaban el descaro
de su mirada, Guillermo entró en un trance evidente, hipnotizado: los
ojos invisibles pero adivinables se le iban tras las mujeres que desfila-
ban en bikini o traje de baño. Eran las muchachas en flor del verano
valenciano y allí estaba su testigo deslumbrado. “Hay que dejarlo. Le
encanta ver los cuerpos casi desnudos, las teticas sobre todo –arguyó
Miriam Gómez, acostumbrada a las caídas en sortilegio repentino de
su marido y sin dejo de celos amorosos. ¿Indiscreción de mi parte?
Tres tristes tigres, La Habana para un infante difunto, Cuerpos divi-
nos, La ninfa inconstante, Mapa dibujado por un espía, son ejemplos de
la literatura considerada como indiscreción. Una literatura, primero,
que, en su despliegue, añora y rebusca una edad de oro en la que la
imaginación y la ficción dominaban, felices; y segundo, una indis-
creción que, al desnudarse y al compartirse, divertida, es controlada
por el arte y recreada por la lengua. “Considero la vida una novela”:
confesiones de este tenor abundan en los libros de Guillermo, y los
recortan, los gobiernan y los definen. Los libros son, en su universo,
textos autónomos y soberanos, y lo único que debe tenerse en cuenta,
al leerlos, es el estatuto literario que instauran; en ese estatuto cual-

‘Sex ex machina’ 151


quier pirueta o manipulación literarias están permitidas y la frontera
que allí separa la mentira de la verdad y la vida real de la memoria de
la vida real es realmente una región misteriosa, delgada, inquietante,
elástica. Es un universo, entonces, en el que los símbolos, los signos
y las ideas que lo crean adquieren una tal potencia que los convierte
en relevantes para él, en imprescindibles.
Ninguna de las argumentaciones hasta aquí expuestas se arrogan
la novedad: el lector de Guillermo ya sabe cuáles son sus manías y
cuáles sus artilugios. En este sentido, el inocente episodio voyeurista
de la playa (de lo que queda, acordémonos, de la playa) de Peñíscola
es apenas una ilustración gráfica de la atracción de Guillermo por
los cuerpos divinos, los cuerpos ninfeos y los cuerpos sexualizados.
También, eventualmente, en una lectura otra, esos son cuerpos que
devienen expresiones de ritos –ritos sagrados y ritos de pasaje: trastor-
nos y transportes–. De ahí que, en muchas páginas de Guillermo, se
encuentre en filigrana la sugerencia de una simbiosis nutritiva, fecunda,
entre el código del eros y el código de la muerte. Mapa dibujado por
un espía (título que es un testimonio póstumo del autor pero que
está escrito en un presente activo y urgente: narración directa que
apenas trasmuta en un peripatético al escritor detrás o ante el texto)
proporciona algunas claves. Alcanza con recordar una de esas claves.
El vínculo compulsivo con las mujeres que recorre al libro puede
entenderse como una reacción ante la muerte reciente de la madre,
pero también como una reacción ante la muerte de una ciudad, esa
Habana antes capital sin culpa del aprendizaje sexual y ahora ruina
que hambrea y se prostituye, y –todavía– como una reacción ante la
muerte de un país, la Cuba de la niñez y la adolescencia que a ojos
vista se consume y se extingue. La trama en sí misma, y los pasos que
la trama registra, sugieren que la memoria que el narrador pone en
negro sobre blanco está construida sobre la pérdida y la separación
–sobre la ruptura del cordón umbilical con la maternidad biológica,
la maternidad urbana y la maternidad nacional–. De ahí que la visión
que gobierna al libro es la visión de un exorcismo de estío tropical
condenado: el mal du pays –en el sentido recto y en el figurado–

152 Danubio Torres Fierro


como recurrencia incesante. En un momento dado, él (la figura cen-
tral del libro) reflexiona así: “[…] sacando ventaja a sus enemigos,
visibles o invisibles, empeñados en que él se quedara para siempre en
la isla, esa isla a la que debía haber regresado como a su propia casa,
pero a la que no reconocía ya como suya, tan muerto el lugar en que
vino al mundo como estaba la mujer de quien había salido a la vida”.
Y, un poco más adelante: “[…] él vio a Silvia vistiendo un vestido viejo
de su madre que le quedaba justo a la medida y fue entonces cuando
comprobó lo que había imaginado: que ambas, Silvia viva y su madre
muerta, tenían el mismo cuerpo”.
Se trata, en ambos casos, de un juego de contrastes irónico y
ambiguo, pero a la vez, y viniendo de quien viene, de un juego serio
y con dobles fondos. Emir Rodríguez Monegal (aquel Emir a cuya
primera esposa, Magdalena la estilizada uruguaya, y a él mismo,
Guillermo hacía bailar el tango en su apartamento en Londres para
disfrutar con sus requiebros sensuales) tiene una reseña sobre La
Habana para un infante difunto, sospecho que pergeñada en con-
nivencia con sus amigas brasileñas Irlemar Chiampi y Leyla Perro-
ne-Moisés, los tres cobijados en ciertas teorías estrafalarias de la
psicoanalista Melanie Klein, que abunda en estas cuestiones. Por mi
lado, menos arriesgado que mis colegas queridos, me detengo aquí,
después de apuntar estas parcas correspondencias. Más acá, o más
allá, lo que cuenta, para mí, es la imagen que guardo de Guillermo,
impávida su figura y ávido su apetito, ante las muchachas florecientes
valencianas, en el verano de 1987.

***

Releído ahora, a cincuenta años de distancia, Tres Tristes Tigres


acentúa su condición de espejeante denuncia entre La Habana que
crea y recrea en sus páginas y La Habana que las sempiternas fotogra-
fías nos muestran de una ciudad de autos destartalados y fachadas de
edificios rotos ascendida a la categoría icónica de un museo muerto,
contaminado de irrealidad y anestesia.

‘Sex ex machina’ 153


El contraste entre la ciudad del libro y la ciudad ahora verdadera es,
por supuesto, el contraste entre un mundo real y un mundo inventado,
entre una realidad artificial y una realidad circunstancial; pero allí la
gran metáfora que se yergue y se muestra airosa es la de la capacidad
del arte, con su inexorable congruencia interna, para torcerle el cuello
a lo coyuntural, a lo meramente físico. Y esta comprobación, en su
rotundidad inapelable, nos lleva a recordar que Guillermo escribió
gran parte de sus libros contra la desmemoria y a favor de la memoria,
contra una Cuba adjetiva y a favor de una Cuba ensoñada. Él sabía
que no alcanza con habitar un mundo –que el secreto que manda
en quien es un “artifex” es el de inventarlo. Por eso, y como punto
a destacar en sus alcances, el collage que teje “TTT” de la realidad,
y el retrato que de ella construye, son un microcosmos cuya piedra
de toque es que el autor no es refractario al mundo que era el suyo,
sino exactamente al revés: desde el residuo (el refuse, sí, de la jerga
freudiana), desde los vestigios que de él sobreviven, el mundo real se
filtra en el libro en forma de mundo fantasmagórico, y ese trámite le
insufla ocurrencia inventiva y consecuencia vital. Le insufla, también,
una autoridad didáctica más verídica que cualquier manual escolar –y
más si el manual es redactado en un país comunista–. ¿Cuántos cuba-
nos hoy jóvenes, o no tan jóvenes, pueden reconocerse en ese collage
literario que es también un collage histórico y un collage sociológico?
Hay que confiar en que en tal posibilidad abierta de reconocimiento
se active ese rasgo peculiar que se cumple en todo gran talento, en
todo observador fértil, como lo era Guillermo, y que se manifiesta en
el hecho de que en sus piezas persiste un retazo de pueblo, un jirón
de sentimiento popular, una veta aborigen, algo así como un arcano
patrio. Ojalá que los cubanos actuales, si encuentran la oportunidad
de hacerse con el libro, sepan descubrir y aquilatar esa huella ya remota
en el legado de Guillermo –un Guillermo que era consciente, además
y sin duda, de que la imaginación literaria pierde eficacia si prescinde
de la adhesión a the real thing–.
“Quiero ser fiel a mi memoria aunque mi memoria me sea infiel”
–afirma el narrador de La Habana para un infante difunto–, el libro

154 Danubio Torres Fierro


que pone por escrito la educación sentimental, cultural y sobre todo
sexual del muchacho que en el primer capítulo sube las escaleras de
mármol de la calle Zulueta, número 408, señas que devendrán tan
míticas como la caverna (¿materna, femenina?) de las salas cinema-
tográficas. Tres Tristes Tigres cuenta, en su curso vehemente y en su
decurso loco, las correrías de los personajes centrales con el narrador
vuelto hombre maduro –es decir, ya difunto el infante–. No obstante,
uno y otro título recrean la lost city, esa Habana a la que Guillermo
aludirá en el guión nonato que escribiera para su amigo Andy García.
En ambos títulos la memoria y la nostalgia se yerguen como fuerzas
sensibles contra el humus de la desmemoria y la pérdida y la sepa-
ración y se ayuntan con la historia; historia y memoria y nostalgia
se dan la mano y unas y otras se penetran y comentan y entre ellas
se ayudan para aquí prestigiar y más allá corregir a la realidad, para
lograr encarnarse en historia.

***

Historia: el Congreso de Valencia, allá en el ahora lejano 1987,


se proponía revisar una historia larga de cincuenta años. Veteranos
y novatos allí reunidos, en vías de dejar atrás un siglo xx tan con-
vulso, acaso pensábamos, entre las sesiones y las comidas, que tanto en
España como en Cuba, igual que en buena parte de América Latina,
el propósito compartido consistía en asirse a un futuro en el que las
ilusiones se impusieran a los presagios agoreros de Casandra. En eso,
todavía, estamos, en una y otra margen del Atlántico. Casandra, a
diferencia de la desquiciada Peñíscola, continúa viva y ejerce sus malas
artes, que se difunden y expanden. Dos ejemplos. España está, otra
vez, amenazada de rompimiento, y Cuba persevera, impávida, en su
dictadura. ¿A cada país, su sino? •

Danubio Torres Fierro es escritor.

‘Sex ex machina’ 155


HOMENAJES

EN RECUERDO
DE SANTOS JULIÁ
Cuidadoso y respetuoso, pero siempre dispuesto
a entrar en asuntos espinosos y polémicos,
puso su conocimiento de la historia reciente de
este país al servicio de un análisis casi diario
de la realidad política. Nunca rehuyó el debate.
MERCEDES CABRER A

n el año 1996, en las páginas de esta misma revista se


publicó un texto de Santos Juliá que llevaba por título
“Anomalía, dolor y fracaso de España”1. Decía allí:
“En la historiografía producida durante las dos últi-
mas décadas va implícito a veces, otras perfectamente
explícito, un giro radical a la representación que los
liberales hicieran de la historia de España como una anomalía, los
noventayochistas como un dolor y los historiadores que trabajaron
en los años cincuenta y sesenta como un fracaso. Nosotros, los naci-
dos después de la guerra, crecidos en la seguridad de que lo nuestro
no tenía remedio, que fracasaríamos también, hemos visto aparecer,
1 Santos Juliá, “Anomalía, dolor y fracaso de España”, CLAVES de Razón Práctica, número 66,
octubre de 1996.

156
pegada a los talones, una nueva generación de historiadores que ha
arrojado todo ese lastre por la borda y ha proyectado sobre el pasado
una nueva mirada, menos dramática y, por tanto, menos fatalista”.
Consolidada por fin la democracia española a finales de los ochenta,
y convertida la Transición en “modelo” incluso exportable, la pre-
gunta que se hacían los historiadores ya no era porqué había fracasado
España, sino porqué había tenido éxito. De todo aquel viaje, concluía
Santos, quedaba al menos algo seguro: “que la representación del
pasado cambia a medida que se transforma la experiencia del presente”.
Aunque con sus palabras Santos parecía quitarse de enmedio y
colocarse como mero espectador de aquella importante renovación
en la historiografía española, era ya, sin embargo, una de sus piezas
fundamentales. Como escribió Marisa González de Oleaga en el libro
de homenaje que quisimos dedicarle en 2011 (La mirada del histo-
riador. Un viaje por la obra de Santos Juliá), Santos perteneció a la
generación de los hijos de quienes hicieron la guerra y también a la
que protagonizó la Transición. “La primera imagen que tengo de esa
ruptura que constituyó la Guerra Civil en mi familia es la gorra de
plato de mi padre colgada en el paragüero de nuestra casa en Sevilla”,
decía en la entrevista con Marisa. Su padre había sido maquinista de
la Armada en El Ferrol. Fue denunciado en 1941 por el capitán del
navío en el que estaba destinado, por haber “dado agua” a un barco
en dique seco, para que pudiera levar anclas y escapar de los subleva-
dos. Condenado y retirado, la familia se trasladó de Ferrol a Vigo y
de Vigo a Sevilla en 1946. Pero su padre nunca habló de su pasado.
No fue eso lo que llevó a Santos a interesarse por la historia, sino
probablemente los consejos que le dio don Ramón Carande en sus
paseos por Sevilla, cuando le dijo que leyera a Azaña… y a Max Weber.
Santos llegó tarde a la historia, dijo en más de una ocasión, y quizás
de manera accidental, cuando en su estancia en la Universidad de
Stanford descubrió la colección de libros y los fondos de Burnett
Bolloten. Era 1974. Tenía a sus espaldas un recorrido personal que
le había llevado de su vocación religiosa a una ruptura pasada por
el París del 68 y el diálogo entre comunistas y católicos. Pero fue en

157
Stanford donde se coció uno de los tres libros con los que los que
se sentía más identificado, “en los que estoy más”, como le contaba
a Marisa, y el primero en ser leído en el gremio de historiadores:
La Izquierda del PSOE (1935-1936) (1977).
El segundo libro del que guardaba buen recuerdo fue Madrid 1931-
1934. De la fiesta popular a la lucha de clases, un análisis de la capital de
España en aquellos años republicanos desde la historia social y política.
Para entonces, Santos ya había anunciado, con una cierta provocación
en uno de aquellos seminarios de Pau que organizaba Manuel Tuñón
de Lara, que la Segunda República era un tiempo que merecía la pena
ser estudiado en sí mismo, en toda su complejidad, sin que sobrevolara
sobre él la sombra de su desenlace, de la guerra civil: un tiempo “lleno
de expectativas”, como siempre fue, en su opinión, la República. A ello
se dedicó en cuerpo y alma, volcando su interés en Manuel Azaña,
del que salió un primer libro, Manuel Azaña. Una biografía política
(1990), y años más tarde, una vez que apareció el diario de la guerra del
entonces presidente de la República, un segundo libro, Vida y tiempo
de Manuel Azaña (2008), además de la ingente tarea que le supuso
la edición de las Obras completas en siete volúmenes, que publicó en
2007 el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Azaña fue “un político desde que le salieron los dientes”, decía
Santos, un tipo culto pero un político desde su primer discurso, con-
vencido de que el problema de España era un problema político, de
democracia… y de Estado. No fue un intelectual que hiciera política,
sino un intelectual que era político. Y a los intelectuales, pero a los
intelectuales en su presencia pública, en los relatos que los identifi-
caban como grupo generacional interviniendo en el debate público,
les dedicó su Historias de las dos Españas, un libro que recibió en
2005 el Premio Nacional de Historia, y en el que Santos alargaba su
mirada hacia atrás, hasta la revolución liberal, y hacia delante, hasta
la transición a la democracia, un recorrido marcado por los relatos
de aquella “anomalía, dolor y fracaso” de España. Era el tercero de sus
libros con los que se sentía mejor presentado, como le había dicho
a Marisa Fernández de Oleaga. Fue un gran éxito, editorial y acadé-

158 Mercedes Cabrera


mico, al que contribuyó aquel título de las “dos Españas” sempiternas.
Santos lo discutió siempre: “España ha sido hasta hace poco un país
muy fragmentado atravesado por conflictos múltiples”, dijo entonces
en una entrevista, apuntando de nuevo a la complejidad, la misma
que había reclamado para explicar la República. A los intelectuales,
aunque no solo a ellos sino a todos los que habían irrumpido en la
cosa pública a través de manifiestos firmados, les dedicó después otro
libro: Nosotros, los abajo firmantes. Una historia de España a través de
manifiestos y protestas (1896-2013) (2014).
Cuando en 2011 publicamos aquel libro de homenaje a Santos
Juliá, su bibliografía seleccionada ocupaba muchas páginas. Ahí esta-
ban los libros que he citado, pero también otros, como Los socialistas
en la política española, 1879-1982 (1997), que se apoyaba en el tiempo
que había dedicado a investigarlos y en distintas publicaciones sobre
la historia de los socialistas. El libro terminaba en 1982, el año en que
el PSOE ganó por primera vez unas elecciones por mayoría absoluta,
pero se publicó precisamente al año siguiente de que las perdiera des-
pués de su larga ocupación del gobierno. Santos había coordinado,
editado y prologado libros, publicado artículos y dado conferencias,
asistido a seminarios, y mantenido y multiplicado su presencia pública,
especialmente gracias a su colaboración permanente con el periódico
El País, al que le arrastró su gran amigo y compañero de tertulias,
Javier Pradera, una de las personas que marcó, sin duda, su trayectoria
profesional y vital.
Con El País colaboró en series como una ‘Memoria del 98’ y
después otra ‘Memoria de la Transición’, pero sobre todo con sus
columnas de opinión. La “dichosa columnita”, decía a veces, cuando
tocaba quejarse de una obligación que a veces se le hacía excesiva.
Pero siempre reconoció y agradeció aquel ejercicio de escritura, tan
distinta de la académica, que le obligaba a condensar un solo pen-
samiento en un espacio breve, y que, al mismo tiempo, le permitía
liberarse de las ataduras de esta. Gracias a El País, decía, se atrevió
a escribir sin notas a pie de página, se aventuró en el ensayo y, sobre
todo, irrumpió en la opinión pública. Descansó en alguna ocasión,

En recuerdo de Santos Juliá 159


pero siempre volvió. Puso su conocimiento de la historia reciente de
este país al servicio de un análisis casi diario de la realidad política,
cuidadoso y respetuoso, pero siempre dispuesto a entrar en asuntos
espinosos y polémicos. Nunca rehuyó el debate. Varias veces levantó
la voz para terciar en asuntos que le importaban, como cuando estalló
el de la llamada “Memoria histórica”, al que dedicó páginas, muchas
de las cuales recogió en otro de sus libros, Elogio de Historia en tiempo
de memoria (2011). Allí reivindicó la tarea “artesanal” del historiador,
dando voz a los protagonistas en cada momento del pasado, frente a
ese pasado convertido en “materia de ininterrumpidos debates y tran-
sacciones” de los políticos. Allí recurrió a la expresión “echar al olvido”,
como decisión política, para distinguirla del “olvido” y la “amnesia”
que algunos achacaban a lo ocurrido durante la transición, de aquel
supuesto “pacto de silencio” que, en su opinión, nunca había existido.
No fue fácil ni cómoda aquella pelea que se convirtió, quizás, en el
último empujón de su siguiente libro, precisamente Transición. Histo-
ria de una política española (1937-2017), un largo y detenido recorrido
de lo que dijeron e hicieron quienes desde 1937 comenzaron a hablar
de una necesaria transición que clausurara la guerra civil, de lo que
entendieron por transición y de cómo aquella tuvo lugar varias décadas
más tarde, y, más acá todavía, de lo que sobre esa transición se ha dicho
y escrito desde que comenzó. Echando mano de su apabullante fichero
de voces de nuestra historia contemporánea y del pasado más reciente,
Santos recorría etapas, giros y novedades, llamadas y fracasos, que
desembocaron en una transición que llegó por unos caminos impre-
vistos, como imprevistos fueron sus resultados. Su último capítulo,
“La Transición cumplida y desechada”, dejaba paso sin embargo a un
epílogo abierto. Afirmaba Santos allí que, entrada la década de 1990,
los partidos políticos volvieron a usar el pasado como arma política
del presente. No solo ellos sino también los propios historiadores,
los politólogos y sociólogos, los periodistas, los jueces, los artistas y
novelistas, que comenzaron a construir relatos e interpretaciones de
las que salió la “Transición como mito, mentira, amnesia, traición y,
finalmente, régimen del 78”.

160 Mercedes Cabrera


Andaba Santos dilucidando su próximo proyecto, con la duda entre
completar aquella historia de los socialistas que solo había llegado hasta
1982, o atreverse con una historia del significado y el uso del término
“guerra civil” en la historia de España, una nueva tarea de enjundia.
Mientras tanto, decidió reunir en un nuevo volumen varios textos dis-
persos en publicaciones, y les dio sentido y coherencia en una introduc-
ción en la que explicaba la razón de su título: Demasiados retrocesos.
España 1898-2018 (2019). Era una frase que le había repetido Ramón
Carande allá en sus tiempos sevillanos. La historia de España no habría
sido la historia de una decadencia secular, ni una anomalía congénita,
ni tampoco un puro y simple fracaso, sino una sucesión de “retrocesos”
en la carrera por incorporar a España a la corriente general de la civi-
lización europea. La plena inmersión en aquella corriente llegó con la
transición a la democracia, que había clausurado la retórica de “las dos
Españas” para poner en su lugar la de una España “diversa”. Sin embargo,
volvía a cerrar aquel volumen con una serie de artículos, esta vez en la
prensa, publicados todos en El País, salvo uno de ellos publicado en el
semanario Ahora, y que reunió bajo el título “Momentos de una crisis
de Estado”, y un epílogo que dejaba el interrogante: “¿Una democracia
en crisis?”. Sin dejar de mirar, como siempre hizo, a lo que ocurría en
otros países de nuestro entorno, se preguntaba Santos, finalmente, si no
estábamos ante un nuevo “retroceso” en la convivencia política respecto
“a aquella complaciente seguridad en el brillante futuro que aguardaba
a la democracia española cuando recién comenzaba este siglo xxi”.
Somos muchos quienes le echamos profundamente de menos y
nos sentimos huérfanos. Los amigos, por su ausencia irremplazable;
los colegas, porque nos falta su estímulo y su crítica; los ciudadanos en
general, porque daríamos cualquier cosa por seguir escuchando opinio-
nes como las suyas. •

Mercedes Cabrera es catedrática de Historia del Pensamiento


y de los Movimientos Sociales y Políticos. Autora de El
poder de los empresarios. Política y economía en la España
contemporánea (1875-2000).

En recuerdo de Santos Juliá 161


SEMBLANZAS

DE NUEVO,
CHESTERTON
Más periodista que literato, polémico, sincero
y poco cartesiano, su ingenio, ironía y espíritu
combativo han vuelto a poner de actualidad
sus obras, en las que aboga por la libertad,
la democracia y el progreso.
MANUEL ARR ANZ

“La costumbre moderna de decir: ‘Ésta es mi opinión, aunque


puedo estar equivocado’, es completamente irracional. Si admito
que puedo estar equivocado, es que no es mi opinión. La costumbre
moderna de decir: ‘Todo el mundo tiene su propia filosofía;
ésta es la mía y la que me conviene’, es una costumbre
que sólo revela debilidad mental.” 1

S
i ha habido alguna vez un hombre con los pies en la
tierra y la cabeza en las nubes, ese hombre fue G. K.
Chesterton. Maestro de la digresión y la paradoja,
tenía un don especial, un olfato, un instinto para
leer los acontecimientos y adivinar sus consecuen-
cias. Autor de una ingente obra, Chesterton probó
1 Chesterton, G.K., Ensayos escogidos. Seleccionados por W.H. Auden, trad. Miguel Temprano Gar-
cía, Barcelona, Acantilado, 2017, p.205.

163
(ensayó sería más exacto decir en su caso) todos los géneros habidos y
por haber, de la novela a la poesía, pasando por la biografía, el teatro
o el ensayo crítico. Y en todos dejó muestras notables de su ingenio
y mordacidad. Sin embargo, fue el periodismo el único género que
reivindicó para sí, ya que, al parecer, era el único que le permitía
desarrollar plenamente sus dotes naturales para la polémica.2

Yo soy periodista

“En cierta ocasión, una mujer le dijo, con ingenua admiración,


que parecía que sabía muchas cosas. Él contestó: Madame, yo no sé
nada: yo soy periodista”.3

En España se leyó mucho a Chesterton durante los años cincuenta


y sesenta del siglo pasado, cuando en las casas había pocos libros,
pero esenciales. Luego sus libros desaparecieron prácticamente de las
librerías. Sin duda su catolicismo, del que decía sentirse orgulloso4,
contribuyó a ello, como contribuyó en la misma medida a alejarle
de otra masa de lectores que no ha vuelto a recuperar nunca. Con
los lectores pasa como con la confianza, una vez la has perdido
no es fácil recuperarla. Al parecer sucedió lo mismo en Inglaterra
cuando, después de estar muchos años desaparecido de las libre-
rías sin que nadie le echara de menos, se le vuelve a reeditar. De
pronto Chesterton, que siempre había sido respetado, e incluso
temido, se ve tratado como “una especie de dinosaurio pintoresco,
moderadamente divertido, y absolutamente irrelevante.”5 Y a con-
tinuación Simon Leys, el autor de estas palabras, pasa a analizar los
motivos. Chesterton se convirtió al catolicismo en 1922, motivo
éste suficiente para que muchos de sus lectores le abandonaran.

2 Chesterton, G.K., Autobiografía, trad. de Olivia de Miguel, Barcelona, Acantilado, 2003, p. 330-331.
3 Leys, Simon, Chesterton, el poeta que baila con cien piernas, en: Breviario de saberes inútiles, trad.
de José Manuel Álvarez-Flórez y José Ramón Monreal, Barcelona, Acantilado, 2016, p. 97.
4 Véase el cap. IV “Cómo ser un lunático”, de su Autobiografía, op. cit. págs. 88 y sig.
5 Leys, Simon, ibidem., p. 94.

164 Manuel Arranz


Pero hay otro mayor, que identificó Evelyn Waugh, y ese motivo es
el tipo de escritor que es Chesterton, “exactamente lo contrario de
un hombre de letras” y, prosigue Leys, “éste es uno de los aspectos
más cautivadores y admirables de su personalidad. […] Pues, en
términos generales, los literatos son personas sumamente egocén-
tricas y vanidosas.”6 Chesterton, repitámoslo una vez más, estaba
orgulloso de ser periodista, y son sus artículos, brillantes, polémi-
cos, certeros y virulentos; sus ensayos, o su esplendida y original
Autobiografía7, lo que sigue estando de actualidad, y si no lo está
es porque algo pasa con la actualidad. Chesterton pensaba que se
podía escribir sin estilo, pero no sin ideas, y prácticamente en cada
una de las miles de páginas que escribió podemos encontrar una idea.
No necesariamente nueva, no necesariamente propia, no necesaria-
mente original, pero siempre polémica. Aunque no basta con tener
ideas. Hay que saber expresarlas. Una buena idea mal expresada suele
ser más nociva que una mala idea bien expresada. Chesterton sospechó
siempre de las ideas dominantes de su tiempo, adivinando en ellas lo
que no tardaría en ponerse en evidencia, que no eran ni tan siquiera
ideas, aunque compartió, en mayor o menor medida, los prejuicios
de sus contemporáneos: un cierto antisemitismo, un cierto racismo,
un cierto antifeminismo, cosas todas ellas que a sus admiradores
les cuesta perdonar, aunque en menor medida que su catolicismo.
No obstante pensó y actuó siempre con sentido común, que él defi-
nía como “una determinada y amplia comprensión del estado actual
de cosas suficientemente sólida como para resistir a una infinidad
de argumentos viles y sofisticados y de representaciones verbales
erróneas”. Pues muchas veces

“una versión estereotipada de lo que está sucediendo nos


oculta lo que está ocurriendo realmente”.8

6 Ibidem., p. 96.
7 Chesterton, G.K. Autobiografía, op.cit.
8 Chesterton, G.K. Ensayos escogidos. op.cit.

De nuevo, Chesterton 165


‘Herejes’9 y ‘Ortodoxia’,10 o la refutación de sí mismo

“El hombre libre no es aquel que piensa que todas las opinio-
nes son igualmente verdaderas o falsas, pues eso no es libertad, sino
debilidad mental. El hombre libre es aquel que ve los errores con la
misma claridad que la verdad.”11

Aunque no importa por dónde se empiece a leer a un autor, ni cuándo,


ni por qué, Herejes y Ortodoxia, junto con Autobiografía, ocupan en
su ingente obra un lugar central. Chesterton escribe Ortodoxia para
contarnos por qué es cristiano, cómo llegó al cristianismo y todo lo
que supuso para él descubrir lo que ya estaba descubierto.

“Éste, advierte, no es un tratado eclesiástico, sino una especie de


autobiografía chapucera.”12

Después de Herejes, libro del que Ortodoxia es un comple-


mento natural, sintió que debería hablar del lado positivo de las
cosas además del negativo, y que debía contestar a sus detrac-
tores y explicar su “sistema filosófico”, que podríamos resumir
como la filosofía del hada madrina (véase su estupendo ensayo
La ética en el país de los elfos, incluido en varios libros suyos).
En cuanto a Herejes, quizá convenga decir algunas palabras, y
no dejarse intimidar por el título. Dejemos que las diga él:

“La palabra ‘herejía’ no sólo ya no significa estar errado: práctica-


mente significa tener la cabeza clara y ser valiente. La palabra ‘ortodoxia’
no sólo ya no significa estar en lo correcto, sino que prácticamente

9 Chesterton, G.K. Herejes, trad. de Stella Mastrangelo, Barcelona, Acantilado, 2007.


10 Chesterton, G.K. Ortodoxia, trad. de Miguel Temprano García, Barcelona, Acantilado, 2013.
11 Chesterton, G. K., Lectura y locura y otros ensayos imprescindibles, trad. de Victoria León, Sevilla,
Renacimiento, 2008, pág. 210-211.
12 Chesterton, G.K., ibidem., p. 14.

166 Manuel Arranz


significa estar errado. Todo esto puede significar una cosa, y solamente
una: que a la gente no le preocupa tanto estar filosóficamente en lo
correcto.”13

Pero Herejes no habla sólo de herejes. habla sobre todo de ideas


y de ideales, habla de novelas y de novelistas, habla de ciencia y de
política, habla de democracia, de convicciones, de sentimientos y
de sentimentalismo, de rituales, de dogmas, de fanatismos; y habla
de todas las ideas preconcebidas y equivocadas que suele tener el
hombre respecto a todo esto y, lo que es peor todavía, respecto a sí
mismo. Chesterton era poco cartesiano. No dudaba ni a la hora de
elegir una corbata, porque cualquier corbata servía. Pero tampoco
dudaba a la hora de juzgar un sistema político, una idea, o a un
hombre, porque aquí, en cambio, no servía cualquier cosa.
“Quienes creen de verdad en sí mismos están recluidos en los
manicomios.” Así empieza Chesterton su Ortodoxia, hablándonos
de la locura, pero no, según es habitual, como la pérdida de la razón,
sino como la pérdida de todo lo demás menos la razón. Primera para-
doja: la razón únicamente sirve para razonar. No para ser felices, no
para vivir, no para amar. Y el hombre no está hecho sólo para razonar.
Es más, no está hecho en absoluto para razonar.
Chesterton no pretende ser original, o mejor dicho su originalidad
consiste en no ser original conscientemente, por eso puede decir con
orgullo que al final de la aventura que cuenta en Ortodoxia, descubrió
lo que ya estaba descubierto. ¿Decepción? Todo lo contrario. “Un
fracaso afortunado” siempre será mejor que un éxito desafortunado.
Se equivocó muchas veces, pero siempre con razón, y hable de
lo que hable, la claridad de sus ideas, la “visión clara de las cosas”, le
redime de juicios injustos y precipitados. Si hoy volvemos a Ches-
terton no es tanto por sus polémicas ideas como por sus brillantes
paradojas que desbaratan los lugares más comunes, las opiniones
más arraigadas, los tópicos más persistentes.

13 Chesterton, G.K. Herejes, ibidem., p. 9.

De nuevo, Chesterton 167


Un fracaso afortunado

“No considero a nadie libre a menos que sea capaz de caminar


hacia atrás lo mismo que hacia delante.”14

Uno de los principales problemas que detecta Chesterton en su


época, y que la nuestra ha agudizado hasta extremos inconcebibles,
es que casi todo está fuera de su sitio, todo está desquiciado y nada
tiene ya freno. Y sobre todo, que “hay un pensamiento que impide
el pensamiento”, y que ese pensamiento peligroso no es el de dudar
de todo, sino el de dudar de la duda, que es una forma perversa de
dudar de la razón. Chesterton era consciente de la dificultad de
convencer a nadie de nada, sobre todo “cuando uno está totalmente
convencido”. Y nada te convence más de una doctrina que los argu-
mentos de su contraria. La mayoría de las personas de derechas lo
son porque las ideas de izquierdas les parecen aberrantes, y viceversa.
Es decir, no porque estén convencidas de la bondad de sus propias
ideas, que casi nunca saben exponer con claridad, sino de la per-
versidad de las ideas contrarias, sobre cuya perversión en cambio sí
tienen mucho que decir. Y a Chesterton le pasó algo parecido con
el cristianismo. Cometió la equivocación, o tuvo la fortuna, de leer
a los agnósticos, que en vez de convencerle de su doctrina, o falta de
doctrina, le convencieron de la contraria. Cuando Chesterton nos
habla de La filosofía del hada madrina, o del valor de los cuentos
de hadas en nuestra formación, no está hablando sólo de la inge-
nuidad, de la inocencia, de la imaginación, cosas todas ellas muy
estimables, por cierto, aunque poco prácticas desgraciadamente, sino
también de la tradición, de las verdades sencillas y, sobre todo, de
ese componente irracional de nuestro pensamiento, tan importante
siempre para no perder la razón. Decir las cosas que parecen verdad
no tiene mérito. Lo que tiene mérito es decir cosas que no parecen
14 Chesterton, G. K., El color de España y otros ensayos, trad. de Luis Echávarri y Victoria León, Sevi-
lla, Renacimiento, 2007, pág. 255.

168 Manuel Arranz


verdad, y que sin embargo lo son. Chesterton, que no era precisa-
mente un pesimista, pero sí un realista, adivinó que las cosas en el
futuro, es decir nuestro presente, iban a empeorar si no hacíamos
nada por evitarlo, y adivinó también que no haríamos nada por
evitarlo. Hoy parece fácil, todo el mundo sabe lo que quiere decir
la palabra “progreso” y que ya es demasiado tarde para intentar otra
cosa. Pero entonces, es decir, en los primeros años del siglo pasado,
todavía se conservaba la esperanza. El futuro no es una proyección
del presente, es otra cosa, y si se caracteriza por algo es por ser impre-
decible. El futuro está detrás. Que Chesterton acertó donde otros
se equivocaron está fuera de duda, como lo está que se equivocó
donde otros acertaron. Y lo que resulta paradójico es que muchos
de sus errores de entonces hoy los consideramos aciertos, y viceversa.

El pensamiento requiere relacionar las cosas y se interrumpe


cuando no puede relacionarlas 15
Si la historia de las naciones es como Chesterton dice: “una cadena
de incontables elecciones”, la de los individuos seguramente no lo
es menos. Lo que quiere decir que no sólo somos responsables de
nuestros actos, sino también de las consecuencias de nuestros actos,
y posiblemente de las consecuencias de las consecuencias de nuestros
actos, y hasta, si me apuran, de los actos de los demás.

“No podemos salvar a otros si no podemos salvarnos a nosotros


mismos. No podemos enseñar ciudadanía si no somos ciudadanos;
no podemos liberar a otros si hemos perdido el ansia de libertad.”16

Sus puntos de vista, su filosofía, su religión, están en las antípodas


de lo que se usa hoy en día en estos ámbitos. Es la actitud lo que es
fundamental en todo, nos dice Chesterton. Y la actitud de los hom-
bres hacia las cosas y hacia otros hombres es lo que más ha cambiado.

15 Chesterton, G.K. Ortodoxia, op. cit., p. 43.


16 Chesterton, G. K., Lo que está mal en el mundo, trad. de Mónica Rubio, Madrid, Ciudadela, 2006, p. 143.

De nuevo, Chesterton 169


“Cuando los sociólogos modernos hablan de la necesidad de adap-
tarse a las tendencias del momento, olvidan que en el mejor de los
casos la tendencia del momento consiste por entero en personas que
no se adaptan a nada. En el peor, consiste en muchos millones de seres
asustados que se acomodan, todos, a una tendencia que no existe.”17

Chesterton era partidario de los inadaptados, prefería la vani-


dad al orgullo, el melodrama al realismo, el irracionalismo al
racionalismo, y los rituales y los fuegos artificiales al positivismo
lógico. Evidentemente, si juzgamos por la evolución de la humani-
dad, estaba equivocado. Pero a él no le importaba demasiado estar
equivocado, es más, le gustaba estar equivocado. Pues pensaba que
sólo las personas equivocadas consiguen algo en la vida; que sólo
los débiles son capaces de fuerza; que sólo los no aventureros tie-
nen auténticas aventuras, y los tímidos conocen el verdadero amor.

“La verdad es que toda apreciación genuina se basa en cierto


misterio de humildad y casi de oscuridad.”18

Un inadaptado

“No hay mejor prueba de la integridad de un hombre que ver


cómo se comporta cuando se equivoca.” 19

Hoy en día, la mayoría de los admiradores de Chesterton prefieren


atribuir algunas de sus rotundas e intransigentes opiniones sobre la
religión, la política, el arte, o las costumbres, a la época que le tocó vivir,
una época que amenazaba con cambiarlo todo, y efectivamente así lo
hizo; y elogian en cambio sin rebozo su ingenio, su ironía, su estilo
brillante y combativo, su populismo, su campechanía. Se equivocan.
Chesterton es Chesterton precisamente por su intransigencia,
17 Chesterton, G. K., Herejes, op.cit., p. 90.
18 Chesterton, G. K., Herejes, op. cit. pág. 49.
19 Chesterton, G. K., Ensayos escogidos, op. cit., p. 113.

170 Manuel Arranz


por sus opiniones contundentes, por su falta de contemplacio-
nes, por su profundo desprecio de la mediocridad y la hipocre-
sía, por su defensa de la inteligencia y el sentido común, de la
honradez y la honestidad en todos los ámbitos de la vida, por su
respeto de la tradición y su defensa de la cultura. Y, sí, también
por su cristianismo. Porque Chesterton, por muy rancias que
puedan parecer algunas de sus opiniones, aboga por la libertad, por
la democracia, por el progreso. Fue un demócrata convencido, un
demócrata de verdad, incluso un demócrata furibundo. Un demó-
crata con una idea democrática de la democracia capaz de escribir
cosas como esta:

“…siempre me he sentido más inclinado a creer en la gente


corriente y trabajadora que en la clase particular y fatigosa a la que
pertenezco.”20

Sin todo esto, Chesterton no sería Chesterton.

“Cuando uno piensa solo y con orgullo, termina convertido en


un idiota. A quien no se le ablanda el corazón acaba ablandándosele
el cerebro.”21 •

Manuel Arranz es traductor y crítico literario. Autor de


Pornografía. Su último libro publicado es Treinta gramos de oro.

20 Chesterton, G.K., Ortodoxia, op.cit., p. 61.


21 Ibidem., p. 54.

De nuevo, Chesterton 171


E N E L F I LO D E L A V I DA

L A COPA DE ORO
Si un día veo cercana la muerte,
arrojaré este cáliz al Duero
desde el puente de piedra,
para que lo recoja el alma de
Claudio Rodríguez y se lo lleve
al cielo de Baco...

JESÚS FERRERO

172
L
legué a Zamora una mañana de nieve y ventisca.
Desde un flanco de la muralla, podía ver el Duero
con sus puentes, sus álamos, y las terrazas de piedra
descendiendo hacia él como una pirámide escalonada.
En una de esas terrazas encontré a mi amigo ven-
diendo lotería. En cuanto me tuvo cerca, cogió mi
mano y dijo:

–¿Tiemblas de frío? Enseguida entraremos en calor.

Una señora le compró un billete y se alejó. Guillermo me dijo:

–La mujer que acabas de ver ha fornicado esta noche con un inge-
niero de la calle San Pomar.

–¿Por qué lo sabes?

–Por el olfato. Desde que me quedé ciego a los nueve años, he


desarrollado un olfato extraordinario, que nada tiene que envidiar al
de un lobo. Conozco el olor de la mujer que acaba de marcharse y
conozco el olor del ingeniero, conozco todos los olores de la ciudad
y de sus habitantes, podría hacer un mapa muy especial de Zamora
basándome solo en los olores, no sé si me entiendes.
Le dije que sí, que le entendía perfectamente. Un hombre trajeado
le compró otro billete. En cuanto se alejó, Guillermo me dijo:

–Este se ha acostado con una monja del convento de las Descalzas,


hacia las dos o las tres de la mañana. Después se ha duchado, pero a
mí no me engaña ese licencioso con cara de pájaro rapaz.

–¿Por qué sabes cómo es su cara?

–Digamos que la adivino. Lo conocí de niño, cuando aún no


estaba ciego.

173
Mientras hacía un cigarrillo con una pericia increíble, comentó:

–Esta ciudad es bastante promiscua, aunque te parezca algo tibe-


tana, pero no hay que olvidar que en el Tíbet eran también muy pro-
miscuos, aunque pudiera parecer lo contrario con aquella mística que
tenían tan de alta montaña. Aquí se llevan a cabo muchas ceremonias
en la oscuridad. Yo lo sé mejor que nadie.

–Veo que para ti Zamora no tiene secretos.

–No, amigo, no. Mi mirada sobre Zamora es tan profunda como


la mirada de Dios.

Humildad no le faltaba y eso lo hacía aún más cautivador. Como


seguía nevando, nos fuimos hasta el café Viriato y enseguida com-
probé que Guillermo se movía por la ciudad con bastante natura-
lidad, como si no estuviera ciego. Lo explicó diciendo:

–Tengo un plano de la ciudad muy exacto en mi mente, y


calculo bien los pasos. He programado mi cerebro así, y puedo
moverme por Zamora casi como usted, si bien con más profundi-
dad, porque mientras nos acercamos a la plaza yo voy oliendo a los
transeúntes, y sé quiénes son, con quien han estado, que acaban de
comer, qué acaban de beber. Es verlos con una profundidad casi
indeseable, te lo digo de verdad. Pero no puedo remediarlo, es
mi destino.
Al día siguiente, nos fuimos en tren hasta Sanabria. Caminába-
mos por las orillas del lago, bajo la nieve menuda y volátil, cuando
Guillermo me susurró:

–No he visto nunca este lago y a la vez puedo verlo en todos sus
detalles, ¡y si supieras cómo noto su respiración! porque los lagos res-
piran, amigo, como respiran las piedras y los árboles, si bien de otra
manera, más húmeda y pesada. Noto en ti un cierto escepticismo...

174 Jesús Ferrero


¿Vas a decirme que el lago está helado? Claro, tan helado como el
Ládoga. Lo noto perfectamente...

Luego me contó que él veía casi como yo, y que algunas teorías
científicas insinuaban que el ser humano era bastante ciego, y que
en realidad nuestros ojos más que ver, adivinaban, como los suyos,
pero con menos precisión. También me dijo que no había que tener
miedo a nada, ni a la muerte, ni a la vida, ni a la luz, ni a la oscuridad, y
que a la hora de la verdad el animal humano era demasiado transparente.
En el bar de un hotel junto al lago nos sentamos ante la chimenea y
pedimos una botella de vino. Nos hallábamos solos en el local, pues
el camarero se había ido a la cocina, cuando Guillermo me preguntó:

–¿Has tenido alguna vez en tus manos un vaso sagrado?

–No.

–¿Has bebido alguna vez la sangre de Cristo es un cáliz de oro?

–No.

En ese momento Guillermo sacó de su zurrón una copa de oro,


plata y piedras preciosas, de apariencia sagrada y de estilo visigodo.
Con la refulgente copa en la mano, Guillermo me dijo:

–En los tiempos en que el rey Fernando I de León dividió


su reino en cinco partes, doña Urraca, que gracias a los caprichos de
su padre se había convertido en reina de Zamora, regaló a la iglesia
recién inaugurada de San Cipriano este cáliz. A propósito, ¿sabes
quién fue Claudio Rodríguez?

–Pues supuesto. Fue un grandísimo poeta.

–Lo fue, además de ser el poeta fundamental de Zamora.

La copa de oro 175


Pues bien, siendo niño, y por mero afán de cometer una travesura,
Claudio Rodríguez robó este cáliz de la iglesia de San Cipriano y lo
enterró en el parque de San Martín, el que se halla junto a la muralla.
Más tarde lo anduvo buscando, pero no lo encontró. Yo, que era su
amigo y que conocía el hecho porque él me lo había revelado, sí que
lo encontré. Me bastó con dar por la noche dos o tres vueltas al parque
con los pies descalzos. Mis pies funcionaban con el metal como la vara
del un zahorí con el agua, y aquí lo tienes, tan limpio y resplandeciente
como cuando estaba en manos de doña Urraca. Si un día veo cercana
la muerte, arrojaré este cáliz al Duero desde el puente de piedra, para
que lo recoja el alma de Claudio Rodríguez y se lo lleve al cielo de Baco,
pero mientras tanto podemos disfrutar de él –dijo, y con gran soltura
vertió vino en el cáliz y me lo ofreció antes de añadir–. Bebe, querido
amigo, y que esta comunión de vino ingerido desde la copa en la que
bebía doña Urraca sea el sello de una amistad perpetua.

Emocionado por sus palabras, cogí el cáliz y lo apuré. Oh, Dios,


juro que nunca he bebido un vino tan sabroso y tan eucarístico.
En ese trance nos hallábamos, al calor del fuego chisporroteante,
cuando Guillermo me dijo:

–Una vez vine a este mismo bar con Claudio Rodríguez y me


contó que había una herida en su alma que supuraba siempre, y que
esa herida se abrió en su corazón la noche en que apuñalaron a su
hermana en Madrid, causándole la muerte. Las palabras del poeta
eran aquella tarde tan vivas, tan dúctiles y a la vez tan incendiarias
que recobré la vista y volví a ver como veía a los nueve años.

–¡No te creo! –exclamé.

–En cierto modo la recobré. No sé como explicarlo... Desde enton-


ces experimento la misma sensación siempre que bebo buen vino con
un buen amigo. Tienes que entenderme, no es que mis ojos cambien,
no cambia nada en mi cuerpo, pero yo siento que veo.

176 Jesús Ferrero


–Me estás asustando –dije, y procuré no hacer más averigua-
ciones. Percibiendo mi inquietud, que se debía de notar en el aire,
Guillermo se echó a reír a carcajadas. Le exigí que me dijera si estaba
ciego o no. Volvió a reírse y comentó:

–Claro que lo estoy, pero a veces mi mente elabora el mundo


exterior con tal precisión que es lo mismo que ver. Ahora estoy
viendo tu cara de estupor, casi de miedo. La mente de los ciegos es
una continua creación.

Al día siguiente compré en una librería de Zamora las poesías


completas de Claudio Rodríguez y me despedí de Guillermo en
el bar del hotel Rey Don Sancho. Allí abrí el libro y leí el poema
titulado El robo en el que, entre otras cosas, decía:

Sigue con calma y llega hasta el altar,


llega furtivo en danza
hasta la plata viva, hasta el oro del cáliz,
hasta el zafiro y hasta la esmeralda,
llega hasta tu saliva que maldice...

Con toda evidencia Claudio Rodríguez estaba hablando del


robo del cáliz. Guillermo no me había mentido, y habíamos bebido
vino en una copa de oro y plata, de zafiros y esmeraldas, mientras la
nieve caía silenciosa sobre las aguas heladas del lago de Sanabria. •

Jesús Ferrero es escritor. Autor de Bélver Yin, Las trece rosas,


Las experiencias del deseo (Premio Anagrama), Las abismales
(Premio Café Gijón), y Radical blonde (Premio Juan March).

La copa de oro 177


C A S A D E C I TA S

JAVIER MUGUER ZA,


CONCORDIA
Y DISIDENCIA
EDIFICANTE
Sin dejar de reivindicar la saludable
y regeneradora disidencia, Muguerza
ha defendido, sin llegar a ser un
utopista ni un progresista ingenuo,
la dimensión utópica del ser humano
y de la historia.

Introducc ión y selecc ión :

S E B A S T I Á N GÁ M E Z M I L L Á N

178
L
a fatalidad impidió que Javier Muguerza (Coín,
1936-Madrid, 2019) conociera a su padre, fusilado junto
a otros miembros de su familia en los primeros días de
la Guerra (in)civil. Posiblemente esta tragedia marcaría
el devenir de su vida y de su obra, caracterizada por una
voluntad de diálogo, concordia y conciliación, por un
lado, y una disidencia edificante, por otro. Esto se aprecia claramente
en las distintas corrientes que convergen en su obra (la filosofía ibe-
roamericana, incluidos sus clásicos literarios; la filosofía analítica,
desde Frege a Wittgenstein; la Escuela de Fráncfort y, en particular,
el más destacado integrante de la segunda generación, Habermas; la
corriente cálida del marxismo utópico de Bloch; el liberalismo, desde
su querido Kant hasta John Rawls…) y que con sus atinadas críticas
se diría que, si no siempre, a menudo salen mejoradas.
A diferencia de otros filósofos, más o menos enclaustrados en el
espacio universitario, y a semejanza de Ortega y Gasset, cuyo impulso
filosófico es inseparable de la idea de “situar a España a la altura de
los tiempos”, la obra de Muguerza no se reduce a su corpus escrito,
aun siendo éste de un inmenso valor. Como ha escrito Francisco Váz-
quez García, “el pensador de Coín fue el verdadero líder organizativo
de la generación de los ‘jóvenes filósofos’, desplegando un esfuerzo
ciclópeo, federando voluntades, tendiendo puentes entre corrientes
y figuras enfrentadas, protagonizando una infinidad de encuentros
y discusiones, dialogando como nadie ha sabido hacer con las obras
de los propios colegas españoles, tejiendo redes con Latinoamérica”1.
Fruto de su compromiso y de su generosidad es el perseverante
y fecundo diálogo que ha mantenido con numerosos profesores de
diferentes disciplinas (filosofía de la ciencia, lógica, psicología, teo-
ría política, derecho, feminismo…), cuyas obras ha leído atenta y
cuidadosamente, como se observa en las detalladas y modélicas rese-

1 Vázquez García, F., “Javier Muguerza y la normalización de la filosofía española”, recogido en


Diálogos con Javier Muguerza. Paisajes para una exposición virtual. Un homenaje de Isegoría en su
80 cumpleaños, Roberto R. Aramayo, José Francisco Álvarez, Francisco Maseda y Concha Roldán
(eds.), Madrid, CSIC, 2016, p. 159.

179
ñas que componen la cuarta parte de la que tengo para mí como su
obra capital, Desde la perplejidad. Ensayos sobre la ética, la razón y el
diálogo (1990).
Tal diálogo prueba al menos dos cosas: una, que se ha tomado en
serio el trabajo de sus amigos y colegas, hasta el punto que de pocos
filósofos se puede afirmar que ha escuchado, seguido y leído a los
compañeros con esa fidelidad; y dos, que precisamente por ello no
debemos sentirnos acomplejados frente a los trabajos intelectuales que
se hacen en otros lugares del mundo, sea Francia, Italia, Alemania,
Inglaterra o Estados Unidos, sin que por eso caigamos en posturas
“cosmopaletas” (el neologismo es suyo) que nos impidan reconocer
lo excelente, provenga de donde provenga.
Y este diálogo ha ido más allá de nuestra tierra, pues Muguerza cul-
tivó una suerte de patriotismo cosmopolita: unir aún más España con
Iberoamérica, tal como proponía Saramago en una de sus maravillosas
parábolas, a fin, reitero, no sólo de modernizar España y situarla a la altura
de los tiempos, como quería Ortega, sino a la vez a nuestros hermanos
de lengua del otro lado del Atlántico en un proceso de diálogo e inter-
cambio mutuamente enriquecedor. Bajo su dirección y coordinación
comenzó el proyecto de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía.
Desde Sócrates hasta Rosa Parks y Luther King, pasando por
Thoreau, que inspirará a Gandhi, la fuerza del “no” a lo largo de la
historia ha sido muy poderosa, hasta el punto de que si trazáramos
un minucioso mapa por el recorrido de cómo se han ido gestando y
reconociendo los Derechos Humanos a través de las distintas gene-
raciones, observaríamos que ese “no” que grita la conciencia que se
rebela contra el poder tiránico es, si no el mecanismo principal del
reconocimiento de estos Derechos, uno de ellos. Quizá nadie haya
filosofado tanto y tan bien sobre las implicaciones y consecuencias
de la disidencia ética y política como Javier Muguerza.
De hecho, la que es considerada su principal aportación teórica, el
llamado imperativo de la disidencia, no sólo es una reformulación del
imperativo categórico de Kant, es también una forma de reconocer
el poder de los que han padecido el poder y se han atrevido a rebe-

180 Sebastián Gámez Millán


larse con todas las consecuencias. Pero en vez de tratar de conciliar
la autonomía y la universalidad, a la manera de Kant, dado que en
no pocas situaciones son incompatibles ambos conceptos, Muguerza
apuesta porque el individuo, sin el cual tampoco concibe la ética, se
rebele y desobedezca con un “no” a todo aquello que esté en contra
de su conciencia.
En otros términos, el imperativo de la disidencia no pretende
conseguir un fundamento, por el consenso, de una moral universal,
sino más bien defender la posibilidad y la obligación de decir “no”
ante situaciones de injusticia o ausencia de libertad. Naturalmente, el
disenso razonado es un momento del diálogo que podrá desembocar
en un consenso más sólidamente argumentado para decidir. Pero
dados los abusos de poder, tarde o temprano tendrá que aparecer otro
disenso que ponga en marcha el diálogo hacia una situación menos
injusta. Todo ello en un proceso sin fin, el de la historia.
Habrá quienes argumenten que este imperativo es formalista, esto
es, que casi nunca o muy rara vez se ha llevado a cabo. Pero la misma
razón que alegaba Muguerza en defensa de Kant es válida para sí: es
una “ética formal”, pero no formalista, “porque sus contenidos mate-
riales han de venirle socio-históricamente dados”, es decir, las razones
por las que un individuo se rebela y dice “no” frente a un poder que le
encadena no serán las mismas en el siglo v a.C. que en el siglo xvi, en
el siglo xix que en el siglo xxi. Pero no por ello deja de suceder cada
vez de una forma distinta en diferentes circunstancias socio-históricas.
Así pues, el imperativo de la disidencia de Muguerza no es sólo una
cuestión de iure, sino al mismo tiempo de facto. Es una de las fuentes
de procedencia de los Derechos Humanos. De manera que no sólo
nos permite explicar el pasado, además nos permite intuir el siempre
incierto paso del futuro de la humanidad, que a buen seguro seguirá
caminando por ese “no” que se rebela frente al siempre tiránico poder.
Nacido en Coín (Málaga), Javier Muguerza se doctoró en la Uni-
versidad de Madrid. Fue discípulo de José Luis López Aranguren y
José Ferrater Mora. Ha sido profesor en la Universidad Autónoma de
Madrid, en la de la Laguna, de Tenerife, en la Autónoma de Barcelona

Javier Muguerza, Concordia y disidencia edificante. 181


y, finalmente, en la UNED de Madrid (1979-2006). Fue refundador y
primer director del Instituto de Filosofía del CSIC (1986) y fundador
y director de la revista Isegoría (1990). Recibió una sólida formación en
lógica y filosofía de la ciencia. Con la antología La concepción analítica
de la filosofía (1974), cuya introducción consta de más de un centenar
de páginas de Muguerza, fue uno de los principales difusores de esta
corriente en el mundo hispánico, pero acabó haciendo un ejercicio
de crítica a la razón analítica por su estrechez de miras en La razón
sin esperanza (1977).
Posteriormente ha mantenido un diálogo crítico con algunos
de los filósofos más influyentes de las últimas décadas, como Rawls,
Habermas o Tugendhat, entre otros. Fruto de algunas de estas dis-
cusiones es su extenso y denso Desde la perplejidad. Ensayos sobre
la ética, la razón y el diálogo (1990), que se ha interpretado como
una crítica de la razón dialógica. En los últimos años, sin dejar de
reivindicar la saludable y regeneradora disidencia, ha defendido, en
la línea del marxista Ernst Bloch y sin llegar a ser un utopista ni un
progresista ingenuo, la dimensión utópica del ser humano y de la
historia. Pues si bien las trayectorias del ser y el deber ser, entre los
que se sitúa la tensión ético-política, nunca llegarán a converger, es
razonable y dignificador mantener la esperanza de esforzarse por un
mundo humano mejor, aunque siempre tengamos que echar mano
de la disidencia para combatir los abusos de poder.

Guerra Civil y voluntad de reconciliación


◆ Los herederos de ambos bandos de nuestra Guerra Civil hare-
mos bien en aceptar la invitación de otro poeta, Antonio Machado
esta vez, cuando nos dice: “Hombres de España, ni el pasado ha
muerto / ni está el mañana –ni el ayer– escrito”. Como hombres
y mujeres de este país, escribámoslo hoy de otro modo, esto es,
sin animosidad ni revanchismo. Enterremos con nuestros muer-
tos la guerra misma. Y hagamos nuestro el lema de aquel hombre
sufriente y desgraciado que fue don Manuel Azaña, quien pedía
antes de morir y para todos Paz, piedad y perdón. Desde el pro-

182 Sebastián Gámez Millán


fundo afecto a la memoria de mi padre y el resto de mis familiares
injustamente asesinados, tiendo mi mano a todos los afectados por
el injusto asesinato de los suyos2.

Kant y el postulado de la libertad


◆ Volviendo a Kant, su conocida “solución” de la antinomia
de la causalidad y la libertad no es, en rigor, ninguna solución,
sino la valiente aceptación por su parte de la antinomia misma.
Nosotros, como seres humanos, somos en parte seres naturales, y
sociales, sometidos por ende a la causalidad de un tipo u otro. Pero
no somos sólo eso, sino asimismo seres racionales y, por lo tanto,
libres. O, dando ahora un paso más, la libertad de la que no pode-
mos exonerarnos en tanto que seres humanos nos lleva más allá de
lo que somos, más allá del reino del ser, para enfrentarnos con el
del deber. Un animal, que no se hace cuestión de su libertad, tam-
poco necesitaría –si es que pudiera hacerlo– preguntarse “qué debo
hacer”, por lo menos en el sentido moral del término “deber”. Un
ser humano, sí3

Hacia la paz, perpetuamente, por el camino del cosmopolitismo


◆ Para que la paz perpetua hubiera de ser posible en este mundo,
y no en esa otra vida de los camposantos, se requeriría según Kant
una “ciudadanía mundial” en que la humanidad se organizase
exclusivamente en función de los dictados de la conciencia de los
ciudadanos, es decir, a base de preceptos puramente morales y sin
que para nada mediase ni la coacción de las leyes jurídicas ni la
coerción del poder político, dándose así lugar a una auténtica “cos-
mópolis”, o sociedad sin Estado a escala universal, como la que ha
sido siempre el sueño de los visionarios ácratas4.
2 Muguerza, J., “Carta al Foro Coineño para la Recuperación de la Memoria Histórica”, Coín (Mála-
ga), Fundación García Agüera, 2010.
3 Muguerza, J., “Kant y el sueño de la razón”, reunido en La herencia ética de la Ilustración, Carlos
Thiebaut (ed.), Barcelona, Crítica, 1991, p. 20.
4 Muguerza, J., “Cosmopolitismo y Derechos Humanos”, recogido en I Jornadas de Filosofía. Pers-
pectivas ante el nuevo milenio, Málaga, Procure, 2004, pp. 191 y 192.

Javier Muguerza, Concordia y disidencia edificante. 183


Ideales y realidad. Para una filosofía de la historia
◆ Al fin y al cabo, el contraste entre nuestros ideales y la realidad se
reduce al contraste entre lo que dicha realidad “es” y lo que noso-
tros creemos que “debería ser”, y semejante contraste entre el ser y el
deber ser –que constituye el meollo de la ética– hay que tomárselo
con seriedad, pues la ética es ciertamente asunto serio (aunque nada
tenga que ver, por descontado, con el llamado espirit de sérieux) y no
hay lugar en ella para las sandeces o los dislates)5.

Dialéctica interminable entre el ‘ser’ y el ‘deber ser’


◆ Lo que llamamos mundo del deber ser no es sino la expresión
de nuestra insatisfacción o nuestro descontento con lo que en este
mundo es, es decir, con “lo que hay” en este mundo o con “lo que
no hay” en él, pero pensamos que debiera haber6.

Utopías sin utopistas: historia sin fin


◆ La lucha por lo que demos en soñar como un mundo mejor no
tendrá presumiblemente fin –ni la utopía tendrá nunca lugar si es
que ha de hacer honor a su etimología–, puesto que siempre nos
será dado imaginar un mundo mejor que el que nos haya tocado en
suerte vivir. Y la historia, en consecuencia, no es que reste incon-
clusa, sino que moralmente hemos de concebirla como inconclui-
ble, puesto que el “esfuerzo moral”, un esfuerzo incesante, no cuenta
con ninguna garantía de alcanzar una meta que sea la definitiva7.

◆ Lejos de minimizar la dualidad de ser y deber ser y, por


supuesto, de tratar de extraer el deber ser a partir del ser, lo que

5 Muguerza, J., “Adolfo Sánchez Vázquez y el pensamiento utópico”, reunido en III Jornadas de
Filosofía, Identidades y fronteras culturales, Málaga, Procure, 2011, p. 234.
6 Muguerza, J., citado por Roberto R. Aramayo, “Un testimonio de gratitud para con Javier Mu-
guerza, una personalidad filosófica irrepetible”, recogido en Diálogos con Javier Muguerza. Paisajes
para una exposición virtual. Un homenaje de Isegoría por su 80 cumpleaños, Roberto R. Aramayo,
José Francisco Álvarez, Francisco Maseda y Concha Roldán (eds.), Madrid, CSIC, 2016, p. 19.
7 Muguerza, J., “Kant y el sueño de la razón”, reunido en La herencia ética de la Ilustración, Carlos
Thiebaut (ed.), Barcelona, Crítica, 1991, p. 34.

184 Sebastián Gámez Millán


hace Bloch más bien es sugerir cómo el ser podría ser extraído, y
hasta creado, a partir del deber ser8.

El imperativo de la disidencia
◆ El imperativo kantiano “de los fines” reviste un carácter primor-
dialmente “negativo” y, antes que fundamentar la obligación de obe-
decer ninguna regla, su cometido es el de autorizar a desobedecer
cualquier regla que el individuo crea en conciencia que contradice
aquel principio. Esto es, lo que en definitiva fundamenta dicho
imperativo es el derecho a decir “No”, y de ahí que lo más apropiado
sea llamarle el imperativo de la disidencia9.

Utopía, Derechos Humanos y Justicia


◆ Las “utopías” se alejan de nosotros, como la línea del horizonte
cuando avanzamos hacia ella, precisamente en la medida en que
tratamos de alcanzarla. Lo que explica que, a la pregunta “¿Para qué
sirven las utopías?”, un poeta pudiera responder que “para hacernos
caminar hacia adelante”. Y algo muy semejante vendría a ocurrir con
la Justicia. A la pregunta “¿Para qué sirve la Justicia?” habría que res-
ponder, de análoga manera, que “la Justicia sirve para hacer avanzar
al Derecho”, esto es, para hacerlo “más justo” cada día. O, dicho a
nuestro modo, para acomodarlo cada vez más a esas exigencias, las
“exigencias morales” de que antes hablábamos, en que consisten los
derechos humanos10.

Progresistas
◆ Aquellos que, aun sin creer tal vez en el progreso, creen que val-
dría la pena luchar por que lo hubiera11.

8 Muguerza, J., “Razón, utopía y disutopía”, reunido en Desde la perplejidad. Ensayos sobre la ética,
la razón y el diálogo, Madrid, F.C.E., 2006, p. 389.
9 Muguerza, J., “La obediencia al Derecho y el imperativo de la disidencia”, recopilado en Carlos
Gómez (ed.) Doce textos fundamentales de la Ética del siglo XX, Madrid, Alianza, 2002, pp. 301 y 302.
10 Muguerza, J., 2004, op. cit., p. 174.
11 Muguerza, J., 1991, op. cit., p. 34.

Javier Muguerza, Concordia y disidencia edificante. 185


Libertarismo
◆ Una crítica social del liberalismo y una crítica liberal del socia-
lismo12.

Perplejidad
◆ La perplejidad no es tan solo un signo de los tiempos que vivi-
mos, sino también, y en cualquier tiempo, un acicate insustituible
de la reflexión filosófica. Por eso Ortega, para quien “la vida es
permanente encrucijada y constante perplejidad”, solía decir que
“el más certero título de un libro de filosofía es el que lleva la obra
de Maimónides”. La filosofía es siempre, por lo tanto, una guía de
perplejos. Y con harta frecuencia le pedimos que “nos saque de” la
perplejidad13.

La razón sin esperanza, pero como único asidero


◆ La razón no se tiene, sino que tan sólo se ejercita14.

◆ Con esperanza, sin esperanza y aun contra toda esperanza,


la razón es sin embargo nuestro único asidero, por lo que la
filosofía no puede renunciar sin traicionarse a la meditación en
torno a la razón15. •

Sebastián Gámez Millán es Doctor en Filosofía.


Autor de Conocerte a través del arte.

12 Muguerza, J., “¿Qué es la Ética pública?”, reunido en II Jornadas de Filosofía. Filosofía y Política,
Málaga, Procure, 2006, p. 31.
13 Muguerza, “Proyecto de una nueva guía (ilustrada) de perplejos”, reunido en Desde la perplejidad.
Ensayos sobre ética, razón y diálogo, Madrid, F.C.E., 2006, p. 45.
14 Muguerza, J., “¿Qué es la Ética pública?”, recogido en II Jornadas de Filosofía. Filosofía y Política,
Málaga, Procure, 2006, p. 46.
15 Muguerza, La razón sin esperanza. Siete trabajos y un problema de ética, CSIC, Madrid, 2009, p. 336.

186 Sebastián Gámez Millán


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N O TA S D E U R G E N C I A

L A G RIETA
El Reino Unido abandona la
Unión y deja el futuro de Europa
plagado de incertidumbres. Pedro
Sánchez, atrapado en sus palabras.

p or

JOSÉ ANDRÉS ROJO

188
La cuerda se rompe. El 31 de enero, tal como prometió Boris John-
son tras ganar las últimas elecciones, Reino Unido abandonó la Unión
Europea. No fue nunca un socio entusiasta y, celoso siempre de sus
competencias, solía mirar lo que ocurría al otro lado del Canal de La
Mancha con desconfianza. Pese a sus resquemores, contribuyó durante
los 47 años en que formó parte del club a la fortaleza de un proyecto
que fue dejando atrás el ruinoso panorama que presentaba Europa en
1945 al terminar la Segunda Guerra Mundial y que conquistó unos
formidables logros; en palabras del escritor británico Ian McEwan:
“paz, fronteras abiertas, relativa prosperidad y fomento de los derechos
individuales, la tolerancia y la libertad de expresión”.
Se ha consumado, pues, la ruptura. Comenzó a fraguarse en
2016 con la frívola iniciativa que tuvo el entonces primer ministro
conservador, David Cameron, de convocar una consulta que iba a
dejar en manos de una mayoría simple un complejo proceso de una
envergadura descomunal: el de deshacer una trama de lazos políti-
cos, sociales, económicos y culturales que se habían ido trenzando
a lo largo de casi medio siglo. Luego vino el intento de su sucesora
al frente de Downing Street, Theresa May, de procurar una salida
pactada con Bruselas que evitara las derivas más peligrosas. No pudo
ser. Los sectores más radicales forzaron una posición más dura, y fue
ahí donde entró Boris Johnson con su inmensa megalomanía y su
discurso bravucón y ultranacionalista.
Durante todo el proceso los euroescépticos no encontraron al otro
lado una fuerza convencida de que la salida de Europa significaba dar
un paso atrás, tanto para Reino Unido como para la Unión. La irres-
ponsabilidad de una derecha que pretendió a través del referéndum
resolver sus conflictos internos –el entusiasta y furibundo naciona-
lismo del partido de Neil Farage sedujo a muchos conservadores, y
a los tories les entró el pánico– se encontró a una izquierda, la de los
laboristas de Jeremy Corbyn, inerme y desnortada, sin reflejos y sin
discurso, timorata, y en buena medida seducida por la efectividad del
mensaje que consiguió movilizar a los que querían irse: Take Back
Control, recuperemos el mando.

189
Brumas en el horizonte. El 1 de febrero no hubo largas colas de
camiones en la frontera que separa al Reino Unido del resto de Europa.
En realidad no se notó gran cosa (ni siquiera hubo demasiados feste-
jos). Y es que, en realidad, todo está todavía por hacer, ha empezado lo
más difícil. Por lo pronto, Johnson tendrá que lidiar con una sociedad
dividida y polarizada, y con satisfacer las expectativas que han puesto
sus votantes en recuperar ese supuesto esplendor perdido: no todos
tienen los mismos sueños. Luego está Escocia, dispuesta a hacer lo
que sea para seguir fuertemente vinculada a Europa, y la delicada
situación de Irlanda del Norte, que conserva las puertas abiertas con
la Irlanda que forma parte de la Unión pero que seguramente verá
resentidos sus vínculos con Gran Bretaña. Toca volver a negociar los
detalles con Bruselas durante un periodo transitorio que termina
el 31 de diciembre, así que durante los próximos meses será Reino
Unido el que tendrá que definir el nuevo tipo de relaciones comerciales
(y de todo tipo) que quiere establecer fuera de las reglas de juego
de la Unión y se verá hasta dónde da de sí la complicidad de Boris
Johnson con el actual presidente estadounidense Donald Trump.
La tentación de hacer de la isla un semiparaíso fiscal puede despertar
en el viejo continente los peores fantasmas.
El desgarro producido por el Brexit provocó en gran parte de
los sectores partidarios de la permanencia la impresión de estar a las
puertas del Apocalipsis. No habrá tal, evidentemente, por graves que
sean las consecuencias de la decisión que el pueblo británico tomó en
aquel cada vez más lejano referéndum, y las cosas se irán acomodando,
como ha ocurrido tantas veces en la historia. Lo que no puede igno-
rarse es la grieta que ahora existe entre el continente y la isla. Y por esa
grieta pueden colarse algunas de las corrientes que van erosionando
desde la crisis económica de 2008 el orden construido tras la Segunda
Guerra Mundial: el reverdecer de los nacionalismos, la demonización
del enemigo o del otro (el inmigrante), la reconstrucción de las forta-
lezas del viejo Estado nación frente a los organismos multilaterales, la
emergencia de líderes mesiánicos que marcan el paso y la proliferación
de discursos (muchas veces inverosímiles) que defienden la recupe-

190 José Andrés Rojo


ración de la grandeza perdida. La Unión Europea no puede ignorar
la potencia del poder diplomático, financiero y militar del socio que
acaba de perder. Los 27 han sabido mantenerse unidos hasta ahora
durante esta crisis, pero las tensiones internas entre distintos países
y el feroz impulso que están teniendo las fuerzas euroescépticas en
su interior pueden cambiar las cosas.

Sánchez forma el primer Gobierno de coalición. El 7 de enero el


líder socialista, Pedro Sánchez, fue investido presidente de Gobierno
con 167 votos a favor, 165 en contra y 18 abstenciones. Tras dos elec-
ciones y ocho meses de un Ejecutivo en funciones, se rompió así la
endemoniada dinámica que parecía condenar a España a una suerte
de parálisis permanente. Para lograr su investidura Sánchez pactó un
Gobierno de coalición con Unidas Podemos, consiguió recabar el
apoyo del PNV, Más País y distintas fuerzas regionalistas, y orquestó
un acuerdo con Esquerra Republicana de Catalunya para conseguir su
abstención, a la que terminaría sumándose Bildu, y sin la cual el blo-
queo hubiera continuado. La debilidad del nuevo Gobierno, basta ver
las cifras, es evidente, así que la legislatura que acaba de empezar será
complicada. Y ruidosa. El desafío más importante es, a corto plazo,
aprobar unos nuevos presupuestos. Para conseguirlo, la colaboración
de una fuerza independentista como ERC resulta imprescindible.
El Partido Popular, Vox y Ciudadanos ya han manifestado, y de manera
estruendosa, sus inquietudes por el precio que puede pagarse por ese
apoyo. La polarización está garantizada.
Composición del nuevo Ejecutivo (una vicepresidencia y cuatro
ministros de, o próximos a, Podemos), subida del salario mínimo,
reforzamiento de políticas verdes, nombramiento de una exministra
como fiscal general, batalla contra el veto parental que defiende Vox,
paso atrás en el proyecto de reforzar el eje franco-alemán en Europa
y búsqueda de un acercamiento a Italia, señales ambiguas a propósito
de Venezuela –Sánchez no recibió a Juan Guaidó, lo hizo la ministra
de Exteriores; se permitió que llegara a Barajas la vicepresidenta Delcy
Rodríguez, que tiene prohibido pisar la Unión Europea–, reunión

La grieta 191
con el president Torra (con 44 propuestas bajo el brazo) para poner en
marcha la mesa de negociación entre el Govern y el Gobierno pactada
con Esquerra, impulso a Barcelona como capital cultural y científica:
he ahí un rosario de señales que ha dado ya el nuevo inquilino de la
Moncloa. Cuesta todavía valorar el sentido de muchas de ellas, habrá
que ir viendo.
La manera de hacer política de Pedro Sánchez, inspirada por Iván
Redondo, su hombre fuerte en la sombra, ha mostrado desde hace
ya tiempo una querencia excesiva por el espectáculo, la ocurrencia,
el eslogan, las listas (de propuestas, de medidas, de iniciativas). Que
haya Gobierno es una buena noticia para España: es urgente poner en
marcha una serie de políticas que el país reclama (reforma de las pen-
siones, lucha contra la desigualdad, transición energética, un radical
cambio en el sistema educativo, etcétera). Pero está, como asunto de
fondo, la cuestión catalana. Amigo de las fórmulas efectistas, Sánchez
ha convertido lo que llama “desjudicialización” en el motor de sus
políticas en Cataluña. Nadie sabe exactamente a qué medidas obliga
ese término. Por el momento obra el prodigio de hacer que se vaya
tirando. Existe, sin embargo, el peligro de quedar atrapado por las
palabras (tienen peso, no se puede frivolizar vanamente con ellas).
Ahí está David Cameron para contarlo. •

Madrid, 9 de febrero.

José Andrés Rojo es periodista y escritor.

192
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