imagen del hechizo que más quiero, bella ilusión por quien alegre muero, dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias atractivo
sirve mi pecho de obediente acero, ¿para qué me enamoras lisonjero, si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes satisfecho
de que triunfa de mí tu tiranía; que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho si te labra prisión mi fantasía.
Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas y la línea de Durero, las nueve cifras y el cambiante cero, debo fingir que existen esas cosas.
Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena sutil midió la suerte de la almena que los siglos de hierro deshicieron.
Debo fingir las armas y la pira
de la epopeya y los pesados mares que roen de la tierra los pilares.
Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura y mi ventura, inagotable y pura.
Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima,
silencio que habla, tempestades sin viento, mar sin olas, pájaros presos, doradas fieras adormecidas, topacios impíos como la verdad, o toño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas, playa que la mañana encuentra constelada de ojos, cesta de frutos de fuego, mentira que alimenta, espejos de este mundo, puertas del más allá, pulsación tranquila del mar a mediodía, absoluto que parpadea, páramo.