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CÜLTURñ

ESPflÑO

REVISTA TRinESTRflL
(Antes REVISTA b E ARAGÓN)

HISTORIA.—Sección dirigida por R. Altamira y E.


Ibarra Rodríguez. « » « « « « « « « « •
LITERATURA n O ü E R N A . - S e c c l ó n dirigida por E.
Gómez de Baquero y R. b. Peres. • •
FILOLOGÍA É HISTORIA LITERARIA.-Sección di-
rigida por R. Aenéndez Pidal. « « • «
ARTE.—Sección dirigida por V. Lampérez y E. Tor-
mo y rtonzó. « • • • • • • • « • • • •
F I L O S O F Í A . - S e c c i ó n dirigida por A. Gómez Iz-
, qulerdo y A . Asín y Palacios. « « • • •
VARIA.—Cuestiones internacionales, por G. Aaura y
Gamazo. • « « « « « • « « « « « « « •
Cuestiones militares, por J. Ibáñez Aarln.
Cuestiones pedagógicas, por Julián Ribera.
* « * * . « • • « • . • . . . . - . • « • •

nnbRib
AGOSTO ncnvi
Nún. III
\
HISTORIA

CULTURA 42
Bibliografías históricas regionales.

ARAGÓN

III

ARCHIVOS (Continuación).

A las fuentes consignadas en el articulo anterior, he de


agregar los catálogos manuscritos del Archivo Histórico Na-
cional que he podido consultar y copiar en mi reciente viajo
á Madrid (Abril-Mayo de 1906), merced á la amabilidad y
facilidades del digno director Sr. Vignau, y los oficiales seño-
res Asanza y Latorre. Las procedencias de la provincia de
Huesca no están aún catalogadas por papeletas completa-
mente; me h e servido del Inventario enviado por D . Carlos
Martínez de Ubago, archivero de la Delegación de Hacienda
de Huesca en 1899, hoy de la de Pamplona.
Las signaturas que doy de los fondos procedentes de la
Delegación de Hacienda de Zaragoza son los que tienen hoy
estos fondos en el A. H. N.: prescindo, por tanto, de los anti-
guos catálogos: igual hago con los de Teruel.
A fin de facilitar y abreviar las referencias, usaré las
abreviaturas contenidas en la siguiente tabla:

A. 8 Archivo, es.
Acad Academia.
Ant Antigüedades.
B Biblioteca.
Cat Catedral,
652 Historia.
C Códice.
Conv Convento.
Doc. s Documento, os.
Dip Diputación.
Del Delegación de Hacienda.
E Eclesiástico.
Escrit Escritura.
Esp España.
H Histórico.
Hist Historia.
Ig Iglesia.
Inv Inventario.
Leg. s Legajo, os.
Lib. s ., Libro, os.
Mss Manuscritos.
Monast Monasterio. '
Mim Municipal.
N.° Número.
N Nacional.
Ntra Nuestra.
Par Parroquial.
P Particular.
Perg. s Pergamino, os.
Priv. s Privilegio, os.
Prop Propiedad.
R Real.
S Sección.
Sag Sagrada.
Sra Señora.
Tit Títulos.
Z Zaragoza.

ABABUX.—A. Par.—Enel A . H . N. Leg. n.° 23.—Escrit. de censos,


hay un leg. n.° 20, conteniendo I529-I699.
escrit. de censos á favor del capí- AGUILAR.-^A. Par.—A. H. N.—
tulo parroquial ó de los beneficios Leg. n.° 24.—Escrit. de censos,
y cofradías de ella, 1554-169?. 1583-1696.
A B E J U . E L A . - A . Par. —En el ALAGÓN.—A. del Conv. de Agusti-
A. H. N. hay 1 leg. n." 21, con nos Descalzos de San Agustín.—
escrit. de c e n s o s á su favor, A. H. N.—Legs. núms. I á 5 . —
1556-1697. Tit. de prop.-Lib. de consultas
AGUATON.—A. Par.-A. H. N . - y cuentas.
Leg. n.° 22.—Escrit. de censos, —A. del Conv. de monjas Franciscas
1.571-1696. menores observantes de la Concep-
AGÜAVIVA.—A. Par.-A. II. N . - ción.-A. H. N.—Legs. núms. 6
Bibliografías históricas regionales. 653
á 11.—Tít. de prop., cabrees y que no me permitió estudiarlos.
libs. de cuentas. —A. Par.—Publica curiosos datos
ALAÓN.—A. del Conv. de Bene- acerca de 61 D. Domingo Gas-
dictinos de Ntra. Sra. de Alaón.— cón, en un articulo reciente (1);
Doc. P., año 1160.—Relación de el libro primero de bautismos co-
la fundación, priv. y ant. de este mienza en Enero de 1503 y ter-
Monast., hecha en 17.53.—Proce- mina en 1509; el tomo segundo
de del Consejo de Castilla. se ha extraviado; el tercero prin-
- A . H. N.—S. de C. y niss.-Sala cipia en Enero de 1525; en el ar-
6.^, cajón n.° 122. ticulo se dan las primeras parti-
ALBA.-A. Par.—A. H. N . - L e g . das y portadas de cada tomo.
n.° 25.—Eacrit. de censos, 1591. —A. del Conv. de Dominicos de Santa
1691. Lucía.
ALBALATE DEL ARZOBISPO.- Docs. R. . . 4 1383-1416
A. Par. - A . H. N.—3 Leg.-1.°, . E.. . 14 1 391-1603
n." 26.—Escrit. de censos, 1627- . P... 1 llb9
1659.-2.°, n.° 27,1060-1682.-3.°,
n." 28,1682-1699. 19
ALBARRACIN.-A. Dominicos de Sala 6.", cajón 213.—A. H. N.
Santa María.—A. H. N.—Legajo Leg. n." 4, Tit. de prop. —A.
n." 1.—Escrit. y lib. de cuentas. H. N.
—A. de las monjas Dominicas de San —A. del Conv. de Carmelitas calzados
Esteban y San Bruno.—A. H. N.— ; de Ntra. Sra. del Carmen.-A. H. N.
Leg.n." 2.—Escrit. de censos. Leg. n." 3.—Tit. de prop.
ALBELDA.—A. de la Colegiata.- • —A. del Conv. de Franciscos menores
Durante la guerra de la lude- \ observantes de Ntra. Sra. de Jesús.
pendencia fué destruido este Ar- ' A. H. N.-Li'g. n.° 5 . - T i t . de
chivo; asi lo asegura Sftin/. do prop.
Baranda (1). —A. del Conv. de Monjas Dominicas de
—A. Mun.—Cita sólo dicho escritor San Gregorio. — A. H. N. — Leg.
una Real cédula, otorgada por u.° 6.—Tit. de prop.
Felipe IV en 26 de Julio de 1629, —A. de ia Colegiata de Santa Maria la
haciéndola villa independiente, Mayor.—A. 11. N . - L c g . u.° 30 il
que se conservaba en este A. (2). 36.—Tit. de prop.
A L C A L Á DE LA S E L V A . - Varlos.-A. H. N.—Leg. n." 210-211.
A. Par.-A. H. N. - Leg. n.° 29. Eacrit. de censos entro particula-
Escrit. de censos. res. — Leg. n.' 469. — Doc. refe-
ALCAÑIZ. —No tengo datos con- rentes á la Eucomieudu. de la Or-
cretos de sus Archivos; mi visita den de Calatrava que. poseía on
á esta ciudad on Dicienibro de Alcañiz el infante D. Antonio
1901, con la Sección Excursionis- Pascual.
ta del Ateneo, íu6 tan rápida,^
(1) Una rápida visita al Archivo
(1) Esp. Sag., tomo XLVII, pró- parroquial y á las Bibliotecas de Alca-
logo. ñiz, inserto en la Revista de Aragón,
(2) Obra citada, pág. 228. 1905, pág. 358.
654 Historia.
ALCORIáA.-A. Par.-A. H. N . - —A. de la Colegiata. — Beer (1) cita
Leg. n.° 37.-Tit. de prop., 1523- un tumbo, titulado Lumen eccle-
1698. siae, existente en él; de allí tomó
ALDEHUELA.-A. Par.-A. H. N. Muñoz Romero dos docs. publica-
Leg. n." 38. Tit. de prop. 1586- dos en las pág?. 24G y 252 de su
1699. Colección de Fueros ect.*
ALFAMBRA.—A. Par.—A. H. N . - —A. Mun.-EI P. Huesca (2) descri-
Leg. n.° 39. — Escrit. de censos, be un C. que contiene copia au-
1572-1699. téntica de 37 escrit. referentes á
ALIAGA. — A. Par. - A. H. N.— Alquézar, sacada! del A. de la
Leg. n.° 40.—Escrit. de censos Corona de Aragón en Barcelona.
y f u n d a c i o n e s de beneficios, AKDORRA.-A. P a r . - A . H. N . -
1478-1698. Leg. n.° 43. — Escrit. de censos,
ALLEPUZ. - A. Par. - A. H. N . - 1655 1698.
Leg. n." 41. — Hscrit. de censos, AMBEL, - Lib. n.° 175 179. — Ca-
15B3-1699. brees de la Encomienda de la
ALLOZA. - A. Par. — A. H. N . - Orden de San Juan.—Del. Z.
Leg. n.° 42. — Escrit. de censos, AÑON Y TALAMANTES.-Libros
1.523-1712. n.° 176.-Cabreo de la Orden de
ALMOLDA ( L A ) . - A . Par.-Libro San Juan.—Del. Z.
n.° 185. —Cuentas de limosnas.~ ARENS. - A. P a r . - A . H. N.~Leg.
Gonítitución de la Hermandad, n.*" 44. — Escrit. de censos y un
y Capitulo. — Cuentas do misas lib. de cuentas, 1560-1699.
y aniversarios. — Libro de cen- ARIZA. — A. del Conv. de Francis-
sos.—Lucero del capítulo. —Ra- canos menores observantes de la
cional de fundaciones. Concepción.— A. H. N. —Leg. nú-
A. H. N . - L e g s . núms. 400 á 402. mero 12.—Lib. de cuentas.
ALMÜNIA y ALPARTIR. - Li- ATECA. — A. del Conv. de Capuchi-
bro n.° 178. — Cabreo de la En- nos de San Francisco. — A. H. N.
comienda de la Orden de San Leg. n° 13.—Lib. de cuentas.
Juan. BARBASTRO. - A. de la C a t . - E n
Leg. n.° 542. — Cofradía de Santa 1833 el P. La Canal visitó este A.;
Juliana y del Santísimo.— Rela- en la Esjy. Sag. (3) trae curiosas
ciones de ñucas y censos. noticias; no encontró más C. que
luv. Del. Z. — A. H. N. un Breviario del siglo xiv, escri-
ALQUÉZAR. - No he visitado sus to en vitela; copió algunas Bulas
Archivos; tengo noticias de que y describe con minuciosidad una
son bastante copiosos é intere-
santes; me ha hablado de ellos
con gran encomio D. Joaquín (1) 6Íbra citada, pág. .56.
(2) Teatro histórico ce/.' de las igle-
Co:ta la última vez que estuvo
sias del reino de Aragón, tomo VII,
en Zaragoza. Apuntaré las noti- pág. 206.
cias que encuentro en algunos (3) Tomo XLVI, prólogo, pág. v y
libros. siguientes.
Bibliografías históricas regionales. 6SS
arquilla de nogal donde estaba rián. Algunos ho publicado (1);
el proceso incoado para la beati- las copias son bastante defec-
ficación de D. Juan Batista de tuosas.
Lanuza. El ms. está incompleto, Otro cuaderno, de papel, contiene
pero junto á él está un ejemplar un tratado de Paleografía, con
impreso. No da más detalles de un diccionario de siglas 6 aljre-
este A. En 25 de Septiembre vlaturas; se titula Abreviaturas
de 1905 lo visité, en unión de de Juan Vázquez del Mármol.
D. Francisco Carreras y Candi; Es trabajo muy curioso, que
hay un índice ms., y los docu- convendría publicar.
mentos están colocados con arre- —-A. del Conv. de Franciscanos ob-
glo á él; asi es, que la busca es servantes CCapuchinos). — Beer (2)
fácil. El Índice no consigna la cita un ms. que, según el P. La
fecha de todos los documentos, Canal, xistia en este A.; ora la
sino solamente el asunto de que Historia de la antigüedad del
tratan. Esta circunstancia difi- Obispado de Barbastro y unión
culta las investigaciones. No hay con el de Boda ecí.", por Gabriel
pergaminos anteriores al siglo xii de Sesé; otros autores lo descri-
De éste, pocos, y no originales. ben (3). Actualmente no tengo
Del XIII hay alguno. En cambio, noticia del paradero de este A.
como la Cat. fué dotada con bie- En el A. H. N., sala G.'^, caja 95,
nes procedentes de los Monast. están los siguientes docs. proce-
de San Victorián y Monteara- dentes de él.
gón, pude ver varias copias en
Docs. R. . . 2. 1367-1389
papel, de letra, del siglo xvni
. E. . . 3. 1283-1817
en su mayoría, de documentos
— A. Mun.—Cuando el P. La Canal
antiguos procedentes de los A.
visitó los As. barbastrenses, el
de esos Monasts.
mun. estaba en excelente esta-
El Sr. Laplana, Deán de la S. I.
do; los docs. se conservaban en
Cat., me indicó que existe otro
ricas bolsas de terciopelo rojo;
catálogo en el que hay extractos
habia índice y, conforme á él,
de los documentos, y que está
estaban los docs. colocados. Du-
bajo la inmediata custodia del
rante la revolución de 1869, el
Canónigo Doctoral. La circuns-
populacho asaltó el A. y arrojó'
tancia de estar ausente de Bar-
los pergs. á la calle. Los chicos
bastro este señor Capitular, im-
de las escuelas públicas de los
pidió que lo pudiéramos estudiar.
PP. Escolapios, establecidas en
Vimos, en cambio,la arquilla que
describe el P. La Canal.
— A. del Vicariato E. — La amabili- (1) V. Colección de docs. jjara el es-
dad del Deán Sr. Laplana nos tudio de la Hist. de Aragón. Docs. per-
permitió visitarlo. Hay un cua- tenecientes al reinado de Ramiro I. Za-
derno en p a p e l , letra del si- ragoza, 1904.
glo x v m , en donde hay copia- (2) Obra citada, pág. 60.
dos varios documentos de un car- (3) Muñoz Romero: Diccionario
tulario del Monast. de San Vito- ect.°; pág. 47. P. La Canal, prólogo
citado, pág. vn.
656 Historia.
la misma plaza en donde se alza BERGE.-A. Par.-A. H.N.-Leg.
la Casa Consistorial, se los lleva- n." 47. -Escrit. de censos.
ron. He oído referir la escena á BELMONTE.—A. Par.-A. H. N.
ü. Acacio Bistné, distinguido in- Leg. n.° 46.—Escrit. de censos,
geniero y entusiasta cultivador 1583-1684.
de la historia genealógica alto-
BOLTAtA.—A. del Conv. de Carme-
aragonesa, quien fué testigo pre-
litas descalzos del Espíritu Santo.
sencial de este atentado. El, en
A. H. N. Doc—P., 16, 1416 á si-
uuióu de otrosbarbastrenses ilus-
glo XVI, sala 2.", caja 92.
tradoa, pudieron rescatar gran
parte de los pergs. y los devol- BORDON.-A. Par.-A. H. N.—Leg-
vieron al Municipio. En él se n.^SO.-Tít. de prop., 1531-1616.
conservan actualmente unos 70() BORJA.—Altamira (1) da noticia
docs.; hay Índice (1), pero los de un estudio de La Fuente acer-
docs. no e s t á n ordenados con ca de los Archivos de Borja (2):
arreglo á él. Es de desear que no he podido encontrar este ar-
esta ordenación, fácil de estable- ticulo en Z. Beer no se ocupa de
cer,se efectúe pronto. El doc. más estos As.; yo no los he visitado.
antiguo es do Pedro I. El P. La —A. de la Colegiata.-La Fuente ase-
Canal cita (2) un doc. de San- gura (3) que el A. de la Colegia-
cho Ramírez: (3), que no pude en- ta se ha perdido: dice que pudo
contrar. Fotografió algunos de lograr algunos documentos del
Pedro I, Alfonso I y Ramiro II. siglo XV, referentes á la erección
BECEITE.-A. Par.-A. H. N . - L e g . de ésta; pero no indica dónde ni
n." 45.—Escrit. de censos, 1574- cómo.
1699.
—A. del Conv. de Franciscas menores
BELCHITE.- A. del Conv. de Agus- observantes de San Francisco.-A.
finos ermitaños de San Agustín. H. N.—Leg. n.° 19.-Comunica-
A. H. N.—Leg. núms. 14, 15, 16. cione, informaciones.
Tít. de prop.—17, cabreo de 1772. —A. del Conv. de Franciscos menores
18, varios. observantes de Santa Clara.—A. H.
BERGE O V I L L A N U E V A DE N.—Leg. n.° 20.—Cuadernos cen-
sales.
(1) Debo una copia de él á la dili- A. Mun.—La Fuente dico (4) que
gente atención del señor alcalde y del en el A. mun. hay docs. muy cu-
secretario D. Manuel Samitier. La riosos, aunque eu general no pa-
copia la lian remitido para que fue- san delsigloxiv. He podido ver el
r.i prosentada al primer Congreso de Índice de ellos, remitido por el al-
Hist. de la Corona de Aragón, quo se
celebrará en Valencia del 17 al 24 del
próxi.no Julio. (1) Obra citada, pág. 75.
(2) Prólogo citado, pág. vii. (2) Publicado en el Boletín de la
(3} Donación á San Roberto de Academia de la Hist, año 1894.
Celia Dei, del Priorato de Enat y (3) Hsp. Sag., tomo LIX, jn-ólogo,
Figvieruola, con las décimas y primi- pág. vuí.
cias de Enat; obra citada. (4) Obra citada, pág. TIII,
Bibliografías históricas regionales. 657
calde Sr. D. Feliciano Rivas, y En su Historia de Calatayud (1)
perfectamente onlcoado por el da D. Vicente de La Fuente cu-
secretario Sr. D. Cayetano Mar- riosas noticias acerca de sus vici-
tínez, á fin de qne figure en el situdes. De ellas daré cuenta al
próximo Congreso de Historia de ocuparme de cada uno en par-
la Corona de Aragón: el A. cons- ticular.
ta de 18 ligarzas, que contienen
—As. de la Colegiata de Santa Maria y
341 documentos: del siglo xii
el Santo Sepulcro.—Ambos fueron
sólo hay uno; es un priv. conce-
conducidos, por virtud del decre-
dido á los de Veruola, para que
lo de incautación, á Zaragoza,
puedan pastar sus ganados en el
siendo deoositados tn la iglesia
realengo, por D. Ramón Beren-
de San Juan de los Pañetes; en
guer VI; su data y fecha es en el
1877 se trasladaron de allí al Ar-
castillo de Lucsia, en Marzo de
chivo general central de Alcalá
1163: los últimos son de fines del
(2), Los componían ocho cajones,
siglo XVII1; el índice comprende
conteniendo 80 rollos y legajos;
solamente los docs. de carácter
los documentos más antiguos da-
histórico; del siglo xvi los hay en
tan, del siglo x m ; actualmen-
abundancia, y muy interesantes.
te están en el A. H. N. catalo-
BLANCAS.-A. P a r . - A . H. N.— gados. Beer (3) cita tres ms. \
Legi u.° 48.—Escrit. do censos, del A. de St." Maria, descritos \
1532-1699. minuciosamente por D. Vicente
BLESA.-A. P a r . - A . H. N.-Leg. do La Fuente en la Esp. Say. (4):
n.° 49.-Tit. de prop., 1438-1637. son un Breviario, letra del si-
BUEÑA.-A. Par.-A. H. N. Leg. glo XIV; un Ccremo7iial de Obis-
n.° 51. TIt. de prop. pos, del siglo XV, y el Martirolo-
CABRA DE M O R A . - A . Par.— gio de üsuardo, del siglo xiv-xv.
A. IL N . - L e g . n.o 52.-Tít. de Los tres códices están escritos en
propiedad, vitela.
CADRETE.-A. del Conv. de Cis- —A, de la Colegiata de Santa María la
tercienses de Santa Fe. - A , H. N. Mayor.-A. H. N.
Legs. n." 21.--Tít. de prop. —22
y 23, cabreos y libros de cuentas, DOCUMENTOS SIN SELLO
ai, Bulas Reales, provisiones, etc. R. 12 1187, siglo xvL
CALACE1TE.-A. Par.-A. H, N. E. 117 Siglo xn.—17Ü7.
Leg. n.° 53.-Tit. de prop. 16Ü5- P. . 994 1175.—1756.
1699.
CALAMOCHA.-A. Par.-A. H. N.
Leg. n.° 54.—Protocolos de escri- (1) Pág. 2. Calatayud, 1880.
turas y títs. de prop. (2) Altamira: Di Hid. y Arle, pá-
CALATAYUD. — A principios del' gina 66, Anuario del Cuerpo de Ar-
chiveros, etc., 1881, pág. 39.
siglo XIX existían copiosos é im- (3) 0\u-a citada, pág. 119: Llama
portantes As. eu Calatayud; por Monasterio á la Colegiata de San-
virtud de varias causas han des- ta María.
aparecido casi todos al presente, (4) Tomo L., pág. 82.
658 Historia.
DOCUMENTOS CON SELLO dirigidas al Deán y Cabildo de la
R. . 3 1271-1559. iglesia de Calatayud.
E, . 26 1219 1668. . Ms. en papel, folio.
P. . 35 126(-1464 17-1.'', número 793 b.
Fuero de población otorgado por
1187 Alfonso I en 1133. Procede de la
Cuarenta y ocbo legs. además. Cámara de Aragón. A. H, N.: en-
Sala 6.", cajas núms. 423-437. tre los privilegios déla Colegiata
Privilegio autógrafo del rey don de Calatayud.
Martin concediendo á la Comu- —A. delaCoiegiata del Santo Sepulcro.;
nidad de Calatayud las primi- Canónigos regulares.—A. H. N.
cias y el cuarto de las iglesias,
DOCUMENTOS
de conformidad con la Bula del
Papa Urbano, en Barcelona, 14 R.—162, siglos XI al x v m .
de Septiembre de 1408. E.— 20, siglos XIV al xix.
Procede de la Cámara de Aragón P.—460, siglos XIII al xvi.
y está entre los privs. de la Co- 642
legiata,
" LEGAJOS
DOCUMENTOS 20, siglos xii al x v m .
E . - 22, 1501-1727. ^^3^^,
P.—659, siglos xiii á xviii.

681 Sala de Uclés. Vent. izd.»


• LEGAJOS DOCUMENTOS SIN SELLO
37.—Siglos XV á XIX. -n 57.-1125 1612.
LIBROS E 112.-1156-1801.
P 730. -1150 175(.
6.—Siglos XVII á XIX.
Sala de Uclés. Vent." Sra. DOCUMENTOS CON SELLO
Concordia y testumento de don jj 28.—1181-1510.
Pedro Alagón, sobrino de Chan- ^ 19.—1143-1739.
tre Franco. Año 1558. p . 34.—1248 1525.
Ms. original en papel, folio.
S. de C. y mss. 895-B. A P . VARIOS D E VALBNCLA
Capitulación matrimonial de don —ió03.
Diego Martinez do Luna y doña £ 7.—1503 1542.
Catalina Bolea de Mur. Año 1613. p 145.—1389 1631.
Consta de 30 folios. Ms. en papel. ' " "•
ggg.C. T o t a l . . . 1.133 más 21 legs.
Colección de Reales órdenes y Cé- Sala 6.^, cajas 413 á 422.
dulas reales. Breves, instruccio- Cabrees relativos á los bienes y ba-
ñes, oficios y cartas expedidas cienda de la Colegiata del Santo
por Secretarías, Arzobispados, Sepulcro de Calatayud, siglos xvi
Corporaciones y particulares y y xvii.
Bibliografías históricas regionales. 659
Cnatro volúmenes en papel, folio. brosio de Olóriz, siendo tesorero
S. de C. y mss. 820-B á 823B. general de ella D. José Alberto
Receptas hechas por doña Teresa Tudela de Lanuza. Años 1692-
Bruna de Rueyo, Marquesa de 1696. Consta de 490 páginas.
San Martín, arrendadora de las Ms. folio.
Generalidades del reino de Ara- 1784 B.
gón por aumento de su marido Libro de la Real y Patrimonial vi-
D. Josó Alberto Tudela y Lanu- sita de Mallorca que hizo por or-
za, desde 20 de Enaro de 1696 & den y comisión particular de Su
19 de Enero de 1697. Majestad en todo aquel reino y
Un volumen, folio mayor, ms. sui islas advgcentes Menorca é
92á B. é Ibiga D. Joan Vilaragut, virrey
Memorias de las fundaciones de mi- y capitán general.
sas rezadas y aniversarios, de sus Consta de 124 folios. Al principio
reducciones y de los motivos ur- hay un resumen de lo contenido
gentes para pedir una nueva re- en este libro, y al final unas ad-
ducción. vertencias para conservar y au-
Ms. folio. mentar la hacienda que el mo-
782-B. narca tiene en Mallorca y sus
Repertoriura rerum quae in sexa- islas.
glnta novem libris in Archivo re- Ms. folio, siglo X V I I .
gil patrimonii regni maioricae 787-B.
reconditis r e p e r i u n t u r jussu Libro de procesos eclesiásticos se-
maiestatis Philippi 111 factnm a guidos ante la curia arzobispal
Michaele Míralles Palmae Balla- de Zaragoza eu el siglo xvii.
rium, 27 maii 1612. Ms. folio.
Ms. folio. 780-B.
781-B. Liber de gestis Capituli Eclesiae et
Relación do las diligencias hechas Domus Sancti Sepulchri Domini-
en la Real Oámara de Castilla en ci civitatis. Calatayubii, 1621-
defensa del Patronato de las Vi- 1732.
carias del Santo Sepulcro, Nué- Ms. en papel, folio, pergamino.
valo.', Tobed, Codos, Torralba, 810-B.
Santa Cruz, Inogés y Aldehuela Pleitos sobre las encomiendas de
de Tobed. Aldehuela, Codes, Inogés y To-
Año 1760 y siguientes. vod, siglos X V I y xvii.
Ms. folio. 816-B.
786-B. Memorias y noticias halladas y sa-
Libro de los acuerdos del Cabildo cadas de los papeles del Archivo
sobre los logados de huérfanas y de la Orden. Al final hay una;
estudiantes. lista de los Priores regulares y
Ms. folio. seculares hasta el siglo xv.
785-B. Ms. en 4.° ;
Libro de caja de la Tesorería de la 827-B.
primera Cruzada del reino de, Cuaderno de Los trendos de Borja,
Aragón, administrada por Am- pertenecientes al proirato del
660 Historia.
Santísimo Sepulcro deCalatayud. Cinco libros de Reales cédulas y
Ms. en 4.°
otros documentos curiosos relati
832-B.
vos á los méritos y servicios de
Libro de procesos del siglo xvii. D. JuanBitrian de Beaumont y
Ms. en 4.°, sin cubierta. de D . Felipe de Beaumont y
826-B. Navarra, y de sus sobrinos Feli-
Copia del proceso original hecho en pe y Juan Bitrian de Beaumont.
la corte del Justicia de Aragón, Cada libro tiene su papeleta.
su per aprehensioni Loci de Asso 1.159 B.
in articulo proprietatisexistente. Papeles del castellano de Pamplo-
Siglo xvn: consta de 1.065 folios. na D. Felipe de Viamonte y Na-
Ms. folio. varra. Siglo XVII. Cinco volúme-
783-B. nes, ms. original, 8.°
Libro de la visita y confrontacio- 888-B.
nes de todas las propiedades del Treinta Reales cédulas para don
oficio de los aniversarios hecho Juan Bitrian de Beaumont ó
por el subprior Mosen Juan Sa- Viamonte como gobernador de
labert. Año 1514. la Habana y presidente de Santo
Folio, perg., ms. Domingo y comimicaciones ofi-
890-B. ciales da la misma época.
Cabreo viejo. Comprendía las ren- Autógrafos y sellos.
tas de los cuatro oficios: Priora- 1615 1611. Un volumen, fol., perg.
do, Aniver.-arios, Tabla y Vica- 1.105 B.
rios. Sólo se conservan dos hojas Cuatro cédulas de Felipe IV sobre
correspondientes al Priorado y toma del hábito de Calatava en
parte del de la Vicaria. Siglo xvi. favor de D. Juan Bitrian de Via-
Folio, perg., ms. monte y Navarra, y testimonios
891-B. de la toma de hábito y de nom-
Documentos impresos manuscritos bramiento de asesor del Santo
referentes al 4 por lüü subsidio y Oficio del Tribunal de Zaragoza:
excusado de las rentas eclesiáti- autógrafo y sellos, 1624.
cas de la Orden. Siglo xviii. ü n Un volumen, fol., perg.
volumen, folio, perg. 892-B.
Literae administrationis Doinus. Papeles de servicios y mercedes de
Asuntos varios. Cartas relativas á, lugares del presidente D. Juan
cuentas de la Colegiata. En me- Bitrian de Viamonte (Beaumont)
dio del libro versos curiosos. y Navarra.
Ms. en papel, folio, perg. Hay autógrafos del principo Fili-
Tabla genealógica de los Dieces de berto de Orauge, del archiduque
Aux y memorial al rey sobre Alberto de Austria, de reyes es-
la nobleza de este linaje y servi- pañoles, un sello de Carlos I, de
cios prestados. Un volumen, fo- Eugenio V de Alemania y los
lio, perg. cuarteles de los Beaumont, Na-
Ms. é imps. Siglo xvii. Procede de varra, Vitrian de Sobrarbe, Or-
Alcalá de llenares. • tunios de la Navarra baja, Ximé-
886 B, uez de Aragues, de Jaca, Puja-
BIbliosrafias históricas regionales. 661 ¡
das de higueras, Malos, de Mo- (en este leg. hay una serie de
lina y Luxanes. Siglo xvi. Un cartas de Fray Diego de Yepes,
volumen, fol., perg. Obispo de Tatazona, á la Supe-
889-B. riora).—19, lib. de censos.
Servicios y papeles de D. Juan Bi- —A. del Conv. de clérigos regulares
trian de Viamonte ó Beaumont menores de Ntra. Sra. de la Peña.—
de la Orden de Calatrava, desde A. H. N.—Legs. núms. 37 y 38.—
el año 1607 hasta el de 1618. Un Cabrees y l i b . de capítulos y
volumen, fol., perg. cuentas.
Procede de Alcalá. —A. del Conv. de Carmelitas descal-
887-B. zos de San José.—A. H. N.—Leg.
—A. Par. de San Andrés.—Allí pare- n." 35.—Tit. de prop.—36, cabreo
cieron hace pocos años unos 20 y lib. de cuentas,
pergaminos, de los que, al pare- —A. del Conv. de Carmelitas calza-
cer, no tuvo noticia el doctísimo i dos de la Concepción.—A. H. N . -
historiador bilbilitano D. Vicente i L e g . n." 34.—Lib. de gastos.
de la Fuente: el más antiguo es ' —A. del Conv. de Dominicos de San
un inventario, letra del siglo xm, j Pedro, mártir.—A. H. N. — L e g .
de los bienes que poseía l a l g . ; n." 32.—Tit. de prop. —33, ca-
por cierto que aún cultivan ac- breo y lib. de cuentes.
tualmente algunas de las fincas —A. del Conv. de Agustinos descalzos
allí reseñadas, colonos que lle- de San Nicolás de Tolentino.—A. H.
van los mismos motes ó apodos N.—Leg. n.° 30.—Lib. de bienes. .
que tenían quienes figuran culti- —A. del Conv. de Agustinos descalzos ;
vándolas en el siglo xin: de al- de San Agustín.-A. H. N.—Legs. '
gunos pergaminos penden sellos núms. 25 á 28.—Tít. de prop.— '
céreos de los Justicias de Calata- 29, docs. varios.
yud: me propongo estudiar dete- —Colegio de Jesuítas,—Lib. de las
nidamente este grupo de docu- cuentas que tenia con los demás
mentos. Colegios.
—A. del Conv. de monjas Franciscas Comienza en Abril de 1602. Consta
menores observantes de Santa Cla- de 269 folios ms. en papel, 8.°
r a . - A . H. N . - L e g . n.° 54 á 57.— prolongado.
TIt. de prop. 58 á 60, cabrees y S. do C. y ms. 545-B.
lib. de cuentas. —A. del Conv. de Mercenarios calza-
Docs. R . . . . 15 1303-1459. dos de San Agustín.-A. H. N.—
» E 2 1447-1537. Legs.niims. 39y 40.—Tít. de pro-
Sala 6.=', n.''409. piedad.
- A. del Conv. de monjas Dominicas de —A. del Conv. de Trinitarios calzados
San José.—A. H. N.—Legs. mime- de la Santísima Trinidad.—A. H. N.
50, 51 y 52.—TIt. de prop.—53, li- h^gs. núms. 41y 42.—Tít. de pro-
bro de cuentas. piedad.—13, lib. de cuentas.
—A. del Conv. de Carmelitas descal- —A. del Conv. de monjas Benedictinas
zas de San Alberto.—A. H. N . - de San Benito.—A. II. N.—Legajo
Leg. n." 46 á 47.—Tit. de prop.— n." 44.-Tít. de prop. — 45, ca-
48, fundaciones, luiciones, etc.. breo de 1692 á 1695, j
662 Historia.
—A. Mun.—La Fuente dice (1) que ción de sus As. las guerras que
existia á principios del siglo; en ha sufrido: en el A. H. N. hay los
1822 se subieron los papeles y siguientes docs. de sus convs.
pergaminos del A. á un desván, —A. del Conv. de Franciscanos meno-
en donde estaban en 1827 en com- res observantes de Santa Catalina.—
pleto abandono; actualmente no A. H. N,—Legs. núms. 61 á 63.—
quedan más q u e los libros de Tít. de prop.—Doc. P. I., 1574.
actas del Municipio desde media- A. H.N. Sala 6.% cajón 131.—Pro-
dos del siglo x v m y un cabreo cede del A. de la Dol. Z.
del Monast. de Piedra; los docu- —A. del Conv. de Franciscanas meno-
mentos históricos han desapare- res observantes de San Cristóbal.—
cido, quedando solamente los ad- A. H. N . - L e g . n." 64.-Tít. de
ministrativos modernos. prop. rústicas.
A. de ia Comunidad de Calatayud.— CÁSEAS.-Debo á la atención del
Ordinaciones de la Comunidad señor párroco D. Julián Avella-
de Calatayud, año 1588.—Auto- nas las noticias que apunto.
rizadas por Juan González del —A. del Monast. de monjas Bernar-
Villar, escribano de la Comu- das.—Cuando la incautación fue-
nidad. ron llevados á Huesca multitud
Ms. folio. Letra fines, siglo XVI. de documentos: el Sr. Avellanas,
S. de C. y ms. 2.34-B. aficionado entusiasta á estudios
CAMAÑAS.-A. Par.—A. H. N . - paleográficos, ha visto 164 perga-
Leg. u.° 55.—Tit. de prop. minos y bastantes documentos en
CAM ARENA.-A. Par.—A. H. N . - papel,referentes á asuntos admi-
Leg. n.° 56.—Tit. de prop., 1567- nistrativos que quedaron en el
1699. monast.: trabaja actualmente en
CAMARILLAS.-A. P a r . - A . H. N. ordenarlos cronológicamente á
Leg. n.° 57.—Tit. de prop. fin de redactar despui'^s el opor-
CAMPOS.—A. P a r . - A . H, N . - L e - tuno índice: en el Archivo no hay
gajo n." 58.—Tit. de prop., 1603- tumbos ni mss.
1699. —A. Par. — La ig. parroquial de
CAÑADA DE BERRATANDUR. Cásbas fué Colegiata muy nom-
A. P a r . - A . H. N . - L e g . n.° 5 9 . - brada en la comarca: cuando tu-
Tlt. de prop. vo lugar la desamortización, mu-
CAÑADA VELLIDA. — A . Par.— chos documentos modernos fue-
A. H. N . - L e g . n.° 60.-Tit. de ron robados, y con la venta de
prop., 1.590-1712. fincas perdióse en gran parte el
interés por conservar el A.: cuan-
CARIÑENA.-He visitado sus As.
do hace seis años fué nombrado
en varias ocasiones; en el parro-
párroco el Sr. Avellana», ningim
quial no se conserva documenta-
signo e x t e r i o r denunciaba la
ción antigua: en el municipal
existencia de papeles, á no ser
sólo hay papeles administrativos
unos estantes vacíos, colocados
modernos: explican la desapari-
en lugar secundario de la sacris-
tía: interrogado el sacristán, ma-
(1) Historia de Calatayud, pág. 2. nifestó q u e los papeles se ha
Bibliografías históricas reeiouales. 663
blan puesto debajo de los basti- pañado del Sr. D. Manuel Gino
dores del monumento, para que vés, profesor del Seminario de
no se estropearan las pinturas Zaragoza, para dar una confe-
con la humedad: levantados éstos, rencia de propaganda del primer
apareció una capa de papeles y Congreso de Historia de la Coro-
trozos de libros de más de un pal- na de Aragón: con este motivo
mo de espesor: el Sr. Avellanas pude ver rápidamente sus As.
acometió valerosamente la tarea —A. de la Colegiata.—Hay muy po-
de ordenar, en lo posible, esta cos pergaminos, 15 ó 20: son es-
masa de fragmentos: durante crituras y testamentos donando
más de tres aüos ha persistido en fincas á la Ig.: todos son posterio-
ella; el resultado, hasta ahora, res al siglo xv: no hay índice.
ha sido el siguiente: hay volúme- —A, Mun.—Ha e x p e r i m e n t a d o
nes de mss., algunos con Índices: grandes quebrantos con las gue-
el más antiguo es de 1414, el más rras civiles: me dicen quo no
moderno de 1746: no hay pergs.: existen docu-aieutos antiguos, y
los volúmenes y legs., en número que sólo quedan fondos adminis-
de462, están distribuidos en 13 trativos modernos.
tablas ó estantes; el señor Ave- —A. del Conv. de Dominicos de Núes- ,
llanas l l a m a especialmente la tra Señora del Rosario.—A. H. N . -
atención acerca de.un ms, de 478 Leg. n." 67.-Tít. de prop—68,
folios, que trata de asuntos de Docs. varios.—69, cabreo de 1750.
Zaragoza desde 1596 á 1598: de —A. del Conv. de Agustinos ermitaños
los CÍ71C0 libros, el tomo I com- de San Agustín.-A. H. N. —Legs.
prende de 1529 á 15.^9; el tomo 11, núms. 65 y 66.—Tit. de prop.
de 1560 á 1590: hay seis libros CASTEL DE CABRA.—A. Par—
corales. A. H. N . - L e g . n.o 6 2 . - T í t . de
Me he detenido un poco á referir prop.
las vicisitudes de la restauración CASTELLAR.—A. Par.—A. H, N.
del A. par. de Cásbas, porque el Lag. n.° 63.—Tít. de prop.
caso pudiera ponerse como tipo: CASTELLOTE.—A. Par.—A. H. N.
urge que el clero parroquial ten- Legs. uúms. 64 y 65.—Tít. de
ga, siquiera, nociones de paleo- prop.
grafía, y que los señores Obispos CASTRALYO.-A. Par.—A. H. N.
recompensen y estimulen la or- Leg. n.° 66.—Tít. de prop.
denación y buena custodia de los CAUDETE. -A. Par.—A. H. N . -
Archivos parroquiales; el día en Leg. n.° 67.-Tít. de prop., 1645-
que puedan conocerse los fondos 1683.
de todos ellos, adquirirán gran CEDRILLAS. A. Par.—A. H. N.
aumento los materiales históricos Leg. n." 68.—Tít. de prop.
conocidos. CELADAS.-A. Par.—A. H. N . -
CASCANTE.—A. Par.-A. H. N . - Leg. n.° 69.-Tít. de prop.
Leg. n.° 61.—Tit. de prop., 1582- CELLA.—A. Par.—A. H. N.—Leg.
1659. n.° 70.—Tít. de prop.
CASPE.-Visité la ciudad de Cas- CEROLLERA.-A. Par.-A. H. N.
pe, en Noviembre de 1905, acom- Leg. n.° 71. -Tit. de prop.
i
4

664
Historia.
CERVERA.—A. Par—A. H. N . -
te de estos documentos, y bajo la
Leg. n.° 72.—Tit. de prop., 1515-
dirección del Sr. D. Eduardo Hi-
169.3.
nojosa prepara un estudio del
CINCO OLIVAS. —A. M u n . - I n v . que pudiéramos llamar: <S. Ber-
Dip. Z.—Advierte qne se conser-
nardo Aragonés.»
van documentos antiguos que no
En el A. H. N. h a y los siguientes
especifica.
fondos p e r t e n e c i e n t e s á este.
CIRÜJEDA.-A. Par.-A. H. N . - Monast.
Leg. n.° 73.—Tit. de prop. Docs. R. 35 1078-1255
COBATILLAS.—A. Par.-A. H. N.
E. , 226 1H(!-1529
Leg. n.o 74.—Tit. de prop.
P. 304 1127-1776
CODOÑERA.-A. Par.-A. H. N. Ap.ü E. , 32 1506-1624
Leg. n.° 75.—Tit. de prop., 1516- De la escrit. 3
1699.
CORBALAN.—A. Par.-A. H. N . - "ooo"
Leg. n.° 7 6 . - T í t . de prop. Sala 6.^, 131-133.
CORBATÓN.- A. Par.-A. H. N . - —Cartulario de Santa Cristina de
Leg. n." 77.—Tit. de prop. «Summu Portu».—Consta de48fo-
CRETAS.-A. Par.-A. H. N . - L e g . lios, en vitela. S. de C. y ms.,
n.° 78.—Tit. de prop., 1581 1699. 1296-b.'
SANTA CRISTINA.-A. del Monast. CRIVILLEN.—A. P a r . - A . H. N.
de Santa Cristina de «Summu Po- Leg. n." 79—Tít. de prop., 1573-
rtu»—Fué este Monast., situado 1699.
encima de Canfranc, en la di- CUBA (LA.)-A. P a r . - A . H. N.—
visoria de los Pirineos, entre Legajo 80.—Tít. de prop., 1619-
Aragón y Francia, un famoso 1685.
hospital y alberguería para via- CUBLA.-A. Par.—A. H. N. Lega-
jeros durante la Edad Media, y jo u.° 81.—Tit. de prop.
asi fué muy favorecido por dona-
CUEVAS DE ALMADÉN.-A. Par.
ciones reales y de particulares.
A. H. N . - L e g . n." 82.—Tit d e
Su A. es, desde este punto de propiedad, 1589-1694.
vista, muy interesante; después
CUEVAS DE CAÑART Ó DE CAS-
de algunas vicisitudes lo ocupa-
TELLOTE — A. de los Siervos de
ron canónigos regulares de San
Agustín: sus fondos han ido á pa- María. - A. H. N . - L e g . n." 7.—
rar al A. H. N., donde se cus- Noticias de su fundación.—Tit.
todian 605 docs. procedentes de de prop.
su A. (I). —A. P a r . - A . H. N . - L e g . n.° 83.
El antiguo alumno de la Univer- Tít. de prop., 1596-1699.
sidad de Zaragoza, D. Manuel CUEVAS LABRADAS. - A. Par.
Fernández, ha copiado gran par- A. H. N.—Leg. n.° 84.—Tit. de
propiedad.
(1) Asi so consigna en el inventa- CUEVAS DE PORTALRUBIO. —
rio publicado en la Revista de Archi- A. P a r . - A . H. N.—Leg. n.° 85.
vos, tomo I, pág. 105, año 1871. Tít. de prop.
EDUARDO IBARRA RODRÍGUEZ,
El árbol de ia vida de la región del Orinoco.

La leyenda de Amallvaca en Venezuela (1).

y cn donilc ol Soñor Dios había lioclio


nacer do la tierra misma toda suorto de ár-
boles hermosos á la vista y do frutos suaves
al paladar, y también el árbol do la vida on
medio del Paraíso...
De este lugar de delicias salla un rio para
regar el Paraíso.»^
(Gíncsis, I I , 9, 10.)

Cuando en 1498 llegó Cristóbal Colón por vez p r i m e r a á


la vista del Continente a m e r i c a n o , le sorprendió n o t a r que las
a g u a s del Golfo de P a r i a e r a n dulces h a s t a una distancia m u y
r e t i r a d a de la costa, y dedujo de aquí, así como dé v a r i a s ob-
servaciones astronómicas, que había llegado á la desemboca-
d u r a del g r a n río que, según la Biblia, r e g a b a el Paraíso te-
r r e s t r e . Mucho m á s m a r a v i l l a d o quedó el g r a n n a v e g a n t e
cuando, u n a v e z d e s e m b a r c a d o , pudo e n t r a r en relaciones con
los indígenas, comprender su lenguaje y ser testigo de la ve-
n e r a c i ó n que todos los pueblos de l a r i b e r a venezolana profe-
s a b a n á ese árbol por excelencia, que l l a m a b a n «el árbol
de la vida». Sin duda que le vino de nuevo á la memoria el
texto sagrado: « y en donde el Señor Dios había hecho na-
cer de la t i e r r a misma toda suerte de árboles hermosos á la
v i s t a y de frutos s u a v e s a l p a l a d a r , y también el árbol de la
v i d a en medio del Paraíso », y es probable que el almirtin-

(1) Fuentes principales: Le P. Gillí, Saggio de Historia anuricana. Roma,


1780-84. —Robert Scliomburgk, liuisen in Guiana vvd am OÍ-Í)ÍÜ7CO. — Alex. de
Humboldt, Voijagcx aux régions équinoxiales.—Aristides Rojas, Leyendas his-
tóricas, primer volumen. Caracas, 1890.
riTT.Tmi A * ^
666 Historia.

te vio también en esta coincidencia una prueba evidente de


que había encontrado al fin el camino de la región dichosa
del Edén de Adam y E v a .
Este «árbol de la vida» de la región del Orinoco, que se ve
levantarse en todas partes, en las orillas de los golfos del mar
de las Antillas, en los vastos llanos venezolanos y sobre todo
en la desembocadura de los rios y en el delta del gran río, es la
palmera «moriche», y el moriche tiene en la existencia de las
poblaciones indias el sitio de honor que la palmera ha tenido
siempre en la historia de los habitantes del mundo antiguo y
que ocupa todavía en la vida de las tribus nómadas del De-
sierto. Desde su origen, los pueblos bíblicos se complacían en
evocar la imagen de la palmera p a r a figurar todos los géne-
ros de perfección del alma y del cuerpo. «El justo, nos dice
la Biblia, florecerá como la palmera, y como el cedro del Lí-
bano se multiplicará». El autor del Cantar de los cantares
compara el talle de la amiga con la gallardía de la palme-
r a (1), y las familias nobles de los hebreos se complacían en
dar á sus hijas el nombre de la palmera T a m a r , en el deseo
y la esperauza de que serían bellas y graciosas como este ái--
bol (2). Entre los egipcios, los griegos y los romanos, la pal-
mera e r a el símbolo de la fuerza y de Ja belleza, como toda-
vía entre nosotros es el emblema del éxito y de la victoria.
En todo tiempo la palmera ha figurado en las pagodas del pue-
blo de Budha, y la palmera-cocotera es el árbol nutritivo de
los habitantes de los Archipiélagos asiáticos. E n medio del De-
sierto, la palmera indica desde lejos el oasis á la cíiravana
sedienta: «Los beduinos que nos acompañaban, viendo las
palmeras, conocían que habia agua bajo su tenue sombra, y
allí conducían á sus bestias. E n efecto, en un hoyo de la are-
n a un poco de agua estaba acumulada, y los camellos, reso-
plando de alegría, aproximábanse pretendiendo sumergir allí,
dos ó tres al mismo tiempo, sus hocicos, entrelazando sus lar-
gos cuellos extendidos». Así se expresa aquel de nuestros gran-
des escritores que mejor h a comprendido el Desierto y que h a ^

(1) Cantar de loa cantares,


(2) Génesis, XXXVIII, 6.-II Samuel, XIII, 1, XIV, 27.
Bl árbol de la vida de la región del Orinoco. 667

traducido sus impresiones en un lenguaje maravilloso de pre-


cisión y belleza (1).
Mas si la palmera es p a r a los pueblos del viejo Continente
el árbol histórico, si es el árbol de la esperanza p a r a el viaje-
ro extenuado como p a r a ei heroico guerrero, es verdadera- i
mente para los indios del Nuevo Mundo «el árbol de la vida». ]
El nombre de «morichc» que se le da en Venezuela, es la co- 1
rrupción del vocablo indio-tupi «muriti», compuesto de mhur, i
alimento, y iti, árbol elevado (2); significa, pues, árbol elevado •
del alimento ó árbol de la vida. Y'es que, en efecto, la pampa
venezolana no se comprende sin el moriche, como tampoco el
oasis del Desierto sin la palmera. El hombre vive á la sombra
del moriche, porque el moriche es el pan de la vida, como le
llamaron también los primeros misioneros castellanos (3); á sus
pies se encuentra el agua potable, la cabana y la familia. No so-
lamente da á los indios la m a d e r a de que construyen sus chozas,
las hojas que les sirven de techo, las fibras con las cuales fabri-
can los hilos de la h a m a c a y las cuerdas de amarre, sino que les
suministra también la alimentación y la bebida con su fruto,
la médula de su tronco y su savia (4). Es más: una leyenda
considera á esta p a l m e r a como el padre de la humanidad.
Schomburgk refiere que los indios macusi, en las regiones
del Essequibo, creían que el solo ser animado que sobrevivió
á una inundación general, llegó á repoblar la tierra cambian-
do las piedras en hombres. Este mito, añade Humboldt, fruto
de la brillante imaginación de los macusi, y que recuerda
el de Deucalion y P y r r h a , se reproduce bajo diferentes for-
mas entre los «tamanocos» del Orinoco.
Debemos la tradición de los tamanocos sobre la formación
del mundo después del Diluvio, á un célebre misionero italia-
no, el padre Gilli, que vivió mucho tiempo en las regiones del
Orinoco. Los indígenas refirieron á este misionero, que Ama-^

(1) Fierre Loti, Le Déserl, pág. 18.


(2) Etimología dada por el Dr. Ernst, profesor de Historia Natural en )a
Universidad de Caracas y director del Museo Nacional de Venezuela.
(3) Pan de vida. Así le llamaba ol P. Gumilla, autor de El Orinoco ihiatra-
do y defendido. Madrid, 1715, dos volúmenes en 4.°
(4) Cf. E. Eoclus: Géographie genérale, tomo XVIII, pág. 145,
668 Historia.
livaca, el gadre de los tamanocos, es decir, el Creador del
género humano, llegó á su pais cierto dia sobre una canoa,
en el momento de la g r a n inundación que se llama «la edad
de las aguas», cuando las oleadas del Océano venian á cho-
c a r , en el interior del Continente, contra las montañas de
la Encaramada. Y habiendo el misionero preguntado á los ta-
manocos cómo el género humano pudo sobrevivir á una ca-
tástrofe semejante, los indios le respondieron en seguida: que
todos los tamanocos perecieron;, á excepción de un hombre y
una mujer que se refugiaron eu la cima de la alta montaña
de Tiimacu, cerca de las orillas del río Asirerú, llamado por
los españoles Cuchivero; que alli los dos, según el consejo de
Amalivaca, comenzaron á lanzar á lo lejos, por encima de sus
cabezas, los frutos de la palmera moriche, y que de las simien-
tes de estos frutos salieron los hombres y las mujeres que pue-
blan actualmente la tierra.
Amalivaca, viajando en su embarcación, grabó las figuras
del sol y de la luna sobre la roca pintada (Tepumereme) que
se encuentra cerca de la E n c a r a m a d a .
En su viaje al Orinoco, Humboldt vio una g r a n piedra que
le mostraron los indios en las llanuras de Maita; los indígenas
le dijeron que era uu instrumento de música, el tambor de
Amalivaca.
La leyenda no se limita á esto, según refiere Gilli. Amali-
v a c a tenia un hermano, Vochi, que le ayudó á dar á la super-
ficie de la tierra su forma actual, y los tamanocos cuentan
que los dos hermanos, Uevados de su anhelo benéfico, quisie-
ron regular el curso del Orinoco de tal m a n e r a que se pudiese
siempre navegar, y a en la dirección de la corriente, y a contra
ella, Esperaban ahorrar á los hombres el trabajo de servirse
de remos, dando así una doble pendiente al Orinoco.
Amalivaca tenía dos hijas aficionadas extraordinariamen-
te á los viajes, y la tradición refiere que el padre les cortó las
piernas p a r a destruirles esta pasión, á fin de que pudiesen con-
tribuir á poblar la tierra de los tamanocos (1). Después de ha-
ber arreglado lo mejor posible las cosas en la región inundada

(1) El P. Gilli: loe. cit.


Bl árbol de la vida de la resión del Orinoco. 669

del Orinoco, Amalivaca se reembarcó y volvió á la orilla


opuesta, al mismo lugar de donde había salido.
Los indios no habían visto desde entonces llegar á sus tierras
á ningún hombre que pudiese darles noticias de su regenera-
dor; é imaginándose que la otra orilla era la Europa, uno de los
caciques tamanocos preguntó inocentemente al padre Gilli «si
él había visto allí abajo a l g r a n Amalivaca, padre de los ta-
manocos, que había cubierto las rocas de figuras simbólicas».
¿Qué pensar de esta leyenda? Amalivaca, ¿es una creación
mítica ó un hombre histórico, el primer civilizador de Vene-
zuela, cuyo nombre se h a y a transmitido á través de millares
de generaciones?
«Estas nociones de un g r a n cataclismo—dice Humboldt—;
esos dos seres refugiados en la cima de una montaña, que
arrojan delante de sí los frutos de la palmera moriche p a r a
repoblar el mundo; esta divinidad nacional, Amalivaca, que
llega por m a r desde una lejana tierra, que impone sus leyes á
la Naturaleza y obliga á los pueblos á renunciar á sus emigra-
ciones; todas esas creencias antiguas, son dignas de fijar nues-
t r a atención. Los tamanocos y las tribus que hablan una len-
gua análoga á la suya, tomaron, sin duda, esas tradiciones, de
otros pueblos que han habitado esas mismas regiones antes
que ellos. El nombre de Amalivaca es conocido en un espacio
. de más de cinco mil leguas cuadradas, y se le encuentra como
designando el P a d r e de los hombres hasta entre las naciones
caribes, cuyo idioma se parece a l t a m a n o c o , como el alemán
al griego, al persa y al sánscrito. Amalivaca no es primitiva-
mente el Gran Espíritu y el Viejo del Cielo, cuyo culto nace
de la fuerza de la naturaleza cuando los pueblos se elevan in-
sensiblemente al sentimiento de la unidad, sino más bien un
pex'sonaje de los tiempos heroicos, un hombre extranjero que
h a vivido en el país de los tamanocos y de los caribes, donde"
dejó trazados signos simbólicos sobre las rocas, p a r a volver
enseguida á la otra orilla del gran río, ó sea á los países que
había habitado primitivamente» (1).

(1) Hum'boldt: Voyages aux régions équinoxiales de VAmérique: Voyage


aux sources de VOrénoque.
6T0 Historia.

No se puede negar, en efecto, que el suelo de Colombia y


de Venezuela b a sido el centro de antiguas civilizaciones cu­
yos restos nos aparecen en tantos lugares. En la Sierra Neva­
da de Mérida, región Muysca, se encuentran muchas piedras
escritas, ídolos grabados sobre las rocas ó sobre los vasos que
se encuentran en los sepulcros. Estas efigies, aún hoy, son, p a r a
los indígenas, santicos ó simples mufxecos (1).
Los viajeros modernos nos h a n dejado descripciones deta­
lladas de las cavernas funerarias de la región del Orinoco,
tales como el famoso Cerro de los Muortos, á tres kilómetros
de Atures, y Crevaux y Chatfanjon se sorprendieron al v e r
imágenes representadas sobre el Cerro Pintado, entre las pen­
dientes de Atures y Maipures (2). Todos estos vestigios prue­
ban evidentemente que el pais había sido híibitado, en una
época lejana, por r a z a s de u n a cultura intelectual superior á
la de los indios modernos. Esto es lo que explica la opinión de
Humboldt cuando supone que los indígenas habían conserva­
do el recuerdo j la memoria de un antiguo civilizador, que
e r a p a r a ellos este Amalivaca, cuya vuelta esperaban, como
los mejicanos aguardaban la de su dios Quetzalcohuath, que
Moctezuma creyó un instante reconocer en H e r n á n Cortés.
La obra civilizadora de Amalivaca parece sobre todo ates­
tiguada, para el sabio alemán, por aquella parte de la leyen­
da en que el héroe rompe las piernas de sus hijas p a r a que
finquen en el país. Según Humboldt, esto quería decir que
detuvo las emigraciones de las tribus, les dio leyes y les obli­
gó á vivir en sociedad.
P a r a a c a b a r de destruir la ficción, la Geografía hubiese
podido venir en auxilio de l a Historia resolviendo el problema
hidráulico de Amalivaca; y el establecimiento de la doble co­
rriente del Orinoco podría explicarse, si se quisiera, por l a
existencia del Cassiquiare, canal n a t u r a l que pone en comu­
nicación la cuenca del Orinoco con l a de las Amazonas, y don­
de, por consiguiente, las corrientes de ambos ríos se oponen.

(1) A. Gocring: Mittheilungen des Vereins für Erdkunde zu Leipzig, 1874.


(2) Humboldt: Voyage aux sources de rOre'jiogue.—Crevaux: Tour du Mon­
de, 1882. Primer semestre.—Ohaffanjon: L'Orénoque el le Caura, pág. 189. Ha­
chette, 1889.
El árbol de la vida de la región del Orinoco. 671

Esta explicación, completamente positivista—podria de­


cirse—, no nos parece que penetra bastante adentro en el
alma de las poblaciones primitivas del suelo americano, y
Humboldt parece haber sido inducido á error por una doctri­
n a que en su tiempo tenía aún muchos adeptos.
Desde que los Prolegómenos de Ottfried MüUer h a n reno­
vado la ciencia de las rehgiones destruyendo el sistema de
Evehemero, no hay nadie que crea que los dioses de Grecia ó
de Roma fuesen hombres de los tiempos prehistóricos, y si el
simbolismo solar y lunar ha encontrado entre los sabios una
acogida tan favorable, es porque interpreta de una m a n e r a
infalible muchas de las leyendas y hechos que habían quedado
largo tiempo envueltos en tinieblas misteriosas. La religión
de los helenos h a adquirido p a r a nosotros un sentido nuevo,
desde que esta explicación de los mitos primitivos por los fe­
nómenos de la Naturaleza h a "dado origen á un libro, cuyo fon­
do científico corre parejas con la irreprochable pureza y la
maravillosa poesía de su forma (1). Del mismo modo, la sig­
nificación solar del mito de Osiris arroja una viva claridad
sobre el origen de las otras triadas egipcias. Si el simbolismo
explica naturalmente las concepciones religiosas de los pue­
blos pertenecientes á r a z a s distintas, es porque los hombres
primitivos, bajo cualquier latitud que viviesen, tenían u n
alma y unas ideas análogas, y así es como, por procedimien­
tos semejantes, se h a formado todo un sistema de mitos y de
creencias.
Pero volviendo á la America, el origen solar de la religión
de los peruanos, como el de la de los pueblos niuyscas de Quito
y de Bogotá, es hoy dia incontestable, y nos parece difícil dar
otra explicación á las leyendas de los pueblos del Orinoco. Es,
pues, un mito solar y lunar lo que nosotros creemos ver tam­
bién cn la de Amalivaca y su hermano Vochi.
Después del Diluvio, Amalivaca llega sobre las aguas, como
después de las grandes inundaciones el sol naciente semeja
salir de é n t r e l a s olas. El es el g r a n regenerador, lo mismo j
que el sol vivificador y fecundante, que deseca los pantanos,
I
(1) Decliarnie: Mylhologle de la Qréce antiqtie. i
672 Historia.

h a c e volver las aguas á su cauce y p a r e c e devolver la vida á


los hombres y á las cosas. A instigación de Amalivaca, las
gentes de la montaña lanzan á lo lejos los frutos de la palme-
r a . ¿Y no es también bajo la influencia del sol como la pal-
mera brota y crece, como sus frutos nacen y m a d u r a n y como,
por consiguiente, el indio puede alimentarse del moriche, á r -
bol del alimento, que otros pueblos, los guárannos, llaman
también «temiche», palabra india, que quiere decir «pluma
del sol»?
En fin, si p a r a dar una doble corriente al Orinoco, Vochi
nos aparece como el colaborador de Amalivaca, ¿no quiere
decir esto que los indios habían advertido la coincidencia de
los movimientos regulares del m a r con los de la luna? Y esa
doble corriente, ¿no personifica muy bien el ñujo y el reflujo
de la m a r e a que penetra hasta muy adentro, aguas a r r i b a del
curso del g r a n río? Se podría deducir entonces que las figu-
r a s trazadas sobre la piedra pintada Tepumereme no son más
que los símbolos eternos de Amalivaca el Sol, y de su herma-
no Vochi la Luna.
¿No es notable también el hecho de que la imaginación de
los indios h a y a coincidido con la de los griegos, en conside-
r a r la música como uno de los atributos del dios del Sol? El
peñasco sobre el cual el astro del día lanza sus raj'os, consti-
tuye el tambor de Amalivaca." Se t r a t a evidentemente aqui
de una de esas rocas sonoras, de las que los viajeros h a n en-
contrado algunas en las orillas del Orinoco; y en el sonido
especial que la piedra produce al aparecer la luz (1), los indios
veían sin duda la señal de la armonía universal que, con el
día, se despierta en el mundo. Esto es, por u n a asociación de
ideas, semejante en todo á la representación que hacían los,
griegos de su Apolo con «la cítara de oro, cuyos acentos e r a n )
la expresión del canto de la Naturaleza que saluda al sol á s u '
aparición» (2).
La p a r t e más singular de la leyenda india, y la más difícil

(1) Cf. la historia bien conocida de la estatua do Momnon en Tebas, q.ue


cantaba todas las mañanas.
(2) Deoharme: Op. cit.
El árbol de la vida de la región del Orino co. 673

de explicar, nos parece ser aquella en que Amalivaca rompe


las piernas de sus hijas para-fijarlas en el país. ¿Quiere esto \
decir simplemente que los tamanocos, hijos de Amalivaca, es-
t á n sujetos á su suelo del mismo modo que la p a l m e r a lo está
á la tierra por sus raíces? O bien esas dos hijas, con su c a r á c -
ter aventurero, ¿no son ijrecisamente los dos grandes ríos que,
bajo la influencia del sol, fecundan la comarca, y que se en-
cuentran detenidos en su curso por ese canal natural, el Cas-
siquiare, que h a c e de ellos, en cierta m a n e r a , dos trozos y
obliga á sus aguas á retroceder, p a r a forzarlas á p e r m a n e c e r
en el país y concurrir así á u n a acción común: la fertilidad
del suelo y el bienestar de sus habitantes?
Sea cualquiera la idea que uno se forme de esta leyenda y
de sus diversas interpretaciones, es muy curioso encontrar,
en la cuna de éstos, á quienes se llama despectivamente los
salvajes de la América, poéticas tradiciones análogas á las
que embellecen el origen de las r a z a s reputadas como supe-
riores de Asia y Europa. ¿No es este un vasto campo de ob-
servaciones abierto al antropólogo que estudia los parentes-
cos de las grandes familias humanas, como al filósofo que in-
tenta penetriir en la esencia misma del espíritu humano?
JULES HUMBERT.
Un nuseo de pinturas é histórico en 1815.

P a r a la historia de la cultura espafiola y de las Bellas Ar-


tes, tiene algún interés una noticia que por rara casualidad
hemos adquirido y es de todos desconocida: la existencia en
Barcelona en el ano 1815 de una colección de cuadros, y el
intento de c r e a r un Museo público de pinturas é histórico en
el Monasterio de Monserrat (Cataluña). E l Dr. D. Ramón
Iglesias, canónigo de la iglesia colegiata de Santa Ana, de
Barcelona, aficionado á los estudios artísticos, en sus viajes
por España, estancia en Madrid, Ñapóles y Roma, adquirió
200 cuadros, de los cuales, según refería el mismo poseedor,
«una buena p a r t e son originales, y los restantes aprobados
por varios académicos, y todos graduados por superiores».
Deseando que no quedara oculto tan precioso tesoro artís-
tico, el Dr. Iglesias recurrió al r e y en demanda de autoriza-
ción p a r a cederlos al Monasterio de Monserrat, adonde h a n
de colocarse en una galería que se construirá al intento y
adonde podrán acudir los profanos y aficionados, los cuales,
llevándose con una mano los primores del arte, prodigarán
con la otra sus limosnas p a r a la restauración del templo y
Monasterio de Monserrat».
Este Museo debía ser público y estar bajo la dirección de
una J u n t a , compuesta del abad del Monasterio de Monserrat,
presidente; del abad de San Benito de Bages, vicepresidente;
de dos monjes de aquel Monasterio, uno como celador y otro
como secretario; del obispo de Barcelona, del marqués de Vi-
Uel y del prior de la colegiata de Santa Ana, de Barcelona.
Además de los 200 cuadros, ofreció el Dr. Iglesias libros,
mobiliario y todo lo necesario y útil en u n Museo artístico.
Un Museo de pinturas é histórico en 1815, 675 |

E r a su voluntad que, en la galería que se construyera en


el Monasterio p a r a Museo de pinturas, se reunieran «las Me-
morias que se le presenten de hombres grandes é insignes, y
de hechos gloriosos y memorables, singularmente ocurridos
durante la invasión francesa».
E l abad de Monserrat aceptó la donación; pero «sólo falta
p a r a su más completa satisfacción y p a r a el orden mejor de
la empresa que S. M. se digne aprobarla».
Como era consiguiente, dada la importancia del donativo,
el rey aprobó la creación del Museo de pinturas en el Monas-
terio de Monserrat, y el primer secretario de Estado y del
Despacho suscribió el siguiente documento en 10 de Julio
de 1815:
«Habiendo dado cuenta al rey de la exposición de V. >S. el
23 del mes próximo pasado, en que da parte á S. M . de la do-
nación intervivos que h a hecho al Monasterio de Monserrat
en ese Principado, de la colección de cuadros que por su afi-
ción á las Bellas Artes ha llegado á formar en el transcurso
de muchos años, con el objeto de que se establezca en dicho
Monasterio una galería, que llamando la atención de los pro-
fesoi-es produzca al mismo tiempo la concurrencia de limos-
nas p a r a el culto de Nuestra Señora; se ha dignado S. M . apro-
b a r la idea y plan del establecimiento que V. S. propone en
su exposición; y lo comunico cá V. S. de Real orden p a r a su
noticia y satisfacción.»
Estas son l a s únicas noticias que sabemos sobre el donati-
vo del Dr. Iglesias. ¿Se trasladaron á Monserrat los 200 cua-
dros donados? Creemos que no; en el Monasterio no existen,
ni sus historiadores mencionan la cesión hecha en 1815 por el
Dr. Iglesias, ni la aceptación del abad. Quizás ocurriera en
aquel año la muerte del ilustrado donante, y la colección que-
d a r a deshecha y se vendieran los cuadros.
A. ELÍAS D E MOLÍNS.
Análisis y extractos de libros.

studien zur Erlmierung des bilrgerlichen Rechts. 17 Heft. Stimmen des Auslands
über die Zukunft der Rechtswissenschaft, herausgegeben von prof. Dr. Ea-
dolf Leonhard. Breslan, 1900, 8.°, 112 págs.

Propónese el profesor Leonhard, en esta parte de los Estudios,


recoger las opiniones del extranjero sobre el porvenir de la ciencia
del Derecho. El contenido de la entrega que examinamos no deja en
mal lugar el arriesgado intento.
Comienza eon un trabajo del profesor Zocco-Rosa, de la Univer-
sidad de Caíanla, sobre «la vocación de nuestro tiempo para el cul-
tivo de la historia del Derecho romano».
El Congreso histórico internacional de Roma de 190.3, dice, prue-
ba que el siglo xx ha heredado del xrx la vocación para esos estu-
dios. La sección tercera acordó por unanimidad que no debe dismi-
nuirse su enseñanza en las Facultades europeas.
Ya hace tiempo que está planteado el problema de si debe pres-
cindirse del estudio dogmático y exegético del Derecho romano.
Scolari piensa que ha muerto para la práctica, y que, estudiando sa
historia, aprenderemos el camino para librarnos de él; Salvioli lo
considera protector de los fuertes, propio de un pueblo de esclavos;
Lambert lo califica de «montón de locuras», y añade que el Coi-pus
iuris es una echadora de cartas que la superstición de nuestros ante-
pasados ha transformado en instrumento de brujería jurídica. Se
le ataca especialmente desde el punto de vista de los ideales socia-
les modernos, declarándolo incompatible con ellos é incapaz de re-
gular el trabajo de hombres libres. Justifícase, sin embargo, el estu-
dio de su historia con rara unanimidad, ya como guía para conocer
el mismo Derecho romano (Padelleti), y a como introducción en el
estudio de la Sociología (Cuq), ó como parte de la historia del De-
recho comparado (Zocco-Rosa). Conocidas son en este sentido las
Análisis y extractos de libros. 677

opiniones de Sumner-Maine y el despertar de esos estudios, hacia la


mitad del siglo pasado, en las Universidades inglesas.
Francia, al celebrar el centenario de su Cade civil, ha insistido
en la necesidad de conservar la herencia romana. El Código belga
es, en más de una tercera parte, Derecho romano; y hasta el Código
de Montenegro, que tanto difiere de todos los europeos, consigna
máximas romanas como si estuvieran simplemente traducidas. Ale-
mania, donde la publicación del Código produjo una crisis, sigue tra-
bajando en el Derecho romano. En Italia hay, además del contenido
en el Código, una gran porción de Derecho romano que vive en la
conciencia del pueblo y de los juristas, y que es, como dice Buona-
mici, elemento indispensable para entender é interpretar el Código.
Protesta Zocco-Rosa contra la suposición de que el Derecho ro-
mano sea un impedimento para los ideales modernos. El pueblo r o -
mano comprendió la cualidad movible del Derecho, y de ahí salió
la parte nueva del edicto del pretor. El Derecho romano no nos ha
dejado una solución para el problema moderno del trabajo, porque
ese problema no existía entonces; pero tampoco es un obstáculo
para resolverlo.
El Congreso de Roma ha puesto de manifiesto que el siglo xx no
aceptó la herencia del xix sin un amplio beneficio de inventario.
Nos hallamos en plena revisión de teorías.
El origen común de indios, persas, eslavos, germanos, griegos,
celtas y romanos; la existencia del pueblo ario, toda la hipótesis de
Eustel de Coulauges, Jhering y Leist, están puestos en tela de juicio
merced á los trabajos de los últimos diez años.
La historia romana de los reyes y de la república está llamada á
sufrir una profunda modificación bajo los infiujos del método com-
parativo (trabajos de Pollock y Lambert).
Bien conocida es también la cuestión de la autenticidad y anti-
güedad de las XII Tablas, agitada principalmente por Lambert que'
las identifica con la Tripertita de Sextas Aelius.
Tampoco el espíritu crítico de nuestro siglo ha dejado intacta la
famosa teoría de Bluhme sobre la composición de las Pandectas de
Justiniano (Hofmaun le dedicó una obra y Brugi encuentra justifi-
cado el intento), ni los estadios sobre las fuentes y confección d é l a
Instituía.
A trabajos sobre las interpolaciones se han dedicado sobre todo
Eisele y Gradenwitz; la psicología de los compiladores del Digesto
ha sido objeto de investigaciones, y la ciencia romanista actual atri-
buye cada vez mayor importancia á las compilaciones bizantinas^
67B Historia.
como medios de interpretación y reeonstrueeión de las fuentes ro-
manas.
Aparte del Palimpsesto de Antun, llaman la atención, como acon-
tecimientos recientes, la edición del manuscrito florentino de las
Pandectas en fototipia, y la nueva edición del Código Teodosiano
heeha por Mommsen.
Por último, la papyrologia parece destinada á ser en el siglo xx
lo que fué la epigrafía en el xix; y la numismática promete eficaz
ayuda para los futuros estudios de Derecho romano, á juzgar por
las comunicaciones dirigidas á la cuarta sección del Congreso his-
tórico de Roma.

***

Publica Leonhard á continuación un trabajo del profesor Alta-


mira, sobre el Derecho romano en España, basado en la comunica-
ción hecha por su autor al Congreso internaeíonal de Roma.
Recuerda Altamira los nombres de Antonio Agustín y Nebrija;
habla de la decadencia que se nota en esta rama científica, atribu-
yéndola á la reacción antí-romanísta del siglo x v m , á las escasas re-
laciones de España con el extranjero y á los acontecimientos políti-
cos interiores; recuerda la importación de las doctrinas de Savigny,
los viajes de Hübner por España y el contacto de nuestros romanis-
tas con los alemanes, qne dieron como resultado las obras de Hiño- _
josa, Costa, Berlanga, Rada, Cárdenas y Clemente de Diego, y la pu-
blicación de algunas traducciones.
El movimiento científico es, sin embargo, muy limitado. En las
Universidades, dice Altamira, se estudia un solo curso elemental é
incompleto de Derecho romano; la mayoría de los alumnos no son
capaces de traducir los textos romanos.
La historia del Derecho romano en España ha sido tratada de
modo muy incompleto, si se exceptúan los períodos provincial y vi-
sigodo, estudiados por romanistas extranjeros. De lo poco que han
hecho los españoles, cita Altamira algunos comentarios de Berlanga
é Hinojosa á inscripciones españolas, la historia del Derecho espa-
ñol del último, los trabajos de García y Pérez Pujol sobre leyes vi-
sigodas y los geniales estudios de Costa.
Dedica el autor algunos párrafos al renacimiento del Derecho
romano en España, llamando la atención sobre la oposición que la
nobleza y las Cortes le hacían, la invasión de Tribunales y Conse-
Análisis y extractos de libros. 679

jos por los discípulos de los glosadores, y la gran literatura jurídi­


ca de los siglos XIII, x i v y xv, que permanece aún, en gran parte,
inédita.
Termina el trabajo aludiendo al influjo del Derecho romano en
las leyes, en las costumbres y en la ciencia (estudio en que, á, pesar
de la obra de Martínez Marina, tanto queda por hacer) y al último
movimiento de los siglos x v m y xix.

El tercero de los trabajos es un estudio sobre la misión dé la


historia del Derecho romano, leído por el profesor Munroe Smith,
de la Universidad Columbia, de Nueva York, con motivo del
Congreso de Artes y Ciencias celebrado en San Luis en Septiembre
de 1904.
El celo de los juristas europeos, dice el autor, desde Cujas y Go-
dofredo hasta Mommsen y Lenel, ha agotado las fuentes de tal modo
que, mientras no se descubran otras, nada queda por hacer. Y, sin
embargo, la historia del Derecho romano presenta aún grandes la­
gunas. Para llenarlas es preciso acudir al método comparativo. El
autor propone la comparación entre el desarrollo del Derecho roma­
no, desde mediados del siglo i i i antes d^ Jesucristo hasta la mitad
del siglo III de nuestra era, con la evolución anglo americana desde
el siglo XII hasta nuestros días.
Las analogías entre ambos Derechos son manifiestas. La consti­
tución de la república romana era, como la inglesa, preferentemen­
te un derecho no escrito, fundado en precedentes {majorum exem­
plo). Las luchas políticas formaron en Roma y en Inglaterra el De­
recho público, como los pleitos el Derecho privado.
La política mundial consistió en Roma, como en Inglaterra, en
limitar el poder de gobierno en el interior {imperium domi) y de­
jarle plena libertad de movimiento en el exterior; los virreyes ingle­
ses son los procónsules y propretores romanos. El equilibrio defun­
ciones se obtiene en los pueblos del continente por medio de la je­
rarquía administrativa; en Roma y en Inglaterra por el contrapeso
de facultades análogas.
La situación política actual de los Estados Unidos nos ayuda á
comprender el movimiento dramático de los últimos tiempos de la
república romana. Su nota característica es la existencia de un con­
junto de caciques (bosses). Ahora bien, el boss americano es exacta-
6/)0 Historia.
mente el princeps romano. Princeps se denominaron Sila, Pompeyo,
Craso y César; Cicerón llama principes á los miembros del primer
triunvirato (The Big Tliree, como dirían instintivamente los políticos
americanos). Esto explica que los ciudadanos romanos no se dieran
cuenta del golpe de Estado dado por Augusto. Este era uno de tan-
tos caciques, con la supremacía que le daba el haber aniquilado al
partido contrario. Por eso, como dice Plinio, aquellos ciudadanos
que se negaban á reconocer un dominus, no protestaban contra un
princeps.
En el Derecho privado, la evolución del ius civile y del Derecho
pretorio es la misma en Roma que la del laio y equity en Inglaterra,
pues que las XII Tablas no eran sino una colección de antiguas re-
glas consuetudinarias.
Los jueces reales ingleses desempeñan la fimción de los juristas
romanos. Sabido es que éstos no pueden equipararse á nuestros abo-
gados, sino q\e eran servidores gratuitos del pueblo y del orden ju-
rídico, hos judices romanos se instruían en el Derecho por medio de
los dictámenes que los jmdsconsultos daban á las partes; los Jurados
de los Tribunales ingleses son instruidos por los jueces. Judices ro-
manos y Jurados ingleses conservan independencia de criterio y de-
ciden del hecho y del derecho. Ni las sentencias de unos ni las de
los otros se citan como fuente de Derecho; en Roma se citaban las
opiniones de los jurisconsultos; en el Derecho anglo-amerieano, la
opinión del Tribunal.
El juez inglés es, en parte, pretor, en parte jurista romano; pero
contribuye á la formación, del Derecho, no como pretor, sino como
jurisconsulto.

Sigue un pequeño artículo dando cuenta del cultivo del Derecho


romano en Rusia. Ha penetrado allí el Derecho romano sólo en una
pequeña parte (tutela, matrimonio, herencia) por inñujo del clero bi-
zantino. El conato de recepción en la época de Alejandro I, fracasó
con el Código de 1832. Las reformas eu la enseñanza hechas durante
ese reinado é inspiradas en los programas de las Universidades ale-
manas, hicieron penetrar el Derecho romano en las de Rusia. El Go-
bierno envió muchos estudiantes á estudiar con Savigny. El resulta-
do fué un renacimiento que cuenta con nombres como Newólin y
Redkin.
Análisis y extractos'de libros, 681
Jhering despertó más entusiasmo en Eusia que en Alemania. El
Gobierno de Alejandro III, no contando con elementos para ci'ear
un Seminario en Rusia, organizó nn Instituto en Berlín. La labor que
en sus cinco años de duración hicieron en él Dernburg, Pernice y
Eck, fué causa de que en los quince ó veinte años siguientes no vol-
viera á notarse en Rusia la falta, antes crónica, de profesores idó-
neos para las cátedras de Derecho romano y civil, de que se tradu-
jera buena parte de la literatura alemana, y de que apareciesen ro-
manistas tan ilustres como Petrazycki y Sokolowsky.

***

A continuación aparece nn discurso pronunciado por Leonhard


en la Sociedad de juristas de Viena, sobre el tema «Opiniones fran-
cesas sobre el Código civü alemán como modelo para la reforma del
Derecho eivü».
Alude principalmente al centenario del Código civil francés y á
los trabajos de los juristas, especialmente Sálenles, sobre el Código
alemán.
En el libro del Centenario se dibujan dos tendencias: a) Revisio-
nistas como Saleilles, buen patriota que, reconociendo la superiori-
dad del Código alemán, pide una revisión del francés, con el fin de
asegurarle la supremacía que durante el siglo xix ejerció, para lo
cual bastaría con acoger en él los materiales que ofrece la práctica
de los Tribunales franceses; Larnande, Acollas, Pilón (que pide es-
pecialmente la mejora de la condición de la mujer y la limitación
del arbitrio judicial), Tissier y Thaller. b) Anti-revisionistas como
Lyon-Caen (qne no parece inclinarse á una reforma radical, pero
qne tiende á la «comercialización» del Derecho civü), Gaudemet,
Planiol (que censura el doctrínarísmo del Código alemán) y Boistel
(que lo critica desde el punto de vista del Derecho natural).
Sálenles hace notar en varios de sus trabajos que el Código ale-
mán, reaccionando contra el movimiento del siglo xvm, ha enfrena-
do la libertad, ha limitado las atribuciones del propietario y ha me-
jorado la condición de la mujer. Los trabajadores, las mujeres y los
hijos ilegítimos, gozan de mejor situación en Alemania que en Fran-
cia. Del movimiento feminista, dice Leonhard, no puede ya tratarse
en broma.
La forma del Código alemán suele criticarse por su excesivo for-
682 Historia.

malismo. Geny, que reeonoee la finura de su técnica y la rigidez d e


su lógica, prefiere el lenguaje del proyecto suizo.
Savigny continúa siendo el blanco de las iras francesas. Saleüles
dice que el movimiento social ha hecho naufragar á la escuela his-
tórica; pero Leonhard observa que se ha producido una concepción
social del derecho que tiene sus raíces en Savigny y que, si no es
continuación de la escuela histórica, ha tomado su método. En la
nueva doctrina-de las leyes de la evolución hay, sin duda, un eco
del Derecho natural, pero h a y también nn importante germen de
vida.
Mientras en Francia se tiende á una extraordinaria elasticidad
en la aplicación del texto legal, de tal modo que el Tribunal de Ca-
sación no busca lo que el legislador quiso decir, sino lo que habría
dicho si hubiera conocido las circunstancias del caso, Alemania se
inclina á una interpretación rígida como garantía de seguridad.
El papel que desempeñó el Derecho natural se encomienda hoy
en Francia á la Historia Universal como materia de una «Ciencia
jm-ídica universal». Las legislaciones particulares no son sino adap-
taciones de esa ciencia una y universal, de ese derecho histórico, á
las diversas nacionalidades. Contra esta idea de Sálenles presenta
Leonhard el reparo de que no debe hablarse de Derecho universal,
sino sólo de la comunidad de ciertas ideas jurídicas, de una com-
munio incidens. Ya existe de hecho una cultura jurídica común en-
tre todos los pueblos que han recogido la herencia romana, germa-
na y canónica.

Termina el cuaderno con ligeras noticias sobre el cultivo del De-


recho romano en Holanda, países escandinavos, Grecia é Inglaterra
y con un epílogo en que Leonhard recomienda á la ciencia nueva la
inspiración en el espíritu que informó las Pandectas. El trabajo de
las diferentes naciones sobre la misma materia histórica, dice, crea-
rá una conexión en el orden del Derecho privado, como la que pro-
dujo en la Edad Media la Universidad de Bolonia. Pero nada de re-
formar exámenes ni planes de estudio; eso son moldes vacíos, sin
otro valor que el del contenido con que el trabajo individual los
Uena.
J O S É CASTILLEJO.
Análisis Y extractos de libros. 683

École pratique des liantes études. Section des soiences historiques et philologi-
ques. Annuaire, 1906. París, 1905, 22,8 X 14, 176 páginas.

Es este Anuario uno de los libros de información que con más


provecho pueden utilizar los profesionales y los aficionados á estu-
dios históricos. Cabe distinguir en él dos partes: una, dedicada á la
publicación de estudios eruditos y necrologías; otra, á informacio-
nes sobre las vicisitudes, organización y trabajos de la Sección de
Ciencias históricas y filológicas. En la primera han colaborado, des-
de 1893 (fecha de la primera aparición del Anuario), Gastón Paris,
Tournier, Boissíer, Monod, Maspero, Carriére, Thévenin, Roy, Ha-
vet, Gaidoz, Clermont-Ganneau, Chatelain, Halévy, Bréal, Lot y
Meillet. En el volumen actual, Alfredo Jacob publica un interesante
artículo, en cuyo extracto no podemos detenernos, acerca de Le tracé
de la plus ancienne écriture onciale (con diez páginas de grabados).
Siguen un estado del personal de la Sección (Comisión de patronato,
directores, profesores) y los documentos legislativos concernientes á
ella (decreto de fundación, reglamento interior, etc.), adicionados
con una breve relación cronológica (desde 1868) de <los aconteci-
mientos principales de la Sección» en lo relativo al movimiento del
personal. En un capítulo especial de ocho páginas, se da cuenta de la
apertura de la Biblioteca llamada de Gastón Paris, constituida, en
efecto, por la riquísima colección de libros de Filología romance (más
de 4.000 volúmenes) que poseía el ilustre maestro, y que á la muerte
de éste fué adquirida por la marquesa de Arconati Visconti y rega-
lada al Estado. Para conservar, enriquecer y utihzar debidamente
esa Biblioteca, los e x alumnos y amigos de Gastón Paris han forma-
do una Sociedad, cuyos estatutos publica el Anuario.
Con la Memoria (Rapport) sobre las conferencias ó cursos del
año escolar 1904-1905, comienza la parte de este libro que más pue-
de interesar á nuestros lectores. Comprende noticias circunstancia-
das de 23 cátedras ó seminarios. De ellas, creemos útil mencionar
las siguientes:
FILOLOGÍA GRIEGA. — Conferencias de M. Serruys, dedicadas al
Estudio de la tradición manuscrita y de la literaria de los historia-
dores y cronistas bizantinos de los siglos V, VI y VII.—En esta mis-
ma cátedra, M. AVartmann ha trabajado en la determinación de la
fecha exacta del libro de Procopio, De bello Gothico, comparando el
texto de éste con el de Jornandes.
684 Historia.
HisTOEíA.—Conferencias de M. Lot. u n o de los temas ha sido el
de las Invasiones escandinavas en Francia. En él ha colaborado
M. Barran-Dihigo, estudiando las incursiones que los normandos
realizaron en España en 844 y 858-859.
FILOLOGÍA KOMANCE. — Conferencias de Morel-Patio. El profesor
explicó en el primer semestre la Vida de Santo Domingo de Silos,
conforme á la edición publicada por Fitz-Gerald en la «Bibliothéque
de l'Ecole des Hautes etudes», y con este motivo tocó diferentes
cuestiones de lingüística y versificación castellanas. En el segundo
semestre, estudió la epístola de Bartolomé Leonardo de Argensola,
Dícesme Nufio , según las dos versiones que de ella se conocen y
que representan dos estados diferentes del texto.
HISTORIA LITERARIA DEL RENACIMIENTO.—Conferencias de mon-
sieur Abel Lefranc: Investigaciones sobre las novelas francesas pu-
blicadas en los siglos XV y XVI. Uno de los alumnos de esta cáte-
dra, M. -J. Boulenger, leyó un estudio de conjunto sobre el Amadis
de Qaula.
FILOLOGÍA ASIRÍA. — Director de estudios, M . Julio Oppert. El
alumno M. Huchet de Cintré, analizó la colección de textos jurídicos
del Imperio nuevo babilónico, en vista de un estudio que prepara
sobre la sociedad babilónica de esta época.
ARQUEOLOGÍA ORIENTAL. — Director, M. Clermont-Ganneau. En-
tre las materias tratadas figura: La venta de sepulcros en la anti-
güedad y los sepulcros «3a?.;u-:a (rectificación de la inscripción de
Lemnos y Samaría). Cf. Recueil d'Archéologie oriéntale, tomo VI, pá-
ginas 357 y siguientes.
El capítulo siguiente está dedicado á exponer los resultados ob-
tenidos en las Comisiones científicas ó pensiones de viaje que con-
cede el Ayuntamiento de París. Entre ellas figura la de M. Marcel
Robín, que por segunda vez vino á España en 1904 para estudiar
principalmente la influencia francesa en los tiempos medioevales.
He aquí el resumen de su Memoria (páginas 124 á 131). La influen-
cia francesa en España tuvo por principal centro, en el siglo xi y en
el XII, la ciudad de Toledo, verdadera capital política y religiosa de
la Península en aquellos tiempos. Esta influencia irradió por todos
los territorios cristianos y especialmente hubo de señalarse en las
ciudades y villas que, como Osma, Palencia, Zamora, Segovia y
Braga, recibieron obispos de origen francés, discípulos del célebre
arzobispo Bernardo. La acción de éste se dejó sentir también en casi
todas las diócesis, como puede advertirse en León, Avila, Btu-gos,
Santiago, Tarragona, Lugo, Navarra y la Narbonense. El Archivo
Análisis y extractos de libros- 68S ',

capitular de Burgos es sumamente difícil de explorar, porque sus


documentos han sido encuadernados en gruesos tomos, sin orden
ninguno. M . Robín ha encontrado allí tres bulas, originales é inédi­
tas, del siglo xi: dos de Urbano II (1095 y 1099), y una de Pascual II,
interesantes para la historia de las relaciones entre el arzobispo de
Toledo y los obispos de Burgos. Ha estudiado también el Martirolo­
gio ó Kalendario de aquella iglesia, en el cual los óbitos de los si­
glos XI, XII y XIII arrojan buen número de nombres franceses. En el
Archivo provincial vio el libro de una hermandad de familias no­
bles de Burgos, que también suministra muchos nombres franceses
y contiene datos importantes para la historia del traje y las ar­
mas (1). En el de Santo Domingo de Silos, M. Robín ha copiado al­
gunos diplomas de un ms. del siglo x v m , que contiene las cartas de
la abadía de Nájera, reformada por los cluniacenses en el siglo xi.
Palencia tuvo, en la época á q u e se refieren las investigaciones, dos
obispos franceses discípulos de Bernardo. Relativos á la influencia
cluniacense, Robin ha encontrado en el Archivo capitular palentino
dos cartas del siglo x m . Ha visto, además, un diploma en que Al­
fonso VI concede á los canónigos de Palencia la categoría de infan­
zones y el privilegio de no ser presos nunca (1095); otro de Alfon­
so VII (1125), que da al obispo y cabildo aquella misma categoría
y el privilegio de behetría, y los b o i T a d o r e s y materiales de la His­
toria manuscrita de los arzobispos de Toledo, por Alvar Gómez, que
se halla en el Archivo de Toledo. Alvar Gómez era canónigo de Pa­
lencia, y en el ms. ahora hallado se contienen muchos documentos
desconocidos y cartas escritas al autor por Garibay, Zurita y otros
eruditos del siglo xvi. M. Robin estudió también en Palencia la co­
lección diplomática de D. F . Simón Nieto, en que figuran algunas
cartas origínales del siglo xii, que arrojan mucha luz sobre la pobla­
ción francesa de Sahagún.
En la Biblioteca Nacional, M. Robin utilizó la colección del Pa­
dre Burriel; en el Archivo histórico, los cartularios de Sahagún; en
la Academia de la Hisloria, varías colecciones de copias y las 3Ie-
morias que podrán servir al que estudia la historia eclesiástica de
Toledo, por VaUejo, obra importante; y en la Biblioteca de Palacio,
la historia manuscrita de Toledo, por Román de la Higuera, y parte
de la rica colección de fueros que allí se conserva.

(1) Véase sobre un documento análogo, también de Burgos, Lihro de la co- i


fradia de Caballeros de Santiago de la Fuente, fundada por los burgaleses en-^
tiempo de Alfonso XI, por el marqtuós de Laurenoín. [Bevista de Archivos, Ene-:
ro-Pebrero de 1905.) '
686 Historia.
En Toledo, M. Robín .estudió dos libros litúrgicos procedentes del
arzobispo Bernardo, el fondo del priorato de San Servando (21 car-
tas originales de los siglos xi y xn) y otros mss. Finalmente, en Illes-
cas (villa poblada por gascones á fines del siglo xi) encontró la con-
firmación que Alfonso VII hizo de los fueros dados por Alfonso VI
(1124), tres bulas de Urbano VI y Juan XXII, y varios documentos
referentes á las controversias jurisdiccionales del Municipio de Ules-
cas con los arzobispos de Toledo.
El Anuario termina con una lista de las publicaciones de la escue-
la (153 volúmenes, más 14 Anuarios), la crónica del año 1904-1905,
la lista de alumnos y oyentes de ese curso (entre los cuales sólo hay
un apellido catalán y dos hispanoamericanos), y el programa para
el curso de 1905-1906. De él entresacamos los siguientes temas:
Cátedra de M. Hanssoullier: Etudes d'Histoire et de droit grecs;
cátedra de M. Thévenin: Les clases rurales au moyen age en France
et en Allemagne; cátedra de Morel-Fatio: Explication de textes cas-
tillanes du moyen age; cátedra de M. Hartwig Derenbourg: Mor-
ceaux choisis du livre des Deux Jardins, jjar Aboü Scháma, avec
l'examen critique des sources orientales et occidentales de l'liistoire
de Sáladin.
E. A.
BIBLIOQRnPin CRITICñ

EDUOND DOUTTÉ: Merrákech (Ouvrage publié sous le patronage du gouverne-


ment general de l'Algerie et du Comité du Maroc. Premier fasoicule). Pa-
rís, 1905,408 páginas, de 0,175 X 0,105, con preciosas fototipias en el texto.

Difícil es dar idea del conjunto de una obra de la c^al sólo está pu-
blicado el primer cuaderno, bien que éste conste de más de 400 páginas.
El libro, en apariencia, tiene por objeto describir el viaje á la ciudad de
Marruecos, dando detalles de los varios itinerarios seguidos por el autor
en diferentes viajes, hasta llegar á la vista de la ciudad de Marruecos,
que es donde termina este primer tomo ó fascículo de la obra, que pare-
ce no debía prestarse á desenvolver en ella el cúmulo de materias tra-
tadas por el autor.
Sólo tres capítulos contiene el fascículo, no habiendo por hoy medio
de orientarse con facilidad acerca de las materias tratadas en cada uno.
Es de suponer que la obra llevará índices completos de materias; por
ahora, el índice hay que buscarlo en la cabeza de cada página. Así, la
primera de las tres divisiones del capitido II, que dice: D'Azemoür á
Guerrando, Sidi Mohamed el Ayyñchí, Les plaines des Doukkála, Les
marches árabes, La vie au douar, Les chants du travail, está desenvuel-
ta en 35 páginas, que llevan los epígrafes siguientes: Superstitions; Les
Houziya; Sidi Moliamed el Ayyüchl; I^a rgouba de Sidi l'Ayyáchi; Pre-
sages tires des corbeaux; Le Lben; Mendicité; La photograpliie au Ma-
roc; La peur des images; La défense des images; Aisance des populations;
Le mirage; Le marché de Sidi ben Noür; Défense de manger en public;
Le mouton cuit au four; Le marché dans la société marocaine; Survei-
llance des marches; Ville et marché; Paniques sur les marcJiés; Les chan-
teuses chez les Doukkóla; Hospitalité; Instruction musulmane; Mendicité
scolaire; Travaux des bédouines; Cliants du moulin; Qliants du travail;
Jbél Fetnáqa.
Todos estos puntos están tratados con sorprendente erudición, quizá
exagerada, comparando las costumbres de diferentes pueblos con moti-
vo de lo que el autor observa en cada punto, acudiendo á los libros ára-
bes cuando tropieza con un monumento dedicado á un santón, como suce-
de con frecuencia.
688 Historia.
Para nosotros, en las circunstancias actuales, el mayor interés de la
obra del Sr. Douttó está en las indicaciones que hace respecto á las rela-
ciones de los moros con los europeos, sean cristianos ó no (pues para casi
todos los musulmanes europeo ó rumí y cristiano son sinónimos), y á la
constitución de lo que hemos dado en llamar Imperio de Marruecos, su-
poniéndole una unidad á la europea, que nunca ha tenido, siendo esto
causa de complicaciones internacionales que hubieran podido evitarse
con un mayor conocimiento de las cosas.
El autor no se hace ilusiones respecto á la aparente buena acogida
que los moros dispensan á los europeos. El viajero que entiende el árabe
vulgar, oye con frecuencia detrás de sí frases poco halagüeñas, y gracias
si no tiene que pasar por demostraciones dehccho que lesionen su cuer-
po ó manchen sus vestidos. Este estado de cosas no es de ahora; recuer-
da el autor (pág. 25) que hace doscientos cincuenta tños un tratado en-
tre las Provincias Unidas y la ciudad de Salé estipulaba que flos comer-
ciantes no serían molestados ni de palabra, ni con palos, ni con piedras,
ni con basura ú otros insultos parecidos», y añade, sin duda por expe-
riencia propia, que en 1902 tal estado de cosas no habia cambiado.
El autor no participa de la ilusión de los que suponen á los marroquíes
con ciertas simpatías para los franceses; cree que si algún moro dice
esto anto un francés, ante un inglés diría lo contrario. De modo, que la
penetración pacífica de Francia ó de Europa parece ser una fórmula, de
la cual dice (pág. 238) «no estábamos obligados á estar convencidos,
y en la que por fin hemos llegado á creer [los franceses] á fuerza de ha-
berla sostenido».
Lo dicho puede indicar la importancia que para el conocimiento del
estado actual del llamado Imperio de Marruecos tendrá y tiene ya, aun
sin estar terminada, la obra del Sr. Doutté.
F, CODERA.

LE COMTE HENRT DE CASTRIES: Les Sources inédites de VHistoire du Maroc, de 1530


á 1845 (Premiére sóriei Dtjnastie Saadienne, 1.530-1660. Archives et BiWio-
théques de France). Tome I. París, Ernest Leroux, 1905, 17,7 X U centime-
trog, xv-683 páginas y ocho planchas fuera del texto.

El conde do Castries se había propuesto escribir una Historia de Ma-


rruecos en los cuatro últimos siglos; pero en el curso desús investigacio-
nes se convenció de que, á pesar de la abundantísima bibliografía de
obras referentes á Marruecos, como muchas de las que se citan no tienen
valor alguno, por ser meros arreglos de obras anteriores ó narraciones
fantásticas de quienes vieron algo y contaron mucho, los datos con-
Bibliografía critica. 689
cretos no abundan, al menos hasta el punto de que se pudiera escri-
bir á conciencia la historia de este periodo sin dejar lagunas bastante
considerables. Por eso se dedicó al estudio de documentos que pudieran
servir á su objeto y, en vista del resultado satisfactorio, adoptando como
lema el principio sentado por Mark Pattison, de que la Historia no pue-
de escribirse con los manuscritos (ni sin los manuscritos), cambió de rum-
bo y se propuso coleccionar y publicar cuantos documentos referentes á
la historia de Marruecos en los cuatro siglos últimos pudiera encontrar
en los Archivos y Bibliotecas de Europa, y el tomo de que doy cuenta es
el primero de los que se propone y está publicando.
En una, no muy extensa, pero muy juiciosa Introducción, expone sus
ideas y plan propuesto. Hechas atinadas observaciones, que en parte he-
mos indicado, respecto á la, al parecer, abundantísima bibliografía de
Marruecos, pasa á enterar al lector de la marcha que el autor ha seguido
en sus investigaciones, primero en los puntos donde podían ser más fruc-
tuosas: Francia, Inglaterra y Países Bajos. Habiendo obtenido resulta-
dos, que no esperaba, apareció claro á su penetración que Marruecos
en los siglos xvi y xvii no fué, como sucede hoy, un Imperio cerrado en
lo posible á la comunicación con Europa, sino que estaba mezclado de
un modo activo á la vida marítima del Continente europeo, con negocia-
ciones diplomáticas con casi todas las potencias, de las cuales, especial-
mente i'e Francia, aparecen diplomáticos importantes, hasta ahora casi
completamente desconocidos. En vista de los resultados obtenidos, en vez
de poner en ejecución su plan primiljivo de escribir la historia de Ma-
rruecos, y aprovechar los nuevos descubrimientos, se decidió, con muy
buen acuerdo en mi sentir, á continuar el trabajo de investigación y pu-
blicarlo antes de proceder á intentar una síntesis histórica, con el con-
vencimiento de que el análisis previo no era completo ó, al menos,
muy abundante. Por lo visto, lo tiene preparado en parte, y supone
que los documentos formarán ellos solos 24 volúmenes, que, como dice
con razón, no podían ir como apéndices de la obra primeramente proyec-
tada; y es que cuando uno comienza un trabajo de investigación en ma-
teria para la cual está, al parecer, bien preparado, casi siempre resulta
que los datos y aspectos nuevos son más numerosos de lo que se había
creído.
El señor conde de Castries, al resolverse á publicar los documentos ó
fuentes inéditas do la Historia de Marruecos, se ha encontrado frente á
frente con el problema de si debía atenerse al sentido literal de la pala-
bra inéditas, 6 caMla. y era conveniente entenderla ó aplicarla de un modo
amplio, reproduciendo los documentos que, aunque publicados, ó por su
rareza ó por no estar bien publicados, no pueden aprovecharse en buenas
condiciones. Ha optado por publicarlos todos, y le felicitamos, aunque la
aplicación del principio ofrezca alguna vez la excesiva acumulación de
relaciones de un mismo suceso, como quizá suceda con la narración de la
derrota y muerte del rey D. Sebastián de Portugal.
690 Historia.

Entre los muchos problemas que tiene que resolver quien se propone
publicar documentos de diversa procedencia, es el saber si se han de
dar los documentos Íntegros y en la lengua original ó con traducción
á la lengua del pueblo para el cual principalmente se escribe, ó sólo en
extracto. El señor conde de Castries ha optado por la publicación Integra
de los documentos en la lengua original, añadiendo la traducción sólo á
los ducumentos redactados en árabe ó en neerlandés; pero, en obsequio
de los franceses, para quienes principalmente se publica la obra, se pone
á la cabeza del documento un resumen del contenido.
Según la mente del autor, la Colección de Fuentes inéditas de la His-
toria de Marruecos comprenderá tres series, á saber:
Primera serie.—Dinastía Saadi (Saadienne) de 1530 á 1660.
Segunda serie. » Filalí (Filalienne) de 1660 á 1757.
Tercera serie. » » i. de 1757 á 1845.
De modo, que cada serie comprenderá próximamente los documentos
referentes á un período de un siglo, periodos determinados ó marcados
por la historia de Marruecos.
Como todo el que tiene que transcribir nombres árabes en escritura
europea, el señor conde de Castries ha tenido que resolver la cuestión de
transcripción. Recordando oportunamente la opinión del insigne arabista
Bresnier, de que todos los sistemas de transcripción son defectuosos y
hasta perjudiciales, el autor opta por un procedimiento sencillo, prescin-
diendo de la aspiración, no siempre conseguida, de que los arabistas pue-
dan reconstituir la forma árabe en vista de la transcripción. Coincidiendo
nosotros en la misma tendencia, resulta que nuestro sistema de transcrip-
ción es casi el mismo, excepto en las dos letras •^Y respecto á las cua-
les no cabe avenencia entre españoles y no españoles, por el valor ó so-
nido especial que representa la letra latina j , que para nosotros tiene
el sonido de la letra árabe — y por los no españoles es pronunciada casi
como todos pronunciamos la letra ^.
El dar noticia, aunque fuera muy sumaria, de los documentos impor-
tantes contenidos en este volumen, sería exceder los limites concedidos á
estas reseñas bibliográficas: baste decir que contiene documentos corres-
pondientes á los años desde 1533 á 1578, alusivos á no pocos sucesos
concernientes á las relaciones de España con Marruecos, sucejos, muchos
de ellos, conocidos por muy pocos, de modo que los que hayan de tratar
de las relaciones de España con Marruecos en tiempo de Felipe II, debe-
rán manejar este tomo. Igualmente es de suponer quo les serán muy vitiles
los siguientes. Ei tomo que me ocupa no tiene más índice que el de do-
cumentos que están por orden cronológico. Como el tomo II, que está
en prensa, ha de comprender los documentos que faltan de esta serie
hasta el año 1660 y que proceden de los Archivos y Bibliotecas de Francia,
al fin del mismo se publicarán índices alfabéticos completos. Aunque el
Biblioerafía critica. 691

autor se propone dar también Índices generales de toda la obra, si llega


á poderla publicar por entero, con muy buen acuerdo, aunque á alguien
pudieran parecer inútiles los índices de partes de la obra, se propone re-
dactarlos para el más cómodo aprovechamiento de la misma.
F. CODERA.

JOAQUÍN MIEET Y SAHS: Négociations de Pierre IVd^Aragon avec la cour de Fran-


ce (1366-1361). Extrait de la Revue Hispanique, tome X I I I .

El distinguido historiador catalán Sr. Miret, utilizando los documen-


tos del Archivo de la corona de Aragón, ha estudiado menudamente las
negociaciones de Pedro IV con Enrique de Trastamara, D.Pedro el Cruel,
los reyes de Francia y Navarra, el Príncipe Negro y Du Guesclin. Ex-
cepto Zurita, que para la redacción de sus Anales se ve que utilizó los
documentos del referido Archivo, los demás historiadores, antiguos y mo-
dernos, hablan descuidado el utilizar debidamente esta copiosa fuente de
información. Tal circunstancia permite al Sr. Miret aducir multitud de
hechos completamente nuevos, que ilustran y aclaran grandemente tan
interesantes sucesos. La monografía está escrita con gran claridad y or-
den en la exposición.
E. 1. T R. i

JOSÉ RAMÓN MÉLIDA: Las esculturas del Cerro de los Santos. Cuestión de autenti-
cidad. Madrid, tipogra,fía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos,
1906, 25,50 X 17,50, 113 páginas, con láminas.

Desde hace algunos años, las esculturas descubiertas en el Cerro de


los Santos y en sus contornos han llamado la atención de eruditos espa-
ñoles y extranjeros, y en artículos, discursos y monografías, se ha tratado
de su importancia, clasiñcación y atitenticidad. Completa y aclara esta
interesante materia el estudio recientemente publicado por D. Josó Ra-
món Mélida, resultado de labor detenida y comparativa de aquellas pie-
zas artístico-arqueológicas, objeto de encontrados pareceres.
Cuando el Estado adquirió las esculturas del Cei-ro de los Santos, se
creyó que el Museo Arqueológico Nacional, en el que fueron colocadas,
entraba en posesión de un verdadero tesoro; pero pronto ocurrieron du-
das sobre su autenticidad. En esta oportunidad, el Sr. Mélida se encargó
«92 Historia.

oficialmente de su clasificación, como jefe de la sección primera de aquel


establecimiento, y del detenido estudio que hizo de aquellas antigüeda-
des, formó opinión propia, que hoy da á, conocer delun modo razonado y
con excelente método. «La contemplación constante de una cosa, dice el
Sr. Mélida, y más si ésta entraña un problema en cuya resolución tiene
el contemplador alguna responsabilidad, pesa mucho en uu espíritu ha-
bituado á observar y comparar. De aqui que yo, sin abordar la cuestión,
pues atendía ante todo á la reorganización de aquel departamento pues-
to bajo mi cuidado (en el que había ya miles de antigüedades de muy
distinto género, las cuales era necesario inventariar, catalogar y reins-
talar con arreglo á un nuevo plan sistemático), me habla ido formando
un criterio respecto de aquellos extraños objetos».
En el Diccionario enciclopédico hispano americano, indicó posterior-
mente su opinión de que las estatuas dudosas eran en muy corto nxime-
ro, y de que en punto á las inscripciones que en algunas de ellas figuran,
hay esperanza que en no lejano día se haga luz respecto de ellas. Estas
líneas eran el esbozo del estudio que desarrolla en la monografía que
ahora publica el Sr. Mélida.
Para el completo estudio de las antigüedades del Cerro de los Santos,
se puntualiza cómo fueron adquiridas y se examinan las Memorias en
que se da cuenta de la época y lugar de su hallazgo, adicionándolas con
nuevos datos y noticias aclaratorias. Como tienen extensa bibliografía,
dedica el Sr. Mélida algunas páginas al estudio de ésta, conociéndose así
en sus menores detalles el proceso de tan importantes descubrimientos.
El primer trabajo publicado en España débese al artista Sr. Díaz Aguado,
y fué escrito en 1860; el más reciente, á D. Antonio J. González, y está in-
serto en la revista Enseñanza Católica, en 1876. La sección extranjera es
importante, y comienza con un estudio del arqueólogo húngaro Henrla-
nann, titulado L'áge de fer, étude sur l'art gothique, y termina con la obra
de Fierre Paris, recientemente publicada. Este trabajo preliminar pre-
senta de un modo completo los antecedentes relativos á la autenticidad
y clasificación de las antigüedades del Cerro de los Santos y los juicios
emitidos sobre los mismos.
Se deduce, como conclusión más importante y casi única de tales tra-
bajos, que las esculturas auténticas del Cei'ro de los Santos son antirro-
manas, resolviendo que en su producción entraron tres elementos: uno
oriental, otro griego y otro ibérico. Después, al' examinar el Sr. Mélida
el célebre busto de Elche, que data del siglo v, cree que las esculturas
del Cerro de los Santos son de otro taller inferior, cuyo origen pudo ser
el taller de que salió aquel busto.
Concretado el estudio á las esculturas de la colección reunida en el
Museo Arqueológico Nacional, por haber sido la que motivó la cuestión
de autenticidad y ser la más numerosa, presenta todos los tipos y va-
riedades de las esculturas ibéricas, que denominanse«grupo bastetano».
Descríbense en la monografía objeto de estas líneas, doscientos do»
BibUoeratía crítica. 693

objetos que reconoce como auténticos. Es un notable trabajo crítico y


comparativo, y debe considerarse como definitivo respecto á la autenti­
cidad de las esculturas existentes en el Museo Arqueológico Nacional,
pudiendo servir de gula y de provechoso estudio para la clasificación de
las demás antigüedades de igual procedencia.
Las piezas que da como falsas el Sr. Mélida son en corto número y
las describe detalladamente en su notable monografía. Completa ésta un
trabajo sobre el tesoro ibérico de Javea, adquirido por el Gobierno con:
destino al Museo Arqueológico Nacional.
- . A. E . D i s M .
RCVISTn ÜE REVISTOS

Boletín de la Real Academia de la ca la publicada por Pedro de Mar-


Historia, tomo XLVIII, Marzo, 1906: ea y da una nueva interpretación
E l i MARQUÉS DE LAÜUENCÍN, Ho- de ella.
menaje, postumo á la duquesa de
ViUahei-mosa. Elogio de las cuali-
dades de la difunta Duquesa y de Boletín de la Comisión provincial de
los méritos coutraidos con la cien- monumentos históricos y artísticos de
cia histórica, merced á, la publica- Orense. Euero-Febrero, 1906: MAR-
ción de varias obras costeadas por CELO MACÍAS, Inscripción romana.
tan egregia señora, al par que por Publica una inscripción inédita
fundaciones destinadas á proteger existente en el pueblo de Pepin
las ciencias y donativos á nuestro (provincia de Lugo). — MANUEL
Museo Nacional de Pinturas.—A. DíEZ SANJURJO, Los caminos anti-
RODRÍGUEZ VILLA, Corresponden- guos y el itinerario núm. 18 de
cia de la infanta archiduquesa Antonino, en la provincia de Oren-
doña Isabel Clara Eugenia de Aus- se (continuación). El autor intenta
tria con el duque de Lerma. Conti- con nuevos datos rectificar las de-
tinúa este interesante epistolario; marcaciones de los conventos jurí-
la primera carta lleva la fecha de dicos de Asturias y Galicia, pro-
31 de Mayo de 1607; la última, de puestas por Hübner, el P. FIórez,
12 de Diciembre de l&QS.—Relacio- Saavedra y Barros Sivelo.—i3ocit-
nes entre España y Austria duran- mentos históricos, XLVII. Concillo
te él reinado de la emperatriz doña celebrado eu Burgos en 1107. El
Margarita, esposa del emperador limo. Sr. Obispo de Lugo, D . Beni-
Leopoldo I. Informe laudatorio del to Murúa, ha mandado fotografiar
libro publicado con este titulo por este pergamino inédito, existente
D. W. R. de Villa-Urrutia.—P. en el Archivo de la catedral de
FIDEL FITA, Lápidas ¡lebreas y ro- Lugo; de él pablica este número
manas. Publica las transcripciones del Boletín una reproducción en
y lectura de varias lápidas encon- lámina aparte; el Sr. Macías da
tradas en Mahón, Buñola, Gerona, una transcripción de él.—XLVIII.
Barcelona, Prats del Rey y Gui- Donación hecha por el presbítero
sona.—F. TORRES AMAT, Inscrip- Auterigo al Monasterio de Santa
ción romana de Badalona. Rectifi- Cristina de Ribas de Sil, e a la era
Revista de revistas. 69S

914, año 876.—XLVIX. Sentencia A. JIMÉNEZ SOLER, La corona de


de Alfonso I X en favor del Monas- Aragón y Granada de 1295 á 1305
terio de San Esteban de Ribas de (continuación). Sigue este intere-
Sil, era 1258. Transcripción de am- sante estudio, avalorado con la pu-
bos documentos por D. Arturo Váz- blicación de documentos cristianos
quez Niiñez. y arábigos. — JOAQUÍN BOTET Y
SISÓ, Cartoral de Caries Many
(continuación). Comprende indica-
Boletín de la Real Academia de Bue- ciones del contenido de los docu-
nas Letras, Barcelona, núm. 2 1 . mentos desde 1035 á 1058.
Enero á Marzo de 1906: FR. FAUS-
TINO D. GAZULLA, LOS reyes de
Aragón y la Purísima Concepción Boletín de la Sociedad Castellana de
de Maria Santísima. Continúa este Excursiones, V a l l a d o l i d . E n e r o ,
estudio encaminado á probar la de- 1906: NARCISO ALONSO A. CORTÉS,
voción de los monarcas aragoneses Visitas y paseos x>or Valladolid:
á la Virgen; por vía de apéndice colegios de ingleses y escoceses é
publica el autor dos documentos iglesia de San Antonio Abad, vulgo
referentes al asunto, un acuerdo San Antón. Descripción, con gra-
del obispo y Capítulo de la Seo de bados, de estos monumentos.—N.
Barcelona en 1281^ estableciendo ALONSO A. CORTÉS, Noticias de
que se celebre la fecha de la Con- una corte literaria. Termina este
cepción en esta ciudad y su obis- estudio, que contieno datos biográ-
pado y otro documento de 1389 en ficos y bibliográficos de escritores
el que D. Juan I de Aragón otor- vallisoletanos ó quo allí estudia-
ga algunas concesiones á los co- r o n . — A . DE NICOLÁS, Portillo.
frades de Barcelona.—JOAQUÍN M I - Continiia la descripción del famo-
RBT T SANS, Continúa la publica- so castillo donde estuvo preso don
ción del Itinerario de Pedro I de Alvaro de Luna.—A. SALAS, Bese-
Cataluña, II de 4?'a,9Ó?v comprende ña de los documentos históricos iné-
este fascículo desde el año 1202 al ditos actualmente existentes en los
120!; son de gran interés los suce- archivos eclesiástico y municipal
sos ocurridos en estos años, entre de la villa de Dueñas (continua-
ellos el matrimonio del monarca; ción).
el Sr. Miret no se limita á dar nota
de las fechas y lugares recorridos,
sino que aduce eruditas y muy dis- España y América, Madrid, año iv,
cretas consideraciones acerca de i mimeros 2, 3 , 4 y 5, correspondien-
los sucesos ocurridos.—F. CARRB- ; tes al 1 5 de Enero, 1.° y 1 5 de Fe-
EAS Y CANDI, Caciquisme politich brero y 1.° de Marzo, 1906: P. E.
en lo segle XIII (continuación). El NAA'^ARRO, Documentos indispensa-
autor refiere los incidentes del pro- bles para la verdadera historia de
ceso formado á Pedro de Palau, Filipinas. Prosigue el estudio co-
oficial del Bayle real, en el reina- menzado en el número 1." y dedi-
do de Pedro I I I el Grande; contie-
cado principalmente á narrar con
ne muchos y muy curiosos datos.—
nuevas fuentes la guerra sostei4:._
696 Historia,
da en Filipinas contra los ingleses NEZ, Historia del Estado de Capi-
en 1762 por los españoles. lla (continuación). Relación de al-
gunos hombrv^s notables de Zarza
Capilla.-E. ESCOBAR PRIETO, Gá-
La España Moderna. Madrid. Enero, listeo, Continúa la publicación de
1906: J . PÉREZ DE GÜZMÁX, La car- apuntes históricos de este pueblo.
tera de Gravina. Noticias curiosas
sobre los cuadros, estampas, libros,
poesías, cartas y papeles varios que Revista Gallega, Coruña, 13 Enero,
hoy quedan del célebre general de 1906: Las letras gallegas en Améri-
Marina.—G. PARÍS, Los siete in- ca. Noticias de literatos y publica-
fantes de Lara. Traducción al cas- ciones gallegas actuales en varias
tellano de este conocido artículo.— naciones americanas. — San Mar-
J. ECHEGARAY, Recuerdos. Conti- cial. Reproduce la proclama que
núan las Memorias del popular dra- firmó Wellington en 4 de Septiem-
maturgo en este y en el siguiente bre de 1813, á consecuencia del
número. — Febrero. E. GONZÁLEZ combate de San Marcial (Guipúz-
BLANCO, La evolución histórica del coa), en que se distinguió el regi-
signo de la Cruz.—11. DE LA VILLE miento 4." español, la carta de
DE MIRMOXT, España fuera de Es- gracias que el Ayuntamiento de
paña.—Cicerón y los españoles. Ar- Santiago dirigió al general Inglés ,
tículo traducido, que antes se pu- y la contestación de éste, documen-'j
blicó en el Bulletin Hispanique. — tos de que hay raros ejemplares.— ;
Marzo. P . SANGRO, El alcoholismo 3 y 10 Marzo. Historia de Ribadeo.
en la poesia clásica española, = Breves noticias.=24Marzo. A. DEL
Abril. J. PÉREZ DE GÜZMÁN, Las úl- CASTILLO, Una lápida sepulcral.
timas negociaciones de matrimo- Existe en el convento de Santo Do-
nios regios entre Inglaterra y Es- mingo (Coruña). Es del primer ter-
paña (continúa en Mayo y Junio).= cio del siglo xvxi y se refiere á un
Mayo. RODRIGO AMADOR DE LOS tal Leitón, médico de la Audiencia
RÍOS, Madrid en 1833. Noticias y probablemente de la Armada ga-
sobre las sillas de posta, diligencias, llega (1628-1650.)
mensajerías, casas de huéspedes,
fondas, calles, aguadores, merca-
dos y t;endas.=Junio. J. JUDERÍAS,
Una boda regia á principios del Revista general de Marina, Madrid.
Enero, 1906: ALCALÁ GALIANO, El
siglo XVII. Se reñere á la de Feli-
pe III con Margarita de Austria. combate de Trafalgar.
Descripción de la ceremonia y
fiestas.
Revista de Huesca, tomo I, núme-
ro 6: G . GARCÍA CIPRÉS, La arqui-
tectura en Aragón en el siglo XIII
Revista de Extremadura, Cáceres. conclusión). Demuestra el autor
Enero, 1906: E . ESCOBAR T PRIETO, el esplendor alcanzado por el arte
Gálisteo. Apuntes históricos de este románico en algunos monumentos
pueblo.=Febrero. N. PÉREZ JIMÉ- aragoneses y cómo en ellos ae reali-
Revista de revistas. 697

zó la fxisióu de aquel estilo con el EDICIÓN RECIENTE DEL LIBRO DE P I N y


ojival, sin que disminuyera la be- SOLER ASI TITULADO.—M. KODUH.UEZ
lleza de las foimas arquitectónicas. CODOLÁ, Un álbum para el empe-
G. LLABEÉS, El anillo de Pedro I rador de Alemania. E S EL QUE LE
de Aragón. líxandna el autor ar- (LEDICA EL REGIMIENTO DE DRAGOBAS
queológicamente aquella joya que DE NUMANCIA.
hoy figura en las colecciones de la
Casa Real, y prueba con testimo-
nios fidedignos que perteneció al Portugalia, Porto, touio 11, f.iscí-
conquistador do Huesca.—¿íes- via- cuio 2: II. ALCALDE LEL Rio, Las
jes regios á Huesca: Jaime I y Al- pinturas y grabados de las caver-
fonso Xni (1224-1903). Oportunas nas preliislóricas de M Provincia
consideraciones sobre el distinto de Santander. Ariiculo exuCuso ó
carácter de uno y otro viaje re- importante, ilustrado coa graba-
gios, ilustradas con algunas notas dos excelentes, acerca de ¡as famo-
y la transcripción deia Crónica de sas pinturas cuya roiviudicación
Jaime I en la parte que á aquel via- hizo recientemente Cüilailhuc e n
je se refiere.—Ordenanzas muni- un estudio muy detenido, coiioide-
cipales de Huesca del siglo XUI. ránáolas en hi mismas y compara-
Copia de este documento existente das con las descubieiias on varias-
en el archivo de la ciudad.—Crono- localidades de Francia (véase sobre
logía de los jueces de Teruel (1176 á esto último un articulo ue 11. DE-
1505). Estudio del códice D. 60 de PASSILLÉ, Vart en Gaule ¿i Vépoque
la Biblioteca Nacional, del cual es préliistorique, publicado en La
transcripta la relación de jueces Revue des idees, 15 Mii^o 1906.)
de la ciudad turclense durante los
siglos XIII, xiv y XV.
Archivio Storico Italiana, 1905,
Disp. I: E. R o B i o K l , Una rni.iión
Revista ibera de ex-iibris, Barcelo- ignorada de un enviado del duque
na, 190,5, mim. 1." Publicado con de Parma, P'rancesco Farnese, cer-
gran retraso este uúiuoro contiene ca del gran duque CoMiie III, con
tres láminas, 31 grabados en el motivo de las negociaciones rela-
texto y los siguientes artículos: R. tivas á la sucesión do España. El
MIGUEL, EX libris corporatius
autor publica el texto do la ins-
(Academias, Biblioiecas, Socieda- trucción dada al P. Kossi, de Pla-
des, etc.).—-EZ ex libris de D. Al- sencia, el 15 de Abril de 1098.
fonso Gallardo.—F. G. MUÑOZ, ¿Un
ex-libris de Goya? Se refiere al que
cita como dudoso el conde de la Vi- Rivista di Storia Antica, año x, fas-
naza en su libro sobre Goya..—Ex- cículo 1, 1905: N . FELICÍANI, Estu-
libris mejicanos.—I. Di-i JANBR, El dios sobre la geografía antigua de
exlibris dd cardenal Boxadors \ España. Harto interesante es el
(siglo X V I I I ) . - L . M . F o L C H , Exli- trabajo que encabeza estas líneas.
bris modernos.—El arte en el libro: En él estudia Feliciani tres cues-
«Sonets d'uns y altres». Alude á la tiones referentes á la geografía an-
CtJLTUKA
45 1
698 Historia.
tigua de nuestra patria: situa- en Andalucía la antigua Munda. —
ción geográfica de Munda, en don- Empieza el autor por establecer la
de César obtuvo la victoria contra identificación de la Munda citada
los hijos de Pompeyo; población de por Livio (XXIV, 42) como campo
la Península ibérica á fines del si- de batalla entre romanos y carta-
glo III, a. de J . C , y, finalmente, ginescj en el 214 a. de J. C , y la
los limites de la España Citerior y que en el 45 a. de J. C. fué testigo
Ulterior. de la victoria de César sobre los I
Mas antes de entrar el autor en hijos de Pompeyo.
el estudio de los referidos puntos, Dejando á un lado los pesimismos
hace notar la confusión que se ofre- de Hübner sobre toda investiga-
ce á todo el que investiga sobre su- ción relativa á la posición de Mun-
cesos históricos del período de la da, el autor confía en que, después
segunda guerra púnica; señala con de nuevas excavaciones y descu-
acierto las causas de los errores que brimientos realizados entre las rui-
en la historia de ese periodo se han nas de esta gran ciudad, quizá se
introducido, haciéndolos provenir logre encontrar alguna inscripción
de las contradictorias noticias de ó algún trozo de monumento que
nuestras fuentes; do la costumbre nos hablen con elocuencia de aque-
que los escritores griegos tenian de lla antigua ciudad. Por eso enca-
desfigurar los nombres por amor á rece á los cultivadores de la anti-
la eufonía; de las influencias lin- güedad española la necesidad de
güisticas de los varios pueblos con- frugare per trovare.
quistadores de la Península, y de Examina después las opiniones
los errores materiales cometidos de los que han escrito sobre el
por los eseritoros de segunda mano, asunto, y empieza por descartar,
entre los cuales debe contarse el con Macario Fariña del Corral y
mismo E s t r a b Ó D , por lo que hace á Pérez Bayer, la creencia existente
la descripción de España; y des- en tiempo de Ocampo, de Rodrigo
pués de reconocer lo abundantes Caro y de Morales, sobre la identi-
que son en lapsus de carácter geo- ficación de Munda con el actual
gráfico en los grandes repertorios pueblo de Monda, situado en la
que mayor fama han alcanzado y provincia de Málaga, en el distrito
van á manos de los estudiosos, lla- de Coín, á corta distancia de la sie-
ma la atención de éstos, excitándo- rra de Mijas. La razón es obvia: en
los al estudio de cuestiones tan des- el territorio del moderno Monda no
cuidadas al presente é indispensa- podian ejecutarse las evoluciones y
bles, sin duda alguna, p a r a el es- movimientos tácticos de ejércitos
clarecimiento de la historia anti- tan considerables como eran los de
gua de nuestra patria. César y de los hijos de Pompeyo.
Dos importantes testimonios de Es-
Intentaremos hacer un ligero ex-
trabón (III, 141) y Plinio (III, 12)
tracto de las cuestiones tratadas
refutan la identificación de Monda
por Feliciani:
con Munda. Según Estrabón, Mun-
1. Situación geográfica de Mun-
da se halla situada á 1.400 estadios
da ó, en otros términos, cuál de de Carteya, que equivalen á 258 ki.
nuestras poblaciones actuales es
Revista de revistas- 699
lómetros: Monda dista de El Boca- guna, hallarse al S. del Genil, sino
dillo (la antigua Carteya) sólo 72 que debe buscarse en la provincia
kilómetros. Plinio coloca á Munda de Córdoba ó en sus cercanías.
en el conventus Astigitanus, entre A. Carrasco, en el Boletín de la
las actuales poblaciones de Espejo, Real Academia de la Historia, to-
provincia de Córdoba, y Osuna, mo XLII, cuaderno V, página 405,
provincia de Sevilla. acoge las conclusiones de Sánchez
En 1857, Rafael Atienza y Huer- Molero, y cree que MontiHa es la lo-
tos publicaba la Micnda de los ro- calidad cerca de la cual existió
manos y su concordancia con la Munda. Esta misma hipótesis es la
ciudad de J?o?!cía.-sostiénese en esta que acepta é intenta demostrar Fe-
obra la identificación de Munda liciani.
con Ronda, hipótesis del todo insos- Montilla es un pueblo distante
tenible, pues Ronda es la antigua seis leguas, próximamente, de Cór-
Arunda. En 1861, los hermanos .Jo- doba, y situado entro Espejo y Osu-
sé y Manuel Oliver Hurtado publi- na, posición que concuerda con la
caron un docto trabajo titulado que se atribuye á Mtmda eu el pa-
Munda Pompeyana; con esta obra saje de Plinio. En sus cercanías
se destruyeron muchos errores, y existe una vasta llanura surcada
entre ellos el de identificar á Mun- por un modesto torrente (el rivus,
da con Ronda; pero dejaron afir- citado en el Bell, hispan., capítu-
mada en ella sus autores la proba- lo XXIX). A su alrededor hay mu-
ble identificación de Munda con chas colinas y se halla de perfecto
Ronda la Vieja, situada á dos le- acuerdo con la narración de Irzio;
guas de Ronda. Esta hipótesis debe además, sólo una batalla dada en
ser desechada por hallarse en opo- las cercanías de Montilla podia te-
sición con los pasajes citados de Es- ner como consecuencia inmediata
trabón y de Plinio, que el autor latoma déla gran ciudad deCórdo-
juzga capitales en este asunto. En ba, por la corta distancia que la se-
1866, Anreliano Fernández Guerra, para de Montilla. La batalla debió
en su Munda Pompeyana, desecha de darse á la derecha del Genil. Es-
las hipótesis anteriormente expues- trabón, ó mejor, Posidonio, que es
tos y aboga por la identificación de su fuenteenesta partede su obra,al
Munda con la colina de la Rosa decirnos que Munda distaba 1.400
Alta, situada entre Osuna, Los Co- estadios de Carteya, debía referirse
rrales y Cazalla, Feliciani califica auna medida hecha sobre el camino
de inadmisible esta hipótesis por que desde Carteya, pasando no le-
pugnar, como la anterior, con los jos de la costa, llegaba á Málaga, y
testimonios de Estrabón y Plinio. de allí á Cortijo de Escaña, Ante-
En 1867, el comandante de Estado quera, Aguilar de la Frontera y
Mayor, I. M. Sánchez Molero, en su Montemayor, cerca del cual, en la
trabajo Breve reseña de las cam- dirección SE., se encuentra la ac-
pañas de Cayo Julio César en Es- tual Montilla. Si advertimos que, si-
paña y examen critico de la si- guiendo la ruta indicada, desde El
tuación de Munda, demuestra que Rocadillo (la antigua Carteya) has-
Munda no puede, en manera al- ta Montilla, median 252 kilómetros,
700 Historia.
correspondientes á los l.JOÜ esta- timo treintenio del siglo i después
dios de Estraijón, será justo con- de J. C , cuando Piinio era procu-
cluir que Muuda debió de existir rator de la Tarraconense. Ahora
en las cercanias do Montilla. bien; la palabra capita libera debe
El autor declara, por fin, que al expresar la población entera del
exponer su opinión y proporcionar cnnücufua y uo de tina sola clase,
los datos que preceden, sólo intenta es¿o es, la de los adultos, como po-
atraer á loseatadiosos al terreiio de dria creerse. Pitra determinar la
lina discusión serena que quizá los extensión de los t r e s conventus
pusiese de acuerdo sobre esta gra- mencionados, puedo concedérseles
ve é interesantísima cuestión de ¡a de 8,ó.00U kilómetros cuadrados.
geografía antigua. Dividiendo ahora 691.000 (número
II. Población da la Península total de la población de los tres
ibérica á fiaes dei siglo la antes de conventusj por 85.ÜÜ0 kilómetros
Jesucristo.—Parce Feliciani de los cuadrados, venimos á tener una po-
dutos que le proporcionan los estu- blación relativa de poco más de 8
dios más recientes del gvsneral ruso capita libera por kilómetro cuadra-
Strelbitbky sobre la extensión de la do. Suponiendo la misma densidad
Península ibérica, que la hacen as- para toda la Península, y multipli-
cender á 590-211 kilómetro.^ cua- cando por 8 la superficie total de
olla, tendremos una población ge-
drados. Distribuidos éstos entre las
neral de cerca de 5 millones de ca-
tres provincias romanas de la Pe-
pita libera, y aun se puede llegar
nínsula en la época imperial, re-
basca 6 milioues si ponemos una
sulta:
Kilóinetro.s
densidad media un poco mayor que
cuadrados. la establecida para los tres conven-
tus citados.
Bélica 80.000
Tarraconense... .3.S0.000 Fácilmente se explica qne Pliuio,
Lusitania 130.000 con las palabras capita libera, no
Lamentanlo la falta de indica- quiere significar tan sólo los adul-
ciones sobre el número de habitan- tos, sino la población (íntera; de
tes de la Península cu aquel tiem- otra suerte, habría que triplicar el
po, acepta las de Pliuio sobre tre.?número, dando por resultado una
distritos de la Tarraconense, en población do 18 millones de habi-
esta forma: tantes: y sabido ei que España, en
Capita el apogeo de su poder, cn la segun-
libera. da mitad del siglo xvi. tenía una
población que uo excedía de 8 mi-
Conventus de .4.stnrica .. 210.000 llones.
Conventus de Lucus An-
gustí 160.000 Si tenemos presente que algunos
Conventus de Bracara... 285.000 decenios después de la conquista
TOTAL. 691.000 romana e x i s t i ó en la Península
cierta corriente inmigratoria de
• Según Feliciani, estas cifras de- itálicos, que tanto debió contribuir
ben referirse á un censo provincial á aumentar su población: si recor-
hecho en los primeros años del úl- damos las empeñadas y largas lu-
Revista de revistas. 7011
chas del último treinteuio del si- Hacia el 197 a. de J. C, las pose-
glo III a. de J. C , luchas á las cua- siones romanas de E s p r ü a com-
les daba España entera importante prendían una larguísima Huea que
tributo de hombres y de dinero; y desde el cabo de Crexis lloraba has-
si, por fin, no olvidamos las levas ta cerca del O. de las bocas dol
continuas y numerosas que los vc- Brteíí.s. Su superficie ora poco más
ehitadores cartagineses hacían eu ó menos un tercio de la Península
el suelo ibérico para alimentar la entera, esto es, unos 200.000 kiló-
guerra contra Roma, fricil nos será, metros cuadrados próximamente.
venir á la conclusión de quo la Pe- Durantela conquista (2IH-206 an-
nínsula ibérica, hacia fines del si- tes de J. C.), como divisiones terri-
glo iii y eu los primeros años del toriales de los países sojuzgados,
siglo II a. de J. C , no debía de te- los romanos aceptaron la de cis y
ner sino una población oscilante citra Iliberum, la misma división
entre Ins tres.ó los tres y medio mi- que ya antes del 21.3 a. de J. O.
llones de habitantes. Tal es la con- había servido para distiuguir los
secuencia que emana lógicamente territorios sujetos á la influencia
de los datos do nuestra tradición romana, délos dominados por car-
histórica y geográfica. tagineses.
n i . Limites de la España Cite- Refuta á continuación el autor
r i o r y de la España ÍJÍÍCJ-ÍOÍ-.—Para las opiniones de Hübner (1) y de
dar una idea completa de la do- W. T. Broiribb (2), los cuales sos-
minación romana en la Peninwla tienen que el Ebro fué la frontera
ibérica, al tiempo de la formación de las dos provincias (."), pues con-
de las dos provincias (197a.de J. C), trasta con muihos pasajes de Livio,
pasando por alto la dependoncin Eobra todo, con el XXXIV, 10, ñ, en
nominal de algunas tribus situadas el cual se ve claramente que en
en las regiones del centrn, basta 196 a. de J. O., IllUnrois (Ubeda ó
imaginar una linea que, desde las Andúj.ar el Viejo), tituada en el
fuentes del GaUwuif, vaya cerca del
curso medio del S a c r o (hoy Júoar),
y de allí cevea de las bncaí d*'l Bae- (1) E. Hübner: vol. II del C. I. L.
Sujiplemeniínn, pág. 84.
t i s (Guadalquivir). Todo el territo-
(2) W. T. Brodribb: The Eiici/do-
rio situado á la derecha do esta li- 27aedia Britavvica. Chicago, 1891, V,
nea imaginaria puede considerarse XXII, pág. 307.
como más ó menos sujeto á loi ro- (u) Altamira, cu su Ilidoria de Es-
manos hacíalos primeros años del, ¡'••n'ia 7/ de la clviUzaciúii. espafiola,
siglo II a. de J. C. E'\ cuanto á laSj tomo I, pág. 101, ya hizo notar que,
regiones situadas á la izquierda de auuque el Ebro sirvió de punto de
aquella línea, algunas de las más partida para la deno:ii¡nación de las
vecinas pueden considerarse como dos provlucias en Citerior y Ulterior,
nominalmcntc sujetas y tributa- 11(1 liizo do fi'Ontera entre ellas: que la
tarias; pero todas las otras hacia e' vurdadera línea de demarcación par-
tía del rio Duero y bajaba á encon-
centro y hacia el XO., sobro todo,
trar la ciudad de Cástulo (Oazorla),
no sufrieron hasta mucho más tar- eu Andalucía, siendo, por tanto, no
de la influencia romana. paralela, sino perpendicular al Ebro.
702 Historia.
curso medio dol Baet/s (Guadalqui- los celtíberos, bastetanos y oreta-
vir), se hallaba en la Citerior. Ade- nos, sin embargo, puede ser indi-
más, la capital de esta última pro- cado con una linea muy irregular,
vincia fué en un principio Carta- que desde las fuentes del Gallego |
gena y no Tarragona. En conse- descienda ea dirección al curso me-
cuencia, no pudo ser el Ebro fron- dio del Júcar, y de aqui llegue has- ;
tera de aquellas dos provincias ro- ta cerca de Illiturgis (Ubeda). El
manas. límite oriental de la Citerior era la
Lamentando el autor la escasez costa oriental déla Península des- j
de datos que respecto de la cues- de el Pyrencs prnmontorium hasta
tión por resolver se observa en las Vera (provincia de Almería). Car-
obras de Estrabón y Plinio, pasa á tagena fué la capital de la Citerior.
dar una ligera idea de los límites Hispaiiia Ulterior. Comprendía,
de las dos provincias romanas en poco más ó menos, los actuales te-
esta forma: rritorios de Granada, gran parte de
líi.spania Citerior. Comprendía, las dos provincias de Sevilla y de
poco más ó menos, los territorios Córdoba y la parte meridional de
actuales de Cataluña, gran parte la provincia de Jaén. El conf in sep-
de Aragón, las provincias de Va- tentrional de la Ulterior es el me-
lencia y de Murcia, una pequeña ridional de la Citerior, esto es, lUi-
parte de Castilla la Nueva y de las turgis-saltus Castulonensis - Baria
regiones septentrionales de la pro- (Ubeda-Sierra de Segura-Vera).
vincia de Jaén. El confín septen- Por el O. la provincia Ulterior
trional de la Citerior, hacia el 197 no puede tener limites definidos y
a. de J. C , debió de hallarse algo exactos, pues de continuo cambia-
máá al E. de Oyarzun (1), esto es, ban con las frecuentes invasiones
sobre las orillas del Gallego, que de los celtas y lusitanos; quizá los
era, según parece, el límite occi- romano."! en sus doninios no llega-
deutal del territorio de los Tlérge- ron mucho más allá de la orilla de-
tes. El límite meridional de la Cite- recha del curso inferior del Baetis
rior podría representarse con un» (Guadalquivir).
linca que, desde las cercanías de Feliciani croe que fué Córdoba la
Illiturgis (Ubeda ó Andújar el Vie capital de la Hispania Ulterior,
jo), y pasando por el aaltus Castu- contra la o p i n i ó n de Rossew
lonensis (hoy Sierra de Segura, Saint Hilaire y de Smith, que dicen
según Hübner) llegase hasta cerca fué Cádiz. Opina también el autor
de Baria (Vera). que en los primeros tiempos quizá
El confín occidental de la Cite- no existiese una capital fija. Con
rior, aunque uo puede fljarfo de esto termina Feliciani el trabajo
manera exacta, por las frecuentes arriba indicado, y nosotros, insis-
modificaciones que le hicieron su- tiendo en los mismos deseos del
frir las luchas entre los romanos y autor, hacemos votos porque se
despierto en nuestra patria y se
avivo el entusiasmo de los estudio-
(\) Oyarzun, pueblo situado á po-
sos hacia esta clase de investiga-
cos kilómetros al E. de Saü Sebastián.
Fase. 2. ciones, indispensables para conocer
Revista de revistas. 703
debidamente n u e s t r o pasado.— , Nebridio (Egara), que San Isidoro
P. L. B. 1 cita en iViDeVirisillustribus.-T>OT>í
THÉODORB N É V B , Le Concite de
Archives marocaines, Enero, 1 9 0 6 : Trente. A propósito de la publica-
i
Influence des langues berhtre et es- ción del tomo IVdel Concilium Tri-
i
pagnole sur le dialecte árabe ma- dentinum por la Gorresgesellscfiaft,
i
rocain. Esta revista es importante que contiene la parte primera de
]
para el estudio de las instituciones las Actas (tres sesiones), precedida
;
sociales de Marruecos. de toda la documentación prepara-
toria del Concilio (1515 1545), el au-
tor estudia la complicada cuestión
Journal des Savants, Paris, Febre- relativa á las largas demoras que
ro: HBNKI FiioiDBVAUX presenta 6, sufrió su celebración y la parte de
los lectores del Journal la reciente - responsabilidad que en ellas cupo
obra Mudes critiques sur la vie de á la enemistad entre Carlos V y
Colomb avant ses découvcrtes (Pa- , Francisco I. í
ris.Welter 1 9 0 5 ) . \

j Revue des Cours et Conférences,


Journal Asiatique, Paris, Noviem- \ núms. 18,20,23 (2.=^ serie), 14 année:
bre-Diciembre, 1905:E.E,BVILLOUT, i CH. SEIGNOBOS, Les Pays Bas es-
Nouvelle étude jurídico economique pagnols et les Provinces-Unies.
surlesinscripitionsd'Amte7i.(Y.suna, Continúa el trabajo de que nos
Memoria leida en la Academia de ocupamos en nuestro último núme-
Inscripciones). — ALEXIS MALLON, ro. En los fascículos arriba citados
Ibn Al-Assal.—Les trois écrivains estudia la organización interior
Jiom
cZfi ce (con textos á: abes). ' de las Provincias Unidas hasta la
tregua de 1609, los partidos y dis-
i
cordias de 1609 á 165U, los Países
Bajos bajo el Archiduque y la gue-
Revue Bénédictine, Maredsous (Bel- ;
rra de los treinta años.
gica). Abril, 1 9 0 6 : D . HBNRI QÜBN-
TiN, Elpidius, évéque de Huesca, et'
les souscriptions du deuxiéme Con- Revue Critique d'Histoire et de Lit-
cité de Toléde. Apoyándose en el terature, Paris, 15 Enero 1906: Juz-
texto del Concilio II de Toledo, tal ; ga el reciente libro de M. Irénée
como aparece en la colección del ; Lameire, Les occupations militai-
Manuscrito de Novara, rectifica el ; res en Espagne pendant les guerres
autor algunos errores de nuestros i de rancien droit (París, libr. Rous-
historiadores eclesiásticos y revela ; seau, 1905), y, á vuelta de algunos
la existencia de un obispo oséense, ' elogios, lamenta que el autor no
Elpidio, anterior al más antiguo en ' haya apurado los archivos doudo
los episcopologios conocidos, es de- ' tiene elementos inéditos que ha-
cir, anterior á Gabinio, que suscri-1 brían avalorado la obra; la cual,
bió en 5 8 9 el III Concilio toledano. í por otra parte, no deja de presen-
Demuestra además que Elpidio fué | tar documentos hasta ahora deseo-
hermano de otros tres obispos: Jus- ;
tiniano (Valencia), Justo (Urgel) y •
704 Historia.
nocidos.—En el fascículo de 19 de nografía de W. Roscher acerca del
F e b r e r o c o n s i d e r a la obra del sistema colonial español, traducida
P. Suau, Saint Francois de Dorgia y anotada por E. Gaylord Bourne
(París, Lecof fre, 1905), como la más (Tlie Spanisli colonial system. New
notable biografía del tercer gene- York, 1904, 48 págs.). El crítico
ral de los jesuítas El P. Suau ha hace notar que todo estudio de esta
utilizado, aparte los de Francia y naturaleza será deficiente, mien-
Roma, los archivos del duque de tras no repose en el conocimiento
Osuna y Simancas. de los muchos documentos inéditos
que aiin guardan los archivos espa-
Political Science Quarterly, Marzr-: ñoles. Lo más importante de la tra-
En la FBcción, titulada Boolc notes, ducción son las notas de Gaylord
publica una breve critica de la mo- Bourne.

(5=
NOTICIAS

El archivero del Ayuntamiento de Santiago (Galicia), ha comenzado


á publicar una serie de monografías históricas tituladas Notas compos-
telanas. Los cuatro primeros cuadernos del tomo I tratan de la historia
del periodismo santiagués.
Por iniciativa del ministro de los Estados Unidos en la República de
Colombia,se ha convocado á un certamen para premiar Memorias—cuyoH
autores han de ser alumnos de los Colegios y Universidades americanas—
sobre varios temas, de los cuales mencionamos los siguientes por su ca-
rácter histórico:
1° La infiuencia y las condiciones que contribuyeron á la indepen-
dencia y establecimiento de las Repúblicas Sudamericanas.
2.° La influencia y condiciones que contribuyeron á la independencia
y establecimiento de las Repúblicas de la América Central y de México.
3.° El carácter y las proezas de Bolívar, según se muestran en la
lucha por la independencia de la parte Norte de la América del Sur.
4.° El carácter y las proezas de San Martín, según se muestran en la
lucha por la independencia de la parte Sur de Sud América,
5.° Las condiciones que rodearon y las circunstancias que infiuyeron
en el destronamiento del Imperio y establecimiento de la República en
el Brasil.
La Real Academia de la Historia ha publicado el cartel de sus pre-
mios para el próximo año de 1907. Comprende; el premio á la virtiid y el
premio al talento de la Institución Fermín Caballero; el del marqués de
Aledo, cuyo tema es: «Historia civil, politica, administrativa, jiidicial y
militar de la ciudad de Murcia y de sus alrededores, desdo la reconquista
de la misma por D. Jaime I de Aragón á la mayoría do edad de D. Al-
fonso XIII»; el del barón de Santa Cruz, para una «Historia de la geo-
grafía de la Península española» y el del duque de Loubat, para la obra
más acabada de Historia, Geografía, Arqueología, Lingüistica, Etnología
ó Numismática de cualquiera de las regiones del Nuevo Mundo.
También ha publicado la Real Academia de Ciencias Morales y Po-
líticas el anuncio del concurso de «Derecho consuetudinario y economía
popular de España» para 1907.
En los números de 21 y 26 de Marzo y 2 de Abril del diario madri-
706 Historia.

leño La Época, se hau impreso los capítulos tercero, cuarto y quinto del
estudio del Sr. Becker sobre ün proyecto matrimonial (el de Fernan-
do VII, que ya se citó en nuestro anterior número, página 369.)
En el emplazamiento de la antigua Emporion, se han descubierto las
ruinas de un templo romano con uu columbarium.
La rica biblioteca del Sr. Gómez de Arteche, en que figura una co-
piosa colección de documentos históricos de comienzos del siglo xix, va á
ser incorporada, por compra, á la del Senado.
-tf- En Calaceite (provincia de Teruel) se están practicando excavacio-
nes en algunos cementerios antiguos, habiendo encontrado hachas de
silex, objetos de bronce y utensilios preromanos y un fragmento de ins-
cripción ibérica que publica el Boletín de la Academia déla Historia ea
el fascículo de Marzo último. Dirige las excavaciones el vecino de Cala-
ceite D. Juan Cabré.
D. Fernando de Sagarra ha publicado un esttidio sobre los descubri-
mientos arqueológicos de Puig Casuar (provincia de Barcelona). Los ob-
jetos encontrados, interesantes y en crecido número, pertenecen á una
estación, indudablemente pre-romana (neolítica).
D. José Soler y Palet, en su acto de ingreso en la Real Academia de
buenas letrfcs de Barcelona, ha leído un discurso titulado Contribució ala
historia antiga de Catalunya. Egara, Terrassa. Su objeto es concretar
lo que han dicho de esta importante ciudad romana los geógrafos é
historiadores antiguos, fijar su emplazamiento y probable fecha de su des-
aparición y subsiguiente aparición de la moderna Tarrasa.
La prensa de Barcelona se ha ocupado de la conveniencia de trasla-
dar el Museo provincial de Antigüedades al Palacio de la Diputación
provincial, que reúne condiciones para su debida instalación, dada la im-
portancia que hoy ha alcanzado.
Entre los artículos publicados, merece especial mención el escrito por
D. Adolfo Alegret, quien dice:
«El Museo provincial, establecido en la Real capilla de Santa Águe-
da, se ha desarrollado desÜe l.'s79 con los escasos fondos de que se puede
disponer, contando al presente 2.825 objetos, entre los que figuran ejem-
plares de gran valor artístico-arqueológico; constituyendo los restantes
notables series perfectamente ordenadas y clasificadas, faltando sólo el
local necesario para que su exposición facilite el estudio de los mismos ó
interese más y mejor á los visitantes.
¡•Con el traslado del referido Museo al monumental Palacio de, la ex-
tinguida Generalidad de Cataluña, la Diputación prestaría un señalado
servicio á la cultura y buen nombre del país, á la vez que podría ofrecer
á nacionales y extranjeros, como cosa propia, el mejor Museo de antigüe-
dades de Barcelona, sobre todo si aumentí^ra su catálogo con el notable
monetario de D. Arturo Pelrals, las preciosas tablas góticas, la Bibliote-
ca Carreras y otros objetos que son de su propiedad y andan dispersos.»
El Dr. Alberto Haupt, profesor en la Academia Politécnica de Han-,
Noticias. 707

nover, ha visitado recieatemente varias localidades españolas en perse-


cución de datos monumentales referentes al arte visigodo. El Sr. Haupt
ha obtenido mucho? dibujos, reproducciones en yeso y fotografías, y de
sus labios hemos oído la especial importancia que para sus estudios con-
cede á las iglesias primitivas de los alrededores de Oviedo.
Hemos recibido los cuatro fascículos que constituyen el tomo I (1905)
de la nueva revista Archivio Storico Sardo, que publica en Cagliari la
Societá Storica Sarda. En el próximo número haremos análisis de los ar-
tículos que más interés ofrecen para los lectores españoles.
Entre los sujeis de devoirs de la Universidad de Poitiers figura, en
Historia moderna, el de La politica internacional de Carlos V.
Entre las publicaciones recientes de la casa editorial Ulrico Hoepli
(Milán), se hallan el volumen I de los Papiri greco-egizii (Papiri fiorenti-
ni. Documenti pubblici e privati dell'etá romana e bizantina) y la repro-
ducción fototipica del hermoso códice homérico de la Biblioteca Ambro-
siana (siglo iii ó comienzos del iv), que contiene fragmentos de la Ilia-
da, con ilustraciones. La reproducción lleva el titulo de Homeri Iliadis
pictae fragmenta Amhrosiana, comprende 45 páginas de texto y 104
planchas, y su precio es de 100 liras.
~if- Prosiguen en la bahía de Tobermary los trabajos de exploración sub-
marina que, con escaso resultado hasta ahora, se dirigen á sacar á flote
los tesoros que se supone llevaba el buque tesoro de la Armada In-
vencible, alli sumergido en 1588.
-if- En la Universidad de Rennes, entre los temas señalados como sujets
de devoirs, figura el siguiente: «La sublevación de los Paises Bajos bajo
Felipe II hasta la toma de Amberes.»
En la Escuela Normal Superior de Sévres se ha fijado como uno de
los temas para obtener el certificado de aptitud para la enseñanza secun-
darla de niñas, el de la «Infiuencia déla Literatura española en la fran-
cesa hasta nue8tro_s^ias>.

Libros recientes.

Valentín Letelier: Ensayo de onomatologia ó estudio de los nombres


propios y Jiereditarios. Prólogo de A. Posada. Madrid, 1906, xxxi-187
páginas.
F. Barado: Don Luis de Bequesens y la politica española en los Paises
Bajos. Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia Madrid,
1906, 155 página?.
Karl W. Hierseinann: Biblioteca latino-americana. Colección de libros
y manuscritos antiguos y raros, sobre la América Central y Meridional,
Indias occidentales y Filipinas, 1906.
708 Historia.
P. Ambrosio de Valencina: Reseña histórica de la jjrovincia capuchi- i
na de Andalucía y varones ilustres en ciencia y virtud que han florecido i
en ella desde su fundación Libro I. Sevilla, 1906, xi-oüS páginas. j
P. Vela: Relación de los caballeros macstrantes de Ronda, Secilla, \
Granada, Valencia y Zaragoza Ubeda, 1905, xi-217 páginas. i
A. de Góngora: Polígrafos españoles del siglo XVIII. El P. Andrés ;
Marcos Burriel. Madrid, 1906. i
M. Danvila y Collado: Estudios críticos acerca de los orígenes y vici- \
situdes de la legislación escrita del antiguo reino de Vcüencia. Madrid,
1905, 376 páginas. (Este libro lleva en la cubierta UTI titxilo distinto, á
saber: Estudios é inve.-ítigaciones histórico-criticas acerca de las Cortes y
Parlameiitos del antiguo reino de Valencia, y la fecha de 1906.)
S. Darío Maldonado: Defensa de la antropología general y de Vene- :
suela. Caracas, 190G, 146 páginas. j
—ídem: Al margen de un libro. Caracas, 1905, 41 páginas. \
—ídem: Por las Sierras Nevadas {Andes veuezolemos). Caracas, 1905, i
28 páginas. '
H. Alcalde del Eío: Las pinturas y grabados de las cavernas prtliis- \
tóricas de la provincia de Santander. Santander, 1906, 90 páginas, 10 i
láminas y 17 grabados en el texto. j
A. Rodríguez del Busto: El sistema de gobierno dual de Argentina y \
su origen. Buenos Aires, 1906, xxiii-207 páginas. j
J. Pella y Forgas: Llibertats y antich govern de Catalunya. Barcelo- j
na, 1905, 325 páginas. (Publicado ahora.) ;
Guyon: La Furie espagnole. Mémoires du cadet de Guyon (1565-1595). |
Publiés par H. Verly. Lille, 1905, 516 páginas. i
G. Scelle: Histoire politique de la traite négriere aux Lides de Casti-
lie. Contrats et traites d'Assiento. Etude de droit pubüc et d'histoire di- i
plomatique, puisée aux sources originales et accouipagnée de plnsieurs
documents inédits. Tomos I y II. París, 1906, xxiii-845 y xxvii-656 pá-
ginas. \
' Horace Edgar Flack: Spanish-american diplomatic rélations prece- \
ding the v;ar of 1808. (Jonh's Hopkins University Studies. (Serie XXIV. i
Números 1-2). Baltimore, 1906, 95 páginas.
M. Nevfbolt: Year of Trafalgar. Account of the battie and of the
events wich led up to it. CoUection of poems and ballads written thereu-
pon between 1805 and 1905. London, 1905, 260 páginas.
LITERflTURñ nObERNfl
b. José Z^aría de Pereda.

En el espacio b r e v e de un ano dos grandes escritores cas-


tellanos h a n bajado á la tumba, maestros insignes ambos de
la prosa y de la n a r r a c i ó n novelesca, clásicos en vida, astros
de primera magnitud en las letras p a t r i a s : D. J u a n V a l e r a y
D. José María de P e r e d a . L a E s p a ñ a literaria está v e r d a d e r a -
mente de luto. No es solamente el mérito de uno y otro autor
inmortal, ni sólo la comunidad del género literario en que más
se dieron á conocer del público lo que h a c e que involuntaria-
mente, al hablar del uno, acuda el nombre del otro á mi me-
moria y á mi pluma. V a l e r a y P e r e d a se p a r e c í a n m u y poco
en muchas cosas (hablaré de esto en seguida); pero eran uno
y otro españoles á todo t r a n c e , de la cepa más p u r a y más
castiza de este viejo solar literario. Ni F e r n a n d o de Rojas, ni
ambos Luises, ni Cervantes, ni S a a v e d r a F a j a r d o , podrán ne-
garles la filiación y el aire de familia. Son otros dos recios es-
labones que unen nuestro pasado á nuestro futuro y p e r p e t ú a n
en el tiempo la p a t r i a gloriosa del Romancero, del Lazarillo
y del Quijote. Esto les vale el desdén de muchos modernistas
eiíropeizantes, que no creerían ser espíritus distinguidos si tu-
vieran en algo á su país; pero es la base más firme de su glo-
ria, el título más legítimo á la estima de los extraños y al
aplauso y á la veneración de los propios.
Yo quisiera saber, por lo demás, si dentro de esta nota co-
mún de g r a n d e s y genuinos prosistas y noveladores españoles
cabe diferencia más honda entre dos personas que la que ha-
bía entre estos dos hombres eminentes. El uno, viajero, como
712 Literatura moderna.;

quien dice, de profesión; diplomático, hombre de mundo, mez-


clado al tráfago proceloso de las g r a n d e s poblaciones y de los
altos centros sociales; el otro, g r a n señor sedentario y provin-
cial, de aficiones c a m p e s t r e s , con no poco de horror instinti-
vo al mundo elegante y á su v a n o brillo y á su miseria moral.
El primero, espíritu poseído de una curiosidad casi universal,
erudito en grado muy alto, ecléctico ó escéptico por sistema
ó por t e m p e r a m e n t o , eso sí, con el m á s risueño, humorístico,
mundano y complaciente eclecticismo ó escepticismo que pue-
de verse, entre sencillo y alambicado, entre candoroso y per-
verso, de un refinado encanto literario que yo no podría ex-
plicar a u n q u e quisiera; el segundo, hombre de dogma y de fe
sincera, sin veleidades algunas de filósofo, sin erudición so-
bresaliente, entero y sin r e s e r v a s en sus afirmaciones mora-
les, con el profundo a t r a c t i v o de u n a sinceridad vehemente y
cordial. E l primero, delicioso principalmente por el esprit de
sus disquisiciones éticas, psicológicas y criticas, por la inten-
ción de sus cuentos y por la gracia, t r a n s p a r e n c i a y frescura
de su lenguaje, d i r e c t a m e n t e aprendido de los inmortales pro-
sistas atenienses; el segundo, incomparable en la visión y
aprehensión del mundo real y concreto; fuerte, nervioso, plás-
tico y preciso en la descripción; agudo a n a t o m i s t a del a l m a
popular; satírico-vigoroso; n a r r a d o r y dialogador inimitable;
su corazón en su pluma, caliente y generoso siempre, y a p a r a
a m a r y c a n t a r la N a t u r a l e z a , y a p a r a flajelar el mal y el
error, y a p a r a combatir bi'azo á brazo por los principios de
su moral sencilla y dogmática.
Reprimo la tentación de a ñ a d i r términos á este paralelo
esbozado. Aqui, en este artículo, he de ocuparme de P e r e d a
exclusivamente; el asunto es g r a n d e y el espacio de que dis-
pongo pequeño. ¿Mas quién, entre las personas que puedan in-
teresarse en la m a t e r i a de estos renglones, no sería capaz de
a ñ a d i r por sí mismo lo que yo callo? ¡Valera! ¡Pereda! Sus
nombres, sus obras y sus fisonomías literarias respectivas es-
t á n en el a & c de la cultura más superficial en el día de hoy
en E s p a ñ a . Dicho sea en hora feliz.
D . José Maria de P e r e d a nació en Polanco, pequeño pue-
blo de la provincia de S a n t a n d e r , en el día 6 de F e b r e r o
Don José María de Pereda. 713

de 1833 (1). Sus padres, montañeses de vieja veta, gente aco-


modada y patriarcal de la aldea. Vivieron en su casa solarie-
ga de Polanco en los primeros y más largos años de su matri-
monio. Casi á la vejez, siendo Pereda niño, trasladaron á San-
tander su residencia. Fué D. José María el último de veinti-
dós hermanos. Recibió una educación esmerada, á la usanza
de aquellos días, lejanos y a de nosotros más que por la fecha
por los usos y el modo de ser.
Pocos escritores pueden ser estudiados como Pereda den-
tro del medio ambiente material y social en que se formaron.
En este punto, nada deja que hacer el insigne literato á sus
críticos y biógrafos. Aquel medio, en efecto, se ve, se respi-
r a , se huele y casi se masca en muchos de sus cuadros y no-
velas. Con vida intensa le evocan y le presentan á nuestros
ojos sus artículos que se intitulan Reminiscencias, Más remi-
niscencias, El primer sombrero, El Raquero y algunos más, así
como también los mejores y más sabrosos capítulos de Sotile-
za. É importa establecer, por lo tanto, que tampoco h a y hom-
bre ó artista que deba más al medio en que se crió que Pere-
da, porque no sólo le debe su ser moral y la dirección de su
espíritu, formado y nutrido en él, sino el fondo y los materia-
les mejores de su labor artística. Los que le han conocido bien
concuerdan en afirmar que nunca ó muy r a r a vez en su edad
madura descendió al estudio de las cosas y tipos que uos pintó
en sus obras; que todos eran recuerdos de sus tiempos de la ni-
ñez y de la adolescencia, idealizados, interpretados y refundi-
dos en su ingenio y a sazonado por los anos y la educación.

(1) Con ocasión de la muerte del maosti'o, un diario local de Santander, en


un número extraordinario, ha publicado unos Apuntes para la biografía de
Pereda dignos de todo elogio, asi por la idea como por el plan y la ejecución.
No es un vano mamotreto pomposo y vacio como hasta ahora se ha solido es-
tilar en España en casos tales. Es una colección riquísima de noticias acerca
del ilustre escritor y do sus libros, reunida con cariño filial por varios de sus
amigos más Íntimos de Santander. Aunque un modesto anónimo cubre todo
este substancioso homenaje, bien se ponen de manifiesto las manos hábiles y
discretas que han trabajado en él. Por mi parte, no habiendo seguido nunca
muy de cerca personalmente á Pereda, me limito á repetir lo que escriben
acerca de él los que mejor y más le trataron. Recomiendo, sin embargo, á
quien desee enterarse 4 fondo, los Apuntes mismos in extenso. Están escritos
con notable amenidad y literatura.
714 Literatura moderna.

E a aquel .Santander, por consiguiente, «del muelle A u a o s


y de la Maruca, de la Fuente Santa y la cueva del tio Cirilo,
con dársena y pataches hasta la pescadería», hemos de buscar
por los tiempos de que vamos hablando á nuestro g r a n escri-
tor. F u e r t e y robusto, «y h a s t a gordinflón», g r a n d e p a r a su
edad—un melenote sano ó ingenuo, de esos que él tanto amó
durante su vida y de que pobló sus creaciones—, goztiba de li-
bertad y de aire libre. J u g a b a á las canicas y al bote en la
Plaza Vieja con sus amigos; asaltaba las huertas de Cajo p a r a
procurarse v a r a s de saúco ó de avellano; hacía salvas en la
Maruca con cartuchos atacados de pólvora, y coi'ría á pedí'a-
das en el Alta á un ejército de adversarios, siendo cabo pri-
mero en la compañía del capitán Curtís, á las órdenes del ge-
neral Saba. Y á todo esto, vestido con sus calzones de muchos
frunces, con lorzas y con culera, su blusa con vuelillo y su
gorra de plato. Merendaba á pellizcos por las tardes un men-
drugo de pan que g u a r d a b a en cualquier bolsillo, y bebía en
las fuentes públicas agua fresca. Así e r a n los muchachos de-
centes santanderinos de aquellos días; aquellos que p a r a Silda
no lograban pasar con todo eso de c...-tintas, y e r a n mirados
por ella con el desdén consiguiente á sus pocas chichas.
Parémosnos á considerar un momento que hombre en quien
tales recuerdos, t a n vivos y con tanto amor conservados, du-
r a r o n h a s t a la vejez, alegrando y refrescando sus canas, e r a
por fuerza un corazón de oro, bueno y sencillo. Y bien cierto
es que Pereda, el más sincero, el más apasionado de nuestros
autores modernos, no tuvo que a n d a r como otros escogiendo
temas p a r a sus cuadros. Soltó lo que tenia adentro «en lo más
hondo del corazón» y le rebosaba. Vio mucho y ahondó mucho
porque amó mucho.
Los estudios de P e r e d a comenzaron en la escuela de Rogí,
en Santander, y siguieron en el Instituto Cántabro con un
cierto D. Bernabé Sáinz, maestro de latín, «ejemplo de dómine
sin entrañas», cuyo recuerdo erizaba el cabello en las cabezas
de nuestros padres todavía en tiempos históricos. En 1858 fué
á Madrid á p r e p a r a r s e p a r a artillero. No llegó j a m á s á ha-
llarse p r e p a r a d o p a r a tal cosa. Leyó, sí, muchas novelas de
Dumas y de Paul de Kock; vio muchos d r a m a s de Eguílaz, y
Don José María de Pereda. 715

se divirtió lo que pudo en los bailes de Capellanes. Cuando se


cansó de todo esto, que fué muy pronto, se volvió á la Mon-
taña.
En una trinca literaria local de mozos de buen humor y de
chispa que por entonces se formó en Santander, dio Pereda
los primeros indicios de su vocación literaria. La Abeja Mon-
tañesa ei'a el órgano de publicidad de aquéllos, y en sus colum-
nas, en el año 1858, aparecieron sin firma las primicias rubo-
rosas del talento del gran prosista. Puede consignarse aquí,
por curiosidad, que su primer artículo publicado era humorís-
tico, y se intitulaba «Ya escampa». A éste siguieron muchos
en diversos tonos y géneros, y entre ellos la mayor parte de
los que, reunidos más tarde, formaron la colección de las
Escenas montañesas.
De 1861 á 1866 es la época de los conatos dramáticos de
Pereda. Cinco piececillas cómicas, todas en verso, estrenó en
el teatro de Santander durante esos años. El tomito que las
contiene es una rareza bibliográfica, por lo cual estampamos
aquí sus títulos. Estos son los siguientes: Tanto tienes, tanto
vales; Palos en seco; Marchar con el siglo; Mundo, amor y va-
nidad, y Terrones y pergaminos. No salió el poeta de su pro-
vincia á buscar escenarios p a r a sus farsas si no fué uua vez
sola en la pequeña zarzuela de cai-ácter histórico que v a apun-
tada en el cuarto lugar. Era y a desde estos comienzos el poeta
montañés que cantaba de su terruño y para un púbUco de pai-
sanos. Pero sus triunfos no fueron claros en el teatro de la
ciudad y poco le animaron á otros empeños en el arte tenta-
dor de Talía.
De 1864 data la publicación de las Escenas montañesas. No
estaba este libro en el gusto literario reinante y el éxito que
obtuvo por el momento, ni eu Madrid ni en Santander fué li-
sonjero. Pasaban á la sazón por modelos en el género costum-
brista F e r n á n Caballero, Mesonero Romanos y Trueba. Los
tonos azul y rosa del primero y el último en sus paisajes y es-
cenas provinciales y la anodina vulgaridad de los cuadros ur-
banos del excelente D. Ramón Mesonero, «natural y vecino»
y edil y cronista y poeta municipal de la villa del oso y el
madroño, se habían apoderado del favor del público. El vigor
716 Literatura moderna.

realista de las Escenas montañesas pareció generalmente gro-


sería y bajeza plebeyas. Las damas elegantes hicieron melin-
dres á los zafios campesinos y á los raqueros astrosos y per-
dularios que aparecen en las páginas de P e r e d a . Los amigos
mejores de éste, que la daban de inteligentes, preferían á sus
cuadros de costumbres las gacetillas y las crónicas ligeras
que publicaba en La Abeja Montañesa. Trueba, en el prólogo
á las Escenas, habló del pesimismo del libro y de un afán de
mal gusto que notaba en el escritor montañés de poner inopor-
tunamente en resalto los lados feos de la sociedad que pintaba
con desdoro y perjuicio del modelo. Con este prólogo t a n sólo
(1864) pudo P e r e d a h a b e r respondido á los que le incluyeron
ligeramente entre los imitadores de Zola, adeptos á la escuela
naturalista francesa. Cierto que las Escenas mismas e r a n
mejor respuesta con su fecha al pie. De esto habló l a r g a m e n t e
el Sr. Menéndez y Pelayo, y á él me remito.
P e r e d a político empieza en 1868 y dura h a s t a 1872. Toda
su sangre tradicionalista y realista se encendió de ira s a g r a d a
con los sucesos inesperados de que Santander fué t e a t r o en
los primeros momentos de la Revolución de Septiembre. El
Tio Cayetano era el periódico local en que con otros amigos
colaboraba por entonces. Casi le r e d a c t a b a él solo, poseído de i
la fiebre política, y la g r a c i a y v i v e z a de sus artículos fueron
celebradas en toda España, adonde el novenario transcendió,
impulsado del soplo del ingenio. Allí comenzó á mostrarse
P e r e d a carlista decidido, que lo era por tradición de famüia
y por convicción personal, de orden religioso principalmente
y un poco de orden estético, en odio á las a l h a r a c a s de mul-
titudes seducidas y de pedantes ambiciosos y hueros. Esto es
lo que r e v e l a n muy bien sus obras, como Don Gonzalo Gonzá-
lez de la Gonzalera y Pedro Sánchez. H a y tal vez además en el
odio de P e r e d a á la Revolución un poco de aristocratismo de
artista. Odiprofanum vulgus, dijo y a un antiguo poeta. Eso
era la Revolución en el fondo: el vulgus profanum haciendo
irrupción en la política, en el a r t e y en la ciencia. P e r e d a le
salió á recibir las a r m a s al brazo.
L a vida política de P e r e d a no fué más procelosa que lar-
ga. Elegido diputado por Cabuérniga en 1871, tomó asiento en ¡
Don José María de Pereda. 717

el Congreso entre las huestes de D. Cándido Nocedal. Los que


h a y a n conocido algo al. autor de Peñas arriba se h a r á n fácil-
mente idea de cuál debió ser en los bancos rojos su gesto dia- i
rio, entre aquel hervir de ambiciones y nulidades sin tregua.
Él, c a r á c t e r en una pieza, afirmativo y dogmático por orga- ;
nización, espíritu delicado y esquivo, hecho á las fruiciones
puras del arte, se sintió repelido enérgicamente por la atmós-
fera caldeada de la Cámara. Las mieses de Cumbrales le pa-
recieron desde alli más verdes y más frescas que nunca.
Cuando cesó el mandato de sus electores, se retiró á su casa,
dispuesto á no renovarle en su vida.
Se había iniciado entre tanto una reacción en los gustos
literarios del público. Las desdeñadas en un principio Escenas
montañesas habían ido ganando silenciosamente lectores y ad-
miradores. Las primeras voces apasionadas de aplauso sona-
ron del otro lado del m a r . ¡Vieja historia, cien veces renova-
da: los eruditos y cultos dejaron p a s a r la joya, sin sospechar
de su precio r a r o , y fueron los ignorantes los que la revelaron
al mundo! Miles de montañeses diseminados por los Estados
de América y por islas remotas, que suspiraban de lejos por
los valles repuestos de su terruño, sintieron al leer las Escenas
como si u n a brisa de la p a t r i a , llegando de improviso, refres-
c a r a sus corazones. Su emoción se propagó poco á poco á los
montañeses de acá, y de las gentes sencillas subió á los lite-
ratos y á los críticos. La Revolución, por su parte, renovando
la atmósfera en todos los órdenes de la vida, llevándose el
gusto viejo por los idilios sentimentales, las moralidades insí-
pidas y los paises de abanico, barriendo á Eguilaz y á Trueba
del mismo soplo, p r e p a r a b a al público culto á saborear los
cuadros, llenos de verdad y de valentía, de Pereda. ¡De pa-
radojas e x t r a ñ a s está compuesta la vida de los hombres! En-
t r e las que h a y que notar hablando de Pereda, que son mu-
chas, no es la menor este impulso que recibió su gloria de ar-
tista del triunfo de las ideas más opuestas, al parecer, á las
suyas. Al parecer he dicho y así lo dejo. Es que el eximio
maestro no fué nunca consciente por entero de las flagrantes
contradicciones en que vivían sus sentimientos con sus doc-
trinas, y unos y otras entre sí mismos.
^18 Literatura moderna.

Tipos y paisajes, segunda p a r t e de las Escenas montañesas,


tuvo y a una acogida h a l a g ü e ñ a en E s p a ñ a toda. Núñez de
Arce se acercó un día en el Congreso á felicitar á su autor
calurosamente. Núñez de Arce subía por entonces h a c i a la
cúspide de su renombre y a u r a literarias, y sus p a l a b r a s so-
naron especialmente amables en los oídos de Pereda. H a s t a
el fin de sus días las g u a r d a b a éste en su memoria con grati-
tud. Pérez Galdós, en un artículo que publicó en El Debate,
con generoso entusiasmo y aguda crítica proclamó la origina-
lidad, la verdad, el realismo vigoroso y genial de los cuadros
' del autor montañés. Otros votos de calidad se sumaron pron-
to en favor de las obras de éste. Su triunfo p a r e c í a resuelto y
trazado p a r a el porvenir su camino. ¿Era así, sin embargo?
El bien informado amigo que l a r g a m e n t e , muerto el maestro,
refiere su biografía, aportando á la misma nuevas y valiosas
noticias, nos h a c e una revelación importante.
Cuando apreciamos á distancia y en bloque la vida de un
hombre de genio, falsamente solemos persuadirnos de la uni-
dad y continuidad de la idea que le conduce, determinando
su vocación y su gloria. ¿Quién p e n s a r á que Pereda, fecundo
y original desde sus comienzos, llegado al fin de su vida á tan
eminente puesto en. las letras, pasó por crisis agudas de des-
aliento, se confesó fracasado (ahora se dice así, ¿no es ver-
dad?) y por cierto tiempo en su vida se declaró muerto p a r a
el arte, refugiándose en la vida privada? Á muchos desenga-
ñados é impresionables pueden servir de consuelo ejemplos
como este. Ello es lo cierto—y así nos lo dice el biógrafo re- .
ferido—que en n a d a pensaba menos Pereda, al poner mano
en Polanco al elegante chalet por el que h a pasado á estas ho-
r a s media España intelectual y artística, que en su porvenir
literíirio. ¡Había renunciado á la mano de doña Leonor! Todo
se dispuso en Polanco suntuosamente; pero un despacho, u n a
mesa en que trabajase el literato no quiso P e r e d a pensar
en eUo. ¡Pereda literato había perecido en capullo! Et
ecce, non erat.
De este atolladero m o r a l en que su espíritu yació sumido y
como anonadado por algún tiempo sacáronle sus. amigos con
p a l a b r a s de aliento. El Sr, Menéndez Pelayo jugó un papel
Don José María de Pereda. 719

principal en esta empresa patriótica, tal vez el decisivo. ¿Y á


qué literato, grande ó pequeño, por poco que h a y a valido y
que se h a y a acercado á él, no h a b r á comunicado el Sr. Me-
néndez Pelayo alguna parte de los ánimos y el esfuerzo que á
él le h a n sobrado siempre? Mas pocas veces—yo así lo creo—
se h a b r á empleado con éxito más completo que en el caso que
ahora me ocupa. Pereda volvió al trabajo y á la producción.
Empieza una nueva e t a p a en su vida.
L a e t a p a del trabajo asiduo y del triunfo definitivo. Boce-
tos al temple se publicó en 1876, y á p a r t i r de esta fecha cada
año se señala por una producción nueva. Creciendo con los
éxitos los alientos del escritor, su a r t e se ensancha progresi-
v a m e n t e y se enriquece en formas y en contenido. Del cuadro
de costumbres al cuento; del cuento á la novela. De la litera-
t u r a pintoresca á la literatura trascendental. Su estilo se afir-
ma, se acendra; g a n a en vigor y en gracia, en precisión y en
holgura; vuela, según es su gusto, más alto ó más rápido, ó
más halagador ó más certero, siervo humilde en las manos de
un g r a n tirano, cada vez más dominador y más déspota.
Tímidamente pisó P e r e d a por p r i m e r a vez el campo de la
novela, con intento más moralizador que artístico, en el
año 1878. El buey suelto no es propiamente la relación de un
caso ficticio con los accesorios que se requieren de medio am-
biente y segundos términos en esta clase de composiciones.
Es un caso propuesto á los lectores en tono y con fin de polé-
mica. E n respuesta á la Fisiología del matrimonio, de Balzac,
es una demostración ingeniosa de que la soltería egoísta, man-
tenida en horror á las c a r g a s del matrimonio, tiene todos los
inconvenientes más temidos de éste y ninguna de sus venta-
jas. Libro original y discutido. En él se contienen capítulos de
g r a n fuerza, dignos del escritor insigne cuyos son.
L a España tradicionalista y católica, manteniendo sus se-
culares posiciones contra la Esp'afla revolucionaria y raciona-
lista, que a v a n z a b a al asalto de ellas, halló en Pereda su
campeón dentro del campo del a r t e . Él de un lado, Pérez Gal-
dós del otro, fueron el Héctor y el Aquiles, por un momento,
de esta g r a v e contienda. El ilustre novelista canario, atraído
é Santander por su noble admiración á Pereda, había estre-
720 Literatura moderna.

chado con éste una amistad coi'dial desde su llegada. Nota-


bles ambos en tanto grado y ambos en el mismo terreno, los
dos fervientes patriotas, pero con un bagaje tan opuesto de
convicciones y de ideales, ¿cómo era posible que la discusión
no se entablara entre ellos? Entablóse y duró mucho tiempo,
y en Polanco y en Santander las disputas se sucedieron entre
el meridional impasible y el septentrional impetuoso. Cartas
se cruzaron de un lado y de otro que están llamadas sin duda
á la publicidad con el tiempo, porque se conservan y consti-
tuyen un documento histórico y literario cuyo valor no incu-
rriré en la tontera de encarecer. De este fuego graneado, sólo
los grandes proyectiles trascendieron al público: Doña Per-
fecta, Gloria, La familia de León Roch, del campo de la liber-
tad y del progreso; Don Gonzalo González de la Gonzalera, De
tal palo tal astilla y Pedro Sánchez, del campo de la tradición
y del dogma.
Yo entiendo que no es hacer á Pereda injusticia alguna
decir que sus talentos de filósofo y de sociólogo estaban muy
por debajo de sus facultades de artista. Además, hay que con-
fesar que se había esforzado poco en penetrar los secretos de
las ciencias políticas y sociales. Las especulaciones abstractas
le enojaban, y en el mundo de las ideas, como en el mundo
del arte y en el de la realidad más humilde, su corazón le
guiaba y no el raciocinio frío y filosófico. Ni su fina observa-
ción psicológica, dirigida constantemente hacia las almas sen-
cillas y populares por innata y vehemente afinidad con la
suya, había profundizado muy hondo en los misterios de esas
otras naturalezas morales, fruto exquisito ó deforme de culti-
vos intelectuales intensos ó de ambientes artificiales y refina-
dos. Así que en sus novelas tendenciosas el fondo filosófico se
halla siempre superficial y á menudo contradictorio. En los
problemas de orden social, el sentimiento lo resuelve todo
p a r a Pereda, y nada la razón ilustrada por la experiencia y
la historia. Figuras como Águeda y Macabeo están vistas y
sentidas y penetradas. No asi Fernando Peñarrubia y Nica
Montálvez. No es aquél un espíritu formado por la Ciencia;
ésta no es una g r a n dama del mundo elegante.
Y advierto que no entro aquí p a r a nada en la cuestión de
Don José Maria de Pereda. 721

fondo. Mientras el mundo sea mundo, los dos opuestos ejérci-


tos de la fe y de la razón, de la tradición y del adelanto, con-
tinuarán su eterna batalla. De un lado y de otro, pensadores
y filósofos eminentes se arrojarán argumentos á la cabeza,
igualmente insolubles. No á mi fallar el litigio. Hablo aquí de
Pereda y de sus novelas, de esto tan solo, y de las dotes y mé-
ritos que acreditan.
Abandonando el palenque de la discusión religiosa y polí-
tica, volvióse Pereda al huerto de sus primeros amores litera-
rios en el momento en que llegaba al cénit de sus facultades.
Fué un día señalado con bola blanca en los fastos de nuestras
letras modernas. Yo ignoro si los que han nacido fuera de esta
tierra cantábrica, por fino que tengan el gusto por la belleza
y por perspicaz que tengan el sentido, podrán llegar á pene-
t r a r bien profundamente el rico, ancho, suave, inagotable
filón de poesia que se esconde en estas obras jugosas que se
llaman El sabor de la tierruca, La pudiera y Penas arriba^:
Yo mo temo que no, cuando he visto que p a r a críticos muy \
discretos Pedro Sánchez—cuyo mérito, no obstante, soy el pri-j
mero en enaltecer—puede ponerse al lado de aquéllas. Con|
Pedro Sánchez sufren comparación sin desdoro novelas de
otros autores españoles, como Alarcón y Valera y Pérez Gal-
dós. P a r a muchos no será preferida siempre, y entre ellos me
cuento. En todo caso, mejor ó peor hecha, es una novela como
otra, sin nada muy singular que la dé rarísimo mérito. El sa-
bor de la tierruca y Sotileza son muy distinta cosa.
Del Sr. Menéndez Pelayo se refiere que, advertido de los
propósitos de Pereda de salirse de sus montañas á buscar la
escena y los personajes de Pedro Sánchez, no aprobó tal pro-
yecto. La acogida que obtuvo el libro pareció resolver en con-
tra de su profundo sentido crítico. No hay tal cosa. No era el
éxito de librería lo que el Sr. Menéndez Pelayo ambicionaba
p a r a su gran paisano; y si anduvo extremado (que no lo sé) en
sus temores de una acogida fría por parte del público p a r a la
proyectada novela, ¿quién duda que profetizó en lo esencial?
Porque el Pereda regionalista es único, genial en grado emi-
nente, p a r a quien todo elogio y admiración se nos hacen poco,
y no obstaría á nuestra veneración entusiasta (aunque seria
722 Literatura moderna.

triste y sensible) que no fuera entendido de los extraños.


Es privilegio exclusivo de las obras que con el corazón se
escriben: que con el corazón también se leen. Si hay monta-
ñés en el mundo capaz de conocimiento y de afectos, criado
en su tierra y entre su gente, que lea sin emoción hondísima
las campesinas escenas de El sabor ó los diálogos y marinas
de Sotileza, no tome en boca en .su vida ni la palabra santa de
madre, ni la voz dulcísima de poesia. Que es aquélla una rea-
lidad tan viva y tan densa, tan ingenua y tan honda, con
tanto amor recogida y con tan noble diafanidad expresada,
que entra al alma por fuerza y la embarga. Es error grave
considerar á un hombre de genio como un sistema de faculta-
des ó fuerzas mentales, arbitrariamente aplicables á muchos
temas á su albedrio. El hombre de genio, como el vulgar,
tiene ojos de lince p a r a lo que ama; no los tiene p a r a lo que
mira con frialdad. El amor mismo es un ingrediente del genio.
Pereda no hubiera sido el escritor genial que veneramos, sin
aquella pasión profunda por su país—no literaria t a n sólo—,
unida á los recuerdos más caros de su infancia, acariciados y
renovados en su memoria continuamente. Esta es la diferencia
que existe entre sus libros de la Montaña y de afuera.
Me detendría por mi gusto con gran espacio á ti'atar de la
obra de Pereda, que señala la cumbre de su arte: de Sotileza.
Otro tal libro como éste no creo que exista en ningún idioma,
y es, no sólo intraducibie, sino intransportable. No puede sa-
borear su encanto inefable y maravilloso quien no conozca de
algún modo el Santander pintoresco que se describe en aque-
llas páginas, el cual, día por dia, v a desapareciendo y borrán-
dose. Ni por medios artificiales ó procedimientos de estudio
puede llegar un artista á una compenetración tan íntima con
su asunto. El genio mismo de nuestra vieja bahía ha hecho oir
sus acentos en este libro, y una r a z a de héroes oscuros, rudos
y taciturnos surge por sí misma del seno de las ondas amar-
gas, como á poder de un hechizo. El idioma de aquellos diá-
logos es un idioma nuevo más expresivo, más propio, más
maidnero que ninguno de los conocidos hasta el día. Cervan-
tes mismo no le recogió tan fresco y tan ingenuo de labios po-
pulares. Los paisajes y marinas no son meras representacio-
Don José María de Pereda. 723

nes visuales del m a r y de la costa, como estilan artistas á me-


dias: todos los sentidos á un tiempo se hinchen.de Naturaleza
y de salitre; todos gozan y sufren y el espíritu se e.mpapa y
se penetra del mundo circundante por todos sus resquicios y
puertas, como esponja en medio del m a r . De las flguras que
se mueven en la novela n a d a podré decir que esté á la altu-
r a de lo que siento. No es explicable con breves frases el a r t e
de aquella mano firme y ligera que trazó el perfil soberano de
la esfinge de la Calle Alta; del que refirió las alegrías humil-
des del tío Mechelin y la tía Sidora, las penas de Cleto y el
furor de las iras de Caspia y la Sargüeta.
Las últimas grandes obras de asunto regional que escribió .
Pereda son La puchera y Peñas arriba, y en n a d a desmerece
por ellas el novelista de El sahor y de Sotileza. Al contrario;
si el a r t e hubiera de juzgarse t a n sólo por la audacia del in-
tento y la magnitud de la dificultad vencida, todavía sería
preciso reconocer en estos dos libros mayores títulos que en
los otros á la admiración y al elogio. En La puchera h a y es-
cenas de un atrevimiento increíble, tales como la m u e r t e del
Berrugo. Cuadro tan soberbio y e x t r a ñ o , ¿qué hubiera resul-
tado en manos vulgares? En Peñas arriha, el poeta de las
montañas b r a v a s y agrestes r a y a en prodigio. ¡Qué inspira-
ción generosa, sostenida de un cabo al otro del libro, fresca,
inagotable, múltiple y sencilla como la misma N a t u r a l e z a que
la suscita! ¡Qué don maravilloso de verlo todo, de oirlo todo,
de reflejarlo y gustarlo todo, sin j a m á s agotarlo ni agotarse!
No obstante, y á pesar de esto, las obras n u n c a igualadas del
g r a n artista son las que tienen por fondo las mieses de Polan-
co y las aguas de la bahía de S a n t a n d e r . Lo mejor de su es-
píritu quedó en ellas: lo más intimo y puro de sus amores, no
del poeta solamente, sino del hombre.
P e r e d a gozó en los últimos veinte años de su vida de todos
los halagos de la popularidad y de la gloria. No sólo e r a n sus
libros esperados con ansia y leídos con avidez, suscitando
opiniones apasionadas en pro y en c o n t r a y estudios concien-
ciosos y eruditos dentro y fuera de España, sino que su ilus-
t r e autor se vio aclamado por multitudes compactas de admi-
r a d o r e s en las principales capitales de nuestra p a t r i a . Barce-
724 Literatura moderna.

lona, Cádiz, Sevilla, Madrid, Granada y otras poblaciones le


dispensaron acogidas entusiastas y le obsequiaron de mil ma-
neras. Dentro de su provincia, la admiración, el amor, la ve-
neración más profunda rodeaban su persona y su nombre, no
entre las clases acomodadas y cultas solamente, sino entre el
bajo pueblo. P a r a apreciar el grado de popularidad á que
había llegado en la Montaña, basta recordar la acogida que
obtuvo en ella al volver en 1892 de los Juegos ñorales de Bar-
celona, de que fué mantenedor. Las músicas y los orfeones de
la provincia salieron á su encuentro, en unión de las Corpora-
ciones y las Ligas, autoridades y representaciones oficiales, en
medio de un nutrido gentío. Los alcaldes se adelantaron á sa-
ludarle en todas las estíiciones del tránsito. Recibiósele como
á un caudillo glorioso que regresa de una victoria. Y en 1905,
en una verbena que se celebró en la Calle Alta, los nombres
de Sotileza, tío Mechelín, tía Sidora y otros personajes fan-
tásticos de sus obras figuraron entre laureles, en arcos y más-
tiles, confundidos entre otros muchos de marineros reales y
famosos del Cabildo de Arriba. Rara vez se mezclan de esta
m a n e r a á los recuerdos y fiestas de las clases humildes las
creaciones de un novelista. Y esto prueba lo profundamente
popular del arte de Pereda.
Físicamente, fué Pereda de estatura mediana; el tronco
recio y bien hecho; ligeramente arqueadas las piernas. Su
ñgura, varonil y graciosa, era de un corte español á la anti-
gua; parecía escapada de la galería de Velázquez. Estaba pi-
diendo á voces la valona y la ropilla de aquel retrato á que
se refiere Galdós en el prólogo á El sabor de la tierruca. Su
cabeza, especialmente, era hermosa y característica, poblada
de cabello abundante y fuerte que él peinaba sin cesar hacia
arriba con las manos y sacudía con movimientos bruscos como
un león su melena. Tenía el rostro cetrino y aguileno, muy
expresivo y móvil. E r a miope y' usaba lentes, que derribaba
de su entrecejo á cada momento un parpadeo nervioso. Con-
servó el bigote y la perilla, como debió de ser moda en su
juventud, hasta la muerte. Y este accesorio contribuía no
poco á darle carácter. Su palabra era viva y pintoresca, si
bien su voz era bronca y su pronunciación algún tanto pre-
Don José María de Pereda. 725

cipitada y confusa. Leía bastante mal sus propios escritos.


Hombre de familia y de trinca, su vida transcurrió sose-
gadamente, compartida entre su mujer, sus hijos y sus amigos,
entre Santander y Polanco. Hospitalario, generoso, de una
seductora llaneza en su t r a t o , se h a c í a querer de cuantos le
rodeaban y correspondía efusivamente á su afecto. No usaba
pose de ninguna clase con nadie ni nunca. Con cualquier pidn-
cipiante se ponía de igual á igual á discutir un tema, apasio-
nándose en la discusión muchas veces con el más extraño
candor. No obstante ser t a n artista y serlo en todo, el a r t e
como métier ocupaba en su ánimo un lugar secundario. No e r a
un profesional como tantos otros de menos fuste que viven en
su papel continuamente; e r a un buen convecino, un amigo
ingenuo, u n pater-familias llanísimo. Y esta sencillez adora-
ble le hacia doblemente querido y admirado.
Se podrá figurar cualquiera que hombre tan tradicionalis-
t a y conservador por sus ideas, tan castizo por su c a r á c t e r ,
sería intratable enemigo de toda novedad y adelanto; mas
n a d a de eso. E n punto á literatura, votaba resueltamente con
los modernos. Del siglo de oro de nuestras letras, sacaba dos
ó tres obras interesantes; las demás habíalas relegado al ol-
vido. Los novelistas del siglo x r x eran sus preferidos; Daudet
su predilecto. Y en lo que h a c e á la vida diaria, se había ro-
deado de cuanto el a r t e y la industria de nuestros días h a n
inventado p a r a h a c e r amable la vida. L a elegancia y el con-
fort de gusto moderno reinaban en su c a s a , lo mismo en la
ciudad que en la aldea. De arqueólogo no tenía u n a chispa, ni
menos de erudito, y en cambio no habia novedad ingeniosa
que no le sorprendiera y e n c a n t a r a . Solamente cuando habla-
b a en conjunto de los aciagos tiempos actuales, los hallaba de-
testables y odiosos, y a ñ o r a b a con el más gracioso entusias-
mo los tranquilos y p a t r i a r c a l e s de a n t a ñ o .
H a muerto P e r e d a á los setenta y tres años de edad, más
unos días, en su casa de Santander. L a enfermedad que le h a
llevado al sepulcro h a sido diagnosticada de arteiio-esclerosis.
Sus amigos y admiradores h a n notado esta n u e v a concomitan-
cia con Miguel de Cervantes; él, que t a n t a s tenía.
J o s i R. L O M B A .
INFLUENCIAS HISPÁNICAS

b O S ESCRITORES INGLESES C O N T E A P O R Á N E O S

Quizás este articulo deberla llevar, para satisfacción de


l e c t o r e s d e s c o n t e n t a d i z o s , u n titulo e n e l q u e figurara, e n u n a
ú otra forma, l a p a l a b r a americano, porque e n lo q u e v o y á
escribir h a n de t e n e r m á s p a r t e l a s cosas de América q u e l a s
de E s p a ñ a ; p e r o a l fin y a l c a b o , c o m o , en e l fondo, d e e s p a -
ñ o l e s t r a s p l a n t a d o s d e s d e h a c e m á s ó. m e n o s g e n e r a c i o n e s s e
t r a t a t a m b i é n , no rae p a r e c e m á s q u e m u y n a t u r a l e l incluir
e n u n calificativo c o m ú n á l o s d e a c á y á los de a l l á , porque
el espíritu d e r a z a s e r e c o n o c e s i e m p r e , s o b r e p o n i é n d o s e á
todo.
S u e l e t e n e r l a l i t e r a t u r a i n g l e s a u n sello m u y propio q u e
l a d i f e r e n c i a d e l a d e otros p a í s e s , c a u s á n d o n o s c i e r t a s o r p r e s a
á l o s m e r i d i o n a l e s h a s t a q u e n o s h e m o s f a m i l i a r i z a d o c o n ella.,
y , sin e m b a r g o , e s a l i t e r a t u r a q u e s e n o s m u e s t r a tíin a m a n t e
d e su p a í s y d e s u s c o s t u m b r e s , t a n o r g u l l o s a d e uno y otras,
e s t a m b i é n l a m á s c o s m o p o l i t a c u a n d o se le a n t o j a , l a m á s
e n a m o r a d a de usos, tipos y p a i s a j e s e x t r a n j e r o s ; l a q u e c o n
m a y o r d e s p r e o c u p a c i ó n s i e m b r a d e p a l a b r a s y frases a j e n a s
el l e n g u a j e propio,'vSÍn s u b r a y a r l a s siquiera, s i á m a n o v i e n e ,
y gozándose abiertamente en el exótico perfume que exhalan.
E s q u e el i n g l é s s i e n t e c o m o n a d i e l a p a s i ó n d e l o s v i a j e s , y
su i n d i v i d u a l i s m o fuerte y obstinado s e e m p l e a c o n el m i s m o
e m p e ñ o e n c o n s e r v a r s e s i e m p r e i g u a l á sí m i s m o q u e e n a d a p -
t a r s e á otros m e d i o s , y g o z a r d e ellos, y e n v i d i a r l o s e n e l f o n -
Influencias hispánicas. 727

do del alma cuando poseen verdadera hermosura. No pueden


menos de reflejarse esos sentimientos al escribir, y de ahi el
contraste entre la literatura muy inglesa de unos y la muy
abierta y extranjerizada ó universal de otros. Los paises me-
ridionales y, en general, esas tierras nuevas en que la civili-
zación uo ha logrado aún uniformizarlo todo, suprimiendo lo
más típico y pintoresco, son objeto especial de la predilección
de esos sedientos de impresiones fuertes que rompan la mono-
tonía de la propia vida, encajonada en calles perfectamente
alineadas y pertenecientes á ciudades ó á pueblos en que hasta
las costumbres parecen esclavas de la línea recta. \
Es cosa corriente entre muchos ingleses el mirar como sos- j
pechosos de extranjerismo á aquellos de sus compatriotas que I
han residido largo tiempo fuera de Inglaterra, porque creen j
que asi como su acento puede perder con ello cierta pureza, su \
espíritu y hasta sus usos se modifican también, y no por cierto I
en lo que p a r a ellos es el mejor sentido, por ser el propio y
tradicional. La modificación existe no pocas veces; pero acaso |
se reduzca, con frecuencia, á una mayor franqueza y libertad •
en las palabras y en las maneras, á una mayor amplitud y to-
lerancia de criterio, aunque no falten casos en que tome for-
ma agresiva contra ciertos rasgos típicos del país y parezca
que se complazca en ir contra la corriente Y en desíxñar no
pocos inveterados prejuicios, ó simplemente inclinaciones na-
cionales. De los dos escritores de quienes voy á hablar aquí,
el primero, Mr. R. B. Cuuninghame Graham, muestra, princi-
palmente, afición á acusar resuelta y duramente su persona-
lidad con cuantas influencias ha recibido ella de otros países,
y ora en forma humorista, ora en serio, pronunciase sin ara-
bajes ni atenuaciones en contra de su nación cuando cree
que ésta se equivoca. A decir verdad, el Sr. Cunninghame
Graham tiene muchos motivos p a r a no parecerse á otros in-
gleses: es escocés ú originario de Escocia; lleva en sus ve-
nas algo de sangre española (su abuela era gaditana); se
crió en Andalucía; pasó su juventud en la América del Sur;
habla y escribe con la mayor facilidad el castellano; conoce
á fondo el Norte de África, donde ha vivido (en una de sus
cartas me hablaba un día de su amigo el Roghi, como pudiera
728 Literatura moderna.

hacerlo de cualquier diibman londinensej; posee vasta cultura


extranjera,y,finalmente,ha sidodiputado socialista en supais.
Dígase ahora, ante esta lista, si todo lo dicho no son suficien-
tes títulos p a r a no parecerse á todo el mundo en su propia pa-
tria. Pero quienes han dejadp indudablemente en nuestro es-
critor huella más profunda son España y los países de r a z a
española. No es entre nosotros un desconocido, pues algo ha
publicado en revistas madrileñas, ni él parece sentirse aquí
más que á medias forastero. Sus libros, escritos en inglés y da-
dos al público por importantes editores de Londres, van á ha-
blar á éste de cosas de España y de cosas de América con la
mayor exactitud y cariño, llenando las páginas de palabras
castellanas y hasta poniendo algunas de éstas, sin traducirlas,
como único título de tal ó cuál cuento de los muchos que lleva
escritos. Hállanse recogidos en tres tomos, á los cuales ignoro
si á estas fechas h a seguido ya algún otro: The Ipané (1899),
Success (1902) y Progress and other Sketches (1905). Alli pue-
den leerse títulos como Un pelado, Un angelito, Tánger la blan-
ca, Los seguidores. Un infeliz, San José, La trapera, Mariano
González, y otros mixtos, en que al lado de un vocablo inglés
figura uno castellano.
Hablando con toda propiedad, no pueden llamarse cuentos
cuanto en estos tres tomos figura, sino que h a y en ellos tam-
bién no pocos esbozos, simples descripciones y aun artículos
muy originales, llenos de brillantes genialidades, con su hu-
morismo y su chisporroteo de ideas atrevidas, presentado
todo en forma muy amena y artística, que con frecuencia
puede calificarse de magistral. El escenario de algunos cuen-
tos se halla, á veces, en Uruguay, en P a r a g u a y , en Méjico,
no faltando los que hablan de España ó de españoles, como,
por ejemplo, At Utrera y A Vestal, ó Mariano González, que
nos pinta un curioso tipo andaluz en el barrio judío de Ma-
rruecos. Todo esto se codea con descripciones, tipos y relatos
de Tánger, de Tarifa, de Tetuán y aun de más a p a r t a d a s y
menos conocidas tierras, p a r a volver al fin, una y otra vez, á
la Escocia que el autor a m a y describe con un color y una
gracia de lenguaje, ó de dialecto, que podi'á interesar mucho
menos á los lectores españoles, pero que, por lo que yo puedo
tniluencias hispánicas. t29

juzgar, h a n de saborear con gusto los escoceses é ingleses. En-


tre estos cuentos me h a producido honda impresión, siempre
que lo he leído, el titulado Beattock por Moffat.
Si yo fuera á estudiar aquí las cualidades literarias que
posee el Sr. Cunninghame Graham, señalaría sua refinamien-
tos de forma ó de sentimiento en obritas tan interesantes como
Terror, Postponed, Faith ó el artículo Success, que ya demues-
t r a n una maestría puramente inglesa, y a parecen haber per-
feccionado el arte de t r a z a r croquis á pluma en la asimilación
de modernos escritores franceses. No es este mi propósito
ahora, sino indicar cómo nuestra r a z a ha influido en la del
autor. Hasta en sus estudios históricos se nota, pues su libro
Hernando de Soto, que publicó en 1903, defiende á los españo-
les conquistadores de América con un cariño ó con un espí-
ritu de imparcialidad que no h a aprendido en el medio en que
ordinariamente vive. ¿No parece escrita por un castellano
neto esta frase suya que traduzco y que dirige á los que ata-
can á España por crueldades que ellos también h a n cometido?
«De la propia suerte que los hombres suelen aborrecer á aque-
llos á quienes han injuriado, así todas las naciones odian ins-
tintivamente á los pueblos que han dejado rezagados en su
carrera p a r a conseguir la riqueza». Como se ve, el Sr. Cun-
ninghame Graham, que p a r a acabar de acercarse á nosotros
está casado con una dama (americana, según creo), autora de
un libro de Santa Teresa, que mereció grandes elogios de Leo-
poldo Alas, no olvida que lleva algo de sangre andaluza en
las venas y que se ha sentido joven, ágil y fuerte en la Amé-
rica española, de la que gracias á él se habla con más cono-
cimiento de causa dé lo que suelen otros en la literatura in-
glesa contemporánea. j
No se halla y a solo en esta curiosa labor. Otro autor de •
cuentos le acompaña, W . l í . Hudson, el segundo de los escri-'
tores de que deseo hablar, y mucho menos conocido entre nos-
otros que el primero. Mr. Hudson es un inglés nacido cerca dé
Buenos Aires, y alli permaneció durante g r a n p a r t e de su ju-
ventud. Los que le conocen dicen que en su aspecto, en su
rostro cetrino y de altos pómulos, h a y algo que parece acer-
carle más al tipo indio que al inglés. Fué á establecerse eñ
COI.TCBA 47
730 Literatura moderna-

Londres y allí se h a dado á conocer como escritor, siendo


muy apreciado entre un público poco numeroso y selecto. Es
prosista y poeta, figurando en una bella colección, formada
por Mr. Henry S. Salt en 1901, una poesia muy delicada de
Hudson, The London Sparroic. Pero la obra por la cual mere-
ce ser citado aqui ea la titulada El Ombú, que apareció en
1902. Es otra colección de cuentos ó narraciones en que abun-
da lo escrito en castellano, desde el lema y la dedicatoria, en
la cual se llama á Mr. Cunninghame Graham «singularísimo
escritor inglés», hasta el final del libro. El Ombú es el primer
cuento largo ó novelita corta, y siguen luego tres más: Story
of a Piebald Horse, Niño diablo, Marta Riquelme. No se habla
ya aquí de España ni de otros países más que aquellos en que
nació el autor. Mr. Hudson los describe mitad á lo europeo
curioso, mitad á lo gaucho que siente la añoranza de una vida
libre, salvaje, pintoresca, en perpetuo contraste con la de los
graiidf's centroí de civilización. Hay mucho de sanguinario y
de terrible en algunos de sus cuadros, mucho que se compade-
ce muy bien con los guatos del lector de sensafional novéis y se
mezcla con las habilidades y refinamientos del artista puro.
Vemos allí al hombre de las pampas que hemos soñado, ene-
migo de toda traba y convención social; pero también al in-
glés que siente la fruición del peligro, de la sangre, del terror,
del g r a v e obstáculo vencido cruentamente, y con gallardías
ó despreocupaciones que en nuestras sociedades se han hecho
y a imposibles y excitan más, por lo tanto, nuestra curiosidad
de hombres domados y pulidos, prisioneros en la red de leyes,
usos y humanos respetos que hemos tejido. Quizás lo poco ci-
vilizado ó lo totalmente salvaje tiene p a r a nosotros terrible
atracción cuanto más civíHzados nos sentimos, porque ese
mismo colmo de tranquilidad y de pulimento engendra en no
pocos espíritus inquietos ó nostálgicos el hastio, el platónico
amor de lo que es completamente opuesto. Los relatos de Hud-
son suelen ser así: fuertes, pintorescos, fantásticamente libres
y opuestos á nuestras costumbres, y por ello me inclino á creer
que los busca y recuerda el autor. El Ombú es la historia de
unas tierras malditas que me han hecho pensar vagamente
en una novela de Blasco Ibáñez, sin que la comparaiñóu pue-
¡afluencias hispánicas. 731

da llevarse muy lejos, si no se quiere ver cómo se deshace en


humo, del propio modo que otras muchas comparaciones lite-
rarias; pero deja una impresión única, inconfundible, de mis-
terio y de sangre; Story of a Piebald Horse y N'mo diablo son
cuentos de aventuras muy propias de una vida nómada y ex-
traña p a r a nosotros, aunque h a y a de parecer naturalísima y
aun agradable á los que la han vivido ó se h a n acercado á
ella; Harta Biquelme es una narración fantástica y misteriosa
también, inquietante, que aspira á interesarnos y á extreme-
cernos á la vez, dejándonos la impresión de algo inexplicable
y trágico. Pero lo más importante del volumen por su mayor
extensión, por su consistencia y arte, es El Ombú, la historia
del árbol á cuya sombra parecen cobijarse la fatalidad, la
desgracia, el asesinato. Tiene una vaguedad y un aparente
descuido ó confusión de recuerdos que sólo el lector ligero ó
profano podrá creer que sean involuntarios. Es un pedazo de
vida que surge en la memoria de un hombre con resplandores
siniestros como los de un incendio, y se va desarrollando de
un modo ondulante, con cierta superposición de efectos fuer-
tes que parecen lanzados al azar. Quizá nuestro gusto halle,
no obstante, alli exceso de rojos brochazos; pero ¿hay que
echarle la culpa de ello al autor ó á la vida desenfrenada y
primitiva que describe? No conozco esta última más que por
referencias y no he de decirlo, aunque si croo que, á ser del
autor, hubiera temido que se me pudiera aplicar aquella frase
tan española de «á mal Cristo mucha sangre». Y á fe que se-
ria lástima, porque no se trata aquí de un mal Cristo, ni mu-
cho menos, sino de un buen libro y de un buen escritor que
merece nuestra simpatía. Bien vale la pena de interesarse por
los que llevan á lejanas literaturas ecos sinceros de una vida
que no puede ni debe sernos indiferente.
R. D . PEEÉS.
TEATRO

Los estrenos en Hadrid.

Jacinto Benavente.

La Frinceta Bebé, escenas de la vida moderna, dividida en cuatro actos


y representada en el teatro Español el día 31 de Marzo de 1906.

Esta comedia de Benavente tiene su pequeña leyenda. Parece


ser que hubo diñcultades para representarla. La compañía del Es-
pañol creíala tal vez demasiado atrevida para interpretada en cas-
tellano y acaso también algo subversiva, endiabladamente anar-
quista.
El caso es que el autor se decidió á publicarla un año antes
que el estreno; que se representó al fin; qne al público especia-
lísimo del abono y de los días de estreno le pareció estupenda;
que los críticos de los periódicos saludaron en ella una joya litera-
ría, y sobre ella fundaron amenísimas divagaciones sobre el arte
nuevo, sobre la libertad de vivir y basta sobre «la palanca del pro-
greso», y que el discreto y sesudo cronista de un periódico católico
salió al día siguiente deslumhrado del talento dramático de Bena-
vente, y espantado de la imbecihdad de aquel público que gustaba
locamente de que le dieran con la badila en los nudillos, de que le
representaran escenas que sólo debería presenciar avergonzado
hasta las cejas y de que perturbaran sus poco sólidos convencimien-
tos con paradojas terribles y máximas de la más disolvente anar-
quía social, moral y creo que hasta política. Veamos lo que hay de
fundamento en estas actitudes.

*
* *
Teatro. 733
Hay en la casa imperial de Suavia—la escena en el siglo xx—
dos príncipes deliciosos. Los dos son sobrinos del emperador, por
consiguiente primos. El se llama Esteban, y quiere casarse con una
cantante de opereta, con la que ya vive en la mAs dulce intimidad.
Ella se llama Elena, y la llaman la Princesa Bebé; quiere divor-
ciarse, y provisionalmente se ha escapado con el secretario de su
marido.
El emperador se da á todos los demonios con aquellos escánda-
los qne ponen en ridículo á su casa, y los mata de imperial orden.
Para él ya no existen.
Pero el emperador sí existe para ellos. Si el tío no les da pen-
sión, ¿con qué han de vivir? Y ellos tratan de sacársela como pue-
den, apelando á la prensa revolucionaria, con el escándalo, con
protestas de adhesión.
En el primer acto están los dos en palacio; el príncipe llamado
por el emperador; la princesa contra su consentimiento. Vienen en
son de paz.
El emperador está indignado y le dice al príncipe Esteban:
—Dos escándalos en tres meses es demasiado en cualquier fami-
lia; en una familia reinante es intolerable La institución monár-
quica no vive ya de prestigios divinos y heredados, sino del presti-
gio personal. Y no es el mejor medio de conseguirlo dar que reir A
los que no creen en nosotros, y dar que sentir á los que creen toda-
vía La prensa ^evolucionaría es la que más se divierte á costa
tuya y á costa mía.
El príncipe comprende que los tradicionallstas se indignen, pero
encuentra ridicula y de mala te la indignación de los liberales. El
no ha hecho sino practicar la libertad del corazón, queriendo casar-
se por amor. Advierte, sin embargo, que en rigor no ponen en lucha
ideas, sino intereses, y es interés de los liberales que él y su amor
sean ridículo.
No es este el último alfilerazo que para los radicales tiene la sá-
tira de Benavente.
El emperador le dice:
—¿Pero no hay más amor que el de esa mujer? Lo hubieras en-
contrado en la corte si no te hubieras alejado de ella por frecuentar
los bastidores de un teatro y la sociedad de una cantante de ópera.
El príncipe le replica escandalizado:
—No; diga que de una mujer adorable. A su lado, en esa so-
ciedad de bastidores que tanto os asusta, entre artistas y bohemios,
entre gentes que viven de su vida y de sus méritos propios, he apren-
734 Literatura moderna.

dido yo á conocerme, á sentirme vivir por mi cuenta; lie desechado


preocupaciones y he fortalecido mi voluntad y mi conciencia.
Aquel príncipe que habla así merece y a nuestra conmiseración;
es un pobre mentecato á quien lecturas mal digeridas le han liqui-
dado un poco la masa encefálica. Los que conocemos un poco esa
vida de bastidores sabemos que es una escuela peregrina para co-
nocerse uno por dentro, para la vida independiente, para fortalecer
la voluntad y la conciencia. Los que se indignen de las cosas terri-
bles que diga ó haga el buen príncipe Esteban, toman la vida exce-
sivamente en serio.
El emperador no se convence: si se casa con la cantatriz, que no
cuente con un céntimo, y que salga listo de Suavia. ¿Quiere vivir su
jjropia vida? Pues que la viva sin las ventajas de su posición ante-
rioi-. Espera ser dichoso con la mujer que ha elegido, ¿qué más quie-
re? Y á su canciller, que defiende á la amiga de su sobrino, le dice:
—¿Crees que una mujer así puede presentarse en la corte? Los
mismos ujieres al anunciarla no podrían por menos de tararear al-
gún couplet que la hubieran oído en el teatro.
No so me negará que el emperador, que aquí representaría al
ogro, al tirano según ciertos progresistas de la pluma, hábiles co-
mentadores de quienes se reirá Benavente, piensa y habla eon más
sentido y discreción que su sobrino.
La Princesa Bebé tiene mucho más ingenio que su primo: no ha
buscado en los bastidores de un teatro la escuela afortunada de su
moral, de su voluntad y de su conciencia, la ha encontrado en su
propio corazón, al que ha tomado por guia y por maesti'o. En él han
crecido las pasiones lozanas y pujantes, sin que le hayan enseñado
á docnarlas, á ponerles el freno del deber social ni el de su con-
ciencia.
.Sn natural no es malo y su inteligencia clara, pero esa inteligen-
cia es tan bravia y salvaje como su corazón; por eso éste la lleva
tranquilamente á todas las culpas y aquélla á todos los desatinos.
Su marido no la trata bien; pues á divorciarse del marido; por
temor al escándalo no consienten su divorcio; pues se venga del
marido engañándolo, y del emperador, dando un escándalo mayor
que el escándalo que éste quería evitar. Era lógica; su guía era el
corazón y el corazóa le pedía eso, y sin que lo enfrenara la razón
educada, eso nos hubiera pedido á todos en las mismas circuns-
tancias.
El emperador no transige con su divorcio ni con señalarle la
asignaeión de que venía disfrutando. La mancha que había arroja-
^ Teatro. T3S
do sobre la dinastía y el desprestigio, las perturbaciones que había
ocasionado, merecían nn castigo. La perdonada, pero después de
una reclusión temporal en uno de los sitios reales.
La Princesa Bebé se rebela, insulta al emperador, insulta á su fa-
milia, y toda su pobre alma, dirigida, embrollada, saturada por las
pasiones frescas y selváti&as de su corazón sin domar, sale en es-
tas ^.alabras, que parecen el credo sintéiieo de la anarquía y que en
realidad no son otra cosa que la voz de la naturaleza libre y, sin
ley, adonde muchos quieren hacernos retrogradar como á un raro
ideal. • '
—« Hice mal al acudir á vuestras leyes cuando puedo invo-
car la ley de mi propia conciencia, ¡qué locura! ¡Pedir á los demás
lo que está en nosotros mismos! ¿Por qué intentáis revolucionar el
mundo? Basta eon revolucionar nuestro espíritu. Oídlo: en este mo-
mento y o , la princesa Elena, acabo de sentirme feroz anarquista
(lo es desde antes de aparecer en escena; ¡cree cambiar en aquel
momento!; no, su anarquía toma otra forma; eso es todo). El mundo,
vuestro imperio, la sociedad entera con sus leyes, con su moral, con j
sns mentiras , queda todo conforme estaba; que nadie intento |
destruirle Hay gentes que no sabrían vivir de otra manera
Pero dentro de mí, en mí vida, acaba de estallar una bomba que
ha hecho saltar en mil pedazos todo ese mundo con todas sus leyes
y todas sus mentiras »
Eso cree ella, ¡qué ilusión! Los espectadores llaman á Benavente
anarquista; ¿por qué? Esperemos.

En el segundo acto las dos parejas vuelan á buscar la felicidad


con que sueñan. Ya son libres. Han roto su pasado, y sobre el por-
venir luce el sol del amor y de la libertad. Están en una estación de
invierno entre Italia y Francia, y allí hay gente alegre y que vive
su propia vida, vida alegre y de amor.
Benavente es maestro en cuadros de costumbres banales, lige-
ras, elegantes y viciosas. Allí hay duquesas que no son duquesas, y
condesas que hace un mes cantaban. «La hija de madame Angot»,
cocottes que parecen princesas y princesas que parecen cocottes, mi-
llonarios que se arruinan idiotamente y príncipes que encuentran j
en su desvergüenza el cajero providencial que salda las cuentas de i
sus vicios. ]
736 Literatura moderna.

Allí estarán como el pez en el agua. Se acabaron las frías eti-


quetas de palacio. Ya han echado al río del olvido el fardo de su
principado; son como los demás, y llevan además consigo el talis-
mán de su dicha: él á su Elsa, la magnífica comedianta; ella al ca-
ballero Rosmer, al rendido secretario de su antipático marido. Co-
mienza para ellos la vida, port[ue comienza la libertad y el amor.
¡Comienza! Parece más bien que comienzan sus desengaiios, y
esto debieran haberlo tenido presente los que se revolvían contra
Benavente llamándolo anarquista. Más que padre de los príncipes
parece un padrastro sin entrañas. Va ajando sus ilusiones con una
crueldad felina.
Se les acaba el dinero y tienen que contraer deudas que los com-
prometen y que los esclavizan á «parvenus» indelicados. ¡Quieren
olvidar que son príncipes y todos se lo recuerdan! No pueden buscar
las distracciones que ansian sus almas inquietas por la novedad, ni
las relaciones qne las necesidades de su vida precaria les imponen.
Sus mismos amantes tienen siempre en los labios el mismo argu-
mento. Sois un príncipe. Sois una princesa.
¿Dónde está la libertad?
Amargada ella de aquel eterno reproche, le dice á su primó:
—¡Vale la pena de hacer revoluciones en el corazón y en el
mundo para estol ¡Merecían qne volviéramos á acordarnos de lo que
somos, 5''a que ellos no saben olvidarlo!
Y esto y las privaciones comienzan á poner palideces en sus
amores románticos.
Ya en este segundo acto comienza á darse cuenta de que acaso
se ha lanzado á una aventura temeraria, de que tal vez su alma de
mariposa revolotea fascinada por el resplandor de una ilusión.
—No—dice—; es inútil renovar nuestro espíritu cuando todo con-
tinúa á nuestro alrededor. No es el porvenir, es lo pasado lo que
gobierna al mundo. La historia, la maldecida historia, es el gran
tirano de las naciones y de los hombres ; ni siquiera desde el pri-
mer día de nuestra vida podemos decir que nacemos; vivíamos des-
de mucho antes La vida es una selva mil veces centenaria, y
como sus árboles seculares, nuestras almas tienen raíces muy
hondas
Esta no es la voz de la anarquía; es la voz de la realidad, que se
ríe de la anarquía y la castiga. Y esa Voz la llamarán unos fuerza
del medio y otros la llamarán tradición.
Teatro. 737
Los .desengaños continúan en el tercer acto, liaciéndose insopor-
tables. Comprenden que sus amantes aman en ellos su calidad de
príncipes y la esperanza de serlo, y en aquel mundo adonde lian
ido á buscar la alegría de la vida encuentran más ruindades, mise-
rias y amarguras que en la corte que dejaron.
La Princesa Bebé ha recibido dinero del conde de Tournerelles,
el cual le pide pronto el precio de su generosidad. La Elsa de su
primo le niega el saludo, porque, mujer casada, viaja con el amante.
La querida del conde le da celosa un escándalo, y ella no puede y a
más, y recordando su rango se desata en estas frases:
—¿Celos de mí? Vine por mi gusto, por un capricho, por ini
diversión, y ¿valía la pena para hallar más hipocresías, más cere-
monias y menos libertad que en mis palacios reales? Creí hallar-
me entre gente franca, sin temor á la verdad de la vida, y todo es
una ofensa; en todo hallan mala intención ¡Almas bajas! ¡Cora-
zones mezquinos! ¡Ahora lo veo, ahora lo comprendo! ¿Cómo es po-
sible la igualdad en el mundo, si los pequeños con sus ruindades,
sin quererlo nosotros, nos obligan á recordar que somos grandes?
Desde aquel momento huyen de aquel medio donde no hallaron
lo que buscaban. ¿Arrepentidos? No; huían á otro mundo más bajo,
pero donde tal vez estuviese el vellocino de oro que buscaban: el
placer.
—¡Qué hermoso es escaparse y volar, huir siempre de algo ó de
alguien!—dice Elena.
Y y a no cree en la felicidad.
—No existe en la vida Sólo existen momentos felices.

* *

A los príncipes los unen los mismos desengaños y las mismas


perturbaciones, y juntos van á buscar las nuevas emociones del pla-
cer en un baile de burdel, madriguera de ladrones y de mozas del
partido de la más ínñma clase.
Al salir de aquel baile comienzan sus íntimas confidencias, y al
encontrarse tan semejantes se sorprenden y surge en ellos la luz de
una nueva fe, encendida por un nuevo capricho. Acaso hallen sus
momentos felices el uno en el otro.
Elena sincera al mundo criminal en que han vivido un momento.
—Todo el mundo es como esto—dice—. Nuestro mismo espíritu 1
lo es Como esta gente no podría vivir sin burlar á la policía, ¿qué |
738 Literatura moderna.
vida humana sería posible si no pudiéramos burlar las leyes so-
ciales?
Cuando el príncipe le habla de remordimientos si dejan á sus
amantes y de la pérdida total de la estimación pública si emprenden
nueva aventura, ella le dice:
—Entonces siempre habrá uu pasado que influirá sobre núes- '
tra vida siempre arrastraremos el cadáver de algo. No, y o no sé
rezar sin fe ante ningún altar; acabó la creencia, acabaron las ora-
ciones Para retroceder volvería á la corte de Suavia Nues-
tros plebeyos ya lo hemos visto: sólo aspiraban por nuestro amor á
ser príncipes como nosotros.
Y dice el príncipe Esteban:
—Es á lo que aspiran siempre los plebeyos cuando hacen revo-
luciones.
Olvidada de la realidad y ante una emoción nueva, otra vez'sue-
ña, otra vez saca de su capricho su filosofía, otra vez es anarquista,
y cuando nos preguntamos qué sugestiones los ban perturbado así,
ellos nos lo dicen: el príncipe Esteban extasiándose con Shelley y
con aquella frase suya «el amor no disminuye repartido», y la prin-
cesa Elena arrobándose con D'Annunzio y con aquellas palabras
suyas: «que la rosa blanca y la bermeja sean iguales para mi deseo
y todos los sabores para mi gusto y todos los amores puros ó impu-
ros para mis amores »
Ese es su evangelio, y al oirlo comprendemos la vida inquieta
y errante de esos corazones. Han leído el evangelio de los degene-
rados. .

* *

Se comprenderá ahora por qué la compañía del teatro Español


se resistía á representar esa obra. Entre los veintiocho ó treinta per-
sonajes que desfilan por la escena no hay una persona decente. Los
hombres son ó idiotas, ó cínicos, ó ladrones y asesinos de oficio.
Qaitemos de la cuenta al emperador, el menos malo de ese mundo
del hampa cuyo perfume ha esparcido Benavente por la aristocrá-
tica sala del Español. Las mujeres son perdidas ó embaidoras, des-
perdicios de la sociedad. Muchos de ellos, degenerados en sus ideas
ó en sus costumbres.
Es extraña esta manía de Benavente, esta predUección por los
tipos morbosos, anormales, incompletos.
Teatro. 739
Llevar esa gente á la escena es llevar su vida, su lenguaje, y eso
es desagradable para una compañía que se estime en algo y que
tema exponerse al menosprecio de un púldico culto.
Se comprenderá por qué creían á la obra anárquica: son, en efec-
to, de una anarquía deliciosa el lenguaje de casi todos los personajes
y los hechos de muchos de ellos; pero adviértase que, á pesar de la ha-
bilidad de Benavente y d é l a flexibilidad de su ingenio fino y culto,
los que hacen frases sóbrela anarquía son gentecilla de poco fuste,
apóstoles desprestigiados en quienes no puede ponerse gran fe, locos
de atar que quieren vivir á su gusto en el mundo, sin pensar que si
todos hicieran lo mismo la sociedad de los hombres sería más inso-
portable que la de las fieras del bosque, y que si sólo ellos lo hacían
sacriflcaban á su egoísmo á todos sus semejantes.
Además, la realidad—lo hemos visto—se encarga de desbaratar
el castillo de frases con que esa anarquía es defendida. Si el antor
hubiese terminado su comedia en el tercer acto, hubiéramos creído
más bien que había intentado escribir una sátira contra la anarquía.
No lo creemos así: Benavente no es un moralista, ni creo que
lleve tesis transcendentales al teatro. Ve tipos en la realidad ó en su
fantasía, y sorprende en su psicología flaquezas sobre las que des-
carga algunas veces su sátira, pero generalmente los toma como
anima vili, como muñecos para divertir á las gentes, y en los que
puede hacer las exhibiciones de su aguda observación y las filigra-
nas de su frases suaves, ondulantes, rebosantes de distinción y de
esprit.
No tenía por qué alarmarse tanto el distinguido cronista á quien
antes aludí: el mayor desprestigio de una doctrina es el ser enseña-
da por esa turba de perturbados é inconscientes.
¿Es una joya literaria? No. La protagonista discretea pedantes-
camente, y sus pensamientos, con apariencia de hondura y origina-
lidad, son las más de las veces de una vulgaridad lamentable. Hasta
parece que habla sin entender el castellano ó buscando la paradoja
en el sofisma burdo.
Conversando con su primo le dice una vez:
—¡La rebeldía es tan hermosa! ¡Fué en el cielo, fué junto á Dios
y hubo un ángel re\)elde que por serlo cambió el cielo por el in-
•fierno!
¿Quiere decir que cambió el cielo por el infiernopa?'a ser rebelde,
con eí fin de ser rebelde? Pues eso no lo ha dicho nadie, y es un in-
fundio la idea y la frase un sofisma.
¿Quiere decir que lo cambió á causa de ser rebelde por ser re-
740 Literatura moderna.
relele? Pues entonces su frase uo tiene sentido; es una incongruen-
cia. Bien es verdad que la Princesa Bebé había aprendido su filoso-
fía en D'Annuncio, y no tenía además obligación de saber distinguir
la causa final de la causa eficiente.
Lapsus como este bay no pocos. H a y rasgos de observación, hay
escenas de fina ironía y tipos singulares. No hay una obra, y menos
una joya.

Serafín y Joaquín Alvarez Quintero.

La casa de Garda, comedia en tres actos, estrenada en el teatro Eldorado,


de Barcelona, el 8 de Junio de 1904, y en el teatro Español el 15 de Marzo
de 1906.

García es un buen hombre á quien su familia hace desgraciado:


su mujer no se preocupa de él ni de la casa por preocuparse de la
casa y de las cosas del vecino. Sus hijos no lo respetan, huyen de él
cuando lo ven enfermo, menospreciándolo, haciendo burla de sus
tristezas y de sus bondades. Son viciosos ó ligeros, y , sobre todo,
de nn egoísmo repugnante; no sienten los lazos de familia, y la casa
de García, más que hogar, parece un mesón donde se hospedan gi-
tanos de distintas banderías.
García tiene recogidas en su casa dos sobrinas qne son s u ale-
gría: una de ellas tiene que fugarse á casa de su novio donde pueda
vivir honradamente hasta que se casen: la atmósfera de aquella
casa le ahoga; el desamor, los odios, las humillaciones, el vicio de
sus primos, y , sobre todo, las codicias y asaltos á su honor de uno
de ellos, nn cínico redomado, la obligan á huir. El buen García
tiene que reconocer apenado qne su sobrina tiene razón. La otra
tiene un carácter reconcentrado, obscuro y abnegado. Es en aque-
lla casa, donde hasta el aire parece erizado de puntas de alfiler para
su alma sensible, su único consuelo. Con sorpresa suya averigua
que en silencio ama ella á uno de sus hijos.
Pero ese hijo, César, es el único bueno, el único decente de la
familia: en su cariño quiere buscar un refugio. El hijo quiere y res-
peta á su padre, pero está m u y lejos de ser tampoco un santo. Se ha
liado con una mujer casada del gran mundo, y para llegarse á ella
ha tenido que gastar y hacer desfalcos de consideración en la Casa
de Banca, donde está empleado. Otra montaña de dolor que se des-
ploma sobre su corazón. García quiere salvar á César. Dio á sus
Teatro. 741

hijos una casa; si la venden, César se salva de la deshonra y del


presidio. Los hermanos se ríen; ¡bueno estaría que vendieran ellos
su casa! Su padre y su hermano querían arruinarlos. ¿No la había
hecho? Que la pagara.
García, desesperado y abatido, le propone á su hijo otro medio
de salvación. El administra una fuarte cantidad de una señora; dis-
pondrá de ella para salvar al hijo del presidio. Podrá reponerla &
tiempo. ¿Que no puede? Caerá con una caída romántica. Lo habrá
hecho por salvar á un hijo.
El hijo, de fondo caballeresco, no acepta el sacrificio de su pa-
dre, y huye de la justicia á la emigración. Deja á su prima una car-
ta, y en ella le dice; «Merezco tu lástima ó tu desprecio, tu cariño
no , acaso algún día volveré Cuando puedas mirarme tú sin
que yo me avergüence, cuando pueda decir á mí padre: ¡Pobre vie-
jo que quisiste hacer una casa y se te volvió un nido de víboras,
descansa que bien lo mereces....! No dejes á mi padre.»
Aquel nuevo golpe anonada á García; maldice á su familia:
«marchaos adonde no os vea más—le dice—, lejos, muy lejos, y de-
jadme solo».
María, la resignada sobrina que adora á César más ahora que
es más desgraciado, esperará al ausente, lo esperarán juntos. Y cae
el telón.

* *

En esta obra h a y escenas admirables, de ese realismo fresco y


sano en el que nadie iguala hoy á los hermanos Quintero; los tipos
cómicos están muy bien observados y presentados con una gracia
inimitable. Creo, siu embargo, que La casa de García es de las
obras más endebles que han producido. Es una casa, una familia po-
sible, pero habrá que buscarla con la linterna de Diógenes, y á los
que no la han buscado, paréceles inverosímil y un poco grotesca.
Por eso no produce efecto el drama que hay en ella; y hay escenas
donde la bondad de García merece el menosprecio de la tontería.
Es una comedia que sólo puede hacerla un buen autor dramáti-
co; pero la comedía no me atrevo á decir que es buena, de las que
perduran,
742 Literatura moderna.

E. Marquina.

Benvenuto Cellini, biografía dramática en cuatro actos, representada


en. el teatro de la Princesa, de Madrid, el 21 de Marzo de 1906.

Confleso que el documento más auténtico que conozco de la vida


de Benvenuto es su autobiografía, en la que no creo gran cosa. Creo
menos en la biografía de Marquira.
Entre Benvenuto, pintado por sí mismo, y el Benvenuto que Mar-
quina nos presenta, hay notables diferencias. ¿Cuál se aproxima
más al original? Indudablemente el de la autobiografía, y si valiera
la pena, no sería difícil demostrarlo.
En la vida del g:ran auríflce italiano introduce Marquina un
amor culpable, pero idealizado. Es una sombra piado.«a que viene
siempre á tiempo, como las hadas de los cuentos infantiles, que des-
tila en su vida amargada y de lucha irascible y violenta por el arte,
el jugo sagrado de la dicha. Sigue al gran artista, á lo largo dfe la
vida, escondida á veces, y con un amor que sólo se siente por un
Dios, apareciéndosele en los momentos eu que desfallece, para con-
fortarlo. Este amor es Escorpina, que más que una mujer, ha debi-
do ser, en el plan de Marquina, un símbolo del amor con que ha que-
rido humanizar la figura de Celüni. Parece que en los archivos no
se encuentran huellas de ese amor. Benvenuto tuvo Pantasileas, pero
no Escorpinas. Por las mujeres sintió un gran desprecio, y sólo co-
noció los amores fáciles y fugitivos.
No es esta la única invención del biógrafo dramático. Cellini no
sintió, y tal vez no conoció la democracia, y Marquina lo presenta
en el cuarto acto frente al soberano de Florencia y como un reden-
tor del pueblo, salido, no de.las aulas de Savonarola, sino de la re-
dacción de un periódico callejero.
—¡Sólo me faltaba oir que los soberanos pretendieran ser más
grandes que su pueblo!—le hace decir á Cellini. Pero esa frase, que
tiene su efecto y es lógica en un demócrata con vistas á la anarquía
como Marquina, es un anacronismo y suena á falso en un hombre,
como Cellini, que se jacta de haber muerto al duque de Borbón en
el sitio de Roma, por servir á su señor y rey el Papa. En el Benve-
nuto de su biografía dramática ha dejado él mucho de su alma, des-
figurando la de su biografiado.
Teatro. f43
Otra ficción más importante—porque es donde ha visto todo sn
drama Marquina—está en la idealización de su héroe. Este no es nn
hombre, ni siquiera un hombre extraordinario como Cellini: es nn
símbolo del arte, es el arte mismo, tal como lo concibe uno de esos
estetas modernos, por los que tan inmenso desprecio tiene Pío Ba-
roja en Paradox, Rey; es un dios que no puede caminar por la vida
sino sintiendo las nostalgias de su cielo, cerrado á las almas vulga-
res, destrozándose su planta sagrada sobre las espinas de la ímbeci-
Udad ambiente, sintiéndose superior, incomprendido, lo único digno
de aer sobre la tierra.
Por eso el Cellini de Marquina es tan poco humano, y por eso su
endiosamiento no parece excesivamente justificado, y las frases de
adoración por su arte suenan á hueco muchas veces y otras dan la
sensación de la anormalidad y del desequilibrio mental.
El cuarto acto sería épico si fuera teatral; ¡qué grandioso capítu-
lo para una novela! El diálogo seco, sobrio, de las escenas, no le
basta al lector para comprender la grandeza del drama que ruge y
borbotea en el alma del artista, ante aquel horno donde está fun-
diéndose su gloria, la sangre hirviente del metal que ha de dar vida
á su Perseo.
Los dos primeros actos son secos, sin jugo; parecen traducción
literal de una obra antigua; el afán de darles sabor de época ha des-
terrado de ellos hondura de pensamiento y relampagueos de frase.
No parecen escritos por un lírico como Marquina, que además ama
la paradoja y rinde culto excesivo á la frase efectista. En el tercero,
aparece y a más el imaginativo y el pulidor de frases. En general, la
obra se oye con gusto y es estimable, pero no quedará.
SEVEEINO AZNAR.
NOTAS BlBUOQRflFlCnS

VICENTE BLASCO IUÁSEZ: La maja desmida, novela. Uu volumen de 18,5 por 12,0.
Valencia y Madrid, F. Sampere y Compañía. Precio,'¿pesetas.

La reciente novela de Blasco Ibílñez es como un gran desnudo debido


á un gran pintor de arte sensual. Llégase á él con el respeto que inspira
el talento, pero no con la serenidad de ánimo que ante otras obras se
siente. Desde luego puede compararse á aquellos cuadros de museo de
que nos habla el autor, ante los cuales las señoras pasan sin mirar y ha-
ciéndose las distraídas; poro ¡qué fuerza, qué equilibrio, qué naturalidad
y qué vida! ¡Cómo se nota pronto que nos hallamos ante un maestro que
ha trabajado con amor un asunto hondamente sentido! La obra está des-
provista de velos; desciende á pormenores de los que muchos evitan; no
idealiza ni purifica; no es la Venus de Milo, sino i a maja desnuda de
Goya; es libre, real, inquietante, y, sin embargo, su sensualidad esseria
y fuerte: no sonríe con canallesco aire de corrupción y afeminamiento,
sino que le basta con mostrarse entera, con total abandono, para conmo-
ver. Es hondamente humana, aunque no sea siempre hondamente moral. •
Dicen que todos los grandes pintores sienten el amor de la carne: aquí
está en el libro de Blasco Ibáñez como un tormento, como un ideal, no
como bajo placer, fácilmente asequible. En ello ha acertado el novelista,
ennobleciendo su asunto, redimiéndolo del pecado de vulgaridad en que
hubieran incurrido, sin duda, manos profanas y torpes. Su protagonista
es un hombre relativamente casto; un corpachón que mira desdeñosa-
mente la vida de calaveradas tontas; un cerebro enamorado de la Belle-
za, cuyo amor es el rival más temible que aparece siempre como un fan-
tasma ante los ojos de la mujer legitima del pintor, del pintor Renovales,
pues este es su nombre. Así aparece más vivo el contraste y nos inspira
mayor compasión al verle decaído y entregado en sus últimos años á la
misma clase de vida que despreciaba, y ello no por propia voluntad, sino
de un modo fatal, por culpa de aquel vago amor que él lleva en el cere-
bro. Muy atrevido es el cuadro, pero muy humano.
Lo que ocurre en La maja desnuda de Blasco Ibáñez es, en esencia,
lo siguiente: Renovales, pintor enamorado de la realidad, se casa' con
Notas bibliográficas. 745
una raujerelta madrüei'ia en qiden él descubre, ó cree descubrir, g-ran
parecido con La maja desnuda, el cuadro de Goya. El la siente así, como
su ideal femenino, que no le es posible pintar, porque su mujer no es uno
de tantos vulgares modelos que á ello se presten. Su irrealizable idea
llega A convertirse para él en una obsesión, y busca, para realizarla, el
amor de otra mujer, con lo que sólo logra un desengaño, la pérdida do su
felicidad doméstica y el abandono de sus hábitos de trabajo regulado,
gracias al cual ha conseguido ganar fama y labrarse una fortuna. Ciego
para todo lo que no sea su idea, mientras tiene la dicha al lado no ia
aprecia y llega á desear la muerte de BU esposa; mas cuando está enfer-
ma y muere de una tisis galopante engendrada por los celos y los disgus-
tos, principalmente, al verse él libre y creer que ahora va á encontrar el
modelo que ansia, nota que la muerta es la única que reina realmente
en su corazón, y al buscar á otras mujeres, la que él desea encontrar una
vez más, es la que ya uo volverá á ver: su legitima esposa, caso estu-
pendo, según la amiga ligera y viciosa en cuyos brazos cayó rendido el
pintor en vida de su compañera legal. Renovales, decaído, deshecho el
cuerpo y enferma el alúa, se ve condenado á perseguir un ideal que no
alcanzará jamás y á esperar la muerte, la única libertadora de aquel su-
plicio al cual vive sujeto su cerebro de artista. Nótese la nobleza del cua-
dro, que inspira simpatía, y cuan fácilmente podría sacarse de él una
lección moral pasando por encima de las inmoralidades de pormenor que
hay en la obra, sobre todo hacia el final, donde la simpatía de que habla-
mos se pierde, se desvanece, al irse esfumando también la figura robusta
del pintor. Con todo esto, bien puede afirmarse que Blasco Ibáñez ha es-
crito un libro fuerte, magistral, que al ser traducido al francés (como ha
de serlo) y representar por esos mundos la literatura española contem-
poránea, recibirá elogios mayores aiin que los de aquí, y demostrará el
savoir faire á que han llegado nuestros novelistas modernos. Y alli, don-
de los más célebres autores se toman ilimitadas libertades, la libertad de
La ntaja desnuda asustará mucho menos que entre nosotros, porque el
hábito de recorrer museos es mayor y distinto el criterio que se usa.
Son muchas las bellezas que hay en la obra y que exigirían im largo
artículo para señalarlas y comentarlas. Entre los personajes secundarios
merecen especial mención la esposa de Renovales, su amiga Concha y el
buen Cotoner, tipo de parásito muy bien observado,
Deslucen, de cuando en cuando, el estilo, patentes é innecesarios ga-
licismos y alguna equivocación. No influyen, sin embargo, en el valor de
la obra, el cual, desde el aspecto literario, es innegable.
746 Literatura moderna. \

Pío BAROJA: Paradox, Bey (novela). Un volumen de 18,5 por 11,5, 284 páginas.
Madrid. Librería de los Sucesores de Hernando, 1906. Precio, 3 pesetas.

La obra de Pío Baroja tiene tanto de novela como de sátira social.


Existe ya toda una literatura, que se ha ido formando poco á poco y flo-
rece de un modo especial en Inglaterra, aunque cuente con represen-
tantes en otros países, dedicada á dar forma á las ideas ó sueños de
los que los ingleses llaman, sin meterse en grandes distingos, social re-
formes. Hay quien busca en esas modernas utopias algo que sustituya á
lo maravilloso antiguo, y así William Morris les pedía inspiración poé-
tica; Wells les pide hoy inspiración novelística. Por caminos algo pare-
cidos á los de éste ha ido Baroja al escribir su Paradox, Rey, tipo bohe-
mio que recoge de una de sus novelas anteriores.
He aqui, en pocas palabras, lo que le ocurre en este libro á Silvestre
Paradox, el de las famosas aventuras, inventos y mixtificaciones. Al en-
terarse, por casualidad, en un fragmento de periódico inglés, de que un
gran banquero judío de Londres ha invitado á una excursión al África á
varios hombres de ciencia, naturalistas y exploradores, para formar un
gran Sindicato con objeto de ir transportando al África á los judíos po-
bres, dándoles luego tierras y útiles de labranza y fundando así una
nueva patria israelita, Paradox escribe al banquero y se pone de acuer-
do con él para formar parte de la expedición, junto con un íntimo amigo
suyo. En el yacht inglés Cornucopia salen de Tánger once pasajeros, al-
gunos de ellos simples turistas, en dirección al país de Cananí. Sorpren
de al yacht una tempestad, y habiendo sido arrebatado por una ola el
capitán, otro de los tripulantes le sustituye. La tripulación está indisci-
plinada y se divide en dos grupos, el carbón se acaba, y al fin la Cornu-
copia, perdido el rumbo, va á anclar á un sitio de la costa, cuyo nombre
y situación ignoran los expedicionarios, aunque presumen estar en Gui-
nea. Caen en poder de los negros, y entonces comienza para ellos una
serie de aventuras tragi-cómicas que les asemeja grandemente á los per-
sonajes de una zarzuela. Paso á paso, Paradox llega á ser proclamado
rey en la ciudad de Bu-tata, en una isla desierta. Allí él y sus excéntri-
cos acompañantes ponen en práctica las más nuevas, revolucionarias y
raras teorías sociales, muy de acuerdo, EÍU embargo, en no pocos rasgos,
con las que nuestra época va poniendo en moda. De ellas son una gra-
ciosa y despreocupada caricatura. El reinado de Paradox, como todas
las grandes cosas, dura poco. Convertido en una especie de Emperador
del Sahara, como cierto boulevardier parisién de famosa historia, llega
á excitar la envidia ó el temor de Francia (!), y su reino queda destruido
por los cañones de las tropas expedicionarias francesas que operan en el
Golfo de Guinea, y que parecen animadas por el espíritu inmortal dol
buen Tartarín de Tarascón.
Esta ea la más reciente aventura y mixtificación de Silvestre Para-
Notas bibliográficas. 747
doxj pero la aventura es lo de menos: lo esencial es la donosa burla con-
tra la civilización europea y contra los sistemas de colonización que los
hambres civilizados emplean contra los salvajes. Los bárbaros no son
éstos, sino nosotros, segün la novela de Baroja, y también según la rea-
lidad que se deduce de los libros de algunos exploradores africanos. Va-
mos á predicar teorías y sueños á los que viven sin ellas más felices que
nosotros, y en último resultado lo que les llevamos son nuestras enfer-
medades, vicios y degeneraciones. Lucidos quedamos con todas nuestras
sabidurías, que no sirven para hacer á los hombres mejores ni más feli-
ces, sino más corrompidos.
Baroja tendrá ó no razón al empuñar el lápiz del caricaturista; su
humorismo, podrá ser harto pesimista; sus ideas, oscépticas y disolventes;
su moral, nula 6 muy deficiente; su volterianismo, bastante acusado en
el fondo j' aun en la forma; pero ello os qne ha producido una obra muy
original, á pesar de todas las influencias recibidas, y de uu hiimorismo
entre anglo-sajón y español que representa una nota propia é importan-
te en nuestra literitura, uua nota quu puede sacarse fuera de nuestro
pais y llevarlo á otros revistiendo verdadera actualidad y universal in '
teres. Si su obra tiene todos los caracteres de una broma, de una hu-
morada, de uu Tartarin español, tiene también toda la transceiulenoia
y mala intención de ciertos humorismos ingleses en que parece conden-
sarse toda la bilis que el espectáculo de la vida ha revuelto eu determi-
nados temperamentos de hombre cínico, experto y despreciativo, de
hombre en que se mezclan, por raio y curioso modo, lo ideal con el co-
nocimiento de las más bajas realidades del mundo. Hay en Paradox, Rey
algo que produce fiio en el alma, como en el cuerpo el inesperado tacto
de un reptil; algo que invita á la protesta; algo también, sin embargo,
que obliga á reconocer que quien ha escrito esta obra como por juego,
después de otras nmchas bien distintas, posee una importante y fuerte
personalidad de novelista.
La forma adoptada por el autor en esta novela es la dramática, algo
al estilo de Galdós, pero de corte directamente shakespearlano en no
pocos casos. Navegamos eu plena irrealidad, en pleno capricho, en pleno
cuento de las Mil y una noches. Los animales hablan y toman parte en
la acción, interrumpiéndose ésta para dar lugar á que el autor pueda in-
tercalar un Elogio sentimental del acordeón ú otro de ios viejos caballos
del Tío Vivo, con galicismo y todo, para que la obra acabe de parecerse
á las románticas de otros tiempos y de otros países que influyeron más ó
menos en el nuestro. La corriente de reacción contra la novela moderna,
tal como estaba constitiüda entre nosotros ima ó dos décadas atrás, con-
tinúa, pues, como se ve, y tienta á varios ingenios españolea.
748 Literatura moderna.

F. GARCÍA SANCHÍZ: Por tierra fragona Un volumen de 19 por 12, 9«


aas. "Valencia, 1906. Precio, 1,50 pesetas.

El nombre del Sr. García Sanchíz puede Verse al pie de varios traba-
jos publicados en conocidos periódicos madrileños, y figura al frente de
un folleto, que no conozco, titulado Pío Baroja. Por su estilo y por sus
ideas es de los modernos, de loa nuevos, y le supongo joven, porque hay
el inconfundible aroma de la juventud en sus páginas. Todo esto convie-
ne tenerlo presente para juzgar el libro Por tierra fragosa Es muy
breve, no tiendn á excitar y mantener el interés de la masa de lectores
vulgares, y muestra unos refinamientos y una nonc/iaZance que son como
el sello de una escuela que se va formando entre nosotros.
No es verdaderamente una colección de cuentos redondeados, ame-
nos, movidos, sino una serie de pinceladas con las cuales se va formando
una especie de poemita en prosa de la vida rural, en el que no se cauta
precisamente con sonoras estrofas, sino que se describe y se narra con
emoción contenida y sonriente, lo humilde, lo tosco, dentro de un esce-
nario campestre, entre pastores y labriegos, entre alguna sooibra de ca-
ballerf; también. Poesia bucólica, realizada por medio de diminutos y fu-
gitivos toques, indicando, sugiriendo, más que otra cosa, lo sentido por
el autor; he aquí la obra. Que aquél posee cualidades de poeta en prosa,
es innegable; que se muestra muy influido por otros autore? qne hoy
triunfan entre nosotros ea la prensa y en el libro, lo ea también, aunque
observa directamente y escribe con emoción propia. En su estilo existe
la preocupación del lenguaje (no precisamente la pureza); el rebusco de
palabras poco usadas; el letorcimieuto de la frase, comenzando por donde
menos se piensa, como en ciertos modos do decir de campesino castella-
no, que no sabe uao á vece» si calificar de clásicos ó de bárbaros, y que
no siempre producen en lo escrito el buen efecto deseado cuando los
adopta un autor. Aquello de que <toda afectación es mala», de puro sa-
bido parece que se nos olvida continuamente, ya al seguir una tenden-
cia, ya otra.
Por tierra fragosa contiene ya algunos croquis bien delineados;
pero el Sr. García Sauchfz debe aspirar á mAs y dibujar con trazos fir-
mes y claroii una obra de empuje que, no sólo interese á los artistas, sino
al público.
Notas bibliográficas. 749

ENBICH DE FUENTES: Romántichs rifara, (Eslvdi d'uiis amors vegvHotof). Novela,


ün volumen de 18,5 por 12,5. Barcelona. Publicoció Jovenfut, 1906. Precio,
4 pesetas.

Enrique de Fuentes es conocido ya en Cataluña como autor de cuen-


tos, y de él ho hablado otras veces, en distintas publicaí ioncí, .•ecomen-
dando algunos de loa que lleva escritos y fignran en tomo» suyos anterio-
res al presente. Posee buenas cualidades de narrador y ha sabido esco-
ger sus modelos, conociendo y recordando bien mil pormenores vulgares
de la vida catalaua, d.i la ?,lase media y del píiebln. Cuando acierta con
un asunto simpático y que intere-^e, sus cuentos se leen.con gusto, y
muestran, á veces, rn fondo tierno y poético que no deja indiferente al
lector. Ha representado, de cuando en cuaudo, en la literatura catalana,
la nota parisién, qne conoce, no por simples lecturas, sino por largas re-
sidencias. Luego, lo catalán le ha hecho olvidar bastante lo francés.
En su última novela Romdntirhs d'ara navega en plenas costumbres
populares, con alguno quo otro toque de burg;i<"sl,i, no muy favorabio,
no muy siaipático por cierto. Sn cariño lo guarda p.'tra el obrero, para el
empleado de corto sueldo, para el menestral, que tanta importancia tiene
en la vida barcelonesa, pudiendo decirse que flota eütn* dos clases y re
apaiece fácilmente hasta bajo la cubierta aparatosa del caballero, del
señor. El asunto de la obra es, c i el fondo, muy sencillo: ««a muestra de
amor libre, por orgullo, ñor eq>iivoc:tdfl, iiulependemia drt carácter del
hombre; por sumisión, por ciego amor del amor en la mujer, por descui-
do del mañaua en ambos. Ni uno ni otro se acuerdan, de momento, más
que de quererse; sólo con el tiempo, y al ir¿e acercau -o IH paternidad,
comprende él que tiene otros deberw. El ejemplo de uii obt ei-o que se ha
casado ya doá veces y está dispuesto á contraer mitrimonio por tercera
vez si volviera á enviudar (admirador convencido del imiirolublc lazo,
porque es la mejor solución que él halla al problema del au.o:), influye
tanto en el ánimo del protagonista cono los oonst'jos de sti madre y otras
consideraciones para producir en (I un cambio do frente y tr^^car sn or-
gullo en humildad y sumisión, convirtiendo al amante libérrimo en ma-
rido. Todo esto es muy sencillo en si; pero está envuelto cn tal ciimnlo de
lentitudes, de episcíMos menudoií que debieron supriniirscoobrfiviar.se,
que la novela pasa de las KKi páginas, cu.nndo con la mitad, ó üicnos, hu-
biera tenido lo suficiente Ahí est A la mavor oqiiivoi ücióu dc\ autor. Acos
tumbrado al cuento, al que él sabia darle justas proporciciic , ó á algu-
na novelita, ha querido ahora remontar más el vuelo; pero uo ha acerta-
do, para hacerlo, con un asunto bastante lleno é interofan'e. Lo que ocu-
rre en el libro es, después de todo, un amo; io vulgar, y uo requería los
honores de tanto e-;fuerzo por p.irte, del noveli.-ta pum. ir á p.'irar á lo i|ue
es tan frecuente on el mundo: que lo qu". empezó eii lio acvbe en matri-
nionio. Esto es, cn forma algo brutal, ( J e t o verdadera. !a sí.utesis de aquel
750 Literatura moderna. \
enamoramiento y de todos aquellos romanticismos con que la pareja que
nos pinta el Sr. Fuentes se engaña k sí misma, y aun parece quo engañe
también al autor, hasta que llegamos al final del libro y \emos lo con-
trario. Sobriedad, condensación, fiíerza: he iiqui el secreto del éxito de
no pocas obras que, con asuntos no superiores á éste, han logrado llamar
la atención.
Hay esparcidas entre las páginas de Romántichs ü'ara grandes cua-
lidades, toques acertados, tipos hijos de una observación exacta, aguda,
que revelan intimo conocimiento del medio descrito y práctica en retra-
tar lo observado. Existe, entre otros, uu tipo de madre quo aiguno.-s con-
siderarán inverosímil, pero que yo creo copiado de l.i realidad. De todas
suertes, si puede discutirse, lo innegable es q'io se fija uno eu él y lo re-
cuerda, aimque no quiera, después de cerrado el libro. fCs el más simpá-
tico de la obra, superior á los de la enamoradü panoja de los amores an-
gustiosos, intranquilos ó neguitosos, como se dice en catalán y reza el
subtitulo (qtie decididamente no me gusta) en la portada del grueso vo-
lumen. Mejor que por el actual, puedo juzgarse al Sr. Fuentes por algu-
nos de los que lleva publicados, aunque más modestos on el propósito.
Esperemos otras novelas suyas para decir si sobresale más en. ellas ó
en los cuentos.—R. D. PBRÉS.

BAYMOH CASELLAS: Les MuUituts. Un volumen de 20 por 13,5, 333 páginas. Bar-
celona. Llibreria de Francesch Puig , 1906. Precio, 4 pesetas.

Si se acepta el principio de que el periódico á la moderna es el reflejo


de nuestra vida social y de que su misión puramente informadora ha de
contraerse á la anotación exacta de todas las variaciones que acuse la
conciencia colectiva, tendremos, como consecuencia, que nadie como el
periodista se halla en condiciones tan favorables para el estudio de los
actos de la que se ha dado en llamar la multitud; estudio que debe con-
sistir en la descomposición á -posteriori de la acción realizada colectiva-
mente, desentrañando la significación inicial do esos movimientos que
raras veces serian explicables por la sola visión de conjunto. Echegaray
en El Gran Galeoto, y antes que él Beaumarchais por boca de D. Basi-
lio, algo nos han dicho sobre esos movimientos de la conciencia colectiva.
(Y no cito tales ejemplos pretendiendo á poca costa ser tenido por erudi-
to, siuo porque son los que primero se me han ocurrido y vulgarmente
conocidos.)
Casellas ha recurrido, como primera materia para sus Midtituts, al
eaud-il de observaciones personales recogidas á través de su labor perio-
dística, y confiando á su talento de novelador, acreditado ya en otro libro
publicado antes (Els sóts feréstechs), el desarrollo de cada uno délos epi- ,
Notas b¡b¡ios¡ráfícas. 751 ]
sodios, ha formado esa nueva obra que participa en cierto modo del ca-
rácter de novela social y del de crónica callejera.
En la mayoría de esos cuadros. Les Multituts obran como obedeciendo
á una fuerza exterior que se dejara sentir de improviso sobre cada Indi- •
viduo de por sí, empujándoles á todos hacia una acción simultánea y casi
siempre brutal. En la multitud no cuentan para nada las facultades su-
periores propias de los individuos; sólo tienen valor los instintos, y aun
entre ellos rara vez predominarán los que tiende i á un fln superior. Así
presenciamos, gracias al libro de Raimundo Casellas, el crimen colectivo
en Justicia de poblé y en El simulacre de guerra; el embrutecimiento del
populacho en Els funeráls del espasa, eu Dia de sentencia, y en ¡Deunos
aygua Magestat! y otras flaquezas sociales en los restantes capítulos. Pre-
cisamente la repetición de tales cuadros en el libro que me ocupa deja el
deseo, como compensación á tanta negrura, de algún episodio en que la
multitud se revelara movida por uno de us raros impulsos de nobleza;
esto hubiera aparecido como un verdadero estimulante en aquellas pági-
nas de épica monstruosidad.
Eu su libro de IJCS Multituts, además de buen observador y excelente
pintor realista, se presenta Casellas como literato recomendable. Su
prosa catalana constituye una hábil transacción entre el lenguaje popu-
lar del cual se ha debido servir el escritor como documento humano, y el
lenguaje que podríamos llamar literario. Porque es cierto ya el hecho
de la formación de un lenguaje literario catalán, en el cual trabajan si-
multáneamente los reiítauradores de los monumentos clásicos de Catalu-
ña y los escritores de la última generación: aquéllos devolviendo al lé-
xico del regional idioma multitud de vocablos que un prolongado des-
uso habla desterrado del lenguaje corriente; los segundos esmerándose
en la utilización, según arto, de esos valiosos materiales, cuya circula-
ción queda asegurada para más adelante gracias á la cada vez más
abundante producción literaria y al intenso cultivo de que, desde el pe-
riódico y la revista, se hace objeto al idioma oriental de la Península
ibérica; hecho que lejos de despertar suspicacias ha de sor motivo de or-
gullo para todos los españoles, ya que en aquélla conviven tres literatu-
ras, cada una de las cuales tiene reconocida svi importancia por parte
de quienes han podido juzgarlas con espíritu de imparcialidad y sin
prejuicios. .
En resumen: Les Multituts, de Ramón Casellas, merecen ser tenidas
por una manifestación importante dentro de la literatura realista en
nuestro pais.—R. MIQUKL Y PLANAS.
752 Literatura moderna.

EAFAEL PAMPLONA r ESCUDERO: Juego de Damas, novela, ün volumen de 18,8


por 12,2, 299 páginas. Madrid. Librería de la Asociación de Escritores y
Artistas. Precio, 3 pesetas.

Nadie se acuerda ya de la curiosa polémica literaria acerca de si la


provincia es uovelable, y ha perdido mucho de su autoridad la conocida
frase de Balzac: «El escritor que permanece en provincias, al cabo de
treinta años es perdido para el arte». Puede el novelista vivir donde le
plazca, y tomar sus personajes y la fábula de cualquier medio social, á
condición de saber observarlo y pre=entarlo desde un punto de vista ar-
tístico.
Rafael Pamplona, cuya primera novela Cuartel de Inválidos se des-
arrolla en ambiente exótico hasta parecer una traducción extranjera, ha
tenido el acierto de reflejar en Juego de Damas ¡a flsonomia de la buena
sociedad provinciana, entre la cual vive.
Antonio de la Calzada, joven capitán de caballería, soltero y guapo,
destinado á prestar servicio en una capital de provincia, en calidad de
ayudante del Capitán general, escribe sus impresiones y cuenta sus
aventuras amorosas á un amigo de la corte; y es-tas cartas constituyen
la forma externa de la novela.
La posición oficial del joven ayudante le permite penetrar rápida-
mente en la mejor sociedad de Orba, uno de cuyos centros es la Capita-
nía, donde imperan con el cetro de la elegancia las hijas del general.
Desde tan buen observatorio le es fácil al a-udante pasar revista á l o s
más notables tipos del alto mundo provinciano, y por sus cartas desfilan,
formando la corte del general Columela, que confunde las plantas de
rabanetas con los tomates, el rico deán de la catedral, gobernador ecle-
siástico de la diócesis, sede vacante, acompañado de sus sobrinas, dos
saladísimas andaluzas, D . Esteban de Lucientes, aristócrata tradiciona-
lista, muy aficionado á antigüedades, cuya casa parece un museo, su es-
posa Magdalena, la hermosa Magda, la mujer á la moda, la temible be-
lleza, casi profesional, de Orba, D. Camilo Xirnénez de Xanabria, el de-
voto jugador que interrumpe las sesiones de monte ó de baccarat para
hacer su hora dovela nocturna, el calavera Carlos de Endina, y otros
tipos menos acusados que ocupan lugar secundario en la novela.
Antonio siente despertarse simultáneamente al contacto de aquella
sociedad dos afecciones muy diferentes: una, de pura simpatía, hacia
Remedios, la menor de las sobrinas del deán, y otra más intensa y menos
pura, que tiene por ídolo á la bella Magda.
Una juerga nocturna nacida en el Casino y acaudillada por Carlos de
Endina, que se desarrolla en pleno campo y sobro las aguas del río (uno
de los capítulos más interesantes de la novela), y que termina trágica-
mente con el suicidio de Carlos, es la causa ocasional que pone en ín-
timo contacto al aj^udante con Magdalena. El suicida fué antiguo
Notas biblloeráfícas. 753
amante de ésta, y guarda en su pupitre tres cartas y dos retratos com-
prometedores, que ella desea recobrar á toda costa, evitando que anden
en manos de curiales, y confia esta delicada misión á Antonio, el cual
pone en acción todos sus recursos para rescatar la prenda, y lo consigue,
y con ella la esperanza de futura recompensa que también llega.
Paralelamente se desarrolla el juego de novios del ayudaute con Re-
medios, juego en el cual pone más interés y pasión la andaluza que el
capitán, como es de suponer. Este doble juego tiene casi siempre sus
quiebras, y la catástrofe estalla rápidamente en uu baile de trajea que
se celebra en casa de Magdalena.
—Tú tienes algo con Remedios—dice ésta al capitán.
—Es muy buena amiga
— ¡No quiero que la mires!
—No la miraré.
—Es que á ella se le van los ojos tras de ti.
—Eso no lo puedo yo evitar.
—¡Oh! ¡Yo lo evitaré!
Y aprovechando unos momentos de distracción del capitán con Xirné-
nez de Xanabria, invita Magdalena á Remedios á pasar i su tocador,
donde se desarrolla una violenta escena de celos, en la cual la altiva
dueña de la casa lanza á la enamorada Remedios esta envenenada
frase:
—Al fin, Angustias y tii dos innominadas.
Remedios cae herida de un sincopo mortal, y Antonio sale de la in-
fausta vivienda y vaga por los campos, escuchando una voz misteriosa
que le grita: «¡Corrías como un loco tras el fantasma del deseo, y no has
visto la felicidad que á tu lado te tendía los brazos.»
Este sencillo argumento, que se desenvuelve con naturalidad, da mo-
tivo al autor para describir unas maniobras militares, jiras campestres,
una conspiración abortada y otras escenas episódicas con justas notas
de color. Los tipos están dibujados del natural y los caracteres bien sos-
tenidos.
Juago do Damas es una novela que se lee con interés y agrado y re-
vela un progreso en los procedimientos del autor. Los estilistas echarán
tal vez de menos en ella el atildado aliño de la frase, y los emotivos la
intensidad del sentimiento; pero la justificación de todos éstos, que pu-
dieran considerar defectos, está acaso en la ligereza propia de la forma
epistolar adoptada por la narración.—JUAN B L A S T Ü B I D B .
nosnico

El 6 de Junio último falleció en Madrid el célebre poeta D. Manuel


del Palacio. Habla tacido en Lérida el 25 de Diciembre de 1832. Hizo en
Granada sus primeros estudios literarios, y fué uno de los escritores que
formaron parte de la llamada cuerda granadina, notables varios de ellos
por su agudeza y buen gusto, y que realizaron el no fácil empeño de dar
á la bohemia literaria un tinte de distinción, elegancia y urbanidad.
Palacio, llevado del ambiente de la época y de sus propias ideas, se
distinguió como publicista democrático ó revolucionario, cosas que no
siempre han sido correlativas ni aun semejantes en España. Escribió en
La Discusión, El Pueblo y el Gil Blas, y su fácil y desenfadada vena sa-
tírica le dio renombre y le expuso á las persecuciones y represalias que
inevitablemente se producen en los tiempos de lucha politica. Fué depor-
tado á Puerto Rico. Triunfante la Revolución de Septiembre ingresó cn
la carrera diplomática, en la que desempeñó diversos puestos en Europa
y América, amén de otros puramente administrativos. Fué electo acadé-
mico de la Española en 1892, y en 1891 hizo su ingreso disertando acerca
de la poesia, y contestándole en su recepción D. Vicente Barrantes.
Aunque Palacio no era exclusivamente poeta satírico, sino que culti-
vó también la poesia amatoria sentimental y la leyenda romántica, en
aquel género fué donde brillaron más sus facultades. Tenia fácil y feli-
císimo ingenio, y dominaba la versificación al punto de que parecía serle
más fácil escribir y hablar en verso que en prosa. En combinaciones mé-
tricas difíciles, como el soneto, fué maestro, y muchos se encuentran en
su colección titulada Cien sonetos qtie son verdaderos modelos.
Sin llegar á la altura eminente de Núñez de Arce y Campoamor, sus
contemporáneos, se aproximó bas'ante en la estimación del público y de
los doctos á esos principes de la poesía española en el siglo i i x . No teniai
sin embargo, la grandilocuencia ni el vigor épico del autor de La ultima-
lamentación de lord Byron, ni la penetración filosófica de Campoamor.
Su ingenio era menos hondo, y cuando pulsó la nota sentimental no llegó
A las alturas de El idilio y de algunos Pequeños poemas.
Con Clarín sostuvo una viva y ruidosa polémica ó, mejor dicho,
disputa con motivo de haber afirmado el famoso critico que en España
había por entonces dos poetas y medio. Los poetas completos, á juicio de
Mosaico. 755
Clarín, eran los dos antes citados, y el medio Manuel del Palacio, que no
86 resignó á ser tasado en 0,50 de poeta. Mucho ingenio derrocharon los
dos contendientes en aquella disputa, que, al cabo, degeneró, como sue-
le ocurrir frecuentemente eu España, en feroz diatriba por una y otra
parte, dándose el espectáculo, siempre lamentable, de dos hombres de ta-
lento que se ponen de oro y azul, sin que al cabo los improperios de-
muestren nada ni con ellos se consiga más que halagar los malos instin-
tos de la parte del público qtie se deleita con esta clase de lides de pluma.
Ea lista de las obras de Palacio es muy larga. Entre ellas pueden ci-
tarse Cabezas y calabazas (escrita en colaboración), Docereales en prosa
y algunos versos gratis. Cien sonetos, Juan Bravo el Comunero, Fruta
verde, Melodías íntimas. Veladas de otoño. El niño de nieve y otras mu-
chas que, en obsequio á la brevedad, se omiten. Palacio ocupará, ó más i
bien ocupa, porque su labor estaba terminada, un lugar saliente en la I
Historia de la poesía castellana del siglo xix.—E. G. DB B . \

La muerte de Ibsen es uno de esos acontecimientos de interés univer- ;


sal que no debemos dejar pasar en silencio en nuestra Revista, aunque el ¡
carácter d e í s t a no sea tan general como el dé otras que han podido de-'
dicar al gran dramaturgo largos y serios estudios. La influencia de Ibsen
se ha hecho notar en todas parte.s, siendo unas veces beneíiciosa y perju-
dicial otras, según el sentido crítico y el tacto de los influidos, según lo
que buscaran en su modelo y la mayor ó menor penetración de su arte.
Que ha impreso también su huella en nuestro teatro, ha sido patente va-
rias veces: pero la impresión fué más superflcial que honda en no pocos
casos, tomándose de él más lo formal que lo esencial. Se ha hablado aquí
y en el extranjero de que Echegaray, por ejemplo, seguía á Ibsen, y si
hay entre nuestros autores uno cuya naturaleza, cuyo talento sean
opuestos diametralmente al escritor noruego, este autor es Echegaray,
que no ha podido sentirlo nunca sinceramente ni representa nada que
no sea muy español y muj' romántico. Más bien podría buscarse esa in-
fluencia en otros dramaturgos nuestros de quienes uo se ha hablado tanto
en este sentido, y uno hay, el catalán Ignacio Iglesias, que debe muchí-
simo á Ibsen (siu perjuicio de su propia originalidad) en el concepto más
elevado: el de ciertos exqtiisitos procedimientos, profundidades de aná-
lisis y audacias de pensamiento. Un Galdós ó un Benavente son, también,
más apropiados para sentir á Ibsen que un Echegaray y hasta que un
Guimerá, que es, igualmente, de los que han orientado alguna vez su
rumbo en dirección más ó menos paralela á la dal maestro noruego. Pero,
en rigor, para parecerse á Ibsen hay que empozar por tener tin alma de
independencia algo selvática, como la suya, y luego unir á esto la origi-
nalidad genial, la mezcla de realismo y poesía y contar con ui:a primera
materia dramatizablo que no es la española de pura raza, ó al menos la
que los clásicos y los usos castellanos reflejan. Por lo general, los meri-
dionales sienten mal á Ibsen, aunque otra cosa crean, y un baño de Norte¿
756 Literatura moderna.

es muy uecesaiio para gustar del todo no pocas cosas que en sus dramas
nos sorprenden y desconciertan. Han ofrecido grandes dificu'tades p; ¡a
los mismos septentrionale.*, ¿y no iban á ofrecerlas ¡jara nosotros? Ni en
paises como Inglaterra se ba abierto paso con facilidad Ibsen en los pri-
meros años de su reputación universal, y, sin embargo, la vida que des-
cribe nunca s» siente mejor que al verla desde las tablas de teatro de un
pais como aquél, ú otro que aún se parezca más al original.
Sobre Ibseu, sabido es que se han publicado multitud de estudios de
todas clases en varios idiomas; pero como muy curio.ío y completo, por
contener gran número de datos bibliográficos y por estar al alcance de
todos entre nosotros, citaremos el libro Ibsen: L'Homme et VCEuvre, origi-
nal del vizconde de CoUeville y de F. de Zepelín, publicado hace al-
gunos años por la librería Nils.son, de París, en la Collection des Grand.i
Penseurs Modernes. También ahora, de entre el gran número de articu-
les publicados, merecen esv^'cial mención uno del famoso critico danég
Jorge Brandes, en el Fígaro; algunas cartas de Ibsen eu el propio perió-
dico; un estudio de P. G. La Chesnais, en el Mercure de France, y no ci-
tamos más porque el señalar los más importantes exigirla por sí .«ólo un
trabajo bibliográfico especial eu que las omisiones hablan de ser por fuer-
za muchas.
Ibson no ha pasado inútilmente por el campo de la literatura, y cuan-
do se le estudie más á distancia es cuando podrá fijarse mejor, de un
modo definitivo, la transcendencia de su independiente y huraña perso-
Ui-.lidad, sus cualidades y defectos.
Ha fallecido en París M. G. Vapercau, autor del Dictionnaire Uni-
versel des contemporains y del Dictionnaire Universel desJÁttéraiures,
obras famosas ambas y muy útiles para todos los houibres de estudio.
También ha fa'lecido recientemente en Pahua de Mallorca D. Juan
Palou y Coll, auto, de una obra dramática que obtuvo gran boga en .su
época: La campana de la Almudaina. De ella fué ií;;rodia tn el teatro
catalán La csquélla de la torratxa, de Seratl Pitarra (Federico Soler),
que dio nombre á un popular semanario que subsiste aún en Bar-
celona.
-*(- Fl Atei co de Madrid ha elegido por unanimidul para presidenta de
su Sección de Literatura á la eximia e-ciitora doña K;uilia Pardo Bazán.
Es un acto de justicia que celebramos.
La proi-ia Sociedad ha acordado establecer un premio internacional
de literatura, que se adjudicará aternativauíente, cada año, á escritores
extranjeros y españoles.
Desde la publicítción de uucstio núuiero anterior se han verificado
algunos homenajes en honor de Armando Palacio Valdés; se prepara .al-
gún otro dedicado á Valera, en Cabra, su poblacihi natal; se ha iuaiigu-
rado un monumento al poeta Manije! Reina en Puente Genil, y según la
Revista de Extremadura hay abierta una su.?cripeión para levantar en
Broza» una estatua á Francisco Sánchn,. (El Bi-oceiise},
Mosaico. 751
Terra baixa, el drama de Ángel Guimerá, ha sido representado con
gran éxito eu los Estados Unidos, traducido por Mr. Wallace Gillpatrick
con el titulo de Martlia of the Lowlands.
El traductor ha venido á España recientemente.
Eu el teatro Nacional, de Roma, ha sido estrenada una traducción de
la comedia de los Sres. Alvarez Quintero El amor qu& pasa, obtenieudo
gran éxito.
-if- El centenario de Corneille en París y la estatua que acaba de elevár-
sele, y que aún le debía Francia, según ha recordado un periódico, han
renovado una vez más ia memoria de las inñuencias españolas en el tea-
tro del autor del Cid.
-t)- Entre las obras estrenadas recientemente en el teatro Catalán me-
rece especial mención Girassol, delicada comedia de Ignacio Iglesias, no
recibida con el entusiasmo de otras, pero llena de grandes cualidades.
La casa editorial Montaner y Simón, de IBarcelona, prepara, en edi-
ción lujosa, una nueva obra de! ilustre poeta valenciano D. Teodoro Lló-
rente. Titulas» Poetas franceses del siglo XIX, composiciones selectas, tra-
ducidas en verso castellano. Los poetas traducidos son más de cuarenta.
De Lamartine, Víctor Hugo, Alfredo de Musset, Sully-Prudhomme y Cop-
pée habrá en el tomo buen número de poesías, figurando también con al-
gunas otros muchos autores. El libro dará idea del desarrollo y de las di- .
ferontes tendeucias de la poesia lírica on Francia durante la pasada cen- ,
turia. Conocida es la superior maestría demostrada ya desde hace mu- \
chos años por el Sr. Llórente en sus tra.iiicciones poéticas castellanas,
quo son, por lo general, dechados de hermosura literaria y tienen toda
la espontaneidad de poesííis originales.
Ha sido nombrado miembro de la Britisli Academy, de Londres, el
ilustre hispanófilo é historiador de la literatura española Mr. James Fitz-
maurice-Kelly, individuo correspondiente de nuestra Real Academia y
condecorado con la Orden de Alfonso XII. La British Academy, de la
quo sólo forman parte importantes personalidades, tiene liiuitüdo á ciou,
según sus estatutos, el número de sus asociados, y en ella han ingresado
hasta ahora noventa y cuatro. Nos felicitauíos de la distinción concedida
á un crítico que tan á fondo conoce la antigua y la moderna literatura
española.
-it- Continuando lo que hizo respecto al Quijote cuando se estrenó en
París la obra dramática de Richepin, M. Léon Charpentier ha aprove-
chado la oportunidad de representar.so en el Odeón La vieillesse de Don
Juan, de los Sres, Mouuet-SuUy y Pedro Barbier, para publicar otro
artículo en Le Figaro, demostrando que «el tipo legendario de Don Juan
no es ima creación particular de nuestras literaturas occidentales».
«Hacia el siglo x de nuestra Era, la literatura japonesa poseyó, según
el articulista, una figura en la cual el señor de Manara hubiera podido
reconocer á un precursor. Llamábase Genji, y la novela eu la cual se
halla La gesta de Genji está en la colección de los cuentos antiguos del
7S8 Literatura moderna.
Japón. La autora es una princesa cuyo nombre verdadero se ignora y que
escogió el pseudónimo de Murasaki Shikibu». El Sr. Charpentier des-
cribe algunas aventuras del Don Juan japonés.
La Sevue, de París, en su número de 1.° de Jidio contiene un articu-
lo de la señora Pardo Bazán sobre «Los poetas españoles del siglo xx».
La España Moderna de 1.° de Junio publica también otro artículo
de Ernesto Martinenche titulado «Literatura española: El teatro de Pé-
rez Galdós», traducido de la Bevue des Deux Mondes.~F.

Merecen señalarse los siguientes artículos que hallamos en alguna»


revistas extranjeras:
— LA RBVUE LATINE. París. Número de 25 de Mayo de 1906. Les person-
nages d' Ibañez (el autor llama así equivocadamente á Blasco Ibáñez),
por P. Vózinet.—Número de 25 de Junio. Le Village gris deM. Santiago
Rusiñol, por Georges Le Gentil.
— MBRCUBE DK FRANCE. París. Número de 15 de Abril. Lettres hispano-
américaines, por Eugenio Díaz Romero.—Número de 1 d e Mayo. Ijettres
espaynoles, por Rubén Darío. Lettres portugaises, por Philéas Lebes-
gue.—Número de 15 de Junio. Lettres portugaises, por Philéas Lebcsgue.
— NuovA ANTOLOGÍA. Roma. Número de 16 de Abril. Jacinto Verdaguer
(nota acompañada de retrato).—Número de 1.° de Mayo. Un capolavoro
del Teatro Spagnuolo. L' Alcalde di Zalamea, por Ugo Flores.—Número
de 16 de Mayo. Pérez Galdós e il suo teatro (nota acompañada de re-
trato).
— THE CONTEMPOKAUY REVIBW. Londres. Número de Mayo. In the
Footsteps of Ramón Lull, por Havelock EUis. Interesante artículo en que
lo antiguo se mezcla hábilmente con lo moderno.
FILOLOGÍA É HlSTORIñ LITERflRIfl
Apuntes sobre algunas voces raras
que ocurran en la Oaya ó Consonantes de [PERO GUILLEN b E ]
SEGOVín (manuscrito del siglo XV) ( 1 ) .

El texto del antiguo rimarlo arriba nombrado tiene importan-


cia, sobre todo para la fonética y la lexicografía españolas. Auuque
conservado en un solo manuscrito antiguo (Bibl. Nac. Madrid, ma-
nuscrito 10 065, antes Hh 33)—existe también una copia incompleta
de éste—ofrece la ventaja de presentar bastantes recursos enmen-
datorios intrínsecos, y además, parece es obra de un buen amanuen-
se que no se equivocaba mucho. En la introducción á una edición de
la Gaya que estoy trabajando, entiendo tratar al pormenor estas
cuestiones. Los anticipos fragmentarios que siguen no presumen ser
más que unos apuntes incompletos, que creo, sin embargo, tendrán
alguna utilidad á los hispanizantes, por ocasionar tal vez alguna dis-
cusión.

(1) Sobre la Gaya de Segovia que encierra el primer diccionario de ri-


mas compuesto en lengua castellana, véase VELÁZQUEZ, Orígenes de la
poesía castellana (segunda edición, págs. 128-185); CLBMBNOIN, en las Me-
morias de la lieal Academia de la Historia, V I , 405; GAYANGOS y VEDIA,
on el Ticknor, I, 551; AMADOR DE LOS RÍOS, edición de las Obras de San-
tillana, pág. cxix, nota 12.''; ÍDEM, Historia crítica de la literatura espa-
ñola, V I , catálogo, págs. 580-595, núm. 78; ídem, VII, pág. 96 y nota 1.*;
GALLARDO, I I , 160, I I I , col. 148-150; VINAZA, págs. 397 y sig.; MENÉNDEZ
Y PELAYO, Antología de poetas líricos, V I , págs. CLX y sig. Nótese aquí
que, á diferencia del Donatz proensals (mss. A y B , véase la edición
de STBNGBL) y del Torcymany, la Gaya de Segovia no trae las significa-
ciones. Suelen, sin embargo, ir aparte los verbos, y cuando corresponden
á una misma forma dos sentidos, uno verbal y otro de sustantivo ó de
adjetivo, esto se suele señalar mediante dos rayitas puestas eníren-
te del vocablo. Ocurren, aunque rara vez, basta tres y cuatro de estas
rayas enfrente de una sola yoz, como, por ejemplo, fas, con cuatro rayas,
^62 FUologia é historia literaria.
Quedando bien fija la acentuación de las T o c e s por la rima en
que se hallan, no dudo en escribir el acento según la ortografía mo-
derna.
n^endoque (FO) (1).
Creo qne es el a § 9 a n d ú q , voz bastante usada en árabe con el
sentido de <arca». Fonéticamente, a í g a n d ú q daría *aganduque, ó
con imála, agendoque.
n^ulfc (Pfl), nqulfar (Fn).

Es lo qne en la Gaya ocurre constantemente por •cazufrar». En la


primera de las dos listas que en el manuscrito preceden al rimarlo á
título de índices, ocurre gulfe, en la segunda gulfa gulfo, quitado el
artículo árabe, como en la forma xufre que ocurre en la Visión de
Filiberto, publicada por OCTAVIO D E TOLEDO, Zeitschrift fil/r rom.
Phil. 1878, pág. 57s„ y en el gallego xófre.

nifandar!» (Ffl) (2).


En el árabe encuéntrela voz a l / . a n d a r i s . Para afirmar ónegar
esta etimología no sirve la semántica, puesto que en nuestro texto
las voces van á secas, sin indicaciones de sentido-, pero por si es po-
sible encontrar la voz álfandaris en otros textos y tener así nn cri-

(1) F A = falta en el Diccionario de la RBAL ACADEMIA.


La transcripción de que me sirvo al citar voces árabes es ésta:
Número 4 del alfabeto árabe: &a (<7i dura inglesa).—5: gim {gn italia-
na).—6: ~7: xá.—9: oal [th blanda inglesa).—11; záy {s .sonora).-12: sin.
13: s'ín.—14: 9ad.-15: Dad.—16: T a . — 1 8 : 'áin.—19: -fáin.-21; qaf.—22:
kaí!—26: ha.—27: waw.—28: yá, y ó i (eoosonanteó semivocal).
Prosodia:
a a corta y larga sin acentuar,
á á corta y larga acentuadas.
En la indicación de la prosodia árabe me aparto de las formas que
hallo enWAHnsiUND, HandwOrtei'buch der neu-arabischen und deutschen
Sprache, tres tomos, Giessen, 1898, ateniéndome á lo que establece, par»
el árabe hablado en España, SAAVEDRA (véase su introducción á la edi-
ción de PuET MoNíjoN, Viaje á la Meca en el siglo XVI, texto aljamiado
deletreado por D. Mariano de Paño, Zaragoza, 1897, págs. XL y sigs.).
Cuando al dar una etimología árabe no oito á algún lexicógrafo, en-
tiéndase que la forma está transcrita de la que trae BIBBRSTBIN KAZI-
MiRSKi en su Dictionnaire arabe-frangais, París, ISfiü.
(2) Tal es la lectura del ms. 10 065; el P» Burriel (ó su amanuense), por
el cual fué hecha en 1751 la copia mencionada arriba, escribió álfaudaris.
Apuntes sobre algunas voces raras... 763

terio de semántica, añadiré las diversas acepciones que atribuyen


al difícil a l / . a n d a r i s los arabistas: «wine, or oíd wine» L A Ñ E , «.vino
greco» PEDKO D E ALCALÁ, «plante du chanvre» QUATHEMERE (1), 1 8 3 6
(véase DOZY, Szipplément aux dictionnaires árabes). En cuanto á la
fonética, lo regular e s , en la Gaya, ya y.a ha = 7i, y fa = f; pero
hasta en la Gaya ocurren casos de -¿a = f(alfayate, alforja, rrafez),
y por BAIST, en las Román. Forschungen, IV, 3 8 7 , se enumeran, ade-
más de éstos, cinco casos seguros en que por el -/ no ocurre en el
castellano la h, sino la f, y dos ó tres casos donde el castellano ofre-
ce grafías con f junto á otras con h. Bien veo que choca la s., pues
de admitirse esta etimología, sería de esperar una z, y en vista
de la rima (2) hay que descartar la suposición de una confusión
gráfica entre la s y la z finales. H a y que mencionar, á este tenor,
que en el LAÑE, S. V . , hacia el fin, se cita á un autor árabe qne quie-
re derivar - ¿ a n d a r i s de un persa y a n d a r i s -

n i g i h e z (Ffl).

Debe de ser el árabe a l g a h á z de que también ocurre la vocaliza-


ción a l g i h á z , tachada de rara ó equivocada en la grafía, ó de dia-
lectal, por L A Ñ E , Arabic-english lexicón, s. v. g a h a z . Las significa-
ciones de la voz árabe las apuntaré del KAZIMIESKI: «appareil, Ins-
truments, agres d'un vaisseau; tronsseau de la mariée, tels que ha-
billements; ustensiles de ménage, etc.; provisions de bouche; objets
nécessaires pour l'enterrement; parties hontenses de la femme». Fo-
néticamente, la correspondencia es exacta.

nihabáca.
AcAD.'^ albahaca, como ponen y a NEBRIJA' yPEDRO D E ALCALÁ.La
lectura de la Gaya corresponde exactamente al árabe al>'- a b á q a ( 3 ) ,
que dan el D E ALCALÁ (habáca) y BOCHTOE citados por D o z y , Supplém.

(1) M. QUATKEMBRB, Histoire des Mongols de la Perse, écrite en per-


san par liaschid-Eldin [f 1320], publiée, traduite... et accompagnée de
notes... Tomo I, París, 1836 (-/andaría = n a b a t a l q í n n a b , la planta
del cáñamo que sirve para la fabricación del papel). Figura esta voz en
una nota del editor, pág. cxxxiv, col. b, no en el texto. No dice Qua-
tremére de dónde tomó esta noticia.
(2) Rima con los plurales maravedís, álanbaris (FA), y en lo sucesi-
vo, con las personas Vos: apergebís, etc.
(3) Para la indicación de la prosodia, véase arriba, pág. 762, nota ( 1 ) .
764 Filología é bistoría literaria.

El alhábega, alábega de AoAD.'^ es alhábega, alábega, alfábega (y al-


fadéga, s. v. alfábega) en ACAD.' (1726). En el BAIST, Román. Fors-
chungen, I V , 362, se apuntan estas últimas formas (salvo alfadéga),
y , además, una portuguesa alfávaca, y el francés fabrégue. El Dic-
cionario portugués-alemán de H . MIOHAELIS, Leipzig, 1887 (revisión
tipográfica de CAROLINA MIOHAELIS n e VASOONCELLOS), sólo trae al-
fávaca, voz llana. ¿De dónde procede, pues, la acentuación esdrú-
jula, si es que, como parece, se admite ó se admitió dialeetalmente?
¿Del árabe al/.á bq, que es la vocalización más conocida del nombre
del basilisco?

nihame (Ffl).

En el Oanc. Baena, alhame, «velo, camisa». Es voz persa de ori-


gen, árabe alxam: « soie écrue, étoffe de cotón écru» (véase BAIST,
Romanische ForscJiungen, I V , 358). Correspondencia fonética; según
Baist, no ocurre escrito con f.

nimueqa (Pfl), almuerzo, almorzar.

En AOAD.' (1726) ocurre almueza, «lo mismo que almorzada,


oy se llama almuerza^, citándose á SUÁREZ, Doctrina de caballeros, .
y á CovARRUBiAS. Nótese que en la Gaya son consecuentes y fijas
por la rima las grafías que dejo apuntadas en el epígrafe, y podría
preguntarse en vista de éstas si no hay que rechazar la sospecha de
una correspondencia etimológica entre almuega y almuerzo. Sin em-
bargo, sabido es que existen de esta última voz grafías con rg y
hasta sin la r: en el portugués, tenemos almorgo — almogo, ambos
con el sentido del esp. almuerzo, y del JUAN BÜIZ, conviene apuntar
las grafías amuerao, con cedilla supuesta al a (1191 b, ms. 6 , año
1389); almuerga, imperativo aconsonantado con esfuerga (1032 a) (1);
almosar (982 a, mss. S y G, rima-ar, donde el a puede equivaler
tanto á una z como á una g. Otros pasajes como 1196 a, 1197 b ,
1288 b (mss. S, G, T), no sirven para nuestro caso.—Almuega tam
bien ocurre en el Juan Ruiz, 1275 b, en rima.—Respecto de tan di-
ficultosas voces me limito á los apuntes ortográficos que preceden.

(1) En una edición crítica del Juan Ruiz, ¿deberá admitirse más bien
la consonancia incompleta almuerza \\ esfuerga, comparable á las incom-
pletas de 1037 ab, 1037 od, 1041 cd, á pesar de que juzgando por la ed. Du- .
camin, conouerdan los dos mss. S y G en traer aquí la lectura con g: al-
muerga?
Apuntes sobre algunas voces raras... 76S

Azaradla (Ffl).

Creo es a z z a r a d i y a «vox peregrina et serior», FKETTAG (LAÑE,


s. V . . . . ) ; DOZY, Supplément. El z a y dicen qne sustituyó á nn s i n
(LANE, S. V. z a r i d a , citando á dos autores árabes); como quiera,
los españoles oyeron también un zay. En el árabe se apuntan dos
acepciones: «casquete» y «cota de mallas», y en el DOZY es el nom-
bre de un instrumento para hacer mallas. Mjurdía que trae ACAD.I^,
mira á la misma raíz árabe que azaradla.

besfaldra -e -o (Pfl).

En las inñexiones débiles, sólo ocurre un desfoldrar (FA) constan-


te. La r en desfaldra -e -o debe de ser epentética; creo son formas de
un verbo ( 1 ) desfaldrar, desfaldar; comparado el antiguo portugués,
faldra = falda, apuntado por J . CORNU, Grobers Grundriss, P ,
981, § 160.
Escossa.

Se halla escrito con dos ss largas, y rima con ossa, cossa, acossa
(que deben ser n r s a m , c u r s a t , a e e u r s a t ) en esta serie de rimas:
-assa, -essa, -issa, -ossa, -ussa. No confundiéndose en la Gaya las ri-
mas en qne la s es sorda con aquéllas donde es sonora, la forma que
se ha de admitir en la edición crítica es esta misma escossa. Resulta
confií'mado lo supuesto por el Sr. MENÉNDEZ P I D A L , Romanía, xxix-
1 9 0 0 , 3 5 0 , acerca de la correcta grafía de esta voz, que deriva de
*exciírsam.
, Ezfírla(Fn).

En el DozT, Supplém., I , 2 2 , encuentro i s f i r i y a , «mets composé


de viande, d'oeufs et d'oignons»; cita á Ibn-al-Kütiya, ms. de París,
número 7 0 6 , fol. 4 4 r", y á dos autores que tratan del árabe moderno.
- Z p o r el s i n es lo fonético.
Qalifa ( F f l ) .

Debe de ser uno de los reñejos de la voz califa, árabe -¿alif a


(«successeur»). BAIST, Rom. Forschungen, I V , 3 5 2 , apunta estas for-

(1) Muchísimos verbos ocurren en estas tre.s inflexiones, débiles sola-


mente.
JÉl Pilologia é historia literaria.
mas solamente, además de califa: alcalifa, alqidfa (Conq. Ultram.),
gcüdifa (poema de Alfonso X I ) , y halifa; latinizado algalifus. Para
el cambio de > g, comp. BAIST, ibid., I V , 355.

Jaque, xaque.

Esta última v o z o r e o q u e e s el interjeccional g á h , v o z persa usa-


da en el juego de ajedrez, 6 el árabe s á q q ; véase ACAD." S. X. ja-
que, 2." art. La primera YOZ jaque (FA) debe ser relacionada con e l
número 5 166 de KoRTING^^ y tener el sentido de «cota de malla»
= jaco; ocurre ya en el siglo xiv, Cortes, I I , 178; véase BAIST, Rom.
Forschungen, I V , 411.

Queqa CFfl).
Es el árabe q á 9 9 a , «Unge blanc», que en el portugués suena
quega, y parece no tuvo mucho uso en España (CAROLINA MIOHAELIS
DE VASOONCELLOS, Zsft. f. rom. Phil., xxvin-1904, 428, nota 3.'').
Ocurre en el JUAN RÜIZ, ed. de Ducamin, 1275 c, en rima, y en el
Cancionero de StúTiiga, p. 387. Quegote (FA) ¿qué es?

Tohlno ( F n ) .

En e l Glosario del Cancionero de Baena se lee ^toMno quizá lo


mismo que tocino, en la acepción de 'puerco ó cerdo', que es la
propia y primitiva de dicha palabra, 428». ¿No podría admitirse que
proviene del árabe fra/in «épais, ferme, dur; épais, non liquide ou
peu liquide (huile, mets, etc.)», y suponerse tal vez una influencia
amoldadora ejercida por togino, * t u c c i n u m ? Ocurriendo en la
Gaya togino junto á tohino, y el orden siendo éste: togine, padrino,
tohino, hazino, etc., no puede tohino ser una equivocación por togino.
El la mayoría de las veces es li en el siglo xv; comp. alhame, al-
honbra (en la acepción de «tejido de lana»), alhuzema (1), gahina,
que ocurren en nuestro manuscrito, y BAIST, Román. Forschun-
gen, I V , 357 y siguiente. Es frecuente -ino por - í n .
OlvA JOH. TALLSEEN.
Helsinki de Finlandia, 11 de Abril de 1906.

(1) En un artículo publicado en los Mém.oires de la Societé néo-philo-


logique á Helsingfors, tomo IV, pág. 20, estampé equivocadamente ua
X en ve? del j; (es otra la, transcripción).
o t r a versión del romance
del Convidado de Piedra.

En medio de su desaliño, contiene variantes notables res-


pecto del publicado arriba, página 453, como el verso más va
por ver á su dama que por oir las completas, correspondiente
al del Convite de la calavera: «que iba por ver las damas, las
que v a n guapas y frescas», correspondencia que falta en el ro-
m a n c e de Riaza arriba publicado. El verso de perdices y co-
nejos está tomado del romance de La S e r r a n a de la Vera.
En el verso nueve y en el último el difunto se convierte
en uu santo; el pueblo llama santo á toda imagen, pintura ó
estampa, aunque sea profana.
L a nueva versión del Convidado de Piedra (á la cual es de
esperar sigan otras que permitan ñjar el estragado texto de
t a n interesante romance) está recitada por Angela Muñoz, de
Re villa Vallegera, provincia de Burgos, y h a sido recogida
por el joven erudito D. Narciso Alonso A. Cortés.
Dice así:
En la corte de Madrid va un caballero á la iglesia;
más va por ver á su dama que no por ver (sic) las completas.
Se ha arrimado alli á un difunto que está fundado de piedra.
Cógele barba y cabello, le dice de esta manera:
€—¿Te acuerdas, gran capitán, cuando estabas en la guerra,
>fundando nuevas vasallas y banderillas de guerra,
»y ahora te ves aqui en este bulto de piedra?
»Yo te convido esta noche á cenar á la mi mesa.»
El santo, como no duerme, en olvido no lo echa.
A eso del anochecer llega el santo á la puerta.
Ha bajado á responder un criadillo de mesa.
«—Criadillo, dile á tu amo que el convidado de piedra
»que convidó en San Francisco viene á cumplir su promesa.»
___flloloeiaé historia literaria.
El criadillo, asustado, á su amo le da cuenta.
«—Dlle que suba, que suba, que ya está puesta la mesa
>de perdices y conejos y de otras cosillas buenas.»
Le han acercado una silla para que se siente en ella;
hace que come, y no come, y hace que cena, y no cena.
«—Yo no vengo por cenar; vengo por ver cómo cenas.
>Yo te convido esta noche á cenar á la mi mesa.»
El caballero, asustado, al confesor le da cuenta,
y le ha dicho el confesor: «—Hijo, comulga y conQesa.
»Llévate ese relicario que te sirva de defensa.»
Al toque de la oración va el caballero á la iglesia.
yió dos luces encendidas y una sepultura abierta.
«-Arrímate, caballero, arrímate acá, no temas.
»Tengo licencia de Dios de hacer de ti lo que quiera.
»Si no es por el relicario que traes en tu defensa,
»la tajada que quedare habia de ser la oreja,
•porque otra vez no te burles de los santos de la iglesia.»

= A JX n
La invasión del lenguaje vulgar aragonés
^n los contratos durante la Edad rVedia.

Olvidada y aun despreciada entre el polvo de los archivos, suele


quedar una serie inmensa de documentos de índole privada corres-
pondientes á los primeros siglos de nuestra nacionalidad; y, sin em-
bargo, se trata de una serie importantísima, en la cual vive toda-
vía, por decirlo así, la historia íntima de nuestro pueblo.
Allí aparecen las costumbres, las leyes, los acontecimientos, la
transformación social, las modificaciones del lenguaje; y es curioso
asistir á esa constante lucha por la cultura, lucha perfectamente di-
bujada en tales documentos. Escritos constantemente en latín duran-
te los primeros tiempos, vemos pronto la influencia del lenguaje
vulgar, y cómo el ya bajo latín desciende más y más, con la adop-
ción de palabras extrañas, eon la admisión de giros y de frases.
Llega un momento en que el scrii:>tor ó el notario desconocen el va-
lor de los relativos, el de las preposiciones ó el de las reglas de la
sintaxis; luego las frases latinas salen tan perezosamente de la plu-
ma, que acaban por dar lugar á ciertos documentos que podríamos
llamar bilingües, los cuales, en medio del texto latino, contienen
frases enteras del idioma vulgar.
Pero el combate arrecia, la lengua sabia se olvida más y más, el
idioma vulgar comienza á perfeccionarse, y por fin triunfa presen-
tándose libre: primero, en documentos de escaso interés, luego en
documentos de mayor importancia; primero, en poblaciones insigni-
ficantes; luego en centros más autorizados.
En Aragón, todo este cambio se verifica durante el siglo x i n , el
cual asiste á esta transformación como á tantas otras que durante
él se verifican en las artes, en las ciencias y en la legislación, y en
las costumbres y en todos los ramos de la cultura pública. Esto no
quiere decir, por supuesto, que la transformación no tenga prece-
dentes y a en el siglo xii, según iremos viendo.
770 Filoíosáa é historia literaria.

Contra la invasión del lenguaje vulgar en los documentos públi-


cos se adoptan, sin embargo, en ocasiones, medidas y remedios: las
órdenes monásticas y los centros eclesiásticos se esmeran en presen-
tar ejemplos sanos; los antiguos scriptores son sustituidos por cuer-
pos de notarios de superior ilustración; mas nada es bastante: la
invasión se extiende y acaba por triunfar de una manera defi-
nitiva.
Para que los lectores de CULTURA ESPAÑOLA puedan asistir á tan
importante transformación, daremos algunos ejemplos de curiosos
documentos procedentes de los archivos aragoneses, especialmente
del archivo del Real Monasterio de Sijena, fundado á fines del si-
glo x u por Alfonso U._

Como primer documento de esta serie, podemos ofrecer el testi-


monio de una fianza constituida por un D. Rodrigo en favor de doña
Lucanda en 1144.

Membranza de illafidan<;aque ego domino roderioo feci ad domna lu-


canda germana de ramón de la ruasa y de alamazon de illas dotes que li
debebat daré Gopalbo de Azaxra. Ego roderico quando pignorabil me
domna lucanda per suas dotes et non potui don roderico daré illas dotes
feci pleto finito cum domna lucanda per. LXXX. morabitinos, pro hanc
occasione quod illa nec homine vel femina in sua voce non clamot isto
pleto ad don roderico. ñeque ad suam posteritam per sécula cuneta amen.
Et ego domna lucaada do fldan^as ad don roderico pro isto pleto quod
babeo ego finito, ad don roderico sine nulla voce mala. Eat fidan(ja gar-
cía de valencia pro isto pleto quod unquam non se tornet domna lucanda
ad isto pleto finito, pro nulla occasione. Sunt testes et auditores ramón
de la ruasa et exemen san? de boleya et lopalinz de bolas, et gánelo de
tena germano de Atacenarez.
Era. M. C. octuagesima secunda.

Lleva el documento que publicamos bajo el núm. 2 la fecha de


1196 (Era 1234).
Es una concordia entre D. Juan de Lazano y su mujer doña Cal-
veta de una parte, y D. Bartolomé y su mujer doña Eulalia de la
La invasión del lenguaje vulgar aragonés... 771

parte contraria. Ambos matrimonios habían hecho arbitros de sus


diferencias á D. Pedro Tizón, D. Corbarán de AUué y D. Miguel
de Berbegal, todos importantes personajes altoaragoneses. Don Pe-
dro Tizón sería, sin duda, descendiente de otro D. Pedro Tizón que
se distinguió en la toma de Monzón en 1189 y obtuvo después el se-
ñorío de dicha villa.
El documento no lleva indicación de lugar. Una hija de Calveta
otorgó años después (1250) un documento en Naval (chrcunscripción
de Barbastro).
Dice así:
In dei nomine et eius gracia. Hec est carta de abinimento quod facen
don Johanes de lazano filio de Ximen perez et sua muher domna Calveta.
con don Bartolomeo et cum sua mulier domna Vlalia et facen lio predloto
abinimento en poder de don Pedro tizón, et de don Corbaran dallue et
de don Michel de Berbegal. per bona fe senes enganno facen predicto
abinimento. Et dan don Bartolomeo et sua mulier domna Vlalia ad don
Johanes de lazano et e sua uudier domna Calveta per isto abinimento.
illas Casas de domna María de Martin Oriol et una cafiíjata de térra de
sommatnra de tridico. et. IIII, pedonatas de vineas. et predicto dona-
tivo dan lelp in illa hereditate de domna Maria de Martin Oriol quod
sunt et teñen se per paccatos don Johanes de lazano et sua mulier
domna Calveta. de ista hereditate. per che avian clamos de don Barto-
lomeo et de sua mulier domna Vlalia et de altera encata de aboloria et
de patrimonia illorura tota sua posterita per sécula cuneta, et don Bar-
tolomeo et sua mulier domna Vl;ilia. fenexen totos illos clamos che avian
de don Johanes. et de sua mulier domna Calveta illorum et tota sua pos-
terita. per secxUa cuneta, de sedente do movente et sunt fidan^as de
amas partes, dou Petro tizón et don Garcia lazano filio de domna Oria,
et de hoc superius scriptum sunt testes, don Michel de Berbegal et don
Arnalt de castro . Facta carta in anno Era. M. CO.XXX.IIII. Sig+num
don Johanes. Sig-t-num domna Calveta. Sig-f-num Bartolomeo. Sig-t-num
Eulalie.
Ego Petrus perdichera scripsi et hoc sig * num feci.

m i

De 1258 es el siguiente contrato de venta de un moro; lo señala-


remos con el núm. 3. Ejemplar curiosísimo, en el cual aparece
de uuíi parte el alarife que construye la iglesia de Pallaruelo, aldea
de Sariñena, y de la otra Fray Miguel de Sijena, comprando por
180 sueldos un moro que no es endemoniado ni meflelo ni ha sido
furtado.
712 F¡loloi¡¡a é historia literaria.
El documento está sin duda otorgado en Palíamelo ante testigos
del mismo pueblo, y ya no es un scriptor cualquiera quien lo re-
dacta, sino un notario público.
Sit notum cunctis quod ego Arnalt vidal de almanar magister de pie-
dra, et uxor mea. dopna San<ja permanentes in alcaniz. faciendo la obra
de la ecclesia de pallarolo aldea saragnena. bono corde et gratuita (?)
mente, vendimus in perpetuum. vobis fraire. Miceael. de Xixena. un-
num. moro. elor. (1) et maomet. por nombre, precio. C.LXXX. sol. dena-
riorum monete jacecensis bone et firme quos omnes a vobis. habaimus et
recepimus et de quibus bene et plenarie paccatos et contentos nos tenui-
mus coram testibus submisis lo qual moro es bonochal et que no es ende-
moniado ni móflelo, nis pixa en el lecto. el cual moro, securamus nos a
vobis. que non fo furtado mas que lo compremos a nuestros dineros, et
ad maiorem vestram securitatem damus vobis. fldeiussorem salvitatis et
de revdra. de toto homini. vel de femella qui vobis vestris dicto, moro,
faciat babero tenere ad forum aragone. Domingo fereta estant in p.illa-
rolo et nos pariter cum illo. Sunt testes qui hoc viderunt et audierunt et
fuerunt pregati de quiscuna parte, don Pere delcuelo (?) et don Domin-
go de sena, permanentes in Pallarolo aldea saragnena. Pacta carta in
mense iannuarii. E. M. CC. XC. VI.
Lanrencius de pallarolo notarius publicuB snripsit et hoc s i g * n u m
fecit.
MARIANO DB PAÑO.
(Continuará.)

(1) Compárese alhorre y horro castellano, forro portugués. Del árabe al-
horr, horr, libre, ingenuo, no esclavo, según P. de Alcalá y E. Martín. Cfrs.
alhorrio en Eguilaz, Glosario etimológico, etc., pag. 194.
NOTAS BlBLIOQRflPICnS

Nueva Biblioteca de Autores Españoles, bajo la dirección del Excmo. Sr. D. Mar-
celino Menéndez y Pelayo, publicada por la LIÍIKERIA EDITOKIAL DE BAILLV-
B A i t L i K B E É HIJOS. Madrid.

Muerto en 1872 D. Manuel Rlvadeneyra, á cuyo empeño é inteligen-


cia se debe la publicación de 64 tomos de la Biblioteca de Autores Espa-
ñoles, quisieron sus sucesores continuarla; pero con seis volúmenes más la
dieron por terminada; faltaba el admirable tesón del fundador. Su obra
bien puede decirse que contribuyó á la difusión de nuestra cultura como
la mayor empresa literaria del siglo xix. Los prólogos de esa colección
son las monografías consultadas aún hoy más habitualmente de to-
dos; las múltiples obras incluidas en ella, por el hecho de estarlo, pasan
á la categoría de vulgares, y las excluidas sufren por ello notable daño.
Bastará decir que los señores BaillyBailliére se proponen ahora com-
pletar esa Biblioteca llenando sus enormes vacíos, para que desde luego
quede encarecida la importancia excepcional que tiene su propósito. Y
podremos augurar á la Nueva Biblioteca un resultado superior al de la
antigua, si atendemos á que cuenta con una dirección, que es nada me-
nos que la de D. Marcelino Menéndez Pelayo. Además, sus textos tienden
á estar más ñelmente reproducidos que los bastante malos de la antigua,
y su impresión no es estereotípica, lo que da á la estampa mayor lim-
pieza.
En pocos meses la Nueva Biblioteca ha dado á luz cuatro volúmenes
de que luego hablaremos. Sucesivamente irán apareciendo: la Primera
crónica general, publicada por R. Menéndez Pidal; Libros de cábállerias,
por A. Bonilla; Cantos populares, por F. Rodríguez Marín, y otros variog
anunciados en los dos prospectos de la publidación. Además podemos
anunciar aquí otros en proyecto: Escritores científicos españoles, por
E. Saavedra; Tratadistas de crítica y metodología histórica, por R. Alta-
mira; Tratadistas de arte militar de los siglos XVI y XVII, por F. Bara-
do; Poetas andaluces de fines del siglo XVI, por F. Rodríguez Marín.
He aquí el contenido de los cuatro tomos ya publicados:

I . Orígenes de la Novela, tomo L Introdución: Tratado histórico sobre


la primitiva novela española, por D. M. MENÉNDEZ Y PELAYO, de la Real
Academia Española, 1905, 5 3 4 páginas.
Fiíolotia é historia literaria.

Esto primer tomo, dedicado todo & una introducción (que aún conti-
nuará en el segundo) acerca de la novela española anterior á Cervantes,
abre en las múltiples publicaciones del Sr. Menéndez Pelayo una serie
de las más importantes, que vendrá á ser respecto de nuestra novela lo
que la serie de tomos de la Antología es respecto á nuestra poesía lírica
y épica.
En el presente volumen, el autor, después de una noticia acerca de la
n o v e l a g r i e g a y l a t i n a anunciando sus punto» de contacto con la
española, pasa á estudiar el c u e u t o o r i e n t a l y su transmisión á Eu-
ropa. El resumen de esta complicada cuestión, una de las más curiosas y
difíciles de la literatura comparada, hecho con acopio de bibliografía
aún peregrina entre nosotros, y enriquecida con buen número de obser-
vaciones propias, prestará gran servicio á los estudiosos.
Las páginas 13, etc., dedicadas al Calila y Dimna, remedian el atraso
en que había quedado el prefacio de la edición de la antigua Biblioteca
de Autores Españoles. También se discurre largamente sobre el Barlaam
y Josafat (paga. 28-37), y bueno seria que libro tan importante en la no-
velística general figurase en algún tomo de la Nueva Biblioteca, á pesar
de estar ya impresa una versión castellana (1). La famosa Disciplina
Clericalis (2) lleva al autor á hablar del cuento entre los árabes, dedican-
do atención preferente á la novela filosófica de Abentofáil, para llegar á
un breve pero nutrido cuadro de la literatura narrativa aljamiada (pá-
ginas 65-71).
En el capítulo III, I n f l u e n c i a de la n o v e l í s t i c a o r i e n t a l en
la l i t e r a t u r a p e n i n s u l a r a n t i g u a , aparecen ya grandes persona-
lidades de nuestra literatura. Raimundo Ltxlio, que tan profunda y eari-
ñosamentente es sentido por Menéndez Pelayo, y D . Juan Manuel, le ins-
piran hermosas páginas. Después de otras obras secundarias (3), de-
dica mayor espacio á la Disputa del Asno con Fray Anselmo Turraeda y
sobre todo al libro del Arcipreste de Talavera, cuyas dotes de satírico
genial son expuestas con el arte que siempre el Sr. Menéndez Pelayo des-
pliega para hacer gustar las bellezas que analiza.
El capitulo IV, sóbrelos Libros de c a b a l l e r í a s , si no estudia obras

(1) La Estoria del rey Anemur e de loaaplial e de Barlaam, publicada por


F . LAÜCHEKT en 189-2 (Bomanische Forschungen, V I I , 331). También está publi-
cado el Texto critico da Leuda dos santos Barlalio e Josafate, por G. DE VASOON-
CEI.LOS-ABEEU, Lisboa, 1898, según el códice 266 de Alcobaza.
(2) Señalaré como errata importante para juzgar de la moralidad de los
cuentos de esta colección, en Ja pág. 39, linea 2, la palabra nuera, que debe
leerse hija. La traducción gascona de la-Disciplina (pág. 40, n. 1) ser4 publi-
cada en breve por un editor tan concienzudo como S. Ducaniín, quien tiene
ya impreso el texto, empezando por un estudio gramatical.
(3) El Libro del Oso (pág. 104) no existió nunca. Es antigua errata por Li-
bro de Ose, refiriéndose al del profeta Oseas; véase C. PIXOLLET, Bulletin His-
panique, "Vil, 429.
Notas bibliográficas. 775

tan capitales, es de mayor interés para la literatura general, por tratar


de asuntos cíclicos extranjeros introducidos en España: los temas carolin-
gios y bretones (1). Sobre las primeras manifestaciones de estas influen-
cias extrañas añade algo el mismo autor en el tomo XII de su Antología
de líricos, recientemente aparecido.
El capítulo V trata de los L i b r o s de c a b a l l e r í a s i n d í g e n a s , y
después de discurrir acerca del olvidado Cifar, dedica el Sr. Menéndez
Pelayo uno de los más bermosos fragmentos de su obra al estudio del
Amadis (2). En 50 nutrida» páginas, el Sr. Menéndez Pelayo resume y
discute las graves cuestiones que se suscitan sobre los orígenes del Ama-
dis, analiza su contenido y méritos, expone la gran boga que tuvo, la in-
comparable difusión internacional que disfrutó, los anatemas que se
atrajo y su total descrédito.
Es difícil aquilatar qué libertades se tomó el editor del tiempo de
los Reyes Católicos, Garci Rodríguez (ú Ordóñez) de Moncalvo, en la co-
rrección y estilo actual de este famoso libro de caballerías. No debió al-
terar tanto como puede suponerse (págs. 200 y 221), ni como por ejemplo
se alteró en la crónica de San Fernando impresa, cuya frase fué reto-
cada implacable y Ubérrimamente por su editor el arcediano Diego Ló-
•pez de Cortegana, hombre muy preciado de su buen decir. En los prime-
ros libros de Amadis se hallan habituales rasgos de sintaxis que le hacen
una excepción en el paso del siglo xv al xvi, por ejemplo, construcciones
del tipo de «en tanto que las defender pueda», inusitadas en el estilo de
Montalvo, en las Sergas de Esplandián. Se ha interpretado el predominio
de esa construcción como indicio en favor del origen portugués del Ama-
dis (3); pero yo creo que igualmente se explicaría ese predominio tratán-
dose de una redacción castellana del tiempo de D. Juan Manuel, cuando
estaba en todo su apogeo tal construcción en Castilla. De todos modos
bueno es saber que Montalvo no reformó mucho según sus propios gustos
el estilo de la obra que publicaba, y así podrá infundirnos alguna confian-
za el texto conservado de la novela para el estudio de sus pormenores.
Entre las Memorias que del Amadis se conservan en el siglo xv, re-
unidas copiosamente por el Sr. Menéndez Pelayo, podríamos citar, aun-
que ya por tardía carezca de valor, la de La Gaya, de Pero Guillen de
Segovia, que pone entre sus consonantes los personajes de la novela Li-
suarto, Angriote, Gandalín y Agragés, con acentuación aguda de este
no T i b r e proverbial que hoy pronunciamos grave, como grave lo pronun-
ciaba también Cervantes.

(1) Sobre Paris y Viena en España, véase ROBERT KALTENBAcnEH, Der


franzQsische Román, Paris et Vienne, Erlangen, 1904, donde se reimprime el
texto catalán de 1495 (pág. 327) y el castellano de 1524 (pág. 350).
(2) Sobre la primera edición del Amadis de 1508, que para en el Museo Bri-
tánico (pág. 126), véase VOLLMOLLER, Romanische Forschungen, X , 179.
(3) "W. H . CHENEHV, Object-Pronouns in dependent ctauses, The Modern
Languag» Association of America, 1905, págs. 22 ss., 75 s s . y 86.
776 Filologia é liistoria literaria.
Respecto al libro catalán de Curial y Gudfa, el joven erudito italiano
Bernardo Sanvisentí, en un reciente articulo (1), insiste en su carácter de
novela amorosa, y nota que su onomástica, en general exacta, revela
más conocimiento de Italia que de Cataluña; y allegando otros indicios
de origen no catalán de la obra, sospecha sea una traducción del ita-
liano.
Tirante el blanco, las continuaciones del Amadís de Gaula, el Ama-
dis de Grecia de Feliciano de Silva, los Pálmerines, son estudiados y ca-
racterizados por el Sr. Menéndez Pelayo, quien signe su estudio hasta
las iiltimas prolongaciones de este género, dando al fin una explicación
de la gran popularidad de estos libros de caballerías y de su rápido olvi-
do, y examinando las relaciones que se ha querido ver entre ellos y la
literatura mística española.
'En el capítulo VI, de la Novela s e n t i m e n t a l , estudia el Siervolibre
de amor de Juan Rodríguez del Padrón, la tan famosa Cárcel de amor
de Diego de San Pedro, lá anónima Cuestión de amor, las obras del po-
pular Juan de Flores, de Alonso Nuñez de Reinóse, etc.
El capítulo VII está dedicado a l a N o v e l a histórica, que aparece
con la Crónica del rey Rodrigo, y tiene luego manifestaciones tan
desligadas entre sí, como son el Marco Aurelio, de Fray Antonio de Gue-
vara; la Historia de Abindarraez y Jarifa, infundadamente atribui-
da á Antonio de Villegas, que no hizo en ella sino arreglar algo su es-
tilo (2), y las Guerras civiles de Granada, de Ginés Pérez de Hita.
El último capitulo, el VIII, es un precioso y detenido estudio de la
N o v e l a pastoril, anterior á la Calatea de Cervantes, sobresaliendo
naturalmente las páginas dedicadas á Bernardim Ribeiro y á Jorge de
Montemayor (3).
Tal es, enunciada á medias palabras, la enorme materia que abarca
este volumen, donde se enumeran y clasifican centenares de obras litera-
rias, no con la esmerada indiferencia que sólo puede satisfacer al inves-
tigador, sino con el agrado y la soltura magistral con que Menéndez Pe-
layo maneja el asunto en que trabaja, siempre atento á descubrir belle-
zas en que reposar la vista, y siempre hábil para hacerlas sentir al que
pasarla sobre ellas sin percibirlas. De cada obra estudia sus fuentes para

(1) (S« le fonti e la patria del Curial y Ouelfa, en los Sludi Medievali deNo-
vati y Benier. Torino, 1904, págs. 94-10(3.;
(2) Antes que D . Benito Maestre imprimiese en 1845 esta novela, apareció
en El Bibliotecario y el Trovador español, Madrid, 1841, pág. 4, la «Historia
del moro enamorado y del capitán Narváez, alcaide deEonda>,diciéndose tra-
ducida do un códice escrito en español con caracteres árabes, superchería cu-
riosa por referirse á la literatura aljamiada, que entonces empezaba á ser co-
nocida.
(8) Sobre la edición Milanesa de la Diana, de Montemayor, y sobre la su-
puesta edición de 1587 de la Diana, de Jerónimo de Texeda, véase CUEEVO,
Revue Hispanique, V, pág. 307 ss.
Notas bibliográficas- 777
Ajar el puesto que ocupa en la historia literaria; analiza su contenido,
dando ventajosa idea ds la obra, que de otra manera seria bien difícil-
mente conocida: expone su suerte postuma, sus traducciones, imitaciones
é influencia on España y fuera. Además, respecto de las obras capitales se
complace en dar una caracterización estética de gran relieve y delicado
gusto, vigorosamente atrpquelada con todo el peso de una erudición rica
sin inoportunidad ni esfuerzo, con todo el calor de un gran artista. Lean-'
se especialmente las páginas dedicadas á Raimundo Lulio, á D. Juan
Manuel, al Arcipreste de Talavera, al Amadis, á Fray Antonio do Gueva-
ra, á Jorge de Montemayor.
El segundo tomo terminará el tratado de los orígenes de la novela,
con dos capítulos más: uno sobre las N o v e l a s de c o s t u m b r e s , y otro
sobre los C u e n t o s y n a r r a c i o n e s c o r t a s . Llevará también los varios
textos que anuncia el tomo I.

II. Autobiografías y Memorias, coleccionadas é ilustradas por M. SK-


KRAKO T SANZ, 1905, 166 + 545 páginas.
El catedrático de la Universidad de Zaragoza D. Manuel Serrano,
siguiendo, el ejemplo dado por el director de la Nueva Biblioteca, no se
contenta con discurrir acerca de las curiosas autobiografías que publica,
sino que traza una historia completa del género de Memorias autobio-
gráflcas, distribuidas según la calidad de las personas; y á l a verdad que
no puede darse una serie de mayor interés histórico y social que la do
reyes, ministros, políticos, navegantes y conquistadores, viajeros, milita-
res, aventureros, escritores, clérigos, religiosos y mujeres de otros tiem-
pos qtie reviven para contarnos sns afanes, ilusiones y desengaños, desfl-
lando rápidamente ante los ojos del lector como una verdadera Danza
de la muerte.
El texto primero que publica el Sr. Serrano, es el Viaje á Turquía, de-
dicado en 1557. Como el editor prueba, es del erasmista Cristóbal de Vi-
llalón, autor del Crotalon y el Escolástico, que en este viaje se esfuerza en
pintar al vivo la vida de la galera, las espantosas miserias del cautivo, con
objeto, según dice en su dedicatoria, do informar áFelipe Ilde estos males
y darle á conocer algo de lo que habia visto en Turquía, donde ejercien-
do de médico habia logrado entrada en todas partes, hasta en el zerraje,
ó serrallo, de Sinán Bajá, por la cual nos da numerosos y finos pormeno-
res de las interioridades de la vida de Constantinopla.
Menos interesante es la vida del obispo de Zamora, D. Diego de Si-
mancas, por ser de un tan vanidoso como poco ameno narrador de suce-
sos de la curia eclesiástica eu el siglo xvi, precisamente en tiempo del
proceso del arzobispo Carranza.
La vida del arzobispo de Valencia, D. Martín de Ayala, agrada por
BU ingenuidad, y es do gran Interés por referirse á la época de las gue-
rras religiosas y celebración del Concilio de Trente.
Sigue el Viaje del Mundo, por el licenciado Pedro Ordóñez de Ceba-
CtTLTURA 50
178 Filología é historia literaria.
líos, natural de Jaéu, que se llama á si mismo «El clérigo agradecido»,
lleno de iitcresautes aventuras, pero de cuyas varias y curiosas andalu-
zadas duda con sobrada razón el Sr. Serrano.
El volumen termina con la Vida üel capitán asturiano Domingo de
Toral y Valdés (siglos xvi-xvii), luteresaute especialmente por sus aven-
turas en Asia, y con las Relaciones del poeta D. Luis de Ulloa Pereira.
No dejaremos de advertir (pues nuestros eruditos discutiin sobre la mo-
dernización de la ortografía de los textos que publican, y va perdiendo
terreno tal modernizíición) que el Sr. Serrano respeta ahora la ortogra-
fía antigua en la más importante do las autobiografías que du á luz: la
de Cristóbal de Villalón.
El glande interés que encierran para la historia social las biografías
aquí publicadas por el Sr. Serrano, y la tan sabrosa del capitán Con-
treras que hace años publicó, hace apetecer la aparición de un segundo
volumen de autobiografías, que creo vendrá á enriquecer la Nueva Bi-
blioteca, auuquo no figura eu sus prospectos hasta ahora,

III. Sermones del P. Fray Alonso de Cabrera, de la Orden de Predi-


cadores, conun discurso preliminar de D. M I G U E L MIK, jireshítero, de la
Real Academia Española, 1906, xxxii + 712 páginas.
Aunque en su discurso preliminar el Sr. Mir considera principalmen-
te la oratoria sagrada desde un punto de vista religioso que cae fuera
del campo de ¡a literatura, al fia la caridad, el fuego divino y cuanto se
exija para el mayor fruto moral del oyente, redundará en beneficio de la
i n á p i r a c i ó u artística del orador.
El Sr. Mir se p r o p o n e hacer admirar la predicación espaiiola antes
de su g r a n decadencia en el siglo xvii, y hace gala de escoger como pri-
mer modelo que preseiita al público moderno un predicador casi desco-
nocido, el P. Alonso Cabrera {\ 159S), cuyo mérito realza el editor, in-
BÍstieudo especialmente e n la llaneza do estilo que se halla en sus sermo-
nes y en la riqueza de vocabulario que a t e s o r a n , de l a cual es buen juez
el Sr. Mir por t e n e r l a aprovechada para s u s trabajos lexicográficos.
Al final recoge el Sr. Mir los escasos datos biográficos que se conocen
del P. Cabrera.
El Sr. Mir continuará en la Nueva Biblioteca su tarea de dar á cono-
cer nuestros antiguos predicadores, y nadie como él podría darnos en un
futuro prólogo una historia de la oratoria sagrada en los siglos xvi
y xvji. (Y por qué no un glosarii ó un simple registro de voces de los
autores que publica y que el editor estudia privadamente? Gran aliciente
serla para que muchos se engolfasen ou el manejo de tales autores.

IV. Comedian de Tirso de Molina, tom^ I, colección ordenada é ilus-


trada por O. Emnio (.'¡OTARELO Y MOUI, de la Real Academia Española,
1900, I..X.XXIV 680 págiaas.
Una tie las primeras obras del Sr. Cotarelo en la larga serie de sus
Notas bibliográficas. 779

InvestigacioneB literarias, fué la titulada Timo de Molina, Investigacio-


nes hio-bibliogrúficas, aparecida eu 1893, donde la biografía del poeta
dramático, antes vacía ó plagada de disparates, se enriqueció con datos
y feciías seguros, sacados de la atenta lectura délas obras de Tirso y de
los pocos autores antiguos que á él aluden.
Pasados ya trece años, lo que antes presentó el Sr. Cotarelo como in-
dagaciones sueltas, lo ofrece de nuevo en forma de biografía completa,
mejor ordenada y dispuesta, considerablemente corregida, y amplíala
con materiales que entonces no quiso aprovechar ó no tuvo á mauo. Kn-
tre ello.-i figuran la Historia de la Merced, del mismo Tirso, y los aparta-
dos en 1891 por el Sr. Serrano y Sauz. Con su ayuda, restablece el señor
Cotarelo la verdad cronológica eu puntos importantes de la vida del
fraile mercenario; por ejemplo, en lo referente á su viaje á la isla de
Santo Domingo, que antes creía sucedido hacia 1625 y ahora fija eu 1615;
ó on lo tocante al nombramiento de Comendador de Trujillo, que antea
creía hacia 1619, y ahora pone en 1626 (véase pág. xxii; debiera haber
una referencia en la pág. XLiv).
Dentro de esta biografía de Tirso, la primera que merece el nombre
de tal, incluye el Sr. Cotarelo el examen de las publicaciones del autor,
y al fin da una bibliografía de publicaciones modernas referentes al mis-
mo. Añádase un trabajo de S. GKISWOLD MORLET, The use of verse-forms
(strophes) by Tirso de Molina {Bulletin Hispanique, VII, 387 ss.), que da
una base práctica á la cuestión de la atribución á Tirso, ó de la partici-
pación que é l tuvo en ciertas comedias d i s c u t i b l e E , como El Condenado
por desconfiado, estudio que podrá rehacerse eri vista délas comedias que
ahora publica el Sr. Cotarelo, pues Morley se funda sólo en las conteni-
das on las dos colecciones de Hartzenbusch.
El volumen de Cotarelo contiene 21 comedías de Tirso, entre ellas las
tres que tiene la colección de Hartzembusch, en 12 tomos, que no figuran
en el de la Biblioteca de Autores Españoles, consagrado á Fray Gabriel
Téllez. El segundo volumen llevará al frente una bib iogiafla de las co-
medias de Tirso.—II. M . P.

Colección selecta de Antiguas Novelas españolas; publicóla la IÍIUKKRIA DK L Í


VIUDA DE RICO. Madrid.

Para contribuir eficazmente al conocimiento de nuestras novelas


antiguas, esta Colección dará á luz las do mayor rareza bibliográfica.
Según se expresa en el prospecto: «No entrará en esta Colección nin-
guna de las que figuran en la Biblioteca de Autores Españoles, ni eu otra
publicación moderna, es decir, hecha en el siglo xix. Y llevaremos nues-
tro respeto hacia la rareza del libro (siempre en relación con su mérito),
780 Piloíogia é historia literaria.

al exlrnmo de que, en la reimpresión, atenderemos, en primer término, <á


reproducir aquellas novelas que no lo hayan sido on el siglo x v m ; y eso
que lo mismo unas que otras son en gran manera infrecuentes». La se-
lección y dirección, encomendada á un erudito de la altura del Sr. Cota-
relo, es buena garantía del éxito.
El editor se propone principalmente el laudable fin de la vulgariza-
ción; para ello, las novelas formarán tomos de 400 á 600 páginas, en 8.°
español, al precio de 3 pesetas.
Basta la enumeración de los títulos de las obras publicadas (todas de-
bidas á la incansable actividad del Sr. Cotarelo), para dar por ahora idea
de su gran interés.
I. Teatro jyojmlar (^novelas), por r R A X c i . ' í C O LUGO Y DÁVII.A, con in-
troducción y notas de D . EMILIO COTARELO Y MORÍ, de la Real Academia
Española, 1906, xxiv -+- 341 páginas.
n. Historias Peregrinas y Ejemplares, novelas de D . GONZALO DE
CÉSPEDES Y MENESES, con noticias del autor y de la obra por D . EMILIO
COTARELO Y MORÍ, 1906, XLV + 429 páginas.
III. La Niña de los embustes, Teresa de Manzanares, novela de DON
ALONSO DE CASTÍLLO SOLÓRZANO, con introducción y notas de D . EMILIO
COTARELO Y MORÍ, 1906, xcv + 343 páginas,
IV. Novelas de MIGUEL MORENO y del Alférez BALTASAR MATEO V E -
LÁZQUEZ, con introducción de D . EMILIO COTARELO Y MORÍ, 1906, xxviii
-+- 340 páginas.

BüANCA DE LOS Ríos DE LAMPÉREZ: Tirso de Molina, conferencia leída por su


autora en el Ateneo de Madrid el dia 23 de Abril de 1906. Madrid, 1906, 51
págíuas.

Esta conferencia fué el acontecimiento déla temporada en el Ateneo.


El entusiasmo que despertó en la casa se propagó fuera, y la autora fué
objeto de toda clase de manifestaciones de admiración.
La conferencia lo merece, pues está muy bien escrita y es brillante
promesa de un libro hace mucho esperado, en el cual se habrán de her-
manar las dotes de la ilustre novelista con las de la paciente investiga-
dora en torno á la vida y obras de Tirso.
En un punto importante discrepa la señora de los Ríos de las bases blo- ,
gráficas que hallamos en la obra arriba reseñada del Sr. Cotarelo: en i
creer que la inscripción del retrato de Tirso hallado en Soria, no se re-^
fiere al convento de esa ciudad, sino al de Madrid. Desconozco las razo-
nes arquitectónicas dadas por el cronista soriano D. Nicolás Rabal, á
quien cita la autora, para creer que las obras de iglesia aludidas en la
inscripción del retrato no pueden referirse al convento de Soria; pero
Notas bibliográficas. 781
creo, desde luego, que no serán bastantes para baceruos pensar que tal ins-
cripción fuese puesta en Madrid, cuando en ella se llama á Tirso Comen-
dador de esta provincia, siendo asi que no lo fué sino de Trujillo y Soria;
además, la frase: nació en Madrid en 1572, murió el 12 de Marzo de 1648,
no es lógico suponerla redactada en Madrid, lugar nombrado como ex-
traño, sino en el lugar donde murió, esto«s, en Soria, que por eso se olvidó
expresar. Por otra parte, el que Tirso hiciese importantes obras en una
iglesia, no nos autoriza á suponer que fuese «persona de cuenta, cuando
de tales riquezas disponia», pues hacia esas obras como Comendador, con
dinero de la Orden.
Entre otras novedades referentes á la biografía de Fray Gabriel Té-
llez, anuncia la señora Blanca de los Rios, como más importantes, la li-
cencia de pasajeros de la Casa de Contratación de Sevilla para el viaje
en que Tirso fué á la isla de Santo Domingo, y seis escrituras que docu-
mentan la época en que el poeta fué Comendador de Trujillo (1626-29).
Ojalá todo esto sea pronto del dominio piiblico—R. M. P.

Los Rufianes de Cervantes, 'El Rvfián dichosos y <El Rufián viudo>, con un es-
tudio prelimiuar y notas de D. JOAQUÍN HAZAÑAS y LA RÚA. Sevilla, 1906, 273
páginas.

El estudio preliminar tiene seis capítulos: 1." El teatro de Cervantes.


2.° Sevilla en tiempo de Cervantes, La Jacarandina y su jerga. 3.° El
Compás de Sevilla. 4." La ciencia de Vilhán. 5." El Rufián dichoso. 6." El
Rufián viudo.
Sigue el texto de las dos comedias y abundantes notas á las mismas,
que son de grande utilidad, lo mismo que las eruditas disquisiciones que
forman la introducción, donde pueden recogerse multitud de noticias
sobro costumbres y vocabulario del siglo xvi, materia! en gran parte re-
ferente también á otras obras de Cervantes, en especial al Rinconete. Al
autor de la reciente y magistral edición de esta novela, al Sr. Rodríguez \
Marín, dedica el Sr. Hazañas su interesante trabajo. ]
Como fuente inmediata del Rufián dichoso, copia el Sr. Hazañas la
vida de Fray Cristóbal de la Cruz, segvin Fray Juan López, obispo de
Monópolis, en su Historia de la Orden de Santo Domingo. El rasgo de ca-
ridad que consiste en la cesión de los méritos propios eu favor do un pe-
cador, es tema de varias narraciones piadosas; puede verse á M. LANDAU,
Die Quellen des Detcameron, 1884, página 249 s,
ñRTE
Excursión á través del arco de herradura.

Si la facultad creadora es mezquina siempre y condicionada en


el iiombre, liay esferas de su acción, cual es la arquitectura, en que
parece resignada constantemente la libertad y depuesto el indivi-
dualismo, como si la gigantesca lucha que empeña contra los agen-
tes naturales, con armas tan ruines como sus fuerzas y el material
le suministran, esquilmase en el edificador los jugos lozanos de la
fantasía. Y es que la limitación de nuestras potencias abisma al ar-
quitecto en problemas científicos y económicos, dejando general-
mente reducido ti fórmulas y premisas rutinarias el elemento formal
estético de su arte, qne así va transmitiéndose, más y más elabora-
do, hasta que una revolución social trae, con aspiraciones nuevas y
nuevos puntos de mira, soluciones diferentes, cuya originalidad tam-
poco significa sino adaptación feliz y desarrollo de fórmulas ajenas.
La necesidad, la conveniencia imponen originariamente las for-
mas arquitectónicafi, sin proveerlas de más elemento bello que cier-
ta conformidad con los tipos naturales análogos, y esto, de un modo
irreflexivo y en razón de haber sido ellos su base de inspiración ó
de hechura. Fijadas luego por el uso, el arte las aquilata y estiliza
progresivamente, y a perfeccionándolas, y a convirtiéndolas en ele-
mento expresivo, ó sea en decoración; pero el inventar, el dar te-
mas capitales y fecundos, lejos de ser fruto de educación artística y
refinamiento social ó del prurito de novelería que inquieta & los pue-
blos viejos, es, al contrario, prerrogativa del ingenio inculto cuando
se abre á la vida del alma, y lo registramos allí donde una colecti-
vidad entra en historia.
Parece ser hecho comprobado, que sólo un pueblo nuevo crea
nueva arquitectura; que á sus evoluciones sociales corresponden pe-
ríodos de arte; que sus relaciones exteriores determinan ingerencias
y amalgamas, y que todo movimiento artístico no compelido por
anhelos populares resulta abortivo é infecundo: lo caprichoso, lo in-
justificado es inverosímil en arte.
786 Arte.

Hay formas tan primordiales, sencillas y basadas en lo natural,


que han podido ocurrirse espontáneamente muchas veces y por do-
quiera; mas al paso que ehas se complican y elaboran, la probabili-
dad de que tal hecho se verifique disminuye, y entonces su apari-
ción ha de achacarse más bien á reproducciones de un modelo úni-
co. Efectivamente, aun siendo tan simples los arcos semicircular y
apuntado, que produjo Caldea desde tiempo antiquísimo, puede írse-
les viendo correr de Oriente á Occidente, en lucha siempre con los
sistemas arquitrabados; distanciarse luego el uno del otro-, triunfar
aquél en Roma y el apuntado entre los coptos; marcar en adelante
el segundo la línea de influencias árabes, así en el Mediterráneo
como en Asía, y por último, sobreponerse con lo gótico.
El arco de herradura sigue en importancia á los susodichos, y
lleva para nosotros de ventaja el caracterizar la única fase relativa-
mente original de nuestra arquitectura. Sin embargo, su historia
está por hacer, envuelta en una serie de problemas apenas tocados
por los críticos é irresolubles aún para mí en forma concluyente,
pues cuantos más datos se allegan al propósito, más dificultad hay
en reducirlos á un acerbo común. No obstante, una forma artística
asi de inexplicable, por ajena á toda conveniencia de estructura, y
desarrollada con cierta coordinación y exclusivismo, debe de tener
un punto de partida único y una ruta de transmisión que abarque
todas sus manifestaciones.

Desde que Quadrado sorprendió este arco en la iglesia visigoda


de San Juan de Baños, dejó de juzgiirsele invención de los musul-
manes andaluces, así como otras observaciones posteriores lian ve-
nido, no sólo á disipar dudas respecto de la firmeza de tal argumen-
to, sino á corroborar el hecho de que, no y a desde el siglo vit, sino
á principios del vi y aun en el ii, probablemente, era usual en la
mitad SO. de la Península. Al mismo tiempo, reproducidos por Te-
xier y Coste muchos edificios orientales, pudo vérsele cundir en Si-
ria, Armenia y Persia, justificando que se le atribuyera un origen
bizantino ó persa, hipótesis enunciada siempre al vuelo y con desi-
dia. M. Choisy tocó más de frente la cuestión, emitiendo dos opinio-
nes sucesivas: según la primera (1), este arco provendría de Frigia,
«donde aparece en la decoración de ranchas estelas funerarias anti-
guas», que ni él especifica ni yo conozco-, según la segunda (2), ba-

(1) L'art de hatir chez les bi)zaiilin3,

(2) Sist. de l'architecture, II.


Excursión á través del arco de herradura. 787
sada en Dienlafoy, el palacio de Ctesifon mostrará en sus arcos ba­
jos laterales la estructura verdadera de donde esta forma proviene.
Ellos son semicirculares, con*peralte, retraídos respecto de sus
jambas como para dar apoyo á la cim­
bra, y llenos con argamasa los rinco­
nes, fingiendo prolongarse algo á modo
de herradura su curva (fig. 1."'^). Re­
sulta ser una explicación racional y la
única que al propósito se ha buscado;
mas dudo mucho que satisfaga, porque
tanto valdría decir que se inventó la
columna con ocasión de apuntalar un
edificio. Antes juzgo probable qne el Figura 1.*
arquitecto recurriese á una forma conocida, aplicándola de un modo
capcioso para remediar algo el desacuerdo entre la rosca y los apo­
yos del arco, sin mediación
de impostas, á que los asiáti­
cos no eran aficionados. Ade­
más, razones de cronología
que Choisy suele descuidar,
quitan algún valor á su con­
jetura, pues el susodicho pa­
lacio data de Cosroes I, bien
avanzado el siglo vi; y aun­
que recurramos al de Firuz-
abad, obra probable, según
Gayet, de los últimos reyes
partos (1), donde se repiten
arcos ex.';ctaineute iguales y
mejor conserrados, todavía
no alcanzamos sino al si­
glo III de nuestra Era.

Se me ocurre otra explica­


ción do origen, más satisfac­
toria quizá, pero aventura­
Pijpjra 2.*
dísima mientras no se reco­
nozcan influencias de la In­
dia sobre el arte persa,,no imposibles, considerando, por ejemplo,
relaciones indudables que ligan la columna persepolitana y las in­
dias más antiguas.

(1) L'arí persan, 9á. Otros lo atribuyen al sasauida Firuz (460-488).


788 Arte.

•Es el caso que la gran chaitia ó santuario budista de Karli (1),


existente y a setenta y ocho años antes de Cristo (fig. 2.^), y otras gru-
tas similares, como la espléndida de Ayunta, del siglo iv, tienen gran-
des arcos de herradura en sus fachadas, cuya estructura claramen-
te descubre ser trasunto de edificios de madera. En efecto, losrebe-
ves d é l a s portadas del tope de Sanchi (2), que datan del año 20 de
nuestra Era; otros de Barhut (3), dos siglos míis antiguos, y los de
Amravati reproducen tales edificios, cubiertos con bóvedas de ca-
ñón, cuyos frontispicios diseñan iguales arcos, forma que allí resul-
ta bien lógica, si se advierte que el esqueleto de aquéllas debía for-
marse con camones encorvados, cuya flexión produce una curva de
aspecto ultrasemicircular, algo rectilínea en sus arranques, según
imitan perfectamente dichos arcos de las chaitias, y es teoría confir-
mada por Mayeux (4j al indicar que ellos imitan la cabana sagrada
de Buda. En todo caso, bien naciese en la India ó en Mesopota-
mia, parece muy admisible que el tal arco halle su razón de ser en
varetas encorvadas y fijas por sus extremidades, que se aplicarían
para cerrar vanos en cierto género de arquitectura rústica.
El imperio persa no revela usado este arco en Hatra, ni en Xa-
por, ni en Sarvistán, ni en Eiván, sino hacia el siglo iii, en dicho pa-
lacio de Firuzabad (5), aplicándolo á las puertas y al adorno de la
fachada. Imitación suya será lo de Ctesifon (6), arriba aludido; pero
donde él se reviste con galanuras de obra clásica es en la edicula de
Tagtiguero, al paso de los montes Zagros (7). Su aparejo es de bue-
na sillería; una cornisa bordea el arco volviendo algún trecho hacia
afuera sobre las impostas, como en la arquitectura siriaca se acos-
tumbraba, y al igual que en ésta, las molduras y algún adorno son
romanos. Más hacia NO. y lindando con Armenia, en Bavian, dibu-
jó Layard (8) un gran relieve rupestre en honor de Senaquerib, muti-
lado por celdas de solitarios cristianos, dos de ellas con triples arcos
de herradura, idénticos á los de Urgub, en Capadocia, que luego re-
señaremos. También se les halla en dos palacios del siglo vi, erigidos
en la frontera meridional de Siria: el de Maxita, obra de Cosrocs II,
y el de Rabatamán, no menos espléndido, en donde son así todas las

(1) Ferguíson: Illnstrations of Ihe Bock-ciit, teynples of India.


(2) Lipel Griffin': Famous moiiumeiiíg of central India.
(3) Le Bon: Lea civilisations de l'Inde.
(4) En Plauat: Enci/clopedie de l'architecture.
(5) Dieulafoy: L'art antique de la Perse.
(6) ídem id.
(7) Coste: Perae ancienne, tomo IV de planchas.
(8) Reproducido en la Historia del arte, editada por Montaner, I, 672.
Excursión á través del arco de herradura 7S9

arquerías murales (1). Resulta, pues, que el vasto imperio sasanida


fué prestando íavor á nuestro arco, especialmente e n lo decorativo,
y a u n quizá predominase e n edificios pequeños y frágiles que no se
conservan. La Persia musulmana parece haberlo rechazado.
Otros paises fronterizos hacia Poniente, y sobre todo la antigua
Capadoeia, encierran densos núcleos de construcciones que con él
se caracterizan. Descuella, por todos conceptos, la iglesia de Kogia
Kalessi, en el Alacha (Antitauro) (2), atribuida al siglo iv por
Strzygowski, según acreditan, efectivamente, su galanura y clasicis.
mo. Una fachada tiene arco de herradura, sobre parejas de colum-
nas corintias, cobijado por un gablete (3), y allí s e efigian ángeles
de relieve, como las Victorias romanas, y águilas en lucha con un
león y un toro, simbolizando la Resurrección. Por dentro forma un
rectángulo de 20,50 por 13,50 ni.,.con tres naves, ábsides á su ca-
becera, galerías sobre las laterales y cúpula en nn tramo de la
central sobre trompas. Todos los arcos se apean en columnas y pilas-
tras corintias; los de la nave, asi perpiaños como toral, son de he-
rradura bien mareada; los restantes, semicirculares.
La iglesia de Dana, entre Antioquía y Alepo, también medio
arruinada y algo más pequeña, data de 540. Es bien sencilla, con c a -
piteles corintios de hojas lisas, arcos medianeros nmyperaltados,y el
toral de h o i T a d u r a , cuya curva engendra el cascarón del ábside (4).
Otro grupo notabilísimo de ermitas (Birbinkilisse), en número de
veinte y una^ subsiste abandonado, entre ruinas de viviendas y se-
pulcros, en el valle de Madenxer, junto al monte Kara (5). Ofrecen
gran variedad; una h a y parecidísima al Tagtignero referido; otras
son cuadradas, y otras octogonales y cruciformes con altos cimbo-
rios; pero todas llevan arcos de h e i T a d u r a en sus puertas y ventanas.
Como carecen de in.'^cripciones—salvo el nombre de San Pablo escri-
to en una bóveda —y de toda decoración que marque fecha, queda
ésta insegura entre los siglos iv y vi.
Finalmente, en el valle Gerome (Urgub, cerca do Cesárea), hay
centenares de grutas que sirvieron de capillas ó tumbas á los pri-

(1) Dieulafoy: Ob. cit,


(2) De Labordo: Voyage de l'Asie miiieure. Spriager: Manual de hisloria del
Arte (11,36 de la edición italiana), copiando de Strzygowski, cuyo libro inte-
resantísimo, Asia menor, no lie visto,
(3) Otros en disposición igual, cabalgando sobre el arco directamente,
ofrecen una portada interior de la mezquita de Córdoba y ol cuerpo alto de
su mihrab, cori-espon lientes á Alliacam II.
(4) Texier: Archit. hizanline.
(5) De Laborde: Ob. cit.
790 Árté.

meros eremitas cristianos. Sus fachadas imitan edificios, como los


de Madenxer, con paertas y arquerías decorativas, siempre de he-
rradtu'a, cuyas jambas por lo común caen á plomo de la saliente del
arco, y uno de ellos bajo gablete. Aunque alguna capilla contiene
pinturas bizantinas, su fecha es igualmente incierta (1).
Armonizando con esta arquitectura, las iluminaciones de manus-
critos siriacos están llenas de arquerías caprichosas de la forma su-
sodicha. El más antiguo es de 501, escrito en Mabug, y se conserva
en Londres; otro es el famoso de la Laurentina, escrito en Zagba
(Mesopotamia) en 586, y varios datan de los siglos vii y v m . Los
hay también armenios y servios, de fecha posterior, con iguales
arcos (2).
Eu Armenia, Texier los cita en una iglesia del año 641, que será
la de Digur, cuyas portadas, con dintel y arco de herradura cobi-
jándolo, recuerdan las de la mezquita de Córdoba. También la ca-
tedral de Ani, que se empezó en 1010, lleva arquerías de herradura
sobre parejas de columnas, adornando su capilla mayor y fachadas
laterales (3). No se olvide que las bóvedas nervadas cordobesas tie-
nen allí hermanas gemelas (4).
Tocante á lo musulmán primitivo, escasamente sabemos de los
edificios de Arabia y Bagdad. En Egipto predominó desde luego el
arco apuntado, así como en Jerusalén el redondo; pero Damasco, en
su Gran Mezquita, reedificada por Ualid y Suleiman á principios del
siglo V I I I , ostenta la curva de herradura, aunque débil, en casi todos
sus arcos grandes, así del interior como del patio (5). Quizá los lle-
vaba iguales la iglesia de San Juan, sobre que se formó esta mez-
quita, un siglo antes erigida por el emperador Heraclio, armonizan-
do con los palacios no lejanos de Maxita y Eabatamán.
También hay arcos así, descargando las puertas, en la iglesia de
Capnicarea, en Atenas, del siglo xii, y es la única implantación que
conozco en la arquitectura bizantina europea (6). Otro caso igual
repite la fachada de San Pedro de Spoleto (Umbría), obra cosma-
tesca muy clásica de la mitad del siglo xii (7); mas no es el solo en

(1) Texier: Ob. cit.


(2) Stassoff: Órnalo eslavo y oriental,
(3) Texier: Description de l Armenie.
(4) Choisy: Hist. de Varchit., II, 22.
(5) Bonfils: Potografias de Oriente, en la Biblioteca Nacional.
(6) Téngase en cuenta que una arquería do esta forma se remeda en un be-
llo marfil griego del siglo xi, reproducido por Ventuj-i: Storia dell'arte italia-
na, 11, sao,
(7j Veuturi: Ob. cit., III, 895.
Excursión á través del arca de herradura- 791

Italia, porque de herradura y bien marcada son los arcos del claus-
tio de Santa Sofía de Beneveuto, reedilicado en lOlO, según se
cree (1); y allí mismo se les representa en varios tableros de las fa-
mosas puertas de su catedral, que se atribuyen á la primera mitad
del siglo XII (2). El ambón ó pulpito de la parroquia de Cígnolí
(Abrazos), fechado en llfití, y obra probable de cierto Nicodemo, al-
berga también una arquería calada de la misma traza, entre plagios
, ornamentales árabes (3), haciendo sospechar que á esta zona italiana
ír^jolx^^ llegarían influencias esiiaJlalaa, por mediación de Argelia y de Sici-
lia (4), é igualmente se explicarán los pocos arcos de herradura egip-
cios de los siglos XIV y xv, por ejemplo en la mezquita de Kalún (5).
Más difícil es indagar la procedencia de un monumento francés,
aislado y sin influencias en aquel suelo, y el único digno de equipa-
rarse con los nuestros asturianos del siglo ix. Es la iglesia de Germi-
gny-des-Prés (Loiret), consagrada en 806 (6); de traza peregrina, es-
beltísima y con arcos, ya peraltados, ya reentrantes, como acercán-
dose con timidez á la herradura, que diseñan además en planta sus
ábsides, conforme solían ser en Capadoeia.
Blavignac cita otros arcos de herradura decorativos, de estirpe
carlovingía según él, en Provenza, y también se dice haberlos en
la iglesia románica de Fontgombaud; pero los arqueólogos france-
ses no han dado valor á esta particularidad (7). Eu Alemania es nota-
ble la cripta de GüUingen, junto á Sondershausen ( 8 ) , obra románica
del siglo XII, con tres naves cruzadas por arcos de herradura, sobre
columnas y soportando bóvedas de aristas, que obedecen acaso á in-
fluencias orientales. Finalmente, de la primera mitad del xi, bay en
la Biblioteca de Ginebra un códice í>e computis temporum, por Beda,
cuyas tablas so contienen dentro de arquerías de herradura, copia-
das seguramente de alguna obra siriaca ó armenia (9), é igual pro-

(1) C. de Pabriczy, en L'Art, 1887, II.


(2) Venturi: Ob. cit., III, 687 y siguientes.
(8) ídem Id., pág. 715.—L'Art, 1902, 262 y 424.
(4) En Malta se halló una estela sepulcral árabe del año 1174 con arcos de
herradura m\iy adornados: Journal Asiatique, 11, 4iJ7.
(.5) Prísse d'Avesnes: VArt árabe du Kaire.
(ü) Gerspach: La mosaique, pág. 78.—Clioisy: Hisl. de Varcldt., II, 229.
(7) • Por ir fechado en 1020 ó 1021, interesa el dintel de la iglesia de Saint-
Genis-des-Pontaiues, cuyas figuras de apóstoles so cobijan por arcos de lio-
rraduríi. Su arte, aunque barbarísimo, es de estirpe bizantina. Véase Mi'-hel:
Hist. de VArt, I, 597.
(8) Planat: Encyelopedie de l'archit., VI, 425.
(9J Blavignac: llhi. de l'archit. saarée dans les dioceses de Genes, Lousan-
ne et Lion.
192

cedencia reconocerla las decoraciones análogas que recuadran el


canon de Ensebio al frente de algunos evangeliarios, como el de
Egmond (1). Por el contrario, Passavant (2) atribuye origen español
á otro códice de St.-Gall, del siglo vin, donde su autor Vandelcario
se eflgia bajo un arco de herradura; si bien el germanismo de este
nombre hace dudar mucho que acertase.

Vengamos á nuestra España, doude el problema del arco de


heiTadura se basa en testimonios irrecusables de antigüedad, cuales
son varias estelas sepulcrales paganas de tierra asturicense, cuya
epigrafía corresponde con segm-idad en algunas al siglo ii. Así,
tres leonesas: la de L. Emilio Valente (3), bien clásica, cuya rueda
de rayos curvos (4), una luna en creciente y el epitafio se inscriben
dentro de un arco de herraditra moldurado, sobre estriadas y finas
pilastras (fig. 3.";; la del militar L. Campilo Paterno, que lleva abajo
un par de arcos iguales (5), y la de la mujer de cierto Flavo, con
otros tres en la misma forma dispuestos, de los que el central es
mayor (fig. 4.'''). En Escalada tengo indicios de haberse descubierto
dos más, que no ha hecho públicas D. Ricardo Velázquez. Otra, ane-
pígrafa y con dos arcos de herradura abajo, está empotrada en la
parroquial de Rabanales (Alcañices, Zamora), y alistana también es
la pequeña estela de San Vitero, con pareja igual y epitafio de un
Pistiro, hijo de Ecueso (6). En Picote, cerca de Miranda de Duero,
aparecieron dos, finalmente, con los mismos arcos abajo, símbolos
idénticos á los leoneses y epitafios de Deocena, hija de Careto, y
Reburina, hija de Boutio (7).
Las estelas de este género con nombres indígenas ó latinos, ex-
traños símbolos y arcos semicirculares abajo, son innumerables en
la región del Duero; mas adviértase que estos últimos nunca lle-
van impostas, cuyo enlace con la arquivolta pudiera, siendo muy

(1) Beuseus: Archeol. chrét., I, 494.


(2) El arte cristiano en España, pág. 1.55 nota, de la traducción castellana.
No conozco su reproducción publicada por Mone.
(3) Museo español de antigüedades, tomo XI. Existe en el Museo Arqueoló-
gico de Madrid.
(4) Símbolo usual de los indígenas en la región del Duero, que jiarece ser
u n a variante de lasuástica del budismo.
(5) Se publicó juntamente con la anterior, y existo en el Museo do León, así
como la siguiente.
(C) Bol. de la Acad. de la Historia, XLV, 157.
(7) O Archeologo Portugués, V, 144.
Figura 8.='—Fachada primitiva de la Catedral de Córdoba.

Figura II.—Puente de Pinos (Granada).


Excursión á través del arco de herradura. 793
pequeños, dar ciegamente origen á la herradura en manos de
lapidarios ineptos; y que remedan arcos verdaderos y no ador-

ííñTUvÜTCl^nvrin!
CI PIE Al-F-C

1)
L ACMIL
0-VALEN^
TI /^/XXIIXi
M M IA i
A R O C l A i
H r C:

Figura 3." Pipura i.'

nos á capricho, se garantiza con ia primera de las estelas rese-


ñadas (1).
Todas ellas son indicio vehemente de que nuestro arco era

(1) Puede sospecharse, no obstante, que algún simbolismo vinculaba dicha


curva en las estelas, puesto que una, erigida por la República segobrigense
á principios del siglo i i , lleva enlo alto esculpida uua moldura asi: a(Bol. de
la Acad. de la Hist., XXI, 136), lo que repite con mayor claridad la estela de
Valentino eu Béjar. Ella recórtase, además, formando arco de herradura,
como también la de Aibaro en Coria, oti-as do Clunia marcadas con una
cruz, hoy en el Museo de Burgos; la empotrada en los muros de Ávila, con
extraños signos; y así, por uua parte las hallamos hasta en los últimos siglos
de la dominación musulmana eu Andalucía, mientras que Etruria nos ofrece
eu Bolonia los más remotos y peregrinos ejemplares.
CÜLTÜBA , .61 . ^
794 Arte.

usual, desde el siglo ii á lo menos, en la cuenea del Esla, si bien el


arrasamiento casi absoluto de edificios de aquella edad no permite
comprobarlo. Queda, sin embargo, por añadir otro indicio, y es la
planta ultrasemicircular de algunas exedras en ruinas del período
de decadencia, por ejemplo, en San
Julián de Valmuza (Salamanca) y en
Arnal, cerca dcLeiria (1), abonándo-
lo el ejemplo de ábsides iguales en
iglesias y mezquitas donde campea
dicho arco (2).
Con el arte cristiano reaparece de
modo cierto é indudable. Le tenemos
del año 525 en Mértola (fig. 5.''), de-
corando, sobre columnas de retorci-
das estrías, la estela sepulcral de nn
Andrés, «Princeps cantorum sacro-
TOW/nSAc¡\o5AH sancte aeclisiae Mertilliane»; y más

i^TiliJAHtVlXIT iI arcos, y a en forma de herradura, y a


semicirculares, repiten otras estelas
de la misma localidad próximas en
fecha (3). Luego, entre los copiosos
^ Mqnifxjítihpa
restos decorativos que se salvaron de
P aSMB?ÍTtKT[o las basílicas andaluzas y emeritenses,

SIS
I
r 3
descuellan, á nuestro propósito, dos
ventanas esculpidas en mármol blan-
co: la una, del Museo de Mérida, tra-
za dos arquillos levemente prolonga-
UJ dos en forma de herradura, sobre co-
lumna en medio y jambas llenas de
adornos b á r b a r o s ; la otra en se-
Figura 5.',
mejante, pero con tres arcos mejor ^
acusados, y existe en la iglesia de San Martín de Niebla (4).

No son por fortuna estas pequeneces los únicos argumentos que


prueban el desarrollo del arco en cuestión antes de reorganizarse
nuestra arquitectm-a bajo los reyes visigodos católicos. En efecto.

(1) Tlie Illustrated London News, 1857, págs. 254 y 256.


(2) .1111 edificio romano, en las ruinas de Troia de Sotúbal, conserva niclios
arqueados de curva igual, pero sin jambas. O Arch. Por., III, 157.
(3) Hübner: Inscripliones Ilisp. Christ., núms. 304, 311, 312, 313 y 318.
(4) Se publicó en los Monumentos arquitectónicos de España.
Excursión á través del arco de herradura. 795

una gran basílica se descubrió, en 1789, junto á las ruinas de Segóbri-


ga, que es Cabeza del Griego, y la conocemos por dibujos (1). El arte
constantíniano de sns miembros decorativos y un epitafio del obispo
Sefronio, muerto en 550 (2), hacen cr-eer muy antiguo el edificio,
cuya cabecera mantenía cuatro arcos de herradura algo ovalados,
si el dibujo no es infiel, sin impostas y con breves jambas íi plomo
de la saliente, en lo que éstos y otros ejemplares españoles coinci-
den con los orientales. La planta del ábside armoniza por su curva-
tura con ellos, según costumbre asiática.
Respecto de Andalucía no se ha hablado, que yo sepa, de arcos
de herradura anteriores á los árabes; creo, sin embargo, muy pro-
bable que los ofrezcan tres edificios. Es el uno la puerta Occidental
ó de Sevilla, en Córdoba, llamada también Bibalatarín en árabe,
que me admira no haya merecido atención de los doctos. El AJbar
la menciona relatando la conquista de aquella ciudad por los musul-
manes en 711, pues por
ella escaparon la noble- j ^ — i w l r f ^ - í í T ' S ^ ^ ^ ^ ^ i ^ S S
za y guarnición g o d a
para ir á refugiarse en
la iglesia de San Acis-
clo, circunstancia que
y a dice algo en pro de
su vetustez.
Hállasela en nn re-
codo de la muralla, ha-
ciendo haz lo mismo por
dentro que por fuera, y Figura 8."
protejo su lado izquier-
do una maciza torre en esquina, de unos seis metros de amplitud
por tres de saliente. Dos arcos gemelos, hoy cegados, la constitu-
yen {?>), recordando otras romanas, por ejemplo, la de Mérida,
efigiada en sus monedas; la de Saintes, la preciosa de Antnn, la de
Verona y laque, imperando Mauricio en 590, recibió Cartagena. Sn
obra es de sillares de arenisca, muy carcomidos por los siglos; en Ion-

(1) M&moriasde. la Acad. de la IJist., torao lll.


(2) Hübner: Iiiscriplionen Tlisp. Christ., núm. 398.
(3) Es probable que Abenhaucal, viajero del siglo x, hablo do ellos, refi-
riéndose á las murallas de piedra do Córdoba, cuando especifica, éntrelas
puertas de su palacio real, la;s dos que se abrían en el mismo muro hacia el
camino que va desde la Busafa al río. (Pág. 77 de la edición de Leyden, segün
nota comunicada por el Sr. Asín).
796 Arte.

gitud de hasta 1,25 metros y altura de 0,40 á 0,43; con mucha re-
gularidad dispuestos á soga y asta, según se observa en algunas
obras clásicas del Asia occidental, y con un reborde en torno (á re-
ferías), como solían también los griegos asiáticos (fig. 6.*). Los arcos
miden 2,50 metros de ancho por 5,40 de alto; 3,15 de distancia los
separa, y á 2 se aproxima su grueso, llegando á 8,40 la altura del
edificio, que debió soportar un segundo cuerpo. A mano derecha
fué destruida quizá otra torre, con daño del arco inmediato, que se
rehundió mucho, aunque entivándolo arrimóse allí la muralla ac-
tual de la ciudad, que sube, ciñendo su antiguo alcázar, desde el
río hacia la puerta de Almodóvar (1).
Concretando á los arcos, ellos son de herradura, prolongada su
curva en un tercio del radio por
bajo de la semicircunferencia; al-
go más alta su rosca por la cabeza,
inaugurando lo que luego fijaron
los artífices musulmanes bajo Al-
hacam 11, y ensanchada también
por abajo, con resolverse la curva
de su trasdós en líneas rectas y
divergentes. Sus dovelas son an-
gostas y rebordeadas, excepto la
clave, que es lisa y más larga, es-
tableciendo una distinción de ex-
clusivo carácter romano; alternan
dos de tizón y una por tabla, aun-
que simuladamente las más veces,
Figura 7.*
y su despiezo, desde el punto de
fractura hacia arriba converge al centro de la curva, y en lo bajo,
á una serie de puntos afincados hasta el nivel de las impostas. El
diámetro es algo mayor que la abertura de entre jambas, y cons-
tituyen sus impostas simples fajas algo relevadas hacia el intra-
dós (fig. 7.").
Como después veremos, ia técnica de estos arcos difiere de ios
procedimientos musulmanes, y prueba gran arcaísmo con sus vaci-
lantes recursos, similares de los observados en lo visigodo castella-
no, á la vez que mantienen rasgos de clasicismo, en forma que
o priori deben estimarse como prototipos de este linaje de arcos en

(1) D. Manuel Barroso, actual profesor de Historia del Arte en la Escuela


de Córdoba, ha obtenido las fotografías y mediciones de que me valgo para
estudiar este edificio, pues mis notas y recuerdos eran insuficientes.
Excursión á través del arco de herradura- 797
España. Constando, además, qne las murallas de Córdoba eran de
sillería cuando entraron los musulmanes, y que entonces existia esta
puerta, cuya fábrica no se parece á la de otra alguna de cuantas
eüos ediñcaron, sino más bien á lo romano y greco-asiático, es ra-
cional atribuirla al siglo vn lo más tarde. Conviene saber que el
edificio en cuestión no corresponde al actual recinto de la ciudad •
cuya obra por aquel lado es incierto si data de la época árabe ó del i
siglo XIV, habiéndose conservado en calidad de torre albarrana, y \
pasando bajo uno de sus arcos el arroyo del Moro, que servía de
foso. Esto ha hecho reputarla como obra relativamente moderna,
cuando su cariz y organismo arquitectónico, desmitiéndolo de pla-
no, convencen de que perteneció á un recinto mucho más antiguo, y
lo comprueba la torre misma, con indicios de ligazón con otro muro
paralelo del actual, aunque más exterior, dejando, por consecuen-
cia, dentro los arcos.
Se cree unánimemente que la Gran Mezquita cordobesa es obra
de Abderrahmen I, con ampliaciones sucesivas, y qne para levantar-
la fué enteramente deshecha la iglesia Mayor de San Vicente. No mo
parece ello verosímil, habiendo, desde luego, una fuerte presunción
en contra con saberse que toda la Mezquita de Abderrahmen fué
construida en un solo año, de 169 á 170 de la Hégira (786); pues en
verdad que un edificio, cuya superñcie cubierta es de 3.200 metros,
levantado cuando atravesaban los andaluces su periodo de mayor
atonía artística, sin ayuda eficaz de los cristianos libres del Norte
ni relaciones exteriores que pudiesen avivarla; mirando, por otra
parte, su compleja osatura, sus adornados modiüones, su rica porta-
da y su cuidadoso y grande aparejo, resulta imposible que surgiera
en tan breve plazo, aun supuesto que las columnas y piezas marmó-
reas y aun todos los materiales se hallasen al pie de la obra. Así
también lo comprueba que Abderrahmen II, en mejores condiciones,
emplease diez y seis años para agrandarla en dos tercios de superfl-
cie y más pobremente; lo mismo que se tardó en reedificar la de
Caimán bajo las órdenes de Ziadetalá I.
Ha de inferirse, pues, que se hizo lo menos posible para trans-
formar en mezquita la iglesia: quizá desmontar las naves de ésta,
que correrían de Este á Oeste, y rehacerlas al través aprovechando
mucho de las paredes. Las arquerías extremas, con sus modillones
lisos de otra hechura y columnas bárbaramente arregladas, denun-
ciarán acaso falta de piezas antiguas, porque sí cinco eran, como
parece, las naves de la basílica, sus cuatro arquerías no suministra-
ban materiales sino para formar ocho de las diez que atraviesan la
798 Arte.
mezquita; además, pudo remediarse entonces la escasez de dovelas
de piedra y lo trabajoso de ajustarías, intercalando ladrillos (1).
Esta serie de hipótesis recibe alguna firmeza viendo el muro de
• occidente, único que se conserva. Su aparejo es idéntico al de la
puerta de Sevilla, pero enrasado, con sillares de 82 centímetros de
largo, 40 de alto y 25 de grueso, trabados en la forma susodicha; re-
tuérzanle corpulentos estribos, quizás añadidos por Abderrahmen
para contener el desplomo, y campea en medio una grandiosa deco-
ración esculpida en la arenisca verdosa de todo el edificio (fig. 8.'^).
Describirla no es del caso; mas su carácter purísimo bizantino, la
morbidez y libertad de su talla y lo peregrino de su invención, la
asimilan al arte oriental del siglo vi, á tenor que se aleja de todo lo
árabe conocido. Me parece grandemente inverosímil que bajo Ab-
derrahmen I hubiese aquí medios para hacer tal cosa, y no lo es me-
nos que en setenta años sus deterioros obligasen á Mohamed I á cal-
zarla y renovar su arco principal, como hoj^ permanece, con fecha
del año 855. Obsérvase, además, que los lienzos inmediatos, forma-
dos á imitación de lo antiguo cuando la ampliación de Abderrah-
men II (833 á 848), revelan
una gran posterioridad res-
pecto de aquello, con hallarse
mucho más sanos. Por conclu-
sión: opino que la tai fachada
es un resto de la basílica de
San Vicente, y que pudo ha-
cerse bajo el dominio de los
Figura 9.» imperiales, á poco de mediar
el siglo VI.
Volviendo á nuestro tema, cumple advertir que adornan lo alto
de dicha portada tres arquillos de herradura con leve saliente sobre
sus impostas, que perfilan molduras de nácela (2); todo ello deterio-
radísimo, pero claro (fig. O-")- En lo interior de la mezquita sabi-
do es el efecto gracioso, pintoresco y mágico que producen los arcos
volteados de pilar á pilar, tan en su punto, que dudo mucho se apli-
case jamás la curva de herradura con igual oportunidad y éxito.

(1) Cierto critico, en la Revista de España, 1885, pág. 394, dio una descrip-
ción de iglesia bizantina, toraada de Abenchobair, como referente á nues-
tra catedral primitiva, cuando lo os á la iglesia del Almirante en Palermo.
Véase la traducción de Amari.
(2) Moldura cóncava en forma de semiescota, y es el nombre castizo em-
pleado por Sagredo y Arfe.
Excursión á través del arco de herradura. 799

Ellos sustituyen al atirantado con enorme ventaja, organizando un


sistema de codales bien sabio, ya puesto en práctica en la cisterna
de Mahedia (1) y en el acueducto emeritense de los Milagros. El
despiezo de dichos arcos es radial, lo que les iguala, en cuanto á
función, con los arcos semicirculares de encima, y la distancia entre
el centro y la línea de impostas viene á ser un tercio del radio, ó
sea dos tercios del diámetro para flecha, proporción tipo de nuestro
arco antes del siglo ix (flg. 10).
Otra obra, según todas las probabilidades correspondiente al

Figura 10.

mismo período, es el puente de Pinos, en la vega de Granada, sobre


el río Cnbillas, que los moros nombraban Ponte-pinos en lengua la-
tina, como atestiguando lo extraño qne les era el edificio, y muy ci-
tado en nuestras crónicas (fig. 11). Debe á sus firmes cimientos de
peñas el conservarse integro, salvo la torre defensiva que cabalga
sobre uno de sns pilares, renovada en tiempos modernos. Su longitud
pasa de 46 metros; tres son y desiguales sus arcos; redondeadas ha-
cia la corriente y cuadradas por la parte contraria, sus pilas; su ma-

(1) Recherche des antiquités dans le nord de VAfrique, pág. 126.


800 Arte.

teríal piedra arenisca, en sillares de 47 á 55 centímetros de galga,


cuyo despiezo irregular—salvo en las enjutas, donde es á soga y
asta — enmendóse, después de puestos en obra, Simulando con
fajas rehundidas un aparejo de rebordes como el de la puerta de Se-
villa, ó sea por igual procedimiento que el usado en obra tan clásica
como el sepulcro de Cecilia Métela.
Los arcos son de herradura, excediendo del semicírculo en ra-
zón inversa de su tamaño: 35 centímetros el central, cuyo radio es
de 4,90 metros; 0,96 el menor, que gira sobre radío de 3,32. Sus do-
velas, también rebordeadas, centran en el mismo punto que la curva,
eon algo de jarjas, como en las naves de la Mezquita, y sus impostas
son nácelas al ras de los salmeres. Otro ai'co pequeño y en alto ábre-
se á la conclusión del puente para el cruce de una acequia, cuya
presa no lejana forma un arco de herradura tendido, hecho con gran
aparejo, y por allí hay ruinas con mosaicos romanos de villas anejas
al Municipio ilurconense, cuyo solar se registra en el cerro de los
Infantes.

Convertidos oñcialmente los godos al catolicismo, sus reyes pa-


trocinaron la erección de iglesias; mas no fué Andalucía ni Lusita-
nia la tierra favorecida por ellos, sino Castilla, irradiando desde
Toledo, que se constituyó en nuevo centro de cultura, mientras de-
clinaban Mérida y Sevilla. Pululan de entonces en Toledo restos de
arquitectura suntuosos, y ellos, á falta de ediflcios, declaran que
nuestro arco seguía usándose, pues uno de herradura poco marcada
y sobre columnillas de retorcidas estrías, decora una pequeña hor-
nacina con venera y el crismón en su fondo (1). La ventana con ar-
cos gemelos de herradura, que perteneció á la iglesia de San Ginés,
sospecho si será más bien mozárabe, por lo reentrante de su curva y
otros indicios (2).
En compensación del absoluto estrago de las iglesias toledanas,
lograron salvarse algunas en la meseta de Castilla, que dan pre-
cioso testimonio de cuál era nuestro arte en el siglo vii. La más an-
tigua, probablemente, sería la de San Román de Hornija (Vallado-
jid)_Ornisia en 1202—, fundación de Chisdasvinto, hacia la mitad
de dicho siglo, que tuvo ignominioso fin á. manos del neoclasicismo;
pero sábese por testimonio de Morales que era eu forma de cruz, con

(1) Incrustado en la torre de Santo Tomé. Dibujo suyo, malo é inexacto, se


publicó en los Monutiientos arquitectónicos de España.
(2) Existe en el Museo Arqueológico Nacional, y su reproducción fotográ-
fica se intercala en la segunda edición de dicha obra.
Excursión á través del arco de herradura. 801 ¡

areoB de herradura y suntuosísima, según acreditan sus mármoles


todavía (1).
Siguióle de cerca la famosa de San Juan de Baños (Falencia),
erigida por Recesvinto en 661 (2), cuyos arcos todos son de herra-
dura, con prolongación de un tercio del radio por bajo del semicírcu-
lo; dovelas sin tradosar, cuando no iban guarnecidas con una faja
de adorno; en número par á veces, resultando partida la clave, y
convergiendo su despiezo al centro de ia curva (fig. 12). El cañón de
bóveda del presbiterio, qne es prolongación de su arco, remétese algo
más que la superficie del muro, y así también los arquülos de las
ventanas. El trasdós del arco del portal, en vez de seguh paralelo

Figura 12. Figura. 13.

al intradós, desvíase hacia afuera por abajo, según vimos en la


puerta de Sevilla, para robustecer los salmeres y con ello la estabili-
dad del arco (fig. 13). Échase de ver asimismo, sobre todo en el toral,
que sus primeras dovelas no se ajustan al cintrel, avanzando menos
y algo rectilíneas, eomo si disgustase la mucha saliente.
Apartados unos treinta metros hacia Sur, mantiénense los baños
que dieron nombre al pueblo, cuya virtud medicinal, asegurada por
tradición, desmiente ahora el anáfisis.Brotan sus aguas denti-o deuna
cámara rectangular, no grande, hecha de sillería, con bóveda de ca-
ñón más que semicilíndrico y dos arcos de herradura trasdosados en
su único lienzo visible, pues yace bajo uu declive del terreno lo más
del edificio. Sus analogías con la iglesia hacen reputarlo coetáneo.

(1) Véanse reprodncídos en la misma obi'a, primera edición.


(2) Obra susodicha. Monografía de D. Juan Agapito Eevilla, y artículo,
también suyo, en el Boletín de la Sociedad, Castellana de Excursiones, I, 156,
802 Arte.
• . «
A la mitad de distancia entre Hornija y Baños de Cerrato, y no
lejos de Valladolid, está el pueblo de Bamba, donde suponen que mu-
rió Recesvinto, siendo sepultado en su iglesia de Santa María, que
consta era monasterio en el siglo x. Ella conserva su crucero y tres
capñlas de aspecto visigodo, cuyos arcos todos son de herradura, y
armoniza con ellos el perfil de sus altas bóvedas de cañón, como en
Baños (1). La amplitud de estos arcos va contra la regla usual en el
siglo VII, prolongándose hasta una mitad de su radio; las impostas
llevan bastones atravesados, como en la Algima cordobesa, y los
muros son de mampostería, todo lo que hace fuerza, contra la opi-
nión vulgar, para atribuir origen mozárabe al edificio, según y a re-
conoce el Sr. Agapito, sancionando las incertidumbres antes declara-
das por el Sr. Lampérez.
En Palencia se reconoce ahora como edificio visigodo una parte
de la cueva de San AntoHn, que así llaman á la cripta de su cate-
dral. Allí hay enfilados varios arcos -perpiaños de herradura, arran-
cando desde el suelo, y tendidas encima grandes losas de piedra,
que constituirían suelo holladero desde un principio para la iglesia
superior, y es sistema análogo al desarrollado en el Haurán y Siria
central (Tafka) desde los primeros siglos de nuestra Era. Otros arcos
de igual forma se marcan lateralmente, para capillas tal vez, y
además en el testero campean tres de ellos angostos y sobre colum-
nas, cuya porción ultrasemicircular apenas llega á un cuarto del
radio; sus fajas de impostas, con labor goda, avanzan algo más que
los salmeres; las dovelas son en número par, excepto en uno, tras-
dosadas y abriendo más que las jambas, pormenores todos que cer-
tifican de la antigüedad susodicha (2).
La iglesia insigne de San Pedro de la Nave (Zamora), escondida
frente á la confluencia del Esla y el Aliste, suscita un nuevo problema
de fechas, pues aunque todos la juzguen del siglo x, oreo razonabi-
lísimo atribuirla al vii. Me ceñiré aquí á las pruebas emanadas de
nuestro asunto, reservando la cuestión integral para otra monogra-
fía (3). Su organismo constructivo es más complejo que el de las an-
teriores iglesias; su decoración recuerda algo de lo andaluz, y ea

(1) Apuntes del Sr. Lampérez, cu ol Bol. de la Soc. Esp. de Excursiones,


IX, 252. Mediciones ha tenido la bondad de obtener á mi ruego el Sr. Agapito.
(2) Noticia publicada por el Sr. Agapito Eevilla en el Bol. de la Soc. Cas-
tellana de Excursiones, III, 193. Más datos debo privadamente al mismo señor
y á D. Francisco Simón y Nieto, quo ha ilustrado ya con amplitud el hallazgo
en el Bol. de la Soc, Española.
(3) Ya impresa en el Bol. de la Soc. Casi, de Excursiones. Sólo habia publi-
cadas unas deficientísimaa láminas en los ilonunientos arquit. de España,
Excursión á través del arco de herradura. 803
cuanto á sus arcos, hermanan con los de la basílica de Baños (figu-
ra 14). El espacio entre jambas persiste algo menor que la luz del
arco; las ventanas carecen de impostas, y en los demás arcos ellas
avanzan más que los salmeres, formando anchas fajas cubiertas
de adornos, ó bien nácelas de corto desarrollo y voladas tan sólo por
el intradós; la porción ultrasemicircular mide un tercio del radio, ex-
cepto en las puertas exteriores, donde se reduce á la mitad, con leví-
sima ó nula saliente; su despiezo converge al centro de la curva, pero
en el arco toral la primera junta enderézase á un punto intermedio,
como en la puerta de Sevilla; cierran sin clave, resultando una junta
en medio, y, cuando son grandes, mueven su trasdós en líneas obli-

Piíjura 14.

cuas, conforme ya sabemos. Algunas ventanas y los arcos de desear,


g a son de medio punto, repitiendo éstos lo dicho de salmeres y clave.
Iglesia notabilísima también, aunque menos conocida, es la de
Santa Comba de Bande, á orillas del Limia y cerca de Celanova
(©rense). Consta su edificación como anterior en más de doscientos
años al 872, cuando al repoblarse aquella tierra se limpió, junta-
mente con otra iglesia de Santa María, por cierto Adoyno, diácono,
el cual cedióla más tarde á San Rosendo para establecer un monas-
terio dúplice ( 1 ) . Es muy pequeña, en forma de cruz griega, hecha,
de sillería, con cimborio en medio, capilla á la cabecera y above- i
dada toda, obedeciendo al mismo plan que las de Nave y Hornija, i

(1) La arquitectura cristiana en la xjrovincia de Orense, discurso por D. Ar-!


turo Vázquez Núñez. j
804 Arte.
como si procediesen todas de nn modelo único. Su arco toral, sobre
parejas de columnas, y los cuatro que soportan el cimborio son de
herradura, con prolongación de nn tercio del radio, y sobre impos-
tas algo adornadas (1).
Otra iglesia qne se reputa visigoda, y aun de tiempo de Atana-
gildo, bajo la fe del P. Yepes, bien recusable para el caso, es la de
San Millán de la CogoUa de Suso (Logroño), con dos naves separa-
das por una arquería sobre machuchas columnas, y capilla con bó-
veda en un testero (2). Sus arcos son de herradura, pero trazados
exactamente como los musulmanes, ó sea con prolongación de una
mitad del radio é impostas eu forma de nácela ampliamente desarro-
llada, lo que, junto con otros pormenores, inclinábame á creerla del
siglo X, y en efecto, consta su consagración en 929 (3).

En la Gran Mezquita de Caimán tenemos la primera aplicación


netamente musulmana del arco de herradura español, pues no cabe
duda en que artíñces de acá la erigieron, imitando la de Córdoba,
cuando Ziadetalá procedió á reconstruirla en 821. Sus arcos todos,así
en lo más antiguo de las naves como en el alminar, reproducen fiel-
mente la traza de los primitivos cordobeses, con adornada mocheta ó
bocelón por impostas y despiezo convergente al centro de la curva (4).
Al mismo tiempo, con Abderrahmen II (821-852), el emirato cor-
dobés adquiría fuerza política abriéndose al Oriente; un arte nuevo
se produjo á base de lo indígena, pero engalanado con ari'cos bizan-
tinos, y simultáneamente principió á fijarse el tipo musulmán de
nuestro arco. Ya hemos visto cómo caracteriza sn fase anterior el no
traspasar la semicircunferencia en más de un tercio del radio, y con
frecuencia en cantidadpoco sensible, á excepción de las estelas, don-
de el trazado de la curva se hacía á capricho. Desde Abderrahmen II
impera otro orden invariable: la prolongación es de una mitad del ra-
dio, ó sea con flecha de tres cuartos del diámetro, en forma que el
arco resulta construido sobre un exágono (flg. 15); la irradiación del
despiezo de sns dovelas verifícase desde el centro de la línea de

(1) Artículo descriptivo del Sr. Sales y Ferró en el Boletín de la Comisión


de Monumentos de Orense, I, 245, cuyo conocimiento debo al Sr. Vázquez. Villa-
amil y Castro: Iijlesias gallegas. D. Vicente Lampérez la estudió en sus leccio-
nes sobre arquitectura cristiana española dadas eu el Ateneo de Madrid.
(2) Reproducción de su interior on el tomo correspondiente de España, sus
monumentos y artes, pág. 665. Fotografías buenas de Fernández Santos.
(3) Bol.delaAcad.delaHist.,XSJ.Y,2iQ.
(4) Saladín: La mosquee de Sidi Okba a, Kairouan.
Excursión i través del arco de berraduta. SOé

arranque; muchas veces los hombros del arco van descaradamente


enjarjados (1); enrasan con el vuelo de las impostas, llegando más
tarde á rebasarlas algo, y ellas perfilan una mocheta ó bien la ga-
llarda nácela, que se erigió moldura única. Otro nuevo elemento
complementario y en lo sucesivo inseparable casi de nuestro arco, es
el alflz (2) ó recuadro, de origen quizá persa.
Obra capital de Abderrahmen fué el Alcázar de Córdoba, conti-
guo á su Gran Mezquita, cuyos
fragmentos decorativos de mármol
blanco aparecieron en el Semina-
rio, y entre ellos una arquería en .
forma de herrad.ura, con las pro- ?. " K y,- _ ..¡L
porcionea susodichas y sobre co- ' I 1
lumnas estriadas en espiral (3). <-,.^^~y.i~ t^^.^^x....^
Además consta que hizo subir has-
ta allí el agua del rio mediante un
artificio llamado Albolafla, cuyas ruinas se conservan sobre el Arre-
cife. Constituyen un cuerpo saliente, donde giraba la gran rueda de
cangilones, que fué ampliado más tarde por el emir almohade Sad
Abuyahya, para erigir encima un famoso palacio sobre el río. Por
abajo lo atravesaba, franqueando el paso del Arrecife, una puerta ce-
lebrada por Abenpaxcual, en cuyas hojas de hierro se fijó la aldaba
de Narbona, traída por el emir Mohamed. Esta grandiosa puerta fué
medio deshecha en 1822, quedando arranques de sus arcos, que eran
de los susodichos, con alfiz uno de ellos, dovelas hasta abajo, con-
vergentes en la línea de impostas, y cortadas éstas en forma de ná-
cela con refuerzos debajo. El aparejo es á soga y asta y rebordeado,
imitando, cpn variantes bien apreciables, el de la puerta de Sevilla.
La ampliación de la Mezquita, debida al mismo rey, armoniza
con lo primitivo; mas una puerta que le corresponde y la otra hecha
por Mohamed, su hijo, en 855, conforme arriba se dijo, tienen arco
de herradura sobre dintel, jarjas, dovelas alternadas de piedra y la-

(1) Jarjas ó jarjamentos son las hiladas horizontales que suben hasta al
punto de fractura; del francés las de charge.
(2) Es la palabra técnica, según consta por el P. Guadíx ea esta definición:
«Albanega es un triangulillo que se causa entre la rosca de un arco (trad., ár-
bol) y lo cuadrado del alfiz». El llamarle ormtóa me parece ser un neolo-
gismo jactancioso. Consta que albanegas declan los moriscos á las enjutas
del arco.
(3) Dibajada por Borrell: Tratado de dibujo. Un trozo existe en el Mu-
seo de Madrid y otro en el de Córdoba.
806 Arte.

drillo, con clave entera, y alñz (fig. 16). Los otros de la tachada del
patio, que erigió Abderrahmen III en 957, se diferencian por tener
su dovclaje completo é irradiando desde abajo, según práctica ya
invariable esto último.
Bajo Alhacam II se observa una modificación peregrina, que
caracteriza en a d e l a n t e y
con gran fijeza nuestros arcos
de moros: el descentrarse la
curva del trasdós, subiendo su
punto en cantidad variable.
La razón me parece ser de óp-
tica sobre todo, pues echarían
de ver que el alto de la rosca
aparentaba ser mayor en los
hombros del arco que hacia
la clave, y a por el sentido de
su despiezo, y a por lo bajo
del punto de vista. Lejos de
contenerse, sin embargo, en
Fisura 16.
los límites de una corrección
disimulada, alardearon desatinadamente del nuevo canon (fig. 17).
Asimismo, desde el siglo xi, se extremó la tendencia á cerrar
el arco, aumentando sn cur-
vatura, según vemos en la Al-
jafería de Zaragoza y en lo to-
ledano, hasta traspasar la se-
micircunferencia en dos tercios
del radio. Simultáneamente una
orientación n u e v a preparaba
trastorno más d e c i s i v o y en
contrario, f u n d i e n d o nuestro
arco de herradura con el apun-
tado, que imperaba ya en todas
l a s escuelas musulmanas del
Oriente, y había hecho apari- Figura 17.
ción fugaz en el ensanche de la
Algima cordobesa, obra de Alhacam. Así resultó el arco de herradu.
ra apuntado (flg. 18), que atrevidamente se inaugura en la amplia-
ción de Almanzor, pierde terreno en el siglo xi, como asustado de sí
mismo, pero recobra luego más empuje en los dos siguientes, dejando
vinculado el antiguo tipo redondo al mihrab tan sólo délas mezquitas.
Excursión á través del arco de herradura. 807

En tanto, los nuevos principados cristianos de Asturias y el Piri-


neo iban aflanzilndose y creciendo. Iglesias pequeñas y modestas,
si bien galanas, honraban sus Cortes; pero el arco de herradura falta
en ellas, como si la tradición visigoda no les alcanzase, desarrollan-
do Asturias, bajo el primer Ramiro, un arte nuevo, original y avan-
zadísimo, verdadero prerrománico, al que sería temerario, pero lógi-
co, atribuir paternidad francesa ó bien
paternidad astuirana á, lo francés. Más
tarde, las conquistas de Alfonso III
(866 á 910) y la inmigración de mozá-
rabes pusieron en contacto su reino con
la cultura y arte de Córdoba, y testifi-
cándolo reaparece el arco de herradura
en tierra leonesa. Los monasterios de
Sahagún y Samos, lo de Zamora y las
catedrales de León y Compostela, don-
de la nueva corriente pudo campear
con más rumbo, nos faltan; sólo sabe-
mos que dicho rey, para decorar los
edificios compostelanos, llevó allí, por
mar y desde las ciudades de Eabeea Figura 18.
(sicj y Portugal, en tierra de moros,
mármoles y columnas (1), sin duda recogidos en ruinas antiguas,
lo que nos explicará la procedencia de ciertos miembros decorati-
vos. Así es verosímü que correspondan á obras visigodas de otras
comarcas los mármoles de Santa Cristina de Lena—entre ellos la ce-
losía mayor de su iconóstasis con arquillos de herradura de traza
arcaica (2)—algunos capiteles de Naranco y otra celosía conservada
en los subterráneos, con dos arcos de igual hechm'a (3).
Allí, en Asturias, sólo accidentalmente aparece nuestro arco: la
iglesia de Valdediós, consagrada en 893; la de Piasca, que lo fué
en 931 (4), y la de Barcena, fundación de 973 (5), lo aplicaron, doble
ó triple y recuadrado, en las ventanas; además, la segunda, en sus
arquerías divisorias hechas de ladrillo, pero ellas acentúan poco—

(1) Esjjafia sagrada, XIX, 344.


(2) Véase la monografia de esta iglesia, por D. J. B. Lázaro, donde se pu-
blican sus fotografías.
(3) Su dibujo se intercaló en la monografía correspondiente de los Monu-
mentos arquitectónicos, pág. 20.
(4) Véanse sus monografías en la misma obra.
(5) Quadrado: Asturias y León, pág. 324 de la segunda edición.
808 Aríe.

un cuarto del radio—la herradura. En San Pedro de Rocas (Orense),


que fué monasterio bajo Alfonso III, se adorna con arcos así una
mesa de altar (1), y en el de San Juan de Camba guarnecían otra
ventana dos de ellos, calados en una-losa, que hoy guarda el Mu-
seo de la misma provincia.
Al contrario, la región tramontana ó leonesa, donde el elemento
mozárabe preponderaba, víó surgir multitud de iglesias, con mate-
riales antiguos aprovechados y formas que deben juzgarse musul-
manas, puesto qne sólo en lo cordobés las hallamos antes. Esta ar-
quitectura, propiamente mozárabe, produjo la iglesia de Escalada
(León), que fundaron monjes cordobeses y se consagró en 913 (2); la
^^^^^ de Mazóte (Valladolid), imitación suya,
/ pero sin historia (3); las citadas de Bam-
' f I I / ba (ídem) y de San Millán de Suso (Lo-

y pil
'


'
_ J
f

• '{y^''
4^
r;|1
\ groño), cuya consagración data de 929;
A las de Lebeña (Santander), anterior al 955
(^); Peñalba (Vierzo, León), concluida en
937 (5); Villanueva de los Infantes (Oren-
se), fundación de la madre de San Rosendo
Figura 19. (6); San Mígucl de Celanova (ídem), que
lleva fecha de 958 (7); la gruta de So-
cueva (Santander) ( 8 ) ; una ermita en Permoselle (Zamora) es
decir, todos los edificios de aquel siglo.
Campea en ellos el arco de herradura de tipo musulmán, ó sea
con una mitad del radio traspasando su eje horizontal, proporción
que aumenta hasta tres quintos en Mazóte (fig. 19), al paso que des-
ciende á un tercio y aun menos en la cabecera de Escalada. Su des-
piezo, en Lebeña va al centro de la curva, disimulando sus jarjas;

(1) Vázquez Núñez: Boletín de la Comisión de Monumentos de Orense, II, 54.


(2) Láminas en los Monumentos arquitectónicos. Monografía del Sr. Lázaro
en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, XI, 8 y siguientes.
(3) Monografía del Sr. Lampérez, en dicho Boletín, X, 185. Otra del señor
Agapito Eevilla, más extensa.
(4) Artículo de D. R. Torres Campos, en la Ilustración Esjiafiola, 1882,1, 276.
Monografía del Sr. Urioste, á propósito de su restauración. Corrijo la fecha
de su donación por el conde Alfonso, de Era DCCCCLXIII en DCCCCLX' ÍII,
ó sea 993, con lo que se resuelven -sus dificultades históricas.
(5) Descripción por D. Francisco Giner, en la Ilustración Artística, de 11 de
Agosto de 1884.—Trazados geométricos, por D. Inocencio Redondo, en sus Igle-
sias primitivas de Asturias, pág. 54.
(6) Vázquez Núñez: Discurso arriba citado.
(7) Murguía: Galicia.
(8) Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, IV, 189.
Excursión á través del arco de herradura. . 809

pero en Escalada se adoptó el procedimiento musulmán de bajarlo á


nivel con las impostas. Ellas varían en su perfil, dominando la nace-
la; caen las jambas á plomo del diámetro del arco, y á veces un alfiz
le recuadra. Añádase, entre otros caracteres, cierta forma de mo-
dillones, la usual en Córdoba, que repiten casi todas las susodichas
iglesias, y se comprenderá que entre godo y mozárabe apenas hay
lugar á confusiones, aun sin tener en cuenta lo demás. Las iglesias
de San Sebastián y San Román, en Toledo, con arcos de herradura
muy acentuados y sobre columnas separando sus naves, podrán ser
mozárabes, pero también y quizá mejor, de los tiempos de Alfon-
so VI.
Otra manifestación de arte mozárabe arrojan las iluminaciones de
códices leoneses del siglo x y aun del xi, especialmente varios ejem-
plares de la Exjjlanatio in Apocalipsin. Su autor. Beato, era monje
y abad de Liébana, monasterio á que pertenecía la iglesia de Lebe-
ña, y allí ó en León debieron idearse las decoraciones de edificios,
atestados de arcos de herradura y otras manifestaciones arábigas,
con que se llenaron varias hojas del códice Gerundense, obra de
JEndepintrix, fechado en 975 (1); del de la Cogolla, que se atribuye
en parte al siglo x, hoy en la Academia de la Historia, y del esplén-
dido de la Biblioteca Nacional, escrito por un Facundo en 1047 para
Fernando I, quien lo dio á San Isidoro de León. También los llevan
la Biblia de esta misma iglesia, que se terminó en 960, rica en lace-
rías y hojarascas árabes (2); el códice Vígilano de Concilios, con-
cluido en Albelda en 976; su análogo el Emilianense ó de San Millán
de la Cogolla, escrito entre el mismo año y el 992, que denuncia es-
pantosa barbarie eu sus figuras (3); una carta de dotación de Nájera,
de 1054 (4), etc.
Todo este arte lozano y peculiar nuestro recibió su golpe de gra-
cia con la influencia francesa que invadió la corte de Alfonso VI,
trayéndonos otros usos y otra arquitectura, que fué la románica. En
León y Zamora, no obstante, sobrevivieron algunas formas antiguas
en edificios á la moda de Francia, y en primer término el arco de he-
rradura, cual le ostentan las naves de San Isidoro y unos relieves del

(1) Estuvo en la Exposición liistórioa de 1892, donde se fotografiaron sus


pinturas.
(2) Iteproducciones de éste y del anterior, por Aznar, en su Indumentaria
española. Otras en el tomo IX del Museo español de antigüedades.
(3) Beproducciones de ambos, por D. Pedro Madrazo, en su obra Navarra y
Logroño, III, 585, y del primero, en el Museo español de anligiledades, tomo III.
(4) Boletín de la Academia de la Historia. Marzo, 1895.
CULTOSA 6a
8¡Ó Arte.
claustro de la catedral, en León; la iglesia de Carracedo y la torre
y pórtico de Escalada; la casa del Cid y las iglesias de Santo Tomé
y Santa María la Nueva, en Zamora; la de Távara, y algunos arqui-
llos sepulcrales de Benavente. En la provincia de Salamanca, las
parroquias de Sando, Villar de Gallímazo y Paradinas y la estela de
«Petrus Aquensis» (f 1213) en el claustro de la catedral, mereciendo
adoptarse hasta en la reina de nuestras catedrales del siglo xii, la
de Ávila. También la gran corriente de obras de albañilería moris-
ca, desparramada por las aldeas de Castüla mientras lo francés ga-
llardeaba en sus ciudades, conservó nuestro arco, provisto de alflz
y sin impostas á veces, y a en las casas primitivas de Avila, ya en
iglesias de la Morana y tiei-ra de Campos, y a en la arquitectura mi-
litar de Segovia, Burgos, Agreda, etc., si bien el nuevo trazado con
apuntamiento se generalizó más en este orden de edificios.

Nuestra fatigosa excursión deja rotos dos eslabones indispensa-


bles para vindicar la unidad de origen del arco de herradura, ligan-
do la India y Persia, el Asia y España.. Ni los monumentos por mí
conocidos ni la historia satisfacen aún para basar una teoría, y sólo
indicios técnicos hacen verosímil tal enlace; pero la fecha, lugar y
forma de revelársenos en España, infiltrado en el arte de los viejos
astures, complican de tal modo el problema, que habríamos de re-
montarnos á las edades protohistóricas en busca de solución, por el
mismo camino tal vez que recorrió la suástica del budismo hasta
reaparecer entre aquellos indígenas con su mismo carácter de sím-
bolo religioso y su misma forma; y si damos valor al aserto de Choisy
referente á monumentos frigios análogos á nuestras estelas, será
nueva y soi'prendente coincidencia, pues allí en el Asia menor la
suástica hizo también arraigo.
En el Oriente no caracteriza nuestro arco estilo alguno de arqui-
tectura ni fué exclusivo, á no ser en algunos valles de Capadoeia;
pues aun gustando de él, como prueban sus frecuentes apariciones,
debióse rechazar por inconveniencia de estructura, reservándolo
las más veces para lo pequeño y decorativo. Quedan sospechas de
si prevalecería en obras rústicas de maderos livianos; pero esto,
fuera de la India, quizá nunca se dilucide.
Respecto de España, hay más indicios para admitir una fase de
arquitectura entre la decadencia romana y la invasión árabe, cuya
característica principal hubo de ser nuestro arco, bastando quizá
para ello que alguna de las metrópolis de entonces, Mérida ó Sevi-
Excursión é través del arca de herradura. 8IÍ

lia, por ejemplo, lo pusiese de moda, tomándolo del arte indígena


vulgar, durante la próspera reacción constantiniana. Por entonces
la prolongación de curva que constituye la herradura era muy dis-
creta, imperceptible á veces y sin exceder de un tercio del radio, en
forma que la proporción usual entre alto y ancho de la rosca era ses-
quiátera—de dos á tres—y solía abrir más que el hueco de entre las
jambas.
Después, el ejército de musulmanes berberiscos arrojado por
Muza contra el Gobierno visigodo, acabó de golpe con nuestro arte.
Iglesias no consentía la niteva ley que se edificasen ni aun restau-
rasen; para sus mezquitas no habían ellos de ser muy espléndidos,
sabiéndose cómo eran de miserables las primitivas del Oriente, y
cuando Córdoba quiso tener una, bastó apropiarse la mitad de su
catedral, monumento preciadísimo que era. ¡Feliz circunstancia! Así
el arte cristiano andaluz entró al servicio de los musulmanes, y al
transformarse toda aquella catedral en mezquita pudo resultar un
edificio admirable que, lejos de correr la suerte de otros, una, dos y
más veces reconstruidos, fijó los ideales de la arquitectura hispano-
musulmana. Para tener arte un pueblo, le basta encariñarse con una
sola obra; la Algima cordobesa cifraba para los musulmanes anda-
' luces y berberiscos su título de franquicia respecto del Oriente, así
como para los cristiauos un recuerdo á la vez doloroso y querido;
no extrañe, pues, que campeando allí el arco de herradura prevale-
ciese con mayor rumbo.
En el siglo ix se generalizó su nuevo canon de proporciones á
base de un exágono, conforme ya se dijo, aumentando de ságita en
razón de tres cuartos del diámetro, tendencia exagerada luego más
y más, con depravación de gusto á mi juicio. Pero entonces era ya
este arco una forma anticuada y decadente: el agudo, con lóbulos
por lo común, y la curva híbrida que constituye el de herradura
apuntado, ó sea la ogiva túmida, como nuestros enfáticos arqueólo-
gos decían, señalan un nuevo período.
La rama mozárabe, usando del abovedamieuto con frecuencia y
con una sabia noción de los contrarrestos, podía dotarnos de un arte
cristiano propio; mas la tremenda crisis que suscitaron las victorias
de Almanzor ahogó su desarrollo, y cuando sobrevino la bonanza
entramos en el concierto europeo en calidad de tributarios, sin que
ya nunca fuese bastante eficaz el arte andaluz para libertarnos, y
desaparece el arco de herradura, nuestro rasgo más típico.
M . GÓUEZ-MOEENO M.
Granada. Enero.. 19Q6, ,
bamián Forment en la catedral de Barbastro.

Quien haya visitado una vez la catedral de Barbastro, no olvida-


rá jamás la impresión qne produce aquel vasto espacio donde un ar-
tista verdaderamente primoroso supo realizar el ideal constructivo de
nn salón inmenso, de maravillosa bóveda y de columnas tan esbel-
tas y ligeras que, al parecer, la vista no halla obstáculo para dirigir-
se á su placer y enseñorearse en todas direcciones. Allí no hay cru-
cero, allí no h a y cimborrio; pero hay espacio, hay ambiente, h a y
sentimiento del arte, hay osadía en la construcción, hay admirable
gallardía en aquellos haces de columnas que, atadas en lo alto por
verdaderas coronas de ángeles y follajes, se despliegan airosas como
palmeras para perderse en los arcos de las bóvedas y en capricho-
sas crucerías sujetas, al parecer, á la techumbre con dorados clavos
y primorosos rosetones.
El retablo mayor ofrecía al curioso observador un problema no
resuelto hasta hoy. El de nn basamento de prodigiosa labor y de ex-
quisito gusto, un basamento de alabastro que á la legua delataba
el cincel de un artífice sobresaliente del primer período plateresco, y
el de un cuerpo principal de hechura completamente distinta, de
materiales diferentes también, de época posterior, de traza animada
por diferentes sentimientos y distintas ideas. La tradición atribuía
á Damián Porment el artístico basamento; mas la fecha de 1560 es-
culpida en una de sus cartelas hacía qne los eruditos é inteligentes
torcieran el gesto, recordando que el gran artífice valenciano había
desaparecido del mundo bastantes años antes.
¿Cómo explicar, en el gran retablo dé Barbastro, la diferente
Damián Forment en la catedral de Barbastro. 813

construcción de la parte principal del altar y de su pedestal ó basa-


mento?
¿Cómo coordinar, por otro lado, aquella fecha de 1560 con la tra-
dición formentesca recogida nada monos que por el insigne P. Ra-
món de Huesca?
Uno y otro anacronismo se explican hoy perfectamente, gracias
al ilustrado notario y archivero de Barbastro D. Juan José Esteban,
que al proceder, con el mayor cuidado, á la mejor colocación de los
fondos notariales del distrito, vio casualmente y anotó con esmero
en su índice tres interesantes documentos que copiados á la letra
dicen así:

1-° In dei nomine Amen. Sea á, todos manifiesto que y o Isabel


fórmente donzella fija legitima y natural que soy del quondam Da-
mián fórmente ymaginero domiciliado en la ciudad de Qaragoga De
grado y de mi cierta sciencia, no Revocando los otros procuradores
míos por mi antes de agora fechos, constituydos, creados y ordena-
dos, agora de nuevo hago, constituesco, creo y ordeno cierto, special
y á las cosas infrascriptas general procurador mió, en tal manera que
la especialidad á la generalidad no derogue ni por el contrarío, á sa-
ber es, al magnifico Joan de liceyri ymaginero domiciliado en la di-
cha ciudad de garago^a, absenté bien asi como si fuese presente,
specialmente y expresa ó por mi y en nombre mió el dicho mi pro-
curador pueda vender, agenar, y transportar un pie de retablo de
alabastro mío y que yo tengo en la presente ciudad de Qarago§a, á
la persona ó personas y por el precio ó precios al dicho mi procura-
dor bien vistos y transí crecerles por mi y en mi nombre todo y
qualquiere derecho que yo tengo en el dicho pie de retablo á que
haga del á su propia voluntad
Fecho fué aquesto en la ciudad de Qaragoga á veinti-
séis dias del mes de Septiembre anno á Nativitate Domini M" Quin-
gentessimo quinquagessimo octavo.
Firman como testigos «los honorables Mn Joan García y Agustín
López del Frago >
Notario autorizante «Francisco Martinez».
2." Die XXVIII mensis Septembrís anno M.D.L.VIII
814 Arte.
Eadem die, Barbastri, que j'o mestre Joan de liceyre ymaginero
habitante en Qarag09a como procurador en la retroscripta procu-
ración nombrado, como del poder é segunt que á. mi notario plena-
mente consta gratis certificado, vendo á vos el magnifico Joan de
rios ciudadano Barbastri, como bolsero de las pecunias é emolumen-
tos de la dicha ciudat, es á saber un pie de retablo de piedra de ala-
bastro labrado al romano Y la istoria de medio es la resurrección de
Xpo, con todos y cada unos derechos á la dicha mi procuración per-
tenecientes, el qual hos vendo por precio, es á saber, de mil y ocho-
cientos sueldos jaqueses los quales en mi poder, en el dicho nombre,
atorgo haver recebido renunciante, transí creciente y queriente obli-
góme en el dicho nombre á eviccion plenaria y á lo qual tener y cum-
plir obligo la persona y todos los bienes de la dicha mi principal
assi mobles como sitios

J°ii (Je li Yo Luis buil jurista soy testigo de lo sobredicho,


ceire Yo Joan de pisa soy testigo de lo sobredicho.

3." Liberación de capitulación.


Die XXVIII mensis Septembris anno MDLVIII. Barbastri.
Eadem die, Barbastri. Llamado y convocado consejo particular
de los magníficos Señores prior y jurados y consejeros de la ciudat
. de Barbastro por mandamiento del Infrascripto señor prior de los
Jurados y por llamamiento de Pedro santpedro corredor publico de
la dicha ciudat, el qual tal fe y relación hizo á mi notario, presentes
los testigos infrascriptos, del dicho mandamiento y aver llamado el
dicho consejo et plegado el dicho consejo ea la sala baxa de las ca-
sas comunes de la dicha ciudat, en donde otras veces el dicho con-
sejo es acostumbrado plegar, ea el qual consejo intervenieron los si-
guientes:

Jerónimo de Suelbes prior de ,


Francisco de Pisa. jurados.
Joan Eam.
Domingo Coronas. Joan de grabiel.
Jerónimo Cenedo. Jerónimo grabiel.
Martin de Jaro. Anthon de bielsa.
Miguel de Rios. Joan de berbegal mercader.
Balthasar Cáncer. Sebastian maysen.
Martin de razron. Francisco Crexenzan.
Balthasar aznar. . micer Jerónimo santangel.
Francisco ram. .Teronimo berbegal,
Damián Forment en la catedral de Barbastro. )ilS

Jerónimo pilares. Joan de berbegal notario.


Joan de mora. Jayme bellostas.
Joan de los bayos, Ciudadanos y consejeros de la ciudat de Bar-
bastro, y de si todo el dicho Consejo consejantes et de la una parte, et
el honorable mestre Joan de liceydi ymaginero habitant en la ciudat
de Qaragoga de la parte otra, las quales dichas partes en presencia
de los testigos infrascriptos, daron y libraron en poder de mi notario
una cédula de capitulación y concordia entre las dichas partes ffe-
cha y tratada acerca de cierta hobra que el dicho mestre Joan ha de
hazer, la qual dicha capitulación y concordia es del tenor siguiente:
Capitulación y concordia ffecha y ñrmada entre los muy magni-
flcos señores prior y Jurados y Consejo de la ciudat de Barbastro,
de la una parte, y mestre Joan de eli5eydi ymaginero habitante en
la ciudat de Qarag09a, de la parte otra, en et acerca de cinco his-
torias de ymagineria de alabastro que el dicho mestre Joan ha de
hacer en el pie del retablo de la seu de la dicha Ciudat, los quales
ha de hazer mediante é con los capiteles y condiciones infrascriptos
y siguientes:
Primeramente el dicho mestre Joan de liceiri es tenido y obligado
de hazer para el dicho pie de retablo, conforme & la tra§a que los
dichos señores prior y jurados y consejo tienen, cinco historias en-
teras de muy buen alabastro y de ymagineria muy bien acabada á
saber es: la una historia que seha quando Xpd oró en el guerto y la
segunda ha de ser el prendimiento de Xpo, la tercera ha de ser en
el acto de ecge homo y la quarta ha de ser el acto de quando Xpo lle-
vaba la cruz á questas, la quinta historia ha de ser la quinta an-
gustia de nuestra Señora.
ítem es condición que las dichas cinco historias han de tener en
alto y ancho y grueso conforme á la historia de la purificación de
nuestra Señora que esta y a hecha en dicho pie.
í t e m es condición que las beneras sobre las dichas historias, el
dicho mestre Joan ha de hazer conforme están en la tra§a, que es en
cada huna una concha y en la parte de arriba en cada huna un se-
rafin con su frutera conforme están las otras hechas.
ítem es condición que diclio mestre Joan ha de hazer la ymagi-
neria de dichas historias de todo el reliebe que pueda, que conforme
con las otras historias que están hechas en dicho pie, y aquellas muy
bien acabadas.
ítem es condición que el dicho mestre Joan ha de arrancar á sn
propia costa todo el allabastro que para las dichas cinco historias
enteras sera menester y las beneras que quedan por hazer, en las
816 Arte.

pedreras de alabastro de Xelssa y darlo tranzado y desbastado de


manera qne á los dicbos señores prior y jurados y consejo no les
quede á cargo sino solo á su costa traherlo á la presente ciudat de
barbastro, á donde el dicho mestre Joan lo querrá labrar, que seha
dentro de la presente ciudat.
ítem es condición que el dicho mestre Joan de liceiri ha de dar
hecha y acabada dicha obra hasta por todo el mes de Agosto primero
beniente del año mil quinientos cinqnenta y nueve.
ítem es condición qne acabada que sea la dicha obra, aquella
haya de ser vista y reconocida dicha obra por personas expertas,
una de cada parte, para si estará hecha conforme á la dicha tra9a
y la presente capitulación.
ítem es condición quo los dichos señores prior y jurados y con-
sejo han de dar al dicho mestre Joan de liceiri, por hazer la dicha
obra, dos mñ y seiscientos sueldos jaqueses, pagaderos los seiscien-
tos sueldos luego, dando ñanza el dicho mestre Joan á dichos seis-
cientos sueldos, en la ciudat de (^arago9a, á voluntad del dicho Con-
sejo, y los dos mil sueldos andando hiziendo la dicha obra, y mas
le ha de dar la Ciudat casa franca para el dicho mestre Joan y su
gente hasta en tanto dure la dicha obra.
Et assi dada y librada en poder de mi dicho notario aquella ho-
vieron por leyda é publicada é de sus ciertas sciencias loharon y
aprobaron aqueUa et prometieron etc. Et fazer, tener, servar y cum-
plir la una parte á la otra et viceversa etc. expensas algunas etc.,
aquellas prometieron pagar etc. et atenir y cumplir cada huna de
las dichas partes lo que en virtud de la dicha é suprainserta capitu-
lación etc. se les guarde haver y detener, servar y cumplir singula
singulis pro nt convenit referendo obligaron los dichos señores prior,
jurados y consejeros todos los bienes y rentas de la dicha ciudat assi
mobles como sitios. Et el dicho mestre Joan de liceyri obligó su
persona y todos sus bienes asi mobles como sitios havidos y por
haver (1).

IIII

En el año 1533 la ciudad de Barbastro terminaba la obra de su


templo. No pasaba entonces éste de la categoría de colegiata, á la
cual había sido elevado en 1448, y sin embargo, en el primer pá-

(1) Aiobivo notarial de Barbastro, á cargo de D. J. J. Esteban.


JIliHillllllllllllii r

Retablo de la Catedral de Barbastro.


m
Damián Forment en la catedral de Basbastro. 817

rrafo de la cédula de capitulación otorgada entre el Concejo de


Barbastro y el imaginero Liceire, y a se habla del retablo de la Seu
ó sea de la Sede Episcopal. Seguía la ciudad por aquel tiempo lar-
gos pleitos ante el Emperador pidiendo la restauración del Obispado:
singular constancia la de un pueblo que en la Edad Medía, lo mis-
mo que en la Edad Moderna, lucha años y siglos, siempre con la
mayor tenacidad, por tener en su seno la residencia episcopal de un
sucesor de los Apóstoles.
Para esto construye con gran magnificencia su templo de la Seu,
y no es de creer que, una vez terminado, dejara Barbastro transcu-
rrir el tiempo sin encomendar la labra del retablo mayor.
Quien edifica con el buen gusto y con la esplendidez que edificó
Barbastro, busca para completar la obra á los artistas más eminen-
tes, y ninguno entonces de mayor fama en Aragón que el famoso
Damián Forment. Y á Damián Forment, que había construido y a los
soberbios retablos de Zaragoza y Huesca, verdaderas epopeyas del
arte escultórico, acude el Concejo Barbastrense, y á Damián For-
ment encomienda la obra de nn retablo que eclipsara, si era posi-
ble, á todos los y a construidos.
Forment presentó sin duda la traza ó proyecto de su obra al Con-
cejo de la ciudad; ¿quién sabe si algún día aparecerá la capitula-
ción qne entonces seguramente se otorgaría? Su hallazgo sería de
snpei'ior importancia para la historia del arte aragonés.
Forment debió comenzar su obra durante los últimos años de su
vida, cuando el arte ojival iba desapareciendo, cuando acababa de
labrar en pleno estilo romano el gran retablo donado por Carlos I al
templo de Poblet.
El pie de altar destinado á Barbastro, según dice la concordia de
Joan de Liceire, estaba también «labrado al romano»; los santos
obispos Valero y Raimundo ocupaban las hornacinas de los costa-
dos; dos grandes escudos con los blasones de la ciudad decoraban
los entrepaños; á semejanza de los que aparecen en otros retablos
de Forment un medallón con dos cabezas, hombre y mujer, recor-
tado entre los follajes de una de las grecas, servía de firma. El lujo
de la ornamentación, la armonía del conjunto, la elegancia de
aquellos lincamientos maravillosamente decorados, ofrecían aspecto
sorprendente. Siete historias debían decorar la parte principal: l a ,
historia central, representando la Resurrección de Cristo, estaba
hecha cuando el monumento fué llevado á Barbastro; lo estaba tam-
bién la primera del lado del Evangelio, la Purificación; ambas con
sus hornacinas rematadas en «conchas, fruteras y serafines».
8¡8 Arte.
¡1560! ¿Qaiéu podía pensar que hubiera sido ejecutado por For-
ment un retablo que ostenta semejante fecha? No en balde dudaba
D. José M. Quadrado.
Si esto daba de sí el genio del maestro para el basamento, parte
inferior del retablo, ¿cuál iba á ser el esfuerzo de su imaginación
para el cuerpo principal? Preciso es confesar que el retablo d é l a
Seo de Barbastro llevaba trazas de eclipsar cuanto el Maestro había
ejecutado durante su vida.
Pero el Maestro murió. El retablo quedó sin terminar aun en la
parte referente á su basamento y, ¿quién sabe?, aquellos trozos de
alabastro de Xelsa que se labraban en Zaragoza quedaron abando-
nados durante mucho tiempo En el reparto de bienes entre las
hijas de Forment, aquellas piedras tocaron á Isabel
Pasaron largos años; Barbastro hubo de resignarse; el «bolsero
de las pecunias» de la ciudad tuvo ocasión de adquirir por poco di-
nero aquellos venerandos restos del más genial de nuestros artistas,
y un nuevo imaginero, Juan de Liceire, discípulo del maestro, se
encargó de completarlos.
Faltaban cinco historias con sus hornacinas, fruteras y serañnes,
y de las cinco se encargó Liceire mediante la cantidad de 2.600
sueldos, más casa franca y manutención para él y sus gentes. El
«pie del retablo» había costado tan sólo 1.800 sueldos (1).
Quien vea la primera historia del retablo, primera por el lado
del Evangelio, observará desde luego en ella el vigoroso estilo del
Maestro, y, sobre todo, advertirá el recuerdo del gran cuadro de la
Puriñcación que ocupa el mismo lugar en el cuerpo principal del
gran retablo del templo del Pilar de Zaragoza. Allí está Damián
Forment, no hay duda alguna; y razón tenía el P. Ramón de Hues-
ca cuando describiendo el templo de Barbastro, en el tomo IX del
Teatro histórico de las iglesias del reino de Aragón, asegura que «el
pedestal es de alabastro, de veinte palmos de alto, primorosamente
labrado por el famoso Damián Forment». El ilustre P. Ramón de
Huesca estaba bien enterado.
Las historias que se comprometió á labrar Juan de Liceire de-
bían estar terminadas en 1559, pero no se concluyeron hasta 1560, ó
por lo menos hasta este último año no se terminó la obra, según la
inscripción que el mismo Liceire esculpió en una de las cartelas, pre-
parada de antemano por Damián Forment con tal objeto.

(1) Por el retablo de la catedral de Huesea cobró Forment 110.000 sueldos;


por el del Pilar de Zaragoza co1»ró 18.000 ducados,
Damián Forment en la catedral de Barbastro. 819
No conocemos el año de la muerte del grande artista; créese, sin
embargo, que no debió ser anterior al 1530 ni posterior al 1540.
El retablo de la Seo de Barbastro, ¿nos la hará retroceder aún al-
gunos años? (1).
La historia de nuestras bellezas permanece escrita entre el polvo
de los archivos notariales. Busquémosla y allí la encontraremos.
M . D E PANO.

(1) BI cuerpo principal del altar no se construyó sino cuarenta años des-
pués, ocupando la Sede barbastrense el obispo JD. Carlos Muñoz y Serrano
• entre 1-596 y 1602. . '
Regeneración de la escala musicaL

Ua prejuicio de los sabios.—Las quintas justas.-Uaifonnidad


pitagórica.—La armonía ea Ptolomeo.

Cuando, seis años ha, hice mis primeros ensayos de regenera-


ción de la escala de los sonidos, tuve el honor—fuera de España,
por supuesto—de qne nn sabio eminente, Mr. Cornu, se dignara pa-
rar mientes en la pequenez de mi folleto Música nueva, lo leyera
y diese encargo de que se me contestara lo siguiente: «Í^TI 1871 et
1872 il s'est occupé de la question de la reforme de la Gamme avec
Mr. Mercadier, et ils concluent qu' il n' est pas possible d' apporter
les modifications que vous proposez, car les intervalles mélodiques '
ne sont plus justes et les accords doivent toujours étre faitspar quin-l
te juste en montant.» \
Con todo el respeto debido á la ciencia he de declarar sincera-
mente que la negativa de Cornu me afirmó de manera definitiva en
mis convicciones. Sus trabajos, excelentes sin duda alguna, de
treinta años atrás, no habían pasado de un prejuicio, el prejuicio de
las quintas justas ascendiendo.
Todo el que ha leído nn tratado cualquiera de Física, en el ca-
pítulo dedicado á la teoría de la música ha podido ver qué es eso
de las quintas justas para formar ia escala—íedrica—de los sonidos.
He aquí el cuadro clásico:

Notas fa do sol re la mi si

Número relativo de vibraciones. . . . 2 3


3
1
2 (¡y
Longitud relativa de las cuerdas.. . . 3 2
2
1
3 (¡y (!)• (i)'
Regeneración de la escala musical. | 821 \
Tomando más quintas, á partir del sí, se obtienen los sostenidos,
y á partir del fa, descendiendo—ahora es permitido en montant
hacia abajo—, se obtienen los bemoles.
Esa es la famosa generación de la gama de Pitágoras, exacta,
uniforme, como la tabla de multiplicar, impecable en la sucesión
melódica de las notas fa, do, sol, re, la, mi, si pero inarmóni-
ca para los acordes, sin variedad de intervalos, incompleta en las
combinaciones numéricas de realización necesaria, matemática y
artísticamente.
Ese es el modelo, el patrón á que se ajusta la sabiduría de los
unos y la ignorancia de los otros para decretar que «no ha lugar»
á modificación alguna en la consagrada escala musical.
¡ Ah! ¡Y si fuese siquiera la pitagórica la escala que rigiera nues-
tra música absurdamente atemperada!
Ya hablaremos después del disparate ese del temperamento.
Demos otro golpe á las «quintas justas».
Es decir, el golpe maestro y a se lo dio Ptolomeo.
He aquí su escala:

Notas fa la do mí sol ti re
2 5 1 5 3 15
Número relativo de vibraciones
3 6 4 2 8 (1)"
Longitud relativa de las cuerdas.. . . 3 6 4 2 8
1
2 5 5 3 15 (1)'

Esta es la escala de la armonía. La de los acordes perfectos: fa-


la-do, do-mi-sol, sol-si-re. Acordes que caracterizan una tonalidad.
Tiene sus quintas exactas: fado-sol-re, la-mi-si.
Pero la uniformidad se rompe de re á la, para dar lugar á una
relación numérica natural, necesaria, de consonancia perfecta: la
tercera mayor, fa-la — do-mi = sol-si, y la tercera menor, la-do — mi-
sol — si-re.
Ptolomeo ha conseguido introducir la variedad armónica en la
81
escala musical sin más que rebajar una coma =-gQ-> nn intervalo in-
apreciable, á la quinta justa: re-la.
El toque está en las delicadezas del arte, en saber dónde, de qué
manera y de cuál calidad se ponen esas comas que pesan tan poco
en la balanza empírica de los sentidos.
A la escala de Ptolomeo se la llamó con certero instinto escala
S¿2 Arte.

natural. Ya veremos en seguida cómo y por qué se la lia desnatura-


lizado atemperándola de un modo tan anticientífico como ficticio,
tan antiartístico y servilmente utilitario como artificioso.

Una harmonía buscada con el metro.—El absurdo 2 .—Los fac


tores sencillos 2, 3, 5.—Consonancias de los músicos y de los
físicos.-Bl odio á lo claro.

Tratar de harmonizar—en el sentido lato de la palabra, poner de


acuerdo—las dos gamas histéricas, pitagórica y ptolemaica, no era
cosa muy difícil, limitándose á las siete notas de la escala, tres de
las cuales, la-mi-si, sólo se diferenciaban una coma en una y otra
gama.
Lo complicado, lo irresoluble vino después cuando prolongando
las escalas se llegó á las 12 notas actuales de la octava:
do, do |, re, re |J, mi, fa, fa ^, sol, 'sol jí, la, la {j, si.
O bien:
do, re b, re, mi b, mi, fa, sol b, sol, la b, la, si b, si.
Entonces las notas diferentes se aumentaron en cinco más:
do re fa j}, sol jf, la jj.
y en otras cinco:
re b, mi b, sol b, la b, si b.
La confusión era enorme. Aún quedan vestigios. Hay quien dis-
cute todavía si el do es más bajo que el re b, ó re b es más bajo
qne el do {í. Unos hablan según una escala, y otros según la otra,
sin entenderse jamás.
Era necesario nn arreglo, una reforma, una gama única, y vino
la gama atemperada.
Propuesto por Lambert, ó por Ramean, á fines del siglo xvn, ó
principios del x v m , no sé cuándo, con el mejor deseo sin duda, no
lo niego, con el mayor fruto para la pereza mental de músicos y de
físicos, se consumó el atentado, se aplicó el metro.á la armonía y
se dividió la octava musical en 12 PAETEB IGUALE», eomo quien mide
los grados de una escala termométrica, ó los centímetros de la co-
lumna de un barómetiro,._...^
kegeneración de la escala musical. 823

¡Adiós tonos, mayores y menores, y semitonos, diatónicos y cro-


máticos de las gamas griegas!
Se conservan los nombres, eso sí, pero no la realidad.
Toda nuestra música instrumental basada en la escala atempe-
rada no dispone más que de un intervalo unidad, que multiplicado
por sí mismo, repetido 12 veces por factor, compone la octava. Su
expresión aritmética es ésta: \ / 2 . ¡Un número INCONMENSURABLE!
ü n irrealizable numérico.
Ese es el semitono métrico de la escala del temperamento igual.
Un tono (no hay mayor, ni menor) se compone de dos semitonos;
una quinta, de 7 semitonos idénticos, justos. Este es el desiderátum,
las quintas justas en la imaginación, porque no hay manera de
ajustar entre los números al inconmensurable ^P' 2 .
Todos nuestros instrumentos atemperados actuales de sonidos
fijos no pueden salir de esa monosemitonia perenne y absurda.
Para dar otra idea de lo que ha sido en la música la escala de
los intervalos iguales, apliqúese el ejemplo al caso de la gama de los
colores. Supongamos que alguien propusiera prescindir de la gama
natural del arco iris. Que rechazase por inútiles las divisiones natu-
ralmente armónicas de los colores del espectro. Que llevase el metro
á la luminosa, irisada franja producida por el rayo solar al descom-
ponerse hermosamente atravesando el prisma Y que la dividie-
se en partes justas, iguales, pintando sendos colores en ellas.
Eso no se llamaría nunca atemperar la gama del iris; se diría
contrahacerla, ponerla en caricatura.
Esto se ha hecho con la gama natural de los sonidos.
Ya sé que los astrónomos tienen su sol ficticio, su dia medio para
atemperar las desigualdades de los días solares ante el isocronismo
del tiempo sideral.
Pero no hay comparación posible. Cuando se trata de buscar
una unidad de tiempo, lo fundamental es la división en partes igua-
les. Además, días naturales son los días siderales y tienen la mis-
ma duración. Bl astrónomo ha hecho una verdadera atemperación,
moderando el movimiento variable del sol en la oblicuidad de la
eclíptica, con la hipótesis de un sol para medir el tiempo que se mo-
viera isocrónicamente en la órbita ecuatorial.
¿Contra qué ley física va el sitponer que el horario de nuestros
relojes marca las divisiones del tiempo siguiendo ó no la marcha de
un sol hipotético?
Veamos brevemente contra qué hechos reales, no hipotéticos, v *
el horario de los instrumentos de la música atemperada.
824 Arte.
Ligeras nociones de física elemental bastan para convencerse
de ello.
Yo ruego á los músicos qne me honren con la lectura de este tra-
bajo soporten unos momentos una lección de números. Es absoluta-
mente necesaria para que nos entendamos en la regeneración de la
gama.
Si hacemos vibrar una cuerda, en un sonómetro, se observa la
ley física de la producción de los armónicos.
Es decir, que si vibra la totalidad de la cuerda dando la nota do,
por ejemplo, se producen también los llamados nodos en los puntos
que dividen á la cuerda en partes alícuotas, y vibran la mitad de
la cuerda, la tercera parte, la cuarta, la quinta, etc., resultando los
sonidos simultáneos armónicos, cuyas relaciones numéricas son las
siguientes:

Notas do.. mió solo


Número relativo de vibraciones. . . . 2 3 4 5 6
Longitud de las partes de la cuerda.. 1 1 1 1 1
2 3 4 5 ü

Son las notas do, y sol^ de la octava primera superior al do fun-


damental, y las dOj, mi„ y sol.¿ de la doble octava, etc.
Intervalos que resultan: d o - d O j = octava, do,-soli = quinta, sol,-
do^ = cuarta, áo^-m\ = tercera mayor, mi,-sol^ = tercera menor.
Son las consonancias más perfectas, por oi'den de mayor á menor.
¿No es evidente que los intervalos fundamentales de la más per-
fecta consonancia nos los da hechos la misma natui*aleza física de
los sonidos?
¿Es mucho decir que la cuerda vibrante del sonómetro hace el
efecto de un prisma acústico que nos separa los sonidos, los colores,
elementales de una radiación blanca, sonora?
Análogamente á lo observado con las cuerdas vibrantes se pro-
ducen los armónicos en los tubos acústicos. En un tubo abierto, la
fuerza de impulsión del aire en la embocadui'a da por resultado los
distintos armónicos, cuyos números de vibraciones están en relación
de los números:
1, 2, 3, 4, 5, e, 7
En un tubo cerrado los armónicos producidos corresponden á los
números:
1, S, 5, 7
De aquí se ha deducido la ley físico-musical, conculcada abier-
kezeneración de ¡a escala musical. 825

tamente por la gama atemperada, de que «las vibraciones acústicas


que producen los sonidos más consonantes han de estar entre sí en
las relaciones numéricas más sencillas^. El gran matemático Euler
estableció que en esas relaciones no podían entrar otros factores que
los números primos 2, 3 y 5. Y el 5 repetido solamente dos veces por
factor, y el 3 tres veces.
Compárese esa sencillez numérica eon la inconmensurabilidad:

•^"2= 1,05976

Nótese, finalmente, que la serie armónica de los niimeros:

1 1 i. 1 1 i_

tiene también su confirmación artística en la pintura, en una de cu-


yas ciencias auxiliares, la perspectiva, es de gran importancia la
aplicación geométrica de las proporciones armónicas.
Rechazar estos principios en nombre de no sé qué disconformi-
dad entre las consonancias de la física y las consonancias de la mú-
sica es, si hemos de hablar de una vez con ruda y saludable fran-
queza, el odio á lo claro.
Es como si los pintores no estuvieran conformes con eso de
los colores del iris.

111

Bt error de la trasposición.—Los modos antiguos.—Los modos


modernos.—La mentira convencional.

Con despreocupación de ánimo, con serenidad de juicio, y o rue-


go á los músicos que consideren el error de la trasposición. Pres-
cindan por unos instantes de la comodidad que disfrutan, cuando
acompañando á un cantante, en el armonium traspositor, suben ó
bajan la «altura» de la música, como quien sube ó baja un cua-
dro en un caballete. ¡Ese es uno de los mayores servicios prestados
al arte por la gama atemperada!
¿No es verdad que sería un engaño muy grande el creer que por
la trasposición del cuadro en el caballete se habían modificado la
posición relativa de las figuras y hasta el color, el tono del cuadro?
CÜITUBA &j|
826 Arte-

Llamar re en vez de do á la primera nota de la escala, ó lo


qne es lo mismo, subir nn grado el diapasón, oir la música más
«alta» , ¿se puede llamar á eso modulación, cambiar de modo, en
una escala idéntica, con la misma sucesión de intervalos?
En el año 1859 se decretó en Francia la corrección del diapasón
normal bajándolo á 870 vibraciones en vez de las 896 que corres-
pondían á la nota la de la Gran Opera de Paris. ¿Qué tonos ni qué
modos nuevos aparecieron en la música con esa bajada de to7io
hecha á beneficio de los tenores y de las tiples?
Ya sabemos todos que en el llamado tono de re entran dos soste-
nidos, fa do jj, que no entran en el tono de do. Pero reflexiónese lo
que significa esa cromatización en una gama como la atemperada,
y dígase si hay algo más que el cambio de nombre en las notas,
y el cambio de diapasón en la escala.
Confiésese francamente que nuestra música posthelénica es una
pobre música bicolor, que no tiene más que dos modos: mayor y
menor.
¿Dónde ha ido á parar la riqueza de modos griegos, el dórico, el
frigio, el lidio, elyastio, el eolio, el hiperdórico, elhipodórico , el
mixolídio, el hipomixoUdío, etc., etc?
Y si hay alguien que cree todavía que esa pérdida no supone
nada ante la variedad de las combinaciones armónicas modernas,
sepa que hoy precisamente, por el inmenso camino recorrido por la
música, dentro de la pobre escala actual (1), se buscan y se desean
con afán aquellas combinaciones metódicas, perdidas casi por com-
pleto, y se estudian como fuentes riquísimas de sensaciones inéditas
las canciones primitivas populares y el canto llano religioso admi-
rado ya por Mozart y Wagner.
Quien escribe estas lineas, en un modesto, trabajo científico, no
publicado todavía, hecho con nn sonómetro diferencial, acerca de la
gaita pastoril usada en esta tierra de Castilla, ha comprobado que
la escala en qne recorren sus interesantes y puras melodías nuestras

(1) Un ilustre músico italiano, Eenzo Bossi, me escribe recientemente


honrosa carta consultándome sobre la creación de nuevas tonalidades, y pre-
guntándome cómo será posible adelantar un solo paso, agotadas ya tantas
combinaciones, dentro de la base musical actual.
He aquí palabras textuales del joven compositor y director de orquesta del
Teatro cívico de Lubeck (Alemania):
.Noi giovani chiamati ad afferrare i fili di tanto pregreaso ed á continuare
la meraviglioaa tesaitura uerameriíe ci chiediamo come aia posaibile procederé di
un solo passo continuando sulla baase muiicale attuale.t

.• A r 'J; •
Regeneración de la escala musical. 827

vüces natui-ales de los campos es exactamente la del tetracordio


griego:
la-si-do-re
en la gama natural ptolemaica.
y esa escala es un resto de la de Terpandro:
la-si-do-re-mi-sol-la,

Eu la que se cantaba al modo griego dórico (según unos), hipo-


lidio (según otros):
la-si-do-re-mi-fa-sol-la,
Y notas de esa escala son las de la famosa é interesantísima
gama escocesa:
la-si-re-mi-sol-la.

Y las del tono primero gregoriano en que se canta el Veni sánete


spiritus.
Estos son los vestigios de aquella inagotable variedad melódica
de los griegos.
¿Queda algo del modo enarmónico:
la-si-si '^-do-mi-mi fa-la

con intervalos impresionantes de cuartos de tono, de los que hoy no


tenemos idea?
¿Queda algo de los modos cromáticos:
mi-fa-sol \i-la-si-do-re b-mi

con notas verdaderamente cromatizadas al lado de las natm'ales


del mismo nombre?
mi-fa-fa j^-la-si-do-do jjl-mí.

Queda nuestra típica melodía:


do - re -mi-fa- sol - la -si - do
do-si-la-sol-fa-mi-re-do.

Compuesto híbrido de dos tetracordios griegos juntos, mejor di-


cho, disjuntos, por el intervalo fa-sol, que hace saltar la melodía de
la tonalidad del fa á la del do, y de la tonalidad del sol á la del do.
Y poseemos también nuestra indefinida é indefinible melodía
menor:
la-si-do-re-mi-fai^-sol^-la
la-sol-fa-mi-re-do-si-la.
828 Aríe.

EstuerEO iofeliz para salir del molde déla escala típica, sin con­
seguirlo, puesto que el pentaeordio:
re-mi-fa jf-soi |-Za
pertenece lo mismo á la escala mayor.
T bajo la forma:
re-mi-fa-sol jjj-ia
ya no es admisible á nuestros oídos atemperados por el intervalo de
segunda aumentarla fa-sol j|.
Convengamos sinceramente en qne hablar en la música actual de
modos mayor y menor, y de tonos de do, y de re, y de mi, jáefa ,
es una mentira convencional como otras muchas.

IV

Sostenidos y bemoles puestos en claro.—Pltágoras armonizado


coa Ptolomeo.—La gama natural.

Recordemos lo dicho anteriormente al tratar de los intervalos


naturales que nos dan los armónicos con los números primos 2,
3 y 5.

Octava — —. Quinta = Cuarta = •4-

Tercera mayor = . Tercera menor — 4--


4 5
9 10
Tono mayor — -g-. Tono menor = —.

Y resulta engendrada de esta forma la gama de Ptolomeo:


3 4 2
Octava = do-dox = Quinta + Cuarta = -- X -5- = "f-
2 o 1
5 6 3
Quinta = do-sol = Tercera mayor + Tercera menor = - ^ X -g^ = g"-
9 10 5
Tercera mayor — do-mi = Tono mayor - f Tono menor = y" X -g = "J"
Regeaeración de la escala musicaL S29

Hasta aquí se lia llegado. ¿Por qué no seguir dando nn paso más?

Tono mayor—do-re=Semitono mayor-{-Semitono menor=— X 7775 = A-

Ese es el paso que hemos dado nosotros. Afirmándonos en él, vea-


mos las consecuencias.
La confusión en la generación de la gama actual ha venido
desde el momento en que una octava nota, el fa jj, se ha considera-
do como nota cromática de la escala cuya tónica era do, en vez de
como nota diatónica de otra escala cuya tónica fuera sol.
Ese primer sostenido, recibido como un hallazgo feliz, ó aquel
otro primer bemol, si \i—en montant hacia abajo—sirvieron de
modelos, y se sostenía el do, en do jj, y se bemolizaba el re, en re b,
resultando el tono = do-re dividido de dos maneras:
do-do'^-re = do-re b-re
con dos notas intermedias cuya diferencia do j}-re b es una coma
inapreciable, y cuya intromisión en una escala de sonidos fijos es de
una imposibilidad práctica tan grande qne ha lanzado á los músi-
cos al absurdo de quedarse sin sostenidos ni bemoles con la acepta-
ción de la neutral y antiartística gama atemperada.
Todo se quiso aromatizar con el semitono cromático, y se olvidó
la formación diatónica de las gamas y el carácter que debían tener
los semitonos.
Proponemos, pues, que se considere dividido el tono mayor
— do-re = fa-sol = la-si en dos semitonos diatónicos, uno ma-
16 3 35
yor = -j^, y otro menor = -j^- Y la nota intermedia que resulte,
llámese sostenido ó &eí?2oí—para las necesidades de la enarmonía—,
sea nota única, definitiva, para formar la gama de sonidos fijos con
un temperamento, no igual, sino armónico, racional.
Respecto al tono menor = re-mí = sol-la, lo dividimos en otros
135
dos semitonos menores: uno el ptolemaíco = - j ^ , otro el pitagó-
256
Con esto harmonizamos otra vez á Pitágoras con Ptolomeo.
Puesto qne los semitonos diatónicos que hemos obtenido son los
intervalos elementales de la gama, establezcamos sus relaciones y
caracteres.
830 Me. i

Semitono mayor, ptolemaico = j | =

Semitono menor, ptolemaico = — ==

c V
Semitono . . . .
menor, pitagórico = 256
— = 28

Diferencias respectivas:

S.0 m.or (Ptol.) - .v.» m.or (Ptol.) = S:JS = | ^ = ¿ 5 2 = w»na menor.

S.o m.or (Ptol.) - s.o m.or (Pit.) = : ^--:=.-=^ = coma mayor.

,-r,-. X 135 256 33805


.,.0 m.or (Ptol.) - s.o m.or (P,t.) = ^ 2Í3 = 32768

= — coma mayor — coma menor.

Sumas respectivas:
S.o m.or (Ptol.) + s.oOT.o'-(Ptol.) = ^ X THs = -5- = '""O mayor.
lo i ¿o o

« . 0 m.or (Ptol.) + S.0 m.or (Pit.) = 1^ X f— = U

= tono menor + coma menor,

.s.o m.or (Ptol.) + s.o m.or (Pit.) = ^ Xm ~ ^ ~

Finalmente.
Después de largos y repetidos ensayos y comprobaciones arit-
méticas, sin perder de vista la ley Eisico-musical de las relaciones
numéricas más sencillas, y atendiendo á que las posibles combina-
ciones de estos tres semitonos no dieran lugar á alteraciones mayo-
res de una coma en las consonancias fundamentales octava, quin-
ta, tercera mayor, tercera menor, cuarta, sexta mayor y sexta me-
nor, hemos distribuido los intervalos en la forma siguiente:
(1)
do — re b— re —mi b -mi — fa—sol b—sol—la b — la — s¿ b — si — do

155 16 256 135 16 135 16 256 136 16 135 16


128 15 243 128 15 128 15 2tó l28 15 128 15

(1) Ódo§, según hemos convenido antes,


Regeneración de la escala musical. 8311

Quedando constituida la gama, qne nos atrevemos á llamar na-


tural, por contraposición siquiera á lo ficticio de la atemperada,
como sigue:

Notas do re b re mi b mi fa solb sol la b !o ¡i b ti

N ú m e r o relativo de 135 9 32 5 4 45 _3_ 128 5 16 16


vibraciones 128 8 27 4 B 32 2 81 3 9 8

Longitudes en el so-
nómotro 1,000 0,944 0,888 0,844 0,800 0,750 0,712 0,666 0,683 0,600 0,6625 0,538

Cuatro palabras de desilusión.

Hemos expuesto llenos de fe científica y de entusiasmo por el


arle el modo de regenerar la escala de los sonidos.
La demostración teórica está al alcance de quien haya leído los
principios más elementales de la física de la música.
La demostración práctica la puede hacer quien disponga de un
sencillo sonómetro y haga afinar un piano conforme á las vibracio-
nes y longitudes de las cuerdas calculadas en el cuadro de la gama.
Falta una demostración, sine quanon ¿Hay quien demues-
tre que una firma sin estar consagrada por una fama cualquiera
pueda autorizar la más insignificante innovación mental?
Esperemos otros seis años la contestación,
J U A N DOMÍNGUEZ BKRKUETA.
La E s c u l t u r a e n Galicia,

(Continuación.)

IV

En Galicia existen, como en toda España, varias sillerías de coro


con trabajo de talla y de escultura, con figuras ó con historias en
los tableros altos sobre la espalda y con otras menudencias, más ó
menos trabajadas, en brazales, doseletes y «misericordias». Está
por hacer todavía el estudio de la riqueza en coros que España ofre-
ce, aunque confío en que persona tan perita como lo es D. Pelayo
Quintero (que y a ha publicado estudios parciales respecto de las si-
llerías corales de Sevilla, Utrera, Málaga, Cuenca, etc.) dará corona
y remate á estudio tan importante para mayor gloria de nuestra pa-
tria. Que no sólo por el número (que quizás alcanza á cuatro ó cinco
docenas de grandes sillerías de coro historiadas) se aventaja España
en este particular á las demás naciones. Nuestra genialidad artísti-
ca se presta á lo minucioso sin apurar las exigencias del dibujo,
pero sin arredrarla la multiplicación del encargo ú objetivo; se
presta, de natural, á lo minucioso desembarazado, á lo minucioso
suelto, sin primor y sin grandeza, es decir, sin los supremos reñua-
mientos de la forma, por un lado, y sin los alientos más ó menos
teatrales, por otro, de lo que llaman los franceses alto estilo; nues-
tra genialidad plástica no sabe á sibaritismo sensualista ni tampoco
suena á pompa majestuosa como en la Italia y la Francia modernas.
Por eso en España no vale la estatuaria lo que valen las artes escul-
tóricas secundarias 6 aplicadas, y por eso en especial, más que en
marfiles, en piedras y camafeos y en oro, es decir, más que en ma-
t e r i a s cuya riqueza y rareza exige prodigios de delicadeza y finura,
La escultura en Galicia. 833

ha lucido el arte español industrial en las tallas francas de la made-


ra y en la labra varonil del hierro. Todavía debe añadirse que si
nuestra escultura en madera es la más española de todas, con raras
excepciones (como son las maravillosas estatuillas de A. Cano) nos
seducen hoy más los relieves y las tallas que ó por pobreza de las
iglesias ó quizás, en algún raro caso, por pleno convencimiento es-
t é t i c o , s e m a n t u v i e r o n sin el p o s t i z o d e l a pintui-a, la e n c a r n a c i ó n y
el estofado, dejando aparentes en la madera las mellas de la gubia y
la huella personalisíma de la mano del artista. Esto que en retablos
es una verdadera excepción (recuerdo al caso los maravillosos de
Briviesca), es, y no puede menos de ser, la regla general en las si-
llerías de coro (1), y no es esta la menor de las causas que contribu-
yen al grandioso efecto y á la admiración qne producen en general
los coros de nuestras catedrales y grandes monasterios. En el orden
del tiempo, es cosa sabida que sólo muy en los ñnes del siglo xv co-
mienza la serie de ellos, que solamente termina á mediados del x v m ,
acaso con el coro trabajado en Salamanca por Carnicero para Gua-
dalupe, allí colocado por 1744, del cual me he ocupado de recien-
te (2), y como es cosa sabida que los entalladores alemanes, sin ri-
vales en esa clase de trabajos en el siglo xv, pierden muy luego la
primacía y acaban allí, en Alemania, en el xvi, labores semejantes,
puede decirse que la gubia española, heredera de la gubia alemana,
reina sin rival hasta los tiempos del clasicismo académico, pues y a
para éste sólo tenían interés y sólo eran tres, precisamente tres, las
llamadas Nobles Artes.
No tiene Galicia, á mi ver, en la historia de la escultura suya
(aparte lo románico y , en especial. Maestro Mateo), asunto de estu-
dio más sabroso que el tema de las sillerías de coro. No,conozco las
de Celanova, la Compañía en Santiago ; bastan las cinco que
pude estudiar para que la serie que ellas cinco forman solicite la
atención de los estudiosos; son ixn compendio abreviado de la histo-
ria artística gallega en el espacio, no breve, de dos siglos. Y preci-
samente esa serie nos ofrece el nombre, en España olvidado ó des-
conocido, de varios artistas que la reciente rebusca de los archivos
ha ido revelando. La serie se ofrece de la manera siguiente, por el
orden cronológico:
1."' Sillería de la catedral de Orense, trabajada á fines del si-

(1) Un intento de policromía en la sillería de coro nos muestra la catedral


de Avila; alli se vo patente el íracaso.
(2) Véase Bl Monasterio de Guadahipe y los cuadros de Zurharán. Madrid,
Blass, 1906.
8S4 Arte.
glo XVI por piego de Solis y Juan de Ánges, vecinos de León, artis-
tas desconocidos, y en la que se ha conjeturado no sé por qué que
trabajaría como aprendiz ú oficial Moure, á quien andaba atribuida
antes.
2."' Sillería de la catedral de Santiago, trabajada por 1606 por
nn Juan Vita (Dávila leen otros), de quien no se tiene otra noticia.
3.''" Sillería de la catedral de Lugo, obra del tan ponderado ar-
tista Francisco Moure (t en 1633)—autor después del retablo mayor
de los jesuítas (hoy escolapios) de Monforte—, ayudado, á lo último,
P;or nn tal Ignacio (desconocido); se comenzó en 1625.
4.* Sillería del monasterio de San Martín Pinario de Santiago,
que la dio por terminada un F° (¿Francisco ó Fernando?) Pro (Prado)
el año 1647.
Y ó.^ Sillería de la catedral de Tuy, trabajada por 1711 á 1720
por un artífice portugués cuyo nombre no conozco, que antes traba-
jó también la cajonería de la sacristía de la misma iglesia.
Un estudio de tales obras exigiría el análisis de la composición
de cada silla, manifestando qué partes están trabajadas y con qué
variedad de ornatos, distinguiendo además la exornación de las al-
tas y de las bajas, dando nota circunstanciada también de las imá-
genes ó escenas repartidas en todo el ámbito del conjunto, y exami-
nando al fln sintéticamente las condiciones del arte del autor; así y
no de otra manera debe trabajarse el estudio, y así y no de otra ma-
nera ha trabajado los suyos el Sr. Quintero cuantas veces se ha
puesto á hablar de una sillería. Yo tengo que reducirme á brevísi-
ma síntesis porque los elementos del rápido análisis ha y a tiempo
que se borraron de la memoria, y no veo en mis apuntes y no hallo
en mis recuerdos otra cosa que un abreviado jaicio sintético.
Todavía más he de decir: que, salvo la sillería de Moure, cuando
mi viaje no tenía yo idea de que gozaran de notoriedad ninguna los
autores, sólo de reciente conocidos, de las más de esas sillerías, de
alguna de las cuales ni sospechaba yo mismo la importancia á tra-
vés de lo que había leído en libros y folletos. Solamente, con renom-
brada sorpresa repetida, las fui conociendo una á una; no adiviné
hasta el fin la importancia cronológica de la serie, y como la más '
famosa es la de Moure y fué la primera que vi, y no pude sentirme
demasiado conforme con el entusiasmo general, y fueron sucesiva-
mente las otras las que cuatro veces vinieron á sorprenderme en mi
camino, faé al fin de él cuando hube de sentir que no estuviera en
mi mano desandar lo andado, dando segunda vuelta al revés, para
detenerme en el estudio tan sabroso que se me ofrecía: y a no era posi-
La escultura en Galicia. 83S

ble deshacer el circuito que iba á cerrar en Monforte, por «1 Sur, de


donde había salido semanas antes por el Norte. Triste suerte la del
excursionista pur sang, la de llorar por lo que queda y por lo que se
deja.
Había sido en Monforte en donde había conocido á ese famoso
Francisco Moure de quien había oído tantas ponderaciones. No dejó
Moure en Monforte otra sillería, sino nn gran retablo, el de la gran-
diosa iglesia que fué de jesuítas y que hoy tienen los escolapios jun-
to á sn colegio. De su otra obra, de la sillería de Lugo, único traba-
jo que le atribuyó Cean Bermúdez—á cuya noticia había llegado la
inscripción que la autentiza: « Francisco de Mom-e, gallego, na-
tural de la ciudad de Orense, escultor y arquitecto, inventaba y es-
culpía esta obra año de 1624, al que á lo último se le juntó Igna-
cio»—no sé por qué especie de información particular (pues igno-
ro que Ponz, Jovellanos ni él llegaran nunca á Lugo), á la noticia de
la inscripción añadió Cean frases, en él no tan prodigadas como se
cree, que dicen nada menos que lo siguiente: que la sillería de Lugo
acredita á su autor «por uno de los mejores profesores qne había en
sn tiempo en España, así por la belleza de sus estatuas como por e l ,
buen gusto con que está adornada» (1). Fué, see:ún creo, el conde :
de la Vinaza el primero en publicar las noticias que demuestran que
el retablo de los jesuítas de Monforte de Lemos fué obra también de
Moure, contratada por él, aunque hay algo que no es enteramente
suyo (el tercer cuerpo), y cobrada por sus herederos en 1636, tres
años después de su muerte (que ocurrió en 1633), previo el corres-
pondiente pleito, qne en aquellos tiempos era muy frecuente secue-
la de toda conti-ata artística (2).
Ni antes, en la sillería de Lugo, ni después, en el retablo de Mon-
forte, puede el curioso encontrar nada que de cien leguas se pueda
aproximar á la belleza en las estatuas y al buen gusto de qne habla

(1) Dice con referencia al archivo cuánto costó: 5.000 ducados. Es decir,
cincuenta veces (!) el precio que cobró Velázquez cuatro años más tarde
(en 1629) por Los borrachos.
(2) Ello tendrá su razón en el punto de dignidad de los artistas, en el poco
aprecio que del arte hacían los poderosos ó quizás on las dificultades del jus-
tiprecio por peritos á que en definitiva so remitía todo pacto en tales encar-
gos (aunque dentro de estrechos limites); pero es bien cierto que todos nues-
tros viejos maestros pintores y escultores pleitearon mucho; ello, además, no
costaría tan caro, ciertamente, como cuesta la curia de nuestros días.
El retablo de Monforte se contrató á razón de 260 ducados por cada cuer-
po, salvo la tasación final. Además debía pagársele á Moure la asistencia de
hasta sois oficiales que le ayudaban en la tarea,
836 Arte.
Cean Bermúdez, á quien evidentemente engañaron sus corresponsa-
les informadores. Antes al contrario, eu los tiempos modernos no
ha existido en España un caso típico como el que nos ofrece el sin-
gular ingenio del escultor orensano: el caso de un artista, de un
verdadero escultor, por condiciones nativas, por dotes que recibie-
ra de la Naturaleza pródiga, en el cual tan candorosamente, tan oi-
llanescamente, por manera tan desenfadada y cerril, el genio inculto
de una raza brote con fuerza, siu la menor preocupación de belleza ni
el menor asomo de buen gusto. Silvestres flores y espontáneas fue-
ron las del arte de Moure; como espontáneamente en plena Edad
Media se trabajaban relieves sin más arte que la atrevida adivina-
ción del natural, asi en pleno siglo xvii, un gallego de Galicia, que
nunca salió de ella, dejó correr su rudo y férvido ingenio precisa-
mente cuando en la cortesana Valladolid un gallego, pero un galle-
go educado en ambiente artístico apropiado, Gregorio Hernández ó
Fernández, eclipsaba con su realismo, sano, pero castigado, la glo-
ria de Berruguete, de Becerra y de Juni, de los italianizados gran-
des escultores del renacimiento español. Hay diferencia entre lo
real y lo vulgar, hay arte del pueblo y hay arte del vulgo: popular
fué el estilo de Lope de Vega, vulgares fueron los romances de Die-
go Corrientes, tan lejanos de la grandeza épica fragmentaria de los
venerandos romances antiguos castellanos, hijos legítimos del alma
del pueblo; y no otra es la diferencia entre el arte popular de Gre-
gorio Hernández y el arte chavacano de Francisco Moure, su con-
temporáneo y coterráneo. Y repito que Moure nos arrastra con la
simpatía que siempre despierta el ingenio que se ve brotar potente
á despecho de la ineducación y el desvarío de las opiniones del pú-
blico suyo; yo me imagino á Moure candorosamente envanecido con
el aplauso de los necios cuando en el retablo de Monforte pone que-
vedos á Simeón, y no como varios pintores nuestros trasparentando
la mirada á través de tan anacrónico aparato, sino de opaca made-
ra el aro y de opaca madera el lente, ¡para que no se vea nada de
los ojos!; yo lo imagino contento con el rumor de todo vulgo cuan-
do al bautizado San Facundo (en la sillería alta de Lugo) le caen
de la cabeza al suelo las venas límuidas (de madera) del agua bau-
tismal á guisa de estalactita rígida, ó cuando los santos Claudio,
Nicóstrato, Sinforiano, Cartonio y Simplicio, médicos por lo visto,
toman su lección de Anatomía (en la misma sillería) tomando me-
didas con compás de mazonero en una calavera ó examinando un
pie cortado á cercén, etc., etc. Ante nada se detenía el despeinado
ingenio de Moure, que me parece uno de aquellos atrevidos picape-
La escultura en Galicia, 837

(ireros románicos venido al mundo con cuatro ó cinco siglos de la-


mentable retraso. ¡Fué gran pérdida la de artista de tan abundante
inventiva, creador de figuras tan expresivas, dentro de lo inocente-
mente caricaturesco de su arte indómito, de uu barroquismo ingé-
nito y no aprendido!
El Sr. Murguía, sin llegar á las ponderaciones desaforadas de
nn Sr. Hermida, que dedicó al retablo de Monforte un folleto espe-
cial (1), todavía tiene enormes é injustificadas alabanzas para Mou-
re, aunque sin ahorrar del todo la crítica de algunos de los defectos,
pero cohonestándola con «su insuficiente educación artística y la
falta de ejemplos más afortunados», que en realidad no se puede
negar en absoluto, pero que bien de la mano nos lleva eon la rectifi-
cación de la especie á una reparación histórica: la del herrero Celma.
¿No era de Orense Moure? ¿No debió nacer en las últimas déca-
das del siglo XVI? Pues allí mismo, en Orense, en la catedral oren-
sana, perla de Galicia, podía haber depurado su gusto con las tallas
de la sillería del coro, obra de Diego de Solís y Juan de Auges, y
sobre todo con las esculturillas en hierro en las verjas del gran re-
jero aragonés Juan Bautista Celina, obras todas allí colocadas y
probablemente también allí trabajadas en los últimos años del
siglo XVI.
En la sillería de Orense se nos muestran sus autores por un lado
modestos entalladores, es decir, sin las pretensiones y la ambición
propia de los verdaderos escultores, de los artistas creadores; han
aprendido á dibujar y á modelar, tienen el gusto de lo grandioso y
lo sublime, pero se consideran incapacitados para corregir y enmen-
dar la plana á los maestros: los. de ellos habían sido á la vez discí-
pulos de Miguel Ángel Buonarrotti; ellos, simples entalladores, ha-
bían logrado las enseñanzas de Gaspar Becerra, ó las de Ancheta, ó
las del misterioso Pedro Arbulo Marguvete, ó las del anónimo autor
de la copia de Moisés qne se puede admirar en la catedral de Jaca.
El arte de Miguel Ángel llenaba el Norte de España: dígalo si no

(i) Orense, 1876: en ese folleto se describe puntualmente toda la obra.


El retablo de Monforte se forma con grandes escenas de figuras casi del
tamaño natural, con la Circuncisión y la Epifanía en el primer cuerpo; el Na-
cimiento, la Virgen madre, coronada por ángeles y acompañada por otros
ángeles músicos y la Visitación en el segundo; el sacrificio de Isaac, San Ig-
nacio de Loyola y la Anunciación en el tercero, y las virtudes cardinales y
otras figui-as. Véase Murguia, págs. 1.048 á 1.052, que por cierto no conoció los
documentos aprovechados por el conde de la Vinaza, lo que le hizo retra-
sar hipotéticamente.la fecha de la muerte de Moure ocho años, poniéndola
enlC41.
838 Arte^ _

Astorga y Briviesca, Tafalla ó San Asensio...., por no citar ningu-


na capital de provincia—aludiendo con el citado nombre de esas
poblaciones, sin embargo, á los más grandiosos retablos de la Pe-
nínsula—. Y esos entalladores, dueños de dibujos, acaso de mo-
delos, que tan sublimes recuerdos conservan del arte del gran pesi-
mista florentino, modesta y discretamente repetían, vacías del tor-
mento y del pensar hondo del titán, las formas buonarrottescas en
las tallas industriales de las sillas del coro de Orense. Allí sencilla-
mente apuraron méritos de factura sin la ambición de crear tipos;
mostráronse no escultores de aliento, sino excelentes dibujantes; hi-
cieron gran arte, hicieron flguras de grandioso aspecto, pero por
tradición, sin plena conciencia del ideal. Y como no era su obra la
pretenciosa de un estatuario, sino la propia de un entallador de mo-
biliario, el efecto de aquel arte en la madera intacta (no policroma-
da) es quizás más seductor que el que (á no ver las cosas muy de-
tenidamente) produce sillería como la de Málaga, por citar un alto
ejemplo, con ser la de Málaga tan extraordinariamente superior en
méritos de creación artística, infinitamente más personal, la mara-
villa de Pedro de Mena, obra capital del arte realista creador espa-
ñol en uno de los momentos felices de nuestra historia estética (1).
Nadie, entre los que vean las dos sillerías—quiero ahora decir la
orensanay la compostelana (la de la metropolitana)—, dejará de de-
cir, si precipita su juicio, que le gusta más la de Orense, que es, eu
especial por las grandiosas cabezas de carácter, de luengas barbas,
de muy superior efecto.
Lo contrario es, sin embargo, lo rigurosamente exacto.
Una j ' otra son, conjuntamente, las mejores de Galicia, obras
dignas de cualquier centro menos aislado, más aproximado á las
metrópolis del arte, que la Galicia de fines del siglo xvi y princi-
pios del xvir, á que entrambas corresponden; si no por ef mérito, por
el estilo en nada desmejoran la impresión que las sillerías españo-
las producen, á la altura de las buenas—sin llegar á las mejores—.
Arte de pleno Renacimiento el de la una y el de la otra, veo en la
compostelana lo que ya dije que no veía en la de Orense: realismo
creador de tipos vivos.
No goza la sillería de la catedral del Apóstol toda su fama, ni
eu la misma ciudad de Santiago: creen allí que es muy superior la

(1) El coro d<i Orense también, ilesde hace siglos, se había atribuido á
Monre, idí^a absurda, como sin duda nacida al .-alor del mero lieeho de lla-
marse de Orense el autor de la sillería de Lugo. Yóase Murguía, pág. 531, en
dond«Ja declara inferior á. esta última (!).
La escultura en Oallcla. 839

(le Sau Martín Pinario, lioy iglesia del Seminario, y y o hube de


protestar porque opino radicalmente en contra. Si en la serie de los
seis coros qne vamos estudiando hay uno que nos señala un verda-
dero artista, un sincero escultor, es el coro de la Basílica. Su autor,
ese desconocido Juan Vila ó Dávila de quien no se tenía noticia,
crea tipos con cutera seriedad-, sin alientos geniales (ni mucho me-
nos), pero con plena conciencia siente el arte escultórico, y todo será
menos un modesto entallador. En 1606, su fecha, salvo acaso en Va-
lladolid, el realismo no había triunfado todavía en los ámbitos de
la Península, menos aún en Galicia; pero en la obra de Juan Vila
hay seriedad de propósitos y acierto personahsimo en algunas de
las mejores creaciones. El sabía dibujar menos que los colegas del
coro de Orense, pero más, bastante más qne lo qne en Galicia podía
aprenderse, si fuéramos á juzgar por la obra, casi del todo contem-
poránea de Moure. Vila dibuja bien, y sin extremarse en ello da rea-
lidad, si no vida, al buho de sus figuras, á los temperamentos indi-
viduales que reproduce ó crea (1).
Pero para acabar de demostrar nuestra tesis, y a dije que nada
como la obra de Celma entre todas esas obras inmediatamente an-
teriores á Moure.
Merece Juan Bautista Celma, autor de los pulpitos de la catedral
de Santiago, de las rejas de la de Orense, de la reja del coro de la
de Burgos, de la reja del coro de la de Plasencia, nn detenido estu-
dio. Atraídos, los más, por la prodigalidad decorativa de las rejas
del plateresco, del primer renacimiento español, quizás no han apre-
ciado como es debido la obra de los grandes artistas del bronce y el
hierro del siglo xvi, en su segunda mitad. A mí, como á todos me
ha ocurrido eso: ahora tengo á Nicolás Vergara, que es quien mejor
representa ese período segundo, por artista sin rival en España.
Celma no llega á tanto, á juzgar por los pulpitos de Santiago traba-
jados en 1563, obras importantes, mas no tanto que puedan rivalizar
con las de Villalpando en la primada de Toledo, sus similares: los j

(1) Murguía (pág. 511) no ae detiene en alabanzas delante de esta "obra.


• J da Vila» es el nombre de su autor, según la inscripción que corre por el
frontis, nombre que tradujo mal Cean suponiendo en una parte que era obra
de un Juan de Valdelvira, y en otra de Gregorio Cisneros, autor éste, quizás,
de alguna reparación. Murguía nos da noticia de un pleito (¡otro!) que tuvo
Juan d'Avila con uno de los oficiales suyos, principal colaborador en la obra,
llamado Antonio Pereyra. Por ese pleito se sabe que la obra comenzó en 1603
y quiénes trabajaron en ella. Los nombres de éstos no le cupieron al Sr. Mur-
guía en ninguna de las mil doscientas páginas de prosa de su Galicia. Si que
nos da la interesantísima noticia de que el maestro era gallego: de Tuy.
S40 Arte.
tableros de cobre, con variadas escenas, de esos pulpitos y mucho
menos las flguras (repetidas de uu mismo ejemplar) de las estípites,
merecen alabanzas extraordinarias, aunque legítimamente solicitan
la atención.
Otra cosa ocurre con las figuras de las espléndidas rejerías de
la catedral de Orense: me refiero á la del presbiterio, la del coro,
frente por frente, y _á otras dos laterales en el primero (1). Es labor
muy singular, obra muy prima, la de Celma, no tanto en los relieves
más ó menos calados como en las estatuas de hierro, varias de las
cuales son muy notables. En general, las mejores están en la reja del
coro, y son la Fe, la Esperanza y la Caridad con sus niños, que son
las culminantes, y más abajo las virtudes cardinales; fáltales á la
Prudencia el espejo, como á la Justicia la espada y la balanza, y á la
Templanza el agua, conservando todavía el recipiente del vino que
iba á bautizar. Es excelente la Prudencia, pero sobre todas la For-
taleza, bellísima de silueta y de elegante arrogancia: es, en reali-
dad, una Minerva de alta cimera en el casco y larga veste descu-
briendo una pierna que adelanta gentilmente; acaba de quebrar fá-
cilmente una columna, ostentando eu la mano derecha el más peque-
ño fragmento, el superior, y manteniendo el otro en la izquierda.
Más abajo están la Fe cristiana, de cabezota nada mística, y en vez
de levantada, altiva; y la Ley mosaica representada por una ancia-
na, notabilísima cabeza de carácter, encapuchonada, muy finamente
observada.
Valeu menos en la reja de enfrente el alto Crucifijo y las flgtiras
de María y Juan, que son las culminantes, y los cuatro Nicodemus
más abajo. Hay además una Virgen casi tan notable como la Sina-
goga ó la Caridad, sin llegar al mérito de la Fortaleza.
En estatuaria diminuta (demasiado pequeña para el alto lugar
que ocupan estas obras), el aragonés Celma, aun quedando lejos del
supremo gusto de Vergara el Viejo, es, en estilo más bien francés
que italiano, algo así como nuestro Germain PUon, aunque un Pilón
modesto en verdad.
No; Mom-e, en Orense al menos, no dejaba de contar con mode-
los del estilo bello y aun del estilo sublime del Renacimiento francés
ó italiano españolizados, que hubieran podido educar su gusto y dá-
dole pie para castigar las demasías del dibujo. Ello no bastaba.con
Moure, artista esencialmente dotado de mal gusto y prosaísmo; es

(1) Sin figuras iiay otras dos ó tres rejas imitación de esas en las capillas
de la misma iglesia.
La escultura en Oallcla. 841

involuntaria é inconscientemente, pero por esencia caricaturesco su


arte; un arte, éste, propio del churrigueresco á nacer, del cual es un
precursor.
Otra cosa habría que decir de Francisco ó Fernando Prado, el
autor de la sillería de San Martín Pinario, en Santiago, terminada
en pocos años, catorce después de la muerte de Moure, en 1647. Sin
merecer la fama de que allí goza, al menos en parangón con la de ta
catedral, es obi-a curiosísima, por mostrarnos también al natural
(si vale la frase) á otro artista del país, que también, por gran des-
gracia, anduvo como Moure, falto de educación artística, mas por
fortuna no arrastrado por la vulgaridad prosaica como él. Tiene
grandes figuras en los tableros esta sillería, que por cierto ocupa el
trasagrario; pero lo verdaderamente digno denota en ella es el sin-
número de escenas variadísimas, complicadas, en la sillería baja y
en los doseletes, hijas de una fecunda y desbordante vena de origi-
nal creación pintoresca, á la que se sacrifica natm'almente la verdad
individual de los caracteres: gran artista, barroco, eso sí, pero nota-
blemente dotado por la Naturaleza, era el indocto y desdibujado
maestro del Pinario, pero gran artista en bruto, sin elementos ni
instrucción bastantes para lograr una sola obra medianamente per-
fecta. Los tales relieves, de factura que parece abreviada á fuerza
de desdibujo constante, forman una por todo extremo brillante co-
lección de improvisaciones, de maquettes, como si fueran de barro.
No le hubiera faltado elegancia en la composición general y en el
porte de las figuras á Prado si otros aires de sano ambiente estético
hubieran respirado sus pulmones.
La catedral de Tuy posee la última, en el orden del tiempo y en
el orden de mérito, de las hermosas sillerías del reino de Galicia,
cerrando ella la serie que parece debiera abrirse con la de Celanova
de fines del siglo xv, que no conozco. Pero la de Tuy no cierra dig-
namente la serie: son tales el dibujo, y el estilo, que ni merecen uno
ni oti'o nombre (1). Si de Portugal por 1710 20 no podían venir artis-
tas más distinguidos, desmedrado andaba el arte portugués de en-
tonces. En Castilla teníamos á la sazón artistas cual Villabrille, el

(1) Esa sillería está pintada ó barnizada de negro, y eso mismo ayuda al
efecto. Por cierto que en las figuras de los respaldos faltan los apóstoles y, en
general, los santos do las letanías mayores. Preside San Telmo, santo allí en-
terrado, y le acompañan muchos santos dominicos. Que fuera portugués el
autor sólo la tradición lo manifiesta, sin dato documental que yo conozca. La
fecha la dice la obra.
CÜLTÜEA 5^
842 Arte.

de la cabeza de San Pablo, del Museo de Valladolid; la Roldana, I>u-


que Cornejo y otros, que todavía llenaban de bellas estatuas las hor­
nacinas profundas de los grandes retablos churriguerescos.
Precisamente el arte churrigueresco es una de las glorias nota­
bles de Galicia, pero su estudio exigiría tratado aparte.
ELÍAS TORMO T MOHZÓ.

(5=
NOTASE

La Exposición de Bellas Artes.—Llegamos en mal hora, cuando se han


expuesto ya multitud de juicios sobre el acontecimiento artístico más
culminante del año actual. Por eso nos reducimos á unas sencillas y bre-
ves impresiones sin transcendencia.
La Exposición n o respondió á la ansiedad que habla despertado su
anuncio entre el público, n i expresó con fidelidad el desenvolvimiento
del arte español contemporáneo. Muchos de los artistas que más digna-
mente representan esta moderna lucha de ideales y de técnicas s e abstu-
vieron de tomar parte en el certamen y nos dejaron sin saber á qué car-
ta quedarnos. En la sección de arte decorativo se notó más que en n i n -
guna otra parte la ausencia de elementos que tienen alta y merecida
significación. Acentuóse la tradicional indiferencia del público con estos
lunares y con las bajas pasioncillas de los expositores incorregibles.
Se ha consagrado en el último concurso á u n pintor joven que lleva
camino de realizar grandes obras. Hermoso dibuja y pinta maravillosa-
mente, y por encima de todo esto siente la Naturaleza como muy pocos
de sus compañeros y aun de sus maestros. El cuadro La Juma, la Rifa y
sus amigas fué la nota saliente de la Exposición; así lo comprendieron
todos, viejos y jóvenes; todos menos el Jurado, que no supo apreciar la :
honda poesía y la originalidad castiza de aquel lienzo puramente español
en s u asunto y e n s u forma. Si Hermoso no abusa do la inocencia pictó-
rica que quiere manifestar, será una indiscutible gloria d e nuestra
patria,
Olvidos hubo muchos y muy dolorosos, entre ellos el de Mir, el gran
paisajista, cuva grandeza no ha igualado nadie en estos tiempos.
Miguel Oslé, con su grupo T^os esclavos, distinguióse entre los esculto-
res, como Hermoso entre los pintores. Se ha intentado rebajar s u triunfo
por los que no comprendían la firme y sobria ejecución de aquella obra,
que rompe e n ab.soluto con las falsedades y retorcimientos característicos
de las viejas estatuas, pero Oslé se ha impuesto con el vigor de su genio.
La obra no será muy española, pero es muy humana.
Otros artistas llevaron producciones muy estimables; mas como son
e o n o c i d o B sobradamente en el mercado artístico, podemos ahorrarnos el^
644 Arte.
trabajo de citarlos. Sólo diremos que de las dos tendencias á que aludi­
mos en el número anterior, venció la antigua, cUsica y amanerada, en la
opinión del Jurado, cuyas equivocaciones lastimosas reconocieron todos,
andgos y adversarios.
Los modernos adelantan muy poco, y únicamente se nota su influencia
en el general descródito del asunto literario que nadie busca ya para sus
cuadros. La última batalla se ha perdido. Hay que volver á la lucha con
mayores arrestos.
J. VALBNZUBLA L A ROSA.

Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.—Tí-imesíre de Abril á Ju­


nio.—F,n el último trimestre, como en todos, la Academia ha tenido que
intervenir en numerosos asuntos de interés particular: ofrecimientos de
cuadros y esculturas con pomposas atribuciones para su adquisición por
el Estado, rectificaciones y reformas de ciudades, dictámenes sobre li­
bros. Este trabajo, muy arduo y muy pesado, de deshacer errores y qui­
tar ilusiones que pesa sobre las Secciones de Pintura y Escultura, defien­
de al Erario público de indebidas mermas, pero es desagradable para las
gentes que no tienen mala intención.
Dos expedientes de importancia han sido estudiados por la Sección de
Arquitectura. Tuvo por punto de partida el primero una Memoria pri­
morosamente redactada por D. Antonio García Alix, en que se denuncian
los peligros que corre la 4í7iam6ra. En repetidas juntas públicas habla
insistido el marqués de Altavilla acer ja de la necesidad de ejecutar ur­
gentes obras en aquel hermoso monumento, y ganoso el Sr. Alix de exa­
minar por si el estado del edificio, emprendió un viaje á Granada: vi­
sitó detenidamente reci titos, estancias y excavaciones; escuchó atento
los pareceres de todos, ó hizo, en suma, uua concienzuda labor de inves­
tigación y critica que se ha traducido en el luminoso dictamen leido ante
este Cuerpo artístico. Elevado, previo favorable iüforme, á la Superio.
ridad, á ella corresponde obrar con actividad y energía.
El segundo asunto se refiere á la construcción de un panteón de reyes
en la catedral de Tarragona, y ha sido despachado con todos sus trámites
en diez dias,' para que si la Administración pública lo lleva con igual di­
ligencia, pueda inaugurarse en Septiembre, como desean los vecinos de
la histórica ciudad. Es cosa muy conocida que con los restos de los sar­
cófagos de Poblet se hizo en el lado izquierdo del trasooro de aquella ca­
tedral un sepulcro para D. Jaime el Conquistador, y el proyecto actual
consiste en colocar en el lado derecho otro que le haga juego y qne sirva
al menos de cenotaflo á los demás reyes de Aragón.
La Sección de Música está trazando un amplio plan para realizar un
extenso inventario de los tesoros poco conocidos existentes en los dífe-
Notas. 84S
rentes archivos musicales del pais y de todo cuanto se refiera á una his-
toria tan completa como sea posible de este arte en España. Uno de sus
individuos continúa las investigaciones acerca de la representación grá-
fica de los instrumentos en códices y relieves; y con los cien elementos
diversos que entre todos van reuniendo, podrá trazarse un amplio cuadro
de nuestras creaciones musicales y del desarrollo de nuestra genialidad,
propagando su conocimiento en libros y audiciones públicas, á poco que
el Ministerio quiera ayudar á la Academia en esta empresa, que es á la
vez empresa de cultura y de desarrollo del amor patrio.
Esto es lo más saliente de que puede darse cuenta en limites tan es-
trechos como nos impone la confección de la Revista.
ENRIQUE SERRANO PATIQATI.
PlLOSOFÍfl
Lñ ÉTICA EN ESPAÑA

Lo que es y lo que debe ser.

Si bien hasta el presente no se ha manifestado en obras


originales de grande y positivo valor (apenas si pasarán de
media docena los trabajos de investigación propia que nues-
tra penuria puede ofrecernos), es un hecho que nadie puede
desconocer el de que estamos asistiendo en España al desper-
t a r de la afición por loa estudios filosóficos, que ante los me-
nos avisados se revela con la aparición en nuestro mercado
literario de multitud de traducciones, más ó menos estima-
bles, y con algunos trabajos monográficos que ven la luz en
las escasas revistas donde hallan acogida.
Los estudios psicológicos parecen ser los predilectos de
nuestros intelectuales; predilección esta que también se sien-
te fuera de España; hay una hipertrofia de lo que pudiéra-
mos denominar órgano y función psicológicos con la consi-
guiente atrofia de otros órganos y funciones, de la función
moral sobre todo, cuya producción dentro y fuera de nuestra
patria no puede ser más escasa.
Por una variadísima multiplicidad de concausas no nos
encontramos la mayor parte de los españoles suficientemente
capacitados p a r a realizar labor personal que responda á las
actuales demandas de la ciencia: carecemos, principalmente,
de una sólida preparación á la moderna; en las aulas univer-
sitarias ni siquiera de modo somero hubo de hablársenos de
las nuevas oxdentaciones de las ciencias filosóficas, sonando
Pilosofia.

aún e n muchos oídos á algo raro y digno de a n a t e m a , frases


tales como l a s de «psicología fisiológica, laboratorios, desdo­
blamientos, enfermedades de la voluntad, de la atención, et­
cétera» ; nuestras fuentes ú n i c a s de información y de estudio
hubieron de ser, ó las insulsas nebulosidades krausistas, ó las
petrificadas elucubraciones de una metafísica del siglo xv,
suministradas a d e m á s en dosis homeopáticas.
Salidos asi de las aulas llegaron á su madurez los hombres
d e la a c t u a l g e n e r a c i ó n , de un lado, sin base sólida, y de otro,
sin la cultura que los tiempos e x i g e n y que algunos se procu­
raron sin la c a l m a n e c e s a r i a p a r a que la cerebración s e a fe­
cunda, sin el reposo preciso p a r a que las ideas puedan crista­
lizar en torno de una idea n ú c l e o . Con tanto apresuramiento
y en condiciones tan p é s i m a s , hubieron algunos de adquirir
aquella cultura, que llegaron á una hipersaturación perjudi­
cial e n sumo grado a l conocimiento científico, perdiendo e n
intensidad y solidez lo que g a n a r a n e n extensión; y faltos asi
sus entendimientos de idea directriz, fluctúan e n u n a semi-in-
c o n s c i e n c i a á m e r c e d de los e m b a t e s de las m á s d i v e r s a s y
hasta de las m á s opuestas teorías, sin poder j a m á s l l e g a r al
tan deseable automorfismo psíquico.
Esta, pues, es la c a u s a principalísima de que aquellos q u e
h o y s e e n c u e n t r a n e n e d a d no s e h a l l e n e n c o n d i c i o n e s de t o ­
m a r parte a c t i v a e n el m o v i m i e n t o i n t e l e c t u a l de nuestra
é p o c a , y esto no quiere decir que h a y a m o s de p e r m a n e c e r e n
l a inacción; t e n e m o s , por el contrario, una fecundísima labor
que realizar como hombres y como ciudadanos; t e n e m o s el
ineludible deber de alentar y de preparar á l a g e n e r a c i ó n
que nos s u c e d e p a r a las rudas, rudísimas f a e n a s del p o r v e n i r ,
deshollinándola de nuestras absurdas p r e o c u p a c i o n e s m i s o -
neístas y h a c i e n d o c o n ella lo que nadie h i c i e r a c o n nosotros.

* *

D e mil distintas m a n e r a s se ha dicho, y v i e n e á diario re­


pitiéndose, que v i v i m o s en pleno dominio de la crítica; que
todo, ideas, sentimientos y c r e e n c i a s , las v e r d a d e s del orden
La ética en España. 8SI

especulativo, lo mismo que las de aplicación en la p r á c t i c a ,


en el campo de la filosofía, lo mismo que en el de las cien-
cias llamadas positivas, todo se somete hoy á rigurosísimo exa-
men; ninguna verdad, p o r ' e v i d e n t e que pueda antojarse á
muchos y por muy deletéreas que sus consecuencias pudie-
r a n parecer, deja de colocarse sobre la mesa de disección del
analizador.
Las verdades morales no podían escapar y no h a n escapa-
do á esa crítica. D u r a n t e siglos enteros venían siendo respe-
t a d a s , teniéndolas por algo sagrado que era preciso m a n t e -
ner incólume; pero hombres audaces r a s g a r o n el velo del san-
tuario y penetraron hasta el tabernáculo, que abrieron con
mano atrevida, aunque temblona, porque allá, eu el fondo de
sus almas, quedaba todavía un resto de lo que decían supers-
ticiosa veneración Otros menos respetuosos les siguieron,
cogieron las Tablas de la Ley, y mostrándolas al pueblo, que
con ojos espantados seguía sus maniobras esperando tal vez
que el r a y o redujese á cenizas á los sacrilegos profanadores,
hicieron a p a r e c e r , ante sus m i r a d a s atónitas^ aquellas famo-
sas Tablas, cuya pétrea constitución creíase á salvo de todo
riesgo, desgastadas, carcomidas Surge de pronto un te-
merario que estrella las Tablas contra el pavimento, vinien-
do á chocar algunos trozos con las frentes pálidas de los es-
pectadores de la escena ; alguno hubo que llamó al r a y o ,
pero el r a y o no descendió sobre el sacrilego que sonreía t r a n -
quilo
Esto, metáforas á un lado, es lo acontecido con las v e r d a -
des del orden moral: Spencer, sustituyendo con el progreso
indefinido de la especie á aquel misterioso más allá, que cons-
t i t u y e r a antes las esperanzas de los hombres; el determinis-
mo, el de los antropólogos sobre todo, a r r a n c a n d o á la moral
tradicional la base del libre albedrio en que se a p o y a r a ;
Nietzsche, con su moral del poder y su a t r e v i d a concepción
del superhombre; Schopenhauer, con sus sangrientas ironías,
por no citar sino á los más conocidos, h a n hecho absoluta-
mente preciso que la moral deje de ser dogmática p a r a con-
vertirse en critica, sin que en este cambio h a y a n a d a que
deba motivar recelos, siempre que la crítica se h a g a en las
8S2 Filosofía.

debidas condiciones, en cuyo caso, no sólo es legitima la


orientación que las circunstancias actuales imponen á la mo-
ral, sino que ha de producir frutos opimos (1).

Pese al buen deseo en que parecen inspirados, fuerza se


hace rechazar en absoluto la proposición de madame Coig-
net y todos aquellos sistemas dé moral que, como el del inte-
rés social de Balfour, vienen en síntesis suprema á consistir
en proponer que, dejándose de estériles discusiones, acepte la
moral como inconcusas, las verdades y principios hasta hoy
considerados como fundamentales y necesarios p a r a la vida
moral y social.
No hablaremos, p a r a mostrar que es esto inaceptable, de
la imposibilidad dedlevarlo á la práctica; si acerca, por ejem-
plo, de la legitimidad de la gran propiedad privada surgen
dudas racionales, ¿habría de ser posible tranquilizar las con-
ciencias turbadas, con la sola consideración de que antes no
habia aquellas dudas? ¿Podríase hoy continuar castigando
al loco moral, al impulsivo ó al fóbico? ¿Puede, en suma, el
hombre dejar de perseguir la verdad cuando cree vislumbrar-
la h e r b o s a y fugitiva?
Nos limitaremos á poner de relieve lo que, en nuestro sen-
tir, constituye hoy las exigencias de la moral científica, y lo
que debe por ende dejar firmemente establecido el moralista an-
tes de dar un solo paso en la investigación de las verdades mo-
rales.
No son la ciencia y la vida cosas antitéticas, como no lo
son ni pueden serlo la razón y el común sentir que constituyen

(1) Este fué el plan que el malograrlo D. franeiseo Silvela se propuso des-
arrollar en la serie de conferencias que, acerca de «Las ideas éticas eu Espa-
ña», comenzó á. dar en el Ateneo do Madrid, durante el curso de 1904 á 1905,
serie que la muerte, en mal hora, vino á dejar inacabada. En la primera de
dichas conferencias hubo de manifestar'el Sr. Silvela que, aun cuando dis-
tintos los procedimientos, llegaban á un mismo fin la moral dogmática y la
moral crítica, rectamente entendida ésta.
La ética en España. 8S3

SUS respectivas fuentes; pero puede suceder, y sucede á las


veces, que la razón no logra hallar argumentos que la conven-
zan, ni de lo que el común sentir afirma, ni de lo contrario.
Ahora bien, nada es ni puede considerarse verdaderamente
científico, mientras uo ostente el marchamo de la razón, y no
se debe, por lo tanto, dar ingreso definitivo en la ciencia á las
afirmaciones del común sentir hasta tanto que la razón h a y a
encontrado argumentos en pro ó en contra; pero si bien la
ciencia puede esperar la solución definitiva y racional, no así
la vida, que necesita hacer á diario aplicación iumediata
de una ú otra cosa, y por eso, cuando este caso llegue, débe-
se en la vida aplicar lo que el sentir común dicte.
Por exceso y por defecto suele pecarse acerca del parti-
cular. Muchísimos, y v a de ejemplo, han sido, y muchos son
todavía, los que intentan demostrar la existencia del libre al-
bedrio , basándose en el testimonio de la conciencia y en la
creencia universal de la humanidad, sin p a r a r mientes en que
el silencio de la conciencia acerca de loa motivos determi-
nantes de nuestros actos no quiere decir que esos motivos no
existan; y e r r a n , pues, haciendo de eso y en esa forma (1) un
argumento científico; pero mucho más yerran aquellos deter-
ministas que razonan así: «La concienci¿i no nos da cuenta
de los motivos; luego no sólo pueden existir, sino que esos mo-
tivos existen». Tampoco es científicamente legítimo inferir de
la creencia general la existencia real del libre albedrio; pero
menos legítimo es inferir la conclusión opuesta, aun cuando
para la vida, y mientras la razón no demuestre lo contrario,
hayamos de adoptar la creencia universal y constante de la
humanidad.
Pero la moral científica, que es lo que ahora nos interesa,
debe en este y otros casos análogos abstenerse de toda con-
clusión definitiva, hasta que ulteriores investigaciones se lo
permitan, apoyándose única y exclusivamente en argumen-
tos científicos, y mientras tanto debe aceptar, sólo á título

(1) Becurriendo á la Metafísica presentan este argumento algunos filósofos


c'ontemporáneos, dándole alguna mayor fuerza probatoria. Véase Pünsegrive,
Essai sur le libre arbitre., segunda edición.
854 Filosofia. _

provisional, los dictados del común sentir, pues que si éstos


no son, como hemos dicho, prueba cientifica, constituyen una
presunción poderosisiraa en favor de uno de los extremos de
la contradicción.
Y creemos que todos advertirán la enorme diferencia que
h a y entre estas nuestras afirmaciones de que la ciencia y la
vida tienen exigencias distintas, aunque no opuestas, y el de-
letéreo principio de la inocencia paradisiaca de las ideas. No
nos es desconocida la viejísima verdad remozada experimen-
talmente por la psicología contemporánea de que toda idea
posee un poder dinamogénico que, encarnando en imágenes,
viene á ser y a el comenzamiento de una acción, que se rea-
liza fatalmente siempre que sea posible (1), siempre que no h a y a
oti'as representaciones contrarias que impidan su realización.

* *

Muchos son todavía los moralistas modernos que siguen la


inveterada costumbre de pretender demostrar ciertas verda-
des, fundándose en las funestas consecuencias que p a r a el or-
den moral ó social se derivarían si aquellas verdades no se
admitieran; y á este propósito hemos de advertir que tales
argumentos, tienen muy escaso valor cientifico, son inútiles eu
muchos casos y contituyen, por último, un grave riesgo p a r a
quien los maneja sin una gran parsimonia.
«Es un método muy censurable, decía Hume, el que co-
múnmente se sigue en las disputas filosóficas, de a t a c a r una
hipótesis por el daño que de ella pueda derivarse p a r a la re-
ligión ó la moral. Cierto que una opinión es falsa cuando lleva
á absurdos; pero no lo es jamás por la razón de que sus con-
secuencias sean dañosas ó perjudiciales» (2). «Se violan, dice
á su vez Stuart Mili, acusando á sus adversarios de tener pér-

(1) Esta condición de la posibilidad es la que olvida Fouillée cuando pre-


tende hacer aplicación de su teoría de las ideas-fuerzas i. ciertos problemas,
ul de la libertad, por ejemplo.
(2) Essaiiphilotophiques.—Estai 7.c
La ética en España. 85$

fidas intenciones, se violan todas las reglas de una sana fllo-


sofia; más aún: se compromete g r a v e m e n t e la moralidad de
la ciencia, cuando se engaña artiflciosamente la iuteligencia
del oyente y se le obliga á aceptar un dogma metafísico, ha-
ciéndole esperar ó temer que de ese dogma depende única-
mente la demostración de una conclusión preconcebida» (1).
Resultan asimismo estos argumentos v e r d a d e r a m e n t e in-
útiles, las más de las veces. «¿Qué nos importan, dicen h o y
muchos, las consecuencias religiosas, morales y sociales que
de nuestras afirmaciones pueden derivarse? Tal cosa es cierta,
¡pues peor p a r a la sociedad, p a r a la moral y p a r a la religión,
si eso socava sus cimientos y a t a c a sus dogmas! » ¿Sería
hoy eflcaz p a r a la m a y o r í a de los metafísicos la demostración
de que algunos accidentes pueden existir sin la substancia,
fundada en la imposibilidad de explicar en otro caso la t r a n -
substanciación eucarística?
Son, por último, estos argumentos sumamente peligrosos,
habiendo de servirse de ellos, sólo en último caso y con u n a
circunspección e x t r e m a p a r a no a v e n t u r a r afirmaciones que
luego se h a c e preciso recoger, porque hechos nuevos las con-
tradicen, y nuevos y más detenidos análisis h a c e n ver que no
se siguen los absurdos que en un principio se c r e y e r a . ¿Qué
sucedió á la aparición en el mundo científico de las hipótesis
transformistas y evolucionistas? ¿Cuántos no hubo que se apre-
suraron á condenarlas sin examen, y sólo porque se les antojó
que la v e r d a d r e v e l a d a e r a ultrajada con esas doctrinas? Y
cuando sabios ilustres de reconocida ortodoxia vinieron á po-
ner de maniflesto la perfecta compatibilidad de esas hipótesis
con el dogma, lejos de abandonar sus falsas posiciones apren-
diendo prudencia p a r a lo sucesivo, sólo palmo á palmo fueron
cediendo el terreno, encastillándose en el hombre y clamando
que las olas de la evolución se estrellaban á sus plantas, sien-
do impotentes p a r a envolveide; y á poco pudieron escu-
c h a r estas frases dichas por monseñor d'Hulst en el Congreso
Católico de París: «La ortodoxia rigurosa no impone otros lí-
mites á las hipótesis transformistas que el dogma de la crea-

(1) Examen de la philotophie de JSamilton.


SS6 Pllosotía.

cióu inmediata por Dios de cada una de las almas humanas;


íuera de esto, si en estas hipótesis hay temeridades, por me-
dio de argumentos científicos es únicamente como puede com-
batírselas» (1); y más tarde pudieron también leer estas otras
expuestas por M.Duilhé de Saint-Projet: «Sabios catóhcos pre-
sentan como posible, y a que no como probable, la idea de que
el suhstratum viviente destinado á llegar á ser el cuerpo del
hombre fué preparado por la acción divina mediante la evolu-
ción Otros suponen que Dios utilizó p a r a formar el cuerpo
del primer hombre la materia ya organizada, dándola la per-
fección anatómica requerida p a r a la introducción de un alma
racional. Esta doctrina parece bastante conforme con las ideas
de San Agustín y Santo Tomás sobre el origen primero y la
reproducción de los animales y plantas» (2).
Casi h£||fta el infinito podrían multiplicarse los ejemplos
reveladores de esta verdadera falta de prudencia y discre-
ción en el empleo de los argumentos fundados en las conse-
cuencias; ¿cuántos y cuántos no h a n sido los que h a n intenta-
do demostrar la espiritualidad del alma humana, basándose
en que sin ella era imposible concebir ni explicar la inmorta-
lidad? (3). Y ¿qué diremos de los argumentos tan queridos y
acariciados por muchos, por muchísimos, que intentan de-
mostrar científicamente la existencia del libre albedrio, fun-
dándose en las consecuencias que p a r a el orden moral y so-
cial habrían de seguirse de su negación? (4).

(1) 1891, Compte-rendu, Seeción de Antropología, pág. 213.


(2) Apologie aeientifiqae de la Foi, pág. 370, nota 2; obra hom'ada con una
aprobación expresa de León XIII. (Véase Halleux, L'evolutioiñíime en Morale,
Lovaina, 1901, págs. 220 y siguientes.)
(3) En su obra Destino del hombre (versión castellana, Madrid, 1906, passiin)
pone el abate Piat de manifiesto que no es preciso ni aun conveniente el re-
currir á la espiritualidad para demostrar la inmortalidad del alma.
(4) No se limitan ya los deterministas á afirmar que sin el libre albedrio
pueden explicarse todas las nociones morales, sino que tomando á su vez la
ofensiva tratan de demostrar que es imposible en la hipótesis de la libertad
explicar muchas de esas nociones, tales como la de responsabilidad, la de san-
ción, la del esfuerzo moral, etc. Cierto que todos esos argumentos son fácil-
mente contestables, pero no por ello dejan de poner de relieve los riesgos de
las pruebas ad absurdmn en la ciencia pura. (V. Duprat, La Morale, Paris,
1901, pág. 102, y sobre todo Hóffding, Morale, traducción francesa, París, 1903,'
páginas 88 y siguientes.)
La ética ea España. ggj

Y y a que del libre albedrio hablamos, habremos de seña-


lar otra deficiencia que se advierte en todos ó la mayor
parte de los tratados de moral, y que á todo trance debe sub-
sanarse en los que h a y a n mañana de escribirse.
Muchos son los moralistas que emplean todos sus esfuerzos
en demostrar la existencia del libre albedrio y su necesidad
p a r a d a r un fundamento á la moral; pero ninguno que sepa-
mos se h a ocupado, deliberadamente al menos, en una cues-
tión mucho más interesante y transcendental quizá que ésta, la
de examinar y señalar los límites de ese mismo libre albedrio;
cuestión esta que, en los actuales tiempos sobre todo, reviste
una importancia extraordinaria, tanto en el orden científlco
como en el de la práctica.
Perjudicial en extremo sería, indudablemente, p a r a la mo-
ralidad el decirles, por ejemplo, á los hombres: «No sois li-
bres; ninguna modificación podéis introducir en vuestra con-
ducta; inertes y pasivos habréis de permanecer, sufriendo los
embates de los encontrados motivos»; pero no es menos cierto
que la moralidad experimentaría rudisimo golpe si se dijese,
por el contrario, á los hombres: «Vuestro destino todo se halla
única y exclusivamente en vuestra mano; cuando queráis y como
queráis, podéis introducir las modificaciones que se os anto-
jen, y, tomando una orientación nueva, dirigiros por donde
más os plazca». Sumamente perjudicial juzgamos p a r a los
flnes morales este sistema empleado por casi todos los mora-
listas; ninguno conocemos que h a y a hecho resaltar los riesgos
ciertos de esta exagerada creencia en la libertad, que se
halla, por otra parte, en palmaria contradicción con las con-
clusiones científlcas.
Aun admitiendo que el libre albeirío sea una propiedad
esencial del hombi'e, como el sentir y el pensar, fuerza es con-
venir en que, lo mismo que el pensar y el sentir, varía entre
los diversos individuos humanos; y no menos cierto es tam-
bién que la libertad no es en cada uno de los individuos un
algo fijo é inmutable; puede, por el contrario, en ocasiones,
obnubilarse y padecer momentáneos eclipses, y puede hasta
llegar á su completa desaparición; la falta de ejercicio puede
atrofiarla, como puede la educación desarrollarla y perfeccio-
CÜLTÜEA 56
_*££ Filosofía.
narla; y así decía Goethe: «Sólo es digno de la libertad aquel
que sabe conquistarla diariamente.»
Forzoso se hace el convenir con los deterministas en que
somos mucho menos libres de lo que creemos, y que lo somos
sobre todo en muchas menos ocasiones de lo que se nos figura.
En nosotros y fuera de nosotros existen numerosos agentes
que nos dominan, nos a r r e b a t a n nuestra espontaneidad, obli-
gándonos á someternos á ellos. Nuestros actos de hoy son, en
una grandísima p a r t e , consecuencia y resultado de nuestros
actos pasados, así como á su vez son p r e p a r a c i ó n de nuestra
conducta ulterior. Si, valiéndonos de cifras, supusiéramos un
ndllón de actos en toda la v i d a de un hombre, sólo media ó
una docena de entre ellos podría afirmarse que eran v e r d a d e -
r a m e n t e libres.
L a psicología moderna h a comprobado experimentalmente
la ley de que «nada se pierde p a r a la conciencia ó p a r a la
vida psíquica»; la psicología y la fisiología de consuno expli-
can la razón de las disposiciones que en el alma y en el orga-
nismo dejan p a r a repetirse en condiciones análogas los actos
que una vez se h a n realizado; c a d a acto, por consiguiente,
constituye u n a pequeña resta de la libertad del porvenir; á
millares nos suministra la vida diaria comprobantes de esta
verdad; mucho nos cuesta proferir la p r i m e r a mentira, por-
que el hombre es n a t u r a l m e n t e veraz; la c u a r t a cuesta menos;
la vigésima brota casi espontáneamente de nuestros labios, y
en la centésima apenas si hemos sido libres p a r a dejar de pro-
ferirla; en esto se halla también el secreto del aprendizaje y
la maestría en toda clase de oficios y profesiones.
Asi, pues, todo acto, a p a r t e de sus consecuencias inmedia-
tas, contiene en si el germen del acto siguiente de la misma
especie, y h a s t a en cierto modo puede decirse que es un co-
mienzo, una p a r t e ya del acto venidero; por eso, bajo el as-
pecto moral, debemos nosotros responder de los actos que hoy
realizamos, no sólo por sus consecuencias inmediatas, sino
porque nos disponen p a r a los actos del m a ñ a n a ; y esta es la
causa de que nuestra responsabilidad moral y jurídica no des-
a p a r e z c a ni disminuya siempre que desaparezca ó se atenúe
la libertad; pues si bien hemos sido muy poco ó n a d a libres al
La ética eá España. ¿s^

mentir la centésima vez, hémoslo sido y mucho a l proferir


las primeras mentiras, germen de la centésima; y así se ex-
plica también la imputabilidad de los actos procedentes de I
hábitos inveterados.
Resulta, por tanto, que con nosotros mismos llevamos una
muy poderosa causa destructora de nuestra libertad; que mu-
chos de los actos que juzgamos libres no lo son en sí mismos,
sino que están determinados por los anteriores, aunque sub-
sistiendo siempre ó muchas veces el poder de reobrar, de li-
b r a r n o s de ese determinismo, si bien este poder de reobrar
queda sin efecto en la mayor p a r t e de los casos.
Incúrrese, pues, en una gravísima equivocación negando
ó desconociendo la inmensa transcendencia moral de esa soli-
d a r i d a d e n t r e los actos todos de nuestra vida. Esta transcen-
dencia p a r a la vida moral, tan m a l a p r e c i a d a y t a n poco ó
n a d a estudiada y aplicada por los moralistas, es la que h a c e
decir á William J a m e s : «Nosotros mismos engendramos nues-
tros destinos, buenos ó malos. Nada se pierde; c a d a pequeño
rasgo de v i r t u d ó de vicio deja su huella, n u n c a demasiado
leve. El borracho Eip V a n W i n k e , de la comedia de Jefferson,
á c a d a nueva r e c a í d a en su vicio predilecto exclamaba: ¡Esta
vez no se cuenta! Está muy bien; puede él no contarla aquella
vez; un cielo benigno puede también no contarla; pero r e -
sulta contada de todos modos, porque en el fondo, entre sus
células y ñbras nerviosas, las moléculas la cuentan, la regis-
t r a n y la a l m a c e n a n p a r a servirse de ella contra él á la pri-
m e r a ocasión en que la tentación se reproduzca. N a d a de lo
que hacemos queda á un lado, en el sentido literal de la pa-
labra» (1).
Tampoco debe perderse de vista que, además de esta soli-
d a r i d a d entre todos los actos de nuestra vida, y además de
este determinismo de nuestras acciones, existe otra solidari-
dad, otro determinismo, otra influenciación no menos pode-
rosa y no menos universal: el hombre es un ser social, destina-j
do á hallarse en comercio y comunicación constante con sus"

(1) Los ideales de la vida, versión española, Barcelona, 1904, tomo II, pá-
gina 67.
PUoaotia.

semejantes (1); de aquí procede que el hombre se halle in-


fluido por el medio en que vive, que sus costumbres sean en
g r a n p a r t e un reflejo de las costumbres de los que conviven
con él; de ahí que actos que antes de someterlos al análisis
de la razón se nos figuran libres, no sean en muchos casos
otra cosa que un producto del medio en que nos movemos; un
resultado, que en ocasiones hasta puede ser previsto, de las
preocupaciones sociales que obran sobre nosotros con la fuer-
za de sugestión poderosísima del ejemplo; la costumbre, la

(1) Puede decirse que hasta los tiempos actuales no se había puesto en li-
tigio la legitimidad de la doble consideración de que bajo el aspecto moral
era susceptible el hombre: como ser individual y como sor social. RepJmente
la cuestión se resuelve con facilidad suma; mas no por ello es menos necesario
que el moralista del siglo x i la estudie y examine. El evolucionismo la exa-
mina desde el punto de visto histórico, diciendo con Hüffding (Morale, París,
1903, pág. 133) que el individuo en los primeros grados de la evolución no es
el sujeto de deberes y derechos particulares, sino que es tan sólo considerado
como un elemento social, explicándose la importancia concedida en esa fase á
las virtudes individuales como la templanza, por ejemplo, porque en tal mo-
mento tenía la raza necesidad de esas cualidades.
Dos tendencias contradictorias se dibujan actualmente acerca del particu-
lar. La una, marcadamente individualista, pero exagerada y falsa en sus apli-
caciones sobre todo, se manifiesta en obras de diverso carácter; así Heegard,
en su obra sobre la intolerancia, llega á decir que el hombre se basta á sí mis-
mo, y si frecuenta el trato con los demás, es sólo por el goce que él propio ex-
perimenta. Otra forma de individualismo exagerado es el de Nietzsche, y los
decadentistas aspirantes á superhombres (véase Duprat, La Morale, París,
1901; Fouillóe, Le moralisme de Kant et l'amoralisme eontemporain, París, 1905).
Análogo, aunque algo más filosófico, es el exagerado individualismo de al-
gunos anarquistas intelectuales como Kropotkine y Bruno Ville, quienes pro-
testan contra toda influencia material, intelectual y moral, ejercida sobre el
individuo por los demás.
Opuesta totalmente es la doctrina que preconiza el abandono total y com-
pleto del propio yo; la verdadera vida consiste para Fichte en sacrificarse por
la especie: la única virtud, la de olvidarse de si mismo en cuanto persona. El
altruismo comtiano redúcese á afirmar que el deber y la dicha consisten en
vivir para otro. Para Bentham y Stuart Mili, los actos humanos que no tie-
nen influencia sobre los demás no son propiamente morales. Análoga es tam-
bién la posición de Wundt, para quien el bien público no consiste en la suma
de los bienes del mayor número posible de individuos, puesto que, según él,
«el individuo es un ser efímero; por dichoso y perfecto que este ser particular
sea, no será sino una gota en el Océano de la vida; ¿qué pueden importarle
al mundo su felicidad ó su dolor?» Paul Caros califica á la vida social de ni-
yerindividual, y dice que el fin de la moral no es ni el bien del propio yo, ni
el de los demás hombres, sino eí bien de los intereses superindividuales. Idén-
La ética en España. S61

moda, las exigencias sociales de todo género constituyen otras


t a n t a s causas de disminución de la libertad.
Y aún se extiende más esta solidaridad entre los hombres;
somos además los herederos de las generaciones pasadas, las
cuales g r a v i t a n sobre nosotros, habiéndonos transmitido sus
virtudes y vicios, sus grandezas y debilidades morales: si cada
hombre es un microcosmos, puede también en cierto modo de-
cirse que c a d a hombre es toda la humanidad p r e t é r i t a y fu-
t u r a , porque sufre las consecuencias de los errores de sus an-
tepasados y se aprovecha de sus aciertos, y porque contiene
en si el germen moral, y no sólo fisiológico, de,las generacio-
nes que h a b r á n de suceder le en los siglos venideros. Si es cier-
to que el hombre pasa en su vida intra-uterina por las diver-
sas formas ancestrales, también en su vida moral conserva
c a d a uno en sí los rasgos más salientes de las diversas fisono-
mías morales que la humanidad h a presentado á t r a v é s de los
siglos; y al igual que en la vida fisiológica, h a y también en la
moral, lo mismo que en la intelectual, fenómenos de atavismo
y regresiones inexplicables á p r i m e r a vista.
De todo esto se desprende que el hombre se halla sometido
á tres clases de influencia, que en la mayor p a r t e de los casos
son bastante poderosas p a r a llegar á anular la libertad; la in-
fluencia de los propios hábitos, de los actos anteriores; la in-
fluencia del medio en que vive y se desarrolla, y la influencia',
por último, de las predisposiciones y tendencias que le h a n
sido transmitidas por herencia (1). Claramente también se

tica en el fondo viene á ser la opinión de Starcke, que dice que el centro de
gravedad de la moral se halla en el derecho que los demás tienen de pedir al
individuo cuenta de sus actos. También viene á serlo la teoría de Hóffding
con su suborainación y cuasi absorción del individuo por la especie; y casi al
mismo resultado vienen á parar las doctrinas de Tolstoi acerca de la no resis-
tencia al mal y á la injuria.
(1) No será necesario advertir que una eosa es que sean pocos los actos li-
bres, y otra que no haya ninguno. Si es cierto que nuestra vida está consti-
tuida por una urdimbre misteriosa de antecedentes y consiguientes, que mu-
chos de nuestros actos se hallan unidos con la relación de causa á efecto, no
lo es menos que podemos reaccionar en ocaeiones contra los hábitos, contra el
medio y contra la herencia; el más superficial examen nos permite compro-
bar la existencia en nosotros y en los demás hombres, de un poder de reobrar
contra las influencias de dentro ó de fuera; la existencia en nuestra vida de
862 Filosofía.

desprende la urgente necesidad de que los t r a t a d i s t a s de mo-


r a l estudien y consideren este punto esencialisimo, y a q u e ,
como dice Henri Marión, «dudar demasiado de la libertad y
de la eficacia del esfuerzo, nos vuelve flojos y nos descorazo-
n a p a r a la lucha; pero el presumir y esperar demasiado de
nuestras fuerzas hace que nos engañemos, y destruye en nosotros
la primera de las virtudes; la vigilancia^ (1).
J E N A R O GOÍTZÁLEZ C A R R E Ñ O .
(Concluirá.)

momentos de crisis en que nos sentimos dueños de obrar en un sentido ó en


otro, en que podemos sacudir y sacudimos el yugo de nuestros hábitos adqui-
ridos, de las preocupaciones sociales, de las costumbres de la colectividad de
^ue formamos parte, y hasta de las casi irresistibles tendencias de nuestra
heredada naturaleza, y en suma, que sean cualesquiera las fatalidades que
nos abrumen, y sea cualquiera el poder de los agentes internos 6 externos, no
puede afirmarse el determinismo universal de nuestros actos, y queda siempre
tm lugar para que la libertad pueda ejercerse; y claro es que no una libertad
arbitraria, sino una libertad coexistiendo con motivos racionales.
(1) De la Solidarité ttioraU, París, 1880, pág. 40.
CRÓNICfl

Sobre el estado actual de las ciencias filosóficas en ñlemanla.

II

En el número anterior de CULTURA ESPAÑOLA (Mayo de 1906,


página 554) comenzamos á bosquejar un resumen del estado actual
de la filosofía en Alemania; resta completar aquel pequeño trabajo
con algunas aplicaciones de la filosofía á objetos particulares. Tr-a-
taremos, pues, de la filosofía del derecho, de la de la historia y de la
de la belleza.

- En el segundo tomo de la colección dedicada á Kuno Fischer


encárgase E. Lask de informarnos sobre el estado de la filosofía del
derecho al comenzar el siglo x x . A su juicio, este estado nada tiene
de desconsolador; pero h a y que añadir que sus consoladoras espe-
ranzas se apoyan solamente en el porvenir. Cree, en efecto, que los
tiempos futuros nos proporcionarán un sistema de valores superiores
á la experiencia (ein System überempirischer Werte), el cual resol-
verá todas las dificultades metodológicas. La filosofía del derecho,
según el autor, debe hablar del valor del derecho, porque la filosofía
no es toda ella más que una doctrina de los diversos tipos de valor.
Lask reprueba el derecho natural (jus naturale) como fruto de nn
racionalismo metafísico; los filósofos católicos son—dice—casi los
únicos que se mantienen fieles al derecho natural, tomado éste en su
sentido estricto. Confiesa, sin embargo, qne el derecho natural tiene
un mérito inmortal: el de haber reconocido normas de derecho inde-
pendientes del tiempo y de los diversos estados históricos,
S64 Filosofía.

Si el dereeho natural—continúa—suprime los valores empíricos,


el histerismo, por el contrario, es la forma más peligrosa del relati-
vismo. «El derecho natural y el historismo son los dos escollos de los
cuales debe precaverse la filosofía del derecho.»
Los diferentes sistemas que se disputan el terreno en esta mate-
ria presentan los mismos contrastes que ofrece la filosofía moderna
en general. Es inútil tratar de conciliar los sistemas opuestos. «Toda
la filosofía del derecho del siglo xix ha agotado sus esfuerzos para
demostrar el carácter absoluto de las relaciones sociales, sin poder
negar—por otra parte—la autonomía del individuo como un fin ab-
soluto reivindicado por el siglo xvm». Aun á la hora presente el re-
sultado de esta lucha permanece indeciso, sin dar un solo paso hacia
algo definitivo. En Hegel la libertad individual desempeña el papel
de un «momento restablecido», lo cual quiere decir,-en la lengua del
filósofo alemán, de un momento aniquilado y conservado á la vez,
6, por decirlo así, resucitado bajo una forma más elevada; en otros
términos: la libertad del individuo tiene su «verdad» en la omnipo-
tencia del Estado, que es la «moralidad sustancial». Esto equivale
á volver al absolutismo del Estado pagano. Y á la verdad: una filo-
sofía que, como la de Hegel, no admite más que la realidad y sus-
tantividad de lo universal, no puede conciliar el universalismo con
el individuaUsmo, y se ha de ver obhgada á hacer del individuo un
esclavo de la comunidad. En esta filosofía se proclama al Estado como
la última y única fuente del derecho. El Estado es Dios. Por consi-
guiente, esta filosofía no puede servir de base sólida para el derecho,
y de aquí que la mayoría de los filósofos se vuelvan hacia Kant, el
cual no se limitó—como vulgarmente se cree—á concebir el derecho
como una cosa puramente exterior y sin conexión con la moralidad;
esto no obstante, Kant incurre en una contradicción: de una parte re-
suelve las relaciones de derecho empíricas en relaciones de libertad
inteligibles; de otra parte afirma la naturaleza puramente exterior
del derecho.
La impresión que nos produce esta disertación de Lask sobre la
filosofía del derecho es la de una oscilación entre dos extremos ó la
de una mezcla heterogénea de hegelianismo, kantismo y positivismo.
La preocupación kantiana se revela por las palabras siguientes:
«Desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, la realidad
se representa como producto de una síntesis categorial». Sabido es
que, según la opinión de Kant, las categorías y todo el orden inteli-
gible que el espíritu humano encuentra en los datos de la experien-
cia son obra inconsciente del mismo espíritu. La necesidad y uni-
Crónica. 86S
versalidad de nuestros juicios sobre las cosas no se explica—según
el filósofo del criticismo—por la opinión vulgar de que el espíritu es
determinado por las cosas; hay, pues, qne suponer que las cosas son
determinadas por el espíritu, ó que el orden experimental es el pro­
ducto de una síntesis de la forma que da el espíritu y de la materia
que viene de la cosa-en-sí (Ding-an-sich).
La influencia hegeliana se echa de rer en la «coloración» teleoló-
gíca de las concepciones jurídicas, y en la superioridad otorgada al
orden social—especialmente al Estado—sobre el individualismo
de Kant.
El positivismo, que no reconoce más que una realidad fenomenal,
es la última consecuencia del criticismo kantiano; niega toda norma
transcendente ó transcendental del derecho. Transcendentes llama­
mos á las normas snpra-mundanas, cuales son las leyes de la volun­
tad inflnita y personal del teísmo. Transcendental, en cambio, quie­
re decir el carácter de las leyes éticas que están, efectivamente, por
encima de los hechos empíricos é individuales, pero sin tener una
fuente superior, sino poseyendo en sí mismas sn última razón de ser.
Sin dificultad se comprende que este transcendentalismo es esen­
cialmente idealismo, ya idealismo subjetivo—Kant y Fichte—, ya
idealismo objetivo—Hegel—; pero también se comprende que eso
equivale á hacer depender de una pura abstracción todo el orden
moral, del cual es un corolario el derecho natural, cuya existencia
hay que i-econocer á pesar de todo. No hay, por consiguiente, otros
medios para fundar este orden que la metafísica, y una metafísica
como la de Santo Tomás, según la cual el orden moral deriva su
fuerza obligatoria de la voluntad, y tiene su último fundamento (con­
tra Escoto) en la esencia de Dios. Hasta los espíritus paganos más
profundos reconocieron esta verdad, y un gran poeta griego (Sófo­
cles: Edipo, rey) acertó á darle conmovedora expresión en uno de
sus famosos cantos.
La verdadei'a filosofía del derecho debe, pues, no solamente ad­
mitir el derecho natural, sino también la metafísica, es decir, la ley
eterna on Dios.

La misma oscilación entre el idealismo de Kant y el de sus su­


cesores reaparece en el ensayo de Bickert sobre la filosofía de la
historia.
También, según este autor, es la filosofía una teoría de valores,
pero igualmente también desaprueba la metafísica. Estos valores
superempíricos no son, pues, otra cosa que las «ideas» absolutas é
S66 Filosofia.

hipostatizadas de los filósofos idealistas. Rickert ataca á los que no


otorgan á la historia el carácter de ciencia en un sentido estricto.
Sin embargo, ya Aristóteles distinguió entre I -t.a'n'jiJ.Tj é íaxopíc, ciencia
é historia, la primera de las cuales tiene por objeto lo universal,
mientras que la historia se ocupa sólo en los hechos. Es más: el
mismo Rickert pone de relieve el carácter individualizador de la
historia; se necesita, pues, tomar en un sentido demasiado lato la pa-
labra «ciencia» para que dentro de ella encaje la historia. Bl autor,
además, embrolla la cuestión, porque si de una parte reconoce la
diferencia de los dos métodos característicos de la historia y de la
ciencia, en cambio denuncia sus simpatías por la filosofía de la his-
toria de Hegel, que es una construcción á priori.
En fin de cuentas, Rickert declara que el carácter científico de la
historia consiste en una combinación del método individualizador
con la apreciación de los hechos desde el punto de vista de los va-
lores. Mas ¿de dónde tomar la regla para esa apreciación? Nosotros
no conocemos otra que la metafísica. Y para comprender de una
manera más profunda el sentido de la historia, hay que echar mano
de la revelación, única que nos da á conocer el principio y el fin de
la historia y, sobre todo, la finalidad sobrenatm-al del género hu-
mano. Si se quiere, pues, hablar de una filosofía de la historia, no
cabe otra cosa que una consideración de las cosas humanas desde
el punto de vista más alto, por decirlo así divino, que nos ha sido
revelado en el cristianismo. Se dirá que esto no será filosofía, sino
teología. No discutimos las palabras. Nos basta con citar á San
Agustín y Bossuet como representantes de una filosofía de la histo-
ria en el sentido indicado.

En la disertación siguiente de Ch. Ch-oos sobre la filosofia de lo


bello, también se coloca en primer término el punto de vista metó-
dico. El mismo horror de la metafísica—que hemos encontrado en
los autores precedentes—impide asimismo á Groos dar una expli-
cación satisfactoria al problema de la esencia de lo bello y de las
verdaderas causas de la emoción estética, á pesar del esmero puesto
en las cuestiones de pormenor. La teoría de lo bello oscila entre dos
polos opuestos; se la explica por una motivación ó puramente empí-
rica y psicológica, ó exclusivamente abstracta é idealista. Distingue
el antor tres métodos de tratar los problemas estéticos: el metafísico,
el crítico y el psicológico. Actualmente, este último ha conseguido
la victoria; pero no deja de ser combatido con razones de peso por
los partidarios de la estética crítica.
Crónica. 867
A nuestro juicio, ni la crítica de Kant, ni el idealismo absoluto
de sus sucesores ni, en ñn, el psicologismo empírico, bastan como
fundamento científico de la estética. Así como el ser y el bien tienen
sus más profundas raíces en una realidad supramundana, en un Ser
supremo y en una Bondad infinita, también lo helio tiene su último
fundamento en una belleza infinita: la divina. Desde el punto de
vista ontológico, la concepción de lo bello se distingue de la del ser
por la doble relación á la inteligencia y á la voluntad, así como el
bien por la simple relación á esta última, porque una cosa es bella
—como dice Santo Tomás—cuando su visión agrada (pulchra sunt
quae visa placent).

El mismo punto de vista de los valores es también el que predo-


mina en la disertación de Windelband sobre la historia de la filoso-
fía; pero en ella se echa también de ver la misma falta de una nor-
ma objetiva para juzgar estos valores. Nosotros no conocemos otro
valor para nn sistema de filosofía que sa verdad absoluta. Sistemas
que estén en desacuerdo con los más sencillos y universales princi-
pios de la razón deben ser considerados como falsos sin más rodeos.
Por ejemplo: el sistema de Hegel debe ser rechazado sencillamente
porque niega el principio de contradicción, y el positivismo de
J. St. Mili debe serlo igualmente porque da un mentís absoluto á la
universalidad y necesidad del principio de causalidad. Verdad es
que este principio no quiere decir que todo ser tiene una causa,
pues antes por el contrario, el Ser supremo no puede tenerla; pero
este principio quiere decir que todo movimiento, toda alteración
debe tener absolutamente una causa. El empirismo de Mili reconoce
el hecho de una relación entre causa y efecto (nexus causalis), pero
niega su necesidad y, consiguientemente, destruye toda ciencia de
la naturaleza. Para él el nexus causalis no es más qne una sucesión
constante.
El valor de nn sistema filosófico no puede consistir en su harmo-
nía con el espíritu de la época, ni en su posición é influencia histó-
rica: esto equivaldría á reducir la ciencia filosófica á su historia y
profesar la teoría del relativismo de toda verdad. La ciencia y su
historia son cosas bien diferentes, y la relación de la historia de la
fllosofía con la filosofía misma no es uua relación esencial y consti-
tutiva: así lo comprendió Aristóteles asignando á la historia de la
filosofía un papel meramente preparatorio y dialéctico.

Para terminar, debemos consignar dos notas características de


la filosofía novísima en Alemania; una, la de colocar el método en
S68 Filosofia.
el primer término de toda especulación, acentuando su importancia
por encima de la de sus resultados; otra, la de confundir la ciencia
filosóñca con su historia. Ambas notas características tienen su
origen en el estado de insuficiencia de que adolece la filosofía en ge-
neral, dividida en dos corrientes opuestas, el apriorismo y el empi-
rismo, cuya conciliación no puede surgir ni surgirá, por ende,
mientras no se renuncie al principio subjetivo del pensamiento mo-
derno y no se vuelva á los principios objetivos de la filosofía aris-
totélica y escolástica.
MIGUEL GLOSSNER.
IIuniciL, Junio, 1906,
NOrnS BIBLIOQRrtFlCnS

ANTONIO HEBNÍNDEZ FAJAENÉS: Principios de Lógica fundamental. Un volumen


de ixii-694 páginas. Madrid. Librería general de Victoriano Suárez, calle
de Preciados, núm. 48, 1906. Precio, 12,50 pesetas.

Preguntaba yo á un cierto amigo mío, candidato entonces á profesor


oficial y hoy profesor efectivo de la asignatura de «Lógica fundamen­
tal», qué se quería expresar con el nuevo título inscrito en el último plan
de organización de las facultades, porque yo no conocía más que una
Lógica y no sabía que se hubiera inventado otra nueva. Y el tal amigo
me dio una explicación del mote, que si no es la verdadera es la más ve­
rosímil. Los ministros del ramo no suelen entender, generalmente ha­
blando, gran cosa en achaques de ciencia, y cuando se deciden á poner
sus manos pecadoras en la organización de los estudios, suelen valerse de
alguna «ninfa egeria» que les sopla al oído lo que deben hacer; y puede
suceder que la ninfa inspiradora sea persona entendida y más ó menos
competente en determinadas especialidades científicas, y enteramente
lega en otras; y esta última mala suerte es la que debe haber cabido á
los estudios filosóficos, á juzgar por el lastimoso estado de su organización
actual. Por lo que toca á nuestro caso sabíase, quizá sólo por referencias,
que Balmes había escrito una Filosofía fundamental: pues debía haber
también una «Lógica fundamental», aunque quien inventó el titulo no
tuviera quizá la menor idea de lo que con él quería expresar. Y sucedió
que los profesores encargados de explicar la asignatura se pusieron á
adivinar, porque el programa oficial prometido no llegaba, lo que que­
ría significar el nuevo título, y quot capita tot sententiae. Entendieron
unos que se trataba simplemente de una ampliación de la Lógica es­
tudiada en el Bachillerato; otros creyeron que, siendo la asignatura pre­
paración de varias facultades, deberla ser más bien una Lógica aplica­
da á las ciencias; para otros debía contener principalmente los funda­
mentos psicológico y ontológico del conocimiento humano; ó también el
análisis critico de nuestras facultades de conocer, etc., etc. De todo lo
cual resultaba que un alumno bien impuesto en la asignatura conforme
870 Filosofía.
al programa de una Universidad, quizá no pudiera dar mediana cuenta
de una sola lección conforme al programa de otra.
Hechas estas breves indicaciones, quizá no del todo oportunas á pro-
pósito de una nota bibliográfica, pasemos al asunto.
El libro que tratamos de examinar está destinado para servir de texto
de la asignatura de Lógica fundamental enla Universidad de Madrid, y
el criterio adoptado por su autor es, en nuestro sentir, el que mejor res-
ponde al titulo de la asignatura y á las preocupaciones de la filosofía
moderna, esencialmente crítica. No creemos que sea necesario descubrir
la personalidad científica del Sr. Hernández Eajarnés. Sus producciones
filosóficas anteriores son bien conocidas del público. Espíritu vigoroso y
convencido del valor del pensamiento tradicional, cree enla virtualidad
intrínseca de esta philosophia perennis para ceñirse á todos los tiempos
y lugares, de esta filosofia siempre vieja y siempre nueva, como expre-
sión que es de los principios inmutables y eternos de la razón y de la na-
turaleza; en ella se contiene la mejor solución, acorde siempre con el
buen sentido de la humanidad, acerca de los problemas de la naturaleza
y de la vida, y ella es por esto mismo el único sistema de ideas que, en
medio de este desarreglo anárquico de las inteligencias, provocado por
radicalismos negativos y escópticos del pensamiento moderno, puede re-
conciliar los espíritus con los dictados del buen sentido y conducirles á la
posesión de la verdad inmutable.
Pero el docto catedrático de la Central es hombre de su tiempo, cono-
ce el estado y las necesidades del pensamiento contemporáneo, los pro-
blemas que más agitan y preocupan hoy á los espíritus, y á atender á esta
necesidad y á resolver estos problemas orienta todas sus especulaciones.
Nova et velera es su lema; unir á los principios inquebrantables de la
tradición los progresos reales y verdaderos del pensamiento moderno. Y
este es el espíritu que informa de una manera especial su última obra
Principios de Lógica fundamental, que por su fondo y por su forma bien
pudiéramos decir es nueva y sin precedente en España.
El autor entiende que la Lógica fundamental debe presuponer el es-
tudio y asimilación de la ciencia del pensamiento, y hacer una selección
sistemática y ordenada de los problemas y cuestiones fundamentales del
conocimiento científlco; su objeto debe limitarse á «la crítica de los ver-
daderos elementos constitutivos de la ciencia», «al examen filosófico de
los fudaraentos del conocimiento, de la verdad y de la certeza». Porque
los problemas críticos son los que más preocupan á los pensadores de
nuestros dias, y casi pudiera decirse que en ellos se concentra hoy toda
la especulación filosófica. Kant es hoy el filósofo, el maestro por excelen-
cia, y su filosofía es esencialmente crítica. El problema del conocimiento
humano es la llave, por decirlo así, de todo sistema filosófico, y muy espe-
cialmente de los hoy dominantes; el positivismo, el idealismo, el neo-
criticismo, que con todas sus variantes se reparten hoy el imperio sobre
las inteligencias, tienen su base y su punto de partida en las diversas so-
Notas bibliográficas. 8h

luciones dadas al problema critico del couociuüeuto. De aquí la nece-


sidad de estudios bien dirigidos, sólidos y reflexivos acerca de cuestiones
cuya transcendencia se refleja, no sólo en ¡a cienc'a, sino también en
todos los órdenes de la vida hximaua. Por eso no podemos menos de aplau-
dir sinceramente al autor, por el criterio que le ba guiado en el trazado
del plan de la asignatura, y que ha desarrollado con grande acierto.
En el prólogo, además de las razones con que justifica este concepto
de la Lógica fundamental, consigna precedentes dentro de la tradición
escolástica que ¡e autorizan. «La novedad—dice—acaso existe sólo en el
nombre, porque la tradición escolástica, según los problemas de cada
tiempo, reservó siempre para la «Lógica mayor» las cuestiones más ar-
duas de la critica, naturaleza del conocimiento y la verdad, fundamento
ó motivo de la certeza, realidad objetiva de la idea La Filosofía fun-
damental del g r a n Balmes, por la parte más original y profunda de tan
magistral o b r a , hasta por sus motivos para escribirla, resulta una lógica
fundamental de C í p i n e n t e critica ¡> «El ilustre Mercier instituye, con
el nombre de Criteriología general y especial, un estudio fundamental
de las cuestiones criticas: «la teoría general de la ciencia cierta» y las
«aplicaciones de la teoría general de la certeza á nuestros distiatos cono-
cimientos». El mismo filósofo hace notar que esta dirección de los estu-
dios lógicos va prevaleciendo en Alemania é Inglaterra con nombre de
Epistemología como «estudio filosófico del saber ó de las condiciones de
la ciencia cierta»; concepto acorde, más por el objeto que por el nombre,
con lo que la tradición aristotélico-escolástica llama Analítica; e s t o es,
El análisis del conocimiento cierto ó de miestras facultades cognos-
citivas.'
Los XXIX capítulos de que consta el libro se hallan distribuidos eu
cinco grandes secciones, que corresponden á otras tantas cuestiones fun-
damentales de la Lf'gica: el conocimierdo, la verdad, la certeza, la cien-
cia y el método. No cabe en una nota bibliográfica entrar en porme-
nores sobre el modo como se hallan de^envieltas cada uua de estas cues-
tiones. Sólo diremos que la exposición doctrinal es ordenada, gradual y
bien conducida, subordinada siempre al aspecto critico de los problemas
que en ella se resuelven. Se comienza en todas ellas por las nociones ge-
nerales, psicológicas y lógicas, como base para el planteamiento de los
problemas críticos; discute las diversas solucioues dadas por la moderna
filosofía, y propone la solución verdadera. La exposición revela gran pe-
netración de análisis psicológico y critico y estudio madurado y profundo
de los problemas, conocimiento de su historia, y, sobre todo, de su impor-
tancia actual en el pensamiento moderno; impera en toda ella un criterio
sobrio y prudente, alejado por igual de radicalismos escépticos y de dog-
matismos exagerados, buscando siempre iuspiración en los principios de
la tradición y en los dictados del buen sentido.
No hemos de detenernos en las condiciones didácticas del libro. Su
criterio, respecto á los procedimientos de enseñanza filosófica, es digno
872 Filosofía.
de aplauso cuando dice: «Preferimos á toda labor de memoria, á la que
parezca más lucida repetición de un tema, cualquier asomo de un espí-
ritu filosófico, de una reflexión personal, del menor esfuerzo para darse
cuenta del significado de una doctrina ó del valor de sus pruebas. Es
necesario abandonar los empeños exclusivos de la memoria, fomentar el
maravilloso poder de la reflexión, dirigir acertadamente nuestra inteli-
gencia, educar los medios de conocer para la formación de una concien-
cia científica Estudiar Lógica es disciplinar el propio pensamiento y
uno de los medios más eficaces para educar la voluntad, disponiendo así
( al hombre para la ciencia y para la vida».~P. M.' AiiNÁiz.

selon Kant et selon Aristote. Un volu-


C. SENTBOUL: L'objet de la Métaphi/íique
men de 25 por 17, 240 páginas. Louvain, Institut supérieur de Philoso-
phie, 1905. Precio, 3,50 francos.

La lectura de las impugnaciones del kantismo en algunos manuales


de filosofia deja ver bien á las claras que sus autores ni siquiera se han
tomado la molestia de leer el primer capítulo de la Crítica de la razón
pura. Así vemos que le preseutan como defensor de un ebceptieismo tan
radical y exagerado, quo para el filósofo deKasnisberg la realidad sería
una creación exclusivamente fantástica, la moral ün conjunto de máxi-
mas t-dn inestables y caprichosas que cada cual puede determinárselas á
su antojo, y la metafísica un conjunto de ficciones sin conexión alguna
con la realidad. Y naturalmente, cuando á un filósofo se le atribuyen
tamañas exageraciones, el refutarlo y hasta ponerlo en ridículo ante el
sentido común es tarea sobradamente fácil.
No es éste el procedimiento seguido por C. S. en su examen compara-
tivo de las doctrinas de Kant y de Aristóteles sobre el objeto de la meta-
física. Guiado por ese espíritu do r.erena imparcialidad que Mgr. Mercier
ha sabido infiltrar en el cerebro de sus alumnos, no se presenta jamás
como polemista que, á trueque de salir victorioso en la contienda, abidta
sin cuidarse de la exactitud las deficiencias de la doctrina que discu-
te, sino que más bien se advierten los esfuerzos de su inteligencia por
aproximarse todo lo posible á las ideas del adversario á fin de verlas más
á fondo. De esta suerte, si bien os verdad que con la aproximación au-
mentan las coincidencias y por ello parece disminuir el interés de la dis-
cusión, sobre todo para los lectores apasionados por uno ú otro bando, en
cambio los ataques son más certeros y puede apreciarse mejor la verdad
y la importancia de las dos soluciones contradictorias.
De las dos partes eu que puede considerarse dividido el asunto de !a
Notas bibliográficas. éí¿

obra, la más interesante, y también la que el autor trata con más deteni-
miento, es la relativa á las ideas de Kant sobre el objeto de la meta-
física.
En un primer capítulo sobre el kantismo en general, aparte del obli-
gado resumen de las ideas objeto del debate, nos hace notar el distinto
significado que tienen en la filosofla kantiana los términos verdad, cien-
cia y metafísica. Precaución muy necesaria para los escolásticos, que,
como dice C. S., «tenemos el hábito de juzgar dogmáticamente, tanto por
predisposición natural ó por buen sentido, como por virtud de la filosofía
tomista, que no es otra cosa, después de todo, que un buen sentido appro-
fondi et codifié". Como si aludiera á los prejuicios que ciertos críticos
siiperficiales han propagado sobre las ideas de Kant, dice que éste es
dogmatista en Jas ciencias, renovador d é l a metafísica y dogmatista en
moral, aun cuando explica la certeza y el valor objetivo de la experien-
cia por otros caminos y procedimientos que la filosofla dogmática.
Con estas aclaraciones entra de lleno en el asunto, empezando por la
cuestión de la verdad. Esta envuelve dos problemas: la objetividad de
los juicios abstractos y la de los juicios del orden real, pues bien se com-
prende que la conocida fórmiila de la verdad adaequatio rei et intellectus
no tione el mismo sentido cuando sujeto y predicado son conceptos mera-
mente posibles, que cuando á uno de los términos, el sujeto, se le supone
con la existencia actual. Por eso en lo.s primeros no cabe discusión sobre
la realidad del sujeto, pero sí en los segundos. Ahora bien; ¿cómo es po.
sible establecer una relación de semejanza entre cosas tiin distintas como
la realidad y la idea? He aquí la antinomia de la verdad, «vista como
nadie por el autor de la famosa distinción entre el fenómeno y el noú-
meno». La ingeniosa manera de resolver esa antinomia de la verdad
constituye la parte más fundamental y característica del kantismo.
No seguiremos al autor en este largo examen del criticismo de Kant.
Bastará consignar aqui, para que el lector pueda vislumbrar la amplitud
y escrupulosidad del debate, que no se ha omitido antecedente alguno
que pueda contribuir al esclarecimiento y comprensión total de las doc-
trinas kantianas sobre el objeto de la metafísica. El concepto kantiano
de la realidad, sus relaciones con el idealismo y el subjetivismo, sus ca-
racteres, el concepto de la ciencia, las categorías, la elaboración del co-
nocimiento por medio de las categorías, los esquemas, la objetividad de
la ciencia, el idealismo transcendental son otras tantas cuestiones que
C. S. expone, enlazándolas habilísimamente y teniendo en cuenta el lu-
gar é importancia que á cada una corresponde en el pensamiento de su
autor y las exigencias del orden y de la claridad en la exposición. Este
análisis metódico y pormenorizado le permite ir señalando los puntos
que, á juicio suyo, merecen rectificación; notarlas coincidencias entre el
pensamiento de Kant y el de Aristóteles; precisar con exactitud las li-
neas divisorias sin incurrir en las extremosidades de esas criticas que se
llaman de síntesis, de conjunto, cuando en realidad son supeificiales,

CÜLTDKA 66
iU FUosofia.
apresuradas, porque la pretendida síntesis no es resultado de un análi-
sis detenido, tino de una riirada ligerlsiraa sobre la parte exterior y su-
perficial del siste'oa.
Conocida la opinión de Kant sobre la verdad, la realidad y la ciencia,
cuestiones que en toda filosofia son el nervio y la sustancia de la doctrina
metafísica, queda tan sólo por averiguar la manera especial con que
aquél pretendiera organizar sistemáticamente esa rama de la filotofia. A
este fin va enderazado el capitulo VI La métaphysique selon Kant. En él
se nos da cuenta del alcance de la reforma de la Metafísica proyectada
por Kant, de las relaciones entre ia critica y la metafísica, de las diferen-
cias que aquél señaló entre la metafísica y las ciencias, de la división en
metafísica especulativa y moral, su objetividad, etc.
El capitulo VII, final do la obra, está consagrado á la ciencia metafí-
sica, según Aristóteles. El plan, en lo concerniente á la distribución de
materias, es el mismo: la verdad, la ciencia, la realidad, la metafísica;
con sola una diferencia, que el autor, al comenzar su trabajo, ha expuesto
sus ideas sobre el concepto de verdad, y como éstas fundamentalmente
coinciden con el pensamiento filosóflio del Estagirita, sería repetición
innecesaria el volver tóbro dicbo asunto. Subrayo la palabra «fundamen-
talmente», porque las ideas sobre la verdad que Mgr. Mercier expuso eu
su Critéviologie, y que acepta C. S., ^i bien se adaptan al espíritu realis-
ta del arist'jtelismo, constituyen indudablemente algo más que una acla-
ración del pensamiento aristotélico.
La mayor concisión que se advierte en este segundo término de la
comparación (ol objeto de la metafísica, según Aristóteles), se explica
fácilmente, si tenemos en cuenta que eu 1O.Í capítulos anteriores, al dis-
cutir las doctrinas del kantismo, el autor se ha visto precisado á adelan-
tar gran parte de las ideas de Aristóteles.
Tal es, en síntesis, la labor de C. S. en su estudio comparativo de Kant
y Aristóteles sobre el objeto de la metafísica. Quizá alguna vez no apa-
rezcan bien delimitadas la t;ii ea del expositor y la del crítico, pero esta
circunstancia, que sobre ocurrir poquísimas veces, pues el Sr. C. S. expo- \
ne con grandísioia claridad, es inevitable en trabajos de esta índole, no j
es óbice á que coieideremos esta monografía como una de las críticas |
más serenas, más imparciales y objeti /as que se hau hecho del criticismo ¡
kantiano desde el campo de la esc lástica. Una prueba más de su deteni- ¡
do estudio de las obras de Kant y de Aristóteles, nos da el autor en el úl-1
timo número de la liev. Neo-Scliolastique (Mayo, 19Ü6), en el cual apare-;
ce nua amplísima y razonada contestación á las observaciones qne le ha i
dirigido el padre Re^ovit á propósito de la obra que acabamos de exa- \
minar.
A. G. I.
flNrtLISIS CiE REVISTAS

La Ciudad de Dios (20 de Mayo de 1906).—A. R . DE FRADA: La creación


del mundo según San Agustín. Expone los argumentos en que se apoya
San Agustín para afirmar que los dias mosaicos no pueden ser días na­
turales.
ídem (5 de Junio).—P. B. FERNÁNDEZ: Continúa la traducción de la
obra mística Excitatorium mentís ad Deum de T). Fr. Bernardo Oliver.
ídem (20 de Junio).- A. R . DE PRADA: La creación del mundo según
San Agustín. Expone las dificultades que para San Agustín ofrece la in­
terpretación de los dias mosaicos.
Razón y Fe (Mayo, 1906).—E. TJGARTB DE ERCILLA: Método psicológico
experimental. El autor estudia el valor de la observación interna para
el conocimiento de los fenómenos psíquicos, haciéndose cargo de las opi
niones de aquellos psicólogos contemporáneos que exageran tanto las di­
ficultades de la observación, que casi la declaran imposible.
ídem (Junio).—E. UGARTE DE ERCILLA: Método psicológico experi­
mental (continuación). Expono los distintos procedimientos de la obser­
vación, á saber: observación comparada, diferencial ó informaciones por
cuestionario. A la vez, indica los varios problemas que por esos medios se
han propuesto resolver los psicólogos. El autor revela en estos trabajos
una lectura abundantísima de la literatura psicológica contemporánea.

Revue de Philosophie (Mayo, 1906).—W. JAMES: Lepragmatisme. Las


creencias son reglas de la conducta, y la función del pensar se reduce á
producir hábitos de acción; por consiguiente, la importancia y significado
de una proposición filosófica dependen exclusivamente de la naturaleza
de las acciones que puede sugerir á quien la conoce. Tal es el principio
del pragmatismo que Peirze expuso en la Popular Science Monthly de
Enero de 1B78 y W . James ha tomado como asunto de la conferencia que
dio á los miembros de la Unión filosófica de la Universidad de California.
Con ella inaugura la Rev. de Phil. una serie de artículos sobre el prag­
matismo, dejando á los pragmatistas la exposición de sus doctrinas. En
ese discurso W . James analiza las consecuencias que derivan del prin­
cipio pragmatista ea lo que concierne á las discusiones entre materialis­
tas y deístas. Estas discusiones, que en su aspecto académico y teológico
«75 FUosofia.
son bastante triviales, adquieren un sentido trágico si se examinan sus
resultados para la vida real. «La noción de Dios—escribe W. J. aun
cuando sea ioferior en claridad á esos conceptos matemáticos tan co-
rrientes en la filosofía mecánica, tiene al menos la superioridad práctica
de asegurarnos para siempre un orden ideal. Un muudo, en el que existe
un Dios al cual pertenece la última palabra, podrá perecer por e! calor
ó por el frío; pero pensamos que Dios guarda siempre en él el viejo ideal
y que lo realizará; de tal suerte, que allí donde El está, la tragedia es
siempre provisional y fragmentaria, y el naufragio y la disolución no
son el fia último de las cosas. Eita necesidad de un orden moral eterno es
una de las más arraigadas eu nuestro corazón». También el debate entre
el monismo y el pluralismo adquiere una mayor claridad sometiéndole al
criterio práctico. En los filósofos ingleses Locke, Hume, Mili, Bain, et-
cétera, ve W. J. la tendencia á buscar el significa lo de los sistemas por
sus diferencias prácticas.—BARÓN CHÍVRLBS MOORRE: La dualité du mol
dans les sentiments. Propónese el autor hacer ver que la idea insepara-
ble de todo sentimiento es una oposición del yo á sí mismo. Para ello va
examinando separadamente los sentimientos más importantes do la vida
afectiva: ambición, orgullo, deseo de venganza, amor sexual y no sexual
y sentimiento estético. El a-nhicioso tiende á reemplazar el yo actual por
un yo mejor. El orgulloso, al compararse con otro á quien cree inferior,
experimenta placer; mas le seria imposible tal comparación si no se ima-
ginara que podría ser otro. Por un procedimiento análogo aparece esta
oposición del yo á sí mismo en el deseo de venganza y eu el amor. «La
emoción estética es producida por la contemplación de un objeto que nos
hace ver la imagen de nosotros mismos, tal cual quisiéramos ser, hacién-
donos olvidar la imagen do nosotros mismos, tal cual somos en realidad.»
Ídem (Junio).—E. BAUDIN: La philosophie de la Foi chez Newman. El
autor presenta las doctrinas de Newman sobre la creencia, la psicología
de la fe, la apologética y la toología. Es ua trabajo interesante y suges-
tivo.—J. GAUDAIR: L'étre diuin. El autor encuentra un poco exagera-
das algunas de las afirmaciones de Sertillauges en su articulo Ágnosti-
cisme, ou anthropomorphisme? (Véase núm. 2 de CULTURA ESPAÑOLA pá-
gina 569) y sostiene que los pasajes de Santo Tomás citados por Sertillau-
ges se pueden interpretar en favor de un cierto conocimiento más posi-
tivo, aunque analógico, del Ser Supremo.—BARÓN CHARLES MOURRB: La
dualité du moi dans les sentiments (suite). La idea de la oposición del yo
á sí mismo se da también en los sentimientos estéticos de la risa y de lo
cómico. Para demostrarlo hace ver el autor que «lo cómico es aquello
que nos ofrece un aspecto bruseo y poco habitual de nosotros mismos, sin
despertar otra clase de sentimientos». Para completar la investigación
analiza rápidamente otros sentimientos, como el sentimiento religioso,
el tedio, el miedo, etc. El autor revela conocer á fondo las modernas dis-
cusiones sobre la naturaleza de los fenómenos afectivos, y posee grandes
dotes de observador.
Análisis de revistas- 8T7
Revue Néo-Scolastique (Mayo, 1906).—C. PIAT: La vie future d'aprés
Platón. Con verdadera escrupulosidad resume lo.s argumentos de Platón
en pro de la inmortalidad del alma y sus ideas sobre las sanciones de la
vida f utura.—J. CBVOLANI: Á propos d'une regle sur la co?iversion des
jM^rémejife. Pretende el autor demostrar la falsedad de la regla de con-
versión do las proposiciones, según la cual una proposición afirmativa
puede convertirse simpliciter cuando hay equivalencia perfecta entre
el sujeto y el predicado. He aquí su razonamiento: puesto que los lógi-
cos consideran la conversión como un caso de deducción inmediata, la
proposición convertida habrá de deducirse de aquella cuya conversión
es. Ahora bien; una proposición de la forma Todo A es B no permite de-
ducir de sí misma otra proposición de la ferma Todo B es A; luego esta
segunda proposición no se obtiene de la primera por conversión, y, por
consiguiente, la ley es falsa.—A. MANSIÓN: L'induction chez Albert le
Grand. De esta investigación hittórica sobre el concepto déla inducción
en los grandes escolásticos del siglo x m (Alberto Magno, Santo Tomás y
Escoto), resulta la siguiente conclusión: En sus obras aparecen dos gene-
ros de inducción: la inducción por enumeración .y por abstracción, que
tienen como punto de partida los datos de los sentidos. Aun cuando la
distinción entre esos dos procedindentos inductivos es muy clara y muy
real, no la afirmaron expresamente eu ninguna parte. Finalmente, la
inducción científica que emplean las ciencias de observación nada tiene
que ver con la analizada por los escolásticos de la Edad Media.—S. D B - \
PLOiGií: Le conflit de la morale etde la sociologie (suice). Una exposición
amplísima del método que Durkheim recomienda para las investigacio-
nes sociológicas. El autor tiene en cuenta no sólo las Regles de la métho.
de sociologique, sino también otros escritos posteriores de Durkheim.

Revue Philosophique (Mayo, 1906).—A. N.WILLH: La sociologie abstraite


et ses divisions. Propónese señalar ul objeto de la sociología y sus di vi.
sienes. La sociologia es la ciencia que aspira á formular las leyes natu-
rales de las relaciones entre los hombres. Estas relacioaes, objeto de la
sociologia, pueden reducirse á seis grupos: 1." Colaboración, ó sea re-
unión de la actividad de muchos para un resultado común. 2." Cambio.
3.° Donación. 4." Despojo. 5." Autoridad (mandato y obediencia). Y 6."
Sistemas de signos y lenguaje. - T H . RIBOT: Qu'est ce qu'une passion? La
pasión diferenciase de la emoción por el predominio de un estado inte-
lectual (idea ó imagen), por su estabilidad y duración relativas. «La
emoción es un estado primario, la pasión es de formación secundaria y
más compleja. La emoción es obra de la naturaleza, el remltado inme?
diato de nuestra organización; la pasión es en parte natural, en parte
artificial, siendo la obra del pensamiento, de la reflexión aplicada á
nuestros instintos y nuestras tendencias. La emoción se opone á la pa-
sión, como en patología el estado agudo al estalo crónico». Las pasiones
proceden de causas externas: el medio exterior, la imitación y la su-
gestión; y de causas internas; constitución jisicológica dej individuo, su
878 Filosofía.
temperamento y su earActer. Los caracteres más importantes de la pa-
sión son tres: 1." La idea fija ó, al menos, predominante que desempeña
en los apasionados el mismo papel que la concepción ideal en el artista.
Esta idea fija puede ser sugerida por un objeto externo, como en el amor,
ó provocada por causas internas, por la transformación de una aspiración
confusa en una concepción clara, como en el ambicioso. «Toda pasión es
la especialización deinia tendencia atractiva ó repulsiva que seconcreta
en una idea y, por ende, adquiere conciencia plena de sí misma». 2.° El
segundo carácter es la duración ó estabilidad. Y 3." La intensidad. En su
totalidad puede considerarse la pasión como un agregado de fuerzas
convergentes: en el centro, una tendencia enérgicamente inclinada ha-
cia un fin fijo, arrastrando en su corriente percepciones, imágenes é idea--;
añadiendo á lo real el trabajo de la imaginación; sostenida, en fin, por
una lógica racional y extrarracional.—M. MAUXION: L'intelleciuali'ime
etlathéoriephysiologique des émotions.'El autor quiere aproximar las
dos teorías de la emoción, la intelectualista y la fisiológica, haciendo
notar las relaciones que las unen. La teoría intelectualista puede consi-
derarse como la expresión inmediata de los hechos; pero quizá esta ex-
plicación, añade, PS on cierto modo simbólica y de un valor provisional,
pues podria ocurrir que las fuerzas representativas fuesen como un sím-
bolo de fuerzas físicas, siendo la causa real del placer y del dolor, no la
.armonía ú oposición de las representaciones, sino el acuerdo ó desacuer-
do de movimientos, respecto de los cuales serían las representaciones
como el resultado y la expresióíi subjetiva. Por eso el placer y el dolor
pueden ser referidos indistintamente, y.?, á la armonía ú oposición de las
representaciones, ya ni acuerdo ó desacuerdo de los movimientos corre-
lativos.—PttOBST-BiRABEN: Contributioii du soufisme á l'éiude du mysti-
cisme universel. El autor llama la atención de los psicólogos sobro la im-
portancia del sufismo para un estudio del misticismo universal.
ídem (Junio).—G. COMPAYRÉ: La pédagogie de l'adolescence. Discu-
sión de la.3 doctrinas pedagógicas de Stanley Hall.—A. BINET: Les pre-
niiers mots de la thése idéaliste. Crítica interesante y muy aguda de los
arguuientos en que se apoya el idealismo para reducir el muudo exterior
á simples estados de conciencia. El autor se fija principalmente en el
libro de Strong: Why the Mind has a Body. A pesar de lo enmarañado
del asunto, Bi.nei; sabe presentarlo con tal sencillez y claridad, que aun
los profanos en metafísica pueden leerlo sin dificultad.—TH. RIBOT:
Comment les passions finissent. Aun cuando la desaparición de las pa-
siones obedece á causas múltiples, cree Ribot que pueden reducirse á
algunas formas principales. Estas son las siguientes: Una pasión se ex-
tingue: 1.°, por agotamiento ó hábito; 2.°, por transformación en otra;
3.°, por sustitución; por la locura, y 5.°, por la muerte ocasionada por
la pasión misma. En todas estas formas el elemento que puede servirnos
para apreciar las ñuctuaciones del estado pasional es la idea fija. Claro
es que la idea por si sola no es el resorte que mueve la pasión, sino le^
Análisis de revistas. 879

aguja indicadora; debe su vnlor significativo á ia tendencia que expre-


sa. E! autor estudia separadaraenfcn cada una de esas formas que presen-
ta la pasión al extinguirse, y como resultado de ese estudio da la siguien-
te conclusión: «La probabilidad de extinción de nn:^ pasión estíi on rHzón
directa de la cantidad de elementes emocionales y en razón inversa de
los elementos intelectuales que contiene en estado de sistematización».—
A. G. L
Revue de l'Orlent Chrétien (Abril, 1906).—E. M(1,NGI5NOT: L'oHginv. es-
pagnole du Filioque. Interesantísimo estudio en el cnal, á propósito de
la reciente obra de K. Künstle (Antipriscüliana, Friburgo, 190.5), se de-
muestra cómo la procesión del Espíritu Santo a Paire et Filio está for-
midada ya en una serie de documento:! españoles y antipriscilianos ante
riores á la Regida fidei de Pastor, obispo de G«licia, que hasta ahora se
había considerado como la más antigua confesión de este drgma. La más
notable de las conclusiones que se desprenden de esto trabajo es el ori-
gen español de todas las fórmulas de fe occidentales en que el dogma
está taxativamente expresado, y especialmente las atribuidas al Papa
San Dámaso (Fides Damasi) y á San kía,i\íiúo {Symbolum Quicumque).
Este último parece ser obra ue la escuela isidoriana, y debe ser fechado
entre los siglos iv y v.—M. A. P,

Rivista Filosofloa (Marzo-Abril, 1906).- G. CALÓ: L'Eticadi Georgia T.


Ladd. Tras una exposición cuidadosa do las opiniones rio Ladd sobre el
objeto y naturaleza de la ciencia moral, sus mótodns y el principio psi-
cológico en que se funda, el autor discuto brevemente alguno.s puntos de
vista de T. Ladd.—G. CHIABUA: La Psicología Matemática delV Herbart
e la Psicofisica moderna. Si el valor científico de la química es el análisis
cuantitativo de las substancias, y lo que da valor científico á la fisica es
la posibilidad de expresar en fórmulas mate nálicas Its relaciones eutre
los antecedentes y consiguientes, ¿podrá tambi a el psicólogo construir
una ciencia de los fenómenos psíquicos, empleando para sus investiga-
ciones esos métodos matemáticos? ¿Son susceptibles de medida los hechos
psíquicos? Tal es el problema que el autor plantea en este articulo. Como
preliminares parala solución, nos presenta un lápido bosquejo de los
trabajos de psicofisica y de las varias opiniones sobre la psicología y na-
turaleza del hecho psíquico. Chiabra concluye qne la experimentación
no puede llegar á una solución adecuada de los problemas más importan-
tes de la psicología. «Por grande que sea la confianza que nos inspire la
ciencia, aun cuando supongamos por un momento que la fisiología psi-
cológica ha progresado en tal forma que puede representar con precisión
matemática la velocidad, la dirección, la composición, la evolución de
los movimientos moleculares on cada volición, emoción y pensamiento
(de lo cual estamos todavía muy lejos), la serie fisiológica no serla otra
cosa que un sistema de signos análogos á los del lenguaje respecto de los
ideas; las palabras son meros signos del pensamiento, pero entre éste y
SSO Filosofía.

aquéllas no hay ecuación, y un discurso, una poesía, un libro, no se ex-


plicnn ciertamente por la combinación do palabras».—G. BONFIGLIOLI:
La gnoseologia di Tertulliano nei suoi rapporti colla filosofia antica.
Expuestas las ideas de Tertuliano sobre el conocimiento sensible y racio-
nal, examina el autor las relaciones que dichas ideas presentan con las
de Aristóteles, Platón, los estoicos, los epicúreos, etc. Por último, hace
notar la afinidad entre el empirismo So Tertuliano y el de Locke.—A.
FBRRO: Meccanismo e teleologia. E! mecanismo y la teleología son dos
concepciones cosmológicas que aparecen casi en los comienzos de la his-
toria de la fllosofia. El problema teleológico no es exclusivamente meta-
físico, sino que se plantea aun en el terreno de la ciencia y en virtud de
los datos más rigurosamente científicos. Para explicar de un modo satis-
factorio la coincidencia constante de los fenómenos, no basta señalar el
enlace de cada uno de ellos con su causa antecedente; hay que dar una
razón precisa de la coincidencia, y si la causalidad eficiente es una in-
terpretación de la sucesión, la finalidad es una interpretación de la cau-
salidad. El aspecto teleológico aparece con más claridad en la evolución
de los seres orgánicos, y no son motivos suficientes para negarlo, ni la
existencia de órganos rudimentarios, de apéndices orgánicos imitiles ó
nocivos al parecer, de monstruos, etc. De todas estas objeciones que los
mecanicistas presentan contra la hipótesis teleológica, se hace cargo el
articulista.

Jahrbuch für Philosophie und spekulative Théologie (XX, 4).—Du.M. GLOS-


SNER: Aiis Theologieund Philosophie. Crónica interesante sobre algunas
publicaciones de teología y filosofía. Entre las primeras figuran la Summa
theologica (vol. VI), de L Janssens y M. Deutingers Gottesléhre, del doctor
G. Sattel, y entre las segundas, el conocido Grundriss der Gesch. d. Phil.
(Patrist. und Scholast. Zeit), de Ueberweg-Heinze, y las traducciones al
alemán del Bhagavadgita y de la filosofía de Samkhya del indianista E.
Garbe.—P. REGINALD M . SCHULTES: Die Wirlcsamkeit der Sakramente.
Un análisis crítico de la obra del profesor de teología de Munich, doctor
Gottler. Der heilige Thomas von Aquin und die vortridentinischen Tho-
misten über die Wirkungen des Bussakramentes. En esta obra, el doctor
Gottler, expone la doctrina de Santo Tomás y de los teólogos tomistas
anteriores al Concilio de Trente, sobre la manera de causar la gracia el
Sacramento de la Penitencia. El ilustre dominico P . Schultes rectifica
algunas de las afirmaciones de Gottler.—DR. J. RÍES: Die Gottesléhre des
hl. Bemard. Es una exposición del concepto de Dios según San Bernardo
en su obra De consideratione.—PR. NORBERTUS DEL PRADO: De B. Vir-
ginis Marice sanctificatione. De sus comentarios á la q. 27, parte iii de la
Summa theologica, infiere la siguiente conclusión: «Secundum fidem ca-
tholicam dicendum est, quod sanctiflcatio B. Virginis fuerit post ejus ani-
mationem seu post Infusionem animae rationalis, posterioritate naturae
tantum, non autem posterioritate temporis, ac proinde in ipsomet primo
instanti ejusdem animfttionis», Demuéstrala el P . del Prado con ^rtvj^
Análisis de revistas- 881

copia de argumentos.—P. J . LEONISSA: Die mitidalterlicheii Kirchen-


lehrer und die unbefleckte Empfdngnis^ der Gotte.imutter. Los PP. Fran-
c i s c a D o s del Colegio de San Buenaventura de Quaracchi, para celebrar
el quincuagésimo aniversario de la definición dogmática de la Concep-
ción Inmaculada, han publicado los pasajes relativos á ese dogma, qué
ae encuentran en las obras de Guarra, Duns Scoto y Pedro de Oriol. El
autor aprovéchala circuntancia de dar cuenta de osa publicación para se-
ñalar las ideas de algunos escritores medievales sobre ese punto. — A. G. I.
N O T I C i n S

Durante este último curso (lbO5-1906) ha explicado en la Escuela de


estudios superiores del Ateneo de Madrid (Sección de Ciencias históricas)
el Sr. Bonilla Sau Martín sobre historia de la filosofía española. En el
curso anterior—primero de una s e r i e s o b r e tan iuteresante t e a i a —, el te-
ñor Bonilla, después de estudiar los principales documentos del pensa-
miento ibérico en los tiempos primitivos \ en las é p D c a s romana y goda,
comenzó la historia de la filosofía medieval (siglos vin-xii) por e l periodo
que denominó cristiano. El curso presente ha estado consagrado á l a filo-
sofía judaica y musxilmana.
El carácter de mera vulgarización de los autores clásicos sobre esta !
filosofía (Munck, Schemolders, Renán), que el Sr. Bonilla ha dado á sus I
lecciones, no le ha permitido otra cosa que esbozar las grandes lineas de \
los sistemas en los principales pensadores judíos (Avicebrón, Yehuda ;
Haleví, Maimóaides) y musulmanes (Avombacha ó Avempace, Abento-
fall, Averroes y Abenarabi), sin descender á pormenores y omitiendo
algunos filósofos de segunda fila que, como el murciano Abensabln, ofre-
cen grande interés por su infiujo en la cultura cristiana de Europa, ma-
gistralmente estudiado hace ya un cuarto de siglo por el eximio Mehren
en su Correspondance du plnlosoplie soufl Ibn Sabin Abd oul-Haqq, avec
l'empereurFrédéric Ilde fío?ie7Wíaw/en(Paris,imprimerie national,1880).
—La Bevue Pliilosophique de T. Ribot acaba de publicar su Troisicme
table genérale des matiéres correspondiente á los trabajos en ella insertos
desde el año 1896 al 1905. Este paciente y escrupuloso trabajo, debido á
J. Claviére, ofrece todo género de comodidades para el filósofo y el in-
vestigador. Mediante un ingenioso empleo de diferentes tipos de letra, á
la vez que con frecuentes referencias, es facilísimo encontrar rápida-
mente todo cuanto se ha escrito sobre un tema ó sobre un filósofo deter-
minado en la Bevue Pliilosophique; y claro es que, dada la importancia
y autoridad de la revista, esta investigación ahorra ya casi toda otra
búsqueda en cualquier otro repertorio, al menos en lo que atañe á la
psieologia, que es la principal disciplina hacia la que convergen los tra-
bajos publicados en la Revue Philosophique en estos últimos años.
Un repertorio más amplio, no sólo de artículos, sino de libros, pues
que se extiende á toda la filosofía y á las ciencias, es L'index philoso-
Noticias. 883

phique, publicación anual de la Revue de Philosophie, bajo la dirección


de N. Vaschide (París, Chevalier et Rivióre, rué Jacob, 30), y dei cual
van editados dos fasciculcs correspondientes á los años 1902 y 1903, que
contienen, además i'e los títulos de las obras, un breve análisis de las más
interesantes para la filosofía.
—A imitación de la acreditada biblioteca francesa Science et Religión
(Etudes pour le temps présent), acaba de organizarse en Zaragoza (San
Miguel, 12) un centro de publicaciones que se propone, entre otros fines,
dar á luz traducciones esmeradas de los más interesantes opúsculos de
aquella biblioteca, aparte de editar estudios originales de escritores es-
pañoles. Entre las obras que se anuncian son de notar: De la IJarre, Cei'-
tidumbres científicas y certidumbres filosóficas; Nadaillac, ¿Es la evolu-
ción una ley general de la vida.^; Bertraná, El ocidtismo antiguo y mo-
derno, etc.
—De la versión castellana de otra biblioteca francesa—Bibliothéque
de Philosophie scientifique—, dirigida por G. Le Bon, se ha encargado
la casa Gutenberg (I'iaza de Santa Ana, 13, Madrid), Las dos primeras
obras ya traducidas son: G. Le Bon, Psicología de la educación y A.
Dastre, La vida y la muerte. Entre las anunciadas para editarse próxi-
mamente, notamos algunas interesantes de Binet, Poincaré, Picard y Le
Dantec—M. A. P.
S U n n R I O bE REVISTOS i

Annales de Philosophie Chrétienne.—Marzo, 1906; F. BKUNETIBRB, Tra-


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gradation de l'énergie. — C. MARBCIIAL, La métaphysique sociale de La-
mennais. - F . MALLBT, Les controverses sur la méthode apologétique du
cardinal Dechamps. I I I .
Revue de Métaphysique et de IVIorale.—F. LACHBLIBR, La proposition et
le syllogisme.~G. BELOT, En quéfe d'une morale positive Cfinj.—MARIO
PIBRI, Sur la compatihilité des axiomesdel'arithmétique.—Discussions:
L . CoUTURAT, Pour la logislique. —Questions pratiques: C. BOUGLÉ, Note
sur les origines chrétiennes du solidarisme.
Archivfiir die Gesamte Psychologie.—Marzo, 1906: THBODORB LIPPS, Sur
les '¡setitiments d'app7'éciations^.—T)R. KURT GEISSLBR, Sentiment de la
personnalité, sensation, étre et conscience.—JACOB SEGAL, Contribution
á l'esthétique experiméntale. I. De l'agrément des simpiles formes spatia-
2es.—PROF. ZIELINSKI, Le rythme de la juróse romaine et ses fondements
psychologiques.
Archiv für Geschichte der Philosophie.—Bd. X I I . H . 3. LEVIS ROBIN.SON,
Untersuchungen über Spinozas Metaphysik.—W. A . HBIDBL, Qualitative
Change in Pre-Socratic Philosophy.—ARTHUR LOVE.TOJ, On Kanfs Re-
ply to Hume.
Archiv für Systematische Philosophie.-Bd. X I I . H . 1: KURT GEISSLBR,
Ueber Begriffe Definitionen u. mathematische Phantasie.—B. LEMCKB,
De Volúntate Metaphysische Axiome einer Empfindungslehre.—PROF.
H o F F M A N N , Exakte Darstellung aller Urtheile und Schlüsse.—EICHARD
SKALA, Bei ivelchen Thatsachen findet die wissenschaftliche Begründung
der Erscheinungen ihre Grenzen?—BERNHARD WITIES, Humes Theorie
der Leichtglaubigkeit der Menschen und Kritik dieser Theorie. —Eunñ-v
SCAWARZ, Ueber Phantasiegefühle.—JJOR-BÍIZ POHORILLBS, Die Metaphy-
sik des XX Jahrhunderts ais induktive Wissenschaft.—DR. JAMES LIND-
SAY, Two Forms of Monism.
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The Philosophical Review.—Marzo, 1906: PROF. JOHN DBWEY, Belief
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The Psychologlcal Review.—Mar.;o, 1906: M. W . CALKINS, A reconcilia-
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DOUÜALL, On Secondary Bias in Objective Judgements.—J. E . BOODIN,
Mijid as Instinct.

Libros recientes.

DR. S. JANKBLBVITCH. —íiTaíMT-e et Société. Un vol. in-ltí de 188 pp.


Alean, Paris, 1906.
PATILIN MALAPBRT.—Les éléments du caractére. Un vol. in-8° de
xvni + 286 pp., 28 édition. Alean, Paris, 1906.
886 Filosofía.
LÉON BEUNSOHVICG. —SpiMosa. Un voL in-8° de 235 pp., 2e édition.
Alean, Paris, 1906.
THÉODOEE DK RÉGNON.—ia Métaphysique des Causes d'aprés saint
Thomas et Albert le Grand. Un vol. in-S" de xviii + 286 pp., 2e édition.
Retaus, Paris, 1906.
JOSEPH TURMEL.—ffisíoire de la Théologie positive du coneile de
Trente au concite du Vatican. Un vol. in-8° de xvi + 635 pp. Beauches-
ne, Paris, 1906.
W . B . PiLLSBüRG.—L'aHeníion. Un vol. in-18 de 308 pp, O.Doin, Pa­
ris, 1906.
D E . A . MARIE.—I/a Démence. Un vol. in-18 de 492 pp. O. Doin, Pa­
ris, 1906,
NiccoLO MARINI.—II Divorzio al lume della ragione. Un vol. de xv
+ 120 pp. Eoma, 1906.
DR. ADELBERT DUEINGER.—Adiéteseles Philosophie vom Standpunkte
des modernen Rechts. Un vol. in-16 de 133 pp. Veit und Comp. Leip­
zig, 190(3.
G. AsLAN.—La Morale selon Guyau et ses rapports avec les concep-
tions actuelles de la morale scientifique. Un vol. in-16 de 136 pp. Alean,
Paris, 1906.
DR. J . GRASSET.—Les voies de la sensibilité dans la moeUe de l'homme.
Un folleto de 30 pp. Montpellier, 1906.
G. H. LuQUBT.—Idees genérales de Psychologie. Un vol. in-8° de 288
pp. Alean, Paris, 1906.
JULES DE GAULTIER.—Les Raisons de l'Idéálisme. Un vol. in-16 de
258 pp. Mercure de France, Paris, 1906.
HENRI LBNGRAND.—iSpicM?-e et VEpicurisme. Un vol. in-12 de 72 pp.,
de la colección Science et Religión. Bloud, Paris, 1906.
BOSSUET.—Pensées chrétiennes et morales, avec une introduction et
des notes par V. Giraud. ü n vol. in-12 de 72 pp. Bloud, Paris, 1906.
F. DE LAMENXAIS.—í'ssaí d'un systéme de philosophie catholique,
avec une introduction et des notes par C. Maréchal. Un vol. in-16 de
xxxviii 432 pp. Bloud, Paris, 1906.
ALFRED BINET. — Les révélations de l'Ecriture d'aprés un controle
scientifique. Un vol. in-8° de v m + 260 pp. Alean, Paris, 1906.
C. 'Wii.i.-Eus.—Institutiones Philosophicce. Vol. I . Un vol. in-S" de
570 pp. Tréveris, 19:6.
C.TE DoMET DE yonGiES.—Abrégé de métaphysique. Etude liistorique
et critique des doctrines de la métaphysique scolastique. Dos vol. in-8°
de 260 pp. Lethielleux, Paris, 1906.
CHAELBS BOUCAUD.—Qíi'esí-ce que le droit natureW Un vol. in-12 de
62 pp. Bloud, Paris, 1906.
ANDRÉ GODFERNAUX.—-Le Sentiment et la Pensée et leurs principaux
aspeéis physiologiques, 2e édit. revue et corrigée. Un vol. in-18 de x i i
-t- 219 pp. Alean, Paris, 1906.
Libros recientes. 887

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6» pp. Túnez, 19ü6, 2e édit.
HERMMANN GRAF KEYSBRLING.—Z>as Gefüge der Welt. ü n vol. in-8°
de 383 pp. Bruckinaun, Munich, 1906.
GIOVANNI P A I ' I N I . — I Í Crepúsculo dei Filosofi. Un vol. in-16 de x
+ 293 pp. Librería editrice Lombarda, Milán, 1906.
ISAAC HUSIK. —Judah Messer Leon's commentary on tiie Vetus Lógi­
ca, ü n folleto de 118 pp. Late E. J. Brill. Leyden, 1906.
VARIA

«ULTUKA '^^
Los partidos políticos en Bélgica.

El modelo belga.

L a actualidad, cuya tirania se extiende también á las Re-


vistas imponiendo otros asuntos, impidió que el tema del pre-
sente articulo se t r a t a r a en alguno de los dos primeros núme-
ros de C U L T U R A E S P A Ñ O L A , é inaugurase copio debiera la serie
de estudios de anatomía de la Historia politica contemporánea,
á que se consagra esta Sección. Bélgica, donde todo es intenso,
ofrece como ningún otro país del mundo y en las más diversas •
ramas de la actividad, desde la política hasta la jardiuería;
ejemplares de Museo, modelos cuya eficacia no malogró, ni
desacreditó siquiera, el abuso constante que de ellos hizo la
pedantería universal.
Desde la Revolución de 1830 hasta los últimos años del si-
glo XIX, la historia de Bélgica es la menos compleja de Euro-
pa, y todavía en la época actual la crisis hondísima que afli-
ge al mundo civilizado parece menos grave, menos dañina
en aquella simpática nación que en todas las demás.
P a r a fundar su unidad nacional no tropezó Bélgica con las
dificultades que entorpecieron la reconstitución de Itirlia, y no
obstante las diferencias de r a z a , de mentalidad y de idioma'
que separan á flamencos y valones, la epidemia particularista,
J92 Varía.
que por ser general atacó también á los belgas, no tiene alli la
virulencia de la que causó el divorcio sueco-noruego, de la que
aniquila al Imperio austro-húngaro, de la que encona las he-
ridas del Imperio ruso, de la que complica las cuestiones po- j
liticas en los Balkanes y a c a b a de provocar un conflicto greco- i
rumano; no puede tampoco preocupar á los gobernantes, como i
preocupa al Gobierno de Londres la cuestión ixdandesa ó al de i
Berlin la polaca y la de Alsacia y Lorena, ni siquiera alean- i
za las proporciones de nuestro problema catalán, notoriamen- I
te más artificial que el flamingante.
L a neutralidad en los conflictos internacionales, precioso i
don depositado por las potencias en la cuna del reino belga, i
eximió á éste por largo tiempo de las inquietudes y de los i
gastos enormes que causara á los demás países el temor cons- j
tante de posibles complicaciones exteriores, y sólo cuando
el desbordamiento de ambiciones imperialistas multiplicó los
peligros de la total indefensión, es decir, en época muy próxi-
ma, tuvQ Bélgica que pensar seriamente en proteger su neu-
tralidad con fortalezas, cañones y fusiles. \
Tampoco hasta fecha reciente complicaba la política bel- |
g a preocupación colonial n i n g u n a , y aunque la primitiva
unión personal con el Estado libre de Congo evoluciona, mer-
ced á la política expansionista de Leopoldo II, hacia la unión i
real, al cabo p e r d u r a el nombre, y esta ficción alivia á Bélgica
de no pocas responsabilidades, que sólo pesan sobre las verda-
deras Metrópolis. ¡
L a s cuestiones dinásticas ó de régimen que ensangrenta- ¡
ron la tierra española, la portuguesa y la francesa, no se h a n |
conocido en Bélgica, porque la casa de Sajonia-Coburgo, ins- j
t a u r a d a después de una revolución por 152 votos contra 4 4 , ;
supo afirmarse, mientras que á unos cuantos cientos de kilo- ¡
metros de distancia los parisienses l e v a n t a b a n y d e r r i b a b a n ]
Monarquías, Repúblicas é Imperios, y sólo cuando los socia-1
listas llegaron á las C á m a r a s se oyeron en ellas voces hostiles]
á la institución r e a l . ]
L a Deuda pública histórica, censo que g r a v a el caudal de j
gloria heredado y del que sólo suelen librarse las naciones ad- j
Los partidos poUticos en Bélgica. 893 '

venedizas, quedó reducida en Bélgica á cinco millones de flori-


nes (diez millones y medio de francos) por el Tratado firmado
con Holanda, en Londres, el 19 de Abril de 1839.
El librecambio, aceptado desde el comienzo por todos, y
hasta hace pocos años no combatido por nadie, es la norma
del régimen económico en Bélgica, donde no se conocieron las
discusiones á que la implantación de ese régimen dio lugar en
otros paises.
De manera que una nación de suelo fértilísimo, rico en
minerales, de excelente situación geográfica y cuyos poblado-
res poseen aptitudes mecánicas é industriales por todos procla-
madas, h a liquidado con una historia tan larga y tan glo-
riosa como la de cualquier otro país europeo, merced á unos
cuantos millones de francos, y ha entrado en la era de los
grandes progresos, libre del bagaje militar y colonial que
abruma con su pesadumbre á casi todos los restantes pueblos
de Europa, y exenta también de los más difíciles problemas
interiores de la politica universal.
Por eso la formación de los partidos, la historia de su evo-
lución, la del desenvolvimiento y transformaciones de sus pro-
g r a m a s , ofrece en Bélgica un interés mayor que en ningún
otro pais; el modelo belga es el esquema, la fórmula más sen-
cilla que sólo alli es posible estudiar.
A la política en especial puede aplicarse lo que de la His-
toria en general dice el maestro Ferrero: las leyes políticas
son como las históricas, escasas, sencillas y conocidas; pero
los más pequeños incidentes retrasan ó adelantan su cumpli-
miento y alteran el curso del proceso histórico ó político aun
cuando su término sea indefectible y fácilmente pronostica-
ble. Así, por ejemplo, la instauración del régimen constitucio-
nal condujo en todos los países de Europa á la formación de
dos grandes partidos, de progreso el uno, de resistencia el otro;
el primero logró triunfar más ó menos pronto en todas partes
y realizó en lo posible su programa; después se cerró la era de
los principios y comenzó la de las luchas sociales entre socia-
listas y burgueses, antimilitaz'istas y nacionalistas, librepen-
sadores y cristianos. Pero si la identidad de causa produjo al
89£ Varia.

fin los mismos efectos en todas las naciones, la historia de cada


una de ellas es distinta, porque el temperamento de un rey, el
de un estadista, una guerra exterior, un conflicto económico,
hasta un motín callejero han podido torcer el curso de los
acontecimientos, como bastan á veces unas cuantas ramas se-
cas p a r a desviar el cauce de un río.
En Bélgica, las etapas del proceso común son más claras
y la evolución más perfecta, porque es á un mismo tiempo
más sencilla y más completa, y puesto que las recientes elec-
ciones legislativas dan además actualidad al tema, estudiare-
mos hoy el sencillo modelo .belga p a r a facilitar el análisis su-
cesivo del estado político de las demás naciones europeas.

II

La constitución la nacionalidad.

Bélgica nació, como Noruega, con una constitución que


sintetizaba el pensamiento común á todos sus hijos, y no h a
• padecido las largas luchas del período constituyente; pero
tuvo en cambio que consagrar los primeros años de su exis-
tencia á la formación de su nacionalidad dentro de los límites
que la Diplomacia y no la Historia la señalaran.
Fué preciso lograr que los flemáticos y tenaces flamencos, á
quienes sólo la religión y una mayor docilidad al yugo extran-
jero distinguían en lo antiguo de sus -hermanos los holande-
ses, r a z a poco expansiva, apegada á la tierra en que viven y
nada sintética como acaban de demostrarlo en el África del
Sur, se fundiesen con los valones del campo, hombres pesados
de cuerpo y de espíritu, tradicionalmente inquietos y batalla-
dores, porque hartos de luchar en su pafs con los obispos, sus
señores feudales, con los emperadores de Alemania y los re-
yes de Francia, corrían á alistarse como mercenarios donde
quiera que se anunciaba guerra segura y botín probable, de-
jando en todas partes la fama que recuerda aún á los españo-
Los partidos políticos en Bélgica. 895

les el corriente dicho andaluz de «eres más torpe que un


guardia valón».
Los valones de las grandes ciudades, franceses por educa-
ción y por temperamento, franceses muchos de ellos p o r - l a
sangre, á consecuencia de los frecuentísimos cruces de la
época napoleónica, fueron, g r a c i a s á su flexibilidad latina, el
maravilloso fundente que realizó el milagro de constituir una
sólida nacionalidad con elementos t a n heterogéneos. Quizá
les auxiliara en su tarea la exageración de ese mismo espíritu
particularista notorio en Flandes, y tan arraigado en el país
valón que, como dice Wilmotte, en la época de Luis XIV y
de Luis X V , ciíando el espíritu francés invadía Europa y en
España é Italia, como en Prusia y en Rusia, se imitaban los
modelos franceses, conservó su n a d a estético dialecto, usán-
dole en el lenguaje familiar y en las producciones literarias.
Pero no por eso es menos grande la obra realizada, y aque-
llos estadistas obscuros, de quienes no se a c u e r d a apenas la
Historia, que se llamaron Mülenare, Groblet y De Theux, son
t a n dignos de figurar en sus páginas como los que completa-
ron después la labor que ellos iniciaran.
Una prudente transacción entre las exageraciones centra-
listas, sedimento de la dominación francesa, y el particula-
rismo foral respetado por los españoles y austríacos, resol-
vió felizmente el problema de la organización administrativa.
Mientras Leopoldo I, alemán de nacimiento, yerno de Luis
Felipe y emparentado con la casa real inglesa, dirigía perso-
nal y habilísimamente la política exterior, conservando p a r a
su n u e v a p a t r i a la amistad de todas las potencias en las m á s
difíciles circunstancias, los belgas trabajadores y pacientes
introducían en su país los inventos modernos y lograban do-
minar la gravísima crisis económica que siguió inmedia-
tamente á su separación del reino de los Países Bajos. Sólo
cuando la p a t r i a estuvo h e c h a , la fuerza de la realidad
rompió el pacto que habia hasta entonces, no sólo permitido,
sino impuesto la formación de Gobiernos mixtos, eu los cua-
les tenían igual representación las derechas y las izquierdas.
D u r a n t e los últimos años de la fugaz y nunca consolidada
896 Varia.

dominación holandesa, la política de la unión contra el Go-


bierno opresor habia borrado las tradiccionales diferencias
entre liberales y católicos, y mientras los segundos transigían
con la libertad de imprenta, los liberales se asociaban á sus
adversarios p a r a reclamar contra la libertad de cultos y con-
t r a la intervención del Estado en la enseñanza. L a unión es
en los primeros años tan sincera, que la Constitución belga
consagra, con el asentimiento de las izquierdas, el principio de
la Iglesia libre en el Estado libre, merced al cual la Iglesia
católica goza en Bélgica idénticos privilegios que en las na-
ciones concordadas, sin que el poder civil t e n g a alli los dere-
chos que un Concordato le confiere, y no son los liberales, sino
un católico eminente, el vizconde de Vilain, quien protesta
contra la frase del Código fundamental, que niega los benefi-
cios de la libertad de imprenta á los «escritos que puedan herir
los derechos de la sociedad».
Este régimen no podía ser duradero. L a vida consiste p r e -
cisamente en la lucha constante, y la política, que es una de
las manifestaciones m á s nobles de la vida, resulta infecunda
y degenera á la l a r g a en un oficio de charlatanes y de vivi-
dores, cuando el choque de ideas, de sentimientos ó de intere-
ses contrapuestos no determina el triunfo m á s ó menos rápido,
pero indefectible, de la Verdad, del Bien y de la Justicia. Bél-
gica misma, fué a g i t a d a d u r a n t e aquella época en que preocu-
paciones más altas acallaron la voz de las diferencias doctri-
nales, por las discusiones que promovían los verdes impetuo-
sos, partidarios de r e t e n e r el Luxemburgo contra la decisión
de las potencias aun á riesgo de una g u e r r a , y los sensatos
maduros, enemigos de t a n peligrosa a v e n t u r a .
Los historiadores de la derecha atribuyen invariablemente
á los liberales la ruptura del pacto sellado con la Constitución
de la naciente Monarquía, porque no otra cosa fué, según
ellos, la fundación en 1841, por el G r a n Oriente de la Masone-
ría, Defacqz, de la Alianza liberal, germen del futuro partido
del mismo nombre. Los historiadores de la izquierda culpan á
los católicos,.que no contentos con h a b e r logrado la exención
del servicio militar p a r a los seminaristas y novicios, organiza-
Los partidos politicos en Bélgica- 897

ron, dicen, la enseñanza nacional con el criterio particular


de su escuela, la ley de 1842 (aprobada por cierto con sólo tres
votos en contra), que hacia obligatoria la enseñanza religiosa
en las escuelas y la encomendaba á la Iglesia, bajo la mera
inspección del Estado.
Ni los unos ni los otros son justos. L a unión de liberales y
católicos habia cumplido y a en 1846 su nobilísimo objeto; la
nacionalidad belga reposaba sobre bases tan firmes, que pudo
luego resistir incólume el general sacudimiento de 1848; por
eso al i'omperse el pacto, redentor antaño, repugnado ahora
por las conciencias, cumplióse sin culpa de nadie esa ley
de la Biología universal, que condena á muerte al órgano
cuando realiza toda su función y dispone la creación de órga-
nos nuevos p a r a nuevas funciones.

in
Lá etapa liberal.

En Marzo de 1846, Leopoldo I, harto de las disidencias sin


cuento que la crisis doctrinal de la época, producía entre los
liberales, forma un Ministerio católico homogéneo, presidido
por De Theux; y la Asociación liberal, fundada el 41, respon-
de convocando á todos sus afiliados p a r a fijar en un Congreso
los términos de un programa. Entonces comienza la lucha, que
había de durar más de medio siglo, entre el partido católico
conservador y el partido liberal reformista, que después de
haber transigido á duras penas sus diferencias, pide: la rebaja
de las condiciones p a r a ser incluido en el censo electoral al
mínimum constitucional de 20 florines, pagados en concepto
de contribución directa; el aumento del número de represen-
tantes, de modo que cada 40.000 almas tengan un diputado y
cada 80.000 un senador; la independencia efectiva del poder
civil respecto de la Iglesia católica; la organización de una
enseñanza oficial, que deje en libertad á sus alumnos p a r a re-
898 Varía.
cibir ó no instrucción religiosa y disponga de medios legales
de defensa contra la concurrencia privada, y por último, las
mejoras que la situación de la clase obrera reclama imperio-
samente.
Luis Felipe, adivinando la proximidad de la crisis en que
perdió su trono, aconseja á su yerno Leopoldo que disuel-
v a la Asociación liberal; pero el gran instinto político del rey
de los belgas le permite desoír el consejo, y le inspira felizmen-
te cuando, al ver triunfante el nuevo programa en las eleccio-
nes de Agosto de 1847, encarga á Carlos Rogier la formación
de un Gabinete liberal. De este modo las ideas liberales, que
en el resto de Europa, depués de conquistar el cuerpo electo-
ral, tuvieron que vencer, aun en la propia Inglaterra, resisten-
cias cortesanas ó puramente personales de los monarcas, ad-
quirieron instantáneamente en Bélgica carácter legal, y la sa-
bia resolución del rey libró á su patria de ese período baldío
más ó menos largo, pero siempre funesto, que transcurre in-
evitablemente entre el instante en que el poder moderador,
irresponsable, pero no infalible, comete una quivocacióii ó una
torpeza, y aquel en que de grado ó por fuerza la r e p a r a .
Otra vez confirma aqui la Historia la tesis de que en po-
lítica, por ley providencial, la función desarrolla el órgano.
El partido liberal, acéfalo hasta entonces, tuvo en Carlos Ro-
gier primero, y en Frére-Orban después, el leader que las cir-
cunstancias demandaban. Y empleo deliberadamente la pala-
bra inglesa, porque más comprensiva que la española de jefe,
atribuye á quien la merece, no sólo la cualidad útilísima de es-
tratega político, sino también l a ñ o menos necesaria, pero mu-
cho más r a r a , de conductor de almas.
En una época de cristalización de las ideas, cuando el cuer-
po electoral no se daba aún exacta cuenta del contenido de
las fórmulas del nuevo Derecho público, amándolas sólo por-
que halagaban la innata esperanza de vivir en un mundo me-
jor (que la credulidad de los hombres de aquel tiempo llegó á
soñar perfecto), un oportunista como Rogier debía estar al
frente de su pueblo. Pero cuando triunfó el dogmatismo,
cuando se levantaron barricadas, se expuso la vida y se re-
Los partidos poUticos en Bélgica. S99

garon las ciudades y los campos con sangre.de hermanos por


defender un principio abstracto, sólo fué capaz de inspirar á
las masas confianza bastante p a r a dirigirlas, un doctrinario
inñexible como Frére-Orban, frió por temperamento ó por cál-
culo, capaz de armonizar, á fuer de buen discípulo de Bastiat,
la concepción más egoísta del individualismo económico con la
más centralizadora del intervencionismo político.
E l oportunismo de Rogier se mantiene y a p a r e c e durante
toda su vida pública. Hijo de m a d r e francesa y de padre bel-
ga, muerto en Rusia sirviendo la causa del Imperio, francés
por temperamento y republicano en política, supo Rogier ser-
vir lealmente á un monarca alemán. E r a Rogier liberal con-
vencido, como lo demostró cuando al discutirse la ley de 12 de
Marzo de 1848, que permitía la inclusión en el censo de cuan-
tos pagasen 20 florines (42 francos 23 céntimos) por impuestos
directos, se manifestó propicio á conceder el voto á cuantos
supiesen leer y escribir, mientras F r é r e - O r b a n , más joven
y menos responsable que él, exclamaba censurando la rebaja:
«Por ese precio tendréis servidores, pero no electores indepen-
dientes». Sin embargo, temeroso de que la obra de reconstitu-
ción nacional no fuese todavía bíistante sólida, acalla Rogier
sus instintos liberales p a r a destruir los últimos vestigios de la
autonomía municipal, porque si bien renuncia al exorbitante
derecho de nombrar alcalde á quien no pertenece al Concejo,
mantiene la institución de los alcaldes de Real orden, restituye
al Poder ejecutivo la facultad de elegir y revocíir los secreta-
rios de Ayuntamiento, órganos de lo que en España llamaría-
mos (y llamamos por desgracia) el caciquismo del Poder cen-
t r a l , y lleva las urnas á las poblaciones importantes sacándo-
las de los pueblos, p a r a influir más fácil ó menos escandalosa-
mente sobre el cuerpo electoral. La misma supresión del im-
puesto de Consumos^ que se inició y a en 1834, aun cuando no
pe r e a l i z a r a hasta 1860, y que bajo la dirección de Rogier llevó
á cabo Frére-Orban, más aún que á las imperfecciones cien-
tíficas y fiscales del tributo, se debe á la política centralizado-
r a , que p r i v a b a asi á las organizaciones locales del poderoso
instrumento de una hacienda autónoma.
900 Varia.

E l año 34, cuando no era aún más que ministro, provoca


Rogier una crisis p a r a no compartir la responsabilidad de los
planes de su colega el ministro de la G-uerra; presidente y a ,
transige con el militarismo, que Leopoldo I, educado á la ale-
m a n a , defiende con el tesón de un convencido, y en 1847,
como en 1850, se espone á dividir su partido, manteniendo
frente á los m á s avanzados de sus correligionarios la necesi-
dad de sostener un ejército «capaz de afrontar cualquiera con-
tingencia» .
Anticlerical como todos los liberales belgas, Rogier, p a r a
quien «los sacerdotes, aun cuando sean honrados, no pueden
«resultar útiles, á menos que se cambie su mentalidad, se limi-
»te su número y se reduzca su inñuencia al terreno espiritual,
> obligándoles á condenar sólo aquello que la conciencia uni-
» versal reprueba», respeta, sin e m b a r g o , el régimen clerical de
. la enseñanza p r i m a r i a instaurado por la ley del 42; llega,
cuando organiza la enseñanza universitaria en la ley de 4 Ju-
lio de 1849, h a s t a á otorgar á las F a c u l t a d e s libres de Lovai-
n a y de Bruselas, católica la u n a , liberal la otra, el derecho
de designar, á medias con el Estado, los miembros del Tribunal
oficial de exámenes; y si en la ley de 1850 niega a l clero ca-
tólico en lá segunda enseñanza la intervención que en la pri-
m e r a tenía, tolera, en 1854, que un Ministerio de su p a r -
tido, el Gabinete liberal moderado de De Brouckére, conce-
da fuerza legal al Reglamento de Amberes, según el cual, si la
m a y o r í a de los alumnos de un establecimiento de segunda en-
s e ñ a n z a desea recibir instrucción religiosa, se r e s e r v a r á a l
clero un puesto en el Consejo escolar, y se le otorgará el de-
recho de oponer su veto á los libros de texto y á los profesores
que juzgue peligrosos p a r a la educación religiosa de los
alumnos.
L a ñexibilidad intelectual de Rogier preservóle del anti-
intervencionismo, defecto común á casi todos los estadistas li-
berales de la época, defensores de los intereses de la burgue-
sía, educados en el más puro ambiente individualista, incapa-
ces de comprender, mucho menos de servir, la altísima misión
social del Estado moderno. El 29 de Junio de 1849, al presen-
Los partidos politicos en Bélgica. 901

t a r el proyecto de ley que instituía una Caja general de segu-


ros sobre la vida, p a r a aliviar la situación de los obreros de
Lieja y de los mineros del Henao, exclamaba Rogier: «El
Estado moderno tiene el deber de a n u d a r vínculos con todas
las clases sociales, singularmente con las desheredadas, con
las que sufren, p a r a proporcionarles el bienestar, la moraü-
dad, el alivio de sus males». Estas frases, que la historia de su
vida politica no desmiente, no las arraneó tampoco la pasa-
jera influencia de la crisis del 48, porque la ley de 16 de Mar-
zo de 1865, que crea, bajo la g a r a n t í a del Estado, la Caja ge-
neral de ahorros y de retiros, y la ley de 31 de Mayo de 1866,
que deroga las cláusulas penales represivas de las coligacio-
nes y huelgas, atestiguan la constante preocupación de Ro-
gier por las cuestiones sociales. L a ley de 28 de Marzo de
1868, organizando las Cajas de previsión p a r a los obreros mi-
neros, aunque votada en tiempo de Frére-Orban, se debe tam-
bién á una iniciativa de Rogier.
No fué ni la ambición, ni mucho menos la sordidez, quien
inspiró al g r a n estadista sus inconsecuencias, sino la convic-
*ción flrme de que el arte de gobernar es muy superior á la
ciencia de la política, y mucho más útil; la idea de que p a r a
los pueblos es más dañino el doctrínarísmo obcecado, que la
inconsecuencia de los gobernantes. Por eso aquel célibe que
había consagrado su vida entera á los negocios públicos,
aquel anciano robusto á quien quedaban aún más de quince
años de existencia, abandona p a r a siempre el Poder, en los.
p i m e r o s días de 1868, porque su colega y sucesor P r é r e -
C rban, se obstina en aprovechar el silencio de la ley del 42
a c e r c a de las escuelas de adultos, p a r a aplicarles el régimen
de la neutralidad escolar y no el de la instrucción rehgiosa
obligatoria, establecido en aquella disposición entonces vi-
gente.
Nunca como en esta contienda se hicieron patentes las hon-
das diferencias que s e p a r a b a n , no y a á los dos grandes pensa-
dores belgas, sino á las dos concepciones del liberalismo que
sucesivamente conoció Europa entera. Rogier, apenas deísta
en religión, cae defendiendo el principio de la instrucción reli-;
902 Varía-

giosa, porque adivina (y el tiempo vino á darle la razón) cuan


peligroso puede ser para su partido herir, contrariándole, uno
de los más arraigados sentimientos nacionales. Frere-Orban,
que considera ^una desgracia pública la expansión del positi-
vismo fuera de las altas esferas filosóficas y su ingerencia en
la instrucción del pueblo, porque priva á los desgraciados de
su última esperanza», será durante toda su vida pública un
anticlerical y un antirreligioso, porque su doctrinarismo le
obligará siempre á sacrificar sus sentimientos personales en
aras de los principios de su partido.
La característica del liberalismo de Frére-Orban y de sus
similares europeos, consiste precisamente en prescindir de la
realidad, del estado social y de conciencia de un pueblo, de
las conveniencias de partido y de gobierno, para plantear (en
cualquiera de sus múltiples formas, ó en todas á la vez) la
cuestión religiosa, única razón de existir invocada, aún hoy,
por no pocos partidos liberales en Europa. Pero como el pro-
blema suele ser artificial, como la reforma no puede imponerse
por la fuerza (sierapi'e incontrastable á la larga) de una verda-
dera opinión nacional, porque sólo la demandan, aparte los
políticos profesionales, los órganos de la gran prensa, general-
mente avanzada, y el pequeño núcleo de anticlericales que
existe en casi todos los grandes centros urbanos; los hombres
de gobierno que aspiran á implantarla, sienten vehementísi-
ma y lógica inclinación, no siempre resistida, á utilizar en be-
neficio de la idea que reputan redentora los resortes del poder
público, es decir, las fuerzas quo el Estado, órgano de vida,
recibe de la Sociedad y que no pertenecen jamás á sus depo-
sitarios interinos los gobernantes, sino el cuerpo social, su le-
gitimo dueño.
Frére-Orban, que resistió, como y a dijimos, la ampliación
del censo electoral para conservar á la burguesía todo su im-
perio, sinceramente convencido de las excelencias del régi-
men mesocrático; Frére-Orban, que combatió en nombré de la
libertad la i'eglamentación del trabajo por el Estado, «porque
si ella es absoluta le hace esclavo, y si relativa, siervo», no
sentía escrúpulo ninguno cuando burocratizaba la enseñanza.
Los partidos politicos en Bélgica. 903

cuando hacía de los maestros funcionarios á sueldo que com-


pletaran, en lo moral, la obra política de los secretarios de
Ayuntamiento, cuaudo convertía las escuelas en oficinas, don-
de por cuenta del Poder central se acunaban inteligencias.
Frére-Orban ayuda en 1876 al Gobierno catóUco á sacar la
ley, que reconoce idéntica validez á los grados conferidos por
las Universidades Ubres que á los obtenidos en las oficiales,
pero se reserva p a r a cuando sea Poder el derecho de no otor-
gar ningún destino público á quienes profesen ideas políticas ,
distintas de las suyas, y desde 1878 á 1884 él y sus amigos í
practican implacablemente esta doctrina. Frére-Orban, por •
último, desafía las iras de los católicos belgas con la ley de
1.° de Julio de 1879, que deroga la del 42 é implanta la ins-
trucción primaria neutra, y contesta ú la consiguiente agita-
ción clerical rompiendo, en Junio del 80, las relaciones de
Bélgica con el Vaticano.
En Noviembre de 1879, al comenzar el curso q u e siguió á
la votación de la ley, mientras las escuelas públicas cuentan
sólo con 240.000 alumnos, reúnen las privadas 379.0(X); en
1881 acude y a á estas últimas el 63 por 100 de la población
escolar, y, sin embargo, los liberales, que han predominado en
Bélgica durante m á s de treinta años, uo obstante la ley ca-
tólica de 1842, que tropiezan ahora con una notoria explosión
del sentimiento uacional, puesto que la mayoría de sus con-
ciudadanos se presta á sufragar la enseñanza religiosa, antes
que recibirla gratuita, pero neutra, sostienen aún obcecada-
mente la lucha que causará su muerte, eu pro de lo que llaman
la independencia del poder civil. En 1881, ante la i'esistencia al
pago, de las Diputaciones provinciales donde predominan los
católicos, reclama y obtiene Frére-Orban medios coactivos
p a r a obhgarlas á sufragar los gastos de enseñanza; en 1882,
suprime el sueldo á los párrocos que dan instrucción en las es-
cuelas privadas; en 1883, abroga la exención del servicio mi-
litar de que gozan los novicios de las Ordenes religiosixs; poco
más tarde aumenta el número de establecimientos laicos de
segunda enseñanza, y propone que se creen otros p a r a muje-
res. Los resultados de esta política son notorios; después de
904 Varia.

las elecciones de 1882, los diputados liberales fueron 74, y los |


católicos 66; después de las elecciones de 1884, mientras los i
católicos llegaban á 82, los liberales quedaban reducidos á 48; i
después de las elecciones de 1886, los católicos fueron 98, los
liberales 40. Quizá entonces, los doctrinarios que en 1876 apo-
y a r a n á Frére-Orban contra Rogier, pidiendo la neutralidad
de las escuelas de adultos, confesarían su error, haciendo a l \
fin justicia á la sagacidad del veterano leader liberal. |
La historia de Rogier y la de Frére-Orban forman juntas,
no sólo la de su partido, sino la de su época. Las derechas,
más homogéneas, hacen siempre en Bélgica una politica menos
personal que las izquierdas, porque en éstas la acción indivi-
dual del jefe tuvo que ser más robusta p a r a imponerse á las
diferencias entre moderados y progresistas, liberales puros y
radicales.
De 1847 á 1884, Rogier y Freré-Orban, desde el Gobierno
ó desde la oposición, dictan la Historia de Bélgica. El Ministe-
rio católico de Marzo de 1855 cae en Noviembre de 1857,
victima de los motines que p r o v o c a r a n los liberales con oca-
sión de la ley de 1856, que se llamó ley para la libertad de la
caridad, y que permitía la concesión por Real decreto de la
personalidad civil á las fundaciones de enseñanza ó de be-
neficencia, que se e m a n c i p a b a n así, además, de la tutela del
Estado. E n Julio de 1870, el general disgusto que producen
las n u e v a s exacciones tributarias, consecuencia de la centra-
lización y del militarismo, da á los católicos primero una ma-
yoría de dos votos y después otra de veintidós, que les permite
ocupar el Poder en Bélgica mientras el Kulturkampf persi-
gue á los católicos alemanes, los nacionalistas italianos a c a b a n
con el poder temporal del Pontífice y la revolución española
implanta la libertad de cultos; pero a p a r t e u n a pequeña am-
pliación del censo electoral municipal y provincial, y el r e -
conocimiento del ñamenco como lengua oficial en las provin-
cias donde predomina, el partido católico, al c a e r en Junio de^
1878, pudo contestar, como contestó M. Malou, presidente del
Consejo de aquella etapa, á quien le interpelaba preguntán-
dole qué había hecho en el Poder: «He vivido.»
Los partidos politicos en Bélgica. 905

Desde 1830 á 1847, católicos y liberales unidos hablan for-


mado la.patria; desde 1847 á 1884 las luchas religiosas entre
católicos Y liberales robustecieron la conciencia nacional, y
haciendo imposible la usurpación de los resortes políticos en
beneficio de las ideas de un partido, cerraron la era doctrina-
ria (á tiempo en que comenzaba aún p a r a otras naciones) é
iniciaron la de las luchas sociales, que ha sido y a mucho m^s
fecunda.

IV

La etapa católica.

No mostraron los católicos al venir al Poder, después del


triunfo electoral de 1884, la moderación que á sus adversarios
p r e d i c a r a n , porque contagiados también por el dogmatismo
de escuela, no supieron concretarse (en los primeros meses al
menos) á la realización de su vasto y patriótico programa, as-
pirando á v e n g a r además los agravios recibidos durante la lar-
ga dominación liberal. La centralización administrativa, los
gastos de enseñanza y los militares, habían elevado el déficit
anual del presupuesto á 25 millones de francos, en 1883; los ca-
tólicos representaban: la descentralización administrativa y
escolar, la enemiga á los aumentos militares, la nivelación del
presupuesto, la paz de las conciencias, p e r t u r b a d a s por las lu-
chas religiosas, y la reforma del sistema electoral, anticuado
é injusto.
L a ley de 1884, p r i m e r a obra del Gabinete Malou, devuel-
ve á los Ayuntamientos sus derechos sobre la primera ense-
ñ a n z a , obligándoles á sostener una escuela pública ó á adop-
tar y subvencionar una p r i v a d a ; los maestros no necesitarán
y a título profesional, pero los que resulten sin empleo á conse-
cuencia de la reforma, recibirán un retiro de 1.000 francos
como mínimo. Si veinte padres de familia lo piden, el Munici-
pio o r g a n i z a r á u n a escuela n e u t r a donde la oficial pertenezca
á una rehgión, ó viceversa, y, en todo caso, la enseñanza re-
•ULTÜEA 68
906 Varía.

ligiosa eu las escuelas públicas y en las adoptadas, se d a r á de


modo que puedan no recibirla los alum.nos cuyos padres asi lo
deseen.
Mas si el Poder legislativo mostraba su moderación con
t a n prudentes reformas, el ejecutivo perseguía á los funcio-
narios y á los catedráticos oficiales por el solo delito de no
profesar las ideas g r a t a s á los ministros, y organizaba la r e -
acción clerical como represalia de la reacción liberal de 1879
á 1884. El pueblo belga quei'ia la paz; repugnaba todas las
invasiones de la politica en la conciencia social, y con la v a -
guedad, pero con la firmeza de los instintos colectivos, adivi-
naba que los tiempos habían cambiado, debiendo ser ahora
las fuerzas sociales quienes dirigiesen la política; por eso el
cuerpo electoral en la p r i m e r a ocasión que se le deparó, que
fué la de unas elecciones municipales, significó su descontento
á los ministros de la extrema derecha. El Grobierno, fiando en
su m a y o r í a p a r l a m e n t a r i a , intentó no darse por aludido; pero
entonces Leopoldo I I (que desde 1865 ocupaba el trono y con-
tinuaba en él la politica de su padre) impuso la dimisión á los
ministros ultramontanos, y la formación de un Gabinete cató-
lico moderado.
Comienza entonces v e r d a d e r a m e n t e la etapa católica, y
durante ella alcanza Bélgica el grado de adelanto material y
moral, cuya notoriedad excusa todo comentario. Sintética-
mente expondremos la obra del partido p a r a analizar después
su principal acierto.
L a ley de 15 de Septiembre de 1895 completa la del 84;
h a c e obligatoria la enseñanza de la religión y de la moral
p a r a todos los alumnos, oficiales ó pi'i\rados, que no tengan
dispensa de sus padres, y crea un fondo especial que permita
al Estado subvencionar en determinados casos á las escuelas
adoptadas Y á las libres que se sometan á su inspección. En
1893, los católicos, tenazmente combatidos por los liberales,
establecen el sufragio universal, moderando sus posibles efec-
tos con el lastre conservador del voto plural, y en 1899 im-
p l a n t a n la representación proporcional, ensalzada hoy por
todos los partidos como la fórmula más feliz de la justicia elec-
Los partidos poUticos ea Bélgica. 907

toral. El déficit, que en 1884 ascendía en total á 59 milioues


de francos, y estaba á punto de a g r a v a r s e con los 19 millones
que el último ministro de Hacienda liberal reclamaba de los
contribuyentes en forma de nuevos tributos, se redujo en 1890
á 39 millones y medio, y se trocó, al liquidarse el presupuesto
p a r a 1901, en 32 millones de superábit. Por último, la ley de
1." de Marzo de 1902, que intentó organizar el Ejército sobre
la base del servicio voluntario, reservando el antiguo sistema
de la quinta con redención á metálico, p a r a completar el
contingente, dio fin á la realización del p r o g r a m a del 84,
que, reforma escolar a p a r t e , hubieran podido t r a z a r y aplicar
durante su mando los liberales si su centralismo doctrinario
y su absorbente política anticlerical no se lo impidieran. En
Bélgica, como en otros países de Europa, el subjetivismo y el
fraccionamiento de las izquierdas, abandonó á las derechas
una considerable p a r t e de la misión y de la gloria de desen­
volver en leyes los principios del moderno derecho consti­
tuido.
Pero el acierto m a y o r de los católicos, la característica de
la e t a p a de su mando, no está en el terreno propiamente polí­
tico, sino en el social; y tiene ello tanto m a y o r mérito, cuanto
fué más inesperado este complemento de la obra del partido,
que no podía aún preverse, ni menos anunciarse en 1884.
Desde que la crisis económica de 1886 puso sobre el tapete el
problema que por antonomasia se llama social, las derechas
belgas comprendieron que si no le es lícito al Estado poner
las fuerzas que de la sociedad entera recibe al servicio de
una sola clase, escuela ó partido, tampoco debe serlo fingir la
corrección imparcial de un juez de campo, cuando se tiene
conciencia de que en las luchas entre obreros y patronos, el
capital concentrado en una sola mano ó en muy pocas, dispo­
ne de la fuerza inmensa que le dan los inventos modernos,
mientras que el trabajo, pulverizado y a por el individualis­
mo político, se debilita aún más con la concurrencia y con
el coste creciente de los instrumentos de la producción.
El Real decreto de 15 de Abril de 1886 instituyó una Comi­
sión p a r a investigar la situación del trabajo, y desde entonces
908 Varía.

toda reforma social prudente y justa h a encontrado apoyo en


los Gobiernos y Parlamentos beigas; fórmula generalmente
feliz en la colección legislativa.
F u é preciso ante todo asegurar á los obreros su salario, y
mientras la ley de 16 de Agosto de 1887 prohibía el sistema
del truclc, corrigiendo los abusos del pago del jornal en espe-
cie, vedando su entrega en las tabernas y las retenciones abu-
sivas, y determinando las monedas y plazos en que d e b e r í a '
satisfacerse, la ley de 18 de Agosto del mismo año regulaba la
prescripción y el embargo de los salarios. L a vigilancia p a r a
el cumplimiento de esta ley se encomendó á los inspectores
del trabajo, quienes v e l a r á n además por la observancia: de la
ley de 13 de Diciembre de 1889, que prohibe el trabajo de los
menores de doce años y el nocturno de los varones menores de
dieciséis años y de las h e m b r a s menores de veintiuno, fijándo-
les límites de horas en el día y de días en la semana, y regla-
mentando además el trabajo de las mujeres; de la ley de 5 de
Mayo de 1888 y de los numerosos decretos que la desenvuel-
ven y completan, que se refieren unos á la seguridad, salubri-
dad ó comodidad públicas, y otros á la higiene interior de los
talleres y á la protección de los obreros contra los accidentes
del trabajo; por último, de la ley de 15 de Junio de 1896, según
la cual, toda Empresa industrial ó comercial que emplee más
de cien obreros, h a de tener, en la forma que se prescribe, un
reglamento de taller muy claro y minucioso, especie de ley
del contrato colectivo, que de este modo se h a c e público, fa-
cilitando la inspección.
L a ley de 9 de Agosto de 1889 crea el Comité de patronato
de las habitaciones obreras y de las instituciones de previsión,
alentando, con exenciones de los tributos que g r a v a n la t r a n s -
misión de inmuebles entre vivos ó mortis causa, y con otras
ventajas, la adquisición fácil y b a r a t a de la vivienda p a r a el
obrero. E n g r a n a n con esta ley: la de 30 de Julio de 1892, que
faculta á la Caja de ahorros p a r a a d e l a n t a r fondos al 3 y aun al i
2 7, por 100 á determinadas Sociedades de crédito, las cua-
les no p o d r á n r e p a r t i r á sus accionistas un dividendo supe-
rior al 3 por 100 anual del capital social, y la de 23 de Junio
Los partidos poiiticos en Bélgica. 909

de 1894 sobre las Sociedades de mutualidad, que emancipa á


éstas casi totalmente de la tutela del poder público, y clasifica
las Asociaciones mutualistas, en las que deben y las que pue­
den ser reconocidas legalmente, según su objeto.
Estas disposiciones, que miran por los intereses materiales,
se completan con otras de Índole moral, como las contenidas
en la ley de 31 de Julio de 1889, reformada por la de 20 de
Noviembre de 1896, reorganizando los antiguos Consejos de
prudliommes, y acomodándolos á las nuevas exigencias del
derecho industrial; las de la ley de 16 de Agosto de 1887, que
crea los Consejos de la Industria y el Trabajo, verdadero P a r ­
lamento de los trabajadores, organizado p a r a funcionar en
pleno ó en secciones; las de las leyes de 31 de Marzo de 1898,
sobre las uniones profesionales, y de 10 de Marzo de 1900, so­
bre el contrato de trabajo; y las de la ley de 7 de Abril de 1892,
que crea el Consejo superior del Trabajo, tan benemérito como
nuestro Instituto de Reformas Sociales.
Disposiciones recientes, incluidas en las leyes de 10 de
Mayo de 1900 y 20 de Agosto de 1903, alientan por medio de
primas las mutualidades que aseguren pensiones á los ancia­
nos, completando así la obra, fecundísima en Bélgica, de la ini­
ciativa p r i v a d a , visible, por ejemplo, en esas grandes y des­
interesadas oficinas de colocación que se llaman Bolsas de
Trabajo (tan distintas de las francesas, aun cuando lleven el
misjno nombre), que subvencionó por p r i m e r a vez el presu­
puesto belga de 1904.
Por últÍDio, la ley sobre Accidentes del trabajo de 24 de
Diciembre de 1903, en vigor desde 1.° de Julio de 1905, con­
s a g r a la teoría del riesgo profesional y obliga al patrono al
pago de una indemnización pecuniaria (que no puede exceder
de la mitad del salario), y al de los gastos de médico y botica
d u r a n t e los seis meses que siguen al accidente. L a indem­
nización se p a g a en forma de r e n t a vitalicia cuando la
incapacidad de la víctima p a r a el trabajo es p e r m a n e n t e ,
y también en determinados casos, á sus herederos, cuando
el accidente fué mortal. Los patronos pueden eximirse de
las, obligaciones que les impone esta ley, bien asegurándose
910 Varia.

en una Sociedad á prima fija de las aprobadas por el Go-


bierno, bien formando p a r t e de una Asociación mutua de pa-
tronos también aprobada, bien ingresando su cuota en la Caja
general de seguros, que crea la ley como dependencia de la
Caja general de ahorros y retiros.
Pero si el partido católico belga hubiese reducido su labor
á mejorar la situación de los trabajadores y á asegurar en lo
posible la justicia social, habría mostrado el absoluto desco-
nocimiento de la misión política de las derechas en el mundo
contemporáneo, que es achaque común á la mayoría de los
partidos conservadores europeos. La caridad cristiana y la
filantropía, tanto como la justicia, y más a ú n que ellas el
egoísmo, aconsejan hoy á los Gobiernos atender las aspiracio-
nes legítimas de la clase obrera; pero sería (sobre todo en
quienes aspiran á dirigir á sus semejantes) e x t r a ñ a y peligro-
sa candidez, imaginar que las reivindicaciones del proletaria- \
do, en las cuales las voces sereñas de la razón y de la justicia
se mezclan con las notas agrias del odio y de la envidia, no
p o d r á n prevalecer, apartándose de las vías legales, mientras
el poder público no les oponga una sistemática resistencia. L a
Verdad a c a b a siempre por triunfar en la tierra; pero la r a p i -
dez y el fruto de su victoria están en razón directa de la fuer-
za que la sostiene.
Los católicos belgas han comprendido que si p a r a vencer
á sus adversarios políticos los liberales, les bastó organizarse
electoralmente, oponer principios á principios y esperar que
en uno de sus movimientos les elevase a l Poder, lo que los in-
gleses llaman gráficamente: tlie swing of the penclulum, las os-
cilaciones del péndulo de la opinión pública;, frente al partido
socialista, que en las elecciones de 1896, primeras de sufragio
universal, lograba 29 diputados, y en las de Mayo de 1900,
primeras de la representación proporcional, 32 representan-
tes, reuniendo medio millón de sufragios, era preciso organi-
zarse socialmente y emplear las a r m a s con tanto éxito esgri-
midas por los nuevos adversarios.
Los partidos conservadores ni siquiera pueden contar hoy
con la unanimidad de los intereses y de los egoísmos amena-
Los partidos politicos en Bélgica- 911

zados por la revolución social, porque la inconsciencia y la


apatía, cuando no el vano alarde de ideas que por lo general
desmiente la conducta, aclaran las filas de la derecha, por or-
den natural ya menos nutridas que las de la izquierda. Sin em-
bargo, es preciso llenarlas, hacerlas más fuertes (lo cual
quiere decir en el régimen de sufragio universal más nume-
rosas) y lo bastante aguerridas para resistir ahitas, la acome-
tividad de las izquierdas, ávidas de cuanto no poseen, siem-
pre que las reclamaciones de éstas sean contrarias á los altos
intereses sociales. Ello sólo puede lograrse con la fusión sin-
cera, fraternal, cristiana, de aquella parte de los privilegiados
de la fortuna, cuyo corazón no h a y a petrificado el egoísmo, y
á quella parte de la clase proletaria, capaz aún de amar á
quienes estén socialmente más altos y parezcan más felices.
Los católicos beigas no inician sólo esta hermosa obra con
la enseñanza de la religión y de la moral á los párvulos (como
afirm¿tn los que olvidan la historia de San Pablo y la de San
Agustín, y aparentan ignorar que Voltaire se educó en un co-
legio de jesuítas), sino explicando y propagando en la misma
escuela, obras sociales católicas; Cajas de ahorros, mutua-
lidades, etc.; asociando á los niños á las Ligas antialcohó-
licas, á las Sociedades protectoras de animales y vegetales;
facilitándoles en Escuelas de Artes y Oficios y en otras especia-
les p a r a muchachas, conocimientos que completen la pri-
mera enseñanza y les permitan ganar su sustento ó gobernar
bien su casa, todo ello con independencia del Estado, sosteni-
do por personas ó Asociaciones católicas. Cuando el niño se
hace hombre, las Cooperativas de consumo le a b a r a t a n el sus-
tento, los Sindicatos profesionales le ampítran, las Cajas ó los
Bancos le anticipan á un interés módico el capital que necesi-
ta, las bibliotecas, los centros de recreo le briudan esparci-
miento y compañía; no hay necesidad legítima á que no se pro-
cure atender, con la institución más idónea p a r a satisfacerla, y
todas ellas llevan en Bélgica esa etiqueta de católicas, que
equivale á la de conservadoras en el resto de Europa. El Estado
tiene las suyas, que hoy son neutras ó católicas, pero que cam-
biarán de título cuaudo el partido caiga del Poder; y como la
912 Varia.

sagacidad del socialismo belga h a envuelto á sus afiliados en


una red de intereses morales y materiales solidarios, los cató-
ticos siguen la misma táctica.
Las sabias Encíclicas del inmortal León X I I I , por tantos
alabadas y por tan pocos comprendidas, alentaron el instinto
social de las derechas belgas, y esa nueva concepción de la
lucha política contemporánea, compartida también por los so -
cialistas (y que los liberales no poseerán jamás, mientras si-
gan encerrados en su arcaico doctrínarísmo), es la enseñanza
más útil, más generalmente aprovechable, que la historia de
la etapa católica nos brinda.

La crisis presente.

Ne podía Bélgica sustraerse á la crisis interior y exterior


que desde principios del siglo x x aflige á todas las naciones
de Europa, y cuyas causas, de todos mis lectores conocidas,
me limitaré á a p u n t a r brevemente como final de este y a largo
artículo.
El partido liberal, reducido á 18 diputados en las elecciones
de 1894 y en las de 1896 á 1'2, cobró alientos al adoptarse la
representación proporcional, logrando, después de las eleccio-
nes de 1900, 31 representantes; pero desde la t r e m e n d a derro-
t a de 1884 el antiguo instrumento de gobierno, h a dejado de
existir. Rogier murió en 1885, F r é r e - O r b a n el 2 de Enero de
1896, su sucesor Julio Bara el 26 de Junio de 1900, y enton-
ces las eternas divisiones del partido liberal se exacerba-
ron h a s t a el p u n t o , de luchar en varios distritos progresis- i
tas contra moderados. Un diputado j o v e n , g r a n orador y '
distinguido publicista, Pablo H y m a n s , el amigo y confidente!
de F r é r e - O r b a n en los últimos años de su vida, defiende coní
un celo más respetable que plausible las ideas del m a e s t r o , ;
que él mismo no compartiría y a tal vez si viviera; m i e n t r a s ;
Los partidos poiiticos en Bélgica. 913

que Pablo Janson, Emilio Féron y Jorge Lorand, al frente de


los progresistas, aspiran á fundar un partido semejante al de
los radicales franceses. Sin embargo, después que la familia
liberal hubo disputado hasta eu el Parlamento por si podia
ó no permitirse á Leopoldo II habilitar edificios del Estado
para vivienda de la familia del conde de Flandes (1900), por
si debía implantaz'se el sufragio universal puro y simple ó con-
servarse el régimen del voto plural, por si convenia ó no la
alianza con el socialismo (1901), llegóse por fin á un relativo y
transitorio acuerdo, y el 21 de Diciembre de 1901 se publicó
la Declaración de las izquierdas liberales, en la que doctrina-
rios, progresistas y socialistas unidos reclamaban: la enseñan-
za obligatoria, el servicio militar obligatorio, el sufragio uni-
versal con la representación proporcional, pero sin la plura-
lidad de votos, y por último, «las reformas que mejoren la si-
tuación de las clases trabajadoras» y acaben con la mano
muerta clerical.
L a peligrosa vaguedad de esta última parte del programa
es una de las principales causas de la crisis que ahora anali-
zamos. Merced al apoyo electoral de los socialistas, los libe-
rales, que en las elecciones de 1902 (parciales y comprendien-
do aproximadamente la mitad de los mandatos como lo son en
Bélgica todos los que no van precedidos de disolución) logra-
ron j^a 34 puestos, tienen, desde Mayo, 47 representantes en
la Cámara; la mayoría católica se ha reducido á 12 votos, y
con que liberales y socialistas ganen siete lugares en las elec-
ciones de 1908, las derechas no podrán y a seguir gobernando.
¿Pero podrán gobernar las izquierdas?
Si los liberales logran dentro de dos años ocupar el Poder,
serán en él prisioneros de paz de los socialistas, á quienes de-
berán, no sólo la fuerza numérica, que unida á la suya propia
les facilite mayoría bastante p a r a vivir en las Cámaras, sino
la fuerza social, sin la que las organizaciones puramente elec-
torales de la izquierda monárquica sucumbirían de nuevo muy
pronto, al empuje formidable de los católicos.
Entonces la política belga, entrará eu una etapa semejante
á la que padeció F r a n c i a en tiempos del Gabinete Combes, y
914 Varia.

durante la cual dirigirán la m a r c h a del pais, no los ministros


responsables, sino las pasiones más ó menos nobles y general­
mente anónimas de la mayoría parlamentaria, ó a t r a v e s a r á
u n a crisis semejante á la de AustraHa divididas las Cá­
m a r a s en tres fracciones, ninguna de las cuales podrá preva­
lecer sola contra las otras dos, dando lugar á incesantes y no­
civos cambios de política.
No tienen tampoco los socialistas belgas ni la disciplina ni
la preparación necesarias para recoger como quizá debieran
la herencia del Poder de manos del partido católico, y p a r a
realizar su programa con todas las tremendas responsabili­
dades, que aleja hoy de sus jefes el fácil oficio de oposicio­
nistas por sistema. El estado llano del partido, no contento
con dilapidar en huelgas injustas é inútiles los fondos socia­
les, murmura de la lentitud de la acción legal, promueve eu
1902 y en 1904 motines y algaradas sangrientas contra la vo­
luntad y aun el expreso mandato de sus jefes, y provoca uan
reacción, que en las elecciones de 1904 redujo á 28 el número
de diputados socialistas, y que sólo les ha permitido g a n a r un
puesto en las de Mayo último. Mientros tanto la aristocracia
del partido que disfruta pingües sueldos ó vive holgadamente,
los jefes cousagrados á la lucha intelectual se aburguesan y as­
piran á dirigir en plazo no muy lejano los destinos de su patria.
Eu ningún otro pais de Europa están los socialistas más
cerca del Poder que en Bélgica; en ninguno tampoco cuentan
con un leader que pueda compararse á Emilio Vandervelde,
orador como J a u r é s y menos palabrero, tan culto como Bebel
y menos doctrinario, tan moderado y prudente como nuestro
Iglesias, y secundado además por Airseele, hombre rudo y
activo, que si en la oposición ha merecido el mote de virtuoso
de la brutalidad, sería en el Poder uno de esos gobernantes fé­
rreos, que de vez en cuando producen las izquierdas.
La conciencia de esta realidad, y tal vez también la noble
ambición de ser en Europa el primer presidente del Consejo
que gobierne con un Ministerio socialista homogéneo, hacía
exclamar á Vandervelde en el Congreso internacional de
Amsterdam de 1904: «No poseemos, no podemos tampoco
¿.05 partidos poiiticos en Bélgica. 91S

poseer los elementos de juicio necesarios, infinitamente com-


plejos, que son imprescindibles para decidir la táctica local ó
nacional más conveniente»; y le impulsaba á firmar con el
austríaco Adler, la famosa moción Adier-Vandervelde, que
reivindicaba para los partidos nacionales el derecho de fijar
su conducta política, con independencia de la organización
socialista internacional. Las tendencias revisionistas y opor-
tunistas fueron entonces derrotadas, como lo han sido repeti-
damente después, y los funestos principios del doctrinarismo
marxista: la lucha de clases, la política del todo ó nada, la
internacionalización del socialismo, siguen inspirando la ac-
ción socialista europea.
No hay, pues, en Bélgica partido ninguno habilitado p a r a
reemplazar al católico en el dia, no muy lejano por fuerza,
en que resulte vencido en las urnas ó en el Parlamento; y, sin
embargo, esa derrota v a siendo muy necesaria p a r a bien del
pais y de la propia derecha gobernante. No solamente el par-
tido católico h a realizado íntegro su programa, sino que co-
mienza ya á deshacer su propia obra. M. Bernaert, sucesor de
Malou, que en 1894 tuvo que dimitir por rozamientos con su
soberano, es la figura más saliente de la derecha belga. Posee
Bernaert no sólo el aspecto físico, sino las virtudes morales de
la raza flamenca, y las ha puesto al servicio de su patria, p a r a
defenderla de las exageraciones ultramontanas de De Woeste,
el otro leader católico, y de las complacientes debilidades que
el actual primer ministro, conde de Smet de Noeyer, tiene con
la política personal de Leopoldo II. Sus diferencias son públi-
cas; mientras estos dos últimos rechazan el sufragio universal
puro y simple, aquél se muestra propicioá aceptarlo; cuando en
1901 se discute si deberá prorrogarse ó no el contrato de 1890,
por el cual Bélgica adelantaba á su rey 25 millones de fran-
cos con destino al Congo, reservándose p a r a optar, pasados
diez años, entre la devolución de la suma ó la anexión del Es-
tado libre, M. Bernaert pide la anexión inmediata, mientras
su émulo y enemigo personal De Woeste, reclama la prórroga,
alentado por una carta que (para hacerla pública) le dirige
el rey, de su puño y letra. i
916 Varfa.

Leopoldo n ha obedecido escrupulosamente los preceptos


constitucionales en sus relaciones con el cuerpo electoral y ,
con el Parlamento, pero no en las que mantiene con sus mi-
nistros, en las cuales se notó siempre una peligrosa tendencia
á la política personal, alentada en estos últimos tiempos por
los éxitos logrados y por la debilidad de los partidos. El claro
entendimiento y la ejemplar actividad del rey de los belgas
habrían podido hallar en las iniciativas sociales, que son el
campo de batalla de los monarcas modernos, toda la expan-
sión necesaria; pero juzgando tal vez demasiado estrecho ese
círculo, en el que su acción ha sido, sin embargo, tan grande y
tan fecunda, invadieron el terreno político y rebasaron los lí-
mites constitucionales. Un monarca del saber y de la expe-
riencia de Leopoldo II puede prestar grandes servicios á su
patria, discutiendo con sus ministros, mejorando sus iniciati-
vas, rechazándolas y aun obligándoles á dimitir cuando el
bien del país lo demanda; mas corre graves riesgos y hace
participar en ellos á su país y á su dinastía cuando impulsa á
su nación hacia peligrosas aventuras imperialistas, apoyado
en consejeros cuya medianía es demasiado notoria para cu-
brir la responsabilidad del irresponsable soberano.
No sólo las cuestiones africanas ponen á Bélgica en cons-
tante peligro de verse envuelta en un conflicto internacional,
singularmente con Inglaterra, sino que los enormes gastos
realizados para dotar del necesario utillaje á la «Bélgica ma-
yor», que el año 1902 importaron 141 millones, y las fortifica-
ciones del puerto de Amberes, censuradas por las izquierdas
y por M. Bernaert, defendidas personalmente por Leopoldo II,
redujeron el superábit de 32 millones, logrado en 1901, á cua-
tro millones en 1902 y á poco más de un millón en el presu-
puesto para el ejercicio corriente de 1906, y duplicaron en
poco más de diez años la'Deuda de Bélgica, que se eleva hoy
á más de 3.000 millones.
Mientras tanto, la legislación social, la más útil, pero tam-
bién la más costosa, se partiliza, porque esas otras atenciones
absorben el dinero que á ella podría dedicarse, y queda redu-
cida en estos últimos años á una ley sobre el descanso domi-
Los partidos politicos en Bélgica- 9ir_

nical. Pero como n a d a basta á la voracidad del naciente im­


perialismo, el fondo municipal, nutrido con la r e n t a de Adua­
nas j creado el 60 p a r a compensar la supresión de los Consu­
mos, se m e r m a más aún que en época liberal, renegando así
el partido católico de la tradición descentralizadora, como h a Í
renegado de la anti-imperialista y de la sana política finan-;
ciera.
Sin embargo, dije al principio que la crisis hondísima y ge­
n e r a l en el mundo civilizado p a r e c e menos aguda en Bélgica
que en las demás naciones; y así es en efecto, porque la soli­
dez de la contextura social del pueblo belga, da á su p a t r i a
una fortaleza de que otros países carecen por desgracia.
GABRIEL MAURA GAMAZO.

Mortera y Julio de 1906.

BIBLIOGRflFin RECIENTE

History of Belyium, por D. C. Boulger (Londres, 1902).


La Belgique morale et politique, por Maurice Wilmotte (París, 1902).
King T-,eopo!d H. Ris Rule in Belgium and the Congo, por J. de C.
Mac Donell (Londres, 190.5).
La Belgique, 1830-1905. Editada por el Estado, impresa por M. J
Goemaere (Bruselas, 1905).
I^a Patrie Belge. Editada por E. Rossel (Bruselas, 1905).
Les Catholiques et leur Gestión Financiare, por L. Hubert (Bruselas,
1902).
D E S P U É S b E Lñ GUERRA

(Cubanos y españoles,)

Deber de cultura es el tomar nota de cuantos libros han visto la


luz últimamente, relacionados con nuestra dominación en Cuba y
con la lucha prolongada que constituyó sn epílogo tristísimo. La
amargura del vencimiento justifica el silencio en que yacen las plu-
mas españolas, salvo alguna qne otra benemérita y valerosa, pero
que supone bien poca cosa frente á. la serie de libros de todo linaje
que van apareciendo, salidos del bando con quien noblemente lu-
chamos y cuyos juicios é informes han de ser parte esencial para
el estudio pleno de los problemas del desastre colonial.
Lo qne resulta inexplicable es la atonía en qne viven nuestros
elementos directivos tocante á este punto. No hay noticia de qne el
Estado Mayor del Ejército se preocupe de allegar materiales de
aquella contienda, de clasificarlos y prepararlos para, en sazón,
componer el correspondiente estudio histórico, y y a qne no esto, al
menos tenerlos preparados y á disposición de quienes quieran utili-
aarlos. De esto nace nuestro temor de que la postrera pelea colonial
quede como la primera, llamada «guerra grande» por su duración,
de que oficialmente nada se ha hecho. ¡Como si una y otra no cons-
tituyeran trozos de nuestra historia, bien dolorosos é instructivos
ciertamente!
A tiempo se está aún de recoger los materiales desperdigados, lo
mismo oficiales que particulares; de almacenar documento» gráficos,
Después de la guerra. 919

papeles, cartas, impresiones y relatos, así de generales como de


oficiales y soldados. Todo ello, ordenado y clasificado racionalmen-
te, debe completarse con cuanto se haya publicado y vaya viendo
la luz en Cuba y en los Estados Unidos, lo mismo de la contienda
«eparatista que de la guerra con la poderosa Eepúblíca norteame-
ricana.
Eso han hecho de sus campañas prósperas ó desgraciadas todos
los Estados Mayores de Europa, con lo cual hau preparado sólida-
mente la tarea á los historiadores y tratadistas que, á su tiempo,
han querido analizarlas en conjunto ó estudiar alguna de sus fases.
Pese á la catástrofe de 1870-71, el Estado Mayor de Francia reunió
todos los elementos de las planas mayores de los Cuerpos, los
diarios de las grandes ciudades, los despachos de los generales y
mariscales, y, en suma, cuanto pudiese ilustrar en el porvenir á los
que hasta hoy sólo conocían la Relación oficial del gran Estado Ma-
yor alemán y las impresiones particulares de sus hombres susperio-
res, desde Moltke á Kardinal von Widdern.

** •

Desde el Zanjón á Baire (1) es un alegato, cuidadosamente


documentado, contra los abusos y la terquedad de la soberanía es-
pañola en la heimosa tierra cabana. Algo se acentúa en él la pasión
concentrada del ostracismo, puesto que nada se concede á la obra
de nuestra dominación en la isla. Mas justo es reconocer que la se-
rie de papeles exhumados é hilyanados por el patriota cubano, son
la más tremenda acusación que pueda hacerse contra los elementos
directores de la política metropolitana durante los diez y siete años
que median entre los dos acontecimientos.
Destácase en los primeros capítulos la noble sinceridad de Mar-
tínez Campos frente á las mixtificaciones que en la Habana, y más
aún en Madrid, se oponían al cumplimiento leal de lo ofrecido, som-
breando todo este período subsiguiente al de 1878 la garrulería par-
lamentaria, que en el punto concreto de la política antillana tenía
su paladín en la personalidad que mejor encarnó entre nosotros U
decadencia del régimen.
Todo el proceso de los exclusivismos de unos y de las Justas ve-

(1) Luis Estévez y Bomero: Desde el Zanjón á Baire. Dato» para la hi»t»-
ria política de Cuba. Habana. La Propigauda Literaria.
920 Varia.

hemencias de los otros, está presentado mediante una serie de docu-


mentos recogidos con la tendencia levantada de dar relieve á los to-
zudos egoísmos de los que, bajo la bandera de la asindlación, decla-
rándose únicos paladines de los intereses nacionales, defendían des-
de el baluarte del poder todo el tinglado político y administrativo
que tan menguados provechos había dado hasta entonces á la cau-
sa española. Correspondiendo á las exageraciones funestas del ele-
mento peninsular, aparecen las aspiraciones de los mantenedores
del régimen autonómico con evidente exageración tropical también,
nacida acaso de la violencia con que ejercían el poder sus con-
trarios.
A partir de estos prolegómenos del desenvolvimiento de nuestra
política en Cuba desde el Zanjón, el libro reproduce cuanto en el
Congreso, en los mitins, en los periódicos nacionales y extranjeros
se ha dicho ó escrito tocante á este ingrato negocio, no faltando, na-
turalmente y con trazo firme, la parte correspondiente á las infor-
malidades, deslealtades y fraudes de nuestra administración. Justo
es declarar que, en esta parte, hay hechos y papeles que se leen
con rabia y vergüenza. ¡Las generaciones nuevas tienen derecho á
renegar de los que en la rica Antilla amontonaron con sus codicias
y sus miserias los materiales combustibles que fatalmente habían
de devorar nuestra soberanía!
Innecesario parece indicar que todas las peripecias del llamado
«movimiento económico», así como las consecuencias de las refor-
mas del Sr. Maura y nacimiento del reformismo, con las sañas del
elemento conservador, el vuelo que iba tomando el separatismo fa-
vorecido por el abandono de la administración, que no se cuidaba
de la enseñanza, ni de los medios de comunicación, ni de satisfacer
en la medida de lo conveniente las aspiraciones de los insulares, cada
vez más adiestrados en las artes de la vida por su edu(;ación supe-
rior en las escuelas del Norte y de Europa todo tiene en el libro
el natural desarrollo hasta llegar á Baire, comienzo del movimiento
revolucionario que había de dar al traste con todas las lacerías.
Varios apéndices con documentos relativos al problema y un
epílogo completan el libro de 680 páginas, leyéndose con dolor en
la última estas frases de nuestro D. Laureano Piguerola, que suenan
como llamadas de advertimiento y de enseñanza:
En ningún tiempo ni en ningún país se ha practicado tan siste-
máticamente con una constancia tan funesta, á pesar de los escar-
mientos que y a había sufrido, una política de tal suerte, absurda y
Después de la guerra. 921

odiosa en las colonias. Las hemos perdido, no como un castigo in­


justo, sino como una expiación merecida de nuestros desaciertos, de
nuestras torpezas seculares.

José Ignacio Rodríguez: Estudio histórico sobre el origen, des-


envolvimiento y manifestaciones prácticas de la idea de la anexión
de la isla de Cuba á los Estados Unidos de América. Habana. La
Propaganda Literaria.

El prólogo, discreta y sólidamente hecho, traiciona el prupósito


de las primeras líneas del libro; sin quererlo tal vez,'el libro no es
un «Memorial ajustado» ó un «Expediente»; á tiro de ballesta se y e
que es nn alegato, al menos por sus tendencias manifiestas.
Constituye el volumen un buen sillar para el edificio que se le­
vante un día en recuerdo de nuestra gestión en Cuba, particular­
mente en el punto de las tendencias y peripecias del anexionismo.
Todo él revela un amplio conocimiento del problema y un espíritu
culto de singulares vuelos. Su base es documental, mirando eon la
debida atención al desarrollo de los intereses, tanto por lo menos
como al de los sentimientos. Los Apéndices son, k su vez, copias de
documentos esenciales para el conocimiento cabal del problema cu­
bano.
Pero con ser el libro en sí tan robusto elemento de fábrica, lo
que le da verdaderamente importancia y relieve es el Apéndice un­
décimo que le sirve de remate, porque ha de constituir novedad
para cuantos gustan de estudiar con cuidado estas cuestiones. Es
una «lista de las publicaciones de carácter político relativas á la
isla de Cuba, hechas por orden del Gobierno de los Estados Unidos,
arreglada cronológicamente». Algunos de los informes y cartas eran
conocidos de antiguo, y recientemente el duque de Tetuán nos los
ha dado á conocer al publicar, cumpliendo con filial respeto el en­
cargo de su padre, los Apuntes (1) de la gestión diplomática del par­
tido liberal conservador. Pero nosotros declaramos ingenuamente

(1) Apuntes, del ex ministro de Estado, duque de Tetuán, para la defensa


de la politica internacional y gestión diplomática del Gobierno liberal con­
servador desde el 28 de Marzo de 1895 á 29 de Septiembre de 1897, dos volúme­
nes. Madrid. Peant.
922 Varía.

que no podíamos creer en la abundancia de tanto elemento, que evi-


dencia más y más la ceguera que en el problema colonial ha pade-
cido la dirección metropolitana.
Y ¡no haya más sobre estas amarguras que, sin embargo,
tanto deben tonificar y enardecer á los espíritus de buena ley!

*
* *

Bernabé Boza: Mi diario de la guerra. Primera y segunda parte.


Habana. La Propagandista.

La circunstancia de haber sido el autor, jefe de la Escolta y des-


pués jefe de Estado Mayor del generalísimo de las fuerzas cubanas
Máximo Gómez, da á los volúmenes de este libro suma impor-
tancia.
En realidad, es nn elemento de escaso valer, fuera de su interés
cronológico, porque en él, aunque su autor lo pretende, no resplan-
dece aquella imparcialidad alta y serena que es prenda siempre de
la exactitud. Su sabor manigüero, jíbaro, apasionado y rencoroso,
le quitan interésy, por de contado, relieve. Además son de mal gusto
los juicios y las frases que. emplea sobre personalidades y hechos de
cubanos y españoles.
Pero así y todo, por su carácter mismo y por su índole cronoló-
gica sirve para el análisis de las campañas del astuto caudillo de
Cuba. Con él puede trazarse un gráfico de la invasión de 1895-96, y
ese gráfico evidencia el aturdimiento y la fiojera que, por punto g e -
neral, caracterizó la gestión militar de España en aquel período de
la guerra.
El primer volumen contiene unos brochazos ó pinceladas de va-
rios jefes del levantamiento y de algunos tipos de la guerra; el se-
gundo, que es de alguna más enjundia y abraza desde 1.° Enero de
1896 hasta Diciembre de aquel uño, contiene además un boceto his-
tórico del mismo Máximo Gómez, Mi escolta, y una relación del com-
bate, de San Pedro, en el que murió Maceo, hecha por Nodarse, co-
ronel jefe de Estado Mayor interino de los cubanos en aquella jor-
nada.
Con todos sus defectos y su saña, natural sí bien se mira, habida
cuenta de que el diario está escrito en los campamentos, durante
los azares de la lucha, la obra debe tenerse á la vista en el estudio
de la última guerra separatista.
Después de la guerra- 923
De más fuste y heclio con mayor capaeidad y arte es el volu-
men siguiente.

*%

General José Miró y Argenter: Crónicas de la Guerra, tomo 1


(La campaña de invasión). Habana. Rambla y Bouza.

Fué Miró verdadero jefe de Estado Mayor del lugarteniente liel


Ejército cubano, y por tal razón su conocimiento é inñuencia en lo
que vio é hizo, y ahora relata y comenta, son de buena ley. Cuanto
más que el calibre de su entendimiento y el arte de su pluma son
también excelentes.
Tras una introducción de estilo un tanto campanudo, aunque sen-
tida y justificada, expone Miró en los tres primeros capítulos la ne-
cesidad de llevar la guerra á las regiones occidentales de Cuba,
que permanecieron tranquilas en la primera lucha separatista; las
condiciones en que se hizo la Constitución de Jimaguayú y los pri-
meros pasos de la insurrección, pintando muy al vivo el celo y el
entusiasmo patriótico del elemento insular, desde el veterano al bar-
bilindo, que contrastaba ciertamente con el vacío en que estaban
las autoridades españolas, causa eficiente de sus confusiones é in-
certidumbres en más de una ocasión.
Es muy ameno y sugestivo el capítulo en que relata el desembar-
co en Oriente de Antonio Maceo y las peripecias de este valentísimo
patriota al través de las ásperas sierras de Baracoa y de Guantáná-
mo, acosado materialmente por las fuerzas españolas, de las que se
salvó por su vigor de cuerpo y de alma y por su instinto de guerrea-
dor jíbaro.
Pero la autoridad de autor tan bien colocado para ver el negocio
y de arte y condiciones para exponerlo, fiaquea desde el primer mo-
mento en cierto grado, por su empeño de empequeñecer todo lo del
campo contrario, sin considerar que las figuras de la revolución cu-
bana y los hechos de soldados y patriotas no necesitan para su re-
lieve destacarse en fondo donde aparezcan otras de menores y más
raquíticas proporciones Esto le hace caer en exageraciones y
errores de bulto, como al relatar y comentar la famosa acción de Pe-
ralejo, al marchar Martínez Campos de Manzanillo á Bayamo en Ju-
lio de 1895. Si la columna española, tritm-ada, deshecha, «se precipi-
ta por la pendiente como empujada por el huracán del desastre».
924 Varía.

¿cómo l a caballería que Miró declara tem'a Maceo, tan pujante y


tan enardecida, no acabó de pulverizar aquellos restos de la fuerza
española, sin dejarles refugiarse en la histórica ciudad? Si en la pá-
gina 40 afirma que Maceo no dio crédito al dicho de un campesino
de que con los soldados españoles iba Martínez Campos, ¿cómo dice
en la 43 que Maceo nunca llegó á perdonarse ciertas faltas cometi-
das en el combate, «porque le privaron la briüante ocasión de batir
en regla al titulado Pacificador de Cuba?»
Libro tan esencial por tantos conceptos para el conocimiento de
la campaña, es de sentir adolezca de los defectos de otros más vul-
gares; verdad es que los hechos son muy recientes y no es tiempo
aún de que hable tranquila severamente la Historia.
La marcha triunfal desde las orillas del Cauto hasta Mantua, en
el extremo occidental de la isla, tiene en Miró un cantor entusias-
ta, observándose que la sonoridad de la lira suele ocultar ó disfumi-
nar á las veces el realismo prosaico de la lucha. Esto no quita nun-
ca su importancia á las Crónicas, en las que se ven interpolados
algunos documentos, menos ciertamente de lo que convendría al
sentido propósito del autor y al valer histórico de su obra, la más
cabal en lo referente al primer año de lucha y la mejor compuesta
de las que hasta ahora se han publicado de tan memorables sucesos.
En ella, como en todas las realidades tristes, tiene mucho qne
aprender el político y el militar español. Pero la lección será más só-
lida y de mayor alcance, si frente á esa obra de Miró se colocaran
los documentos y las observaciones del lado español.
Digamos, para concluir, que en las apreciaciones finales que hace
sobre el mando político-militar del general Martínez Campos se des-
taca, tal vez á pesar del propósito, la noble y briosa figura del he-
roico soldado español. Guerras posteriores, sostenidas por poderes
los más fabulosos de la Historia contra un puñado de hombres, cuyo
número era inferior al de soldados puestos en armas para domeñar-
los, han venido á levantar la gestión militar en Cuba y á justificar
plenamente todos los procedimientos empleados. La guerra fué, es
y será siempre la servidora de la política, y las armas jamás podrán
rehacer ni menos trastrocar los malos problemas planteados y des-
arrollados por aquélla. Tal lucha, luego de iniciada, solo podía ter-
minarse como concluyeron la contienda con los boers lord Roberts
y el Sirdar Kitchner Y eso bien se víó que era imposible á la sa-
crificada España.
Después de la guerra- 925
Enrique Collazo: Cuba independiente. Los americanos en Cuba.
Primera y segunda parte. Habana. La Moderna Poesía, 1905-1906.

La estrella simbólica campea bajo el lema Sola y libre. Los títu-


los de los tres volúmenes y esa indicación dicen claramente el pro-
pósito del luchador cubano.
El primero, Cuba independiente, comprende el período en que se
incubó la revolución, sus comienzos y desarrollo hasta finalizar el
mando del general Martínez Campos, al que Collazo guarda las con-
sideraciones que merecieron sus virtudes y su temple de hombre
superior y de patriota de abnegación sin límites.
Collazo no es un espíritu vulgar; su intervención en la indepen-
dencia de Cuba es legítima y de importancia; sns conocimientos
militares algo fundamentados. Todo ello contribuye á realzar su
dicho, al que sólo hay que poner el coeficiente de reducción que
exigen siempre los trabajos de esa naturaleza, porque es imposible
que el autor se sustraiga á sus personales juicios, ideas, pasiones
La trama de la conspiración con su génesis á raíz de los desen-
cantos producidos por la deslealtad en la aplicación de lo pactado
en el Zanjón; la figura é intervención de José Martí durante este
difícil período; el plan de Fernán dina y su fracaso; el estallido de
la revolución en Febrero de 1875, tienen en el libro un buen des-
arrollo, con un caudal de datos y pruebas que han de ser apreciadas
al estudiar á fondo el asunto. Collazo estaba en situación de poder
juzgar y de saber toda la gestación del movimiento. La Asamblea
de Jimaguayú, que constituye el capítulo V, ofrece también mucho
interés, que ya lo pierde el consagrado á la invasión y á su resu-
men, siquiera esté compuesto con datos y referencias de alguna
autoridad, como podia tenerlos el autor, habida cuenta de su posi-
ción. Ya es de más valía histórica el que se contrae á la emigración,
porque en esta parte habla con la autoridad de los hechos vistos é
intervenidos.
Es, en resumen, este libro de Collazo un buen elemento para el
historiador del mañana, que seguramente lo tendrá muy á la vista.
El primer volumen de Los Americanos en Cuba constituye la
portada, digámoslo así, del edificio, que el autor se ha propuesto
levantar en homenaje á la causa cubana, libre y sola. Abraza los
mandos de Weyler y Blanco, así como los preliminares de la cam-
paña de los americanos. Para su composición ha echado mano de
relatos y libros y a conocidos, ofreciendo escasa novedad.
926 Varía.

No ocurre eso con el segundo volumen, que comprende cuatro


capítulos; son á saber: Santiago de Cuba, Sitio y capitulación, Ca-
lixto García, La paz; insertándose en cada uno de ellos documentos
desconocidos hasta ahora, y haciendo el autor consideraciones dic-
tadas por el patriotismo herido y por la ingratitud, las descortesías
y las injusticias prodigadas á los cubanos por los yanquis, desde su
Presidente al caudillo de las fuerzas desembarcadas.
Collazo dice bien al aflrmar que, sin el auxilio de los cubanos,
la expedición de Santiago de Cuba fracasa. Y nosotros comprende-
mos su enojo, porque es el mismo que se apodera del espíritu espa-
ñol al ver las altanerías rudas, los abusos y las depredaciones del
Ejército de Wellington en la lucha por la independencia, sin em-
bargo de que jamás quería privarse del auxilio de los generales y,
sobre todo, de los guerrilleros españoles, á quienes tan sañuda y
cruelmente trató, á pesar de que sin ellos la campaña de Talavera
hubiera sido para él un desastre irreparable, y la misma invasión
de Portugal, con sus secuelas de 1811 y 1812, habrían tomado cariz
muy distinto para la causa de los aliados.
Carecieron los españoles en Cuba, como los franceses en la gue-
rra de 1808-1814, de ojos y oídos para ver y escuchar lo que acon-
tecía y tener conocimiento de la realidad; porque bien será recordar
una y otra vez que la guerra es servidora de la política, y como en
política es absurdo conquistar un país civilizado que quiere mante-
ner su independencia, cuando se confía á las armas la solución de
semejante enormidad, las armas fracasan.
Tal es la moral que se desprende de todas esas contiendas mar-
ciales, siendo á su vez cierta la recíproca, que brindó á los invaso-
res de Santiago de Cuba, como antes á los que remontaron el Tajo
y el Tormes en 1809 y en 1811 y 12, con los elementos sustantivos
para todo plan de campaña y para todo empeño guerrero: la fijeza
y la realidad de las situaciones respectivas y el dominio completo
del país.
JOSÉ IBÁÑEZ MARÍN.
Condiciones de lo pedagógico.

Al afirmar que el proceso de lo pedagógico tiene fln extraño á si


mismo, es á saber, lo magistral, dicho está que aquél es artificioso
y, como tal, tiene alcance muy limitado, el cual será preciso medir
para juzgar de su eficacia y fijar las condiciones de su empleo.
¿En qué sentido es artificioso? Todo lo que hace el hombre, ¿no
es en cierta manera artificioso? El hombre suele emplear artificios
para toda obra, v. gr., para construir una mesa, y todos los oficios y
profesiones exigen arte; pero el hacer una mesa en el taller del eba-
nista es, para el objeto de q^;e aquí tratamos, fenómeno normal ó
natural; mientras que el hacer una mesa con cartones ó con made-
ras, remedando ese acto del ebanista, para fln extraño al normal
del oficio, se puede llamar artificioso. En el teatro, por ejemplo, el
cómico puede ejecutar realmente una acción, v. gr., la de comer, y
esta comida podrá ser preparada del mismo modo que se adereza en
casa; pero esa comida, hecha encima del escenario y ante un públi-
co, constituye un artificio de carácter completamente distinto al de
la comida en casa, fenómeno natural. Aún más: al hacer en nuestro
propio domicilio una operación desusada ó anormal, v. gr., la de dis-
poner los muebles de especial manera, para cansar una impresión
dada sobre una persona cuya visita esperamos, se podrá decir que
empleamos artificio, comparando esa acción en qne hay algo de
fingimiento con lo que haríamos de no mediar ese fln y esas circuns-
tancias. Un pobre se puede doler de sn pobreza: es natural; pero si
se lamenta y duele ante otras personas con el fln de excitar la con-
miseración y de que le remedien en su necesidad, esas lamentacio-
928 Var/a.

nes constituyen ya un artificio diferente de la lamentación sencilla


que se hizo sin fln extraño. Se puede hablar simulando extrañas
voces con el mismo ó menor esfuerzo que ordinariamente se em-
plea, V. gr., remedando el hablar gangoso de una monja, ú otro pa-
recido; ese hablar puede llamarse artificioso, distinto del ordinario,
que se llama natural. En ese mismo sentido, lo pedagógico se puede
llamar, y es, artificioso, al contrario de lo magistral, que es tipo nor-
mal y ordinario.
Así, se entenderá por natural que el zapatero haga zapatos, el
abogado defienda pleitos, el ingeniero construya caminos, etc., y
que cada uno haga la faena que constituye su oficio propio en el
lugar y en la forma en que suelen ejercerse; mas todo aquel que
remede, finja ó imite esas acciones, sin la finalidad que les es propia,
usará de procedimientos artificiosos. Del mismo modo que se em-
plean artificios para representar un eclipse por medio de bolas y
quinqués, se puede representar pedagógicamente por artificio lo
magistral, que es su modelo y tipo.
Es natural que los chicos jueguen en la calle ó en el campo, en
libertad y abandonados á su iniciativa, mientras que los juegos
amañados en la escuela son puro artificio. La escuela misma es un
organismo artificioso para representar la familia ó la sociedad: se
supone que el pedagogo oficia de padre y de maestro; eso es pura
ficción. Hay estímidos naturales para obrar, v. gr., las ganancias
que propoi'cioua el ejercicio de una profesión; pero si se simulan ó
remedan en la escuela con premios artiflciales distintos de lo normal
y natural, eso constituye un artificio.
Y como tal artificio, tiene límites más ceñidos que las acciones
naturales. En el teatro no se pueden representar los actos en su
complejidad viva natural; ¿cómo se han de meter en un escenario
las Cataratas del Niágara? Aun respecto de acciones sencillas, en el
teatro sólo cabe representar un esquema, un perfil de lo más visible
y aparente. De la misma manera, el artificio pedagógico es limitadí-
simo. El poder del artificio no alcanza á todo lo que pueda desear
el agente, sino á lo que la naturaleza y poder del artificio permiten.
Y sí no estudiamos la naturaleza y poder del artificio pedagógico,
¿cómo lo hemos deapfiear con discreción? Debemos, pues, estudiar
las condiciones de su eficacia.
Así como un puente se debe tender en el sitio donde natural-
mente haya dificultad de pasar, y se deben emplear los medios ade-
cuados para vencerla, del mismo modo lo pedagógico debe aplicar-|
Condiciones de lo pedagózico- 929

se á su objeto especial, es decir, á facilitar las dificultades de lo que


el aprendiz por sí mismo no pueda vencer. Aplicarlo á aquellas
cosas que todo el mundo puede aprender sin que nadie se tome la
pena de enseñarlas, sería perder el tiempo. Lo pedagógico tiene su
objeto en aquellas materias, cuya complejidad embaraza la marcha
natural del aprendizaje.
Hay complejidad de objetos en los cuales la inteligencia no per-
cibe fácilmente las relaciones múltiples, v. gr., la complejidad de
una máquina de muchas piezas y de variado juego; la de un discurso
en el que se relacionen verdades complejas, y hasta la de una idea
con relaciones mentales difíciles de acertar ó de retener. Hay com-
plejidad de acciones que exigen operaciones complicadas, v. gr.,
construir el coro de una catedral; algunas podrán resolverse en
actos, en cierto modo, indivisibles, v. gr., discurrir; otras constitu-
yen un sistema de actos eu que se mezcla la complejidad del objeto
y la complejidad de acción, v. gr., leer y escribir, en las que se em-
plean signos complicados con acciones complejas.
Estas dificultades ú obstáculos se ofrecen realmente á los apren-
dices, aunque éstos tengan delante de sí los objetos, ó presencien
las acciones; pero puede ocm'rir una circunstancia que haga difíciles
hasta las cosas más sencillas, y es: la ausencia. Lo que no vemos ni
presenciamos, lo que está ausente, no lo podemos entender sino
previa información; y las informaciones no pueden ser comprendi-
das sí el sujeto á quien se informa no está enterado de cosas simila-
res, presenciadas ó vistas directamente, á las que se pueda referir
lo desconocido.
Pues bien; el artificio pedagógico, para solucionar una dificultad
consiste casi siempre en desmenuzar lo complejo que de presencia
no se puede entender, y en explicaciones desmenuzadas indirectas
en que se empleen imágenes de cosas similares conocidas, ó en-
prácticas de acciones pedagógicas que simulen ó finjan la acción
natural, á fin de que sea comprendida. Siempre operación artificial,
como ha de ser toda acción hecha con el exclusivo objeto de que
otro aprenda.
El artificio pedagógico, pues, se dirige exclusivamente á solu-
cionar dificultades meramente intelectuales. En una acción difícil,
lo pedagógico se dirige á enterar al aprendiz de cómo se ha de eje-
cutar, desmenuzando la acción, v. gr., escribir palos, letras sueltas,
palabras, etc.; si la dificultad está en no saber cómo se hace, se le
explica; pero si se hace difícil la acción por falta de habilidad ó de
9i0 Varía.
hábito de gobernar los miembros del aprendiz, esa dificultad y a no
se soluciona con lo puro pedagógico, sino con la práctica real del
aprendiz; por consecuencia, la eficacia de lo pedagógico se reduce
á la primera vez de la ejecución de un acto; por lo tanto, es ineficaz
para formar un hábito magistral, que exige actos magistrales repe-
tidos, cosa que no puede hacerse pedagógicamente. Si para adquirir
una habilidad ó una virtud se necesitan actos magistrales é influen-
cia del medio natural, ya es imposible lograr ese efecto con puros
expedientes pedagógicos. Una virtud moral, por ejemplo, no puede
adquirirse, como aconsejan insignes pedagogos, presentando á los
casos imaginarios, sino sufriendo realmente el efecto de nuestra
conducta dentro de la sociedad, sin los artificios inventados por
la pedagogía. El Cid Campeador y el rey D. Jaime I de Aragón
no pueden formarse leyendo casos imaghiarios en romances ni
libros de caballería; los que se forman leyendo romances son aque-
llos viejos hidalgos fuera de quicio que acababan en Quijotes, pe-
dagogos prácticos del universo mundo. Si estudiando las leyes de
la gravitación no aumenta el hombre en peso, tampoco se hace
nadie moral leyendo á Séneca; pero es ilusión pedagógica corriente:
se cree que los chicos se hacen urbanos aprendiendo de memoria la
urbanidad, y que el espíritu político de una nación se forma leyendo '
los ciudadanos la constitución ó la carta magna. ,
Los métodos-pedagógicos no tienen eficacia para formar ningún
hábito magistral; y el empeño vano de formar por tales medios los.
hábitos magistrales, no ha traído por consecuencia más que la pe-
dantería en el obrar, en el hablar y en el discurrir, sin aplícacióíi
útil real.
El artificio pedagógico, aun dentro de lo intelectual, no tieue
materias suyas exclusivas, sino que se aplica á un mero accidente
en la marcha de todos los aprendizajes de lo magistral; es procedi-
miento de circunstancias: cuando se le ofrece una dificultad al
aprendiz. Esta dificultad, por otra parte, es cosa muy relativa, se-
gún la agudeza del aprendiz; á veces pasajera, que podría vencerse
en muchos casos, sin la intervención oficiosa del pedadogo, y ésta,
como hemos dicho, detiene y para necesariamente la actividad es-
pontánea del maestro y del aprendiz.
Al ser accidente de io magistral, no puede lo pedagógico vivir
separado, con vida propia, ni por sí es orgánico, sino que ha de for-
mar parte de otro organismo principal. De todas las escuelas que se
hacen independientes del organismo magistral, se podrá decir l o .
Condiciones de lo pedagógico. 931_

que vio claro Spencer en las escuelas inglesas: «Las nociones adqui-
ridas (entiéndase pedagógicas), faltas de organización y de coordi-
nación, se pierden pronto, y lo que queda es casi siempre inerte,
porque no se ha cultivado el arte de aplicar los conocimientos ni se
ha desarrollado la potencia de observar con exactitud y de pensar
por sí mismo.»
Es fruto de ilusión la creencia de que pedagógicamente se pueda
enseñar á pensar; pensar es acto magistral; podrá facilitarse el acto
del pensamiento explicándole al aprendiz de pensador lo complejo
de una materia, sobre la que se ha de pensar, para que su entendi-
miento no halle dificultades en su propio discurso; pero pensar, acto
personal incomunicable, cosa distinta, en cierto modo, de la materia
sobre que se piensa, no; el acto de pensar es inenseñable, como el
de sentir. Si lo pedagógico exige el cese de la actividad espontánea,
¿cómo se pnede enseñar á pensar?
El no haber medido el limitado alcance y oficio de lo pedagógico,
el desconocimiento de su naturaleza y el deseo desaforado de rea-
lizar toda enseñanza por ese medio, ha sido causa de que se forma-
ra una ciencia pedagóíjica, que es verdadera alquimia. Jamás se ha
sospechado que lo pedagógico tiene una medida, una proporción;
que, si se traspasa, produce lo contrario de lo que se desea; y eso,
eu aquella precisa materia y eu aquella ocasión en que lo pedagógi-
co pueda usarse; porque en aquello para lo que no tiene eficacia al-
guna, no sólo es inútil, sino contraproducente. ¿Los sentimientos?
Es una vaciedad pretender enseñarlos. ¿Lo emocional y lo volunta-
rio? Exigen para su educación actos repetidos, que no sean artiflcia-
les, en un medio real: una comedia no enseña á sentir más que falsos
sentimientos de falsos personajes. Dice muy bien WiHíam James:
«Así como un estornudo artiflcial imitado apenas tiene realidad, del
mismo modo toda tentativa por imitar una emoción, en ausencia de
su causa normal, suena'á fofa ó vacía.»
El amor á la madre, al padre, á los hermanos, á los parientes,
sentimientos que sólo se desarrollan al calor de la familia, no pue-
den desarrollarse en los niños, separándolos de su padre, de su ma-
dre y de sus hermanos, aunque el pedagogo se preste al cómico
oficio de fingirse padre. ¡A qué oficios se presta el desdichado pe-
dagogo!
El carácter y la voluntad no pueden educarse sino en condicio-
nes naturales, fuera del artificio pedagógico. Las percepciones inte-
lectuales son por sí frías y neutras; lo pedagógico es meramente in-
932 Varía.

telectual y para solucionar una dificultad intelectual; ¿cómo, pues,


se ha de educar pedagógicamente lo emotivo ni lo voluntario? Aun
en lo intelectual, no puede llegar lo pedagógico al acto de creación,
de invención, ni al acto mismo de pensar espontáneo y propio.
¿Cómo ha de llegar su alcance al ejercicio de oficios reales que exi-
gen virtudes morales é intelectuales que pedagógicamente no se
pueden producir?
Lo pedagógico es método exclusivamente personal, de influencia
personal de hombre á hombre y sólo para la dificultad intelectual;
¿cómo se ha de formar con elementos pedagógicos un medio natural,
apto para oficios tan distintos? El creer qne la escuela pueda consti-
tuir una sociedad ideal, superior en efectos educativos á la sociedad
á que remeda, es fruto de ilusión; un medio facticio formado por el
interés, la conveniencia y la comodidad del pedagogo, ¿ha de tener
vii'tud de medicina social? Los más grandes filósofos han pretendido
inquirir y estudiar las condiciones en que se forman la inteligencia
y el carácter de los hombres; pero también es verdad que sin prue-
bas ni experiencias sistemáticas han dado siempre por supuesto que
el artificio pedagógico era apto para realizar todas sus concepcio-
nes, y encargan al pedagogo que se las arregle como pueda, á fin de
preparar á los jóvenes para todos los oficios de la vida en un medio
completamente artificioso, que se parece á la vida como el armatos-
te con que enseñan astronomía se parece al universo mundo. Y han
formado una alquimia de la ciencia de la educación, por la que se
ha hecho concebir la esperanza loca de encontrar un remedio, una
triaca, un elíxir, qne sane y robustezca lo intelectual y lo moral,
como curaba y sanaba lo físico el bálsamo de Fierabrás.
El arte de educar en las escuelas es verdadera alquimia: 1.°,
porque no usa más que de un solo medio de limitadísima potencia:
el pedagógico; y sin haber estudiado sistemáticamente en qué con-
siste y á qué alcanza, se le emplea con fines y objetos para los que
esencialmente es ineficaz; 2.", porque para aquellas materias en que
podría ser útil, en ciertas condiciones, lo aplica en forma que resulta
contraproducente, y 3.°, porque deja de emplear medios más poten-
tes y eficaces. Todos los estadios que se han hecho de la ciencia de
la educación han seguido rumbo falso: se han hecho con el fln de
corregir ó mejorar las instituciones pedagógicas, que por ser exclu-
sivamente pedagógicas no se prestan para educar ni instruir ellas
solas. Si algún observador Jia querido salirse'de la rutina y ha es-
tudiado los fenómenos normales fuera de la escuela, v. gr., Rous-
Condiciones de lo pedagógico. 933

seau y Pestalozzi, ha sido úaicamente con el objeto de que el peda-


gogo utilice los procedimientos que se emplean fuera de la interven-
ción del pedagogo; sin percatarse de que al penetrar esos procedi-
mientos en la escuela, ó realizarlos el pedagogo, cambiaban comple-
tamente de naturaleza y de carácter. Es el procedimiento rutinario
y ciego de la vieja alquimia, que pretendía estudiar la formación
del oro en la naturaleza, para ver si por artificio se lograba obtener
el oro natural. Los pedagogos tratan de convertir todas las enseñan-
zas natui-ales en enseñanzas pedagógicas de puro artificio, y hau
llegado á simular los métodos reales y directos de reconocida efica-
cia con procedimientos ficticios sin virtud real. El progreso de la pe-
dagogía ha consistido en un barroquismo de ingeniosidades peda-
gógicas, salidas en medio de discusiones impertinentes acerca de si
lo clásico ó lo no clásico, si lo literario ó científlco, si lo teórico ó lo
práctico, lo cíclico ó lo serial; sobre si hablado, escrito ó hecho; so-
bre si dibujos, estampas, etc.; sobre si alegre ó triste; y se escriben
tomos y más tomos; se mudan y remozan las escuelas, y siempre
sin salir del círculo de lo pedagógico y á espaldas de la dirección
real.
Para no embarrancamos en la misma dirección, hemos de fijar
la esfera de aplicación de lo pedagógico. Tiene una medida detei--
minada y exacta. Es e i T o r creer que cuanto más se facilite el apren-
dizaje se hace mejor: el exceso de pedagogismo es contraproducen-
te: hemos dicbo repetidas veces que lo pedagógico exige el cese de
la actividad espontánea; la pereza intelectual de las escuelas obede-
ce precisamente á ese exceso. Lo pedagógico sirve para solucionar
una dificultad intelectual, y como esta dificultad es relativa, según
el grado de inteligencia ó saber del aprendiz, la medida ha de mar-
carla la potencia intelectual del aprendiz en el momento en que se
le enseña: al listo, media palabra, una simple seña, es suficiente; al
torpe, ni largas explicaciones bastan: cuanto más tonto es el apren-
diz, más dosis de pedagogismo ha de gastarse. En el empleo, pues,
de lo pedagógico ha de haber ecuación exacta entre él y el enten-
dimiento del aprendiz.
Precisamente por esa necesidad de adecuarse, resulta el método
pedagógico molesto y aun odioso al emplearlo más de lo debido.
Ese sentimiento de repugnancia que inspira, marca instintivamente
el límite de su empleo: los maestros reales de todos los oficios huyen
de lo pedagógico; los chicos lo aborrecen.
Se comprende que sea molesto porque exige el abandono de las
934 Varía.
faenas magistrales y el aplicar la atención y el esfuerzo á un artifi-
cio extraño á ellas: el desmenuzar una operación real, siguiendo
marcha regresiva, v. gr., desarmar una máquina sólo para que el
aprendiz pueda comprender el juego de las piezas. El aprendiz un
poco vivo, en cuanto atisba la solución de la dificultad, desea que
no le vayan con pedagogías; explicarle más, es suponerlo tonto. En
cuanto es abusivo, se hace fastidioso. No en balde los chicos se han
cansado siempre y se han aburrido en la escuela. El mismo peda-
gogo, que vive de fingir que su faena es agradable, se aburre y cría
mal humor. Es fenómeno universal de todo tiempo y país el disgus-
to de la escuela, aun en los pueblos y entre las personas y clases
en que más vivos se sienten los deseos de saber. Los pedagogos y la
escuela han podido vivir, precisamente, por el desdén y aun aborre-
cimiento general que sienten los maestros reales de todos los oficios
hacía la enseñanza pedagógica. Debe, pues, tener por límite la difi-
cultad especial y relativa que se le ofrezca al aprendiz, cesando en
cuanto éste se entere.
Debe, además, emplearse lo pedagógico, caso que se pueda, en
el momento preciso en que ocurre la dificultad; y este momento
suele ser el inmediato ó el más cercano posible á la acción. Es el
momento en que el aprendiz atiende y se interesa por el asunto, sin
distraerse ni fijarse en la manera como se le enseña: cuando los es-
tímulos son más vivos y los esfuerzos más eficaces; cuando se ve
muy clara la finalidad de la enseñanza. Fuera de ese caso, suele ser
molesto é impertinente: como el saltar cinco ó seis metros antes de
llegar á la acequia.
La anticipación de la enseñanza pedagógica en todas las escue-
las ha trastornado la marcha natural: la voluntad y previsión del
que enseña han sustituido á la voluntad y previsión del aprendiz.
De esa manera no debe extrañarnos que falte la cooperación del
aprendiz, requisito necesario para que se aprenda. Además es muy
expuesto á que se enseñen materias qne sin enseñanza pedagógica
se aprenderían mejor. Pero á esa anticipación impertinente se la
llama previsión pedagógica. De ahi el hábito de enseñar á leer, es-
cribir, contar, etc., muchos años antes de lo necesario; esto es acos-
tumbrar á los chicos á taparse con pieles en el verano, previendo la
necesidad de tapai'se en el invierno. Así se han podido constituir
escuelas, para comodidad del pedagogo, con objeto de ensenar pe-
dagógicamente todas las profesiones, sin que el esfuerzo del apren-
diz se aplique á nada real de la profesión; de esta manera se puede
Condiciones de lo pedagógico. 935

llegar á médico antes de ejercer de practicante; y dicen que se


aprenden teorías sociales y derecho antes de haberse podido enterar
de la organización de su propia familia; y se autoriza para dirigir
un pleito & jóvenes incapaces de extender un simple recibo. Por esa
anticipación, se ve en algunas naciones pasar la juventud entreteni-
da en ejercicios pedagógicos hasta los veinticinco años; y por pre-
ver las diflcultades de la vida, esta vida les resulta la mayor dificul-
tad; la hau visto á través de las ocurrencias de un pedagogo. Y
como lo pedagógico es capaz de simularlo todo, se juzgan reales las
fingidas virtudes. Y á esta falsificación ayuda el público insensato.
Ya se ha dicho: «La apariencia del mérito y el simulacro de la vir-
tud arrastran los sufragios de la muchedumbre». Llaman estudio y
saber á una gimnasia inútü de retóricas, sutilezas, etc., que es
adonde va á parar la escuela que se aparta de su verdadero oficio.
Los educados en la escuela, como dice Huxley, «son en general va-
nos toda la mañana y estúpidos por la tarde».
El aplicar lo pedagógico en el momento inmediato á la acción
supone que el aprendiz ha de estar al lado del maestro de un oficio ó
profesión, ejecutando acciones magistrales, fuera d é l a escuela, que
es la oficina del pedagogo. Eso pone en situación deslucida al peda-
gogo, que huye del maestro para no sufrir bochornosas comparacio-
nes. Además, esa exigencia sujeta al pedagogo á seguir la marcha
del aprendiz; pero el pedagogo, poseído vanamente de la alteza de
su misión, envanecido de su oficio, quiere que le sigan á él. Y al se-
parar á los jóvenes del aprendizaje directo, se desnaturaliza la efi-
oacía del medio pedagógico, siendo, como es, el estímulo de la ac-
ción misma el mejor acicate para aguzar el entendimiento y vencer
todas las dificultades.
Lo pedagógico se ha de aplicar, no conforme al fin ó deseo del
pedagogo, sino según el fin, el deseo ó el deber del aprendiz; antes
de que nazca ese deseo, ó se sienta ese deber, faltan los estímulos
naturales, necesarios para la eficacia de todos los medios de apren-
dizaje. De no atender á esta exigencia, es fácil abusar empleando
medios forzados, cuales se emplean de ordinario en las escuelas, y
por desconocer esto se ha invertido también la marcha natural: en
vez de decidir los jóvenes su propia vocación en uu medio real, ac-
túa como director de vocaciones el pedagogo, es decir, el más inepto
para esta función; pues siendo él, por su oficio, un hombre que no
aplica su saber á ninguna profesión real, ¿cómo ha de tener motivos
de experiencia para decidir las vocaciones de los otros? Por esa
936 Varía.

causa ocurre frecuentemente que jóvenes y aun niños anticipen la


vocación en un medio pedagógico, y cuando llegan á hombres se
enteran de qne no sirven para el oficio real. En mi casa he tenido
un ejemplo: nn hermano mío se enteró de que no servía para médi-
co á los veinticinco años, después de haber cursado el doctorado de
medicina, y obtenido, como en casi toda la licenciatura, notas de
sobresaliente. Ya estudiaremos más despacio á qué extremos han
llegado las prácticas pedagógicas por haber desatendido esta con-
dición.
Por idénticos motivos, la materia que pedagógicamente se ha de
aprender no debe señalarla el pedagogo, según la utilidad ó conve-
niencia de éste, sino según la conveniencia del aprendiz, según las
condiciones de su vida, según sus aptitudes, condición social, fami-
lia, etc., etc., es decir, que las materias tengan valor de aplicación
pai'a el aprendiz. Los pedagogos han cavilado mucho acerca de las
materias, buscándoles un valor absoluto; es necio pretender encon-
trar una dirección absoluta, única, en la marcha del aprendizaje,
cuando cada cual ha de tomar dirección distinta y cuando precisa-
mente estriba en esa diversidad de direcciones la armonía y el orden
sociales. Tal pretensión es buscar tres pies al gato; mas como el pe-
dagogo vive de la organización pedagógica, tiende á marcar las ma-
terias y el orden que más se presten á una larga y bien remunerada
intervención suya; busca que se acomoden á él y no él á los otros;
y enseña muchas cosas completamente inútiles con tal que tengan
apariencia de brillantez y ornato. «Tiempo ha (decía nn español del
siglo x v m ) que los varones sabios se dolían de las vanísimas cues-
tiones que los jóvenes agitan en las aulas; las cuales, en llegando á
los empleos, en nada les eran acomodables á la utilidad y beneficio
del público». «Et ideo ego (dice Petronio) adolescentulos existimo in
scholis stultissimos fierí, quia nihil ex iis, qnaj in usu habentur, aut
audiunt, aut vident». En realidad, con más ó menos desfachatez, se-
gún lo ha consentido la discreción del público, lo exclusivo peda-
gógico ha sido siempre así, en todos los tiempos y naciones.
El ser la dificultad meramente relativa, según la inteligencia del
aprendiz, y el deberse resolver aquélla en el momento más cercano
posible á la acción, etc., nos señala y a perfectamente otra condición
de eficacia, y es que lo pedagógico debe aplicarse individualmente;
pues teniéndose que adecuar al caso concreto (en la inmensa mayo-
ría de las ocasiones) y á una situación particularísima del aprendiz,
ha de darse la enseñanza individualmente: cada alumno nece-
Condiciones de to pedagógico. 937

sita una manera, una adaptación, una ecuación. Pero esto va contra
la comodidad del pedagogo, y éste inventa otra teoría: la convenien-
cia de enseñar pedagógicamente á multitudes, es decir, sosteniendo
como método ideal el enseñar ó hacer ejercicios colectivos de cosas
que luego han de hacer los alumnos por sí separadamente. Se com-
prende que sea preciso ó convenga enseñar colectivamente aquellos
ejercicios que en la normalidad de la vida son colectivos, v. gr. for-
mar un batallón militar; pero enseñar á leer colectivamente y á es-
cribir colectivamente, y enseñar todas las materias de una profesión
como la de derecho ó medicina colectivamente, sólo pudo ser ocu-
rrencia de pedagogos, los cuales habían de tratar, como todo el mun-
do trata, de ganar el mayor sueldo con el menor esfuerzo po-
sible.
Si lo pedagógico llena su objeto al solucionar dificultades en la
marcha magistral para que las venza cumplidamente el aprendiz, se
deribará por consecuencia el que deban emplearse para la enseñan-
za pedagógica los elementos más reales y directos; y debe enseñar-
se en el lugar y en las circunstancias más normales de la vida, es
decir, que si ha de enseñarse á hacer una mesa, valdrá más enseñar
haciendo la mesa de madera real en la carpintería que no con car-
tones en la escuela; no basta lo intuitivo ni lo práctico pedagógico,
que son representaciones indirectas, palabras ó ficciones, sino lo
más directo é inmediato á lo magistral.
Pero el pedagogo, alejado de las oficinas ó talleres de los maes-
tros y siendo hombre que ordinariamente sabe las cosas de oídas ó
leídas, suele en la práctica dar más importancia á la escuela que al
taller, á un discurso que á una acción ó imagen real; tiende á que
su intervención se haga visible, separado de la realidad normal.
La naturaleza especial de cada dificultad, la disposición de es-
píritu del aprendiz, la índole particular del caso y todas las demás
circunstancias, indicarán en cada ocasión el modo de enseñar: el
mismo aprendiz señalará en cada caso la manera con qne se le ha
de enseñar, si no atina el pedagogo. No vale la pena de ingeniar me-
canismos sutiles para cosa que á cualquiera se le ocurre ó cuya solu-
ción inventa cualquiera. Pestalozzi se pasó gran parte de la vida
aprendiendo lo que hacían, fuera de la escuela, hombres que no sa-
bían pedagogía. Rousseau inventó aquello de la naturaleza. Trata-
ban de averiguar, en último término, lo que todo el mundo hacía.
¡Y fué un gran progreso pedagógico! ¿A qué necedades no habrá
llegado lo pedagógico, cuando el progreso en tales materias se con-
60
938 Varía.

sigue volviendo al método natural y espontáneo qne practica gente-


sin estudio?
Aun dentro de todas esas ceñidas condiciones expuestas, hay nn
límite prudencial para el uso de lo pedagógico, y consiste en que
debe emplearse únicamente cuando por sn medio se abane verdade-
ramente la dificultad; si el esfuerzo qne ha de hacer el aprendiz,
para aprender pedagógicamente una materia, es mayor qne el que
emplearía para aprenderla directamente, es majadería insigne em-
plear pedagogías, que constituyen métodos supletorios. Esto es ver-
dad de Pero Grujió, contra la qne van la inmensa mayoría de las
escuelas que sobrecargan á la juventud con grave daño y sin pro-
vecho. Spencer hace el retrato de un estudiante qne sale de la es-
cuela fatigado y envejecido, perdidas y a las ganas de comer alimen-
tos sustanciosos, porque á su estómago se le resisten, con las extre-
midades frías, con palpitaciones, vista debilitada, crecimiento i n -
completo, tejidos blandos, etc., etc. (Y todo esto sin haber aplicado
su esfuerzo á nada magistral. Disgustado del mundo, antes de haber
vivido en él y de haber realizado cosa de provecho). El aprendiz
pasa mucho tiempo en las escuelas, gastando sus energías en mate-
rias que, sin esfuerzo y directamente, de seguro aprendería fuera,
con economía para el cuerpo y para el alma.
Esto por parte del aprendiz. Respecto del pedagogo, conviene
afirmar que no debe dedicarse á la enseñanza aquel que, aplicando
á lo magistral sus aptitudes, obtenga más ventajas que enseñando á
los demás. Es despilfarro necio de actividad: un listo, trabajador
y fuerte, no debe dedicarse á enseñar á personas que no puedan
hacerlo mejor 6 igual que él. Si Napoleón se hubiese metido á peda-
gogo en escuelas militares, ¿hubiera enseñado pedagógicamente más
de lo que d.rectamente enseñó? Si los grandes políticos aplicaran
sus aptitudes á explicar los negocios de gobierno pedagógicamente,
¿quién había de dirigir las naciones? A los más virtuosos, los más
claros talentos, los necesita el mundo para lo magistral, que es el
fin de lo pedagógico. Por eso, á maestros de escuela no deben dedi-
carse, ni en realidad se dedican en sociedades donde la alquimia
pedagógica no ha fascinado los espíritus, más que los incapaces de
ejercer un oficio medianamente remunerado.
Por consecuencia, los momentos mejores de tensión de espíritu,,
los ratos más lúcidos, los mayores esfuerzos y energías, deben de-
dicarlos los hombres á lo magistral. Si lo pedagógico sirve para evi
tar grandes esfuerzos del aprediz, ¿por qué se ha de destinar lo me--
Condiciones de lo pedagógico. 939
jor de la vida para cosa que exige el cese de la iniciativa y la es-
pontaneidad? Eu el mundo hay quienes emplean hien lo pedagógi-
co, en la justa medida, aunque no hayan oído hablar de métodos pe-
dagógicos: sólo por sindéresis natural; y esos suelen ser los maestros
reales de casi todas las profesiones, los discretos de todo oñcio.
Como aborrecen todo abuso de ese medio, lo utilizan exclusivamen-
te cuando la prudencia lo reclama, ó la necesidad; no enseñan lo
que sin pedagogías se aprende (por eso los pedagogos, que no tienen
más remedio que enseñarlo todo pedagógicamente, dicen que los.
maestros no saben enseñar); no enseñan sino lo que las profesiones
piden, lo hacen individualmente, en casos concretos, en momento
inmediato á la acción, etc., etc. De tales maestros, pues, 'hay que
aprender á no enseñar. Pero líbrense los observadores, como Pesta-
lozzi,' Tolstoi, etc., de transformar lo magistral en pedagógico, m e -
tiendo cómicamente en escuela lo que realmente no puede vivir allí
dentro sii ficción.
Todos los grandes pueblos y civilizaciones, en los años de su vi-
rihdad, fuerza y apogeo, y las capas sociales que se conservan sa-
nas, en civilizaciones decaídas, han sabido librarse del espejismo
de la instrucción pedagógica. «El inglés, dice M. Marc Leclerc, no
tiene ese respeto á la cultura de estampilla oficial (entiéndase pe-
dagógica); prefiere siempre la experiencia técnica, el aprendizaje
especial; en los importantes talleres de Witworth en Manchester,
todos los ingenieros son hombres del oficio, que entran en el taller á
los catorce años, pasan por los diversos servicios, subiendo grado á
grado la jerarquía.»
y lo que ocurre y es bueno en la ingeniería, es natural que ocu-
rra y sea bueno en todos los oficios, profesiones y facultades: en el
mundo todo es acción: hasta el pensar es trabajo activo, como el del
ingeniero; el trabajo exclusivamente cerebral pide destreza y hábi-
tos cerebrales, como el trabajo manual pide destreza y hábitos ma-
nuales. De esto sólo pueden enterarse los que han podido discurrir
originalmentealgunavez. Hasta elhombre puramente científico seha
de formar siguiendo idéntico proceso que el ingeniero y el ebanista.
Las instituciones pedagógicas no se desacreditan tanto como m e -
recen, porque algunos hombres de valer, verdaderos científicos, en-
cuentran en las instituciones de enseñanza el mediode queelpúblico,
ó el Estado indirectamente, mantengan y paguen una actividad ce-
rebral útil que en otra forma no obtendría precio ni recompensa ma-
terial. Y el crédito de esos pocos sirve para que se s á l v e l a multitud
940 Varia.

de espíritus ineptos para todo trabajo verdaderamente científico,


qne son los qne forman el núcleo principal de tales instituciones.
La eficacia de lo pedagógico es limitadísima; es muy ceñido el
campo de su acción; son muy estrictas las condiciones: evidentemen-
te ha de haber otros medios normales para instruirse ó educarse: él
solo no basta. No se pierde, pues, el tiempo al investigar otros méto-
dos con los cuales se pueda formar un sistema no tan exclusivo y ce-
rrado como el que los pedagogos siguen. Creo que debe fundarse
un arte, pero no el de enseñar, sino el de aprender, utilizando todos
los medios, según su eficacia respectiva. I
No queremos ilusionarnos con la esperanza de descubrirlo; pero |
evidentemente vamos en dirección que rompe con la pedagogía ac- \
tual, sin que por eso queramos desdeñar las observaciones parciales
bien hechas que puedan ser aprovechables.
Sé también que todo esto va contra doctrinas y, sobre todo, con- i
tra intereses arraigadísimos; me figuro que mi sistema será recibido
con desdén ó antipatía; estoy convencido de que no logrará deste-
rrar lo viejo. Aunque tuviese la fortuna de descubrir las verdades
más estupendas y útiles y de fundar ciencia nueva, los alquimis-
tas pedagógicos perdurarán mientras el mundo exista. Han pasado
y a algunos siglos desde que la astronomía pudo fundarse sobre prin-
cipios ciertos, y, sin embargo, aún se leen los calendarios de agore-
ros y de astrólogos; aún son miles y miles los que buscan profecías
de lluvias y tronadas.
Me daría por satisfecho si lograse cambiar sólo un poquitillo el
<;ríterio horriblemente estúpido de regeneración pedagógica que en
España mantenemos; no hace muchos años un ministro de Instruc-
ción pública se enteró de que en talleres y fábricas españolas había
miles de empleados técnicos extranjeros; el patriotismo le dictó una
^singular medida: la creación apresurada é inmediata de multitud de
escuelas de industrias, artes y oficios, para qne pasado algún tiem-
po no permaneciese ya en tales fábricas esa nube de extranjeros; es
decir, que llamó á los pedagogos con el fln de desterrar á los maes-
tros. La prensa rotativa j ' la no rotativa, inficionada de pedagogís-
mo, aplaudió.
La medida contraria hubiera sido la discreta: llamar á otros
maestros para que los españoles pudiéramos aprender aunque nadie
nos enseñara, y jubilar á una nube inmensa de pedagogos que ense-
ñan sin que de ellos aprenda nadie.
Jri-lAlT KlBERA.
LIBROS RECIBIDOS

Berta de Suttner: ¡Abajo las armas! Traducción. Barcelona. Henrich


y Compañia, 1906.
— Butti: Tras el placer. Drama. Traducción de Miguel Domenge Mir.
Barcelona. Teatro antiguo y moderno.
— Rafael Pamplona Escudero: Juego de damas, novela. Madrid. Libre-
ría de la Asociación de Escritores y Artistas, 1906.
— Luis Valera, marquós de Villasinda: Sombras chinescas (Recuerdos
de un viaje al Celeste Imperio), dos volúmenes. Madrid, 1902.
— ídem id.: Visto y soñado. Madrid, 1903.
— ídem id.: ün alma de Dios, novela. Madrid.
— ídem id.: Del antaño quimérico, cuentos. Madrid, 1905.
— Rubén Darío: Opiniones. Madrid. Librería do Fernando Fe.
— J. M. Aicardo: De literatura contemporánea (1901 1905), segunda
edición. Madrid. Rivadcneyra, 1905.
— Miguel S. Oliver: Entre dos Españas, crónicas y artículos. Barcelo-
na. Gustavo Gili, 1906.
— Joan Maragall: Enllá. Poesíes. Barcelona, 1906.
— Joan Puig y Ferreter: Diálegs imaginaris. Biblioteca popular de
IVAven?. Barcelona, 1906.
— Ignasi Iglesias: Girassol. Comedia. Barcelona. L'Aveng, 1906.
— A. de Riquer: Aplech de sonets. Les cullites. Un poema d'amor. Bar-
celona, 1906. (Ilustrado).
— Melcior de Palau: Poesles catalanes. Barcelona, 1906.
— E. Moliné y Brasés: Llibret de poesíes intimes. Barcelona, 1906.
— R. Miguel y Planas: Los ex-libris y su actual florecimiento en Espa-
ña. Barcelona, 1906.
— Santiago Rusiñol: La bona gent, obra en cuatro aotes. Barcelona. An-
tonio López.
— ídem id.: En Barba Azul, monóleg. Barcelona. L'Avene;, 1906.
— José A. Alfonso: La educación del niño. Conferencia. Santiago de
Chile. Cervantes, 1906.
— Celestino Schiaparelli: Ibii Gubayr (Viaggio in Ispagna, Sicilia, Siria
e Palestina, Mesopotamia, Arabia, Egitto, compiuto nel secólo xn).
Roma. Casa editrice italiana, 1906.
sunnmo
SECCIÓN bE HISTORin Páginas.

E. Ibarra.—Bibliografías históricas regionales. Aragón. III. Ar-


chivos (contimiación) 651
J. Humbert.—El árbol de la vida de la región del Orinoco (La
leyenda de Amalivaca en Venezuela) 665
A. Elías de Molíns.—ün Museo de pinturas é histórico en 1 8 1 5 . . . 674
ANÁLISIS Y EXTRACTOS DE LIBROS.—R. Leonhard: SHinmcn des
Auslands ilber die Zulcunft der Bechtswissenschaft (José Cas-
tillejo) 676
Écóle pratique des hautes études (R. A.) 683
BIBLIOGRAFÍA CRÍTICA.—Edmond Doutté: Merrükech (F. Codera) 687
Le Cíe. Henry de Castries.—Les sources inédites de Vnistoire
du Maroc, de 1530 á 1845 (F. Codera) 688
Joaquín Miret y Sans.—Négotiations de Pierre IV d'Aragón
avec la Cour de France {1366-1361) (E. I. R.) 691
José llamón M-éW^a..—Las esculturas del Cerro de los Santos.
Cuestión de autenticidad (A. E. de M.) 691
REVISTA DE REVISTA.S.—(Españolas, italianas, francesas, bel-
gas é inglesas) 694
NOTICIAS.—LIBROS RECIENTES 705

S E C C I Ó N b E LITERilTÜRn AObERNA

José R, Lomba.—Don José María de Pereda 711


R. D. Peres.-Influencias hispánicas. Dos escritores ingleses con-
temporáneos 726
TEATRO.-Los estrenos en Madrid: La Princesa Bebé, de Ja-
cinto Benavente.—La casa de García, de Serafín y Joaquín
Alvarez Quintero.—-Benuenwío Cellini, de E. Marquina (Seve-
rino Aznar) 732
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS.—La maja desnuda, de Vicente Blasco
Ibáñez.—Paradox, Berj, de Pío Baroja.—Por tierra fragosa,
de F. García Sanchíz. — Bomántichs d'ara, de Enrich de
Fuentes (R. D. Peres) 744
Les multituts, de Raymon Casellas (R. Miquel y Planas) 750
Juego de Damas, de Rafael Pamplona y Escudero (Juan Blas y
Ubide) '^^}
MOSAICO
Página».
SECCIÓN b E FILOLOQin E HISTORin LITERARIfl

Oiva Joh. Tallgren.— Apuntes sobre algunas voces raras que


ocurren en la Gaya ó Consonantes de [Pero Guillen de] Se-
govia (manuscrito del siglo xv) 761
X.—Otra versión del romance del Convidado de Piedra 767
Mariano de Pano.—La invasión del lenguaje vulgar aragonés en
los contratos durante la Edad Media 769
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS.—A'weüa Biblioteca de Autores Españo-
les, bajo la dirección del Excmo. Sr. D. Marcelino Menéndez
y Pelayo. Volúmenes I, II, III y IV (R. M. P.) 773
Colección selecta de Antiguas Novelas españolas. Volúmenes I,
II, III y IV 779
Blanca de los Eios de Lampérez: Tirso de Molina, conferencia
leida por su autora en el Ateneo de Madrid.—Joaquín Haza-
ñas y La Rúa: Los Rufianes de Cervantes, tEl Rufián dicho-
so^ y <El Rufián viudos (R. M. P.) 780

SECCIÓN b E n R T E

M. Gómez-Moreno M.—Excursión & través del arco de herradura. 785


M. de Pano.—Damián Forment en la catedral de Barbastro... • S12
Juan Domínguez Berrueta.—Regeneración de la escala musical... 820
Elias Tormo y Monzó.—La escultura en Galicia (continuación). 832
NOTAS.—La Exposición de Bellas Artes (J. Valenzuela La Rosa).—
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Enrique
Serrano Fatigati) 843

SECCIÓN b E F I L O S O F Í A

J. González Carreño.-La ética en España. Lo que es y lo que


debe ser 849
M. Glossner.-CRÓNICA: Sobre el estado actual de las ciencias
filosóficas en Alemania. II 863
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS.—Antonio Hernández Fajarnos: Prin-
cipios de Lógica fundamental (P. n. Arnáiz) 869
C. Sentroul: L'objet de la Métaphysique selon Kant^t selon Aris-
tote (A. G. I.) 872
ANÁLISIS DE REVISTAS.—(Españolas, francesas, belgas, italia-
nas y alemanas) 875
NOTICIAS.—SUMARIO DE REVISTAS.—LIBROS RECIENTES 882

G. Maura y Gamazo.—Los partidos políticos en Bélgica 892


J. Ibáñez Marín.—Después de la guerra. (Cubanos y españoles). 918
J. Ribera Tarragó.-Condiciones de lo pedagógico 927
CULTURA ESPAÑOLA
(Antes REVISTñ b E nRAGÓN)

Es revista de carácter cientiflco, completamente desligada de todo


compromiso de partido y de todo exclusivismo de escuela. Su indepen-
dencia de criterio le veda solicitar ó admitir toda subvención ó apoyo de
Índole oficial. Su división en Secciones, perfectamente autónomas, es una
mayor garantía do independencia: cada Director es responsable de la or-
ganización de los trabajos en su Sección respectiva; los autores, por su
parte, responden exclusivamente de sus artículos, ün solo ideal común
mantiene unidas á las Secciones autónomas: la investigación serena é;
imparcial de la verdad cientifica.
Para facilitar este régimen de autonomía orgánica. CULTURA ESPA-
S o L A ruega á sus colaboradores remitan los originales á los Directores
de cada Sección, y no á la Gerencia ni á la Administración; igualmente
recomienda á los autores ó editores remitan las obras, de las cuales de-
seen qne se dé cuenta, j'a á los Directores mismos, ya á los colaborado-
res constantes que en cada Sección estén encargados de la especialidad
determinada á que el libro enviado se refiera. A este fia, en la siguiente
lista se consignan los nombres, domicilio y especial dedicación de los.
Directores y colaboradores constantes en cada una de las Secciones.

Sección de HISTORIñ

DIRECTORES: E. Altamira (Oviedo, General San Miguel, 1 y 3), Meto-


dología histórica é Historia del Derecho.--!:,. Ibarra Rodríguez (Zarago-
za, Independencia, 32), Historia de España y especialmente la medieval..
COLABORADORES: F . Codera (Madrid, San Vicente, 56), Historia ára-
6e.—Carmelo Echegaray (Gueruica, Vizca.va), Historia délas Provin-
cias Vascas.—AiitoDio Ellas de Molíns (Barcelona, Sauta Mónica, 2 bis).
Arqueología general y especialmente catalana.—A. Vives (Madrid, Fuen-
carral, 10), Numismática española y Arqueología ríí-aóe.—E. de Hino-
josa (Madrid, Cuesta de Santo Domingo, 11),- Historia del Derecho.—
J . M. Castillejo (Madrid, Zorrilla, 4 duplicado, 2.°), Publicaciones alema-
nas de historia jurídica.—J. Fitzmaurice Kelly (Londres, Piccadilly,
107), Publicaciones inglesas de asunto español.—L. Barran Dihigo (Pa-
ris, Bvd. St. Germain, 43), Publicaciones francesas. — AV. R. Sheferd
(Nueva York), Publicaciones norteamericanas.—lí. Blázquez (Madrid,
Zorrilla, 15), Geografía histórica.
Esta Sección tiene en cartera, para publicar eu los números siguien-
tes, los trabajos que se indican á continuación:
De Trafalgar á Aranjuez (1S05 1808). Notas de historia diplomática,.
por G. Desdevisses du Dezert.
Memorial de logros, por F. de Laiglesia.
Relaciones entre el Derecho español y el de la Francia meridional,
y Estado actual de las investigaciones sobre la historia de las clases ric-
rales en Europa, por E. de Hinojosa.
Los godos en Sobrarbe y Ribagorza. Estudio de toponimia goda de
Aragón, y Los suevos en Asturias, por J. Jungfer.
Nuevos datos para la bibliografía de D. Rafael del Riego, por F.
Cariella. . X
Pleito ruidoso: Fr. Diego Jo.té de Cádiz y el rebelde cura de Erla, por
F. Aznar Navarro. .
S e c c i ó n de LlTERñTÜRn A O b E R N ñ

DIRECTORES: E . Gómez de Vaquero (Madrid, Villanueva, 43).—R. D .


Peres (Barcelona.—San Gervasio, Avenida del Tibidabo, 18).
COLABORADORES: Severino Aznar (Madrid, Apodaca, 5), Teatro. —
J. Blas Ubide (Calatayud), Notas bibliográficas. Etc.
S e c c i ó n de FILOLOGÍA E HISTORIA LlTERARin

DIRECTOR: R . Menéndez Pidal (Madrid, Leganitos, 1).


A. Farinelli (Insbruck, Austria, Maximillianstrasse, 10), Relaciones
de la literatura española con la extranjera.
S e c c i ó n de ORTE

DIRECTORES: R. Lampérez (Madrid, Marqués del Duero, 8).—Elías


Tormo y Monzó (Madrid, Plaza de San Marcial, 7).
S e c c i ó n de FILOSOFÍA

DIRECTORES: A. Gómez Izquierdo (Madrid, San Vicente, 56), Filoso-


fía en general é Historia de la filosofia moderna.—M. Asín Palacios
(Madrid, San Vicente, 56), Historia de la fUosofia medieval y especial-
mente de la árabe.
COLABORADORES: M . Glossner (Munich), Información alemana.—
Dr. Surbled (París), Información francesa.—Y.. Bullón (Santiago de Ga-
licia), Filosofia española del Renacimiento.—Jenaro González Carreño
(Soria), Psicología y Ética.
Vi^Rm

G. Maura Gamazo (Madrid, Lealtad, 18), Cuestiones internacionales.


J. Ibáñez Marín (Madrid, Concordia, 4), Cuestiones militares.
J. Ribera Tarrago (Madrid, Tutor, 12), Cuestiones pedagógicas.

CULTURA ESPAÑOLA se publicará en Madrid trimestralmente, en fas-


cículos que aparecerán en los meses de Febrero, Mayo Agosto y No-
viembre, y formarán cada año un volumen de más de mii páginas.
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