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19/01/2020 Puerto La Cruz, Edo Anzoátegui, Venezuela.

Te has ido a dormir temprano hoy, y he intentado llenar mis noches con una carroza de datos
inútiles sobre la segunda guerra mundial. Nada de lo que he aprendido esta noche me servirá
para más que poner incómodo a alguien, capaz a ti misma, al vomitarlo sin razón alguna en
una conversación que no viene a cuento en lo absoluto. Pero para nada más. Y sobre todo, no
han servido para el propósito para el que fueron invocados: apartar mi mente de tu ausencia.

Yo sé que para tí, estas veladas insanas y terribles donde intercambiamos caracteres
predeterminados tratando de trasmitirle al otro la infinita profundidad de los sentimientos que
nos profesamos, mi niña, son poco más que un intento fallido. Capaz pongo palabras en tu
boca, perdóname si así lo es, no es para nada mi intención dar a entender que tú no disfrutas
de mi “compañía” en estas noches frías, en las que el silencio, al menos para mí, es la ausencia
de la campanita de notificación en Telegram, y la oscuridad, el vacío de tu rostro precioso de
niña asomándose en la esquina superior derecha de mi pantalla. Pero, Daniela, ahora en el
frío, el frío que tanto dije que era el aditamento perfecto para tu compañía, me doy el lujo de
ser el de los dos el que más sufra la desavenencia de no tenerlo al otro. Que estés dormida en
este momento me juega a favor a mi causa de ser, el de los dos, el que remolque la Cruz de la
soledad, solo por esta noche.

Te extraño, mi niña. Y a la vez tengo miedo que enviarte este documento te despierte y te
traiga de nuevo a esta realidad donde te disfruto y tú a mí, pero siempre a medias. Te prefiero
dormida, Daniela, porque sé que estás mejor así que añorándome como yo te añoro ahora
mismo. Y porque estoy tremendamente orgulloso de que te sientas cada vez más cómoda con
tu trabajo que te agota. No sabes cómo quisiera ser esa casa a la que vuelves cada día, mi niña.
Quizás sea demasiado egoísta querer ser el refugio del otro, me tiene sin cuidado. Tú lo has
sido para mí durante mis peores momentos, y yo quiero serlo para ti, y si me das la
oportunidad, lo seré. En unos cuantos meses. Ahora no, ahora tu refugio es una buena ducha,
una charla conmigo que te deje bien claro que te sigo amando con locura, y tu cama. Y así
debe ser, estoy más que contento de compartir espacio con todo eso y más hasta que te tenga
en mis brazos. Ojalá sigas durmiendo temprano, mi niña. Y ojalá cada día requieras menos de
estas vigilias de enamorados a las que nos hemos acostumbrado y a las que guardaré siempre
como la más dulces de mis noches, antes de reemplazarlas con las que tendremos juntos,
cuando la distancia se haya acortado a la prudencial para que el núcleo de nuestros átomos no
lleguen a interrumpirse el espacio que ocupan en su materia, que esa creo yo que es la
distancia máxima que soportarán tener nuestros cuerpos una vez se conozcan, una vez haya
pasado todo este idilio.

Por favor, cuida tu salud, mi niña. Tomate las pastillas que te hagan falta, y no descuides los
síntomas de tus enfermedades. Me duele terriblemente no poder hacer nada por ti cuando lo
necesitas más, sea un masaje, una comida o un abrazo fuerte cuyos efectos se prolonguen
mucho más allá de la separación de nuestros cuerpos. Quiero hacerte bien, Danielita. Quiero
intentar compaginar esto que tenemos con tu derecho a ser feliz, mi amor. Y a veces me puede
la impotencia de no encontrar las fórmulas. Aun así, valiente y resolutivo, o capaz cobarde e
imprudente, no dejaré de intentarlo.

Siempre tuyo, solo tuyo, Jesús Mata.

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