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Luis Villoro
El Estado-nación homogéneo
Nacionalismos
Rechazo de lo extraño
Comunidad imaginada
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La primera idea ha sido seguida, con variantes, por autores de la corriente llama-
da “filosofía de lo mexicano”, la segunda es la tesis de Roger Bartra [en Bartra].
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La encuesta fue publicada en Le Nouvel Observateur, París, 5 de enero de 1993.
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El Estado plural
La soberanía compartida
El Estado múltiple
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Para una discusión más detenida de los convenios de la ONU sobre este punto,
véase Stavenhagen, cap. 5
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El nuevo proyecto
fuerte entre los distintos grupos, por la centralización del poder im-
puso ese vínculo sobre todos. Pero en el nuevo Estado esas dos fun-
ciones no pueden subsistir de la misma manera: el Estado se separa
de su identificación con una pertenencia nacional única y los pode-
res se transfieren progresivamente de la cima a la base de la socie-
dad. ¿Cómo mantener entonces la unidad de un Estado plural? ¿No
es este problema el que alimenta el temor, tanto a las autonomías
como a la marcha hacia una democracia participativa?
En el periodo de transición, el Estado guardaría ciertas funcio-
nes fundamentales. Ante todo, responder a la necesidad de seguri-
dad y de orden. Pero su medio no sería la imposición del programa
de un grupo, sino la transacción, el diálogo y la coordinación entre
grupos con programas e intereses diferentes. El Estado sería, por un
tiempo indispensable para ofrecer un marco político en el que todos
los pueblos y minorías puedan coexistir y comunicarse.
El peligro mayor de un Estado plural es, en efecto, el conflicto
entre los grupos diferentes que lo componen. Al suprimir la violen-
cia de la dominación de un sector de la sociedad sobre los demás,
puede abrirse la caja de Pandora: despertar la violencia entre los
distintos grupos por obtener la supremacía. El Estado multicultural
enfrenta una amenaza extrema: la resurrección de conflictos atávicos
entre etnias y nacionalidades. Es el “retorno de lo reprimido”, como
diría Rubert de Ventós [pp. 90-91]. El Estado tendría, por lo tanto,
una misión principal: evitar el conflicto mediante la negociación y la
comunicación. No confundiría sus intereses con los de ningún gru-
po social, así fuera mayoritario; estaría por encima de todos ellos,
dejaría el oficio de dominador para asumir el de árbitro. Sólo si la
comunicación fracasara utilizaría su fuerza, para impedir la imposi-
ción de un grupo y para garantizar la equidad. Por supuesto que ésa
es una tarea que parece inalcanzable. En realidad, es una idea que
sólo se cumpliría parcialmente, pero que serviría de guía para orien-
tar la política de un Estado en transición hacia un Estado plural.
Un Estado plural no podría buscar la unidad en la adhesión co-
lectiva a valores que todos compartieran, porque se extendería so-
bre pueblos y minorías que pueden regirse por diferentes valores.
Estaría obligado, por lo tanto, a propiciar la unidad mediante un
proyecto común que trascienda los valores propios de cada grupo
cultural. No puede presentarse como una comunidad histórica, cuya
identidad se hubiera fraguado desde siglos, sino como una asocia-
ción voluntaria nacida de una elección común. Pero el nuevo pro-
yecto no conduciría ya a la imposición, sobre la realidad disímbola,
de un modelo homogéneo imaginado por un grupo; trataría de ex-
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