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Llegado a este punto, parece advertirse la tesis de esta sección del “Discurso del método”, a
saber: la esencia del hombre, lo que lo hace tal y lo distingue de las máquinas, es el
lenguaje (uso de palabras u otros signos para expresar los pensamientos) y la razón (obrar
por conocimiento). Con relación al lenguaje, aun cuando algunos animales o máquinas
fuesen capaces de proferir palabras (como de hecho sucede en el caso por ejemplo de los
loros y, sí que más en la actualidad con los avances en inteligencia artificial), éstos no
serían capaces de hablar, es decir de “dar fe de que piensan lo que dicen” (p. 139), como sí
sucede en los seres humanos. Y, con relación a la razón, para Descartes es igualmente claro
que aun cuando algún animal o máquina fuese capaz de obrar con mayor destreza en
algunas de sus acciones en comparación con los hombres, ello no demuestra que obren por
conocimiento sino “solo por la disposición de sus órganos” (p. 139), de modo que es
“moralmente imposible que haya tantas y tan varias disposiciones en una máquina que
puedan hacerla obrar en todas las ocurrencias de la vida de la manera como la razón nos
hace obrar a nosotros” (p. 139). Finalmente, Descartes entonces concluye que el alma
razonable no es algo que se siga necesariamente de la materia sino que ha de ser creada y,
así mismo, que no basta con que esté alojada en el cuerpo sino que ha de estar “unida al
cuerpo más estrechamente, para tener sentimientos y apetitos semejantes a los nuestros y
comprender así un hombre verdadero” (p. 140). De lo anterior se desprende también la
necesidad para Descartes de demostrar que siendo el alma independiente del cuerpo
entonces no esté atenida a morir con él, es decir que sea ésta inmortal.
Ahora bien, que según Descartes sea el lenguaje y la razón en el obrar las características
fundamentales de nuestra condición humana, no me parece de entrada una mala idea. Al
contrario, que sean nuestra forma de comunicarnos los unos con los otros y nuestra forma
de razonar para decidir voluntariamente nuestras acciones aquello que nos particulariza
específicamente como seres humanos, me parece una idea muy coherente en la medida que
puede servir como un criterio de distinción de nuestras formas en comparación con otras.
Pero de ahí a que ello nos haga radicalmente diferentes de los animales o las máquinas, me
resulta un salto no tan sencillo de dar, porque me parece cuando menos probable que esas
diferencias aparentemente tan radicales entre humanos por un lado y animales y máquinas
por el otro, no sean más que una cuestión de tiempo (en el caso por ejemplo de la
inteligencia artificial) para ser desvirtuadas. Y cuando digo tiempo no me refiero a los
escasos cuatro siglos que separan nuestra época actual de la Descartes, pues en la escala de
tiempo del universo estos cuatrocientos años no son más que una motita de polvo al aire
insignificante, sino que me refiero al Tiempo, tan vasto como él solo. Me gustaría creer que
cuando ese momento llegue, la cada vez más escasa diferencia entre humanos y máquinas
nos obligará de paso a comprender las diferencias sí entre humanos y animales (¿y quién
nos sacó a nosotros de ese grupo? Más correcto sería decir la diferencia entre los distintos
tipos de animales que somos), pero entendiéndolas únicamente como diferencias de grado y
no de clase.
…entonces me acerco a mi perro,
y los dos nos preguntamos
si nuestra visión fue real-
o si habríamos soñado el jardín
y esas curiosidades-
¡pero él, por ser más lógico,
señala a mis torpes ojos-
las vibrantes flores!
¡Sutil respuesta!
DICKINSON