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Ámbitos de cuestionamiento al patriarcado

Angel Paulino Chan Cruz


Roxana Monserrat Duarte Perera
Eduardo Iván De Pau De Pau
Julissa Mariana Denis Cuevas

INTRODUCCIÓN

A lo largo de este ensayo veremos algunos de los ámbitos donde el patriarcado fue
cuestionado a tal grado, que ocasionaron puntos de inflexión hacia una forma de mentalidad
nueva. Los resultados de sus luchas, si bien permitieron nuevas formas de entender a la mujer
y al hombre en relación en la sociedad –así como las nuevas formas de entender lo femenino
y lo masculino–, no destruyeron este sistema, ni lo han destruido.

El propósito de este esfuerzo sin embargo, será demostrar cómo la autoridad a través de la
cual el patriarcado ejerce su poder se ha visto erosionada, lo que en términos prácticos resulta
de la mayor relevancia por un simple hecho:

“[...]su sello [el de la autoridad] es el reconocimiento no cuestionado por aquellos a


los que se demanda obediencia; no se necesita coerción ni persuasión.”​ 1.

De esta manera, los espacios en los que nos ubicamos son variados en temporalidad y
geografía, pues si algo hemos aprendido de los estudios de la mujer y de los de género, es que
las realidades no son iguales para todos y que cada sociedad ha vivido su patriarcado de
manera particular; si bien puede haber fenómenos y tiempos en que estos puntos de inflexión
se unan.

Para entender apropiadamente lo anterior y lo que está por reflexionarse, es necesario decir
que por patriarcado entendemos, a la manera de Lagarde:

1
Arendt, 1970, p 45
“[...] uno de los espacios históricos del poder masculino que encuentra su asiento en
las más diversas formaciones sociales y se conforma por varios ejes de relaciones
sociales y contenidos culturales.”2

ÁMBITOS DE CUESTIONAMIENTO AL PATRIARCADO EN EL ÁMBITO


POLÍTIVO - ECONÓmbitos de cuestionamiento al patriarcado en el ámbito político-
económico.

La ruptura de un estado patriarcal.

Hoy en día podemos insistir en que existe una sociedad patriarcal. Sin embargo, el estado
vela por que tanto hombre como mujeres seamos reconocidos ante la ley como personas
morales de igual valor, sin importar nuestra raza, religión, o condición socioeconómica. Así
que no podríamos afirmar en principio que vivimos bajo un sistema político patriarcal. Pero
esto no era así hasta no hace mucho.

En 1869, el primer Estado norteamericano concede el voto a las mujeres: Wyoming. Pero
recién en 1918 se aprobará la Decimonovena Enmienda por la cual el voto femenino fue
posible, gracias a un Congreso Republicano, setenta años después de la Declaración de
Seneca Falls.

Y es hasta el término de la Segunda Guerra Mundial, que en todos los países donde regía un
sistema democrático, el voto se había por fin universalizado en favor del público femenino.

Puede parecer muy normal para nosotros ver a mujeres ejerciendo su derecho al voto o
ejerciendo cargos en puestos públicos, sin embargo no han pasado ni 75 años desde que
podemos afirmar que no vivimos en un sistema político patriarcal, ni siquiera la edad de
muchos de nuestros abuelos y abuelas.

Entonces pues, para entender entonces como llegamos a la abolición de esa desigualdad ante
la ley debemos entonces analizar de donde surge y como se llegó a erradicar. Para eso es

2
Lagarde y de los Ríos, 2001, p91
importante entender la importancia de lo que hoy en día consideramos feminismo y todo lo
que este representa en la lucha por los derechos de la mujer.

Feminismo sufragista.

Los orígenes de lo que podemos llamar la “primera ola” feminista han de encontrarse en los
tiempos del Renacimiento (Siglos XV y XVI), como período de transición entre la Edad
Media y la Edad Moderna. Mujeres de gran inteligencia comienzan a reclamar el derecho a
recibir educación de manera equitativa a la recibida por los hombres, y empiezan a notar y a
hacer notar el papel socialmente relegado que juega la mujer de aquel entonces.

Pero la primera ola feminista no se va a expresar con toda su fuerza sino a causa de las
nuevas condiciones sociales, políticas y económicas que se derivaron de las revoluciones de
inspiración liberal del Siglo XVIII.

Este primer feminismo surgido de las entrañas de las revoluciones liberales luchará, en
términos generales, por el acceso a la ciudadanía por parte de la mujer: el derecho a la
participación política y el derecho a acceder a la educación que, hasta entonces, había estado
reservada para los hombres.

Es en este contexto en el que estas nuevas demandas, al compás de las nuevas ideas, nacerán
con especial relieve en el epicentro de las revoluciones de inspiración liberal: Inglaterra,
Francia y Estados Unidos.

Suele tomarse como obra fundacional de la primera ola feminista al libro ​Vindicación de los
derechos de la mujer ​, de la inglesa Mary Wollstonecraft, centrado en la igualdad de
inteligencia entre hombres y mujeres y en una reivindicación de la educación femenina.

llega a la cima con el citado ​Vindicación de los derechos de la mujer​, redactado en apenas
seis semanas de 1792, donde abroga por la participación ​política de la mujer, el acceso a la
ciudadanía, la independencia económica y la inclusión en el sistema educativo.

Quien recogerá el legado de Wollstonecraft durante buena parte del Siglo XIX en Inglaterra
no será, sin embargo, una mujer, sino un hombre: John Stuart Mill. Su libro “La sujeción de
la mujer”, publicado en 1869, es su obra más importante en esta materia, editada no sólo en
su país de origen, sino también en Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Alemania,
Austria, Suecia, Italia, Polonia, Rusia, Dinamarca, entre otros países.

Allí, Mill hace concreto hincapié en la desigualdad ante la ley entre hombres y mujeres,
criticando especialmente el régimen marital de su época, el cual concedía derechos legales
sobre los hijos solamente al padre (ni con la muerte del marido la madre gozaba de custodia
legal de los hijos), enajenaba cualquier propiedad que pudiera tener la mujer en favor de su
esposo, y hacía de ella prácticamente una propiedad de aquél: “La mujer no puede hacer nada
sin el permiso tácito, por lo menos, de su esposo. No puede adquirir bienes más que para él;
desde el instante en que obtiene alguna propiedad, aunque sea por herencia, para él es ​ipso
facto”​ escribe John Stuart Mill. No obstante —es justo subrayarlo— el suyo no fue sólo un
trabajo intelectual. También llevó, como diputado de la Cámara de los Comunes, estas
demandas a la arena política. Así, propuso (sin éxito) que, en el marco de una reforma
electoral que se trataba en sus días, se cambiase la palabra “hombre” por “persona”, de modo
que pudiera habilitar el voto femenino.

Mill entonces sin decirlo en palabras explicitas hace hincapié en las desigualdades que
vivían las mujeres en una sociedad no solo regida por un pensamiento predominantemente
patriarcal. Si no por un sistema político-económico que las oprimía y las veía como una
propiedad más del hombre.

En este marco, en 1869 Inglaterra ve nacer la Sociedad Nacional del Sufragio Femenino, y
en 1903 la Unión Social y Política Femenina, cuyo lema “Voto para las mujeres” —nombre
también de su periódico semanal— presiona al Parlamento para que incluya políticamente a
las mujeres. El objetivo recién sería cumplido en 1918, tras varios años de mucha tensión
política y social.

Con el avance de la Revolución, la exclusión de las mujeres se acentúa: en 1793 los


revolucionarios disuelven los clubes femeninos y establecen una normativa según la cual, por
ejemplo, no pueden reunirse en la calle más de cinco mujeres. En 1795 se prohíbe
expresamente a las mujeres la asistencia a las asambleas políticas. En las llamadas
“codificaciones napoleónicas” (las nuevas formas de derecho francés) se consagra, entre otras
cosas, la minoría de edad perpetua para las mujeres. El naciente sistema educacional estatal
excluye a la mujer del nivel medio y superior, aunque su enseñanza primaria se declara
graciable. Un dato pinta de cuerpo entero el clima de la época: uno de los grupos más
radicales de la Revolución Francesa, “Los Iguales”, saca a la luz un panfleto titulado
“Proyecto de una ley por la que se prohíba a las mujeres aprender a leer”. El mismísimo
Jean-Jacques Rousseau, cuyo pensamiento influyó de manera determinante en la Revolución
Francesa, escribe contra la inclusión educativa y política de la mujer en el ​Emilio (​ es
precisamente a éste a quien responde Wollstonecraft en ​Vindicación​…).

Muchas mujeres terminan siendo guillotinadas por los revolucionarios, como Olimpia de
Gouges, autora de la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”, texto
publicado en 1791 que buscaba equiparar jurídicamente a las mujeres respecto de los
hombres.

Años más tarde quien tomará la bandera de la mujer, como en Inglaterra con Mill, será un
hombre: León Richier, fundador del periódico ​Los derechos de la mujer ​en 1869, y
organizador del Congreso Internacional de los Derechos de la Mujer en 1878. En 1909 se
fundará la Unión Francesa para el Sufragio Feminista, pero el derecho a votar recién será
conquistado en 1945.

En Estados Unidos el año que se suele tomar como referencia del surgimiento de la primera
ola del feminismo es 1848, año en que se redacta la “Declaración de Seneca Falls”, el texto
fundacional del sufragismo estadounidense.

Importantes políticos y pensadores norteamericanos como Abraham Lincoln y Ralph


Emerson apoyan la causa de las mujeres. En 1866, el Partido Republicano presenta la
Decimocuarta Enmienda a la Constitución, en la cual se concede el voto a los esclavos, pero
la mujer continúa excluida. Dos años más tarde, en 1868, Estados Unidos ve nacer la
Asociación Nacional para el Sufragio Femenino, y un año más tarde la Asociación
Americana para el Sufragio Femenino. Ese mismo año, 1869, el primer Estado
norteamericano concede el voto a las mujeres: Wyoming. Pero recién en 1918 se aprobará la
Decimonovena Enmienda por la cual el voto femenino fue posible, gracias a un Congreso
Republicano, setenta años después de la Declaración de Seneca Falls.
El final de esta historia es bien conocido. En muchos de los países industrializados las
mujeres accedieron a los derechos políticos antes de la Primera Guerra Mundial. Y al término
de la Segunda Guerra Mundial, en todos los países donde regía un sistema democrático, el
voto se había por fin universalizado en favor del público femenino.

Sin duda consideramos que este pedazo de la historia es un punto de inflexión de suma
importancia en la transgresión del sistema patriarcal, que había sido representado en su
máximo esplendor en la sociedad civil moderna, sin que para ese entonces se hablara de un
patriarcado como tal como tal. Sin darle nombre, mujeres como hombres lo habían
reconocido, y bajo una nueva perspectiva de la libertad y la justicia habían concebido lo que
nosotros reconocemos como el primer gran paso hacia la igualdad.

Sin embargo el feminismo no había agotado en si su razón de ser, sino que estaba llamado a
reinventarse. Si la primera ola del feminismo puede comprenderse como la preocupación por
el lugar que la mujer ocupa en la sociedad iluminada por el marco conceptual del liberalismo,
la segunda ola feminista se puede entender como dicha preocupación vista a través de los
lentes de la ideología marxista y el socialismo.

Introducción a la concepción del patriarcado. Transición del pensamiento marxista al


feminismo de género.

Como pudimos observar anteriormente, el patriarcado meramente político había sido


combatido indiscutiblemente, sin embargo cabe destacar que no se hablaba de la existencia de
este como tal. En este fragmento de nuestro proyecto se pretende entonces señalar de donde
surge este concepto, y como es abordado para entender como nos afecta hoy en día, y como
el feminismo es llamado a reinventarse políticamente.

El verdadero punto de arranque del feminismo marxista lo dará, descartando de raíz el


método utópico, no otro que Friedrich Engels quien, una vez muerto su socio intelectual Karl
Marx, ahondó desde el materialismo dialéctico marxista la cuestión de la mujer y la familia
en su obra ​El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado,​ publicada en 1884.

Engels encontrará que el desarrollo de las formas de la institución familiar constituye un


reflejo del desarrollo de las condiciones económicas. La acumulación de riqueza dio paso,
más temprano que tarde, al surgimiento de la propiedad privada. En efecto, la división del
trabajo familiar puso sobre el hombre la función de procurar alimentos y herramientas, con lo
cual aquél se fue apropiando de a poco de éstos.

Engeles teoriza de esta manera que es la aparición de la propiedad privada derroca el


“paraíso comunista matriarcal” y nos trae el régimen de dominación masculina. La propiedad
privada, causal de la explotación de las clases, es causal también de la explotación de los
sexos. “El derrocamiento del derecho materno fue ​la gran derrota histórica del sexo
femenino en todo el mundo.​ El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio
degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple
instrumento de reproducción”.

“El hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella al proletariado”. La


operación hegemónica no puede ser más clara: lucha de sexos y lucha de clases tienen origen
en lo mismo y deben en consecuencia unirse para acabar con el sistema que reproduce la
dominación de las partes subalternas claramente identificadas: mujeres y obreros.

¿Cuáles son entonces las consecuencias estratégicas y prácticas que se derivan de este
feminismo marxista en comparación con el feminismo liberal repasado más arriba? Pues que
el feminismo liberal entendía que era posible resolver los problemas que él mismo planteaba
introduciendo reformas electorales y educativas (fue, de hecho, lo que John Stuart Mill
intentó personalmente desde su banca), pero el marxista sólo puede resolver la cuestión con
arreglo a una revolución violenta que acabe con la propiedad privada y con la familia como
institución social, pues aquí se halla el germen del mal: “La liberación de la mujer exige,
como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo
que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la
sociedad” concluye Engels.

Los hechos que suelen identificarse como originadores de la tercera ola feminista son, como
no podía ser de otra manera, los del Mayo Francés de 1968. Y el libro que se ubica como
fundacional de esta ola es ​El segundo sexo,​ de la escritora existencialista Simone de
Beauvoir, publicado en 1949, cuatro años después de que en Francia el voto femenino se
hubiera hecho realidad.
Para el feminismo radical que nace en los años ’70, el problema de la opresión de la mujer lo
inunda todo; los ámbitos públicos y privados son escrutados por igual, pues es la cultura el
objetivo clave. Millet inmortaliza en su obra ​Política Sexual (​ 1969) una frase que se
encarnará como lema de los grupos feministas de ayer y de hoy: “Lo personal es político”. La
noción de ​“patriarcado” encontrará especial significación en este marco, como régimen
político de dominación masculina que va mucho más allá de las dimensiones públicas. La
familia pasa a ser considerada, pues, como la principal institución social que reproduce la
“estructura patriarcal”, y todas las municiones feministas se destinan fundamentalmente
contra ella y el matrimonio: “La institución principal del patriarcado es la familia”, anota
Millet. El objetivo marxista de abolición de la familia y la propiedad privada se mantienen; lo
que cambia es el sujeto de la revolución y el análisis de las contradicciones.

Ya ingresando en los años ´80, otra norteamericana, Zillah Eisenstein, desarrollará con mayor
precisión esta síntesis entre feminismo radical y marxismo. La meta del feminismo sería, en
una palabra, reventar tanto el “régimen patriarcal” como el sistema capitalista, pues existiría
entre ellos una relación de coexistencia y dependencia mutua. La destrucción del primero se
asegura con la destrucción de la familia y del matrimonio; la destrucción del segundo viene
de la mano de una paulatina abolición de la propiedad privada. Ambas cosas deben darse al
unísono.

Lo que ofrece Eisenstein es, principalmente, un refinamiento de la teoría de Firestone en la


que procura determinar de modo más específico la interrelación entre el supuesto
“patriarcado” y el capitalismo, que echaría luz sobre la necesidad de que el feminismo sea
socialista, y el socialismo sea feminista.

La filósofa feminista Monique Wittig encontramos sólidos antecedentes que nos obligan a
mencionarla aunque sea brevemente. En efecto, su producción intelectual, temporalmente
ubicada sobre todo en la década del ´80, empieza ya a cuestionar la existencia del sexo y
genera un puente bastante sólido entre el feminismo y los movimientos que, sin contener
mujeres, tienen su eje en la cuestión del género. Una de sus ideas fundamentales es que la
“opresión de la mujer” y la “opresión de la homosexualidad” son efectos de una misma
causa: un régimen político de “heterosexualidad obligatoria”. Así, en su ensayo “La categoría
de sexo” nos dirá que “La categoría de sexo es el producto de la sociedad heterosexual que
impone a las mujeres la obligación absoluta de reproducir «la especie», es decir, reproducir la
sociedad heterosexual”.

La mujer y el capitalismo.

​Como pudimos repasar anteriormente podemos concluir que para el feminismo moderno el
sistema capitalista era si la perpetuación de la dominación del hombre hacia la mujer. Pero en
esta parte del proyecto pretendemos destacar como el capitalismo, al contrario de lo que
podríamos concluir, no es la causa de su opresión en la sociedad moderna. Si no un punto
importante que dará paso al quiebre o confrontación del sistema patriarcal y le dará a las
mujeres la posibilidad de ser reconocidas como seres humanos autónomos e iguales a los
hombres.

Si se asume que la inmensa mayoría de las feministas son “de izquierda”, eso es porque sus
prédicas suelen estar vinculadas a las luchas contra el capitalismo.

Milton Friedman, quien en ​Capitalismo y libertad s​ implificó el asunto diciendo que hay que
llamar capitalismo al modo de organizar el grueso de la actividad económica por medio del
sector privado operando en un mercado libre.

En efecto: ¿No había sido el nacimiento de la propiedad privada el origen del “patriarcado”?
Si bien muchas feministas de la tercera ola entendieron que había reduccionismo en Engels,
lo cierto es que no dejaron de ver en el capitalismo un pilar que sostiene el “régimen
patriarcal” y, por añadidura, uno de los blancos más importantes de su cruzada política.

Hubo un tiempo en el que el poder derivaba fundamentalmente de la fuerza física. La


opresión de la mujer, por las condiciones naturales de su cuerpo, no debió haber estado
exenta de sinsabores en esos momentos de nuestra especie. Tratada como esclava y como
objeto sexual, la autonomía le estaba completamente negada. Ella podía ser obtenida por el
macho por concesión, rapto, compra o intercambio, daba igual. Su estatus de ​cosa e​ ra el
mismo.
El problema que se nos presenta es, entonces, el de cómo la mujer pudo ir rompiendo las
cadenas que su condición física le impuso al comienzo (y una parte muy importante) de la
historia. Y como el capitalismo ha tenido mucho que aportarle en este proceso.

Las exigencias de la propiedad privada y la acumulación de capital han sido en el ser


humano un factor fundamental para arremeter contra este esquema relacional. Las mujeres y
sus padres —especialmente de estratos materialmente elevados—, celosos de cuidar los
propios bienes familiares en los sistemas conyugales—que eran traspasados al marido por
regla general—, empezaron a presionar en el sentido de la monogamia, para así evitar que lo
propio terminara distribuido y fragmentado entre otras muchas eventuales mujeres que el
hombre pudiera tomar. Y vale subrayar: todo esto no como resultado del valor amor —que se
vinculará al matrimonio mucho más adelante, como otro importante resultado de la
institución del contrato— sino por un primitivo cálculo capitalista.

Puestos al margen de las relaciones basadas en la fuerza física, el capitalismo introduce en la


sociedad lo que podríamos llamar la “lógica de mercado”, basada en la posibilidad de
beneficiarse sirviendo a los demás.

El mercado es simplemente el modo de denominar al momento y el lugar en el que nosotros,


las personas de carne y hueso, podemos intercambiar libremente con otros para nuestro
propio beneficio, quedando sujeto nuestro éxito en el intercambio a nuestra capacidad de
beneficiar a los demás.

Con el asentamiento progresivo de esta lógica que hemos descrito, la mujer fue
encontrando mayores espacios en la vida social. En efecto, el mercado es ciego —debe ser
ciego para lograr eficiencia— a datos no-económicos como la raza, la religión, la etnia y, por
supuesto, el sexo.

La Revolución Industrial fue hija de esta nueva forma de organizarnos y pensarnos. En


efecto, se crearon incentivos sin precedentes para que las personas pudieran elevarse
económica y socialmente ya no oprimiendo a los demás, sino sirviéndolos.

Sería absurdo ignorar el hecho de que la tecnología ha ayudado a liberar a la mujer en


muchos sentidos. En primer término, compensó la debilidad física de aquélla. Lo que antes
eran trabajos reservados exclusivamente al hombre por razones físicas, como la construcción,
gracias a las cada vez más avanzadas maquinarias se abrió —y se sigue abriendo— al mundo
femenino, pues la tecnología reduce la necesidad física en el trabajo y, además, crea nuevos
tipos de trabajo todo el tiempo y a toda escala.

Pero la tecnología no sólo ayuda a la mujer en lo que hace a su relevancia social y laboral,
sino que todo tipo de avances, pequeños y grandes, que desde los inicios del capitalismo
hasta nuestros días se han experimentado, han contribuido también a hacer de su vida
cotidiana una vida mucho mejor. El agua potable, la higiene y la medicina moderna nos
ayudaron a bajar sustantivamente la mortalidad infantil y, así, se redujo el trabajo empleado a
la salubridad y cuidado de los hijos.

La producción industrial de alimentos, de ropa y artículos para el hogar hicieron que


comprarlos resultara más barato que producirlos artesanalmente, y así se redujo
increíblemente las tareas domésticas de las mujeres; los electrodomésticos terminaron de
liberar a la mujer de lo que poco tiempo atrás, habían sido grandes cargas laborales
domésticas. Pero esta realidad también contribuyó a relajar los duros esquemas de división
sexual del trabajo de otrora, en los que el hombre, por su trabajo fuera del hogar, no le
competía hacer prácticamente nada dentro de él.

El crecimiento económico que vino de la mano del capitalismo creó asimismo las
condiciones materiales para que las niñas, en lugar de ser retenidas en el hogar con tareas
domésticas y trabajo no cualificado como solía ocurrir, fueran también enviadas cada vez en
mayor proporción a recibir instrucción en instituciones educativas.

Actualmente sabemos gracias a los índices económicos internacionales que aquellos países
donde se cuenta con mayor libertad y apertura económica es donde la mujer puede gozar de
más amplios márgenes de libertad e igualdad respecto de los hombres.

Organizaciones sexo-genérias en México desde finales de los 60s a finales de los 90s
Angel Paulino Chan Cruz
Entendidas ahora de manera práctica como organizaciones y movimientos LGBT, la lucha de
estas comenzó en el país desde la década de los 70s a través de organizaciones por los
derechos de los gays 3, que junto otros grupos sexo-genéricos se dieron cuenta de manera
tajante desde el 68 que había elementos impotantes de la sociedad no habían estado en los
planes del gran partido unificador que había sido el pri 4–los estudiantes por poner un ejemplo
clásico–, y ellos formaban parte de esos grupos ignorados.

Movimientos masivos como la marcha del Orgullo Homosexual de la ciudad de México –la
primera de su tipo–, se volverían en referentes y en puntos de inflexión hacia una nueva
mirada de la comunidad LGBT. En un inicio, el Frente Homosexual de Acción
Revolucionaria –FHAR–, destacaría por ser uno de los grupos más grandes, con una gran
influencia y margen de acción y protesta. Sin embargo, debido a su composición
mayoritariamente masculina y al carácter misógino de la misma, su hegemonía pasaría al
grupo Lambda de Liberación Homosexual. Este último, conformado por gays y lesbianas a
partes iguales y representado en la misma medida, tendría posturas y propuestas más
pragmáticas que se trataría de insertar los derechos de las lesbianas en el movimiento
feminista mexicano5.

Ian Lumsden, terminaría por hablarnos también de cómo partidos como PRT –Partido
Revolucionario de los Trabajadores–, al darse cuenta del poder de convocatoria de estos
grupos, así como de la atención mediática que generaban sus movimientos, apoyaron al
movimiento al transformarse también en una plataforma que impulsó los derechos de estos.
Lo que desencadenó que de 1981 a 1982, en una serie de hechos sin precedentes en la historia
Nacional: comenzando la postulación de Lupita García de Alba y Pedro Preciado por la
diputación federal de Guadalajara, así como la postulación por una diputación en la ciudad de
México de Claudia Hinojosa y Max Mejía; pero también la organización de un colectivo de
nombre CHLARI o “Comité Nacional de Homosexuales y Lesbianas en Apoyo a Rosario
Ibarra” que se encargó de organizar las campañas de dichos candidatos junto a la de Rosario
Ibarra, que era la primera mujer candidata a la presidencia.

3
Carmona Martinez, 2018, p 209
4
Lumsden, 1991, p. 63
5
Lumsden, 1991, pp. 65-66
Estos años de intensa actividad para los grupos que esta sección atañe, nos dejarán ver en la
comunidad LGBT un ámbito que entra a cuestionar al patriarcado por el hecho mismo de
salir de aquello que se consideraba “la subcultura nocturna” 6, hacia la calle, en búsqueda del
reconocimiento de sus derechos ante una marcada situación de discriminación. Estos grupos,
al igual que las mujeres, caían sobre el profundo peso del patriarcado y del machismo, una
afrenta contra el orden natural impuesto por el primero y que escapaban a los ordenamientos
del segundo. Existe también otro sentido a esa frase, y es referente a lo nocturno en el sentido
de que exponerse “saliendo del closet”, era en aquellos momentos motivo de gran
discriminación que podía llegar a un nivel de violencia que les costara la vida, pues ir de esa
forma contra los designios de patriarcado, ocacionaba con una fuerza particular el encono del
machismo social.

Sin embargo el camino será largo, en especial durante la década de los 80s, cuando la
profundización de la pandemia del sida los estigmatice7 y vuelva no sólo sujetos dañinos a la
moral, sino también de salud pública. Sin embargo, aquí también se organizaran grupos para
prevenir la discriminación causada ante la enfermedad.

Que en 1997 llegue la primera mujer declarada lesbiana –Elsa Patria Jiménez Flores – a un
cargo de diputación federal por la vía plurinominal 8, debe entenderse como un gran avance
no sólo para la comunidad LGBT, sino también en matería de cuestionamiento al orden
patriarcal, pues llevará por primera véz a una de sus instituciones más poderosas a un
personaje con calidad para empujar condiciones favorables para los miembrso que el
movimiento representaba. Su sola presencia además, resultaba en una fuente de expectativa y
de crítica que, como grupo, podían conseguir que dichos temas se tocaran de manera pública
y al amparo del congreso, una institución también representante por excelencia de la
autoridad del patriarcado por dos razones: por la autoridad emanada de las leyes ahí debatidas
–leyes pensadas por hombres heterosexuales de clase alta, a través de uno de los espacios
públicos más importantes; y por el poder y autoridad de sus miembros.

6
Weis, 2014, p 2
7
Figueroa, 2003
8
Ibid
A partir de este punto y gracias también a un entorno global, es que las luchas no sólo se
conectaron más –pues ya lo estaban mucho antes, como lo muestra el activismo de Nancy
Cárdenas y Carlos Monsivais 9–, sino que estas al rededor del mundo también se han
visibilizado, dejando poco a poco tras de sí los viejos prejuicios que estigmatizan a estos
grupos, mostrando además lo perfectamente normal de estas formas de identidad de
sexo-género.

Consideramos que no es una casualidad que los movimientos de estas organizaciones se


dieran casi al mismo tiempo que los de las feministas, pues estas también sentían que la
mujer tenía un campo de participación limitado dentro de la sociedad. Sin embargo el de estas
estuvo acompañada de una gran cantidad de corpus teórico en torno a ellas, al género y al
movimiento feminista; mientras que la acción colectiva de la comindad LGBT no tuvo quien
realizara estudios –de manera prolígica– sobre el tema, sino hasta los años 2000-2009 10. Esto
es de vital importancia, ya que los estudios científicos de este tipo no sólo legitiman, sino que
ofrecen una mirada profunda a una serie de realidades, permitiendo a otros conocerla al
tiempo en que se conoce aquello contra lo que luchan.

Sus acciones contra el estado natural de las cosas será en el sentido de mostrar, que hay
formas de entender la realidad más allá del antagonismo hombre-mujer, masculino-femenino.
En este punto, los estudios de género resultan de gran ayuda, pues si este era un conjunto de
símbolos, signos, significados y significantes –todos ellos establecidos por la sociedad–, que
además estaba separado de la cuestión del sexo de una persona –hombre y mujer no estaban
atados a ciertas actividades o actitudes–, entonces diversos ámbitos podian formar parte de
estas realidades ajenas a los opuestos implantados por el sistema patriarcal, como aquellos de
identidad de género, entendida como:

“​el concepto que se tiene de uno mismo como ser sexual y de los sentimientos que esto
conlleva; se relaciona con cómo vivimos y sentimos nuestro cuerpo desde la
experiencia personal y cómo lo llevamos al ámbito público, es decir, con el resto de

9
Lumsden, 1991, p. 64
10
Carmona Martinez, 2018, p 205
las personas. Se trata de la forma individual e interna de vivir el género, la cual
podría o no corresponder con el sexo con el que nacimos” 11.

Se trata de una búsqueda de representatividad, que pasaba por visibilizar a estos grupos,
mostrar que ellos también tenían una visión propia de lo que querían hacer de sus vidas y de
la manera en que querían formar parte de la sociedad, más allá de tener que esconder su
verdadero ser y sentir, de sucumbir al alienamiento. De esta forma, las organizaciones LGBT
quizás no luchen contra el patriarcado, sino por derechos, reconocimiento, visibilización y
normalización de sus realidades; pero en la cotidianeidad su existencia, sus representadas y
representados sí constituían un ámbito que no hace sino cuestionar a este sistema.

11
Secretaría de Gobernación, 2016
Ámbito de salud en la historia

Son estudios e investigaciones feministas quienes alegan que las prácticas médicas y
sanitarias se mantienen estrechamente gobernadas por el patriarcado para el control de las
mujeres y conservar su subordinación tomando sobre todo en cuenta, la desigualdad siempre
fundada en la biología. Tomando como ejemplos de este control sobre el cuerpo de las
mujeres, la negación de interrupción de embarazos y el uso de métodos de anticoncepción,
que veremos a lo largo de la historia; es de cuestionarse qué nos dictaba esta medicina y lo
que ha logrado el movimiento feminista para revolucionar esta medicina androcentrista en la
historia.

Es de hacerse notar la relación que yace de manera consecuente entre el área de la salud y la
educación, la falta de un avance en alguna de éstas permea a la otra. En el ámbito de salud
tenemos de partida en la Edad Media, la imposición y negación al acceso de información
sobre el cuerpo de las mujeres, es en esta época donde tenemos de representación a sanadoras
y parteras, consideradas ya como una competencia y amenaza económica para médicos y
profesionales en la salud. Estas representantes y su autonomía provocaron una reacción
masculina que demandó la apropiación y control, más aún, fueron víctimas de numerosas
formas de violencia hasta el asesinato de estas mujeres por la Inquisición que fue apoyada por
instituciones académicas, Silvia Federicci menciona:

“Solo el movimiento feminista ha logrado que la caza de brujas emergiera de la


clandestinidad a la que se le había confinado, gracias a la identificación de las feministas
con las brujas, adoptadas pronto como símbolo de la revuelta femenina. Las feministas
reconocieron rápidamente que cientos de miles de mujeres no podrían haber sido
masacradas y sometidas a las torturas más crueles de no haber sido porque planteaban un
desafío a la estructura de poder. También se dieron cuenta de que tal guerra contra las
mujeres, que se sostuvo durante un periodo de al menos dos siglos, constituyó un punto
decisivo en la historia de las mujeres en Europa”12

12
Frederici, 2010, p221
Estas mujeres, como dice Bárbara Ehrenreich y Deirdre English13, representaban una
amenaza política, religiosa y sexual para la iglesia y el Estado. En primer lugar, eran acusadas
de todos los crímenes sexuales concebibles en contra de los hombres, en ellas recaía la
acusación de poseer una sexualidad femenina; y en segundo lugar, eran acusadas de tener
poderes mágicos sobre la salud, de poseer conocimientos médicos y ginecológicos.

Podemos encontrar que, estas mujeres, remontan en la historia del feminismo como las
pioneras de la resistencia al patriarcado. En palabras de Suzel Bannel y Mabel Pérez-Serrano:

“Entre aquellas mujeres, seguramente analfabetas pero ‘cultas’, que merecerían, además, el
agradecimiento de sus conciudadanos, podríamos rastrear un ejemplo de incipiente
liberación de la mujer, al que no nos atreveríamos a calificar de protofeminismo pero que,
de no ser brutalmente reprimido, no sabemos hasta dónde hubiera podido llegar”14

El cuidado de la salud fue un campo exclusivamente femenino hasta la institucionalización de


estudios, que fue la etapa en que las mujeres fueron excluidas de la universidad y profesiones
sanitarias, negándoles autoridad, aunque hubiesen practicado la medicina inclusive desde la
Antigua Grecia, “no se les acusaba de ser incompetentes, sino de haber tenido la osadía de
curar, siendo mujer”15

De igual forma, las matronas fueron cuestionadas por sus prácticas sanitarias; Sarah Stone,
realiza una crítica a los cirujanos por sus prácticas en la atención de los partos,
considerándolos, un tanto, mala praxis:

“(...) quisiera suplicar a los cirujanos que asisten a mujeres en su parto que saquen la
placenta con paciencia, como las matronas, o que dejen que la matrona la saque, por el
desgarramiento que he visto en las placentas que algunos cirujanos extraen”16

13
Ehrenreich y English, 1988, p13
14
Bannel y Pérez-Serrano, 1998, p308
15
Ehrenreich y English, 1981, p19
16
Citado en Ortiz y Sánchez, 1995, p253
Después de casi medio siglo, encontrados en la segunda ola de feminismo, resurge con fuerza
en el siglo XIX, el contexto histórico estaba caracterizado por la búsqueda de la igualdad
social. El movimiento sufragista estuvo en torno al derecho al voto pero también reclamó el
derecho a la propiedad, a la educación y al libre acceso a todas las profesiones, ya exigidos en
la Ilustración pero que no fueron conseguidos. En la Declaración de Seneca se menciona a la
medicina como una disciplina que los hombres han vetado a las mujeres:

“Él ha monopolizado casi todos los empleos lucrativos y en aquellos en los que ella puede
desempeñar, no recibe más que una remuneración misérrima. Él le ha cerrado todos los
caminos que conducen a la fortuna y a la fama, y que él considera más honrosos para él. No
se la admite ni como profesor de medicina, ni de teología ni de derecho”17

A finales del siglo XIX, la pretensión de las mujeres de acceder a la profesión médica era
fuertemente cuestionada, incluso aunque se estuviese de acuerdo con la idea de que las
mujeres fuesen médicas, no se les permitiría ser cirujanas, tomando de ejemplo al doctor
Álvarez Sierra en su libro ​La vida como la ven los médicos:​

“El frio del escalpelo no cuadra bien con una mano suave y delicada. Los dedos temblarán y
no podrán trazar las incisiones. Una mujer trepanando un cráneo, cortando una costilla,
abriendo un vientre o amputando un muslo es algo perfectamente antiestético con la
contextura espiritual femenina”18

Por el otro lado, había poca oposición al acceso de las mujeres a carreras sanitarias menos
prestigiosas como la enfermería, por lo que muchas mujeres optaron por ésta. En este
periodo, después de arduas luchas, las mujeres comienzan a acceder a los estudios de
medicina en Estados Unidos y Europa. Teresa Ortiz lo documenta en su libro Medicina,
Historia y género. 130 años de investigación feminista, y concretamente en el capítulo “La
historia de la historiografía de las mujeres, la medicina y la salud en los siglos XIX y XX”19,
subrayando que la primera ola de la historiografía feminista considera las luchas de las
mujeres para acceder a la profesión médica como un auténtico movimiento.

17
​ eclaración de Seneca
D Falls, 1848
18
Scanlon, 1986:73
19
Ortiz, 2006
La primera mujer que obtuvo un título médico universitario fue Elizabeth Blackwell, que
estudió en una pequeña escuela de medicina del estado de Nueva York y se licenció en 1849,
después de superar todo tipo de obstáculos. En 1854 creó una institución donde las mujeres
pobres eran atendidas por médicas y fundó también una escuela de medicina para mujeres
junto con su hermana, con una orientación de medicina social, al entender la profunda
relación entre la enfermedad y las condiciones sociales.20

Las primeras médicas que publicaron sobre la historia de las mujeres en la medicina fueron
las británicas Sophia Jex-Blake en 1872 y Frances Hoggan en 1884. Como menciona Teresa
Ortiz, “la historia de las mujeres, la medicina y la salud se comenzó a escribir al mismo
tiempo que las mujeres empezaron a acceder a la profesión médica en el último tercio del
siglo XIX”21.

Una vez que las mujeres accedieron a los estudios de medicina, encontraron numerosas
dificultades y obstáculos para su ejercicio. Las sociedades médicas se negaron a admitirlas.
Ortiz relata cómo la primera mujer que solicitó pertenecer a la Sociedad Ginecológica
Española, Martina Castells, a la que se accedía si la mayoría de socios estaban de acuerdo, no
obtuvo la mayoría suficiente por el hecho de ser mujer.

Ante estas dificultades, las médicas desarrollaron múltiples estrategias intelectuales, políticas
y prácticas para poder avanzar en el desarrollo de su profesión. Encontraron vías alternativas
de formación, creando escuelas para mujeres, y vías alternativas para el ejercicio de su
profesión, creando clínicas para mujeres: “las médicas, cuando su práctica fue cuestionada,
justificaron su actividad apelando a los beneficios que esta tenía para las mujeres y
desarrollando estrategias de especialización y creación de clínicas y hospitales para mujeres y
criaturas22.”

Después de las duras luchas feministas durante el sufragismo, los derechos al voto, a la
educación y al acceso a las profesiones, entre ellas las sanitarias, vindicados durante siglos,
están instaurados. Sin embargo, la perspectiva androcéntrica y sexista de las ciencias
permanece hasta la actualidad. En el último tercio del siglo XX, en el marco del feminismo

20
​Iglesias,
2003, p242
21
​Ortiz, 2004, p230
22
​Ortiz, 2006:202-203
radical y el desarrollo de la tercera ola feminista, la salud pasa a ser un aspecto central en la
teoría y las prácticas feministas, en las vindicaciones y en la agenda política. Sin embargo,
años antes del inicio de esta etapa, se producen dos sucesos fundamentales: la publicación en
1949 de El Segundo Sexo, de Simone de Beauvoir, y posteriormente, en 1963, La Mística de
la Feminidad de Betty Friedan, un texto clave en la construcción de la teoría feminista en el
ámbito de la salud.

Una de las cuestiones centrales en la obra de Beauvoir gira en torno a las servidumbres de la
maternidad y a las limitaciones legales en el acceso a los métodos anticonceptivos y la
interrupción voluntaria del embarazo. Afirma que el hecho de que las mujeres no tengan
acceso al control de su capacidad reproductiva y la prohibición de la interrupción del
embarazo pone en peligro su salud.

La ley que impide a las mujeres el acceso a la anticoncepción o al aborto, afirma, condena a
la muerte, la esterilidad o la enfermedad a muchas mujeres, pero esta prohibición no tiene el
mismo impacto sobre todas; dependiendo de su clase social, unas tendrán mayor acceso a la
anticoncepción, por lo que podrán evitar con mayor probabilidad los embarazos no deseados:

“Se ha dicho a veces que el aborto es un ‘crimen clasista’, y, en gran medida, es cierto. Las
prácticas anticonceptivas están mucho más difundidas en la burguesía; la existencia de un
cuarto de aseo decoroso hace su aplicación más fácil que en las casas de los obreros y los
campesinos, privadas de agua corriente; las jóvenes de la burguesía son más prudentes que
las otras; en los matrimonios, el hijo representa una carga menos pesada: la pobreza, la
crisis de la vivienda, la necesidad que tiene la mujer de trabajar fuera de casa, se cuentan
entre las causas más frecuentes del aborto”23

Es con la obra de Kate Millett, Política Sexual, con la que se inaugura el feminismo radical.
Millett conceptualiza el patriarcado como un sistema de dominación de los hombres sobre las
mujeres y señala que es un sistema de subordinación mucho más fuerte que otros, al colonizar
también la subjetividad femenina.

Con el feminismo radical se produjo un cambio de paradigma. De la propuesta formulada por


el feminismo liberal, la liberación de las mujeres en el sentido de liberarse de cargas, que

23
​Beauvoir, 2015, p637
demandaba igualdad de oportunidades en un sistema estructuralmente opresivo, el feminismo
radical plantea la emancipación.

En este contexto nace el movimiento de salud de las mujeres, que inicia una fuerte corriente
dentro del feminismo, añadiendo al desarrollo de la autoconciencia el autoconocimiento y la
necesidad de la apropiación del conocimiento sobre la salud, que estaba en manos del poder
médico. De su propuesta política nace la creación de centros feministas de salud,
autogestionados por los colectivos feministas, con metodologías dirigidas a la emancipación
de las mujeres y a su autonomía frente al sistema sanitario, buscando soluciones colectivas a
problemas que, aunque parecían individuales, no lo eran. Los problemas personales, también
en el ámbito de la salud, se convierten en políticos.

En el feminismo radical la terapia adquirirá una dimensión política, planteando la necesidad


de realizar transformaciones en las estructuras sociales y políticas, promoviendo no solo
cambios personales, sino también colectivos. En este marco, los grupos terapéuticos serán
considerados como grupos de autoconciencia, grupos de reflexión o grupos de
empoderamiento. Se producirán profundas críticas a las ciencias de la salud, en especial a la
medicina, la psicología y la psiquiatría.

La estrategia feminista radical en el ámbito de la salud es empoderar a las mujeres frente al


sistema sanitario, adquirir información y conocimientos y organizarse autónomamente. Las
mujeres deben conocer y entender sus cuerpos y saber qué pueden esperar de los médicos.
Solo así podrán juzgar la competencia de la atención que reciben, el conocimiento es poder.
Con ese conocimiento las mujeres pueden exigir información sobre los resultados de pruebas,
preguntar sobre los tratamientos, tomar decisiones. Ya que el conocimiento especializado en
salud es ingente, es necesario formarse en los grupos de autoconciencia y autoconocimiento.
Estos planteamientos han sido muy fructíferos y, además de la creación de centros
autogestionados de salud, han propiciado la organización de grupos de mujeres para la
autoconciencia, el autoconocimiento y el autocuidado en muchas partes del mundo, prácticas
que continúan en la actualidad, y han posibilitado el desarrollo de metodologías para la
promoción, la recuperación y el cuidado de la salud de las mujeres.
Conclusión

Con todo lo que hemos planteado, podemos llegar a la conclusión de que aunque prevalezca
un sistema patriarcal en el orden de nuestra sociedad. Tanto mujeres como hombres hemos
recorrido un largo camino en busca de la igualdad que permita desarrollar condiciones plenas
de vida. Como vimos entonces a lo largo de este proyecto, la lucha del feminismo contra la
opresión de la mujer se ha manifestado de diferentes maneras en diferentes contextos.
Pasando por las estructuras patriarcales ancestrales, de las antiguas civilizaciones, la lucha
por la reivindicación de los derechos de las mujeres, el rompimiento de estereotipos y el paso
de las mujeres por la educación y su participación en el área de la medicina hasta relación con
los grupos lgbt como un grupo que cuestiona el sistema patriarcal.

Sin duda no podemos decir lastimosamente que hoy en día existe una emancipación total del
patriarcado, sin embargo la lucha contra este sistema sigue vigente por ejemplo en esta
denominada cuarta ola feminista, y que sin duda consideramos que podremos romper estos
esquemas y pensamientos vigentes en nuesta actualidad. No olvidemos que la mujer tiene
derecho al voto apenas hace menos de 75 años, esta lucha no es algo nuevo, si no que apenas
empieza.
Fuentes

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