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CONTRATACIÓN MERCANTIL

BLOQUE 1. RÉGIMEN JURÍDICO DE LOS TÍTULOS VALORES

TEMA 1. TÍTULOS A LA ORDEN. LA LETRA DE CAMBIO


I. IMPORTANCIA Y FUNCIÓN DE LOS TÍTULOS-VALORES.

Ninguna duda ofrece el importante papel que históricamente han desempeñado los títulos valores. Baste pensar que
la economía moderna es esencialmente crediticia, y que en ella el crédito se ha convertido en la palanca
fundamental de su dinamicidad interna. Así, el empresario vendedor concede crédito (aplaza el pago del precio) a
sus compradores para aumentar el número de estos y, con ello, el volumen de sus ventas; y los bancos se dedican
preferentemente a conceder a quienes lo necesitan el crédito que han recibido de sus clientes que lo poseen. El
crédito, como cualquier otro derecho de carácter no estrictamente personal, posee un valor que debe someterse a
circulación, porque la economía moderna exige la transmisión de todo lo que implique un valor patrimonial. Así, el
vendedor que ha concedido crédito a sus compradores, en vez de esperar a su vencimiento, prefiere transmitir este
crédito a un tercero, porque al percibir anticipadamente su importe puede destinarlo a nuevas compras para
revender. El banco que recibe crédito lo concede a otros, no sólo porque ello constituye la prestación de un
importante servicio económico, sino porque esta mediación es fuente de lucro. 

a. EL TÍTULO-VALOR COMO DOCUMENTO DESTINADO A FACILITAR LA CIRCULACIÓN DEL CRÉDITO.

Ahora bien, la transmisibilidad de los derechos de contenido patrimonial debe verificarse con el máximo de rapidez,
de simplicidad y con el mínimo de inseguridad para el adquirente. Precisamente es aquí donde se sitúa la función
esencial de los títulos valores, como instrumentos destinados a pre curar una circulación ágil del derecho de crédito,
sin recurrir al procedimiento ordinario de cesión del crédito propia del Derecho común. 

Los títulos valores aparecieron para dotar de seguridad y de facilidad a la transmisión de los derechos. Porque la
vieja institución civil de la cesión de créditos no procuraba una ni otra, ni atribuía un suficiente grado de tranquilidad
al adquirente. Así se comprueba si se piensa que por el procedimiento de la cesión de créditos, cada cesión aconseja
la redacción de un nuevo documento entre cedente y cesionario; que mediante la cesión el adquirente no está
seguro de haberlo adquirido y está sometido al riesgo de la compensación que pueden alegar el deudor cedido; que
el adquirente del crédito en el momento de exige su importe está sometido a las excepciones personales que pueda
alegar el deudor derivadas del contrato que da origen al derecho de crédito cedido; y, final mente, que el cedente no
responde de la solvencia del deudor cedido (art. 348 C. de c.). 

Si la circulación de los derechos y, especialmente de los derechos de crédito, constituye un imperativo de la


economía moderna que el régimen jurídico de la cesión de créditos no satisfacía adecuadamente, la fuerza creadora
del Derecho dio vida a los títulos valores, concebidos como institución jurídica que habría de permitir la rápida y
segura transmisión de los derechos, facilitando a los adquirentes el ejercicio de los mismos. 

b. LA INCORPORACIÓN DEL DERECHO EN EL TÍTULO O DOCUMENTO.

Para hacer posible la rápida y segura transmisión de créditos eludiendo la sumisión a las reglas civiles de la cesión de
créditos, se recurrió a incorporar en un documento el derecho cuya circulación quería facilitarse. Esta incorporación
del derecho en un título o documento (Verkörperung, según expresión de la doctrina alemana, que fue la que
primero aludió a esta idea) se alcanza cuando ambos se funden de modo permanente, de forma que únicamente
puede invocar y ejercitar el derecho quien está en posesión del documento. Como se ha afirmado, la in corporación
constituye un expediente tendente a «cosificar un derecho incorporal con la finalidad de sustraer su circulación a las
reglas poco favorables (por las razones vistas en los párrafos anteriores) del derecho de obligaciones y de someterla
a las más favorables del derecho de cosas, trasladando al campo de las obligaciones principios de los derechos reales
(PAZ-ARES, RECALDE). La in corporación del derecho al documento hace más fácil y segura la circulación de los
derechos, porque permite una esencial transmutación jurídica: la cesión de derechos se convierte en una
transmisión de cosas muebles a cuyo régimen jurídico se somete el documento (título valor). 

La solución del Derecho mercantil a la exigencia de que los derechos se transmitan de forma rápida y segura se logra
mediante la «incorporación, porque a través de la misma los derechos circulan eludiendo las reglas de la cesión de
créditos, sometiéndose a las reglas de la transmisión de las cosas muebles. El tráfico de derechos se convierte así en
un tráfico de cosas muebles (protegido por el principio de tutela a la posesión de buena fe), cuyo régimen jurídico
contiene grandes ventajas: la posesión de buena fe equivale al título; el adquirente poseedor de buena fe obtiene la
propiedad del documento, incluso aunque hubiera adquirido de un tercero que, a su vez, hubiera adquirido
ilegítimamente el título (adquisición a non domino: art. 464 C.c.); la propiedad del documento confiere la titularidad
del derecho incorporado; la simple posesión del documento legitima al poseedor para exigir del deudor el
cumplimiento del derecho incorporado. 

Ahora bien, para que sea eficaz la unión entre derecho y documento es necesario que éste exprese literalmente el
contenido y la naturaleza de aquél («literalidad», que puede ser perfecta, o bien imperfecta, cuando el contenido
exacto del derecho ha de integrarse con otros documentos); que la posesión del documento sea indispensable para
ejercer el derecho y, a su vez, que el deudor de buena fe se libere pagando a quien resulte legitimado por la
posesión; final mente, es necesario que el adquirente del documento obtenga el derecho incorporado con
independencia de las relaciones que ligaron a sus anteriores posee dores con el deudor del derecho al que el
documento se refiere (propiedad normativa de los títulos valores habitualmente conocida como «autonomía»). 

Con todo lo anterior, y reconociendo el importante papel que los títulos-va lores han desempeñado en la
movilización del crédito, no puede dejar de aludir se asimismo a la «crisis actual de los mismos. Para describir el
fenómeno suele recurrirse, en expresión manida, a que los títulos valores habrían sido víctimas de su propio éxito.
Con ello se alude, en realidad, al hecho de que en la actualidad, el papel (el «título» en el que se incorporaba el
derecho) está siendo sustituido, en bastantes de las parcelas ocupadas por títulos valores, por anotaciones o
registros contables (es el caso de las acciones de sociedades anónimas), con lo que no cabría seguir hablando, en
tales casos, de título-valor. Sobre el fenómeno se volverá más adelante (infra, sub VII). 

II. CONCEPTO DE TÍTULO-VALOR.

En nuestro Derecho falta un concepto legal de título-valor y una disciplina jurídica unitaria aplicable a todos ellos. El
problema se acrecienta si se tiene en cuenta que tampoco entre la doctrina existe un concepto claro de cuáles sean
los contornos precisos de la categoría de los títulos valores. Sobre algunos, no existe problema: es el caso de los
títulos cambiarios (letra, cheque y pagaré); o los denominados títulos de tradición (res guardo de depósito o
conocimiento de embarque), que reúnen todas las características que habitualmente se predican de los títulos
valores [«propiedades normativas» o características sobre las que se vuelve más adelante: infra, sub III.B)]. En otros
casos, es preciso excepcionar una o varias de dichas propiedades al objeto de hacer entrar tales títulos en la
categoría que nos ocupa (es el caso de los títulos nominativos). Como bien se entiende, esa incertidumbre casa mal
con la idea de seguridad jurídica a la que siempre aspira el jurista. 

Ante esta evidencia se ha propuesto acoger una noción amplia de título-valor, que gire exclusivamente en torno a la
necesidad de la tenencia y presentación del documento para obtener la prestación consignada en el papel. Sin
perjuicio del enorme interés de estas propuestas, estimamos preferible seguir optando por una concepción
restringida del título-valor, entendiendo por tal «aquel documento sobre un derecho privado, cuyo ejercicio y cuya
transmisión están condicionados a la posesión del documento». De acuerdo con esta concepción (que puede
considerarse dominante en la doctrina española), el documento resultaría indispensable tanto para la trans misión
como para el ejercicio del derecho a él incorporado. A partir de aquí, los casos que no se adapten totalmente al
supuesto de hecho habrán de ser tratados como títulos valores impropios o, en su caso, como meros títulos de
legitimación sin el carácter de título-valor. 

III. ASPECTOS ACTIVO Y PASIVO DE LOS TÍTULOS-VALORES.

Si todo valor incorpora un derecho y todo derecho posee un polo activo (que corresponde al acreedor) y un polo
pasivo (que corresponde al deudor) es evidente que cualquier título-valor puede y debe analizarse desde dos
perspectivas: la del obligado a una determinada prestación mencionada en la letra del documento (deudor: que
suele ser quien crea o emite el título) y la de quien está faculta do para exigir tal prestación (acreedor: el poseedor
del documento). La incorporación de un derecho a un documento con el fin de facilitar su circulación, explica
suficientemente que sea el poseedor regular del documento el acreedor del derecho incorporado; y que el deudor
del mismo sea quien lo emitió incorporando al título su obligación. 

Estos dos aspectos, activo y pasivo, obligan a analizar tres cuestiones de gran interés teórico y práctico. 

 ORIGEN DEL DERECHO INCORPORADO.

El derecho que se incorpora a un documento no nace por la mera y simple creación del título, sino que trae su origen
de un negocio o causa distinta, anterior o incluso coetánea a la emisión del título (así, p.ej.: cuando se incorpora la
obligación de pagar el precio de una compraventa, o la de restituir el capital de un préstamo). Es, pues, la relación
obligatoria que nace de un negocio jurídico la que se incorpora al título, sin que esta incorporación determine por sí
misma la novación objetiva ni subjetiva de aquella relación. El origen del derecho incorporado radica, pues, en un
negocio (fundamental, subyacente o extracartáceo) separado; y la causa de la incorporación suele ser un pacto o
convenio explícito o implícito entre los sujetos de la relación o negocio fundamental (pactum cambii). En otros casos,
la causa de la incorporación no proviene de la voluntad de las partes, sino de la Ley misma (p.ej.: la condición de
socio en las acciones de una sociedad anónima). 

Por ello, en un título-valor concurren dos obligaciones distintas: la obligación fundamental o extracartácea y la
obligación cartular o cartácea, que nace con el acto de la emisión del título-valor. Para regular los efectos que
produce la emisión del título y para destacar el riesgo que corre el deudor de que la obligación sea exigida dos veces
(invocando el negocio fundamental y, además, invocando el título-valor emitido) el importante artículo 1.170 del
Código civil con tiene dos reglas fundamentales: de una parte, la mera entrega del título-valor no produce por sí sola
el pago de la obligación (efecto que sólo se produce con la realización del título o cuando, con negligencia del
acreedor, se hubiera perjudicado); de otra, hasta que la obligación documentada en el título no sea exigida por el
acreedor —y resulte pagada por el deudor o, en su caso, resulte perjudicado el título «quedará en suspenso» la
acción derivada del negocio funda mental (con lo que, impagado el título, podría reclamarse el pago de la obligación
subyacente o bien de la obligación cartular). EL Al margen de ello, quien emite un título incorporando a él una
obligación propia puede ser compelido a su pago, cualquiera que sea el poseedor que para ello le presente el
documento (siempre que sea de buena fe). Es ésta una característica de gran importancia, porque de ella depende la
eficacia de los títulos valores. La obligación de pago alcanza al deudor incluso cuando el título (al portador) le es
presentado por un poseedor de buena fe que lo haya adquirido de quien lo halló, lo hurtó o lo obtuvo sin justo título,
porque en este caso la ley de circulación de las cosas muebles (a la que el título se somete) ampara al adquirente
poseedor de buena fe. Dicha obligación se explica, además, porque quien emite un título-valor crea una «apariencia
de derecho de que será pagado, por lo cual, quien de buena fe lo adquiere, confiando en esta apariencia, debe ser
protegido, aunque el título se lo haya transmitido quien no fuera su titular. 

 NOTAS CARACTERÍSTICAS DE LOS TÍTULOS VALORES (PROPIEDADES NORMATIVAS).

El título-valor debe ser analizado en atención a la posición jurídica de su poseedor, sujeto en quien recae la facultad
de exigir el cumplimiento del derecho que el título incorpora. Para comprender mejor esta posición, es usual
destacar tres notas características fundamentales que concurren en los títulos valores: 

a) Legitimación por la posesión. Si la legitimación (activa) hace referencia a los requisitos que deben concurrir en un
sujeto para ejercitar un dere cho, la legitimación por la posesión aplicada a los títulos valores alude a la simplificación
en el plano del ejercicio del derecho. Significa que en ellos la posesión es condición indispensable para ejercitar el
derecho incorporado y, en consecuencia, para exigir del deudor-emisor del título la prestación debida. Se dice que
los títulos-valor son documentos de necesaria presentación. Con todo, habría que matizar la anterior afirmación,
advirtiendo que no son sólo títulos de presentación, sino también títulos de necesario rescate: es decir, el deudor
sólo estaría obligado al pago contra entrega del documento. 

En todos los títulos valores, cualquiera que sea su clase y la forma de venir designado en ellos su titular, la posesión
del documento es indispensable para ejercitar el derecho incorporado, o sea, para exigir la prestación en el
contenida; y ello, tanto si la posesión es por sí misma suficiente para legitimar al tenedor (títulos al portador), como
si a ella deben añadirse otros requisitos fundamenta les (títulos a la orden y títulos nominativos). Por ello mismo, la
tradición del título es indispensable para la transmisión regular del derecho que incorpora (tradición que habrá de
venir precedida o acompañada, de acuerdo con el art. 609 C.c., de un negocio traslativo o causa traditionis). 
La relevancia de la posesión del documento, tanto para la transmisión como para el ejercicio del derecho que
menciona, se debe a la incorporación del dere cho en el título. La posesión de los títulos al portador produce tales
efectos en favor del tenedor, que para enervarlos (en caso de robo o extravío del título al portador) es necesario
iniciar un complejo procedimiento edictal de amortización regulado en los artículos 548 y siguientes del Código de
comercio (y, hoy, en los arts. 132 ss. de la Ley 15/2015, de 2 de julio, de la Jurisdicción Voluntaria). 

Ahora bien, si la posesión del título es indispensable para ejercitar el derecho que incorpora, ello no significa que la
simple posesión del mismo sea por sí sola y en todo caso requisito suficiente para exigir su cumplimiento. Para
aclarar estas ideas es necesario formular ciertas observaciones. En primer lugar, la posesión del título es requisito
que por sí mismo legitima al tenedor para exigir el cumplimiento del derecho que incorpora, en los llamados títulos
al portador (títulos de «legitimación pura»), y ello aun en el caso de que la posesión sea de mala fe, siempre que el
deudor desconozca esta circunstancia. En segundo lugar, la posesión del título es requisito indispensable para
ejercitar el derecho incorporado, aunque no sea por sí solo suficiente, en los títulos a la orden y en los títulos
nominativos (es la razón por la que veíamos que parte de la doctrina construye la noción amplia de los títulos valores
sobre la base de este dato). En definitiva, para ejercitar el derecho incorporado, la posesión es suficiente en los
títulos al portador, y es necesaria pero insuficiente por sí sola, en los títulos a la orden y en los nominativos
(GARRIGUES). 

La incorporación del derecho en el documento y su sumisión a la ley de circulación de las cosas muebles, permite
desvincular al sujeto titular del derecho incorporado (propietario del título) del sujeto formalmente legitimado para
ejercitarlo (poseedor del título). De forma que la legitimación por la posesión establece la ficción de que quien posee
y exhibe el documento es titular del derecho, recayendo sobre el deudor la carga de probar la falta de titularidad del
legitima do por la posesión (RECALDE). 

Con todo, esta forma de agilizar la legitimación opera, no sólo en favor del acreedor al facilitarle y simplificarle el
ejercicio del derecho (aspecto activo de la legitimación), sino también en favor del propio deudor, al liberarle de su
obligación simplemente con probar que pagó de buena fe al poseedor del título, aunque éste no fuera titular del
derecho (vertiente pasiva de la legitimación). 

b) Literalidad o abstracción. Por tal se entiende la protección que se ofrece al adquirente en el orden jurídico-
obligacional, frente al riesgo de que el derecho representado careciera de las cualidades que resultan en el
documento (RECALDE). Es decir, viene a significar que la naturaleza, el ámbito y el contenido del derecho
incorporado se delimitan exclusivamente por lo que se menciona en la escritura («letra») que consta en el
documento. En su sentido absoluto, la literalidad significa que las relaciones entre el deudor y el acreedor del
documento se han de regular por lo que expresa el título mismo, cualquiera que fuese el contenido y el régimen del
derecho incorporado según el negocio que lo hizo nacer.

En principio, la literalidad así concebida actúa en favor, tanto del acreedor como del deudor del título (en cuanto que
impide que el poseedor le exija su prestación en términos distintos de los que constan escritos en el título). 

Con todo, el análisis de la literalidad presente en los títulos valores nos obliga a formular alguna observación. En
efecto, debe tenerse en cuenta que tal como se ha descrito, la literalidad no se presenta con igual intensidad en
todos los títulos valores, pues mientras unos (denominados completos, perfectos o abstractos, si bien esta última
expresión es susceptible de crítica por equívoca) incorporan de modo perfecto un derecho que puede delimitarse
por la escritura del documento (el ejemplo más claro es la letra de cambio), en otros títulos (denominados
incompletos o causales) el derecho que incorporan debe completarse con indicaciones no contenidas en el tenor
escrito del documento, sino en otros documentos a los que el mismo se remite (es lo que ocurre, p.ej., con las
acciones de sociedad anónima, cuyo exacto contenido de derechos deriva, no sólo del documento, sino también de
los estatutos sociales, y de los acuerdos adoptados por los órganos sociales)'. En estos segundos, la literalidad o no
se presenta (como suele afirmar la doctrina alemana), o se presenta en forma atenuada (como sostiene en general la
doctrina italiana y española). 

c) Autonomía. Esta propiedad alude a la posición jurídica de los terceros futuros adquirentes del título, y consiste en
que éstos adquieren un derecho que es independiente de las vicisitudes y relaciones personales que haya me diado
entre anteriores titulares y el deudor. A través de la misma se atribuye al adquirente de buena fe una tutela en el
orden jurídico-real, frente al riesgo de que el transmitente no fuera titular, posibilitando en consecuencia la
adquisición a non domino (RECALDE). Ello se refleja, sobre todo, en que el deudor emisor del título no puede oponer
al segundo y posteriores poseedores de buena fe excepciones personales que podría oponer al poseedor originario
(inoponibilidad de excepciones). Cada poseedor adquiere ex novo, como si lo fuera originariamente y no a título
derivativo, el derecho incorporado al título. sin subrogarse en la posición personal de su transmitente. La posición
jurídica del segundo y posteriores adquirentes viene delimitada por la escritura del título (literalidad) y no por las
relaciones personales que ligaban al anterior poseedor con el deudor. Por ello mismo puede afirmarse que la
autonomía del derecho incorporado es una consecuencia y a la vez un complemento del principio de literalidad. 

La autonomía en la adquisición del derecho incorporado es una exigencia impuesta por la necesidad de proteger y de
fomentar la transmisibilidad de los derechos mediante su incorporación a un título. Si el deudor pudiera oponer a
cada adquirente las excepciones personales que puede esgrimir frente al anterior poseedor para negar, disminuir o
retrasar el cumplimiento (cosa que se produce en la cesión civil de los créditos), los terceros se resistirían a adquirir
los títulos valores. 

Con todo, esta autonomía del derecho no opera entre el deudor y el acreedor originario, primer poseedor del título,
cuyas relaciones están dominadas por el negocio causal, fuente del derecho incorporado al documento. En virtud de
la protección a la transmisibilidad de los títulos valores, la autonomía se inicia cuando aquél transmite el título a un
segundo poseedor. A partir de este momento es jurídicamente irrelevante si la obligación incorporada representaba
el precio de una compraventa, la restitución de un préstamo, etc., para convertirse en manos del tercero adquirente
en un crédito puro a fin de exigir el cumplimiento de una prestación, desvinculada de la situación personal que
adornaba este mismo crédito en manos del anterior poseedor del documento. 

IV. LOS TÍTULOS-VALORES IMPROPIOS.

Frente a los títulos valores en los que, en mayor o menor medida, concurren las tres notas características señaladas,
la realidad muestra la existencia de títulos valores impropios. Son documentos que, o bien despliegan una especial
fuerza probatoria, o bien contienen la pro mesa de realizar un servicio o de entregar una cosa (depósito) o incluso
una suma de dinero. Cumplen una función legitimadora, dado que sirven para ejercitar ciertos derechos y para que
el deudor se libere de la obligación pagando al poseedor del documento (por ello, reciben también la denominación
de títulos de legitimación). Este es el caso de las contraseñas y de los títulos de legitimación (p.ej.: la ficha de un
guardarropa, resguardos de objetos dados para su reparación, o la contraseña recibida en la ventanilla de un Banco).
También entrarían dentro de esta categoría los denominados «documentos probatorios» (es el caso de las cartas de
porte del transporte terrestre o aéreo; o los sea waybills o cartas de porte marítimo). 

Ahora bien, nos encontramos ante títulos que no son creados para circular ni para ser transmitidos (en consecuencia,
su circulación no se encuentra particularmente protegida); en los que no se produce la incorporación del derecho al
documento; y en los que falta igualmente la literalidad a la que nos hemos referido anteriormente. Precisamente
por ello, los llamados títulos valores impropios permiten, en ocasiones, que el titular ejercite el derecho a que se
refieren sin la posesión y la exhibición del documento, probando su titularidad por otros medios; que el deudor y el
acreedor puedan fácilmente recurrir a elementos ajenos al documento para determinar la titularidad y el contenido
del derecho; que el deudor se libere si paga al verdadero acreedor, aunque éste ya no posea el documento; y,
finalmente, que el deudor pueda negarse a cumplir exigiendo a quien exhibe la contraseña la prueba de su
titularidad. 

En definitiva, los títulos valores impropios son simples documentos que tienden a facilitar inter partes la ejecución de
una relación obligatoria, procurando al deudor una fácil y rápida liberación de su deuda o al acreedor una pronta y
exacta obtención de la prestación que le es debida. 

Dentro de esta categoría de títulos valores impropios, adquiere un protagonismo especial la tarjeta de crédito, de
difusión creciente en la práctica actual, que cuenta con una regulación parcial en la Ley 16/2009, de 13 de
noviembre, de servicios de pago. A ella hubo ocasión de referirse en sede de contratos realizados por entidades de
crédito (supra, Capítulo 34, sub IV). Por ello, aquí interesa exclusivamente recordar aquello que se dijo en su
momento acerca de la exacta naturaleza jurídica de la figura, y no tanto la operatoria (por lo demás. compleja) del
contrato de emisión de tarjeta. 
Las tarjetas de crédito (aunque, en sentido propio, no todas ellas lo sean: piénsese en las tarjetas «de débito»)
constituyen un instrumento de pago muy extendido en la actualidad. Se trata de documentos de material plástico,
del tamaño de una tarjeta de visita, que identifican a su titular para la obtención de diferentes prestaciones en
establecimientos mercantiles. Desde esta perspectiva pueden calificarse como títulos de legitimación. Con todo, y si
se tiene en cuenta que estos documentos no están destinados a circular —antes al contrario, son intransferibles— se
comprende que no puedan merecer la calificación de títulos valor en sentido propio. 

V. CLASES DE TÍTULOS-VALORES.

Son numerosos los criterios a los que puede acudirse para clasificar los títulos valores. De entre ellos, nos interesa
destacar los siguientes: 

En función de la manera de emitirse, ha sido tradicional contraponer los títulos valores emitidos individualmente y
los títulos emitidos en serie. A menudo se ha empleado la noción, de origen francés, de «efectos de comercio para
hacer referencia a los títulos emitidos de manera individual (es el caso de los títulos cambiarios: letra, cheque y
pagaré). 

Frente a ellos se sitúan los títulos valores emitidos en masa o en serie, que deben su origen a un negocio de emisión
del que necesariamente deriva una serie de documentos de características idénticas o similares (como pueda ser la
fundación de una sociedad anónima o la ampliación de capital). Como se ha dicho, no hay una expedición individual
de los títulos, sino que el objeto de la emisión lo constituye una masa amplia de documentos con características y
contenidos similares (RECALDE). A ellos se suele aludir con el nombre de «valores mobiliarios», concepto que se
vincula a una particular función que desarrollan estos títulos, como es la de ayudar al emisor a recabar recursos
financieros del inversor (RECALDE). 

Las acciones de sociedades anónimas serían el ejemplo paradigmático de valores mobiliarios (art. 92.1 LSC). Con
todo, este esquema se difumina si se tiene en cuenta que, en la actualidad, como es sabido, las acciones pueden
documentarse tanto mediante títulos (documentos que revisten la condición de auténticos títulos-valor) como
mediante anotaciones en cuenta (que no pueden merecer, por definición, la condición de título-valor). Sin embargo,
la propia Ley declara que «en uno y otro caso (las acciones) tendrán la consideración de valores mobiliarios» (art.
92.1 LSC). Desde un punto de vista parcialmente distinto ha de tenerse en cuenta que la noción de «valor
negociable» no constituye tan sólo una versión actualizada del antiguo valor mobiliario (construido sobre el
esquema de los títulos valores), sino que constituye el referente objetivo para la aplicación de una disciplina distinta,
como es la del Derecho del mercado de valores, de fuerte impronta público-ordenadora.

En función de la naturaleza o el contenido del derecho que incorporan, los títulos pueden ser de tres clases. Se
denominan títulos de pago o títulos pecuniarios los que incorporan la obligación de pagar una determinada cantidad
de dinero en el momento y manera que el propio título expresa (p.ej.: letras de cambio, cheques y obligaciones). 

Son títulos de participación social los que incorporan y atribuyen la condición de socio o miembro de una sociedad y,
con ella, todos los derechos que la integran en la forma establecida por la Ley y por su ordenamiento corporativo (así
ocurre con las acciones de una sociedad anónima; por el contrario, las participaciones de una sociedad de
responsabilidad limitada no se encuentran re presentadas mediante títulos y «en ningún caso tendrán el carácter de
valores»; art. 92.2 LSC). Ya se vio que constituyen títulos valores en los que el dato de la literalidad se presenta de
manera incompleta, puesto que el contenido de los mismos ha de ser completado con el recuso a otras menciones
que no figuran en el propio título (p.ej.: estatutos). 

Finalmente, son títulos de tradición los que facultan a su poseedor para exigir la restitución de determinadas
mercancías que mencionan, le confieren la posesión mediata de las mercancías y, por consiguiente, le atribuyen un
poder de disposición sobre ellas mediante la simple transmisión del título (es el caso de los conocimientos de
embarque y resguardos de almacenes generales de depósito). 

Muy importante por sus consecuencias de todo orden (tanto dogmáticas como prácticas) es el criterio que atiende a
la forma de designar al titular del documento y del derecho a él incorporado, porque este criterio descubre
fácilmente su ley de circulación y, por tanto, la forma de atribuir la legitimación para el ejercicio del derecho que
incorpora. 

Según este criterio son títulos al portador (también denominados «títulos de legitimación pura») aquellos que, al no
designar los datos personales de su titular, legitiman por la simple posesión para ejercitar el derecho incorporado
(p.ej.: acción al portador o cheque al portador). Consiguientemente, la transmisión resulta enormemente
simplificada, pues basta con ceder la posesión para legitimar al nuevo adquirente. 

Por el contrario, son títulos a la orden aquellos cuyo derecho incorporado debe cumplirse a la orden del primer
adquirente (cuyo nombre y apellidos constan en el documento) o a la orden de los sucesivos adquirentes a quienes
el título se transmita regularmente mediante endoso. Son, como afirma URÍA, títulos nominativos llamados a la
circulación, mediante una declaración escrita sobre el documento mismo (p.ej.: letra de cambio). 

En fin, frente a los anteriores se suele aludir a los títulos nominativos di rectos, para referirse a aquellos que,
identificando directa y expresamente los datos del titular del derecho incorporado, su circulación exige la
cooperación de su emisor. Se trata de títulos cuya circulación regular no puede ser realizada unilateralmente por el
titular del documento, excluyéndose el endoso (de ahí que, dentro de los títulos nominativos en sentido amplio, se
distinga entre los títulos a la orden y los nominativos directos, donde el endoso vendría excluido). 

Con todo, la inclusión de los títulos directos dentro de los títulos valores en sentido restringido (que es el criterio que
aquí se adopta) puede cuestionarse seriamente. En efecto, de una parte, la transmisión resulta enormemente
dificultada respecto de lo que es normal en otros títulos valores, pues ha de realizarse conforme a las reglas
generales de la cesión de créditos, dado que se trata de documentos que no están destinados a facilitar la circulación
del derecho (RE CALDE). Además, el título nominativo es de indispensable presentación, pero no legitima
autónomamente, al carecer de la llamada «legitimación activa», que sería propia de los títulos al portador y a la
orden (EIZAGUIRRE). Por otra parte. se ha puesto de relieve que algunos de los títulos nominativos son, en realidad,
transmisibles por endoso, por lo que integrarían la categoría de los títulos a la orden (es el caso de las acciones
nominativas de una sociedad anónima, que según el art. 120.2 LSC pueden ser transmitidas mediante endoso; o de
los cheques extendidos a favor de una persona determinada, que según el art. 120.2 LCCh son transmisibles por
endoso, salvo en el caso de que incluya la cláusula «no a la orden», en cuyo caso se transmite conforme a la cesión
ordinaria de créditos: art. 120.3 LCCh) (EIZAGUIRRE). 

VI. LA LEY DE CIRCULACIÓN DE LAS DIVERSAS CLASES DE TÍ TULOS-VALORES.

El derecho se incorpora al título para facilitar su transmisión y esta incorporación asimila en cierta forma la ley de
circulación de los derechos a la propia de las cosas muebles. Se denomina ley de circulación de cada clase de título-
valor al conjunto de requisitos que deben concurrir para que un sujeto adquiera la titularidad del derecho
incorporado o la simple legitimación para ejercitarlo. Dichos requisitos varían según cuál sea la clase de título-valor
transmitido, y serán objeto de análisis a continuación. Debe tenerse presente que, en ocasiones, la ley de circulación
que prevalece es la que atribuye la legitimación y no la titularidad del derecho incorporado (porque quien está
legitimado puede exigir la prestación, aunque no sea titular del derecho, mientras que quien no está legitimado no
puede exigirla aunque sea titular). 

a. TÍTULOS AL PORTADOR.

Estos títulos de legitimación pura se transmiten mediante la simple tradición del documento (art. 545 C. de c.) unida
a la previa existencia de un negocio causal traslativo (art. 609 C.c.), al margen de que, como sabemos, la mera
posesión crea una apariencia de titularidad que permite ejercitar el derecho documentado en el título. Significa ello
que en los títulos al portador puede exigir el cumplimiento del derecho incorporado el poseedor del mismo, aunque
éste no sea el titular del documento ni del derecho, o, lo que es lo mismo, aunque la posesión no haya sido
precedida de un negocio traslativo. 

En estos títulos la posesión confiere al tenedor la legitimación para exigir su cumplimiento, a cuyos efectos poco
importa que la tradición sea consecuencia de una efectiva transmisión del derecho, de un mandato, de un contrato
de garantía o de haberlo encontrado o sustraído. En estos casos (particularmente en el último), el deudor que pague
de buena fe (sin dolo ni culpa grave), pagará bien y quedará liberado, aunque el poseedor haya adquirido el título de
manera ilegítima. Por otra parte, el tercero de buena fe que adquiera de este último que daría igualmente protegido
(adquisición a non domino), precisamente por la apariencia de buen derecho que crea la sola posesión del título. Se
advierte, en fin, que en estos títulos se facilita enormemente la transmisión, aun a costa del riesgo de tener que
pagar el deudor a quien no era legítimo titular del documento. Con todo, se reitera que si el deudor paga de buena
fe (sin dolo ni culpa grave) habrá pagado bien y quedará liberado. El riesgo, por tanto, es del titular ilegítimamente
desposeído. 

b) TÍTULOS A LA ORDEN.

En estos títulos la circulación de los mismos se produce mediante un doble requisito: la cláusula de endoso o
declaración escrita por el tenedor en el dorso del título y que contiene su voluntad de transmitir lo; y la tradición o
entrega del documento a la persona en cuyo favor se ha redactado la cláusula. 

La legitimación para ejercitar el derecho incorporado se confiere al sujeto que reúne los dos requisitos: poseer el
título y haber sido formulada a su favor la cláusula de endoso, de manera que el deudor quedará liberado si paga al
último tenedor de una cadena regular de endosos (cfr. art. 19 LCCh). La ley de circulación de estos títulos la
estudiaremos con detenimiento al ocuparnos de la letra de cambio, título a la orden por excelencia. 

c) TÍTULOS NOMINATIVOS O DIRECTOS.

Ya hubo ocasión de dejar apuntadas las reservas que suscita la consideración de estos documentos como títulos-va
lores en sentido restringido (que es el concepto que se acoge en este Manual). Con todo, y sin perjuicio de ello,
puede resultar conveniente diferenciar los va lores mobiliarios (títulos emitidos en serie) de los efectos de comercio
(títulos emitidos individual o aisladamente). 

Los títulos emitidos en serie se transmiten mediante la concurrencia de tres requisitos: consignando la transmisión
en el título, haciendo constar el nombre del adquirente (o expidiendo otro nuevo a su nombre); entregando el título
al adquirente; e inscribiendo el nombre del adquirente en el libro-registro de los títulos que debe llevar su emisor
(libro registro en el que constan las sucesivas transmisiones). En el más claro ejemplo de títulos nominativos
emitidos en serie (acciones nominativas), la inscripción en el libro-registro de la sociedad cumple una importante
eficacia legitimadora, al permitir al deudor (la sociedad) reputar legitimado activo únicamente a quien aparezca
inscrito en el correspondiente libro-registro (véase art. 116.2 LSC). Con todo, el caso de las acciones nominativas
reviste otra importante particularidad, pues ya se dijo que también está permitida la transmisión de las acciones
nominativas mediante endoso (art. 120.2 LSC), razón que lleva a afirmar que técnicamente nos encontramos ante
títulos a la orden más que ante títulos directos (EIZAGUIRRE, RECALDE). 

Los efectos de comercio nominativos (p.ej.: un cheque o letra «no a la orden») se transmiten mediante la tradición o
entrega del documento y la anotación de la transmisión sobre el mismo documento; pero para que tenga efectos
frente al deudor es necesario poner en su conocimiento la transmisión, es decir, resulta necesario transmitir el
derecho documentado conforme al régimen de la cesión ordinaria de créditos previsto en los artículos 347 y 348 C.
de c. (véanse, en este sentido, los arts. 14.2 y 120.3 LCCh). Se pone de relieve cómo se encuentran debilitadas en
esta clase de documentos las propiedades normativas de los títulos valores, al no poderse apreciar en ellos una
incorporación plena del derecho en el documento ni la autonomía. Se trata, en definitiva, de documentos que no
están pensados para circular, y que son los que más dudas plantean en cuanto a su exacta configuración. En todo
caso, exceden del concepto de título-valor en sentido restringido que aquí se acoge, y se englobarían, más bien,
dentro de un concepto amplio de título de legitimación (RECALDE). 

VII. LA INTERVENCIÓN DE FEDATARIO PÚBLICO EN LA TRANS MISIÓN DE TÍTULOS-VALORES.

Pese a lo expuesto, han de tenerse en cuenta ciertas especialidades exigidas en la transmisión de algunos valores.
Así, el artículo 11.5 del Texto Refundido de la Ley del Mercado de Valores, aprobado por Real Decreto Legislativo
4/2015, de 23 de octubre (LMV), afirma que «la suscripción o transmisión de valores sólo requerirá para su validez la
intervención de fedatario público cuando, no estando admitidos a negociación en un mercado secundario oficial,
estén representados mediante títulos al portador y dicha suscripción o transmisión no se efectúe con la participación
o mediación de una sociedad o agencia de valores, o de una entidad de crédito». De esta norma y, además, del
régimen de transmisión que para las acciones nominativas y al portador se deriva de la Ley de Sociedades de Capital,
se desprende la vigencia de un régimen jurídico que intentamos describir a continuación. 

Cuando se trate de valores mercantiles o industriales (acciones u obligaciones) nominativas, pueden transmitirse sin
la intervención de fedatario público. Así se desprende tanto del tenor literal del artículo que hemos transcrito, como
del régimen de transmisión de las acciones nominativas contenido en la Ley de Sociedades de Capital. 

Cuando, por el contrario, nos hallemos ante valores al portador (acciones al portador), hemos de fijarnos
únicamente en aquellas que no coticen en Bolsa, puesto que las acciones cotizadas en un mercado secundario
oficial, no sólo habrán de representarse necesariamente mediante anotaciones en cuenta y no mediante títulos (por
la exigencia del art. 496.1 LSC), sino que, además, en ellas intervendrá una sociedad o agencia de valores, o una
entidad de crédito. Si las acciones al portador no están cotizadas en Bolsa, del precepto transcrito parece  exigirse la
necesaria intervención del fedatario público (que venía exigida así mismo por la Ley de 19 de septiembre de 1936 y
por la Ley de 23 de febrero de 1940) en el momento de estipularse el negocio causal o, al menos, al entregarse los
títulos cuya transmisión se ha convenido. Ello debe ser así, si la redacción actual del artículo 545 del Código de
comercio no hace absolutamente in necesaria la intervención de los fedatarios públicos en la transmisión de los
valores al portador, lo cual resulta poco claro por el deficiente régimen legal actualmente vigente. 

VIII. LA DESMATERIALIZACIÓN DE LOS TÍTULOS-VALORES.

El indudable éxito de los títulos valores ha poblado el mundo de los negocios, especialmente el bancario, de miles de
millones de títulos (acciones, obligaciones, letras de cambio, cheques, pagarés, bonos, etc.), creando una
masificación documental de tal magnitud que ha llegado a imponer al tráfico de tales títulos valores una verdadera
servidumbre y esclavitud documental. Se suele afirmar que el éxito de los títulos valores ha causado su crisis. Ello es
en par te cierto, si bien ha de ser objeto de matización. Ciertamente, la proliferación de títulos ha dificultado su
manejo y negociación, con lo que, paradójicamente, no se lograría facilitar la transmisión de los derechos
incorporados en ellos. Pero, con masificación o sin ella, es igualmente obvio que la presencia de nuevas tecnologías
había de redundar, tarde o temprano, en la sustitución de los títulos (papel) por otro sistema de representación de
esos derechos. Y esa es precisamente la situación que actualmente se observa en algunos de los sectores donde
antes proliferaron los títulos valores. Se asiste así a una gradual desincorporación o desmaterialización de los títulos-
valor, fenómeno que se produce, sobre todo, en el ámbito de los valores mobiliarios (acciones, obligaciones, etc.),
aunque también en el sector de los títulos valores emitidos de manera individual se advierte, como se ha dicho, una
reducción de la función tradicional de los títulos valores (piénsese en el truncamiento de las letras de cambio, o en la
sustitución de las mismas por recibos o facturas, etc.) (EIZA GUIRRE). 

La desmaterialización consiste, como se decía, en un procedimiento gradual, que podría describirse, siguiendo a PAZ-
ARES, como el conjunto de todos aquellos fenómenos por virtud de los cuales la existencia, la transmisión o el
ejercicio del derecho se desgaja o independiza, en mayor o menor medida, de la producción, de la tradición o de la
presentación del título en que tradicionalmente se hallaba documentado. En un primer momento se habría
procedido a sustituir el ejercicio de los derechos y la tradición de los títulos físicamente existentes pero depositados
para su custodia en entidades de crédito— por meras anotaciones informáticas de abono y cargo en cuentas
corrientes que por mandato de la Ley los representan y sustituyen. En una segunda fase, la desmaterialización
afectaría a la propia emisión del título, de forma que mediante simples anotaciones en cuenta se evitaría el
libramiento, la creación y la emisión de los propios títulos o documentos, los cuales, inexistentes como títulos, son
sustituidos o representados por meras anotaciones en cuenta. 

El fenómeno, que es de una gran importancia porque supone la paulatina sustitución del título valor por la anotación
informática, tuvo sus orígenes en el Decreto 1.128/1974, de 25 de abril, sobre liquidación y compensación de
operaciones en Bolsa y depósito de valores mobiliarios; o el RD 1.369/1987, de 18 de septiembre, por el que se
creaba el Sistema Nacional de Compensación Electrónica, en virtud del cual se consideran presentados al cobro los
efectos manejados por los bancos (letras de cambio, cheques, pagarés) «en el momento en el que la entidad
tenedora u ordenante... cursó comunicación por vía electrónica a la entidad librada domiciliataria o destinataria...»,
con lo que se trunca o sustituye la manipulación y la entrega de aquellos documentos físicamente existentes por su
comunicación electrónica, todo ello de acuerdo con lo previsto en la Ley 19/1985, Cambiaria y del Cheque (estas
normas reglamentarias se correspondían a la primera de la fases descritas en el párrafo anterior). Un paso
cualitativamente más avanzado vino dado por el RD 505/1987, de 3 de abril (y O. de 19 de mayo de 1987) que
creaba las «anotaciones en cuenta para sustituir la entrega de los títulos de la Deuda pública. 

Pero, sin duda, el paso definitivo lo dieron la Ley 24/1988, de 28 de julio, del Mercado de Valores, al reconocer la
posibilidad de que los valores negociables se representen mediante anotaciones en cuenta (arts. 5 ss.); y la Ley
19/1989, de 25 de julio, que modificó la Ley de Sociedades Anónimas a la sazón vigente al efecto de permitir que las
acciones (y también las obligaciones) de las sociedades anónimas estuvieran representadas por títulos o por meras
anotaciones contables (art. 92.1 LSC). Con ello se da carta de naturaleza a la sustitución —parcialmente voluntaria,
puesto que resulta obligatoria en el caso de sociedades que coticen en un mercado secundario oficial de las acciones
títulos-valor por «anotaciones en cuenta», es decir, por meras identificaciones numéricas en registros contables
especiales. A ellas hubo ocasión de referirse en el volumen primero de esta obra, lugar al que remitimos al lector
interesado, al objeto de evitar reiteraciones. El régimen legal en esta materia se halla hoy en el RD 878/2015, de 2 de
octubre, sobre compensación, liquidación y registro de valores negociables representados mediante anotaciones en
cuenta. Por su parte, la Ley 41/1999, de 12 de noviembre, regula los Sistemas de Pagos y de Liquidación de Valores.
Ha de tenerse en cuenta que esta materia ha sido objeto de modificación en diversas ocasiones, entre otras, por la
Ley 44/2002, de 22 de noviembre, de Medidas de Reforma del Sistema Financiero, que integró los diversos sistemas
de compensación y liquidación de valores en una única «Sociedad de sistemas»; y por la Ley 11/2015, de 18 de junio,
de Recuperación y Resolución de Entidades de Crédito y Empresas de Servicios de Inversión, que modifica la LMV al
objeto de permitir la existencia de diversos «depositarios centrales de valores», sin perjuicio de reconocerle este
mismo status a la «Sociedad de Sistemas» antes aludida.

Obviamente, nos encontramos ante una nueva forma de representación de derechos, que conlleva la
desincorporación o desmaterialización completa del derecho, al sustituirse totalmente el título por anotaciones
informatizadas en los registros de las entidades encargadas de su llevanza (que serán, además, las que emitan los
correspondientes certificados que sirven para acreditar la legitimación para el ejercicio y la transmisión de los
derechos representados por anotaciones: cfr. art. 14 LMV). Es decir, se produciría una evolución de signo contrario a
la que propició la aparición de los títulos valores. Sin embargo, y siendo cierto que respecto de tal forma de
documentar derechos no es posible seguir hablando de títulos-valor, no lo es menos que los problemas y soluciones
que plantea y ofrece esta nueva técnica no son tan distintos de los que contempla el Derecho de los títulos valores,
de manera que, al margen de la fundamental sustitución del sopor te, en ambos casos se trataría de crear una
normativa jurídico-privada relativa al ejercicio y circulación de determinados derechos patrimoniales, más ágil y
protectora para el adquirente que la prevista en el Derecho civil (RECALDE). Hasta el punto de que, por parte de un
importante sector doctrinal, siguiendo una línea de pensamiento alemán, se ha sugerido la conveniencia de
desarrollar una categoría de los «derechos-valor», que agruparía principios y reglas propios de los títulos valor y de
las anotaciones en cuenta (PAZ-ARES, A. BERCOVITZ). No obstante, y sin perjuicio de poder aplicar, en su caso,
alguna de las soluciones previstas para los títulos-valor, destacan, por encima de las analogías, las enormes
diferencias entre un sector y otro. Como se ha dicho con acierto, «el régimen de las anotaciones en cuenta poco
tiene que ver con el Derecho de cosas muebles, en el que se basa la normativa de los títulos valor» (RECALDE).
Piénsese, sin ir más lejos, en las notables diferencias que median entre el libro registro de acciones nominativas y el
registro de anotaciones en cuenta.

LA LETRA DE CAMBIO: CONCEPTO Y REQUISITOS FORMALES

I. ANTECEDENTES HISTÓRICOS.

A menudo ocurre, que para la mejor comprensión o adecuada interpretación del régimen jurídico positivo de las
instituciones mercantiles es conveniente analizar someramente sus antecedentes históricos. Éste es el caso de la
letra de cambio, porque ésta ha sufrido una evolución durante siete siglos que ha transformado su función y su
finalidad para adecuarla a las necesidades de la economía moderna, aunque manteniendo su denominación
primitiva. 
La letra nace para soslayar los efectos de la canónica prohibición del préstamo y de la usura y, especialmente, para
evitar el transporte de dinero en metálico de un lugar a otro, cuando la incomodidad y la inseguridad de los caminos
aconsejaban sustituir el traslado de monedas por documentos, contra cuya presentación podría obtenerse en la
plaza de destino la suma deseada. En el marco de este contrato de cambio trayecticio nace la letra por la conjunción
en uno solo de dos documentos distintos: el pagaré cambiario y el mandato de pago. Quien necesitaba disponer de
una suma de dinero en una plaza distinta, la entregaba a un banquero de la suya, de quien recibía aquellos
documentos. Por el «pagaré cambiario» el banquero confesaba (mediante la cláusula de «recibí» o «valuta») haber
recibido del remitente una determinada cantidad y, además, se comprometía a pagar por sí o por medio de un
corresponsal y en plaza distinta la suma recibida, a la orden del remitente o a la de la persona que este designase en
el pagaré. El «mandato de pago» era una simple carta (lettera) de ejecución de la relación anterior, dirigida a la
persona que debía entregar la suma de dinero mencionada en el pagaré. Estos documentos, originariamente
separados, dan lugar a la lettera di cambio cuando se funden en uno solo. Esta fusión se produce cuando el segundo
absorbe al primero, incorporando al «mandato de pago>> la cláusula de «recibí» o «valuta». De esta manera, al
nuevo documento resultante de la fusión, dirigido a quien debía pagar y que se entregaba al acreedor, contenía la
confesión extrajudicial de que el banquero (librador de la letra), había recibido la cantidad que debía pagar (por sí o
por otro) en la plaza distinta. 

Este proceder ofrecía una doble ventaja: una mayor simplicidad, al reducir dos documentos en uno solo; y la
confianza que otorgaba al remitente de que si la letra no era pagada por el librado (persona a la que se dirigía)
podría exigirse su importe del librador (persona que la emitía) en vía regresiva, en virtud de aquella confesión y del
mandato cuyo incumplimiento se demostraba por la posesión de la letra (al tratarse de un título de rescate). 

El proceso evolutivo se completa con la aparición del endoso y de la aceptación. El endoso era una declaración
consignada en el dorso del documento para obtener uno de los dos siguientes resultados: designar un representante
para que percibiera en nombre y por cuenta del remitente (tomador del documento) el importe de la letra en el
lugar de presentación y cobro (mandato de cobro); o, en segundo lugar, por el endoso se declaraba transmitir la letra
y el crédito incorporado a una persona a cuya orden debía ser pagada. Este último endoso operaba la cesión del
crédito incorporado a la letra y se distinguía del primero al consignar por escrito la confesión de que el endosante
había recibido del endosatario el valor de la letra (cláusula de valor, valuta o recibí), lo cual justificaba que si no era
posteriormente pagada en la plaza de destino, el adquirente de la letra pudiera repetir su importe contra su
endosante. 

La aceptación era la declaración formal y escrita estampada por el librado en el documento, por la cual se obligaba a
pagar la letra al poseedor regular del documento que la presentase al cobro. La aceptación reforzaba la garantía de
que la letra sería pagada en la ciudad o plaza de destino. 

La letra de cambio así descrita poseía un contenido y producía unos efectos que se mantienen, en líneas generales,
en la actualidad. Se trata de un documento que incorpora un derecho de crédito para el pago de una suma de dinero
en favor de su poseedor y, a la vez, contiene una orden o ruego de pago del librador al librado a favor del tenedor del
documento. Al mismo tiempo, la letra descubría en su tenor literal que el librador formulaba al librado la orden de
pago en favor del tomador del documento, por haber recibido de éste el importe de la letra (relación de valuta), lo
cual permitía al tomador reclamar su reembolso del librador si la letra no era satisfecha por el librado en el
momento y lugar de su presentación al cobro. 

Mas, si el contenido y el funcionamiento de la letra anteriormente descritos se mantienen en líneas generales, en la


actualidad se ha modificado profunda mente su función económica. De ser instrumento para el cambio del dinero de
una a otra plaza, ha pasado a convertirse en documento de ejecución de la obli gación de pagar el precio surgido de
un contrato subyacente —muy frecuente mente del contrato de compraventa- y, al propio tiempo, en un
instrumento para la concesión de crédito. 

II. FUNCIÓN ACTUAL DE LA LETRA DE CAMBIO.


A. SOBRE LA DUALIDAD DE FUNCIONES DE LA LETRA DE CAMBIO.
La letra de cambio, qué duda cabe, ha sido un instrumento jurídico de gran importancia, que ha coadyuvado de
manera eficaz al desarrollo de la economía moderna. No obstante, en la actualidad su uso ha remitido en beneficio
de otros instrumentos de pago, cambiarios en unos casos como puede ser el pagaré — o extracambiarios —como
puede ser el llamado «recibo al cobro»—. 

Mediante la letra de cambio puede realizarse una doble función económica. De una parte, la letra se configura como
un «medio para facilitar y promover la concesión de crédito» que atribuye al acreedor un eficaz medio de agresión
contra el patrimonio del deudor si se incumple la promesa de pago que incorpora. Así se comprende si se piensa en
los siguientes ejemplos: un sujeto concede a otro un préstamo, cuyo importe debe ser reintegrado seis meses más
tarde. Al recibir el capital el prestatario entrega al prestamista una letra —emitida por el prestamista y aceptada por
el prestatario por su importe más los intereses, cuyo vencimiento coincide con la fecha de la restitución del
préstamo; si el prestatario no paga la letra el día de su vencimiento, el prestamista obtiene su importe ejecutándola
judicialmente contra el patrimonio de su deudor. O piénsese en un vendedor que desea enajenar una cosa y
encuentra un comprador que accede a adquirirla, pero como éste desea retrasar un año el pago del precio, se libra
una letra a la que se incorpora la deuda, que el comprador acepta, y cuyo vencimiento se fija para el momento
convenido. 

En ambos casos el acreedor (prestamista o vendedor) concede crédito al deudor, porque se aplaza el vencimiento y
la exigibilidad de la obligación de éste. En los dos supuestos, el título-valor al que se incorpora la obligación concede
al acreedor la garantía y la seguridad de que si la letra es impagada podrá exigirse su cumplimiento por una vía
procesal extraordinaria (el juicio cambiario: arts. 819 ss. LEC 2000). Esta garantía es la que induce a conceder el
crédito. De ahí la importancia de la letra de cambio, que deviene instrumento fundamental en la explotación de la
mayor parte de las empresas mercantiles e industriales, si bien se detecta en los últimos años un cierto retraimiento
en la utilización de las letras de cambio (en parte debido a ciertos abusos cometidos en el libramiento de las
mismas). 

La función anteriormente descrita actúa como presupuesto de la segunda función económica de la letra de cambio.
Para comprenderla basta tener en cuenta que si la letra incorpora un derecho de crédito con frecuencia aplazado,
cabe transmitirlo, «descontando las letras y consiguiendo de esta manera liquidez. En los supuestos vistos
anteriormente, lo normal es que los acreedores estén interesados en percibir anticipadamente el importe de las
letras que poseen, para destinarlo a otros fines lucrativos sin esperar al término de su vencimiento. Para conseguirlo
endosan y entregan las letras que poseen a un Banco, del que reciben anticipadamente su importe, descontando de
él una cantidad que resulta de apli car el tipo del descuento al valor de la letra según el tiempo que el Banco deba
esperar hasta su vencimiento. Llegado este momento, el Banco presenta la letra al cobro y, percibiendo del librado
su importe total, se resarce de la cantidad anticipadamente entregada al acreedor que descontó el efecto,
lucrándose con el descuento que retuvo. 

La letra se ha convertido, pues, en instrumento de crédito (normalmente a corto plazo: el vendedor lo concede al
comprador; el Banco al cliente que des cuenta la letra). Crédito cuya concesión se estima amparada por la especial
garantía ejecutiva que adorna a la letra. En la práctica, se suele reservar la denominación de letras o «efectos
comerciales para referirse a aquellas en las que la causa que motiva la emisión de la letra es una operación comercial
efectiva (normalmente, compraventa). Por su parte, las letras o «efectos financieros» serían aquellas que tienen por
causa una operación de financiación entre una entidad de crédito y un cliente (aparecerá, en tales casos, como
librador la entidad de crédito; como librado-aceptante, el cliente; y como tomador un tercero o la propia entidad).
Desde una óptica parcialmente distinta, se incluirían dentro de las letras financieras, como opuestas a las letras
comerciales, las «letras de favor», es decir, aquellas que incorporan un negocio de favor —y, más concretamente,
una aceptación de favor—, realizado con el solo objeto de favorecer a otra persona o aumentar el «crédito» de la
letra (PAZ-ARES) (es el caso de las letras que se aceptan sin que exista una relación productiva subyacente, con la
sola finalidad de descontarlas). Sobre ellas se volverá más adelante (cfr. infra, capítulo 43, sub II). 

B. LA LETRA DE CAMBIO EN LA ACTUALIDAD.

A pesar de la indudable importancia que reviste la letra de cambio, lo cierto es que en la moderna economía la letra
ha perdido buena parte de su tradicional eficacia como medio de pago y, especialmente, la confianza que en ella
depositaban los acreedores y el temor o respeto que infundía a los deudores. Esta pérdida de con fianza y de eficacia
de la letra de cambio redunda, como antes se dijo, en la disminución en el libramiento de letras, fenómeno este
último que obedece a diversas razones. Entre ellas, se encuentran los problemas que generó la propia masificación
en el número de letras de cambio libradas (a este problema ya hubo ocasión de referirse en el capítulo anterior al
hacer referencia, con carácter general, a la «crisis de los títulos-valor). De hecho, en la actualidad las letras, una vez
que llegan a manos de las entidades de crédito, quedan inmovilizadas, liquidando su importe por medio de simples
anotaciones en cuenta en sus relaciones con otras entidades (a ello se destina el Sistema Nacional de Compensación
Electrónica que gestiona hoy la Sociedad Española de Sistemas de Pago, S.A. (Iberpay), regulado por el RD
1.369/1987, de 18 de septiembre y la Orden de 29 de febrero de 1988, dentro del cual existe un Subsistema de
efectos de comercio para el tratamiento electrónico de letras de cambio, recibos y pagarés]. 

Pero con todo y con eso, el libramiento de letras de cambio (especialmente en el ámbito de las compras de
consumo) se ha visto en buena medida sustituido por otros medios de pago y/o crédito, como puedan ser las
tarjetas de crédito. concesión de créditos al consumo, etc. 

En tercer lugar, la práctica pone de relieve que, con no poca frecuencia la letra se utiliza con finalidades claramente
abusivas, para obtener dinero de los Bancos, mediante la entrega masiva de letras de cambio al descuento que no
responden a efectivas operaciones, por comerciantes o industriales con dificultades de tesorería. En su base está la
letra de favor o complacencia, que ha de estimarse lícita; en sus casos extremos se encuentran variantes ilícitas
(letras de colusión), como ocurre con el intento de generar una apariencia de crédito. inexistente en realidad
(recurriendo a firmas de personas insolventes) o con la intención de crear una apariencia de estar ante una letra
comercial que no existe: o los casos, parcialmente distintos, de la «cabalgata» o «peloteo» de letras, en las que dos o
más personas intercambian sus firmas de aceptación. Todo ello con la finalidad de obtener, por medio del
descuento, un dinero que difícilmente se obtendría por créditos bancarios directos; y naturalmente, ello hace que las
letras no se atiendan a su vencimiento. 

Estas son tan sólo algunas de las causas que, según creemos, explican la moderna crisis de la letra de cambio, que no
es una crisis del instrumento en sí mismo, sino del uso y del abuso que de él se comete por circunstancias
económico-coyunturales. 

C. REGULACIÓN VIGENTE EN LA MATERIA.

Aunque España firmó los Convenios de Ginebra de 1930 (sobre letra de cambio y pagaré) y 1932 (sobre cheque), que
supusieron la culminación de un importante proceso unificador de los diversos sistemas cambiarios, sin embargo, no
procedió a su posterior ratificación ni a la incorporación de los mismos en la legislación interna, en la que
continuaron vigentes los seculares principios que sobre estos tres títulos valores contenían los artículos 443 a 543
del Código de comercio. Esta situación duraría hasta la entrada en vigor de la Ley 19/1985 de 16 de julio, Cambiaria y
del Cheque (en adelante, LCCh). La misma no supone la incorporación formal de los Convenios de Ginebra (que,
recuérdese, no han sido ratificados por España); de facto, sin embargo, puede afirmarse que el texto legal —y, por
tanto, nuestro Derecho positivo- se adapta en lo esencial a la regulación uniforme ginebrina. 

La aprobación de la Ley Cambiaria y del Cheque supuso una indudable me jora respecto de la regulación que de los
títulos valores se contenía en el Código de comercio. Son muchas, en efecto, las novedades que introdujo este texto
legal. Baste con recordar aquí algunas de ellas. En primer lugar, puede afirmarse que la LCCh convierte la letra de
cambio en título dotado de un cauce procesal privilegiado de reclamación, como es el procedimiento cambiario
(aunque la LEC 2000 haya eliminado la letra del elenco de títulos ejecutivos contenido en su art. 517); facilita su
circulación, descuento, presentación y pago; robustece la posición del acreedor cambiario que la posee, poniéndolo
al abrigo de excepciones improcedentes o dimanantes de eventuales acreedores anteriores; fortalece, en
consecuencia, el carácter autónomo de la obligación cambiaria, en favor de la confianza que debe adornar la letra de
cambio; agiliza los trámites para el ejercicio de las acciones cambiarias al simplificar los procedimientos para obtener
los efectos del protesto por falta de pago; introduce una verdadera solidaridad cambiaria; se reducen y simplifican
las fórmulas de libramiento de la letra; re gula el endoso en blanco; se completan y aclaran el régimen y los efectos
de la presentación a la aceptación, se amplía el plazo de presentación al cobro y se introducen para verificarlo los
denominados sistemas o Cámaras de compensación bancarios; se regula la cláusula sin gastos, tan extendida y, sin
embargo, tan confusa en la realidad anterior, se prohíbe definitivamente el aval por acto o documento separado de
la letra; y, finalmente, se prevé el libramiento por medios mecánicos para aquellos casos, especialmente en el
ámbito empresarial, que puedan necesitarlo. 

III. CONCEPTO Y ELEMENTOS PERSONALES DE LA LETRA DE CAMBIO.

La función económica descrita en epígrafes anteriores permite comprender que si el funcionamiento de la letra de
cambio coincide, en líneas generales, con el originario, su función se ha transformado de modo esencial para atender
las exigencias de la economía moderna. La letra no es ya un instrumento para el cambio de dinero de una plaza a
otra, sino un instrumento de crédito.

a. CONCEPTO.

Aun cuando es ciertamente difícil describir en pocas palabras su complejo funcionamiento, regido por disposiciones
predominantemente imperativas, podemos intentar definir la letra de cambio como un título valor a la orden nato,
formal, literal, abstracto y dotado de eficacia ejecutiva (art. 66 LCC), que incorpora una orden o mandato
incondicionado dirigido al librado y a la orden del tomador, de pagar a su poseedor legítimo y a su vencimiento una
suma determinada de dinero, vinculando para ello solidariamente a todos sus firmantes. 

Conviene explicar brevemente algunos términos de esta definición. La letra es título formal, porque si le falta alguno
de los requisitos exigidos por el artículo 1.o de la Ley Cambiaria, el título no se considera letra de cambio (art. 2) y
pierde la posibilidad de acogerse al juicio cambiario (art. 819 LEC). Es lite ral, porque de su texto (recogido el mínimo
esencial en el art. 1.° LCCh) se desprende suficientemente el contenido del derecho que incorpora. Es un título
abstracto, porque no menciona la causa de la obligación de ningún obliga do cambiario (de hecho, los distintos
firmantes de una letra de cambio se obligan simplemente por el hecho de estampar su firma en ella). Obviamente,
ello no quiere decir que la emisión de la letra de cambio, ni la de cada una de las declaraciones en ella contenidas, no
responda a una «causa» concreta (una compraventa, un crédito, la concesión de un favor, etc.). Incorpora una
obligación autónoma, porque al transmitirse por endoso impide que el deudor oponga al tenedor las excepciones
personales que podría oponer a los anteriores poseedores. Incorpora una orden de pago dirigida al librado; la
consiguiente obligación la soporta el librado sólo cuando la letra es aceptada por él (convirtiéndose en aceptante),
pues hasta entonces no es obligado cambiario) y, en todo caso, el librador, avalistas y los endosantes (cfr. art. 57
LCCh); la obligación que se incorpora lo es de pagar una cantidad de dinero y no otra prestación (cfr. art. 1.o,
segundo, LCCh) y resulta exigible tan sólo en el momento del vencimiento expresado en el documento. Finalmente,
el cumplimiento de la obligación pecuniaria incorporada a la letra está garantizado solidariamente por todos sus
firmantes, porque si la letra no es pagada voluntariamente el día del vencimiento, el tenedor puede dirigirse a su
elección contra cualquiera de ellos o contra todos ellos después de haberla protestado por falta de pago (cfr. art. 57
LCCh). Solidaridad pasiva que refuerza la confianza (en favor de sus adquirentes potenciales) de que la letra será
pagada, y que no se presenta en los demás títulos valores no cambiarios [no obstante, como habrá ocasión de ver, se
trata de una solidaridad que reviste notables especialidades: vid. infra, Capítulo 44, sub IV.D).a)]. 

b) ELEMENTOS PERSONALES.

Es conveniente analizar los diversos elementos personales que intervienen en una letra de cambio, para definir su
posición jurídica. 

El librador es la persona que emite o crea la letra a la orden del tomador (acreedor) y a cargo del librado (persona a
la que aquél ordena su pago). Pero si la letra no es pagada por el librado el día de su vencimiento, el librador puede
verse compelido a reembolsarla porque así lo manda la Ley (art. 50 LCCh). A diferencia de lo que ocurría bajo el
régimen del Código de comercio, tratándose la letra de un título abstracto, en la actualidad no aparece —ni puede
aparecer en el documento la causa de esta obligación.

El librado es la persona a la que va dirigido el mandato de que la letra sea pagada al tenedor el día de su
vencimiento. Pero el librado sólo es obligado cambiario cuando con su firma acepta expresamente pagarla. En
cuanto a la causa de su obligación (que tampoco se refleja en el título), sin duda consiste en mediar entre librador y
librado la oportuna «provisión de fondos» (entendida como relación fundamental que genera una deuda),
circunstancia que —a diferencia del derogado artículo 456 del Código de comercio— no se prevé ni menciona en la
Ley Cambiaria. Por ello esta obligación se configura como abstracta, porque el librado acepta la letra en forma pura,
sin mencionarse en ella la causa económica de su obligación. Se puede afirmar que la misma es irrelevante para la
validez de la letra. 

El tomador es el primer poseedor (tenedor) de la letra y acreedor de la obligación a ella incorporada. Suele
denominarse tenedor al poseedor que ha recibido la letra por endoso: sujeto cambiario que presenta la letra al
cobro el día del vencimiento y quien, si no es pagada, elige al obligado cambiario directo (aceptante) o en vía de
regreso (librador, endosante o avalista) contra quien dirigir su pretensión de pago. 

Junto a estos elementos personales necesarios, pueden aparecer otras declaraciones cambiarias y, en consecuencia,
otros sujetos. Es lo que ocurre con el endosante, persona que, siendo tenedor de la letra, la transmite a otro
(endosatario) por medio del endoso (art. 14 LCCh). Normalmente, a cambio de la transmisión mediante endoso del
valor económico que incorpora la letra, el endosatario entregará a su endosante el contravalor de la letra recibida.
Sin embargo, una vez más, ello es absolutamente irrelevante desde el punto de vista cambiario: el solo hecho de
estampar la firma en el título convierte al endosante en obligado cambiario. Este contravalor recibido o prometido
es la causa económica de la obligación cambiaria que todo endosante contrae de reembolsar la letra al tenedor, si
ésta no es pagada voluntariamente por el librado el día de su vencimiento. 

Finalmente, el último obligado cambiario es el avalista, fiador solidario de carácter cambiario, figura que
analizaremos en su lugar oportuno. 

c) CONFUSIÓN DE LOS DIVERSOS ELEMENTOS PERSONALES.

Lo normal es que cada uno de los sujetos cambiarios enumerados sean personas distintas. Pero puede ocurrir, y de
hecho sucede frecuentemente, que dos de aquellas posiciones subjetivas sean desempeñadas por una misma
persona. Di 

La confusión puede presentarse desde el momento de la emisión de la letra. Así, puede ocurrir que librador y librado
sean la misma persona, en cuyo caso nos encontramos ante una letra girada por el librador a su propio cargo y a
favor del tomador, en la forma prevista en el artículo 4.o, letra b), LCCh. El supuesto puede darse cuando como
librador actúa una determinada entidad de crédito y como librado actúa una sucursal distinta de esa misma entidad
de crédito; o incluso, cuando librador y librado son la misma entidad o persona coincidiendo exacta mente en el
mismo domicilio, supuesto que nos aproxima a la figura del pagaré. 

Puede ocurrir también que el librador y el tomador sean la misma persona, como ocurre cuando la letra es girada
por el librador a su propia orden, según previene el artículo 4.o, letra a) LCCh. 

Pero la confusión también puede producirse después de la emisión de la letra que surgió entre tres personas
distintas. Éste es el caso del denominado endoso de retorno (cfr. art. 14 LCCh) que puede presentarse en dos
supuestos distintos: el librador que giró una letra la recobra por medio de un endoso (convirtiéndose en librador y
posteriormente en tenedor-endosatario); el primer tomador o cualquier endosante que transmitió la letra a un
tercero la recupera después de haber circulado, por medio de un endoso (convirtiéndose en endosante y en
posterior tenedor endosatario). 

IV. REQUISITOS FORMALES DE LA LETRA DE CAMBIO.

La letra, por su naturaleza cambiaria, es un título-valor formal, lo cual significa que debe reunir una serie de
requisitos taxativamente establecidos, para que de ella nazcan determinados efectos típicos. 

El carácter formal de la letra de cambio se describe, tanto por las primeras palabras del artículo 1.° LCCh (cuando
afirma: «La letra de cambio deberá contener»), como por el mandato contenido en su artículo 2.o, al afirmar que el
título «que carezca de alguno de los requisitos no se considera letra de cambio». Se desprende de ello que la propia
Ley establece el mínimo de requisitos que estimas esenciales y que deben constar en el documento. No obstante, ha
de puntualizarse que, en puridad, tan sólo algunos de dichos requisitos son esenciales en sentido estricto (en el
sentido de desencadenar su omisión la inexistencia de la letra); los restantes no pueden merecer tal calificativo, pues
la propia Ley prevé criterios para suplir su ausencia (se trataría por ello, de requisitos «naturales»). 

A. REQUISITOS ESENCIALES.

Son los siguientes: 

a) La denominación «letra de cambio», que ha de figurar en el documento (art. 1.0-1.° LCCh), debe venir «expresada
en el idioma empleado para su redacción». La norma se refiere tanto a las letras internacionales, como a las letras
emitidas en Comunidades Autónomas en las que exista más de una lengua oficial. En tales casos, ha de entenderse
que en las Comunidades Autónomas que poseen como oficial otra lengua además del castellano (Cataluña,
Comunidad Valencia na, Galicia y País Vasco), podrán librarse y redactarse letras de cambio en alguna de esas
lenguas propias. 

b) El mandato puro y simple de pagar una cantidad de dinero (art. 1.0-2.). Debe mencionarse en la letra la cantidad
que el librador manda pagar: «una suma determinada en pesetas (hoy, ha de entenderse sustituida la referencia por
euros) o moneda extranjera convertible admitida a cotización oficial» (art. 1.8-2.9). Si figura en forma discrepante,
en letras y en números, prevalece la cantidad escrita en letra (art. 7 LCC). Sólo puede contener una prestación
pecuniaria «determinada». 

c) El nombre del librado, persona a la que va dirigida la letra y que es quien debe pagarla (art. 1.0-3.). Ya se dijo que
el librado puede ser el propio librador (letras giradas «a su propio cargo»); también cabe que sean varios los librados
(art. 3 LCCh), en cuyo caso se entiende que es una orden dir igida indistintamente contra cada uno de ellos, para que
cualquiera de ellos pague el importe total de la misma». 

d) El nombre de la persona a quien se ha de hacer el pago o a cuya orden se ha de efectuar (art. 1.0-6.°). Suele
reservarse la denominación de tomador para designar a este primer tenedor o acreedor cambiario originario (así, el
propio art. 9.3 LCCh). En relación con ello, ha de añadirse, de una parte, que, como es sabido, el tomador puede ser
el propio librador (letras «a la propia orden»). De otra parte, no parece que resulte posible admitir la existencia de
«letras al portador» (con independencia de que puedan alcanzarse resultados prácticos semejantes emitiendo la
letra a la propia orden y transmitiéndola mediante endoso en blanco o al portador, posibilidad que admite la Ley:
arts. 15.3 y 16.2 LCCh). 

e) La fecha en que se libra la letra (art. 1.0-7.9). En realidad, la Ley exige que la letra exprese en forma completa «la
fecha y el lugar en que la letra se libra». No obstante, el propio texto legal suple la posible omisión del lugar de
emisión, señalando que en tal caso «se considerará librada en el lugar designado junto al nombre del librador» [art.
2.c) LCCh] (por lo que no puede considerar se requisito esencial en el sentido que ahora se analiza). Por su parte, la
fecha de libramiento puede servir, no sólo para determinar la capacidad del librador en ese momento, sino también
para definir en ciertos casos el día del vencimiento (es el caso de las letras giradas a un plazo desde la fecha) (cfr. art.
40 LCCh) o para determinar el plazo máximo de presentación a la aceptación de las letras giradas a un plazo desde la
vista (cfr. art. 27 LCCh) y el de presentación al cobro de las giradas a la vista (cfr. art. 39). 

f) La firma del que emite la letra, denominado librador (art. 1.0-8.) o de su apoderado facultado para librar letras, en
cuyo caso deberá expresarlo en la antefirma (cfr. art. 9 LCCh). Dicha firma ha de ser autógrafa, si bien la propia 

Ley prevé (Disp. Final 1.) que mediante desarrollo reglamentario se regule la llamada «firma impresa». En la práctica
de las letras libradas por personas jurídicas, las letras se firman por sus representantes legales (p.ej.: administradores
de sociedades que, por el solo hecho de su nombramiento, se presume que se hallan autorizados a firmar en
nombre y representación de la sociedad: art. 9.2 LCCh). 

B. REQUISITOS NATURALES.

Junto a los anteriores, la Ley quiere que exista claridad sobre otra serie de extremos. Sin embargo, a diferencia de lo
que sucedía en los requisitos esenciales, la propia Ley dispone ciertos criterios que han de suplir la ausencia en la
letra de alguna de las menciones siguientes: 

a) La letra debe mencionar «la indicación del vencimiento» (art. 1.0-4.9), o lo que es lo mismo, el día en el que, por
vencer la obligación incorporada, debe presentarse al librado en la forma y en el lugar mencionado en la letra o, en
su defecto, en el mencionado por la Ley Cambiaria para exigir al librado el pago (art. 1.0-4.9). Ahora bien, si la letra
no expresa el vencimiento, se considerará pagadera a la vista [arts. 2.a) y 38.3 LCCh]. 

El laconismo de esta expresión debe completarse con el contenido de otros preceptos de la Ley. Así, el «v encimiento
de la letra depende de la fórmula del libramiento o de giro que se utilice. El artículo 38 LCCh contiene cuatro
fórmulas, a diferencia de las seis que contenía el artículo 451 del Código de comercio. Las actuales fórmulas y los
correspondientes vencimientos que provocan son los siguientes: 1) El giro «a la vista» regulado en el artículo 39
LCCh significa que la letra vence y será pagadera en el momento de su presentación al librado (sabemos que es el
sistema residual para el caso de que la letra no exprese el ven cimiento); 2) El vencimiento a «un plazo desde la
vista», regulado en el artículo 40 LCCh, significa que la letra vence y deberá ser presentada y exigible cuando
transcurra el plazo de días o de meses) que la fórmula de giro mencione, contados desde la fecha de aceptación de la
letra o, en defecto de ésta, desde la del protesto o su declaración equivalente; 3) El giro «a un plazo contado desde
la fecha», regulado en el artículo 41 LCCh, significa que la letra vence y será pagadera en el momento en el que
transcurra el plazo (días o meses) contado desde la fecha de su libramiento; 4) El giro «a fecha fija» significa que la
letra vence y será pagadera el día que el propio efecto indica como fecha determinada para el vencimiento. 

La Ley Cambiaria añade que éstos son los únicos vencimientos admisibles cuando afirma en el artículo 38 , in fine que
«las letras de cambio que indiquen otros vencimientos o vencimientos sucesivos serán nulas». 

b) El lugar en que se ha de efectuar el pago (art. 1.0-5.). A falta de designación de lugar especial para el pago, lo será
el que figura al lado de la mención del librado (art. 2.b)], que se considerará, además, como lugar del domicilio de
éste. De otra parte, el «lugar en que se ha de efectuar el pago»> posee relevancia, por cuanto se trata del lugar en el
que la letra debe presentarse al cobro, en principio de modo físico. Sin embargo, la frecuencia de la domiciliación del
pago (y, en especial, de la domiciliación en entidad de crédito) ha modificado este esquema. En principio, la cláusula
«de domiciliación» —que puede contener la letra- produce como principal efecto que como lugar de pago se indique
el domicilio de un tercero y que el pago se reclame del tercero, no del librado (art. 5 LCCh). Este tercero puede ser
cualquier persona, pero con frecuencia será una entidad de crédito. En tales casos, y cuando las letras se hayan
domiciliado en una cuenta bancaria, su presentación a una Cámara o sistema de compensación «equivaldrá a su
presentación al pago» (vid. art. 43.2 LCCh). Además, y al margen de ello, cuando el original de la letra se encuentre
en poder de una entidad de crédito -como ocurrirá con frecuencia debido a las operaciones de descuento que
normalmente siguen al libramiento de la letra-, la Ley expresa mente señala que «la presentación al pago podrá
realizarse mediante el envío al librado con anterioridad suficiente al día del vencimiento, de un aviso conteniendo
todos los datos necesarios para la identificación de la letra» (p.ej.: mediante una fotocopia) (art. 43.3 LCCh). 

c) El lugar de la emisión (art. 1.7 LCCh); si no se menciona el lugar de su emisión, se considerará como tal el lugar
designado al lado del nombre del librador [art. 2.c)]. 

C. REQUISITOS DE CARÁCTER FISCAL.

El título que contenga los requisitos esenciales que han sido examinados tendrá la consideración de letra de cambio.
El hecho de no figurar precisamente en un modelo oficial extendido en papel timbrado no le priva de tal carácter.
Ahora bien, siguiendo lo establecido en la Ley Uniforme de Ginebra, en Derecho español las letras que no cumplan
las pertinentes obligaciones fiscales perderán la eficacia ejecutiva que normalmente acompaña a la letra. Así se
estableció en el artículo 27 de la Ley 32/1980, de 21 de junio, desarrollado en parte por la OM de 27 de junio de
1980, y se reitera en los artículos 33 y 37 del Texto Refundido de la Ley del Impuesto sobre Transmisiones
Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados, aprobado mediante RDLeg. 1/1993, de 24 de septiembre, y en su
Reglamento aprobado por RD 828/1995, de 29 de mayo; asimismo, el artículo 819 LEC (el primero de los que se
dedican al Juicio cambiario) declara que sólo procede el juicio especial cambiario si la letra (el cheque o el pagaré) en
la que se pretenda fundar «reúne los requisitos previstos en la Ley cambiaria y del cheque». 

En efecto, el libramiento de letras de cambio queda sujeto al referido impuesto, y los libradores se hallan sujetos a
su pago mediante el uso de los modelos oficiales (aprobados por última vez mediante Orden de 30 de junio de 1999,
BOE de 16 de julio de 1999) de la clase correspondiente a su cuantía (en principio, la base del impuesto viene
constituida por la cantidad girada en el título, siendo del duplo cuando el vencimiento de la letra exceda de seis
meses, contados a partir de la fecha de su emisión). De no hacerse así, el artículo 37 RDLeg. 1/1993 parece dar a
entender que la letra pierde la posibilidad de acceder al cauce procesal privilegiado que supone el juicio cambiario
regulado en los artículos 819 y siguientes de la LEC, al margen de las sanciones fiscales que puedan corresponder por
la falta de pago del impuesto. 

No obstante, ha de reconocerse que se trata de una materia controvertida, no faltando sentencias de Audiencias
Provinciales que entienden que el incumplimiento del requisito de la correcta liquidación del timbre no impide el
acceso de la letra al juicio cambiario previsto en la LEC. Llegan a dicha conclusión a par tir de una interpretación
restrictiva de las disposiciones fiscales que limitan las pretensiones formuladas ante órganos jurisdiccionales (como
sería el art. 37 del RDLeg. 1/1993) y por entender que el juicio cambiario no es verdadero juicio ejecutivo, sino un
monitorio especial (así, SAP Valencia de 6 de mayo de 2002, JUR/231332; Auto de la AP Madrid de 24 de marzo de
2009, AC 922). En parejo sentido se ha expresado el Tribunal Supremo, declarando la procedencia del juicio
cambiario, si bien respecto de un pagaré no timbrado. Otras sentencias, en cambio, optan por entender que el
defecto de timbre sigue impidiendo acceder al juicio cambiario. Se basan para ello en el carácter de pro ceso especial
de ejecución del juicio cambiario y en el hecho de que el mismo sólo esté abierto a títulos que cumplan los requisitos
formales previstos en la Ley Cambiaria, entre los que se incluyen los de tipo fiscal por la remisión que la misma
contiene en su Disposición Final 1.a 

Sea como fuere, aun cuando se estime que la letra redactada sin emplear efecto timbrado tiene vedado el acceso al
juicio cambiario, ha de entenderse que es verdadera letra de cambio, por lo que tendría abierta la vía ordinaria para
el ejercicio de las acciones (cfr. la STC n.° 133/2004, de 22 de julio). 

D. OTRAS MENCIONES.

Junto a las menciones esenciales y las naturales, la propia letra (o un suplemento de la misma: posibilidad admitida
por el art. 13 LCCh) puede contener otras declaraciones o cláusulas, que no son necesarias para la eficacia del título.
Se suele aludir a ellas con la denominación de «cláusulas potestativas>> o «facultativas» (expresión esta última que
emplea la propia LCCh en su art. 2.2). Baste con mencionar aquí (sin perjuicio de su desarrollo en los lugares que
corresponda) algunas de las más importantes o frecuentes: la cláusula «no a la orden (art. 14.2 LCCh), que tiende a
privar a la letra de su condición de título endosable nato; la cláusula de «domiciliación» ya vista (art. 5.° LCCh);
cláusula de libramiento por cuenta de un tercero a fin de dejar constancia en el título de que en realidad, el acreedor
del librado por virtud de la relación subyacente no es el librador sino un tercero [art. 4.°, c)]; estipulación de
intereses, cláusula admitida sólo en las letras <a la vista» o «a un plazo desde la vista» (art. 6.° LCCh), pues en las
demás es posible calcular anticipadamente los intereses e incluirlos directamente en el importe de la letra; cláusula
de prohibición de presentación de la letra a la aceptación (art. 26 LCCh); exclusión de la garantía del librador por la
aceptación (nunca por la falta de pago) (art. 11 LCCh); cláusula «sin gastos» o «sin protesto» (art. 56); cláusula de
<cesión de la provisión» (art. 69), etc. 

V. LA LETRA EN BLANCO Y LA LETRA INCOMPLETA.

La letra en blanco suele aparecer en un clima de confianza, cuando en el momento de su emisión existe
incertidumbre acerca de alguno o varios de los requisitos que en ella deben mencionarse, o cuando existiendo
certidumbre, no quieren consignar se en la letra. Cuando así ocurre, se emite la letra dejando en blanco los datos no
determinados. El título nace incompleto por la voluntad de los sujetos cambiarios, quienes convienen (en virtud de
acuerdos celebrados entre ellos) en completarla en un momento posterior y necesariamente antes de ser
presentada al cobro. La letra nacida de esta forma puede definirse diciendo que «es un efecto privado en el
momento de su emisión de uno o varios requisitos formales, pero al menos con la firma de un obligado cambiario, y
susceptible de ser completada en la forma convenida, por el tomador o por otro poseedor antes de su presentación
al cobro» (cfr. art. 12 LCCh). Pero parece que, en todo caso, inicialmente ha de existir, como mínimo, la indicación de
encontrarnos ante una letra de cambio, y una firma (del librador o del librado-aceptante). 

Por el contrario, la denominada letra incompleta surge cuando, antes de estar completa la letra, se pone en
circulación intempestivamente, es decir, sin o en contra de la voluntad del suscriptor. Mientras que la letra en
blanco está llama da a ser completada en virtud de un pacto expreso entre el suscriptor y el tomador, en la letra
incompleta —a la que también le faltan uno o varios requisitos— no se ha pactado expresamente su
complementación ni su circulación en forma incompleta. Lo que las distingue es la existencia o la ausencia del pacto
expreso para su puesta en circulación y para ser posteriormente completada. 

El régimen jurídico de estos títulos es el siguiente: en ambos casos, mientras falte alguno de los requisitos el título no
es verdadera letra de cambio, a menos que el requisito que falte sea de los «naturales y, por tanto, resulte suplida su
omisión por la Ley [vid. arts. 1.° y 2.°, a), b) y c) LCCh]. Esto, no obstante, el firmante de la letra habrá contraído una
obligación, cuya exigibilidad depende de una conditio iuris: que el título se complete. Por ello mismo parece evidente
que, en virtud del pacto de complementación, la letra en blanco puede ser rellenada por el tomador en la forma
pactada, e incluso la doctrina admite que pueda hacerlo el tercero que la reciba incompleta de aquél, justificando
que tal derecho es de carácter patrimonial y por ello transmisible con la letra misma: quien la recibe en blanco recibe
un valor cuya percepción por procedimiento cambiario depende de que el efecto sea completado.

De todo ello se desprende que, por virtud del rigor cambiario, quien suscribe una letra en blanco o incompleta estará
obligado a pagarla si el día de su vencimiento le es presentada por un poseedor de buena fe. Esto, no obstante, en el
régimen jurídico del pago de la letra en blanco es necesario distinguir varios supuestos. Así, si la letra ha sido
completada respetando el pacto de complementación, su suscriptor está obligado a pagarla, tanto si quien la
presenta es el tomador originario como si es un tercero adquirente de la letra. Si, por el contrario, el tomador la
completo contraviniendo el pacto, el obligado podrá negarse al pago alegando la excepción de incumplimiento de
los acuerdos celebrados entre ellos. Esta excepción, de naturaleza personal, no podrá oponerse al tercero tenedor
de la letra, salvo que pueda probarse que la adquirió con la intención de perjudicar al librado, o conociendo el hecho
del incumplimiento de los pactos subyacentes (o ignorándolo negligentemente), es decir, si actuó «de mala fe o con
culpa grave» (art. 12, in fine, LCCh). 

VI. LA REPRESENTACIÓN CAMBIARIA.

Ya se ha dicho que la Ley Cambiaria prevé el supuesto de que la letra se firme en nombre de otro (art. 9.2 LCCh).
Concretamente, se hizo una referencia al supuesto — frecuente de las declaraciones cambiarias realizadas en
nombre y por cuenta de las sociedades, supuesto en el que la Ley, sin duda para facilitar el tráfico, y en atención a la
posición de representantes orgánicos que desempeñan los administradores (cfr., en cuanto a su ámbito de
facultades, el art. 234 LSC), señala que se les presume autorizados para firmar en nombre de la sociedad (art. 9.2
LCCh). 

Al margen de este supuesto, la Ley exige, con carácter general, que todo aquel que firme en nombre de otra persona
deba hallarse autorizado en virtud del correspondiente poder, pudiendo los tomadores y tenedores exigir la
exhibición del poder. Además, habrá de hacer constar en la antefirma que actúa en representación o por poder (art.
9.1 y 3 LCCh). 

Pero junto a los principios generales en la materia, la Ley presta atención a dos temas de especial interés. De una
parte, la regulación de los casos en que se produzca la firma, como representante, de alguien que carezca de tal
condición (falsus procurator). De otra, saber qué ocurre en aquellos casos en que, quien siendo en realidad
verdadero representante, al firmar excede del contenido de sus poderes (asumiendo compromisos cambiarios que
van más allá de lo con templado en el poder). 

En el primer caso (el del falso representante) la solución que propone la Ley es la de hacer que quede obligado
cambiariamente el que firmó la letra como representante sin serlo (atribuyéndole los derechos que tendría el
supuesto re presentado en caso de pagar). En la segunda hipótesis (representante que se excede), la solución es,
lógicamente, distinta: el representante quedará obligado en virtud de la letra (ha de entenderse que, por el total de
la obligación asumida, pero el representado queda obligado cambiariamente «dentro de los límites del poder» (art.
10 LCCh). 

TEMA 2. VIDA DE LA LETRA DE CAMBIO

I. LA ACEPTACIÓN DE LA LETRA DE CAMBIO.


Si la letra contiene una orden de pago del librador dirigida al librado, la aceptación es la declaración cambiaria y
escrita sobre la letra, por la cual el librado se obliga a pagar la letra al vencimiento. Es, pues, una declaración
cambiaria que convierte al librado en obligado principal y directo al pago de la letra (art. 33 LCCh). Ahora bien,
aunque la aceptación no se haya producido aún (o no se llegue a producir), la letra no adolece de ningún defecto, es
válida y produce sus efectos típicos sobre los restantes sujetos cambiarios, dado que ni el artículo 1.o ni el 2.° LCCh
incluyen la aceptación entre los requisitos esenciales de la letra. Mientras la aceptación escrita no haya sido
estampada por el librado, éste no puede ser compelido al pago de la letra: no se obliga cambiariamente en tanto no
figure su aceptación en la propia letra y, como tal, la no aceptación no produce con secuencias cambiarias para él
(sin perjuicio de la responsabilidad extracambiaria en que pudiera incurrir por haber dejado de cumplir su
compromiso de aceptar). 

A. FINALIDAD DE LA ACEPTACIÓN.

La aceptación es una declaración de voluntad que produce importantes efectos cambiarios. De una parte, constituye
la causa de nacimiento de la obligación cambiaria del librado. Como es sabido, la mención del nombre del librado en
la letra —y la subsiguiente aceptación por su parte se producirán por existir previamente entre librador y librado una
relación subyacente o anterior al propio libramiento (es la denominada relación de provisión, que puede ser una
operación comercial o financiera). Ahora bien, ya hubo ocasión de exponer que, en la moderna concepción
cambiaria plasmada en la LCCh dicha relación no aflora en el tenor literal de la letra que no hace ni puede hacer
referencia alguna a la causa que justificó su emisión- La letra de cambio se habría concebido —en tutela de los
terceros adquirentes de la misma - como un título abstracto. De ahí que sin la aceptación el librado no se convierta
en obligado cambiario y, a la inversa, con la aceptación el librado se convierta en obligado directo (contra quien
podrá ejercitarse la acción directa por falta de pago) y principal, de forma que, pagada la letra por él se extinguen
todas las obligaciones o créditos que nacen de la letra (efecto que no se produce cuando el pago es efectuado por
cualquier otro firmante). 

La aceptación de la letra no extingue por sí sola la obligación (de origen extracambiario) del librado frente al librador
(sino que una y otra coexisten), aunque le impide oponer al tercero adquirente del título las excepciones que podría
oponer al librador para negarse al pago en base a la obligación extracambiaria. Con todo, la situación se modifica en
buena medida cuando se produce por parte del librador la cesión de la provisión (es decir, la transmisión al
tenedor del crédito extracambiario que dio origen al libramiento de la letra: sobre ello véase infra, sub III). 

Normalmente la aceptación produce el efecto de reforzar el crédito que la letra incorpora al aumentar la confianza
de que será pagada a su vencimiento, facilita su circulación y, por ende, aumenta la posibilidad de que el tenedor
pue da transmitirla para recibir anticipadamente su importe, es decir, antes de su vencimiento (al incluir una
segunda firma se facilitan las posibilidades del des cuento de la letra). Y ello porque la aceptación permite presumir
que la letra será pagada y, además, porque añade un deudor cambiario más a la cadena de los responsables
solidarios al pago. 

B. PRESENTACIÓN A LA ACEPTACIÓN.

Con mucha frecuencia de hecho, es lo habitual—, la aceptación tiene lugar en el mismo momento del libramiento de
la letra. Pero, al margen de ello, la Ley prevé y regula la presentación de la letra por el librador al librado para su
aceptación, presentación de la que se derivan consecuencias importantes, tanto en el caso de que se presente y no
sea aceptada, como en el caso de que no llegue a presentarse a la aceptación. 

a) En general, puede decirse que la presentación a la aceptación es voluntaria, en el sentido de que el tenedor puede
conformarse con la firma del librador y no presentarla a la aceptación, sin que ello le depare ningún perjuicio cambia
rio salvo, obviamente, el no contar con la firma de aceptación (habrá de esperar al vencimiento y presentarla al
pago, y en caso de que no fuese atendido por el librado, quedaría abierta la posibilidad de dirigirse en vía de regreso
frente al librador). Pero podrá, como alternativa, presentar la letra al librado, para su aceptación, «hasta la fecha de
su vencimiento» (cfr. art. 25 LCCh). En tal caso, si presentada la letra, ésta no fuere aceptada por el librado, podrá
dirigirse contra el librador en vía de regreso («por falta de aceptación»). Ya sabemos que el librador puede
exonerarse de esta garantía por la aceptación (pero no así de la garantía del pago: art. 11.2 LCCh). 
b) En otras ocasiones, ha de entenderse que la presentación a la aceptación es necesaria (en sentido técnico-jurídico
constituiría una carga). Se trata, de una parte, de las letras giradas a un plazo desde la vista (arts. 27 y 40 LCCh),
porque en ellas es necesaria la presentación para determinar el vencimiento: a partir de la fecha de la aceptación o
de la del protesto por falta de aceptación empieza a correr el plazo señalado para determinar el día en que la letra
debe ser presentada al cobro. En estas letras, la presentación a la aceptación es obligatoria para el tenedor. De
modo más concreto, el artículo 27 establece un plazo de un año a partir de su fecha de libramiento para que sean
presentadas al librado para su aceptación (plazo que podrá ser acortado o alargado por el librador, o acortado por
los endosantes). 

La presentación es igualmente obligatoria cuando así lo haya ordenado el librador (que podrá también establecer un
plazo) o, en principio, cuando lo haya ordenado un endosante (salvo en el caso de que el librador hubiese prohibido
la presentación, supuesto también posible, como veremos) (art. 26.1 y 4 LCCh). 

En las hipótesis anteriores de presentación necesaria (por una u otra vía), el incumplimiento de la carga lleva
aparejada la pérdida de las acciones de regreso contra todos los obligados cambiarios (salvo que estemos ante una
letra en la que sea un endosante quien haya incluido la cláusula de necesaria presentación, en cuyo caso el tenedor
sólo perderá las acciones de regreso contra él) (cfr. art. 63.2 y 3 LCCh). 

c) En fin, es igualmente posible pensar en letras cuya presentación a la aceptación haya sido prohibida, facultad que
tiene el librador excepto en las letras a un plazo desde la vista, o en las letras que sean pagaderas en el domicilio de
un tercero, o en una localidad distinta de la del domicilio del librado (cfr. art. 26.2). El librador puede asimismo
prohibir la presentación a la aceptación antes de determinada fecha (art. 26.3). Con todo, estas prohibiciones se
refieren exclusivamente a la presentación a la aceptación, no a la aceptación (que no resultaría, en sí, prohibida). Por
ello, ha de entenderse que la virtualidad de estas cláusulas consiste en que si, a pesar de la prohibición, se presenta
a la aceptación, el librado puede negarse a aceptar sin que ello desencadene las acciones en vía de regreso por falta
de aceptación; pero, si a pesar de la prohibición el tenedor la infringe y el librado acepta la letra, esta aceptación es
plenamente válida. 

C. FORMA DE LA ACEPTACIÓN.

La aceptación ha de constar en el propio título (art. 29 LCCh); no obstante, podría discutirse la posibilidad de incluirla
en el suplemento, sobre la base de una interpretación literal del artículo 13 LCCh, que tan sólo excluye de tal
posibilidad las menciones «enumeradas en el artículo primero», entre las que no se incluye la aceptación. 

La aceptación no precisa de una forma especial, a diferencia de lo que sucedía en la regulación contenida en el
Código de comercio, que exigía utilizar la expresión acepto o aceptamos seguida de la fecha y de la firma del librado.
En la actualidad, el artículo 29 LCCh afirma que la aceptación se expresará median te la palabra «acepto» o cualquier
otra equivalente, seguida de la firma autógrafa del librado (que es, en realidad, el requisito principal: de hecho, la
simple firma del librado en el anverso de la letra equivale a la aceptación: art. 29.1 LCCh) y de la fecha (en realidad,
esta última es imprescindible en las letras a un plazo desde la vista; si no se pusiera la fecha de la aceptación, se
prevé la necesidad de levantar protesto —por falta de fecha— para poder conservar las acciones de regreso). 

La aceptación ha de ser «pura y simple», por lo que no cabe condicionar la aceptación de ninguna manera (la misma
equivaldría a una negativa a la aceptación). Sí cabe, en cambio, limitar la aceptación a una parte de la cantidad (art.
30.1 LCCh). 

En cuanto al tiempo de que dispone el librado para aceptar, una vez que la letra le es presentada, habrá de
efectuarlo inmediatamente. A lo sumo, puede el librado solicitar que le sea presentada por segunda vez, al día
siguiente (para así conceder le un breve plazo para recabar determinada información que le pudiera ser de utilidad:
p. ej., sobre la relación de provisión). Ahora bien, ni siquiera en este caso podrá el librado retener la letra en su
poder bajo pretexto alguno (art. 28.2 LCCh). 

D. EFECTOS DE LA ACEPTACIÓN Y DE SU DENEGACIÓN.

El régimen jurídico de la aceptación exige analizar varias hipótesis, con el fin de diferenciar clara mente los distintos
efectos que de ellas pueden surgir. Se trata de las siguientes: 
1. Si el tenedor presenta la letra al librado para su aceptación y es aceptada por él en la forma prevista por el artículo
29, el librado se convierte en el obligado cambiario principal y directo a su pago (art. 33). El aceptante asume una
obligación dotada de gran rigor procesal y no podrá negarse al pago el día de su vencimiento, porque el tenedor, aun
sin protesto, podrá ejercitar contra él la acción cambiaria directa por falta de pago (art. 49); y ello tanto por la vía
ordinaria (a través del juicio declarativo) como por el cauce privilegiado que supone el juicio cambiario (vid, arts. 819
ss. LEC). 

2. Si, por el contrario, presentada la letra al librado, éste se niega a aceptarla, de esta conducta negativa pueden
surgir varias situaciones, con sus correspondientes efectos. En primer lugar, como sabemos, el librado no se
convertirá en obligado cambiario, porque esta condición únicamente se adquiere por la aceptación estampada en la
letra. Por ello, contra él no cabe ejercitar ninguna acción cambiaria. Mas como la negativa del librado implica
generalmente un preaviso de su intención de no pagarla el día de su vencimiento, el legislador permite al tenedor
reaccionar contra este riesgo: el tenedor a quien le es negada la aceptación puede levantando el correspondiente
protesto por falta de aceptación u obteniendo una declaración equivalente (cfr. art. 51 LCCh) dirigirse contra el
librador o los endosantes para exigir el pago anticipado de la letra no aceptada, ejercitando la acción de regreso (art.
50.a) LCCh]. 

3. Si, presentada la letra, la misma no es aceptada por el librado y el tenedor no la protesta por falta de aceptación
(o no se hace la declaración equivalen te), el no levantamiento del protesto produce dos efectos distintos según la
clase de la letra. Si ésta pertenece al grupo mayoritario de las letras de presentación facultativa a la aceptación, el
tenedor que no acredita la falta de aceptación por medio del protesto no sufre ningún perjuicio cambiario directo,
pero no podrá ejercitar el regreso de reembolso anteriormente descrito y previsto en el artículo 50, letra a). Si la
letra es de presentación necesaria (p.ej.: letra «a un plazo desde la vista» «contra aceptación»), el tenedor que
presenta, pero incumple su carga de levantar el protesto por falta de aceptación ha de ver perjudicada su letra (art.
63 LCCh). Perjuicio que consiste en la pérdida de todas sus acciones cambiarias contra el librador o los endosantes,
contra quienes únicamente con servará la acción civil de enriquecimiento (cfr. art. 65 LCCh). 

4. Si, finalmente, el tenedor no presenta la letra al librado para recabar su aceptación y aquélla es de obligatoria
presentación, este incumplimiento produce los mismos efectos que genera el no levantamiento del protesto ante la
negativa de aceptación, o sea, los anteriormente descritos. 

E. ACEPTACIÓN POR INTERVENCIÓN.

Para los casos de falta de aceptación por el librado, la Ley contempla la llamada intervención en la aceptación. Se
trata de una posibilidad abierta, como se decía, en los casos de falta de aceptación, pero no sólo: en realidad la Ley
lo permite siempre que el tenedor «tenga abierta la vía de regreso antes del vencimiento» (art. 71.1 LCCh), lo que
sucede en todas las hipótesis descritas en el artículo 50.2 de la propia Ley, a saber: por falta de aceptación total o
parcial y por declaración de concurso del librado o del librador. 

Centrándonos en la primera de las hipótesis descritas, interesa destacar que, de la confusa regulación legal (arts. 70
ss. LCCh) se deriva que los supuestos que pueden darse son dos: que en la letra se haya indicado expresamente (por
el librador, un endosante o un avalista) el nombre de una persona «que la acepte, en caso de que sea necesario»; o
bien que no figure nadie. 

En el primer caso, el tenedor deberá presentar la letra a la aceptación de la persona indicada en el título, pues de
otra manera perderá las acciones de regreso contra la persona que hubiese incluido la indicación en la letra, y frente
a los firmantes posteriores; de forma similar, perderá tales acciones si, presentada la letra, el indicado no la aceptase
y el tenedor no levantara protesto (art. 72.1 LCCh). Por contra, cuando no hubiese nadie indicado en la letra para
intervenir, y se ofreciera a aceptar un tercero (o incluso el mismo librado u algún obligado cambiario), el tenedor no
se halla obligado a admitir la intervención, sin que de dicho rechazo puedan deparársele perjuicios cambiarios; ahora
bien, si la admite, perderá sus acciones de regreso contra la persona por cuya cuenta se hubiera realizado la
intervención y contra los firmantes posteriores (art. 72.2 LCCh). 

La aceptación por intervención ha de constar en la letra, puede realizarse por cualquier tercero, por cualquiera de los
obligados cambiarios e, incluso, por el propio librado. Y puede realizarse por cuenta de cualquier obligado en vía de
regreso (art. 70 LCCh), debiendo indicar por cuenta de quien se interviene (cuan do se omita esta indicación, la
intervención se entiende realizada por cuenta del librador: art. 71 LCCh). 

II. LA LETRA DE FAVOR.

Aunque no se haga referencia a ello en el título (dado su carácter abstracto), la emisión de una letra de cambio
general mente responde a efectivas transmisiones de valor entre los sujetos cambiarios que incorporan a ella
relaciones obligatorias preexistentes. Con todo, es cada día más frecuente que, escapando de estos presupuestos, se
utilice la letra como instrumento para obtener un crédito o una cantidad en efectivo.

La letra de favor presupone que un sujeto incorpora su firma a una letra, como librador, como avalista o
normalmente como aceptante, con la única y exclusiva finalidad de favorecer al tenedor de la misma, al cual un
Banco descontará la letra (entregando su importe en metálico) confiando en la solvencia de quien firmó para
favorecer al poseedor de la letra. Veamos un ejemplo. Un préstamo se incorpora a una letra figurando el prestamista
como tomador y el prestatario como librador. El prestamista, para facilitar el reembolso del importe del capital,
exige de aquel que un tercero figure como aceptante. El prestatario-librador solicita el favor de que un tercero
acepte la letra con el fin exclusivo de hacer viable la operación. 

Esta operación presupone un pacto («de favor») entre el «favorecedor» y el «favorecido», en virtud del cual se
conviene que el segundo se obliga a retirar la letra de la circulación antes del vencimiento, o bien a facilitar al
primero los fondos necesarios para, en su caso, pagarla al vencimiento. Es característico de este tipo de negocio
cambiario, que quien presta su firma no tiene intención de pagar por sí la letra, porque simplemente pretende
prestar un servicio al «favorecido» aumentando, ante el Banco que descontará, la solvencia de la letra en la que
firma como librador, como avalista o como aceptante. Por eso mismo, en el correspondiente descuento que se lleve
a cabo, se trata de una circunstancia muy relevante para la entidad de crédito saber si lo que se trae al descuento es
una letra de favor o una letra «comercial» (que obedece a relaciones subyacentes de esta naturaleza), pues el tipo
de interés de descuento que se aplique será distinto. Por ello, puede afirmarse la existencia de un deber
precontractual de información que recae sobre el «favorecido» que presenta la letra para su descuento. 

Conviene aclarar los efectos cambiarios que nacen de estos supuestos, distinguiendo los que se establecen inter
partes de los que surgen frente a terceros. En las relaciones internas es característico que el favorecido se obligue a
procurar los fondos necesarios al favorecedor para que éste pague la letra si le es presentada al cobro; y se obliga,
además, a no solicitar personalmente del favorecedor el pago directo de la letra, de forma que si contraviniere esta
obligación quien prestó su «firma de favor» puede negarse al pago alegando la excepción de firma de favor e incluso
puede ejercitar la exceptio doli cambiaria probando la relación de favor. Por el contrario, frente a terceros, la firma y
la letra de favor no exoneran a los firmantes del pago de la letra a su vencimiento (en vía directa o regresiva) ni de su
responsabilidad cambiaria, cualquiera que hubiere sido su intención al firmar la letra, a menos que demuestre la
connivencia del tomador o que el acreedor cambiario ha procedido a sabiendas en perjuicio del deudor.

El favorecedor que, a pesar de lo pactado, se ve compelido a pagar con sus recursos propios la letra a un tercero,
puede exigir al favorecido la responsabilidad consiguiente, bien por el procedimiento cambiario si su posición en la
letra se lo permite, bien, en caso contrario, por procedimiento extracambiario, alegan do el incumplimiento de las
obligaciones asumidas por el favorecido en el pacto de favor. 

Las aceptaciones u otras firmas de favor, como prácticas tendentes a reforzar el crédito de la letra para facilitar su
circulación, resultan, en principio, plenamente lícitas. Ahora bien, no se oculta que, en determinados casos, la figura
se emplea con finalidades que no son dignas de tutela. En efecto, en ocasiones la intención de las partes es simular
una relación comercial entre ellas, con el fin de obtener sumas de dinero, sin que la letra responda a ninguna
operación real entre los sujetos cambiarios (letras de colusión). En estos casos, el pacto de favor adolece de nulidad
por ilicitud causal (PAZ-ARES). Igualmente, ilícitas han de considerarse las letras en las que se trata de aumentar el
crédito de la misma de una forma absolutamente artificial, incluyendo la firma de una persona insolvente. 

Parcialmente distinta es la consideración que merecen los supuestos de cabalgata de letras o peloteo de letras, que
suele ser recíproco. En efecto, estos supuestos suelen involucrar a personas que son, recíprocamente, «favorecedor»
y «favorecido», asumiendo, en letras distintas, posiciones inversas, procediendo, cada uno de ellos, al descuento de
la letra en la que figuren como tenedores. Este procedimiento suele reiterarse, dando lugar a la «cabalgata» o
«peloteo» indicados. Tales operaciones, al margen de otras consideraciones de tipo penal, han de considerarse nulas
por resultar contraria al orden público la propia estructura que se emplea para conseguir el crédito. 

III. LA CESIÓN DE LA PROVISIÓN.

En aparente contradicción con el silencio que sobre la provisión de fondos guardan las modernas leyes cambiarias,
aparece en el artículo 69 LCCh una previsión que expresamente afirma que si el librador, mediante cláusula inserta
en la letra, declara que cede sus derechos referentes a la provisión, éstos pasan al tenedor. El precepto, como tal
resulta oscuro. Por ello, el mismo exige alguna puntualización acerca de la provisión de fondos en sí misma
considerada. 

Ya se vio cómo la llamada «provisión de fondos» es, desde un punto de vista económico, la causa de que se emita la
letra, de que se documente una deuda en ella, de que el librado pague y, en su caso, acepte la letra. Normalmente la
letra de cambio se libra o gira teniendo como soporte económico un crédito del librador contra el librado, que es lo
que, en definitiva, lleva a éste a aceptar la letra. Pese a ello, la causa que motiva el libramiento de la letra no se
refleja en el tenor literal de la misma, que es un título abstracto, a fin de robustecer la posición de los terceros
acreedores que la vayan adquiriendo. Robustecimiento que se produce porque tal abstracción impide que los
deudores (de obligaciones abstractas y no causales) puedan oponer excepciones personales ajenas a tales terceros. 

Ahora bien, el hecho de la existencia del crédito del librador frente al libra do no puede llevar a afirmar que el
librado, por ese solo hecho, esté obligado a aceptar la letra que para el pago de su deuda le gira su acreedor, a
menos que, habiéndose convenido expresamente el giro, el deudor se hubiera comprometido explícita o
implícitamente a aceptar la letra (lo cual, a su vez, se trataría de un pacto extracambiario que no tendría tampoco
reflejo en la letra). Y es que ello sería tanto como obligar a un deudor, sin su consentimiento expreso, a ver trans
formado el régimen de su obligación de causal (tal como nació inter partes), en abstracta (frente a terceros), pues así
quedaría su obligación después de la aceptación de la letra. Este efecto puede ser tan grave para un deudor que nos
obliga a rechazarlo, ya que nadie puede ser compelido a soportar tal transformación del régimen jurídico de su
deuda, a menos que lo haya aceptado así expresamente. Ello está en la base de la afirmación frecuente, de que sólo
la aceptación con vierte al librado en obligado cambiario (a pesar de que la existencia de la deuda subyacente
pudiera resultar incontrovertida entre las partes). 

Con la cesión de la provisión se hace referencia, precisamente, a esa esfera de las relaciones subyacentes. A través
de esta cláusula, el librador estaría declarando en la propia letra que cede al tenedor los derechos que derivan de la
relación subyacente que dio origen al libramiento de la letra (p.ej.: la operación de compraventa en la que el librador
actuó como vendedor y el librado como comprador). Con ello, los derechos extracambiarios se transmitirían al
tenedor, cosa que no ocurre en los supuestos ordinarios en que no existe cesión de la provisión. Se produciría, por
tanto, una cesión del crédito que deriva de la relación subyacente o de provisión, vinculando dicha cesión a la
transmisión de la letra. A partir de entonces, el tomador, o los posteriores tenedores resultarían cesionarios del
crédito que deriva de la provisión (art. 69.1 LCCh). A través del régimen previsto en la Ley, y si se compara con el
régimen común de la cesión de créditos, se obvia el tener que reiterar la cesión con ocasión de cada circulación de la
letra a un nuevo tenedor; al tiempo que se evita tener que notificar al deudor (librado) cada una de las cesiones,
exigiéndose tan sólo que sea notifica da la cesión originaria (es decir, la que realiza el librador) (art. 69.2 LCCh).
Además, una vez notificada, el deudor (librado) sólo podrá pagar al tenedor debidamente legitimado (con arreglo a
una cadena regular de endosos), «contra entrega de la letra de cambio» (art. 69.2 LCCh). 

En la práctica, la virtualidad de semejantes cesiones se produce con ocasión de los descuentos de efectos realizados
por las entidades de crédito, que se encuentran altamente interesadas en conseguir que se les ceda el crédito que
deriva de la relación subyacente. Con ello, al pasar al tenedor (aquí, el banco) el crédito derivado de la provisión, el
mismo sale del patrimonio del librador, con lo que ello implica de cara a una eventual declaración de concurso del
librador (el crédito frente al librado derivado de la provisión no pasaría a formar parte de la masa activa del
concurso, con lo que quedaría fuera del alcance de los acreedores). 
IV. EL ENDOSO.
A. SIGNIFICADO Y CONCEPTO.

Como sabemos, la letra incorpora el derecho a exigir la prestación pecuniaria en favor de su tenedor, y ello posee
obviamente un valor patrimonial. Esta circunstancia, y la propia naturaleza de la letra de cambio, la hacen
especialmente apta para ser transmitida en una economía que, como la actual, exige la movilización de todo lo que
posee valor económico. La transmisión de la letra, en ocasiones, se produce porque su tenedor prefiere recibir
inmediatamente la suma de dinero que incorpora (aunque sea a costa de renunciar a parte de su importe), sin
esperar a su vencimiento aplazado. Otras veces el tenedor transmite la letra a un acreedor suyo para, con su
importe, garantizarle que cumplirá su deuda, concediendo así a este una garantía dotada de un especial rigor.
Finalmente, la letra puede transmitirse con el fin de que el adquirente perciba su importe en el momento del
vencimiento, pero en nombre y por cuenta del titular transmitente, cuando a éste le es imposible o incómodo
realizar por sí mismo la presentación. 

Todas estas distintas formas de transmisión se realizan por medio del endoso, procedimiento específico para la
circulación de los títulos a la orden en general y de la letra de cambio en particular, y que tiende a aproximarse a la
transmisión de cosas muebles, obviando los requisitos de la cesión de créditos del Derecho común. El endoso será
pleno cuando transmita al endosatario la propiedad de la letra y la titularidad de todos los derechos incorporados a
la misma (como en el primer caso del párrafo anterior) y limitado cuando no transfiera ninguna de ellas, sino
simplemente la posesión de la letra y con ella la legitimación para ejercitar el derecho incorporado (como en los dos
últimos casos). 

Según estas ideas, el endoso puede definirse como «la declaración cambiaria escrita en la letra y acompañada de su
tradición, por la que su tenedor (endosan te) ruega al librado el pago de la letra a la orden de otra persona
(endosatario), a quien transmite la letra, legitimándole para el ejercicio de todos los derechos cambiarios».
Definición aplicable, sobre todo, al endoso pleno pero que, con alguna matización, sirve también para los endosos
limitados. 

El endoso es, pues, un acto cambiario integrado por dos requisitos: una declaración de voluntad formal escrita sobre
la letra, a la que se añade la tradición o entrega de la misma al endosatario. Mientras que la tradición se exige por la
consideración real (cosa mueble) que concurre en todo título-valor, y atribuye al endosatario la posesión de la letra
necesaria para que éste ejercite el derecho incorporado, la declaración de voluntad escrita incide especialmente
sobre el derecho cambiario y, según su contenido, dota de diversa eficacia a aquella tradición. Según sea la voluntad
contenida en la cláusula documental, el endosatario adquiere la plena titularidad de la letra, o será un simple
poseedor representante del endosante (endoso «para cobranza»), o un poseedor que recibe la letra en garantía de
un crédito ostentado contra el endosante (caso de la prenda cambiaria). La declaración de voluntad cambiaria escrita
en la letra modaliza, pues, los efectos que nacen de su tradición o entrega. 

Ha de recordarse, además, que la letra de cambio es un título al orden nato, por lo que no es necesario incluir en ella
la mención «a la orden» u otra similar, para que la letra sea transmisible mediante endoso. Es más, para que la letra
no resulte endosable, es necesario que su librador la expida con la cláusula «no a la orden», en cuyo caso la letra no
será transmisible por endoso, sino en la forma y con los efectos de una cesión ordinaria (art. 14 LCCh). Pero incluso
en los supuestos ordinarios —es decir, faltando la cláusula «no a la orden»— la Ley reconoce la posibilidad de la
cesión ordinaria de la letra, en cuyo caso el cesionario recibe todos los derechos del cedente y puede exigir la
entrega de la letra (cfr. art. 24 LCCh). Con todo, semejante cesión implica de acuerdo con el régimen del Derecho
común— que la posición y los derechos que adquiere el cesionario son los mismos que tenía el cedente, lo que tiene
relevancia, sobre todo, a efectos de determinar las excepciones oponibles (pues resultarán oponibles por el deudor
al cesionario todas las excepciones que hubiera podido oponer frente al cedente). 

B. CLASES Y REQUISITOS DEL ENDOSO.

Cabe hablar de varias clases de endoso. Así, en función de sus efectos, el endoso puede ser pleno cuando mediante
él se transfiere al endosatario la propiedad de la letra y la titularidad de todos los derechos incorporados a la misma
(art. 17.1 LCCh); limitado, cuando atribuye al endosatario la legitimación para ejercitar los derechos cambiarios,
aunque sin voluntad de transferirle la propiedad o titularidad de la letra.
Según la forma o las menciones escritas en la cláusula de transmisión, el endoso pleno puede ser completo o en
blanco. El endoso completo existe cuan do se consignan todos los requisitos mencionados explícita o implícitamente
en el artículo 16 de la Ley, a saber: la designación del endosatario, la fecha en que se realiza el endoso y la firma del
endosante. Pero algunos de estos requisitos pueden faltar, sin que ello obste a la eficacia del endoso pleno. En
efecto, si falta la mención del endosatario o se trata de un endoso al portador posibilidad ésta permitida por la Ley
—, estaremos en presencia de un endoso pleno, pero en blanco (arts. 15 y 16 y párrafo siguiente). Por otra parte, si
falta la fecha, el legislador establece la presunción iuris tantum de que el endoso ha sido hecho antes de expirar el
término para levantar el protesto (art. 23.2 LCCh). La falta de fecha no transforma, pues, el endoso pleno en un
endoso limitado, a diferencia de lo que ocurría bajo el Código de comercio. 

También ha de considerarse un endoso pleno el llamado endoso en blanco, el cual surge cuando en la declaración
cambiaria de endosar la letra figura exclusivamente la firma del endosante (que se convierte en el único requisito
esencial del endoso: art. 16.2 LCCh), cuando no se designe al endosatario, o cuando se trate de un endoso al
portador (arts. 15 y 16). En estos casos, el legislador identifica la firma con la voluntad de transmitir la letra,
presupone la existencia de otros requisitos y confiere la titularidad y la legitimación al poseedor de la letra firmada
por el endosante. El endoso en blanco tiene plena validez, siempre que la firma del endosante venga consignada en
este caso, en el dorso de la letra. 

A su vez, el endosatario que recibe la letra podrá: conservar la letra en su poder, dejándola en blanco o completando
los datos faltantes con su nombre o con el de otra persona; transmitir de nuevo la letra mediante endoso en
blanco o completo; o bien, entregar la letra a otra persona, con lo que el documento circulará prácticamente como
un título al portador, y no por vía del endoso. Se ha dicho que el endoso en blanco surge para simplificar y agilizar la
transmisión de la letra (lo cual es exacto), asimilándola en buena medida a los títulos al portador, no sólo porque,
como en ellos, la posesión de la letra legitimaría por sí sola al endosatario, sino, además, porque aquél permite que
las letras circulen casi como si fueran títulos al portador, es decir, mediante la simple entrega. Estas últimas
afirmaciones deben aceptarse con reservas, porque a diferencia de lo que ocurre con esta clase de títulos, la simple
posesión de la letra endosada en blanco no legitima a su poseedor, puesto que a ella deben añadirse: 1.) la presencia
en la letra de una cadena regular de endosos, aunque el último esté en blanco; y 2.) la firma del endosante. Es cierto,
sin embargo, que esta forma de endoso separa la circulación de la letra del régimen de los títulos (nominativos) a la
orden. 

Al margen de lo anterior, hay determinadas modalidades de cláusulas que no pueden incluirse en el endoso. Así,
éste no puede ser hecho por una parte del importe de la letra (endoso parcial), en cuyo caso será nulo, rompiéndose
la cadena regular de endosos; ni puede subordinarse a condición alguna, que, en caso de existir, se considerará
como no escrita (el endoso ha de ser «puro y simple»: art. 15). 

Por el contrario, nada impide que el endoso se realice en favor del librado (sea o no aceptante), del librador o de
cualquier obligado cambiario (art. 14.3 LCCh), sin que estos endosos «de retorno» impliquen la extinción de la
obligación por confusión (conforme al art. 1.192 C.c.), pues el endosatario podrá transmitir la letra de nuevo
mediante endoso. 

C. EFECTOS DEL ENDOSO PLENO.

Como todo acto, pacto o disposición escrita sobre la letra, el endoso (pleno) produce una serie de efectos sobre las
relaciones cambiarias. Se trata de los siguientes: 

a) Efecto traslativo. El efecto fundamental del endoso está mencionado en el artículo 17.1 LCCh y consiste en
atribuir al endosatario la propiedad de la letra, así como la plena titularidad de los derechos a ella incorporados. Este
efecto se produce por la concurrencia de los dos requisitos que integran la ley de transmisión de las cosas muebles
establecida en el artículo 609 del Código civil: título (declaración de voluntad del endosante estampada en la letra) y
modo o tradición (entrega de la letra al endosatario). Esto, no obstante, para que el endoso pleno produzca el efecto
traslativo en favor del endosatario, es necesario que el endosante tenga el poder de disposición sobre la letra, lo cual
no ocurrirá cuando, por ejemplo, el endosante hubiese recibido la letra en virtud de un endoso limitado y no por
medio de un endoso pleno. El efecto traslativo se producirá en favor del endosatario, siempre que quien estampe el
endoso pleno sea el tomador o, siendo otro tenedor, haya, a su vez, adquirido la propiedad de la letra por medio de
un endoso formalmente apto para transmitirla. 
b) Efecto legitimador. Es consecuencia del anterior y presupone que quien adquiere la letra en la forma descrita
queda legitimado para presentarla a la aceptación o al cobro, en calidad de titular del derecho que aquella incorpora
(art. 19.1 LCCh). Efecto de legitimación que además faculta al endosatario para ejercitar las acciones y recursos
cambiarios tanto en vía directa como en vía de regreso, en su calidad de poseedor legítimo de la letra. 

Para que el endoso completo produzca este efecto legitimador, en la letra debe concurrir la llamada «regularidad de
la cadena de endosos», la cual presupone dos cosas. En primer lugar, que el último poseedor sea precisamente la
persona a la que se transmitió la letra en virtud del último endoso y no otra distinta. Normalmente, ello se
comprueba cuando coinciden los datos de identificación personal del portador y los del endosatario que constan en
el endoso completo. Este procedimiento es inaplicable cuando la letra se ha transmitido por un endoso «en blanco»,
en cuyo caso ha de entenderse que el tenedor queda legitimado incluso aunque no se haya completado la letra con
su nombre, posibilidad que ha de estimarse permitida. 

En segundo lugar, es preciso que concurra esta regularidad en todos los endosos anteriores estampados en la letra,
de forma que cada uno de los endosan tes lo sea, precisamente, por haber recibido la letra mediante un endoso
regular y pleno. Si se produce una interrupción en la regularidad de la cadena de los endosos, el defecto no sólo
afecta al que lo sufrió, sino a todos los posteriores, aunque éstos sean por sí mismos regulares. La irregularidad priva
del efecto traslativo a los endosos posteriores y, por ende, del efecto de legitimación. 

Así, el artículo 19 de la Ley subraya la necesidad de justificar la condición de tenedor legítimo mediante la serie
ininterrumpida de endosos. El propio precepto pretende resolver algunos supuestos dudosos en relación con la
interrupción o no en la regularidad de la cadena de los endosos, cuando nos encontremos en presencia de endosos
en blanco o de endosos tachados, declarando que ambos no interrumpen la serie de los endosos. Asimismo, se
establece que, cuando tras un endoso en blanco figure otro endoso, el firmante de éste se considerará que adquirió
la letra por el endoso en blanco. 

La Ley subraya en diversos preceptos (cfr. arts. 19.2 y 20) que la protección cambiaria dispensada al tenedor sólo se
produce si éste lo es de buena fe. 

c) Efecto de garantía. En virtud del endoso pleno, el endosante responde en vía de regreso, frente a los tenedores
posteriores, si en su momento el librado no acepta la letra, o si no es voluntariamente pagada el día de su
vencimiento. En definitiva, todo endosante garantiza frente a los tenedores posteriores la aceptación y el pago de la
letra (art. 18.1 LCCh). Este efecto de garantía se explica, desde un punto de vista formal, en virtud del principio
cambiario por el cual quien firma la letra (y el endosante lo hace) se compromete a su cumplimiento. 

Pero nuestro Derecho admite que se prive al endoso pleno de este efecto de garantía, exonerando al endosante de
las reclamaciones cambiarias, que de otra forma podría formularle el poseedor de la letra, cuando ésta no sea
aceptada o pagada. Esta exoneración se produce siempre que el endosante incluya en la fórmula del endoso la
cláusula «sin mi responsabilidad» o «sin mi garantía», y beneficia exclusivamente al endosante que la puso, pero no
a los restantes. Del mismo modo, cualquier endosante puede prohibir un nuevo endoso de la letra, en cuyo caso, si a
pesar de la prohibición se llegasen a producir nuevos endosos, el endosante que incluyó la cláusula, aunque seguiría
respondiendo frente a su endosatario, no lo haría frente a estas otras personas a las que se endose infringiendo la
prohibición (art. 18.2 LCCh). 

D. ENDOSOS LIMITADOS.

Al tenedor de una letra puede convenirle designar a otra persona que la cobre por su cuenta, o incluso utilizar la
letra para garantizar el cumplimiento de una obligación propia contraída con un tercero acreedor. En ambos casos,
para obtener aquellos resultados es innecesario transmitir la propiedad de la letra llevando a efecto un endoso
pleno, pero es indispensable entregarla por medio del endoso, puesto que esta es la forma cambiaria inexcusable de
transmisión de la letra y la posesión de la letra es indispensable para ejercitar el derecho en ella incorporado. Para
alcanzar cualquiera de aquellos resultados aparecen los llamados endosos limitados, que legitiman al endosatario
para ejercitar los derechos cambiarios sin conferirle su titularidad, que continúa atribuida al endosante. Al margen
de que también pueda recurrirse, para conseguir idénticos efectos, al endoso formal o aparentemente pleno pero
que, en realidad —y en virtud de un negocio fiduciario— encubra la voluntad de las partes de lograr únicamente el
cobro o la afectación en garantía de la letra. 
El endoso para cobranza está previsto en el artículo 21 de la Ley. Surge cuando se transmite la letra al endosatario,
no con el fin de transferirle su pro piedad ni la titularidad del derecho de crédito que incorpora, sino única y
exclusivamente para que aquél la presente al cobro, pero actuando en nombre y en interés del endosante. Este
endoso incorpora, pues, una forma de mandato o comisión cambiaria con poder de representación, para el cobro de
la letra, que legitima y a la vez obliga al endosatario para realizar cuantos actos sean necesarios en orden a cobrar la
letra. Mas si el endosatario actúa por cuenta y en nombre del endosante (verdadero titular de la letra y del derecho
incorporado), el deudor cambiario podrá oponerle las mismas excepciones que podría oponer al endosante, si éste
ejercitase personalmente los derechos cambiarios, con el fin de enervar la pretensión solutoria de aquél (art. 21.2
LCCh). Además, y por razones elementales, quien recibe una letra en comisión de cobranza no puede pretender
transmitir la propiedad de la letra efectuando un endoso pleno, puesto que no es titular de ella. Tan sólo está
facultado para realizar un nuevo endoso para cobranza (art. 21.1 LCCh). 

El endoso para garantía está regulado en el artículo 22 de la Ley. Aparece cuando quien endosa la letra consigna en
ella las cláusulas valor en prenda o valor en garantía, lo cual significa que el endosante se limita a entregarla a un
acreedor en prenda con el fin de garantizar con su importe el cumplimiento de una obligación preexistente y
contraída frente a él. El endosatario, aun cuando no adquiere la propiedad de la letra, queda sin embargo legitimado
para ejercitar todos los derechos cambiarios y, especialmente, para exigir el pago de la letra, además en su propio
nombre e interés. Pagada la letra, el endosatario imputará su importe al cumplimiento o pago del crédito contra su
endosante, crédito para cuya garantía se le endosó la letra. Con todo, y a pesar de la posibilidad de ejercicio «de
todos los derechos que derivan de la letra», el hecho de no adquirir la propiedad de la misma hace que el
endosatario en garantía no esté en condiciones de transmitir la letra. Por ello, cualquier endoso que llegase a
efectuar sólo valdría como endoso para cobranza (art. 22.1 LCCh). 

No obstante, y precisamente porque los intereses y la forma de actuación del endosatario son diferentes de los
vistos en el caso del endoso para cobranza—, el deudor cambiario no podrá oponer las mismas excepciones que
podría esgrimir contra el endosante, salvo que el endosatario hubiera adquirido dolosa mente la letra con ánimo de
perjudicar al obligado cambiario (art. 22.2 LCCh). 

E. TIEMPO DEL ENDOSO.

La Ley permite el endoso de la letra de cambio en cualquier momento hasta que la misma haya sido pagada. Sin
embargo, las consecuencias de los endosos serán diferentes, según el momento en que los mismos hayan sido
hechos. Así, el endoso posterior al vencimiento de la letra, pero antes de concluir el plazo establecido para levantar
el protesto o realizar las declaraciones equivalentes (ocho días hábiles: art. 51.2 y 4 LCCh), producirá los mismos
efectos que un endoso anterior; mientras que «el endoso posterior al protesto o a la declaración equivalente por
falta de pago o al vencimiento del plazo establecido para levantar el protesto no producirá otros efectos que los de
una cesión ordinaria» (art. 23.1 en relación con el art. 24 LCCh). Además, ya se dijo que el endoso sin fecha se
presume hecho antes de finalizar el plazo para levantar el protesto (art. 23.2). 

V. EL AVAL CAMBIARIO.
A. FUNCIÓN ECONÓMICA, CONCEPTO Y NA TURALEZA.

Para robustecer la confianza de que la letra será pagada y, en ocasiones, para acrecer la posibilidad de ser
descontada o transmitida, aparece en el tráfico cambiario el aval, como declaración escrita por la cual quien la emite
garantiza la obligación de pago que soporta otro obligado cambiario como librador, endosante o, más
corrientemente, como aceptante. Su función económica principal es, pues, la de reforzar el crédito cambiario (Rojo). 

El aval es en nuestro Derecho una garantía personal, como puede serlo la fianza. De hecho, durante la vigencia de los
preceptos dedicados a la materia en el Código de comercio, la tesis del aval como especie de la fianza fue
mayoritariamente defendida (así, por ejemplo, en ediciones anteriores de este Manual). No obstante, en la
actualidad esta opinión no puede mantenerse. En efecto, son notables las diferencias entre la fianza y el aval,
especialmente en un tema de esencial importancia, como es la accesoriedad. Y es que no resulta posible afirmar que
el aval sea, como la fianza, accesorio respecto de la obligación principal garantizada: por el contrario, la propia Ley
configura el aval más bien como una garantía autónoma (así, la propia Exposición de Motivos y el importante
artículo 37.1, que señala que el aval «será válido, aunque la obligación garantizada fuese nula», lo que choca con la
accesoriedad propia de la fianza). De la misma forma, se prohíbe al avalista oponer las excepciones personales del
avalado (art. 37.1 LCCh), lo que refuerza el carácter autónomo de la garantía asumida por aquél [no obstante, una
importante excepción a esto último surge en el caso de las letras aceptadas por un consumidor, cuando entre el
proveedor de los bienes y el concedente del crédito medie un acuerdo previo, concertado en exclusiva»: en tales
casos, el avalista podrá oponer al tenedor concedente del crédito las excepciones que se basen en las relaciones del
consumidor librado-aceptante con el proveedor de los bienes o servicios: cfr. art. 24 en relación con art. 29 Ley de
Crédito al Consumo, y también Capítulo 44, sub IV.E)]. 

En consecuencia, el avalista asume con su firma una obligación propia y distinta de la del avalado, a pesar de que la
Ley señale que responde «de igual manera que el avalado» (art. 37.1 LCCh). No obstante, esta última afirmación ha
de entenderse con las debidas cautelas, como alusiva al hecho de que el avalista soporta el mismo tipo de
responsabilidad que la persona a quien avala (aunque puede ser distinta la extensión de la responsabilidad, al
admitirse el aval parcial). De esta forma, el avalista del aceptante responde como obligado directo, en tanto que el
avalista de un obligado en vía de regreso responde cuando se den los presupuestos para responder en vía de regreso
(falta de pago y levanta miento de protesto o declaración equivalente) (ROJO). La obligación del avalista es, además,
solidaria, no sólo porque frente al tenedor y frente a cualquier firmante posterior responde solidariamente con los
que hubieran librado, acepta do o endosado la letra (conforme a lo que establece, con carácter general, el art. 57.1
LCCh), sino, además, porque el avalista y el avalado son codeudores cambiarios, de modo que si el librado no paga la
letra el día de su vencimiento, su tenedor (acreedor cambiario), para obtener el pago, puede dirigirse
indistintamente contra el avalado o contra el avalista, o conjuntamente contra ambos, ejercitando las
correspondientes acciones cambiarias. 

B. CLASES Y ELEMENTOS DEL AVAL.

El aval puede adoptar dos modalidades, según el artículo 35.1 de la Ley. La primera, denominada aval general o
total, se presenta cuando el avalista se compromete frente al acreedor cambiario al pago de la letra en la misma
cantidad que el avalado. La segunda, denomina da aval parcial o limitado, aparece cuando el avalista restringe su
obligación a una cantidad inferior al importe total de la letra. En estos casos, el contenido de la obligación del
avalista no se integra por el contenido de la del avalado, sino que se reduce en la forma consignada en el tenor
escrito del aval. Aunque el precepto legal no menciona de manera expresa otras limitaciones que la relativa a la
cantidad, al no exigirse que el aval sea puro y simple, podría llevar a pensar que se admiten los avales condicionados
(así, ROJO). 

Los elementos personales que intervienen en el aval son el avalista y el avalado. Puede figurar como avalista
cualquier tercero ajeno a la letra y, además, cualquier obligado cambiario (art. 35.2 LCCh): es el caso, por ejemplo,
del endosante que avala la obligación del aceptante, del librador o de un endosante. Pese a que no vaya a resultar
frecuente, el claro tenor literal del precepto no autoriza a excluir, como tal, la posibilidad de que el aval sea prestado
por el aceptante. Aunque está ya obligado frente a todos los restantes sujetos cambiarios, en tales hipótesis podría
tener sentido el aval cuando la aceptación fuera parcial (se modifica con ello la postura mantenida en ediciones
anteriores). 

Puede resultar avalado cualquier obligado cambiario en vía directa o de regreso (librador, endosante o aceptante),
debiendo indicarse en la letra a quién de ellos se avala. A falta de indicación, se entiende que el avalado es el
aceptante, «y en defecto de éste, el librador» (art. 36.3 LCCh) (es decir, en los casos de falta de aceptación). Por no
ser obligado cambiario, el simple librado no puede ser avalado. 

En cuanto a los requisitos formales del aval, el artículo 36 de la Ley exige que se estampe por escrito mediante las
palabras «por aval» o fórmula equivalente, y que se firme por el avalista. La Ley ha resuelto varias cuestiones, de
gran interés teórico y práctico, que se suscitaban anteriormente. La primera se reduce a afirmar que para consignar
el aval será hábil cualquier expresión que, acompañada de la firma del avalista, sirva para manifestar de forma
inequívoca la voluntad de avalar el cumplimiento de la obligación cambiaria. Normalmente se utilizará la expresión
«por aval», seguida de la fecha y de la firma del avalista. No obstante, la Ley aclara que «la simple firma de una
persona puesta en el anverso de la letra de cambio vale como aval, siempre que no se trate de la firma del librado o
del librador» (art. 36.2 LCCh). 
La segunda cuestión resuelta por la Ley consiste en negar cualquier eficacia cambiaria al aval prestado en documento
separado de la letra misma (art. 36.4 LCCh). De este modo, la Ley resuelve una grave y prolongada polémica
jurisprudencial y doctrinal sobre si el aval debía consignarse necesariamente en la propia letra o si, por el contrario,
era admisible el denominado aval por acto separado. La Ley soluciona con claridad esta cuestión, exigiendo que el
aval conste necesariamente en la letra misma (o en su suplemento), lo cual no significa que la garantía prestada en
documento separado carezca de eficacia: no será un verdadero aval, pero podrá valer como fianza, siempre y
cuando reúna los requisitos necesarios para su validez. Con ello, la Ley ha reforzado el principio de literalidad que
caracteriza a los títulos valores y el principio en cuya virtud nadie contrae una obligación cambiaria si no suscribe una
letra de cambio. 

C. EFECTOS DEL AVAL.

Como declaración tendente a garantizar el cumplimiento de una obligación cambiaria y, por tanto, el pago de la
letra, el aval produce un doble juego de relaciones jurídicas: entre el tenedor (acreedor) y el avalista, el aval ha de
permitir que el primero pueda exigir el pago del segundo; entre el avalista y el avalado, el aval permite que el
avalista que satisfizo la letra al tenedor pueda repetir su importe contra el avalado que, debiendo pagar, no lo hizo
oportunamente (art. 37.2 LCCh). 

Las relaciones tenedor-avalista y los efectos que el aval produce entre ellos vienen determinados por las notas de
autonomía y de solidaridad que caracterizan la obligación del avalista. Por ello, impagada la letra por el librado y
protestada oportunamente, el tenedor podrá dirigirse indistintamente y a su elección contra el deudor avalado o
contra su avalista, o conjuntamente contra ambos (cfr. art. 57 LCCh), sin necesidad de dirigirse previamente contra el
primero (no existe el beneficio de excusión), tanto si el avalado es aceptante, como si es librador o endosante. El
avalista, como sabemos, responde frente al tenedor de la letra «de igual manera que lo haría el avalado. Así, el
avalista del aceptante responde igual que el aceptante, es decir, como obligado directo, sin necesidad de levantar
protesto o de realizar la declaración equivalente; en tanto que el avalista de un obligado en vía de regreso (librador o
endosantes) responde cuan do se den los presupuestos para el ejercicio de la acción en vía de regreso contra su
avalado (falta de pago y levantamiento de protesto o realización de la declaración equivalente). Además, no podrán
oponerse por el avalista las excepciones personales que correspondan al avalado, en virtud del principio de
autonomía o independencia del aval respecto a la obligación cambiaria del avalado. En conclusión, el avalista puede
oponer sus propias excepciones personales y aquellas de entre las enumeradas en el artículo 67 de la Ley que no
correspondan personalmente al avalado (art. 37.1 LCCh). 

Con todo, ha de puntualizarse que lo que garantiza el avalista es, exclusiva mente, el pago, no la aceptación de la
letra (cfr. art. 35 LCCh). Por ello, en caso de que el librado deniegue total o parcialmente la aceptación, el tenedor no
podrá ejercitar anticipadamente (es decir, antes del vencimiento) las acciones de regreso por falta de aceptación
contra el avalista del librador o de los endosantes. Por el contrario, sí ha de entenderse posible ejercitar tales
acciones de regreso anticipadamente en los casos de declaración de concurso (o embargo infructuoso de los bienes)
del librado (sea o no aceptante), o del librador cuando se hubiera prohibido la presentación a la aceptación.

De gran interés son los efectos que genera el aval cuando la letra es pagada por el avalista. El avalista que pagó al
tenedor el importe total de la letra tiene derecho a obtenerla (en el caso del aval parcial no existe ese derecho, pero
el avalista podrá exigir que se haga constar el pago en la propia letra y que se le entregue un recibo, así como una
copia autenticada de la letra). A partir de dicho pago, el avalista podrá resarcirse del mismo, reclamando del avalado
(en virtud de una acción de reembolso, de naturaleza cambiaria, que no se identifica con la subrogación propia de la
fianza) y de las personas que sean responsables cambiariamente frente al avalado (en virtud de su calidad de
tenedor de la letra) el importe de la letra, así como los intereses y los gastos que haya realizado (art. 37.2 LCCh en
relación con art. 59 LCCh). De esta forma, si avaló y pagó por el librador, podrá exigirlo de éste y del aceptante (y su
avalista, si lohubie re); si lo hizo por un endosante, el avalista podrá dirigirse contra él, contra los endosantes que le
precedan en la cadena de endosos (y sus respectivos avalistas), contra el librador y contra el aceptante (y sus
avalistas); si avaló y pagó por el aceptante, tan sólo podrá dirigirse contra él. En conclusión, el avalista que paga la
letra puede exigir el reembolso de lo pagado al avalado y a todos los sujetos cambiarios a quienes éste podría exigir
el pago de la letra.
EL PAGO DE LA LETRA: PAGO VOLUNTARIO Y PAGO FORZOSO
I. VENCIMIENTO DE LA LETRA.
A. INTRODUCCIÓN.

La letra de cambio, como sabemos, incorpora una obligación para cuyo pago debe ser pre sentada por el acreedor
(su tenedor) al librado. Según la dogmática tradicional de los títulos valores, esta presentación física era
indispensable para el ejercicio del derecho documentado, de tal forma que, de no realizarse la presentación, el
acreedor de la misma podía ver perjudicados sus derechos cambiarios. Además, la presentación al pago había de
realizarse precisamente en el momento de su vencimiento antes de la puesta del sol, según mandaba el artículo 455
del Código de comercio. Vencimiento, presentación y pago eran, pues, acontecimientos cambiarios íntimamente
relacionados entre sí: el día de presentación al cobro y el día del vencimiento coincidían, mientras que el pago podía
realizarse ese mismo día o en momento posterior. El pago no puede pretenderse sin presentar (título de «necesaria
presentación) y sin entregar (título de «rescate») la letra al deudor. 

Las anteriores notas han quedado en cierta forma alteradas por las exigencias de la realidad económica que la Ley
Cambiaria ha tenido en cuenta. Así, mientras que todas las letras (menos las giradas «a la vista») continúan
poseyendo un día de vencimiento determinado, pueden ser presentadas al cobro ese mismo día o en uno de los dos
días hábiles siguientes (art. 43.1 LCCh). Además, mientras que en el régimen del Código de comercio era
indispensable que la letra se pre sentara físicamente al librado, ahora, dada la masificación de su utilización, las
letras «domiciliadas para su pago en una cuenta abierta en una entidad de crédito no es necesario que se presenten
ni entreguen físicamente porque se las podrá sustituir por un documento acreditativo del pago de la letra (cfr. arts.
43.2 y 45), con lo que se diluye la nota del rescate necesario de la letra. Finalmente, en los casos de letras que se
encuentren en poder de una entidad de crédito (p.ej.: a consecuencia de una operación de descuento), la
presentación al pago puede ser sustituida por una comunicación anticipada al librado, a fin de que éste pue da dar
las oportunas instrucciones para el pago (o, en su caso, devolución de la letra), a la entidad de crédito tenedora; sin
que ello implique la necesidad de presentar físicamente la letra al deudor, con lo que también se relativiza, para este
concreto —aunque cuantitativamente muy importante caso, la nota de la necesaria presentación como requisito
para el pago. 

B. PROCEDIMIENTOS PARA DETERMINAR EL VENCIMIENTO DE LA LETRA.

El día del vencimiento (y, por tanto, la determinación del momento en que se ha de efectuar el pago, previa
presentación del título) ha de concretarse de acuerdo con alguna de las modalidades (fórmulas de giro o de
libramiento) que se prevén en la Ley como posibles. Los procedimientos previstos en la Ley son los siguientes: 

a) Letras giradas a día fijo y determinado («a fecha fija»). Suele ser el procedimiento de giro más extendido y,
cuando se utiliza, la letra vence precisamente el día que ella misma señala (arts. 38.1 y 42). 

b) Letras giradas a un plazo desde la fecha. El vencimiento se produce cuando se cumplen los días o los meses
consignados en la fórmula del libramiento. Si se libra por días desde la fecha, los mismos deben correr a partir del
siguiente al de la fecha de libramiento de la letra; mientras que, si se escoge la fórmula meses desde la fecha, éstos
se computarán de fecha a fecha (v. gr.: 30 de noviembre a 30 de diciembre) tomando como inicial la fecha que
consta en el libramiento de la letra (cfr. art. 41 LCCh). No obstante, si en el mes del ven cimiento no hubiera día
equivalente a la inicial del cómputo, se entiende que el plazo expira el último día del mes (p.ej.: de 31 de enero a 28
de febrero). En general, aunque los días inhábiles no se excluyen del cómputo (fórmula que recuerda a la del art. 5.°
C.c.), si el día del vencimiento fuera inhábil, vencerá el siguiente día hábil. 

c) Letras giradas a la vista. Constituyen la única modalidad en que el vencimiento no se configura como término fijo
y determinado. La letra vence el día en el que su tenedor decide presentarla (a la vista) al librado, de forma que es
aquél quien decide el momento de presentación y de vencimiento (cfr. arts. 38.3 y 39). No obstante, a fin de evitar la
excesiva incertidumbre para el deudor, el legislador tampoco ha querido dejar al arbitrio absoluto del tenedor la
elección del momento de presentación, por lo cual establece que la letra necesariamente debe ser presentada al
pago dentro del año desde su fecha (art. 39.1 LCCh). Este precepto permite que el librador establezca un plazo de
presentación dis tinto del legal (más corto o más largo) o que el plazo corra desde una fecha determinada. Asimismo,
se permite que los endosantes acorten (pero no alarguen) dicho plazo. 

d) Letras giradas a un plazo desde la vista. El vencimiento se produce el día en que cumplen los días o meses
señalados en la fórmula de libramiento, contados desde el siguiente al de la aceptación (vista de la letra) o del
protesto o declaración equivalente por falta de aceptación (cfr. art. 40 LCCh). La fecha de la aceptación o la del
protesto (cuando aquélla se deniega por el librado) inicia el cómputo de los días o meses consignados en la fórmula
de vencimiento, aplicándose las reglas sobre cómputo vistas anteriormente para las letras libradas a un plazo desde
la fecha. Mas como la presentación a la aceptación depende de la voluntad del tenedor de la letra, y con el fin de
evitar la incertidumbre del deudor cambiario, el legislador establece la necesidad —similar a la ya señalada para las
letras a la vista, de que la letra sea presentada a la aceptación en el plazo de un año desde su fecha (plazo que podrá
ser acortado o alargado por el librador, y acortado por los endosantes) (art. 27 LCCh). 

El artículo 38.2 de la Ley establece que las letras que indiquen «otros ven cimientos o vencimientos sucesivos serán
nulas». No obstante, la omisión del vencimiento no determina la nulidad del título, sino su consideración como letra
pagadera a la vista (art. 2.a) LCCh]. 

C. MODIFICACIÓN DEL VENCIMIENTO.

El día del vencimiento de una letra de cambio puede adelantarse o retrasarse antes de que se produzca, siempre que
lo convengan todos los obligados cambiarios y lo acepte el tenedor de la letra (sin que éste pueda ser obligado a
recibir el pago antes del vencimiento: art. 46.1 LCCh). Para la eficacia de esta alteración del vencimiento originario,
es imprescindible, además, que se realice en forma cambiaria: sobre la letra misma o sobre un nuevo documento en
el que, reproducida la letra anterior, conste la nueva fecha del vencimiento. 

Cuando una letra es impagada, es parcialmente pagada o, previéndose su impago el día de su vencimiento, el
acreedor cambiario, en sustitución de la anterior, acepta recibir del librado otra letra de vencimiento posterior, se
habla de renovación cambiaria, figura que no se encuentra regulada expresamente en la Ley. La renovación puede
ser facultativa (la concede el acreedor cambiario porque voluntaria y libremente lo acepta) u obligatoria (la recibe el
acreedor, porque a ello se había obligado frente al deudor cambiario). En la letra renovada pueden reproducirse
todas las obligaciones cambiarias anteriores, o simplemente la de uno o varios sujetos cambiarios. En este caso, y
siempre que la letra que se renueva resulte destruida o devuelta al deudor principal, se extinguen las obligaciones de
los sujetos que, habiendo firmado la letra primitiva, no suscriben la nueva. 

La prórroga de vencimiento es, por el contrario, el pacto cambiario y escrito sobre la letra por los obligados
cambiarios y aceptado por el tenedor para posponer el vencimiento de esa misma letra. No conlleva, pues, la
emisión de una nueva letra. 

II. PRESENTACIÓN DE LA LETRA AL PAGO.


A. MOMENTO Y LU GAR DE PRESENTACIÓN.

La letra debe ser presentada al cobro el día de su ven cimiento o en uno de los dos días hábiles siguientes (art. 43
LCCh), precisamente en el lugar que se haya consignado en la letra para el pago, a menos que el tenedor y el librado
convengan expresamente en contrario. De esta forma, se asegura al librado que quienquiera que el día del
vencimiento sea el tenedor de la letra (en muchos casos desconocido), habrá de acudir a un lugar determinado para
percibir su importe. Lugar de presentación al cobro y lugar de pago son, pues, puntos coincidentes. 

La exigencia de la presentación dentro de los rígidos plazos establecidos en la Ley decae en un único caso. En efecto,
cuando resulte imposible presentar la letra o levantar protesto por causa de fuerza mayor (sin que merezcan esa con
sideración los hechos que sólo afectan personalmente al tenedor), los plazos de presentación o de protesto,
imposibilitados por causa de fuerza mayor, se prorrogan, debiendo comunicar el tenedor esta circunstancia a su
endosante (cfr. art. 64 LCCh). Si la situación persistiese durante más de treinta días, la propia Ley hace cesar la
prórroga, pudiéndose ejercitar las acciones de regreso sin necesidad de presentación ni de levantar protesto (art.
64.3 LCCh). 
Lo normal es que la presentación deba verificarse en el domicilio del librado que se menciona en la letra (cfr. art. 2.° ,
b) LCCh], pero cada día es más frecuente «domiciliar el pago fuera del domicilio del librado, cuando así se ordena en
la letra misma. Se habla de «domiciliación simple» cuando en la letra se consigna un domicilio especial para la
presentación al librado con el fin de obtener el pago; y de «domiciliación perfecta cuando en la letra se establece
que será pagada en un domicilio especial por persona distinta del librado («domiciliat rio»), aunque en nombre y por
cuenta suya. Éste es el caso de la domiciliación para el pago en los Bancos (arts. 5.° y 43.2 LCCh). 

B. PRESENTACIÓN MEDIANTE «CÁMARA O SISTEMA DE COMPENSACIÓN» Y ANUNCIO DE


VENCIMIENTO.

La «masificación que la utilización de la letra experimentó en España —especialmente en los años setenta y ochenta
— obligó a simplificar la remisión de plaza a plaza de los varios centenares de millones de letras que anualmente se
llegaron a descontar en los Bancos, o cuyo pago se confió a los Bancos mediante cláusulas de domiciliación. 

Esta «masificación» condujo a introducir en la Ley varias novedades de interés. La primera de ellas consiste en que,
cuando estemos ante letras de cambio domiciliadas en una cuenta abierta en una entidad de crédito, a fin de
atender el pago de las mismas a su vencimiento, se establece que la presentación por el tenedor (cuando éste sea
otra entidad de crédito) ante una Cámara o sistema de compensación «equivaldrá a su presentación al pago» (art.
43.2 LCCh). A tal fin se creó el Sistema Nacional de Compensación Electrónica, al que se hizo referencia en otro lugar
[supra, Capítulo 42, sub II.B)]. Con ello se logra la inmovilización de las letras en las relaciones entre entidades de
crédito. 

Pero es que, al margen de ello, siempre que la letra se encuentre en poder de una entidad de crédito —y en la
práctica será lo más frecuente merced a una previa operación de descuento— la presentación al pago puede llevarse
a cabo sin necesidad de presentar materialmente la letra al librado, sino que se permite sustituir aquélla por el envío
al librado, con antelación suficiente, de un aviso que contenga los datos identificadores de la letra, a fin de que el
librado pueda decidir si paga o no (dando, en su caso, las instrucciones oportunas a la entidad domiciliataria) (art.
43.3 LCCh). Además, en estos casos de que el tenedor sea una entidad de crédito se permite sustituir la entrega de la
letra original, una vez pagada, por un documento acreditativo del pago que identifique suficientemente la letra,
documento que, sin ser la letra, «tendrá pleno valor liberatorio para el librado frente a cualquier acreedor
cambiario», respondiendo la entidad tenedora de los daños y perjuicios que pudieran ocasionársele al librado (o a
los otros obligados cambiarios) por el hecho de que se le vuelva a exigir el pago (art. 45.1 LCCh). 

C. EFECTOS DE LA PRESENTACIÓN Y DE LA FALTA DE PRESENTACIÓN.

El tenedor de la letra debe presentarla al pago el día del vencimiento o en los dos hábiles siguientes, en el lugar y a la
persona en ella designada. La presentación se configura por la Ley como presupuesto para que la letra sea
voluntariamente pagada por el librado, o para que en defecto de este pago y después de protestada la letra, pueda
el tenedor exigir el pago de cualquier obligado cambiario por vía judicial mediante las correspondientes acciones
cambiarias. De ahí que la presentación al pago y, en su caso, el protesto por falta de pago en momento oportuno,
sean presupuestos para el ejercicio de las acciones judiciales cambiarias, y constituyen una obligación más
propiamente, una carga del tenedor (así se desprende de los arts. 39, 43 y 63 LCCh). 

Si el tenedor incumple su deber de diligencia no presentando la letra al pago en el momento debido, esta omisión
genera determinados efectos. Si la letra no se presenta se perjudica, en el sentido de que el tenedor pierde todas las
acciones cambiarias en vía de regreso contra el librador, endosantes, y los demás obliga dos cambiarios, provocando
su liberación. Ello se produce, según la Ley, en los siguientes casos: a) cuando, tratándose de letras giradas a la vista
o a un plazo desde la vista, no se hubiere presentado dentro del plazo (como sabemos, en principio, de un año); b)
cuando, siendo necesario, no se hubiera levantado el protesto o realizado la declaración equivalente [ya veremos
cuándo es ello necesario: cfr. infra, sub IV.A)]; en fin, cuando, conteniendo la letra la cláusula «sin gastos», no se
hubiere presentado la letra al pago dentro del plazo (art. 63.1 LCCh). Aunque la Ley no se refiere expresamente a
letras con vencimientos distintos (a fecha fija o a un plazo desde la fecha), han de estimarse implícita mente incluidas
en el supuesto descrito en la letra b), al ser el levantamiento de protesto (o declaración equivalente) presupuesto
para el ejercicio de las acciones de regreso en tales letras, y requerir dichos actos la previa presentación de las
mismas. 

Con todo, sería excesivo que por la simple omisión de la presentación al pago no pudiera el tenedor resarcirse del
importe de la letra, enriqueciéndose injustificadamente quien hubiera recibido o retenido el importe de la letra. Por
ello, el tenedor negligente de la letra no presentada al cobro, podrá exigir su reembolso por procedimiento
cambiario contra el aceptante y sus avalistas (arts. 49.1 y 63.1 LCCh) ejercitando la acción directa, pero, como se ha
dicho, perderá las acciones cambiarias contra los obligados en vía de regreso, contra los que mantendrá tan sólo una
acción de enriquecimiento dirigida contra quien retenga en su poder el valor de la letra: contra el librador que no
probare haber realizado la provisión de fondos o contra el endosante enriquecido con el importe de la letra (es el
sentido del art. 65). Por tanto, el perjuicio de la letra por falta de presentación niega al tenedor la posibilidad de
exigir su pago al librador y endosantes me diante las acciones cambiarias (ya sean ejercitadas en el marco del juicio
cambiario u ordinario), pero no impide su reembolso del librador o de los endosan tes mediante la acción de
enriquecimiento. 

III. EL PAGO VOLUNTARIO DE LA LETRA.


A. LEGITIMACIÓN ACTI VA Y PASIVA.

Procede analizar a continuación quién puede exigir el pago de la letra por los procedimientos cambiarios. Según los
artículos 43 y 46 podría pensarse que está legitimado para ello cualquier tenedor o poseedor del título. Pero con
mayor exactitud, el artículo 46 in fine atribuye la legitimación activa al portador legítimo de la letra. 

Portador legítimo se puede ser por título cambiario (es el supuesto más común) y también por título extracambiario.
Acreedor por procedimiento cambiario es el poseedor de la letra legitimado, bien por ser el tomador, bien por ser el
úl timo endosatario de una cadena regular de endosos, de manera que su legitimación deriva del propio título (cabe,
no obstante, que el último endoso figure en blanco, supuesto en el que se presume que el tenedor es el portador
legítimo de la letra y se halla debidamente legitimado: cfr. art. 19 LCCh). El tenedor en quien con curran estas
circunstancias podrá exigir el pago de la letra por los procedimientos cambiarios. Pero poseedor legítimo de la letra
también puede serlo quien recibe del tenedor la letra y el crédito a ella incorporado por medios distintos del endoso
y, por tanto, sin haberse estampado en ella la cláusula o declaración de voluntad necesaria para que la letra le sea
transmitida por medio de endoso (v. gr.: por sucesión hereditaria). En este caso, el poseedor de la letra deberá
exhibirla y además demostrar la causa de su adquisición por el procedimiento extracambiario, en cuyo caso podrá
exigir el pago de la obligación que la letra incorpora. 

En cuanto a la legitimación pasiva, el pago debe solicitarse del librado mediante la simple presentación de la letra en
el domicilio en ella señalado para verificarlo. Si la letra no es voluntariamente pagada por el librado (en el caso de
pluralidad de librados, aceptantes o no, la letra deberá ser presentada a cualquiera de ellos para su pago: cfr. art. 44
LCCh), su tenedor podrá exigir el pago en vía de regreso de cualquier obligado cambiario, previo levantamiento del
protesto por falta de pago, porque la Ley le faculta para dirigirse a su elección contra cualquiera de ellos ( ius
electionis) o contra todos ellos en régimen de solidaridad cambiaria (art. 57 LCCh). Existen, pues, dos supuestos de
legitimación pasiva: para la presentación al pago (el librado o su representante, o el domiciliatario) y, en su defecto,
para exigir judicialmente el pago (cualquier obligado cambiario, varios o todos ellos). 

B. CUANTÍA Y MONEDA DEL PAGO.

El tenor literal del documento expresa en letras y en cifras el importe o cuantía de la obligación cambiaria,
determinan do así lo que el acreedor puede exigir y lo que los obligados cambiarios pueden verse compelidos a
pagar. Respecto de su cuantía, rige en nuestro Derecho cambiario el principio de la facilidad del pago: a diferencia de
lo que ocurre en el Derecho común (art. 1.169 C.c.), el portador no puede rechazar el pago parcial (art. 45.2 LCCh).
En tal caso, el librado no podrá pretender obtener el original de la letra, pero sí que se haga constar en la letra el
pago parcial y que se le entregue recibo del mismo (art. 45.3 LCCh). 

La prestación cambiaria consiste siempre en una cantidad de dinero cierta y determinada, expresada en euros o
moneda extranjera convertible admitida a cotización oficial (arts. 1.° 2 y 47 LCCh). Si existe discordancia entre la
cantidad expresada en letras y la expresada en cifras, la misma se resuelve haciendo prevalecer la que figura en
letras, sin duda por pensar que el error se comete más difícilmente por este procedimiento que al expresar la
cantidad en cifras (vid. art. 7 LCCh). 

C. PAGO ANTICIPADO Y PRÓRROGA DE PAGO.

La letra posee un término o día de vencimiento y los dos siguientes, dentro de los que el tenedor debe pre sentarla
al librado solicitando su pago. Se habla de pago anticipado cuando, sin modificarse el día de su vencimiento, el
portador recibe su valor del deudor cambiario antes del día fijado para el vencimiento en el tenor literal de la letra.
El pago anticipado puede presentarse en todas las fórmulas de giro, menos en las letras libradas a la vista
precisamente porque en ellas, como hemos visto anteriormente, falta el término de vencimiento. 

El pago anticipado no puede ser exigido por el librado al tenedor (aunque tampoco puede este pretender anticipar el
vencimiento), pues el término del vencimiento de la letra se establece tanto en beneficio del deudor como del
tenedor. Por ello manda la Ley que el portador de una letra no estará obligado a percibir su importe antes de su
vencimiento, añadiendo que el librado que pague antes del vencimiento «lo hará por su cuenta y riesgo» (art. 46
LCCh), por lo que podría verse eventualmente obligado a efectuar un doble pago si hubiese pagado a quien no era
tenedor legítimo del documento. 

Por el contrario, la prórroga de pago presupone que el acreedor y el deudor cambiarios convienen que el pago de la
letra no atendida el día de su vencimiento no será exigido hasta un momento posterior. Se aplaza la exigibilidad de la
obligación cambiaria inter partes, aplazamiento que parece irrelevante frente a los restantes obligados cambiarios,
en el caso de que los hubiere. Nos encontramos ante un pacto extracambiario. 

D. EL PAGO VOLUNTARIO DE LA LETRA: CONDICIONES DE VALIDEZ Y EFEC TOS.

Presentada la letra al librado el día de su vencimiento puede ocurrir que sea pagada o, por el contrario, que su
portador no vea satisfecha la orden de pago que la letra incorpora. Aquí nos centraremos en el pago voluntario y
ordinario de la letra (es decir, el realizado a su vencimiento por el librado, sea aceptante o no), aunque sin olvidar la
posibilidad del pago extraordinario (realizado por cualquier otro obligado cambiario). Del pago forzoso, es decir el
verificado por medio de las correspondientes acciones cambiarias tras quedar inatendido el pago al vencimiento, nos
ocupamos más adelante. 

Cuando la letra es pagada por el librado, sea o no aceptante (pago ordinario) se satisface la pretensión del acreedor
y se extinguen todas las obligaciones cambiarias, dado que el título ha llegado a buen fin (cfr. art. 1.170 C.c.) y se ha
atendido el mandato de pago contenido en la letra. El librado que paga cumple su obligación y se libera de su deuda,
acreditándose este hecho mediante la recuperación o rescate de la letra (art. 45.1 LCCh). Ésta es, por ello mismo, un
título de rescate, de modo que su posesión por el librado, tras el vencimiento, hace presumir que la letra ha sido
pagada por él (art. 45.1, in fine, LCCh) (no obstante, ya se dijo que en el caso de letras donde figure como tenedor
una entidad de crédito, se relativiza la nota del necesario rescate, al quedar sustituida la entrega de la letra por la
entrega de un documento acreditativo del pago). 

Pero no cualquier pago produce los efectos solutorios anteriormente descritos, sino que éstos sólo se producen
cuando el librado paga la letra a su tenedor legítimo y no a otra persona que no lo sea. Tenedor legítimo es, como
sabemos, el tomador o el último endosatario que ha recibido la letra después de una cadena regular de endosos, es
decir, quien se halla externa o formalmente legitimado en la letra misma, y lo es también el poseedor que la ha
recibido por procedimiento civil legítimo (v. gr.: por sucesión hereditaria) del tenedor cambiario. Sobre el librado
recae el deber —si quiere liberarse de comprobar la legitimación del tenedor sin incurrir en dolo o culpa grave. A tal
efecto estará obligado a comprobar la regularidad de la serie de endosos, pero no la autenticidad de la firma de los
endosantes, riesgo éste que no recae sobre él (art. 46.3 LCCh). 

En cuanto a los efectos que produce el pago de la letra, éstos varían según cuál sea la persona que lo verifica: si se
trata del pago ordinario, por el librado, se produce el «buen fin de la letra y se extinguen las obligaciones de todos
los firmantes de la letra; en los casos de un pago extraordinario realizado por un endosante, se extinguen las
obligaciones de todos los endosantes posteriores (y sus avalistas), pero no las de los endosantes anteriores, la del
librador, ni la del aceptante (o sus avalistas), pudiendo el pagador repetir su importe, más los gas tos generados,
contra cualquiera de ellos; el pago extraordinario realizado por el librador extingue todas las obl igaciones menos la
del aceptante (o la de su ava lista), por lo que, en caso de letras no aceptadas sí se extinguen todas las obligaciones
cambiarias. En fin, el pago verificado por un avalista extingue todas las obligaciones que se hubieran extinguido de
haber pagado el avalado, y aquél podrá repetir el pago de éste y de sus deudores cambiarios. 

IV. EL PAGO FORZOSO DE LA LETRA.

Si presentada la letra al cobro el día del vencimiento no es voluntariamente pagada por el librado, el tenedor ve
inatendido el derecho incorporado a la letra. De ahí que el ordenamiento conceda al acreedor insatisfecho la
posibilidad de exigir judicialmente el pago de la letra, mediante diversas facultades que permiten obtener coactiva y
forzosamente la prestación que voluntariamente no ha sido cumplida. 

El pago de la letra por vía judicial puede obtenerse por procedimientos típicamente cambiarios (acciones
cambiarias), caracterizados por tratar con una notable severidad a los obligados cambiarios. Las acciones cambiarias
pueden ser de dos clases: directa, contra el aceptante y sus avalistas; y de regreso, contra el librador, endosantes y
sus avalistas (es decir, contra cualquiera que firma la letra distinta del aceptante). La acción directa procede en el
caso de falta de pago y no depende del cumplimiento de formalidad o requisito alguno (como pueda ser el
levantamiento del protesto) (así, el art. 49.2 LCCh); en tanto que las acciones de regreso se atribuyen al portador
siempre que éste haya cumplido una determinada formalidad: el levantamiento de protesto notarial o las
declaraciones legalmente equivalentes por falta de aceptación o de pago de la letra, tras la oportuna presentación
infructuosa (art. 63 LCCh). Cumplido este trámite, el acreedor podrá dirigirse en vía de regreso indistinta o
conjuntamente contra cualquier obligado cambiario, en virtud de la especial solidaridad que l iga a todos ellos (arts.
50.1 y 57 LCCh). Y ello, tanto por la vía cambiaria (a través del juicio cambiario previsto en los arts. 819 ss. LEC), como
por la vía ordinaria. 

Además de los procedimientos cambiarios, y puesto que la letra incorpora una obligación dineraria cuya causa u
origen radica en un negocio extraño a ella, el legislador reconoce la posibilidad de reclamar del deudor los derechos
derivados de dicha relación subyacente (acciones que quedaron entretanto en suspenso: art. 1.170 C.c.), siempre,
obviamente, que el acreedor hubiese sido parte en el negocio subyacente o resultase cesionario de los derechos que
se deriven del mismo (p.ej.: en virtud de una previa cesión de la provisión: cfr. art. 69 LCCh). Se trata de la llamada
«acción causal», procedimiento sin duda menos rápido y seguro que el cambiario, en el que, además, se trata al
deudor con me norseveridad. En fin, y como remedio extremo, la Ley reconoce la denominada acción de
enriquecimiento al tenedor que hubiera perdido la acción cambiaria y la causal, como vía para permitir a dicho
tenedor de la letra perjudicada reclamar su importe frente a quien se hubiera visto injustificadamente enriquecido
como consecuencia de la liberación de sus obligaciones cambiarias (art. 65 LCCh). 

Corresponde ahora analizar los diversos procedimientos para obtener el pago de la letra en vía judicial. Por su
interés y frecuencia práctica, se dedicará especial atención al pago forzoso por vía cambiaria. Como se ha dicho,
impagada la letra por el librado, al margen de la posibilidad de ejercitar la acción directa contra el librado-aceptante
(o su avalista), el tenedor puede exigir judicialmente su pago en vía de regreso, y a su elección, de cualquier obligado
firmante de la letra. Para ello, el tenedor debe acreditar fehacientemente, no sólo que ha pre sentado la letra al
cobro precisamente el día de su vencimiento sino, además, que no ha sido pagada, porque el pago por
procedimiento judicial contra los obligados en vía regresiva sólo procede si el librado se ha negado a pagar la letra.
Pues bien, la negativa de pago (o, en su caso, la negativa a la aceptación) del librado se ha de probar necesariamente
por un medio típicamente cambiario: el protesto, del que nos pasamos a ocupar. 

A. EL PROTESTO.

a) Significado y procedimiento. Tradicionalmente, en el Derecho cambiario el protesto era un acto realizado por un
Notario y elevado por él a documento público a requerimiento del tenedor de la letra, por medio del cual aquél
presentaba la letra al librado requiriéndole para su aceptación o pago, y para que a la vista de la letra, el librado
manifestase las razones que, en su caso, y si lo estimaba oportuno, le inducían a no aceptar o a no pagarla. Por ello
mismo, el protesto probaba fehacientemente que la letra había sido presentada a la aceptación o al pago por el
Notario, y que no había sido atendida por el librado. Naturalmente, por todo ello, en la estructura legal del Código
de comercio, el protesto por falta de aceptación o de pago era un medio esencial para que el tenedor pudiera
ejercitar las acciones de regreso (contra el librador, los endosantes o sus avalistas) pero también la acción directa
contra el aceptante. 

La vigente Ley Cambiaria introdujo una profunda reforma en la materia, que tiende, en líneas generales, a flexibilizar
el protesto. Incorpora en sus artículos 49 a 56 un régimen del protesto sustancialmente diferente al contenido en el
Código de comercio. Las notas fundamentales de este régimen consisten sintética mente en lo siguiente: a) no es
necesario el levantamiento de protesto para ejercitar las acciones cambiarias frente al aceptante de una letra de
cambio y sus avalistas (art. 49 LCCh); b) es posible sustituir el protesto notarial por otros procedimientos que
producen los mismos efectos (art. 51.2 LCCh); c) el protesto tan sólo es necesario, en principio, para poder ejercitar
las acciones de regre so contra endosante, librador o sus avalistas, no la acción directa. Pero incluso en algunos
supuestos de ejercicio de acciones de regreso no resultará necesaria la realización de protesto previo [vid. art. 50,
letras b) y c), en relación con art. 51.6 LCCh]; d) si se levanta protesto por falta de aceptación, ya no es necesario
realizar el protesto por falta de pago (art. 51.5 LCCh); e) es posible dispensar del levantamiento del protesto
mediante cláusula expresa en la letra, firmada por algún obligado en vía de regreso (la denominada cláusula «sin
gastos»: art. 56 LCCh). 

El procedimiento previsto en la Ley para levantar el protesto notarial se desprende de los artículos 52, 53 y 54 LCCh y
se verifica de la forma siguiente. Impagada la letra el día de su vencimiento, se presenta al Notario en uno de los
ocho días hábiles siguientes al vencimiento de la letra de cambio (art. 51.4 LCCh). A partir de ahí, el Notario declara
protestada la letra mediante acta en la que se copiará o reproducirá la letra, notificándolo al librado mediante cédula
(que entrega el Notario o persona que él designe) en uno de los dos días hábiles siguientes (art. 52 LCCh). Realizada
la notificación, el Notario retendrá la letra hasta las catorce horas del segundo día hábil siguiente al de la
notificación, plazo durante el cual el librado podrá examinar la letra en el despacho del Notario y hacer las
manifestaciones que estime pertinentes, aceptar la letra o satisfacer su importe y los gastos del protesto.
Transcurridos estos plazos sin que la letra haya sido pagada, el Notario devolverá al tenedor en el plazo de los cinco
días hábiles siguientes la letra y copia del acta del protesto si la hubiera solicitado (art. 53.4 LCCh). Si la letra pro
testada contuviera indicaciones o fueren varios los librados, se reproducirá el protesto o se les notificará a todos los
que residieren en la misma población. Con ello, el protesto queda consumado y produce los efectos que le son
propios [cfr. infra, sub d)]. 

b) Clases de protesto. Hasta aquí se ha hecho referencia básicamente al protesto por falta de pago, como forma de
conservar las acciones en vía de regreso por falta de pago, pero no se trata del único protesto previsto en la Ley.
Según el hecho causante, puede distinguirse entre el protesto por falta de aceptación [al que se aludió al tratar la
presentación a la aceptación: supra, Capítulo 43, sub I.D)) y el protesto por falta de pago (art. 51.1 LCCh). 

Si el tenedor solicitó el levantamiento de protesto por falta de aceptación, queda eximido tanto de presentar la letra
al pago como de levantar, en su caso, el protesto por falta de pago (art. 51.5 LCCh). 

c) Declaraciones equivalentes y sustitutivas del protesto notarial. La Ley prevé en su artículo 51.2, que el protesto
notarial pueda ser sustituido con los mismos efectos cambiarios por los dos tipos de declaraciones siguientes: la
declaración, de carácter privado, del propio librado escrita en la letra, firmada y fechada por él, mediante la cual se
deniegue la aceptación o el pago de la letra; y la declaración del domiciliatario o, en su caso, de la Cámara de
Compensación, mediante la cual se deniegue el pago o se declare que no ha sido pagada. 

Del contenido del precepto resulta evidente que la falta de aceptación de la letra tan sólo puede ser acreditada
mediante la declaración del propio librado; mientras que su falta de pago podrá serlo tanto por la declaración del
librado como por la del domiciliatario o por la de una Cámara de Compensación. La Ley no califica expresamente
estos procedimientos como protestos, sino que se limita a señalar que producen «todos los efectos cambiarios del
protesto» (por ello, es habitual referirse a ellos como «declaraciones equivalentes»). Se trata de unos
procedimientos que pueden ser muy útiles en la práctica por los menores gastos que implican y que sustituyen y
equivalen al protesto notarial. Ciertamente, si todo protesto pretende acreditar que la letra fue presentada a su
aceptación o al pago y no fue aceptada o pagada por el librado, parece suficiente la declaración que así lo exprese de
los propios interesados e intervinientes en la letra. No obstante, no puede emplearse esta vía alternativa al protesto
cuando el librador haya exigido expresamente en la letra (en las cláusulas facultativas) el levantamiento de protesto
notarial (art. 51.2 LCCh). Por otra parte, tales declaraciones equivalentes han de realizarse en los mismos plazos que
la Ley establece para el protesto. 

d) Efectos del protesto (o declaración equivalente). Presentada una letra al cobro el día de su vencimiento y no
siendo voluntariamente pagada por el librado, el tenedor puede adoptar una conducta activa consistente en solicitar
en tiempo y forma el levantamiento del protesto, bien mediante el procedimiento notarial, bien mediante las
declaraciones legalmente equivalentes o, por el contrario, puede adoptar una posición pasiva ante el impago. De
una u otra actitud se desprenden efectos diversos, de los que nos hemos ocupado anteriormente, pero que conviene
recordar. 

1. En efecto, si se levanta protesto notarial por falta de pago o se obtienen las declaraciones equivalentes, su
existencia genera los siguientes efectos: a) así, prueba o acredita que el tenedor ha presentado la letra al cobro al
librado el día de su vencimiento, lo cual es, sin duda, exacto en presencia de las declaraciones equivalentes, pero
debe afirmarse con reparos en el caso del protesto notarial; b) acredita la falta de pago de la letra por parte del
librado; c) prueba de modo fehaciente, sólo cuando se trate de protesto notarial, el contenido de la letra en el
momento del protesto, puesto que la Ley ordena que el acta de protesto con tenga copia literal o reproducción de la
misma (art. 52.2 LCCh), mientras que las declaraciones equivalentes no poseen esta finalidad; d) cumple el requisito
o presupuesto legal mínimo indispensable para que el tenedor pueda ejercitar la acción cambiaria de regreso contra
el librador, los endosantes o sus avalistas (arts. 49 ss. LCCh) («eficacia conservativa» del protesto). Si el protesto es
por falta de aceptación total o parcial, aparte de acreditar la falta de aceptación, el protesto posibilita ejercitar las
acciones cambiarias de regreso conforme permiten los artículos 50 y 51 de la Ley. 

La notificación mediante cédula del protesto notarial al librado permite a éste aceptar o pagar voluntariamente la
letra mientras está en poder del Notario, siempre que lo haga antes de su entrega al tenedor que solicitó su
levantamiento, y, en todo caso, posibilita que el librado manifieste ante el Notario, para su inclusión en el acta de
protesto, las alegaciones que tenga por conveniente (la falsedad de la aceptación, la falta de provisión, que la letra
no le fue presentada, etcétera). 

En conclusión, el protesto notarial o las declaraciones equivalentes despliegan importantes efectos probatorios,
pero, sobre todo, «conservativos», al constituir una conditio iuris o requisito formal del que depende que el tenedor
de la letra pueda ejercitar la acción cambiaria de regreso. No obstante, esta regla general tiene algunas excepciones,
como son: la existencia de la cláusula «sin gastos» en la letra, que, como veremos, dispensa de realizar el protesto; la
declaración de concurso del librado (aceptante o no), o el embargo infructuoso de sus bienes; o la declaración de
concurso del librador de una letra cuya presentación a la aceptación haya sido prohibida, pues en estos dos últimos
casos bastará la presentación de la oportuna resolución judicial para que el portador de la letra pueda ejercitar sus
acciones cambiarias de regreso antes del vencimiento y sin necesidad de levantar protesto (vid. arts. 50 y 51.6
LCCh). 

2. Por el contrario, si la letra no es pagada y el tenedor no la hace protestar notarialmente o no constan las
declaraciones equivalentes en tiempo y forma, aquél pierde todos los efectos anteriormente mencionados [vid. art.
63.b)]. Esta situación se describe diciendo que la letra está perjudicada, lo cual significa que su tenedor no podrá
exigir su pago mediante las acciones cambiarias de regreso. Todo ello puede afirmarse también para el caso de que
el tenedor pretenda ejercitar la acción cambiaria de regreso antes del vencimiento de la letra, cuando se hubiere
denegado total o parcialmente la aceptación (art. 63.2 LCCh). 

Con todo, y según se dijo, aunque el tenedor de la letra impagada no levante el protesto notarial o no obtenga las
declaraciones equivalentes, conserva las acciones cambiarias directas contra el aceptante y sus avalistas (así,
expresamente el art. 49 LCCh), pues aquél no se obligó bajo condición del protesto. Así pues, la letra en ningún caso
se perjudica por falta de protesto frente al obligado principal y sus avalistas. A ello podemos añadir que, a tenor de
lo dispuesto en el artículo 63 de la Ley, tampoco el tenedor pierde sus acciones cambiarias frente al aceptante y su
avalista, incluso en el caso de que no hubiere presentado la letra al cobro. 

e) La cláusula «sin gastos»; significado y efectos. La facultad de todo tenedor de una letra de levantar el protesto
notarial u obtener las declaraciones equivalentes, si no es aceptada o pagada voluntariamente el día de su
vencimiento, tiende a ser excluida mediante la expresión en la letra misma de la cláusula «sin gastos», «sin
protesto», o fórmula equivalente. Se pretende eliminar el protesto, no sólo porque genera gastos (los honorarios
notariales), sino también por las molestias y por la perjudicial publicidad que puede producir al librado. 

La Ley Cambiaria regula esta importante cláusula en su artículo 56, siguiendo la legislación uniforme de Ginebra. La
referida cláusula puede incluirse y firmar se por el librador, por un endosante o por sus avalistas. En el primer caso,
afecta a todos los obligados en vía de regreso, mientras que en los otros casos producirá efectos sólo en relación a
quienes la insertaron y posteriores tenedores y firmantes de la letra. Ahora bien, la cláusula exime de tener que
levantar protesto por falta de aceptación o de pago, pero en modo alguno exonera de presentarla al pago en el
momento oportuno, pues, caso de no hacerlo así, el tenedor perderá sus acciones de regreso; ni le dispensa de
comunicar la falta de pago a los restantes obligados (art. 56.2, en relación con el art. 55). 

Si, solicitado el pago del librado, éste no lo verifica, el tenedor, sin necesidad de protestar la letra, podrá exigir
judicialmente el pago ejercitando la acción cambiaria de regreso, sin que los obligados cambiarios (librador,
endosantes o sus avalistas) afectados en cada caso por la cláusula puedan alegar el perjuicio de la letra por falta de
protesto. Estos obligados cambiarios se comprometen a pagar sin subordinar la exigibilidad de su obligación al
levantamiento del pro testo, y así consta en la propia letra en el momento de asumir sus respectivas obligaciones
cambiarias. De manera similar, podrán ejercitarse anticipadamente las acciones en vía de regreso cuando la letra,
que contenga la cláusula sin gas tos, no haya sido aceptada. 

B. EL DEBER DE COMUNICAR LA FALTA DE ACEPTACIÓN O DE PAGO.

La Ley Cambiaria y del Cheque, siguiendo la legislación uniforme de Ginebra, impone al tenedor el deber de
comunicar en el plazo de ocho días hábiles a su endosan te, al librador y, en su caso, a los avalistas la falta de
aceptación o de pago (vid. art. 55). El plazo se computa, según los casos, desde la fecha del protesto, desde la que
figure en la declaración equivalente, o desde la fecha de presentación de la letra (en el caso de «devolución sin
gastos»). Esta comunicación puede hacerse de cualquier forma, pero su prueba incumbe al obl igado a darla. A su
vez, el endosante que recibió la comunicación deberá transmitirla a su endosante anterior en el plazo de dos días
hábiles, y así hasta llegar al librador. 

A diferencia de lo que ocurría bajo el régimen del Código de comercio —donde la falta de comunicación o
notificación del protesto a los obligados cambiarios llegaba a producir el perjuicio de la acción de regreso—, en la
actualidad, la ausencia de estas comunicaciones o avisos no priva en ningún caso al acreedor cambiario de su acción,
y únicamente será responsable del posible «perjuicio causado por su negligencia, sin que lo reclamado por daños y
perjuicios pueda exceder del importe de la letra de cambio» (art. 55.6 LCCh). Con ello se refuerza
extraordinariamente la posición del acreedor cambiario. 

C. EL PAGO POR INTERVENCIÓN.

Antes de entrar en el estudio de las acciones cambiarias es preciso hacer referencia a una posibilidad de pago
prevista en la Ley, aunque cada día menos utilizada. Se trata de la intervención en el pago, similar a lo que vimos
podía ocurrir con la aceptación (cfr. supra capítulo 43 sub I.E)]. 

Al igual que en este caso, la intervención en el pago que tiene por finalidad evitar el ejercicio de las acciones de
regreso por el tenedor— puede realizarse por persona designada en el propio título por el librador, un endosante o
un avalista; o puede producirse por una persona no expresamente indicada en el título que intervenga por cuenta de
cualquiera de los obligados en vía de regreso (el interviniente no precisa ser un tercero, sino que puede ser el mismo
libra do o cualquier obligado salvo el aceptante). 

En cuanto al momento de realizar el pago por intervención, éste puede producirse siempre que el tenedor tenga
abierta la vía de regreso (es decir, en los casos previstos en el art. 50 LCCh), pero nunca más tarde del día siguiente al
último permitido para levantar protesto por falta de pago (art. 74 LCCh). El tenedor no puede rechazar el pago por
intervención, so pena de perder las acciones de regreso contra todos los obligados cambiarios que habrían resultado
liberados si el pago por intervención hubiese sido aceptado (art. 75.1 LCCh). 

En caso de varios ofrecimientos de intervención, la Ley da preferencia a aquel que libere a mayor número de
obligados (art. 75.2 LCCh). En todo caso, la intervención deberá hacerse constar por escrito mediante recibí firmado
en la letra, indicando la persona por cuya cuenta se interviene (a falta de indicación la i tervención se entiende
realizada a favor del librador) (art. 78.1), debiendo comprender la cantidad total a satisfacer por ella (art. 74). Una
vez hecha la intervención, quedan liberados todos los firmantes posteriores a aquel por cuenta del cual se ha
efectuado, y el interviniente adquiere los derechos derivados de la letra para resarcirse del importe satisfecho frente
al obligado por cuya cuenta intervino y contra quienes respondan frente a dicho obligado. De esta forma, si intervino
por el librador, podrá exigir el reembolso de él, pero no de los endosantes, que quedarán liberados, si intervino por
un endosante, podrá dirigirse contra él, contra el librador y contra los endosantes anteriores, pero no contra los
posteriores, que quedarán liberados. 

D. LAS ACCIONES CAMBIARIAS.

a) Introducción. Presentada una letra al cobro, impagada y protestada notarialmente (u obtenidas las declaraciones
equivalentes por falta de pago del librado, del domiciliatario o de la Cámara de Compensación) en tiempo y forma, el
tenedor acredita fehacientemente frente a todos que no se ha producido el pago voluntario de la letra, quedando
legitima do para exigir judicialmente su reembolso. En este caso, para exigir el pago en vía judicial, el tenedor
dispone de dos acciones distintas, ambas de naturaleza cambiaria. 

En general, el régimen de las acciones cambiarias previsto en la Ley Cambiaria y del Cheque se ha visto simplificado
si se compara con el confuso régimen jurídico que se preveía en el Código de comercio. Así, en primer lugar, el
ejercicio de la acción en vía directa (es decir, contra el aceptante o su avalista) no requiere, como sabemos, el
levantamiento de previo protesto. En segundo lugar, la cantidad a reclamar por el tenedor será sustancialmente la
misma tanto si se ejercita la acción directa como en vía de regreso, a saber: el importe de la letra con sus intereses
(caso de haberse estipulado); el interés legal de dicho importe desde la fecha de vencimiento (o desde la fecha de
pago, cuando la acción se ejercita por uno de los obligados cambiarios que haya reembolsado la letra frente a otro
obligado anterior: art. 59) de la letra incrementado en dos puntos y los demás gastos que se hayan producido (v. gr.:
el del protesto) (art. 58 LCCh). Por último, el régimen de las posibles excepciones que pueda oponer el deudor
cambiario es el mismo, cualquiera que sea la acción ejercitada (vid. arts. 20 y 67 LCCh). 

Por lo demás, conviene señalar que el artículo 57 de la Ley Cambiaria somete a todos los obligados cambiarios
(librador, aceptante, endosantes y avalistas) a una responsabilidad solidaria frente al tenedor de la letra. Esta
solidaridad se diferencia notablemente de la contenida en el régimen derogado del Código de comercio, en cuya
virtud, si el tenedor había ejercitado la acción contra un obligado determinado no podía dirigirla contra los demás, a
menos que el primero resultara insolvente o el tenedor sólo hubiera recibido de él una parte del valor de la letra. Por
el contrario, según el régimen legal actualmente vigente, el tenedor puede elegir libremente el obligado contra el
que quiera dirigirse y puede hacerlo también contra todos ellos conjuntamente, sin necesidad de observar el orden
en que se hubieran obligado los distintos firmantes, y sin que la elección de un obligado cambiario le impida
proceder contra los demás, sean anteriores o posteriores al primer demandado. 

b) Clases de acciones cambiarias. Las acciones cambiarias reconocidas en la Ley son esencialmente de dos clases: la
acción directa contra el aceptante o su avalista, que surge en los casos de falta de pago de la letra (art. 49 LCCh); y la
acción de regreso contra el librador, endosantes o sus avalistas, acción que surge también en los casos de falta de
pago (art. 50.1 LCCh) (de hecho, en los supuestos de falta de pago el tenedor puede elegir libremente entre una u
otra acción). 

Pero la acción de regreso surge también en ciertas hipótesis previas, que hacen presumir que la letra no será
atendida a su vencimiento. En efecto, existen determinados casos en que la Ley autoriza, en beneficio del acreedor
cambiario, el ejercicio anticipado de la acción de regreso (es decir, «antes del vencimiento», lo que no debe llevar a
entender que se produce el vencimiento anticipado de la letra). Se trata de los siguientes: 1.) De una parte, la falta —
total o parcial, de aceptación (art. 50.2, a) LCCh]. Quiere esto decir, que ante la falta de aceptación de la letra por el
librado, y presumiendo que éste tampoco atenderá el pago al vencimiento, la Ley permite accionar en vía de regreso
contra los firmantes de la letra exigiendo de ellos el pago de los conceptos enumerados en el artículo 58 LCCh; 2.)
cuando el librado, sea o no aceptante, haya sido declarado en con curso de acreedores o haya resultado infructuoso
el embargo de sus bienes; y 3.9) cuando el librador de una letra, cuya presentación a la aceptación haya sido
prohibida, sea declarado en concurso. Estas situaciones, debidamente probadas (cfr. art. 51 , in fine), legitiman al
tenedor para dirigirse contra uno, varios o todos los obligados en vía de regreso, exigiéndoles el reembolso
anticipado de la letra. Pero como en algunos casos esto puede resultar excesivo para los obligados regresivos, la
propia Ley quiere que puedan éstos, en los dos últimos casos, evitar el pago, solicitando del Juez un plazo para el
pago, que nunca puede ex ceder del previsto para el vencimiento de la letra (art. 50.3). 

Al margen de ello, según sabemos, los requisitos para el ejercicio de cada una de las acciones son distintos: mientras
que la acción directa puede ejercitar la el tenedor contra el aceptante o su avalista aunque no haya levantado
oportunamente el protesto notarial por falta de pago ni obtenido las declaraciones equivalentes (cfr. art. 49.2 LCCh),
la acción en vía de regreso sólo puede ser ejercitada en principio por el tenedor si previamente ha levantado el
protesto por falta de pago (o, en su caso, por falta de aceptación) en tiempo y forma u obtenido las declaraciones
equivalentes (cfr. art. 63 LCCh). Sin protesto hay, sin duda, acción directa contra el aceptante, pero no acción en vía
de regreso. De este último efecto se excluyen las letras que llevan incorporada la cláusula «sin gastos», como hemos
visto en el lugar oportuno (cfr. art. 56), y hay que entender que también resulta innecesario en los casos en que la
vía de regreso se entable por concurso del librado o del librador de una letra no sujeta a aceptación, donde será
suficiente la presentación del correspondiente auto declarativo del con curso (art. 51.6 LCCh). 

c) Ejercicio de las acciones cambiarias. Las acciones anteriores pueden ejercitarse tanto por la vía declarativa
ordinaria (bien en juicio ordinario o verbal, en función de la cuantía reclamada: cfr. arts. 249.2 y 250.2 LEC) o bien,
como será lo normal, acudiendo a la vía procesal privilegiada que le brinda el artículo 66 LCCh, es decir, por el cauce
del juicio especial cambiario (arts. 819-827 LEC) en reclamación de los importes a que hacen referencia los artículos
58 y 59 LCCh y sin necesidad de previo reconocimiento judicial de las firmas (art. 66 LCCh). 

El régimen procesal de esta acción será con carácter general el previsto en la Ley de Enjuiciamiento Civil (para los
detalles procesales del juicio cambiario remitimos al análisis de los mencionados arts. 819 a 827 LEC). Ello, no
obstante, la Ley Cambiaria ha introducido algunas particularidades de suma trascendencia. En primer lugar, las
excepciones que el deudor cambiario puede oponer al tenedor de la letra son exclusivamente las previstas en el
artículo 67 de la Ley. En coherencia con dicho precepto se señala en el artículo 824.2 LEC, al referirse a la «oposición
cambiaria», que «el deudor cambiario podrá oponer al tenedor de la letra todas las causas o motivos de oposición
previstos en el artículo 67 LCCh». 

Pero en ocasiones, el tenedor insatisfecho no quiere o no puede (p.ej.: si la letra no figura en papel timbrado fiscal)
recurrir al juicio cambiario para obtener la condena judicial al pago de la letra. En su lugar, como se dijo, puede
ejercitar las acciones cambiarias por la vía ordinaria, a través del proceso declarativo que corresponda por la cuantía
(juicio ordinario si la cuantía de la demanda excede de 6.000 euros, o juicio verbal si la cuantía de la demanda no
excede de dicha cantidad: arts. 249.2 y 250.2 LEC). 

E. LAS EXCEPCIONES CAMBIARIAS.

El deudor cambiario, demandado por alguna de las acciones antes expuestas, puede oponer al demandante
determina dos hechos o circunstancias que permiten enervar la acción ejercitada. 

Tales hechos, denominados excepciones, adquieren una importancia esencial en el esquema de toda ordenación
cambiaria, pues la mayor o menor generosidad en el reconocimiento de excepciones afecta directamente a la
posición del acreedor demandante. En Derecho español, tales medios de defensa aparecen enumerados de una
forma que pretende ser completa y exhaustiva por los artículos 20 LCCh (incluido en materia de endoso) y 67 LCCh. A
la vista de tales preceptos, puede distinguirse en el plano dogmático, y de acuerdo con una clasificación doctrinal
clásica, entre excepciones personales y excepciones reales. Las excepciones personales son aquellas que derivan de
las relaciones personales entre el deudor cambiario que opone la excepción y el tenedor de la letra (generalmente
por haber sido ambos partes en el negocio que dio lugar a la emisión o transmisión de la letra). En tanto que serían
excepciones reales las derivadas del propio documento, y oponibles por el deudor contra cualquier tenedor
cambiario. 

Dicha clasificación ha sido acogida en ediciones anteriores de este Manual. No obstante, no deja de suscitar ciertos
reparos, puestos de relieve por un auto rizado sector doctrinal (PAZ-ARES, EIZAGUIRRE). En su lugar se propone
distinguir, de una parte, entre excepciones cambiarias y extracambiarias. Las excepciones cambiarias son aquellas
que derivan de la propia obligación cambiaria, pudiendo ser de naturaleza real o personal (son las enumeradas en el
art. 67.2 LCCh). Por su parte, las excepciones extracambiarias (básicamente las previstas en el art. 67.1 LCCh) son
aquellas que se basan en las relaciones personales del demandado por la acción cambiaria, sea con tenedores
anteriores al que reclama, sea con este último (De EIZAGUIRRE). 

A su vez —y esto es lo decisivo- algunas de estas excepciones son excluibles, en el sentido de que pueden ser
rechazadas o excluidas por el tenedor, siempre que no haya incurrido en dolo al adquirir la letra: se trata de las
excepciones extracambiarias y de las excepciones cambiarias personales; en tanto que otras excepciones pueden
calificarse de no excluibles por el hecho de que no pueden ser excluidas por ningún tenedor (entrarían aquí las
excepciones cambiarias absolutas o reales). 

En cuanto a la letra de la Ley, ésta dispone que el deudor cambiario sólo podrá oponer al acreedor las excepciones
personales que tenga contra él, pero no las que tuviere contra el librador o tenedores anteriores, salvo que el
tenedor actor hubiere adquirido la letra «a sabiendas en perjuicio del deudor» (arts. 20 y 67.1). Esa adquisición a
sabiendas en perjuicio del deudor no sólo incluye los casos de robo o hurto de la letra cuando quien adquiera
ilegítimamente la misma pretenda reclamar su importe, sino también los casos de transmisión de la letra
precisamente para impedir la oponibilidad de excepciones personales, siempre que el adquirente sea conocedor de
este hecho, y del perjuicio que al deudor se le causaría con ello. 

La regla general que impide al demandado oponer al tenedor excepciones extracambiarias derivadas de relaciones
en las que éste no haya sido parte (salvo que haya mediado adquisición a sabiendas en perjuicio del deudor) conoce,
no obstante, una excepción importante. Se trata de los casos en que la letra se haya librado teniendo como base un
contrato de crédito vinculado, esto es, que sirve exclusivamente para financiar un contrato relativo a la adquisición
de un bien o la prestación de un servicio y ambos contratos «constituyen una unidad comercial desde un punto de
vista objetivo». En tales situaciones de letras aceptadas por consumidores, la Ley prevé la comunicación de
excepciones extracambiarias entre proveedor librador y tenedor concedente de crédito, de forma que los librados
(consumidores) y sus avalistas podrán oponer al tenedor de la letra (sea o no parte en el negocio subyacente) las
excepciones basadas en sus relaciones con el proveedor (p.ej.: por ser los bienes vendidos inservibles). Es la
regulación que deriva de los artículos 24 y 29 de la Ley 16/2011, de 24 de junio, de Crédito al Consumo. 

Siguiendo con la Ley Cambiaria, ésta permite también oponer una serie tasada de excepciones cambiarias: 

a) la inexistencia o falsedad de la firma o declaración cambiaria del deudor (p.ej.: falta de voluntad de obligarse), lo
que sin duda es una excepción oponible frente a cualquier tenedor, pero sólo por aquel obligado cambiario a quien
expresamente se refiera, de forma que la inexistencia o invalidez de una declaración cambiaria no conlleva la de los
demás obligados (cfr. art. 8 LCCh); 

b) la falta de legitimación del tenedor, lo que es discutible que pueda conceptuarse como una verdadera excepción
(SÁNCHEZ CALERO). La legitimación del tenedor se justifica mediante una serie no interrumpida de endosos (art.
19.1 LCCh), por el hecho de haber pagado la letra (arts. 57.3 y 59 LCCh), o por ser cesionario de los derechos
incorporados a la letra en vía ordinaria (art. 24 LCCh); 

c) la ausencia de los requisitos o formalidades esenciales de la letra, bien sean los requeridos para poder hablar de
letra de cambio (arts. 1.° y 2.), bien sean aquellos requisitos esenciales para la eficacia de cada una de las
declaraciones cambiarias (aceptación, endoso o aval), si bien, en este caso dicha ausencia sólo podrá hacerse valer
por cada uno de los obligados por la correspondiente declaración; 

d) la extinción del crédito cambiario que se reclama. Aquí deben incluirse, no sólo los casos de pago, compensación,
condonación, sino todos los supuestos de extinción del crédito (p. ej.: por falta de levantamiento de protesto cuando
se trate de una acción en vía de regreso). 

Todo este régimen de excepciones es aplicable tanto a la acción ejercitada en el marco del juicio cambiario como a la
acción ordinaria, habiendo producido la Ley una mayor clarificación y unidad en su regulación jurídica, frente a la
dispersión anterior. 

F. LA LETRA DE RESACA.

Cuando la letra no ha sido pagada el día de su vencimiento y ha sido protestada en tiempo y forma, el tenedor que
desee reclamar el pago puede hacerlo por vía extrajudicial mediante el libramiento de una «letra de resaca» dirigida
a uno de los obligados en vía de regreso, procedimiento frecuentemente utilizado en otros tiempos cuando el
destinatario residía en plaza distinta a la del acreedor, pero hoy prácticamente en desuso (en buena medida por su
eficacia limitada, al tratarse de una letra no aceptada). Aparece pormenorizadamente regulada en el artículo 62 de la
Ley. 

La letra de resaca es una letra ordinaria en la que el acreedor insatisfecho figura como librador, apareciendo como
librado alguno de los obligados regresivos (librador, endosante y avalistas), y en la cual se presentan, entre otras, las
singularidades siguientes: el importe de la letra girada se integra por el de la letra impagada, por los intereses desde
la fecha del vencimiento (o desde la fecha de pago, si se trata de una letra de resaca librada por un reembolsante),
por los gastos del protesto (y las correspondientes comunicaciones), por un derecho de comisión y por el importe del
timbre de la letra (art. 62 en relación con arts. 58 y 59 LCCh). La fecha ha de ser precisamente la de su libramiento y
no la que constara en la letra impagada, lo cual es relevante para fijar el plazo de su presentación al cobro, puesto
que la «letra de resaca» se ha de girar necesariamente «a la vista». 

G. ACCIONES EXTRACAMBIARIAS.

Además de la acción cambiaria que pue de ejercitar el acreedor insatisfecho a partir del día del vencimiento y del
levantamiento, en su caso, del protesto, o de las acciones anteriores al vencimiento de la letra, los ordenamientos
positivos suelen reconocer al acreedor otras dos acciones para hacer efectiva su pretensión, dirigidas ambas a la
obtención del valor de la letra. Cada una de ellas posee distintos presupuestos para su e jercicio, por lo que conviene
analizarlas por separado. 

a) La acción causal. Se ha visto ya hasta la saciedad que tanto la emisión como la transmisión de la letra tienen su
causa en relaciones jurídicas preexistentes o coetáneas, que suelen generar transmisiones de valor entre los
distintos elementos personales que en ella intervienen. Estas relaciones causales se establecen entre librador y
librado (generando la provisión de fondos del primero al segundo); entre librador y tomador; y entre endosante y
endosatario; y, una vez puesta en circulación la letra, ésta se abstrae de dichas relaciones causales (de ahí que se
predique la autonomía de la letra de cambio). 

Por tanto, cuando una letra es impagada el día de su vencimiento el acreedor insatisfecho puede elegir, para obtener
su importe, entre ejercitar contra cualquier firmante de la letra una de las acciones cambiarias en base a la letra
misma, o ejercitar la acción causal, pero única y exclusivamente contra aquél de quien recibió la letra y con el que se
encontraba vinculado por la concreta relación causal de que se trate. La acción causal es, pues, un recurso procesal
que tutela el derecho del portador de la letra a recibir su importe, pero cuyo fundamento y origen no radica en la
letra misma, sino en las relaciones o negocios jurídicos subyacentes, y es ejercitable exclusivamente contra el sujeto
que en ellos haya sido parte con el tenedor. Imagínese el caso de una compra venta de maquinaria entre dos
comerciantes, cuyo pago se instrumenta en una serie de letras giradas por el vendedor, no a favor de un tercero sino
«a la propia orden», figurando el comprador como librado-aceptante. El librador (vendedor) podrá dirigirse contra el
librado (comprador), tanto sobre la base de las acciones cambiarias como sobre la base de la acción causal derivada
del contrato de compraventa. Además, como sabemos, la entrega de las letras, en el caso apuntado, no produce los
efectos del pago sino con el buen fin de las mismas (art. 1.170 C.c.), quedando entretanto en suspenso «la acción
derivada de la obligación primitiva». Lo que implica igualmente que no se podrán ejercitar ambas acciones
(cambiaria y causal) simultáneamente, aunque sí cabría plantearlas de manera subsidiaria. 

Para el ejercicio de la acción causal por el acreedor es preciso que concurran los siguientes requisitos: 1) que el
acreedor y el deudor a quien se reclame hayan sido parte en la relación subyacente de la que trae causa la acción, o
que se haya producido la denominada «cesión de la provisión», en cuyo caso los derechos derivados de la relación
subyacente se transmiten junto con la letra a quien en cada momento fuera tenedor de la misma: (art. 69.1 LCCh); 2)
que no le haya sido pagada la letra, pues de haberlo sido habría percibido su tenedor el crédito, se habrían
extinguido todas las obligaciones y nada podría exigir en base al negocio causal (cfr. art. 1.170 C.c.); 3) que la letra
haya sido presentada al cobro y protestada por falta de pago en tiempo y forma (o realizada la declaración
equivalente), pues de lo contrario la letra se habría perjudicado por culpa del acreedor y se habrían producido los
efectos del pago (cfr. art. 1.170 C.c.). No obstante, la acción causal debe permitirse al tenedor, aunque no se haya
levantado el protesto, en ciertos casos: cuando ello haya sido imposible por fuerza mayor (art. 64 LCCh) y cuando la
letra llevara la cláusula «sin gastos». 
Por otra parte, aunque la acción causal no se fundamenta en el título, habrá de presentarse con la demanda la letra
que no fue pagada, no sólo para evitar que, prevaliéndose de ella pueda volver a exigirse su pago por segunda vez,
sino fundamentalmente para permitir al deudor que la paga que, al recibir la letra del juzgado, con ella pueda exigir
de otro obligado cambiario (si existe) el reembolso de lo que se ha visto compelido a pagar. Ello se señala
expresamente para el caso de que haya existido cesión de la provisión en el artículo 69.2 LCCh. De lo expuesto se
desprenden con claridad tres conclusiones. En primer lugar, que el tenedor que dejó perjudicar la letra por no
presentarla al cobro o por no protestarla en tiempo y forma, pierde la posibilidad de ejercitar la acción causal contra
su deudor en base a una relación causal (art. 1.170 C.c.). En segundo lugar, que los presupuestos para el ejercicio de
la acción causal son idénticos a los que permiten el ejercicio de la acción cambiaria ordinaria en vía de regreso, por lo
que se pierde la posibilidad de ejercitar aquélla si se pierden las acciones cambiarias de regreso. Por el contrario,
permanecería subsistente en tales casos la acción cambiaria directa contra el aceptante (y su avalista), ya que el
tenedor puede ejercitarla, según la Ley, aunque no haya levantado el protesto en tiempo y forma (art. 49.2 LCCh).
Por ello mismo, la acción causal podrá ejercitarse contra el aceptante cuando el actor haya sido parte con él en la
relación causal, aunque no se haya levantado el protesto. En tercer lugar, que la acción causal no es una acción
cambiaria, sino extracambiaria, montada sobre las relaciones jurídicas que subyacen a la emisión de la letra (v. gr.:
compraventa, préstamo, etc.). Por ello, puede dudarse de que a esta acción sea aplicable el plazo de prescripción
propio de las acciones procedentes de letras de cambio, plazo establecido por el artículo 88 de la Ley. Quiere ello
decir que, prescritas las acciones cambiarias a los tres años, al año o, en su caso, a los seis meses, el tenedor de la
letra podrá ejercitar la acción causal en tanto no transcurran quince años. 

b) La acción de enriquecimiento. De lo expuesto hasta ahora resulta que, ante el impago voluntario de la letra, el
tenedor dispone para exigir su reembolso de dos acciones cambiarias y de una acción causal, entre las cuales puede
elegir según le convenga, dentro de los límites de ejercicio de cada una de ellas. Pero para que el tenedor de la letra
pueda ejercitar cualquiera de tales acciones es imprescindible que la letra no se haya perjudicado, perjuicio que se
produce sólo frente a los obligados regresivos si el tenedor no la presenta a la aceptación o al cobro en el momento
debido, o si, en defecto de aceptación o de pago, no la protesta en tiempo y forma. Quiere ello decir que el tenedor
negligente que incida en cualquiera de las causas de perjuicio de la letra, no podrá exigir su pago por medio de las
acciones cambiarias, ni tampoco por medio de la acción causal, contra los obligados cambiarios en vía de regreso.
Por el contrario, como sabemos, la acción cambiaria directa contra el aceptante no se hace depender del
levantamiento del protesto, aunque, obviamente, resulte posible perder dicha acción cambiaria por prescripción. 

La pérdida de las acciones descritas por el incumplimiento de meros requisitos formales causaría un perjuicio
excesivo al tenedor, quien no podría exigir judicialmente el reembolso, enriquecería injustificadamente al sujeto
cambiario que hubiera recibido el valor de la letra y empobrecería al acreedor. Estos efectos se producirían
inexorablemente si el legislador no concediera al tenedor que dejó perjudicar la letra un último recurso procesal
para obtener el valor económico que la letra incorpora. Este recurso se concede a través de la llamada acción de
enriquecimiento, prevista básicamente para los casos de letra «perjudicada o caducada» por no haber llevado a cabo
el protesto o declaración equivalente, aunque la Ley parece también extenderlo a los casos de pérdida de la acción
directa contra el aceptante. 

En efecto, en tales casos, y siempre que se hayan perdido las acciones cambiarias contra todos los obligados
cambiarios, el tenedor de una letra perjudica da puede resarcirse ejercitando la denominada acción de
enriquecimiento contra el obligado que se haya enriquecido injustamente en perjuicio del tenedor (art. 65 LCCh). Se
trata de una acción de naturaleza discutida, si bien la propia Ley la contrapone a la acción cambiaria (así, art. 65.1
LCCh). Parece que nos hallamos ante una acción extracambiaria ligada a la existencia de una letra de cambio
perjudicada.

Para la exacta comprensión de la finalidad y del régimen jurídico de la acción de enriquecimiento es necesario
realizar varias observaciones. En primer lugar, que sólo puede ejercitarse cuando la letra está perjudicada (o se haya
perdido la acción directa contra el aceptante, lo cual, como sabemos, sólo se produce con la prescripción) y no se
disponga, por tanto, ni de las acciones cambiarias ni de la acción causal contra ninguno de los obligados cambiarios
(art. 65 LCCh). En segundo lugar, que no puede ejercitarse contra cualquier obligado cambiario, sino precisamente
contra aquel (librador, aceptante o endosante) que, habiendo recibido el valor de la letra, se hubiera lucrado en
perjuicio del tenedor como consecuencia de la liberación de la obligación cambiaria que produce el perjuicio de la
letra (p.ej.: cuando el tomador o los endosantes transmitan y cobren el valor de la letra que previamente no han
desembolsado y se produzca el perjuicio de la misma). Será poco probable, aunque lo permita la Ley, que la acción
de enriquecimiento se ejercite contra el aceptante, dado que frente a él dispone el tenedor de todas las acciones
cambiarias para exigirle el reembolso de la letra, salvo quizá el caso de que se hubiese producido la prescripción de
la acción cambiaria y el tenedor no dispusiese de la acción causal. En tercer lugar, debemos tener presente que
corresponde al tenedor la prueba del enriquecimiento injusto de los obligados cambiarios demandados. En cuarto
lugar, el petitum de la acción de enriquecimiento es una suma de dinero, pero no necesariamente el importe de la
letra, sino el importe del enriquecimiento injusto que el perjuicio de la letra haya causado al sujeto pasivo de la
acción (cfr. art. 65.1, in fine de la Ley). En quinto lugar, conviene señalar que el plazo de prescripción de la acción de
enriquecimiento es de tres años contados desde el momento en que se extinguió la acción cambiaria por su perjuicio
o prescripción (art. 65.2 LCCh). 

H. DECADENCIA Y PRESCRIPCIÓN DE LAS ACCIONES CAMBIARIAS.

Se ha hecho referencia en varias ocasiones al «perjuicio de la letra, es decir, la decadencia del derecho del tenedor a
exigir de los obligados en vía de regreso el reembolso de la letra por no haber cumplido con diligencia ciertas
condiciones o presupuestos para el ejercicio de las mismas (presentación y en su caso, levantamiento de protesto o
declaración equivalente) (cfr. arts. 49, 50, 51, 63 y 64 LCCh). 

Cuestión distinta es la prescripción de las acciones que el Ordenamiento concede al tenedor para ex igir el pago de la
letra. En este punto, el artículo 88 de la Ley establece diversos plazos de prescripción, según el obligado cambiario de
que se trate: a) las acciones cambiarias contra el aceptante prescriben a los tres años contados desde la fecha del
vencimiento de la letra, háyase o no pro testado oportunamente; b) las acciones de regreso del tenedor contra
librador y endosantes prescriben al año «contado desde la fecha del protesto o declaración equivalente», o de la
fecha del vencimiento en las letras con cláusula «sin gas tos»; c) las acciones entre endosantes y de éstos contra el
librador prescriben a los seis meses contados desde «la fecha en que el endosante hubiere pagado la letra, o de la
fecha en que se le hubiere dado traslado de la demanda interpuesta contra él». 

Los anteriores plazos de prescripción afectan a la acción cambiaria, pero no a la acción de enriquecimiento, para la
que se dispone un plazo de prescripción asimismo trienal, a contar desde la extinción de la acción cambiaria.
Además, estos cortos plazos de prescripción no se aplican a la acción causal, cuya prescripción se somete al plazo de
las acciones personales de carácter civil, que a falta de plazo especial será de quince años. 

Finalmente, debe añadirse que, a tenor de lo dispuesto por el artículo 89 de la propia Ley, la prescripción de las
acciones analizadas se interrumpe por los actos y los hechos enumerados en el artículo 1.973 del Código civil, con lo
que la propia Ley cambiaria opta por declarar de aplicación el régimen civil de la interrupción, en detrimento del
mercantil que normalmente habría de aplicarse (el del art. 944 C. de c.). Además, la interrupción de la prescripción
afecta exclusivamente a los deudores respecto de los cuales se haya efectuado el acto que la interrumpa, pero no a
los restantes.

TEMA 3. PAGARÉ Y CHEQUE. LAS CRISIS CAMBIARIAS


I. EL CHEQUE.
A. INTRODUCCIÓN, FUNCIÓN ECONÓMICA Y CONCEPTO.

El cheque es un título-valor ligado a los depósitos bancarios de dinero. Nació como una letra de cambio girada a la
vista por el depositante contra el banco depositario y para ser prontamente pagado por éste. Su finalidad era eludir
la prohibición que soportaban los bancos privados, a los que no se permitía emitir billetes de banco contra recepción
en metálico. Del ámbito anglosajón en el que nació pasa a las economías continentales, siendo regulado por primera
vez en España en el Código de comercio de 1885, regulación que quedaría derogada por la Ley Cambiaria y del
Cheque.

Su función económica puede comprenderse fácilmente a través de dos notas que le son esenciales: su conexión con
los depósitos bancarios de dinero o con las operaciones crediticias que conceden una disponibilidad de fondos en el
banco a cuyo cargo se libra el cheque (la Ley cambiaria exige expresamente que sea un banco el librado: vid. arts.
106.3 y 108 LCCh, lo que hoy ha de entenderse como alusivo a entidad de crédito); y el ser un medio de pago y no de
crédito que el librador titular de aquella disponibilidad puede utilizar para pagar sus deudas, sin necesidad de
entregar dinero físico (con todo, como sabemos, los efectos del pago sólo se producen con el cobro efectivo del
cheque por el tenedor según el art. 1.170 C.c.). El deudor entrega a su acreedor un cheque por el importe de su
deuda pecuniaria, girado sobre el banco en el que posee fondos, de modo que el acreedor, al recibirlo, puede, o bien
cobrarlo directamente en sus ventanillas o bien entregarlo a su banco para que sea éste el que gestione el cobro e
ingrese su importe en su cuenta bancaria. Pero el acreedor que recibe un cheque puede, además, utilizarlo para
pagar una deuda propia transmitiéndolo a su acreedor. 

Estas dos últimas circunstancias explican que la función económica funda mental del cheque sea constituir un medio
de pago de las deudas pecuniarias, sin necesidad de entregar papel moneda, al que de facto sustituye como medio
solutorio en la misma plaza o incluso entre plazas distintas (nacionales e inter nacionales). El cheque puede también
utilizarse para retirar fondos del banco por el propio librador (si bien esta posibilidad resulta, en la actualidad,
escasamente empleada). La terminología usual bancaria reserva la denominación de «cheque>> para los librados por
un banco sobre otro banco, en tanto que suelen denominar se «talones» a los emitidos por un particular contra su
banco. 

La Ley Cambiaria y del Cheque no define este último documento, a diferencia de lo que ocurría en el Código de
comercio (art. 534). No obstante, quien libra un cheque formula una orden o mandato al librado (entidad de crédito)
de pagar a la vista una determinada cantidad de dinero (cfr. art. 106.2 LCCh). 

El banco al que se dirige la orden de pago contenida en el cheque, lo paga si le es presentado al cobro, o si es
entregado por el tomador en su propia cuenta bancaria, lo liquida por compensación con el banco del acreedor; pero
en uno y otro caso, siempre que cuente con los suficientes fondos a disposición del librador (provisión de fondos).
No obstante, como veremos, el banco librado en ningún caso se convierte en obligado cambiario. 

La Ley cambiaria pretendió reforzar la seguridad en el cobro del cheque, a través de una serie de mecanismos que
examinaremos más en detalle en este mismo capítulo; prevé las diversas posibilidades del tratamiento informático
del documento; dota al cheque de un mayor rigor procesal, especialmente en el juicio ejecutivo (ahora, juicio
cambiario), cheque que es asimilado completa mente a la letra de cambio en cuanto al pago forzoso de su importe.
En definitiva, la Ley ha incorporado la denominada Ley Uniforme de Ginebra de 1931, aunque contiene algunas
novedades o diferencias respecto a la misma. 

B. LÍNEAS GENERALES DE SU RÉGIMEN JURÍDICO.

A pesar de su indudable similitud con la letra, la Ley Cambiaria y del Cheque opta por ofrecer una reg lación
detallada del cheque en sus artículos 106 a 167 (aunque sea a costa de incurrir en ciertas reiteraciones), en lugar de
actuar por la vía de la remisión (como hace con el pagaré). 

a) Presupuestos sustantivos para la regular emisión del cheque.

1. La provisión de fondos. El primer presupuesto característico del cheque es que el librador posea fondos en poder
del librado en el momento de su emisión. Esta exigencia se debe al hecho de que el cheque contiene un mandato de
pago in mediato que debe ser cumplido por el banco en el momento de su presentación, de modo que el interés de
su tenedor podría verse defraudado si los fondos no existieran en el momento de la presentación. La confianza en el
cheque como medio solutorio depende de que exista provisión en el momento del libramiento, pues el banco no
pagará si no la posee. La provisión de fondos existe siempre que el banco librado sea deudor de su librador al menos
por la cantidad consignada en el cheque, pudiendo proceder esa provisión de una operación de depósito, o bien de
una apertura de crédito o préstamo concedida por el banco al librador. A diferencia de lo que ocurre con la letra de
cambio, la existencia de provisión de fondos en el momento del libramiento del cheque se convierte por la Ley en
presupuesto necesario para su regular emisión (cfr. art. 108 LCCh), aunque la falta de la misma no invalide el
cheque. 

2. La disponibilidad de la provisión. El segundo presupuesto para la regular emisión del cheque es que el librador
pueda disponer de los fondos en poder del librado mediante cheques emitidos contra él. No basta tener fondos en
poder del librado, sino que es indispensable poder disponer de ellos mediante cheque. Ello se consigue mediante un
contrato denominado «de cheque» (que generalmente se vincula al servicio de caja), que se manifiesta cuando el
banco entrega al cliente el talonario correspondiente, momento a partir del cual aquél se obliga frente al librador a
pagar los cheques que éste le dirija, siempre, claro está, que posea fondos exigibles en favor del cliente librador. A
todo ello se refiere la Ley cuando habla de «fondos a disposición de librador, y de conformidad con un acuerdo
expreso o tácito, según el cual el librador tenga derecho a disponer por cheque de aquellos fondos» (art. 108 LCCh). 

El artículo 108.3 LCCh prevé una consecuencia especial para el librador que emite un cheque sin que en dicho
momento tenga hecha la debida provisión de fondos. Consiste en la obligación de pagar al tenedor, además, el 10
por 100 del importe no cubierto del cheque independientemente de la indemnización de daños y perjuicios, ambas
reclamables en la acción cambiaria, ya sea por vía ordinaria (a través del juicio declarativo) como por vía del juicio
cambiario (art. 149.4 LCCh). Entendemos que la existencia o ausencia de provisión de fondos, en el caso de diversas
cuentas corrientes bancarias a nombre del mismo titular, debe estar referida a la cuenta sobre la cual se libra el
cheque, que suele estar identificada en el talonario entregado por el banco, salvo que se haya pactado la
comunicación de todas las cuentas bancarias del mismo titular. 

Aceptada la recepción del cheque por el acreedor, conviene preguntarse cuándo se producen los efectos solutorios,
o sea, en qué momento se entiende cumplida la obligación que justifica su entrega. La respuesta es clara en nuestro
Derecho positivo, en el sentido de que los efectos solutorios no se producen en el momento de la simple entrega del
cheque, sino cuando éste es efectiva mente pagado por el banco librado, o en su defecto, por el librador obligado
regresivo. Así se desprende del artículo 1.170.2.0 del Código civil, en el que, además, se establece que cuando el
cheque se entrega para cumplir una obligación dineraria, quedará en suspenso la acción causal para exigir su
cumplimiento hasta que se verifique su cobro o el perjuicio por culpa del acreedor. La entrega del cheque constituye
una cesión pro solvendo y no pro soluto. 

b) Presupuestos formales del cheque. El cheque es un título-valor de naturaleza formal, lo cual significa que en el
momento de su presentación debe contener todos los requisitos esenciales exigidos por la ley (art. 106 LCCh). Caso
contrario, dejará de ser cheque para convertirse en un documento común carente de los efectos cambiarios típicos
(cfr. art. 107 LCCh), salvo que como ocurre con la letra- la propia Ley subsane la omisión de la mención. A 

Sus requisitos esenciales son, según el artículo 106 LCCh, los siguientes: 

En cuanto a su emisión, el documento debe incluir la denominación de che que (art. 106.1); debe también
mencionar la fecha (día, mes y año) y el lugar de su emisión. La fecha de la emisión sirve para computar los plazos de
presentación al cobro por el tenedor, los cuales son: de quince días si el cheque estuviese emitido y fuese pagadero
en España; de veinte días si fuera emitido en Europa y a pagar en España; y de sesenta días para los cheques librados
fuera de Europa a pagar en España (arts. 135 y 136 LCCh). Aunque no lo mencione la Ley, los bancos exigen que los
cheques sean librados en los talonarios especiales que ellos mismos facilitan a sus clientes. 

En cuanto a los elementos personales que necesariamente debe mencionar el cheque, éstos son los siguientes: la
firma del librador de su propio puño o autografa (art. 106.6 y disp. final 1.9), pudiendo ser firmados por
representantes del librador siempre que ello se mencione expresamente en la antefirma (arts. 116 y 117 LCCh); el
nombre del librado, que necesariamente habrá de ser un banco o entidad de crédito (arts. 106.3, 108 y 159 LCCh). No
exige la Ley como requisito de validez la determinación del tomador por las razones que se verán más adelante (vid.
arts. 111 y 112 LCCh). 

En cuanto a la obligación que se incorpora al cheque, la Ley quiere que se consigne la cantidad o cuantía de su
importe en moneda nacional (euros) o moneda extranjera convertible a cotización oficial (arts. 106.2 y 142), no
siendo necesario que figure en letra y en número (vid. art. 115 para el supuesto de di vergencia del importe en letra
y en cifras). Debe mencionarse el lugar de pago (art. 106.4), aunque ello suele constar en el talonario impreso que
entregan los propios bancos. 
Al lado de estas cláusulas esenciales existen, al igual que en la letra, cláusulas potestativas (sin gastos, endoso sin mi
responsabilidad, valor en prenda, cheque cruzado, conformado o garantizado, etc.). La Ley atribuye la condición de
«facultativas» a todas aquellas cláusulas que resulten «puestas en el cheque» (art. 107.2 LCCh). 

Prevé la Ley en este mismo artículo 107 algunas soluciones legales para suplir determinados defectos formales. Así
ocurre con la ausencia de indicación del lugar de pago (en cuyo caso se considera como tal el que aparezca junto al
nombre del librado) y la ausencia de indicación del lugar de emisión.

A diferencia de la letra de cambio, la Ley considera como no escrita cualquier cláusula de intereses consignada en el
cheque (art. 113); y regula en su artículo 119 la figura del cheque en blanco (de modo más concreto, la
contravención del pacto de «completamiento», que no podrá alegarse frente al tercero de buena fe). 

c) La transmisión del cheque. Como todo título-valor, el cheque es un documento transmisible, aunque su carácter
de instrumento de pago y no de crédito y, especialmente, su corto plazo de presentación dota de escasa utilidad a su
transmisibilidad. 

Su ley o régimen de circulación depende, como en cualquier título-valor, de la forma en la que se haya designado a
su titular. Los cheques al portador se transmiten mediante su simple tradición o entrega, sin necesidad de consignar
en ellos ninguna declaración de voluntad escrita (art. 120.1 LCCh). El simple poseedor está legitimado para requerir
el pago al librado. Conviene subrayar que la Ley configura como cheque al portador tanto aquel que en el momento
de su presentación al cobro carezca de indicación de tenedor, como también al cheque nominativo con la mención
«o al portador» o un término equivalente (cfr. art. 111 LCCh). Los cheques emitidos a la orden (que son aquellos que
indican una persona concreta, bien sea con la cláusula «a la orden», bien sin ella) se transmiten por endoso, o sea,
redactando en ellos las declaraciones o requisitos típicos del endoso, acompañadas de su entrega al endosatario
(arts. 121 y 122 LCCh). Por lo demás, el régimen de transmisión del cheque mediante endoso guarda estrecha
similitud con el legalmente previsto para la letra de cambio (compárense los arts. 120 a 130 con los arts. 14 a 24 de
la Ley). En cuanto a los cheques nominativos directos (acompañados de la cláusula «no a la orden», «no endosable»
o semejantes) el librador manifiesta con esta forma de giro su voluntad de que sólo sea pagado a la persona
nominativamente designada en el documento. En este caso el cheque sólo podrá ser transmitido en la forma y con
los efectos de una cesión ordinaria de créditos, debiendo entenderse de aplicación el artículo 24 de la Ley en
relación con los artículos 347 y 348 del Código de comercio (cfr. art. 120.3 LCCh). 

d) La presentación y pago del cheque. Se trata de un título de presentación, lo cual significa que debe ser su tenedor
quien lo exhiba al librado en su propio domicilio requiriéndole el pago. Es, además, un título de rescate, lo cual
significa que el librado puede requerir la entrega del título original en el momento del pago y que su posesión por el
librado permite presumir que fue pagado por él a su tenedor legítimo (art. 140 LCCh). 

La presentación del cheque para su pago reviste las siguientes características: la Ley cambiaria refuerza el principio
de que el cheque es pagadero a la vista (véase el art. 134 LCCh); se establece la necesidad de que la presentación al
pago se produzca dentro de unos plazos relativamente breves (cfr. art. 135 LCC), aun que se amplían respecto a los
que fijaba el Código de comercio; se otorga eficacia a la presentación del cheque a través de una Cámara o sistema
de compensación (art. 137 LCCh); se refuerza la posibilidad de un pago parcial, estableciendo la obligación del
portador de aceptar dicho pago parcial (art. 140.2 LCCh). 

Mas si la presentación del cheque es indispensable para obtener su pago, no sirve cualquier presentación. Para que
la presentación al cobro sea eficaz, debe ser regular, lo cual presupone que en ella han de concurrir varias
circunstancias: que se verifique en el domicilio del librado en el que se ha expedido el talonario, o sea, en aquel en el
que el librador posee los fondos a su disposición, salvo que el cheque haya sido emitido para su pago en el domicilio
de un tercero (vid. art. 114 LCCh); que el tenedor que la realiza sea el poseedor legítimo del cheque (cfr. art. 125
LCCh), legitimación que variará en función de que el cheque se haya expedido al portador, a la orden o en forma
nominativa directa (en los dos últimos casos, el banco deberá exigir la identificación del tenedor para compro bar si
corresponde a la mencionada en el título); que el cheque se presente con teniendo todas las menciones o cláusulas
esenciales requeridas por la Ley; y, finalmente, que la presentación se realice dentro de los plazos señalados por los
artículos 135, 136, 152 y 160 de la Ley, según el lugar de su emisión. Todos estos requisitos se exigen cuando el
cheque es presentado por su tenedor en el domicilio del libra do para recibir su importe en metálico. Sufren algunas
alteraciones cuando el tenedor lo entrega en el propio banco para que su valor le sea abonado en su cuenta, en
virtud de la compensación que los bancos practican con los cheques recíprocos. 

Si concurren todos estos requisitos, el tenedor habrá cumplido su deber de diligente presentación. El cheque es
exigible por su mera presentación, de modo que ésta constituye suficiente intimación para el pago. El librado, a su
vez, deberá comprobar la regularidad formal del título y la legitimación del tenedor (derivada de la regularidad de la
cadena de endosos, cuando se pague a un endosatario). Si no lo hace y paga, paga mal y deberá soportar las
consecuencias del pago indebido. El artículo 141 de la Ley impone al banco la observancia de la debida diligencia en
apreciar la legitimación del tenedor de un cheque endosado, comprobando la regularidad de los endosos, aunque no
la autenticidad de la firma de los endosantes. Por su parte, el importante artículo 156 de la Ley atribuye al banco,
por su condición de profesional, la responsabilidad en caso de pago de cheques falsos o falsificados, salvo que el
librador hubiere incurrido en culpa o negligencia. En el caso de concurrencia de culpas tanto por el librador como
por el banco librado, la jurisprudencia viene reconociendo la posibilidad de pro ceder a un reparto del daño en virtud
de la doctrina de la compensación de culpas, pudiendo partirse de una presunción de reparto al 50 por 100. Del
mismo modo, en caso de ausencia de culpa en ambos, el daño deberá asumirlo el banco librado. Han de
considerarse nulas, por abusivas, las cláusulas de exoneración total de responsabilidad para el banco librado.

Los plazos que la Ley establece en su artículo 135 para la presentación del cheque para su pago requieren alguna
aclaración. La primera se reduce a afirmar que el tenedor debe presentarlo dentro de los plazos marcados por la Ley,
pues en caso contrario el cheque se perjudica. En cuanto a los efectos de este perjuicio, el tenedor perderá el
derecho a reclamar su importe de los endosantes en todo caso (art. 146.1) y del librador si la provisión hecha en
poder del librado desapareciese porque éste fuese declarado en concurso (art. 146.2 LCCh). Fuera de este último
caso, se plantea si puede llevarse a cabo el pago tras la expiración del plazo. La respuesta es afirmativa, en el sentido
de que el banco librado puede pagar aun después de dicha expiración (art. 138.2 LCCh). No obstante, la
consecuencia principal es que, transcurrido el plazo, puede pro cederse eficazmente a la revocación del cheque, por
lo que el banco podría no tener provisión de fondos para atender, aunque quisiera, el pago. Por contra, si no se
produce la revocación y el banco sigue teniendo fondos a disposición del librador en el momento de la presentación
al cobro, aun cuando ésta se produzca extemporáneamente, entendemos que el librado está obligado al pago (art.
108.2 LCCh). 

Cuando el cheque se ha postdatado (se consigna una fecha posterior a la de su emisión), ello manifiesta
implícitamente la voluntad del librador de retrasar su presentación al cobro hasta la futura fecha consignada en el
cheque (p.ej.: en previsión de que en esta fecha se cuente con la oportuna provisión de fondos). Por este proceder
se desnaturaliza, sin duda, la función del cheque: de medio de pago se convierte en instrumento de crédito,
asimilable, en alguna medida, a la letra de cambio. Por ello el artículo 134 LCCh, siguiendo lo dispuesto en la Ley
Uniforme de Ginebra, viene a establecer que el cheque postdatado es pagadero el día de su presentación, aun
cuando ésta se verifique antes del día señalado como fecha de emisión. En tales casos, el tenedor está facultado
para presentar lo con anterioridad a la fecha indicada, y el banco podrá pagarlo a su presentación. Las consecuencias
de la falta de provisión de fondos se entenderán referidas al momento de su presentación. 

Cuestión de interés, a la que implícitamente se ha hecho ya referencia, es si durante el plazo de presentación el


librador puede lícitamente revocar el mandato de pago que el cheque contiene, ordenando al banco que no sea
pagado en el momento de su presentación. En las legislaciones latinas ha predominado tradicionalmente la
respuesta negativa, por entender que el librador queda vinculado irrevocablemente frente al tomador por la
promesa de pago que le formuló al entregarle el cheque y por el hecho de que así lo aconseja la necesidad de tutelar
la confianza en el cheque como medio solutorio. Esta solución parece aceptable si la revocación es arbitraria e
injustificada, pero ha de matizarse si el librador ordena que no sea pagado cuando así lo justifique la relación causal
sobre la cual se basó el libramiento del cheque (p.ej.: el librador-comprador no recibió las mercancías, o adolecían de
vicios, etc.). La Ley cambiaria es clara, al señalar en su artículo 138 que carece de efectos la orden de revocación de
un cheque hecha por el librador durante el plazo legal de presentación. No quiere ello decir que no resulte posible su
revocación; tan sólo que la eficacia de la misma queda suspendida hasta la expiración del plazo de presentación. 

e) Pérdida, sustracción y extravío del cheque. Los artículos 154 y 155 de la Ley prevén los casos de extravío,
sustracción o destrucción de un cheque en poder del tenedor, quien podrá acudir a un procedimiento judicial para
evitar su pago a otra persona y para que se reconozca su titularidad. El procedimiento es el previsto hoy en los
artículos 132 y siguientes de la Ley 15/2015, de la Jurisdicción Voluntaria. Si es el librador quien perdió o a quien se
sustrajo el talonario de cheques, deberá comunicarlo inmediatamente al banco librado y oponerse al pago de los
documentos (art. 138 LCCh). 

C. EL PAGO VOLUNTARIO Y EL PAGO FORZOSO DEL CHEQUE.

Al igual que sucede con la letra de cambio, el cheque puede ser voluntariamente pagado por el librado (banco) en el
momento de su presentación, o, en su defecto, puede ser voluntariamente reembolsado por el librador, ante la
petición del tenedor. Pero puede ocurrir que el pago voluntario no se lleve a cabo por ninguno de ellos, obligando al
tenedor a recurrir al pago forzoso por la vía judicial. Los dos supuestos deben analizarse separadamente. 

a) Pago voluntario. Presentado el cheque al banco librado, pueden producirse dos supuestos distintos. 

En primer lugar, puede suceder que el cheque sea voluntariamente pagado por el banco, con lo cual no sólo habrá
cumplido el mandato del librador, sino que, además, se habrá extinguido por su cumplimiento la obligación causal
que determinó el libramiento del cheque (pago del precio de una compra, restitución del capital prestado, etc.). A
este último efecto alude el artículo 1.170.2 C.c. Pero el pago del librado produce otros efectos indirectos: extingue
las obligaciones cambiarias regresivas de los firmantes del cheque que quedan liberados, y reduce, en el plano de las
relaciones librador-librado, la disponibilidad de fondos de aquél en poder del banco. 

Ahora bien, estos efectos no surgen de cualquier pago realizado por el banco, sino tan sólo del pago regular o
legítimo. Son pagos legítimos los que realiza el banco cuando el cheque es formalmente regular (posee los requisitos
exigidos por la Ley), cuando se efectúan al poseedor legitimado para pretender el pago y no a otro tenedor distinto
(según que el cheque sea al portador, a la orden o nominativo) y, finalmente, cuando es auténtica la firma del
librador. Si en el pago no concurren estos requisitos, el banco paga mal y no podrá pretender deducir su importe de
la disponibilidad de fondos del librador. 

Puede ocurrir, en segundo lugar, que, presentado el cheque al cobro, no sea pagado por el banco (p.ej.: por no
poseer fondos disponibles suficientes, por dudar de la autenticidad de la firma del librador, etc.), en cuyo caso
conviene al tenedor levantar el protesto por falta de pago. Con todo, ha de recordarse que el banco, aun no siendo
obligado cambiario (cfr. art. 109 LCCh), sí que está obligado a pagar el cheque, siempre que tenga fondos a
disposición del librador y se trate de un cheque «regularmente emitido» (art. 108.2 LCCh), por lo que sólo podría
negarse justificadamente a pagar cuando se hubiera producido la revocación tras el plazo para la presentación, o
cuando el librador le hubiese comunicado que el tenedor, a pesar de su aparente legitimación, adquirió el cheque de
quien no era dueño (cfr. arts. 138.3 y 154 LCCh). Si la negativa de pago del banco ha sido injustificada, el librador
podrá exigirle la correspondiente responsabilidad por incumplimiento contractual. 

b) Pago forzoso. Puede ocurrir, no obstante, que impagado el cheque por el banco en el momento de su
presentación, e intentado o no su pago voluntario por el librador, el tenedor decida exigir el pago por el
procedimiento judicial (pago forzoso). Para determinar el régimen jurídico de este supuesto, conviene tener en
cuenta varias cuestiones: 

1. El protesto del cheque. Cuando el cheque no es pagado por el banco ante su simple presentación, el tenedor que
desee observar la diligencia que la Ley cambiaria prevé, y de cuyo respeto depende en parte el ejercicio de sus
medios procesales de ataque, debe solicitar el levantamiento del protesto por falta de pago [art. 146.1.a) LCCh]. La
Ley Cambiaria y del Cheque, en la línea de la legislación uniforme de Ginebra, reconoce y regula en su artículo
146, junto al tradicional procedimiento de protesto notarial, otros procedimientos sustitutivos del mismo con iguales
efectos, como son: la simple declaración del banco librado puesta en el cheque junto con la fecha; o también la
declaración fechada de una Cámara o sistema de compensación, en la que conste que el cheque ha sido presentado
en tiempo hábil y no ha sido pagado. 

El protesto o la declaración equivalente deben ser hechas antes de concluir el plazo de presentación del cheque. No
obstante, cuando la presentación se hubiese efectuado en los últimos ocho días de plazo, será posible levantar el
protesto o declaración equivalente en los ocho días siguientes a la presentación. Así lo establece el artículo 147.1
LCCh, que, además, declara aplicable al protesto del cheque por falta de pago, al deber de comunicación y a la
cláusula «sin gastos» el régimen propio de las letras de cambio contenido en los artículos 51 a 56 de la Ley. 
El protesto del cheque levantado en tiempo y forma sirve para obtener los siguientes efectos: acreditar la negativa
de pago por parte del banco librado; probar el contenido del cheque en el momento del protesto; cumplir un
requisito indispensable para que el tenedor pueda conservar su acción de regreso contra los endosantes y sus
avalistas (por el contrario, conservará sus acciones contra el librador, aunque el cheque no se haya presentado en
tiempo, o no se haya levantado el protesto o realizado la declaración equivalente: art. 146.2 LCCh); permitir que el
banco librado manifieste fehacientemente las causas de su negativa de pago (p.ej.: falta de provisión de fondos);
hacer posible que el librador comparezca ante el Notario y ofrezca el pago. 

Si el protesto no se levanta o no se realizan las declaraciones equivalentes, o se hacen fuera de plazo, el cheque se
perjudica. Ello significa que el tenedor perderá la acción cambiaria contra los endosantes o sus avalistas. 

2. Las acciones para exigir el pago forzoso del cheque.

a) La acción cambiaria de regreso. Los artículos 146 a 153 de la Ley y el artículo 819 de la LEC permiten afirmar que
el tenedor de un cheque impagado disfruta de acciones similares a las que asisten al tenedor insatisfecho de una
letra de cambio, aunque revisten, siempre y en todo caso, la condición de acciones de regreso (art. 146.1 LCCh). Por
ello, las acciones no podrán ejercitarse contra el banco libra do, puesto que éste (a diferencia de lo que ocurre con la
letra aceptada) no es obligado directo y principal frente al tenedor, al no ser aceptante del cheque (art. 109). 

La acción de regreso puede ejercitarse contra los endosantes (o sus avalistas), si el cheque fue presentado al cobro
dentro de los plazos marcados por la Ley (arts. 135 y 136) y, en defecto de pago, fue protestado en tiempo y forma.
La acción se podrá ejercitar, bien por la vía ordinaria, bien por la vía del juicio especial cambiario (art. 819 ss. LEC). 

Como sabemos, la misma acción de regreso podrá ejercitarse contra el librador, aunque el cheque no haya sido
presentado al cobro dentro de los plazos legales marcados o, en defecto de pago, no hubiera sido protestado en
tiempo y forma (art. 146.2 LCCh). De este modo, la posición del librador en el cheque se asimila en cierta medida a la
del aceptante de una letra de cambio (véase el art. 49 de la Ley), en cuanto responsable principal y directo del pago. 

El tenedor podrá reclamar las cantidades recogidas en el artículo 149 de la Ley (en caso de ejercicio de la acción por
el tenedor) o, en su caso, las del a tículo 150 (si la acción se ejercita por quien hubiese reembolsado el cheque), sin
que resulte necesario para el ejercicio de la acción cambiaria el previo reconocimiento judicial de la propia firma por
el librador y los endosantes (art. 153 en relación con el art. 66 LCCh). 

Lo dicho respecto del librador o de los endosantes puede predicarse, respectivamente, de sus avalistas, a tenor de lo
dispuesto en el artículo 133 LCCh, que guarda una total y completa similitud con el régimen del aval de la letra de
cambio (compárense los arts. 131 a 133 LCCh con los arts. 35 a 37 LCCh), excepto en el hecho de que el banco
librado no puede avalar un cheque. 

b) La acción causal. Podrá ejercitarla el tomador-tenedor contra el librador que estipuló con él el negocio o contrato
para cuyo cumplimiento se emitió el cheque y, en su caso, contra el endosante de quien hubiera recibido el cheque
(siempre que ambos se hallen vinculados por la referida relación causal). Pero esta acción parece que sólo podrá
ejercitarse si el cheque no se perjudicó, es decir, si fue presentado y protestado en defecto de pago en tiempo y
forma, como permite afirmarlo el artículo 1.170 del Código civil (véase lo expuesto para esta acción en la parte
relativa a la letra de cambio). Contra el librador, por tanto, se conservará en todo caso esta acción. 

Por otra parte, también ha de entenderse que asistiría al tenedor una acción de tipo causal contra el banco librado,
cuando éste hubiese denegado injustificadamente el pago del cheque, a pesar de contar con provisión de fondos del
librador (art. 108.2 LCCh).

c) La acción de enriquecimiento. Normalmente no podrá ejercitarse contra el librador, puesto que el perjuicio del
cheque (por falta de presentación o de protesto) no impide al tenedor el ejercicio contra él de la acción cambiaria, y
puesto que la acción de enriquecimiento es el último recurso que se reconoce al tenedor negligente cuando no
puede ejercitar ninguna otra acción. No tendría sentido reconocerle la acción de enriquecimiento, si el tenedor
puede ejercitar la acción cambiaria ordinaria (véase lo expuesto para esta acción en la parte relativa a la letra de
cambio). No obstante, el artículo 153.2 LCCh declara apli cable al cheque el régimen de la acción de enriquecimiento
previsto para la letra de cambio (vid. art. 65), siempre que se hayan perdido las acciones causales y cambiarias, lo
que será bastante improbable en el caso del librador, según hemos visto, salvo que tales acciones hubieran prescrito.
D. DECADENCIA Y PRESCRIPCIÓN DE LAS ACCIONES.

El artículo 157 de la Ley dispone que las acciones de regreso derivadas del cheque en favor del tenedor contra
endosantes, librador y demás obligados prescriben a los seis meses, contados desde la expiración de los plazos
legales de presentación (arts. 135 y 136 LCCh); mientras que las acciones que corresponden  a quien hubiera pagado
el cheque contra los restantes obligados «prescriben a los seis meses a contar desde el día en que el obligado a
reembolsado el cheque o desde el día en que se ha ejercitado una acción contra él». Del tenor literal de este
precepto se desprenden las siguientes conclusiones. 

En primer lugar, que estos plazos de prescripción son, en general, más breves que los previstos para las acciones
derivadas de la letra de cambio (vid. arts. 88 y 157), quizá por el carácter de instrumento de pago y no de crédito del
cheque. En segundo lugar, los plazos de prescripción afectan a la acción cambiaria contra el librador, endosantes o
avalistas, pero no se aplican a la acción causal, cuya prescripción se somete al plazo de las acciones personales de
carácter civil según el tipo de contrato o negocio subyacente de que se trate (arts. 1.964 ss. C.c.). En tercer lugar,
estos plazos de prescripción se aplican, en el caso de acción contra el librador, háyanse o no protestado
oportunamente los cheques; por contra, la falta de protesto provoca la decadencia o pérdida de las acciones de
regreso contra endosantes y avalistas. En cuarto término, la acción de enriquecimiento en favor del tenedor contra
algún endosante prescribe a los tres años de haberse extinguido la acción cambiaria, en virtud de lo dispuesto por el
artículo 153.2 LCCh en relación con el artículo 65 de la propia LCCh. Lo mismo deberá en tenderse respecto del
librador, aunque en este caso la acción de enriquecimiento carecerá de utilidad, ya que frente al librador el cheque
no se habrá perjudicado por falta de presentación o protesto oportuno, ni se habrá producido la «decadencia» del
derecho del tenedor a exigir el reembolso del cheque por la vía del juicio cambiario o declarativo. Tendrá sentido, no
obstante, la acción de enrique cimiento contra el librador, si las acciones cambiarias hubieran prescrito por
aplicación del artículo 157. Finalmente, la prescripción de las acciones analiza das se interrumpe por los actos y los
hechos enumerados en el artículo 1.973 del Código civil, no siendo de aplicación el artículo 944 del Código de
comercio (art. 158.2 LCCh). 

E. CLASES DE CHEQUES ESPECIALES.

Las necesidades del moderno tráfico económico han determinado la aparición de tipos de cheques que, por varias
características distintas, pueden considerarse especiales frente al modelo o es quema común que acabamos de
esbozar. Los principales son los siguientes: 

El cheque cruzado es aquel cuyo librador o cuyo tenedor cruza mediante dos barras paralelas en el anverso (art.
143.1 LCCh), consignando entre las barras que debe pagarse a un banco determinado, identificado mediante su
denominación social (cheque cruzado especial); o a un banco que no se especifica, en cuyo caso tan sólo consignará
la expresión «banco» o «compañía», o simplemente las dos barras, sin más, fórmula que deja a elección del último
poseedor legítimo el banco que lo ha de presentar el cobro al librado (cheque cruzado general). En ambos casos, se
intenta asegurar que tan sólo será un banco quien presentará el cheque al cobro, con lo cual se pretende evitar que
los cheques robados o extraviados puedan ser cobrados por persona distinta del poseedor legítimo. Tal efecto se
obtiene al exigirse con dicha forma de legitimación que el cobro del cheque se realice a través de su ingreso en una
cuenta bancaria, lo que permiti rá identificar quién ha cobrado el importe del mismo. 

Efectos similares se obtienen mediante el cheque para compensación o para abonar en cuenta, que se libra en favor
del tomador con el fin de que éste lo entregue en su banco ingresando su importe en su cuenta corriente. Impide, en
con secuencia, cobrar su importe en metálico del banco librado (cfr. art. 145 LCCh). 

El cheque de viaje (o traveller's check) es un cheque emitido por un banco a favor de una persona (quien
normalmente entrega su importe en el momento de su recepción) en forma nominativa, con la singularidad de que
puede ser cobrado por su titular en cualquier agencia o sucursal, nacional o extranjera, del banco emisor o en las
oficinas de sus corresponsales. Se identifica al legítimo poseedor no sólo por su nombre y apellidos, sino, además,
por dos firmas de éste, una estampada ante el emisor y otra que debe ponerse ante el librado-pagador en el cheque
mismo y en el momento de solicitar su importe. Suelen utilizarse para sustituir, con ocasión de un viaje, el dinero
que, de otra forma, debería llevar consigo, por cheques cobrables con facilidad en cualquier lugar del trayecto. Son
de cuantía exacta y determinada desde su libramiento. No han sido regulados por la Ley Cambiaria y del Cheque. 
El cheque conformado se caracteriza por llevar incorporada una declaración del banco librado, por la cual acredita la
autenticidad del mismo y la existencia de fondos suficientes para atenderlo (art. 110.2 LCCh). La declaración de
conformidad ha de consignarse en el cheque mediante la fórmula «visado», «conforme», <certificación» u otra
similar, y habrá de expresar la fecha. Hasta cierto punto se trata de un cheque cuyo pago está garantizado por el
propio banco librado (es como si él hubiera estampado su aceptación cambiaria), lo que se reafirma por la Ley al
señalar que la conformidad será irrevocable (art. 110.3 LCCh). 

Durante un plazo determinado de tiempo se acredita la existencia de fondos en la cuenta del librador, obligándose el
banco librado a retener o bloquear la parte de la provisión necesaria para cubrir la suma indicada en el cheque. Es,
pues, un cheque cuya finalidad es fundamentalmente aumentar la confianza del posible tomador de que será
pagado (al contar con la garantía de la retención o bloqueo de los fondos por el banco), y por ende, aumentar su
aceptación por los establecimientos comerciales como medio de pago en sustitución del dinero. El banco asume
ciertamente la obligación de conservar la provisión de fondos, por lo que no deberá seguir posteriores instrucciones
u órdenes del librador que in fluyan en la provisión, ni realizar sobre dicha provisión actos propios de compensación
u otros. Ahora bien, el compromiso asumido por el banco (en particular, su deber de retener los fondos) no es
ilimitado en el tiempo, sino que expira con el «vencimiento del plazo fijado en la mención o, en su defecto, del
establecido en el artículo 135» (art. 110.2 LCCh), es decir, el plazo establecido para la presentación. 

Más dudas debe plantear la posibilidad de los cheques garantizados, que se caracterizan por llevar incorporada una
declaración del propio banco emisor del talonario por la que se compromete a pagarlo a su poseedor legítimo,
siempre que se cumplan una serie de requisitos (relativos a la cifra máxima) previamente acordados entre el banco y
el cliente en un contrato de «cuenta corriente de cheques garantizados». A través de este cheque, el banco librado
asume la garantía de su pago, y adquiere por el hecho de su firma en el título una obl igación que ha de calificarse de
cartácea. Además, el compromiso que asume el librado es, en este caso, muy superior al del cheque conformado,
pues mientras en este caso el banco se limita a acreditar un hecho (la existencia de los fondos), el cheque
garantizado recoge la obligación directa de pago, con independencia de que exista o no provisión. Esta circunstancia
y el hecho de que asuma una posición muy similar a la del aceptante, hace que, a nuestro juicio, esta modalidad de
cheque no se encuentre permitida en Derecho español (ex art. 109 LCCh). 

Diferente es el caso del cheque de banco, es decir, el emitido por una entidad de crédito contra su cuenta corriente
en otra entidad o en otra sucursal del mismo librador. A este cheque parece referirse el artículo 112, c) LCCh, cuando
permite que el cheque se libre «contra el propio librador, siempre que el título se emita entre distintos
establecimientos del mismo». Si jurídica y formalmente el cheque bancario no presenta, frente al ordinario otra
diferencia que la de ser librado contra el propio librador, en la práctica es evidente que por esta vía se consigue
disponer de un medio de pago que otorga una seguridad extraordinaria en cuanto a su cobro, cumpliendo una
función análoga a la de la entrega de dinero en efectivo. Motivo por el que suelen emitirse para saldar deudas ajenas
(las de los clientes que requieren a su banco el libramiento de tales cheques) sin perjuicio, obviamente, de que
puedan emplearse en pago de las deudas que pudiera tener contraídas el propio banco librador. 

II. EL PAGARÉ.
A. FUNCIÓN ECONÓMICA Y CONCEPTO.

Es el tercero de los títulos-valor regulados en la Ley Cambiaria. Puede definirse diciendo que es un título-valor formal
que contiene la promesa pura y simple de su firmante de pagar a su tenedor (o a su orden) una cantidad de dinero
determinada a su vencimiento. 

El pagaré es susceptible de cumplir funciones similares a las de la letra, a saber: la de ser instrumento de crédito,
bien sea como medio para la consecución de dinero (documentando la obligación de devolución), bien sea como
técnica de financiación de operaciones comerciales, pudiendo movilizarse mediante el recurso al descuento. Pero,
junto a esa función, el pagaré constituye instrumento apto para desempeñar funciones distintas, sirviendo de
técnica de colocación de capitales a corto y medio plazo. Es el caso de los pagarés de empresa, que plantean, no
obstante, ciertas dudas en cuanto a su exacta configuración. Al margen de ello, se aprecia en la actualidad el uso del
pagaré con finalidad de garantía de contratos bancarios de préstamo y apertura de crédito. La práctica consistiría en
exigir la entidad de crédito la emisión por el prestatario de un pagaré (dejando en blanco la suma a pagar) en el
momento de la conclusión del contrato. De esta forma, la entidad dispondría de un título de ejecución rápida y
efectiva para el caso de que se produjera un incumplimiento. Sin perjuicio de la validez en abstracto de los pagarés
en blanco (de la misma forma que cabe con la letra), en el caso concreto (especialmente cuando se trate de
relaciones con consumidores) se ha dicho con razón que podemos hallarnos ante una práctica contraria a los
artículos 82 y siguientes TRLGDCU el exigir al consumidor la suscripción de pagarés en blanco para concluir un
contrato de préstamo o apertura de crédito.

A pesar de la escasa atención que se le presta (arts. 94 a 97), el pagaré es una figura de creciente utilización en la
práctica, lo que contrasta con la disminución que se aprecia en el uso de la letra. El apogeo del pagaré
probablemente se debe, tanto a la propia regulación del título en la Ley cambiaria (que hace que sustituya a la letra
de cambio en ciertas ventas y pagos a plazos por su menor complejidad) como, además, al auge y utilización que el
mismo ha experimentado en el mercado financiero, tanto privado (pagarés de empresas) como público (pagarés del
Tesoro), si bien aquí no ha sido tampoco ajena la opacidad fiscal que durante cierto tiempo brindó el recurso a los
pagarés

Es cierto que el pagare presenta una enorme similitud con la letra, pero se diferencia de ella en que esta contiene un
mandato de pago formulado a un tercero (el librado), mientras que en el pagaré el firmante realiza una promesa de
pago, quedando directa y personalmente obligado al pago. Los elementos subjetivos iniciales quedan, por tanto,
reducidos a dos: firmante y tenedor (fren te al librador, librado y tomador de la letra). Además, en el pagaré no cabe
la aceptación, sino que desde el momento de su emisión ofrece una seguridad de pago similar a la de la letra
aceptada. Con todo, la posibilidad de librar la letra al propio cargo del librador hace que, en este caso, resulte muy
difícil la distinción práctica entre ambas figuras, especialmente cuando la letra llegue a ser aceptada. 

Por su parte, el pagaré se diferencia del cheque en que en el pagaré no hay un ruego o mandato de pago dirigido al
librado (necesariamente un banco), sino una promesa de pagar por sí mismo; y además, por la circunstancia de que
el pagaré (excepción hecha del pagaré «a la vista») tiene un vencimiento aplazado (cfr. arts. 94.3 y 96 LCCh),
mientras que en el cheque no hay término de vencimiento. 

B. REQUISITOS FORMALES.

El pagaré es, como la letra, un título rigurosa mente formal. Los requisitos formales vienen exigidos por el artículo 94
de la Ley y son los siguientes: 

1.) La denominación de pagaré, inserta en el propio título, expresada en el idioma empleado para la redacción del
mismo (idioma que no ha de ser necesariamente uno de los oficiales del Estado español, pues nada impide que los
pagarés emitidos en España sean redactados en idiomas extranjeros). 

2.) La promesa pura y simple (es decir, no sometida a condición) de pagar una cantidad determinada de dinero (que
habrá de figurar en euros o en moneda extranjera convertible). 

3.) La necesidad de indicar su vencimiento, considerándose como pagadero a la vista aquel pagaré que no indique
vencimiento. En cuanto a las posibles modalidades que éste puede revestir, se trata de las propias de la letra; no
obstante, ha de tenerse en cuenta la especialidad existente en el caso de los pagarés «a un plazo desde la vista»,
dado que no existe aceptación en el pagaré, lo que no quita para que el mismo deba presentarse al firmante (en el
plazo a que hace referencia el art. 27 LCCh), para que éste plasme el «visto» o expresión equivalente en el título,
computándose a partir de ahí el plazo (art. 97.2 LCCh). Además, la negativa del firmante a poner su visto en la letra
determina la necesidad de levantar protesto por falta de visto, como forma de acreditar la presentación en tiempo
del pagaré, computándose los plazos a partir de entonces (además, el protesto sirve para conservar las acciones de
regreso que pudieran asistir al tomador: así, contra los endosantes). 

4.) El lugar del pago; aunque la falta de indicación de un lugar no invalida el pagaré, sino que la propia Ley señala
que, en tales casos, se considerará lugar de pago el lugar de emisión del pagaré (art. 95.b) LCCh]. Cabe, al igual que
en la letra, la domiciliación de pago (normalmente, en una entidad de crédito); de hecho, combinando el pagaré a la
vista con la domiciliación bancaria en cuenta corriente se puede conseguir una figura funcionalmente análoga al
cheque.
5.) El nombre de la persona a la que haya de pagarse (título nominativo directo) o a cuya orden se deba pagar (título
a la orden). De hecho, el pagaré es, igual que la letra, un título al orden nato. Por el contrario, no cabe el pagaré al
portador, si bien un resultado muy similar puede conseguirse dejando en blanco la designación del tenedor al emitir
el pagaré (posibilidad ésta que sí resulta admitida conforme al art. 12 LCCh, aplicable por la remisión expresa del art.
96 LCCh), transmitiéndose al portador, 

6.) La fecha y lugar de emisión del pagaré, entendiéndose emitido —a falta de otra designación, en el lugar que
figure junto al nombre del firmante [art. 95.c) LCCh]. 

7.) La firma del emisor, denominado firmante (firma que parece habrá de ser autógrafa, al no extenderse al pagaré
las disposiciones que sobre la firma mecánica se contienen en la Disp. Final 1.a de la propia Ley). 

El documento que carezca de algunos de los requisitos enumerados no será pagaré, a menos que se trate de una
serie de menciones cuya omisión es colmada por la propia Ley. Así, si lo que falta es el vencimiento, será pagadero a
la vista; si se omite el lugar del pago, lo será en el lugar de emisión; y si falta el lugar de su emisión, lo será el lugar
que figure junto al nombre del firmante (cfr. art. 95 LCCh). 

Junto a las menciones esenciales y necesarias, se admite también la posibilidad de incluir cláusulas facultativas en el
pagaré, entendiendo por tales «todas las menciones puestas en el pagaré distintas de las señaladas en el artículo
preceden te [el 94]» (así, art. 95.2 LCCh). Junto a ello se exige, para la validez de dichas cláusulas facultativas, que las
mismas vengan «firmadas expresamente por persona autorizada para su inserción, sin perjuicio de las firmas
exigidas en la presen te Ley para la validez del título» (art. 96 LCCh). Aunque la redacción del precepto dista de
resultar clara, el fin de la reforma podría residir en terciar en la polémica acerca de si la referencia al librador como
persona legitimada para incluir ciertas cláusulas puede entenderse hecha al firmante cuando se trata de un pagaré, a
pesar de que la posición del firmante se asimila por la propia Ley a la del aceptante, no a la del librador. Es el caso de
la cláusula «sin gastos» (art. 56.1 LCCh), o la cláusula de necesario protesto notarial (art. 51.2 LCCh). No obstan te,
no queda claro en qué sentido ha querido terciar la reforma. 

A diferencia de lo que sucede con la letra, no existe un modelo oficial de pagaré en papel timbrado, por lo que ha de
considerarse que cualquier documento que reúna los requisitos de este precepto tendrá la consideración de pagaré
y faculta para acudir al juicio cambiario regulado en los artículos 819 y ss. LEC. En cuanto al régimen fiscal, ha de
entenderse que el pagaré (salvo cuando venga girado con la cláusula «no a la orden») queda sujeto al pago del
Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados. 

C. CLASES DE PAGARÉS Y SUPUESTOS DISCUTIDOS.

Tradicionalmente, los pagarés han sido considerados como efectos de comercio de utilización y emisión
individualizada, caso a caso y negocio a negocio (p.ej.: para documentar el pago aplazado en una compraventa).
Además, su aproximación a la letra hace comprender mejor el pagaré si se parte de dicha consideración como
efectos de comercio. Sin embargo, su reciente evolución ha demostrado que de facto se han convertido en
verdaderos títulos emitidos en masa y, por ello, en verdaderos valores mobiliarios, que, por el volumen de deuda
que crean para las grandes sociedades emisoras, deberían, quizá, someterse en algunos casos al régimen propio de
la emisión de obligaciones, de las que formalmente los pagarés se diferencian, al menos desde una perspectiva
individual o unilateral. La duda es si dichos pagarés merecen realmente la consideración de pagarés en el sentido en
que aquí se estudia, es decir, sometidos al régimen de la Ley Cambiaria y del Cheque. Veamos dichos supuestos. 

a) En cuanto a los Pagarés del Tesoro, constituyen recursos de tesorería del Tesoro o de la Hacienda Pública para
cubrir el déficit entre ingresos y gastos. Suelen ser a corto plazo (no más allá de dieciocho meses). Predominan los
emitidos mediante simples «anotaciones en cuenta», cuyo registro se confía al banco de España; o mediante el
sistema de «títulos fungibles» que no llegan a emitirse físicamente. Es claro que ni una ni otra forma de
representación de los Pagarés del Tesoro puede conceptuarse como «pagaré cambiario» (que, como sabemos, exige
un título o soporte físico). No serían títulos valor. Más dudas pueden surgir en el caso —también posible de aquellos
Pagarés del Tesoro emitidos físicamente bajo forma de títulos a la orden. 

b) Pagarés de empresa. Forman parte de lo que pueden considerarse como activos financieros fruto de la
«titulización de créditos», es decir, la tendencia a materializar mediante documentos (títulos) las relaciones
crediticias (PÉREZ DE LA CRUZ). Son emitidos por grandes empresas en operaciones crediticias de notable
envergadura. En ocasiones, la prestataria emite los pagarés para documentar la devolución del préstamo,
entregándolos al acreedor, que procederá, en su caso, a colocarlos entre el público. En otras ocasiones la operación
es mucho más compleja, y se concluyen diversos contratos entre la empresa emisora de los pagarés (necesitada de
financiación) y una entidad de crédito, que se declara dispuesta a descontarlos y a entregarlos a uno o a varios
tomadores que, previo pago al banco, menos un descuento, se lucrarán a su vencimiento con el interés pactado, al
recibir en este momento su integro importe. En ocasiones, la propia entidad bancaria concede a la emisora un
crédito subsidiario que tendría por finalidad garantizar la liquidez de la emisora en el momento del vencimiento de
los pagarés. Estos, emitidos en serie o en masa, nacen como pagarés en blanco, a fin de permitir una más fácil
transmisibilidad, y dada la negativa del banco a aparecer como deudor cambiario. Por tanto, estas operaciones dan
lugar al establecimiento de, al menos, dos relaciones contractuales: entre la empresa emisora y el banco y entre
aquélla y los tomadores de los pagarés. Normalmente estos pagarés de empresa se admiten a cotización en un
mercado secundario. 

Probablemente, de acuerdo con el Derecho vigente, los pagarés financieros puedan llegar a encontrar encaje en el
concepto de pagaré cambiario si cumplen todos los requisitos formales que exige la Ley Cambiaria. No obstante, en la
medida en que lleguen a estar documentados mediante anotaciones en cuenta, quedaría excluida su consideración
como títulos valores, surgiendo las dudas, tan sólo, en el caso de que se emitan como títulos físicos: se trataría de
pagarés emitidos en masa, a los que podría llegar a ser de aplicación lo dispuesto en la LCC. Con todo, y con
independencia de lo que pueda ser des de la perspectiva de lege lata, se trata de iniciativas que probablemente de
lege ferenda no debieran canalizarse por la vía de los pagarés cambiarios: parece claro que responden más a la idea
de los valores mobiliarios (p.ej.: las obligaciones) que a la de los efectos de comercio regulados en la Ley Cambiaria.
Se trata, más que de un medio de pago, de un instrumento de captación de ahorro público; y desde la perspectiva
del tenedor, se trata de un instrumento de inversión. 

D. RÉGIMEN JURÍDICO DEL PAGARÉ.

El punto fundamental del régimen del pagaré se contiene en la Ley cuando afirma que «el firmante de un pagaré que
da obligado de igual manera que el aceptante de una letra de cambio» (art. 97.1). 

De ahí que se haya afirmado que el pagaré es similar a una letra librada al pro pio cargo. Pero la diferencia cardinal
es que la obligación que deriva del pagaré no es equiparable a la del aceptante de la letra de cambio, sino más bien
como la obligación del librador de ésta. En la letra no es necesaria la firma del aceptante; en el pagaré sí lo es la del
firmante-emisor. En la letra puede anularse la aceptación y subsistir la letra, mientras que no hay pagaré sin la firma
de su emisor, sin la cual el pagaré es nulo. Por lo demás, la aceptación en la letra puede ser parcial, mientras que la
obligación del firmante es total. 

Al margen de ello, buena parte del régimen y funcionamiento de los pagarés es análogo al de la letra, declarándose
de aplicación al pagaré gran parte de los preceptos que regulan aquélla. Concretamente, lo relativo al endoso, al
vencimiento, al pago, a las acciones por falta de pago, al pago por intervención, a las copias, al extravío, sustracción
o destrucción, a la prescripción, al cómputo de los plazos, al lugar y domicilio, alteraciones, letra pagadera en el
domicilio de un tercero, estipulación de intereses, firma puesta en las condiciones enunciadas en los artículos 8 y 9;
consecuencias de la firma por quien actúe sin poder o rebasando sus poderes, diferencias en la cantidad pagadera,
letra en blanco y suplementos (art. 96 LCCh). No obstante, no se trata de una remisión absoluta, sino que lo será
«siempre que ello no sea incompatible con la naturaleza» del pagaré, lo que obliga a una labor interpretativa nada
desdeñable. Por ello, ha de hacerse una referencia, siquiera somera, a aquellos extremos donde no cabe una
aplicación indiscriminada de las normas sobre la letra. 

Así, ya se ha visto que pierde sentido todo lo relativo a la aceptación, y la presentación o «vista» no cumple idéntica
función, sino que marca el comienzo del cómputo del plazo en los pagarés emitidos a un plazo desde la vista. Por
este motivo, el endosante tampoco garantiza la aceptación. 

En el pagaré (al igual que ocurre en la letra al propio cargo) no existe provisión de fondos, entendida como relación
subyacente entre librador y librado que justifique emitir una orden de pago, sino que la relación causal que motiva la
entrega del pagaré al tenedor es una relación de valor o valuta. Por este motivo, no cabe la cesión de la provisión ni,
en consecuencia, la aplicación del artículo 69 LCCh. 
En materia de aval, es natural que, si no se indica la persona del avalado, el aval se entienda prestado en favor del
firmante.

En materia de acciones del tenedor no cabe hablar de acciones por falta de aceptación. En cuanto a la falta de pago,
el tenedor dispone de una acción — directa— contra el firmante o sus avalistas y de acciones de regreso contra los
endosantes y sus avalistas, para lo que habrá de levantar el protesto o realizar la declaración equivalente por falta de
pago, salvo que el pagaré llevase la cláusula «sin gastos», que ha de estimarse admisible. No obstante, podría surgir
alguna duda acerca de quién está facultado para incluir dicha cláusula y, sobre todo, si puede insertarla el firmante o
no. La cuestión es discutible. Aunque se ha admitido la posibilidad de que también el firmante la incluya,
produciendo efectos frente a todos los obligados en vía de regreso (Díaz MORENO), estimamos más correcto
entender que, ocupando el firmante una posición similar a la del aceptante (que es obligado en vía directa, no de
regreso), no estaría incluido en el círculo de los legitimados a que alude el artículo 56 LCCh (librador, endosante o
avalistas) y, por tanto, no podría incluir la referida cláusula por no ser obligado en vía de regreso y ser ajeno a los
efectos de la cláusula (URÍA, MENÉNDEZ, PÉREZ DE LA CRUZ). Algo similar sucedería con la cláusula de protesto
notarial obligatorio, aunque, una vez más, estamos ante una cuestión controvertida. 

En fin, aunque parte de la doctrina ha estimado posible emitir un «pagaré de resaca» por parte de la persona que
tenga derecho a ejercitar las acciones de regreso, parece más correcto entender que esa posibilidad queda excluida,
al no poderse girar el pagaré sobre un tercero. Por ello, la remisión del artículo 96 al 62 LCCh ha de entenderse en
términos literales, como alusiva a la posibilidad del tenedor de un pagaré insatisfecho de emitir una letra de resaca.

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