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LUNES 19 DE OCTUBRE.

Evangelio según San Lucas 12,13-21.


En aquel tiempo: Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la
herencia".
Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".
Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un
hombre no está asegurada por sus riquezas".
Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se
preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.
Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y
amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para
muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.
Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has
amontonado?'.
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".
Palabra de Dios.

COMPARTÍ Y COMPARTITE
Este texto del Evangelio de Lucas nos ofrece una narración clara, no necesita muchas explicaciones,
pero nos regala muchos elementos para contemplar y rezar.
Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
Este personaje y su pedido nos recuerda que las personas muchas veces discutimos por dinero o por
diferentes tipos de bienes. Las herencias suelen ser objeto de disputa dentro de nuestras familias, donde
seguramente, en el momento del reparto, aparece en algunos, la avidez rumiada durante años en silencio.
Las palabras: “lo que me corresponde” flotan en el ambiente y dejan presentes dos valores: justicia y
equidad.
El reclamo de este hombre también nos ayuda a descubrir cómo la muerte nos abre la puerta para
que nos preguntemos por el sentido de la vida, por el valor de nuestras elecciones y búsquedas, por lo
importante y lo superfluo. ¡Cuántas preguntas nos habremos hecho durante este año al tomar conciencia
de la fragilidad y la finitud humanas!
Jesús, al responder, se presenta, no como un juez o un árbitro, sino dando respuesta frente a las
necesidades de los hombres y orientando, mostrando horizontes de sentido que puedan ayudarnos a
pensar nuestra praxis diaria, nuestras actitudes, nuestra ética. Se revela como aquel que ilumina nuestro
obrar cotidiano y las acciones de las personas, las comunidades y las naciones de manera que podamos
reflexionar y elegir de acuerdo a los valores del Reino de Dios.
En sus palabras encontramos un aviso, una luz amarilla, un llamado de atención: “Cuídense de toda
avaricia”. Habla de “toda avaricia”, refiriéndose a todo lo que los hombres y las mujeres somos capaces de
desear poseer con ansiedad, de acumular y guardar para nosotros mismos… del dinero, de los
conocimientos y la información, de los objetos y también de la ternura, la alegría, de nuestras capacidades
y talentos… de los bienes y de lo que es bueno… Él sabe que todos experimentamos esas ganas de meter
en nuestros bolsillos, de amontonar y esconder… para que otros no vean y pidan, para sentirnos seguros,
para ganar comodidad, para esquivar a los otros…
Jesús, además de alertarnos, afirma: "la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas". La
pandemia ha puesto frente a nosotros lo que el Señor afirma y lo que nuestros mayores nos han repetido.
Para demostrar la actualidad y verdad de sus palabras, va a recurrir a la parábola de este rico insensato y
de esta manera develar opciones: compartir o amontonar con avaricia, acumular riquezas para nosotros
mismos o ser ricos a los ojos de Dios.
La avaricia, la codicia y la acumulación de bienes dejan al descubierto realidades injustas que claman
al cielo… la brecha cada vez más grande entre ricos y pobres… ricos cada vez más ricos y pobres cada vez
más pobres… naciones que viven en la opulencia y pueblos saqueados y oprimidos, heridos por una
pobreza cada vez más profunda… el abuso de poder… la dignidad humana violada y herida (los obispos
latinoamericanos las describieron muy bien en el Documento de Puebla 29 – 41)… es que cada vez que
alguien decide no compartir para “descansar y darse la buena vida” se desencadenan acontecimientos en
los cuales la dignidad de los otros se ve herida: porque no permitimos que todos accedan a la “herencia”,
disfrutando todos de un mismo destino, porque ignoramos las necesidades de los demás y los excluimos,
porque generamos dolor y soledad, porque no permitimos que otros accedan a recursos que les permitan
subsistir dignamente y desarrollarse… porque cerramos puertas y negamos oportunidades.
Algunas imágenes pueden ayudarnos… el pan que se llena de moho verde en una bolsa y que ni
siquiera rallamos para usarlo al cocinar, la remera que quedó colgada con su etiqueta y que nunca
estrenamos… el tiempo que me guardé y que dejó que alguien se sintiera solo y no escuchado, las
iniciativas que se quedaron en buenos deseos y tantos que experimentaron la falta de fuerzas y
compañía… el funcionario que se enriquece ilícitamente, robando y despellejando como un ave de rapiña y
los niños hambrientos y desnutridos de nuestro Pueblo… nuestras profesiones y misiones realizadas en
piloto automático…
Jesús nos invita a hacernos ricos a los ojos de Dios, a compartir… a partir y entregar… como con los
panes y los peces, como en la cena en la que compartió su cuerpo y su sangre, como al ser elevado en la
cruz para después resucitar… como María que sale hacia la casa de Isabel…
Ricos a los ojos de Dios para no lastimarnos a nosotros mismos, dejando que lo que deseamos
desmedidamente se apodere de nuestro corazón y no nos deje buscar aquello que saciará nuestra sed de
sentido y plenitud; para dejar de calcular con avidez y entregar lo bueno con generosidad.
Quiere que seamos capaces de repartir lo que tenemos, lo que descubrimos y lo que somos para
provocar esa fiesta que se despliega cuando todos comen, cuando todos pueden disfrutar de la verdad y la
belleza, cuando el amor hace que cada uno pueda erguirse y lanzarse a la vida con la convicción de su ser
valioso a los ojos de Dios y de sus hermanos.
El Señor nos llama individualmente y comunitariamente, a cada uno, a nuestras comunidades, a las
naciones… los gestos individuales y comunitarios son necesarios, pero también es urgente deshacernos de
la mezquindad que transforma las instituciones, la política, la economía y las relaciones entre los países en
una estructura al servicio del egoísmo y el enriquecimiento de unos pocos.
El Papa Francisco nos recuerda las palabras del Patriarca Bartolomé (Laudato Si 9): es necesario pasar
del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una
ascesis que «significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a
poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios.
Podemos quedarnos en silencio… dejar que Jesús nos mire… que contemple cómo hemos ido
compartiendo en nuestras vidas… mirarlo a Él compartiendo… pedirle lo que necesitamos… poner en sus
manos lo que nos inquieta… y escuchar lo que desea decirnos…

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