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LA GUERRA CONTRA LA CULTURA

“Podréis juzgar / la catadura moral de un régimen político, /


de una institución política, / de un hombre político, /
por el grado de peligrosidad que otorguen /
al hecho de ser observados / por los ojos de un poeta satírico.”
Roque Dalton

Me entero al mismo tiempo de dos hechos alarmantes: el primero, la situación del


maestro Juan Arturo “El Chino” Leyva, director del Grupo Independiente La
Trompada Teatro-Música, del Estado de Morelos, hospitalizado desde el 6 de
octubre a causa de uno de tantos episodios de “negligencia burocrática” con los
que los diferentes niveles de gobierno en México suelen menospreciar y maltratar
a los trabajadores de la cultura como a ciudadanos de tercera; el segundo, la
deportación de dos cantantes chilenos del grupo Anarkía Tropikal, uno de ellos
indígena mapuche, en una actitud de discriminación y censura política relacionada
con los libros, discos y documentos que portaban para su difusión en México.

Por más aislados e inconexos que pudieran parecer, estos hechos son parte de
una actitud convertida en “política cultural” por parte del Estado mexicano: en la
lógica clientelar y mercantil de la clase política (de todos los partidos) que gobierna
al país, la cultura solo puede ser dos cosas: mecanismo de transmisión de las
consignas y los intereses del gobierno, y/o espectáculo distractor y enajenante
para aletargar las conciencias de los gobernados. Con la mezcla de ambas cosas
se construyen en general las acciones gubernamentales en materia de arte y
cultura, y lo que se sale de esta camisa de fuerza, simplemente, es ignorado,
vilipendiado, despreciado, cuando no abiertamente combatido. Finalmente, esta
actitud, como un todo, constituye un ataque sistemático contra las expresiones
artísticas, culturales (y educativas, hay que agregar) que se oponen a tales
mecanismos de manipulación. Una guerra contra la cultura.

¿Exageramos? No. Si en una guerra se trata de desgastar, calumniar, despreciar,


asfixiar y en última instancia neutralizar y eliminar al contendiente, eso es lo que el
gobierno y los grupos de poder (públicos y privados) hacen, por comisión y por
omisión, contra la cultura, el arte y la educación, y en específico contra las
personas que ejercen estas actividades. Las y los trabajadoras/es del arte, la
educación y la cultura son concebidos y tratados, desde las instituciones y las
empresas, como gente cuyas necesidades, potencialidades y propuestas distan de
ser serias, de ser reconocidas como básicas no solo para su actividad como seres
humanos y ciudadanos, sino para la sociedad en su conjunto. Si no “venden” (y se
venden), el arte, la cultura, la educación, la investigación, son para el gobierno y el
capital innecesarias, cuando no incómodas y francamente peligrosas.

¿Por qué, si no, la ofensiva brutal y sostenida contra las Normales Rurales, que el
caso Ayotzinapa ha puesto en primer plano? ¿Y la “reforma educativa”
privatizadora? ¿Y la ausencia total de una política laboral, de seguridad social, de
fomento y de respeto a la libertad de expresión, para las y los trabajadoras/es del
arte y la cultura? ¿Por qué los gastos multimillonarios en espectáculos de corte
mercantil, donde la recreación que podría contribuir al sentido crítico del pueblo,
se suplanta por la enajenación estupidizante, mientras quienes crean, interpretan,
educan, investigan, promueven, arte y cultura desde una perspectiva crítica y
honesta, son menospreciados, teniendo casi que mendigar apoyos, espacios, o al
menos respeto por lo que hacen, recibiendo migajas en el “mejor” de los casos?

Recapitulando, y a reserva de profundizar sobre estos temas en posteriores


entregas, queremos postular dos premisas:
1. Para el gobierno, el capital y los grupos de poder, la actividad cultural que
no se ciñe a sus intereses y objetivos es considerada marginal, innecesaria,
incómoda y peligrosa; por ello la combaten directa e indirectamente.
2. El campo de la cultura en un sentido amplio (es decir, incluyendo arte,
educación, investigación, promoción, etc.), como los demás campos de la
vida social, están en disputa entre los intereses de la sociedad civil, y los
del gran capital y el gobierno que lo representa (también en un sentido
amplio: instituciones, funcionarios, legislación, medios de difusión, etc.).

Es tarea de la sociedad civil ejercer esa lucha por el derecho a la cultura, pero
también defenderla y sustentarla directamente. Del mismo modo, es tarea de las y
los trabajadoras/es de la cultura, asumir esa lucha desde el seno del pueblo.

Parafraseando a Gabriel Celaya, “la cultura es un arma cargada de futuro”.

efraín rojas bruschetta


http://www.youtube.com/watch?v=BHSg8oi8MqQ

http://www.elregional.com.mx/index.php?
option=com_content&view=article&id=60208:ingredientes-del-
fuego&catid=37&Itemid=37

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