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El objeto central de los poemas épicos son las gestas de hombres realizadas en la guerra,
escenario considerado tradicionalmente como masculino. Por eso, el discurso épico ha relegado
la participación femenina, aunque da cabida a mujeres de excepción que, asumiendo un rol que
originalmente no les corresponde, adquieren la condición de heroínas. Los poemas épicos que
relatan la guerra de Arauco han continuado esta tradición y han dejado memoria de mujeres
que encarnan este arquetipo, como es el caso de la española Inés de Córdoba y su defensa de la
ciudad de la Imperial.
Palabras claves: Tradición épica, Heroínas, Guerra de Arauco, Inés de Córdoba.
The epics poems centre on men’s exploits developed in war, scene traditionally considered as
masculine, which relegates the feminine participation. Nevertheless, it gives content to exceptional
women who, assuming a role that originally doesn’t correspond to them, acquire the heroines’
condition. The epic poems that report Arauco’s war have continued this tradition and have exalted
women who personify this archetype, since it is the case of the Spanish woman Inés of Cordova and
her defense of the city of La Imperial.
Keywords: Epic Tradition, Heroines, Arauco’s War, Inés de Córdoba.
Es sumamente reconocido el carácter viril del mundo épico. Por su temática propia -la
guerra y las hazañas bélicas- aquellas cualidades que resultan dignas de admiración son las que,
incluso en un sentido etimológico, se asocian originalmente al género masculino.
1 Licenciada en Humanidades y Profesora de Historia. Universidad Andrés Bello. Correo Electrónico: mhuidobro@unab.cl
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Pese a las consideraciones anteriores, el imaginario épico clásico también dio cabida a
mujeres de excepción, que tal vez por su condición extraordinaria, participaron asimismo de la
tradición poética de la épica. Éstas son las mujeres guerreras, quienes sobrepasan los límites de
lo femenino y entran a participar en el mundo viril de la lucha y de la épica (Vasselin; 1994:
36).
Las más reconocidas originalmente son las Amazonas, mencionadas ya en la Ilíada (III,
189), pero que en obras posteriores irán adquiriendo mayor protagonismo3. Pese a ser mujeres,
luchaban con las cualidades que naturalmente encarnaban los varones guerreros y así se hacían
simultáneamente tan temibles como atractivas. Entre ellas, las más destacadas por la tradición
2 Dice Cicerón, “en efecto, virtud tomó su nombre de vir -apellata est enim ex viro virtus- (Disp. Tusc., II, 43). Así se explica
también en el Dictionnaire Étymologique de la Langue Latine de A. Ernout y A. Meillet (1967:739), en el que se señala:
“Virtus est avec vir dans la même rapport de dérivation que iuuentus, senectus avec iuuenis, senex. Comme ces deux mots,
il marque l’activité et la qualité”. Al respecto, Helene Foley (2005: 105) explica que la poesía romana creaba a menudo una
contradicción explícita entre las mujeres y la épica, insistiendo en la masculinidad de este género en oposición a las materias
eróticas y femeninas de la elegía, que por este motivo se incluían en los versos épicos. Por esta razón, explica A. M. Keith
(2000: 14-15), el género épico servía como base para la instrucción primaria en Roma, que concernía preeminentemente al
hombre y les inculcaba la virilitas, distanciándolo de lo femenino, mantenido en cambio en el hogar.
3 Para la presencia de las Amazonas en la poesía épica antigua, véase Foley (2005: 114-115).
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4 Ambas poseen incluso algunas características biográficas en común: son mujeres que han crecido en circunstancias salvajes; se
dedican a actividades esencialmente masculinas –como la caza-, mientras que dejan de lado el ámbito propio de la mujer, incluso el
amor y la sexualidad; no temen enfrentarse de igual a igual a los varones; y luchan a favor del bando que finalmente resulta vencido.
Para el origen del personaje de Camila, véase Cristóbal (1988: 45-47).
5 art. cit., p. 27.
6 “Es la virgen guerrera, que las manos ni al rocadero acostumbró, femínea, ni al cesto de Minerva; son batallas las que gozosa
lidia, son carreras en que a los vientos deja atrás”.
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desiluit, quam tota cohors imitata relictis ad terram defluxit equis (Aen. XI, 498-501)7. A medida
que el relato avanza, la presencia de Camila se hace más viva, atractiva y real.
Esa será la estampa que se proyecte en la tradición literaria, que verá ejemplos como el de
Camila en nuevos escenarios históricos. Es la conjugación de la femineidad y la virilidad, de la
fuerza y de la belleza, que inspirará la creación de personajes literarios, tanto como evocará su
figura en mujeres de la historia que bien podrían asimilarse a ella. Esto es lo que intentaremos
hallar, en este caso, en la historia de la guerra de Arauco y en uno de los poemas épicos que
dejaron testimonio de ella.
7 “Al encuentro de Turno, sale al frente de los volscos veloz Camila, y en las mismas puertas salta de su bridón; sus Amazonas,
imitando a la reina, en tierra luego saltan ágiles todas”.
8 Cfr. Triviños (1966: 5-27) en que se analiza la perspectiva épica adoptada por los primeros testimonios de la conquista de
Chile y la tradición historiográfica que desde entonces se forjó en base a ellos.
9 Algunos nombres, sin embargo, han logrado trascender, como el de Inés Suárez. No obstante, es protagonista en las crónicas
de Vivar (Crónica y relación copiosa y verdadera de los reynos de Chile, XXXVIII) y de Mariño de Lobera (Crónica del Reino
de Chile, XV), y no es mencionada, en cambio, en el género épico que en este caso nos interesa, pues su periodo no fue objeto
de poetización (Vega; 2003: 196, Maura; 2005: 219-223).
10 José Toribio Medina (1928: 1-2) distingue en términos generales, dos tipos de mujeres: araucanas y españolas. Optamos, en
este caso, por distinguir tres tipos de presencia, para referirnos al modo en que estos tipos femeninos participan de los poemas.
En este sentido, entendemos que hay dos tipos de mujeres, pues claramente difieren los retratos de las indígenas frente a las
mujeres hispanas, mas dentro de estas últimas, podemos distinguir también dos tipos de participación: colectiva y singular.
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11 Aun así, Cedomil Goic (2007), señala que estas mujeres representarían una dimensión cultural histórica del
pueblo araucano y de la fidelidad de sus mujeres, que acompañaban a sus esposos a la guerra, tal como el
mismo Ercilla testimonia en su prólogo “Al lector” de la primera parte de su obra, y en su canto X, 25-56.
Medina (1928: 8), por su parte, afirma que, aun siendo pasajes idealizados, los relatos sobre estas araucanas habrían nacido
de la realidad testimoniada por Ercilla, a excepción de la historia de Glaura y Cariolano, que le parece poco verosímil.
Acerca de la obra de Pedro de Oña, en cambio, Salvador Dinamarca (1952: 149-161), señala que tanto el pasaje de Fresia y
Caupolicán, como los de Gualeva y Tucapel, y de Quidora y Talgueno, son hechos literarios, compuestos por personajes de
creación poética inspirada en las más diversas fuentes, contemporáneas y antiguas.
12 Basta pensar, en este caso, en dos de las araucanas más reconocidas por la literatura y la historia de Chile: Guacolda, la mujer
de Lautaro, y Fresia, la mujer de Caupolicán. La primera sueña, en La Araucana, con el trágico destino de su amado Lautaro,
con quien se dirigía junto a un gran número de indígenas a atacar la ciudad de Santiago. Pese a los lamentos de Guacolda, el
cacique insiste en avanzar, pues confía en sus capacidades y en su astucia, pero no logra que ella cambie su sentir (XIII, 43-
57). Y así, en esta escena de amor, Ercilla logra variar el ritmo de su obra, que se nutre fundamentalmente del tema bélico, y
continúa de paso con esa escena que ya leíamos entre Héctor y Andrómaca o entre Cornelia y Pompeyo.
Por otra parte, en Arauco Domado, es Fresia quien expresa su temor por el futuro de su amado Caupolicán (V, 28-32). En
una escena que se escapa de toda precisión histórica, pues rodea a los personajes de una naturaleza cargada de figuras y
elementos de la mitología clásica (V, 8-24), Fresia intenta que Caupolicán desista de sus propósitos de amenazar a
los españoles, pero, tal como en el caso de Guacolda, no logra cambiar la opinión de este cacique araucano. Pedro
de Valdivia recién había muerto y Caupolicán confiaba en el triunfo de los indígenas. A Fresia sólo le quedaba
lamentar el trágico desenlace que ya presentía. Fresia y Guacolda son, a la vez, esposas, amantes y mujeres dolientes.
Sólo una escena referida a las mujeres araucanas nos evoca, para el caso de la doncella guerrera que aquí nos interesa, el ejemplo
de las amazonas. Se trata de los versos también mencionados por Goic, del canto X, 4-5 de La Araucana, y que Vicente
Cristóbal (1988: 59) destaca como estrofas que remiten a este arquetipo de la tradición épica.
13 Ejemplos claros son las mujeres que lloran la derrota de los españoles en la cuesta de Villagra, que los obligará a dejar la ciudad
de Concepción, en La Araucana, VII. Y, por otra parte, las víctimas del asalto araucano a San Bartolomé, en Purén Indómito,
acerca de las cuales el poeta sólo habla en forma colectiva (XV, 68). Después de todo, lo que al autor parece interesarle es el
tipo de conducta que las caracteriza y que hace de todas ellas, víctimas de la guerra, en un rol pasivo y excluido.
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original y, por lo mismo, parece asumir una condición que tampoco debiera corresponderle en
principio, es decir, el papel masculino14.
Quizás el único poema que dedica más de una mención a mujeres españolas en actitud
heroica es Purén Indómito15. Entre ellas, Diego Arias se ocupa especialmente de un personaje
femenino que participó valientemente de la defensa de la ciudad de la Imperial y que, como
caso extraordinario, recibe la emulación de los ejemplos de la Antigüedad. Se trata de Inés de
Córdoba de Aguilera, personaje histórico y poetizado en Purén Indómito, que requerirá nuestra
atención para hallar en ella el fundamento histórico que la hizo digna de admiración y de
evocación de los más clásicos arquetipos de la mujer guerrera.
Pese a ser un poema que continúa la línea discursiva inaugurada por Ercilla para relatar
los hechos de Arauco, Purén indómito es una obra que, en lugar de cantar al heroísmo, parece
más bien lamentar la ausencia de éste. Los sucesos que se describen, con bastante precisión
histórica, refieren principalmente a las derrotas españolas tras la muerte de Loyola y a los
ataques de los que fueron víctimas las ciudades fundadas al sur del Biobío16.
El personaje de Inés de Córdoba de Aguilera entra en el relato en el canto XXII de Purén
Indómito, en el que se continuaba la descripción de las miserias padecidas por los habitantes
españoles de la ciudad de La Imperial. Se trata de un pasaje de fundamento histórico, que
se puede completar con las descripciones de otros cronistas, como Alonso de Ovalle, quien
14 Esto es lo que hacía notar José Toribio Medina acerca de Doña Mencía de Nidos, la única española individualizada en
La Araucana (VII, 20-28), pues parece asumir un rol excepcional en su condición de mujer. Su excepcionalidad
se manifiesta cuando Ercilla afirma que doña Mencía es aquella que alcanza tanta fama / en tiempo que a los hombres
es negada (VII, 20, 3-4). Ella es quien intenta detener a los españoles que huyen de Penco ante un posible saqueo
de los araucanos, pero no recurre tanto a la falta de valentía de los demás –que ella, en cambio, poseería-, sino al poco
compromiso de defender la tierra y al deshonor que esto conlleva. De este modo, más bien parece personificar al
anciano que custodia y apela a los valores tradicionales, que a la mujer que por una cualidad natural es valiente.
Por lo demás, el otro personaje que se dirige a la multitud que huye de Concepción es otro anciano, que les recrimina su falta
de valentía y la consiguiente deshonra (La Araucana, VII, 18; Maura; 2005: 181-194).
15 Esto se realiza, de todos modos, en contraste con la actitud más tradicional de la mujer como víctima. Y así, la conducta de
Ana María de Toledo (XV, 2, p. 302-1, p. 303) y de Isabel Megia de Toledo -heroica dama (XVI, 1, 7, p. 313)- se contraponen
a la de las demás españolas atacadas en el asalto a San Bartolomé de Gamboa. Son mujeres que se resisten a los abusos de los
indígenas y que luchan hasta preferir la muerte, antes que la rendición. Doña Isabel incluso arrebata a un soldado español su
espada, e intenta que los demás hombres la sigan en su ataque a los indígenas, pero no lo logra (XVI, 1, p. 312-2,4, p. 313).
16 El problema, en términos generales, bien lo describe Barros Arana: “En esa época (principios de 1600) la situación de los
españoles, aun sin tomar en cuenta las amenazas de los corsarios, había llegado a hacerse muy difícil y casi insostenible. Apenas
podían defenderse dentro de las ciudades que ocupaban, resistiendo a los repetidos ataques de los bárbaros, pero no le era
posible comunicarse unos con otros y mucho menos socorrerse, sino cuando podían enviarse esos socorros por mar, como
sucedía con la plaza de Arauco; pero la presencia de los corsarios hacía ahora peligroso este camino. Angol, La Imperial y
Villarrica parecían condenadas a sucumbir sin que el gobernador pudiera prestarles el menor socorro” (III, XVI, 8).
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hablaba de ella como “la triste Ymperial, de la que no se sabía otra cosa sino que había un año
que estaba cercada de los enemigos, y entendían que eran todos muertos de hambre, porque
no comían sino caballos muertos, y después perros, y gatos, y cueros de animales; lo cual se
supo por lo que avisaron los de aquella ciudad, que, por el río abajo, cambiaron un mensajero
a suplicar, y pedir socorro con lastimosos clamores de aquella miserable gente”17.
Este mensajero era el capitán Escobar, que había llegado a pedir auxilio al gobernador
Quiñones, pero que no había tenido éxito en su regreso a la Imperial, debiendo volver a
Concepción. Por esta razón, relata Diego Arias, el corregidor de la Imperial, Hernando Ortiz,
salió también de la ciudad con algunos hombres, para intentar llegar hasta Angol. Sin embargo,
fueron capturados por los araucanos –así se abre el canto XXII-, quienes los llevaron hasta las
afueras de la Imperial para disuadir a sus habitantes a rendirse. Los españoles, sin embargo, se
prepararon para la defensa.
Por esta razón, los indígenas optaron por medidas más drásticas. Al anochecer, destruyeron
los árboles y campos de los alrededores, para acabar con las provisiones de los españoles. Era
momento, entonces, de prepararse para la lucha, y el capitán Francisco Galdames, quien tomó
el mando de la ciudad, decidió que incluso las mujeres tomaran las armas, en una actitud que
ya emulaba los actos heroicos femeninos de la Antigüedad:
Y como las más nobles en Efeso
Todas las principales damas quiso
Que estén sobre el más alto baluarte
Con las insignias ásperas de Marte.
Aquí se via en armas y en nobleza,
En apostura, en ánimo, en divisas,
En talle, en gallardía, en gentileza,
Camilas, Bradamantes, y Marfisas,
Policenas, y Elenas, en belleza,
En castidad Lucrecias y Fenisas,
En gracia, en discreción, en hermosura,
Todo cuanto engendrar pudo natura.
(Purén Indómito, XXII, 26, 4 - 27).
17 Ovalle, Alonso de, Histórica Relación del Reyno de Chile, VI, 16, Roma, 1646, p. 257. El testimonio de Ovalle puede
complementarse con el de una carta de Quiñones al Rey, fechada en marzo de 1600, y que recoge Barros Arana (III, XVI,
9): ‘A la hora que escribo ésta, dice una carta fechada en Santiago en marzo de 1600, ha venido nueva que los de la Imperial
perecieron de hambre todos, después de un año de cerco. Sólo se escaparon veinte hombres, cuya suerte fue muy más trabajosa
que la de los muertos, porque necesitados de el hambre, se pasaron al bando de los indios’.
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Inés se nos aparece aquí como Camila: luminosa, pero guerrera. Es presentada entonces
como bellatrix. El arma que porta, no es cualquiera: es el asta de roble, similar a la que Metabo
había atado a su hija Camila para consagrarla a Diana y arrojarla luego con Camila atada a
ella sobre el río Amaseno, para dejarla en la ribera contraria (Aen. XI, 552-555). La guerrera
de Eneas no sólo hace uso de flechas, sino también de la lanza en la batalla; con ella traspasa
el cuerpo de Eúno (Aen. XI, 666) y el de Cromis (Aen. XI, 675). No parece coincidencia, por
tanto, el arma asida por Inés, que no se corresponde con las armas más tradicionales de los
soldados españoles: es el arma, en cambio, de la épica doncella guerrera.
El escudo que lleva en su mano izquierda destaca, por otra parte, su noble origen. Así
como Camila, Bradamante y Marfisa, es descendiente de personajes ilustres. Böels-Janssen
18 No todas las españolas que participaron de la defensa de la Imperial eran jóvenes vírgenes; rol fundamental lo cumplieron
las matronas, entre las que se encontraba Inés de Aguilera. Por eso, en este caso, la castidad parece referir más a la pureza e
integridad de estas mujeres, que a su virginidad, como se habría referido para las Amazonas o para las mujeres del Orlando
Furioso. En este sentido, se mantiene la tradición, pero ésta se acomoda a las necesidades del hecho histórico.
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recordaba que en el mundo épico, sólo pueden jugar un rol destacado las mujeres de categorías
sociales superiores (Böels-Janssen, 2007: 20). Camila era hija del rey Metabo, quien por su
soberbia y por envidia, relataba Diana, había sido expulsado de Priverno (Aen., XI, 539-543).
Inés, dice Barros Arana, era “señora principal, hija y esposa de conquistadores” (III, XVI, 10),
y más adelante agrega otros detalles: “viuda del capitán Pedro Fernández de Córdoba, madre
de dos mancebos muertos a manos de los indios, hija y hermana de otros capitanes que habían
corrido igual suerte” (III, XX, 1).
Diego Arias no da detalles de la biografía de doña Inés, pero el nombre de Olmos de
Aguilera bastaba para reconocer su noble linaje. No menciona, en cambio, la presencia de su
esposo o de su padre, de modo tal que se presenta nuevamente en condiciones similares a las de
Camila: valiéndose por sí misma, e incluso dirigiendo ella a los soldados varones.
A todos los soldados visitaba
Requiriendo por horas los cuarteles,
Y con palabras tales animaba
Que leones hacía de lebreles.
(Purén Indómito, XXII, 30, 1-4).
A diferencia de otras mujeres mencionadas en Purén Indómito, sólo doña Inés parece
haber tenido éxito en su liderazgo sobre los soldados. Camila también era imitada por su
cohorte, así como nos lo recuerda Virgilio al presentarla ante Turno (Aen. XI, 498-501). Ambas
son personajes que lideran y que no parecen subordinarse a otro mando.
Hasta aquí, entonces, tenemos a una Inés de Córdoba gallarda y aguerrida. No obstante,
resta por hallar en ella el segundo elemento que puede iluminar su presencia, y que permite al
poeta introducir una nota de variación entre la cruda descripción de la batalla19. A Inés sólo la
acompañaba su hija, del mismo nombre, que introducirá este elemento. Continuaba su canto
el poeta, con los siguientes versos:
Su hija la menor le acompañaba
Tan bella que otra tal no pintó Apeles,
El pastor la manzana si la viera
A doña Inés de Córdova la diera.
Detuvo el carro Apolo para vella
De tan grande beldad maravillado,
Pensando fuese Dafne en ser tan bella,
19 Así también lo logra Virgilio a través del personaje de Camila (Cristóbal, 1988: 49).
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20 Vicente Carvallo y Goyeneche, en su Descripción Histórica Geográfica del Reino de Chile (1796), I, 85, relata el episodio
ampliando aun más el protagonismo y el liderazgo de doña Inés: “Con las pérdidas que padecían en las surtidas, con las
enfermedades i con los que parecían en los continuos ataques, eran ya mui pocos los defensores. Meditaban capitular con los
indios i rendirse con honrosos tratados. Llego a noticia de doña Inés de Aguilera, que en este asedio había perdido a su marido
don Pedro Fernández de Córdoba, a sus hijos Antonio, Diego i Alonso; a sus hermanos Pedro, Alonso i Diego; a don Andrés
Fernández de Córdoba, su cuñado; a Fernando Fernández de Córdoba, Gabriel de Villagra i Pedro Olmo de Aguilera, sus
sobrinos, que todos rindieron la vida en defensa de su colonia; i entró a la sala del Ayuntamiento. Hizo ver a los capitulares que
aquella bárbara nación, que jamás supo respetar el sagrado de un tratado, entraría por todo partido hasta verlos rendidos; pero
después de puestos en sus manos, debían esperar, o el cuchillo a la garganta, o la ignominiosa esclavitud bajo el pesado yugo
de sus mismos criados, con el dolor de verlos usar torpemente de sus mujeres i de sus hijos, i finalmente se ofreció a defender
la ciudad con las demás mujeres.
Aquellos hombres reconocieron en doña Inés, no sé qué grandeza de ánimo superior a toda adversidad de la fortuna que les
agobiaba, i le dieron el gobierno de la ciudad, i la reconocieron por su caudillo. Abandonó doña Inés la ciudad que ya no se
podía defender por falta de jente, i se fortifico en un baluarte; en éste, vestida de un traje varonil i armada de escudo i lanza,
hizo tantos prodijios de valor, que infundió los animosos esfuerzos de su pecho en los intimidados corazones de los pocos
españoles que quedaban, i se continuó una vigorosa defensa hasta que llegó el Gobernador a libertarles”.
21 Podríamos también suponer que aquella virgen es otra de las romanas que han trascendido en la historia por sus virtudes;
Lucrecia, por ejemplo. Sin embargo, creemos que hace alusión a Camila, pues el discurso posee un carácter bélico y porque,
aun sin haber sido de origen latino, Camila forma parte de la tradición épica romana y es admirada por ésta.
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cabildo en consideración de las miserias padecidas por sus habitantes (Barros Arana, III, XVI,
12). Diego Arias no relata, en cambio, este desenlace, ni vuelve a mencionar a doña Inés.
Sólo podemos saber de ella por relatos posteriores, como el de Barros Arana, referentes al
gobernador Alonso de Ribera, quien desposó en marzo de 1603 a Inés de Córdoba, hija de la
heroína de la Imperial:
“En Santiago había conocido la familia de uno de los más importantes encomenderos de
la Imperial, privada de sus bienes por la despoblación y ruina de esa ciudad, y reducida a
un estado de lastimosa pobreza, pero rodeada de cierta aureola de gloria por los servicios
militares de muchos de sus miembros. El jefe de esa familia era doña Inés de Aguilera
Villavicencio, la heroína legendaria de la Imperial, viuda del capitán Pedro Fernández
de Córdoba, madre de dos mancebos muertos a manos de los indios, hija y hermana de
otros capitanes que habían corrido igual suerte. Al lado de ella vivía una hija, llamada
también Inés y dotada de una gran belleza, según la tradición que consignan los cronistas.
El gobernador Ribera concibió por ella una ardiente pasión, y antes de mucho formó el
proyecto de tomarla por esposa” (Barros Arana; III, XX, 1)22.
Con todo, Barros Arana duda de la historicidad del pasaje cantado por Diego Arias, y
fundamenta su cuestionamiento en la ausencia del nombre de doña Inés en otros documentos
contemporáneos. Sólo los cronistas posteriores, basados en el testimonio de Purén Indómito,
habrían contribuido a la trascendencia y al enaltecimiento de su figura23. No obstante, los
registros de su nombre en situaciones posteriores nos confirman su existencia histórica. Y el
hecho de que su figura emule, pero no imite completamente, a las heroínas de la antigüedad,
nos habla de los fundamentos históricos que posee el personaje y que le exigen al poeta crear
sólo a partir de éstos.
Esto es lo que nos viene a confirmar, finalmente, la influencia de la tradición épica
clásica en el poema de Diego Arias y, en este caso concreto, en el retrato de su personaje
Inés de Córdoba de Aguilera. Puede haberse tratado de un personaje histórico que participó
valerosamente de la defensa de la Imperial. Pero su heroísmo, exaltación y trascendencia, son
frutos de la poetización de su figura, mezcla de una valentía que bien pudo ser histórica y que,
por su ejemplo, mereció su emulación poética con las más reconocidas guerreras del mundo
épico, que así se hacen presentes en las tierras de Arauco.
El caso de Inés de Córdoba ofrece así la posibilidad de abordar el estudio de la guerra de
Arauco y de sus testimonios desde una perspectiva distinta, que escapa de la temática de lo bélico
desde lo masculino y desde lo colectivo. Su ejemplo se presenta como parte de una historia que
22 Vicente Carvallo agrega acerca de Inés de Aguilera: “No quedó sin premio la gallardía de esta famosa heroína castellana. La
piedad del señor Felipe III. Le asignó la pensión anual de 2000 pesos para su decente subsistencia”.
23 Cfr. Barros Arana, III, XX, nota 39.
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requiere de estos complementos para una comprensión más plena e inclusiva del mundo que le
subyace y que, finalmente, dota de mayor riqueza y vitalidad a sus acontecimientos.
BIBLIOGRAFIA
Triviños, Gilberto
1966 “El mito del tiempo de los héroes en Valdivia, Vivar y Ercilla”, en Revista Chilena de Literatura, nº 49,
Departamento de Literatura, Universidad de Chile, Impresos Universitaria; Santiago, Chile. pp. 5-27.
Vega, Carlos
2003 “Mujeres heroicas de la conquista de América”. McFarland; USA.
El maremoto de 1877 devastó la costa del Distrito Litoral de Atacama (Bolivia) que
Chile anexó dos años después (hoy, Región de Antofagasta). La microhistoria de los efectos del
terremoto en la población costera antes del desembarco chileno, sirve para explorar el teatro de
la Guerra del Pacífico y sus secuelas. Se analiza la evolución estatal boliviana en ante el naciente
espíritu regionalista y cosmopolita de los pioneros que poblaron esas tierras, atraídos por el
comercio del guano, el salitre y la plata. Los estragos del terremoto hacen de telón de fondo
a la des-bolivianización y des-peruanización de los territorios conquistados y la correlativa
chilenización de la memoria de la población regional.
Palabras Claves: Territorialidades, Identidades, Chilenización, Norte Grande, Antofagasta,
Cobija
The 1877 tsunami devastated the coast of Landlocked District of Atacama (Bolivia) which
Chile annexed two years later (today, Antofagasta Region). The micro history of earthquake effects
in the coastal town before landing in Chile, is used to explore the theater of the Pacific War and its
aftermath. This paper analyzes trends in Bolivian state to the emerging regionalist and cosmopolitan
spirit of the pioneers who settled the land, attracted by the guano trade, and silver nitrate. The
ravages of the earthquake are the backdrop to the des--Peruvianization and des-bolivianization
and the conquered territories and the corresponding Chileanization memory of regional population.