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AGUIJON SOCIAL

ALFONSO SUAREZ ARIAS LA VALENTÍA DE LOS DESALMADOS


“También suelen hacerse los amables contigo. Pero ésa fue siempre la astucia de los cobardes. ¡Sí, los cobardes son
astutos!”

El cautivo, cayó en la pesca aquel día y llevado por el grupo de ilegales al interior de la montaña, sometido a caminatas
por estrechos caminos, entre la lluvia o el intenso sol y siempre bajo circunstancias de zozobra e incertidumbre, hasta
que se asentaron en un campamento mimetizado en lo profundo de la selva, desubicado para él, puesto que había
perdido en el andar, el sentido de orientación, porque muchos de esos recorridos fueron hechos en noches muy oscuras.

Estuvo advertido del daño que enfrentaría, si el Ejército optaba por tantear rescatarlos y de las consecuencias a las que
permanecería expuesto, si intentase escapar. Dormía atado por un pie al cepo instalado cerca del rústico tablado, en el
que se tendía con los otros rehenes, a veces alicaídos y otras mordiéndose los labios de rabia y desesperación, por no
poder definir la propia situación, predispuesta por los desalmados secuestradores.

Se contaba entre los cuatro raptados, que sobrevivían bajo la estricta vigilancia de doce bandidos, acompañados por dos
mujeres y una adolescente, mientras que pequeños grupos de seis u ocho individuos se les unían por uno o dos días y así
mismo, iban y venían de entre la verde espesura.

Pero en el campamento permanecía un personaje muy particular, portador permanente de un fusil, de esos terroríficos
AK47, el modelo favorito de criminales, insurgentes, terroristas y niños-soldado, cuya sola exposición y ostentación le
mostraba más temible y desalmado, que infundía terror y estremecimiento, de solo pensar que en algún momento,
cualquier uso le llegase a dar. El temido bandido, sentado frente a los rehenes, dedicaba minuciosamente tiempo a la
limpieza del fusil y a ensayar variadas poses y posiciones, simulando disparar contra todo lo que se moviera. Muchas
veces les hacía tiritar de pavor, cuando les apuntaba y gritaba repetidamente: “ta ta ta ta ta ta”.

En su espalda terciaba un machete y funda, que le hacía parecer el más sanguinario guerrero, mezcla de “Rambo” y
“Predator” dispuesto a exterminar al enemigo y en éste caso, a los asustados prisioneros. Era la personificación del
pánico, caminando de allá para acá y de aquí para allá, con su indumentaria y poderoso armamento.

Cualquier día, estando el hombre sentado en su ejercicio demostrativo de fuerza y poderío, se escuchó
estruendosamente tal aturdidora explosión, a la vez que el grito del vigía, “¡La tropa…nos ataca la tropa!”. Todos
corrieron despavoridos, rehenes, bandidos y el carcelero “Robocop” (ese era su nombre de batalla), saltó de su puesto
abandonando su letal y mortífero fusil AK47, y arrancó atropellando a todos, por la estrecha senda de escape, entre
frondosos árboles y bejucos, con tan mala fortuna que la enredadera encajó entre el machete envainado y la espalda de
Robocop, atrapándolo y deteniendo su enloquecida huida. Arrodillado y con los brazos en alto ante el efecto ignoto,
berreaba cual ternero recién destetado, implorando por su vida y prometía entregarse sin oponer resistencia.

Gimoteaba por todos, en tanto el cautivo, lúcido, puso la mano sobre el hombro del hincado bravucón, ocasionando que
se descontrolaran los esfínteres y empapara sus pantalones además de engrudarlos por el susto. Lo tranquilizó y ayudó a
levantar, desenredándolo de la maraña, pues había sido una falsa alarma, ocasionada por un explosivo mal manipulado,
por uno de ellos mismos y ningún “enemigo” le había atrapado. Desde esa terrible tarde “Robocop” no volvió más por el
campamento, llevándose consigo las bravatas y dejando expuesta la cobardía que acompaña a éstos desalmados.

Mayo de 2018
alfonsosuarezarias@gmail.com
@SUAREZALFONSO

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