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“El problema de ésta sociedad es que la gente inteligente tiene muchas dudas, mientras que la gente estúpida cree
tener la certeza.”
Atendiendo a la interpretación exegética del concepto “polarización política”, no podríamos definir la actual
confrontación electoral como la vivencia típica por la que esté transitando Colombia en pleno ejercicio democrático,
puesto que sus protagonistas son debatientes naturales propuestos desde sus orígenes con ideas contrapuestas y
totalmente antagónicas sobre el régimen y sistema de manejo del Estado.
Colombia ha superado la polarización política, de eso se puede aseverar con cierta seguridad al evaluar
objetivamente el aparente enfrentamiento entre quienes apoyarán al candidato del Centro democrático al que
seguramente se unirán otras corrientes de interés particular y los que estarán radicalizando sus posiciones en la
izquierda populista impuesta desde una tendencia dogmática establecida por maquiavélicos personajes en el foro
de sao paulo.
Pelear no es polarización, es más, ni siquiera la mayor de las enemistades tiene que explicarse por polarización política,
simplemente debe contar con la contraposición de intereses. Así, algunos incluso han sostenido que la supuesta polarización que
vivimos actualmente no es una sorpresa, que porque –dicen- solo es una de las expresiones del conflicto armado.
Mentiras, o al menos, exageraciones.
La discusión política –esto es, el enfrentamiento entre dos estructuras de ideas- no tiene por qué ser necesariamente mala para el
país. Si se discute políticamente, con respeto y dentro de las instituciones diseñadas para eso, la competencia de ideas debería
llevar a una democracia más saludable.
El problema es que no estamos viendo una discusión política profunda sobre temas relevantes de la sociedad y política
colombiana, sino, más bien, la pelea mezquina entre poderes políticos de una élite que se ha desmoronado y se encuentra
inmersa en una profunda crisis; una lucha caníbal por la supervivencia y la relevancia en el futuro político de un país en
transformación.
Y así, los problemas públicos de los colombianos, que deberían ser quienes determinan la agenda mediática y gubernamental, se
convierten en apenas excusas para el enfrentamiento, banderas con las cuales golpear a los contendores en su lucha fratricida.
Una lástima. Otra expresión de esta “democracia” que se engaña a ella misma, que incluso en una de sus mejores expresiones –
la discusión- y sus recintos más sagrados –el Congreso- hace una pantomima de polarización, un simulacro de disenso.
Porque lo triste de este asunto es que la democracia es esencialmente una competencia libre de ideas sobre un modelo social,
político y económico, y no puede temerle al disenso, a la discusión. Su fortaleza reside ahí precisamente, en su capacidad de
generar espacios de competencia ideológica y aguantar la inestabilidad controlada que los cambios que salgan de esas
discusiones genere.
Así, quizás un poco más de debate político, del de verdad, sobre los problemas públicos de los colombianos, no las diferencias
personales de nuestros políticos –bajo el respeto de las reglas democráticas, por supuesto- sea justo lo que necesita nuestra
democracia.
Abril de 2018
alfonsosuarezarias@gmail.com
@SUAREZALFONSO