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Universidad de Chile

Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Antropología

Carrera de Arqueología

LA VIDA EN LA MUERTE:

RESISTENCIAS E INCANIZACIÓN EN LA ALFARERÍA


FÚNEBRE DE LAS COMUNIDADES DEL CURSO MEDIO-
INFERIOR DEL ACONCAGUA

Alumna: Nicole Fuenzalida Bahamondes

Profesora Guía: Lorena Sanhueza Riquelme

Tutor: Daniel Pavlovic Barbaric


A Yolanda Vergara

Agradecimientos

En primer lugar, quiero agradecer a Daniel Pavlovic responsable del proyecto Fondecyt 1090680,
que otorgó los fondos que permitieron la realización de este trabajo y generó el espacio de
discusión necesario para un marco de análisis prehistórico regional. En especial, dar las gracias a
los integrantes del proyecto: María Albán y Cristián Dávila, por los diálogos y juntas.

Asimismo merecen mi más sentido agradecimiento la Directora Pamela Maturana y todo el personal
que presta sus servicios en el Museo Histórico y Arqueológico de Quillota, así como el Director del
Museo Histórico de La Cruz Herman Arellano, quienes me brindaron una acogida cordial y por
supuesto, accedieron a que estudiara las colecciones.

A mi profesora guía, Lorena Sanhueza, quien fue una contraparte muy importante, su labor y
entrega resultaron en extremo necesarios en este escrito.

A mis amigas y colaboradoras profesionales Violeta Abarca, Valeria Sepúlveda y Francisca Gili que
entregaron sus conocimientos y trabajo en el proyecto Fondart 12206 y en las labores de
conservación realizadas a las piezas cerámicas. Así también a Claudia Arriagada, copartícipe de la
labor anterior, cuyas discusiones resultaron de gran iluminación.

Quiero dar las gracias a mis padres y a mi hermana, por su paciencia y apoyo incondicional. A mi
hermano, por su ayuda gráfica y complicidad. A Rodrigo por estar a mi lado en el proceso y
provocar la reflexión crítica.

Finalmente, todo este trabajo se encuentra dedicado a una gran mujer, amiga del alma. Sin sus
conversaciones, abrazos y narraciones, habría sido imposible si quiera pensar la idea de estudiar la
prehistoria.
Prefacio

“…en rigor, cabe decir que lo que más al hombre destaca de los demás animales
es lo de que guarde, de una manera o de otra, sus muertos,
es un animal guardamuertos…”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, 1964: 41).

En la prehistoria de los valles centrales de Chile, cuando no existían sino habitaciones de barro, los
muertos eran elevados en túmulos. Los ritos mortuorios siempre han sido prácticas estructurales
que cumplen diversos roles en la vida social, resultan ser procesos complejos, porque sintetizan
creencias, políticas, identidades y economías como pocos comportamientos humanos. La
interpretación arqueológica en este caso resulta sumamente difícil, porque el registro constituye sólo
el producto final de una serie de rituales. No obstante, el relato que se hará sobre estos ritos
mortuorios cobrará una insospechada realidad más allá de las pretensiones de quienes fueron sus
responsables. Se trata de un ejercicio doble cuando se escudriña el pasado 1) “recuperar
materiales” y 2) “hacer que estos hablen”. En el mundo posthistórico de hoy, esta actividad cobra
más que nunca relevancia, “¿cómo hacer que el silencio de la materialidad se vuelva espeso y
presente?” (Miranda 2012), desafío que empieza con esta memoria.

El tema a presentar se compone de una problemática general asociada a un fenómeno


sociopolítico trascendental en la prehistoria andina, la expansión del Tawantinsuyu a los andes
meridionales, como de una mirada local, referida a una porción geográfica particular, el curso
medio inferior del Aconcagua. Los rasgos que adquiere el tratamiento de este tema,
determinaron que la arqueología se desplegara en un espacio acotado, siendo más relevante la
historiografía, pues logra asentar ideas que permanecieron por años en el imaginario de ambas
disciplinas. Estos antecedentes sirven a la vez, para delimitar los modelos teóricos sobre las
identidades en juego, el proceso de interacción percibido, como del singular contexto que se
trata (rituales mortuorios). La discusión se funda en la materialidad cerámica y desde ahí en la
distinción de estilos, en particular, descansa en la proposición de “referentes culturales”.
Justamente este punto determina la forma de aproximarse a la variabilidad alfarera que
encontramos y define el marco desde el que realizamos la metodología y clasificación
propuesta. Los resultados adquiridos en el desarrollo de este trabajo, permitirán más tarde
argumentar desde el comportamiento de la alfarería fúnebre, la interacción que existió entre las
comunidades de este valle y el Inka, esbozando procesos de persistencia y resistencia,
incanización y exclusiones.
Índice

Introducción 1
1. Antecedentes
1.1 Una mirada al valle de Aconcagua en tiempos del Inka y de conquista española. 4
1.2 Panorama prehistórico tardío del curso medio-inferior del río Aconcagua 7
1.3 Los patrones funerarios tardíos en Chile Central 8
1.4 El ajuar fúnebre del periodo Tardío en los valles centrales 13
 Recapitulación 15
1.5 El estudio de la alfarería tardía de Chile Central 16
2. Marco Teórico:
2.1 La interacción Inka-comunidades locales 19
2.2 El estilo cerámico 22
2.3 La singularidad del contexto: sobre el estudio de las prácticas mortuorias 25
3. Materiales y metodología:
3.1 La muestra cerámica 28
3.2 Técnicas y métodos de análisis cerámico 28
4. Resultados:
4.1 Caracterización de la variabilidad cerámica en el curso medio-inferior del 33
Aconcagua
 Alfarería de estilo Inka: Inka Provincial e Inka Mixta
 Alfarería de Fase Inka
 Alfarería Aconcagua Patrón Local
 Alfarería Indeterminada
4.2 Comparación en la relación uso/función, morfología y características métricas 64
4.3 Análisis contextual del sitio Estadio Quillota y Carolina 67
4.4 Caracterización de la variabilidad entre categorías estilísticas de las cuencas del 77
Maipo Mapocho y Aconcagua
 Alfarería de estilo Inka: Inka Provincial e Inka Mixta
 Alfarería de Fase Inka
 Alfarería Aconcagua Patrón Local
 Alfarería Indeterminada
5. Discusión 89
6. Conclusiones 101
7. Referencias Citadas 104
Introducción

El último periodo prehispánico para los valles de Chile Central ha sido tematizado principalmente
por historiadores, primando una perspectiva que enfatiza el dominio militar y económico que habría
ejercido el Inka (León 1983; Silva 1978, 1985). Básicamente, se constata una imagen difusa de las
instituciones relativas al Tawantinsuyu (León 1983; Silva 1978), aspecto que se condice con la
existencia de un gobierno indirecto ejercido por mitimaes de origen Diaguita (Silva 1985).

Este panorama discursivo respecto al Tardío de la zona central, fue en un principio asumido por la
Arqueología, pues fueron pocos los trabajos que trataron de manera sistemática y exclusiva este
tema (ver por ejemplo, Stehberg 1995). Aproximaciones recientes, sin embargo, intentan visibilizar
la realidad local, distinguiendo las transformaciones que se desenvolvieron en las sociedades tras
las imposiciones del Tawantinsuyu (González 2000; Pavlovic et al. 2013; Sánchez 2002; Troncoso
et al. 2011; Uribe 2000). Estas interpretaciones encuentran correlato en las diversas instalaciones
estatales presentes en la región, entre las que cuentan el trazado del qhapaqñam, santuarios de
altura, pukaras, cementerios, wakas y tambos (Acuto et al. 2010; Coros y Coros 1999; Duran y
Coros 1991; Garceau 2009; Letelier 2010; Sánchez 2002; Sánchez et al. 2000; Schobinger 1986;
Stehberg 1995). El control del Estado desde este enfoque, no se percibe bajo mecanismos de
violencia manifiesta, o a motivaciones puramente economicistas, sino que se plantea que el
Tawantinsuyu utilizaría estrategias de eficacia simbólica para asegurar su accionar, conducta
evidenciada en la creación de espacios sacralizados como en pukaras, santuarios de altura y
espacios de agregación social característicos del área (capacocha del Cerro Aconcagua, Pukara El
Tártaro, complejo arquitectónico Cerro Mercachas, sitio Cerro La Cruz, El Castillo, Cerro Mauco y
otras ocupaciones en cerros) (Acuto et al. 2010; Martínez 2011; Pavlovic et al. 2013; Pavlovic y
Rosende 2010; Rodríguez et al. 1993; Sánchez 2002, 2004; Sanguinetti 1975;Schobinger 1986;
Stehberg 1995; Troncoso 2004, Troncoso et al. 2008, 2012; Uribe 2000; Villela 2012).

Los planteamientos anteriores son parte de un proceso creciente de desarrollo investigativo en un


nivel regional, aunque existen localidades que han permanecido marginales a dicho proceso. Un
caso paradigmático lo constituye el curso medio-inferior del Aconcagua1 (figura 1), que carece de
una tradición investigativa propiamente tal, habiéndose concentrado las labores arqueológicas en
espacios acotados de estudio (Ávalos y Saunier 2011; Gajardo-Tobar y Silva 1970; Hermosilla
1983; Oyarzún 1912, 1917).

Esta marginación investigativa no se condice con la relevancia que adquiere Quillota y sus
alrededores en la historiografía temprana, donde se expone que dicho valle jugaba un papel
preponderante como centro administrativo Inka, otorgándole un carácter estratégico en el dominio

1
La zona de estudio hace referencia al curso medio, considerado desde la ciudad de Hijuelas, donde el río se curva
al sur hasta las comunas de La Calera y Nogales, alcanzando formas amplias y planas. En el tramo inferior, estimado
a partir de la ciudad de Quillota y hasta la desembocadura en Concón, la hoya se va estrechando, transformando el
valle en formas abiertas relativas a llanuras aluviales cubiertas de ricas capas de suelo agrícola (IGM 1996).

1
estatal (Góngora y Marmolejo 1960; Mariño de Lobera 1960[1580]; Valdivia 1970 [1555]; Vivar
1979[1558]).

Figura 1 Imagen satelital de la zona de estudio, principales sitios y localidades.

En este sentido, era necesario preguntarse si estas aseveraciones históricas, ¿tienen correlato
arqueológico? Este ejercicio no supuso la intención de elaborar una contrastación mecánica que
vaya desde la historia a la arqueología. Tampoco se trató de hacer coincidir cada relato, sino ante
todo se realizó una lectura desde la materialidad arqueológica que fuese complementando y/o
diferenciándose de los antecedentes históricos sobre los modos que adquirió la relación del Inka
con las comunidades locales en este espacio.

La esfera de lo fúnebre constituyó un espacio privilegiado para evaluar estas ideas. Es que en el
contexto del periodo Tardío cobra especial relevancia su análisis respecto de otro tipo de
asentamientos (sitios con arquitectura, sitios habitacionales, entre otros) en tanto se constituye
como expresión de las contradicciones sociales e ideológicas de las comunidades que les dieron
forma (Rakita y Buikstra 2005; Parker 1993). Esta situación social determina que sea en este
espacio donde se jueguen de manera privilegiada las negociaciones entre el Inka y las
comunidades locales.

Dentro de este marco contextual se propuso centrar la mirada en una de las manifestaciones
materiales que ha servido de pilar en el desarrollo de la arqueología del Tardío en el país: la
cerámica. A su favor se puede acotar que los rasgos intrínsecos a esta materialidad, como son la
visibilidad, durabilidad, maleabilidad y portabilidad contribuyen a que una de las principales
cualidades sea la notoria masificación que adquiere su producción, así como el particular uso y
2
consumo que tiene ésta en los contextos festivos, ceremoniales y fúnebres locales. La cerámica
irrumpe como ningún otro símbolo-material (arquitectura, metales, textiles, entre otros) en este
periodo, destacando su rol en la interacción y negociación entre las comunidades locales y el Inka.

De acuerdo a lo anterior, se planteó el siguiente objetivo general: Caracterizar a partir del estudio de
colecciones alfareras fúnebres, la particular dinámica que adquiere la interacción del Inka y las
comunidades locales, en el contexto de expansión del Tawantinsuyu al curso medio-inferior del
Aconcagua (1400-1536 d. C.).

Asimismo, los objetivos específicos que siguen:

(1) Realizar una descripción de la alfarería presente en los contextos fúnebres tardíos del
valle de Quillota, a través de análisis morfofuncionales, métricos y tecnológicos.

(2) Postular mediante la distinción de tipos alfareros y referentes culturales presentes a nivel
de forma y decoración, una adscripción estilística.

(3) Complementar el análisis cerámico con la información contextual proveniente del sitio
Estadio Quillota, incluyendo la interpretación de fechados absolutos obtenidos desde
contextos representativos del sitio Estadio Quillota.

(4) Comparar las características fúnebres y alfareras entre contextos del valle de Aconcagua
y aquellos contextos provenientes del valle Maipo-Mapocho, con el fin de observar paralelos
y/o distinciones en relación al problema de estudio.

(5) Evaluar los resultados obtenidos en relación a la información histórica disponible.

3
1 Antecedentes

1.1 Una mirada al valle de Aconcagua en tiempos del Inka y de conquista española

El valle del Aconcagua2, llama la atención de los cronistas por sus características ambientales
favorables, sus recursos naturales y la existencia de una producción agrícola y ganadera relevante
(Góngora y Marmolejo 1960; Mariño de Lobera 1960[1580]; Valdivia 1970 [1555]; Vivar 1979[1558]).
Conocida es la mención que hace Pedro de Valdivia a Carlos V cuando señala que: “esta tierra es
tal, que para poder vivir en ella y perpetuarse no la hay mejor en el mundo, dígolo porque es muy
llana, sanísima, de mucho contento” (Valdivia 1970 [1555]:42).

De la lectura de los textos históricos tempranos se desprende que las comunidades del valle de
Aconcagua en el siglo XVI, poseían una economía excedentaria fundada en la producción de
alimentos agrícolas y ganaderos, complementados con recursos silvestres derivados de las
actividades de caza y recolección, y otros bienes provenientes de prácticas de intercambio (Farga
1995). Una de las principales características de este valle, que conduce a Silva (1994) a distinguir
identidades3, es la agricultura de riego, que habría consistido en un sistema complejo de ingeniería
compuesto de grandes acequias y canales, así como diversas fuentes naturales de agua, que
cruzaban todo el valle de Aconcagua (Vivar 1979[1558]:50). Los terrenos habrían sido destinados al
cultivo de calabazas, ají, algodón, porotos, destacando entre éstos, el maíz (Valdivia 1970
[1555]:55-56; Vivar 1979[1558]:54). Registros de estos cultivos han sido documentados en el sitio
Cerro La Cruz (Martínez 2011; Troncoso et al. 2011) y El Tártaro (Pavlovic et al. 2013).

Sin embargo, hay un recurso que llamó fervientemente la atención tanto del español como del Inka:
“Hay juntamente con esto noticia de grandes minas de oro, porque ya hemos visto las minas
donde los Incas, grandes señores del Perú, se le sacaba oro en su nombre y se lo enviaban al
Cuzco por tributo de Aconcagua que por otro nombre se dice Chile”. (Vivar 1979 [1558]: 153,
énfasis nuestro); algo que fuera rápidamente percibido por los locales: “Viendo Michimalongo que
con esto tendría contentos a los vencedores, acordó él y los demás señores que con él estaban en
prisión de llevar al capitán (Valdivia) a las minas de Malgamalga, junto al río grande de Chile y
Quillota. Aceptó Valdivia la oferta y tuvo por bien de ir a ellas pues no había más de dos leguas de
allí, halló en el asiento de ellas muchas fundiciones y crisoles de barro para el efecto” (Mariño de
Lobera 1960[1580]:260)

Sin duda, los lavaderos del Marga Marga, movilizaron a toda la región en función del sistema

2
Cabe acotar que en ocasiones la denominación valle de Aconcagua o valle de Chile correspondía a toda el área del
río homónimo, sin embargo, Mariño de Lobera (1580:54) distingue el valle del Aconcagua y Quillota: “de las minas
del Malgamalga junto al río grande de Chile y Quillota” como realidad aparte, posiblemente como indicio de las
dinámicas particulares a las que estaba sujeto dicho valle (Farga 1995).
3
Apoyado en la percepción de Vivar sobre la existencia de cinco grandes agrupaciones culturales, Silva (1994),
realiza una correspondencia con diferentes sistemas agrícolas y establece una clasificación con diversas
identidades: mapuche con agricultura intensiva, mapuche con agricultura de secano y mapuche con agricultura de
roza (p. 13).

4
minero y la tributación anual al Inka. Las comunidades entregaban la mano de obra de hombres y
mujeres sin existir aparentemente en tiempos prehispánicos y en esta actividad, una división de
género: “Luego trató el capitán Valdivia con los caciques y señores diesen gente para labrar las
minas de allí en adelante y en dándola serían sueltos de la prisión en que estaban; respondieron
ellos que eran contentos de consultarlo al punto con el general Michimalongo, que allí estaba, pues
era la cabeza de todos ellos, como en efecto se hizo con instancia. Lo que resultó de la consulta fue
juntarse en breve mil doscientos mancebos de veinte y cuatro a treinta años y quinientas mujeres
solteras y doncellas y muchas dellas huérfanas y vagabundas4, todas de quince a veinte años, las
cuales ocupaban a posta los caciques y señores para que trabajasen en aquel oficio de lavar u
sacar oro y no anduviesen de haraganas (Mariño de Lobera 1960 [1580]: 261).

La empresa urgente en que se embarcaron los colonizadores españoles, además de disponer de la


mano de obra de las comunidades del valle de Chile, contó con la infraestructura preexistente de
caminos, tambos y sembradíos, así como de medios de producción y tecnología para la extracción:
“se hallo aver sacado veinte e cinco mil pesos e con herramientas de palo y no con buenas bateas”
(Vivar 1979[1558]:61).

Dentro de este contexto, en los primeros años de conquista, el sistema económico regional agro-
minero, supondrá una autosustentabilidad económica importante, a través del uso de mano de obra
local para el trabajo en minas y chacras, sistema mixto que habría iniciado sus producciones con la
llegada del Inka. La relevancia de la producción alimentaria para sustentar la extracción minera, va
a generar una dependencia económica que sostiene en esos años un ritmo estacional de vida,
acorde a las condiciones climáticas de la zona (Farga 1995).

Las mujeres encargadas del trabajo de las chacras, los tejidos, la alfarería, la cestería, la molienda,
y del mantenimiento y servicio cotidiano, como cuenta Juan Tabón, cacique del repartimiento de
Quillota, contribuían a la reproducción de la economía doméstica de manera fundamental
(Contreras 2004). Pero, son los hombres adultos quienes habrían sustentado el control sobre las
actividades guerreras, la producción y circulación de los bienes, al igual que el consumo asociado y
así de las prácticas de redistribución (González de Nájera 1889 [1614]:54; Rosales 1877:153; Vivar
1979 [1558]: 50). Esto pudo haber introducido ciertas contradicciones al interior de los grupos,
tensiones intracomunitarias que parecen haber sido reguladas en alguna medida por grandes
actividades económicas de carácter público, con connotaciones de orden simbólico/político,
particularmente banquetes y borracheras, muchas veces graficadas por los cronistas (González de
Nájera 1889 [1614]:54; Rosales 1877:153; Vivar 1979 [1558]: 50). Dichas actividades festivas
además se han constatado en el registro arqueológico, particularmente en lo que se ha
conceptualizado como “sitios de agregación social” (Troncoso et al. 2011).

Tales características económicas se acompañaban de una territorialidad discontinua con amplia


dispersión espacial y la existencia de familias extensas de gran autonomía (Farga 1995), rasgos

4
La existencia de una merma poblacional más que asociarlo a conflictos intertribales parece corresponder al
desarraigo forzoso ocasionado por el retorno de Almagro (Ávalos y Saunier 2011).

5
que también se han planteado para las ocupaciones prehispánicas del valle (Pavlovic 2006). Por
otro lado, la organización social era destacada por la ausencia de un orden aparente, de centralidad
política o de un poder institucionalizado (González de Nájera 1889 [1614]; Rosales 1877; Vivar 1979
[1558]). Detrás de este hecho está la visión global que observa a estas comunidades como gente
“sin Fe, sin Ley, sin Rey”, percepción propia a los españoles de la época (Boccara 1999).

De esta forma, el registro etnohistórico presenta al valle del Aconcagua como un espacio
densamente poblado en tiempos tardíos cuya población subsiste dentro de ciclos estacionales,
fundados en un sistema económico mixto agrícola y minero, dentro de un patrón de uso del espacio
intensivo y disperso. Estas características habrían supuesto contradicciones al interior de las
comunidades, en relación a características socio-ideológicas relativas a los patrones de
territorialidad, la diferenciación relativa de los sexos y la alta fragmentación del poder.

En particular, dentro del valle del Aconcagua, Quillota y sus alrededores en tiempos prehispánicos
tardíos e históricos tempranos adquiere relevancia. No sólo el establecimiento de la casa de
Quillota, residencia de Pedro de Valdivia, presumirá la importancia que adquiere este valle. En las
crónicas destaca en particular la porción media e inferior del Aconcagua, ante la presencia de una
diversidad de recursos naturales de gran potencialidad económica, minerales como el oro y la sal,
además de la existencia de tierras aptas al pastoreo, y otras destinadas a la agricultura y a grandes
“palmares” (Vivar 1979[1558]:159)5. También y en atención a las características biogeográficas
existentes, es probable que en el valle de Quillota y las localidades aledañas se produjeran los
recursos alimentarios necesarios para el funcionamiento de la producción minero aurífera del curso
inferior del Aconcagua. Dicha idea no resulta excluyente de lo planteado por Stehberg (1995) y
Keller (1974), en relación a que Quillota habría sido parte del itinerario del qhapaqñam, en un ramal
trasandino que comenzaba en Uspallata y finalizaba en la desembocadura del Aconcagua.

Por otro lado, la presencia de mitimaes de origen diaguita en el valle es citada en repetidas
ocasiones (Keller 1974; Silva 1985; Contreras 2004). De hecho, se ha sugerido que el mismo
nombre “Chile” deriva de grupos mitimaes trasladados a este valle desde Arequipa (Silva 1994). En
tanto, la imaginación historiográfica nacionalista, ha llegado a plantear la existencia de verdadero
templo del Sol, en el cerro Mayaca (Keller 1974:108). Del mismo modo, se ha sostenido la
existencia de gobernantes de origen cuzqueño, como Quilacanta, quien habría residido en el valle
hasta que habría acogido a Almagro y su hueste, generando hostilidades con los representantes
locales (Vivar 1979 [1558]: 39).

El valle de Quillota emerge entonces, como un espacio relevante en la economía y política de la


historia temprana y la prehistoria tardía, en su definición como núcleo poseedor de una densidad
demográfica relevante, mano de obra disponible, especialización económica, capacidad política,
disposición de tierras ricas y variadas, así como poseedor de una ubicación geopolíticamente

5
Debido a que no existe certeza sobre la correspondencia de la toponimia y etnocategorías nombradas en los
relatos históricos y los lugares actuales, se considerará al valle de Quillota como la porción media-inferior de la
cuenca del Aconcagua.

6
importante, cercana a las minas de Marga Marga, y a medio camino del Puerto de Valparaíso y el
valle del Mapocho.

1.2 Panorama prehistórico tardío del curso medio-inferior del río Aconcagua

Tradicionalmente la caracterización del periodo Tardío en la zona se realizó en base a los relatos de
cronistas. Al respecto, se observa que las crónicas tempranas parecen coincidir en la relevancia
que tuvo la presencia del Tawantinsuyu en la región (Mariño de Lovera 1865 [1551-1594]; Valdivia
1970 [1555]; Vivar 1979 [1558]). No obstante lo anterior, desde la historiografía moderna se realizan
lecturas contrapuestas que por un lado, otorgaban un rol civilizatorio a la conquista (Barros Arana
(1930 [1884]), y por otro, sindicaban a este espacio como frontera, una zona donde no se habría
manifestado plenamente el inkario (Oyarzún 1910; Latcham 1928).

En la década de los ’80, destacan una serie de trabajos etnohistóricos que van a constatar la débil
presencia de instituciones relativas al Inka, realizando lecturas desde perspectivas disímiles. Silva
(1978, 1981,1985) plantea que en áreas alejadas del imperio, desde las cuales era difícil o
impracticable el traslado de bienes, se instauraba un dominio selectivo e indirecto, enfocado hacia
los recursos minerales, como suplementos a las necesidades particulares del rey. En tanto para
León (1983) como para Farga (1995) es la resistencia local, los conflictos abiertos y animosidades,
un factor crucial que determina tanto la extensión geográfica como el carácter más débil de la
dominación. Lamentablemente, estos historiadores fundaron sus trabajos exclusivamente a partir de
los relatos de cronistas, generando una imagen de la presencia del Tawantinsuyu en Chile Central
como un proceso uniforme, acotado cronológicamente y políticamente marginal a la población local.

En la práctica, el quehacer arqueológico de hace pocos años atrás se había concentrado en el


estudio aislado de asentamientos (Gajardo Tobar y Silva 1970; Rodríguez et al. 1993) y la red vial
Inka (Stehberg 1995). Dicha situación convergió hacia un tratamiento del tema que enfatizaba los
aspectos político-económicos, ofreciendo una lectura del dominio Inka en términos militaristas. En la
actualidad, las ideas anteriores son fuertemente discutidas (Uribe 2000; González 2000; Sánchez
2002; Troncoso et al. 2012; Pavlovic et al. 2013). Es así como los investigadores han planteado un
periodo Tardío caracterizado por gran dinamismo y heterogeneidad sociocultural, como resultado
de una presencia Inka significativa y más prolongada, con profundas transformaciones que sufrieron
las comunidades locales en esta etapa. Este proceso se haría patente en la presencia de
asentamientos cuyo emplazamiento, organización espacial y ritualidad asociada remitirían a
principios impuestos por el Tawantinsuyu, situación que no tendría antecedentes preincaicos en la
región (Pavlovic et al. 2013).

Para el curso medio, en el área de Catemu, destaca el sitio Cerro La Cruz, antes interpretado como
un enclave administrativo y/o centro de producción tecnológica especializada Inka (Rodríguez et al.
1993), hoy definido como espacio de agregación social, donde se reforzaban las alianzas entre las
poblaciones locales y el Estado (Acuto et al. 2010; Martínez 2011). Este sitio junto a otros de la
región, permiten postular que es en el ámbito simbólico donde se experimentarían los mayores
cambios, pues según los autores, fue a través de la lógica de la ritualidad y el comensalismo político
expresado en una espacialidad y una materialidad estratégicamente diseñada, que el Tawantinsuyu
7
transformó los procesos festivos y de habitar de las comunidades locales, incorporándolos a su
dominio (Acuto et al. 2010; Troncoso et al. 2011, 2012).

En el valle de Quillota y sus alrededores, si bien no existen investigaciones sistemáticas que


tematicen este periodo, se visualiza un proceso tardío relevante. La labor de rescate de sitios ha
permitido la adscripción tipológica de piezas cerámicas y contextos funerarios donde confluirían
expresiones inkásicas, diaguitas y aconcagüinas (Gajardo-Tobar y Silva 1970; Ávalos y Saunier
2011). En tanto otros hallazgos del área, como los enterratorios de Rautén (Oyarzún 1912, 1917) y
Plaza de Olmué (Hermosilla 1983), podrían ser re-evaluados a la luz de las asociaciones que se
visualizan a nivel cerámico.

Un espacio relevante parece hacer sido la zona costera, donde se encuentra el sitio Cerro Mauco,
ubicado en la cima del cerro homónimo, conocido en la literatura histórica, y escasamente en la
arqueológica, inicialmente caracterizado como una fortaleza Diaguita-Inka de características
similares a Cerro Mercachas (Stehberg y Sotomayor 1999). En atención a sus características
arquitectónicas y espaciales (complejas y heterogéneas estructuras, escaso material en superficie,
posición dominante con amplia visibilidad del valle), recientes trabajos han sugerido que podría
corresponder a un cerro-waka y conformar junto a otros asentamientos de la región (Cerro
Mercachas y El Tártaro en el curso superior, Cerro La Cruz en el curso medio) un patrón de
ocupaciones inkaicas (Acuto et al. 2010; Pavlovic et al. 2013; Troncoso et al. 2012).

También en la costa la actividad Inka es constatada por Silva (1964) en los sitios del área de
Concón, Misiones 2, Quintero, El Bajo 1 y Mantagua 1. En Concón, se tiene noticia de los sitios
Membrillar 1 y 2, ubicados en la ribera sur del río Aconcagua. Se trata de dos conchales con
ocupaciones bicomponentes alfareras tempranas y tardías, definidas como Bato y Aconcagua. A
pesar de que no están claros los contextos de los cuales provienen las fechas que presentan tanto
el Membrillar 1 (fragmento de decoración acordelada incisa en el borde, por TL. 1480+/-55 d. C.)
como el Membrillar 2 (fragmento fechado por TL. en el año 1435+-45 d. C.), la cronología que se
obtuvo a partir de éstos permite postular ocupaciones del periodo Tardío (Ávalos y Saunier et al.
2011).

1.3 Los patrones funerarios tardíos en Chile Central

Pese a que desde temprano en la zona Central se tiene conocimiento de la existencia de entierros
aislados y cementerios de atractivos ajuares, son contados los trabajos que exploran la importancia
de las prácticas funerarias tardías tanto en su manifestación material como simbólica. Dentro de
este marco, hallazgos funerarios fortuitos relativos al periodo Alfarero Tardío se constatan desde
principios de siglo en adelante (Baytelman 1971; Correa et al. 2008; Cáceres et al. 2010; Durán
1977; González y Rodríguez 1993; Hermosilla et al. 2005; Housse 1960; Latcham 1928; Looser
1931; Quevedo et al. 1993; Madrid y Gordon 1964; Mostny 1947; Oyarzún 1979 [1910]; Reyes et a.
2010; Rivas y Ocampo 1997; Stehberg 1976a, 1976b, Stehberg y Sotomayor 2013).

Generalmente, los artículos específicos que se han preocupado de otorgar una adscripción cultural
a los patrones mortuorios, relacionan dicha categorización con las formas y medios que habría

8
adquirido la presencia Inka en esta zona (González y Rodríguez 1993). Sin embargo, en la
asignación cultural se utilizan indistintamente los términos Inka, inkásicos, Inka Diaguita o Inka
Local, sin existir mayor discusión sobre estos conceptos (González y Rodríguez 1993). Además,
predomina una perspectiva inductiva, que se remite a describir los rasgos predominantes de la
práctica mortuoria, sin explicitar las implicancias de carácter social, económico, político o simbólico
subyacentes.

Una excepción la constituye el trabajo de González y Rodríguez (1993) quienes plantean que en el
periodo Tardío existían diferencias al interior de las sociedades locales que se traducirían en
comportamientos disímiles de las prácticas mortuorias, en una gradiente de incanización. Esta
gradiente contempla la idea de que a mayor inversión en el espacio mortuorio y ajuar, más
“inkanizados” están los grupos. Su máxima expresión se encontraría en la arquitectura de carácter
monumental, aspecto relacionado, según éstos investigadores, a la existencia del concepto de
máchay, sepulturas en estructuras de piedra que remiten a las cuevas desde donde se dio origen a
la humanidad asociada al Inka.

Como comentario general, se encuentra el problema cronológico de los contextos, debido a que son
escasos los fechados disponibles, situación que incide en no lograr una evaluación sistemática de
los cambios y/o continuidades en dicha práctica (González 1998; Uribe 2000).

No obstante lo anterior, un examen detallado del registro bibliográfico existente permite establecer
los rasgos generales que caracterizaron a los patrones funerarios del periodo tardío en los valles
centrales (tabla I). En primer término, un aspecto que destaca para tiempos alfareros tardíos es la
existencia de espacios mortuorios segregados del ámbito cotidiano-habitacional. Se trata de
cementerios, como La Reina (Mostny 1947) o entierros aislados, por ejemplo, el de Tobalaba
(Stehberg 1977). Estos contextos mortuorios de no más de 6 tumbas6, generalmente se ubican en
sectores de suave pendiente, faldeos de cerro, terrazas fluviales, entre otros, definiendo áreas
acotadas de entierro, menores a 1000 m², con escaso espacio disponible entre unidades de
entierro.

Dentro de la arquitectura mortuoria más destacada, se encuentran “las bóvedas” o el uso de piedras
a modo de estructuras murarias simples y complejas, rasgos entendidos como producto de la
influencia Diaguita e Inka (González y Rodríguez 1993). Rasgos de emplantillados de piedra de
huevillo se han encontrado en enterratorios del sitio Villa Galilea (Vásquez y Prado 2004) y San
Agustín de Tango (Housse 1960).

6
Una excepción la constituiría el contexto de San Agustín de Tango, espacio desde donde se habrían exhumado 22
individuos (Housse 1960) y el cementerio de Nos desde donde se descubrieron 28 sepulturas (Stehberg 1976b).

9
MORTUORIAS
N° UNIDADES
EXCAVADOS

MORTUORIA

ANATÓMICA
INDIVIDUOS
UBICACIÓN

ENTIERRO

POSICIÓN
CUENCA

TIPO DE
UNIDAD
SITIOS

TIPO
M2


San Agustín de Fosa con Primario-
Maipo Interior SR 15 22 EaW
Tango estructura Colectivo
Estructura Primario-
La Reina Maipo Interior 320 5 5 SR
abovedada Individual
E a W, Hiperflectada,
Primario-
Lenka Franulic Maipo Interior SR Fosa SR SR Extendida, decúbito
individual
lateral y ventral
Primario- E a W, Extendida
Villa Galilea Maipo Interior 21.3 Fosa 4 4
Individual decúbito dorsal
Primario-
Extendida decúbito
Quintay Maipo Costa 2,5 Fosa 5 5 Individual
ventral
E a W, Extendida
Primario-
Quilicura Mapocho Interior SR Fosa 5 4 decúbito dorsal,
Individual
decúbito lateral
Primario-
6 Norte Individual-
Tinajas de Quilicura Mapocho Interior SR Fosa 8 SR
>10 Sur Secundario
-Colectivo
Fosa con Primario-
Parcela 24 Mapocho Interior 86.4 SR 1 E a W, Extendida
estructura Individual
Primario- Extendida decúbito
Carrascal 1 Mapocho Interior 4 Fosa 4 1
Colectivo lateral
Estación Quinta Fosa con Primario- Extendida decúbito
Mapocho Interior 27.7 13 13
Normal estructura Individual lateral y dorsal
E a W, Extendida
Primario-
Peldehue Mapocho Interior 5 Fosa 6 1 decúbito ventral,
Colectivo
decúbito lateral
Estructura Primario-
El Triunfo Aconcagua Interior 63 12 13 SR
abovedada Individual
Simbología:
SR sin referencia. N° individuos descritos en asociación a ocupaciones tardías. N° de unidades mortuorias totales excavadas o no.

Tabla I Síntesis del patrón mortuorio en los principales contextos tardíos del valle del Maipo Mapocho y
Aconcagua.

De manera similar, en Quinta Normal varias tumbas presentaron una hilera de cantos rodados y
clastos dispuestos al costado de los cuerpos a modo de apoyo o simplemente siguiendo la
orientación del cuerpo. Destaca el caso de la tumba 13, donde se registraría una bóveda
compuesta por un cúmulo de bolones situados hacia el suroeste de la fosa (Correa et al. 2008). En
el sitio Parcela 24, se encuentra en una tumba la utilización de piedras canteadas tipo laja y algunos
cantos de gran tamaño en la construcción de una estructura de 2 m de largo por 1.5 m de ancho
(González y Rodríguez 1993). En tanto, en el contexto de La Reina, existiría un túnel estrecho con
un acceso de piedras que conduce a una estructura redonda abovedada, de 1.60 a 3 metros de
diámetro donde se depositaba el cuerpo y su ajuar (Mostny 1947). De manera análoga, se registra
en la cuenca del Aconcagua el cementerio de El Triunfo, donde se presentarían estructuras de
formas circulares donde se disponía a los individuos y su ajuar (Duran y Coros 1991). La gran
cantidad de labor invertida en el ritual de estos cementerios y, en particular, en la confección de una
“bóveda” para salvaguardar a los muertos, representaría según González y Rodríguez (1993) un
claro aporte ideológico cuzqueño. Igualmente, llama la atención el planteamiento de Sánchez
(2000) sobre la existencia de bóvedas funerarias colapsadas en el sitio Casa Blanca 1-Ancuviña El

10
Tártaro y la presencia de cámaras subterráneas con túneles y bóvedas junto a túmulos funerarios
en el cementerio Hacienda Bellavista, ambos contextos situados cronológicamente en el Periodo
Intermedio Tardío.

Sin embargo, el uso de una arquitectura formal no es la regla. La forma de entierro más común
durante este periodo la constituyen las fosas, presentes en Quilicura (Durán 1977; Stehberg 1976a,
1976b), Las Tinajas de Quilicura (Quevedo et al. 1993), Jardín del Este (Madrid y Gordon 1964),
Carrascal 1 (Cáceres et al. 2010), Peldehue (Hermosilla et al. 2005), Lenka Franulic (Vásquez y
Sanhueza 2003) y Quintay (Rivas y Ocampo 1997). Se trata de la inhumación de cuerpos que se
realiza de manera directa sobre el terreno, en cavidades de formas subcirculares a circulares, que
no sobrepasan los 2 metros de diámetro, con una profundidad variable que alcanza en promedio los
2 metros.

También existen evidencias que permiten vincular estructuras tumulares, rasgos asociados a los
desarrollos del período Intermedio Tardío, al Tardío. En Peldehue, la concentración de entierros en
un espacio limitado conduce a Hermosilla et al. (2005) a plantear la existencia de una estructura
tumular, aunque dicha idea no encontraría un correlato en la estratigrafía (Cáceres et al. 2010).
Otros contextos, de los que se dispone menor información y donde se mencionan cementerios de
carácter Tardío con estructuras tumulares son Lampa, Hacienda LliuLiu y Rautén (Looser 1931).

En tanto, la asociación entre sitios habitacionales con registros alfareros Aconcagua y sectores de
entierro, se habría registrado en escasas ocasiones en Parcela 24 (González y Rodríguez 1993) y
Quintay (Rivas y Ocampo 1997).

Una de las prácticas singulares de este periodo, se presenta en Jardín del Este (Madrid y Gordon
1964) y El Triunfo (Duran y Coros 1991) donde se reconocen eventos de quema como parte del
ritual funerario. Mientras, en Peldehue (Hermosilla et al. 2005) existiría un área discreta definida
como sector de ofrendas en asociación al sector de los entierros, consistente en la acumulación de
cantos rodados, morteros y vasijas cerámicas, datado por termoluminiscencia en 1465 años d. C.

Respecto del tipo de enterratorio, observamos que la normativa resultan ser las inhumaciones
primarias. Por otra parte, los entierros en su mayoría son individuales, sin embargo contextos
colectivos se documentan en San Agustín de Tango (Housse 1960, Stehberg 1977b), Peldehue
(Hermosilla et al. 2005) y Carrascal 1 (Cáceres et al. 2010).

En consideración a la representación etaria de los contextos fúnebres, vemos que se encuentran


presentes todas las categorías: adultos, subadultos y neonatos. Estos últimos siempre reciben un
tratamiento particular en términos de ajuar e instalación mortuoria en general. Tal situación se refleja
en especial, en la gran área de inhumaciones de infantes del cementerio Las Tinajas de Quilicura,
donde se concentraba la mayor parte de ofrendas cerámicas, algunas de las cuales eran pareadas
(Quevedo et al. 1993). En Villa Galilea, un enterratorio de infante se dispone sobre un emplantillado
de piedra (Vásquez y Prado 2004). Otro ejemplo refiere al contexto de Carrascal 1, donde al único
infante reconocido se le ofrendan vasijas estilo Inka, una olla fragmentada intencionalmente y restos
de concha de loco –Concholepas concholepas- (Cáceres et al. 2010). En relación a éste último

11
ítem, se tiene la asociación recurrente de restos malacológicos junto a los enterratorios de infantes,
presente en La Reina (Mostny 1947) y Quintay (Rivas y Ocampo 1997).

Sobre la distribución de género, aparentemente se encontrarían los sexos igualmente


representados. Dado que no existen mayores diferencias en relación a la representación etaria o
poblacional, y que los entierros corresponden a grupos humanos acotados, hay autores que
sugieren la existencia de núcleos familiares (Cáceres et al. 2010; Stehberg 1976b).

En gran parte, los cuerpos se posicionaban extendidos en dirección este-oeste, decúbito lateral o
dorsal, y en menor medida ventral. Respecto de la presencia de tratamientos especiales a los
cuerpos, la flexión de los miembros inferiores en una de las tumbas de Quinta Normal, así como en
Villa Galilea, sugiere el uso de amarras o algún envoltorio a modo de fardo para contener el cuerpo
(Reyes et al. 2010; Vásquez y Prado 2004). Del mismo modo, Mostny (1947) comenta la existencia
de restos textiles que cubren los cuerpos, particularmente asociados a los cráneos de los individuos.

Dentro de los rasgos bioculturales relevantes destaca el aplanamiento intencional del hueso
occipital que indicaría una deformación por cuna, rasgo que se observa en Quinta Normal (Reyes et
al. 2010). Otras características de orden bioantropológico están dadas por las patologías
observadas en estas poblaciones en relación al modo de vida, con lesiones en el aparato
masticatorio, debido a dietas blandas que involucraban una ingesta importante de carbohidratos
presente en Quilicura y Quinta Normal (Durán 1977; Reyes et al. 2010; Stehberg 1976a). Otras
situaciones relativas al estrés nutricional o deficiencia alimentaria, así como lesiones articulares que
contemplan situaciones de estrés o envejecimiento, se observan en Quinta Normal (Reyes et al.
2010). En Carrascal 1 no se encuentran dichas patologías, y los análisis realizados conducen a
pensar que el grupo representado no habría sufrido altos niveles de estrés, salvo un individuo que
presenta evidencias de treponematosis en ambas tibias, situación invalidante, que implica la
sobrevivencia y capacidad del grupo de sustentarlo (Cáceres et al. 2010). En tanto, signos de
violencia son escasos, y se registran por traumatismo en el cráneo en un esqueleto de San Agustín
de Tango (Housse 1960).

Por último, a partir del análisis del sitio Peldehue y Quinta Normal, se tiene una cronología de
termoluminiscencia que presenta una concentración de fechas entre 1470 y 1500 años d. C. Se
trata de un rango muy estrecho de años vinculado a la expansión del Inkario en su expresión más
tardía (Hermosilla et al. 2005; Reyes et al. 2010; Troncoso et al. 2011) (tabla II).

Sitio Unidad Mortuoria Fecha Material


Peldehue Sector ofrendas 1465 +/- 60 d. C. Aríbalo decorado
Quinta Normal Tumba 1 1485 +/-55 d. C. Escudilla rojo engobada
Quinta Normal Tumba 2 1500 +/-50 d. C. Olla monócroma
Quinta Normal Tumba 3 1475 +/-50 d. C. Olla monócroma
Quinta Normal Tumba 4 1470 +/-50 d. C. Aríbalo decorado
Quinta Normal Tumba 4 1485 +/-55 d. C. Olla monócroma
Quinta Normal Tumba 5 1495 +/-50 d. C. Jarro pato decorado
Quinta Normal Tumba 5 1405 +/- 60 d. C. Escudilla decorada
Tabla II Fechados de Termoluminiscencia y Radiocarbono Tardíos de los sitios Quinta Normal y Peldehue
(Reyes et al. 2005; Hermosilla et al. 2005; Troncoso et al. 2011).
12
1.4 El ajuar fúnebre del periodo Tardío en los valles centrales

Si aplicáramos un criterio cuantitativo en la consideración del ajuar que acompañaba a los muertos
en tiempos tardíos, se puede afirmar que éstos poseen bajas cantidades de bienes que a la vez
corresponden a materialidades escasas (tabla III). Dicha apreciación va más allá de las restricciones
de conservación dadas para estas regiones, sino que se dirige a la, en general, escueta parafernalia
ritual fúnebre, donde ciertamente destaca la alfarería. Es que las piezas cerámicas constituyen por
excelencia el bien más popular y ubicuo. Esta situación la evidenciamos, por ejemplo, en el
Cementerio de Nos donde en 28 sepulturas se registran 100 vasijas cerámicas (Stehberg 1976b).
Más allá de la representación en términos cuantitativos, existen distinciones de orden simbólico
relativas al rol que cumple la alfarería en el escenario de la expansión Inka (ver detalle en el capítulo
2).

En relación al conjunto lítico, las evidencias son mínimas y pueden ser relacionadas a la
subsistencia y al ámbito doméstico. Se observa la presencia de puntas de proyectil de base
cóncava, raspadores, raederas y cuchillos en Jardín del Este (Madrid y Gordon 1964) y la existencia
de lascas de filo vivo y lascas sin modificaciones, guijarros y un tajador bilateral en Parcela 24
(González y Rodríguez 1993). Dentro de las materias primas líticas que estarían circulando están la
obsidiana, jaspe y cuarzo en Jardín del Este (Madrid y Gordon 1964), además de basalto en
Parcela 24 (González y Rodríguez 1993). En cuanto a la lítica pulida, destacan manos de moler,
morteros, y pulidores en Jardín del Este (Madrid y Gordon 1964) y El Triunfo (Durán y Coros 1991).
Cabe enfatizar en Jardín del Este una mano de moler que presentaba franjas de color rojo pintadas
(Madrid y Gordon 1964). Un conjunto lítico y óseo que se diferencia del resto, se percibe en los
entierros de Quintay (Rivas y Ocampo 1997), un excepcional contexto costero, que da cuenta de
aspectos relativos a las estrategias de caza-recolección terrestre y marítima, con la presencia de
pesas de red de arcilla, anzuelos de cobre, puntas de proyectil triangulares de base escotada,
percutores, sobadores, raspadores, raederas, cuchillos, así como punzones, espátulas y agujas en
hueso.

Pocas ofrendas líticas escapan al ámbito doméstico. En el cementerio La Reina se registró la


existencia de un plato elaborado en piedra roja porfírica que posee dos asas (Mostny 1947). Una
flauta de pan de dos tubos se registró en Carrascal 1, confeccionada en combarbalita (Cáceres et
al. 2010). Estos últimos objetos se unen a otros hallados en contextos no fúnebres como son un pito
de combarbalita hallado en Conchalí (Cáceres et al. 2010) y a las flautas de pan abiertas presentes
en el sitio Cerro La Cruz (Rodríguez et al. 1993) y El Tártaro (Pavlovic et al. 2002). Cabe acotar que
las flautas de pan y pitos de combarbalita, son bienes frecuentemente ligados a la presencia Inka en
Chile Central (Pavlovic comunicación personal 2013).

Los restos animales que se ofrendaron son relevantes. Destacan los restos de camélidos
encontrados en gran cantidad en La Reina (Mostny 1947), San Agustín de Tango (Housse 1960,
Stehberg 1976b), Quilicura (Stehberg 1976a), El Triunfo (Duran y Coros 1991) y Parcela 24
(González y Rodríguez 1993).

13
Materiales Descriptor SAT LR LF QL TQ PE P24 C1 QN ET QT
Clava X X
Lámina X
Manopla X
Cobre
Tumi X
Mineral-
Pinza X
Metal
Otro X
Malaquita Cuenta X X X
Oro Lámina X
Otros X X
Lascas X X X X
Desechos X X X
No
Núcleos
formatizados
Guijarros X
Otros
Puntas de
X X
proyectil
Raspadores X
Instrumentos Raederas X
Cuchillos X
Lítico
Tajadores X X
Otros X X
Adornos X X
Manos X X
Pulida Morteros X X X X
Pulidores X
Flauta de
X
piedra
Otros
Plato X
Otro
Octodon degu X
No
Lama sp X X X X X X
Formatizados
Otros X
Restos Punzones X
animales Intrumentos Agujas X
Espátulas X
Adornos X X
Otros
Instrumentos Keros X
Chenopodium
X X X
Restos quinoa
Semillas y
Vegetales Zea Maiz X
otros
Algarrobo X
Otros X X
Indumentaria
Textil X X X
y otros
Malacológi Concholepas
Otros restos X X X X
co concholepas
Otros X X X
Alfarería X X X X X X X X X X X
Simbología Simbología
X Presencia TQ Tinajas de Quilicura
SAT San Agustín deTango P24 Parcela 24
LR La Reina C1 Carrascal 1
LF Lenka Franulic QN Quinta Normal
QL Quilicura ET El Triunfo
PE Peldehue QT Quintay

Tabla III El ajuar funerario de los principales contextos tardíos del valle del Maipo Mapocho y Aconcagua.

14
Elementos de valor social y simbólico relevante, asociados a ámbitos lúdicos u ornamentales se
evidencian en escasa cantidad. Por ejemplo, observamos la presencia de un collar de cuentas
óseas en San Agustín de Tango (Housse 1960) y un pendiente óseo en Quintay (Rivas y Ocampo
1997). Mientras en el contexto de Las Tinajas de Quilicura, se describe en el entierro de un infante,
un collar de cuentas pétreas y de malaquita (Quevedo et al. 1993). Por otra parte, en Quinta Normal
se observaron filamentos blancos dispuestos en el tórax, región pélvica y extremidades inferiores
identificados como restos de plumas, sugiriendo la existencia de un tipo de vestimenta o envoltorio
(Reyes et al. 2010). En tanto en Quintay, en el sector de entierros, se describen figurillas zoomorfas
y clavas cefalomorfas miniatura en arcilla y piedra, así como cuentas de malaquita (Rivas y Ocampo
1997). Fuera de esta regla, emerge el contexto de La Reina (Mostny 1947) donde desde 5 tumbas
se obtienen láminas delgadas de oro, plata y cobre, cintas de oro cocidas a textiles, junto a cuentas
discoidales de malaquita, dispuestas alrededor de los cráneos.

Los objetos de producción minero-metalúrgica están escasamente representados en los sitios


fúnebres, salvo en el recién mencionado cementerio de La Reina. En este contexto se habrían
encontrado varios de estos elementos ornamentales, junto a una manopla, una clava y una barra de
cobre, instrumentos como tumi, pinza de cobre y una clava de cobre estrellada en 6 puntas (Mostny
1947). También se indica la presencia de queros de madera y palos aguzados que según la autora
constituirían una “camilla” (Mostny 1947). Sin duda, se trata de objetos fúnebres que permiten dar
cuenta de la singularidad de este contexto a nivel regional.

Ofrendas de alimentos marinos de especies diversas como ostión (Argopecten purpuratus), chitón
(Chitón sp.), locos (Concholepas concholepas), lapas (Fisurrella crassa), caracol negro (Tegula
atra), machas (Mesodesma donacium), entre otras, se encuentran en los análisis de sedimentos
contenidos en ceramios del contexto de Las Tinajas de Quilicura (Quevedo et al. 1999). En cuanto a
los restos vegetales, éstos se encuentran en ocasiones contenidos en vasijas cerámicas. El análisis
de estos contenidos logra identificar la presencia de semillas y frutos carbonizados de quínoa –
Chenopodium quinoa-, y otras gramíneas como Poligonácea, Ciperácea, Portulaca sp., Malváceas,
Anancardiáceae y otras especies indeterminadas en Quinta Normal (Reyes et al. 2010). En Las
Tinajas de Quilicura, se identifican semillas carbonizadas de maíz –Zea Maíz-, quínoa –
Chenopodium quinoa-, algarrobo –Prosopis-, cucúrbita, gramíneas, papilonáceas y otras especies
indeterminadas (Quevedo et al.1999).

Recapitulación

En primer término, destaca cierta continuidad en las prácticas mortuorias iniciadas en el periodo
Intermedio Tardío, en relación a la selectividad de lugares destinados a la depositación de
individuos, cementerios, que si bien se pueden encontrar asociados a espacios habitacionales, no
están directamente vinculados a estos lugares. Otros aspectos como la depositación múltiple o
individual, la posición del esqueleto extendida, y en particular el rol de la alfarería en el ajuar,
también parecen ser prácticas perpetuadas (Durán y Planella 1989).

En cuanto a los tratamientos corporales y posicionamiento de los cuerpos, observamos que existía
verdaderamente una norma en cuanto a la realización mayoritaria de inhumaciones de carácter
15
primario, sean éstas individuales o colectivas. Estos rasgos permiten plantear la existencia de una
visión de mundo y creencias, fuertemente asentadas en estas sociedades. Un aspecto relacionado
con lo anterior, es el tratamiento diferencial que tuvieron los infantes en el rito fúnebre, vinculados a
espacios y ajuar singulares.

La arquitectura formal mortuoria se ha vinculado fuertemente como un rasgo Inka, pero a nivel
general resulta escasamente representada. Mientras, la depositación de los cuerpos en fosas se
establece como una forma de entierro popular en el periodo. A este respecto, se aprecia un cambio
profundo en el patrón mortuorio, pues a diferencia de las construcciones tumulares preinkaicas,
estos tipos de entierro (fosas y bóvedas) tienen relación con estrategias de visibilidad baja (Montt
2003).

Como se aprecia, en la zona central existe una marcada concentración de los contextos fúnebres al
interior de los valles en desmedro del espacio costero, siendo prácticamente la única excepción en
este cuadro el sitio de Quintay, donde se combina un modo de vida marítimo con ocupaciones de
fase Inka.

Por último, si dispusiéramos una gradiente que diera cuenta del grado de interacción Inka-
comunidad Local, observaríamos que existen ciertas relaciones de asociación entre los contextos
mortuorios observados. Por un lado, se encuentran un grupo de contextos en los que si bien se
expresan las transformaciones propias del periodo Tardío (entierros en fosas, predominancia de la
alfarería en el ajuar, posición estirada decúbito dorsal o lateral, escaso número de individuos, entre
otros), no consideran de manera predominante rasgos vinculados a la presencia Inka (alfarería Inka
Cuzqueña o Provincial, bienes de prestigio, por ejemplo, metales, textiles, entre otros, arquitectura
mortuoria). Por el otro, existen contextos que poseen mayor inversión relativa en el rito mortuorio,
expresado en mayor cantidad de ofrendas, y expresiones relativas al Inka. Lo anterior permite
evaluar proposiciones como el concepto de incanización expresado por González y Rodríguez
(1993).

1.5 El estudio de la alfarería tardía en Chile Central

Los trabajos sobre esta materialidad en los valles centrales han tenido distintos énfasis regionales,
desde temáticas amplias que involucran distintas categorías de sitios, hasta otros que enfatizan el
estudio de la alfarería fúnebre. En el valle del Maipo-Mapocho, los estudios se han orientado a
entender la presencia del Tawantinsuyu, a partir de contextos fúnebres, definiendo desde aquí
categorías tipológicas, análisis tecnofuncionales, entre otros, existiendo así escaso conocimiento
respecto de los cambios o persistencias que se desarrollan en los estilos cerámicos locales en este
periodo.

Es así como los trabajos de Vásquez (1994) y Sanhueza (2001) se centran en el análisis de los
aspectos morfofuncionales y tecnológicos exclusivamente en vasijas Inka Provinciales. De este
modo, Vásquez (1994) caracteriza el funcionamiento de las piezas de acuerdo a la relación entre
los patrones de huellas de uso y las descripciones relativas al uso desde la etnohistoria. Plantea la
relevancia que tiene el aumento del tamaño de los contenedores cerámicos, explicado por un mayor

16
consumo y convocatoria, avalada por el Inka. Junto a ello, y tomando en cuenta trabajos de otras
áreas, el autor propone que gran parte de la producción y el consumo de la cerámica Inka más
típica se realizaría en cada región, aunque piezas como las Chúas, que por sus mismas cualidades
–en relación específicamente a la transportabilidad- habrían sido susceptibles de redistribuirse en
grandes distancias. De otro lado, Sanhueza (2001) observó las diferencias y similitudes de los
atributos decorativos, morfológicos, métricos y funcionales, existentes entre aríbalos del Maipo
Mapocho, Norte Chico y cuzqueños. La autora problematiza en particular la definición de esta clase
cerámica como Inka Provincial, planteando que las formas de las vasijas son introducidas en la
zona central, y aunque no son exactamente igual a las formas Cuzqueñas, remiten indudablemente
a ellas. Así también, la decoración puede ser tanto no-Cuzqueña, como también mezclar elementos
Cuzqueños con otros locales de acuerdo a la combinación de modalidades en la estructura del
diseño. Por lo anterior, observa que las similitudes del aríbalo de Chile Central son mayores con el
Norte Chico que con el Cuzco, y los aríbalos del Norte Chico, presentarían a su vez, mayores
similitudes con el Cuzco en cuanto a formas, estructuras de diseño y motivos.

Sólo el trabajo de Cantarutti y Mera (2002) presenta una propuesta tipológica, en este caso para la
alfarería del sitio Estación Quinta Normal. Basándose en la clasificación difundida por Calderari y
Williams (1991), distinguen alfarería Inka Provincial, Inka Mixta y Fase Inka. En esta última
categoría, incluyen la cerámica Diaguita Mixta y Diaguita Patrón Local, así como las variaciones que
observan de la alfarería Aconcagua. En cuanto a esta última categoría, nuevos aportes discuten la
designación “Diaguita Mixta”, pues dudan respecto de la procedencia de estas piezas y así de la
direccionalidad de las “influencias”, considerando más adecuado hablar de una expresión Diaguita
de momentos inkaicos, relativizando así su origen (Correa et al. 2008). Este trabajo continúa bajo la
línea de la nomenclatura realizada anteriormente, pero no contempla en el conjunto analizado para
el mismo sitio, cerámica Inka Provincial, sino más bien alfarería Inka Local, que “evidencia ciertos
elementos clásicos inkaicos que se encuentran alterados en forma o decoración y/o se fusionan con
elementos propios de las tradiciones alfareras locales” (Correa et al. 2008:161).

En el valle del Aconcagua se describe una situación diferente, la orientación más micro-local que
han adquirido los estudios, donde la temática Tardía es en general tangencial a otras –a excepción
de Pavlovic et al. 2013-, implica que la cerámica estilo Inka se reduzca a pocos contextos
conocidos, involucrando una problematización dirigida hacia el entendimiento de las
transformaciones observadas en el sustrato local.

En el Aconcagua superior y medio, los autores concuerdan en que los cambios que habrían
afectado a las tradiciones cerámicas locales no habrían sido homogéneos en las comunidades, sino
que dicha diferencia plantea distintos niveles de integración al aparato estatal inkaico. De hecho,
más que observar un conjunto alfarero uniforme, se expresaría una variabilidad distinguible tanto a
nivel decorativo, como morfológico y tecnológico (Martínez 2011). Esta desigualdad, habría
generado distintas maneras de relacionarse con el surgimiento de nuevos tipos cerámicos (Inka
Locales) y la coexistencia con otros, propios del Tardío en la zona como el tipo Aconcagua Trícromo
Engobado (Pavlovic et al. 2010a). Al mismo tiempo, comunidades que mantuvieron escasa relación
con el Tawantinsuyu, habrían perdurado en sus tradiciones alfareras (Pavlovic 2006). Otro asunto
17
que llaman a considerar es la presencia de piezas Aconcagua Salmón, que aparecen en
determinadas zonas en tiempos de ocupación Inka y no antes (Pavlovic et al. 2010a). Para los
autores referidos, las piezas inkaicas surgen de la producción alfarera de poblaciones foráneas de
zonas adyacentes que son movilizadas por el Tawantinsuyu y que conviven con las poblaciones
locales (Pavlovic 2006; Pavlovic et. al. 2002; Sánchez 2004). Este último planteamiento se
encuentra en discusión actualmente (Pavlovic et al. 2013).

De manera general, tanto en el Maipo Mapocho como en el Aconcagua, los autores se orientan a
otorgar una adscripción tipológica-cultural vinculada a definir las identidades en juego, así como la
temporalidad. Pocos autores consideran la singularidad de la alfarería que estudian (contextos
funerarios o ceremoniales), y las implicancias que esto contempla en sus diversas dimensiones
(estilísticas, relativas al uso/ consumo, entre otras).

18
2 Marco Teórico

2.1 La interacción Inka-comunidades locales

Desde nuestra perspectiva la interacción se entiende en una relación bidireccional de poder,


que implicaba el ejercicio constante de mecanismos legitimadores por parte del Estado, a la
vez, que considera la participación, acatamiento y lealtad de las comunidades locales. Nos
posicionamos desde la perspectiva de Godelier (1989) según el cual existirían dos componentes
esenciales del poder: violencia y consentimiento. Así, el más fuerte de estos elementos no es la
violencia de los dominantes, sino el consentimiento de los dominados a su dominación. En
particular, enfatizamos la necesaria observación de la relación de contradicción entre ideologías,
donde el concepto clave que se inserta es el de hegemonía desde Gramci 1972a, 1972b, que
permite teorizar más allá de la expresión de relaciones de dominación, el papel de las posiciones
subalternas al poder que también construyen identidades y conforman la oposición y la resistencia
ofreciendo alternativas de cambio cultural (Williams 1980; Gallardo 2004a).

De manera generalizada los autores plantean que las estrategias de dominio en el Tawantinsuyu
fueron flexibles, variaron en relación al tiempo y al espacio, de acuerdo a las capacidades y
complejidades de las sociedades, la diversidad o riqueza en recursos y a consideraciones de orden
logístico y administrativo (D´Altroy 2003; Pease 1979; Williams y D´Altroy 1998). En tal sentido,
las estrategias de dominación Inka estuvieron en correspondencia con las prácticas
socioparentales, socioeconómicas y sociopolíticas de las sociedades a las que se enfrentaron
(Pease 1979; Tantaleán 2006).

Como señala Pease (1979), los documentos tempranos sugieren diversos niveles de conflicto y
consentimiento en la relación del Tawantinsuyu y las distintas entidades étnicas, dominio que
adquiere en el área del Kollasuyu un carácter selectivamente intensivo (Williams y D´Altroy 1998).
En los Andes Meridionales, existe un relativo consenso en argumentar el carácter fragmentario que
el dominio Inka adquiere en las “áreas periféricas”, hablando en ocasiones de ocupaciones de
bolsones (Williams y D´Altroy 1998), mosaico (González 2000) y discontinuidad (Llagostera 1976;
Sánchez 2002). Tales ideas se encuentran entrelazadas con las nociones de incorporación y
exclusión como principios organizadores del dominio (Sánchez 2004). Un rasgo de la incorporación
al Tawantinsuyu en estas regiones, la constituirían las conductas ceremoniales de eficacia simbólica
(Uribe 2000; Sánchez 2002), desplegadas a través de la arquitectura, en la idea de fundación y
refundación de “nuevos Cuzcos” (Acuto 1999; Gallardo et al. 1995; Sánchez 2002). Si bien el
carácter expansionista del Tawantinsuyu junto a otras características (cohesión y fuerza militar,
organización administrativa, económica, religiosa, entre otras) ha sido ligado a un proceso
sociopolítico complejo como es la emergencia del Estado (D’ Altroy 2003; Godelier 1985; Murra
1983; Ramírez 2008; Ziólkowsky 1991), no se percibe asimismo la consolidación de la práctica
estatal. Sánchez (2002) ha llamado la atención respecto de considerar al Tawantinsuyu como un
Estado reciente, cuya autoridad estaba en plena gestación. Una de las implicancias más relevantes
de estas acotaciones, es fundamentar que lo que caracterizaba a la actividad estatal eran los

19
rasgos dinámicos, los procesos de cambio y expansión que se desarrollaron y la importancia que
tuvo en este contexto, la negociación política y legitimación del poder.

No obstante lo anterior, existen espacios que evaden la coerción impuesta por el Inka, y
persisten en un proceso dialéctico, en algunos casos hasta después de la conquista (ver el
ejemplo Lupaka, Tantaleán 2006). Esta persistencia y continuidad de prácticas en momentos de
contacto cultural, puede ser vista como elementos de reafirmación identitaria (Silliman 2001) o
resistencia (Acuto et al. 2004; 2011).

Por lo anterior, más allá de contemplar a estas comunidades como recibiendo un influjo de
transformaciones como receptores pasivos en una relación unilateral, se plantea una
interacción que reconoce la agencia de los colonizados (Acuto 2011; Silliman 2001). El vínculo
estrecho entre agencia y poder, se realiza en primera instancia en función de la idea de
resistencia, noción necesaria cuando se estructuran las relaciones sociales en marcos de
desigualdad y contradicción (Ortner 2006).

En nuestro caso de estudio, durante el Tardío a las “sociedades locales”, se les ha tendido
asumir en continuidad con las formaciones sociales características del periodo Intermedio
Tardío, sin existir un planteamiento explícito al respecto (Massone 1978; Rodríguez et al. 1993;
Ávalos y Saunier 2011). Fuera de esta regla se encuentra el trabajo de Pavlovic (2006), que las
contempla como sociedades segmentarias de baja cohesión social (Sahlins 1972) y escasa
centralización política, considerados a la vez como “campesinos primitivos” (Wolf 1978). Este
planteamiento demuestra que lo que caracterizaría a las sociedades locales no fue la
centralización política, sino rasgos como la autonomía y autarquía familiar/comunal.

Nuestra perspectiva en atención al registro etnohistórico, desea destacar tanto las


características de ausencia de una institucionalidad política y la primacía comunitaria, así como
también la existencia de una economía excedentaria, y las diferencias, restricciones y
desigualdades potenciales intrínsecas derivadas de ésta, acercándose al modelo comunal
descrito por McGuire y Saitta (1996). De acuerdo a éste, la sociedad comunal existe cuando los
grupos sociales constituyentes sostienen los medios de producción –por ejemplo, tierra,
herramientas, conocimiento técnico, y otros recursos necesarios para sostener la vida en
común- y donde la apropiación del excedente es de tipo colectiva, -los extractores del
excedente de trabajo son simultáneamente los productores-. Es un error asumir que debido a
que la producción es comunal, la riqueza y poder diferencial entre grupos de interés –
indicadores usuales de la complejidad en la literatura revisionista- no existen. Así, se tiene que
en una sociedad comunal pueden existir diferencias en cuanto a la propiedad o diferencias en
cuanto a la demanda de trabajo entre grupos (McGuire y Saitta 1996).

Otra conceptualización relevante para exponer los rasgos de la comunidad local es la


presentada por Blanton y colaboradores (1996), que caracterizan a las sociedades corporativas
por oposición a las sociedades “de red” (network), Esto porque en la estrategia política
corporativa, el poder está conformado por diferentes grupos y sectores de la sociedad, y en
este sentido, inhibe estrategias de exclusión, aunque esto no significa que se trate de una
20
sociedad jerárquicamente plana, o una sociedad completamente igualitaria. De hecho, mientras
en las sociedades de red son los individuos quienes se apropian directamente de los recursos
(bienes suntuarios, de subsistencia, conocimiento, lealtades, prestigio), en las sociedades
corporativas, éstos se encuentran en poder de grupos o determinadas colectividades (Nielsen
2006).

Desde ambos conceptos extraemos la relevancia que tiene la dimensión individual-corporativa o


comunal como el eje de tensión o negociación, articulada entre los intereses individuales de los
agentes y los intereses o proyectos de orden comunitario.

Uno de los principales mecanismos estatales que permitió “sellar las lealtades” entre el
Tawantinsuyu y las sociedades locales, fue la redistribución a través de la festividad y la prestación
de regalos (Bunster 2001; Murra 1983; Pease 1979). Así, es posible establecer que las relaciones
entre los gobernantes y los sujetos del Estado estuvieron mediadas a través de la prestación y
redistribución de comida y chicha, siendo muy relevante el rol que adquiere la vajilla en este
contexto (Bray 2003a; Morris 1995).

La alfarería, como cualquier otro elemento de la cultura material de las sociedades, constituye una
manifestación de los principios ordenadores del universo social (Gosselain 2000), por eso, se
establece como una herramienta válida para interpretar la dinámica social y política que interesa.
Sobre esto se tiene que, a diferencia de la infraestructura en la que invierte el Inka que se juega en
espacios ligados a lo simbólico, la trayectoria de la cerámica estaría más relacionada al reino de lo
mundano, a la hospitalidad, reciprocidad y trabajo (Morris 1995).

La llamada alfarería estilo Inka, describe un conjunto bastante estandarizado de formas y


significados visuales, que delata la presencia e ideología estatal (Bray 2003a, 2003b, 2004;
Hayashida 1999). En concordancia con Bray (2003a, 2003b, 2004) se piensa que más que
observar a esta cerámica como un indicador del Estado, ésta se debe concebir como un punto
importante de articulación de los procesos políticos relativos al Tawantinsuyu.

Al respecto, la distribución de la cerámica cuzqueña estuvo restringida a regiones limitadas (D’Altroy


et al. 1994). Además, esta cerámica evidenciaría variaciones a través del Tawantinsuyu. Por
ejemplo, si bien todas las formas reconocidas en el corazón del Estado están también presentes en
las regiones, las frecuencias de los diferentes tipos varían (Bray 2004). De acuerdo al trabajo de
Bray (2003a, 2003b, 2004), tres formas parecerían conformar el conjunto cerámico mínimo que
permite postular una vinculación al Estado: aríbalos, ollas pedestal y platos planos. Las diferencias
no son sólo morfológicas o decorativas, sino que también se presentan en su manufactura
(composiciones químicas y petrográficas) (D‘Altroy y Bishop 1990; D’Altroy et al.1994; Williams
2000). De hecho, la mayoría de los datos indicarían que la cerámica estilo Inka fue producida para
consumo regional (Hayashida 1994), aunque algunas piezas pudieron ser trasladadas largas
distancias (D‘Altroy y Bishop 1990).

Los análisis actuales contemplan una definición más amplia sobre esta cerámica, que evalúa
imitaciones provinciales, sincretismos, así como producciones locales independientes (Calderari y

21
Williams 1991; Bray 2003b). Asimismo, no sólo se observa la imposición de elementos y patrones
cuzqueños en la forma de producir alfarería en las regiones, sino también la emergencia de un
sincretismo particular (Páez y Giovanetti 2008). Este sería el caso retratado en el valle de Limarí,
donde se combinarían elementos cuzqueños y Diaguitas de manera integrada, constituyendo un
estilo particular, producto de una tradición andina común (González 1995). Por otro lado, la misma
variabilidad observada en la alfarería Inka de las regiones, sería indicativa de la respuesta local a la
incorporación estatal (Hayashida 1994).

De lo anterior se desprende que el proceso de expansión Inka y la recepción o no de las


sociedades locales, no puede entenderse en su cabalidad en base al pensamiento dicotómico Inka
v/s local, sino que se trató sobre todo de acciones, estrategias, negociaciones, conflictos, entre
otros, propios del encuentro entre dos entidades sociopolíticas heterogéneas.

2.2 El estilo cerámico

Para tiempos tardíos en los valles de Chile Central, la variabilidad cerámica, en su generalidad se
contempla desde la homogeneidad relativa a la distinción de estilos característicos del proceso
tardío –Cultura Diaguita, Aconcagua e Inka-. En los valles de Chile Central, la variabilidad cerámica
tardía se ha entendido desde la distinción de estilos y entidades arqueológicas características del
proceso –Cultura Diaguita, Aconcagua e Inka-.

Es así como en el entendimiento de la alfarería que presenta atributos “Diaguita”, ha primado una
perspectiva básicamente normativa, que establece que serían contingentes provenientes del norte
Chico quienes la habrían producido, movilizados por el Tawantinsuyu (González y Rodríguez 1993;
Pavlovic et. al. 2002; Sánchez 2002, 2004). El problema de este enfoque, es que instaura la idea de
una relación directa entre tipo alfarero y cultura, es decir, la presencia de un tipo identificaría a una
cultura. Tampoco aclara si defiende la existencia de una producción foránea, y excluye
definitivamente cualquier mecanismo de interacción social que no sea la implantación, invasión o
conquista de estos mitimaes sobre las comunidades locales.

En cuanto a las piezas de estilo Inka de estas regiones, usualmente se ha sostenido la idea de que
la tradición alfarera local adoptaría formas y diseños provenientes del Cuzco, adaptándolas a la
realidad local, conformando copias burdas o imitaciones del original (Correa et al. 2008; Sánchez
2002). Dicha idea se entrelaza con los conceptos de aculturación rápida y dominio indirecto de las
poblaciones locales. La proposición principal aquí es que la similitud estilística entre los grupos es
proporcional a la intensidad de la interacción entre éstos. La crítica a esta manera de ver el estilo
dibujada por Hodder (1982) a partir de estudios etnoarqueológicos, va dirigida a que la interacción
intensa no necesariamente implica una mayor cercanía estilística, porque la cultura material de
estos grupos puede contribuir a mantener las fronteras sociales y establecer pautas de identificación
diferenciales. Además, se puede observar que en estas perspectivas las culturas o estilos
cerámicos permanecen como entidades estáticas y homogéneas, donde una se impone a la otra.
Por otro lado, en la noción de “imitaciones del estilo”, se denota los efectos que una cultura produce
sobre otra, observando a los artesanos locales como meros receptores de una relación negativa. En

22
el mismo sentido de crítica, ya escribía Lathrap en el año 1983 (en DeBoer 1990) que los artesanos
no son máquinas Xérox.

En ninguno de los enfoques se han visualizado fenómenos relativos al sincretismo (Páez y


Giovanetti 2008) o mezcla (Matos 1999) incluidos en conceptualizaciones como la cerámica Inka
Provincial o Inka Local trasandinas, en un intento –igualmente normativo- por valorar el encuentro y
negociación entre lo incaico y lo local. De esta manera, se trata de elaboraciones teóricas que
poseen una noción de cultura material y de la variación estilística, en su actuación pasiva en el
mundo social.

Aproximación al estilo y su dimensión dialógica

En la literatura arqueológica, por estilo se puede entender simultáneamente tanto los “modos de
hacer” (Dietler y Herbich 1998), como los “modos de producir normas e identidad” (Sacket 1982,
1986, 1990; Weissner 1990), “modos de establecer ideologías” (Shanks y Tilley 1987) o los “modos
de establecer las relaciones entre personas” (Wobst 1977), o “definir agencia” (Hegmon y Kulow
2005) entre otros preceptos. Dicha diversidad de entendimientos sobre un mismo concepto, delata
la complejidad y multidimensionalidad del mismo.

La primigenia aproximación desarrollada por Sacket (1982, 1986, 1990) postulaba la variación
isocréstica o el espectro de alternativas igualmente equivalentes de opciones para alcanzar el final
previsto en la fabricación y/o el uso de objetos materiales. Dicho modelo descansa en el supuesto
principal que dado que el potencial de opciones es tan grande y en la medida en que éstas están
determinadas por las tradiciones tecnológicas de cada sociedad, es poco probable que cada
elección hecha en una sociedad se realice también en otra no relacionada. Esas elecciones
particulares en tiempo y espacio determinado, se convierten en elementos históricamente
diagnósticos, por tanto, indicadores de etnicidad. Más allá de las limitantes que se visualizan en la
concepción de estilo como una cuestión de etnicidad, o en la poca claridad que hay respecto de los
alcances que tiene la variabilidad de la forma adjunta (Shanks y Tilley 1987), el aporte del autor
radica justamente en que el estilo no sólo residiría en los atributos decorativos o en los objetos no
utilitarios, sino en cualquier variación formal de un artefacto.

Igualmente frente a estas concepciones, el estilo permanece como un rasgo pasivo, presente en
toda forma de cultura material. Entonces, ¿dónde radica su especificidad?. Para la teoría del
intercambio de información dicha especificidad se encuentra en la definición como medio de
transmisión de información sobre la identidad personal y social (Wobst 1977). Sin embargo, en la
idea de la creación del estilo vista como estrategia intencional para comunicar límites sociales, se
confunde el rol potencial del estilo, con la función primaria y causa de su creación (Dietler y Herbich
1998).

Aunque parezca evidente, hay que enfatizar que la cerámica es fabricada por actores sociales con
conocimiento. Así, la producción de alfarería, como cualquier otro objeto, implica la toma de una
serie de decisiones, para qué, por qué, cómo producirla; opciones que no han sido determinadas
exclusivamente por las condiciones medioambientales, sino que son ante todo elecciones

23
arbitrarias, condicionadas por el contexto sociocultural en el cual los agentes aprenden dichas
prácticas (Dietler y Herbich 1998).

De acuerdo a la lectura de diversos estudios etnoarqueológicos relativos a la alfarería (Hodder


1982; Dietler y Herbich 1987; De Boer 1990, Friedrich 1970; Gosselain 1998, 2000), se observa que
en determinados contextos de interacción se intercambian ideas y bienes, constituyendo la
condición perfecta para que “nuevas modas” o conceptos se cristalicen. “Yo no puedo ver algo sin
copiarlo”, manifestó una alfarera frente a la decoración de las cerámicas de otros talleres
artesanales de su comunidad, en San José de Michoacan, México (Friedrich 1970:337). San José
tiene un número importante de productores cerámicos y, aunque las decoraciones son distintivas de
cada grupo de trabajo, ellos están abiertos a la adopción de diseños que introducen de manera
particular en sus propias obras. El trabajo de Friedrich (1970) dibuja la dimensión dialogante que
tiene el estilo, que contempla procesos de aprendizaje y cognición que se reproducen de manera
tradicional al interior de las comunidades, pero que también dependen de la interacción
intercomunitaria. Aquí hacen sentido las palabras de De Boer (1990) sobre los principios
multidimensionales y multimediáticos del estilo, forzosamente reactivo y siempre sensible al
contexto.

De este modo, más allá de la distinción primaria sobre una producción local y foránea, habría que
entender que cada estilo está construido en relación a otros, y que no hay ningún estilo que no se
entienda en relación a otros estilos. Los estilos no son siempre instancias puras; lo que funda al
estilo así, no es su contenido cerrado u homogéneo, sino su apertura a otros estilos. Se propone
entonces utilizar el concepto general de referente cultural para distinguir atributos cerámicos
(visuales por ej. composiciones y motivos decorativos; morfológicos por ej. formas específicas;
tecnológicos por ej. preparación de pastas; entre otros) en una determinada producción alfarera,
que se relacionan con otros estilos exponentes de tales atributos. De esta manera, se quiere
destacar la dimensión dialogante del estilo, como también la función activa que ostentan en el
proceso creativo/productivo los artesanos (Hegmon y Kulow 2005). Estamos conceptualizando el
hecho de la presencia en un determinado estilo de expresiones, temas, características
estructurales, estilísticas, etc. procedentes de otros estilos, que han sido incorporados en la
producción de una vasija cerámica en forma de alusión, imitación, recreación, entre otros,
cumpliendo distintas funciones de acuerdo a la situación sociohistórica. En consecuencia, se trata
de un recurso del alfarero, que puede o no ser utilizado de manera consciente o voluntaria.

El estilo situado, el estilo como producción y consumo social

En relación a lo anterior, se tiene que el estilo no es algo que se le agregue al objeto para señalar
una identidad social, sino por el contrario es parte constitutiva de él, a partir de las opciones que se
tomaron en su creación (Sanhueza 2004). Entonces el estilo, representa la materialización de un
tipo de conocimiento social y culturalmente determinado. Si aceptamos esta posición, podemos
visualizar que los alfareros pueden manipular elementos para dar solución a situaciones
contradictorias. En este sentido, el concepto adquiere un carácter ideológico, cuando es utilizado
activamente para resolver contradicciones que se suceden en las estructuras sociales (Shanks y

24
Tilley 1987). El estilo así aporta tanto a la integración como a la diferenciación social (Gallardo et al.
2011).

El estilo de este modo, no sólo debe ser entendido en atención al contexto de producción y a los
alfareros (como modo de hacer y expresión de una agencia), sino también en relación al uso que se
le otorga bajo condiciones de existencia determinadas. Las audiencias o consumidores juegan un
rol activo en la creación del producto finalizado, en el sentido que leen e interpretan, y de esta forma
lo transforman (Shanks y Tilley 1987).

Para el caso que nos ocupa, debemos hacer notar la relevancia de considerar el estilo cerámico
dentro del contexto político asimétrico que se desenvuelve en el periodo, en el que se relacionan
por un lado, comunidad locales de escasa complejidad sociopolítica, y el Tawantinsuyu, cuyos
rasgos de dominio estatales condujeron por ejemplo, a la creación de enclaves de especialistas, a
la producción en masa y a la circulación de objetos en grandes distancias (D‘Altroy y Bishop 1990;
D’ Altroy 2003; Gallardo 2004b). La variabilidad del estilo cerámico situado en este contexto no va a
remitir exclusivamente a comunidades involucradas en la expansión del Tawantinsuyu de modo
literal, sino al proceso de interacción entre entidades sociopolíticas disímiles, dinámica que se revela
más compleja que la aparente dicotomía de lo local v/s lo inkaico (Bray 2003; Uribe 2004) (ver
subcapítulo anterior 2.1).

2. 3 La singularidad del contexto: sobre el estudio de las prácticas mortuorias

Por lo anterior, los contextos de uso/consumo de los estilos alfareros en juego, se vuelven muy
relevantes. Al respecto, es posible afirmar en relación a la organización social y económica de las
comunidades en estudio, que los estilos alfareros actuaban tanto en contextos de la vida cotidiana y
doméstica como en la esfera ritual. Dentro del contexto de las ceremonias y rituales, uno de los
acontecimientos de mayor ostentación son las fiestas funerarias, pues en ninguna otra se juegan
más las emociones de la gente (Hayden 2009). Debido a esta naturaleza doble, emocional y
relacional, los funerales son eventos que pueden atraer a personas de diversos grupos sociales
(familiares, afines, aliados) y constituyen un contexto ideal para reafirmar las relaciones de alianza
(Hayden 2009). Esta situación social convierte a las ceremonias funerarias en escenarios
socioeconómicos claves para la creación y reafirmación de relaciones políticas a través de regalos,
favores y servicios.

En la arqueología, los ritos mortuorios han formado parte del interés disciplinario en virtud de la
suposición generalizada de que éstos tendrían una intención o significado social. Es así como uno
de los autores más citados, Saxe (1970), desarrolla un modelo fundado en una perspectiva
transcultural señalando las dimensiones sociales de la práctica mortuoria. En el mismo sentido,
Binford (1971), utilizando etnografía transcultural, identifica conductas rituales mortuorias regulares
en relación a niveles de complejidad (modo de vida y subsistencia). Con los años, se fue
construyendo el paradigma Saxe-Binford, permaneciendo la idea de que existe una relación directa
entre el estatus social del muerto y el tratamiento mortuorio (ajuar, entierro, emplazamiento) que
éste posee.

25
Esta visión recibe en adelante numerosas críticas que se agrupan en general, en relación a la
aproximación cuantitativa y la concepción positivista sobre los entierros mortuorios como espejos de
la organización social (Rakita y Buikstra 2005). Sin embargo, no será sino con un enfoque post-
procesualista que se explicita la crítica a las generalizaciones transculturales y se plantea la idea de
que el difunto y la muerte constituyen oportunidades que representan una manipulación activa del
orden social, político, étnico, económico, entre otros (Rakita y Buikstra 2005).

Existe amplia literatura etnográfica e histórica que demuestra la variabilidad de roles que cumple el
ámbito mortuorio en una sociedad, cuando una comunidad le atribuye a los muertos la realización
de milagros, el control sobre la prosperidad en alguna práctica económica como la agricultura, o
sanciona y/o fomenta alguna tradición (Parker 1993). Las prácticas funerarias, de este modo,
pueden ser vistas como producto de decisiones ideológicas, económicas o políticas, en las que “el
muerto” es manipulado según los propósitos de “los vivos” para legitimar un orden social (Parker
1993). Por lo tanto, cualquier análisis arqueológico debe estar enfocado en explorar más que la
instancia mortuoria como tal (el cementerio), la relación entre vivos y muertos, es decir, las
características que adquiere tal relación en el dominio ritual y en virtud de otros aspectos
contextuales (económicos, sociales, religiosos entre otros) que den cuenta de su historicidad.

Más allá de estas consideraciones, no se puede negar la existencia de asociaciones entre


determinadas prácticas mortuorias y factores sociales, religiosos, filosóficos y económicos. En un
estudio transcultural Carr (1995) recoge distintas perspectivas en el entendimiento de los
determinantes de las prácticas mortuorias, contrastando las premisas usuales de la arqueología en
su relación con aspectos relativos a la organización social y las creencias de distintas sociedades
de economía análoga. Por ejemplo, encuentra que factores sociales como la jerarquía y la edad,
junto a las relaciones de parentesco, se observan significativamente más relevantes en la
determinación de las conductas fúnebres, que el género o la identidad personal.

Este ámbito ha recibido escasa atención en la investigación del Tardío. Generalmente, se evalúa la
presencia de rasgos asociados al Estado como parte de las estrategias de dominación, manifestada
en este caso en el manejo del espacio mortuorio y así en la introducción o no de las comunidades
locales al Tawantinsuyu. Por un lado, existen casos donde es la comunidad la que se vincula,
ostentando un gasto ritual que delata estilos de vida incanizados (Ayala et al. 1999; Bordach 2006),
mientras por el otro, hay espacios que escapan a la coerción y aparentan una persistencia y/o
resistencia en sus tradicionales rituales mortuorios (Acuto et al. 2004; Tantaleán 2006). Asimismo,
los investigadores dan cuenta de lugares donde hay una integración de lo local y lo incaico,
encontrando elementos típicamente locales, por ejemplo, formas de entierro asociados a rasgos
Inkas, como las morfologías cerámicas (Acuto 2011). Aquí se debe enfatizar la relevancia que
adquieren las ofrendas cerámicas estilo Inka en el ritual fúnebre local. Igualmente, cabe pensar en
la posibilidad de que en espacios mortuorios inkaicos hayan circulado objetos provenientes de las
esferas locales. La inversión que implicó la depositación de estos bienes en el ámbito mortuorio
local (incanizado y no) debió considerar de todas maneras la selección de ciertos atributos
estilísticos, formales y funcionales en virtud de las intenciones/expectativas/creencias propias a
estas sociedades.
26
En los Andes Meridionales donde se carece de mass media estatales de carácter monumental
(Morris 1995), las prácticas funerarias se postulan como un espacio válido para profundizar en el
conocimiento del encuentro Inka-Local.

27
3 Materiales y Metodología

3.1 La muestra cerámica


La muestra se constituye íntegramente de las colecciones alfareras depositadas en el Museo
Histórico de La Cruz y el Museo Histórico y Arqueológico de Quillota, obtenidas a partir del trabajo
de diversos contextos fúnebres (anexo 1). Sin embargo, en su mayoría corresponde al registro del
sitio Estadio de Quillota (tabla IV)1.

Sitios N° Tumbas/Individuos N° Vasijas Analizadas


Estadio Quillota, excavación Gajardo-Tobar y Silva ‘50
12 tumbas-12 individuos 69
Estadio Quillota, excavación Juanita Baeza 2009 23 tumbas-31 individuos7 62
Maltería Sin referencia 10
Estación Quillota Sin referencia 1
Fundo Esmeralda Sin referencia 10
Arauco 9 tumbas-sin referencia 3
San Pedro Sin referencia 2
Carolina-Chalet Blanco 1 tumba-4 individuos 8
Santa Laura Sin referencia 2
El Templo Sin referencia 1
Sin referencia Sin referencia 5
Total 173
Tabla IV Muestra de vasijas analizadas8, tumbas e individuos por sitio.

3.2 Técnicas y métodos de análisis cerámico

Cada análisis se realizó aplicando una ficha de registro (anexo 2). Asimismo, se consideró el
registro fotográfico de cada una de las piezas en todas sus vistas (lateral, frontal, superior, y
detalles) (anexo 8). Por último, cabe acotar que con fines descriptivos se denominará a las piezas de
acuerdo a las iniciales de cada sitio según su proveniencia, seguido del código del inventario del
Museo correspondiente (tabla V):

Código Sitio Código Sitio Código Sitio


A Arauco ET El Templo M Maltería
Estadio Quillota, colección Gajardo Tobar
C Carolina EDQ SP San Pedro 1
y Silva, colección Baeza
FE Fundo Esmeralda EQ Estación Quillota SL Santa Laura
Tabla V Códigos de las vasijas en estudio.

En consideración a nuestra problemática, los principales aspectos relevados fueron a) la discusión


de una adscripción estilística, así como la distinción de referentes, desarrollada desde una

7
Esta muestra será explicada en detalle más adelante (subcapítulo 4.3).
8
Se trabajó con vasijas completas, restauradas y no, cuyo grado de completitud fue mayor al 40%. La mayoría de las
piezas tiene un nivel de integridad y completitud total sin haber sido intervenidas por labores de restauración
(n=46).También se estudiaron vasijas que se restauraron y alcanzaron una completitud cercana al 100% y 90% del
total de la pieza (n=21 y n=35 respectivamente). Por otro lado, sólo un 1% de la muestra total, alcanzó niveles de
completitud del 40%, restaurados (n=1) y no (n=1).

28
apreciación sobre atributos decorativos y formales; b) una consideración de la variabilidad del
conjunto, relativa a una aproximación de rasgos morfológicos, métricos, decorativos y respecto a
patrones de huellas de uso, que permitan realizar una caracterización de las vasijas con énfasis en
la comparación entre estilos del curso medio inferior del Aconcagua y en un segundo nivel en
relación a ejemplares de otras áreas.

a) Adscripción estilística:

En primer lugar, se registró la forma general de cada vasija según Shepard (1956) (anexo 3). La
decoración se abordó en función de la identificación primaria de las técnicas de aplicación del color
y las técnicas plásticas (Uribe 2004). Sobre esta distinción general de técnicas, se reconocieron la
configuración de los colores y motivos, en cuanto a su disposición y orientación en la vasija, para
luego asignarlos de acuerdo a una filiación tipológica. Tomando en consideración estos resultados,
se realizó una propuesta de adscripción estilística, que involucró la asignación de los referentes de
forma y decoración para cada vasija analizada.

La clasificación estilística se basó en la propuesta de Calderari y Williams (1991), pero agregando


mayor definición en los límites de cada categoría, y siguiendo una orientación teórica distinta (ver
capítulo 2.2) que otorga énfasis a la disgregación de los estilos en “referentes culturales”. En tal
sentido, nos distanciamos de la clasificación original, en consideración a las sutilezas que se
perciben en el componente local tardío –calificado en Calderari y Williams (1991) como Alfarería de
Fase Inka-, diferenciando aquí aquella alfarería que emerge en el periodo Tardío, de aquella que
presenta un claro referente pre-inkaico9. Cabe acotar que dicho planteamiento no constituye
sinónimo de unidad temporal, ya que sólo un estudio analítico de esta clasificación podría brindar
una profundidad temporal más precisa.

Por alfarería estilo Inka se entenderá a aquella cerámica que fue producida tanto en ámbitos extra
regionales como regionales, que aludiría en términos globales a los cánones morfológicos y
decorativos establecidos en el Cuzco, y fue movilizada en la promoción del Estado. En este gran
grupo estamos considerando en primer término, el concepto de cerámica Inka Cuzqueña, para los
ejemplares producidos en el área nuclear que podrían ser trasladados a las regiones. Se trata de
aríbalos, platos playos, ollas con o sin pie, jarros de cuellos hiperboloides con asa adheridas al labio
o cuerpo de la vasija de manera diagonal y keros, de pastas muy compactas, homogéneas y
coladas, que pueden encontrarse decorados con diseños geométricos mezclados a veces con
motivos naturalistas, de referentes exclusivamente cuzqueños (Rowe 1969 [1944]).

Por otro lado, existen piezas cerámicas que evidencian referentes relativos al Tawantinsuyu en
relación a los atributos formales y decorativos (diseños, estructuras de diseños, uso de colores), y
referentes locales, en virtud de su manufactura, sobretodo en cuanto a proporciones y tamaños.

9
En Cantarutti (2002:196) se define a la alfarería “Diaguita Patrón Local” como aquella que responde a cánones
tradicionales locales que persistieron en época de la dominación Inka, no obstante, a diferencia de nuestro
planteamiento, este concepto permanece dentro de la categoría de Alfarería de Fase Inka.

29
Encontramos acá por ejemplo, formas y decoraciones con claros referentes del tipo Cuzco
Polícromo elaboradas por manos locales, se trata de piezas de adscripción Inka Provincial.

Por último, se hallan los sincretismos evidenciados en las cerámicas tardías, donde convergen en
cuanto a formas y decoraciones (diseños, estructuras de diseños) referentes cuzqueños junto con
las tradiciones locales, estas se denominan piezas Inka Mixta. Reconocemos en este grupo por
ejemplo, a los tipos Inka Paya (Calderari 1988) e Inka Diaguita (Cantarutti 2002; González 1995).

En segundo término, se encuentra la alfarería de Fase Inka, que contempla aquellas piezas que
emergen en el periodo tardío. En este grupo no existen referentes claros cuzqueños en los distintos
atributos de la cerámica, no obstante, no se puede dudar de la incidencia del contexto sociopolítico
generado por el Tawantinsuyu, que pudo aportar en este sentido a la emergencia de nuevas
normas expresadas en esta alfarería. Usualmente, se contemplan referentes como la Cultura
Diaguita y Aconcagua percibidas en las decoraciones polícromas de distintos soportes
morfológicos. Encontramos por ejemplo, dentro de las formas relativas a desarrollos locales jarros
con decoración de motivos tipo Cuarto Estilo10 (Mostny 1944) o unidades presentes en la fase II o
fase III de la cerámica Diaguita (Gonzalez 2004). Dentro de este conjunto también sostenemos a la
cerámica conceptualizada bajo los tipos Aconcagua Salmón en sus variedades trícromas y
polícromas (Massone 1978), Trícromo Engobado (Massone 1978) o Putaendo Polícromo (Pavlovic
2006). Otras piezas que entrarían dentro de esta clasificación, son aquellas generalmente definidas
como Aconcagua Fase Inka (Cantarutti y Mera 2002), Aconcagua Inka y Aconcagua Diaguita Inka
(Ávalos y Saunier 2011).

En tercer lugar, se define la categoría Aconcagua Patrón Local –de producción a nivel de valle e
intervalle- donde existe un predominio de las formas tradicionales de realizar la cerámica, con la
existencia de referentes claros preincaicos de los valles centrales, como es todo el bagaje
perteneciente a la Cultura Aconcagua. Integran este grupo las expresiones del tipo Aconcagua
Salmón bícromas-negro sobre salmón- (Massone 1978), el tipo Aconcagua Rojo Engobado, y el
Putaendo Rojo Engobado, (Pavlovic 2006). Asimismo, la producción de vasijas de orden doméstico,
generalmente adscritas al tipo Aconcagua Pardo Alisado (Massone 1978; Baudet 2004).

b) Variabilidad:

En este plano, a partir de diversos niveles de análisis (decorativos, métricos y de huellas de uso), en
especial atención a aspectos específicos que se describen a continuación, se evaluaron las
características que varían y aquellas que se mantienen estables entre las categorías estilísticas
definidas.

En la observación de la decoración, se realizó la evaluación cualitativa de la prolijidad en el manejo


de las estructuras de diseño y la ejecución de los mismos (gama de colores, trazos netos o impuros)
10
El tipo cuarto estilo (Mostny 1944) en el área nuclear del valle del Limarí, ha sido conceptualizado como Diaguita
Patrón Local (Cantarutti 2002) en atención a que se encuentra asociado al repertorio diaguita preincaico, sin
embargo, de acuerdo al registro que manejamos en ésta zona dicho tipo adquiere una temporalidad tardía
asociada justamente al fenómeno que relatamos.

30
(Falabella et. al. 1994). Dicha apreciación se contrastó midiendo el ancho de las pinceladas
(obteniendo promedios y desviación estándar de a lo menos 3 medidas por trazo) en una unidad del
motivo en relación a la medida de su variación en el diseño de la pieza (figura 2), cuestión
expresada por medio del coeficiente de variación (cv) (Ballesta et. al. 2009).

Figura 2 Ejemplos de trazos medidos en el diseño decorativo de una pieza.

Para efectos del análisis se ha evaluado el conjunto analizado, siguiendo la siguiente escala (tabla
VI):
Rango (cv) Descripción
0-0,05 La pieza se decoró con trazos de igual grosor.
0,06-0,15 La pieza se decoró con trazos de grosor muy regulares.
0,16-0,20 La pieza se decoró con trazos de grosor regular.
0,21 o más La pieza se decoró con trazos de grosor irregular.
Tabla VI Rango del coeficiente de variación de las pinceladas

De otro lado, se consideró un análisis métrico que contempló las siguientes medidas: altura total,
altura del cuerpo, altura del cuello, diámetro máximo, diámetro del borde, diámetro de la base,
diámetro mínimo, diámetro unión cuello/cuerpo, alto diámetro máximo, volumen total, volumen
cuerpo, peso y espesor de las paredes (borde, cuello, cuerpo y base). Asimismo en el caso de las
asas, se consideró largo, ancho, alto superior, alto inferior, emplazamiento desde el borde, y
espesor. Sobre el espesor se trabajó con las siguientes definiciones (tabla VII):

Rango mm Descripción
0-5 Paredes de espesor delgado.
5,1-8 Paredes de espesor mediano.
8,1-11 Paredes de espesor grueso.
11 o más Paredes de espesor muy grueso.
Tabla VII Rango del espesor

En estos atributos métricos se tomaron como referencia 2 a 6 puntos para establecer un promedio
como medida central, y la desviación estándar, como estimación de la variabilidad del conjunto
(Falabella et. al. 1993a, 1993b) (anexo 5). Así, se midió el grado de variabilidad y regularidad en la
confección de cada vasija (Ballesta et. al. 2009). También se evaluó la existencia de diferentes
tamaños de acuerdo a cada categoría morfológica e independiente de cada categoría estilística
(anexo 4), aspecto relacionado con las necesidades de consumo (Falabella et. al. 1993a, 1993b).
Junto a lo anterior, se realizó un análisis de las proporciones de las vasijas no restringidas a partir
31
del diámetro máximo y/o diámetro del borde y el alto total. Para vasijas restringidas y restringidas
con cuello, se consideró además la correlación entre el diámetro del borde y alto del
cuello(Falabella et al. 1993a, 1993b) (anexo 5). Lo anterior, con el fin de evaluar la existencia de
eventuales regularidades en los diseños de las categorías morfológicas en cada categoría estilística
dada. Sobre lo anterior, se han considerado los siguientes rangos del coeficiente de correlación
(tabla VIII):
Rango r² Descripción
0-0,25 Correlación baja entre las variables.
0,25-0,50 Correlación moderadamente baja entre las variables.
0,50-0,75 Correlación moderadamente alta entre las variables.
0,75-1 Correlación alta entre las variables.

Tabla VIII Rango de coeficiente de correlación entre variables

Por último, se realizó el estudio de las huellas de uso (Schiffer 1987; Rye 1981; Skibo 1992) siendo
su fin encontrar una relación entre cierto tipo de marcas recurrentes y las categorías morfológicas
que, a través de la evidencia del uso, validaran su función (Falabella 1997). Sobre este análisis, se
trabajó en la observación de la presencia/ausencia de los siguientes parámetros en relación al uso:
en el fuego (exposición al fuego, hollín, ahumado y concreción de carbón), y otras adherencias
(sustancias no solubles en agua y otros), como también zonas alteradas por sustracción de material
(descascarado, abrasión, exposición de antiplásticos, raspaduras), marcas aisladas (saltaduras,
grietas, y fracturas), siempre en la observación de la regularidad o heterogeneidad entre las
categorías estilísticas definidas. Éste capítulo cobra relevancia en relación a los contextos de
uso/consumo que estudiaremos –fúnebres- debido a que permite discriminar si efectivamente la
vasija tuvo una vida útil a través de la existencia de huellas de uso pre-depositacionales, no fue
utilizada intensivamente antes de ser enterrada, fue matada antes de ser depositada, y/o presenta
alteraciones post-depositacionales, aspectos que permitirían inferir, por ejemplo, el consumo
funerario de clases exclusivas de vasijas.

32
4 Resultados

4.1 Caracterización de la variabilidad cerámica en el curso medio-inferior del Aconcagua

La clasificación (tabla IX), se funda en primer lugar en patrones diferenciales de morfología y


decoración, y más tarde, en características métricas y morfo-funcionales distintivas de cada
categoría (anexo 5). De este modo, se tiene un cuadro relativo del comportamiento de los estilos en
el conjunto (gráfico 1) y las morfologías presentes (gráfico 2).

Gráfico 1 Distribución de las categorías estilísticas en la muestra.

Gráfico 2 Distribución de las formas en cada estilo en la muestra.

33
Categorías Motivos decorativos Referentes
Formas N° Referentes decorativos
estilísticas principales morfológicos
Aysanas, perfil compuesto y
Inka Provincial complejo
2 Espiga con punto Cuzqueños Cuzco Polícromo
Cuzqueños, Diaguita o local (del
Aríbalos, cuerpo ovoide
3 En arco Cuzqueños y locales Maipo Mapocho) y Rojo
invertido y esférico
Engobado.
Cuzqueños, Inka Mixto
Inka Mixta Botella 1 Reticulado oblicuo del Noroeste Cuzco Polícromo
Argentino
Cuenco 1 Ornitomorfo Indeterminado Cuzqueños, La Paya, locales
Cuzqueños, Diaguita, Inka Mixta
Platos planos con asa ojal o Zigzag, en arco, volutas,
2 Cuzqueños y locales de Chile Central, Saxámar y
maciza reticulado oblicuo
locales
Cuencos, cuerpo esférico y
2 Triángulo con apéndices Diaguita Rojo Engobado
elipsoide
Chevrón, bidentado,
Escudillas, cuerpo esférico, trinacrio, estrellado, Cuarto Aconcagua, Putaendo, Diaguita,
14 Aconcagua
elipsoide u ovoide Estilo, triángulo escalerado, Ánimas
patrón reticulado, damero
Rectángulo con greca, Viluco, Diaguita, Aconcagua,
Jarras 3 Viluco
Alfarería de Fase clepsidra Cuzqueño
Chevrón, triángulo con
Inka Jarros, perfil compuesto e
5 pestañas, estrellado,
Locales11, Aconcagua,
Aconcagua, Putaendo, Diaguita
inflectado Putaendo
Cuarto Estilo
Chevrón, bidentados,
Ollas, perfil compuesto e triángulo con pestañas,
6 Locales, Aconcagua Aconcagua, Diaguita, Cuzqueño?
inflectado patrón cadenas, reticulado
oblicuo
Plato campanuliforme 1 No presenta decoración Diaguita
Triángulo con pestañas,
Pucos, cuerpo esférico y Aconcagua, Diaguita, Ánimas,
7 zigzag, trinacrio, damero, Aconcagua
elipsoide Cuzqueño?
reticulado oblicuo
Diaguita, Cuzqueño?
Triángulo escalerado,
Vaso 1 Putaendo
reticulado oblicuo
Cuencos, cuerpo esférico,
5 No presentan decoración Aconcagua, Putaendo Aconcagua
elipsoide u ovoide
Escudillas, cuerpo esférico,
15 Cruciforme Aconcagua, Putaendo Aconcagua
elipsoide y ovoide
Jarros, perfil compuesto y
cuerpo esférico; perfil
Trinacrio, triángulo con
inflectado, cuerpo esférico, 16 Locales, Aconcagua Aconcagua
pestañas
ovoide o elipsoide horizontal;
Alfarería perfil simple y cuerpo ovoide.
Aconcagua Ollas, perfil compuesto y
Patrón Local cuerpo esférico o elipsoide
horizontal; perfil inflectado y
43 Acordelado (incisos) Locales, Aconcagua Aconcagua
cuerpo esférico, elipsoide u
ovoide; perfil simple y cuerpo
esférico, elipsoide u ovoide.
Pucos, cuerpo esférico, Trinacrio, triángulo con
33 Aconcagua, Putaendo Aconcagua
elipsoide u ovoide pestañas, zigzag
Tazones restringidos de perfil
simple y cuerpo ovoide o
elipsoide, restringidos con 11 No presentan decoración Aconcagua
cuello de perfil inflectado y
cuerpo esférico u ovoide.
Alfarería Jarro asimétrico 1 No presenta decoración Indeterminado
Indeterminada Vaso 1 No presenta decoración Indeterminado
Tabla IX Síntesis de la clasificación del conjunto cerámico analizado

11
Por referentes morfológicos locales se entienden morfologías distintivas de esta porción del valle del Aconcagua,
por ejemplo, jarros compuestos con dos asas cintas labio adheridas. Su detalle será tratado en el desarrollo del
presente capítulo.

34
En la muestra analizada la alfarería de estilo Inka se encuentra escasamente representada (gráfico
1). Dentro de esta alfarería, en su mayoría las piezas se restringen a referentes decorativos y
formales inkaicos y locales, junto a otros, como la Cultura Diaguita y culturas del noroeste argentino
(categoría Inka Mixta) (gráfico 1, gráfico 2). Sólo dos ejemplares, ambos aysanas, se adscriben a la
categoría Inka Provincial, de referente formal y decorativo cuzqueño y local (gráfico 1, gráfico 2).

La alfarería de Fase Inka relativa a producciones locales y foráneas con diversos referentes
decorativos del periodo Tardío (tabla IX), tiene una importante representación en la muestra (gráfico
1), y una amplia variedad morfológica (gráfico 2). El referente decorativo y formal más frecuente es
la Cultura Aconcagua (Massone 1978). Fuera del bagaje representacional Aconcagua, existen
referentes relativos a la cuenca superior del Aconcagua, (Pavlovic 2006), Norte Chico (Cantarutti
2002; Cornely 1956; Guajardo 2011; González 1995), Cuzqueños (Fernández Baca 1971) y Viluco
(Prieto 2012; Prieto y Chiavazza 2009).

En contraposición a lo anterior, más de un 70% de las piezas de la muestra corresponden a la


Alfarería Patrón Local (tabla IX, gráfico 1, gráfico 2). Destacan en primer término, cuencos,
escudillas, jarros, ollas, pucos y tazones del tipo Aconcagua Pardo Alisado (Massone 1978). Existe
también un número relevante de superficies monócromas pulidas cuya adscripción no ha sido
definida y se discute su inclusión dentro del tipo Aconcagua Pardo Alisado (Baudet 2004). En menor
frecuencia, se encuentran vasijas no restringidas y jarros del tipo Aconcagua Rojo Engobado,
(Massone 1978). Mientras, se considera una fuerte presencia del tipo Aconcagua Salmón,
dispuesto ampliamente en escudillas y pucos, y de manera excepcional en jarros (Massone 1978).

Finalmente, se registró la categoría de Alfarería Indeterminada, para dos ejemplares a los que no
fue posible asignar referente formal y decorativo claro (tabla IX, gráfico 1, gráfico 2).

Alfarería de estilo Inka: Inka Provincial e Inka Mixta

Referentes morfológicos

Respecto del referente morfológico cuzqueño, las aysanas cumplen con el estándar de esta clase
formal. De este modo, una de estas piezas (C2, anexo 8:128) pudo asimilarse a los ejemplares de
cuello corto y ancho, mientras que la otra pieza (ET259, anexo 8:104), se aleja de este patrón más
frecuente, y se acerca más a las aysanas de cuello largo y tubular (Fernández Baca 1971:20).

Los aríbalos (C8, C7 anexo 8:129; EDQ81, anexo 8:94) analizados concuerdan con los parámetros
formales usuales descritos para éstos en las provincias. Así, se alejan del referente cuzqueño, en
tanto no se aprecian asas en suspensión dispuestas bajo el borde, prótuberos modelados bajo el
cuello, bases pequeñas convexas (ápodas). Tampoco guardan una proporcionalidad simétrica entre
cuerpo y cuello -la proporción establecida para los aríbalos cuzqueños es de 60/40 y 70/30
(Fernández Vaca 1971)-. Dentro de éstos, destaca el aríbalo C8, pues se puede observar que parte
de sus atributos específicos escapan de la forma estándar regional (forma del cuerpo esférico,
proporción cuello/cuerpo 20/80, gran tamaño, punto de quiebre definido, y posible base ápoda).

La botella (C1, anexo 8:127), resulta ser un ejemplar singular, pues combina como referente a dos
35
soportes formales foráneos. Por un lado, vemos que si bien se acerca a algunas botellas Inka
(Matos 1999:143), ésta no posee el modelado antropomorfo característico dispuesto en el tercio
superior del cuello. Por el otro, posee elementos formales que remiten a la estructura general de un
aríbalo, con un punto de quiebre en el tercio inferior del cuerpo, borde hiper-evertido, y cuello
hiperboloide. Un ejemplar similar se encuentra en el sitio Estadio Fiscal de Ovalle, considerado una
forma de inspiración cuzqueña que parece consolidarse en el extremo septentrional del Noroeste
Argentino (Cantarutti 2002: pieza 205).

En el cuenco (C4, anexo 8:128) se observa una relación con referentes foráneos cuyo origen no
está claro. No obstante, en el sitio Estadio Fiscal de Ovalle, existe una escudilla con similares
características (perfil simple, cuerpo esférico, labio biselado y base cóncava) (pieza 37, Cantarutti
2002) asociado a producciones Yavi-Chicha12.

Finalmente, en cuanto a la morfología, los platos planos (C3 y C5, anexo 8:128) adhieren
directamente a las formas definidas en la alfarería cuzqueña de las regiones (Matos 1999). No
obstante, llama la atención que en el plato C3, el asa modelada no presente una definición
claramente ornitomorfa, alejándose del referente más tradicional.

Respecto a las otras categorías, Fase Inka y Aconcagua Patrón Local, prácticamente todas las
vasijas Inka Provincial e Inka Mixta presentan algún grado de decoración (gráfico 3). La técnica del
pulido y engobado en el exterior se evidencia en todas las vasijas Inka (gráfico 4). En las superficies
interiores, el engobe y el pulido bajan su representación, mientras el alisado se utilizó de manera
preferente en el interior de las vasijas Inka Provinciales (gráfico 5), donde además es posible
percibir un rasmillado.

Gráfico 3 Frecuencia relativa de la decoración en las categorías estilísticas.

12
Resulta notable la semejanza entre estas piezas, no sólo en el plano morfológico, como se verá también
comparten referente decorativo, en alusión a la combinación de motivos cuzqueños y del Noroeste Argentino
Valliserrano (Cantarutti 2002:236, lámina 37).

36
Gráfico 4 Frecuencia relativa del tratamiento de Gráfico 5 Frecuencia relativa del tratamiento de
superficie exterior en las vasijas decoradas según superficie interior en vasijas decoradas por categoría
categoría estilística. estilística.

Referentes decorativos y ejecución

En relación a la decoración, presentada en la aysana C213, ésta considera un diseño cuatripartito


del motivo de espiga con punto, y en el asa, se presenta el motivo de líneas dobles oblicuas
perpendiculares (cruciforme). Esta composición, si bien se aleja de la simetría y color característico
de los diseños nucleares, remite directamente al tipo Cuzco Polícromo.

En el aríbalo C8 (anexo 8:129), se presenta una banda anular en el cuello, junto a un motivo en
arco dispuesto entre las asas (figura 3). Pese a que se encuentra altamente afectado por procesos
de erosión, se distinguen el motivo de líneas oblicuas paralelas, además de una hilera de cruces y
zigzag. Respecto del referente decorativo, se puede acotar que este motivo es frecuente en los
valles centrales (Correa et al. 2008; Sanhueza 2001), aunque también existen ejemplares análogos
en el Norte Chico (Cantarutti 2002; González 1995).

Figura 3 Detalle de banda bajo el cuello en pieza C8.


13
En la vasija ET259, las alteraciones por escamado y erosión no permiten hacer una distinción clara de la
decoración, aunque se logra percibir un engobe blanco. Debido a que no se puede evaluar la decoración, y en
consideración exclusiva de las características formales de esta en relación con otros registros del valle del Maipo
Mapocho, arbitrariamente se ha decidido clasificar a ET259 en esta categoría.

37
La botella C1 (anexo 8: 127), presenta en el cuerpo cinco unidades de un reticulado oblicuo fino
enmarcado en formas trapezoides, y bajo el asa, el motivo de líneas diagonales dobles
perpendiculares (cruciforme). Se trata de un diseño altamente simétrico en el uso de colores y
ejecución en general. Por lo anterior, la decoración se halla muy cercana al tipo Cuzco Polícromo.

En el cuenco C4 (anexo 8: 128) se encuentran aludidos dos referentes. El primero, Inka, que se
distingue en una serie de líneas paralelas verticales que recorren la circunferencia. El segundo,
dispuesto en el cuerpo de la pieza donde se presentan tres motivos ornitomorfos, compuestos de
líneas verticales rectas y cuerpo triangular, composición muy semejante a los Dibujos Negros de la
Cultura La Paya (Serrano 1966:71-73) (figura 4). No obstante, en la ejecución como en la
configuración tripartita, forma triangular y recta del motivo, y uso de colores, dicho diseño se aleja de
este referente.

Figura 4 Detalle motivo ornitomorfo en cuenco C4


En los platos planos la decoración dispuesta en el interior en ambas piezas, encuentra muchas
semejanzas con los motivos más frecuentes en Chile Central y Norte Chico (figura 5, figura 6). El
plato plano C3, posee una banda diametral y motivos opuestos en una configuración cuatripartita.
Considerando las unidades de los motivos, vemos que existen referentes diaguitas, en particular de
la greca unida a un triángulo rectángulo (patrón zigzag) (González 1995). En tanto, el motivo del
triángulo con línea segmentada parece ser una variación del motivo en arco de los aríbalos, popular
en el área central del país. El plato plano C5, presenta una banda diametral compuesta por
reticulado fino-oblicuo, y en oposición a ésta, motivos de dentados terminados en volutas
concéntricas. En este caso se puede acotar que los reticulados oblicuos tienen un claro referente
cuzqueño, en tanto, los dentados han sido sindicados como de origen Saxámar (Gonzalez 1995).

Figura 5 Platos planos A) San Agustín de Tango; B) Carolina, C3; C) Nos (Stehberg 1976b).
38
Figura 6 Platos planos con asa ojal A) Catedral (Surdoc); B) Carolina, C5.

Sobre la ejecución de estas decoraciones, se observa que en el ejemplar Inka Provincial ésta fue
efectuada de modo muy
Figura regular
5 Platos presentando
planos altos
con asa ojal niveles(Surdoc);
A) Catedral de simetría, a excepción
B) Carolina, C5. de uno de los
14
planos. Dicha apreciación se corrobora en el coeficiente de variación , pues en la pieza los trazos
se ejecutan de modo muy regular en general, salvo en una de las medidas (tabla X).

Categoría Formas Código cv1 cv2 cv3


Inka Provincial Aysana C2 0,20 0,09 0,15
Inka Mixta Aríbalo C8 0,09 0,20 0,07
Inka Mixta Botella C1 0,15 0,08 0,15
Inka Mixta Plato plano C3 0,28 0,48 0,14
Inka Mixta Plato Plano C5 0,10 0,19 0,13
Inka Mixta Cuenco C4 0,06 0,14 0,20
Fase Inka Cuenco EDQ1059 0,30 0,19 0,11
Fase Inka Escudilla EDQ53 0,11 0,07 0,08
Fase Inka Escudilla SP258 0,22 0,32 0,29
Fase Inka Escudilla A261 0,16 0,17 0,24
Fase Inka Escudilla EDQ1046 0,09 0,09 0,08
Fase Inka Escudilla EDQ1070 0,07 0,15 0,10
Fase Inka Escudilla EDQ1120 0,14 0,12 0,09
Fase Inka Escudilla EDQ1277 0,06 0,13 0,44
Fase Inka Jarra SL9 0,12 0,11 0,18
Fase Inka Jarra SL10 0,19 0,12 0,28
Fase Inka Jarro con asas EDQ41 0,23 0,20 0,14
Fase Inka Jarro con asas M257 0,25 0,20 0,13
Fase Inka Olla con asas EDQ270 0,09 0,15 0,06
Fase Inka Olla con asas EDQ1112 0,15 0,06 0,19
Fase Inka Olla con asas EDQ1026 0,09 0,15 0,11
Fase Inka Puco EDQ55 0,14 0,16 0,15
Fase Inka Puco EDQ238 0,18 0,13 0,06
Fase Inka Puco FE255 0,31 0,17 0,16
Fase Inka Puco EDQ305 0,17 0,29 0,26
Fase Inka Puco EDQ1034 0,11 0,12 0,22
Fase Inka Puco EDQ1219 0,25 0,30 0,26
Fase Inka Vaso EDQ67 0,07 0,11 0,19
Aconcagua Patrón Local Jarro SP252 0,18 0,27 0,16
Aconcagua Patrón Local Puco EDQ57 0,22 0,09 0,06
Aconcagua Patrón Local Puco FE2 0,32 0,03 0,18
Aconcagua Patrón Local Puco EDQ1008 0,10 0,17 0,12
Aconcagua Patrón Local Puco EDQ1331 0,08 0,16 0,07
Tabla X Coeficientes de variación del grosor de las pinceladas en las categorías

14
Sobre el coeficiente de variación de los trazos, ver en el capítulo metodología la escala de variación. En la tabla se
consideraron tres medidas para el coeficiente de variación de las pinceladas. Cada coeficiente de variación expresa
la variabilidad de los trazos (3 a 7 medidas) realizados en una unidad (se consideran acá 3 unidades) del mismo
motivo al interior de una pieza. Por lo tanto, quedaron fuera de esta síntesis algunas piezas en las que se lograron
menos medidas a partir de este estándar.

39
En las piezas Inka Mixtas, con mayor diversidad de formas y diseños decorativos, se percibe que en
general la ejecución se comporta de manera homogénea, siendo escasos los trazos irregulares
(tabla X). En el caso del aríbalo, cuenco, y platos planos, se registran trazos irregulares
relacionados con la pérdida de definición de los motivos por razones de conservación más que con
la ejecución. Mientras, existen ejemplares (botella, C1) que expresan una ejecución altamente
cuidada, mediante la implementación de trazos finos y netos, donde no hay errores, y el coeficiente
de variación expresa pinceladas muy regulares en todas sus medidas

Análisis métrico: tamaños y espesores

En la vajilla Inka se observa regularidad también en la confección de las piezas en general,


encontrando escasa heterogeneidad entre las medidas (alturas, diámetros, entre otros) al interior de
cada una, siendo particularmente relevante cuando se considera que se trata -en su mayoría- de
piezas de perfil complejo y compuesto (anexo 5, tabla 1). Esto es evidente además cuando se
evalúa la variación del espesor en cada ejemplar, pues en gran parte de los ejemplares, la
manufactura de las paredes resultó muy homogénea (anexo 5, tabla 2).

En las aysanas Inka Provincial existen dos tamaños1 (anexo 5, tabla 1), que se relacionan con los
atributos morfológicos específicos de cada ejemplar: uno grande (C2) y uno chico (ET259). De
modo relevante, se observa que sus medidas varían escasamente, posicionándose como piezas
bastante armoniosas. En relación a las cuzqueñas, en el caso de la aysana de cuello corto (C2),
esta resulta de mayor envergadura, mientras que en la pieza de cuello largo, no difiere demasiado
de las dimensiones establecidas para los ejemplares del área nuclear (Fernández Baca 1971:20).

En los aríbalos se presentan tres tamaños15, cada uno relacionado con un ejemplar (anexo 5, tabla
1): muy grande (C8), grande (EDQ81) y mediano (C7), con mayor variación interna en los datos del
alto total y alto del diámetro mínimo. Las asas de estos aríbalos también presentan variación,
sobretodo en la inserción específica (anexo 5, tabla 3). A diferencia de los aríbalos, en la botella C1,
las dimensiones resultan con escasa variación respecto del promedio, en consecuencia, se trata de
una pieza bien simétrica (anexo 5, tabla 1). Sobre el asa, a pesar de que no conocemos su largo o
posición, esta podría haberse posicionado de modo vertical, con un espesor muy grueso (anexo 5,
tabla 3). En el cuenco C4 también se observa una regularidad importante, calificando en el tamaño
medio (respecto de otros cuencos) (anexo 4), con medidas bien homogéneas entre sí (anexo 5,
tabla 1). En los platos planos hay dos tamaños, uno grande (C5) y otro chico (C3), siendo baja la
variación de los datos métricos (anexo 5, tabla 1). En tanto, las asas se definen en tres tipos (anexo
5, tabla 3), una maciza-indefinida de espesor muy grueso, la segunda es de tipo ojal, dispuesta de
manera horizontal y de espesor grueso, y la tercera, considera dos lóbulos o asas pequeñas de tipo
mamelonar, cada par con dimensiones muy similares entre sí, de espesores medianos a gruesos.

15
Esta definición de tamaños se realiza en evaluación con las medidas de otros ejemplares provenientes de la
cuenca del Maipo Mapocho, el detalle se encuentra en anexo 6.

40
Huellas de uso

Las vasijas Inka no presentan huellas de exposición al fuego (tabla XI). La mayor alteración que
registran las aysanas es una abrasión general, en especial del sector de la base, asociado
posiblemente con la manipulación y posición que adquirieron (tabla XI). De forma similar, en los
aríbalos Inka Mixtos pese a que la abrasión se presenta en toda la pieza, con rasmilladuras en las
partes inferiores del cuerpo, ésta resulta muy fuerte en la base (con exposición de antiplásticos). En
la botella de este grupo, también se replica este patrón. Mientras, en el cuenco y platos planos se
presentan zonas con descascarado y abrasión general con pérdida del engobe en el exterior,
aunque mayor en la base. En el interior de estas vasijas se presenta abrasión por contenido de
manera severa. Las fracturas en estos ejemplares se registran en mayor medida en los aríbalos
concentrándose en el área del cuello, cuerpo, y borde (tabla XI). Por otro lado, en la aysana chica
(ET259, anexo 8: 104), el faltante del cuello/borde exhibe una fractura muy lisa. Es probable que se
siguiera utilizando sin el cuello, en un reciclaje post-rotura o con una rotura intencional de esta
porción.

DESCASCARADOS
CONCRECIÓN DE

EXPOSICIÓN DE
ANTIPLÁSTICOS
EXPOSICIÓN AL

SUSTANCIA NO

RASPADURAS

SALTADURAS

FRACTURAS
ABRASIÓN
AHUMADO

SOLUBLE
FORMAS

GRIETAS
CARBÓN
ESTILOS

HOLLÍN
FUEGO

Inka Provincial Aysana X X X X X X X X


Inka Mixta Aríbalos X X X X X X X
Botella X X X X X X X
Cuenco X X X X
Platos planos X
Cuencos X X X X
Fase Inka
Escudillas X X X X X X X X
Jarras X X X X X X
Jarros X X X X X X X X X
Ollas X X X X X X X X X X X
Plato campanuliforme X X X X X
Pucos X X X X X X X X X X
Vaso X X X
Cuencos X X X X X X X X X
Escudillas X X X X X X X X X X X X
Aconcagua Jarros X X X X X X X X X X
Patrón Local Ollas X X X X X X X X X X X X
Pucos X X X X X X X X X X X X
Tazones X X X X X X X X X X X
Indeterminada Jarro asimétrico X X X X X X
Vaso X X X X X X

Tabla XI Presencia/ausencia de huellas de uso en cada clase formal según categoría (X: presencia).

Alfarería de Fase Inka

Referentes morfológicos
Esta categoría presenta la mayor cantidad de soportes formales (n=8) (tabla IX, gráfico 2), los
referentes morfológicos de las piezas son en su mayoría locales, excepto en cuencos, jarras, y plato
41
campanuliforme de referente Diaguita y Viluco. Es interesante subrayar que en la muestra analizada
no existen referentes morfológicos foráneos con decoraciones de referente local.

Los cuencos son escasos, y aluden a un referente morfológico foráneo, en ambos casos Diaguita.
La pieza EDQ264 (anexo 8:105), tiene bien pronunciada la restricción de la boca, con paredes muy
cóncavas, definiendo un cuerpo esférico, cuya estructura se asemeja a ciertas formas del área
Diaguita (ver lám. 68 en Cantarutti 2002). En tanto, el cuenco EDQ1059 (anexo 8:117) presenta las
paredes algo rectas y no tan cerradas, además de un cuerpo elipsoide, que recuerda en particular a
los cuencos Diaguita I (Cornely 1956).

Las escudillas tienen la mayor representación en esta categoría, de referente morfológico en la


Cultura Aconcagua. Dentro de estas, sólo un ejemplar (EDQ52, anexo 8:89) posee asas de tipo
mamelonar dispuestas en el borde (lóbulos en el borde). El rasgo “lóbulos en el borde” en vasijas
abiertas es frecuente en la cuenca superior del Aconcagua, siendo así posible plantear un referente
en este sentido (González 2002; Pavlovic 2006).

Las jarras consideran exiguos ejemplares, y se diferencia del “jarro” pues la apertura de boca en
este caso es menos restringida (anexo 3). De acuerdo al perfil, se encuentra una pieza inflectada
(EDQ94, anexo 8: 97) y dos compuestas (SL9 y SL10, anexo 8: 129-130). Estas dos últimas jarras,
presentan rasgos idénticos, se trata de piezas gemelas que en términos de morfología (perfil
compuesto, asa correa labio adherida, cuello hiperboloide y cuerpo esférico), refieren claramente a
lo Viluco (Prieto 2012; Prieto y Chiavazza 2009) (figura 7).

Figura 7 Jarras: A, Viluco (Prieto y Chiavazza 2009); B, pieza C9.

Los jarros Fase Inka tienen una representación menor y en su generalidad responden a referentes
locales. Se trata de una vasija de perfil compuesto e inflectado, restringida con cuello y cuerpo
esférico, con dos asas cintas adheridas desde el labio al cuello o dispuestas en el cuello, resultando
ser una estructura formal recurrente en la muestra. Sólo un ejemplar presenta un asa vertical que
nace desde el labio a la unión cuello-cuerpo (M277, anexo 8:107), relacionándose en lo decorativo
con un referente del curso superior del Aconcagua.

En las ollas de Fase Inka se reconocen 6 piezas y al igual que en los jarros, refieren a componentes
locales. Casi la totalidad de éstas poseen una estructura formal frecuente en el conjunto, se trata de
vasijas restringidas con cuello, de perfil inflectado y compuesto, cuello hiperboloide y cuerpo
esférico a elipsoide. Mientras, la olla M275 (anexo 8:107), tiene atributos formales específicos y
ausencia de decoración, aspectos que escapan del patrón local, siendo muy similar a ejemplares
42
del área del Maipo Mapocho (por ejemplo, ollas de Fase Inka, vasija 5-tumba 4 de Quinta Normal).

Por otro lado, el plato campanuliforme de esta categoría, presenta características formales (base
plana, paredes fuertemente divergentes y muy altas) muy semejantes a la de los ejemplares del
área Diaguita en la fase de aculturación Inka (González 1995; Cantarutti 2002).

Los pucos de esta categoría comprenden 7 registros, de referente formal relacionado con la Cultura
Aconcagua. No obstante, destacan dos piezas que poseen una variante respecto del borde,
sugiriendo otros referentes morfológicos. En un caso la pieza EDQ238 (anexo 8:102), que presenta
borde evertido, de posible referente en vasijas no restringidas de esta fase del Maipo Mapocho, y en
otro, el puco EDQ1034 (anexo 8:114), de borde ligeramente invertido, cuya forma general se acerca
más a elaboraciones Diaguita I.

La última clase formal está representada por un vaso, único ejemplar (EDQ67), de perfil simple y
paredes rectas, donde se reconoce una forma muy semejante a las definidas para el curso superior
del Aconcagua como taza-jarros en Pavlovic (2006) (figura 8).

Figura 8 Vasos: A tipos del curso superior del Aconcagua (González 2002); B pieza EDQ67.

Referentes decorativos y ejecución

La vajilla de Fase Inka se encuentra prácticamente en su totalidad decorada, en un porcentaje


cercano al 90% (gráfico 3). Al igual que en las otras categorías, el tratamiento de superficie
predilecto fue en la cara externa, el engobe y pulido, mientras en la cara interna se privilegió el
engobe, siendo similares las opciones de alisado y pulido (gráfico 4, gráfico 5).

Cuando se percibe el diseño decorativo y las representaciones existentes, evidentemente destacan


estos ejemplares sobre el resto de las categorías, tanto por la mayor diversidad interna que
expresan, como por la mayor cantidad de referentes y motivos decorativos presentes. Lo anterior
contribuye a que en las piezas de Fase Inka exista mayor variabilidad en la manufactura decorativa
en general (tabla X), desde ejecuciones irregulares a regulares en composiciones de referentes
cercanos a la Cultura Aconcagua, hacia ejecuciones muy regulares donde se replica una unidad
decorativa en simetría (con reflexión y traslación), relativa a referentes Diaguita.

En los cuencos, se aprecia primero la decoración en rojo engobado, técnica que en este tipo de
soporte ha sido descrita sólo excepcionalmente en la alfarería Aconcagua (Massone 1978). En
segundo lugar, se encuentra EDQ1059 (anexo 8:117) que presenta una banda horizontal con un

43
diseño unidireccional, consistente en un motivo de triángulo del que se desprenden verticalmente de
mayor a menores líneas, diseño muy similar a elaboraciones Diaguita I. La ejecución es simétrica,
aunque se perciben errores en cuanto a proporciones de los motivos, y los trazos son muy
variables, desde irregulares (cv 0,30) hacia muy regulares (cv 0,10 y 0,19).

En las escudillas se encuentran mayor cantidad de referentes decorativos. En cuanto al referente


Aconcagua se consideran elaboraciones polícromas que pueden acercarse al tipo Aconcagua
Salmón-polícromo (Massone 1978), pues se presenta en el exterior el motivo del trinacrio con
variabilidad interna en el diseño (orientación de aspas, forma del cuerpo, número de líneas),
mientras en el interior se consideran motivos recurrentes como chevrón, bidentado, u otros de
referente foráneo, como el motivo del triángulo escalerado con greca inscrita (de referente Diaguita).
Pese a que existe alta variabilidad en la composición (uso de colores, motivos representados, entre
otros), la ejecución se realizó de modo muy regular a regular (tabla X). Otras escudillas presentaron
zigzag (líneas paralelas oblicuas) en bandas bajo el borde, en algunos casos conformando un
estrellado, siendo posible postular un referente en la alfarería definida para Putaendo (Pavlovic
2006), donde estos motivos son comunes (figura 9). Aquí, pese a que los diseños son simétricos, se
observan irregularidades con trazos ejecutados de modo muy regular a irregular (tabla X).

Figura 9 Motivo interior A: de EDQ52, B: de EDQ239.


El referente Diaguita se aprecia en la decoración Cuarto Estilo (Mostny 1944) de configuración
cuatripartita que posee la escudilla EDQ1070 (figura 10). Si bien los colores utilizados son los
mismos, la ejecución guarda menos simetría y geometría, pese a que las pinceladas se realizaron
de modo muy regular (tabla X).

Figura 10 Cuarto Estilo A: escudilla EDQ1070; B urna Diaguita, sin referencia sobre proveniencia (Surdoc).
El referente relativo al tipo Trícromo Engobado es frecuente, se trata de configuraciones
cuatripartitas de bandas perpendiculares con unidades mínimas que pueden adscribirse tanto a lo
Aconcagua como a lo Diaguita (por ejemplo, EDQ1046; ver Cornely 1956:112, letra d). La ejecución
varía desde trazos netos sin errores, muy similares entre sí, hasta otros más gruesos e irregulares
(tabla X). Otros casos consideran composiciones mixtas complejas, por ejemplo, en EDQ56 (anexo
44
8:90) si bien se presenta la misma configuración anterior, las unidades mínimas del diseño son muy
disímiles entre sí, registrando a la vez referentes Diaguita III en un patrón reticulado (Cornejo
1989:68), escalonados similares a los Ánimas (Cornely 1956:112), así como un trazo engrosado
relativo al patrón zigzag Diaguita (Cornejo 1989:70) (figura 11).

Figura 11 Unidades Diaguita A: patrón zigzag (trazo engrosado) (Cornejo 1989:70); B: escudilla EDQ56
.
Las pinceladas varían, resultando en una escasa coherencia general en el diseño. La escudilla
EDQ1277 (anexo 8:125) también presenta un diseño cuatripartito complejo (figura 12). Las
pinceladas fluctúan de muy regulares a irregulares (tabla X). Los motivos se relacionan con el área
del Maipo Mapocho (damero, rombos inscritos, aserrados), a la vez que apreciando la estructura del
diseño (colores utilizados, ocupación del espacio) puede remitirse al tipo Ánimas II, negro sobre
crema y trícromo (Guajardo 2011) (figura 12).

Figura 12 Damero A: tazón Aconcagua Salmón, sin referencia (Surdoc); B: exterior escudilla EDQ1277;
Aserrado C: escudilla Ánimas (Guajardo 2008); D: interior escudilla EDQ1277.

En las jarras decoradas (SL9 y SL10) se registra una configuración en bandas unidireccionales,
cuya composición y en réplica de lo que sucede a nivel morfológico, posee claro referente en lo
Viluco (figura 7) (Prieto 2012; Prieto y Chiavazza 2009). En tal sentido, se respeta el uso de colores
y plano decorativo en la pieza, mas, si se disgrega el diseño, los motivos como greca que termina
en rectángulo, clepsidra y zigzag, pueden remitirse a lo Diaguita, Cuzqueño y Aconcagua
respectivamente (Cornely 1956:113 letra d; Fernández Baca 1971; Massone 1978). Por otro lado, la
ejecución de ésta en términos generales es muy prolija, de trazos muy finos y netos (tabla X)
desmarcándose de la tradicional alfarería Viluco que posee menos definición y simetría en sus
formas.
45
En los jarros de Fase Inka, existen referentes Aconcagua, Putaendo y Diaguita. El referente
Aconcagua se encuentra en la decoración rojo engobado, como en la representación de motivos
pertenecientes al bagaje representacional de esta cultura (por ejemplo, chevrón, bidentados,
aserrados, triángulos con pestañas), siendo posible establecer cierta cercanía con los tipos
Aconcagua Salmón bícromo y polícromo. Mientras, aspectos como la ejecución -altamente variable
al interior de cada vasija (tabla X)- y el uso de colores, por ejemplo, blanco sobre rojo, se aleja del
referente Aconcagua tradicional, por ejemplo, M288 (figura 13). Otros dos casos revelan referentes
de otras áreas. Uno es el presente en el jarro M277, donde se dispone un zigzag, que habría
definido un motivo estrellado, con ejecución variable (tabla X), afectada por erosión, remitiendo
directamente al tipo Putaendo Polícromo (Pavlovic 2006) (figura 13). Otro caso se encuentra en
M257, donde se presenta el motivo del Cuarto Estilo, con un lado dentado y direccionalidad a la
derecha (diseño muy similar al dispuesto en EDQ1070).Si bien los colores utilizados y el diseño en
general resulta claramente Diaguita, la ejecución se aleja bastante de la geometría habitual, y las
pinceladas van desde lo regular a lo irregular (tabla X).

Figura 13 Detalle de motivos A: jarro M288; B: jarro M277.


En las ollas decoradas se encontraron dos referentes. El primero, Aconcagua, se encuentra en
elaboraciones de diseño unidireccional donde se disponen motivos del bagaje representacional del
tipo Aconcagua Salmón (por ejemplo, bidentados, chevrón, triángulos con pestañas), con otro
estándar cromático (figura 14). En la ejecución, más allá de la escasa variación de las pinceladas
(tabla X), se aprecia una nitidez muy mala en general, situación relacionada con alteraciones
erosivas y con la escasa fijación de la pintura utilizada16 (Gili y Fuenzalida 2013). El segundo
referente es el Diaguita, donde se respeta el uso de colores, una configuración bidireccional y una
ejecución cuidada. La olla EDQ270, se decoró con el motivo del triángulo escalerado que termina
en greca, o patrón cadenas (Cornejo 1989; González 1995) con una direccionalidad zigzag oblicua
a la izquierda (considerando el vértice hacia arriba) (figura 15). Mientras, la olla EDQ1112, presenta
el motivo del reticulado oblicuo en el cuello y el triángulo escalerado que termina en greca en el
cuerpo, siguiendo la misma direccionalidad anterior. La ejecución en EDQ270 es muy regular, con
trazos de grosor prácticamente iguales entre sí, en tanto en EDQ1112 las pinceladas son regulares

16
Esta situación se vuelve reiterada en la muestra, posicionándose como un gesto manufacturero relativo a la
opción de determinados pigmentos y la aplicación de éstos posterior al proceso de cocción, generando escasa
cohesión y así pérdida de ésta (Gili y Fuenzalida 2013).

46
(tabla X). En ambos casos, si bien se representa claramente un referente Diaguita, se observan
distancias respecto éste, porque tales motivos se disponen en un soporte diferente, el diseño posee
una direccionalidad poco usual en la decoración nortina y considera cambios respecto de la
proporcionalidad en las unidades del motivo (por ejemplo, la greca adquiere más relevancia
respecto del triángulo escalerado). Además, existe otro sentido en la ocupación de los planos en
función de la morfología, en este caso, se definen dos espacios (cuello y cuerpo). Por otra parte, se
marca una distancia respecto a las ollas decoradas de referente Aconcagua, pues en éstas, la
fijación de pintura es buena, es decir, los pigmentos no presentan problemas de cohesión (Gili y
Fuenzalida 2013).

Figura 14 Detalle de motivos A: olla FE262; B: olla EDQ1109.

Figura 15 Detalle de motivos A: banda en cuello con error de olla EDQ270; B: patrón cadenas d
(González 2004); C: banda en cuerpo de olla EDQ270

En los pucos los referentes son dos. Uno Aconcagua, revelado en decoraciones donde se dispone
el motivo del trinacrio en el exterior y en variaciones polícromas de escasa claridad en el interior
(figura 16). La ejecución en general es poco cuidada, con diferencias apreciables entre las
pinceladas (tabla X; figura 16). Asimismo, se encuentra el caso del puco EDQ238 (anexo 8:102),
donde se aprecian motivos como un damero y reticulado oblicuo, cuya composición puede remitirse
a elaboraciones de la cuenca del Maipo Mapocho en su fase Tardía (figura 16).

Figura 16 Detalle de motivos A: cuerpos triangulares en trinacrio de puco EDQ55; B: damero y reticulado oblicuo de
puco EDQ238. 47
Otro referente comprende composiciones cuatripartitas relativas al Trícromo Engobado, con bandas
diametrales de motivos de ángulos paralelos inscritos, triángulos opuestos por el vértice y triángulos
con reticulado oblicuo dispuestos en el borde (figura 17). Así también existen diseños donde se
combinan bandas unidireccionales con triángulos con pestañas (exterior) y reticulado oblicuo
(interior), de referentes Aconcagua, cuya ejecución resultó de alta variabilidad en cada pieza (tabla
X, figura 18).

Figura 17 Detalle de motivos A: ángulos inscritos puco EDQ1219; B: triángulos con reticulado oblicuo y
banda con ángulos inscritos en puco EDQ305.

Figura 18 Detalle del motivo reticulado oblicuo en puco EDQ1034

En el vaso se presenta un diseño unidireccional, con un referente Cuzqueño, dado por el motivo del
reticulado oblicuo, y un referente Diaguita, que corresponde a la unidad mínima de triángulo
escalerado (figura 8). En la ejecución, si bien se contemplan trazos muy regulares (tabla X), se
aprecia una transformación de la proporcionalidad de los motivos aludidos, cuestión que se aleja de
la manufactura tradicional Diaguita.

Análisis Métrico: tamaños y espesores

En relación a las características métricas, en general en la alfarería de Fase Inka se encuentran


rangos de tamaño acotados en cada forma, registrando por ejemplo, en las ollas sólo ejemplares
chicos (bajo los 4000 cc) (anexo 5, tabla 4). La menor cantidad de vasijas en relación a las
Aconcagua Patrón Local, contribuye a que exista menor dispersión en los datos métricos en general
(anexo 5, tabla 4). Empero, si se consideran los espesores de estos ejemplares se aprecia una
variación relevante (anexo 5, tabla 5), que incide en relativizar la idea anterior.

En los cuencos se distinguió sólo un tamaño grande (desde 1400 a 1800 cc) (anexo 4), registrando
mayor grado de heterogeneidad en los datos del diámetro del borde (anexo 5, tabla 4). En cuanto al
espesor y al interior de cada pieza, la variación es escasa, aunque se observa que las paredes
48
delgadas del cuenco EDQ1059 consideran mayor dispersión respecto de las paredes medianas del
cuenco EDQ264 (anexo 5, tabla 5).

Las escudillas de este grupo se segregan en cuatro tamaños (anexo 4), si bien la mayoría se
concentra en el rango chico (desde 600 a 1200 cc) (anexo 5, tabla 4). Este rango además posee
menor variación interna entre los datos. Los espesores medianos y delgados de estas escudillas,
presentan relativa heterogeneidad entre las medidas (anexo 5, tabla 5). En este grupo, hay dos
ejemplares que presentan lóbulos o asas mamelonares labio adheridas, con medidas muy similares
entre sí (anexo 5, tabla 6).

En las jarras se encuentran dos tamaños (anexo 5, tabla 4), grande (EDQ94) y chico (piezas C9 y
C10). Llama la atención la escasa variación de datos métricos que se presenta en el rango chico
(885 cc promedio), donde prácticamente las medidas son iguales o de muy escasa variación para
las piezas gemelas. Los espesores en todas las jarras son medianos, con escasa heterogeneidad
(anexo 5, tabla 5). Las medidas del asa para las jarras C9 y C10, revelan también la alta semejanza
que existe en la construcción de las piezas (anexo 5, tabla 6). Sobre este particular, se corrobora
por características métricas, morfológicas, y decorativas, que son piezas gemelas (SL9 y SL10).
Este fenómeno se asocia al área Diaguita desde tiempos preinkaicos –según tipología fase Diaguita
II- (Cantarutti 2002), empero, resulta recurrente en el periodo tardío de la zona central,
presentándose en contextos fúnebres como Parcela 24, (González y Rodríguez 1993), Nos
(Stehberg 1976), Las Tinajas de Quilicura (Quevedo et al. 1993) y Lenka Franulic (Vásquez y
Sanhueza 2003).

En los jarros Fase Inka se definieron tres tamaños: muy grande, grande y medianos (anexo 4). No
obstante, éstos se concentran en el rango mediano (desde 1100 a 2200 cc), donde se registra
escasa dispersión de datos de las alturas y mayor variación en torno a los diámetros (anexo 5, tabla
4). Los espesores de estos jarros son medianos a delgados, con escasa heterogeneidad en general
(anexo 5, tabla 5). En este grupo, las asas resultan en su mayoría de tipo cinta, con medidas más
variables en la inserción específica (anexo 5, tabla 6).

Las ollas Fase Inka se agrupan en el tamaño chico (menor a 4000 cc) (anexo 4), las medidas
resultaron en variaciones bajas respecto del promedio, con la medida del alto total como la más
variable (anexo 5, tabla 4). El espesor es delgado a mediano, siendo los primeros los más
heterogéneas (anexo 5, tabla 5). En tanto, las asas son de tipo cinta, encontrándose labio adheridas
en su mayoría, presentando más heterogeneidad en las medidas de las alturas superior e inferior,
así como en los espesores (anexo 5, tabla 6).

El plato campanuliforme tiene baja variación métrica interna (anexo 5, tabla 4). El espesor es
mediano y escasamente variable entre sí (anexo 5, tabla 5). Respecto de piezas similares del área
del Norte Chico, se encuentra dentro del tamaño medio (diámetro máximo de 18 cm y altura total de
9 a 7,7 cm) que involucra a la mayoría (González 1995:35).

En los pucos de Fase Inka se registraron dos rangos de tamaño: muy grande y medianos (anexo 4).
Empero, éstos se agrupan en el rango mediano (desde 750 a 2200 cc) presentando mayor

49
dispersión en los datos del diámetro del borde y menor variación en la altura total (anexo 5, tabla 4).
Los espesores son medianos y delgados, con mayor heterogeneidad en las paredes del cuerpo
(anexo 5, tabla 5).

El vaso presenta escasa heterogeneidad interna en todas sus medidas (anexo 5, tabla 4, tabla 5), lo
que conduce a considerarle como una pieza bastante armónica.

Huellas de uso

Las huellas de uso en las piezas de Fase Inka en su generalidad, no dicen relación con una
funcionalidad asociada a la exposición a fuentes de fuego directa, tampoco relativa a la cocina de
sustancias que impregnaran residuos no solubles, sino parecen estar vinculadas mayormente al
uso constante en el procesado/almacenado/tostado entre otros, de contenidos que generaron
alteraciones por sustracción con patrones de desgaste y erosión variables.

Es así como la mayoría de estos ejemplares no presentan huellas de exposición al fuego (tabla XI).
No obstante, existen escudillas y pucos que presentan golpes de fuego acotados al cuerpo y base
(figura 19). Así también existen excepciones a esta norma, como en el registro de la olla M275 que
exhibe ahumado y hollín en toda la superficie. Por otro lado, se observa recurrentemente en
cuencos (EDQ 264), jarras (EDQ94), y jarros (por ejemplo, M257), la existencia de zonas
decoloradas, derivadas de la manufactura (proceso de cocción).

Figura 19 Huellas de uso en escudillas A: golpe de fuego en A261; B: abrasión fuerte en EDQ1107.

Escasas piezas registran sustancias adheridas no solubles en sus paredes (tabla XI). En las
escudillas y pucos se encuentran pequeñas manchas rojas, amarillas y blancas en el interior, por
ejemplo, EDQ1277, EDQ1245. Mientras, las jarras (SL9 y SL10) presentan sustancias no solubles
negruzcas en el exterior del cuerpo y cuello. En jarros y ollas se encuentran zonas acotadas de
sustancias amarillentas y blancas dispuestas en el cuerpo (figura 20).

Figura 20 Sustancias no solubles y abrasión leve en cuerpo de olla B1112


50
La abrasión se encuentra en todas las clases formales (tabla XI). En vasijas no restringidas y
cuencos, se presenta tanto en el interior como en el exterior, siendo gradual, en relación a una
afectación leve en algunos casos, con zonas de pérdida de engobe (en especial la base) y
raspaduras pequeñas en el área del borde y base; y en otros más intensa, con zonas de raspado y
exposición de antiplásticos en la base, junto a una abrasión por contenido interior (figura 18). En
jarros, jarras y ollas de la Fase Inka, la abrasión se registra de manera heterogénea, desde leve
erosionando las paredes del cuerpo y cuello, a más potente, con salpicaduras en la parte superior
del cuerpo y borde, rasmilladuras, incrementándose en la base donde es frecuente la erosión fuerte
y exposición de antiplásticos (figura 21). Mientras, el único vaso revela una erosión leve con
presencia de craquelados de la pintura y estrías en el cuerpo; en el interior, la superficie está muy
alisada con abrasión por contenido.

Figura 21 Raspado y exposición de antiplásticos en jarra SL10


Las grietas y fracturas existen ampliamente, aunque destaca la ausencia generalizada en jarras y
jarros en esta categoría (tabla XI). De este modo, a menudo en vasijas no restringidas y cuencos,
se encuentran saltaduras en el borde, grietas con deformación17 que recorren todo el diámetro, o
grietas longitudinales, como también múltiples fracturas acotadas a zonas como la base y el cuerpo
(figura 22). En muchos de los casos observados, las “grietas con deformación” no impidieron la
utilización de estas vasijas para el servicio de alimentos.

Figura 22 Patrones comunes de grietas y fracturas en cuencos, escudillas y pucos (Gili y Fuenzalida 2013).
17
Las grietas son secciones en las que se produce una separación lineal que cruza la pared cerámica. Para el caso
estudiado, se aprecia una grieta que desencadena la fragmentación en pocas secciones. Dicho patrón se distinguía
al hacer la unión de fragmentos manifestado por la imposibilidad de lograr un calce perfecto (Gili y Fuenzalida
2013). Probablemente esto se asocie al proceso de manufactura y en específico al secado y cocción de las piezas,
antes de que la estructura de la cerámica se volviese rígida (Rye 1981).

51
En algunos jarros se encuentran saltaduras en el borde y grietas de pequeña envergadura en zonas
del cuerpo (figura 23). En las ollas se registra desde una grieta que recorre longitudinalmente la
pieza, hacia otras donde existen grietas y fracturas localizadas en la base agrupadas o dispersas
(figura 23). Respecto del vaso, existe una sola fractura longitudinal con una porción de cuerpo
faltante equivalente al 40%.

Figura 23 Patrones de grietas y fracturas en jarros y ollas A: cuerpo de jarro EDQ1300; B: olla EDQ1026.

Alfarería Aconcagua Patrón Local

Referentes morfológicos:

Esta categoría presenta 6 morfologías y prácticamente la totalidad se corresponde con las


registradas para la alfarería de Fase Inka (tabla IX, gráfico 2), aunque poseen características
métricas, atributos específicos y huellas de uso diferentes. Esta homogeneidad en las morfologías
generales señala la existencia de preferencias específicas en cada categoría que permiten plantear
un conjunto producido localmente, con ciertos soportes distintivos del valle (jarros y ollas de perfil
inflectado y compuesto, cuerpos esféricos, elipsoides y ovoides, que poseen dos asas cinta en
cuello o labio adheridas). Mientras, las diferencias de los atributos específicos en cada forma,
estarían indicando la existencia de distinciones en el orden estético, funcional y/o temporal dentro
de la alfarería local.

Por ejemplo, los pucos, una forma de gran representación en la categoría, presentan atributos
específicos semejantes a los ejemplares de Fase Inka, con un referente directo en lo Aconcagua.
Sin embargo, una distinción entre las categorías resulta ser la presencia de lóbulos (par de asas
mamelonares y labio adheridas), rasgo exclusivo y de gran relevancia en pucos Aconcagua Patrón
Local (n=14), (figura 24).

Figura 24 Pucos con lóbulos bajo el borde A: curso superior del Aconcagua (González 2000); B: EDQ73.

Las escudillas, se comportan en términos generales de modo muy similar a los pucos. Aunque en
menor en proporción, la presencia de lóbulos es un rasgo de distinción entre las categorías, debido

52
a la escasa presencia de piezas con lóbulos en las de Fase Inka y la mayor frecuencia de éstos en
los ejemplares Aconcagua Patrón Local (n=6) (figura 25).

Figura 25 Escudillas con “lóbulos en el borde” A: curso superior del Aconcagua (González 2000); B:
EDQ1039.
Las ollas son la morfología más representada en la muestra. En éstas resulta característica la
escasa definición del perfil y el cuello corto que presentan, siendo en ocasiones casi inexistente,
mientras en las de Fase Inka, tanto el perfil como el cuello se encuentran claramente delimitados.
En estas últimas sólo se consideran ollas de cuerpo elipsoide y esférico, en tanto en las Aconcagua
Patrón Local, a tales formas de cuerpo, se agregan las ovoidales. Sin embargo, la estructura formal
que prevalece en ambas categorías, es la olla de perfil inflectado y cuerpo esférico. En los otros
atributos específicos, existen representaciones similares entre las categorías, por ejemplo, en el
conjunto es recurrente la presencia de asas verticales u oblicuas, tipo cinta o lisa-circular,
dispuestas labio adheridas o en el cuello.

Los jarros con un asa, respecto de los de Fase Inka, no presentan mayores distinciones en los
atributos específicos. En los jarros con dos asas, las diferencias principales se aprecian en la forma
del perfil y cuerpo, en un caso, compuesto y esférico (en Fase Inka), y en el otro, además de tales
perfiles y cuerpos se encuentra inflectado, ovoide y elipsoide horizontal (en Aconcagua Patrón
Local). Empero, en términos de representatividad, la estructura formal de perfil compuesto y/o
inflectado, cuello hiperboloide y cuerpo esférico sigue siendo mayoritaria en ambas categorías.

En la categoría Aconcagua Patrón Local, existen dos morfologías locales ausentes en la categoría
Fase Inka, cuencos y tazones. Los cuencos tienen perfil simple, borde invertido, y cuerpos
esféricos, elipsoide y ovoides, características ausentes en las piezas análogas de Fase Inka de
referente Diaguita. Los tazones, son una clase formal de importante representación, describe en su
mayoría a piezas de restringidas, de perfil simple, cuerpo ovoides y un asa cinta labio adherida
dispuesta verticalmente.

Referentes decorativos y ejecución

En relación al tratamiento de superficie y decoración, la gran mayoría de las piezas Aconcagua


Patrón Local, no poseen decoración, siendo un porcentaje menor al 20% el decorado (gráfico 3). En
éstas, se privilegió mayoritariamente el uso de técnicas de alisado en el exterior e interior de las
superficies, resultando escasas las superficies pulidas en el exterior y alisadas en el interior (gráfico
4, gráfico 5, gráfico 6, gráfico 7).

Dentro de la vajilla no pintada, y exclusivo de las piezas Aconcagua Patrón Local resulta la

53
decoración en pastillaje y la presencia de incisos, aunque su representación en el conjunto es
escasa (figura 26). La decoración incisa en asas de ollas y escudillas (por ejemplo, pieza
EDQ1023), comprende formas lineales realizadas con instrumentos punzantes en dirección recta y
horizontal. En la olla EDQ88, inmediatamente bajo el borde se realizó un agregado de arcilla
(pastillaje) sobre el cual se practicaron incisiones lineales oblicuas que se trasladan en la horizontal.
Este tipo de decoración se ha definido como “acordelado” y de acuerdo a Baudet (2004) se trataría
de un rasgo que se encuentra presente sólo en los sitios costeros.

Gráfico 6 Frecuencia relativa del tratamiento de Gráfico 7 Frecuencia relativa del tratamiento de
superficie exterior en vasijas no decoradas por superficie interior en vasijas no decoradas por categoría
categoría estilística. estilística.

Figura 26 Decoración en pastillaje e incisos de ollas A: borde en EDQ88; B: asa en EDQ111.

En los ejemplares Aconcagua Patrón Local, la ejecución de las decoraciones es variable, desde
muy regular a irregular, dependiendo del referente y soporte aludido (tabla X). En los cuencos,
escudillas y pucos, se presenta la decoración rojo engobado sobre superficies pulidas, relativas al
tipo Aconcagua Rojo Engobado (Massone 1978). En los pucos, debido a la mayor presencia del
rasgo lóbulos, y en relación al engobe rojo, es posible encontrar un referente en la alfarería presente
en la cuenca superior del Aconcagua (Pavlovic 2006). Dentro de las escudillas, destaca EDQ1014
(anexo 8:112) con un motivo areal cruciforme, frecuente en el área de Pocuro (Sánchez 2013
comunicación personal). También existen jarros (n=5) que poseen tratamiento rojo engobado, no
incluidos dentro de la tipología de Massone (1978), pero presente repetidamente en otros contextos
del valle (Sánchez comunicación personal 2013).

El segundo tipo aludido es el Aconcagua Salmón, que se encuentra en jarros y pucos. El jarro

54
SP252 (anexo 8:103), considera distintos motivos (trinacrio, chevrón, triángulos con pestañas,
reticulado y líneas horizontales con apéndices o pestañas que se reflejan) de trazos no netos; pese
a ello, hay regularidad general (tabla X).

En los pucos, se expresa el referente tradicional relativo a un diseño bien estandarizado que
privilegia una ejecución cuidada de trazos delgados (tabla X), con el motivo del trinacrio en el
exterior y la disposición en bandas en el interior (figura 27). Todos estos ejemplares presentan
bandas de líneas continuas que se cruzan, excepto EDQ1008, que posee una banda continua y
otra discontinua.

Figura 27 Decoración negro sobre salmón en pucos A: trinacrio y golpe de fuego en EDQ45; B trinacrio y
exposición al fuego en FE2; C: bandas discontinuas y erosión en EDQ1008; D: improntas de trinacrio y
erosión en EDQ304.

Sobre el motivo del trinacrio, compartido entre las categorías, es posible advertir diferencias (tabla
XII). El trinacrio de las vasijas Fase Inka, sitúa sus aspas recurrentemente hacia la derecha e
izquierda, posee entre dos a tres líneas y la forma del cuerpo es bastante variable. Mientras, en los
trinacrios de las piezas Aconcagua Patrón Local, de manera frecuente la orientación de las aspas
es hacia la izquierda, posee entre dos a tres líneas y la forma del cuerpo tiende a ser entre
trapezoidal y rectangular. Esta situación además parece estar relacionada con una combinación de
colores y diseño al interior de estas vasijas, con predominancia de la policromía, variación de la
composición y ejecución irregular en la Fase Inka y, de la bicromía, bandas tripartitas y
cuatripartitas, y pinceladas regulares en las vasijas Aconcagua Patrón Local. De modo tal, entre
ambas categorías existen variaciones relativas al tipo Aconcagua negro sobre salmón (variedad
bícroma y polícroma) (Massone 1978).

55
Número de Cantidad en Alfarería Cantidad en Aconcagua
Croquis Orientación Forma del cuerpo
líneas de Fase Inka Patrón Local

Hacia la Trapezoidal-triangular o
3 2 0
derecha cuadrada

Hacia la Trapezoidal-triangular o
2y3 1 2
izquierda cuadrada

Hacia la
Rectangular 2y3 1 1
izquierda

Hacia la
Triangular 2 1 0
izquierda

Hacia la
Trapezoidal 3 0 2
izquierda

Tabla XII Variación del motivo trinacrio en la alfarería de Fase Inka y Aconcagua Patrón Local.

Análisis Métrico: tamaños y espesores

En relación a los tamaños y proporciones de las categorías morfológicas compartidas entre


Aconcagua Patrón Local y Fase Inka, los primeros presentan mayor diversidad de rangos de
tamaño respecto de los segundos, encontrándose desde tallas muy grandes a miniaturas (gráficos
8 a 16). Con mayor cantidad de piezas en general en cada morfología Aconcagua Patrón Local, se
encuentra mayor dispersión de los datos métricos, destacando como medida más variable en las
vasijas abiertas, el diámetro máximo y en las restringidas, la altura del diámetro mínimo (anexo 5,
tabla 7). Mientras, en relación a la confección de las paredes, destaca la escasa dispersión que
presentan los espesores delgados tanto en vasijas restringidas como en no restringidas de esta
categoría (anexo 5, tabla 8).

En general, en los ejemplares Aconcagua Patrón Local no se encuentran relaciones


estadísticamente relevantes entre las variables métricas (anexo 5, gráficos 1 al 5). No obstante, en
las vasijas restringidas con cuello, como en las ollas, la regresión del alto total con el diámetro
máximo presenta una tendencia positiva en los datos, con una correlación moderadamente alta
(75%). Por otro lado, en los jarros en la regresión del alto total y el diámetro máximo, también se
56
observa una tendencia clara en los datos, explicado por una relación positiva (aumentando el alto,
aumenta el diámetro máximo) y una correlación alta (79%). Por lo anterior, se podría plantear que
existe una estructura formal respecto de estos jarros Aconcagua Patrón Local, que implica una
relación del diámetro máximo con el alto total de 1:1,1 cm.

En los cuencos Aconcagua Patrón Local se aprecia que los rangos de tamaño se amplían (en
grandes, medianos y muy chicos) respecto de los de Fase Inka (anexo 5, tabla 7) (gráfico 8). En
general, considerando ambas categorías la distribución del tamaño en esta morfología resultó
discontinua, sin presentar ejemplares chicos (anexo 4). Mientras, en los cuencos Aconcagua Patrón
Local no existe una concentración de piezas en un determinado rango de tamaño, sino que éstas se
agrupan entre medianos y muy chicos (bajo los 1000 cc), con mayor dispersión en la medida del
diámetro máximo (anexo 5, tabla 7). La medida del espesor se presenta homogénea en los cuencos
Aconcagua Patrón Local con escasa dispersión respecto de sus pares de Fase Inka (anexo 5, tabla
8).

Gráfico 8 Distribución del tamaño en los cuencos según categoría estilística.

En las escudillas, se observa una relativa igualdad en la distribución de los rangos de tamaños
definidos para ambas categorías, encontrándose piezas que van desde muy chicas a grandes
(anexo 4) (gráfico 9). En las escudillas Aconcagua Patrón Local además se registró un rango de
tamaño muy grande (sobre 4500 cc). No obstante, éstas se agruparon en el rango mediano (1201-
1800 cc), presentando baja dispersión de los datos, con mayor grado de variación en el diámetro
máximo (anexo 5, tabla 7). En cuanto a los espesores, éstos se presentan en paredes delgadas,
medianas y gruesas con escasa variación métrica interna (anexo 5, tabla 8). Al respecto, se estima
que en las escudillas de paredes delgadas Aconcagua Patrón Local existe menor variación respecto
de sus análogas de Fase Inka (anexo 5, tabla 8). Las asas mamelonares o lóbulos (n=6)
consideraron escasa variación en las medidas del largo y ancho (anexo 5, tabla 9).

57
Gráfico 9 Distribución del tamaño en escudillas según categoría estilística.

En los jarros Aconcagua Patrón Local se consideran tamaños desde muy grandes a muy chicos
(anexo 4) (anexo 5, tabla 7), de este modo, persiste la idea de una amplitud de los rangos de
tamaño en esta categoría respecto de los de Fase Inka (gráfico 10). La distribución del tamaño en
los jarros en general, resultó discontinua con un hiato en el rango de tamaño chico (anexo 4) para
ambas categorías. Además, al igual que en la categoría Fase Inka, los jarros se concentraron en el
rango de tamaño mediano (entre 1100 y 2200 cc) (gráfico 10). En relación a la
homogeneidad/variabilidad de la confección de cada jarro, se aprecia un mayor grado de variación
en las alturas totales y diámetros del borde y base, particularmente en las tallas muy chicas (anexo
5, tabla 8). Los espesores de estos jarros se distribuyen en paredes medianas y delgadas,
destacando el mayor grado de semejanza de las medidas para las primeras (anexo 5, tabla 8).
Tanto los jarros con un asa de tipo cinta y labio adheridas, como aquellos de dos asas cinta y lisas
circulares, presentan escasa dispersión de las medidas del largo y ancho (anexo 5, tabla 9).

Gráfico 10 Distribución del tamaño en jarros según categoría estilística.

Las ollas, con su gran representatividad, presentan mayor diversidad en los atributos específicos y

58
dispersión en general de los datos métricos (anexo 5, tabla 7). En esta categoría existen tallas más
grandes y mayor diversidad de rangos de tamaño (desde ollas muy grandes a chicas) (anexo 5,
tabla 7). No obstante, en ambas categorías la moda de los tamaños resultaron ser las ollas chicas
(bajo los 4000 cc) (gráfico 11).

Gráfico 11 Distribución del tamaño en ollas categoría estilística.

También, en cuanto a la distribución del tamaño, se percibe un hiato del rango grande (anexo 4).
Los datos que presentaron mayor dispersión en las ollas Aconcagua Patrón Local se dieron en
torno al rango de tamaño muy grande, sin encontrar una medida específica que presentara mayor
variación (anexo 5, tabla 7). Mientras, en la comparación de la variación métrica para el rango de
tamaño chico compartido entre las categorías, se aprecia una mayor dispersión de los datos de
ollas Aconcagua Patrón Local, si bien está diferencia no es significativa (anexo 5, tabla 7). Los
espesores delgados y medianos de estos ejemplares consideran en general escasa dispersión
respecto de sus pares de Fase Inka (anexo 4, tabla 8). Dentro de la mayor diversidad de tipos de
asas presentes en estas ollas (anexo 5, tabla 9), la mayoría corresponde a asas cinta labio
adheridas y a una distancia del borde promedio de 21,4 mm, que presentan mayor variación en la
medida del ancho (anexo 5, tabla 9).

Los pucos presentan mayor diversidad de rangos de tamaño respecto de los de Fase Inka,
encontrándose desde tallas muy grandes a muy chicas (gráfico 12) (anexo 5, tabla 7), aunque en
general, en los ejemplares de Fase Inka y Aconcagua Patrón Local, la distribución del tamaño se
concentró en el rango mediano (entre 750 y 2200 cc), no registrándose rangos grandes ni chicos
(anexo 4). Se aprecia mayor heterogeneidad general (variación que resulta baja en evaluación de
otras morfologías) en los datos métricos de los pucos Aconcagua Patrón Local que en los
ejemplares de Fase Inka, destacando el diámetro máximo como la medida más variable (anexo 5,
tabla 7). En la manufactura de las paredes, los espesores resultaron medianos y delgados en su
mayoría, siendo estos últimos de menor dispersión métrica respecto de sus análogos de Fase Inka
(anexo 5, tabla 8),a diferencia de las asas mamelonares o lóbulos de las escudillas, acá donde

59
existe mayor representación (n=13) se encuentra mayor homogeneidad de los datos métricos de
éstas (anexo 5, tabla 9).

Gráfico 12 Distribución del tamaño en pucos según categoría estilística.


En los tazones se definieron cuatro tamaños, desde muy grandes a muy chicos (anexo 4). La
distribución del tamaño se concentra en ejemplares grandes (entre 1450 y 1700 cc), existiendo un
hiato entre las medidas del rango muy chico (0-250 cc) y mediano (900-1200 cc) (anexo 4). En este
caso, la mayor variación de los datos se dio en torno a los tazones muy chicos, y consideró las
alturas del diámetro máximo y mínimo (anexo 5, tabla 7). Mientras, el resto de los datos métricos
presenta gran homogeneidad interna (anexo 5, tabla 7). Los espesores de los tazones son
medianos en su generalidad con escasa heterogeneidad interna (anexo 4, tabla 8).

Huellas de uso

En las vasijas Aconcagua Patrón Local, las huellas de uso aumentan considerablemente respecto
de todas las otras categorías (tabla XI). Lo anterior es particularmente evidente en relación a que
todas las vasijas de esta categoría presentan algún grado de exposición al fuego. Pucos, escudillas
y cuencos, consideran patrones diferenciales de exposición al fuego, pues los ejemplares
decorados, presentan pequeñas zonas con golpes de fuego, mientras en los no decorados se
encuentran huellas discontinuas, además de homogéneas (que cubren la totalidad de la pieza,
mediante ahumado) (por ejemplo, EDQ59) y sólo en ocasiones se hallan sectores con hollín (figura
28).

Figura 28 Huellas de fuego heterogéneas y descascarado en cuenco ED74.

Las ollas Aconcagua Patrón Local presentan distintos grados de exposiciones al fuego, en
60
reiteradas ocasiones de manera directa y al humo, en otras, las piezas presentan concentración de
zonas de ahumado en la base y el cuerpo hasta la parte medial (figura 29).

Figura 29 Huellas de uso en ollas A: ahumado, hollín y sustancias adheridas en borde y cuerpo de M283; B:
abrasión generalizada en EDQ1288; C: estrías y vascularización en cuerpo de EDQ87; D: grietas en base de
EDQ1330.

A diferencia de las otras formas, en las ollas es reiterada la presencia de hollín o concreciones de
carbón. En los jarros, la generalidad presenta huellas de exposición al fuego, salvo algunos
ejemplares que presentan decoración o tratamiento de superficie pulido. Se presentan como
pequeñas áreas de golpes de fuego, hasta zonas con ahumado –concentrado mayormente en la
base y parte inferior del cuerpo-. En los tazones, las huellas se presentan de modo general,
discontinuamente en la cara externa hasta el cuerpo –media e inferior-; sólo algunos ejemplares,
presentan manchas de fuego homogéneas, con presencia de hollín y concreciones de carbón
(figura 30).

Figura 30 Huellas de fuego y erosión en tazones A: EDQ1038; B: EDQ115.

La mayoría de las clases formales en esta categoría registra sustancias adheridas no solubles, a
excepción de los cuencos (tabla XI). Varios pucos presentan sustancias blanquecinas, negras y
ocres de modo aislado (figura 31). No obstante, destaca el puco EDQ286, donde existe una
cobertura no soluble de coloración blanquecina, adherida homogéneamente en la superficie interior
(figura 31: B).

61
Figura 31 Sustancias adheridas no solubles en pucos A: base EDQ1164; B: cuerpo interior EDQ286; y
huellas de fuego EDQ1008.

En las escudillas el número de sustancias adheridas es menor respecto de los pucos,


presentándose en el mismo patrón, por ejemplo, EDQ1023 (figura 32). También son escasos los
jarros en los que se registraron sustancias no solubles como pequeñas manchas blancas y
amarillentas adheridas al cuerpo, por ejemplo, EDQ101. En cambio, en gran cantidad de ollas (por
ejemplo, EDQ96), se encontraron sustancias blanquecinas, amarillas y negras, en las paredes
exteriores e interiores de los cuerpos y bases. En los tazones, exiguos ejemplares presentaron
sustancias no solubles adheridas en gran medida en las paredes interiores de la base (por ejemplo,
EDQ58).

Figura 32 Sustancia adherida negruzca, saltadura en borde y grieta en escudilla EDQ1023

De manera similar a los patrones de abrasión en las otras categorías (Fase Inka), todos los
soportes formales presentan en mayor o menor medida estas huellas (tabla XI). En las vasijas
abiertas y cuencos, la abrasión varía desde leve –con mayor erosión en el exterior y acción del
contenido en el interior, hacia mayores intensidades con zonas de raspados y descascarados en
zonas del cuerpo y la base (figura 31). En vasijas restringidas con cuello (jarros y ollas) y tazones, la
erosión es leve en el exterior con estrías y rasmilladuras en el cuerpo, aumentando en intensidad
hacia y en la base, donde se exponen antiplásticos; en el interior, la superficie se encuentra muy lisa
(figura 33).

62
Figura 33 Abrasión y fracturas en jarros Aconcagua Patrón Local A: base exterior en EDQ101; B: base
interior en EDQ110; C: vista frontal en EDQ1035.
En consideración a los patrones de fracturas y grietas, éstas contemplan similares representaciones
de acuerdo a cada clase formal respecto de las de Fase Inka (tabla XI). En pucos, escudillas y
cuencos este tipo de alteración se presenta, aunque no en todos los ejemplares, registrando grietas
y saltaduras en el borde (figura 28, figura 31), fracturas y grietas localizadas en zonas del cuerpo,
borde y base, así como fracturas diametrales y grietas concentradas en la base o que emergen
radialmente desde la base, así como grietas con deformación (figura 22). En jarros, ollas, y tazones,
se observa la presencia de saltaduras y grietas en el borde, fracturas pequeñas y grietas localizadas
en bases o asas (por ejemplo, EDQ 80, EDQ106); junto a otras alteraciones longitudinales y
transversales mayores, incluso múltiples (figura 34).

Figura 34 Grieta localizada en asa de tazón FE1.

Alfarería Indeterminada

La pieza EDQM5-254 (anexo 8:111) posee una estructura formal que se acerca a los instrumentos
musicales conocidos como “cantores”, frecuentes en el Norte Chico, aunque a diferencia de éstos,
no posee una apertura de gran envergadura definida, sino al contrario, considera una boca
restringida (borde recto, cuello cónico invertido) y posiblemente un asa puente (figura 35). Llama la
atención la homogeneidad métrica interna que presenta, contemplando un tamaño “grande” –
respecto de la clase formal “jarros”- (anexo 5, tabla 10, 11, 12). Sobre las alteraciones presentes se
develan golpes de fuego en la base, que pueden deberse a procesos de cocción, en tanto, destaca
la alteración por abrasión con exposición de antiplásticos en el cuello y cuerpo, junto a una grieta
ubicada en la unión del cuello/cuerpo (tabla XI).

El vaso EDQ114 (anexo 8:102) presenta un tratamiento de superficie pulido en el exterior y alisado
en el interior, se encuentra decorado en pastillaje adherido en la parte superior del asa, donde tiene
tres incisiones paralelas (figura 36). Respecto de las características métricas, resulta de menor talla
que los tazones y vaso (Fase Inka) (anexo 5, tabla 10, 11, 12) (gráfico 16), y de similares
características en términos de huellas de uso (tabla XI). Un hecho singular es que prácticamente
todo el labio se encuentra fracturado y con saltaduras (figura 36).

63
Figura 35 A pieza EDQM5-254; B y C cantores zona central y Norte Chico (Pérez de Arce y Gili,
comunicación personal 2012); D cantor Diaguita (Cerda 2000).

Figura 36 Vaso ED114 A: perfil B: decoración en pastillaje.


4.2 Comparación en la relación uso/función, morfología y características métricas

Cuando se comparan dos vasijas que podrían haber sido utilizadas para una misma función -
contener líquidos- como aríbalos (Inka Mixta) y jarros (de Fase Inka y Aconcagua patrón local), se
observa en ambos un diámetro del borde bajo respecto de otras formas (gráfico 13).

Gráfico 13 Diámetro del borde promedio en las categorías formales


64
En los jarros el diámetro de borde resultó mucho menor en relación con los aríbalos (gráfico 13).
Junto a ello, cuando se observan el volumen promedio total y el alto promedio total de estas formas,
se perciben grandes diferencias, pues en los jarros se alcanzan 2,1 litros y 17 cm, en tanto en los
aríbalos, estas medidas aumentan a 17 litros y 38 cm (gráfico 14, gráfico 15).

Gráfico 14 Distribución del volumen total promedio de jarros y aríbalos en las categorías.

Gráfico 14 Distribución del volumen total promedio de jarros y aríbalos en las categorías.

Gráfico 15 Distribución de la altura total promedio de jarros y aríbalos en las categorías.

Evidentemente, dicha situación se relaciona con los diferentes contextos de uso de estas vasijas,
aríbalos destinados para espacios de congregación social comunitaria y mayor tiempo de
almacenamiento, y jarros reservados para contextos familiares y/o incluso individuales, con menor
tiempo de almacenamiento. Sobre estos últimos, hay que agregar que características propias de
esta forma como son el diámetro del borde menor, volumen promedio moderado, cuellos
hiperboloides y estrechos, bases plana-convexa y la existencia de un par de asas de orificios
pequeños, contribuyen a sugerir un rol en el transporte de líquidos con gran versatilidad.

En tazones y vasos, se observa que el consumo de líquidos está más diversificado en los primeros
(con mayores rangos de tamaños y mayor representación) que en los segundos (donde prima un
volumen menor y diámetro del borde restringido). Sin embargo, el vaso Fase Inka destaca por su
mayor altura en relación a los tazones Aconcagua Patrón Local (gráfico 16).

65
Gráfico 16 Distribución del alto promedio total de tazones y vasos en las categorías.

Algo similar ocurre en las ollas, esto porque aquellas relativas a la categoría Aconcagua Patrón
Local encuentran mayor amplitud de rangos de tamaño, con tallas más grandes y así volúmenes
mayores (gráfico 11). No obstante, también ha sido establecido que en términos de tamaño y
frecuencia de éste, en ambas categorías se presentan mayoritariamente ollas chicas que presentan
similares características en términos formales y métricos (anexo 5, tabla 4, tabla 7). Entonces la
principal diferencia que sustenta distintas funcionalidades para las ollas en cada categoría, dice
relación con que las piezas de Fase Inka no poseen huellas de exposición al fuego y se hallan
decoradas. De este modo, es posible afirmar que las ollas de Fase Inka fueron utilizadas para el
procesamiento de alimentos u otras sustancias fuera del alcance de fuentes de fuego. En cuanto a
las ollas Aconcagua Patrón Local, se presentaría un uso más amplio, las ollas muy grandes por
espesor, volumen, diámetro de la base y forma de ésta, entre otros, podrían no sólo haber servido
para la cocción de alimentos, sino también para el almacenado de sólidos. Las ollas grandes y
medianas, por espesor, volumen, diámetro del borde y diámetro de la base, pueden haber servido
en la cocción y tostado de alimentos sobre fuego. En tanto, las ollas de tamaño chico, debido al
diámetro del borde, volumen, diámetro de base, tienen buenas características para procesar
alimentos con exposición a fuentes de fuego.

En las vasijas abiertas y cuencos la existencia de huellas es en general homogénea, salvo en la


observación de marcas por exposición al fuego. En consideración a esto, y debido a la diversidad
de formas extendidas de características métricas disímiles (gráfico 17), es probable que en cada
categoría existiesen usos específicos para cada continente.

Gráfico 17 Distribución del volumen total promedio de cuencos, escudillas y pucos en categorías
estilísticas. 66
En la alfarería de Fase Inka, es posible que los pucos estuviesen asociados al servicio en contextos
de consumo amplios (más allá de la unidad familiar), mientras que los cuencos (de volumen
promedio menor) al servicio en unidades familiares, y las escudillas (con volumen promedio menor)
hayan sido destinadas para comer de manera individual (en diversos contextos de uso/consumo).
En las vasijas Aconcagua Patrón Local, esta distinción es posible plantearla de modo diferente,
pues en este caso, las huellas de exposición al fuego están presentes y cambia la distribución de
los tamaños y volúmenes en cada morfología. De este modo, los pucos y escudillas pudieron haber
sido destinados al servicio, los primeros en contextos más amplios que los segundos. Tampoco se
puede descartar un uso de éstos en el procesamiento de alimentos. En tanto, en este caso los
cuencos se pueden postular como la vajilla para comer, en consideración a las características del
borde y volumen.

Estas observaciones se relacionan con las distintas necesidades de consumo que está cumpliendo
cada categoría, quizá una ligada a un ámbito más ritual/ceremonial con usos más acotados
(alfarería de Fase Inka) y otra en relación a contextos más cotidianos con mayor diversidad de uso
(Aconcagua Patrón Local). Por otro lado, respecto de la alfarería de estilo Inka, se evidencia
respecto a contenedores de similares características (tanto de Fase Inka como Aconcagua Patrón
Local) grandes diferencias sobre todo en cuanto a tamaños y volúmenes, aspectos que permiten
plantear contextos de uso ligados a otras funciones sociales, por ejemplo, públicos con mayor
capacidad convocatoria.

4.3 Análisis contextual

Ya ha sido establecido en la disciplina como una especie de fundamento epistemológico que


subyace a cualquier trabajo arqueológico, la importancia del análisis contextual (Hodder 1988).
De este modo, hoy no es posible cotejar el rol que adquiere cualquier clase de materialidad en
un determinado proceso sociohistórico, sin considerar las asociaciones dadas en el despliegue
espacial y en la temporalidad. Lamentablemente, el análisis de contextos mortuorios en
particular se encuentra determinado por el desarrollo de una praxis y una interpretación
compleja, pues la mayoría de los contextos estudiados en esta memoria corresponden a
hallazgos fortuitos. Así, el registro mortuorio generalmente implica el desarrollo de trabajos de
rescate o salvataje acotados sin la comprensión extensiva del terreno o de la temporalidad.
Dichas características redundan en la obtención de una información escasa, fragmentaria y
dispar (cf. González y Rodríguez 1993). A pesar de las variables anteriores, es posible obtener
una imagen relativa de los contextos cuya cerámica se analizó, en particular de dos sitios
arqueológicos. Para ello se consideraron trabajos publicados (Gajardo Tobar y Silva 1970; Ávalos
y Saunier 2011), registros de rescates (Baeza 2010) y actividades realizadas en el marco de
proyectos de investigación (Pavlovic et al. 2013) y difusión (Abarca et al. 2013)18.

Estadio Quillota

18
No se logró acceder a información contextual directa (fotografías, diarios de campo, otros registros visuales) en
ninguna de las etapas de excavación del lugar.
67
En el sitio se han efectuado tres intervenciones hasta la fecha (anexo 1). En la primera, se logró
establecer la existencia de un contexto fúnebre extendido en el tiempo desde el periodo Arcaico
(Horizonte Las Cenizas) hacia el Tardío (Gajado Tobar y Silva 1970). En la segunda, se confirma la
alta densidad de ocupación del lugar, contabilizando unos 120 hallazgos (figura 22, levantamiento
topográfico en Ávalos y Saunier 2011:85). Posteriormente, se describe que el número total de
individuos registrados en el lugar correspondería a 140 y la mayor concentración de unidades
mortuorias se daría en el sector de las tribunas oriente19 (Baeza 2010). En consecuencia, se obtiene
la siguiente representación de tumbas, individuos y cerámica completa asociada (tabla XIII).

Tabla XIII Distribución de tumbas, individuos y cerámica completa asociada por campaña de intervención
en el sitio Estadio Quillota.

Del análisis cerámico realizado por Ávalos y Saunier (2011), se establece que de las 38 unidades
mortuorias definidas, dos tumbas se adscriben al periodo Alfarero Temprano, mientras que el resto
correspondería a contextos Aconcagua del periodo Intermedio Tardío y Fase Inka. Dicha situación
se evalúa con dos fechados por termoluminiscencia (tabla XIV), obtenidos a partir de un jarro negro
pulido y un vaso (EDQ67 de Fase Inka y referente Diaguita) (Ávalos y Saunier 2011).

Sitio Material Fechado TL


Olla café alisado 1370 +-65 d. c.
Carolina
Aríbalo 1500 +-50 d. c.
Jarro 405 +-170 d. c.
Estadio Quillota
Vaso (EDQ67) 1420 +-45 d. c.
Fundo Esmeralda Jarro 1300 +- 65 d. c.
Tabla XIV Fechados por termoluminiscencia en los sitios Carolina, Estadio Quillota y Fundo Esmeralda
(Ávalos y Saunier 2011).

La obtención reciente de 6 fechados radiocarbónicos de los esqueletos registrados en la última


intervención del lugar (Pavlovic et al. 2013), ha permitido caracterizar la ocupación del lugar desde
fines del periodo Intermedio Tardío hacia mediados del periodo Tardío (1316 a 1450 años d. C)
(tabla XV) (anexo 7).

Sobre ello, se pueden establecer ciertas ideas. Llama la atención que piezas como la olla

19
En el sector de la cancha se intervino con maquinaria pesada, descubriendo un gran número de hallazgos, la
mayoría de los cuales permanece en el lugar (Ávalos y Saunier 2011).
68
EDQ1112, con claros referentes diaguitas (motivo decorativo patrón cadenas diaguita clásico) y
cuzqueños (motivo del reticulado oblicuo), estén asociadas a fechas tempranas del orden del 1316
a 1409 d. C. Asimismo, se confirma la existencia de una alfarería con referentes diaguita de
transición o “preinkaicos” (Ánimas I y Cuarto Estilo en cuenco EDQ1059 y escudilla EDQ1070), en
momentos del periodo Tardío de la zona (1415 a 1450 años d. c.).

Muestra Fechado Datos bioantropológicos


EDQ108-64-C14-1 UGAMS 13208: 1415 a 1450 d. c. Individuo 108 Tumba 64, individual inhumación primaria

EDQ122-72-C14-1 UGAMS 13210: 1406 a 1445 d. c. Individuo 122 Tumba 72, múltiple, inhumación Secundaria

EDQ27-18-C14-1 UGAMS 13205: 1316 a 1409 d. c. Individuo 27 Tumba 18, dual, inhumación secundaria

EDQ114-67-C14-1 UGAMS 13209: 1396 a 1436 d. c. Individuo 114 Tumba 67,múltiple

*Existen otras piezas asociadas (EDQ1334, EDQ1335, EDQ1042) a otros individuos


de este contexto (115, 120)-ubicados en la misma tumba-. Se trata de pucos y ollas
que no presentan decoración, de adscripción Aconcagua Patrón Local. Debido a que
se fecha el individuo, y a que no hay certeza de la contemporaneidad de las
inhumaciones, se descartan esas vasijas para este análisis.

EDQ60-36-C14-1 UGAMS 13206: 1406 a 1445 d. c. Individuo 60 Tumba 36-dual

69
EDQ75-43-C14-1 UGAMS 13207: 1319 a 1411 d. c. Individuo 75 Tumba 43-individual

Tabla XV Fechados radiocarbónicos, contextos alfareros y esqueleto asociado.

En contemporaneidad, se observa el componente local en escudillas, pucos, ollas y jarros con asas
(EDQ1108, EDQ1109, EDQ1110, EDQ1107), que revelan la persistencia de estos en tiempos
tardíos (1407 a 1445 años d. c.).

Por otro lado, también es posible observar cierta permanencia de referentes clásicos como el tipo
Aconcagua negro sobre salmón en ésta zona (1396 a 1436 d. c.) así como la constancia de tipos
como el Trícromo Engobado (1319 a 1411 d. C) y Rojo Engobado (1406-1445 d. C.).

De las excavaciones realizadas se entiende que el sitio Estadio Quillota constituyó un asentamiento
de enorme envergadura, tanto en relación a la cantidad de individuos enterrados de manera
recurrente en el tiempo, como en virtud de la amplia representación que alcanza la alfarería
asociada a éstos. Junto a la alfarería se encuentran una serie de pipas de cerámica, instrumentos
de hueso, herramientas líticas, puntas de proyectil y adornos líticos (Ávalos y Saunier 2011), así
como aros de cobre con una cuenta de malaquita, cuentas de concha, restos malacológicos y
restos arqueofaunísticos (Baeza 2010). Sobre esta representación de objetos de diversa
materialidad, hay que acotar que resulta sumamente restringida, porque desde el registro sólo es
posible apreciar una exigua cantidad20. En este cuadro, cobran relevancia la presencia de individuos
subadultos que presentan ofrendas cerámicas, concha de ostión y miniaturas de clava (individuo 53,
en Ávalos y Saunier 2011, e individuo 138 en Baeza 2010).

El análisis cerámico realizado contempló la elección de piezas completas adscritas al periodo


Tardío a partir del trabajo de Gajardo-Tobar y Silva (1970) y Baeza (2010) (ver subcapítulo 4.1). La
muestra más antigua, se compone de 69 cerámicas completas provenientes de donaciones y de las
12 tumbas y 12 individuos rescatados en los años ´50 (tabla IV). Por otro lado, en la muestra de
Baeza (2010), se privilegió el estudio de 62 piezas cerámicas susceptibles de restaurar y manipular,
correspondientes a 23 tumbas y 31 individuos (tabla IV).

La descripción que sigue corresponde al análisis contextual de esta muestra cerámica, que evalúa
la información contenida en el inventario y las etiquetas de los esqueletos provenientes de los
últimos trabajos efectuados en el sitio (Baeza 2010). Se trabajó para ello con una muestra más
amplia que la de la cerámica, constituida por 36 tumbas y 48 individuos (Abarca et al. 2013). En
esta muestra ampliada, 17 individuos y 13 tumbas fueron asociados a la cerámica analizada (un

20
Apreciación fundada en el depósito de materiales del Museo Histórico y Arqueológico de Quillota y desde la
publicación de Ávalos y Saunier (2011).

70
total de 36 piezas).

La distribución en términos del tipo de tumba sugiere tanto la existencia dominante de unidades
mortuorias simples (58%), donde se depositó sólo a un individuo, así como la presencia relevante
de entierros colectivos (42%) (gráfico 18). Sobre las unidades mortuorias colectivas, resulta
interesante la importancia que tienen las tumbas de hasta 6 individuos y los entierros duales (gráfico
18). En tanto, de manera excepcional se encuentra una unidad mortuoria de más de 6 individuos
(gráfico 18).

Gráfico 18 Distribución del tipo de tumba.

Considerando que se analizó una muestra de la población representada en el cementerio, es que


se encuentran mayormente representados esqueletos femeninos, y en menor grado, masculinos
(gráfico 19).

Gráfico 19 Distribución del sexo por rango etario.

71
En la muestra se observa una representación de todas las edades21, desde lactantes hasta
individuos seniles, empero, se encuentran principalmente individuos adultos y maduros (gráfico 19).
En los adultos existe predominancia de individuos femeninos, mientras en los maduros, existe más
homogeneidad en la representación sexual de los individuos. Asimismo destaca la presencia en la
categoría senil, de individuos femeninos.

Prácticamente todos los individuos depositados en el sitio, presentan alguna ofrenda cerámica. En
términos de la cantidad de piezas asociadas, se registran hasta 4 a 5 vasijas como máximo, siendo
lo más frecuente la depositación de 2 piezas por individuo. En la observación de distinciones de
orden estilístico, en la muestra están ausentes los referentes morfológicos y decorativos foráneos
en general, particularmente los relativos a la cerámica Inka Provincial e Inka Mixta (tabla XVI).

Inka
Inka Mixto Fase Inka Aconcagua Patrón Local
Provincial

ACONCAGUA
POLÍCROMO

POLÍCROMO

ENGOBADO
PUTAENDO

PUTAENDO
INDIVIDUO

DIAGUITA

DIAGUITA

ALISADO
LA PAYA

SALMÓN
ÁNIMAS
TUMBA

NEGRO
CUZCO

CUZCO

PARDO

SOBRE

ROJO
EDAD
SEXO

26 39 F Maduro X X X
27 47 M Adulto X X X
32 57 M Maduro X
40 69 M Maduro X
43 75 F Maduro X X
45 103 F Adulto X
56 95 M Adulto X X
60 101 M Maduro X X
64 108 F Adulto X X X
67 120 I Niño X
67 120-115 - - X
67 114 F Adulto X
67 135 I Adulto X
70 119 M Adulto X
72 122 F Adulto X X
72 123 F Adulto X X
79 140 F Senil X X
Simbología: F: Femenino, M: Masculino, I: Indeterminado; X: presencia.
Tabla XVI Referentes cerámicos y su asociación etárea y sexual.

En cuanto a las piezas de la Fase Inka, estas se encuentran asociadas recurrentemente a


ejemplares Aconcagua Patrón Local. Por ejemplo, piezas de referentes foráneos como Diaguita I y
Ánimas, se observaron en relación a vasijas Aconcagua Patrón Local y en particular al tipo Pardo
Alisado. En tanto, cuando se aprecian referentes de orden mixto de la Fase Inka como el tipo
Trícromo Engobado se encuentra la asociación con piezas Rojo Engobado.

La alfarería Aconcagua Patrón Local se encuentra distribuida homogéneamente en todos los tipos
de tumba, aunque resulta un poco más relevante en los entierros colectivos de 3 a 6 individuos, en

21
La representación etárea considera las siguientes categorías: lactante (0-12 años); adolescente (12-20 años);
adulto (20-35 años); maduro (35-50 años); senil (50 años o más) (Abarca et al. 2013).

72
tanto, la alfarería de Fase Inka, está además representada en entierros individuales y colectivos de
entre 3 a 6 individuos. Por otro lado, las vasijas Aconcagua Patrón Local se encuentran asociadas a
todas las edades, salvo a los individuos seniles (tabla XVI). Mientras, la alfarería de Fase Inka, se
halla representada en individuos adultos, maduros y seniles (tabla XVI).

Existe también una asociación de género, en tanto los individuos de sexo femenino adultos o
maduros se asocian a referentes Aconcagua, Diaguita y Ánimas y vasijas domésticas (tipo
Aconcagua Pardo Alisado), mientras, los individuos masculinos adultos o maduros se asocian
exclusivamente a piezas Aconcagua Patrón Local (tipo Pardo Alisado) (tabla XVI). De este modo,
se observa que los individuos masculinos se asocian en la muestra a pucos y ollas Aconcagua
patrón local, mayormente relacionados con la tradición alfarera preinkaica, y los femeninos se
relacionan a cuencos, escudillas y pucos, de Cuarto Estilo, Trícromos, Aconcagua Salmón
Polícromo, y Aconcagua negro sobre salmón con mayor diversidad de referentes y decoraciones
polícromas.

A nivel individual no se logró observar la existencia de distinciones relacionadas con la


predominancia de algún referente cerámico sobre otros. Una excepción se da en torno al individuo
108, donde se encuentran cuencos y escudillas de referentes Diaguita I y Cuarto Estilo, junto a una
olla Aconcagua Patrón Local (tipo Aconcagua Pardo Alisado). Por lo tanto, se podría sugerir que
este individuo estaría vinculado en mayor medida a referentes del Norte Chico.

Otros datos importantes de abordar dicen relación con el análisis de contenidos de una muestra de
las piezas cerámicas con énfasis en los residuos de uso, mediante el estudio de evidencia microfósil
(Belmar et al. 2013)22 (tabla XVII). Del conjunto analizado, se logró identificar un escaso porcentaje
de microfósiles, específicamente almidones. Entre las especies determinadas, se observó la
presencia de sf. Prosopisspp (escudilla Rojo Engobado EDQ 1014 (anexo 8:112)) y Solanaceae
(puco Aconcagua Salmón, EDQ1331 (anexo 8:126)).

De acuerdo a Belmar et al. (2013), es posible que el algarrobo identificado en esas condiciones, se
haya utilizado como harina, añapa –bebida no alcohólica- y miel o arrope. Así, en estos pucos no
sólo se pueden haber ofrecido las plantas en preparaciones cocinadas, sino como alimentos
crudos, producto de procesos de molienda, fermentado o tostado, aspecto que se habría reflejado
en los daños observados en los almidones. En tal sentido, se entiende la dificultad de determinar si
ciertos restos corresponden a almidones o cristales dañados, situación ocurrida en la olla EDQ1058
(anexo 8: 117) y la escudilla EDQ1138 (anexo 8:121), “cuyos microfósiles tienen una forma que se
asemeja a almidones adscribibles a Zea mays” (Belmar et al. 2013), situación a verificar en un
análisis posterior. Estos resultados están en concordancia con el constante uso que tuvieron estas
piezas, evidenciado en los procesos de abrasión fuerte a los que fueron sometidos, particularmente

22
En el informe se entregan los primeros resultados obtenidos en este estudio, desde una muestra de 8 piezas
procedente del sitio Estadio de Quillota, en una segunda fase, se completará el universo de piezas muestreadas de
dicho sitio.

73
en el interior en relación al contenido.

MICROCARBONES
OBSERVACIONES
CONTEXTO
CERÁMICO

ALMIDÓN

FITOLITO

CRISTAL
CÓDIGO

HONGO
FORMA

TEJIDO
TAXA
EDQ 1058 Olla con asas Aconcagua Patrón Local X? X X? X
EDQ 1059 Cuenco Alfarería de Fase Inka-Animas X* X
EDQ 1070 Escudilla Alfareria de Fase Inka-Cuarto Estilo Raspado 1 X X
EDQ 1070 Escudilla Alfareria de Fase Inka-Cuarto Estilo Raspado 2 X*
EDQ 1138 Escudilla Alfarería de Fase Inka-Tricromo Raspado 1 X* X X? X
EDQ 1139 Escudilla Alfarería de Fase Inka-Tricromo Raspado 1 X X
EDQ 1112 Olla con asas Alfarería Fase Inka-Diaguita Raspado 1 X* X
EDQ 1112 Olla con asas Alfarería Fase Inka-Diaguita Raspado 2 X* X
EDQ 1331 Puco Aconcagua Patrón Local-Aconcagua Salmon Raspado 1 X Solanaceae X
EDQ 1331 Puco Aconcagua Patrón Local-Aconcagua Salmon Raspado 2 X X
EDQ 1014 Escudilla Aconcagua Patrón Local-Rojo Raspado 1 X sf. Prossopispp X
EDQ 1330 Olla con asas Aconcagua Patrón Local Raspado 1 X* X
EDQ 1330 Olla con asas Aconcagua Patrón Local Raspado 2 X* X
EDQ 1330 Olla con asas Aconcagua Patrón Local Raspado 3 X X X
Simbología: X presencia; X* almidones presentan daños; X? cuerpos circulares con birrefrigencia alterada que no permiten afirmar que se trata de
almidones o cristales dañados.
Tabla XVII Muestra de análisis arqueobotánico (Belmar et al. 2013).

Pese a que no se logró observar en la evidencia microfósil, los datos de isótopos estables
obtenidos en la muestra fechada, da cuenta de un consumo relevante en plantas como el maíz
(tabla XVIII). Recordemos la relevancia de este cultígeno en esta etapa de la prehistoria, su
referencia en documentos etnohistóricos y la importancia asociada en la economía política Inka
(Jennings 2005; Jennings y Bowser 2008). El maíz es la única planta que se distingue
isotópicamente del resto de las plantas silvestres y cultivadas, en virtud de su patrón fotosintético
característico C4 (enriquecidas en δ13C) (Falabella et al. 2007). En la muestra es posible apreciar
registros de consumo muy altos en general, datos que no difieren de los expuestos para muestras
de poblaciones Aconcagua de valle y costa, así como de adscripción tardía Inka en el valle del
Maipo Mapocho (Falabella et al. 2007).

UGAMS# Sample ID Sexo Edad Fecha δ 13C,‰


13205 EDQ 27-18-C14-1 Indeterminado Indeterminado 1316-1409 -10.2
13206 EDQ 60-36-C14-1 Femenino 30-34años 1406-1445 -11.4
13207 EDQ 75-43-C14-1 Femenino 35-39años 1319-1411 -11.6
13208 EDQ 108-64-C14-1 Femenino 25-29años 1415-1450 -22.1
13209 EDQ 114-67-C14-1 Femenino 30-34años 1396-1436 -11.1
13210 EDQ 122-72-C14-1 Femenino 20-24años 1406-1445 -10.5

Tabla XVIII Síntesis de datos bioantropológicos, fechados y valores δ13 en la muestra de 6 individuos.

Si bien se aprecia homogeneidad general en los valores isotópicos de la muestra, como se observa
al menos en la dieta de los últimos años de vida de un individuo (destacado en tabla XVIII), no figuró

74
el maíz23. Este individuo también es el único al que pudo relacionarse una distinción del ajuar en
cuanto a aspectos cerámicos, con una preponderancia de referentes Ánimas y Diaguita. Queda por
evaluar si estos valores isotópicos del individuo 108 se refieren a otros modos de consumo y
alimentación (posible proveniencia foránea), así como en general, observar si tales
representaciones se asocian al aporte de otro tipo de recursos (marinos), y preguntarse si en
grupos “incanizados” (como aquellos del sitio Carolina) este acceso ampliado se mantiene o, por el
contrario, aumenta la restricción.

Carolina

Se trata de un sitio bicomponente acotado, funerario y habitacional, con ocupaciones del periodo
Alfarero Temprano y Tardío (Ávalos y Saunier 2011; Pavlovic et al. 2013). En los trabajos de
salvataje se recuperaron un total de 9 unidades mortuorias, de las que 3 habrían pertenecido a una
ocupación “Aconcagua-Inka”, caracterizadas por la presencia de cámaras de piedras que se
habrían distribuido por debajo de las ocupaciones tempranas, en una recurrencia espacial, al igual
que lo evidenciado en el sitio Estadio Quillota (Ávalos y Saunier 2011).

Los individuos identificados en el lugar son en su mayoría adultos, registrándose sólo un infante.
Dos de éstos se identificaron como masculinos y uno femenino (tabla XIX). Estos se hallaban
posicionados de forma estirada decúbito ventral o dorsal. De acuerdo a Saunier, los patrones de
desarrollo muscular revelan signos de grandes esfuerzos físicos (Ávalos y Saunier 2011). Por otro
lado, se documenta un caso de violencia, donde se encuentran 5 puntas de proyectil asociadas a
las costillas y vértebras lumbares del individuo 8 (Ávalos y Saunier 2011).

De forma relevante, se observa que en este espacio acotado de tumbas, se habría dispuesto gran
cantidad de ofrendas cerámicas (tabla XIX).

Esto es claro en el individuo 1, donde se instalaron 6 vasijas cerámicas y una placa de cobre,
mientras los otros entierros disponen de menos vasijas (entre 3 y 1), (Ávalos y Saunier 2011:64).
Por otro lado, casi toda la alfarería puede adscribirse al estilo Inka (Inka Mixta e Inka Provincial) con
aríbalos, platos planos, botellas y aysanas (ver análisis anteriores). En este sentido, un aporte a la
distinción del individuo 1, es que los únicos referentes foráneos de la alfarería definida como Inka
Mixta, por ejemplo, La Paya, se encuentran en su ajuar.

En los fechados de las piezas cerámicas (tabla XIV), se corrobora una asignación bastante tardía
1500 d. c., no obstante, también existe una fecha más temprana de alrededor de 1370 d. c. Dos
cosas son relevantes de puntualizar para una posterior discusión. Una, es que las características de
este contexto funerario son muy disímiles a las presentadas por el Estadio Quillota. La otra, es que
es posible postular que habría existido cierta contemporaneidad entre estos espacios fúnebres
situados a escasos kilómetros.
23
Este dato no obstante, no se condice con una patología oral registrada, pues este individuo es el único que
presenta todos sus dientes con cálculo (sarro), cuestión que permite sugerir que durante la mayor parte de su vida
este efectivamente consumió alimentos duros como carbohidratos cuya pronunciada masticación dejó partículas
de alimentos en los molares (Arriagada 2013).

75
Tumba Características del individuo Características del ajuar
Aríbalo negro sobre rojo , Inka Mixto
Aríbalo polícromo, sin referencia
Individuo 1
Escudilla rojo engobada, Aconcagua Patrón
Adulto
1 Local
Masculino
Plato plano negro sobre rojo , Inka Mixto
Posición estirada de cúbito ventral
Cuenco polícromo, Inka Mixto
Punta de proyectil
Individuo 6
Infante Botella, Inka Mixto
1
Indeterminado Plato plano, Inka Mixto
Posición estirada de cúbito ventral
Individuo 7
Adulto
1 Aríbalo rojo engobado, Inka Mixto
Femenino
Posición estirada de cúbito dorsal
Individuo 8 Aysana polícroma, Inka Provincial
Adulto Olla monócroma, sin referencia
1
Masculino Plato plano
Posición estirada de cúbito dorsal Líticos
Tabla XIX Características del contexto funerario en el sitio Carolina (Ávalos y Saunier 2011).

Otros contextos alfareros

A pesar de que no se tiene mayor información contextual respecto de otros hallazgos


pertenecientes al universo de estudio (anexo 1), la distribución de las categorías estilísticas
cerámicas puede aportar algunas orientaciones (gráfico 20). A excepción del sitio El Templo, todos
los contextos presentan morfologías y referentes decorativos incluidos en las categorías Aconcagua
Patrón Local y Fase Inka. Si bien en gran parte de los sitios se registraron vasijas tanto de Fase
Inka como Aconcagua Patrón Local, hay algunos hallazgos que evidenciaron categorías exclusivas
y reflejan ciertas distinciones. Por ejemplo, en el sitio Santa Laura se reconocieron dos jarras de
referentes morfológicos y decorativos foráneos de Fase Inka (SL9 y SL10, anexo 8:129-130).
También es posible reconocer la presencia de una aysana Inka Provincial (ET259, anexo 8:104) en
el sitio El Templo. Otros hallazgos como Estación Quillota, dan cuenta de la existencia de vasijas
locales, como un puco Aconcagua Patrón Local (EQ286, anexo 8:108).

Gráfico 20 Distribución de las categorías estilísticas en otros contextos alfareros de la muestra analizada.

76
La representación de la distribución de las categorías estilísticas en estos contextos, es posible
relacionarla con los sitios Estadio Quillota y Carolina antes descritos, considerándolos como
“modelos de contextos mortuorios”. En un nivel general, se puede acotar una correspondencia
general respecto de la distribución cerámica observada para el sitio Estadio Quillota, esto es, una
predominancia de vasijas Aconcagua Patrón Local y un menor porcentaje de piezas de Fase Inka.
En relación a este dato es posible posicionar a la mayor parte de estos hallazgos en el modelo
socio-mortuorio más cercano al sitio Estadio Quillota.

4.4 Caracterización de la variabilidad entre categorías estilísticas de las cuencas del Maipo
Mapocho y Aconcagua

Para evaluar las características que adquiere la alfarería en la zona de estudio, y sus implicancias
en relación a la problemática de interacción de las comunidades locales y el Tawantinsuyu, era
necesario obtener referentes y comparar contextos funerarios asimilables. Es por ello que a partir de
una revisión bibliográfica de contextos fúnebres de la cuenca del Maipo Mapocho adscritos al
Tardío: Carrascal 1, Estación Quinta Normal, La Reina, Lenka Franulic, Nos, Parcela 24, Peldehue,
Quilicura, y San Agustín de Tango (Cáceres et al. 2010; Cantarutti y Mera 2002; Correa et al. 2008;
González y Rodríguez 1993; Hermosilla et al. 2005; Mostny 1947; Reyes et al. 2010; Stehberg
1976a, 1976b; Stehberg y Sotomayor 2013; Vasquez y Sanhueza 2003),24 se realizó un análisis de
las principales características formales y decorativas de la alfarería, logrando completar un registro
de 182 piezas, que fueron clasificadas de acuerdo a las mismas categorías que las aplicadas para
el Aconcagua (tabla XX) (anexo 6) y que aquí se exponen en una perspectiva comparativa en
relación a nuestro caso de estudio.

La muestra de la cuenca del Maipo-Mapocho corresponde casi enteramente a producciones del


periodo Tardío con referentes foráneos y locales en un carácter marcadamente sincrético (gráfico
21, gráfico 22). La alfarería de estilo Inka tiene una representación importante, resultando en
producciones de orden mixto, donde confluyeron referentes cuzqueños, junto a locales del Maipo
Mapocho, Diaguita, Copiapó y La Paya, predominantemente en platos planos y aríbalos. En tanto,
un bajo porcentaje de piezas de referentes exclusivamente cuzqueños y locales, fue adscrito a lo
Inka Provincial. La mayor proporción la alcanza la Alfarería de Fase Inka, que contempla una amplia
variabilidad de morfologías y decoraciones, cuyo referente dominante es el Diaguita junto a
elaboraciones propias del valle. Mientras, se registró una menor proporción de piezas con referente
preinkaico, relativo a los tipos Aconcagua Pardo Alisado y Rojo Engobado. Finalmente, dos piezas
no encontraron un referente decorativo o morfológico claro en la muestra.

24
Exceptuando sitios sin mayor información de piezas completas y/o sin registro gráfico de éstas. Sobre el sesgo
relativo a este registro, se debe acotar que se integraron todas las piezas señaladas por los autores, no sólo las
adscritas a lo Inka. Para el caso particular del sitio La Reina, se cotejó la información de Mostny (1947) con la de
Stehberg y Sotomayor (2013), analizando sólo aquellas piezas que presentaran un registro gráfico claro (figura 9,
11, 12, 14 en Mostny 1947; y figura 11 en Stehberg y Sotomayor 2013).

77
Categorías Referentes
Formas N° Motivos decorativos principales Referentes decorativos
estilísticas morfológicos
Aríbalos
Espiga con punto, embrión de quínoa, rombos en
4 Cuzqueños Cuzco Polícromo
hilera, reticulado compuesto, clepsidra
Inka Aysanas 6 Reticulado oblicuo, dentados, clepsidra Cuzqueños Cuzco Polícromo y locales
Provincial Kero 1 Greca desplazada Cuzqueños Indeterminada
Olla
2 No presenta decoración Cuzqueños
pedestal
Platos
5 Reticulado oblicuo, rombos, clepsidras Cuzqueños Cuzqueños y locales
planos
En arco, espiga con punto, reticulado oblicuo,
Aríbalos Cuzqueños, Diaguita,
rectángulos con pestañas, círculos concéntricos, Cuzqueños y
23 Copiapó, y locales (Rojo
triángulo escalerado, clepsidras, triángulo locales
Engobado; motivo en arco).
antropomorfo, rombos en hilera, volutas
Cuzqueños y Cuzqueños, Diaguita y
Inka Mixta Aysanas 2 Clepsidra, patrón zigzag, triángulo con apéndices
locales locales
Platos
planos Rombos, reticulado oblicuo, patrón zigzag, en
Cuzqueños y Cuzqueños, Diaguita, La
-asa ojal 35 arco, dentados, líneas paralelas, ornitomorfos,
locales Paya, Copiapó y locales
-asa maciza triángulo antropomorfo, volutas
ornitomorfa
Cuencos 4 Patrón zigzag, rombos Aconcagua Diaguita y locales
Cruciforme, triángulos de vértice opuesto, líneas
Diaguita, Aconcagua
Escudillas 23 oblicuas (zigzag), patrón cadena, patrón zigzag, Aconcagua
(Salmón) y locales
triángulo con pestañas
Jarras 4 No presenta decoración Diaguita
Diaguita, Aconcagua,
Líneas oblicuas (zigzag), rombos en hilera, cuarto
Jarros 15 Aconcagua Cuzqueños, locales (Rojo
estilo
Engobado).
Jarro Pato
Alfarería de -falso gollete
Líneas oblicuas (zigzag), patrón zigzag, rombos Diaguita, Aconcagua,
Fase Inka modelado 2 Diaguita y locales
en hilera, clepsidras Cuzqueños, locales
-modelado
ornitomorfo
Culturas del
Noroeste
Ollas 12 No presentan decoración
Argentino y
locales
Diaguita,
Pakcha 1 Patrón zigzag Cuzqueños y Diaguita
locales
Plato
campanulifor 1 Patrón zigzag Diaguita Diaguita
me
Plato de
paredes 4 Patrón zigzag Diaguita Diaguita
rectas
Cuencos 4 No presentan decoración Aconcagua Aconcagua (Rojo Engobado)
Aconcagua,
Culturas del curso
Escudillas 12 Cruciforme Aconcagua (Rojo Engobado)
superior del
Aconcagua Aconcagua
Patrón Local
Jarros 4 No presentan decoración Aconcagua Aconcagua (Pardo Alisado)
Ollas 9 No presentan decoración Aconcagua Aconcagua (Pardo Alisado)
Pucos 6 No presenta decoración Aconcagua Aconcagua (Rojo Engobado)
Tazón 1 No presenta decoración Aconcagua Aconcagua (Pardo Alisado)
Alfarería Jarro Posiblemente
1 No presenta decoración Rojo Engobado
Indeterminad asimétrico Diaguita
a Olla-urna 1 No presenta decoración Indeterminado Rojo Engobado

Tabla XX Síntesis de la clasificación del conjunto cerámico estudiado para la cuenca del Maipo Mapocho.
78
En relación al conjunto analizado anteriormente (gráfico 1, gráfico 2), esta representación es
bastante disímil, sobretodo en la consideración de las categorías dominantes en cada caso. Por un
lado, para los contextos analizados para la cuenca del Maipo Mapocho, la mayor representación
resultó en la alfarería tardía de carácter sincrético (Inka Mixta y Fase Inka), en tanto por el otro, para
el Aconcagua, resultó relevante el componente local incluso preinkaico (Aconcagua Patrón Local).

1% Inka Provincial

10%
19% Inka Mixta

Alfarería de Fase
34% Inka
Aconcagua
36% Patrón Local
Indeterminada

Gráfico 21 Distribución de las categorías estilísticas en la muestra del Maipo Mapocho.

Gráfico 22 Distribución de las formas en la muestra del Maipo Mapocho.

Alfarería de estilo Inka: Inka Provincial e Inka Mixta

En la clasificación del Maipo Mapocho esta categoría, considera mayor cantidad de morfologías y
una relevante representatividad en la muestra (gráfico 21, gráfico 22) respecto del Aconcagua,
donde esta resultó en escasa frecuencia (gráfico 1). Las aysanas Inka Provincial son una forma
compartida en ambas cuencas, cuya estructura formal es muy similar. La mayor parte de estas

79
aysanas pueden considerarse muy cercanas al referente cuzqueño, particularmente los ejemplares
de cuello corto y ancho que representan una mayoría en la muestra del Maipo Mapocho (Fernández
Baca 1971:20). En ambas muestras, el diseño decorativo involucra el uso del plano decorativo
fundamentalmente en el cuerpo, con unidades dispuestas preferentemente en la vertical, relativas al
bagaje cuzqueño (reticulado, clepsidras, motivo de espiga).

A diferencia del Aconcagua, en el Maipo Mapocho se registra mayor variedad en la categoría Inka
Provincial, presentándose además: aríbalos, kero, ollas pedestales y platos planos. Estos últimos
son la segunda morfología más recurrente en esta categoría. Todos los ejemplares registrados
incluyen apéndices adheridos al borde y en el extremo opuesto un asa tipo ojal. Dicha configuración
formal es bastante estandarizada a nivel provincial, aunque en la vajilla cuzqueña sea poco
frecuente (Matos 1999). En relación a la decoración, se observan diseños polícromos dispuestos en
bandas que recorren el diámetro, que contienen motivos de reticulados oblicuos, y bandas que
recorren el borde y cuerpo de la pieza (como circunscripción) con motivos de rombos o clepsidras
en cadena (figura 37). Todas estas unidades decorativas se encuentran dentro de las
representaciones cuzqueñas, no obstante, la forma en que se configuran en el plato, no es propia
del área nuclear.

Figura 37 Platos planos con motivo decorativo de rombos en cadena de Quilicura (Stehberg 1976a: figura
7, 8, 9).

Los aríbalos Inka Provinciales, a diferencia de los ejemplares Inka Mixtos, presentan decoración
modelada, en ciertos casos un punto de quiebre y bases cóncava-convexas, rasgos que los
acercan más al estándar cuzqueño, pese a que las proporciones, tamaños, y atributos formales
específicos difieran de éste. Así también, en cuanto a los diseños decorativos, estos registran
motivos cuzqueños, no obstante, la configuración de éstos (dominantemente horizontales en vez de
verticales) y el uso de los colores (policromía en relación a la bicromía cuzqueña) en la composición
se alejan del referente original (figura 38).

Figura 38 Aríbalo de Quilicura (Stehberg 1976a: figura 16).


80
En la categoría Inka Mixto se encuentran mayores distinciones entre las cuencas, en términos
cuantitativos (representación en cada muestra) y cualitativos (referentes dominantes y soportes
formales presentes). En el Aconcagua esta categoría contempla sólo un 4%, mientras en el Maipo
Mapocho esta representación resulta ser una de las más relevantes de la muestra (gráfico 21).
Respecto del Aconcagua en el Maipo Mapocho se encuentran en esta categoría, aysanas y jarros
(figura 39), no contemplados en la primera muestra analizada.

Figura 39 Jarros pareados (entierro 4, Vásquez y Sanhueza 2003, Surdoc).

En tanto, en el Maipo Mapocho, no se encuentran la botella Inka (C1) y el cuenco (C4) registradas
en la muestra del Aconcagua. Asimismo pese a que en ambas cuencas esta categoría involucra la
congruencia de referentes de diversas proveniencias, con la alusión a lo Cuzqueño, junto a aportes
Diaguita, Sáxamar o La Paya, en el Maipo Mapocho, ésta combinación involucra además
elementos de la Cultura Copiapó.

Los aríbalos Inka Mixtos del Maipo Mapocho, son muy similares a los del Aconcagua en términos
de la estructura formal y proporciones (base semiápoda o plana-cóncava, cuerpo de formas
ovoidales y cónico-invertidas, proporción del alto del cuello/alto del cuerpo entre 70/30 y 80/20, con
la ausencia de otros rasgos propios del área nuclear, por ejemplo, asas en suspensión o base
pequeña ápoda, entre otros) (figura 40). Tales diferencias respecto del referente formal cuzqueño
se consideran un aporte en la elección local-regional de tales atributos.

Además, existe una mayor diversidad en las opciones relativas al atributo decorativo en el Maipo
Mapocho que en el Aconcagua. La decoración rojo engobado en los aríbalos, se presenta en
porcentajes menores en ambas muestras, pero la decoración polícroma es recurrente en los
ejemplares del Maipo Mapocho, donde además hay variaciones en las configuraciones de la
decoración (disposición horizontal o vertical, en una cara o en ambas) y amplitud en el bagaje de
motivos. Destaca el referente cuzqueño en las expresiones variables del motivo de espiga (por
ejemplo, motivo de espiga invertido, motivo de espiga sin punto), líneas paralelas verticales, rombos
con reticulado oblicuo, clepsidras, entre otros. Otras unidades de diseño refieren a la Cultura
Diaguita. Por ejemplo, los rombos reticulados con triángulos, ventanas y círculos concéntricos
dispuestos en aríbalos, que aludirían a representaciones zoomorfas de platos Diaguita Mixtos
(Correa et al. 2008). Por otro lado, es muy relevante la presencia del motivo en arco, diseño no
cuzqueño, que se ha considerado como “presumiblemente Diaguita” (Cantarutti 2002), aunque
González (1995:65-68)observa que esta configuración no es mayoritaria en la muestra Diaguita que

81
ella analizó (15%), atribuyéndole a las variedades de estos motivos orígenes cuzqueños Sobre esto,
se apreció que se encuentra bien representado en el área, y de manera más homogénea que en el
Norte Chico (Sanhueza 2001). Se ha conjeturado antes que este motivo representaría la estilización
de los cordeles para transportar a los aríbalos (Mostny 1947:34). Como se verá a continuación,
dicho motivo parece ser replicado en otras morfologías de este periodo en el área.

Figura 40 Aríbalo A: Parcela 24-Quilicura; B: La Reina (Stehberg 2013: figura 8 y 11).

Pese a que no se logró evaluar aspectos relativos a la ejecución en general, respecto de los
tamaños y dimensiones, se observa claramente la existencia de cuatro rangos desde aríbalos
chicos a muy grandes, en una distribución relativamente simétrica (anexo 6, gráfico 1, gráfico 2). En
ambas cuencas no se registra el tamaño menor de los aríbalos cuzqueños (Sanhueza 2001). En
cuanto a la mayor frecuencia de un rango de tamaño, se observa que los aríbalos chicos alcanzan
la mayor representación en la muestra, estos consideraron volúmenes del cuerpo de 3300 y 7000
cc y un alto total de 26 a 32 cm (gráfico 23) (anexo 6). Por otro lado, aríbalos muy grandes son
acotados (sobre 25000 cc y un alto total sobre los 52 cm). De éstos, nuevamente destaca el
ejemplar C8 del Aconcagua, con una capacidad volumétrica mayor a todos los aríbalos registrados
(34000 cc) y una altura considerable (51, 4 cm). Al respecto, resultaría interesante evaluar la
relación entre los contextos fúnebres que albergan estos grandes contenedores.

Gráfico 23 Representación de los rangos de tamaño en los aríbalos del Aconcagua y Maipo Mapocho.

82
En los platos planos resultan recurrentes los ejemplares de asa tipo ojal, en menor medida aquellos
que poseen apéndice zoomorfo, mientras que las asas correa dispuestas verticalmente son muy
escasas (se registran sólo 4 ejemplares). Es de destacar que en el Maipo Mapocho se trate de la
clase formal más recurrente del conjunto (gráfico 22), mientras en el Aconcagua, ésta se remite a
las ollas (gráfico 2). Esta mayor cantidad de ejemplares en el Maipo Mapocho implica mayor
variación en los atributos específicos, particularmente evidente en los platos de asa maciza
ornitomorfa, que presenta una amplia diversidad de formas y decoraciones.

En la decoración, se observa en un plano general un conjunto de elecciones compartidas que


innovan respecto del referente cuzqueño tanto en las estructuras de diseño, como en los colores y
en los propios motivos. En éstos no existe el diseño cuzqueño que privilegia la disposición
concéntrica en el interior de estas vasijas, sino que se utilizan de manera general, estructuras
dominantemente cuatripartitas. En ambas cuencas, el diseño decorativo se presenta en una banda
diametral en la que se posicionan unidades de referente diaguita, cuzqueños, La Paya, entre otros
(figura 5, figura 6). Junto a esta banda diametral, se posicionan dos unidades decorativas de
triángulos con línea segmentada, muy similares al motivo en arco de los aríbalos, de modo que se
privilegia una configuración cuatripartita.

Sobre esto hay que acotar que muchos de los motivos decorativos presentes y compartidos por
platos y aríbalos de ambas cuencas, son tomados desde sus referentes originales, donde
usualmente se disponen en soportes diferentes, con ciertos elementos que permiten reconocerles,
pero sin otros componentes. Este fenómeno se evidencia en el referente decorativo del tipo negro
sobre rojo de la Cultura Copiapó, ausente en la muestra analizada del Aconcagua25. A este
respecto, se aprecia que en el motivo del triángulo antropomorfo como unidad decorativa, en Chile
Central se utiliza el marco triangular (rostro), pero no se incluyen rasgos relativos a los apéndices
(pelo o tocado) (figura 41).

Figura 41 Plato plano con motivo de triángulo antropomorfo y greca escalerada, Chile Central sin referencia
de procedencia específica (Surdoc).

En cuanto a las características métricas, los platos planos del sitio Quinta Normal, en relación a
ejemplares del Aconcagua, contemplan un volumen y peso relativo a la talla media, escapándose la

25
Dicha apreciación corresponde a la muestra del Aconcagua analizada, debido a que en el sitio de El Triunfo, se
encuentran ejemplares que incluyen el referente antropomorfo con diversas características (Durán y Coros 1991).

83
pieza más grande (C5) (gráfico 24). En tanto, los ejemplares del Maipo Mapocho resultan más bajos
y de espesor más delgado (Cantarutti y Mera 2002), respecto de los analizados para el Aconcagua
(anexo 5, tabla 4).

Gráfico 24 Distribución del volumen promedio total en platos planos de Carolina y Quinta Normal.

Alfarería de Fase Inka

Esta categoría es relevante en ambas cuencas (gráfico 1, gráfico 21), tanto en términos de su
representación cuantitativa como en virtud de la mayor diversidad de clases formales y referentes
aludidos que contempla. En relación a las clases morfológicas, existe una preeminencia de
referentes locales en el Aconcagua, mientras en el Maipo Mapocho, el referente dominante es el
Diaguita. En este sentido, destacan piezas que no se encuentran presentes en el registro del
Aconcagua, como los jarros zoomorfos (jarros pato y posible pakcha) y plato de paredes rectas de
referente Diaguita (gráfico 22). Dentro de éstos, resulta interesante un jarro pato que presenta
decoración modelada zoomorfa que se aleja de las representaciones usuales para este soporte en
el área diaguita, y podría plantearse como una innovación local (figura 42).

Figura 42 Jarro pato (vasija 1-tumba 5, sitio Quinta Normal, Surdoc).

Otro caso es el del jarro zoomorfo definido como pakcha26, donde se revela una relación más

26
De acuerdo a Hermosilla et al. (2005:270) la pakcha era una vasija de funcionalidad ligada al culto del agua como
dispensador de líquidos. Este tipo de objetos se encuentra ausente en tiempos preinkaicos y por consiguiente,
señalan que se trata de un simbolismo en torno a la llegada del Inka, de relación con “diaguitas inkanizados”, ya
que presenta características relativas a éste grupo cultural (Hermosilla et al. 2005:272).
84
directa con el referente Diaguita, aunque expresado en un concepto morfológico cuzqueño (figura
43). En el cuerpo se encuentra una banda decorada con el motivo de patrón zigzag (Cornejo 1989;
González 2004:C1). Este tipo de piezas escasea en las provincias y parece asociarse a sitios de
agregación social relevantes, como el Estadio Fiscal de Ovalle (Cantarutti 2002) y Cerro La Cruz
(Martínez 2011).

Figura 43 Pakchas A: Peldehue (Hermosilla et al. 2005); B: Estadio Fiscal de Ovalle (Cantarutti 2002:
lámina 94).
Tanto en la muestra analizada del Maipo Mapocho como en el registro del Aconcagua, son
minoritarias las representaciones de cuencos y mayoritarias las de escudillas, jarros y ollas (gráfico
2, gráfico 22). Respecto de los cuencos, en el Maipo Mapocho se observan formas locales con
decoraciones de referente Diaguita o en rojo engobado, en tanto, en el Aconcagua dominan
estructuras formales y decoraciones de referente Diaguita.

En las escudillas de Fase Inka existe una estructura formal similar entre los conjuntos analizados.
Pese a que en las escudillas de la muestra analizada para el Aconcagua existe mayor diversidad
decorativa, los referentes son recurrentemente Aconcagua y Diaguita, en tanto en las piezas del
Maipo Mapocho, no existen referentes atribuibles al bagaje Aconcagua, por ejemplo, no se
encuentran piezas del tipo Aconcagua Salmón Polícromo o Trícromo Engobado. Más bien, en la
muestra del Maipo Mapocho se revelan motivos decorativos que emergen en este periodo, como
son aquellos cruciformes y/o triángulos con vértice opuesto de diseño tripartito o cuatripartito,
ausentes en la muestra analizada para el Aconcagua (figura 44).

Figura 44 Escudillas con motivos triangulares A: San Agustín de Tango (Stehberg 1976a: figura 1); B:
Quinta Normal (vasija 3-tumba 3, Surdoc).
En los jarros de esta categoría, se consideran similares atributos formales entre las muestras.
Dentro de este grupo, no se encuentran jarros con dos asas que se constituyen como una
producción local relativa al curso medio-inferior del Aconcagua. Otra clase de distinciones emergen
en el plano decorativo, pues en los jarros de un asa del Maipo Mapocho predominan decoraciones

85
rojo engobadas, mientras en los ejemplares analizados del Aconcagua, existe mayor diversidad de
decoraciones.

En las ollas de Fase Inka, existen más distinciones entre las muestras. Por un lado, las ollas
analizadas para el Aconcagua, tienen un referente local expresado en la morfología, junto a
decoraciones polícromas de referente Diaguita y Aconcagua. Por el otro, las ollas registradas para
la cuenca del Maipo Mapocho, tienen una estructura formal que difiere de lo preinkaico, con perfiles
compuestos o inflectados, asas labio-adheridas y cuellos hiperboloides bien definidos (figura 45: A,
C). Asimismo, se registran ollas de atributos específicos muy diferentes a los antes descritos, más
cercanas a referentes foráneos, posiblemente del Noroeste argentino (figura 45: B, D). A diferencia
de los ejemplares del Aconcagua, ninguna de estas piezas posee decoración.

Figura 45 Ollas A: Quinta Normal (vasija 5-tumba 4, Surdoc); B: Quinta Normal (vasija1-tumba 2, Surdoc); C:
Quilicura (Stehberg 1976a: figura 22); D: Lenka Franulic (entierro 4, Surdoc).

En los platos campanuliformes, se observan estructuras formales muy similares entre las muestras,
relacionadas directamente con el referente Diaguita, con paredes fuertemente divergentes y muy
altas. No obstante, la decoración del patrón zigzag en la pieza del Maipo Mapocho marca una
distinción a este respecto sobre su símil no decorado del Aconcagua.

Por último, cabe mencionar que en la muestra analizada del Aconcagua, existen formas como
pucos, jarras y vaso, de referentes Aconcagua, Diaguita y Viluco, que en el Maipo Mapocho se
encuentran ausentes.

Alfarería Aconcagua Patrón Local

Sobre la alfarería que tiene predominantemente referentes preinkaicos, es evidente que a pesar de
que se encuentran las mismas morfologías (gráfico 2, gráfico 22), la diferencia en términos de
representación cuantitativa de esta categoría entre las cuencas es grande: 71% (Aconcagua) y 19%
(Maipo Mapocho) (gráfico 1, gráfico 21).

86
Los cuencos tienen una representación escasa en ambas cuencas, compartiendo una estructura
formal general y superficies en rojo engobado y pulidas. En tanto, las escudillas consideran amplia
representación en ambas cuencas. En la muestra del Aconcagua, son más variables los atributos
específicos y la presencia de lóbulos en el borde (pares, simples, decorados con incisos) es más
generalizada que en el Maipo Mapocho. Asimismo en la cuenca del Aconcagua, se encuentran
presentes piezas posibles de adscribir a los tipos Aconcagua Pardo Alisado y Aconcagua Salmón
respectivamente, no relevadas en la muestra del Maipo Mapocho. Por otro lado, en ambas cuencas
existe de modo importante un grupo de escudillas pulidas y rojo engobadas, en algunos casos
decorados con motivos cruciformes (areales) (figura 46). Sobre ello se tiene que estas variantes
decoradas, se encuentran frecuentemente en el área de los Andes, siendo características de la
localidad de Pocuro (Sánchez, comunicación personal 2013) y en el valle del Maipo Mapocho.

Figura 46 Escudillas con motivos cruciformes A: Quinta Normal (Correa et al. 2008:165); B: San Bernardo
(Massone 1978: lámina II).

En los jarros de esta categoría, pese a que la cantidad es bastante disímil entre las muestras, con
una mayor representación en el Aconcagua (gráfico 2) y escasos ejemplares en el Maipo Mapocho
(gráfico 22), vuelve a suceder lo antes expuesto, en el sentido de apreciar una mayor variabilidad
interna en el registro alfarero del Aconcagua. Mientras, en el Maipo Mapocho los jarros no poseen
decoración y pueden ser asignados sólo al tipo Aconcagua Pardo Alisado. Sobre las ollas
Aconcagua Patrón Local, destaca la escasa variabilidad formal que expone la muestra del Maipo
Mapocho frente a la muestra del Aconcagua. En los pucos, sólo se tiene información en el Maipo
Mapocho de la presencia de un ejemplar rojo engobado, mientras, en el Aconcagua esta morfología
considera amplia representación. Finalmente, los tazones remiten sólo a un ejemplar en el Maipo
Mapocho, que se incluye en las variantes concebidas para la muestra del Aconcagua.

En la categoría Aconcagua Patrón Local, hay que evidenciar que pese a que se comparten todas
las formas entre las muestras de ambas cuencas, existe un componente que está ausente en el
registro del Maipo Mapocho o al menos desde la revisión bibliográfica no se apreció. Estos son las
piezas muy chicas l, presentes en el Aconcagua tanto en soportes formales restringidos con cuello
como en no restringidos27.

Quizá lo más relevante de esta evaluación sea enfatizar la representación diferencial que adquieren

27
Como se pudo apreciar la evaluación quedó sólo parcialmente completada, debido a que el registro bibliográfico
en el Maipo Mapocho es dispar, muchos datos relativos a las características métricas, ejecución o huellas de uso,
no pudieron ser relevados, quedando así esta tarea por completar.

87
las categorías estilísticas en cada cuenca, en una (Aconcagua) con mayor presencia de referentes
de la Cultura Aconcagua y componentes locales (Aconcagua Patrón Local), y en otra (Maipo
Mapocho), con expresiones tardías de referentes no preinkaicos locales (Alfarería de Fase Inka),
junto a cerámica sincrética Inka (Inka Mixto). En relación a la relevancia que adquiere la cerámica
en este periodo, la representación de tales categorías sugiere una imagen disímil para cada cuenca
sobre la interacción Inka-Local que puede leerse desde aquí.

Alfarería Indeterminada

Dos registros no pudieron ser asignados a un referente claro. El primero, consigna una vasija
restringida con cuello, asimétrica, inflectada, de cuello corto hiperboloide y cuerpo esférico. De
acuerdo a Stehberg (lámina 4: figura 18:1976b) se trataría de un jarro zoomorfo. El segundo,
registra una vasija restringida con cuello, de cuerpo esférico, base plana convexa, y doble asas:
arco correa verticales en cuerpo y asa cinta oblicua en cuerpo-cuello, que puede acercarse a las
variantes de una urna (figura 47).

Figura 47 Olla-urna de referente indeterminado (Stehberg 1976b: figura 36).

88
5 Discusión

Dinámica de la interacción social entre las comunidades del curso medio-inferior del
Aconcagua y el Inka: incanización y resistencia

La dinámica de la interacción entre las comunidades del curso medio-inferior del Aconcagua y el
Inka fue pensada desde las ideas de incanización y resistencia. La primera, es discutida a partir de
la variabilidad encontrada tanto en la formas de depositación de los muertos como en las ofrendas
que les acompañaban. Es así como González y Rodríguez (1993) planteaban a modo de hipótesis
que “las inhumaciones en tierra con sus respectivas ofrendas, corresponderían a grupos en proceso
de incanización dependientes a individuos fuertemente incanizados que debieron ocupar
determinadas sepulturas con cámaras subterráneas, algunas con túneles de acceso, ofreciendo un
contexto variado y ofrendas numerosas, con una significativa impronta de los mitimaes diaguitas” (p.
231). Si bien dicha idea remite a un enfoque unidireccional, resulta una aproximación interesante
que permite sugerir diversos grados de interacción/incanización e identidades en juego dados a
partir del examen de los patrones funerarios estudiados para la cuenca del Maipo Mapocho y
Aconcagua (subcapítulos 1.3, 1.4, y 4,3).

La primera modalidad o grado de incanización es representada por el sitio de La Reina. Se trata de


un contexto fúnebre sin parangón a nivel regional, pues presenta entierros abovedados, una amplia
materialidad relativa a bienes singulares distribuida en escasas tumbas. Además este es el contexto
fúnebre que tiene mayor representación de ofrendas alfareras. Sólo para ilustrar, en la Tumba II, el
total de la alfarería dispuesta como ofrenda junto a otros objetos, corresponde a 12 aríbalos, 22
platos bajos, tres jarros, dos ollas pedestal y dos ollas domésticas (Mostny 1947:24). Debido a que
en este contexto existen escasos materiales que tengan un referente local, es posible plantear que
autoridades ligadas al Tawantinsuyu invirtieran en este espacio mortuorio. No obstante, la cerámica
cuzqueña propiamente tal se reduce a escasos ejemplares, lo que es evidente cuando la autora
describe a los aríbalos, donde distingue formas aribaloides (aríbalos Inka Provinciales) de la forma
tradicional Inka (aríbalos Inka Cuzqueños): “en las sepulturas de La Reina, se encontraron tanto los
pseudoapodos como los aríbalos o ápodos incásicos. Estos últimos sólo representados por un
ejemplar” (Mostny 1947:33).

La segunda modalidad está representada por aquellos contextos mortuorios que incluyen
expresiones relativas a la actividad Inka en la zona, con alfarería Inka Provincial e Inka Mixta,
escasos bienes de prestigio, como por ejemplo, metales, textiles, entre otros, y arquitectura
mortuoria. Situamos aquí a Nos, San Agustín de Tango y Quilicura en la cuenca del Maipo-
Mapocho y a El Triunfo y Carolina en el valle de Aconcagua. En general, dichos contextos destacan
por constituir espacios acotados de depositación de tumbas en fosas, con diferencias apreciables
en términos cuantitativos y cualitativos en la ofrenda de los individuos depositados. Estos contextos,
donde se combinan elementos locales e Inkas, representan la asociación a un nuevo referente en
una relación sincrética y la ruptura con las anteriores formas de experimentar la muerte.

La tercera modalidad, se define por un grupo de contextos mortuorios que presentan entierros
simples de fosas, sin presencia de arquitectura, donde los objetos singulares son restringidos y se
89
distribuyen en relación a jerarquías horizontales (etáreas, en particular orientadas al grupo de
infantes) más que verticales, mientras en la alfarería existe predominancia de referentes locales y
mixtos (locales y foráneos) de esta fase. En esta categoría se encontrarían la mayoría de los
contextos, por ejemplo, Carrascal, Jardín del Este, Lenka Franulic en la cuenca Maipo-Mapocho y
Estadio Quillota en el Aconcagua.

Una interpretación posible es que esta gradiente de incanización se corresponda con distintas
etapas respecto del mismo proceso de expansión y dominio del Tawantinsuyu. En consecuencia, lo
que observamos como un fenómeno paralelo (distintos grados de incanización) sería la expresión
de distintas etapas de un proceso. Podrían apoyar esta idea la ubicación más temprana de los
contextos funerarios tradicionales del Aconcagua y la reiteración de contextos funerarios
incanizados del Maipo Mapocho y Aconcagua hacia el 1500 d. c. Sin embargo, la divergencia en los
datos de los fechados (termoluminiscencia y radiocarbónicos) no permite reafirmar completamente
esta idea. Así, una interpretación alternativa podría vincular estos distintos grados de incanización
con la variabilidad de modalidades que sostuvo la interacción del Inka en estas regiones. La
materialidad cerámica de estos contextos fúnebres puede aportar a la caracterización, en la medida
que la distinción de estilos y referentes otorga una visión de la articulación de estos procesos
políticos, la respuesta local a la incorporación o exclusión del proyecto estatal (Bray 2003a, 2004;
Hayashida 1994; Uribe 2004).

La segunda manera de entender la interacción, es postulada desde la idea de la resistencia como


persistencia de prácticas culturales y reafirmación identitaria, contemplada a partir del estilo alfarero
fúnebre local.

Desde una perspectiva general, la cerámica va a plantearse en estos tiempos como una expresión
simbólica muy relevante, por sus cualidades intrínsecas (durabilidad, ubicuidad, entre otros), pero
particularmente importante para el curso medio-inferior del Aconcagua, donde se carece de otros
habituales medios de expresión no discursivos, como el arte rupestre. La materialidad cerámica en
este sector del valle se vuelve clave en la expresión simbólica-narrativa de las comunidades.

La variabilidad alfarera de estos tiempos en el curso medio inferior del Aconcagua, contrasta con el
periodo Intermedio Tardío anterior, con una alfarería Aconcagua de estándares decorativos,
tecnológicos y morfofuncionales, entre otros, altamente normados (Falabella 1997) y en este
sentido, constituyó un desafió utilizar herramientas conceptuales e interpretativas que dieran cuenta
de esta heterogeneidad, no como la expresión de entidades puras o enmarcadas en relaciones
unilaterales (distinción alfarería local e Inka, presencia de imitaciones o influencias entre estilos),
sino siempre resaltando las dimensiones dialogantes y constructivas intrínsecas del estilo alfarero,
abierto a referentes de su entorno social. De esta manera, se postuló una clasificación fundada en
la disgregación de referentes decorativos y morfológicos, y más tarde, en la distinción de patrones
morfométricos y de huellas de uso.

La distribución de la clasificación para la muestra del Aconcagua medio-inferior, reveló la existencia


de un grueso conjunto de estilo local, vinculado a la totalidad de las piezas comprendidas en la
categoría Aconcagua Patrón Local (que en la muestra alcanza un total de 71%) y a la mayor parte
90
de las definidas para Fase Inka (de acuerdo al referente morfológico y características morfométricas
analizadas), alcanzando la más alta representación de la muestra, con elaboraciones distintivas del
curso medio-inferior del valle. Este componente local se estimó en su asociación a esqueletos
datados, desde 1319 años d. c. hacia 1445 años d. c. (subcapítulo 4.4).

En este conjunto cerámico local se presentan los tipos definidos en la Cultura Aconcagua, con
énfasis divergentes en cada categoría. Por ejemplo, en escudillas y pucos Aconcagua Patrón Local,
existen de forma dominante el rasgo “lóbulos en el borde”, tanto en los tipos Aconcagua Rojo
Engobado, Aconcagua Pardo Alisado y Aconcagua Salmón, como en tratamientos monocromos
pulidos. En tanto, en la categoría Fase Inka éstos encuentran elaboraciones polícromas
expresadas, en el tipo Aconcagua Salmón Polícromo. Un motivo recurrente resultó ser el trinacrio
(subcapítulo 4.2) cuya variación en ambas categorías, puede ser interpretada como innovaciones o
anomalías en un estilo o en estilos cercanos (Hegmon y Kulow 2005). Las mayores diferencias
entre las categorías estilísticas se apreciaron en las huellas de uso, particularmente en la exposición
al fuego y sustancias adheridas que se revela en pucos y escudillas Aconcagua Patrón Local, sobre
la escasa presencia de éstas en las piezas de Fase Inka. Esto sugiere una funcionalidad asociada
más al procesamiento y servicio de contextos acotados en las piezas de Fase Inka, y de usos más
diversos para los ejemplares Aconcagua Patrón Local.

El componente distintivo del curso medio inferior del Aconcagua se expresó principalmente en
referentes morfológicos como jarros con dos asas de perfil compuesto y cuerpo esférico y ollas
donde fue característica la escasa definición de perfil y cuello corto que presentaron, junto a
cuerpos de preferencia ovoides y esféricos, tanto de Fase Inka como Aconcagua Patrón Local. En
relación a otras formas de usos comparables, estos jarros (de ambas categorías) consideran un
volumen escaso, diámetro del borde menor a otras morfologías, cuellos estrechos y un par de asas
de orificios muy pequeños (para un uso posible de amarras), aspectos que plantean una
funcionalidad relativa al transporte de líquidos de gran versatilidad y consumo individual. Por otro
lado, en las ollas, las divergencias entre las categorías conducen a considerar un uso prioritario de
las piezas de Fase Inka en el procesamiento de alimentos, mientras la mayor diversidad interna
expresada en las piezas Aconcagua Patrón Local, implica también usos variables, desde el
almacenamiento de sólidos en contenedores de gran envergadura, hasta la cocción de alimentos
sobre fuego en ejemplares medianos. En el caso de las ollas, cada categoría estilística estaría
cumpliendo un rol específico dentro de una vajilla común, en un caso asociado a usos acotados,
quizá ceremoniales/rituales (Fase Inka), y en el otro, en relación a una mayor diversidad de usos
cotidianos y ceremoniales/rituales (Aconcagua Patrón Local).

Esta predominancia de la tradición local alfarera, se uniría a otras esferas o ámbitos que
caracterizaron el modo de vida de las comunidades como el patrón habitacional, tradiciones
tecnológicas como la lítica, entre otros, que parecen persistir sin albergar trasformaciones en lo
fundamental en este periodo (Pascual 2012; Pavlovic et al. 2013). La idea anterior parece repetirse
en el ámbito funerario, pues en la mayoría de los contextos, por ejemplo, Ancuviña El Tártaro,
Bellavista, El Palomar, Fundo Esmeralda, entre otros, se presenta una continuidad

91
ocupacional/espacial y las evidencias de la incidencia del Inka son relegadas a la cerámica local
que emerge en este periodo (alfarería de Fase Inka) (Pavlovic et al. 2013).

Expectativa histórica v/s trabajo realizado

La historia temprana contiene un relato nítido sobre la importancia que habría adquirido el valle de
Quillota y sus alrededores en el proceso de expansión Inka (Contreras 2004; Keller 1974; Silva
1985; Vivar 1979[1558]). La arqueología asumió esta relevancia (Stehberg 1995) y en el imaginario
de ambas disciplinas, se instala el Valle de Quillota como un espacio destacado en términos
geopolíticos, definiéndose como un centro administrativo-político Inka, parte del itinerario del
qhapaqñam, donde existirían relevantes autoridades estatales y mitimaes Diaguita

Resultado de las anteriores ideas, era esperable que en diversos ámbitos del modo de vida de las
comunidades locales se manifestara la vinculación al Inka y a los mitimaes Diaguita, conforme a los
relatos históricos. En particular, nos interesaba indagar cómo se expresaba esta dinámica en la
funebria, donde la expectativa apuntaba a la existencia de cementerios que señalaran claramente
un “proceso de incanización” (González y Rodríguez 1993), con alta inversión de energía en el rito
mortuorio en general (presencia de arquitectura fúnebre), y una distribución de bienes diferencial,
donde destacaran objetos usualmente asociados a la actividad Inka en la zona (por ejemplo,
objetos de metal, alfarería estilo Inka, entre otros). El análisis cerámico de cementerios y hallazgos
fúnebres del curso medio-inferior del Aconcagua reveló que esta expectativa no se cumple,
evidenciando la preponderancia de la tradición local sobre escasos patrones mortuorios tardíos y
alfarería de referentes Inkaicos.

En la alfarería fúnebre analizada para la porción media-inferior del Aconcagua, el impacto del
dominio Inka es escasamente perceptible. Esto es evidente en primer término, en la escasa
representación que tienen las piezas de estilo Inka (tanto Inka Provincial como Inka Mixtas) que
comprenden un porcentaje menor (5%) en la muestra. Los dos registros Inka Provinciales
(aysanas), coinciden con el estándar cuzqueño para estas clases formales. Sucede lo mismo con
los aríbalos y platos planos Inka Mixtos, que contemplan también los parámetros usuales descritos
para éstos en las provincias. Mientras, tanto la botella como el cuenco de este grupo, poseen
referentes morfológicos foráneos poco claros. En segundo término, es evidente que en esta
alfarería Inka no se encuentran elementos decorativos locales (Aconcagua) en sus
representaciones. En tercer lugar, tampoco se registró una combinación de elementos Inkas y
locales (decorativos o formales) en piezas de referente morfológico local, panorama que contrasta
notoriamente respecto del área Diaguita y el sector de San Felipe-Los Andes (Sánchez et. al. 2000;
Pavlovic et. al. 2002). Sin embargo, hay que puntualizar que respecto del conjunto, estos
ejemplares inkaicos destacan y se alejan del componente local, por una elaboración cuidada en
general, expresada tanto en la manufactura regular de morfologías de perfil complejo y compuesto,
con escasa heterogeneidad en los datos métricos al interior de cada pieza, como en la ejecución de
las decoraciones, caracterizadas por altos niveles de simetría en el diseño y trazos muy regulares
en sus medidas (subcapítulo 4.1). De este modo, es posible plantear que se trata de un estilo
particular, con contextos de producción que actúan diferenciados de lo local.

92
Ahora bien, estas piezas de estilo Inka (tanto Inka Provinciales como Inka Mixtas) comparten
rasgos generales con los conjuntos registrados para la cuenca del Maipo Mapocho (subcapítulo
4.5). La cercanía entre estas piezas puede ilustrarse con el caso de los aríbalos. En los
aríbalos, existe un diseño morfofuncional (base semiápoda o plana-cóncava, cuerpo de formas
ovoidales y cónico-invertidas, proporción del alto del cuello/alto del cuerpo entre 70/30 y 80/20,
con la ausencia de otros rasgos propios del área nuclear) y decorativo (uso de planos
decorativos fundamentalmente en el cuerpo de las piezas, privilegio de la policromía, utilización
de un amplio bagaje de motivos de referente mixto Cuzqueño, Diaguita, Noroeste Argentino,
entre otros) que dice relación con elecciones locales-provinciales comunes entre las cuencas.
Un asunto relevante de cotejar es la variable del tamaño, porque contribuye a generar una
distinción tanto al interior de esta alfarería Inka como entre los contextos alfareros. Desde un
plano general, si se evalúa este tamaño en relación a los aríbalos cuzqueños, resulta interesante no
encontrar el tamaño más pequeño del Cuzco, sino contenedores relacionados con capacidades
mayores, denotando siempre un uso comunitario. Es que la mayoría de los contextos tanto del
Aconcagua como del Maipo Mapocho, registró aríbalos de tamaño chico (menores a 7 litros y hasta
32 cm de altura). Mientras los aríbalos de tamaño muy grande (sobre 25 litros y hasta 56 cm de
altura) se concentraron en escasos sitios, como Marcoleta, La Reina, Quilicura y Carolina. Estos
aríbalos de gran capacidad, señalan la existencia de contextos de consumo bastante amplios, lo
que sumado a que en términos generales otros objetos de estos sitios consideran una mayor
vinculación a lo Inka, implica que se trate de espacios de relevancia provincial.

Por otro lado, en ninguna de las muestras registradas (tanto del Aconcagua como del Maipo
Mapocho) se consignaron piezas Inka Cuzqueñas. Más bien se trató siempre de elaboraciones
locales-regionales, de referente morfológico y decorativo cuzqueño, en parte, y referente mixto en
su mayoría. La ausencia generalizada de piezas cuzqueñas en estos espacios meridionales tiene
implicancias relevantes. Por ejemplo, la circulación de estos ejemplares resultó muy restringida, y
posiblemente actuaron jerarquías y roles diferenciados en el acceso, destacando dentro de la
dinámica regional el sitio de La Reina. Por otro lado, se enfatiza el consumo y producción de estilos
de referente mixto (Inka, Diaguita, La Paya, Aconcagua) donde es probable que existiera mayor
incidencia de los alfareros locales en la manufactura. Esto último también abre nuevas posibilidades
de cotejar la relevancia de las destrezas y conocimientos que tuvieron que adquirir los alfareros
locales en este contexto. Junto a lo anterior, hay que puntualizar que esta ausencia de cerámica
cuzqueña no implicaría necesariamente la existencia de un dominio menor o ausencia del Estado
en estas regiones, sino quizá un proceso de adscripción y participación mayor de las colectividades
locales.

En lo particular, la escasa representación que tiene la alfarería fúnebre estilo Inka en el Aconcagua
y la relevante representación que ostenta en el Maipo Mapocho, señala no sólo diferentes
distribuciones/consumos y contextos de interacción, sino también una distinción respecto de la
posición general y relevancia que adquiere cada cuenca en el proyecto político Inkaico. Como
apreciación general, es posible postular que los contextos fúnebres más incanizados (cualitativa y
cuantitativamente) se encontrarían en la cuenca del Maipo Mapocho. Ahora, ¿qué implicancias
alcanza esta diferencia? Preliminarmente, es posible plantear que el valle del Maipo Mapocho
93
emerge como un espacio donde la política Inka se desarrolló de modo exitoso, y la medida de este
éxito puede observarse en la adscripción ideológica de las comunidades locales al Tawantinsuyu,
congruencia tal, que es posible apreciarla a nivel del rito funerario de modo mucho más patente y
asequible que en el Aconcagua.

Más allá de lo poco inkaico que resulta el contexto alfarero en el Aconcagua, hay que ahondar en el
rol que adquieren las categorías de Fase Inka y Aconcagua Patrón Local en estos conjuntos
funerarios. Respecto de la alfarería que se plantea como emergiendo en este periodo (Fase Inka),
se aprecia que adquiere gran relevancia en ambas cuencas, tanto en su mayor frecuencia en los
conjuntos, como en la gran diversidad de morfologías y decoraciones que engloba.

En las vasijas de Fase Inka analizadas para el Aconcagua de referente morfológico local, se
encuentran escasos elementos decorativos foráneos, y en todos los casos estos aluden a culturas
del Norte Chico, por ejemplo, en jarros se aprecian referentes de la decoración Cuarto Estilo
(Mostny 1944), en escudillas existen unidades mínimas de composiciones complejas de referentes
del tipo Ánimas II (Guajardo 2011) y en ollas se consideran patrones Diaguita clásicos (Cornejo
1989; González 1995).

Por otro lado, es de destacar que en la muestra no existieran referentes morfológicos foráneos con
decoraciones de referente local. Se aprecia entonces escasa integración en este sentido (desde lo
foráneo a lo local). Por el contrario, se registró que en morfologías locales se realizan decoraciones
con referentes foráneos como el Diaguita. Esta última relación de incorporación es relevante, pues
esto no sucede con todos los componentes foráneos con los que se interactúa, en particular con lo
inkaico. Resulta interesante además que se trate exclusivamente de referentes decorativos, como
signos manifiestos que se pretenden exhibir. Todas estas decoraciones de referente Diaguita tienen
un estándar de composición que en relación al Norte Chico respeta el uso de colores (por ejemplo,
negro y rojo sobre blanco), formas de las unidades mínimas (por ejemplo, greca y triángulo
escalerado), estructura o simetría utilizada en la disposición de estas (por ejemplo,
bidireccionalidad). Mientras, modifica otros aspectos, como la direccionalidad general (por ejemplo,
ángulo oblicuo a la izquierda), uso del espacio (por ejemplo, plano del cuello y cuerpo en ollas) y
proporcionalidad (por ejemplo, relevancia del tamaño de las unidades).

Sobre estas piezas de referente decorativo Diaguita, es interesante que pese a que es posible
reconocer una alusión clara a la cultura del Norte Chico, tanto las variantes como la disposición en
morfologías locales (ollas, jarros, escudillas) así como la innovación que se genera en el plano
decorativo, permiten sugerir una producción local de éstas. No obstante, la manufactura de la
mayoría de estas piezas tiene rasgos como coeficientes de variación de pinceladas muy regulares,
prácticamente iguales entre sí, y gestos técnicos particulares (aplicación de la pintura previo al
proceso de cocción, buena fijación de pigmentos) diferentes a los apreciados en soportes análogos
(por ejemplo, ollas con decoraciones de referente local Aconcagua). Estos rasgos de manufactura
particulares conducen a pensar en distintos contextos de elaboración para cada referente
decorativo. En el caso de las piezas con referentes decorativos Aconcagua esta evidencia apunta a
una mayor convergencia de alfareros productores de estas ejecuciones variables, cuestión que

94
delata “múltiples manos” en el proceso, concordante con otros estudios desarrollados (Falabella
1997). En Las piezas con referentes decorativos Diaguita, en tanto, es posible plantear la existencia
de un mismo evento de producción para estas vasijas o una mayor estandarización en la ejecución,
siendo necesario contrastar aquello con otros aspectos tecnológicos. En este sentido, las reglas del
diseño decorativo se encontrarían determinadas por el referente aludido, y el hábito y gesto
individual del alfarero.

Para situar a estas piezas, que poseen referente decorativo Diaguita y referente morfológico local,
pertenecientes a la categoría Fase Inka, hay que considerar los datos regionales. Materiales de
carácter sincrético (Diaguita y local) se encuentran en otros espacios fúnebres del valle con
dataciones mayormente vinculadas al periodo Intermedio Tardío (Bellavista, Ancuviña El Tártaro,
Plaza de Olmué) (Pavlovic et al. 2013). A esto se suman las dataciones del sitio Estadio Quillota
sobre piezas de referente Diaguita que resultaron más tempranas (1316 a 1409 años d. c.)
(subcapítulo 4.4). Ambos datos contribuyen a la observación de una interacción con lo Diaguita con
un carácter preincaico.

Ante dicha situación resulta necesario cuestionarse la idea de una presencia de comunidades
mitimaes Diaguita habitando la zona. Esto se condice con el panorama general, pues no se
encuentran evidencias en sitios habitacionales, ni en cerros aledaños al valle, que den cuenta de
una “actividad Diaguita” (Pavlovic et al. 2013). Tampoco se ha encontrado material adscrito a lo
Diaguita en asentamientos tipológicamente más asociados al Inka (sitios como El Tigre, Mercachas,
Mauco, o Carolina) (Ávalos y Saunier 2011; Troncoso et al. 2012). Aunque en otros sitios como
Cerro La Cruz y El Tártaro si se encuentra material cerámico adscrito a lo Diaguita (Pavlovic et al.
2013).

En el Aconcagua, desde la alfarería analizada en particular desde la incorporación de decoraciones


Diaguita a morfologías locales, es posible plantear una interacción cercana que supuso contacto
interétnico e interdependencia. Se trataría de una relación de larga data y preincaica que no resultó
en la mediación del dominio Inka, implicado en la idea de la presencia de mitimaes Diaguita en la
zona. Este planteamiento no obstante, no termina por caracterizar la relación que sostuvieron las
comunidades del valle del Aconcagua y del Norte Chico, permanecerá sin dimensionar aún el
carácter de esta interacción. Por ejemplo, habría que estimar si existen en sitios del Norte Chico
evidencias materiales que den cuenta del uso/consumo de referentes Aconcagua en distintos
soportes materiales, de modo tal de poder catalogar cierta bidireccionalidad en el flujo de la
interacción o determinar si ésta supone una jerarquía. En el Maipo Mapocho, donde el referente
decorativo Diaguita es muy relevante tanto en piezas Inka Mixtas como en aquellas de Fase Inka
que expresan elaboraciones singulares -como el jarro pato que presenta una decoración que se
aleja de las representaciones usuales para este soporte del área Diaguita y se plantea como una
innovación local (figura 41)-, resulta muy interesante evaluar qué sucede respecto de la
temporalidad, el registro de otra clase de contextos, entre otras evidencias, que permitan esclarecer
el rol de esta cultura en tal cuenca.

95
Por otra parte, la intermediación de un agente foráneo al área, más que responder a la problemática
inicial sobre el carácter de la dinámica de la interacción Inka-comunidad local, crea más preguntas
por cuanto refiere a “lo Diaguita”. Por ejemplo, no están claras las atribuciones que tienen las
poblaciones Diaguitas respecto al Estado (González 2000).

En síntesis, desde la alfarería fúnebre analizada para contextos del curso medio inferior del
Aconcagua es posible establecer la predominancia del estilo alfarero local en el tiempo, con formas
distintivas del valle, referentes morfológicos y decorativos fundados en la Cultura Aconcagua,
patrones morfométricos y huellas de uso que establecen consumos individuales y familiares, y una
variabilidad explicada por una producción a nivel doméstico, que delatan una arraigambre
tecnológica y tradicional común. La apertura hacia la adopción de referentes foráneos fue escasa,
posible de visualizar tanto en la nula inclusión de motivos decorativos foráneos en las vasijas
locales, como en la exigua combinación de elementos decorativos no locales y locales en las
piezas. La alfarería de estilo Inka es exigua, y no posee decoraciones locales en sus morfologías.
Más bien, sus rasgos relativos tanto a los diseños morfológicos como decorativos y a la ejecución
de estas piezas Inka Mixtas y Provinciales, revelan que no se elaboraron en contextos locales de
producción, sino más bien regionales. En tanto, la vinculación con referentes decorativos Diaguita,
más que reafirmar la presencia de mitimaes Diaguita, contribuye a pensar en relaciones de larga
data, en una interacción que supone a las comunidades del Aconcagua accediendo a estos
referentes decorativos en un proceso de reformulación e integración cultural relevante.

La mayor vinculación a referentes morfológicos y decorativos Aconcagua en la cuenca homónima,


indica la perduración de la tradición local en un nuevo marco sociohistórico, esto porque las fechas
revelan una persistencia en el tiempo hacia mediados 1400 d. C., inclusive considerando vasijas no
restringidas de referente como el Aconcagua Salmón, asociada al esqueleto datado en 1396 a 1436
d. C. Esta perduración de la tradición alfarera local, con escasa integración de elementos foráneos
(particularmente de lo Inkaico), puede leerse como un intento de diferenciarse, establecer límites
respecto de los miembros y lo extraños (Barth 1976), conservarse y resistir en la identidad local.

La comunidad del curso medio inferior del Aconcagua desde la esfera fúnebre

Para discutir esta idea, volveremos sobre los contextos funerarios analizados (subcapítulo 4.4). El
sitio Estadio Quillota posee características generales que resultan muy similares a otros espacios
fúnebres de Chile Central, empero, existen otros rasgos que permiten evidenciar la particularidad
que alberga. Comparte con otros contextos la continuidad de uso del lugar, la ausencia de
arquitectura, la predilección por entierros en fosas, la existencia predominante de inhumaciones
primarias e individuales, sin embargo con la presencia relevante de tumbas colectivas, así como un
escaso ajuar con materialidades acotadas y cantidades escasas, destacando dentro de éstas la
cerámica. Pese a ello, su singularidad claramente resalta, pues en relación a otro tipo de sitios del
periodo contemporáneos (habitacionales, funerarios y de agregación social, entre otros), presenta
rasgos como su gran envergadura, percibida tanto en la cantidad de recursos desplegados en sus
rituales (con un total de 234 piezas alfareras registradas), individuos depositados (alrededor de
140), el uso intensivo del espacio (distribución de tumbas) (Ávalos y Saunier 2011:85, figura 22

96
levantamiento topográfico) y la recurrencia ocupacional que existe en términos temporales, desde
tiempos alfareros tempranos a tardíos, que escapan a los patrones tradicionales fúnebres del
Aconcagua e incluso respecto de otros valles.

En este contexto funerario los bienes alfareros, vinculados mayormente al ámbito de lo mundano y
si se quiere doméstico, y predominantemente de referente Aconcagua Patrón Local, se
distribuyeron de forma homogénea en cantidades escasas en cada tumba (en promedio no más de
dos vasijas por individuo). Mientras, bienes singulares como adornos de metal, adornos de piedra,
entre otros, resultaron de acceso muy restringido. Aparentemente, esta distribución diferencial no
tiene correlato con la definición de espacios exclusivos al interior del cementerio (diferencias en la
ocupación espacial, por ejemplo, con un sector de entierros dedicado a ciertos individuos) (Baeza
2010; Ávalos y Saunier 2011; Gajardo-Tobar y Silva 1970).

Es de notar la existencia de cierta predominancia de entierros secundarios que implicaron un ciclo


más largo del rito, así como la notable presencia de tumbas colectivas, ambas prácticas que se
desarrollan de modo continuo en el tiempo. También resulta relevante la representación etaria
(constituida desde lactantes hasta individuos seniles) y sexual, que otorga una imagen parcial de
varias generaciones sin evidenciar registros de mortalidad relevantes o sesgos culturales a este
respecto28. Por otro lado, la gran cantidad de individuos enterrados de manera
constante/contemporánea en un tiempo acotado, sugiere la existencia de lazos que van más allá de
la unidad doméstica/familiar. Esta situación es interesante, pues el espacio mortuorio en este caso
estaría reflejando estructuras comunitarias más que familiares.

En este contexto, los gastos del ritual mortuorio debieron resultar altos para estas comunidades,
porque constantemente necesitaron invertir los bienes disponibles en nuevos ciclos fúnebres (gran
recurrencia y ocupación del lugar en un rango cronológico aparentemente muy estrecho). La
integración y el fortalecimiento de los lazos al interior de las comunidades son relevantes,
visualizado en la equidad de la distribución de bienes alfareros de referentes locales, la relevancia
de las tumbas colectivas, ausencia de diferencias en la ocupación espacial, entre otros, si bien las
diferencias de estatus, roles y personalidades al interior, también están presentes a través de la
heterogeneidad en el acceso y distribución de bienes singulares. Sobre esta última idea, y aunque
la muestra es acotada, es posible sugerir que el fenómeno de género se estaría enfatizando,
cuestión evidenciada en la asociación a ciertos referentes de estilo cerámico por sexo. En los
entierros femeninos se expresan referentes más diversos de Fase Inka y Aconcagua Patrón Local,
mientras que en los entierros masculinos existen exclusivamente referentes Aconcagua Patrón
Local. Otra distinción dice relación con la asociación recurrente de bienes singulares a individuos
subadultos, que destaca la distinción etaria de la comunidad (adulto-subadulto). Por otra parte, no
sabemos si otra clase de bienes singulares como la alfarería estilo Inka se asoció específicamente a

28
En la muestra bioantropológica (Abarca et al. 2013) no se encontraron índices de mortalidad por rango etaria por
ejemplo, alta tasa de mortalidad infantil. Tampoco existió mayor incidencia de la mortalidad de un sexo sobre otro,
explicada por relaciones culturales u otro tipo de variables.

97
individuos subadultos o adultos de mayor jerarquía, mas, estos bienes resultan sumamente escasos
y su asociación necesariamente exalta una diferencia.

Las diferencias del tratamiento del ajuar fúnebre en relación al género y la edad, que se encuentran
relacionadas con aspectos de la identidad personal, junto a la presencia importante de tumbas
colectivas y la recurrencia ocupacional de este espacio, van delatando “rasgos de la sociedad viva”
donde predominan las solidaridades comunitarias y una forma sociopolítica caracterizada por la
ausencia de jerarquías o poder institucionalizado. En particular, resulta interesante destacar la
divergencia del tratamiento en el ajuar por género, pues en las crónicas tempranas se delata una
división del trabajo por sexo, que otorgaba mayor valor social en la contribución masculina
(González de Nájera 1889 [1614]:54; Rosales 1877:153; Vivar 1979 [1558]: 50). En esta imagen
relativa de la vida social, no existen grupos o personajes distinguiéndose en virtud de sus
posiciones o rangos, sino más bien se puede postular que se exacerba una homogeneidad comunal
que se halla en tensión con aspectos identitarios de género, edad e interés personal. De esta
manera, existe concordancia respecto del análisis histórico en virtud de la tensión percibida entre
géneros y manifestada en las asociaciones materiales diferenciales, particularmente en cuanto a
los referentes cerámicos. No obstante lo anterior, igualmente hay que introducir en la discusión a
aquellos elementos que se escapan de este modelo social propuesto. Constituirían parte de estos,
por ejemplo, las escasas evidencias inkaicas presentes que se integrarían como “emblemas” o
símbolos políticos, otorgando una posición respecto del resto que dice relación con la adquisición
de nuevos roles y agencias que no corresponden a los tradicionales. Son elementos que por sus
cualidades y la interacción que implicaron, generan un quiebre y contribuyen a expresar el
consentimiento a la dominación.

En el otro polo se encuentra el contexto fúnebre de Carolina. Este se constituyó como un espacio
habitacional y funerario de grupos acotados en la porción más tardía del periodo. Posee
características que se alejan del patrón tradicional mortuorio del valle (cuenca media-inferior), y se
acerca a contextos como El Triunfo; existen escasas tumbas, el ajuar refiere exclusivamente a
alfarería estilo Inka y a metales, existe evidencia de esqueletos con signos de violencia, entre otros.

La relevancia que ostenta este sitio en el valle, puede esbozarse a partir de los patrones
diferenciales de consumo, convocatoria y redistribución que marca la vajilla asociada en los
entierros. Es interesante subrayar en particular a partir de la presencia de un aríbalo de gran
envergadura en Carolina, con la considerable diferencia volumétrica que existe respecto de los
contenedores locales (por ejemplo, jarros y ollas Aconcagua Patrón Local de gran representación
en el sitio Estadio Quillota), la introducción de nuevas técnicas de almacenamiento y la participación
de unidades de consumo mayores vinculadas a una convocatoria pública (intercomunitaria). La
muerte constituye en este caso una esfera de distinción, cuestión que se observa también al interior
de los entierros, donde se destacan algunas individualidades sobre otras. Por ejemplo, el individuo
1 posee 5 vasijas de referente sincrético foráneo (Inka Mixtas), además de ostentar una placa de
cobre, en contraposición a los otros individuos que contemplan entre 3 a 1 vasijas, sin asociación a
artefactos de metal. Esto sugiere así, la existencia de diferencias en la posición vertical (jerarquía y
rango).
98
Si asumimos una contemporaneidad entre los contextos del sitio Carolina y Estadio Quillota (las
fechas se traslapan en la porción más tardía del Estadio Quillota), ubicados a escasos kilómetros
entre sí, es posible observar la exclusión que se produce en el ámbito funerario. Por un lado, se
encuentran grupos selectos “incanizados” que representan nuevas formas de experimentar la
muerte enfatizando las distinciones relativas al poder, mientras por el otro, existe una colectividad
que persiste en sus tradicionales ritos mortuorios, resaltando los aspectos homogeneizantes y el
sentido comunitario sobre otra clase de diferencias.

Cronología del periodo Tardío

La temporalidad de los contextos fúnebres registrados (Carolina y Estadio Quillota) se desarrolla


entre los años 1400 hacia 1500 d. c., y desde un punto de vista más general, la porción temporal
que estudiamos (periodo Tardío) corresponde a un rango arqueológico estrecho (desde el siglo XIV
hasta mediados del siguiente). Este básicamente se ha entendido en relación al proceso de
expansión del Tawantinsuyu. Evidentemente, se vuelve relevante la problematización sobre las
características del dominio en las regiones meridionales y en particular, la pregunta de ¿cuándo
comienza la incorporación?.

En esta discusión se ha opuesto la perspectiva historiográfica a la arqueológica. Por un lado, la


visión historiográfica sostiene un rango temporal posterior al 1470 d. c., que implica la idea de
dominio acotado, y por el otro, la perspectiva arqueológica postula retrotraer este proceso y en
algunos casos plantea un inicio de la presencia Inka hacia el 1400 d. c. (Sánchez 2002; 2004). En
áreas como en el Maipo Mapocho, los fechados provenientes de sitios fúnebres y dataciones por
termoluminiscencia, indican una cronología corta del periodo ubicada entre los años 1470 y 1495 d.
C. También en el área trasandina, Bárcena (1998) plantea una ocupación Inka más tardía hacia los
años 1480-1532 d. c.

En el Aconcagua, a partir de los 7 fechados realizados al sitio Estadio Quillota, y la obtención


reciente de un total de 78 dataciones absolutas (55 por radiocarbono y 23 por termoluminiscencia) a
nivel regional, se esbozan los inicios del proceso de expansión Inka hacia los años 1430 y 1450 d.
C.. (Pavlovic et al. 2013). A esto se suma el trabajo recientemente publicado de Cornejo (2014)
plantea un inicio de la presencia Inka en los valles centrales hacia el 1390 d. c.

En este marco, la asociación de tipologías cerámicas y temporalidad del proceso Tardío resulta
problemática. En nuestro caso decisiones operativas para el trabajo analítico contemplaron por
ejemplo, la clasificación de piezas de referentes decorativos Diaguita dentro de la categoría Fase
Inka. En los resultados observamos que justamente esta asociación no es directa y es más
compleja, pues en casos como la olla con claros referentes diaguitas las fechas resultaron más
tempranas del orden del 1316 a 1409 d. C. Mientras otros referentes diaguita de transición o
“preinkaicos” (Ánimas I y Cuarto Estilo en cuenco EDQ1059 y escudilla EDQ1070) resultan más
tardíos (1415 a 1450 años d. c.). El componente local en escudillas, pucos, ollas y jarros con asas,
revela la persistencia de estos en tiempos tardíos (1407 a 1445 años d. c.). Por otro lado, también
es posible observar cierta permanencia de referentes clásicos como el tipo Aconcagua negro sobre

99
salmón en ésta zona (1396 a 1436 d. c.) y tipos como el Trícromo Engobado (1319 a 1411 d. C) y
Rojo Engobado (1406-1445 d. C.).

Si observamos la totalidad de los fechados radiocarbónicos del sitio Estadio Quillota se establece
un rango temporal que va desde el año 1316 al 1450. Hay que considerar que no se fecharon
contextos con piezas estilo Inka que probablemente tiendan hacia fechas más tardías. Sin embargo,
hay que realizar distinciones respecto de los contextos asociados a esta temporalidad, porque los
complejos arquitectónicos Inkas de la región señalan ocupaciones bastante tardías, en torno al
1500 d. c. (Troncoso et al. 2012), en tanto, asentamientos de agregación social del curso medio
como Cerro La Cruz, son algo más tempranos, alrededor de 1445 d. c. (Martínez 2011). Sin duda
el sitio Estadio Quillota en términos temporales es coherente con otros contextos funerarios tanto
del Maipo Mapocho como del Aconcagua: Peldehue, Quinta Normal y Carolina (ver tabla II y tabla
XIV) donde las fechas se traslapan.

Nuestra perspectiva en atención a los datos manejados postula el inicio del periodo Tardío y
expansión Inka en la zona hacia el 1400 d. c. La consecuencia más relevante de estas fechas, es
que se remonta el periodo Tardío y se prolonga la presencia Inka en la zona, cuestión coherente
con la inversión en instalaciones estatales y complejos de arquitectura característicos de la porción
alta del Aconcagua (Troncoso et al. 2012).

100
6 Conclusiones

En la clausura y respondiendo a la interrogante inicial planteada en este trabajo, resulta conveniente


ir caracterizando cómo observamos la dinámica de interacción de las comunidades locales y el Inka.
Desde hace ya un tiempo, se ha logrado consensuar que el control ejercido por los Inkas en la
región, no habría respondido a motivaciones económicas, tampoco habrían existido episodios y
expresiones de violencia manifiesta o conflicto militar, sino que tuvo relación con la difusión de una
ideología particular (Acuto et al. 2010; Martínez 2011; Pavlovic et al. 2013; Pavlovic y Rosende
2010; Rodríguez et al. 1993; Sánchez 2002, 2004;Sánchez et al. 2000; Sanguinetti
1975;Schobinger 1986; Stehberg 1995; Troncoso 2004, Troncoso et al. 2008, 2012; Uribe 2000;
Villela 2012). Dicho control se habría establecido por medio de la presencia preponderante de una
arquitectura de poder Inka que constituyó tanto un recurso simbólico (para promover una ideología
religiosa), como una propaganda política (para reafirmar autoridad). Pero en este cuadro, ¿qué rol
estarían jugando las comunidades en general, fuera de su participación implícita como mano de
obra de estos asentamientos (construcción, producción de bienes, entre otros) y en las ceremonias
de redistribución desarrolladas en éstos? Al respecto, sabemos que al igual que en otras zonas, la
presencia Inka implicó una serie de transformaciones socioculturales, económicas y políticas, en las
comunidades del Aconcagua (Pavlovic et al. 2013; Sánchez et. al. 2000; Sánchez 2004). No
obstante tales transformaciones, existieron otros aspectos que caracterizaron el modo de vida de
estas comunidades que escaparon a la coerción estatal y permanecieron en sus rasgos generales
(patrón habitacional, patrón mortuorio, alfarería, lítica) (Pavlovic et al. 2013). Tales rasgos de
dominio/consentimiento, serían característicos de centros Inka provinciales que se encuentran
desvinculados de los procesos socioeconómicos globales de la comunidad local (cf. Alconini 2008).

Los antecedentes estudiados sugieren que la articulación del Inka con lo local, se desarrolló bajo
principios de inclusión y exclusión (Sánchez 2004), como parte importante de su práctica política,
pero también en relación a los esfuerzos desarrollados desde las comunidades por diferenciarse,
persistir o resistir y/o resignificar el “nuevo orden”. Desde aquí es posible postular, que son
principalmente las características sociopolíticas de las comunidades Aconcagüinas, entre otras,
territorialidad discontinua y dispersa, ausencia de institucionalidad política y jerarquías, además de
una heterogeneidad cultural previa, las que determinarán que la interacción con el Inka sea variable.
Así, la interacción expresará un espectro, desde comunidades que sufrieron grandes
transformaciones en sus modos de vida, involucrados en la construcción, mantención y acceso a
asentamientos Inkas, que participaron en la producción y consumo de bienes como alfarería estilo
Inka, metales, combarbalita, obsidiana; hasta otras que ostentaron escasa interacción con el
Estado, y permanecieron en sus tradicionales dinámicas socioculturales, habitando en el valle,
produciendo alfarería vinculada a referentes preincaicos y otras tecnologías de fuerte
conservadurismo (Pavlovic et al. 2013).

En la interacción social Inka-comunidades locales, esta porción del Aconcagua contempló una
importancia estratégica tanto en términos geográficos como políticos, particularmente como el
mayor espacio ritual fúnebre local registrado hasta el momento. En el ámbito fúnebre evidenciamos
escasa injerencia del estado, remitiéndose ésta hacia un exiguo registro de grupos incanizados.
101
Mientras, en espacios fúnebres locales de relevancia, como el sitio Estadio Quillota, no se aprecia
una integración exitosa con el Inka (éxito en términos de la incorporación al Estado). Así, es posible
cuestionar: si como se ha planteado (Acuto et al. 2010; Martínez 2011; Pavlovic et al. 2013; Pavlovic
y Rosende 2010; Rodríguez et al. 1993; Sánchez 2002, 2004;Sánchez et al. 2000; Sanguinetti
1975;Schobinger 1986; Stehberg 1995; Troncoso 2004, Troncoso et al. 2008, 2012; Uribe 2000;
Villela 2012), el carácter del dominio Inka en la región se estableció fundamentalmente en los
aspectos simbólicos e ideológicos ¿por qué no logró posicionarse en la esfera fúnebre local?.

Desde nuestra perspectiva, la dinámica de interacción de las comunidades del curso medio-inferior
del Aconcagua y el Inka se definió en términos sociopolíticos, ideológicos, económicos y culturales,
bajo los parámetros de dominación, coerción y resistencia/consentimiento local. En particular, es
posible sugerir la existencia de “acuerdos políticos” que establecieron la participación de la
colectividad en determinadas actividades promovidas por el Inka (festividades desarrolladas en
espacios de congregación, creación de centros administrativos, producción alimentaria para la mita
minera, entre otros), con el consecuente desarrollo de códigos y valores compartidos, sin
extenderse de modo generalizado hacia otras situaciones sociales que tensionaron el status quo
característico de estas comunidades (ámbito funerario tradicional, patrón habitacional, lenguaje?,
entre otros). A diferencia de otras zonas, en este valle no existió consenso del dominio entre las
comunidades y el Inka careció de su capacidad hegemónica (Gramsci 1972a, 1972b; Noguera
2011). No obstante, sí fue efectiva la interacción y existió, de este modo, una racionalidad afín y un
“mundo social” compartido (valores morales, sistema normativo, entre otros), diferencia dramática
respecto de lo que ocurre después en la colonización española y la desestructuración total de estas
sociedades.

Así, es posible plantear que desde el año 1400 d. C. hacia el año 1450 d. c., las comunidades del
curso medio-inferior del Aconcagua experimentan una transición hacia un nuevo marco
sociopolítico, que se manifestó en un espectro de prácticas sociales y cultura material que evidenció
una relevante agencia local. En el ámbito fúnebre ésta se expresó en la preponderancia de un
patrón mortuorio que exaltaba los sentidos comunitarios, sobre escasas evidencias que indicaban
procesos de incanización o consentimiento al dominio. En particular, la alfarería de estos contextos,
resultó un recurso simbólico poderoso donde se expresó una marcada identidad local, con la
importante presencia de vasijas de referente tradicional preinkaico (Aconcagua Patrón Local) de
producción a nivel de valle, destacando también otras de referente sincrético (Fase Inka) con
morfologías locales y decoraciones por ejemplo, del Norte Chico, donde se aprecia una producción
y ejecución local. De otro lado, es interesante destacar la escasa apertura que existió en relación al
acceso y consumo tanto en términos de producción local como no local, respecto de los referentes
foráneos, lo que es particularmente evidente en la ausencia de vasijas Inka, aspectos que inciden
en considerar que se trataba de una sociedad fuertemente conservadora y autosuficiente.

Las manifestaciones materiales y prácticas de los distintos ámbitos de la vida (particularmente la


esfera fúnebre y la vajilla cerámica asociada) analizados aquí, esbozaron por un lado, la existencia
de persistencias que pueden leerse como resistencias de las comunidades del Aconcagua que

102
responderían a las características sociales e identidad de éstas (escasas jerarquías, ausencia de
institucionalidad política, exaltación del eje colectivo-comunitario, entre otros), y por el otro, a la
interacción con el Inka que en la región adquirió un carácter marcadamente político, cuestión que
conllevó la exclusión de los procesos sociales generales de los habitantes del valle.

Muchas son las interrogantes abiertas, por ejemplo, estas características antes esbozadas ¿se
relacionan con transformaciones socioculturales previas? ¿qué procesos condujeron a estas?... Por
otro lado, ¿esta dinámica de interacción es la que caracteriza a estas sociedades al momento de la
conquista europea?...

Como reflexión final es posible establecer que el correlato arqueológico de los antecedentes
históricos no resultó literal. Si bien logramos evidenciar ciertas situaciones como posibles
diferencias de género, relevancia del área de Quillota como espacio fúnebre-ritual comunitario,
existencia de una identidad y colectivo relevante, interacción cultural interdependiente y preinka con
el ámbito Diaguita, entre otros, otros procesos generales relativos a la economía, por ejemplo
objetos del ajuar que delataran una conexión con la producción minero-agraria de esta porción del
valle, u otro tipo de acontecimientos como la existencia de violencia y conflictos (descritos entre
líderes comunales y autoridades inkaicas), no se manifestaron.. Así, parece ser que la Arqueología
presenta caminos indirectos y más complejos de análisis.

Dentro de las muchas respuestas a esta situación, se desea por último enfatizar las dificultades
metodológicas y teóricas que se sostuvieron para observar fenómenos sociales complejos como el
que estudiábamos. En particular, resultó muy difícil trabajar nociones de política/poder que se
alejaran de las usuales concepciones modernas y occidentales, por ejemplo, el concepto de
Estado-nación, soberanía y territorio occidentales, y aterrizarlos a la “realidad prehistórica”. En este
sentido, nos faltó otorgar un marco conceptual consonante con la relevancia de las formaciones
sociales arqueológicas, y acorde a la realidad latinoamericana. Esta nos parece una tarea muy
importante, pero pendiente.

Las preguntas y tareas no hacen más que señalar que este trabajo no se encuentra clausurado,
sino que permanece abierto. En fin, esta memoria no ha sido más que una oportunidad para seguir
escudriñando el pasado.

103
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