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Castoriadis Cornelius Las Encrucijadas Del Laberinto 1978
Castoriadis Cornelius Las Encrucijadas Del Laberinto 1978
Los ensayos aquí reunidos intentan una vez más, y tras las huellas de tantos
otros, recoger estas cuestiones y –de ser posible- renovarlas. ¿Qué es el alma, y a
qué nivel y bajo qué condiciones el psicoanálisis nos obliga a pensarla de una
nueva manera? ¿Qué es el lenguaje y cómo debe hablarse de él? ¿Cuáles son los
objetos de la matemática, de la física, de la biología, de las disciplinas histórico-
sociales, y cómo es que simultáneamente se abre y se oculta a este extraordinario
cometido, la ciencia moderna? ¿Desde qué punto de partida y por medio de qué
términos podemos hablar de economía, de la justicia, de la igualdad, de la política?
Una ambición enorme, gratuita, inevitable: deseamos iluminar el extraño hecho del
conocimiento e investigar sus condiciones corrientes mientras buscamos en él
significaciones que lo han trascendido.
¿Qué es la teoría? La actividad de los teóricos. Los teóricos son las personas
que hacen teoría. La ciencia es la actividad de los científicos, de aquellos que hacen
ciencia. Circularidad irrisoria; pero, ¿quiénes somos nosotros para ponerla en su
lugar? Seguramente que otras definiciones son posibles. Por ejemplo, la ciencia de
un objeto es el sistema de enunciados verdaderos (o correctos, o falsables) que se
refieren a ese ese objeto. En este punto el máximo lugar común del positivismo está
a la par del idealismo más absoluto: “La verdadera figura en que existe la verdad
no puede ser sino el sistema científico de ella.”[3]. Pero ¿Qué objeto? Y ¿qué es un
objeto? ¿Qué es un enunciado verdadero (o correcto, o falsable)? ¿Qué mentamos
con “sistema”, y hasta qué punto debe ser sistemático a fin de ser verdaderamente
un sistema –y dónde se ha visto alguna vez un sistema?
Y aún más: otro experto, Wigner, expresa su estupor más que justificado
ante lo que él llama la “irrazonable eficacia de la matemática”. Este artefacto
dedaliano, con lo incierto que pueda llegar a considerarse, tiene un asidero
aparentemente ilimitado en lo real –o, en todos los eventos de lo observable
(término éste que en sí mismo es misterioso). Entonces, ¿será que el artefacto
matemático refleja la realidad? Pero ¿cómo podemos hablar de reflejo respecto de
algo de cuya construcción juega un rol activo y esencial? Aún más, ¿cómo puede
hablarse de reflejo cuando la mitad del tiempo está primero –por decirlo de algún
modo- en el orden de precedencia? En los casos cruciales –que ahora son legion-
son los teóricos os que dirigen la mirada del observador, instruyéndolo para que
mire –no a tal o cual objeto, sino- a este tipo de objeto nuevo y desconocido.
Cuando Herzt dirigio por primera vez su mirada a las cuatro ecuaciones de
Maxwell, exclamó: “Ist est ein Gott, der diese Zeichen schrieb” (¿Fue Dios el que
escribió estos signos?). Estas ecuaciones condensan en cuatro líneas una inmensa
cantidad de hechos experimentales; pero su alcance es mucho mayor, porque
también implican consecuencias reales y teóricas que nadie había sospechado
anteriormente. Una de tales consecuencias es la existencia de ondas de radio, que
Hertz termino “descubriendo” algunos años después. Pero en este caso, ¿quén fue
el que realmente las descubrió? En 1928 Dirac construyo una versión relativista de
la mecánica cuántica, en la cual cierta ecuación parecía tener dos soluciones,
idénticas dejando de lado sus signos algebraicos (opuestos). Una solución
correspondía a algo observado y conocido, el electrón, con su carga eléctrica
negativa (que los físicos consideraban la partícula sustancial de esa entidad, la
electricidad negativa). La otra solución parecía seguirse simplemente de las
idiosincrasias matemáticas de la ecuación en cuestión. Dirac decidió en 1931 que
correspondía a la realidad física, El electrón positivo o positrón. Un año más tarde,
esto fue experimentalmente observado. (Pero las complejidades no termina aquí, y
las cosas no siempre siguen este patrón. En otros casos, soluciones matemáticas
enteramente legítimas no corresponden a ninguna realidad). Algunos años antes,
Einstein se sentó en un escritorio, tratando de olvidar toda la física que sabía, y se
preguntó ésta “simple” cuestión: ¿Cómo sería el universo, esencialmente, si
estuviera sujeto a una sola condición matemática (tal que las leyes que la
gobernaran permanecería invariantes a pesar de toda continua transformación de
coordinación? Termino con una teoría que, a pesar de sus diferencias radicales en
forma y en espíritu, retenia todos los resultados ya obtenidos por la vigente
macrofísica y los perfeccionó[4] en una cantidad de puntos observables (y
observados), y que hubieran permitido a Einstein –si no hubiera sido por[5] sus
limitaciones psicológicas (en una palabra, por su incapacidad de olvidar toda la
física que él creía que sabía)- predecir el más increíble hecho físico observado por
el hombre: la expansión del universo. Por otra parte, aquellas limitaciones tienen
poca importancia para la lógica del asunto, de hecho confirman lo que estoy
tratando de decir. Sitter (1917) y Friedman (1922) establecieron que las ecuaciones
de Einstein permitieron por sus soluciones universos en expansión, antes de o
independientemente de las memorables observaciones de Slipher, Shapley y
Hubble.
Así han advenido los cuestionamientos filosóficos, una vez más y de manera
explícita, desde el interior del corazón de la actividad científica. Pero también ha
tomado, y por primera vez, otra forma: la forma de una interrogación acerca de la
historia y la historicidad de la ciencia. Las ilusiones acerca de las aproximaciones
sucesivas, acerca de las acumulaciones de resultados, acerca de la conquista
racional y sistemática de un mero orden racional pre existente en el mundo se
disipan. Hay una cuestión filosófica (y no meramente “epistemológica”) sobre el
hecho de que la ciencia tiene una historia. Esta cuestión, si bien forma parte de la
cuestión filosófica e la historia en general, no puede disolverse en ésta última.
La cuestión planteada por estos hechos tiene mucho que ver con la
naturaleza de la actividad científica como también con la naturaleza de lo que es.
La existencia de una historia de la ciencia nos dice algo acerca de la ciencia misma.
Pero, aunque algo que ha tenido una existencia continua durante veinticinco siglos
difícilmente podría ser un conjunto de nubes que desaparecería sin dejar rastro,
también nos dice algo acerca de su objeto.
Y aun así, esta desilusión es fértil y vital. Lo más sorprendente es que esto
no sea siempre así; sólo sucede en el caso de los grandes pensadores. Esta
observación no es anecdótica ni literaria. Implica alguna de las cuestiones más
serias que puedan plantearse. ¿En quéy en virtud de qué un filósofo es grande?
Kant dio una respuesta a esta cuestión, aunque –con los requerimientos de su
filosofía, restringió su aplicación a la obra de arte y explícitamente excluyó al
pensamiento: “El genio es el talento para producir aquello de lo cual no hay regla
definida…la originalidad debe ser su primera propiedad…sus productos deben
servir de modelo, i. e., ejemplarmente…deben servir a otros como medida o como
regla para juzgar…no puede describirse o indicarse científicamente cómo saca a la
luz sus productos, pero de a la regla justa tal como la naturaleza lo hace”[7]. Kant
habla de producción, a fin de no hablar de creación; y habla de naturaleza, a fin de
no designar una emergencia radical. Originalmente, en su texto, aparece como
opuesto a imitación, pero es bastante obvio que no se ocupa de la originalidad en el
sentido periodístico del termino: su interés está puesto en la ejemplaridad, la
creación de un ejemplar, un eidos; y de uno tal que no es meramente un ejemplar
entre otros, sino que postula, establece, trae al ser reglas y normas nuevas y distintas –en
tanto es, de hecho, origo.
La creación tiene lugar como una dehiscencia por la cual una figura y un
fondo llegan a ser simultáneamente, cada una por medio de la otra[15] y cada una
en su propia relación con la otra. La figura histórica y su horizonte son creados
conjuntamente.
Esta creación esta siempre en relación con aquello que ya es, relación que
depende de lo que es creado. Esta creación del pensamiento hace pensable lo que no
era previamente pensable, o no lo era de este nuevo modo. Trae al ser: trae al ser
como pensable aquello que… ¿Qué? ¿Aquello -sin lo cual- no sería pensable? Cada
uno de estos dos caminos conduce nuevamente al otro.\'7d
Y ello no de uno sino de dos modos. Esto que -en el pensamiento- está
durando, tiene que ver con lo quees pensado en cada ocasión. Estos dos momentos
no pueden ser confundidos, y aun así tampoco pueden ser rigurosamente
separados. Aceptemos la aparente redundancia: un nuevo pensamiento es una
nueva manera de pensar un objeto nuevo. La redundancia da luz al enigma que
contiene: regularmente encontramos que el modo excede al objeto -y que el objeto
excede al modo. Pero nos equivocaríamos si viéramos en esta observación el índice
indubitable –finalmente- de una diferencia clara, de una exterioridad reciproca –
como la existente entre el pensamiento y el objeto El modo excede al objeto por el
cual empezó y en conexión con el cual el pensamiento en cuestión es capaz de
existir[16]. Entonces, el pensamiento ¿tiene su propio poder? ¿o es más bien una
universalidad inmanente, una compleja uniformidad de todo aquello que llegamos
a pensar? Pero en este último caso, ¿por qué esta universalidad no es inmediata y
total? El objeto excede el modo. Entonces hay una heterogeneidad, una
irreductibilidad inagotable del objeto - ¿o talvez a ésta última pueda arribarse de
algún otro modo? Pero en este caso, ¿por qué ya se ha arribado a ello de este modo,
aunque sea parcialmente?
Noviembre de 1977
LOGOS
LO DECIBLE Y LO INDECIBLE
Esta es, entonces, la naturaleza del campo; dada ésta, y dada la calidad de
este pensador que, siguiendo las huellas del más grande, probó ser capaz de arar el
suelo una vez más, y de una nueva manera, de modo tal que no deberemos
intentar aquí inspeccionar el terreno. Nuestro objetivo es simplemente sugerir uno
de entre tantos acercamientos posibles a él, y considerar algunas de sus partes
“arrancadas del todo talvez, pero del cual talvez sea deseable que vuelvan a sus
raíces”[21].
Pero la expresión se extiende más allá del lenguaje, que solo es uno de sus
modos –aunque es ciertamente un modo privilegiado, en tanto también es el caso –
por ejemplo- de que la expresión lingüística “…lejos de ser un caso particular de
los otros sistemas posibles de expresión, nos sirve como modelos para
concebirlos…”[27]. “El cuerpo como expresión” indica ya que la expresión verbal
debe ser pensada como comportamiento. Este no es meramente un tema que se
encuentre en los intereses y preocupaciones juveniles de Merleau-Ponty; recorre
toda la extensión de su trabajo, y en cierto sentido su preocupación superior de la
expresión (un término que siempre permanece central) es la expansión total de este
tema, en tanto la expresión siempre estará presente en todo lugar, y en tanto
siempre será –si uno puede aventurar la frase- un comportamiento de todos los
seres y del ser. En 1959 escribe: “…Allí permanece el pasaje del significado
perceptual al significado del lenguaje, del comportamiento a la tematización. Por
otra parte, la tematización misma debe ser entendida como comportamiento de un
grado superior –la relación entre la tematización y el comportamiento es una
relación dialéctica, el lenguaje se realiza rompiendo el silencio…” (la cita al
comienzo del presente texto es lo que sigue a este comentario).
En primer lugar, existe esta particular selección que el lenguaje extrae de las
indefinidas posibilidades ofrecidas por el mundo; como la expresión particular, el
trabajo o la palabra, pero a otro nivel, el lenguaje confronta un mundo que puede
ser hablado/dicho en un infinito número de maneras. “…El mundo perceptivo
«amorfo» del que hablaba a propósito de la pintura -recurso perpetuo para rehacer
la pintura, que no contiene ningún modo de expresión y que sin embargo los
interpela y los exige a todos y re-suscita con cada pintor un nuevo esfuerzo de
expresión-, ese mundo perceptivo es en el fondo el Ser en el sentido de Heidegger,
que es más que cualquier pintura, que cualquier palabra, que cualquier «actitud» y
que, captado por la filosofía en su universalidad, aparece como conteniendo todo
lo que será dicho siempre y, sin embargo, dejándonos crearlo (Proust): es el logos
endiathetos que llama al logos proforikós…”[32]. Logos endiathetos del mundo amorfo
de la percepción: el significado de la cosa en la disposición activa de la cosa, en la
disposición del mundo. ¿Cómo, entonces, el significado de la cosa puede evocar
hacia adelante una indefinida multiplicidad de modos de expresión y prestarse él
mismo a ellos? Claramente esto es porque aquel significado no es algo simple (lo
que no quiere decir que sea numéricamente múltiple). No es más simple que lo que
la cosa es, o lo que el mundo es. Pero uno no puede pensar más allá acerca de esta
cuestión sin considerar al mismo tiempo una segunda: ¿cómo es que todo lenguaje,
cada uno en su manera necesariamente particular, es capaz de decir el mismo
mundo? ¿Cómo es que cada uno, al tomar su selección particular, se abre al
universo? ¿Cómo puede su discurso ser absolutamente especifico y, al mismo
tiempo, ser capaz de decir virtualmente todo?
En 1951, reflexionando acerca del modo en que “la misma cosa” es dicha en
dos lenguajes diferentes, Merleau-Ponty afirma que la “expresión nunca es total”,
pero también que “cada expresión es perfecta (en la medida en que es entendida
sin equivocación)”[33]. Esta idea, aunque ciertamente verdadera, no agota el
problema. Porque tan pronto como decidimos definir la universalidad del lenguaje
en términos de su éxito o eficacia para la comunicación, estamos forzados a
sospechar que la comunicación solo tiene éxito en virtud de la universalidad del
lenguaje. Deberemos cerrar el círculo definiendo los dos juntos, uno en términos
del otro, si sólo hubiera un lenguaje. Pero hay en un número indefinido.
Se concederá, eso pienso, que esta descripción, con toda su brevedad, dice
todo lo que puede ser dicho, pero también que lo que demuestra por sobre todo es
que el fenómeno de la expresión original es en verdad indescriptible: ni aquí ni en
ningún lado uno toca más que sus consecuencias. La experiencia nos ha enseñado
repetidamente que nuevas significaciones se vuelven disponibles (incluso aunque
en ciertos aspectos esta disponibilidad sea engañosa). Este hecho nos remite
nuevamente al ser del mundo y al ser del lenguaje: del mundo siempre hay algo
más para decir, y el lenguaje siempre hace posible decir algo nuevo. Determinados
entes, llenando el mundo, indefinidamente redeterminable; y un cuerpo de
significaciones disponibles, de significados reducidos, inertes, muertos, yacentes en
el lenguaje pero siempre propenso a la resurrección que les posibilitará volver a
una nueva y gloriosa vida. Es a través de este proceso de fijación del significado –
sin lo cual no sería capaz de funcionar- que el lenguaje hace posible lo no fijable,
sin lo cual no habría lenguaje. Lejos de imponer una camisa de fuerza alienante
sobre el sujeto hablante, el lenguaje abre a un área infinita de movilidad sin límites.
Pero dentro de esta área aún debe haber alguien que se mueva, y no podemos
pensar el ser del lenguaje sin pensar el ser del sujeto hablante. Así como el ser-así
del mundo no impone ninguna organización absoluta del lenguaje, tampoco éste
último impone una expresión absoluta al sujeto. Debemos penetrar en el corazón
de esta idea. Ciertamente hay una pre ontología inmanente en el lenguaje griego,
pero investigarlo no nos ayudará a entender por qué Demócrito no es Parménides,
o por qué Aristóteles difiere tan profundamente de Platón. La cuestión es
infinitamente más compleja que esto. Porque mientras es verdad que los escritos de
estos filósofos son monumentos que proveen el acceso material al tesoro
lingüístico, también lo es el que ellos [,] que han formado este lenguaje que los ha
formado a ellos y nosotros seriamos virtualmente incapaces de decir cualquier cosa
acerca de esta pre ontología griega (o bien diríamos algo bastante diferente al
respecto) [,] tuvieron los pensamientos contenidos en aquellos textos sin
trabajarlos. Es absolutamente erróneo acercarse a los textos griegos (o a cualquier
otro texto) como si existiera “un significado griego de aletheia”, “un significado
griego de logos”, al cual el intérprete tiene un acceso anterior a su lectura de los
textos e independiente de ellos. La aletheia de Parménides no es la aletheia de la
tribu, no más que lo es la de Platón. El logos de Heráclito no es el de Homero ni el
de Aristóteles. Tenían al respecto tanta relación como tienen el oso y la ballena y,
como como éstos, son incapaces de libar batalla entre ellos. Si las significaciones
disponibles empiezan por ser inusuales, entonces nuestra reflexión acerca del
lenguaje no es nada si no pensamos acerca de la cuestión que presenta éste último.
Esta es la razón por la cual Merleau-Ponty insiste tan denodadamente y tan
insistentemente en la oposición (que ya se encuentra tempranamente en
Fenomenología de la percepción[44]) entre la palabra hablante y la palabra hablada; es
también la razón por la cual rechaza una distinción absoluta entre una perspectiva
sincrónica y otra diacrónica[45]. La razón no es simplemente el patente absurdo
formal de la idea de que uno puede abstraer el estudio del objeto considerado en
sección transversal respecto del estudio de ese mismo objeto considerado en su
desarrollo. También tiene que ver con el hecho de que diacronía y sincronía se
“engloban”[46] una a la otra de una manera diferente y más profunda. Es una
característica del lenguaje como sistema el que nunca se reduce a una colección de
significaciones disponibles, que incluso cuando se ve sincrónicamente no se agota
en su estado sincrónico, sino que siempre contiene –inminente y preminentemente-
algo más. Y es también una característica del lenguaje como historia el que
inmediatamente incorpora dentro de su sistema todo lo que emerge como un
cambio en el sistema; que hace posible lo inusual por medio de lo usual,
transformando aquello en esto último.
Sería poco sabio pasar por alto a toda prisa esta asimetría. Para entender esta
otra banalidad, que el escribir y el leer no son aquellas operaciones simétricas por
las cuales las han tenido el idealismo y el estructuralismo, y que rio arriba y rio
abajo de la fuente de expresión el paisaje varía, es entender el rol constantemente
instituyente de la palabra hablante, el hecho de que esta última es institución que
comienza siempre de nuevo y, tal como la historia, es creación continua. La historia
sólo puede ser localmente estable porque es globalmente inestable. Porque sin esta
incalculable multiplicidad de orígenes recurrentes y divergentes que contiene, sin
esta acumulación de puntos singulares que fluyen cada uno hacia los otros sin
perder su singularidad, las cosas no serían ni llegarían a ser ni serían conocidas. En
consecuencia, podemos percibir una doble verdad. Por un lado, existe la novedad
en el sentido fuerte del termino; hay una irreductibilidad de las cosas respecto de
aquello que las ha precedido; lo usual necesariamente fue alguna vez inusual; cada
lenguaje y cada cultura establecieron su origen y son en sí mismos la condición de
su propio ser, llegar a ser y conocimiento; y, en cada ocasión, uno debe hacer el
viaje hacia este origen, morar un tiempo en el sitio de su aurora, si uno quiere
despertar el undverstandene Selbsverständlichkeiten[51]. Pero por el otro lado, dentro
de un área dada espacio temporalmente contigua, sin importar su vastedad, no hay
rupturas absolutas, abismos insuperables, en tanto sólo es a través del apoyo
prestado por las “significaciones disponibles” (o los instrumentos o instituciones
en sentido lato) que el nuevo significado puede emerger.
Una vez más, ¿qué es el discurso? Talvez prestemos más luz a la materia
planteando la absurda cuestión ¿acerca de qué es imposible hablar? Gorgias no
tiene escrúpulos acerca de la respuesta: de todo y de nada, diciendo con ello todo y
nada. Pero, si nos rehusamos a seguirlo ¿dónde pondremos una frontera que no sea
trasgredida con el mero hecho de demarcarla? Dejando de lado estos juegos,
sabemos que el auténtico discurso no pide alto en ninguna parte. “…en un
sentido…el lenguaje es todo…”[54]. “…lo sensible no ofrece nada que se pueda
decir si no se es filósofo o escritor, pero eso no se debe a que sería un en-Sí inefable,
sino al hecho de que no se sabe decir…”[55]. Y aun, de cualquier manera,
cualquiera sea nuestra habilidad para hablar, “el silencio continúa englobando al
lenguaje”, y por lo tanto existe necesariamente aquello que es indecible; si
fuéramos a decirlo, en el mismo instante estaríamos envueltos por él. “…Lo que
ella no ve, no lo ve por razones de principio, porque es conciencia de que no lo ve.
Lo que ella no ve es lo que en ella prepara del resto...Lo que ella no ve es lo que
hace que vea, es su ligazón con el Ser, es su corporeidad, son los existenciarios por
los cuales el mundo deviene visible, es la carne donde nace el objeto…”[56].
Aquello que no puede ser dicho es lo que nos hace decir; lo indecible es la
indecibilidad misma, aquello a lo cual lo decible debe su existencia. Lo indecible es
origen: origen como tal, y cada origen. “De los primeros y de los últimos términos
hay pensamiento (nous), no discurso (logos)” dijo Aristóteles. “…silencio del
lenguaje absoluto, del lenguaje pensante…”[57] escribió Merleau-Ponty. Expresión
extraña: ¿cómo un lenguaje puede ser absoluto? ¿En qué sentido puede guardar
silencio? Pero ¿no es extraño que Aristóteles afirme, no meramente que el
anhipotheton ni el esto –el particular concreto- puedan ser aprehendidos en el
discurso sino, que en ambos casos –en el on é on como en el de la cosa particular-
sólo tenemos acceso por medio del nous? Probablemente Merleau-Ponty no lo
hubiera encontrado extraño, ya que en las Notas de trabajo insiste crecientemente
acerca de la esencial relación entre pensamiento y percepción, independientemente
de cuál de éstos se tome como principal. “…ver es esa especie de pensamiento que
no necesita pensar para poseer el Wesen…”[58]. “…«tener-conciencia» = tener una
figura sobre un fondo”[59] –uno no puede ir más lejos. “La historia de la filosofía”
debe ser pensada como “como percepción de los otros filósofos”[60]. Seguramente,
no se trata de que tal percepción y tal pensamiento son iguales o indistinguibles. Ni
siquiera es aquí la cuestión de su reciproca participación y solapamiento. Lo que
está más bien en cuestión aquí es su homología de ser; de ser-para, ya sea como
objeto de percepción o de pensamiento, es haber emergido como figura sobre un
suelo. Homologa disposición, complicidad en una multitud de caminos que se
intersectan, asimétrica reflexión: lo que está implicado es, y aun así no es, lo
mismo, en que la cosa sólo puede existir dentro del horizonte del mundo, y que ver
es sostener una figura sobre un suelo; es y aun así no es la misma cosa la que está
implicada en el pensar y en el percibir.
¿Qué es esta no-mismidad? ¿Qué hay, en el pensar, que hace que aquel tipo
de ver que no necesita ver para acceder a los fenómenos? Debería señalarse aquí
que, a pesar de su carácter, las Notas de trabajo tratan con su cuestión con una
sorprendente minuciosidad. Las cuestiones que plantean también están en efecto
resueltas (lo que no quiere decir que estén cerradas). Hay una pregunta que queda
no poco, sino muy abierta: la cuestión del ser del sujeto. ¿Cómo puede ser que el
filósofo que se dispuso a trabajar con la declarada intención de “sobrepasar
definitivamente la dicotomía clásica entre sujeto y objeto”, y que de hecho –
empezando por el estudio del comportamiento- alcanzó a adentrarse en este
camino; aquel que, al final de su viaje alcanzó lo visible y lo invisible en el deseo de
presentar una nueva ontología que borraría las anteriores líneas de división y a
eliminar de su pensamiento “los vestigios de una filosofía de la consciencia”; quien
estuvo cerca de alcanzar ese fin al momento de su muerte; cómo puede ser que este
mismo filosofo sea incapaz de acabar con[61] la pregunta del sujeto, y frente a ella
se encuentra a sí mismo desnudo, desarmado y sin recursos? “¿Qué viene, de mi
parte, a animar el mundo percibido y el lenguaje?”[62]. “¿Es el mismo ser que
percibe y que habla? Imposible que no sea el mismo. Y si es el mismo, ¿no es
restablecer el «pensamiento de ver y de sentir», el Cogito, la conciencia de...?”[63].
Y luego, nuevamente: “Pero entonces, ¿cómo comprender la subjetividad?”[64].
Desde el principio al final Merleau-Ponty no cesa de afirmar que pensar y hablar
son inseparables. ¿Qué deberemos hacer entonces con “silencio del lenguaje…del
lenguaje pensante”? ¿Por qué la filosofía debería, como él continúa diciendo,
retornar al silencio?
Así como para las dificultades lógicas y filosóficas mencionadas arriba, estas
son tan numerosas que debemos contentarnos aquí con una referencia al ejemplo
más chocante. Objetos tales como el conjunto de los enteros naturales (N), o
relaciones tales como la de orden, son presentados como constructos producidos
en y por la teoría de conjuntos, e incluso en el caso de Nen un estado bastante
avanzado de la misma. Es claro de cualquier manera que los correspondientes
conceptos (o categorías o esquemas) están envueltos directamente desde el
principio en cualquier razonamiento matemático, y no pueden de hecho (como, en
un sentido, Kant ya había mostrado) ser derivados de alguna otra cosa. Toda
prueba, matemática o de otro tipo, ordena[101] sus afirmaciones de acuerdo a la
relación de orden, y de hecho, un buen ordenamiento es necesario; en la mera
construcción de una afirmación, el orden de los signos es generalmente crucial
(“hay un x tal que para todo y…” como sabemos de ninguna manera es equivalente
a “para todo y hay un x tal que…”). En un sentido similar, los enteros naturales en
efecto están siendo invocados directamente desde el principio: sin usar “uno”,
“dos” y sobre todo “etc.” y “…” (que significa en la practica la introducción y uso
efectivo del infinito potencial) directamente no se puede progresar. De hecho, es
difícil de aceptar el argumento de Bourbaki[102] de que en estos casos los números
son usados como “puntos de referencia” en algún sentido similar en que podrían
serlos los colores. Uno talvez use de hecho colores para distinguir objetos o para
establecer a cuál de ellos se estaba refiriendo, pero hablar al de una relación binaria,
por ejemplo, no puede haber negación de que es la cardinalidad del número “dos”
lo que está en cuestión. Bourbaki, de alguna manera, reconoce este hecho él
mismo[103] cuando enfatiza que la matemática está envuelta desde el principio en
pruebas que apelan enteramente a recursos de la matemática misma en sus usos de
enteros arbitrarios e inducción matemática; cuando habla en este sentido del riesgo
de una petitio principii (de nuevo una expresión extraña viniendo de un
matemático: ¿se supone ahora que uno debe consultar a una agencia de seguros
para establecer cuándo es o no circular un argumento matemático?), y de nuevo,
finalmente, cuando admite que no podría tener sentido[104] enseñar matemática a
“seres” que no sepan “leer, escribir y contar” (énfasis nuestro), hecho que parece
obvio en sí mismo pero que el formalismo y el logicismo desesperadamente han
procurado siempre negar. Pero, si este es el caso, no podemos continuar hablando
más de la “construcción” de N; es a lo sumo una cuestión de reparar y repintar su
frente.
La situación de la física
De hecho, los físicos mismos dicen que acuerdan entre ellos acerca del uso
de la mecánica cuántica, pero que están en profundo disenso acerca de su
significado y de sus conceptos fundamentales[113]. Wigner reconoce que, al
afirmar que el de un acto de observación –en otras palabras, un “acto mental”- se
ha convertido en el concepto primario en mecánica cuántica, no se ha hecho otra
cosa que “explicar un acertijo por medio de un misterio”. Reconoce que no hay
acuerdo en la cuestión epistemológica de si el “vector estado”[114] (que describe
un sistema dado desde el punto de vista de la mecánica cuántica) “representa la
realidad” o es simplemente “una herramienta matemática a usar para calcular las
probabilidades de los varios resultados posibles de las observaciones”. También
recuerda que “la naturaleza auto-contenida[115] de la mecánica cuántica es una
ilusión insostenible”, y que “la teoría de la mecánica cuántica, si se sigue
consistentemente, conduce a difíciles cuestiones epistemológicas y filosóficas”. En
cuanto a lo que a la mecánica cuántica concierne, y en vista de las ilusiones que
aún prevalecen, parece útil citar in extenso a uno de los físicos contemporáneos más
conocidos: “…la teoría permanece generalmente insatisfactoria, no solo porque
contiene lo que finalmente parece ser algunas contradicciones, sino también
porque ciertamente tiene un cierto número de características arbitrarias que son
capaces de indefinidas adaptaciones a los hechos, de algún modo evocativas del
modo en que los epiciclos ptolemaicos podían acomodarse a casi cualquier dato
observacional que pudiera sobrevenir en la aplicación de tal marco
descriptivo…”[116].
Esta sola cuestión del “universo” es la más elocuente del estado caótico en
que la física se encuentra hoy: ninguna otra área del estudio teórico ha estado
sujeta por los últimos cincuenta años a tales violentos y continuos disturbios como
la astronomía teórica (o, más exactamente, la cosmología) –la única área en que la
ciencia moderna originalmente creía, sobre la base de la teoría newtoniana, que
podía encontrar pruebas triunfantes del poder de sus métodos y de la verdad de
sus resultados. Deberíamos recordar que la cosmología contemporánea no es
materia de especulación gratuita, sino la inevitable consecuencia de la observación
astronómica de suprema importancia tanto como de la necesidad de encontrar
leyes locales; y que su progreso ha tambaleado a cada paso, por los obstáculos
puestos por la inevitable necesidad de cuestionar o abandonar las categorías y
medios más elementales de conceptualización. La teoría general de la relatividad
tiene origen en la intención de Einstein de encontrar una explicación rigurosa –
dentro de los términos de la física teórica- de lo que hasta entonces había
permanecido como mera identidad “coincidente” entre la masa gravitacional y la
inercial (principio de equivalencia de Mach). Todavía se debate si logró este
objetivo. Pero de cualquier manera triunfó en vaciar los conceptos newtonianos de
espacio, tiempo y materia de todo contenido; sobre todo, ha producido ecuaciones
que -siendo igualmente consistentes con una “singularidad” en un pasado infinito,
una evolución periódica del universo o un horizonte temporal ilimitado- ha
forzado a los físicos a resucitar nociones tan misteriosas como comienzo del tiempo
o tiempo cíclico, y en última instancia a proponer la cuestión de la realidad y el
significado del tiempo. De modo similar, la paradoja de Olbers (formulada en 1826,
pero que permaneció desconocida no solo para el público educado sino para vastas
mayorías de científicos, que se vieron bien y verdaderamente sorprendidos de
aprender que nadie en la Tierra era capaz de explicar por qué de noche el cielo era
negro, o más precisamente por qué no estaba a una temperatura constante de
6000°) en cierto sentido ha sido “resuelta” por el descubrimiento del
desplazamiento hacia el rojo y su explicación en términos de un “universo en
expansión”. Pero ciertamente no hay unanimidad en la interpretación teorica de
esta expansión, y -lo que es más importante- cada una de las dos teorías rivales ha
debido abandonar principios físicos que son incluso más fundamentales (en tanto
son más abstractos) que abandonados por la mecánica cuántica. La teoría del
estado estacionario ha debido echar por la borda el principio de la conservación de
la materia-energía (porque postula una “creación continua” de la materia en el
universo) mientras que la teoría de un “estado hiper-denso inicial” (teoría del Big
Bang) se ha visto obligada –como Fred Hoyle ha subrayado- a abandonar nada
menos que el principio de la invariancia de las leyes físicas[123]. Pero la cuestión
principal que ha hecho sobrevenir la cosmología contemporánea es, sin duda, la
cuestión de sus propios objetivos. ¿En qué sentido puede haber una teoría de un
objeto único? ¿Cómo se podría hablar en términos de leyes gobernando este objeto
único, el universo? ¿Puede uno mantener la separación entre objeto y leyes a este
nivel? Los cosmólogos más radicales argumentan que una teoría construida para
describir un sistema único “debería no contener ninguna característica arbitraria”,
lo que significa en efecto que no debería contener referencia alguna a “condiciones
iniciales”[124]. Pero en realidad, no podemos concebir una teoría física sin
“condiciones iniciales” (o “condiciones limites”) más de lo que podemos pensar en
términos de una distinción entre esencia y accidente en caso de un objeto
absolutamente único. Para cualquier sistema físico parcial, asumir sus condiciones
iniciales es –en efecto- asumir su situación en el tiempo y el espacio, y su “estado
original” –y es esto lo que, desde el punto de vista de la física teórica parece ser
“accidental”. Considerado bajo esta luz, es inmediatamente obvio que en el caso
del universo como un todo “nada puede permanecer accidental”, como dice
Sciama- excepto, como deberíamos haber agregado, el universo mismo.
Enfrentamos aquí la cuestión impuesta por la imposibilidad de emplear las
categorías de contingencia y necesidad cuando el objeto considerado es el objeto
físico último. Dar otra, pero solo aparentemente diferente, ilustración de esta
antinomia: una teoría cosmológica rigurosamente comprometida al principio de
que al hablar del universo debería evitarse toda referencia a “condiciones iniciales”
–de la cual ningún sentido real puede darse en tal contexto-, estaríamos en la
posición de tener que hacer una deducción teórica de todas las propiedades del
universo, incluyendo el hecho de que tiene cuatro o catorce dimensiones y no dos, e
incluyendo los valores numéricos de las constantes fundamentales. Como se sabe,
Eddington pasó la última parte de su vida explorando esta posibilidad, sin mucho
éxito. Pero si suponemos, per impossibile, que ejercicio de deducción fuera
exitosamente realizado, ¿qué se seguiría epistemológica y filosóficamente
entonces? El cosmos habría sido disuelto, conceptualmente, en una colección de
determinaciones logico-matemáticas, y la cuestión que hubiera sobrevenido
entonces es por qué esta colección tendría una contrapartida “real”.
Es, de hecho, escasamente posible aceptar por más tiempo la presente teoría
de la “demarcación” entre ciencia y filosofía tal como fue formulada y promulgada
hace casi cincuenta años atrás por el positivismo lógico y por la escuela de Viena,
respecto de la cual la mayoría de los filósofos parece curiosamente ligada. Cuando
uno establece como criterio de cientificidad de una teoría (algo más que puramente
lógico o formal) la posibilidad de ésta de ser falsada por un hecho de la
experiencia, uno se olvida de los inmensos problemas –que son problemas
filosóficos- que el término “hecho de experiencia” encubre, como también sucede
con el término “falsación”. El criterio que el positivismo lógico promovió tan
ruidosamente, es talvez válido para las afirmaciones[141] empíricas en el nivel más
inmediatamente banal; ciertamente no es pertinente para las afirmaciones de la
teoría científica. “Todos los cisnes son blancos” es una afirmación empírica tan
pronto como pueda ser falsada (y lo ha sido) por la observación de un solo no-cisne
blanco. Pero una teoría científica digna de ese nombre nunca es pura y
simplemente falsable por la apariencia de un hecho de experiencia; primero,
porque los hechos de experiencia con los cuales las teorías científicas se ocupan no
tienen esta curiosa propiedad que el positivismo lógico les atribuye de ser
perfectamente determinados y unívocos. Un hecho de experiencia sólo es tal cosa
dentro de la estructura y como función de una teoría dada; repetir: “es la teoría la
que decide primeramente qué es observable”. Por lo tanto no podemos pretender
creer que existe un mundo de hechos en sí mismos, los cuales son anteriores e
independientes de toda interpretación científica, y con los cuales podemos
comparar las teorías científicas para ver si son falsables o no por ellas. Estar seguro
de que una teoría no puede comportarse de un modo completamente arbitrario, o
que no puede estar vaciada de todo contenido empírico; pero este contenido
empírico siempre ha sufrido un alto grado de elaboración conceptual, precisamente
a manos de la teoría en la cual es presentado. La relación entre hecho y teoría es
infinitamente más compleja que lo que el positivismo lógico supone, en tanto pone
en juego enteramente el aparato conceptual de la ciencia, y detrás de esto, como la
situación de la física contemporánea ha mostrado precisamente, y el sistema de
categorías e incluso de formas lógicas del pensamiento racional. Tampoco podemos
considerar la noción de falsación como auto evidente. Una teoría siempre puede
introducir hipótesis adicionales en la cara de un “hecho” que la perturba, y decir
que entonces cesa de ser la misma teoría es jugar con palabras en tanto nadie,
después de todo, ha estado ha estado en posición de enumerar exactamente las
hipótesis independientes de una teoría de física implícita o explícitamente
contiene. La acumulación de hipótesis adicionales puede continuar
indefinidamente (uno raramente se queda corto con las hipótesis) y cuando la
teoría es finalmente abandonada, la mayoría de las veces no es porque un “hecho”
la falsado definitivamente, sino porque ha probado que es posible inventar una
teoría que “es más simple” (noción que es en sí misma más que misteriosa, pero a
la cual debemos abstenernos aquí de seguir). El criterio de demarcación se vuelve
así mucho más modesto: una teoría científica establece una relación, que queda por
definir, con una cierta clase de eventos llamados “hechos de experiencia”, la cual
nuevamente queda por definir. Pero estas dos definiciones no pueden ser
producidas por la ciencia como tal, ni tampoco exclusivamente por una teoría de la
ciencia (epistemología o filosofía) que trabaje ignorando lo que la ciencia ha hecho
y lo que actualmente está haciendo. Es en este sentido que nosotros demandamos
que no puede haber demarcación rigurosa entre ciencia y filosofía[142].
En este punto, cuando Heidegger escribe que “es correcto que la física no se
ocupe de la cosidad de la cosa” es difícil de ver qué es lo que separa su posición de
la de Sir Karl Popper –a menos que, como sabemos, la física no se merezca este
elogio. Porque su afirmación comparte que puede haber un conocimiento
“positivo” de la cosa, capaz de determinarla y manipularla indefinidamente, sin
encontrase nunca obligado a preguntar: ¿Qué es una cosa? Es obviamente
irrelevante que Heidegger abone este conocimiento “positivo” con menos (o más)
importancia que lo que lo hacen los científicos positivistas, ya que es realmente una
cuestión de preferencia subjetiva arbitraria que no tiene posible status filosófico. Lo
que es importante notar aquí es la mutilación, la ceguera a la cual se condena a la
filosofía. Porque comprometerse con la filosofía no es meramente preguntarse por
la cosidad de la cosa, es preguntarse también por la cosa misma, es también hablar
de la cosa misma. Si hay una metafísica que esta correcta y verdaderamente hecha
y terminada[143], es esta separación de la cuestión de la cosidad respecto de la
cuestión de la cosa, es esta ilusión de que uno puede establecer una línea
absolutamente segura de demarcación entre ellas, que uno puede dibujar fronteras
donde no puede haber bordes. Comprometerse en filosofía es cuestionar esta cosa
y toda cosa –y así abrir el recorrido desde ella hacia otras cosas y hacia aquello que
no es una cosa. Sería difícil que para alguien que nunca ha tenido la experiencia de
alguna cosa tenga sentido la cuestión de la cosidad de la cosa. Porque las cosas no
son dadas de una vez y para siempre, como Heidegger piensa (prisionero como
está, a través de un curioso giro de la rueda, de la anticuada metafísica que subyace
a la física clásica y que es ella misma el subproducto degenerado de los grandes
sistemas metafísicos de la antigüedad). Las cosas –pragmata- son constantemente
fabricadas; también son en parte producidas por el constante fabricar/hacer
humano, incluyendo el fabricar/hacer científico; y esta actividad trae a la luz o a
nuestra existencia aspectos de la cosidad de la cosa, que sin tal actividad
permanecerían ocultos o no-existentes. Por su negación a tomar en cuenta esto,
porque se mantuvo ciego ante la física contemporánea, el psicoanálisis o la
revolución, Heidegger se condenó a sí mismo a no ser capaz más que de repetir lo
que Aristóteles o Kant habían sido capaces de decir (y habían dicho, de hecho)
acerca de la cosidad de la cosa. Es escasamente sorprendente encontrarlo hastiado
de proclamar “el fin de la filosofía” –en el momento donde todo está llamando a
una radical renovación de la filosofía- y encontrarlo pensando sobre un
“coronamiento de la filosofía” traído por la “emancipación de las ciencias” y acerca
de una “descomposición de la filosofía en el advenimiento de las ciencias
tecnificadas”[144]. La filosofía es ciertamente un pensamiento no inductivo, pero
no puede ser el vacío pensar del ser como tal. Es sólo a través del contacto con los
entes que la cuestión de su ser puede ser alcanzada, para no mencionar de
discutirla.
Debe admitirse que es una tarea rara vez emprendida, aunque felizmente
más y más científicos se apuntan a ella. Los intratables problemas que afligen a la
física contemporánea han suscitado la cuestión de en qué consiste el objeto físico y
el objeto de la física (más allá de las medidas a las que es sujetado y de las fórmulas
matemáticas en las cuales es fugazmente encapsulado). Y este cuestionamiento ha
inspirado un numero creciente de escritos de físicos que cuestionan –a veces
volviendo a Tales mismo- los fundamentos y el significado de su actividad
científica. Similarmente en biología, donde la discusión de las cuestiones de
principio nunca ha mermado de hecho, los mayores descubrimientos de los
últimos quince años han inspirado una renovada y revigorizada discusión acerca
del organismo vivo y de las categorías que su estudio pone en juego. De hecho
muchos de los investigadores responsables de estos descubrimientos han llegado a
sentir la necesidad de formular las reflexiones más generales a las cuales ellos se
han visto conducidos. Ciertos filósofos suelen considerar estos esfuerzos
unilaterales e ingenuos. Si así lo hicieran se equivocan, pues encontrarían en tales
esfuerzos una inagotable fuente de reflexión; pero además serían poco elegantes,
dada la total falla de la filosofía contemporánea para poder enfrentarse con estas
cuestiones. La filosofía contemporánea se ha hecho impotente respecto de estas
cuestiones desde que se ha desecado enteramente a través de su absorción en
cuestiones como “convenciones lingüísticas” o una epistemología que no va más
allá de la lógica formal; o si no, en una orgullosa retirada sobre las sublimes alturas
del ser, ha proclamado de una vez y para siempre la radical separación entre el
pensamiento sobre el ser y el conocimiento del ser, y ha abandonado este último a
una ciencia que identifica con la tecnología y expresamente etiqueta de no-
pensante. En ambos casos, el resultado es el mismo: una separación o división se
mantiene entre o que debe ser a toda costa comprendido y pensado en conjunción.
Biología contemporánea: verdaderos y falsos problemas
El concepto de conservación
Por otro lado, este sistema de tabiques siempre existe en una relacion, tan
estricta como oscura, de la regla gobernante de funcionamiento del autómata, con
el estado que aspira a alcanzar o preservar, en breve, con su propósito. Prestamos
insuficiente atención a esta cuestión, confundidos como estamos con la engañosa
simplicidad con que se presenta en el caso del autómata artificial. Cuando
construimos una computadora, somos nosotros los que predeterminamos la
producción[149] deseada y las condiciones de operación: el universo de discurso
de la computadora, el hecho de que reacciona a cartas perforadas o cintas
magnéticas, pero que no llora al escuchar ¿Es tu amor en vano? Están arregladas por
nosotros en vista a su prosecución de un resultado dado o de un estado claramente
definido. En el sistema causal que gobierna la producción de una computadora por
seres humanos, el fin de la computadora (o más exactamente, la representación de
tal propósito) es la causa, y su universo de discurso (que es edificado dentro de su
construcción) es el efecto. Este orden es revertido cuando llega al funcionamiento
de la computadora, pero los dos momentos son bastante distintos y su lógica clara.
Las cosas son de otro modo en el caso del autómata natural, por un vasto número
de razones de las cuales será suficiente mencionar la más importante: no podemos
saber nada de su finalidad. No hay estado definible del que podamos decir que su
conservación es el fin total del funcionamiento del viviente. No podemos decir que
este fin seria la conservación del individuo, ya que sería circular (el funcionamiento
del viviente individual evidentemente aspira a la conservación del individuo en
tanto que individuo viviente) y doblemente erróneo (esta conservación
invariablemente falla y se subordina a la supervivencia de la especie). Pero por la
misma razón, no podemos decir que el fin de funcionamiento del ser viviente sea la
conservación de las especies –porque, en orden a que unas especies sobrevivan,
otras deben desaparecer. ¿Talvez, entonces, el fin del funcionamiento es la
conservación del biosistema en general? Pero ¿qué querría decir eso? El biosistema
no es otra cosa que la colección de seres vivientes, en otras palabras, es la colección
de autómatas cuya función es la conservación del biosistema, en otras palabras la
colección de seres vivientes, en otras palabras…:en breve, invocar la noción de
conservación de este modo es ignorar el hecho de que esta conservación, si es algo,
es conservación de un estado que nunca podría definirse excepto por referencia a
esta conservación.
Economía
Derecho
Lingüística
Psicoanálisis
Sociología
Nuestro estudio de las disciplinas antropológicas permanecería incompleto
a menos que tomáramos cuenta de aquella que en principio debe supuestamente
abarcarlas a todas, aunque es de hecho un poco incapaz de hacerlo: la sociología.
Una dificultad mayor sobreviene cuando nos confinamos al intento de definir su
objeto: ¿hay un auténtico nivel de la realidad que puede pensarse como lo social?
¿Y cómo, a través de una mera apelación al mundo, podemos concebirlo? ¿Tal vez,
después de todo, usamos el término solamente como abreviación de una suma de
realidades particulares? Hemos encontrado un aspecto de este problema en nuestra
discusión sobre el psicoanálisis y la imposibilidad de reducir lo social a lo
individual. De cualquier manera que esto nos parezca cierto, no anticipa la
cuestión concerniente a la naturaleza de aquello que permanece irreductible.
Cualesquiera que sean las intenciones proclamadas, todas las explicaciones e
interpretaciones parciales de los fenómenos sociales que pueden citarse nos
refieren en última instancia al individuo como la causa eficiente y el intento de
hecho de construir lo social a través de una adición de individuos. Esto es
verdadero de la economía (lo marxistas tanto como los académicos) tanto como de
la interpretación psicoanalítica de la religión. Quienes han querido trascender esta
posición solo lo han hecho verbalmente. Ha apelado por ejemplo a “conciencia
colectiva” o a un “inconsciente colectivo”, lo que claramente no son más que frases
vacías cuyos únicos significados posibles es el problema mismo bajo discusión, o
bien están basados en la asunción de que la totalidad social es un elemento
primario si discutirla. Parece que ningún progreso puede hacerse en este punto a
menos que pongamos en duda las categorías centrales del pensamiento tradicional
y, en esta instancia, precisamente la manera en que pensamos los tipos de posibles
relaciones entre un “todo” y sus “partes” o “elementos”. Es claramente imposible
pensar la sociedad como “compuesta” de elementos concebidos como lógica o
realmente preexistentes a ella: una “composición” de la sociedad, si de hecho se
puede dar algún sentido a tal expresión, sólo puede realizarse con individuos que
ya son sociales –o sea, individuos en sí mismos portan la sociedad. Es igualmente
imposible en esta instancia apelar al modelo que parece -correcta o
incorrectamente- como apto en otros campos, la idea de algo que los físicos llaman
fenómeno colectivo (i.e. la emergencia, al nivel de la “totalidad”, de nuevas
propiedades que no existen o a las que no puede atribuirse significado al nivel de
los “componentes” –idea que corresponde a la más familiar noción de
“transformación de la cantidad en cualidad”). Es un sinsentido pensar el lenguaje,
la producción y las reglas sociales como “propiedades” que emergen tan pronto
como un grupo suficiente de individuos son agrupados, en tanto tales individuos
son inexistentes e inconcebibles fuera de o antes que estas presuntas “propiedades
colectivas”, a las cuales es por otra parte imposible reducir.
Enfrentamos la misma cuestión cuando consideramos la organización y la
vida de la sociedad como un todo, y los “sectores” o “dominios” de que esta hecha.
No hay esquema disponible que realmente nos permita asir las relaciones entre
economía, derecho y religión por un lado, y la sociedad por el otro; o, de hecho,
que nos permita asir las relaciones entre estos sectores mismos. Ni tampoco hay
esquema alguno que nos permita decir en qué sentido son estas particulares
entidades que son. Éstas no pueden ser pensadas como “aspectos” en el sentido de
que hablamos de aspecto químico o térmico de una reacción; pero tampoco son
“sistemas parciales” coordinados, análogos a los sistemas circulatorio, respiratorio
o nervioso de un organismo, en tanto –por ejemplo- podemos encontrar -y
usualmente lo hacemos- casos en que uno u otro de estos así llamados “sistemas
parciales” han adquirido autonomía o predominio en organizaciones sociales
específicas. ¿Qué son entonces estas entidades? La cuestión da la mayor
complejidad en el hecho de que no podemos siquiera hablar de esta articulación de
lo social, esta división en tecnología, economía, política, derecho, religión, arte,
como algo dado de una vez para siempre. Casi lo opuesto es de hecho verdadero,
en cuanto estamos perfectamente al tanto de que es solo en una etapa tardía de la
historia humana que el sistema legal y la economía –por ejemplo- emergen como
momentos explícitos de la organización social y son postulados[162] como tal; que
sólo muy recientemente en la historia humana la religión y el arte han sido creados
como factores relativamente separados; o quesólo muy recientemente en esta
historia el tipo (y no meramente el contenido) de las relaciones entre “trabajo
productivo” y otras actividades humanas ha exhibido enormes variaciones. La
organización total de la sociedad se reordena a sí misma en cada momento de
diferente modo, y es ella misma responsable en cada ocasión, no solo de postular
los diferentes “momentos” que personifica sino también de la creación de un tipo
dado de relación entre estos “momentos” y el “todo”. Estos “momentos” y el tipo
de relación postulado entre ellos no puede ser deducido a priori por medio de una
reflexión teórica, ni inferido sobre la base de una consideración inductiva de las
formas sociales de vida observadas hasta ahora, ni pensado en un marco lógico
dado de una vez y para siempre.
Estamos así enfrentados con un “objeto” que revela que, en sus actuales
tratamientos, términos tales como parte y todo, uno y muchos, composición e
inclusión, varían ampliamente de significado[163]; que muestra que puede ser
cuestionado si, a través de los confines de ciertos dominios estrechamente
definidos, tal significado es alguna vez algo más que “nominal y vacío” –como
Aristóteles hubiera dicho, “logikos kai kenos”. La aparentemente imposible tarea que
se nos requiere es pensar “relaciones” entre “términos” que no pueden ser
pensados como entidades discretas, separables e individualizables, y –lo que es
aún más difícil- aceptar que la díada “términos-relaciones” en la manera específica
y el nivel determinado en que está presente a cada instante, no puede ser
comprendida a ese nivel independientemente de los otros.
Sociedad e historia
Ha sido posible desde hace mucho tiempo pensar, y aun se piensa así hoy,
que la separación debe y sólo puede superarse por medio de la utilización de
métodos básicos en los diferentes campos de estudio, o si no por medio de su
reducción a uno solo campo de estudio subyacente. De hecho, estos dos programas
son esencialmente el mismo. Si los fenómenos psíquicos, históricos y sociales son
reducibles a fenómenos biológicos, y estos por otro lado son reducibles a
fenómenos físico-químicos, y si en última instancia la física se reduce a matemática
materializada, la reducción de los contenidos y la unificación de los métodos
significa finalmente una misma cosa, la matematización. Inversamente, si todas las
diferentes regiones de estudio se prestan ellas mismas a una unificación
metodológica, luego las diferencias entre ellas pueden haber sido meras
apariencias. El proyecto del Círculo de Viena, cuyo programa explicito era la
“unificación de las ciencias” provee una clara ilustración en este punto: la
búsqueda de una unidad epistemológica entre las disciplinas estaba inspirada en
una filosofía fisicalista, la cual al mismo tiempo se esfuerza por establecer.
Todo parece sugerir que, excepto en la primera capa o estrato del que hemos
hablado, lo que existe no es congruente con la lógica conjuntista. Las preguntas y
aporías en el centro del debate de la física contemporánea, sobre lo cual hemos
brevemente comentado en lo anterior, parece referir a una organización –si el
termino se conserva aquí significativo- subyaciendo el ser físico, que se extiende
mucho más lejos de lo que Niels Bohr audazmente intento pensar bajo el nombre
de complementariedad, y que es esencialmente imposible de entender en los
términos de la lógica conjuntista[182]. Pero las más contundentes señales de
inadecuación de esta lógica son encontradas indudablemente en el dominio
antropológico. Nuestra discusión previa ha mostrado, pienso yo, la impotencia de
las categorías centrales de la lógica conjuntista cuando son aplicadas a la sociedad
y a la historia. Esto es incluso más claramente demostrado por lo que, gracias a
Freud y a su genio, finalmente hemos llegado a reconocer (aunque la verdad dicha
nos estaba mirando siempre a la cara) como lo que ocurre en el dominio de la
psique. El inconsciente, escribió Freud, ignora el tiempo tanto como la
contradicción; no quiere saber nada de ellos. El inconsciente existe en un modo
donde proposiciones contradictorias no son mutuamente excluyentes, o más
precisamente, donde no puede haber cuestión acerca de proposiciones
contradiciéndose una a la otra. Del “elemento” esencial del inconsciente, la
representación (Vorstellung) no podemos decir nada que pudiéramos confiar a
nuestra lógica usual; cuando genuinamente nos ocupamos del inconsciente, ya
hacemos violencia al tema de nuestro asunto[183] cuando hablamos de
representación como si fuera algo separado a afecto e intención inconscientes, ya
que tal separación es imposible por derecho tanto como por el hecho. Pero
permítasenos suponer aquí que ha sido realizada, y en consecuencia considerar la
representación aislada; permítasenos, de hecho, confinar nuestra atención a aquella
representación ordinaria, cotidiana, consciente en la cual estamos empapados, o,
más precisamente, en la cual, en cierto sentido, somos. ¿No es obvio que escapa de
este confinamiento y se escurre por todos los costados desde el esquema lógico más
elemental? ¿Cuántas representaciones hay en “mi amigo R. era mi tío…una barba
amarilla que lo cubría [su cara][184] se destacó especialmente”? ¿Quién o qué es el
padre del pequeño Hans, el caballo de su fobia y sus relaciones para el pequeño
Hans? ¿Cómo podríamos esperar pensar estas cadenas de asociaciones como
relaciones biunívocas entre términos distintos y definidos? Con las
representaciones estamos de hecho enfrentados a un caso de lo que Cantor llamaba
“multiplicidad inconsistente”, ya que es simultáneamente una y muchas; la
determinación, en este dominio, no es decisiva ni indiferente; lo imposible y lo
necesario, lejos de dividir el campo entre ellos, deja su esencia intacta; las
relaciones de vecindad son indefinidas o constantemente redefinidas; y cada punto
es al mismo tiempo arbitrariamente cerca y arbitrariamente lejos de todo otro
punto[185].
Categorías y regionalidad
Es igualmente claro que las preguntas así formuladas son sólo fragmentos
del problema que la humanidad contemporánea encuentra en cualquier lado al que
pueda intentar volar. Sería ingenuo pensar que pueden ser resueltos, parcial o
sustancialmente, a menos que la organización social y la orientación histórica sean
radicalmente transformadas. ¿Cómo puede ser separada la cuestión de la
institución social de la ciencia contemporánea respecto de la manera en que esa
sociedad misma se instituye? No hay más política de las ciencias de lo que hay
ciencia de la política, excepto, en ambas instancias, en la forma de la mistificación o
manipulación pseudo-técnica. Sólo hay, y debe haber, pensamiento político así
como debe haber políticos pensantes, y esto es lo que los tiempos demandan de
nosotros. Además, ¿Cómo puede uno esperar abolir la institución en su forma
presente sin dar al traste con la organización interna del conocimiento y del trabajo
científico que es congruente con ella? Y ¿Qué podría ser esta liquidación, si no la
entera reconsideración de la cuestión del conocimiento, de aquellos
comprometidos con su propósito, del objeto de su propósito, y entonces una vez
más, y más que nunca, filosofía, aquella cuya muerte algunos simplones creen que
por sólo nombrar creen que pueden causar? La transformación social requerida por
nuestros tiempos esta inseparablemente ligada[192]a la auto superación de la
razón. Esta transformación tiene tan poco que hacer con los pronunciamientos
mistificadores de los demagogos o illuminati de todos los bandos, como lo que
aquella superación tiene que hacer con las “revoluciones” periódicamente
anunciadas por los impostores mientras se trepan a sus tablones filosóficos[193]. En
ambos casos, lo que está en juego no es meramente el contenido de lo que necesita
ser cambiado –el tenor y la organización del conocimiento, la sustancia y la función
de la institución- sino también, e incluso en mayor medida, nuestra relación con el
conocimiento y con la institución. Es imposible entonces concebir algún cambio
esencial que no involucre un cambio en esta relación. Venga lo que sea,
permanecerá la grandeza de nuestra época, y la promesa de su crisis, para haber
avistado[194] la posibilidad de este cambio.
KOINONIA
TÉCNICA
La idea griega de hombre, zoon logon echón -ser vivo que posee el logos, el
hablar-pensar- los modernos yuxtapusieron, e incluso opusieron, la idea de
homofaber, es decir, el hombre definido por la fabricación de instrumentos, por lo
tanto, por la posesión de útiles. Los documentos antropológicos parecieron darles
la razón durante un tiempo, pero no era más que en apariencia: las lascas
desbastadas se conservan, mientras que solamente son posibles inferencias
indirectas sobre la palabra como previa a la escritura. Los progresos de la
antropología permiten hoy relativizar considerablemente esta oposición (lo cual no
quiere decir que los enigmas de la hominización estén resueltos). Efectivamente, el
córtex de los monos superiores muestra que, en ellos, “articulación y gesticulación
están presentes de manera infrahumana", pero “las posibilidades físicas para
organizar sonidos y gestos existen desde los primeros antropoides conocidos". “El
hombre fabrica útiles concretos, y símbolos (...) unos y otros recurriendo, en el
cerebro, al mismo dispositivo fundamental (...) El lenguaje y el útil (...) son
expresión de la misma propiedad del hombre". Esto que André Leroi-
Courhan[195] considera como prácticamente cierto a partir de datos materiales, se
reencuentra con lo que podría constatar la reflexión filosófica sobre la técnica y el
lenguaje. En ambos casos, está en juego el mismo desempeño en relación con lo
inmediato; en ambos casos emergen una temporalidad y un orden suí generis, que
se superponen a la temporalidad y al orden naturales e invierten sus signos; en
ambos casos, encontramos, parafraseando a Marx, una exteriorización u
“objetivación’’del hombre, que permanece ininteligible si se la recorta de una
interioridad que es, sin embargo, en sí misma inaccesible; útil y palabra duplican
inmediatamente su existencia empírica, de hecho, por un eidos universal (no son
útil ni palabra más que como instancias concretas de esos útiles o esas palabras); en
fin, para ambos, hay una realidad y una apariencia de su dominio por parte del
individuo que los utiliza, la apariencia y la realidad de su dominio sobre el
individuo al que preexisten y que, sin ellos, no podría ser.
El sentido de la técnica
La "techné" griega
Técnica, del griego techné, remonta sus orígenes a un verbo muy antiguo,
teu- chS (única pero innumerablemente evidenciado por los poetas; su raíz
est(e)uch-, del hipotético Indoeuropeo th(e)uch-), cuyo sentido central en Homero es
"fabricar", "producir”, "construir"; teuchos, "útil", "instrumento", es también el
instrumentopor excelencia: las armas. Ya en Homero se cumplía el pasaje de este
sentidoal de causar, hacer ser, traer a la existencia, desligado frecuentemente dela
idea de fabricación material, pero nunca de la de acto apropiado y eficaz; el
derivado tuktos, “bien construido","bien fabricado", quiere significar
tambiénacabado, terminado, completo; tekton, que al principio era el carpintero, es
también en Homero el artesano u obrero en general, y ulteriormente elque domina
una ocupación dada, finalmente el buen constructor, productoro autor. Techné,
"producción" o “fabricación material", se convierterápidamente enla producción o
el hacer eficaz, adecuado en general (no necesariamente ligado a un producto
material), en la forma de hacer correlativa a una cierta producción, en la facultad
que la hace posible, en el saber hacer productivo relativo a una ocupación y (a
partir de Herodoto, de Píndaro y los trágicos), en el saber hacer en general, por lo
tanto, el método, manera, o forma de hacer eficaz. El término llega así a ser
utilizado (frecuentemente en Platón) como casi sinónimo de saber riguroso y
fundado, de episteme. En el período clásico, está connotado por las oposiciones
techné-paideia (ocupación profesional lucrativa opuesta al aprendizaje
desinteresado), techné-tuche (causa mediante un hacer eficaz, por lo tanto
consciente, que se opone a un efecto del azar), y por último, techné-physis. Los
estoicos definirán la techné como hexis hodopoietiké, "hábito creador del camino".
Paralelamente a esta deriva, que los documentos hacen aparecer de inmediato,
desde un sentido de techné como fabricación al sentido de un saber hacer
apropiado y eficaz, es importante constatar el desprendimiento, infinitamente más
lento, e incierto hasta el final, que lleva desde este sentido de "fabricar" material
hasta el concepto de creación (poiesis), al que finalmente Aristóteles atará la techné.
De los dos sentidos iniciales del verbo poieó (“to make” y “to do), solamente el
primero (esto es: producir, construir, fabricar) existe en Homero y casi como
sinónimo perfecto de teucho. El tercero, crear, no surgirá más que en la época
clásica.
Marx
La constitución de lo real
Las dos partes de este enunciado son esenciales. Leroi-Oourhan tiene razón
al escribir: "Hay, entonces, una parte de la tendencia técnica que concierne a la
construcción del universo mismo”[217]. Pero no se sabría cómo subrayar lo
suficiente que lo que "concierne al universo mismo” debe ser desprendido, y no
puede serlo más que en función de otro término: si es “normal que los tejados sean
a dos aguas, que las hachas tengan mango, que las flechas estén equilibradas al
tercio de su longitud”, no es ni "normal" ni "anormal” que haya casas, hachas,
flechas; es "arbitrario”. Por cierto, la racionalidad de lo real está puesta en juego
cada vez, pero para que lo sea de manera fecunda, porque se desenvuelva, es
necesaria la “posición absoluta”de la casa, del hacha, de la flecha. Es cierto que hay
"soluciones obligatorias"[218], pero también es esencial observar que, para el
hombre, no hay problemas obligatorios. Entonces, incluso aquí nos acercamos a un
aspecto esencial de la creación técnica: no hay uno o varios problemas del hombre
definidos de una vez y para siempre, y a los cuales él aportaría, a lo largo de las
eras, soluciones "obligatorias" o progresivamente perfeccionadas; no hay un punto
fijo de las ‘‘necesidades”humanas. El abismo que separa las necesidades del
hombre como especie biológica y sus necesidades en tanto ser histórico, está
surcado por el imaginario del hombre, pero el instrumento utilizado para surcarlo
es la técnica. Incluso la imagen es en sí misma defectuosa, porque aquí tampoco la
técnica, tomada in toto, no es simple instrumento, y su especificidad co-determina
cada vez de manera decisiva lo que es surcado: la necesidad histórica no es
definible fuera de su objeto. La industria es no sólo “el libro abierto de las
facultades humanas", sino también el texto interminablemente continuado de la
imposible traducción del deseo en objetivo realizable.
La organización social
Hasta ahora, no se trató más que de la técnica “material", de las relaciones
de la sociedad con la naturaleza. Debía quedar claro que lo que acaba de decirse
vale a fortíori para el otro aspecto de la constitución por parte de la sociedad de lo
que es para ella real-racional: de su propia constitución por sí misma, de su auto-
institución -y de la inmensa componente técnica que ésta conlleva. No es posible
dar aquí más que algunas indicaciones. Por una parte, como lo subrayó
categóricamente Lewis Mumford[219], una de las invenciones más extraordinarias
de ia historia fue la construcción no de una máquina material cualquiera, sino de
una “máquina invisible", “máquina de trabajo"o "megamáquina”: la reunión y la
organización, por la realeza, hace cinco mil años, de inmensas masas de hombres
bajo una minuciosa y rígida división del trabajo, que hizo posible el cumplimiento
de trabajos de un tipo y escala desconocidos hasta ese momento, y comparables a
los de hoy (Marx decía que “el modo de colaboración es en sí mismo una fuerza
productiva”[220]). Pero bajo una forma a la vez menos espectacular y mucho más
general, esto es cierto para toda sociedad conocida: de todas las “técnicas”, la más
importante es la organización social misma; el aparato más potente creado alguna
vez por el hombre es la red regulada de las relaciones sociales. Es cierto, es preciso
reconocer que esta red es la institución, y la institución es mucho más, y otra cosa,
que la técnica; pero contiene indisociablemente la “técnica" social -la
"racionalización” de las relaciones entre los hombres tal como está constituida por
la sociedad considerada- y es imposible sin ella[221].
La “neutralidad”de la técnica
La TESIS MARXISTA
Platón, en La República, vuelve a trazar una génesis de la ciudad paralela a la
diversificación y a la división de los trabajos; y se vio con justicia en una
observación de Aristóteles (que hacía de la no-existencia de los esclavos mecánicos
la condición de la esclavitud de los hombres) una de las primeras formulaciones
del materialismo histórico. Un siglo y medio después de su aparición, y a pesar de
toda la literatura que ha suscitado, es la gran tesis de Marx la que domina hasta
hoy el tema: el estado de la técnica (de las “fuerzas productivas”) en un momento
dado determina la organización de la sociedad, porque determina inmediatamente
las relaciones de producción, y mediatamente la organización de la economía,
primero, y el conjunto de las “superestructuras" sociales después; el desarrollo de
la técnica determina los cambios de esta organización. Sin que pueda reducirse
todo Marx a esta tesis, o incluso Marx con respecto a este punto particular, no
puede ocultarse que él lo expresó categórica, frecuente y claramente, que eso fue el
tema central de la vulgata marxista, que es ella misma el componente esencial de
las ideas dominantes en el siglo XX, en fin, que esta tesis es, desde el primer
abordaje, suficientemente plausible para permitir que se ordene a su alrededor el
debate sobre la cuestión.
Una cosa es decir que una técnica, una organización del trabajo, un tipo de
relación de producción, van de la mano de un tipo de vida y de organización social
de conjunto; otra es hablar de determinismo de éste por aquellos. Más allá de
cualquier discusión sobre la cuestión de la causalidad en el dominio social-
histórico, un prerrequisito esencial de toda idea de determinación no está cumplido
aquí: la separación de los términos determinantes y determinados. Sería necesario
ante todo poder aislar el "hecho técnico", por una parte, y cualquier otro hecho de
la vida social, por la otra, y definirlos de manera unívoca; sería necesario luego
poder establecer relaciones bi-unívocas entre los elementos de la primera clase y
aquellos de la segunda. Ni una ni otra de estas posibilidades nos están dadas. La
postulación de la primera parece ser el efecto banal de una proyección sociocéntrica
(en nuestra sociedad, “hechos" y "objetos” técnicos parecen distintos de otras
realidades) y de un deslizamiento de sentido, tendiente a identificar el hecho
técnico y el objeto material que le corresponde. Ahora bien, este objeto no es
forzosamente, para la mayoría de las culturas conocidas, "instrumento" puro; está
tomado en una red de significaciones cuya eficacia productiva no es más que un
momento. Más importante, puesto que es más específico: el hecho técnico no puede
en lo más mínimo ser reducido al objeto. El objeto no es nada en tanto objeto
técnico fuera del conjunto técnico (Leroi-Gourhan) al que pertenece. Tampoco hay
nada por fuera de las destrezas corporales y mentales (que no existen de por sí, ni
son automáticamente inducidas por la simple existencia del objeto) que
condicionan su utilización; con respecto al útil en tanto tal, bien lo dice Leroi-
Gourhan, “no es más que el testigo de la exteriorización de un gesto eficaz”[222].
Conjunto técnico y destrezas pueden también inducir la invención, o la adopción
de un objeto, así como también modificar, a veces "regresivamente”, las
modalidades de uso (los esquimales y los lapones "redujeron” a su nivel técnico las
tijeras de madera traídas por los europeos, paraIntegrarlas a sus herramientas
tradicionales), o condicionar su rechazo. Por fin, este objeto es en sí mismo un
producto; su génesis pone en juego la totalidad de la existencia social de la
colectividad que lo hace nacer: no solamente sus “aptitudes mentales", sino su
organización del mundo y el sesgo específico que la caracteriza. No se trata
solamente de que haya un “estilo” de las invenciones y de los artefactos propios de
cada cultura (o de cada dase de cultura), correspondientes a lo que Leroi-
Courhan[223] llama "el grupo técnico", sino que en el conjunto técnico se expresa
concretamente un apoderamiento del mundo.
La época contemporánea
Relaciones no univocas
a) Técnica y economía
Continuidad y discontinuidad
Hacia fines del siglo XIX, la economía política académica "descubre" que a
un estado dado de la tecnología, pueden corresponder varias técnicas, específicas
para cada producción. En tanto que estas diferentes técnicas puedan poner en
juego cantidades relativas diferentes de capital y de trabajo, la adopción de tal o
cual entre ellas modificará la demanda relativa de cada factor de producción, y por
lo tanto también su precio, y finalmente, su parte en el producto social. Una
indeterminación esencial se introduce así en el sistema, indeterminación que será
finalmente recogida, bien o mal, por una extensión del esquema neoclásico del
equilibrio general; una sola de las técnicas hechas posibles cada vez por el estado
tecnológico será óptima para los precios relativos dados por el capital ("tasas de
interés"), para el trabajo, y para la "tierra". Estos precios están siempre en función
de la demanda (o "penuria") relativa a los factores de producción; ciertamente, la
demanda está hoy afectada por la elección de la técnica aplicada, que depende a su
vez de estos precios relativos; pero esta determinación circular es propia de todos
los estados de equilibrio, y se expresa matemáticamente por medio de un sistema
de ecuaciones simultáneas.
3.Técnica y política
DE MARX A ARISTÓTELES
Y DE ARISTÓTELES A NOSOTROS
A Constantin Despotopoulos,
«5 lechos = 1 casa»
«no se distingue» de
Para que las “meras” empresas sean las típicas y sean la mayoría, es
necesario suponer o bien que no hay cambio en la tecnología o bien (y Marx en
efecto explícitamente postula esto en varios lados) la competencia constante y
efectivamenterestaura tiempos efectivos al tiempo promedio. La primera hipótesis
conlleva una teoría del valor que es relevante solo para una economía sin cambio
técnico, para una economía tecnológicamente estática. Pero un capitalismo
tecnológicamente estático es pura ficción y no es lo que se exhibe en El capital,
donde la cuestión es el movimiento del capitalismo gobernado por las “leyes del
valor” y dominado por una perpetua convulsión de la tecnología[242]. Por lo tanto
uno debe suponer (e incluyendo los axiomas de la teoría) una forma de
competencia suficientemente poderosa para que cualesquiera sean los saltos y
límites y la naturaleza del cambio tecnológico, los tiempos efectivos (o
productividades) serán exitosamente restaurados en todos sus periodos, en todos
sus ramos, en la gran mayoría de los casos, al tiempo promedio. Que esto
significaría que la competencia, lejos de pertenecer a los “fenómenos superficiales”
de la economía, es una mediación esencia e incluso suprema. Pero tal poder de
competencia no es concebible excepto en un mercado capitalista muy extenso y por
medio de los postulados más delirantes de la economía neoclásica: debe haber una
movilidad perfecta e instantánea de sumas de capital y de obreros; debe haber
ausencia total de todo bloqueo a la entrada de ramos de producción; la existencia
en cada ramo de unamultitud de empresas, siendo cada una despreciable en
relación con la demanda total delramo; la transparencia del mercado y la
instantaneidad y libertad de información, etc. En cualquier caso es necesario un
capitalismo “desarrollado” y “puro”, uno que está establecido y funcionando de
acuerdo con el modelo de la competencia. Pero si un capitalismo tal fuera
establecido, la “ley del valor” ya no podría ser aplicada, y esto de acuerdo con
Marx mismo: las mercancías no podrían ser más intercambiadas conforme al
“tiempo de trabajo socialmente necesario” para su producción –esto es, de acuerdo
con sus valores- sino de acuerdo con su “precio de producción”. (Este es el famoso
pseudoproblema de la pseudoigualación de la tasa de beneficio, y aquel de la
relación entre el volumen 1 de El Capital y el “volumen 3”). Porque para que se
aplique la ley del valor es necesario, es necesario que no haya capital, porque la
existencia de capital conlleva (bajo las condiciones establecidas) una igual tasa de
beneficio entre ramos, y por lo tanto una divergencia entre “valores” y
“precios”[243]. Entonces. ¿Es la “ley del valor” valida donde hay intercambio pero
no aun capital –esto es, bajo “producción de simples mercancías”? Pero la
producción de simples mercancías no permite la determinación sociológica ni
económica del “tiempo de trabajo socialmente necesario” para la producción de un
producto –ni la pretensión de que los “labores de intercambios” (las proporciones
conforme a las cuales los productos son intercambiados) son regulados por su
tiempo. En el interior de cada ramo no hay el grado de competición entre
productores que efectivamente igualarían el tiempo de trabajo requerido para cada
producto, incluso en menor sentido habrá tal competición entre los ramos. A fin de
que la ley de valor de trabajo se aplique a una economía de producción de simples
mercancías (aproximadamente una economía de intercambio artesano) sería
necesario por ejemplo que los zapateros del sábado se conviertan en sastres el
lunes si se han cerciorado en el mercado del domingo que la “tasa de intercambio”
zapatos/ropa es favorable para los sastres y desfavorables para ellos. En breve:
cuando una parte de las condiciones de validez de la “ley del valor” es dada bajo la
forma de competencia, etc. se está en el medio de la producción capitalista
desplegada que implica ipso facto intercambio no conforme a “valores” sino a
“precios de producción”. Y cuando el intercambio no es aun subsumido bajo las
leyes del capital y de la igualación de la tasa de beneficio –esto es, bajo producción
de simples mercancías- no es posible definir un “tiempo de trabajo socialmente
necesario” promedio, porque la mediación esencial de un tiempo promedio -la
“competencia” del tipo capitalista- no está presente. Luego, ¿cuándo es válida la
“ley del valor trabajo"? En un sentido, nunca, bajo ningún conjunto de condiciones
sociales e históricas que existan de hecho o sean construibles de modo coherente.
En otro sentido siempre: en el pasado, en el presente y en el futuro. Porque es una
consecuencia de la posición de esta sustancia, Trabajo, el que esté allí desde el
principio al fin de la historia humana y esté cristalizado en todos sus productos –
que puede ser o no “intercambiable”, e intercambiable de acuerdo con este o aquel
modo; estos modos conciernen a la forma del valor que uno no debería confundir
con el Valor, no más de lo que uno debería confundir la sustancia H 2O con hielo,
agua o vapor.
Esta oscilación es fatal. Marx sabe muy bien, y es el primero en decirlo, que
la aparente homogeneización de productos y trabajos emerge sólo con el
capitalismo. Es el capitalismo el que trae esto al ser. Pero ¿Cómo, dentro de su marco
ontológico, puede pensar Marx que el capitalismo podría traer algo al ser que ya
no haya estado allí antes, al menos como potencialidad? Por lo tanto, el capitalismo
sólo puede traer al nivel de la apariencia, revelar la humanidad a sí misma, una
humanidad que hasta entonces se pensó a sí misma en los términos de magia,
política, derecho, teología y filosofía, y que aprende por medio del capitalismo su
verdadera realidad que es económica, aprende que la realidad de su vida ha sido
siempre la producción, que es la cristalización en valores de uso de la
Sustancia/Esencia. Pero si uno no sigue más lejos, la verdad revelada por el
capitalismo se convertiría simplemente en verdad, lo que implicaría políticamente la
inanidad de toda revolución y filosóficamente un nuevo y siniestro “fin de la
historia” ya realizado. Por lo tanto, esta verdad es y no es verdad; el capitalismo da
la apariencia de lo mismo a aquello que no es (reducción, fetichismo) –y el estadio
superior del comunismo será capaz de considerar la verdad y la completa verdad
de la incomparable e irreductible alteridad de los individuos humanos. Pero sería
capaz de tomar esto en consideración sólo si además tomara en consideración la
“verdad” económica de que el capitalismo ha traído todo al nivel de la apariencia que
le da la apariencia de ser de ser la completa verdad (reificación). En el fundamento
del “dominio de la libertad” estará siempre el “dominio de la necesidad”, y en él
Por las mismas razones son unilaterales y en última instancia falsas todas las
“interpretaciones” que se ocupan solo con algunos textos pre socráticos, platónicos
y aristotélicos y la etimología de las palabras, e ignoran no solo los filósofos
“opositores” sino los poetas, los dramaturgos, Aristófanes y Tucídides, y la historia
político/social como fuentes filosóficas. Porque los grandes textos de la filosofía
griega son también textos políticos. ¿Es sólo coqueteo que Platon haga decir a
Socrates que al filósofo no le interesan las rocas y los arboles sino el hombre en la
ciudad? ¿Es porque no conoce las reglas de la composición literaria que Platón dice
lo que tiene que decir acerca de la verdad, la esencia, y más allá de la esencia en un
libro llamado Politeia –La república- que ha sido justamente subtitulado peri dikaios-
politikos “diálogo político sobre la justica”? También la cuestión de la dikaiosine, de la
justicia, de la institución justa de la ciudad, lo llevan a Platón a preguntarse acerca
de lo que realmente es.
¿Por qué solamente “en un sentido”? Nuevamente, como en el caso del ser y
del bien, Aristóteles empieza estableciendo que la justicia tiene distintos
significados[270]; y una vez más los sentidos y significaciones corrientes[271] del
término facilitan el punto de partida de su investigación. Es remarcable y
fundamental que en este caso el sentido y la significación así facilitado será
elaborado, elucidado y enriquecido pero nunca rechazado o corregido. Lo justo y la
justicia son aquello que el lenguaje de los griegos dice que es lo justo y la justicia: uno es
considerado como injusto si actúa contra la ley, o si quiere tener más de lo que
comparte (pléokntés) o si no es equitativo (desigual: isos). La corriente significación
popular de estos términos -y el “sólido prejuicio popular” que incluye y que
Aristóteles no ignora sino que explícitamente acepta- directamente facilita el
contenido de la definición que será mantenido y validado a través de su
investigación: justo es lo legal y lo igual/equitativo, injusto es lo ilegal y lo
desigual/no equitativo.
Por lo tanto, hay una justicia total, “el ejercicio del todo de la virtud con
nuestros compañeros humanos” que coincide “más o menos” con la legalidad; “la
ley ordena vivir en conformidad con toda virtud y prohíbe vivir en conformidad
con cualquier vicio”[278]. Pero –y esto, por sobre todo, es importante- la ley no se
contenta con ordenar y prohibir; la ley es “creadora de la virtud total” por medio
de “medidas legales que son promulgadas por la educación orientada hacia la
comunidad (peri paideian tes pros to koinon)”[279]. La completa justicia – y
esencialmente la ley- es por lo tanto infinitamente más que la prohibición y el
interdicto; es en principio y por sobre todo “creadora de virtud total” y esto por
medio de la paideia, la educación, la preparación en los asuntos comunes, el proceso
de dar a luz a los ciudadanos, la transformación del pequeño animal en un hombre
en la ciudad. La completa justicia es la constitución/institución de la ciudad, y de
acuerdo a la finalidad de esta institución su parte más importante es la
concerniente a la paideia, la formación del individuo en su vida en comunidad, la
socialización del ser humano.
Esta justicia total -que está relacionada a todos los objetos que son
importantes para el hombre de excelencia[280]- Aristóteles no es posteriormente
examinada en la Ética, no más de lo que quiere concluir con una respuesta a la
cuestión acerca de si es “lo mismo” ser un hombre bueno y un buen
ciudadano[281]. Ambas cuestiones serán objeto de la Política, donde por otra parte
no serán “resueltas”[282]. Las cuestiones se solapan y las dificultades son
homologas. Ya hemos evocado aquellas concernientes a la afirmación de que lo
legal es lo justo:¿la ley es siempre y sin ninguna condición lo justo?[283]. Del
mismo modo, la ley aspira a la “creación de la virtud” por medio de la paidea pros
to koinon, orientación/preparación orientada a la comunidad; pero ¿es la virtud del
buen ciudadano la virtud en sentido absoluto (haplós), virtud sin ninguna otra
calificación[284]? En otras palabras, ¿acaso la institución social de la virtud agota
completamente la virtud? En cierto sentido, hay virtud en y por la institución, para
empezar porque el hombre no puede existir fuera de la ciudad, porque la virtud es
creada por la educación y ésta se basa en la ley, y finalmente porque la virtud es
hexis proairetiké, una disposición adquirida a través de la deliberación, y esta
deliberación –no siendo posible sin proairesis, deliberación y libre elección- es
evidentemente una adquisición desde y por medio de todo lo que es dado a e
impuesto al individuo por la ley de la ciudad. Pero decir esto sin agregar nada más
es volver a la perspectiva de que la virtud misma es sólo por convención, nomos
como opuesto a physis –convencional, instituido, “arbitrario”, variable. “El fuego
arde tanto aquí como en Persia…mientras que las nociones acerca de qué es justo
cambian”[285]. ¿Acaso hay una ciudad, una institución acerca de la cual uno pueda
decir que no es simplemente otra “convención” sino que es absolutamente la mejor,
que es mejor physei por naturaleza? Aristóteles parece al mismo tiempo afirmar
esto: “Lo que es justo no por naturaleza sino por promulgación humana no es más
similar en todos lados que lo son las constituciones entre sí. Y aun así, hay sólo una
constitución que es la mejor en todos lados por naturaleza”[286]. Pero como
opuesto a toda otra forma de ser determinado por naturaleza y por la propia
naturaleza de una cosa que (con la excepción de los monstruos) realiza casi
siempre la norma que es su ser -to ti en einai, aquello que estaba por ser- la ciudad
de la mejor physei no es hallada en ningún lado. Todas las ciudades existentes son
defectuosas, afirma por todas partes Aristóteles. La identidad de la ley y de la
justicia, aquella de la paideia “comunal” y de la paidea “privada”[287], de la virtud
del ciudadano y la del hombre, tanto como la inclusión de la ética en la política no
serían problemas si uno pudiera afirmar que toda ciudad de hecho es una ciudad
por derecho (que todo nomo es también physei) -algo que Aristóteles sabe y declara
no verdadero- o si uno pudiera afirmar que todo siempre es simplemente una
cuestión de hecho, que no hay normas para la ley –porque en este caso la cuestión
de la ley misma, de la justicia y de la política, serian evitadas. El problema subsiste
a pesar de su anticipada solución al comienzo de la Ética.Porque por un lado
Aristóteles afirma que existe una politeia que es la mejor por naturaleza (y hasta
donde sabemos, continuamos proponiendo la cuestión de la política como la de ser
capaz de descubrir qué cosa es preferible a lo que ya existe); y porque por el otro
lado él experimenta (y nosotros también) las mayores dificultades al intentar decir
qué es o será esta politeia;y además porque Aristóteles diría (y nosotros también) de
que resta el caso de que la mejor ciudad por naturaleza no sea realizada, que
nosotros no vivimos en ella y que mientras esperamos por ello es necesario vivir y
actuar de un modo u otro sin ser capaces de evadir cuestionarnos a nosotros
mismos si estamos haciendo lo que debemos –si lo que estamos haciendo es justo.
La justicia parcial tiene que ver con la igualdad y está regulada por lo
equitativo. Aristóteles distinguió, como sabemos, dos tipos: justicia distributiva y
correctiva. La justicia distributiva concierne a la división, la correctiva a
transacciones voluntarias (sunallagmata) –contrato en el sentido propio- o
involuntarias (para una de las partes: ofensa). Ambas están determinadas por la
idea de lo equitativo: a fin de que haya justicia, toda división, toda distribución debe
ser equitativa, en un sentido que resta aun definir, y toda transacción debe estar
regida por la igualdad, o ser reparada, rectificada, corregida de modo que la
igualdad sea restaurada.
Una vez que la frontera entre aquello que puede ser participado y lo
divisible es trazada, lo divisible debe ser dividido. Existe por lo tanto la primera
división, por naturaleza o por ley, de eso cuya atribución a uno excluye la
atribución a otro. Esta es la idea que Marx hará explícita en la esfera estrecha de la
producción: “Toda distribución de los medios de consumo es sólo una
consecuencia de una distribución de los medios de producción mismos”[292]. Esta
asignación inicial (o distribución) es la tarea y el trabajo de la justicia distributiva;
en un sentido mínimo esto siempre existe y siempre existirá. Es una ley lo que debe
decir si uno ha de disponer o no de “su” cuerpo –ley y disposición que nos
automáticas en absoluto como lo muestra el término habeas corpus mismo, tanto
como los innumerables ejemplos desde la esclavitud al Gulag y a los campos de
concentración chinos (que también muestran, una vez más en la historia, que
incluso el habeas corpus no es automático).
Pero ¿sobre qué base puede uno discutir esta distribución inicial? ¿Qué es
decir que tal y cual reparto es preferible a tal o cual otra –o que es más justa, de
acuerdo con la terminología de Aristóteles -y de hecho, con la terminología
universal-?[293]. Debatir esta cuestión, sostener un discurso público defendible
erga omnes manteniendo que tal y cual distribución inicial es preferible o mejor,
requiere que uno sea capaz de reducir la cuestión a términos “racionales” –porque
requiere la admisión de la comparabilidad de individuos entre los cuales se ha de
dividir y de las cosas que han de dividirse. Es necesario que haya “racionalidad” o
logos en consideración a la cuestión. “Por eso es que no permitimos el poder de un
hombre sino el del logos”[294]. Casi todos los sentidos de la palabra logos están
recuperados aquí. A fin de que haya discursos –logos- y argumentos –logo: que lo
defiendan- debe haber una definición –logos- de la cuestión y de sus términos, debe
haber una relación/proporción –logos- entre ellos; también es necesario que la
reflexión –logos- presida la solución. Pero decir logos, ¿no es decir ya en cierto
sentido “igualdad”? Heráclito habló del logos kunós –un logos común, público,
perteneciente a todos; y el Menón ha mostrado que hay una participación igual de
todos en el legos, hombres libres y esclavos. Igualdad o equivalencia, ¿no están
siempre implicadas diversamente en toda racionalidad –igualdad o equivalencia de
los partícipes en la discusión, sin lo cual no hay dialogos; igualdad o equivalencia de
declaraciones, sin lo cual no hay cadena demostrativa; igualdad o equivalencia de
la referencia del discurso, sin lo cual el discurso no podría ni siquiera empezar?
Traduzco axia por valor -para distinguirlo del otro que voy a llamar Proto-
valor, por razones que serán inmediatamente claras. Axia también ha sido
traducido como dignitas o mérito. En su primer sentido axias es algo que es un
contrapeso, que pesa tanto como…, que equilibra; el significado de axia es valor ()
partiendo de una equivalencia física, de equilibrio, esta visiblemente arraigado en
los actos concretos de intercambio: boos axios, “vale un buey”[306], dice Homero,
siendo el buey para él precisamente el “criterio de valor” y el objeto que “vale un
buey” puede hacer de contrapeso a un buey en un sentido metafórico. Axia en el
sentido del valor, la dignidad, el mérito de un hombre fue constantemente usado
desde Herodoto. El katáxian de Aristóteles podría ser traducido tanto en el sentido
arcaico como en el moderno: el coeficiente del balance apropiado [ponderación] de
cada individuo de acuerdo al cual cada uno tiene un peso para la comunidad. Pero
la cuestión de axia como valor (que parecería “moderno”) o por dignidad o merito
(que parecería anticuado o moralizante) no tiene importancia, porque cualquier
cosa que uno haga estará en el mismo círculo: ¿Cuál es el valor (mérito o dignidad)
de un valor tal y cual (mérito o dignidad), o –si se prefiere- porque tal y cual valor
es un valor? Este es el círculo del Proto-valor –la institución de una significación
imaginaria central para la cual no se sabe cómo proveer una consideración racional.
Los democráticos dicen que el axia de cada uno es su libertad; dicen que esto no es
sólo porque la libertad es un valor sino porque es más digno más que todo otro
“valor” que uno podría mencionar. Lo mismo es verdadero para los otros conforme
a lo que cada uno toma por valor. Cada partido está obligado a afirmar que su
valor es digno de ser, que su mérito amerita ser el fundamento de la distribución,
que su dignidad es digna de proveer el criterio de la justicia. Cada uno está por lo
tanto obligado a postula un valor como el valor, un atributo de los hombres que
definirá el “peso” de cada individuo en la distribución. De la misma manera, cada
partido afirma que la justa distribución es relativa a lo que cada individuo es/tiene
ya con respecto a un “valor” que no es “relativo” a nada, que no es en relación a…,
sino que es postulado en términos absolutos, como el point d´origine de la justicia, la
base de referencia que no puede ser referida a nada más que a sí misma, el “valor”
con respecto al cual y por medio del cual los individuos evalúan (o pesan) aquello
que evalúan, y que tiene él mismo absoluta “dignidad”, lo que es igual que decir
que propiamente no tiene ninguna dignidad, o que equivale a algo más que algo
teniendo valor [valoir], que no tienen ningún posible contrapeso. La dignidad de
cada uno está determinada por su libertad, pero nada vale la libertad, dicen los
demócratas. Este Proto-valor, este axia postulado axiomáticamente, debe ser una
respuesta a la división de acuerdo a un criterio una vez, pero sólo una vez.
Pero, ¿Quién ha dicho que el hombre como tal, o que tales y cuales hombres,
son libres? ¿Quién es el que ya ha distribuido la “riqueza” y la “nobleza” de
acuerdo a las cuales debe hacerse la división? Y en tanto que la virtud no se posee
naturalmente, sino que es como mínimo un co-producto de la paidea, de la
preparación social de los individuos, ¿quién ha considerado a los individuos
virtuosos o no virtuosos, y a tales y cuales individuos más virtuosos que otros?
Todos estos criterios, estos “fundamentos de la medida”, aparecen sólo porque
fueron ya instituidos, postulados por el nomos y por tal y cual nomos como Proto-
valor, axia. Lo que Aristóteles implica es que todas las sociedades (y en el conflicto
político, todos los partidos) siempre postulan de hecho un axia, un Proto-valor, y
una proporcionalidad basada en este axia –que talvez o talvez no haya implicado o
no el problema de ser explicado y “justificado”. Pero lo que el presenta aquí -como
veremos prontamente- es esta cuestión: ¿cómo se puede justificar verdaderamente
esta proporcionalidad, siempre establecida de facto de una manera u otra?[309]. Esta
es una interrogación directa concerniente al axia mismo y a su fundamento. El
nomos ya está ahí en todos los casos; en todos los casos la distribución inicial ya ha
sido realizada partiendo de un Proto-valor dado; pero en tanto no es el mismo
Proto-valor –axia- lo que las diferentes ciudades establecen como fundamento de su
distribución inicial, ¿Qué Proto-valor es válido? Toda ciudad, por medio de su
distribución inicial, estableceindividuos como siendo más, menos o igual de dignos
en tanto son/tienen este axia en un grado mayor, menor o igual. Pero ¿por qué éste
y no otro? ¿Quién puede fundar o justificar –considerar simple/absolutamente
justo- el Proto-valor, el axia, establecido cada vez por el nomos, la
constitución/institución de la ciudad, por medio del cual los individuos “son
dignos” más o menos para la ciudad, y en general “son algo digno”?
La justicia correctiva tiene que ver con las transacciones (sunallagmtata) sean
estas voluntarias (como en los contratos) o involuntarias para una de las partes
(malentendidos u ofensas). Aquí una vez más, lo justo y lo injusto son lo igual y lo
desigual. Pero, ya sea que para la justicia distributiva signifique proporcionalidad
geométrica, en el caso de la justicia correctiva es una cuestión de “proporción
aritmética” (analogian…arithmetiken[310]) de la igualdad cuantitativa en el sentido
aceptado.
Pero entonces ¿qué es esta igualdad?¿Sobre la base de qué y por qué medios
pueden intercambiarse objetos que se dicen “iguales” (que tienen el mismo “valor
de intercambio”, el mismo “uso no particular”, de acuerdo con la expresión del
quinto libro de la Política)? Diez medidas de maíz son iguales a diez medidas de
maíz de la misma calidad, pero nadie cambia diez medidas de maíz sólo por nueve
medidas de maíz. Se intercambia, por ejemplo, diez medidas de maíz por un par
de zapatos. Es aquí donde se hace manifiesto el carácter radical de la reflexión de
Aristóteles sobre la economía,en el quinto libro de la Ética, mucho más que en el
primer libro de la Políticadonde se lo suele buscar. En efecto, la sunallagmata, las
“transacciones” en el sentido usual, el locus del intercambio equivalente, son solo
particularizaciones, modalidades de la esencial transacción/transferencia
permanente constitutiva de la sociedad: el allagé, el intercambio en el sentido
primordial del término. “Así como no hay comunidad sin intercambio, no hay
intercambio sin igualdad y no hay igualdad sin conmensurabilidad”[325]. Es
necesario que haya conmensurabilidad para que pueda haber igualdad, igualdad
para que pueda haber intercambio, e intercambio para que pueda haber sociedad.
Esto es lo esencial de toda la problemática: la sociedad presupone la
conmensurabilidad, pero esta conmensurabilidad no es ni puede ser natural; no es
una physei dada. No puede existir excepto por el nomo, por la
convención/institución; no puede existir a excepción de ser establecida por la
sociedad a fin de que la sociedad exista. En breve: la sociedad presupone a la
sociedad –lo que prácticamente es decir que la sociedad es su propia creación, algo
que Aristóteles no dice, y no puede decir (no más que Marx).
Este pasaje nos dice en verdad que todas las cuestiones del intercambio
confluyen en esta relación problemática:
=?
Entonces: ¿Cómo podemos comparar un constructor y un zapatero –o una
casa y unos zapatos? La economía política moderna en general dice que los
productos deben compararse en función de comparar sus “costos de
producción”[333]. Pero los “costos de producción” son ellos mismos colecciones
dispares de objetos heterogéneos. Se nos dice entonces que, si no sabemos cómo
comparar una casa y unos zapatos, sólo necesitamos comparar por un lado una
colección de ladrillos, piedra, madera, yeso, pintura, días de trabajo del constructor,
trabajo del plomero, etc., y por el otro lado, una colección de pedacitos de cuero,
clavos, herramientas, días de trabajo del curtidor y del zapatero, etc. Lo absurdo de
esta respuesta permanece escondido sólo porque su traducción en términos
monetarios ya ha hecho “comparables” los heterogéneos objetos que figuran en los
“costo de producción”. Pero, ¿qué es el dinero? La política clásica, y Marx, dirán:
sólo necesitamos comparar el tiempo de trabajo empleado, en la producción de la
casa y de los zapatos, por el constructor y el zapatero (y por todos aquellos que han
producido lo que el constructor y el zapatero usan respectivamente). Pero
comparar el tiempo de trabajo del constructor y el del zapatero es, obviamente,
comparar al constructor con el zapatero; y ya hemos visto las cuestiones que esta
comparación hace emerger.
Cuando veintidós siglos más tarde, Marx acepta y discute la cuestión acerca
de qué es una distribución justa o equitativa, lo hace dentro del horizonte trazado
por Aristóteles en la Ética a Nicómaco, y por el modo de las categorías aristotélicas.
Su respuesta es, en lo esencial, simplemente una paráfrasis de ciertos pasajes del
libro quinto. Luego de cuanto se ha dicho anteriormente, debería ser suficiente
para invitar al lector a releer atentamente la tercera parte de la primera sección de
la Crítica al programa de Gotha. Pero de un largo tiempo a esta parte, los “marxistas”
–y en especial los troskistas- han estado echando una cortina de humo sobre las
ideas que Marx defiende en este texto: el humo ha crecido tanto que un ligero
comentario talvez tenga cierta utilidad.
Este trabajo, que debe proveer un “mismo rasero”, es la sustancia valor que
encontramos en El Capital. La distribución, en esta “primera fase”, tiene lugar de
acuerdo a un Proto-Valor, un axia, que es simplemente el Valor-Trabajo
(“intercambio de equivalentes”). En tanto este último aparece como el “mismo
rasero” necesario, y es el fundamento de la conmensurabilidad universal y reúne
las contribuciones productivas y los objetos distribuidos.
Entonces, ¿qué axia tendría una validez absoluta (haplós)? No puede haber
dudas sobre la respuesta: la virtud misma, la virtud total –que coincide, como
vimos, con la justicia total. Pero en este mismo caso de virtud encontramos una
brutal separación entre dos aspectos de la physis: norma/finalidad y
norma/efectividad predominante; el eidos como telos, y el telos como deseo o
tendencia inmanente, espontanea. Todo ente es en la medida en que, en el ser,
actualiza lo que estaba por ser (to ti en einai), y cumple su destinación. Pero en el
hombre, el ti en einai está desintegrado[362]. El nucleo de la onología de Aristóteles
es la interconexión indisociable de sus dos momentos, una interconexión que
significa que todo es solamente en tanto es lo que es (en otros términos, “lo que
estaba por ser”), y que el ser de una cosa es su eidos (que es lo mismo que decir: su
telos, su fin, su destinación eterna); pero en el hombre, estos dos momentos estan
disociados. La virtud es el telos del hombre, su fin natural; pero no es natural en el
sentido de que los hombres “en su mayor parte” (hos epi to poly), y
espontáneamente, logran alcanzarla. Casi todo caballo, en eso por lo cual es un
caballo, llega a alcanzar el telos del caballo; casi ningun hombre logra alcanzar
verdaderamente la virtud –y literalmente ninguna ciudad logra alcanzar su telos. Y
es evidente que la virtud no “crece” en el hombre (physei)[363]; la virtud debe ser
creada por la paideia –o, en otras palabras, por las instituciones fundamentales de la
ciudad. Entonces la physis/telos del hombre se encuentra condicionada por el
nomos de la ciudad. ¿Qué tipo de virtud debe crearse de este modo, cuál es el telos
del hombre? La respuesta dada en la Ética a Nicómaco, y aun más en la Política, es: o
logos hemis kai ho nous tes physeos telos, “el logos y el nous son el fin natural para
nosotros los hombres”[364]. Pero, ¿cómo ha de llevar a realiacion este fin la
institución de la ciudad? ¿sobre qué base y disponiendo de qué medios? Las
complejidades de la inacabada Política dejan abierta la cuestión. Sin duda tenía que
permanecer abierta en cualquier caso, aunque sea solamente por la siguiente razón
(que ya Platón había advertido): la creación de la virtud por medio de la institución
de la ciudad se presupone a sí misma, en tanto presupone que la virtud ya ha sido
efectivamente creada, como el apuntar a la justicia total capaz de realizarse él
mismo en el sujeto instituyente[365], sea este último el “legislador” o el pueblo.
Pero aquí Aristóteles nuevamente tropieza con el otro –y mucho más grave-
problema de principio. Los asuntos humanos no son indeterminados simplemente
en tanto son “físicos” (afectados por la materia, como toda la naturaleza). En cierto
sentido, implican indeterminable y esencialmente al nomos, así como implican a la
tekhné; en cierto sentido, son nomo y tekhné. La ciudad es physei, por naturaleza;
pero cada ciudad es nomos, un nomos particular. Incluso la ciudad perfecta,
completa y terminada, la “única ciudad” que “en todos lados es la mejor de
acuerdo a la naturaleza” puede ser así sólo en y por el nomos. Porque debe ser justa,
y lo justo es “lo legal y lo igual”, y no hay legalidad o igualdad “natural”.
Talvez puede llegar a parecer que estamos muy distantes del primer
capitulo de El capital, de Marx y de las cuestiones que lo acosaban–y a nosotros.
Pero ¿realmente estamos tan lejos? Marx mismo es incapaz de decidir si el Valor-
Trabajo es una Sustancia/Esencia trans-histórica, una fenomenalizacion particular
de esa Sustancia/Esencia que el capitalismo a sacado a la luz, o una Apariencia que
el capitalismo ha creado y que sería todo lo que su “realidad” significa. Pero ¿Qué
otra cosa subyace a esta vacilación, si no una vacilación acerca de la physis del
hombre, de la sociedad y de la historia, y también acerca de si podemos hablar de
physis en este dominio? ¿Acaso Marx no desea mostrar que una physis del hombre y
de la historia está obligada a conducirlos a su “finalidad”, a su telos, el comunismo?
¿acaso no trata de encontrar en el proletariado el “legislador” que, en razón de su
propia naturaleza histórica –como la clase universal sin intereses particulares que
defender-, van a reivindicar la esencia/naturaleza humana –así como esta
naturaleza se manifestará ella misma, sin dudas, una vez que el trabajo se haya
convertido en la “primera necesidad vital”? ¿Está realmente en posición de evadir
realmente la oscilación entre -por un lado- lo que él sabe –e incidental pero
claramente dice- sobre las necesidadesen tanto condicionadas histórica y
socialmente y –por el otro lado- la necesidad de postular las necesidades como
estables, fijas, determinadas, a fin de poder hablar indiferentemente de la economía
capitalista o de la sociedad comunista? ¿Puede la frase “a cada uno de acuerdo a
sus necesidades” ser entendida de algún otro modo que en referencia a cierta
naturaleza (y a cierta “buena” naturaleza) del hombre individual cuyas
necesidades ya estarían determinadas sin ninguna arbitrariedad (social o
individual), y que al mismo tiempo serían compatibles con su socialidad? ¿Acaso la
visión que Marx tiene de la técnica no es completamente ambigua, en cuanto la ve
como una creación histórica como también como una manifestación natural del
hombre? ¿No encontramos en sus trabajos (y no solamente en sus escritos de
juventud) una enigmática naturalidad del hombre –cuyo complemento igualmente
enigmático es una humanidad/racionalidad de la naturaleza? ¿Y acaso este
profundo pensador social, que insistió más fuertemente que ningún otro acerca de
la irreductibilidad de lo social y que denunció las “robinsonadas”, no va más allá
para escribir –en su obra principal - que “La forma del proceso social de vida…sólo
se despojará de su halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres
libremente socializados y puesta bajo su mando consciente y racional”[375]. En
otras palabras, ¿no fue más allá al punto de postular la sociedad del futuro como
adviniendo de la libre asociación de los hombres, y entender a toda socialidad
anterior -visiblemente “no libre”- como una suerte de “velo místico”?
Podriamos ir mas alla, pero hemos dicho lo suficiente para indicar cuál es el
punto en cuestion aquí. La verdadera obligación histórica (y no es histórica en el
sentido contingente del termino) que constriñe tanto a Aristóteles como a Marx, es
la cuestión de la institución. Lo que los limita es la imposibilidad, propia del
pensamiento heredado, de tomar lo histórico-social como un modo de ser que no
puede ser reducido a cualquier cosa que se conozca en otro ámbito. Esta
imposibilidad no aparece en los trabajos de los pensadores banales, que de hecho
reducen lo histórico-social a algo más (“naturaleza”, “estructura”, “deseo” y así…).
Es sólo en las obras de los grandes que aparece; y lo hace precisamente en la forma
de antinomia, una división interna del pensamiento. Así se demarcan los límites
del pensamiento de los grandes griegos, como el de Hegel o el de Marx –y, por ese
mismo detalle, el del pensamiento heredado acerca de la política concebida como
“teoría”.
Si la cuestión de la institución y de lo histórico-social adviene como límite
del pensamiento heredado, es porque y en la medida que se postula dentro de un
horizonte “puramente teórico”; porque y en la medida en que uno quiere dar una
consideración de y una razón para la institución tal como es, y proveer un
fundamento para la institución tal como debe ser. Pero la cuestión de la institución
va mucho mas allá de la “teoría”. Pensar la institución tal como es –como una
creación histórico-social- requiere que uno rompa con el marco lógico-ontológico
heredado; proponer otra institución de la sociedad es una cuestión de proyecto
político y de objetivo político, que ciertamente están sujetos a discusión y
argumentación pero no pueden estar “fundados” en ningún tipo de Naturaleza o
Razón (ni siquiera en la “naturaleza” o “razón” de la historia).
Para cruzar esta frontera o limite, uno debe entener la siguiente banalidad:
valor (incluso valor económico) igualdad y justicia no son conceptos que puedan
ser fundados o construidos (ni siquiera destruidos, tal como por ejemplo Marx
desea a veces destruir la “justicia”) en y a través de la teoría. Son
ideas/significaciones políticas que tienen que ver con la institución de la sociedad
en cuanto a cómo talvez sea y en cuanto a cómo queremos nosotros que sea; y esta
institución no esta anclada en ningun orden natural, lógico o trascendental. Los
hombres no nacen libres ni no-libres, ni iguales ni no-iguales. Nosotros queremos que
lo sean(nosotros queremos ser) libres e iguales en una sociedad justa y autónoma –
sabiendo que el significado de estos terminos nunca puede ser definido
definitivamente, y que la contribución que la teoría puede dar a esta tarea es
siempre radicalmente limitada y esencialmente negativa.
[4] improved
[8] summons
[16] The way excedes the object starting from wich and in connection with
wich thought was able to exist
[20]V I, p. 218
[21]V I, p. 193
[26] It is a case, on one hand, of not wanting to know what one does, and, on
the other, of not wanting to know how one does it.
[28] Being-thus of the world labours from within the aparently arbitrary
nature of lenguage
[35] thisness
[37] Ídem, p. 89
[46]Signos, p. 103
[49]Íbidem, p. 398-400
[69] Ídem, p. 84
[77]Signos, p. 135
[78]Wich brings it about that the spirit is in the world, but as the other
[84] Lenguages have nothing in common with its own and increasingly
Little in common with each other
[85] keystone
[86] All-encompassing
[87] Justamente por lo que aqui sostene CAstoriadis, traduzco “beings” por
entes,
[92] render
[94] collectivising
[95] collectivising
[97]collectivising
[98] J.L. Krivine, Theorie axiomatique des ensembles, PUF, Paris, 1969, p. 10.
[101] arrange
[106] Heisemberg, Der tail und das Ganze, Piper, Munich, 1969, p.286.
Heisemberg atribuye este reproche irónico a Niels Bohr.
[107] Central feature of the debate at every upping of the theoretical stakes.
[110] Warrant
[112] field
[125] oneness
[128] Como hace, por ejemplo, T.S. Khun, La estructura de las revoluciones
científicas.
[134] riddled
[137] compelling
[138] Citado or Heisemberg, op. Cit., p.88
[141] statement
[143] If there is a metaphysics wich is well and truly over and done with, it
is this…
[145] output
[148] token
[149] output
[150] Entropy-disminishing
[154] (of wich the material survival of men, within limits are, generally
speaking, fairly broad, is simply a necessary condition)
[157] jaundiced
[158] instillation
[160] suceed
[161] Posit: recordar cómo insiste Castoriadis, cuando trata con la cuestión
de la creación de las formas eide, de que esta creación es un “poner” cuasi postular,
en realidad es lisa y llanamente un “crear”.
[162] posited
[163] meaning
[164] redemployment
[165]throughout
[167] charting
[170] meaning
[171] intimation
[172] dimensionality
[174] J. Von Neumann, The computer and the brain, Yale University Press, New
Haven, 1958, p. 80-82. Cf. También del mismo autor, The theory of de Self-
reproducting autómata, University of Illinois Press, London urbana, p. 31-80
[178] concerning
[189] bias
[192] Bound up
[205]Manuscrits de1844. Vol. VI. Edición Costes, páginas 69-70 y 87; Editions
de la Pléiade, II, páginas 126,137-139 (para las restantes citas de este escrito, sólo
daré las referencias de la edición Costes). [Traducción al español: Marx y su
concepto de hombre. Edición preparada por Erich Fromm. México, Fondo de
Cultura Económica, 1962].
[214]John von Neumann. The Computer and the Brain. New Haven, Yale
University Press, 1958, páginas 80-82
[225] Desarrollé por primera vez esta idea -a saber, que lo que existe
actualmente es una tecnología capitalista y no una tecnología en general, y que su
evolución está esencialmente determinada por la lucha de los obreros en la
producción contra la dirección de la empresa- y la crítica, paralela, de la
concepción implícita de Marx de la técnica capitalista como “neutra", en mi texto
“Sur le contenu du so- cialisme”, II, en Sociaiisme ou Barbarie n° 23, enero de 1958
(reimpreso ahora en La experiencia del movimiento obrero. Tomo 1. Cómo luchar.
Barcelona, Editorial Tusquets, 1979, 2 volúmenes]
[226]Terrorisme et Communisme. Editions 10/18, página 225. Ver mi análisis
acerca de estos aspectos en “El rol de la ideología bolchevike en el nacimiento de la
burocracia", en Socialisme ou Barbarie n° 35, enero de 1964, reimpreso ahora en La
experiencia del movimiento obreroII.
[227] Ver mi texto citado en la nota 31. Más recientemente, y entre otros,
Murray Bookchin, El anarquismo en lasociedad deconsumo. Barcelona, Editorial
Kairós, 1971.
[228]Ibidem.
[229] Fue Lewis Mumford quien primero resaltó este aspecto: Technics and
Civilization. Londres, Routledge and Kegan Paul, 1934, página 241. [Traducción al
español: Técnica y civilización. Buenos Aires, EMECE, 1945, 2 volúmenes]. Retomé
esta idea y la uní a los problemas de gestión colectiva de una sociedad post-
revolucionaria en “Sur le contenu du socialisme”, II, páginas 64-65.
[231] Esta es la interpretación de Moore y Avelin del alemán “was ist das
gleiche”
[241] average
[246] tender
[247] Lace-maker
[248]Bastardilla de Castoriadis
[251]Marx, Ouvres, Pleiade, Paris, 19695, vol I, p. 593. Enfasis añadido. Esta
es una oración añadida por Marx a la edición la edición francesa de El capital hecha
por Roy. “Le produit du travail acquiert la forme marchandise, dès que sa valeur
acquiert la forme de la valeur d'échange, opposée à sa forme naturelle” . Para ver la
perspectiva de Marx acerca de esta edición y su colaboración a ella, ver su prefacio
a El capital.
[252] “Stock-book”
[253] Marx, El capital, Vol I, Cap. 1, “La forma equivalencial”
[255] Podrían mostrarse muchas citas por medio de las cuales se respaldan
estas concepciones. De cualquier manera hare lo siguiente. Rápidamente: la
primera concepción aparece de principio a fin en los Grundrisse. La segunda
subyace el comentario a Aristóteles citado al comienzo, y la tercera está expuesta en
la Crítica del programa de Gotha. Es evidente en el famoso parágrafo de “el carácter
fetichista e la mercancía y su secreto” que Marx afronta de la manera más audaz y
con la mayor profundidad los problemas que esta situación crea para él: aquí el
mundo de las realidades es el mundo de las apariencias y el mundo de las
apariencias es el mundo de las realidades. Pero no se debería leer este texto (y
siempre se lo hace así) a fin de conjurar el hecho de que esta fantasmagoría de la
realidad y la realidad de la fantasmagoría no es válida en la concepción de Marx
excepto para el capitalismo: [como si] todas las otras épocas que Marx opone a aquel,
de Robinson al comunismo futuro, estarían caracterizadas por la transparencia de
las relaciones económicas (incluyendo “la oscura Edad media europea”, durante la
cual “el diezmo pagado al sacerdote es más claro que la bendición del sacerdote”).
[257] Marx, El Capital, vol.3, editado por Engels, New York: internacional
publishers, 1967, p. 851
[259] actual
[262] Aristóteles, Ética nicomaquea, I-3, 1994b12: kalos significa la más de las
veces hermoso, pero también frecuentemente “bueno”. Esta claro que aquí no hay
ninguna cuestion de “belleza estética”. La traducción latina pone honestum por
kala.
[277] 1130a8
[284] 1130b29
[291] El segundo libro de la Política dedica una gran parte a esta cuestión. Es
notable que ni aquí ni en ningún otro lugar en la Ética sea mencionado el poder
entre lo divisible. Esta división es evidentemente discutida en la Política. No podría
dejar de insistir en que ni para Platón ni para Aristóteles la separación o división o
participación tengan algo de natural. Para ambos está basado en las leyes, en la
institución de la ciudad.
[296] shares
[297] ratio
[307]Ética D, i, 2, 1119b26
[308] Así, cuando una de las mas recientemente promovidas duquesas desea
prevalecer sobre su esposa, el duque de Saint Simon esta un poco afligido, porque
tales acciones destruirían el orden del Estado; pero, sobre todo, esta enojado
porque son injustas.
[309] Por ejemplo, hoy: a cada uno de acuerdo a lo que posee –al capitalista
de acuerdo a su capital, al obrero de acuerdo a su fuerza de trabajo.
[315] Incluso si una solución tal existiera, por otra parte, para las
sunallagmata voluntarias, no comportaría un bien para las sunallagmata voluntarias.
En el caso de estas últimas, las “penalidades” y “compensaciones” son por
necesidad convencionales; entonces “equiparan” o “igualan” delitos que son
incomparables, y en general no reestablecen el estado de justicia que se supone
inicialmente haber tenido. SI este estado ha sido perturbado por un contrato civil,
que ha permitido a una de las partes enriquecerse sin causa a expensas de la otra,
es posible reestablecer el estado inicial de cuestiones entre las dos partes, y por lo
tanto entre ambos y los otros miembros de la sociedad. Pero cuando es una
cuestión de injuria corporal, ninguna restauración -cualquiera sea el modo en que
se haya efectuado- de “igualdad” entre el saltante y su víctima (y una restauración
tal en cualquier caso sólo puede ser imperfecta y convencional) re-establecerá al
último en esta antigua situación con respecto a otra gente. Aristóteles mismo señala
que la terminología de “ganancia” y “pérdida” (o “daño”) (kerdos, zemia) deriva del
lenguaje contractual.
[319]Ética, 1137b23
[320]Ética, 1137b30
[321]Ética, 1137b27
[322] Marx, Crítica del programa de Gotha, parte I: “…Este derecho igual es un
derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase,
porque aquí cada individuo no es más que un obrero como los demás; pero
reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales
aptitudes de los individuos, y, por consiguiente, la desigual capacidad de
rendimiento. En el fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la
desigualdad…”
[323] logicise
[324] “tiene que tener más de lo que puede ser la transferencia” (n. de t.)
[326]Ética, E, v, :1133a17
[328]Ética,1132b30
[329]Ética,1132b30-1133a5
[330]Ética,1133a5
[331]Ética,1133a10
[332]Ética,1133a22-1133b6
[334]Ética,1133b20; 1133a27
[335]Ética,1133b24
[337]Ética,1133b19-27
[340]Ética,1133b20
[342]Ética, 1133b25
[348] Marx dice que una vez que el capitalismo haya sido superado debe haber
igualdad en el sentido de que cada individuo y todo individuo recibirá como
retribución lo que efectivamente haya proporcionado como trabajo. Pero esta
igualdad es insatisfactoria porque aun es abstracta, aritmética, jurídica, burguesa;
debemos ir mas allá, y encontrar una igualdad que sea realmente igualdad. Los
psicofantes de la burocracia, especialmente los trosquistas, dscifran que él declara
igualdad para relacionarse con el derecho burgues (y, entonces ¿esto implica que
no debería tener interes para nosotros?).
[356] Y que es vano; Cfr. Aristóteles, Ética, I, 2, 1984a21; mientras que, por
otro lado, “la naturaleza no hace nada en vano”
[365] As the aiming at total justice capable of realising itself in the instituting
subject
[366] shattering
[372] Make/do
[376] “requittal”
[377] Ver “Sobre el contenido del socialismo”, Socialismo o barbarie, nro. 22,
Julio 1957, pp. 42-44.